ICEMOS NUESTRAS VELAS - Activated

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ICEMOS NUESTRAS VELAS ¡Merece la pena el esfuerzo! ¡Qué vista! Para los que no se rinden En la proa de una bangka De aventura con Dios CAMBIA TU MUNDO CAMBIANDO TU VIDA Año 20 • Número 1

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ICEMOS NUESTRAS VELAS¡Merece la pena el esfuerzo!

¡Qué vista!Para los que no se rinden

En la proa de una bangkaDe aventura con Dios

C A MB I A TU MUNDO C A MB I A NDO TU V I DA

Año 20 • Número 1

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1. Jeremías 29:11 (ntv)

A N U E S T RO S A M IG O S¡Feliz cumpleaños, Conéctate!

Habitualmente, esta columna nos ha servido para presentar los temas de cada revista, resaltar algún artículo en particular o contar una anécdota o reflexión personal.

A tono con el calendario, en el número de este mes centraremos primordialmente nuestra atención en las posibilidades que nos ofrece el año nuevo

y las oportunidades que nos brindará de demostrar nuestra fe, valentía y perseverancia.

Sin embargo, me gustaría escribir unas líneas para ponerte al tanto de otro hito.

Hace exactamente 20 años Conéctate vio la luz. El primer número se publicó en enero de 1999. Hoy, más de 220 números después, los miles de artículos de Conéctate publicados hasta la fecha han llegado a millones de per-sonas en distintas lenguas, ya sea en la edición impresa o en formato digital.

Estos dos decenios han constituido una magnífica aventura. Por eso queremos expresar nuestro agradecimiento a todos los que han participado en el proceso de producción y contribuido con artículos. Sobre todo estamos agradecidos a nuestros queridos lectores, tanto los que nos acompañan desde hace años como los más recientes, y a los que han hecho correr la voz y han difundido artículos entre sus amigos y seres queridos o en las redes sociales.

No sabemos lo que el futuro nos deje, pero sí sabemos quién lo teje, y no dudamos que Él vela por nosotros y está a nuestro favor. De ahí que podemos saludar este 2019 con ilusión, con la esperanza puesta en las promesas de Dios: «Yo sé los planes que tengo para ustedes —dice el Señor—. Son planes para lo bueno y no para lo malo, para darles un futuro y una esperanza»1.

¡Que Dios los bendiga y que gocen de un maravilloso año con la bendición y el amparo de Dios!

Gabriel García V.Director

Año 20, número 1

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© Activated, 2018. Es propiedad.

A menos que se indique otra cosa, los versículos citados provienen de la versión RV, revisión de 1960, © 1960 Sociedades Bíblicas en América Latina; © renovado 1988 Sociedades Bíblicas Unidas. Utilizados con permiso.

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Aunque disfruto mucho ocupándome de mi jardín, a veces las flores me presentan un dilema. Me encanta comprar unas cuantas cada primavera y disfrutar de su belleza en los largos días de verano, mientras las riego y les dedico cuidados. Pero me cuesta desprenderme de ellas cuando amarillean y se marchitan.

Al ver mis plantas devastadas al final de la temporada, me dan ganas de olvidarme del bendito jardín. Sin embargo, la primavera nunca deja de asombrarme. Los primeros retoños que brotan de la tierra me recuerdan que todavía hay vida allí. El germen de la semilla está allí. Solo tengo que tener paciencia. Debo confiar en las semillas. Lo único que necesitan es que las deje tranquilas para que puedan

Flores, proyectos y sueños para el año nuevo

terminar su ciclo y convertirse en plantas nuevas y magníficas.

Es como mis ideas, sueños y objeti-vos para cada año: a veces simplemente tengo que renunciar a ellos o dejarlos un tiempo en suspenso. Debo confiar que en el momento señalado todas esas ideas comenzarán a germinar y tendré un proyecto entre manos, que cobrará vida si lo atiendo con diligencia y cariño.

En vista de eso, este año no voy a llorar la muerte de mis plantas y proyectos. Voy a dejarlos tranquilos y darles tiempo. Cuando llegue el momento propicio, cuando el sol brille con fuerza y vuelvan las tenues lloviznas, tendré el privilegio de comenzar algo nuevo y hermoso.

Joyce Suttin es docente jubilada y escr itor a. Vive en San A ntonio, EE . UU. ■

joyce suttin

¿ Q U É T E D E S E A R É ?

¿Qué te desearé?¿Que ganes y prosperes?¿Cantos primaverales?¿Delicias y placeres?¿Cielos siempre azules?¿Un florido sendero?¿Te haría eso felizeste año venidero?

¿Qué te desearé?¿Qué se puede encontrarque a lo largo del añote dé dicha total?¿Dónde está ese tesorobello y duraderoque te hará felizeste año venidero?

Te desearé feque crezca cada día;esperanza abundante,radiante y festiva;amor que al miedo venza,amor puro y sincero.Eso te hará felizeste año venidero.

Paz en el Salvador;que halles en Él reposomirando Su semblantesonriente y amoroso.¡Cristo siempre a tu lado!Y gozo verdadero.¡Eso te hará felizeste año venidero!Adaptación de un poema de Frances Ridley Havergal (1836–1879)

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En la vida, todo lo que queramos hacer bien requiere esfuerzo, y adquirir un mayor parecido con Cristo también. Requiere esfuerzo cultivar con voluntad y tesón creencias, hábitos, actitudes, pensamientos y conductas que estén en armonía con Dios. También es preciso abandonar intenciona-damente creencias falsas, hábitos dañinos, actitudes que no agradan a Dios, pensamientos erróneos y malas conductas.

A lo largo del Nuevo Testamento se habla del concepto de que debemos despojarnos o deshacernos de ciertos elementos de nuestra vida —tanto pen-samientos y emociones como acciones derivadas de ellos— que nos impidan ser imitadores de Cristo. Al mismo tiempo debemos incorporar a nuestra vida o vestirnos de otros atributos que nos hagan más semejantes a Dios. Está claro que tanto para lo uno como para lo otro es preciso tomar una decisión y actuar.

De qué debemos despojarnosAhora es el momento de eliminar el enojo, la furia, el comportamiento

malicioso, la calumnia y el lenguaje sucio. No se mientan unos a otros, porque ustedes ya se han quitado la vieja naturaleza pecaminosa y todos sus actos perversos. Colosenses 3:8,9 (ntv)

Nada de acritud, rencor, ira, voces destempladas, injurias o cualquier otra suerte de maldad; destierren todo eso. Efesios 4:31 (blph)

Quitémonos todo peso que nos impida correr, especialmente el pecado que tan fácilmente nos hace tropezar. Hebreos 12:1 (ntv)

De qué debemos vestirnosRevístanse de afecto entrañable y de bondad, humildad, amabilidad y

paciencia, de modo que se toleren unos a otros y se perdonen si alguno tiene queja contra otro. Así como el Señor los perdonó, perdonen también ustedes. Por encima de todo, vístanse de amor. Colosenses 3:12–14 (nvi)

Pongámonos la armadura de la luz. Revístanse ustedes del Señor Jesucristo. Romanos 13:12,14 (nvi)

Pónganse la nueva naturaleza, creada para ser a la semejanza de Dios, quien es verdaderamente justo y santo. Efesios 4:24 (ntv)

Tales cualidades son el fruto de una vida transformada y potenciada por el Espíritu Santo, el resultado de seguir las enseñanzas de las Escrituras y de aplicar a diario nuestra fe. Ninguna de ellas es fácil de adquirir; pero después de dedicar tiempo y esfuerzo a ejercitarnos, a abandonar malos hábitos y adquirir buenas costumbres, nos sale más natural.

Huelga decir que para cultivar nuevos hábitos dependemos de la ayuda y gracia de Dios. Por otra parte, tampoco podemos esperar que el Espíritu

ICEMOS NUESTRAS VELAS

1. Zigarelli, Cultivating Christian

Character

2. Ibíd., 39

3. V. Gálatas 5:22,23

Peter Amsterdam

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Santo nos transforme si no hacemos ningún esfuerzo ni emprendemos ninguna acción. Si bien Dios nos perdona nuestros pecados, también nos pide que procuremos no pecar. Debemos hacer morir y desechar lo que nos aparta del objetivo de imitar a Cristo y vestirnos de una nueva forma de ser, para vivir en la medida de lo posible como las nuevas criaturas en Cristo que hemos llegado a ser. Perseverar en ello conduce a una mayor felicidad, una mejor relación con Dios, más satisfacción y más alegría.

Hace poco leí el análisis de una encuesta que hizo Michael Zigarelli, un escritor cristiano, comparando a los cristianos que él llama poco virtuosos con los medianamente virtuosos y los muy virtuosos1. Los resultados indicaron que, de los 5.000 cristianos encuestados, la mayoría eran medianamente virtuosos. Los minoritarios que él catalogó de muy virtuosos eran los que se esforzaban por dar pasos concretos que favorecían el desarrollo de su carácter cristiano.

Zigarelli señala que todo cristiano desempeña un papel activo y vital en su propio desarrollo espiritual.

Una conceptualización más completa del proceso de desarrollo sería decir que Dios desempeña un papel en él y nosotros también. La interacción entre esos dos papeles se ha comparado con la tarea de llevar un barco de vela de un lugar a otro. Para navegar en un velero del punto A al punto B se requieren dos elementos cruciales: hace falta algo de viento en la dirección de nuestro destino y hace falta disponer adecuadamente la vela para aprovecharlo. Es probable que ya adivines cuál es la analogía. El Espíritu Santo de Dios es el viento que busca empujarnos gradualmente hacia una mayor semejanza con Cristo. Nosotros somos los marineros que tienen que izar la vela, es decir, hacer algo que nos ponga en una situación favorable para aprovechar el Espíritu de Dios, de manera que este nos impulse hacia nuestro ansiado destino2.

Si aspiramos a ser más como Cristo, tenemos que izar nuestras velas por así decirlo y hacer lo que contribuya a cultivar en nosotros el carácter cristiano. En la práctica, volvernos más como Cristo significa alterar ciertos aspectos de nuestra personalidad actual. Es una transformación que tiene un alto costo, pero que definitivamente vale la pena.

A lo largo de los Evangelios Jesús enseñó que el reino de Dios es tanto futuro como presente. Vivir en el reino ahora mismo significa dejar que Dios gobierne y rija nuestra vida y tratar de conducirnos de un modo que lo honre y glorifique.

Para llegar a ser más como Cristo, para que el reino ocupe un lugar más central en nuestra vida, tenemos que ajustar nuestra conducta, decisiones, acciones y espíritu para que estén en consonancia con Dios y Su Palabra. Eso significa despojarnos de algunos aspectos de nuestra persona y nuestro carácter y vestirnos de cualidades propias de Jesús. Significa cultivar los frutos del Espíritu Santo: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, manse-dumbre y templanza4. Cuando hacemos nuestra parte e izamos las velas, nos vamos pareciendo más a Cristo.

Peter A mster da m dir ige junta mente con su esposa, M ar ía Fontaine, el movimiento cr istiano La Fa milia Inter nacional. Esta es una adaptación del artículo or iginal. ■

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EL GRAN SALTO Nevaba cuando fui-mos a empacar los últimos enseres en el contenedor que aguardaba en el lugar señalado de un parque industrial, casi listo para ser despachado. Aquel era el último viaje que hacíamos al contenedor antes de que partiera por mar con una carga de efectos personales y artículos donados que nos servirían para construir una nueva vida. Habíamos vaciado la casa y vendido todo lo que no podíamos llevarnos, nos habíamos despedido de nuestros amigos y familiares y estábamos listos para irnos. Nos trasladábamos a Kenia.

Hubo voces que nos instaron a ser precavidos, pero también buenos deseos y oraciones por nuestra gran mudanza. Algunos pensaban que éramos muy valientes para embarcarnos en semejante traslado con cinco niños. Otros expresaron que les parecía una locura, y otros más nos advirtieron seriamente acerca de las enfermedades, la suciedad y el calor. Con todo, el llamamiento de Dios para que fuéramos a misionar resonaba con fuerza en nuestro corazón. Después

de investigar y darle vueltas en la cabeza, de hacer un listado de los pros y los contras y rezar, estába-mos convencidos de que Dios nos estaba indicando que diéramos aquel salto por fe.

Recordando el día hace 23 años en que llegamos a Kenia, no puedo afirmar que todo haya sido miel sobre hojuelas. Huelga decir que ha habido momentos de pruebas y retos difíciles que vapulearon nuestra fe. Aunque la tentación de darnos por vencidos siempre ha estado presente, lo que fortaleció nuestra fe una y otra vez fue aferrarnos a las promesas de protección y provi-sión de la Palabra de Dios. Los

testimonios de algunos héroes de la fe nos sirvieron de aliento

y nos dieron valor para persistir cuando casi

no se notaban los progresos y cuando

nos topamos con obstáculos.

Aprendimos mucho acerca de la fe

y la perseverancia, y nos dimos cuenta de que valió

la pena dejar atrás

las costas a las que nos habíamos habituado y hacernos a la mar en obediencia al llamado divino. A pesar de nuestra aprensión e inquietud iniciales, desde que entramos en este mundo nuevo que con el tiempo ha llegado a ser nuestro hogar, donde pusimos en marcha una obra que ha ayudado a innumerables familias de escasos recursos, hemos presenciado incontables milagros que acrecentaron muchísimo nuestra fe.

Ir is R ichar d es consejer a. Vive en K enia, donde ha par-

ticipado activa mente en labor es comunitar ias

y de voluntar iado desde 1995. ■

Iris Richard

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Hace unos años participé en una obra voluntaria que operaba un comedor para estudiantes de escasos recursos. Los dos primeros años ayudé con el aseo de la cocina, la compra de provisiones y la prepara-ción de las comidas. Me resultaba gratificante saber que contribuía a producir comidas equilibradas, deli-ciosas y, sin embargo, económicas. Los directivos tomaron nota de mi diligencia y me encargaron tareas de mayor responsabilidad en el manejo de los recursos económicos y la confección del menú.

No obstante, el tercer año que trabajé en aquella obra asistencial los nuevos directivos cambiaron el enfoque y decidieron ofrecer clases de refuerzo de inglés y ciencias para estudiantes con dificultades de aprendizaje que vivían en zonas de riesgo. El comedor público se redujo considerablemente, y un número importante de los que trabajaban en la cocina —yo incluida— pasaron a fungir como asistentes de profesores. A la mayoría de los cocineros les gustó dejar atrás sus labores gastro-nómicas, ocultos tras las bambalinas,

e interactuar directamente con los niños. En mi caso no fue así.

Las verduras y las ollas nunca me discutían. En el aula, en cambio, estaba con estudiantes bulliciosos, pendencieros e imprevisibles y con un profesor que tenía una opinión muy particular sobre cómo debía yo asistirlo. La inestabilidad y la incertidumbre que reinaban en el aula, sumadas a la pérdida de lo que había sido para mí un nido acoge-dor —un lugar en el que me sentía realizada y con todo controlado—, me resultaban enervantes. A pesar de que cumplía con mis obligaciones básicas, no ponía el mismo entu-siasmo y esmero que había mostrado en la cocina.

Un día le expresé a un excompa-ñero de la cocina mis quejas acerca de los nuevos directivos. Me dio cierta razón.

—Sí, para mí no ha sido fácil ver cambiar de rostro a esta organiza-ción a la que dediqué tanto tiempo —señaló—. Pero los cambios son parte integral de la vida. A veces vale la pena adaptarse al flujo de las cosas.

—¡Pero es que no me gusta la forma en que están fluyendo! —protesté—. Me siento como pez fuera del agua.

—¿Recuerdas cuando la cocina también era algo desconocido para ti? —me preguntó.

—¡Uy, sí, parece que hubieran pasado añares! —exclamé.

—Exacto. Aprendiste mucho sobre la cocina. Y aprenderás mucho de docencia si estás dispuesta a abandonar tu zona de comodidad.

Aunque hace ya años de eso, estoy agradecida por los consejos que me dio mi amigo y los sigo teniendo presentes, ya que me ayudan a sobrellevar los dolorosos procesos de constante transformación que hay en la vida. En el momento en que me limito a hacer lo que me gusta y hago bien, freno mi crecimiento personal. En cambio, si fluyo con la corriente de cambios y dejo que me impulse, adquiero nuevas habilida-des y disfruto de nuevas experiencias.

Elsa Sichrovsk y es escr itor a independiente. Vive con su fa milia en Taiwán. ■

FLUIR con La coRRIEnTE

Elsa Sichrovsky

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Uno de los relatos más cono-cidos de la Biblia es al mismo tiempo uno de los más extraños. Diríase que casi todo el mundo ha oído hablar de Jonás y la ballena. Además de ser uno de los relatos bíblicos que goza de más simpatías entre los niños, es una de esas narraciones desconcer-tantes que nos lleva a preguntarnos: «¿Por qué, Señor, por qué?»

La primera mención de Jonás en la Biblia1 indica que vivió aproxima-damente en los años 800 a 750 a. C. y que era oriundo del pueblo de Gat-Hefer, a pocos kilómetros de Nazaret, en Israel. Por lo visto ya era un profeta de reconocida trayectoria cuando el Señor lo llamó y le mandó que anunciara la destrucción de Nínive, capital de Asiria.

La reticencia de Jonás es com-prensible. Nínive era una ciudad perversa, capital de un imperio

conocido por su crueldad. Los asirios quedaron inscritos merecidamente en los anales de la Historia como un pueblo fiero y despótico. Aparte que ser profeta de fatalidades siempre será una actividad riesgosa.

Jonás no cree que la misión que le han encomendado tenga muchas perspectivas de éxito, y enfila en la dirección totalmente opuesta. En vez de encaminarse hacia el este, donde estaba Nínive, se embarca hacia el oeste, rumbo a la ciudad de Tarsis, localidad que según las crónicas era el centro comercial más apartado que tenían los fenicios, pueblo de grandes mercaderes y vecino de Israel.

El caso es que Jonás aborda una embarcación y, al poco de zarpar, se desata una tormenta de proporciones épicas. Luego de echar por la borda el cargamento y hacer todo lo posible por capear la tempestad, la

tripulación decide echar suertes para determinar quién es el causante de esa maldición. La suerte cae sobre Jonás, que confiesa que a él se deben los males que les han acaecido y pide que lo echen por la borda. Según se desprende del relato, a la tripulación no le hace mucha gracia lanzarlo al mar. Los marineros reman para tratar de alcanzar la costa, pero sus esfuerzos son en vano. De manera que hacen caminar a Jonás por el tablón.

Pero la odisea no concluye ahí. Un enorme y misterioso pez se lo traga. Se barajan numerosas teorías sobre lo sucedido, pero lo cierto es que en circunstancias estrictamente naturales todo el episodio sería muy improbable. Tuvo que haber alguna intervención sobrenatural para que

JONÁS Y YOScott McGregor

1. V. 2 Reyes 14:25

2. V. Mateo 12:38–41;

Mateo 16:1–4

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Jonás sobreviviera tres días en un ambiente tan inhóspito y para que además compusiera, en semejantes condiciones, la oración que aparece en el segundo capítulo de su libro. Al cabo de tres días el Señor ordena al pez que arroje a Jonás en la costa, al parecer prácticamente en el mismo lugar en el que había tomado el barco al inicio de su aventura.

Como es de suponer, Dios vuelve a pedirle a Jonás que profetice en contra de Nínive. Consciente de que el encargo no es opcional, Jonás se dirige a la imponente y malvada ciudad. Una vez que ingresa en ella se pasa el día proclamando:

—Nínive será destruida.Y ¡vaya sorpresa! Contra todo pro-

nóstico, los habitantes de la ciudad caen en la cuenta de que se han

portado pésimamente y, tras recibir órdenes del rey, todos se arrepienten y ayunan, vestidos con sayales y cubiertos de ceniza, incluido el ganado.

Entretanto Jonás se refugia en un punto estratégico en las afueras de Nínive para presenciar los inmi-nentes fuegos artificiales. Cuando Dios le anuncia que ha cambiado de parecer y que la ciudad será perdo-nada, Jonás se pone furioso y más o menos le espeta a Dios:

—¿Qué! ¿Me hiciste pasar por todo ese calvario para luego cambiar de opinión? No tiene ni pies ni cabeza.

Hay que ponerse un poco en la piel de Jonás, porque es cierto que pasó por un infierno y esperaba alguna gratificación. Los asirios eran unos bandidos de tomo y lomo, y presumiblemente Jonás ardía en deseos de verlos recibir su merecido. Pero luego del dictamen divino, hasta eso tuvo que quitarse de la cabeza, lo que no le hizo ninguna gracia.

¿Qué sentido tiene, pues, todo este relato? ¿Por qué figura en la Biblia?

En mi opinión contiene varios ele-mentos de gran interés. Si bien linda con lo fantástico, Jesús se refirió a él

dos veces como presagio de lo que Él mismo sufriría2. Me parece que lo mencionó no solo por el motivo obvio de que Él iba a morir y a los tres días resucitar, sino también para insinuar que, si se creían la historia de Jonás, ¿por qué no habrían de creer en Él y en Sus palabras?

Es además un relato fenomenal sobre hacer lo que Dios manda y no postergarlo.

La lección más importante que yo extraigo es no que no debemos enojarnos con Dios si, al cambiar las circunstancias, termina por no hacer lo que nos indicó que haría. En más de una ocasión me he sentido bastante frustrado porque algo no resultó como yo esperaba. Por mucho que trate de no ser egocén-trico, suelo estar en el centro de mi universo y por ende tiendo a juzgar los sucesos según lo que más me interesa a mí. No obstante, el código de conducta del cristiano se basa en lo que es más conveniente para Dios y los demás. Todo es posible cuando Dios es parte del relato.

Scott McGr egor es escr itor y comentar ista. Vive en Canadá. ■

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Este año, para mí la llegada del nuevo año fue bien sonada. El 31 de diciembre mi teléfono, en un arranque de depresión, decidió saltar de mi mano y darse un porrazo.

Lo recogí enseguida pensando que no le había pasado nada. Había caído sobre una alfombra, y ya me había pasado varias veces sin que sufriera daños.

En esta ocasión fue diferente. En cuanto le di la vuelta y vi en la pan-talla las rajaduras a modo de telaraña se me fue el alma al piso. Todavía funciona, aunque está prácticamente inservible. Y la garantía se venció hace rato.

En todo caso, no escribo esto para lloriquear y suscitar compasión. (Tal vez un poquito.)

El incidente me enseñó algo, y justo a tiempo para el año nuevo.

y que aun así veamos lo asombroso que es nuestro Dios. Nuestro futuro no admite duda, y continuamente estamos recibiendo ayuda.

No sé cómo te van a ti las cosas Quizás estás en un enredo mayús-culo, acosado por mil problemillas, o preocupado por una mezcla de lo uno y lo otro. Tal vez te parece que tú mismo estás hecho trizas. Ahí es donde entra a tallar Jesús. Él conoce todas las necesidades y técnicas de reparación. Nos restaura como a Él le parece mejor. Su garantía es eterna, y permanece siempre con nosotros1.

Por eso, aunque ahora mismo vea «por espejo, oscuramente», tengo la certeza de que al final todo saldrá bien2.

Chr is Mizr an y es diseñador de páginas web, fotógr afo y misionero. Colabor a con la fundación Helping Hand en Ciudad del Cabo, Sudáfr ica. ■

Chris Mizrany

HECHO

TRIZAS

1. V. Mateo 28:20

2. V. 1 Corintios 13:12

En primer lugar, que no podemos confiar demasiado en los planes o experiencias de ayer. El día de hoy todo puede dar un viraje, y la verdad es que es muy probable que así sea. Tenemos que avanzar día a día y estar abiertos a lo nuevo que Dios pueda depararnos. De lo contrario, estaremos mal preparados para una sorpresa.

En segundo lugar, me enseñó que en vida pasa de todo. Por definición misma, la vida es movimiento y transformación. Tal vez nuestro Padre permite esos percances porque, en Su sabiduría, sabe que harán de nosotros mejores personas. Cuando nos ocurra una desgracia, no debemos desanimarnos. Puede que salgamos airosos y triunfantes del trance y veamos lo asombroso que es nuestro Dios. O tal vez nos pegue duro y a duras penas logremos levantarnos, sintiendo que no supimos afrontar la situación,

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Ester Mizrany

Hace poco subí a la Montaña de la Mesa, aquí en Sudáfrica. ¡Qué maravilla! Una montaña de cima plana en plena ciudad, desde la que se ven ambos océanos y detrás de la cual se levanta una cadena montañosa llamada los Doce Apóstoles. Tiene más de 1.000 metros de altura, y su abundante y espectacular flora y fauna, rocas y acantilados, le otorgan una belleza singular. Sin embargo, lo que a mí más me fascina es la imponente vista.

Nos lanzamos a la aventura de madrugada y llegamos al punto de partida justo antes del amanecer. Durante el ascenso contemplamos la salida del sol y el despertar de la ciudad. Nos encontramos con otras personas que también se dirigían a la cima, con la misma determina-ción de sacarle partido al día.

Al principio la subida me costó mucho. Me faltaba aliento, y tuve que parar varias veces para beber agua y recobrar fuerzas. El resto del grupo siguió adelante. Me dio la impresión de que me estaba quedando rezagada. Mi marido —veterano en estas lides— se quedó con-migo para darme ánimo y asegurarme que me estaba desempeñando bien. Un par de veces hasta llegamos a alcanzar a los demás del grupo en un área de descanso, antes que reemprendieran la marcha.

Con las piernas adoloridas, entre risas y en buena compañía, los lentos llegamos a la cima en poco menos de dos horas. Y allá arriba, ¡qué vista!

Desde la cima se divisa toda Ciudad del Cabo, las montañas que la rodean, ambos océanos, valles, campos

y llanuras más allá de la ciudad. Y más lejos aún, en la distancia, la siguiente cadena montañosa. Le sensación de encontrarme rodeada de la hermosa creación de Dios fue extasiante, y me entusiasmé por haber cumplido mi objetivo.

En ese momento me di cuenta de que había tenido que dar muchos pasos para llegar a la cima, a mi meta: más de 10.000 según mi podómetro. Pero también estaban los pasos psicológicos que había tenido que dar: prepararme, superar el miedo y la apatía, y perseverar cuando no me quedaban ganas de hacerlo. Esos pasos se asemejan a los que hay que dar para alcanzar un objetivo personal: calcular, planificar, ejecutar y seguir avanzando aunque el camino se ponga difícil. Siempre estará la ten-tación de rendirme a mitad de camino; pero si no pierdo de vista lo que me he propuesto y cuento con la ayuda de personas de ideas afines, mis metas se tornan alcanzables.

La Montaña de la Mesa no es la única que vale la pena conquistar. Hay muchos otros objetivos que lograr y paisajes que contemplar. Lo que hay que hacer es abor-darlos de uno en uno e ir adquiriendo experiencia sobre la marcha. En buena compañía y con mucho aliento, paso a paso, sin cejar en nuestro empeño, todos podemos alcanzar nuestras cumbres personales.

Ester Mizr an y es docente y misioner a. Colabor a con la fundación Helping Hand en Sudáfr ica. ■

¡QUÉ VISTA!

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con otros, y la sangre de Jesús, Su Hijo, nos limpia de todo pecado. Si confesamos nuestros pecados a Dios —así es como puedes despojarte de los viejos ropajes de tu pasado—, Él es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad»1.

Ese pasaje, al igual que muchos otros de la Biblia, contiene una

Virginia Brandt Berg  

La tierra para volver a empezar¡Ojalá hubiera un espléndido paraje,una tierra para volver a empezar,donde, antes de entrar,soltáramos nuestros viejos ropajes,la suma de nuestros yerros,nuestras angustiasy nuestra codicia egoísta,para no ponérnoslos de nuevo!

¡Ojalá diéramos con él fortuitamente,como el cazador que halla un sendero perdido!¡Y ojalá que la persona a quien, enceguecidos,con tremenda e indolenteinjusticia tratamosestuviera a la puertapara saludarnos alegre,como a un compañero al que se aguarda!Louisa Fletcher Tarkington

1. 1 Juan 1:5,7,9 (ntv)

2. 2 Pedro 1:4 (nvi)

3. Salmo 37:4 (nvi)

4. Mateo 11:28–30

5. V. 1 Juan 1:9

6. Proverbios 28:13

7. Romanos 8:32 (ntv)

EMPEZAR

Afortunadamente ese sitio existe —la tierra para volver a empezar—, y cualquiera puede encontrarlo, sea quien sea, sin importar cuál haya sido su pasado. Lo hallarás en los siguientes versículos de la Biblia:

«Dios es luz y en Él no hay nada de oscuridad. Si vivimos en la luz, así como Dios está en la luz, entonces tenemos comunión unos

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promesa fantástica que el Padre celestial te hace porque te ama entrañablemente. Dios te ha dado «preciosas y magníficas promesas para que [llegues] a tener parte en la naturaleza divina»2.

Dios garantiza esas promesas con todo Su poder y capacidad. Por otra parte, están sujetas a ciertas condiciones que nosotros debemos cumplir. Esas condiciones las fija Dios, y cuando las cumplimos ¡cuántas bendiciones recibimos! Al someternos a Sus condiciones, las bendiciones nos llueven encima. Las llaves que abren las bóvedas de tesoros del Cielo son estas: conocer y cumplir las condiciones aparejadas a cada promesa.

Dios no solo quiere que tengamos satisfechas todas nuestras necesida-des y que veamos materializarse los mayores deseos de nuestro corazón, sino que anhela que así sea. El rey David escribió en los Salmos: «Deléitate en el Señor, y Él te concederá los deseos de tu corazón»3. Observa, sin embargo, que hay una condición: «Deléitate en el Señor». Dios te concederá los deseos de tu corazón —lo dijo y por ende lo hará—, pero primero debes cumplir

como la criada que, cuando su patrona le preguntó si había barrido debajo de la alfombra, le contestó:

—Sí, señora. Lo barrí todo debajo de la alfombra.

Lo que barremos y dejamos debajo del tapete suele volver a salir a la luz y perseguirnos. Nada sacamos con hacer de cuenta que todo está bien cuando no lo está. En cambio, si aceptamos humildemente las condiciones que Dios nos pone para otorgarnos el perdón, Él nos lo concede. En cuanto confesamos que somos pecadores y acudimos a Jesucristo, nuestro Salvador, pidién-dole auxilio, Él entra en nuestra vida, nos transforma y nos concede una libertad que nunca habíamos conocido. «Si Dios no se guardó ni a Su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿no nos dará también todo lo demás?»7 Inclusive un nuevo comenzar.

Virginia Brandt Berg (1886–1968) fue una escritora y evangelizadora estadounidense. En el portal http://virginiabrandtberg.org hay más información sobre su vida y su obra. Esta es una adaptación del artículo original. ■

la condición. Primero deléitate en Él, amándolo más que a nadie y por encima de todo y haciendo todo lo posible por complacerlo; luego Él te concederá tus deseos.

Las condiciones que Dios pone no son difíciles. Jesús dijo: «Venid a Mí todos los que estáis trabajados y car-gados, y Yo os haré descansar. Llevad Mi yugo sobre vosotros, y aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque Mi yugo es fácil, y ligera Mi carga»4.

La Biblia nos hace espléndidas promesas. Nos garantiza el perdón de nuestros pecados, alegría, paz interior, vida eterna… tantas cosas que no podría enumerarlas todas. Esas promesas están escritas para ti y pueden transformar por completo tu vida. Pero antes debes cumplir las condiciones, la primera de las cuales es acudir a Dios y admitir humildemente que necesitas Su ayuda y perdón5. Él puede perdonar cualquier yerro, y lo hará, pero solo si se lo pides.

La Palabra de Dios dice: «El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia»6. No seas

Si aún no has conocido el amor y el perdón de Dios, haz sinceramente una sencilla oración como la que sigue:

Te agradezco, Jesús, lo que sufriste por mis errores y malas acciones para que pueda obtener perdón y dejar atrás mi pasado. Gracias por limpiarme de todo pecado por medio de la fe. Te ruego que entres en mi corazón, me perdones y me concedas el don de la vida eterna. Amén.

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el mar nos rociara la cara. Algunos jóvenes se paraban en la cubierta de proa como si fueran surfistas y hacían equilibrios mientras la nave se elevaba sobre las olas y luego caía.

Cuando llegamos a nuestro destino —un santuario marino—, algunos nos contentamos con descansar en la cubierta, tomar el sol, disfrutar de un buen libro o simplemente dejar pasar el día con parsimonia.

Otros, abandonando nuestro refugio, se zambullían y pasaban a otra dimensión, para bucear y admi-rar la abundante vida acuática que había en las formaciones de coral. El blanco y arenoso lecho marino estaba decorado con estrellas de mar azules. Cardúmenes de pececillos fluorescentes comían rosquillas de nuestras manos. Un pez payaso me dio simpáticos mordisquitos en el pie. Innumerables peces se escon-dían de repente en el coral de vivos colores y luego volvían a salir. Bien

EN LA PROA DE UNA BANGKA

valió la pena recorrer medio mundo para ver todo aquello.

Tal vez seas de los que gozan de la seguridad de la cabina, o quizá de los prefieren la emoción de la proa. De cualquier manera, la vida es una aventura cuando Dios es nuestro capitán. A los que creemos en Él nos une un singular vínculo de fraternidad: todos viajamos en la misma nave y nos dirigimos al mismo puerto.

Dios también tiene muchas sor-presas para nuestro deleite cuando nos sumergimos en el agua de Su Palabra. Allí descubrimos maravillas que los paisajes submarinos más arrebatadores apenas logran imitar. Si nos aventuramos en Su territorio y seguimos el derrotero que nos ha trazado en Su Palabra, no nos llevaremos una desilusión.

Curtis Peter van Gor der es guionista y mimo1. Vive en A lemania. ■

En un viaje para asistir a la boda de mi hijo en Filipinas me di el gusto de viajar en una bangka, una embarcación parecida a un cata-marán que tiene un flotador a cada lado, lo que le otorga gran estabili-dad. Ese diseño elegante y estilizado permite una buena velocidad, se ha empleado durante miles de años y sigue siendo de uso generalizado hoy en día.

Es muy estimulante sentarse en la proa y, conforme esta sube y baja, dejar que el agua te salpique y te empape. Los pies te quedan col-gando y van rozando ligeramente la superficie, y el barco se sacude como si fuera un carrito de un parque de diversiones.

Algunos de los que estaban en la nave prefirieron disfrutar del paseo debajo de la toldilla de popa, mientras que los más aventureros nos deleitábamos en la proa dejando que

1. http://elixirmime.com

Curtis Peter van Gorder

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Siempre me han fascinado las historias de personas que cambian su vida de un momento a otro. El renombrado cirujano que se trans-forma en panadero; el mendigo que se convierte en magnate de Wall Street; la mamá helicóptero que se hace montañista; el matrimonio emprendedor de alto vuelo que se entusiasma con el minimalismo y viaja por el mundo con todas sus pertenencias en una maletita. Será que me consuelo con la idea de que, si alguna vez hace falta, yo también puedo cambiar.

Hace poco decidimos como familia un cambio importante que siempre dijimos que evitaríamos: dejar de vivir en el campo e irnos a un vecindario urbano con muchas casas y pequeños jardines. Tomamos la decisión por varias razones, unas más cerebrales y otras más de índole

Abrazar los cambios Marie Alvero

emocional. Sin embargo, una de las mayores sorpresas ha sido la expe-riencia del cambio en sí. Así como al abrir la ventana de par en par en un cuarto húmedo y polvoriento se deja entrar la luz y el aire puro y quedan en evidencia las telarañas, así también los cambios nos infunden nuevas energías y revelan aspectos de nuestra vida que rechinan por falta de movimiento.

Tomé conciencia del miedo que tenía de perder el control y de lo mucho que había empequeñecido mi mundo para poder garantizar un resultado específico. Aprendí mucho acerca de confiar en Dios a lo largo de esta aventura que llamamos vida. Cuando se desvanece la ilusión de que lo controlamos todo, nos acorda-mos de cuánto necesitamos a Dios.

En esa temporada de mudanzas me prometí a mí misma que no iba a dejar de cambiar, que de algún modo revolucionaría mi vida perió-dicamente. Aunque no quiero volver

En la vida los cambios son inevita-bles. Podemos resistirnos a ellos y exponernos a que nos arrollen, o podemos optar por colaborar con ellos, adaptarnos y aprender a sacarles provecho. Cuando abra-zamos los cambios comenzamos a verlos como oportunidades de crecer. Jack Canfield (n. 1944)

a cambiar de casa en mucho tiempo, muchas otras cosas están en proceso de revisión. Me he vuelto a enamorar de esta oración: «Dios, concédeme serenidad para aceptar lo que no puedo cambiar, valor para cambiar lo que sí puedo cambiar y sabiduría para entender la diferencia»1.

M ar ie A lvero ha sido misioner a en Á fr ica y México. Lleva una vida plena y activa en compañía de su esposo y sus hijos en la r egión centr al de Tex as, EE . UU. ■

1. Atribuida al teólogo estadounidense

Reinhold Niebuhr (1892–1971)

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Cuando conduzco a una persona hacia una puerta, no la obligo a traspasarla, porque quiero que Mis seguidores tomen sus propias decisio-nes. La puerta está ahí, y si cruzas el umbral hallarás gran luz, porque Yo soy el camino, la verdad y la vida1.

Así pues, no temas empujar la puerta para que se abra y puedas entrar. Apenas des el primer paso, te concederé valor para dar el siguiente, aunque no sepas adónde te lleva el camino. No hay mayor llamamiento y satisfacción que avanzar por la senda que tengo para ti.

No te he quitado los ojos de encima desde el día en que naciste. He velado por ti, he dispuesto las cosas para ti y te he amado en todo momento. Lo he hecho desde el principio y lo haré hasta el final de los tiempos. No tengas miedo, pues, de preguntarme qué planes tengo para tu futuro.

DA EL PASO

De Jesús, con cariño

1. V. Juan 14:6