HUMILDES PARAISOS. Formas arquitectónicas populares en los ...

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HUMILDES PARAISOS. Formas arquitectónicas populares en los cementerios de la provincia de Málaga FRANCISCO JAVIER RODRíGUEZ BARBERÁN Ahondar en la realidad de la arqui- tectura popular significa toparse con una dimensión telúrica del espacio humano de la existencia: es aquel área donde la habitación parece con- vertirse en un elemento más del entorno geológico y paisajístico, al que se suelda con un vigor inusitado. Sin embargo, no me corresponde en este breve artículo reflexionar sobre esta realidad compleja, objeto ya de numerosas investigaciones desde las perspectivas complementarias de la arquitectura o la antropología; me corresponde, en un ejercicio de espejos al que mi especialización me ha acostumbrado, asomarme a los espacios donde la existencia mate- rial de las personas se da por con- cluida: los cementerios. Los orígenes de los cementerios contemporáneos arrancan del desa- rrollo del discurso ilustrado en la segunda mitad del siglo XVII I, con las preocupaciones higien istas que ponían en tela de juicio la conviven- cia en las ciudades de los vivos y los muertos. A partir de ese momento -que en España tiene como referen- cia la Real Cédula de Carlos 11 1de 3 de abril de 1787- va a iniciarse un proceso de segregación de los espa- cios funerarios del interior de las poblaciones. El proceso, que en las grandes ciudades españolas -y andaluzas en particular- significó la lenta pero efectiva construcción de nuevos recintos fúnebres con enti- dad arquitectó nica perfectamente definida, no es homogéneo. Aparte de diferencias cronológicas sustan- ciales, el camino que va desde los cementerios parroquiales urbanos hasta los const ruidos en parajes ventilados -por seguir la terminolo- gía de la ordenanza carolina- se hace más difuso a medida que dis- minuye la importancia del núcleo de 12 Cementerio. Casabermeja (Málaga).

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HUMILDES PARAISOS.Formas arquitectónicaspopulares en los cementeriosde la provincia de MálagaFRANCISCO JAVIER RODRíGUEZ BARBERÁN

Ahondar en la realidad de la arqui­tectura popular significa toparse conuna dimensión telúrica del espaciohumano de la existencia: es aquelárea donde la habitación parece con­vertirse en un elemen to más delentorno geológico y paisajístico, alque se suelda con un vigor inusitado.Sin embargo, no me corresponde eneste breve artículo reflexionar sobreesta realidad compleja, objeto ya denumerosas investigaciones desdelas perspectivas complementarias dela arquitectura o la antropología; mecorresponde, en un ejercicio deespejos al que mi especialización meha acostumbrado, asomarme a losespacios donde la existencia mate­rial de las personas se da por con­cluida: los cementerios.

Los orígenes de los cementerioscontemporáneos arrancan del desa­rrollo del discurso ilustrado en lasegunda mitad del siglo XVII I, con las

preocupaciones higien istas queponían en tela de juicio la conviven­cia en las ciudades de los vivos y losmuertos. A partir de ese momento-que en España tiene como referen­cia la Real Cédula de Carlos 11 1de 3de abril de 1787- va a iniciarse unproceso de segregación de los espa­cios fune rarios del interior de laspoblaciones. El proceso, que en lasgrandes ciudades españolas - yandaluzas en particular- significó lalenta pero efectiva construcción denuevos recintos fúnebres con enti­dad arquitectó nica perfectamentedefinida, no es homogéneo. Apartede diferencias cronológicas sustan­ciales, el camino que va desde loscementer ios parroquiales urbanoshasta los const ruidos en parajesventilados -por seguir la terminolo­gía de la ordena nza caro lina- sehace más difuso a medida que dis­minuye la importancia del núcleo de

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Ceme nte rio . Casabermeja (Málaga).

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población estudiado. Son precisa­mente las pequeñas comunidadesaquellas que suelen manifestarmayores resistenc ias al abandonode los antiguos espacios de la muer­te y, en todo caso, suelen revestir alos nuevos de un aire de familiaridadcon los anteriores: vinculación aalgún edificio religioso preexistente- ermita o capilla rural-; formas desepultura prácticamente idénticas alas que ocupaban el extinto parro­quial; etc. En algunos casos, incluso,el enterramiento urbano no llega aclausurarse, y mantiene su convi­vencia con el lugar de la vida sin queel paso del tiempo perturbe su exis­tencia al margen de los mandatoslegales.

Este artículo tiene como intenciónfundamental moverse por este terre­no incierto, que se aparta del caminode las necrópolis, conve rtidas enexquisitos catálogos a escala reduci­da de las pasiones eclécticas e his­toricistas -amén de raros excursuscontemporáneos-; de éstas haybuenas muestras en la provincia deMálaga , como lo atest igua elCementerio de San Miguel , en lacapital, hoy seriamente amenazadoy cuya continuidad debe ser garanti­zada por el bien de la memoria histó­rica de la comunidad. En las páginassiguientes van a preferirse las tapiasenjalbegadas y las tumbas humildessin grandes artificios; en ellas se vis­lumbra un pulso que no es el de lagran historia o el de los apell idossonoros, sino el de la traslación alespacio de la muerte de formas devida enormemen te apegadas a suentorno.

No es una exageración decir queel conjunto de los cementerios de laprovincia de Málaga posee unavariedad tal que lo hace excepcionaldentro del panorama andaluz. Desdela percepción global de los recintoshasta la peculiaridad de las sepultu­ras, la provincia de Málaga revelacasi todos los matices de la forma deentender los espacios de la muerteen Andalucía. Es esto precisamentelo que hace a la provincia malague­ña especialmente atractiva para unanálisis que se escapa del habitualpara internarse por otros muchomenos hollados.

En las formas populares de enten­der los distintos espacios de la muer­te en Málaga percibiremos ecos leja­nos de las imágenes cultas, ya quelo popular suele atender a todas lasfuentes disponibles a su alcance; sinembargo, la reelaboración de aqué­llas, llevada a cabo por la actividadanónima de los más diversos agen­tes, la despojará de la condición pri­mera, para ofrecérnosla en un ámbi-

to completamente distinto. Tambiénnos toparemos con otras realidadesde mucha más difícil filiación, y habráque atender en ellas a la influenciadel entorno, o a circunstancias sólovalorables desde el ámbito etnológi­co o antropológico.

Sin embargo, la abundancia designos que los cementerios nos ofre­cen de forma fragmentaria ha de sercanalizada a través de alguna fórmu­la, pues de lo contrario se corre elpeligro de dispersar la informaciónhasta hacerla perde r importancia.Debido a ello voy a optar, como enotros estudios semejantes que he lle­vado a cabo, por elegir un itinerariofísico desde el exterior de los recin­tos hacia el interior, de lo general a loparticular de tumbas y sepulturas,convirtiendo el artículo en una sumade realidades sin ánimo, por supues­to, de exhaustividad.

La cerca es la frontera entre la ciu­dad de los vivos y la de los muertos.Sus perfiles son a menudo la imagenque permanece de los cementerios,y aunque en Andalucía suele apre­ciarse cierta homogeneidad en el tra­tamiento de la misma -tapia encala­da, utilizando casi siempre losmateriales propios de la zona- con­viene hace algunas precisiones parael c aso de Málaga . Además delaspecto indiscutiblemente rústicoque nos deparan algunos enterra­mientos -El Borge; Comares, conuna adaptación ejemplar a su irregu­lar emplazamiento-, hay que traer acolación la importancia que tiene enlos cementerios malagueños la utili­zación de edific ios preexistentes .Además de los casos de Alora yCasares, destaca sobre todos el deBenadalid, localidad de la serraníarondeña cuya importancia estratégi­ca queda de manifiesto en la fortale­za que hoy ocupa el cementerio. Enél se produce una ejemplar adecua­ción de lo ordenado por la legislaciónque arranca de Carlos 111 a la reali­dad: un espacio ventilado, separadode la población y cuya singularidad

Cementerio. Sayalonga (Málaga).

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arquitectónica dota al cementerio deesa capacidad de connotación que lees inherente. Frente a las elabora­ciones académicas de la arquitecturafuneraria, tan habituales en los siglosXVIII y XIX, Benada lid ofrece unespléndido ejemplo de transforma­ción de funciones, donde la razónpráct ica que suele acompañar amuchas manifestaciones popularesse revela con singular economía demedios.

El caso de Benada lid, además,abre una línea de reflexión sobre laque volveré en ocasiones posterio­res: la involuntaria poét ica de lamuerte de muchos pequeños con­juntos funerarios rurales. Es eviden­te, como acabo de comentar, que lasformas de lo popular cuentan casisiempre con unas posibilidades deexpresión limitadas. Ello no entra encontradicción con determinadas con­cesiones al barroquismo, cuya raízes de naturaleza comple ja. Sinembargo, he de advertir que, en elcaso de los cementerios, los mayo­res delirios suelen provenir del ámbi­to de la producc ión seriada: comoveremos más adelante, los catálogosde los marmolistas y las empresasafines dan entrada en casi todos losconjuntos, por humildes y equilibra­dos que sean, a una rica iconografíakitsch que amenaza expresiones tansutiles como la de Benadalid.

Esto nos conduce a un segundoámbito , que sólo es perceptiblecuando se ha superado la impresiónprimera de la cerca del camposantoy se han tenido de él varias visionescon diferente perspectiva: el planea­miento del recinto. En aparienc ia,éste es un tema que escaparía de ladimens ión popular de los enterra­mientos que estoy contemplandohasta ahora en el artículo. Sinembargo, el difícil proceso que vadesde los orígenes de los cemente­rios hasta su estado actual determi­na en muchos casos intervencionesque van más allá de los proyectosoriginales; como en el caso de la ciu­dad, los cementerios, ciudades-otrasa fin de cuentas, experimentan pro­cesos que escapan del control estric­to del planeamiento para ingresar enuna dimensión casi biológica. Ello esmucho más acusado cuando nosdistanciamos de los grandes núcleosde población, o incluso de los detamaño medio, para situarnos en elámbito rural. Ahí, la espontaneidaddel urbanismo y la arquitectura sepalpa de inmediato, con sus aciertosy sus errores, pero sin duda comoexpresión directa de avatares coti­dianos. Por ello son muchos loscamposantos malagueños donde elposible rigor de los inicios ha cedido

ante la que podr íamos denominarpresión demográfica inversa, estoes, aquella que surge de la demandadel espacio último de la muerte, lasepultura. Las sucesiones de patiosy de niveles, o las agrupaciones enaltura de tumbas -como veremosmás adelante-, que marcan a loscemente rios de Alcaucín, Alora, ElBorge o Cómpeta, nos hablan de lasnecesidades de una población. Deesta percepción de los cementerios- y valga aquí la paradoja- comoorganismos vivos se obtiene en elmundo rural una dimensión que noes equiparable a la de las grandesnecrópolis: mientras que en éstas elcrecimiento trae consigo el estableci­miento de una dialéctica centro-peri­feria entre las distintas zonas de losrecintos, los cemente rios ruralessuelen ver enriquec ida su imagencon el paso del tiempo, a pesar delas tensiones que le son inherentes.

No obstante lo anter ior, existenalgunos casos determinados en losque la comentada percepción delcementerio como un organismo noarranca de la metáfora, sino que lohace casi de la mímesis. Es lo queocurre al contemplar uno de los máspeculiares cementerios de la geogra­fía andaluza, el de la localidad deSayalonga. Al margen del atractivoque su emplazamiento le confiere,aprovechando el carácter montuosode la zona, la sorpresa nos llega dela propia entidad del cementerio: unespacio vagamente circular, rodeadode una sencilla tapia enjabelgada,alberga en su interior diversos gru­pos de sepulturas dispuestas por elperímetro -la ocupación del espaciocentral con bloques de nichos sedebe a actuaciones recientes dedudoso interés- oSayalonga se nosaparece como una reivindicación delanonimato creativo en los cemente­rios populares, como una sencillaArcadia sobre la que pesa la amena­za de la desnaturalización. Y estaamenaza, simbolizada en las lápidasde mármol con columnillas y figurasde pésimo gusto, es aún más fuerteporque surge precisamente del mis­mo ámbito que hizo posible la espon­taneidad del conjunto primero; en laactualidad, sin embargo, los influjosrecibidos provienen de una culturamarcada por modelos de comporta­miento ajenos a la tradición que sos­tuvo la ingenuidad que aún emanade este discreto recinto.

De todos modos, esta identifica­ción entre la comunidad y el cemen­terio sigue siendo determinante enmuchos casos . El cuidado de laspartes comunes de los camposantosy de sus sepulturas es todavía, enlos núcleos de población menores,

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Cementerio de Sayalonga.

una costumbre arra igada más alládel periódico encuentro del mes delos Santos. En las ciudades, los indi­viduos sólo sienten el cementeriocomo algo suyo cuando se producela visita al mismo por razones defuerza mayor, quizás con la únicaexcepción de las fechas situadas entorno al primero de noviembre. Elrecuerdo a los difuntos pasa a seruna marca en el calendario, y la rela­ción con el espacio fúnebre tienelugar a través de intermediarios: laadmin istración, como responsabledel manten imiento del cementerio;las empresas fúnebres , que actúancomo filtro en el momento del falleci­miento del familiar o el allegado; per­sonas anónimas, que han hecho dela limpieza de las sepulturas su modode vida... De hecho, proliferan ya loslugares donde los ritos sociales queacompañan al duelo se desarrollanfuera de los muros del camposanto ,como es el caso de los tanatorios.Éstos no cumplen con la misma fun­ción que la casa o la iglesia en losentierros tradicionales, sino que ofre­cen una alternativa para quienes lavisita al cementerio se convierte enun hecho desagradable.

Por contra, en el medio rural, larelación suele ser mucho más estre­cha. El camposanto no es el lugar delexilio de los muertos, sino que esotro de los espacios de la vida de lacomunidad. El vínculo entre las cos­tumbres y los acontecimientos cen­trales de la existencia -desde el naci­miento hasta el óbito- con losámbitos a los cuales se vinculan, semanifiesta de un modo que noent iende de segregaciones. Nocaben aquí las intermediaciones, y síla relac ión directa entre los indivi-

duos y el lugar donde reposan losrestos de quienes les precedieron enla construcción de la comunidad.

Esta idea del cementerio, no comoun simple fenómeno de mímesis demodelos urbanos, sino como unaextensión natural del espacio de lavida cotidiana, está presente en unbuen número de poblaciones anda­luzas. Sin embargo , nunca llega aalcanzar el grado de sublimación delque quizás sea el más conocido deentre los cementer ios de la comuni­dad: el de Casabermeja . El perfil desus bóvedas trasdosadas salpicadasde sencillos remates, percibido des­de la carretera que acerca a los via­jeros hasta la capital, resulta incon­fundible. Existen otros cementeriosde mayor valor histórico, artístico opaisajístico, pero la forma en que la

Cementerio de Casabermeja (Málaga).

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comunidad ha sabido interpretar unaimagen mediterránea de la muerteresulta ejemplar en su sencillez. Lamuerte se aleja de la ostentación delo privado: no hay lujosos panteones,pero tampoco sepulturas empobreci­das por el abandono. Nos impresionael conjunto, más allá de las indivi­dualidades, y percibimos en él lablancura que desprenden sus murosantes que la dudosa elección dealgún material impertinente. Por todoello, no es difícil dedicar la últimamirada de este breve artículo aCasabermeja: nada más alejado deuna falsa concepción de lo popularque el sincre tismo de su espac io,sagrado y profano por partes iguales,territorio de la vida y la muerte a unmismo tiempo.

BIBLIOGRA FíA

Presento aquí una breve reseña biblio­gráf ica que, desde lo genera l hasta lomás particular, puede ayudar a comple­mentar algunos de los temas desarrolla­dos en el artículo.

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