HUDSON, WILLIAM HENRY - El ombú y otros cuentos

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    WILLIAM HENRY HUDSON

    El ombEl omby otros cuentos rioplatensesy otros cuentos rioplatenses

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    El Omb.............................................................................................................................4El nio diablo...................................................................................................................28El cuento de un overo......................................................................................................40Marta Riquelme(Del M. S. de Seplveda).................................................................................................47

    La confesin de Pelino Viera...........................................................................................62Glosario...........................................................................................................................75

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    WILLIAM HENRY HUDSON naci en Quilmes, Provincia de Buenos Aires, el 4 deagosto de 1841. Obras escritas en ingls: Birds of La Plata, The Naturalist of U Plata;

    Idle Days in Patagonia; A Hind in Ricbmond Park; Far Away and Long Ago; ThePurple Land; El Omb, Story of a Griebald Horse y Marta Riquelme. Falleci enLondres, el 18 de agosto de 1922.

    La mayora de sus libros, los consignados, aqu no completan su opera omnia, hansido traducidos al castellano.

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    A mi amigo R. B. Cunninghame Gram,singularsimo escritor ingls que ha vivido entre losgauchos y los conoce hasta el carac, como diranellos mismos y que, nico de los escritores europeos,refleja en sus libros algo del colorido de aquella lejana

    vida que est tan rpidamente desapareciendo.W. H. HUDSON

    Cada comarca en la tierratiene un rasgo prominente:

    El Brasil su sol ardiente,minas de plata el Per;

    Montevideo su cerro;Buenos Aires, patria hermosa!,tiene la pampa grandiosa;la pampa tiene el omb.

    LUIS L. DOMNGUEZ

    El Omb

    Esta historia, de una casa que existi en otro tiempo, me la cont a la sombra, unda de verano, Nicandro, aquel viejo a quien a todos nos gustaba escuchar, puesrecordaba, y poda relatar correctamente, la vida de cada persona que haba conocidoen su pago, cerca de la laguna de Chascoms, en la pampa, al sur de Buenos Aires.

    I

    -En toito este partido, aunque ust vaya siete leguas pac y pay, no encontrar unrbol tan grande como este omb, creciendo solo ande no hay una casa; por eso es quetodo el mundo lo conoce por el nombree el omb, como si hubiera uno solo; y elnombre desta estancia, aura sin dueo y arruinada, eh El Omb. De unae las ramasmh altas, si ust puede encaramarse, ver, a unas veinticinco cuadras de aqu, lalagunae Chascoms, de un lao al otro, y el pueblo en su orilla. En un da despejao

    podr ver hasta cosas ms chicas: tal veh una raya colorada cruzando el agua... unabandadae flamencos volando asign su costumbre.

    -Un gran rbol creciendo solo, sin casa cerca; slo quedan los cimientos de unacasa; pero tan cubiertos de pastos y yuyos, que hay que mirar muy bien pa incontrarlos.Cuando ando con mi majadae ovejas en el verano, sabo venir paca a sentarme a lasombra. Est cerquitae el camino, y forasteros, tropas de caeretas y animales, y lagalera, toitos pasan por ay. A veces, a medioda, encuentro a algn pajueranodescansando a la sombra, y si no est durmiendo, platicamos, y l me cuentae aquelgran mundo que estoh ojos jamh an visto. Dicen que la casa ande cai la sombra elomb, padece desgracias, y que, por ltimo, cai en ruina; y en esa casa, que ya no esiste,daba la sombra el omb a la caidae la tarde toitos los das de verano. Tambin dicenque los que se sientan mucho a su sombra, se gelven locos. Tal vez, seor, los gesos

    de mi mollera sean ms duros que los de la generalide loh ombres, pueh eacostumbrao sentarme aqu toita mi vida y aunque ya estoy viejo, entoava no he

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    perdido el, mate. Es verd que por fin le vino la mala suerte a la casa; pero la afliccinhae dentrar por toda puerta, la afliccin y la muerte que le llega a todo cristiano; y todacasa, seor, por fin se derrumba.

    -Oye el mangang all arriba entre las ramas? Mrelo! Parece una bolae ororelumbroso colgada en el aire entre lahojas verdes, zumbando tan juertazo!

    -Ay, seorl Loh aos, que han pasao y la gente que ha vivido y muerto, mehablan lo mesmoe juerte cuando estoy sentao aqu solo! Estos son solamente ricuerdos;pero hay otras cosas que nos guelven del pasao; y sas son lahanimah en pena. Avece, a medianoche, se vee lejos toito el rbol, desde las raiceh asta la ultimah ojas,relumbrando como un juego blanco. Qu podr ser ese juego, seir, que tantoh anvisto, y que, sin embargo, no chamusca lah ojas de loh rboles? Y, a veces, cuando unforastero se acuesta aqu a echar una siestita, siente pasos que van y vienen, oye cacariargallinas y torear perros, y anios que gritan y se riden, y las voces de gente que habla;

    pero cuantito se levanta para escuchar, los sonidos se apagan, y, por lltimo, parecendentrarse al rbol con un suave murmullo, como el que hace el viento cuando sopla porentre lah ojas.

    -Dende qu era chico, a la ede seis aos, cuando yo poda montar un petiso, heconocido este rbol. Se vea entonces, lo mesmito que hoy da; a gatas podan rodearlocinco hombre con los brazoh estiraos. Y la casa estaba ay, ande ust ve esa ortiga; eralarga, chata ye ladrillo, cuando haban muy pocas casas de ladrillos por este partido, ytena techoe tejas.

    -El ltimo dueo se iba acercando a la vejez. No quieroecir por eso que se vieraviejo; al contrario, se vea lo quera, un hombre entre lohombres, como que les llevabala cabeza a la mayora, y con la juerzae un gey; pero el viento haba soplao ydesparramao un pu-aoe ceniza por su gran barba y sobre el pelo que le caa hasta lohhombros, como las clines de un redomn negro.

    ste era don Santoh Ugarte, conocido por la gentee este partido por el nombreeEl Caballo Blanco, por la blancurae su cutis, que la mayorae lohombres tienenoscuro, y por su altiveh y airee autorid. Haba tamin otra razn, y sa era la

    barbaride chicoh en esta ve-cinde que se deca que era el padre. En toitas las casas,a muchas leguaha la redonda, se leh enseaba a los nioh a tratarlo con mucho respetoy a llamarlo to, y cuando se apareca don Santos, toitos los chiquilines corran ande l,y hincndosee rodillas, le decan: La bendicin, to! l leh echaba su bendicin;entonces, despus de aprietarle las nariceh a uno ye tirarle lahorejah a otro, hacachasquiar el rebenque sobre sus cabezas, pa que supieran que haba acabao con ellos, yque al tirondaran mudar.

    -Estoh eran hijos del viento, asign el dicho; pero el gran de-seoe don Santos era

    tener un hijo legtimo, que llevara el nombree Ugarte, y que heredara El Ombdespus de su muerte, como l lo haba heredaoe su padre. Pero, aunque se haba casaotres veces, no haba tenido nengn hijo, ni tampoco hija. A algunos les pareca muy raroque un hombre con tantoh ijos no hubiera tenido uno por unae sus mujeres. Raro sera,seor, pa los que no rcuerdan que no semos nohotros los que arreglamos estas cosas.Sabemos decir muchas veces que el Padre Eterno es demasiado importante para

    priocuparsee nuestros pequeoh asuntos. Semos tantos nohotros; y, cmo va a poderl, sentao en su trono, all tan lejos, saber cuanto pasa en su reino? Pero hay quericordar, seor, que don Santos no era un cualquiera, y que sindudamente alguien lehabra sealao ese hombre al Todopoderoso y que l, despus de cavilar sobre la casa,habra dicho Pues, Santos, no habis de salir con la tuya, porque aunque soh un

    hombre devoto y dah a manoh enllenas de tu hacienda a la iglesia y a los pobres, no

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    estoy enteramente contento con vos. Y ansina pas que don Santos no tuvo un hijo quelo heredara.

    -Sus dos primeras mujeres haban muerto, asign decan, por causae su amarguracon ellas. Yo conoc a la tercera, a misia Mericie; era una mujer callada, con un aireafligido, que contaba pa menoh en la casa que cualquier mucama o esclava. Y yo, un

    simple muchacho, que poda saber yoe los secretos de su corazn? Nada! Slo la viplida, callada y afligida, y porque suh ojos me seguan, le tena miedo, y siempretrataba e no incontrarme solo con ella. Pero una maana que vine a El Omb y dentra la cocina, la hall sola, y antes que pudiera arrancarme, me agarro en sus brazos, ylevantndome el suelo, me apriet contra su pecho, llorando y llamndome hijoe mialma, y qu s yo qu ms; y pidindole al Padre Eterno que me bendijera, me enllenla carae besos. Entonces, oyendo redepente ajuerita la voz de don Santos, me solt y sequed mirando asustada pa la puerta, como si hubiera sido echae piedra.

    -Al poco tiempo ella tamin muri, y su muerte no hizo nenguna diferiencia en lacasa, y si don Santos llev una faja negra en el brazo, slo ju porque era la costumbre,y no que la llorara en su corazn.

    II

    -Habiendo muerto aquella silenciosa sombraemujer, naides poda ecir que donSantos juera duro, ni tampoco se poda ecir nada en su contra, eceto que no era unsanto a pesar de su nombre. Pero, seor, no esperamoh allar santoh entre loh ombres

    juertes que viven a caballo y que son dueos de grandeh estancias. Si haba uno a quiense poda llarnar, el padree los pobres, ese hombre don Santos; por eso es que muchos loqueran, slo los que lo haban injuriao o contrariaoe alguna manera, tenan motivo patenerle miedo y aborrecerlo. Pero dejem aura contarle lo que yo, un muchachoe diehaos, vide un da en el ao 1808. Eso le muestrar la layae hombre que era don Santos;

    y tamin su coraje y la juerza e sus puos.-Era su costumbre, cada doh o tres meses, hacarleh una visita a los flaires dese

    convento que hay como a medio dae aqu.-Los flaires queran mucho a don Santos, y siempre que l iba a verlos, llevaba un

    caballoe tiro, cargao con regalos; un gordo costillar de vaquillona, uno o doslechoncitos, un par de corderitos, cuando paran lahovejas; algunos pavos y patosgordos, una sartae tinamuces un par o dos de mulitas y la pechuga y alas de un and;y en el verano, una docenae gevos de avestruces, y qu s yo qu ms.

    -Una tarde, estando yo en El Omb de visita, y por golverme a casa, me vido donSantos y me grit: Apete y solt tu flete, Nicandro. Voy a dir maana al convento, yvos montars el caballo con las cosas, y ansina me evitar el trabajoe llevarloe tiro. Te

    vers como un chingolo montao en l, y no sentir tus pocah onzas de peso. Podsdormir esta noche sobre un pelln en la cocina, y levantate tempranito maana, unahora, antes de clariar el da.

    -Entoava brillaban lah estrellah a la maana siguiente, cuando nos pusimoh enmarcha; era en el mes de junio, y cuando atravesamoh el Samborombn, empezaba asalir el sol, y toita la tierra se vea blanca con la escarcha que se haba formao. Amedioda llegamoh al convento, y juimos recibidos por los flaires, que abrazaron y

    besaron a don Santoh, en ambas mejillas, y se hicieron cargo e nuestros fletes. Despusdel almuerzo en la cocina, estando ya el da templao y agradable, nos sentamoh al laoeajuera, a tomar mate y a pitar; don Santos habra estao platicando con los flaires comouna hora, o ms, cuando de un redepente se aparici un mozo que vena a caballo, atoito escape, hacia la tranquera, gritando: Loh ingleses! Loh ingleses!

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    -Todos nos paramoh al instante,y enderezamos pa la tranquera, y subindonohencima, vimos pa lao en que sale el sol, a menos, de media legua, un gran ejrcito quemarchaba en direccin a Genoh Aires. Podamos ver que la partee la tropa que ibaadelante, haba hecho alto a la orillae un arroyo que corre al laoel convento, ydesemboca en el Plata, a dos leguah al Este de ay. La tropa se compona toitae

    infantera y una pilae gente la vena siguiendo a caballo; eran, asign nos cont elmozo, vecinos que haban ido a ispiar a loh invasoreh ingleses; tamin dijo que lossoldados, al llegar al arroyo, haban empezao a tirar sus mantas al suelo y que elgauchaje lah estaba recogiendo. No hizo ms que or esto don Santos, cuando ijo queiba a juntarse con ellos, y montando su flete, y siguindolo de atrasito yo y dos de losflaires, que dijieron que queran recoger algunas mantas pal convento, echamos pallaoel arroyo.

    -Al llegar ay, encontramos que, no contentos loh ingleses con el paso, que tena unfondo sumamente barroso, haban arreglado otro lugar por ande cruzar, derrumbandolos bordes del arroyo a ambos laos; haban dueblao una pilae mantas, y lah abantendido en el lecho el arroyo, ande meda unos veinticinco pasos de un lao al otro.

    Tamin estaban tirando la mar de mantas, y el gauchaje lah estaba recogiendo ycargando con ellas sus fletes. Don Santos se meti en medioe la turba y agarr unasdiez o doce mantas, las mejores que hall, pa drselah a los flaires; entonces recogialgunas pocas pa l mesmo y me ordin que se las cargara a mi flete.

    -Les hizo mucha gracia a los soldados ver lo apuraos que estbamos recogiendo lasmantas del suelo; pero cuando unoe los nuestros grit: Esta gente debe haberse gertoloca, pa tirar sus mantas de esa manera, con este tiempo tan fro; tal vez sus casacascoloradas loh abrigarn cuando estn tendidos por ay esta noche, un soldado quecomprindi y saba hablar espaol, retruc: No necesitamos mh esas mantas, seores.Cuando durmamoh otra vez, ser en las mejores camas de Genoh Aires. Estoncesgrit don Santos: se, seores, tal vez sea un sueo el que jams dispierten. Esto quedijo don Santos loh hizo fijarse en l, y el soldado retruc: Nohay much hombrescomo ust por estas tierras, ansina que no noh asusta lo que ust dice. Dispus, lossoldados se entretuvieron mirando a los flaires, mientras ataban a sus fletes las mantasque don Santos les haba dao, y afijndose que llevaban espuelas atadah a sus patas

    peladas, se rieron a gritos, y el que hablaba espaol les dijo: Sentimos mucho, genoshermanos, que no tengamos botas que ofrecerles, adems de las mantas.

    -Pero habamos acabao lo que tenamos que hacer, y dicindole adis a los flaires,enderezamos pa El Omb, diciendo don Santos que estaramos de gelta antes demedianoche.

    -Era pasao la mite la tarde, habiendo andao unas seis leguas, cuando vimos a lo

    lejos a una pilae hombreh a caballo, desparramaos por la pampa, algunos paraos yotros galopiando pac y pay.-El pato! El pato!, grit don Santos, muy agitao. Ven conmigo, muchacho:

    vamoh a aguaitar el juego mientrah est cerca, y cuando pase, seguiremos nuestrocamino! Haciendo galopiar su flete, y yoe atrasito, luego llegamoh ande estabanluchando loh ombres por apoderarse el saco con el pato, y nos quedamos paraoh unrato mirando. Pero don Santos no era hombre pa quedarse mucho tiempoe mirn;

    jamh iba a una yerra, a un rodeo, a las carreras de parejeros, a un pericn o a otradivirsin, y, sobre todo, a la el juego el, pato, que no tomara l parte. Muy pronto seapi pa quitarle las pilchas ms pesadas a su flete, y dicindome que las cargara al moy lo siguiera, galopi pal medioe los jugadores.

    -Se haban arrejuntao unos cuarenta o cincuenta paisanos de a caballo haciendorueda, y esperaban tranquilamente pa ver cul de los tres que tena agarrao el saco se lo

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    llevara. Eran hombres juertes, bien montados, y cada uno estaba resuelto a quitarle lapresa a loh otros dos. Seor, cuando ricuerdo el juego el pato, y pienso que ya no sejuega a causa el Tirano, que lo prohibi, me dan ganas de llorar, que ya no haiganhombreh en esta pampa ande primero vide la luz. Qu luchar, seor, y qu tirar ysudar de aquelloh ombres! Casi se desmontaban unoh a otros!; sus fletes, que estaban

    avezados, se ladiaban pajuera, hundiendo sus patah en el pasto como cuando resistenel tironazoe un animal enlazao. Uno e los jinetes era un mulato macanudo, y los quemirahan el juego, slo aguardaban el momento que les quitase el saco a loh otros dos

    pa drsele al humo y tratar de quitrselo antes que pudiera escaparse.-Don Santos, como he dicho, no quiso quedarde mirn, pues, no tena el saco otra

    manijera? Jugndole las nazarenah a su pingo, enderezpal centro el grupo, y luegoconsigui agarrarla.

    Algunos de los que miraban el juego pegaron un gritoe juria al ver que eraepajuera, mientras que otros aplaudan su coraje. Los tres que haban estao luchando sedieron cuenta aura que tenan a un alversario comn. Aunque estaban agitaos por lalucha, lh asombr la fachae don Santos,de aquel hombrachn, montao en ese caballo

    tan grande, de cutis tan blanco y pelo largo, y que cuando echaba atrh el poncho, se levea a la cintura un facn del tamaoe una lata y un trabuco macanudo. Al poco ratoedentrar don Santos en el juego, toitos los cuatro rodaron por el suelo.

    Pero no cayeron al mesmo tiempo; el ltimo que cay ju don Santos, que a todotrance se resista a que lo bajasen del caballo, hasta que, por fin, el caballo y su jinetecayeron encimae los dems.

    Dos de loh ombreh, al cair, haban perdido las manijeras; entonces, el mulato, pasalvarsee ser aplastao por el fletee don Santos, tamin tuvo queaflojar, y enllenoe

    juria al ser vencido por aquel pajuerano, pel el facn y lo amenaz. Pero don Santosju demasiado listo pa l; le encaj un talerazo en el mate con el pesao caboe plata, quelo volti al suelo, aturdido. De los cuatro, el nico que no haba salido lastimao era DonSantos, y levantndose el suelo, y golviendo a montar, se larg al galope por entre elgauchaje, con el saco en la mano, hacindose elloh a un lao pa dejarlo pasar.

    -Haba un paisano entre la turba, que noh haba llamao a todos la atencin: era muyalto, y llevaba un poncho blanco, muchas pilchas de plata y un largo facn en una vainatamin de plata; su flete, blanco como la cuajada, tamin estaba toito enchapeao en

    plata. ste ju el nico que protest:Amigosy compaeros! -grit-, es ste el fin? Si dejamoh a este pajuerano

    llevarse el pato, no ser por tener puos ms fuertes, ni mejor flete, sino porque cargaarmas. Qu dicen ustedes, amigos?

    -Pero naides retruc. Haban visto la juerzae don Santos y lo corajudo qu era, y

    aunque ellos eran muchos y l uno solo, prefirieron dejarlo dirse tranquilamente.Entonceh, el del caballo blanco, con un seno e rabia, se apart e los dems, y empeza seghirnoh a unos cincuenta pasos. Cada vez que don Santos golva atrs, patracrsele, se alejaba; pero tan prontito como seguamos nuestro camino, golva aseguirnoh otra vez. Ansina caminamoh hasta ponerse el sol. Don Santos se va serio,

    pero tranquilo; yo, siendo tan chiquillo, estaba muertoe miedo. Ay, to -le dije en vozbaja-, por el amor de Dios, apuntel con el trabuco a ese hombre, y mtelo, para que nonos vaya a matar a nohotros!

    -Don Santos se ri. Muchacho sonzo -retruc l-, qu, no sabes voz que es esoprecisamente lo qul -quiere que yo haga? l sabe que a esta distancia yo no podrapegarle, y que despus que hubiese descargao el trabuco quedaramos los doh en las

    mesmas condiciones, pecho a pecho, y un facn contra otro; y, quin sabe entonces

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    cul de los dos matara al otro! Dios sabe mejor, dende que l lo sabe todo, y l me loha metido en el corazn, que no dispare.

    -Cuandose escureci, caminamos ms despacito, y entonces el hombre acort ladistancia quehaba entre l y nohotros. Podamoh or la resonanciae su chapeo, ycuando mir patrs, pude ver un bulto blanco, medio confuso, que nos vena siguiendo

    como un fantasma. Entonces, redepente, sent retumbar las pisadas de su flete, y o unsilbido, como que noh hubiese arrojado algo; altiro, el caballoe don Santos se puso acorcoviary a patear; entonces se par, temblandoe susto.

    Tena las patas traseras enriedadah en las boleadoras que el hombre noh habalargao. Don Santos se api, echando maldiciones, y pelando su facn cort los tientosque tenan amarradas las patas del animal; entonces, golviendo a montar, continuamos,como endenante, con el bulto blanco siempre siguindonos de atrasito.

    -Por fin, como a esoe medianoche, llegamoh al Samborombn, al mesmo paso porande habamos cruzao esa maana, ande meda unas cuarenta varas, y el agua, en las

    partes mh ondas, slo le llegaba hasta la panza a los fletes.-Que se alegre tu corazn, Nicandro!-dijo don Santos al meternoh en el agua-,

    porque aura es la nuestra; acordate lo que teigo.-Atravesamos despacito, y saliendo allao Sur, don Santos se api, sin meter bulla y hablndome muy calladito, me mand que

    juera adelante con los dos fletes, y lo esperara por el camino. Me dijo que el hombre nopodra verlo acurrucao ay, a la orillael arroyo, y creyendo que no haba peligro,atravesara, para recibir el trabucazo a dos pasos de distancia.

    -Ju un mal rato el que pas entonces; ay estaba yo solito mi alma, esperando a donSantos, y con el jess en la boca, a gatas atrevindome aresollar, mirando a la escurid,asustao e aquelbulto blanco, que pareca un nima en pena, yaguzando el odo, pasentir el tiro. Le peda a la Virgen Santsima que enderezara el trabucazo hacindolodentrar derechito en el corazn dese malvao, y que nos libra-rae l. No hubo tiro, ninengn sonido; pero al ratito se oy el, ruidoe el chapeao y el estampido de pisadas decaballo, que luego se alejaron.

    Tal veh el hombre tendra sus sospechah en que andaba don Santos, y haba dejaode perseguirnos, y se haba gelto.

    -No ricuerdo ms de ese viaje, que acab en El Omb cuando empezaban a cantarlos gallos,eceto que durante la noche, don Santos me pas una lonja alrededor de lacintura y me at al recao por delante y por detrs, pa que no me cayera cuando mequedaba dormido.

    III

    -Ricuerde, seor, que estoy hablando e cosas que pasaron cuando yo era chico. Los

    ricuerdos que me quedan de esos tiempos son pocos, y estn desparramaos como lospedazos de tejas y fierromogoso que ust encuentrar medio enterradohentre los yuyosay ande estaba la casa; pedazosque una vez formaron partee el edificio. Algunostrances, algunas caras y voces, ricuerdo, pero no podraecir en que ao. Ni tampoco

    puedoecir cuntoh aos haban pasao dende la muertee misia Mericie y de la visita alconvento. Bien pueden haber sido muchoh o pocos. Haban habido invasiones,habamos tenido guerras con el estranjero y con los salvajes, habamos ganao nuestraindependencia y haba pasao muchas cosas ms, l, don Santos, a quien Dios habahecho tan juerte, tan noble y tan corajudo, estaba ms viejo y con el pelo toito blancocuando le cay encima aquella gran alversid. Y todo ju por causae un esclavo, de unmozo que haba nacido y se haba criado en El Omb, y que haba sido el favoritoel

    patrn. Pues, asign dicen criamos cuervos pa que nos saquen loh ojos. Pero noviaecir nada contra ese pobre muchacho que ju la causa de aquella calamid, porque

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    no ju toda culpa de l. Partee el mesmo demonio y un carcter muy arrebatao. Y quiensabe tamin si no habra llegao, el tiempo en que El que reina sobre todas las cosas ledira: Mir, Santos!, te vi a plantar el pie encima y te pondrs como un zapallocimarrn a fines de verano, cuando se ponen ms secos que una cscara e gevo y sequebran tan fcilmente.

    Ricuerde que haba esclavos en esos das, y tambin que haba una ley que fijaba elprecioe cada hombre, juera joven o viejo, ansina que si un esclavo iba ande su patrncon la plata en la mano y le ofertaba el precioe su libert, dende ese mesmo momentoquedaba libre. No importaba que su patrn no quisiera; tan pareja era la ley.

    -Don Santos sabaecir, cuando hablaba e suh esclavos: stos son mis hijos y mesirven porque me quieren y no porque sean esclavos; y aura mesmo les ofertara sulibert a cualquiera dellos, no la acetara. l slo les va la cara, no el corazn.

    -Su favorito era Melitn; negro pero bien parecido, y aunque era slo un mozo,tena autorid sobre todos los dems; y se vesta bien y montaba los mejores pingos desu patrn y tena fletes propios. Pero nunca jams se dijo de l que hubiese alcanzao esa

    posicin a juerzae halagos o mentiras. Al contrario, todos lo queran, aun los que

    estaban bajo suh rdenes, por su gen corazn y su manerae ser; era siempre carioso yalegre. Era de aquellos que no importa lo que hagan, lo hacen mejor que otros; cualquiercosa que quisiera su patrn, ya juese correr uno e sus parejero en una carrera, o hacerdomar un redomn, enlazar un flete, o hacer riendas, un rebenque o una cincha, o tocary cantar en la vigela, bailar un pericn, siempre era Melitn. Melitn pac, Melitn

    paya. No haba naides como l.-Aura este muchacho, en el fondoe su corazn, tena un gran deseo que haba

    guardao en secreto, y pa ello haba ahorrao toita su plata; por ltimo, jue un da andedon Santos con un puaoe oro y plata en la mano y leijo: -Mire,mi patrn, aqu tiene el

    precioe mi libert; tmelo y cuentel, y vea que est justo, y djeme quedarme en ElOmbpa servirlo de aqu en adelante sin paga; pero ya no sere mahesclavo.

    -Don Santos tom la plata en la mano y dijo: Ju pa esto, entonces, que aurraste,cachafs, aun la plata que te di pa que gastaras y te divirtieras con ella, y la plata queganaste vendiendo loh animales que yo te di... aurraste pa esto? Ingrato, tens elcorazn ms negro que tu cuerol Tom tu plata y mandate mudar y nunca jams crucesmi camino otra vez si deset vivir muchos aos! En diciendo esto le tirel puaoe oroy plata en la cara con tal juerza que se la cort, dejndolo medio aturdido al pobre.Melitn se golvi bambaliando hacia su flete, mont y se ju sollozando como un nene,mientras que le chorreaba la sangre por la cara.

    -Al poco tiempo se ju de estos pagos a vivir en Las Vboras, al laoel ro Vecino, alsur de Dolores, y ay aprovech su libert pa comprar animales gordos, vendindolos

    despus en la feria, y durante doh aos le ju muy bien, y todo bicho, pobre o rico, erasu amigo. Pero no era feliz, porque su corazn se mantena siempre fiel y amaba a suviejo patrn, que haba sido como un padre con l, y sobre todas las cosas quera ser

    perdonao. Y, por ltimo, un da, esperando que ya se le habra pasao el enojo a donSantos y que tendra gustoe verlo otra vez, vino a El Omb y pregunt por el patrn.

    -El viejo salie la casa y lo salud alegremente: Vaya, Melitn -dijo riendo-, hasgelto, a pesar que te previne que no hicieras. Apeate pa darte la mano otra vez.

    -El otro, feliz, pensando que lo haba perdonado, se api y le alarg la mano. DonSantos se la tom y la apriet con tanta juerza, que el mozo gritel dolor, y encegao porsus lgrimas, no vido, que su patrn tena un gran trabuco en la mano izquierda, y que lehaba llegao su ltimo momento. Ay mesmo cay muerto, atravesao el corazn.

    -Mire ay, seor, ande estoy apuntando, a unos veinte pasos mh all de ande cai lasombrae el ombl Ve ese yuyo verde escuro con una florcita amarilla, con tallo largo,

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    que crece ay, en el pastito? Fue ay, ande crece esa florcita, que cay el pobre Melitn, yande lo dejaron, toito ensangrentao, hasta las docee el da siguiente. Porque naides seatreva a tocar al dijunto hasta que juese avisao el alcalde y se hubiese hecho laindagacin.

    Don Santos haba montao su caballo y se haba ido sin decir palabra,, tomando el

    camino pa Genoh Aires. Haba hecho algo por lo que tendra que pagar muy caro,porque, al fin y al cabo, una vida e una vida, seael cuero blanco o negro, ynengnombre puede matar a otro a sangre fra y escapar la pena. La ley no respeta

    personas, y cuando el que comete un crimen eh ombre platudo, tiene que contar conque loh abogaos y jueces, y todos los que apoyan su causa, lo sangren bien antes que leconsigan l perdn.

    -A don Santos no le importaba un pito todo eso, pueh aba cumplido su palabra yhaba satisfecho al demonio que tena metido en el corazn. Pero no estaba pa quedarsetranquilamente en suestancia y ser llevao preso, ni tampoco iba a entregarse a la justiciaque tendra que meterlo en el calabozo, y pasaran meses y meses antes que lo soltaran.Eso, pa l, habra sido como si lo estuviesen sofocando; pa hombres como l, el presidio

    es como una sepoltura. Mejor sera dir a GenohAires -pensara l pa sus adentros- yembarcarse pa Montevideo, y dende ay hara las gestiones y esperara hasta que sehubiera arreglaotodo y pudiera golver otra vez a El Omb.

    -Se llevaron el cadver de Melitn y lo enterraron en el campo-santoe Chascoms.Cay la lluvia, y lav las manchas coloradas en el suelo. En la primavera golvieron otravez las golondrinas, y hicieron sus nidos bajo loh aleros; pero don Santos no golvi, nitampoco recibimos noticias fidedignas de l. Decan algunos -no s si juera cierto o no-que el abogao que lo defenda y el juez de primera instancia que tena el caso, haban

    peleao entre ellos mesmos, al repartirse la plata, y siendo platudos los dos, se habanolvidaoel viejo, que esperaba mes tras mes el perdn, que nunca le lleg.

    -Mejor pa l, si nunca supo cmo haba caido en ruina El Omb, durante el tiempotan largo que haba estao ausente. No haba naides que tuviera autorid; loh esclavos,dejaos a ellos mismos, se jueron, y no haba naides que loh sujetara. En cuanto al ganaoy los caballos, jueron soplaos, como el panadero del cardo, por el viento, y todocristiano poda pastar auh ovejas y su hacienda vacuna en la estancia.

    -Durante un cierto tiempo, la casa estuvo a cargo e un hombre nombrao por laautorid; pero, poco a poco, jueron disapareciendo los trastos de la casa, y, por ltimo,

    ju abandonada, y durante mucho tiempo no se pudo encontrar a naides que viviera enella, a causa de lah nimas.

    IV

    -Viva en ese tiempo, a unas cuantas leguas de El Omb, un tal Valerio de laCueva; era un hombre pobre, que no tena mah acienda que una pequea majada deunas trescientah o cuatrocientah ovejas y unos cuantos fletes. Lo haban dejaoconstruirse un pequeo rancho, ande pudiese cubijarse l, su mujer, la Donata, y elnico hijito, que se llamaba Bruno; y pa pagar el pastoreoe sus poca,o ovejas, ayudabaen las faena. d. la estancia. Este pobre hombre, oyendo hablar de El Omb, ande podatener casa y un pocoe terreno e balde, se oferte inquilino, y, por ltimo lleg con sumujer, el chico y su pequea majada de ovejas, y toitos sus trastos -un catre, dohtres

    bancoh, una olla y una pava, y tal veh otras pocas cosas-. Jamah aba conocido ElOmb pobreza como la suya; pero todos los demh haban tenido miedoe vivir ay, acausae su ma nombre, ansina que se la dejaron a Valerio, que era un pajuerano.

    -Dgame, seor: se ha encontrao ust alguna veh en su vida con un hombre que talvez jueray hasta rotoso, y que, sin embargo, cuando pobre, lo ha mirao y tratao, se -ha

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    dicho pa auh adentros: ste eh un hombre como no hay otro en el mundo. Tal veh allevantarse y salir pa juera alguna clarita maana e verano, miro al sol, cuando sala, yvido un ngel sentao en l, y mientras miraba, algo de ese ngel le cay encima y se lemeti dentro, y ay se qued.? Tal era Valerio. No he conocido a naides como l.

    -Geno, amigo Nicandro-saba ecir- sentmonoh a la sombra y fumemoh un

    cigarrillo, mientrah ablamos de nuestroh animales. Bajo este viejo omb no haypoltica, ni ambicioneh,este intrigah o mala volunt, no hay amargura, eceto en estahojas verdes. Son nuestros laureles, estah ojas de omb. Feliz vos, Nicandro, que jamhas conocido la vida de poblao. Ojal que yo tamin hubiese visto la luli en estastranquilas llanuras, bajo un techoe totora. En un tiempo yo usaba ropa fina y pilcha deoro, y viva en una casa muy grande, ande tenamos muchos sirvientes. Pero nunca hesido feliz. Cada flor que he tocao, se ha geltouna ortiga pa ortigarme. Tal veh elMaldito, que me ha perseguido toita mi vida, vindome aura tan humillao y amigoe los

    pobres, me haiga dejao y se haiga ido. S; soy pobre, y esta ropa rotosa que me cubrebesar, porque no luce como seda o bordaos de oro. Y esta pobreza que he hallao,guardar como cosa muy preciosa, y se la dejar a mhijito cuando muera. Porque con

    ella hay tranquilid...-No dur mucho esta tranquilid, porque cuando la alversid ha escogido a un

    hombre pa hacerlo su presa, lo sigue hasta el ltimo, y no se escapar aunque gelehasta las nubes, como el chaj, o se meta bajo tierra, como un peludo.

    -Do aos haba estao, Valerio en El Omb, cuando la indiadae la frontera Sur nospeg un maln. No haba juerza que le hicieran frente; los doscientoh hombresestacionados en la Guardia del Azul, haban sido sitiadoh en el juerte por algunos deloh invasores, mientras que la mayor partee loh indios estaban barriendo toito el paha la redonda el ganado y los caballos. El comendante en Chascoms recibi una ordenurgente, pa que mandara una comisin de unos cuarenta milicos; entonces yo, unmozoe veinte aos, ju avisao pa que me presentara en la comendancia, pronto pamarchar. Ay encontr que Valerio tamin haba sido citao, y dende aquel momentoanduvimos siempre juntos. Dos das despus llegamoh a el Azul, habindose retiraoloh indios con su botn, y cuando llegaron toitas las comisiones de los distintos

    partidos, el comendante, un tal coronel Barbosa, se puso a perseguirlos, con unosseiscientoh ombres.

    -Se saba que cuanto se retiraron loh indios, se haban repartido en varios grupos, yque stos haban rumbiado pa diferentes direcciones, y se pens que estos gruposgolveran a juntarse mas tarde y que la mayor parte enderezaran pa sus tierras, pasando

    por Trenque Lauqun, a unas setenta y cinco leguas al Oesteel Azul. El plan de nuestrocoronel erae dir ligero a ese lugar y esperar la llegada de loh indios. Era imposible que

    ellos e torbaos por los millares de cabezas de ganao que haban recogido, pudiesenandar ligero mientras que nohotros no tenamos nada que noh impidiera, siendo lohnicoh animales que arribamos nuestros propios fletes. Seran unos cinco mil perollevbamos muchas yeguas baguales pa nuestra comida. No tuvimos otra cosae comersino carne e yegua.

    -Estbamoh en pleno invierno, y jamah e conocido pior tiempo. Ju en esedesierto que vide por primera veh aquella cosa blanca que llaman nieve, cuando lalluvia gela, como hojitas de algodn, sopladas por el viento, enllenando el aire y

    blanqueando toita la tierra. Toitos los das, dende el amanecer hasta que se dentraba elsol, andbamoh empapaoh echoli una sopa, y por la noche no haba ande guarecersedel viento y la lluvia; tampoco podamoh acer juego con el pasto y las totorah

    empapadas, y lea no haba, ansina que tuvimos que comer la carnee yegua cruda.

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    -Pasamos tres semanas en ese infierno, esperando a loh indios y buscndolos, conlas sierras de Cuamin a veces al sur de nohotroh y a veceha nuestra mano izquierda.Pareca como que la tierra se hubiese abierto y se loh ubiera tragao. Nuestro coronelestaba desesperao, y nohotroh empezbamoh a tener esperanzas que nos llevaradegelta pal Azul.

    -En este trance, unoe loh ombres, que tena ropa muy delgada, y haba estaotosiendo, se cayo el caballo, y entonces vimos que probablemente morira, y que, entodo caso, tendramos que deijirlo atrs. Viendo que iba a morir, nos rog a los queestbamos con l que ricordramos, cuando estuvisemos de gelta en nuestros pagos,que l haba muerto en el desierto y que su alma estaba penando en el purgatorio, y quele dieran algo a los flaires pa que le procurasen algn alivio. Cuando su oficial le

    pregunt quines eran sus parientes, y ande vivan, retruc que no tena a naides que leperteneciera. Dijo que haba pasao muchos aos cautivo entre loh indios, en SalinasGrandes, y que a su gelta no haba encontrado nenguna parentela en el pago ande habanacido. Contestando otras preguntas, dijo que cuando nino, loh indios, una vez, cuandoinvadieron el pas cristiano, en pleno invierno, se lo haban llevao, y que cuando se

    jueron de ay, en vez de golverse a sus tolderas, haban enderezado pl Este, pa lacosta, y haban acampao en un llano, al laoe un pequeo arroyo llamado Curumanuel,en Los Tres Arroyos, ande haba lea y agua dulce, y gen pasto pal ganao, y andehallaron muchoh indios, la mayor parte chinas y sus chicos, que se haban juntao ay paesperarlos; y ay se quedaron hasta la primavera.

    -El pobre paisano muri esa noche, y recogimos piedras y laha-montonamohencimae su cadver, pa que no se lo comieran los zorros y caranchos.

    -Al clariar el da, a la maana siguiente, nos pusimos en marcha, galopiando pandesale el sol, porque nuestro coronel haba risuelto buscar a loh indioli en ese lugar tanlejos, cerca el mar, ande se haban escondidoe sus perseguidores tantoh aohendnantes. Eran unas setenta leguas, y tardamos unas nueve das. Y, por ltimo, en unahonda caada cercael mar, nuestros esploradores encontraron; marchamos de noche,hasta llegar menos de una leguae su campamento, y podamos ver sus juegos.Descansamoh ay cuatrohoras, comiendo carne cruda y cada uno echando una siestita.Entonces se noh ordin que contramos nuestro mejor flete, y nos formsemoh enmedia luna, pa poder arriar la caballada, echndola por delante. Una vez montaos, elcoronel nos dirigi la palabra: Muchachos -dijo-, ustedes han sufrido mucho, pero aurala victoria est en nuestras manos, y no perdern su recompensa. Toitos los prisionerosque ha an y toitos los millares de caballos que consigamos recobrar, se vendern ensubasta pblica a nuestra gelta, y lo quese saque dellos se repartir entre ustedes.

    Entonces dio la orden de marchar, y caminamos calladitos, como una media legua,

    y llegando a la orillae la caada, vimos que estaba toita negra con el vacuno, y lohindios durmiendo en sus tolderas; y en el mismo momento en que sala el solde la mary la luz de Dios alumbraba la tierra, noh arrojamos gritando como unos condenadoh,entre ellos. Al tiro, empez esa mar de animales espantaos a zfar en toitas direcciones,

    bramando y haciendo temblar la tierra con sus pisadas.Nuestra tropae caballos, animadas por nuestros gritos, luego lleg a la tolderah e

    los indios, y ellos, corrienda pac y pay, tratando e escapar, jueron lanciados y cortaospor nuestras latas. Slo tenamoh un deseo en nuestros corazones, un grito en nuestroslabios: matar!, matar!, matar! Hacia mucho tiempo que no se haba conocido unamatanza como sa, y los caranchos, zorroh y peludod deben haber engordado con lacarne e los salvajes muertos que les dejamos. Pero slo matamoh a loh ombres, y

    pocos se escaparon; a las chinas, con sus chicos, lah icimos presas.

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    -Demoramos dos dah en rejuntar el ganao y los caballoh -haban como diez milcabezas- desparramaos por toitas partes; entonces, con el botn, enderezamos pa elAzul, ande llegamoh a fines de agosto. Al da siguiente que llegamos, juimosdivididoh en grupos, y cada uno, por turno, se present a la casael coronel pa recebirsu paga. El grupoe Chascoms ju el ltimo, y cuando nos presentamos, cada paisano

    recibi dos meses de paga; entonces el coronel sali pajuera, y nos dio las gracias pornuestros servicios, y dio orden que entregsemos nuestrah armah en el juerte y nosgolviramoh a nuestros pagos, cada paisano a su rancho.

    -Hemos pasao juntoh algunas noches frah, en el desierto, vecino Mariano -dijoValerio, rindose, pero hemos comido bien, con aquella carnee yegua cruda, y aura, deyapa, hemos recibido plata. Qu ms quiere uno? Con toita esta plata podr comprarleun par de zapatitos nuevo a Brunito! Valiente chiquiln! Me parece ya verlotambaleando entre los cardos, buscando han puesto las gallinas, pa su malos gevos quemita, y lastimndose su pobres patitas con lh espinas. Si sobra algn gelto, lecomprar algunos dulces.

    -Pero loh otros, cuando llegaron al juerte, empezaron a rezongar a toda voz del

    tratamiento haban recebido; entonces Valerio les dijo que jueran hombres; que si noestaban contentos, se lo dijeran al coronel, y orden que se quedasen callaos.

    -Quers vos, Valerio, hablar por nosotros?, le preguntaron. Y consintiendo l,todos golvieron a recoger suharmas y lo siguieron a la casael coronel.

    -Barbosa escuch con atencin a los que le dijieron, y contest que lo quepedamoh era muy justo. Las chinah y el ganao estaban en manos de un oficialnombrao por la autorid, y que se venderan en subasta pblica en unos pocos das ms.Les dijo que se golvieran aura al juerte y entregaran suh armas, y que dejaran a Valeriocon l, pa que le ayudara a preparar una demanda hecha en debida forma, por lo que lestocaba del botn.

    Nos retiramoh otra vez, vivando a nuestro coronel. Pero a gatah entregamosnuestrah armas en el juerte, cuando se nos ordin severamente que ensillsemosnuestros fletes y nos mandsemos mudar. Yo ju con loh otros, pero viendo que nonoh alcanzaba Valerio, golv patrs, pa buscarlo.

    -Esto es lo que haba pasao. Quedando solo en manos de su enemigo, Barbosa lehaba quitao lah armas y ordinho a sus soldados que lo sacaran al patio y le pegaran,una estaquiada. Loh ombres titubiaron en obedecer una orden tan cruel, y esto le diotiempo a Valerio phablar: Mi coronel , dijo l, ust le da una tarea muy dura a estos

    pobreh ombres, y mi cuero, cuando me haigan cueriao, no tendr nengn valor, ni paust ni pa ellos. Digals que me lanceen o me degellen, alabar su gen corazn.

    -No perders ni el cuero ni tampoco morirs -retruc el coronel-, porque almiro tu

    coraje. Agarrenl, muchachos, y estaqueenl y peguenl unos doscientos rebencazos;entonceh arrstrenlo a la carretera, pa que se sepa que se ha castigao su conductainsubordinada.

    -Obedecieron la orden y lo tiraron al camino. Un pulperoel lugar lo vido aytendido, como muerto, con los caranchos revoloteando sobre l, atrados por el cuerpoenllenoe sangre; el gen hombre se haba compadecido y lo estaba curando, cuando lohall. Ay estaba tendido el pobre, boca abajo, sobre una pilae ponchos, medio muer-toe dolor, y sus sufrimientos jueron terribles esa noche; pero cuantito no ms amaneci,insisti en que nos juramos al tiro pa Chascoms. Cuando su dolor era ms juerte,hacindolo quejarse, el quejido, cuando me daba la cara, se golva risa. Sos demasiado

    blandoe corazn pa este mundo en que vivimos, Nicandro -deca-. No te aflijs, amigo.

    He probao ya la justicia y la misericordiae loh ombres. Hablemos ms bien de cosasms agradables. Sabs vos que hoy eh el primeroe setiembre? Ha gelto la

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    primavera; aunque a gatas, lah emos sentido por estas tierras del Sur, ande hace tantofro. Con nohotroh ha sido todo invierno, sin el calor del solcito oel juego, y sin flores,y el cantoe los pajaritos. Pero aura estamoh enderezaos pal Norte; en unos cuantosdas ms nos sentaremoh otra veh a la sombrael viejo omb; todo nuestro trabajo y elsufrimiento, terminao, y escucharemohal mangang zumbando entre lah ojas, y al

    gritoel bienteveo. Y lo que es mejor, Brunito vendr andecon sus manitos enllenas demargaritas coloradas. Tal vez vos, tamin, Nicandro, ses padre en unos pocos aosms, y sabrs lo ques or hablar a tu chico, aunque diga slo disparates. Pero vamoscaminando; hemos ya descansao bastante tiempo, y entoava nos faltan muchas leguasde camino!

    -Eran sesenta leguas por el camino; pero algo, se ganaba dejndolo, y era ms suavepa Valerio, cuando los fletes pisaban sobre el pasto. Galopiar o trotar era imposible, yaun al tranco tena yo, que estar a su lao, pa apoyarlo con el brazo, porque tena toita laespalda herida y chorrendole la sangre, y no poda hacer nada con las manos, y tenatodas las conyunturas hinchadas con la estaquiada que le haban pegado. Cinco dasestuvimos caminando, y da a da se pona mh y ms dbil; pero por nada quera

    descansar; mientras duraba la luz del da, segua caminando, y a medida queavanzbamos al tranco, conmigo sostenindole, se quejabael dolor, y al mesmo tiempose raiba y empezaba a hablar de cuando llegra moh al fin del viaje y del gran gustoque tendra de ver a su mujer y a su chiquiln otra vez.

    -Llegamoh a la tardeel quinto da. La vista el omb, que habamos tenido pordelante haca horas, lo agit mucho; me rog, casi con lgrimah en loh ojos, quehiciramos galopiar nuestros fletes; pero lo habra matao y no quise hacerlo.

    -Naides nos vido arrimarnoh al rancho; pero la puerta estaba de par en par, ycuando llegamoh a unos veinte pasos, oimos la voz de Brunito, que le hablaba a sumama. Entonces, redepente, Valerio se dej cair del caballo, antes que yo pudieraapiarme para ayudarlo y dio unos pocos trancos tambaleando hacia la puerta.Alcanzndolo, lo o gritar Doriata! Bluno! Ay,que mih ojos los vean una vez ms!Otra vez noms! Un besito siquiera! Ju slo entonces que lo oy su mujer, ycorriendo pajuera, lo vido cair y con una ltima boqueada, muri ay mesmo, en mis

    brazos.-He visto muchas cosas raras y terribles, seor; pero nunca una ms triste que sa!

    Digam, cuentan los libros de estas cosas? Las sabe el mundo?-Valerio estaba muerto. l qu era tan corajudo, tan generoso, aun en su pobreza,

    de espritu tan noble, y al mesmo tiempo tan suave! Las palabras dl me haban sidoms dulces que la miel! No digo nadae lo que ju su muerte pa lo dems -pa esa pobremujer, la madre de su nico hijito, Bruno-. Hay cosas, seor, que es mejor no mentar,

    o slo preguntar: Noh abr olvidao? Sabr l? Pa m la prdida ju muy, muygrande; porque era mi amigo, el hombre al que amaba ms que a todos los dems, y queme hara ms falta que cualquier otro, aun ms que don Santos Ugarte, al que nunca levera la cara otra vez.

    -Porque l tambin estaba muerto.-Y aura que -he vuelto a mentar el nombree ese hombre, que ju en su tiempo

    famoso en este partido, dejem, antes de seguir la historiae El Omb, contarle cmoacab. Lo supe de casualid mucho tiempo despus que lo tragara el hoyo.

    -Era la costumbreel vicio en esa casa al otro laoel Roe la Plata, ande tena quevivir, de dir todos los das a la orillael agua. Ay pasaba largas horas, sentao en lastoscas, siempre con la cara dada gelta pa Genoh Aires. Estaba esperando, siempre

    esperando el indulto, que, tal vez le llegara algn da, cuando estuviera de Dios. Estabapensando en El Omb, pues de qu le serva la vida a l en ese pas extrao, lejos de su

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    estancia. Y esas ganas de volver a El Omb, y tal vez tamin su rimordimiento, lehaban dao a su cara, asign contaban, una expresin que daba miedo, porqu era comola carae un dijunto, de uno que ha muerto con lohojoh abiertos de par en par.

    -Un da, algunos boteros, en la playa, notaron don Santos estaba sentao muy ajuera,en lasque d toscas, y que cuando subi la marea no se quit de ay. Se qued sentao,

    hasta que le lleg el agua hasta la cintura, y cuando lo salvaron del peligro, y lotrujieron a tierra, los miraba con ojos fijos, como un gran lechuzn blanco, y hablabaeun modo muy raro.

    -Hace mucho fro y est muy oscuro -dijo-, y yo no puedo verles la cara; pero talvez ustedes sepan quien soy yo. Soy Santos Ugartee El Omb. Me ha pasado una grandesgracia, amigos. Hoy, estando enojao, mat a un pobre mozo, al que amaba como a unhijo...; a mi pobre Melitn! Por qu no hara caso l de mi amenaza? Por qu se

    pondra en mi camino? Pero pa qu hablar de eso aura? Despus de matarlo mont micaballo y me ju, pensando dir a, Genoh Aires, pero por el camino me arrepente loque haba hecho y golv patrs. Con mis mesmas manos -dije pa mis adentros- tomarel cuerpo del pobre Melitn y lo llevar pa dentroe la casa y llamar a mis vecinos pa

    que lo velen con migo. Pero, seores, me agarr la noche y el Samborombn estabamuy crecido con las lluvias, como sindudamente ustedes han odo, y el cruzarlo a nao,

    perd mi flete. No s si se augara.Demen, por Dios!, un nuevo caballo, amigos, y muestrenm el camino pa El

    Omb, que Dios se lo pagara.Se qued con esa idea metida en la cabeza hasta el ltimo..., hasta que muri pocos

    das despus.

    V

    -Seor, cuando me siento aqu y ricuerdo estas cosas, a veces pregunto pa mis

    adentros: Mir, viejo, por qu vens pac a sentarte a la sombrae este rbol, cuandono hay en toita la pampa un lugar ms triste o llenoe amargura? Y me digo: Pa unoque ha vivido mucho tiempo, no hay casa ni pedazoe terreno cubierto de pasto, yyuyos, ande ha habido un rancho y vivido gente, que no sea lo mes-moe triste. Porqueesta tristeza est en nohotros mesmos, en el ricuer-doe otros das, que nos sigue portoitas partes. Pero pal nio no hay pasao; nace al mundo alegre como un pajarito; palhay alegra en toitas partes.

    -Ans pas con Brunito, entoava demasiado chico pa sentir la prdidae su padre opa ricordarlo mucho tiempo. Ju porque quera tanto al nio, que la Donata pudo vivirdespus de pasar por terrible. Nunca se ju e El Omb.

    La estancia estaba hipotecada, ansina que no se poda vender, y la Donata se qued

    viviendo en la casa sin que naides la estorbara. La comparta aura con un vicio y sumujer, que siendo pobres y teniendo unos pocoh animales, estaban muy contentos detener un lugar ande podan cubijarse sin pagar arriendo. El hombre, que se llamabaPascual, cuidaba lah ovejas de la Donata, al mesmo tiempo que las suyas, y tamin sus

    pocas vacas y caballos. Era un viejo simple y bonachn; tena slo una falta, su flojera,el juego y su aficin a empinar la limeta. Pero eso poco importaba, porque, cuando

    jugaba, siempre perda por estar envinao, ansina que cuando tena plata luego la tiraba.-Ju el viejo Pascual que primero mont a Brunito a caballo y le ense a seguir tras

    lah ovejas y a hacer otra porcin de cosas. El chico era como sus padres, muy genmozo, con pelo negro medio crespo y con loh ojos tan vivos como los de un pajarito.

    No era raro que la Donata lo quisiera como jamh habra querido madre a un hijo, peroa medida que ju creciendo, siempre estaba con cuidao que juera or de cmo muri su

    padre y del que haba causao su muerte. Saba que el sentimiento ms peligroso eh el

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    de la venganza, puesto que cuando se mete en el corazn de un hombre, echa juera atodos los dems, genoh o malos, y que todo parentesco o intereses, y todo lo que sediga, es enteramente al udo, y que, por fin, lo arruina a uno. Muchas veces me habl deesto, pidindome con lgrimah en loh ojos que nunca le hablara de mi finado amigo aBruno, por temor que descubriera la verd y se enjureciera su corazn.

    -La Donata haba acostumbrao cada da, dende la muertee Valerio, de tomar unajarrae agua, fresquitae el pozo, y redamarla en el suelo, en el mesmo lugar ande habacado muerto, sin ver a su mujer y a su chico, ni recibir ese beso que haba pedido.Quin podrecir qu ju lo que la hizo hacer eso? Una gran pena es como un desvaro,y a veces nos trae pensamientos raros y noh ace portarnos como locos. Puede ser quehaiga sido porque la carael muerto, como ella la vido primero, plida ye color deceniza, tena la epresin de una sequa que dara todo por un traguitoe agua fresca; y loque haba hecho en esos das de sufrimientos, de desvaros, haba seguido haciendo.

    -Como el lugar ande echaba esa agua todos los das estaba slo a unos pocos pasosde la puertae la casa, se haba endurecido como un ladrillo, pisao por los pies de Diossabe cuntas generaciones de hombres y por los pisoteos de caballos que llegaban todos

    los das a la puerta. Pero despus de haberlo regao mucho tiempo empez a aparecer unpoquitoe verde; era como una enredadera, con una ojitas redondas que parecan demalva y unas florcitas blancas como colleras de porcelana. Cundi eso y se vea comouna alfombrae pasto sobre ese suelo seco; y todo el ao se mantena verde, verde comouna esmeralda, hasta en el tiempoe calor, cuando el pasto estaba muerto y seco y la

    pampa del color de un trapo amarillo desteido.-Cuando Bruno tena unos catorce aos, ju un da a ayudarle a hacer un chiquero pa

    lah ovejas, y cuando por la tarde lo acabamos, dentramos ala casa a tomar mate. Antesde entrar, al llegar a este pastito, Bruno dijo: Mir, Nicandro, has visto en tu vida unlugar tan verde como ste, tan blando y fresco, ande uno puede echarse cuando tienecalor y est cansado? Entonces se ech a suh anchah en el pasto, y, tendido: deespaldas, mir parriba a la Donata, que haba salido ande estbamos, y le dijo riendo:Ay,mamitae mi alma! Mil veces te habr preguntao por qu echabas agua en estelugar todos los das, y no queras decirme. Aura lo s; Todoera pa hacerme un lugar

    blandito y fresquito ande echarme cuando golva cansao y acalorao despus de mitrabajo. Mir!, parece una cama con una colchae tercio pelo verde con blanco tremeaura pocoe agua, mamita ma, y echamel en la, cara, que la tengo acalorada y todaenllenae polvo.

    -Ella tamin se ri, la pobre, pero yo poda ver las lgrimas que asomaban asuhojos..., lah lgrimas que siempre tomaba gen cuidado qul no viera.

    -Ricuerdo toito esto como si juera ayer; ya parece que lo estoy viendo y oyendo

    todo; la risae la Donata y las lgrimah en suh ojos, que Bruno no alcanzaba a ver. Loricuerdo tan bien porque ju casi la ltima vez que la vide ante que tu. viera que dirmede ay, porque mi ausencia ju larga. Pero antes que hable de ese cambio, le via deciralgo que pas en El Omb, como doh aoh endenantes, que le trajo una nuevafelicid a la pobre Donata.

    Toc la casualid que entre los que vinieron y se quedaron en la estancia sinderecho pa ello y sin que hubiera naides que se los prohibiera, haba un paisano que sellamaba Snchez, que se haba hecho un ranchito como a media leguae la casa vieja, ytena una majadae ovejas. Era viudo tena una hijita, una chicuela llamada Mnica. Eltal Snchez, aunque era pobre, no era gen hombre, ni tena compasin en su corazn.Era ura jugador y andaba siempre. juerae su rancho, dejando suh oveja, al cuidaoe la

    pobre Mnica. Esto era muy cruel en el invierno, cuando hace fro y est malo eltiempo; y ella sin siquiera un perro que la ayudara, a patita pelada entre los cardales,

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    muchas veces muertae miedoel ganao tena que pasar toito el santo da al raso. Ms deuna vez, de noche en el invierno, lloviendo y con mal tiempo, la encontraba a la

    pobrecita arriando a lah ovejas pa la casa, llorando amares. Me dola ms por ser ellabonita; nadies poda dejar de ver su lindura, aunque andaba toda rotosa, y su pelo negroestaba hecho una porra, como las clines de un flete que ha estado pasteando en un

    abrojal. En tal trance la he levantao y montao en el recao por delante y le he arriao suhoveja a la casa, y he dicho pa mis adentros: Pobre ovejita sin madrel Si jueras ma tesentara entre los cuernos de la luna, pero, pobre desgraciada!, el que llams padre notiene compasin.

    -Por ltimo, Snchez hallndose sin plata, en el mesmo momento en que ibancayendo forasteros a Chascoms de todas partes pa ver una gran carrera, y no queriendo

    perder esa oportunidade eganarse una pilae plata, vendi suhovejas, no teniendo otracosae ms valor que vender. Pero en vez de ganar, perdi, y entonces, dejando aMnica en el ranchoe un vecino y prometiendo golver a buscarla en unos pocos dasms, se ju y nunca golvi.

    -Ju entonces que la Donata ofert tomarla y criar la gerfanita como si juese suya,

    y va decirle, seor, que la mesma madree la Mnica, que estaba muerta, no podrahaberla tratao con ms cario o querido ms. Y esa precosura haba sido como hijitaela Donata, y la compaerae Bruno en todos sus juegos, ya dos aos, cuando yo jucitao, y no los vide ms ni tuve noticias dellos durante cinco aos, los cinco aos mslargos de mi vida.

    VI

    -Tuve que dirme porque necesitaban hombres pal ejrcito, y me tomaron. Estuveausente, como iba diciendo, cinco aos, y los cinco habran sido diez, y los diez veinte,si hubiera vivido tanto tiempo, a no ser por una lanciada que me pegaron en la pierna,

    que me dej rengo pal resto de mi vida. Por eso ju que meejaron libre y a eso debo mifelih escapada de aquel purgatorio. Cuantito estuvee gelta en estas llanuras ande

    primero vide la luz del cielo, dije pa mih adentros: Ya no puedo ponermee un salto,liviano como un pajarito, sobre el lornoe un bagual y rairmee suh ejuerzos palibrarsee m; ni tampoco puedo echarle el lazo a un caballo o toro que est corriendo, yenterrando mis tacoh en la tierra, sujetarlo; ni jams podr ser pal trabajo o pal juego,a pie o: a caballo, lo que he sido; sin embargo, esta renguera y toito lo que he perdido acausa della, es poco pa pagar mi libert.

    -Pero sta no es la historiae mi vida; debo ricordar que estoy hablando slo de losque han vivido en El Omb en mi tiempo en la vieja casa que ya no esiste.

    -No haba habido nengn cambio cuando golv, eceto que esos cinco aos haban

    hecho casi un hombree Bruno y que se pareca mh y ms a su padre, aunque nuncatuvo ese algo en loh ojos que hacan a Valerio diferente de toitos loh otro, hombres.La Donata estaba lo mesmo, pero ms vieja. La afliccin le haba trado canas; su pelo,que entoava debiera haber estao negro, estaba toito blanco; pero estaba ms sosegada,

    porque Buno era muy geno con ella, y siendo hijoe viuda no tena que servir en elejrcito. Tamin haba otra cosa que la hiciera feliz. Aquellos dos, que eran toito pa ella,no haban podido criarse bajo un mesmo techo y no amarse; aura poda esperar conconfianza que algn da se casaran y no habra que separarse dellos. Pero aun ansina,aquel cuidao el que me haba hablao tantas veceh en otros tiempos, nunca se apartesu corazn.

    -Bruno estaba aura ausente la mayor parteel tiempo, trabajando como tropero,siendo su ambicin ganar plata pa poder comprar todo lo necesario pa la casa.

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    -Yo haba estadoe gelta como esoe un ao, viviendo en ese pobre rancho andeprimero vide la luz, cuando Bruno, que haba estao con su patrn en la fronterael Surcomprando ganao, se aparici un da a mi rancho. Entoava no haba ido a El Omb, yse vea muy callao y raro, y cuando nohencontramos solos, le dije: Qu te ha pasao,Bruno, que me pons carae estrao y no le habls a tu amigo como acostumbrabas?

    -Porque vos, Nicandro -retruc l-, me habs tratao como a un nio nodicindome lo que deba de haberme dicho cuanto ha, en lugar de dejar que loaviriguara por un forastero.

    -Ha llegao el momento -dije yo pa mih adentros, pues saba muy bien a qu serefera; entonces le habl de su mamita.

    -Ah! -retruc con amargura-. Aura s por qu ella riega aquel lugar cercae lapuerta con agua del pozo toitoa los das. Cres vos, Nicandro, que lagua quitar esavieja mancha y el ricuerdo? Un hombre que eh ombre en cosas como stas, tiene queobedecerno el de-seoe una madre o de cualquier mujer, sino aquel algo que le habla alcorazn.

    -No dejs que un pensamiento como ste te gelva loco -retruqu yo-. Mir,

    Bruno, hijoe mi amigo y amigo mo, dej eso que lo arregle Dios, que lo sabe todo yricuerda todos los pecaos que cometen loh ombres, y no quier que naides le saque lalatae la mano.

    -Quin es este Dios del que habls vos? Acaso lo habs visto alguna vez ohablao con l pa que me pods decir lo que piensa de este asunto? Yo slo tengo estavoz en el corazn que me diga y cmo ha de portarse un hombre en tal trance -y setoc el pecho.; entonces, abrumao por su pena, se tap la cara con las manos y solt elllanto.

    -Ju al udo que leije que no juera a arruinarse de esa manera, del efeto que tendrasu atentado, surtiera o no, sobre la Donata y la Mnica; que les partira el corazn de

    pena. Tamin le habl de las cosas que yo haba visto en mis cinco aos de servicio; delas sentencias crueles que no se pueden enmendar, los tormentos y las muertes que seinfligan. Pa estos males no hay en la tierra rimedios; y l, un pobre muchacho inorante,qu poda hacer l, eceto de hacerse aicos contra esa torree bronce?

    -Contest que dentroe esa torree bronce haba un corazn enlle-noe sangre; y coneso se ju, rogndome por favor que no le juera a decir una palabra a su mamita que mehaba visto.

    -Unos diez das despus, la Donata recibi un recao dl, que lo trajoe la capital unforastero que iba pal Sur. Bruno mandabaecir que iba a Las Mulitas, un pago como aunas cincuenta leguah al Oeste de Genoh Aires, a trabajar en una estancia y queestara ausente algunos meses.

    -Sabe por qu haba ido? Viaecirle. Haba oido que el general Barbosa -pues lohaban ascendido a general- tena unos terrenoh en ese lugar que el gobierno le habadao pa recompenzar sus servicios en la fronterael Sur, y que haba gelto ltimamentede las provincias del Norte a Genoh Aires, y que aura estaba quedndose en LasMulitas.

    -La Donata no saba nada de todo esto, pero la ausenciae Bruno la tena concuidao; y cuando, por ltimo, ella se enferm, yo me resolv a dir a buscar al pobremuchacho y tratar de persuadirlo a que se golviera a El Omb. Pero en Las Mulitassupe que ya no estaba ay. Haban agarrao a toitos los forasteros que se hallaban en eldepartamento de la frontera pal ejrcito, y tambin agarraron a Bruno, a pesar de su

    pasaporte.

    -Cuando golv con esta triste noticia a El Omb la Donata risolv dir al tiro aGenoh Aires pa ver si poda conseguir que lo soltaran. Estaba enferma y era un viaje

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    largo pa ella a caballo, pero tena algunah amigas que la iban a acompaar y lacuidaran. Por ltimo, consigui ver al Presidente, e hincndosee rodillas delante de l,le implor que la dejase tener a su hijo otra vez.

    -La escuch el Presidente y le dio una carta pal Ministerio de Guerra. Ay se supoque haban mandao a Bruno a El Rosario, y se despach una orden pa que lo soltaran al

    tiro. Pero cuando lleg la orden ya el infeliz muchacho haba resertao.-Eso ju lo ltimo que supo la Donatae su hijo. Malici la razn por qu se habaido, y saba tan bien, como si yo se lo hubiese dicho, que el haba descubierto el secretoque ella le haba escuendido tanto tiempo. Pero siendo su madre, no abandon lahesperanzas, y luch por vivir. Nunca la va que no me preguntara su cara algo que no seatreva aecir en palabras. Parecaecir: Si sabs nde y cmo muri mhijo, dimelaura antes que me muera. Pero tambin deca: Si sabs, no me lo digs, pa que laMnica y yo podamos seguir esperando hasta el ltimo.

    -Yo s, Nicandro -saba decir ella-, que si golviera Bruno no sera lo mesmo... elhijo al que he perdido. Porque en esa cosa no es como su padre. Podra haber otrocomo Valerio? Ni lah alversidades ni lah injusticias podan cambiar su corazn o

    amargar su dulzura. Era vivo y alegre como un nio, y cuando nio, Bruno era como l.Ay mhijo, mhijol Por nde andars? Dios de mi alma, ay, damel otra vez, aunquesus pobres manos estn manchadah en sangre, pa que estoh ojos puedan verlo antes demorir!

    -Pero Bruno no golvi, y la Donata muri sin verlo.

    VII

    -Si la Mnica, que qued sola en la casa con el viejo Pascual y su mujer, hubieraescuchao a los que atraa su bonita cara, podra haber hallao un protector dino della.Haban algunos ricachones entre los que jueron a hacerle el amor, pero a ella nada le

    importaba que tuvieran ganao y tierras, o que cara, o como se vestan. Su coraznsemantuvo fiel a Bruno. Y segua esperando que golviera algn da, no con esaesperanza medio desganada de la Donata, que no pudo mantenerla viva, sino con unaesperanza que la sustuvo, ayudndola a pasar meses y aos, esperndolo. Esperaba sullegada como el sereno espera que claree el da. Por las tardes de verano, cuando haba

    pasao elcalor, llevaba su costura al lao ajuerae la tranquera y se sentaba horas enterascon la cara pal Norte. Sindudamente que dese lao habra e venir. Por las noches delluvia, y a oscuras, colgaba un farola la par, por si acaso llegarae noche y pasaraelargo, sin ver el rancho en la escurid. No estaba alegre ni viva; estaba plida yflacuchenta, y esohojos negros, que parecan patacones de grandes, por lo flaca queestaba, eran ojos que saban sufrir. Pero en todo caso estaba tranquila y tena el aire de

    una que, aunque sujeta las lgrimas, las redamara toitas juntas cuando l golviera. Ygolvera tal vez ese mesmo da, y si no se, entonces pal otro, o den, cuandoestuvierae Dios, pensaria ella.

    -Haban pasao treh aos dende la muertee la Donata, cuando mont mi pingo unatarde y enderec pa El Omb; al acercarme a la casa, vide unflete ensillao, que se habadesataoe la tranquera, y se alejaba al trotecito. Lo segu, lo agarr y lo trujee gelta, yentonces vide que su dueo era un pajuerano, un viejo soldado, que, con o sin el

    permisoe los de la casa, se haba tendido a la sombrae el omb, pa dormir la siesta.-Haca poco que se haba librao una batalla en el Nortee: la provincia, y los

    derrotaos se haban desparramao, cargando suh armas, por toito pas. Este veterano erauno dellos.

    -No dispert, cuando le truje el flete y le grit. Era un hombre de unos cincuenta asesenta aos de ed, de pelo blanco, con la cara y las manos enllenas de cicatrices, de

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    las lanciadas y latazos que le haban pegao en su vida. Haba dejado la carabinaarrimada a un rbol, a unos dos pasos de l, pero no se haba desatao la lata, y lo que mellam la atencin, mientras lo estuve espiando, sentao a caballo, ju el modo en queagarraba la empuadura y la remeca, hasta hacerla sonar en su vaina. Tena un sueomuy intranquilo; le chorreaba el sudor de la cara, rechinaba los dientes y se quejaba y

    hablaba palabras que no alcanzaba a oir.-Por fin, apindome, lo llam otra vez; entonces le grit al odo, y, por ltimo,agarrndoloel hombro le di un gen sacudn. Entonces, redepente, despert asustao, ytrate enderezarse, y mirndome con una carae loco, me pregunt: Qu ha pasao?

    -Cuando le conte su flete, se qued callao un rato, mirando pa-bajo, y se pas lamano por la frente doh o tres veces. jams en mi vida haba yo visto una cara tan triste.Por fin habl: Perdonem, amigo; mis odos estaban tan enllenos de una buya que ustno oye, que no hice mucho caso a lo que ust iba diciendo.

    Tal vez sea el gran calor de hoy da, que lo ha enfermao -dije yo-; o que estsufriendo de algn mal causao por una herida que le habrn pegao en la guerra.

    -Ah! -retruc el tristemente una herida que no tiene rimedio. Ha estao ust

    alguna vez en ejrcito, amigo?-Alcanc a servir cinco aos, cuando una herida que me rengue pa toita la vida

    me libr de ese infierno.-Y yo he servido trainta -retruc l-, tal vez ms. S que estaba muy joven cuando

    me agarraron, y ricuerdo que una mujer a quien llamaba mamita, solt el llanto cuandome llevaron. Quin creyera que ojos de cristiano haigan derramao lgrimas por m!Podr hallar a alguien que ricuerde mi nombre en ese pago all en el Sur? Quesperanzas! No tengo a naides ms que ste, dijo, tocando el sable.

    -Al caboe un rato sin decir nada habl: Amigo, decimoh en el ejrcito que nopodemoh acer nengn mal, dende que toita la responsabilid la tienen los que nosmandan; que las cosas que hacemos, por muy crueles que sean, no son ms pecao que elredamar la sangre del ganao o de loh indios que no son cristianos, y que, porconsiguiente, no cuentan mli ante Dios que si jueran bestias. Decimoh ansimesmo,que una vez que noh hemos avezao a matar, no slo hombres, sino tamin a los que nose pueden defender -los enclenques y inocentes, no noh importa nada rimordimiento. Si

    juera ans, cmo es tenemos que el Padre Eterno me tormenta antes de tiempo? Leparece justo? Escuche! Cuantito cierro loh ojos, ya el sueo me trae la esperencia msterrible que puede tener un cristiano, de estar en medio de la pelea y no poder hacernada, ni moverse. Suena la corneta, por toitas partes se ven milicos y fletes corriendo

    pac y pay, como si estuvieran condenaos. Siento un barullo a mi redor, los oficialesgritan y sacuden sus latones; eh al udo que trato de or la voz de mando; no s lo que

    pasa; todo es un entrevero, una nube de humo y polvo, el disparoe caones y un grangritero, mientras el enemigo se nos viene encima. Y yo, sin poder moverme! Dispierto,y poco a poco el barullo y toito eso tan terrible se va, pero gelve otra vez cuantito mequedo dormido. Qu descanso o qu alivio podr tener? Dicen que el sueo es elamigoe todo bicho, y que a toitos noh ace iguales, al rico y al pobre, al malo y alinocente; tamin dicen que ese olvido es como un vasitoe agua fresca a un hombre consequa. Pero yo, qu puedoecir yo del sueo? Cuntas veces no me habra libraoe sutormento si no juera por el miedo que haiga algo pior que este sueo despus de lamuerte!

    -Despus de un ratoe silencio, viendo yo que se haba puesto ms tranquilo, loconvid que juramos a la casa. Veo un humito que salee la cocina -dije-; dentremos,

    pa que ust se refresque con un mate, antes que siga su camino.

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    -Dentramos y hallamos al viejo y a la vieja hirviendo agua en una pava; al ratitodentr Mnica, y se sent con nohotros. Nunca saludaba que no le brillaran loh ojoscomo si juera el mesmo sol que relumbraba en ellos; no haba necesid que me lo dijera

    pa saber que me tena amist y que me era agradecida; porque no erae las que seolvidan del pasao. Ricuerdo lo gena moza que se va ese da en su vestido blanco y con

    una florcita colorada. Acaso no le haba dicho Bruno que le gustaba verla vestidaeblanco, y que una flor al pecho o en el pelo era el adorno que ms le sentaba? Y Brunopodra llegar en cualquier momento. Pero al ver a ese veterano todo canoso en atouniforme sucio y tirillento, con aquella gran lata sonando a su lao, y su cara negraenllenae cicatrices, se inquiet Mnica. Me fij: que se jue poniendo mh y ms

    plida, y que a gatas poda despegarle loh ojos de la cara al forastero, mientras hablaba.-Mientras tomaba su mate nos conte las peleah en que haba estao metido, de

    largas marchas sufrimientoh en el desierto, y nombr algunos de los comendantes conque haba servido. Entre ellos nombr por casualid al general Barbosa.

    -Yo no saba,que Mnica jamh haba odo su nombre, y por eso no tuve miedo dehablar de l. Se haba dicho -dije yo-, no saba si juera cierto o no, que Barbosa estaba

    muerto.-Ah! Sobre ese punto puedoecirle algo -retruc l-, dende que yo cataba en sus

    filas cuando le lleg su ltima hora, en la provinciae San Luis, aura doh aos. Estabaal mando de mil noveciento hom-bres, y toda la tropa qued asombrada cuandosucedi. No es que haigan llorao su muerte; al contrario, sus soldados le tenan miedo yestabanfelices de librarse de l. Era mucho ms feroz que la mayora de loscomendantes, y saba ecir a sus prisioneros, como burlndose, que no valan la plvoraque haba de gastar en ellos pa matarlos. No era de eso que nos quejbamos, pero eramuy capaz de tratar a su mesma gente como a un espa o prisionero de guerra. Ms deuno he visto yo matar con un cuchillo mellao, y Barbosa ispiando, pitando su cigarro.Ju el modo que muri, lo que noh asombr, porque jams se haba visto morira unhombre de esa manera.

    -Toc el caso que como un mes antes de concluir la despedicin, un soldao, que sellamaba Bracamonte, ju una vez a medioda con una carta de su capitn pal general.Barbosa estaba sentao en mangas de camisa en su carpa, cundole entreg la carta; peroen el mesmo momento,cuando estir la mano pa agarrarla, el hombre tra-toe encajarleuna pualada. El general, echndose atrs, cuerpi el golpe; entonces, de un brinco,se le

    ju encima, como un tigre, y agarrndolo por la mueca, le arranc el pual de la mano,pa enterrarlo en seguida, con la rapidez de un rejucilo,en el garguero del pobre leso.Cuantito cay, elgeneral, que estaba agachao sobre l, antes desacar el cuchillo les grita los que haban venido a ayudarlo, que le trujiesen un vaso. Cuando se levant con el

    vaso en la mano y los mir, vieron que tena la cara del blancor de un fierro caldeado enuna fragua, y que le llameaban loh ojos. Estaba juriosoe rabia y grit a toda voz, paqueoyera toito el ejrcito: Ansina es como yo trato al miserable que quiso redamar misangre! Entonces, con un movimientoe rabia, tir al sueloel vaso cubiertoe sangre,hacindolo icos, y mand a loh ombres que llevaran pjuera al dijuntoy lo dejaran en

    pelota, pa que se lo comieran los caranchos.-Ans termin el asunto; pero desde ese da, los que lo rodearon notaron un cambio

    en el general. Si ust, amigo, ha servido alguna vez bajo sus rdeneh, o si lo ha visto,sabe la laya del hombre que era... alto y bien hecho, loh ojoh azules y rubio como ungringo, y con una juerza, aguante y resolucin que admiraba a toito el mundo; era comoun guila entre los otros pjaros..., ese pajarraco que no tiene compasin, que al chillar

    espanta a todas lah otras criaturas, y que goza despedazando la carnee su vctima consuh uah encorvadas. Pero aura lo haba agarrao alguna enfermed misteriosa que le

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    quit toita la juerza que tena; su cara tena un color plido, enfermizo, y cuando andabaa caballo iba todo agachado y bambaleado pa un lao y pa otro, como un envinao,y estadebilid ju empiorando de da en da. Se deca en el ejrcito que la sangreel paisanoquemat lo haba envenenao. Los doctores que acompaaban la despedicin no lo

    podan curar, y estole dio tanta rabia a Barbosa, que elloh empezarona temer por sus

    propias vidas. Entonces dijeron que no poda ser curao en el campamento como eradebido, y que era necesario dir a algn poblao ande podan curarlo de otro modo; pero aesto l se neg redondamente.

    -Toc el caso que vena con nohotros un veterano que era yerbatero. Era de SantaFe, y tena fama por las curas que haba hecho en su pago; pero habiendo tenido la malasuerte de matar a un cristiano, lo haban tomao preso y estaba condenao a servir diehaoh en el ejrcito. Este endividuo les dijo a algunos de los oficiales que l poda curaral general, y enterndose Barbosa, lo mand llamar y le hizo algunas preguntas. Elyerbatero le dijo que su enfermed era una que los dotores no podan curar. Lo que lefaltaba era el calor natural de la sangre, y slo podra recobrarla sal con el calor de unanimal, y no con rimedios. En un caso tan grave como el de l, el rimedio comn de

    meter las piernas y los pieh en el cuerpoe un animal entoava vivo, despus de abrirlo,no bastaba. Era preciso tener un animal muy grande y meter dentro todo el cuerpoe elenfermo.

    -El general dio su consentimiento; los dotores no se atrevan a curarlo, y semandaron a algunos paisanos pa que jueran a buscar un animal grande. Estbamosentonceh acampaos en un gran llano arenoso en San Luis, y como no tenamos carpahestbamos sufriendo mucho con el gran calor que haca y con la arena que arrastraba elviento. justamente en ese lugar el general se haba empiorao, ansina que ya ni podamontar a caballo siquiera, y aqu tuvimos que esperar hasta que mejorara.

    -En seguidita trujieron un toro muy grande y lo ataron a una estaca en el medioeel campamento. Se estaqui un trechoe terreno de unos cincuenta o sesenta metros,cercndolo con una soga y tendiendo ponchos sobre ella, en forma de cortina pa que elejrcito no pudiera ver lo que estaban haciendo ay dentro. Pero toda la tropa estabaenllena de curiosid, y cuando voltiaron al toro y se oyeron sus mugidos de dolor, losmilicos y loh oficiales de todas partes a la redonda se jueron acercando al lugar. Habacorrido la voz que la cura sera al tiro, y muchos se preparaban paclamar al general con

    juertes vivas.-En seguidita, y muy redepente, antes casi que hubieran terminao los mugidos, se

    oyeron gritos, y en ese mesmo momento, mientras todoh estbamos mirando medioasustaos, preguntndonos qu pasaba, el general se aparici en pelota, toito colorao, conel baoe sangre caliente que le haban dao, empuando en la mano un latn que haba

    recogido de paso. Saltando por encimae la soga con los ponchos, se qued parao unmomento; entonces, cuando vido la pila de hombres por delante,se les ju al humo,gritando a toda voz y reboliando el latn, que a la luz del sol pareca como una ruedarelumbrosa. Lohombres, viendo que estaba loco, arrancaron; l los persigui durante untrecho de unas cien varas; entonces se le acab aquella juerza sobrehumana; solt ellatn, bambale y cay largo a largo en el suelo. Al principio nades se atrevi aatracrsele; pero no se movi, y, por ltimo, cuando lo esaminaron, encontraron queestaba muerto.

    -El soldao haba acabao su cuento, y aunque yo tena una pilae preguntas quehacerle, no lo hice, porque vide lo afligida que estaba la Mnica, que se haba puesto

    plida hasta los labios, con las cosas tan terribles que el -hombre noh aba estao

    contando. Pero ya haba acabao y luego se ira, porque se estaba dentrando el sol.

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    -Arm y encendi un cigarillo, y estaba por levantarse del banco, cuando dijo: Mehaba olvidaoe decir una cosa del soldao Bracamonte, quetrate asesinar al general.Cuantito lo sacaron p ajuera y lo desvistieron pa que se lo comieranlos caranchos, seencontr un papel pegao al forro e su casaca, que risult ser su pasaporte, porque dabasu descripcin. Deca que perteneca a este pago de Chascoms, ansina que tal vez lo

    haigan oido mentar. Se llamaba Bruno de la Cueva!-Ay, Dios mol Por qu dira esas palabras? Nunca, ms que viva cien aos,olvidar ese grito, terrible que dio la Mnica antes de cair sin sentido al suelo!

    -Cuando la levant en mis brazos, el soldao se golvi y dijo: Qu, la agarrasiempre ese mal?

    -No -retruqu-yo-; pero ese Bruno, que no sabamos hasta aura que haba muerto,era de esta casa.

    -Ju la fatalid, que me trujo aqu -dijo l-, o tal vez ese Dios que siempre me hahecho la contra; pero ust, amigo, es testigo que yo no cruc esta puerta con el latn

    pelao, en la mano, y con estas palabras se despidi y dende ese da no he gelto amirarle la cara.

    -Al cabo, abri loh ojos la Mnica; pero se me hel el corazn cuando los vide,pues ju fcil ver que se haba gelto loca; quin sabr si la pena que haba sufrido nohabra sido pior? Algunos se han muertoe pura pena... No ju eso lo que mat a laDonata? Pero los locos saben vivir muchos aos. A veces pensamos que sera mejor queestuvieran muertos; pero no es siempre ans... No ju ans, seor, en este caso.

    -Sigui viviendo aqu, con los dos viejos, pues dende el principio ju sosegada yobediente como una niita. Por fin lleg una orden de alguien en Chascoms que tenaautorid, diciendo que los que estaban en la casa tendran que mandarse mudar. La ibana echar abajo, pa usar el material que se necesitaba pa otra casas que estaban haciendoen el pueblo. Pascual muri por ese tiempo, y la viuda, vieja y enferma, se ju a vivircon unos parientes pobres en Chascoms, y se llev a la Mnica con ella. Cuando murila vieja, la Mnica se qued viviendo con esa gente: vive con ellos hasta hoy da. Perola dejan hacer lo que le da la gana; entra y sale, y la conocen en el pueblo por el nombrede la loca del Omb. Le tienen cario, porque saben su historia, y Dios ha queridoque se compadezcan della.

    -Al verla ust, a gatas creera que juera la mesma Mnica de la que le he estaocontando y que conoca cuando chica, corriendo a patita pelada detrs de lah ovejas desu padre. Pues, aura, tiene el pelo blanco y la cara enllenitae arrugas.

    -Yendo dende aqu en direccin a Chascoms, ust ver al atracarse a la laguna, amano izquierda, una barranca sumamente alta, cubiertae matas de hinojo, marrubio ycardo. Ay est casi todos los das, sentada en la barranca, a la sombrae las matas de

    hinojos, mirando palotro laoe el agua. Se lo pasa aguaitando los flamencos. Haymuchoh en la laguna y andan en bandadas, y cuando abren el gelo y atraviesan lalaguna, volando a flor de agua, se pueden ver suh alas coloradas a mucha distancia. Ycada vez que ve una bandada atravesando la laguna como una raya colorada, grita de

    puro gusto. se es su nico placer... sa es su vida. Y ella es la ltima persona quequeda de toitas las que han vivido en mi tiempo en El Omb.

    Apndice

    La invasin inglesa y el juego de El Pato

    He de decir de una vez que el relato de El Omb es, en su mayor parte, cierto,

    aunque los sucesos no ocurrieron exactamente en el orden que yo los he dado. Losincidentes relativos a la invasin inglesa de junio y julio de 1807 los he narrado casi tal

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    cual los recib de los labios del viejo gaucho, al que en el cuento he llamado Nicandro.Eso fue all por el ao sesenta y tantos. Las notas que tom, sin fecharlas, durante mis

    plticas con el viejo, de las numerosas ancdotas de don Santos Ugarte, y de toda lahistoria de El Omb, fueron escritas, me parece, por el ao 1868, el ao de la gran

    polvareda. Tengo ante m, al presente, estas antiguas notas, y se ven muy raras, tanto

    por la escritura cuanto por el papel; tambin por lo sucias que se ven, lo que me hacepensar que el viejo manuscrito debi haberse hallado presente en aquella memorablepolvareda, que recuerdo termin en lluvia, una lluvia que cay en forma de barro flido.

    Haba otros viejos viviendo en ese partido, que, de muchachos, haban visto desfilarel ejrcito ingls en direccin a Buenos Aires, y uno de ellos confirm el cuento de lasmantas que tir el ejrcito, y de las bromas que se haban cambiado entre los soldados ylos gauchos.

    Confieso que tuve algunas dudas respecto a la veracidad de lo de las mantas cuandole de nuevo mis antiguas notas; pero al consultar las actas del Consejo de guerra que

    proces al teniente general Whitelocke, publicadas en Londres en 1808, hall que sereferan al incidente. En la pgina 57 del tomo primero se encuentra la siguiente

    declaracin, hecha por el general Gower: Los hombres, especialmente los de la brigadadel brigadier-general Lumley, estaban sumamente cansados, y el teniente generalWhitelocke, para permitirles avanzar con mediana rapidez, orden que el ejrcito tirarasus mantas.

    No hay duda, sin embargo, en la evidencia, denotando que las mantas hayan sidoempleadas para reforzar el lecho del ro, a fin de facilitar su travesa por el ejrcito, nitampoco da su nombre.

    Hay otro punto en la historia del viejo gaucho que bien pueda parecerle muy raro, yhasta casi increble, al lector ingls, y esto es que a unas pocas millas del sitio por dondeel ejrcito del aborrecido invasor extranjero marchaba a la capital, en la cual reinaba elmayor alboroto y se haca toda laya de preparativos para su defensa, se hallara unnmero considerable de hombres entretenindose jugando al pato. Para los queconocen el carcter del gaucho, esto no tiene nada de increble, pues el gaucho carece -ocareca-absolutamente de todo sentimiento patritico, y consideraba a todo gobernante,a toda persona revestida de alguna autoridad, como su principal enemigo, y el peor delos ladrones, desde que no slo le robaba sus bienes, sino tambin su libertad.

    A l no se le daba un comino que fuera a Espaa o a Inglaterra a quien su paspagara tributo, o que la persona a quien se haba nombrado all lejos, de gobernador ovirrey, tuviera los ojos negros o azules. Se observ que cuando termin el dominioespaol, el gaucho transfiri su odio a las camarillas de una seudorrepblica. Cuandolos gauchos se afiliaron a Rosas y le ayudaron a subir al poder, se hicieron la ilusin de

    que l era uno de ellos mismos y les dara aquella perfecta libertad para vivir sus vidas asu propio modo, que es su nico deseo. Descubrieron su error cuando era demasiadotarde.

    Fue Rosas quien suprimi el juego de El Pato; pero antes de decir ms sobre estepunto, mejor ser describirlo. Yo jams he visto impresa una descripcin del juego, y,sin embargo, durante largo tiempo, y probablemente hasta eso de 1840, era elentretenimiento ms popular al aire libre de la pampa argentina. Sin duda que all tuvosu origen; se adaptaba admirablemente a los hbitos y a la ndole del gaucho, y al revsde la mayor parte de los deportes, conserv hasta el ltimo su tosco y simple carcter

    primitivo.Para jugarlo, se mataba un pato o un pollo, o, con ms frecuencia, alguna ave

    domstica ms grande, como el pavo o ganso, y se le cosa dentro de un trozo de cuerofuerte, haciendo as una pelota de forma irregular, dos veces el grandor de un foot-ball,

  • 7/22/2019 HUDSON, WILLIAM HENRY - El omb y otros cuentos

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    provisto de cuatro manijas de cuero torcido, y de tamao conveniente para ser agarradaspor la mano de un hombre. Un detalle muy importante era que la pelota y las manijasfueran tan slidamente hechas, que tres o cuatro hombres a caballo pudieran agarrarlas ytirarlas hasta desmontarse unos a otros, sin que nada aflojara.

    Una vez resuelto en algn pago a tener un juego, y arreglado el punto de reunin, y

    habiendo alguien ofrecido a proveer el ave, se mandaba notificar a los vecinos; a la horaacordada, todos los hombres y mozos, desde algunas leguas a la redonda, acudan allugar, montados en sus mejores pingos. Al aparecer en la cancha el hombre que llevabael pato, los otros daban caza y luego le alcanzaban y le arrancaban la pelota de la mano;entonces el vencedor, a su turno, era perseguido y al ser alcanzado, sola haber una

    pelea, como en el foot-ball, con la diferencia que los contendientes estaban montados acaballo antes de derribarse unos a otros al suelo. A veces, en este trance, un par de

    jugadores, atolondrados, furiosos por haber sido heridos o vencidos, desenvainaban susfacones para probar cul de los dos tena razn, o cul era el de ms valer; pero, hubierao no pelea, alguien se apoderaba del pato y se lo llevaba, para ser l, en su turno,acosado. Se recorran de esta manera leguas y leguas de terreno, y, por fin, alguno, con

    ms suerte o mejor montado que sus rivales, se posesionaba del pato, y, escabullndosepor entr los paisanos, desparramados por la pampa, lograba escaparse. Era el vencedor,y, como tal, tena el derecho de llevarse el ave a su casa y comrsela. Esto era, sinembargo, una mera ficcin: el hombre que se llevaba el pato, enderezaba para el primerrancho, seguido por todos los dems, y, en seguida, no slo se cocinaba el pato, sinotambin una gran porcin de carne, para alimentar a los que haban tomado parte.

    Mientras se aderezaba la cena, se mandaba a alguien a los ranchos vecinos, paraconvidar a las mujeres, y el llegar stas, empezaba el baile, que duraba toda la noche.

    Para el gaucho, que se apegaba a su caballo desde la niez, casi con la mismaespontaneidad que un parsito al animal a cuyas expensas vive, el pato era el juego detodos los juegos... Ni pudo haber sido un juego mejor adaptado para hombres cuyaexistencia o cuyo xito en la vida dependa tanto de su equitacin, y cuya gloria

    principal era poder mantenerse a caballo en todo apuro, y cuando eso no era posible,dejarse caer graciosamente y de pie, como un gato. La gente de la pampa le tena unaaficin loca a este juego, hasta que lleg el tiempo en que se le ocurri a un presidentede la Repblica ponerle fin, y con una plumada lo suprimi para siempre.

    Necesitara ser un hombre fuerte el que aboliera en este pas algn deporte al que lagente fuera aficionada; y fue sin duda, un hombre sumamente fuerte el que suprimi el

    juego de el pato en aquella tierra. Si otro cualquiera, ocupando el puesto de jefe deEstado, durante los ltimos noventa aos, hubiera intentado tal cosa, habra sido elhazmerrer de todo el pas, y en cualquier parte en que se hubiera pegado un decreto tan

    absurdo a las paredes, a las puertas de las iglesias, tiendas y otros edificios pblicos, sehabran visto los gauchos llenndose la boca de agua para espurrear los despreciadoscarteles. Pero ente hombre era algo ms que un presidente: era aquel Rosas, apodado

    por sus enemigos El Nern de la Amrica. Aunque perteneca de nacimiento a unadistinguida familia, tena una predileccin a todo lo gaucho, y desde joven adopt lavida semisalvaje de la pampa. Rosas se distingui por su intrpido arrojo; notitubeabaun momento en lanzarse de su caballo sobre un cimarrn que formara parte de algunamanada fugitiva contra la cual se hubiera arrojado.

    Tena toda la ferocidad innata del gaucho; posea sus feroces odios y prejuicios, yfue, en realidad, su ntimo conocimiento de la gente con la cual viva, y su afinidadmental con ella, que le dieron su extraordinaria influencia sobre ellos y le permitieron

    llevar a cabo sus ambiciosos planes. Pero, por qu, cuando hubo logrado hacersetodopoderosos mediante su ayuda, y cuando les deba tanto, y los lazos que lo unan a

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    ellos eran tan estrechos, les quit su amado entretenimiento? La razn, que parecera casiridcula, despus de lo que he dicho del carcter de Rosas, fue que consideraba el juegodemasiado violento. Es cierto quetena (para l) sus ventajas, puesto que haca al gauchoun peleador rec