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I. ESTADO ORIGINAL DEL HOMBRE A. INFORMACIÓN BÍBLICA B. IMAGEN DE DIOS EN EL HOMBRE 1. Lugar del hombre en la creación 2. Contenido de la imagen 3. Justicia original C. SEXUALIDAD EN SU ESTADO ORIGINAL 1. Necesidad humana de compañerismo 2. Creación de la mujer 3. Significado del matrimonio D. ESTADO ORIGINAL DE LA HUMANIDAD E. VIDA INFERIOR Y SOPORTE ORGÁNICO 1. Totalidad de la persona humana 2. Monismo bíblico 3. “Alma” y “espíritu” en la Biblia II. ESTADO ACTUAL DEL HOMBRE A. INFORMACIÓN BÍBLICA B. PECADO: LA REALIDAD QUE TODO LO IMPREGNA 1. Romanos 5:12 2. Un pasaje mal comprendido 3. Tendencias irresistibles 4. Teología sobre las tendencias 5. Depravación humana y efectos sobre la sociedad C. MUERTE, EL ÚLTIMO ENEMIGO 1. Muerte: penalidad por el pecado 2. Eliminación de la muerte 3. Valor de una retribución aniquiladora III. ESTADO FUTURO DEL HOMBRE A. LA MORADA TEMPORAL DE LOS SALVOS B. EL HOGAR PERMANENTE DE LOS SALVOS C. EL CUERPO FUTURO IV. IMPACTO DE LA DOCTRINA BÍBLICA DEL HOMBRE SOBRE LA VIDA DEL CRISTIANO V. RESEÑA HISTÓRICA 6 HOMBRE Aecio E. Cairus Introducción un cuando “teología” significa lite- ralmente “tratado o estudio de Dios”, el hombre es uno de sus te- mas más importantes. Dios se reveló a sí mismo como el Padre de la raza humana (Mateo 6:9), a través de un Hijo que no se avergüenza de llamar a los seres humanos sus hermanos y hermanas (Hebreos 2:11), y en el Espíritu que toma a la humanidad como su morada (1 Corintios 6:19). Aunque sin sentir la perplejidad y de- sesperación que se encuentran tan a menu- do en los filósofos, los escritores bíblicos todavía planten las preguntas: ¿Qué es el hombre? ¿Quién soy yo? La Biblia formula esas preguntas en un contexto de reveren- cia por las obras de Dios (Salmo 8:4) y por su condescendencia hacia la humanidad (Job 7:17), de gratitud motivada por su gracia (2 Samuel 7:18; Salmo 144:3), y de humildad al enfrentar la vastedad de la ta- rea que él ha asignado (Éxodo 3:11). Noso- tros debiéramos hacer lo mismo. Generalmente se examina la “antropo- logía teológica” (el estudio del hombre desde un punto de vista bíblico) en cone- xión con la cosmología (que trata del uni- verso creado), la protología (el estado ori- ginal de los asuntos en el mundo), la ha- martiología (el estado vastamente diferente de los problemas introducidos por el peca- do) y la escatología (la doctrina de las co- sas últimas). Esto es razonable porque las cosas ad- quieren significado en su contexto natural (de ahí la conexión con la cosmología). Aunque esta relación está ahora oscurecida por las consecuencias del pecado, el origen y el destino de un ser revelan su naturaleza. De este modo, la naturaleza de los seres humanos se revela en su creación (protolo- gía) y estado futuro (escatología). En este ensayo se usa la palabra “hom- bre” en un sentido genérico según se en- cuentra en Génesis 1:27, y se refiere tanto a los hombres como a las mujeres. A

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I. ESTADO ORIGINAL DEL HOMBRE A. INFORMACIÓN BÍBLICA B. IMAGEN DE DIOS EN EL HOMBRE

1. Lugar del hombre en la creación 2. Contenido de la imagen 3. Justicia original

C. SEXUALIDAD EN SU ESTADO ORIGINAL 1. Necesidad humana de compañerismo 2. Creación de la mujer 3. Significado del matrimonio

D. ESTADO ORIGINAL DE LA HUMANIDAD E. VIDA INFERIOR Y SOPORTE ORGÁNICO

1. Totalidad de la persona humana 2. Monismo bíblico 3. “Alma” y “espíritu” en la Biblia

II. ESTADO ACTUAL DEL HOMBRE A. INFORMACIÓN BÍBLICA B. PECADO: LA REALIDAD QUE TODO LO IMPREGNA

1. Romanos 5:12 2. Un pasaje mal comprendido 3. Tendencias irresistibles 4. Teología sobre las tendencias 5. Depravación humana y efectos sobre la sociedad

C. MUERTE, EL ÚLTIMO ENEMIGO 1. Muerte: penalidad por el pecado 2. Eliminación de la muerte 3. Valor de una retribución aniquiladora

III. ESTADO FUTURO DEL HOMBRE A. LA MORADA TEMPORAL DE LOS SALVOS B. EL HOGAR PERMANENTE DE LOS SALVOS C. EL CUERPO FUTURO

IV. IMPACTO DE LA DOCTRINA BÍBLICA DEL HOMBRE SOBRE LA VIDA DEL CRISTIANO

V. RESEÑA HISTÓRICA

6 HOMBRE

Aecio E. Cairus

Introducción

un cuando “teología” significa lite-ralmente “tratado o estudio de Dios”, el hombre es uno de sus te-

mas más importantes. Dios se reveló a sí mismo como el Padre de la raza humana (Mateo 6:9), a través de un Hijo que no se avergüenza de llamar a los seres humanos sus hermanos y hermanas (Hebreos 2:11), y en el Espíritu que toma a la humanidad como su morada (1 Corintios 6:19).

Aunque sin sentir la perplejidad y de-sesperación que se encuentran tan a menu-do en los filósofos, los escritores bíblicos todavía planten las preguntas: ¿Qué es el hombre? ¿Quién soy yo? La Biblia formula esas preguntas en un contexto de reveren-cia por las obras de Dios (Salmo 8:4) y por su condescendencia hacia la humanidad (Job 7:17), de gratitud motivada por su gracia (2 Samuel 7:18; Salmo 144:3), y de humildad al enfrentar la vastedad de la ta-rea que él ha asignado (Éxodo 3:11). Noso-tros debiéramos hacer lo mismo.

Generalmente se examina la “antropo-logía teológica” (el estudio del hombre desde un punto de vista bíblico) en cone-xión con la cosmología (que trata del uni-verso creado), la protología (el estado ori-ginal de los asuntos en el mundo), la ha-martiología (el estado vastamente diferente de los problemas introducidos por el peca-do) y la escatología (la doctrina de las co-sas últimas).

Esto es razonable porque las cosas ad-quieren significado en su contexto natural (de ahí la conexión con la cosmología). Aunque esta relación está ahora oscurecida por las consecuencias del pecado, el origen y el destino de un ser revelan su naturaleza. De este modo, la naturaleza de los seres humanos se revela en su creación (protolo-gía) y estado futuro (escatología).

En este ensayo se usa la palabra “hom-bre” en un sentido genérico según se en-cuentra en Génesis 1:27, y se refiere tanto a los hombres como a las mujeres.

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A. MONISMO Y DUALISMO B. RECHAZO ADVENTISTA DE LA INMORTALIDAD IN-

HERENTE C. UNIVERSALIDAD DEL PECADO D. PENSAMIENTO ADVENTISTA

VI. COMENTARIO DE ELENA DE WHITE A. LUGAR DEL HOMBRE EN LA CREACIÓN B. CREACIÓN A LA IMAGEN DE DIOS C. CREACIÓN DE LA MUJER D. SIGNIFICADO DEL MATRIMONIO E. LIBRE ALBEDRÍO F. JUSTICIA ORIGINAL G. LA CAÍDA

H. INMORTALIDAD CONDICIONAL I. TENDENCIAS PECAMINOSAS J. VIDA SOLO EN CRISTO K. RESURRECCIÓN L. TIERRA NUEVA

VII. BIBLIOGRAFÍA

APÉNDICE A: Situación de la mujer en la Biblia

APÉNDICE B: Relación del esposo con la esposa

I. ESTADO ORIGINAL DEL HOMBRE

A. INFORMACIÓN BÍBLICA

Aunque hay mucha información dise-minada en toda la Biblia acerca del hombre y su origen, los primeros dos capítulos de Génesis analizan el tema detalladamente y han sido una fuente esencial para la refle-xión teológica a lo largo de los siglos.

Lamentablemente, en tiempos moder-nos las narraciones contenidas en esos ca-pítulos a menudo ya no se consideran una sola unidad sino dos relatos divergentes de la creación. Ciertamente, Génesis 2:4 inicia una nueva narración (la historia del paraí-so), distinta de Génesis 1:1-2:3 (la historia de la creación), pero es complementaria de ella (ver Creación I. B. 1-3).

La historia de la creación ofrece un re-lato del origen de la vida y el gozo a través de la creatividad de Dios. El relato del Pa-raíso explica el surgimiento de la muerte y la aflicción en el mundo a través de la desobediencia del hombre. Reaparecen alusiones a actos creativos de Dios, pero con una agenda diferente. El orden diverso de su presentación responde a necesidades internas de la narración, no a una concep-ción diferente de la cronología de los even-tos. La historia del Paraíso tiene continui-dad de pensamiento con la historia de la creación, como también afinidad en el len-guaje y la estructura. Puede perderse com-

pletamente el significado de diferentes par-tes dentro de la historia a menos que se re-conozca esta unidad.

El asunto de las normas para la dieta no es sino un ejemplo de esta unidad. En Gé-nesis 1:29 y 30 se le ordena a la primera pareja humana que coma “toda planta que da semilla” y “todo árbol en que hay fruto y que da semilla”; granos y frutos. Por otra parte, los animales han de comer “toda planta verde”. Por tanto, el huerto de árbo-les frutales de Génesis 2:8 y 9 era el lugar lógico para Adán y Eva. En su primer co-mentario a la mujer, la serpiente mostró que estaba claramente consciente de las limitaciones de la dieta de ella. Sus pala-bras quizá podrían traducirse así: “¡Y qué importa ['af ki] si Dios dijo ‘no debes co-mer de ningún árbol en el huerto’!” (ver Génesis 3:1).

Algunos pueden argüir que los capítu-los de Génesis 1 y 2 no tenían la finalidad de describir cómo fue creado todo, sino só-lo por quién y con qué propósito. Por el contrario, el “cómo” de la creación nos muestra la naturaleza de la criatura huma-na. Describir esto es la intención obvia del autor bíblico.

B. IMAGEN DE DIOS EN EL HOMBRE

El texto clave para fundamentar la afir-

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mación de que los seres humanos fueron creados a la imagen de Dios es Génesis 1:26 y 27: “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree... Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó”.

1. Lugar del hombre en la creación

Para indagar el lugar de la pareja huma-na en la creación de Dios debe dársele con-sideración al propósito divino al crear a los seres humanos, al significado de las pala-bras “imagen de Dios” y a las declaracio-nes bíblicas relacionadas con esa frase.

a. Propósito de Dios al crear al hom-bre. La Biblia difiere de los pensadores an-tiguos (Platón, por ejemplo), los cuales afirmaron que Dios tenía que crear un mundo con el fin de expresarse a sí mismo. Dios no estaba constreñido por su propia naturaleza a crear ni siquiera una cosa, pe-ro libremente decidió hacerlo en una mane-ra tal que su bondad, sabiduría y poder –su “gloria” – pudieran manifestarse, como se sugiere en Salmo 19:1-4.

Es cierto que la humanidad existe para la gloria de Dios, pero no porque los quiere como algún tipo de coro cósmico que cante sus alabanzas. Antes bien, ellos contribu-yen a la gloria de Dios porque fueron idea-dos en una manera sumamente digna de alabanza, para tener un compañerismo amante con él (cf. Salmo 100:1-4).

b. Autorretrato de Dios. De acuerdo con la historia de la creación, Dios primero de-lineó tres pares de ambientes: la luz fue se-parada de las tinieblas (día uno, Génesis 1:3-5), el agua fue separada del aire (día dos, versículos 6-8), y la tierra seca y su vegetación fueron separadas del mar (día tres, versículos 9-13). Luego procedió a llenar esos ambientes con habitantes: cuer-pos que emiten luz apropiados para el fir-mamento luminoso y el oscuro (día cuatro,

versículos 14-19), seres voladores para el aire y seres que nadan para las aguas (día cinco, versículos 20-23), y seres terrestres para la tierra cubierta con vegetación (día seis, versículos 24, 25; ver Creación I. A. 1-10).

Sólo cuando esta tarea estuvo termi-nada quedó todo listo para la aparición del hombre: “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza... Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; va-rón y hembra los creó” (versículos 26, 27).

Esta creación a la imagen de Dios no debiera confundirse con ser esencialmente la imagen de Dios. El Sol proyecta una imagen de sí mismo sobre la superficie de un lago. Un pintor pinta sobre un lienzo una imagen del mismo cuerpo celeste. Las dos no son imágenes del Sol en el mismo sentido. Una se autoproyecta y comparte la naturaleza del Sol mismo, siendo una parte de su resplandor. La otra fue hecha inten-cionalmente a la imagen del Sol, pero consta de pigmentos de colores sobre la te-la y no ha emanado de la estrella misma.

Cristo es, en virtud de su propia natura-leza, imagen eterna de Dios. Él es “el res-plandor de la gloria de Dios, la fiel imagen de lo que él es” (Hebreos 1:3, NVI). Cier-tamente, “él es la imagen del Dios invisi-ble” (Colosenses 1:15). Como tal, él mis-mo es el Creador y Hacedor del hombre a la imagen de Dios (versículo 16), aunque sin duda toda la Deidad estuvo involucrada en la expresión “Hagamos”. Los seres humanos son imagen de Dios, no como una extensión de su ser, sino como un re-trato realizado por su propósito creador.

c. Asociaciones bíblicas del concepto de imagen de Dios. Los pensadores paganos concibieron el mundo como una imagen de su Creador. En contraste, las Escrituras re-servan la creación a la imagen de Dios sólo para el hombre (Génesis 1:26, 27; 1 Corin-

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tios 15:49). El contexto que rodea la ex-presión en Génesis 1:26 y 27 asocia esta imagen con una posición en la cumbre de toda creación material.

Esto puede mostrarse en la progresión que se encuentra en el texto a través de los días sucesivos de la semana de la creación, desde simple energía (luz) y materia inor-gánica en la atmósfera, el océano y la tie-rra, hasta la planta y la vida animal, culmi-nando en el género humano. También hay un cambio en la fórmula de aprobación: de “era bueno” antes de la creación del hom-bre (versículos 4, 12, 18, 21, 25) a “era bueno en gran manera" después de ello (versículo 31). Además, la Deidad delibera sólo antes de la creación del hombre (ver-sículo 26).

La posición más elevada del hombre es evidente en la atención especial que él re-cibe cuando Dios alienta vida en él (Géne-sis 2:7). Por tanto, Adán no puede encon-trar compañía adecuada entre los animales (versículo 20). La dignidad asociada con la posición del hombre como imagen de Dios se destaca en Génesis 9:6, donde se de-manda la pena de muerte para los culpables de asesinato. Cualquier cosa que amenaza la vida humana debe considerarse como un ataque contra el Dios que ella representa.

2. Contenido de la imagen

No es obvio en forma inmediata en qué sentido preciso llevamos la imagen de Dios. Si se coloca el acento sobre la seme-janza a Dios, ¿cómo pueden seres humanos insignificantes asemejarse al Infinito? To-do en el cuerpo humano responde a necesi-dades ambientales. Nuestra forma, tamaño y configuración están ligados a condicio-nes sobre el planeta Tierra. ¿Se asemeja el ambiente de Dios al nuestro? ¿O debiéra-mos limitar la semejanza a aspectos espiri-tuales? Si es así, ¿son las características espirituales menos indignas de la Deidad

que las físicas? Pensadores de todas las edades han analizado estas preguntas. En la sección histórica (V) aparece un estudio de sus respuestas. Aquí nos concentramos en las respuestas bíblicas.

Con el fin de especificar el contenido de la imagen de Dios, necesitamos consi-derar la intención divina tal como está ex-presada en Génesis 1:26: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza”. Esta intención es im-portante porque muestra que el ser humano no llegó a ser simplemente a la imagen de Dios, sino que fue diseñado cuidadosamen-te para reflejarla. La imagen de Dios es mucho más que la autoproyección a menu-do inconsciente en cualquier actividad creativa. Esta declaración de intención también nos permite conocer mejor el pro-pósito más amplio de Dios (ver Creación I. A. 12).

La idea de las criaturas humanas como imagen de Dios primariamente apunta ha-cia su papel como representantes de Dios sobre la creación inferior (versículos 26, 27; Salmo 8:6-8). La función del hombre iba a ser análoga a la de Dios en su esfera. Éste es ciertamente el sentido de la frase “imagen de [un] dios” aplicada a un ser humano en el antiguo Cercano Oriente; por ejemplo, Faraón era “la imagen viviente” de Amón o Ra. Llevar la imagen de Dios, entonces, no implica tanto asemejarse a Dios como representarlo. El hombre es co-laborador de Dios (Génesis 2:4-6, 15) y su lugarteniente (Salmo 8:3-8; 115:16).

Por otra parte, la semejanza, aunque no es la idea focal, no puede ser excluida. Las funciones figurativas de los seres humanos no pueden subsistir sin comunicación con su Hacedor. Los talentos físicos, intelec-tuales, sociales y espirituales, como tam-bién la capacidad para comulgar con Dios, son, por tanto, una parte integral del con-cepto de la imagen de Dios. Puesto que la

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imagen de Dios en los seres humanos se estableció con el propósito de colocarlos en una posición de dominio sobre la natu-raleza inferior, debe abarcar todo lo que capacita a la humanidad para gobernar en su esfera como Dios gobierna en la suya.

El Nuevo Testamento enfatiza la seme-janza a Dios en el ámbito del conocimiento (Colosenses 3:10), la justicia y la santidad (Efesios 4:24). Esto subraya la bondad ori-ginal de los seres humanos, derivada de un Creador preocupado en hacer todo “bueno en gran manera”. Los autorretratos de un Dios solícito y amante no podían menos que ser agradecidos y afectuosos. Como ta-les deberían encontrar la bondad y el aca-tamiento de las instrucciones de Dios como algo totalmente natural. La imagen de Dios en el hombre también incluye la naturaleza moral.

Lejos de conducir al abuso de la natura-leza, como a veces acusaron los ecologistas humanistas, el dominio sobre la naturaleza hace a los seres humanos responsables ante Dios por sus acciones en el mundo natural. Es más probable que el abuso provenga de los que tienen acceso a una herencia, pero no son enteramente dueños de ella. El rela-to del dominio completo dado a la humani-dad sólo destaca que la conservación de la naturaleza es en su propio interés. Dios no dio a los seres humanos meramente un ac-ceso a los recursos naturales de la Tierra, sino la plena mayordomía de ellos (Géne-sis 1:26). De acuerdo con la Biblia, la natu-raleza es la herencia preciosa del hombre (ver Mayordomía I. B).

3. Justicia original

Las facultades físicas, intelectuales, so-ciales y espirituales están estrechamente relacionadas con la dignidad de una perso-na, un aspecto esencial de ser imagen de Dios (1 Corintios 11:7). Con toda modestia y reverencia nos maravillamos ante la ge-

nerosidad de Dios que nos dota con esas facultades; celebramos los logros de la humanidad (Salmo 8). Al mismo tiempo podemos tropezar ante la paradoja de una imagen de Dios tal comportándose en una forma sumamente impía, como aun nacio-nes muy civilizadas lo han mostrado en la historia reciente. ¿Cómo podemos todavía llamar “imagen de Dios” a esa criatura?

La paradoja depende de una de nuestras facultades más valiosas: la libertad. La po-sesión de la imagen de Dios implica de-pendencia de él, porque algo puede ser una imagen sólo en los aspectos en los cuales se conforma a su modelo. Por otra parte, la libertad abre el camino a la autonomía y consecuentemente a la no conformidad. Con todo, la autonomía conduce a la inde-pendencia sólo cuando el agente libre tiene su propia agenda para seguir. Agendas di-ferentes presuponen principios y objetivos diferentes. Podemos aceptar voluntaria-mente nuestra condición como imágenes de Dios y reconocer nuestra humilde de-pendencia, consintiendo libremente a los principios de su reino, o podemos recha-zarlos, convirtiendo la libertad en rebelión.

“Dios hizo al hombre recto” (Eclesias-tés 7:29). Ciertamente no era perfecto en el sentido de haber logrado todo lo que era capaz de lograr; por ejemplo, requería ins-trucción (Génesis 2:16, 17), particularmen-te sobre la prueba del árbol del conoci-miento. Mucho estaba en juego en esta prueba, cuyo propósito era desarrollar su madurez moral (Santiago 1:2-4).

La condición moral en la cual fueron creados nuestros primeros padres general-mente se describe como inocencia, indi-cando que su virtud (estar libres de una fal-ta moral) todavía no había sido probada. La virtud presupone la capacidad de elegir o libre albedrío. Aunque la Biblia dice po-co acerca de la voluntad humana, valora al-tamente la libertad de los seres humanos.

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La legislación social del Antiguo Testa-mento sacaba a los cautivos y esclavos del estatus miserable usual en la antigüedad y hacía imposible que se tratase a un israelita como un simple esclavo. El Dios de Israel asume el papel de Redentor (Isaías 41:14; Jeremías 50:34) o Libertador de su pueblo (Isaías 61:1).

Jesucristo entendió su misión bajo la misma luz (Lucas 4:16-21). Sin embargo, esta liberación no fue meramente sociopo-lítica. El Nuevo Testamento enfatiza la es-clavitud del hombre al pecado (Romanos 3 y 7) como consecuencia de su naturaleza caída. Lo que un simple conocimiento de la voluntad o ley de Dios no podía efec-tuar, Jesús lo obtuvo permaneciendo sin pecado (Romanos 8:3) y siendo obediente hasta el punto de morir en una cruz (Fili-penses 2:6- 8). De esta manera llegó a ser el Redentor de los que están esclavizados al pecado (Hebreos 2:15) y por ende a la muerte, “porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eter-na en Cristo Jesús Señor nuestro” (Roma-nos 6:23).

Pero tal liberación no es universal o au-tomática. Llega sólo a quienes voluntaria-mente reciben a Cristo (Juan 1:12) y trae como resultado la libertad, no para volver a una obstinada autonomía, sino para amar a Dios y al prójimo bajo la “ley de la liber-tad' (Santiago 2:12). “Porque vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados; so-lamente que no uséis la libertad como oca-sión para la carne, sino servíos por amor los unos a los otros” (Gálatas 5:13).

Muchos términos bíblicos expresan el poder de la elección y la decisión personal, incluyendo las palabras hebreas jáfts y rát-són, y la griega théléma. Lo que es más importante, no puede explicarse la exhorta-ción y la instrucción moral que hay en toda la Escritura sin el supuesto de la libertad humana y el poder para elegir. La voluntad

de Dios es libre e ilimitada; también ha concedido libre albedrío a los seres huma-nos que creó.

La voluntad de Dios, la norma de bon-dad, no es algo abstruso o difícil de encon-trar. Aun en el estado presente un ser hu-mano aprueba fácilmente lo que es correc-to, concordando en que las instrucciones divinas son buenas (Romanos 7:15-18). Pero en el actual estado pecaminoso la vo-luntad humana está cautiva al pecado y re-quiere gracia divina para alcanzar el buen propósito de Dios (versículos 24, 25). En su estado original justo el hombre era ca-paz de seguir las instrucciones divinas. Dios planeó un universo libre de muerte (Romanos 8:21), presuponiendo la capaci-dad para adherir estrictamente a sus princi-pios (Génesis 2:17). Desafortunadamente, las criaturas de Dios también podían (y lo hicieron) elegir la muerte con igual libertad (para otros comentarios sobre “La imagen de Dios”, ver Pecado I. A, C; Estilo de vi-da I. A. 2).

C. SEXUALIDAD EN SU ESTADO

ORIGINAL

1. Necesidad humana de compañerismo Mientras que en base a Génesis 2 es

claro que el hombre y la mujer no fueron creados simultáneamente, Génesis 1 hace caso omiso del tiempo transcurrido. Dios creó a los seres humanos tanto en forma de hombre como de mujer (versículo 27). “Adán” no es en realidad un nombre per-sonal en hebreo, sino un sustantivo colecti-vo que puede traducirse “seres humanos” o “humanidad” (cf. Génesis 5:2 en diferentes versiones). El término específico para un ser humano masculino, 'ish, aparece en la Biblia después de la mención de la mujer, ’ishsháh (Génesis 2:23).

La historia de la creación nos informa de que hubo un corto período durante el cual existía un solo ser humano, pero para

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esto no hubo una fórmula de aprobación, sino lo opuesto: “No es bueno que el hom-bre esté solo” (versículo 18). Siguiendo el modelo de relaciones en la Deidad (Juan 17:24), una existencia significativa para los seres humanos necesitaba tener una dimen-sión social. El breve lapso con sólo un 'ádám tenía el propósito de mostrarle que él carecía de un complemento en la crea-ción animal y así se hallaba en necesidad de una “ayuda idónea”, o una compañera adecuada. El ideal expresado en la creación era que el hombre y la mujer formasen un todo en el cual fuesen mutuamente com-plementarios e interdependientes. Una pa-reja aislada no cumple todos los re-querimientos para las dimensiones sociales del hombre, pero el procedimiento creativo muestra la importancia de esta dimensión en el plan de Dios.

De este modo la Biblia coloca la fun-ción de la sexualidad en el contexto del compañerismo, la intimidad y la comple-mentación sobre la cual se basa la humani-dad genuina. Esta concepción es, con mu-cho, más avanzada que las ideas de mera procreación, recreación, o “alivio de ten-siones” a las que a menudo ha sido reduci-da la sexualidad.

2. Creación de la mujer

Muchos intérpretes se han referido a la importancia de la manera en que la mujer fue creada (Génesis 2:21, 22). Fue tomada del costado del hombre -no de su cabeza o sus pies-, lo cual sugiere igualdad inheren-te. La palabra tsélá', traducida “costilla” en este pasaje, en otra parte se traduce “costa-do”, como en la contraparte simétrica de una hoja de una puerta doble (1 Reyes 6:34), la segunda ala de un edificio que ha-ce juego con otra (Éxodo 26:26, 27), la falda opuesta de una montaña (2 Samuel 16:13). Al quedarnos con el sentido de “costado” podemos subrayar la igualdad y

complementariedad del hombre y la mujer. Juntos, el hombre y la mujer, formaron la humanidad, creados a la imagen de Dios, para ayudarse y apoyarse mutuamente. A ambos en forma conjunta Dios les dio do-minio sobre la Tierra y su contenido (Gé-nesis 1:28).

De acuerdo con Génesis 2:20, Dios creó para Adán una 'ézer, a menudo tradu-cido “ayuda” o “ayuda idónea”. Sin em-bargo, la palabra hebrea no implica subor-dinación como puede hacerlo el término en castellano; puede significar “apoyo” o “be-nefactor” y se usa regularmente con res-pecto a Dios, quien ayuda a los seres hu-manos (Salmo 33:20; cf. Sal. 54:4). Ade-más, la frase kªnegdó, traducida “para él”, viene de un término que significa “en fren-te de”, sugiriendo que la compañera que Dios creó para el hombre iba a ser su con-traparte, su complemento (ver Creación I. B. 7).

Algunos autores han leído en el relato de Génesis 2 una jerarquía de los sexos di-vinamente ordenada. La mujer, creada por causa del hombre (versículos 18-20), tuvo una existencia derivada y fue nombrada por el hombre, quien en esta forma indicó su autoridad sobre ella (versículo 23). Sin embargo, en los relatos bíblicos de la crea-ción de la mujer, la historia no se mueve desde lo superior a lo inferior. En Génesis 1 el movimiento es el opuesto: de las cria-turas inferiores a las superiores; y en Géne-sis 2 va del estado incompleto al de totali-dad. La derivación física no implica subor-dinación; el hombre no está subordinado a la tierra. Matthew Henry arguye que la mu-jer era “polvo doblemente refinado, uno más removido de la tierra”. En Génesis 2:23 Adán habla de la identificación gené-rica de su “mujer” o “esposa”, pero no le da un nombre propio hasta después de la entrada del pecado (3:20).

El equilibrio de la evidencia bíblica dis-

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ta mucho de apoyar algún tipo de superio-ridad del hombre. La sumisión de las espo-sas fue una consecuencia de la falta de ar-monía en las relaciones humanas introdu-cida en el mundo por el pecado (v. 16; II. B. 5). Pablo ordena la sumisión de las es-posas a sus esposos que las aman como Cristo amó a la iglesia, como ellos se aman a sí mismos (Efesios 5:21-33; ver Matri-monio I. E. 1).

3. Significado del matrimonio

Las instituciones del matrimonio son parte de la cultura humana y varían am-pliamente en el tiempo y el espacio. Sin embargo, no se originaron en la cultura sino en el plan de Dios para el mundo. El establecimiento de la pareja humana se en-cuentra entre los actos creadores de Dios del sexto día (comparar Génesis 1:26-31 con 2:4-25). Después que Dios “constru-yó” a la mujer y se la trajo al hombre, “dijo entonces Adán: Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne; ésta será lla-mada Varona, porque del varón fue toma-da” (Génesis 2:23). Los términos espe-cíficos para “hombre” y “mujer” (hebreos 'ish e 'ishsháh), cuando se relacionan mu-tuamente, significan “esposo” y “esposa”, respectivamente. Aquí tienen precisamente esas connotaciones, puesto que se habla de la unión de la primera pareja humana.

En tiempos bíblicos un varón 'ádám lle-gaba a ser un hombre/esposo ('ish) cuando tomaba a una mujer/esposa, así como ella llegaba a ser una mujer/esposa (’ishsháh) sólo en el momento en que era tomada. Es-ta alusión apunta a la importancia de la se-xualidad para la identidad humana.

No se requiere estar casado para ser plenamente hombre o mujer; ser una per-sona es algo mucho más básico que ser un hombre o una mujer. Sin embargo la se-xualidad humana modifica y ayuda a defi-nir lo que nos identifica como personas.

Además, sólo se logra satisfacción sexual cuando una relación personal basada en un compromiso total, como ocurre en el ma-trimonio, apuntala y sostiene la relación sexual.

En el matrimonio, “el hombre deja a su padre y a su madre, y se une a su mujer, y los dos se funden en un solo ser” (versículo 24, NVI). En muchas edades y lugares, las costumbres han permitido que un hombre y una mujer, que casi se desconocían total-mente, se casaran. En una manera miste-riosa la vida matrimonial pronto fusionó a la pareja en una unión tan estrecha como la de los lazos de sangre (“carne y huesos” en el idioma Hebreos; cf. Jueces 9:2 y 2 Sa-muel 5:1). La intimidad hace que la pareja se mantenga unida como contrapartes cor-tadas del mismo bloque de material. Con el paso del tiempo los esposos llegan a pen-sar, hablar y actuar en forma semejante; han llegado a ser “una carne”.

Que dos lleguen a ser uno es un miste-rio “grande” (Efesios 5:32), prefigurado en la manera en que Dios instituyó el matri-monio. Dios hizo literalmente al primer es-poso y la primera esposa de la misma carne y huesos, como contrapartes del mismo cuerpo, y luego los unió para que constitu-yeran una unión firme y para toda la vida. Debiera considerarse que este procedi-miento creativo ilumina el significado del matrimonio.

D. UNIDAD ORIGINAL DE LA HU-

MANIDAD

Contrariamente a la especulación de que algunas razas descienden parcialmente (por “amalgamación”) de seres semejantes al hombre, creados aparte de Adán, Hechos 17:26 sostiene el principio de que la raza humana no contiene ninguna otra sangre sino la de Adán y Eva: “De una sangre ha hecho [Dios] todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la

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Tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su habitación”. Esta verdad también conecta la solidaridad de todos los pueblos con las consecuencias de la caída de Adán (Romanos 5:12, 19) y, para todos, con la posibilidad de salvación mediante Cristo (1 Corintios 15:21, 22).

Los animales fueron creados “según su especie” (Génesis 1:21, 24, 25), lo que sig-nifica “de varias especies” (cf. Génesis 6:20; 7:14; Levítico 11; Deuteronomio 14; Ezequiel 47:10). Esto tiene en cuenta di-versas especies dentro de cada categoría; por ejemplo, las diversas “bestias de la tie-rra”. Aunque los seres humanos aparecen en la historia de la creación como una cate-goría por sí mismos, nada parecido se dice de ellos. Vinieron originalmente en una so-la variedad.

La ciencia confirma esta información bíblica. Las mismas variables biológicas, como también los mismos rasgos psicoló-gicos y constantes culturales, están presen-tes en todas las razas humanas. Las dife-rencias entre las razas humanas no involu-cran otra cosa sino recombinación, intensi-ficación o supresión parcial de característi-cas comunes a toda la humanidad.

Según el mejor conocimiento científico disponible, las razas se originaron a través de endogamia y cambios genéticos aleato-rios en tiempos de escasez y dispersión de la población. Los filólogos pueden ahora trazar el origen de los idiomas a un tronco común; ciertamente la totalidad de la evi-dencia lingüística y genética que está a nuestra disposición apunta a un origen co-mún para toda la humanidad.

Aunque no trata el tema de las razas como tales, el capítulo 11 de Génesis recal-ca la unidad original de la humanidad, aun después del diluvio. “Tenía entonces toda la tierra una sola lengua” (versículo 1) en la primera generación después de la catás-trofe. Se le ordenó a esa generación, así

como a Adán y a Eva, que llenasen “la tie-rra” (Génesis 9:1).

Sin embargo, bajo un liderazgo auto-crático (Génesis 10:8, 9), desobedecieron la orden divina (Génesis 11:4) y se concen-traron en el sur de Mesopotamia (versículo 2). Para el bien de aquélla y de todas las generaciones posteriores, Dios los espar-ció, imponiendo una diversidad cultural y lingüística entre los diferentes grupos (ver-sículo 8; comparar las divisiones entre los semitas, jafetitas y camitas en Génesis 10). Esta dispersión forzosa bien podría haber provisto la primera oportunidad para los cambios genéticos aleatorios y la endoga-mia, responsables de la diversidad racial observable hoy entre los seres humanos.

Los autores bíblicos siempre enfatiza-ron las consecuencias teológicas de esa unidad original. Así, Amos 9:7 explica que Dios mantiene la misma relación esencial con todos los grupos étnicos de la Tierra, ya sean semitas (Israel) o camitas (filis-teos). Los privilegios de Israel dependen de relaciones basadas en un pacto y no de una herencia natural.

E. VIDA INTERIOR Y SOPORTE

ORGÁNICO

1. Totalidad de la persona humana La existencia humana ocurre en diver-

sos niveles: natural/sobrenatural, in-terno/externo. Como imagen de Dios, un hombre o una mujer actúan sobre el mundo natural mientras conservan una relación singular con Dios (nivel sobrenatural). En el nivel natural hay una vida interior (pen-samiento, sentimientos, razón, memoria, voluntad, apreciación estética, etc.) que trasciende por mucho la de los animales, mientras que la vida orgánica externa (nu-trición, sueño, reproducción, etc.) es ma-yormente común a ambas.

Dada la prominencia de la vida interior, relacional, en la humanidad, no es de sor-

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prenderse que se hayan hecho intentos para concebir al hombre como de una naturale-za dual. La vida interior y relacional tiene lugar, de acuerdo con la concepción dualis-ta, dentro de una entidad llamada “espíritu” o “alma”, inmaterial en naturaleza, que re-side dentro de nuestro organismo material, que es capaz de funcionar independiente-mente de él, y de la cual los animales están desprovistos. Algunos dividen la naturale-za humana en tres: cuerpo, alma y espíritu. Para nuestros propósitos, ambas posiciones pueden incluirse bajo el dualismo, puesto que en ambas, sólo una de las partes de la naturaleza humana (espíritu en un caso, alma en el otro) es realmente importante, siendo separable y capaz de funcionar in-dependientemente. En estas concepciones, el resto es secundario.

El dualismo está generalmente asociado con la idea de que, separado del organismo en la muerte, un alma o un espíritu conti-núa funcionando para siempre (“alma in-mortal”). Con todo, los mismos términos (alma o espíritu) se aplican a menudo a ex-presiones de la vida interior en sí antes que a una entidad independiente en la cual su-puestamente viven.

1. Monismo bíblico

Opuesto al dualismo está el monismo bíblico, la posición según la cual todas las expresiones de la vida interior dependen de la totalidad de la naturaleza humana, inclu-yendo el sistema orgánico. Los componen-tes de un ser humano funcionan como una unidad. No hay un alma o espíritu separa-ble que sea capaz de existencia consciente aparte del cuerpo. De ese modo las pala-bras “alma” o “espíritu” describen mani-festaciones intelectuales, afectivas o voliti-vas de la personalidad.

Está resultando cada vez más claro para teólogos de diversas denominaciones cris-tianas que la Biblia considera a los seres

humanos desde un punto de vista monista. El Interpreter's Dictionary of the Bible afirma: “Por la comunicación de Yahveh del aliento vivificador al hombre de tierra que él había modelado no debemos con-cluir que el hombre esté compuesto de dos entidades separadas, cuerpo y alma; el pun-to de vista característico del orfismo y el platonismo. Para usar la frase ahora clási-ca, el hebreo concebía al hombre como un cuerpo animado, no como un alma encar-nada”.

En todos los casos en que las palabras “alma” y “espíritu” aparecen en la Biblia, pueden entenderse, dentro del contexto, como refiriéndose a funciones de la psiquis individual o a la actividad de toda la per-sona.

Esto es cierto tanto en el Antiguo Tes-tamento respecto a los términos nefesh o rüaj, como en el Nuevo Testamento sobre los términos correspondientes psyjé y pnéuma, que se traducen como “alma” o “espíritu”. En ningún caso leemos que exista una entidad inmortal dentro del hombre, un alma o espíritu humano que sea capaz de funcionar independientemente del cuerpo material.

2. “Alma” y “espíritu” en la Biblia

El relato de la creación del hombre en Génesis 2:7 ha sido a veces interpretado como la infusión de un “alma” o sustancia inmaterial dentro de un organismo mate-rial. Pero esa inferencia es contraria al re-gistro [bíblico]. Declara que el hombre fue moldeado del “polvo de la tierra”, así co-mo los animales de su ambiente fueron “producidos” desde la tierra (Génesis 1:24; 2:19), sólo con una atención y cuidado más individualizados. Luego Dios “sopló en su nariz aliento de vida”, el cual el hombre comparte con aves, reptiles, mamíferos y otros animales (Génesis 1:30; 7:22), y lle-gó a ser “un ser viviente”, un nefesh jayyáh

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como ellos (Génesis 1:20, 24). El adjetivo jayyáh significa “vivo”.

Aunque nefesh se traduce a menudo como “alma” en nuestras versiones, su uso tanto para el hombre como para las bestias (ver-sículos 20, 24, 30; 2:19; 7:21) muestra que no hay nada inmortal o siquiera relativo a funciones superiores con respecto a él. En su sentido más básico la palabra hebrea significa “garganta, garguero”, de la cual deriva la idea de “apetito”. “Apetito”, en efecto es como la traduce la RSV [versión en inglés] en Isaías 5:14. La misma traduc-ción podría también emplearse en vez de “alma” en Génesis 34:3. En Isaías 5:14 el término es paralelo a “boca” (cf. también Habacuc 2:5, NVI), y de ese modo podría traducirse ventajosamente en Proverbios 25:25 (el “alma” sedienta disfruta el agua fría) y en otras partes.

En relación con la raíz verbal nfsh, “respirar”, nefesh figurativamente significa “vida”, como en Deuteronomio 24:6 y mu-chos otros lugares. En Proverbios 8:35 está en contraste con “muerte” y es paralela a jayyím, otro término para “vida” (cf. jayyáh más arriba). El significado “vida” puede similarmente ser determinado por el contexto de pasajes como 1 Samuel 28:9; Salmo 30:3; 124:7; Proverbios 7:23 y 19:18. Sin embargo, el contenido del tér-mino es más activo que meramente vida sensible o vegetativa. Entonces en Génesis 2:7 el sentido general de la combinación nefesh jayyáh es “un ser viviente anima-do”. El hombre es un alma, en vez de tener un alma.

De este modo ni los elementos que constituyen al hombre, ni el procedimiento aplicado a la creación, según se describe en Génesis 2:7, implican la existencia de algo como un “alma” en el sentido dualista. Los

seres humanos son superiores a los anima-les no a causa del número de sus compo-nentes básicos, sino debido a que difieren cualitativamente de ellos (Eclesiastés 3:19). Esto excluye la posición dualista.

Aunque la muerte no era una parte del mundo original, la información bíblica so-bre el proceso de la muerte contradice igualmente el pensamiento dualista. En términos bíblicos la muerte se describe como un proceso inverso [al de la vida] en el cual el hombre, criatura terrestre, vuelve a la tierra (Génesis 3:19) y al expirar de-vuelve a Dios el aliento (rüaj, literalmente “viento”, a menudo traducido “espíritu”), el cual es un símbolo de la fuerza vital que se le había prestado, como también a las otras criaturas vivientes (Génesis 6:17; 7:15, 22), en el principio (Eclesiastés 12:7).

Ninguna entidad personal o consciente sobrevive al proceso inverso de la muerte (Salmo 6:5; 30:9; 88:10; 115:17; 146:4; Eclesiastés 9:5, 6; Isaías 38:18, 19). La in-versión podrá cambiarse en la resurrección. De ese modo, toda esperanza de una vida más allá de la tumba se centra en la resu-rrección (1 Corintios 15:16-23; cf. Juan 6:39,40). Sólo la resurrección, no un estado desencarnado, puede rescatar a los muertos de su condición carente de significación (Lucas 20:37, 38). Como William Tyndale (el traductor de la Biblia inglesa y mártir) lo señaló hace siglos, los que colocan al-mas desencarnadas en el cielo, el infierno o el purgatorio, “destruyen los argumentos con los cuales Cristo y Pablo prueban la resurrección” (ver Muerte I. A. 3, 4; Resu-rrección I. A).

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II. ESTADO ACTUAL DEL HOMBRE

A. INFORMACIÓN BÍBLICA De acuerdo con los capítulos iniciales

del Génesis, el destino de los primeros se-res humanos era el de una existencia feliz como colaboradores de Dios en el Edén. En ese “jardín del palacio real” (que es el significado literal de “paraíso”) servirían a Dios (Génesis 2:15) y disfrutarían de una estrecha comunión con él (cf. Génesis 3:8). La primera pareja podría beneficiarse con un principio sustentador de la vida, que se encuentra en la cercanía con Dios y en co-mer el fruto del árbol de la vida (Génesis 2:9; 3:22).

Dicha felicidad no prevaleció por mu-cho tiempo. Con el pecado se produjo el punto de inflexión: la traición de la con-fianza y las órdenes explícitas de Dios. Es-to tuvo que ver con otro árbol, ligado al “conocimiento del bien y del mal”, una ex-presión idiomática hebrea que implica ca-pacidad llena de autoconfianza para juzgar y decidir por uno mismo, generalmente asociada con la edad (Deuteronomio 1:39; 1 Rey. 3:9; Isaías 7:15, 16).

Aunque los primeros seres humanos fueron creados como adultos, todavía de-pendían de Dios para sus decisiones mora-les. Sin embargo, como se ha indicado an-tes, escogieron la autonomía, siguiendo las insinuaciones de la serpiente: “¡Y qué im-porta si Dios os dijo que no comáis de nin-gún árbol del huerto!” Esta traición los in-capacitó para una amistad íntima con Dios y para disfrutar de los beneficios vincula-dos con ella.

Si bien la narrativa del Génesis es bien directa, el capítulo 3 necesita una interpre-tación revelada. La naturaleza de la “ser-piente” -un personaje ingenioso (versículo 1) que recomienda y exalta el “conoci-miento del bien y del mal” como un medio

para llegar a ser “como Dios” (versículo 5), y que sedujo a la pareja humana prome-tiéndoles que escaparían de la sentencia de muerte determinada por desobedecer a Dios (versículo 4)- es más bien enigmática en Génesis. De acuerdo con el Nuevo Tes-tamento, detrás del disfraz se encontraba el diablo (Apocalipsis 12:9), un espíritu opuesto a Dios (tanto “diablo” como “Sa-tanás” significan “adversario”). En un tiempo había estado en la verdad (Juan 8:44), y ya había desviado a la rebelión a muchos espíritus celestiales (Judas 6; Apo-calipsis 12:4, 8).

Hay alusiones a la caída de este ser en el Antiguo Testamento (Isaías 14:4-23; Ezequiel 28:1-10); también se hace men-ción de ello en escritos intertestamentarios (Jubileos 10:8; 11:5; Documento de Da-masco 3, 4; 2 Enoc 31:3). El Nuevo Tes-tamento confirma esta descripción, denun-ciándolo por incitar al pecado a la humani-dad (Lucas 22:3, 31; Juan 13:27; Hechos 5:3; 1 Corintios 7:5) y por oponerse a la obra de salvación (Mar. 4:15; 1 Tesaloni-censes 2:18). También lleva la responsabi-lidad final por la muerte (Juan 8:44; He-breos 2:14).

Entonces, la idea de ser “como Dios” en Génesis 3:4, 5 y 22 se aplica al intento diabólico de establecer una existencia cen-trada en el yo, ignorando la ley de Dios y negando la dependencia que tenemos del Señor como criaturas (Isaías 14:13, 14; Ezequiel 28:2; cf. el marco edénico en los versículos 13-15). Por tanto, en la tenta-ción de Adán y Eva estaba en juego mucho más que un acto aislado de des-consideración hacia la autoridad divina. Por su caída se unieron a una rebelión cósmica contra Dios.

Sin embargo, Dios trató con misericor-dia a los pecadores. No fueron ejecutados

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de inmediato sino que se los expulsó del paraíso. No estando ya más en el jardín, Adán y Eva se vieron rodeados por un am-biente hostil y, como Dios lo había anun-ciado en su juicio, llegaron a ser presa de tristeza, dolor, trabajo ingrato, relaciones en las que se veían explotados y, finalmen-te, la muerte (Génesis 3:14-19). Así la Bi-blia muestra al pecado como la causa prin-cipal del mal en la condición humana.

B. PECADO: LA REALIDAD QUE

TODO LO IMPREGNA La gravedad de la rebelión de Adán y

Eva y sus extensas consecuencias se anali-zan en Romanos 5:12 al 20. Aparecen con el fin de aclarar el carácter crucial de su antítesis: la obediencia de Cristo en la cruz como la apertura de la puerta de salvación para toda la raza humana.

1. Romanos 5:12

De acuerdo con Romanos 5, el pecado y la muerte en la humanidad derivan origi-nalmente de Adán y no de cada persona individual. Pablo recalca varias veces que una acción singular afecta a toda la huma-nidad. En el versículo 12, “el pecado entró en el mundo por un hombre en el versículo 15 (DHH), “por el delito de un solo hom-bre, muchos murieron”. En Romanos 5:18 y 19 la transgresión y desobediencia "de un hombre” condujeron a la condenación, mientras que la obediencia y la justicia de “un hombre” trajeron vida.

En los versículos 12 al 14, Pablo ofrece evidencias de cuán abarcantes son los efec-tos del pecado que comenzó con una sola persona. Primero, toda persona peca (cf. Romanos 3:9-20). Si cada uno comenzase su propia línea de pecados, independien-temente de Adán, alguien, en algún mo-mento, podría ser capaz de no pecar. Pero como esto no ocurre, se desprende que no comenzamos a hacerlo independientemen-

te. En segundo lugar, había muerte aun cuando no había una revelación especial de los mandamientos como en el Edén o en el Sinaí. En esos tiempos, si bien el pecado existía como una violación de la concien-cia, carecía del carácter agravante de ser la transgresión de una norma escrita. Si fuera cierto que cada uno recibe sólo las conse-cuencias de su propio pecado, la gente de aquellos tiempos, que no era tan culpable como Adán, no debiera haber sido castiga-da con la muerte como lo fue él. El hecho de que murieron muestra que su muerte fue una consecuencia del pecado de Adán (ver Pecado III. B; Muerte I. C. 1).

2. Un pasaje mal comprendido

Romanos 5:12 contiene un hueso duro de roer para los traductores e intérpretes. La palabra “porque” en la NVI equivale al griego ef’hó, literalmente traducido “en lo cual”. La Vulgata tradujo in quo omnes peccaverunt, “en quien todos pecaron”. Es-ta traducción sienta la base para el concep-to de “pecado original”, según el cual todo descendiente de Adán, habiendo pecado en Adán, es considerado personalmente res-ponsable por el primer pecado.

Sin embargo, “en quien” no es la idea expresada por el griego ef’ hó, sino en hó, una frase paulina común (cf. Romanos 2:1; 7:6; 8:3,15; 14:21,22; 16:2). Además, nada en el contexto requiere una teoría de transmisión de culpa. La frase ef’ hó signi-fica “sobre la base de lo cual”, y puede tra-ducirse legítimamente como “a causa de lo cual o quien”. Esto armonizaría bien con el contexto: El pecado y la muerte entraron en el mundo por un hombre, a causa del cual todos pecaron (cf. Romanos 5:19). La NVI hace un uso engañoso del “porque”: uno espera que luego de “porque” se men-cione la causa, mientras que lo que sigue a ef’hó en Romanos 5:12 es el efecto. Enton-ces, “porque todos pecaron” no debiera en-

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tenderse como la razón de que “la muerte pasó a toda la humanidad”. Tal interpreta-ción no armoniza con el contexto. Antes bien, que todos han pecado muestra la va-lidez del resto del versículo: el pecado y la muerte pasaron a todo el mundo, comen-zando con Adán. La comprensión del ver-sículo se ve confirmada por su analogía con el siguiente punto en la presentación de Pablo. En los versículos 13 y 14 él ar-guye que debido a que la gente de todos los tiempos ha muerto, debemos aceptar que la muerte deriva de Adán y no del pecado personal.

Este pasaje muestra que si el pecado dependiese sólo del ejercicio individual del libre albedrío, no habría razón por la cual algún héroe piadoso no podría haber evita-do el pecado por completo. La falta de al-gún ejemplo tal en la historia humana es una prueba del hecho de que no podemos evitar el pecado. El poder penetrante del pecado que mora dentro de nosotros (c/ Romanos 7:17) se traduce fatalmente en pensamientos, palabras o acciones pecami-nosos en algún momento de la vida de todo ser humano. La extensión del poder del pe-cado sólo es igualado por el poder salvador del evangelio.

Mucho antes que Pablo escribiera sobre el “pecado que mora en mí” (versículos 17, 20), Dios había declarado que el corazón del hombre “es malo desde su juventud” (Génesis 8:21), apuntando a una inclina-ción ética innata hacia la iniquidad. El li-bro de Job reflexiona abundantemente so-bre la sombría condición del hombre, quien, comenzando desde su humilde na-cimiento en esta Tierra, es irremediable-mente “impuro” a los ojos de Dios (Job 14:1-4, NBE). Describiendo la condición pecaminosa del hombre, Job exclamó: “¿Quién hará limpio a lo inmundo? Nadie” (versículo 4); y Dios le afirmó a Jeremías: “Engañoso es el corazón más que todas las

cosas, y perverso” (Jeremías 17:9).

3. Tendencias irresistibles De acuerdo con el Nuevo Testamento,

la persona irregenerada, al enfrentar la vo-luntad revelada de Dios, es incapaz de cumplirla o siquiera de apreciarla plena-mente (Efesios 4:18). La mente pecamino-sa “es enemiga de Dios, pues no se somete a la ley de Dios, ni es capaz de hacerlo. Los que viven según la naturaleza pe-caminosa no pueden agradar a Dios” (Ro-manos 8:7, 8, NVI).

La educación cuidadosa, el ejercicio de la voluntad o cualquier otro recurso hu-mano carece de poder contra una naturale-za perversa con sus propensiones egocén-tricas. Si se excluye la gracia de Dios, las propensiones de la naturaleza humana con-ducen inevitablemente a la ruina moral. De ahí la necesidad de una conversión antes de intentar la reforma de la vida de uno (ver Salvación I. E). Las propensiones malignas permanecen aun después de la conversión, pero no con su irresistible poder anterior. Mediante la regeneración es posible una nueva vida, como se mostrará en la si-guiente sección.

De todas maneras, el carácter amenaza-dor del pecado no reside tanto en el nivel superficial de sus frutos como en sus raíces profundamente arraigadas en la naturaleza humana. En nuestra vida, el pecado es “sis-témico”. El “pecado que mora en mí” es la razón de que “el mal que no quiero, eso hago” (Romanos 7:17, 20, 19). Aquí la Bi-blia llama “pecado” a la causa interior de los hechos perversos, lo que muestra que el concepto bíblico de pecado incluye pro-pensiones, no sólo hechos malignos.

Al hablar de la voluntad humana de-pravada debe hacerse una sola excepción. Jesucristo fue exento de pecado, aunque en todo otro respecto fue “semejante a sus hermanos” (Hebreos 2:17) en su naturaleza

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humana. En contraste con el resto de noso-tros, que por naturaleza somos “hijos de ira” (Efesios 2:3), él fue desde su concep-ción “el Santo Ser” (Lucas 1:35). Nunca participó en hechos pecaminosos (1 Pedro 2:22) y el maligno no tuvo absolutamente “ningún dominio” sobre él (Juan 14:30, NVI; literalmente, “nada en mí”). Un estu-dio más amplio de este tema corresponde a la doctrina bíblica de Cristo (ver Cristo I. B. 2), pero es importante aquí tomar con-ciencia de esta excepción a la doctrina de la depravación humana.

4. Triunfo sobre las tendencias

Irresistible como es para la persona in- conversa, cualquier tendencia o propensión puede y debiera ser combatida y conquista-da con ayuda sobrenatural. La derrota ine-vitable de nuestros recursos innatos puede ser cambiada totalmente mediante el nuevo nacimiento que viene de arriba (Juan 3:5-8). Cristo mismo abrió el camino a la vic-toria. Se encamó en el mismo mundo pe-caminoso que rodea a los cristianos. Él “condenó al pecado en la carne” (Romanos 8:3) al hacer la voluntad de Dios. Como lo muestran numerosos pasajes del Nuevo Testamento, se espera que todos los cre-yentes lo sigan (Mateo 10:38) y lo imiten (Efesios 5:1,2).

Como lo señaló el apóstol en Romanos 7:22 al 25, alcanzar la obediencia es un mi-lagro del poder de la gracia de Cristo. Mientras la mente de Pablo se deleitaba en la ley de Dios, “otra ley” estaba en guerra “contra la ley” de su mente. Su única espe-ranza de liberación estaba en Jesucristo. Hasta qué medida puede lograrse esta libe-ración en la vida actual de los cristianos es algo que merece una consideración más detallada y pertenece a la doctrina de la salvación (ver Salvación III). En cuanto a la descripción del estado presente de la ra-za humana, basta señalar que somos libra-

dos de la esclavitud del pecado no para caer en un descuido negligente, sino para pelear una guerra contra él, en un conflicto que es difícil incluso para el cristiano con-sagrado.

Aunque tenemos ayuda a nuestra dispo-sición para vencer el pecado, el precio de la victoria es una vigilancia continua en la guerra espiritual (Romanos 13:12; 2 Corin-tios 10:4; Efesios 6:10-13; 1 Pedro 5:8, 9). Este conflicto está enraizado en la doble naturaleza del converso, nacido de la carne y del Espíritu (Gálatas 5:17).

Los cristianos están dolorosamente conscientes de que a veces no se compor-tan en una forma enteramente cristiana. Con Pablo pueden afirmar: “Yo mismo... sirvo... a la ley del pecado” (Romanos 7:25). Abandonados a sí mismos, fácilmen-te caen en la trampa de admirar la voluntad de Dios y de tratar de cumplirla confiando en ellos mismos sin el requisito de la fuer-za divina.

Pero aun cuando se ganen batallas, la presente condición del hombre, con su con-tinua necesidad de luchar, es todavía preca-ria. Ni podemos confiar siempre en que saldremos indemnes de la lucha. Jesús ins-truyó a sus discípulos a orar diariamente en busca de perdón (Mateo 6:12) e instituyó la ordenanza del lavamiento de los pies para representar la continua necesidad del cris-tiano de ser limpiado de las manchas del pecado (Juan 13:10, 12-17; ver Ritos II. A-D). La misma Epístola que proclama que el poder que se encuentra en el nuevo naci-miento es capaz de vencer el pecado (1 Juan 5:4), también advierte que cualquiera que niega la presencia del pecado en su vi-da se engaña a sí mismo (1 Juan 1:8) y contradice a Dios en forma blasfema (ver-sículo 10).

Debido a una inclinación innata hacia el pecado, la liberación completa se cele-brará sólo en la segunda venida. Esta incli-

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nación puede ser resistida con la ayuda de la morada interior del Espíritu Santo, pero no desaparecerá antes de ese momento. No será sino hasta entonces cuando desapare-cerá toda tendencia pecaminosa y toda im-perfección; entonces y sólo entonces “se-remos semejantes a él” (1 Juan 3:2).

5. Depravación humana y efectos sobre

la sociedad La depravación inherente es una expre-

sión de nuestra solidaridad, como seres hu-manos, con nuestros primeros padres (Efe-sios 2:3). Compartiendo un origen común con Adán y Eva (Hechos 17:26), no fue posible que pudiéramos heredar la volun-tad originalmente incorrupta que ellos per-dieron cuando fracasaron en la gran prueba (Génesis 3; 6:5). Inversamente, si ellos hu-biesen pasado su prueba exitosamente, ha-bríamos estado tan seguramente estableci-dos en la justicia como ahora lo estamos en el pecado.

Dios anunció en el Edén que el pecado traería como resultado tristeza, dolor, tra-bajo ingrato, relaciones humanas abusivas y muerte (Génesis 3:14-19). Esta descrip-ción corresponde perfectamente con la ex-periencia humana.

Sufrimos porque, alejados de Dios, hemos perdido los privilegios que se en-cuentran en la cercanía a él. Pero también nos infligimos sufrimientos los unos a los otros a través de nuevos pecados. No sólo ha sufrido nuestra relación vertical con Dios; también se ha dañado la relación ho-rizontal con otras criaturas. Nuestra inter-relación con la naturaleza ha sido alterada radicalmente desde el Edén; ahora amena-za con convertirse en una pesadilla ecoló-gica, con hambre y enfermedades en su es-tela. El matrimonio fue pervertido primero en una situación de vasallaje y luego en una farsa prescindible. Otros casos de rela-ciones horizontales pervertidas incluyen

explotación de clases, esclavitud, desigual-dad económica, guerras nacionales y étni-cas, y otros males profundamente impreg-nados en las estructuras sociales. Cierta-mente, muchos conciben estas estructuras como la raíz de todos los males, una diag-nosis que es fragmentaria, reducida peli-grosamente a algunos de los componentes horizontales de la maldad (ver Pecado V).

C. MUERTE: EL ÚLTIMO ENEMI-

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1. Muerte: penalidad por el pecado Debido a que el pecado no es sólo una

violación de los mandamientos sino prima-riamente una rebelión contra el Creador, un ser personal, él debe tratarlo en una manera justa. Si bien es verdad, hasta cierto grado, que el pecado en sí incluye castigo y tiene consecuencias naturales (Proverbios 5:22; Gálatas 6:7), también hay castigos direc-tamente aplicados por la justicia divina (Éxodo 32:33; Mateo 25:41).

A veces, especialmente en el trato de Dios con su pueblo, el castigo divino es co-rrectivo. La Biblia lo compara con la dis-ciplina valiosa aplicada en el hogar para la educación de un niño (Salmo 94:12; He-breos 12:5-12). Algunos quieren aceptar como legítima sólo esa clase de castigo, cuyo propósito es reformar al malhechor. Sin embargo, la reforma tiene su propia agenda, que difiere de los propósitos de la justicia. Los castigos merecidos podrían ser mayores o menores que los que se ne-cesitan para la modificación de la conduc-ta.

Para que exista la estricta justicia, es irreemplazable la retribución. Esto no de-biera confundirse con rencor o actitud ven-gativa. En este último caso, un espíritu de venganza controla el castigo, y la justicia nuevamente es forzada a tomar un lugar secundario. La retribución divina, por otra parte, es guiada por la justicia sin vengan-

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za, administrada con infinito amor (ver Juicio II. E).

Dios está decidido a extinguir la rebe-lión cósmica mediante la persuasión y el amor, no por la fuerza bruta. Sólo por esta razón es tolerada por un tiempo la existen-cia de los pecadores, mientras la miseri-cordia de Dios llama a cada uno al arrepen-timiento (2 Pedro 3:9). Pero la pecamino-sidad de las criaturas y la santidad de Dios no pueden coexistir eternamente. Puesto que el Legislador es también el Creador, la rebelión pecaminosa de las criaturas mere-ce la aniquilación total. Por tanto, esta pena de muerte, de la cual fueron advertidos nuestros primeros padres (Génesis 2:17), es el salario justo del pecado (Romanos 6:23).

A lo largo de todas las Escrituras se en-fatiza la muerte como la penalidad del pe-cado. El “alma” (persona) pecadora impe-nitente morirá (Ezequiel 18:4), será “des-truido” (Sal. 37:9, 34; kárat, término He-breos, como en Jeremías 11:19), perecerá (Salmo 68:2; cf. Juan 3:16) o “no existirá” más (Salmo 37:10; cf. versículo 20). Tal persona será quemada como “hojarasca” (Isaías 40:24; Malaquías 4:1; Mateo 13:30; 2 Pedro 3:10; Apocalipsis 20:15; 21:8) pa-ra “eterna destrucción” (2 Tesalonicenses 1:9, C-I).

2. Eliminación de la muerte

De acuerdo con la información bíblica ya examinada, las condiciones originales de la existencia humana permitían la vida continua en comunión con Dios (el acceso al árbol de la vida; inmortalidad condicio-nal) o la muerte (sin la supervivencia de la personalidad en ninguna forma) debido a la rebelión y la desobediencia. Si la raza hu-mana, como Dios lo quería, hubiese llega-do a establecerse en la justicia, su vida verdaderamente habría llegado a ser eterna.

Romanos 5:12 al 14 mostró cómo Adán

y Eva ocasionaron depravación y muerte para sí mismos y para todos sus descen-dientes. También debiéramos notar en los versículos siguientes (15-19) la obra simé-trica y opuesta de Cristo, proveyendo ex-piación para toda la raza como un segundo Adán. De acuerdo con 1 Corintios 15:21 y 22: “Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resu-rrección de los muertos. Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados”.

De ese modo la sentencia de muerte he-redada incondicionalmente por todos desde Adán es también incondicionalmente com-pensada por una resurrección recuperada por Cristo para todos. Debido a la resu-rrección de Cristo, el fin de la vida humana presente -una consecuencia del pecado de Adán y no de los nuestros- no nos puede separar de Dios eternamente. Esta “prime-ra” muerte únicamente termina con la vida de la gente de todos los tiempos, quienes, cuando la resurrección cancele la muerte, podrán recibir juntos las promesas de Dios (Hebreos 11:39, 40).

La resurrección de Cristo inauguró y garantizó la misma experiencia para todos los que “pertenecen” a él. Esto ocurrirá “en su venida”. Después de eso Cristo destruirá a todos sus enemigos (1 Corintios 15:23-25).

“El postrer enemigo que será destruido es la muerte” (versículo 26).

Entonces, la vida eterna sólo la recibi-rán como un regalo efectivo quienes perte-necen a Cristo en su segunda venida. Sin embargo, los cristianos pueden reclamarla, aun ahora, en base a la seguridad de la obra de Cristo. “Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida” (1 Juan 5:11, 12; cf. 1 Juan 1:2; 5:20).

Al fin del milenio los que se opusieron

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a Dios, todos sus enemigos, serán también resucitados, pero sólo para ser juzgados y destruidos en la “resurrección de conde-nación” (Juan 5:28, 29). Esa destrucción será final (ver Milenio I. C. 3; Muerte I. F. 5; Juicio III. B. 3). Por esta razón debe ser temida la “segunda muerte” (Apocalipsis 20:6): “Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; la segun-da muerte no tiene potestad sobre éstos”. Esta segunda muerte separa a los seres humanos de Dios eternamente. No es la consecuencia del pecado de Adán, sino de la decisión de cada persona de unirse a la rebelión contra Dios y rechazar las provi-siones de su gracia.

Los enemigos de Dios serán, al final, completamente destruidos al igual que to-dos los efectos del pecado (Hebreos 2:14; Apocalipsis 20:14). Los que creen en Cris-to estarán, desde el momento de su segun-da venida en adelante, eternamente segu-ros; no habrá más posibilidad de que el pe-cado o las naturalezas pecaminosas lleguen a ser nuevamente una realidad. La misma pulsación de armonía latirá en todo el uni-verso.

3. Valor de una retribución aniquilado-

ra A pesar del énfasis que pone la Escritu-

ra sobre la destrucción definitiva como la retribución que merecen los pecadores im-penitentes (2 Tesalonicenses 1:9; Apoca-lipsis 20:14; ver II. C. 1), el cristianismo tradicional sigue una doctrina de dolor eterno como la recompensa de los malva-dos. Esta doctrina es el resultado directo de la creencia en un “alma” humana separa-ble, inmortal, lo que ya se mostró que no tiene fundamento (I. E. 1-3).

Sin embargo, una vez que se recupera el concepto bíblico del hombre, es fácil ver que una existencia eterna, personal, es im-posible para los perdidos. Dios ha hecho

inaccesible al hombre incluso una existen-cia miserable, sobre una base de duración eterna, una vez que se ha cortado la correc-ta relación con él (Génesis 3:22, 23). Esto es así porque la vida es un don de Dios só-lo para los que pertenecen a Cristo (Roma-nos 6:23; Juan 3:16); ciertamente “el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida” (1 Juan 5:12). Tal persona “no verá la vi-da” (Juan 3:36) y sólo puede existir por un tiempo limitado, porque no “tiene vida eterna permanente en él” (1 Juan 3:15).

A esta altura necesitamos considerar el significado de la frase “eterna destrucción” (2 Tesalonicenses 1:9, C-I). Lo que aquí tenemos no es un proceso de eterna des-trucción, así como “eterna redención” (He-breos 9:12) no es un proceso redentor eterno. Claramente en ambos casos el sig-nificado es una destrucción o una reden-ción que dura por la eternidad, cuyas con-secuencias son eternas.

En 2 Tesalonicenses 1:8 y 9 los impíos “sufrirán pena de eterna perdición, exclui-dos de la presencia del Señor”. El verbo griego tino, traducido “sufrir pena o casti-go”, significa simplemente pagar una pena o ser castigado. Además, el contexto mues-tra que el castigo es “exclusión de la pre-sencia del Señor”, presencia que es la re-compensa de los justos. Esto no niega que haya sufrimiento como parte del castigo; ciertamente habrá dolor debido a la “llama de fuego” del día de “venganza” (2 Tesa-lonicenses 1:7, 8, BJ), pero este dolor no será “castigo eterno”.

Consideraciones similares se aplican a Mateo 25:46, donde los impíos “irán... al castigo eterno, y los justos a la vida eter-na”. La palabra kólasis, usada aquí para “castigo”, tiene en su raíz un significado de “terminar o acabar prematuramente”; por tanto, de “sufrir pérdida”. Aquí, como en 2 Tesalonicenses, el castigo es la pérdida de la recompensa de los justos. Esta pérdida

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es tan eterna como lo es la vida para los justos. Tanto la recompensa de los justos como la de los impíos son igualmente defi-nitivas.

La Biblia no habla de tortura o dolor eternos para los impíos, aunque los agentes de destrucción, como el fuego y el humo, son llamados eternos (Mateo 25:41; Apo-calipsis 14:11). Los impíos son arrojados a un medio formidablemente implacable que

garantiza que no quedará ningún residuo. Frases como “fuego eterno” se aplican en la Escritura a la suerte de ciudades como Sodoma (Judas 7) o la Babilonia mística (Apocalipsis 19:3), de las que no sobrevi-ven restos en absoluto, como lo dice cla-ramente la Escritura (2 Pedro 2:6; Apoca-lipsis 18:8, 9; ver Muerte I. F. 5; Milenio I. C. 3. e).

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III. ESTADO FUTURO DEL HOMBRE

Si bien es tentador entregarse a especu-laciones audaces acerca del estado futuro de la humanidad, dicho tema debe tratarse sólo cautelosamente, “porque conocemos... de manera imperfecta... Ahora vemos de manera indirecta y velada, como en un es-pejo; pero entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de manera imperfecta, pero entonces conoceré tal y como soy conoci-do” (1 Corintios 13:9, 12, NVI). Por otra parte, la revelación bíblica nos permite afirmar algunos hechos.

El pensamiento dualista ha acostum-brado al cristianismo a pensar del estado futuro, o “cielo”, en términos etéreos e in-materiales. Entre otros factores, esto se de-be a un énfasis desmedido en el valor del espíritu y en ignorar el hecho bíblico de que todos los justos recibirán su recompen-sa al mismo tiempo en la segunda venida. Puesto que se imagina a los justos muertos como entidades desencarnadas, conscien-tes, y se las representa como recibiendo sus recompensas cuando mueren, se los coloca en un “cielo” de este tipo. Sin embargo, la Biblia habla de dos lugares reales donde los salvos vivirán: uno temporal y otro permanente.

A. LA MORADA TEMPORAL DE LOS SALVOS Ciertamente hay un cielo donde Dios y

los ángeles moran (1 Reyes 8:30,39; Salmo 11:4; 53:2; 80:14; 102:19; Mateo 5:16, 45, 48; 6:9), desde el cual Cristo vino para su encamación (Juan 3:13, 31; 6:38) y al cual ascendió después de su resurrección (He-breos 9:24). Desde allí, también, descende-rá en su segunda venida, cuando llevará a los justos consigo (Juan 14:1-3; 1 Tesalo-nicenses 4:13-18; 1 Pedro 1:4).

Este cielo será una morada temporaria para los justos. Allí compartirán los debe-

res del juicio, una prerrogativa real descrita en la Biblia en términos regios (Daniel 7:22, 26; 1 Corintios 6:2, 3; Apocalipsis 3:21; 20:4), asociada con gloria celestial. Pero estos deberes cesarán después de la destrucción final de los impíos; entonces los justos heredarán la Tierra Nueva (Apo-calipsis 21:1-7; ver Juicio III. B. 2; Milenio I. C. 2).

B. EL HOGAR PERMANENTE DE

LOS SALVOS La promesa de una Tierra Nueva ocurre

primero en Isaías (65:17, 21-23; 66:22, 23), en el contexto de la purificación de la tierra santa de la contaminación de la ido-latría. Aunque algunos aspectos de esas profecías del Antiguo Testamento, condi-cionadas por la obediencia de Israel, no es-tán más en vigencia, son reafirmadas como un todo en el Nuevo Testamento (Mat. 5:5; 2 Pedro 3:11-13; Apocalipsis 21:1; ver Apocalíptica II. B. 1).

Esto confirma la simetría entre protolo-gía y escatología. Habrá una “regenera-ción” o “renovación de todas las cosas” (Mat. 19:28, NVI), una “restauración” (NVI) o tiempo “para que Dios restaure to-do” (Hechos 3:21, traducción al castellano de la NIV) de acuerdo con su plan original, después de lo cual todas las cosas perma-necerán para siempre en conformidad con su voluntad (Hebreos 12:27).

El plan de Dios incluye un hogar terre-nal para los seres humanos (Salmo 8:6-8). El hombre, creado en el sexto día con el resto de las criaturas terrestres (Génesis 1:24), fue formado del polvo de la tierra (2:7) y está esencialmente ligado a ella (3:19; cf. Salmo 115:16). La tierra fue siempre un ingrediente importante en las promesas del pacto (Génesis 12:7; 13:14,

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15; 15:18; 17:8; 26:3, 4), no agotadas en Palestina sino legadas a todo el mundo, la futura herencia del pueblo de Dios (Roma-nos 4:13; Hebreos 11:13).

Estos “nuevos cielos y nueva tierra” no deben concebirse como un tipo diferente de cosmos. En última instancia, los térmi-nos empleados en la promesa de Isaías 65:17 derivan de Génesis 1, donde se defi-nen cuidadosamente. “Cielos” es el nom-bre dado por el Señor a la expansión at-mosférica (versículo 8) en la cual vuelan las aves (versículo 20); “tierra” es la super-ficie terrestre (versículo 10). Por consi-guiente, los nuevos cielos y la Tierra Nue-va serán, no algún extraño y nuevo espacio interestelar o un nuevo planeta, sino el am-biente sustentador de la vida de nuestro propio mundo, renovado y limpiado por el fuego purificador (2 Pedro 3:10-13; Salmo 102:26,27; Hebreos 12:27, 28). Pocos deta-lles de carácter material se dan en la Biblia, indudablemente porque el plano relacional de existencia es mucho más importante que el ambiente físico.

Las relaciones en la Tierra Nueva se caracterizarán por la justicia (2 Pedro 3:13). Así como la rebelión contra Dios en el tiempo de la caída de Adán y Eva incitó a formas vivientes inferiores hacia conduc-tas agresivas a través de la maldición del pecado (Génesis 3:14-19), de la misma manera el latido universal de armonía entre las criaturas de Dios las impulsará hacia la paz a través de las bendiciones de Dios (Isaías 11:5-9; ver II. C. 2).

Puesto que el pecado está excluido para siempre de este hogar, los salvos están es-tablecidos seguramente en justicia y libres de todas las consecuencias del pecado, co-mo la muerte o el dolor, cumpliendo el propósito original de Dios (Apocalipsis 21:4). Toda la historia del pecado, la mal-dad y el sufrimiento humanos parecerán entonces como un simple desvío en la eje-

cución del designio divino (ver Tierra Nueva II).

C. EL CUERPO FUTURO

Una descripción del monismo bíblico (o concepción unitaria del hombre, ver arriba I. E. 2) sería incompleta sin referirse al futuro cuerpo de los salvos, aunque sea brevemente. La escatología bíblica coloca la recompensa de los salvos firmemente en la Tierra Nueva.

Ya en los días de Pablo algunos dualis-tas habían reducido las esperanzas cristia-nas para el destino final de los salvos a un estado puramente incorpóreo (2 Timoteo 2:18). Gracias a los esfuerzos de Pablo pa-ra oponerse a ese error y al claro testimo-nio de la Escritura acerca de la resurrec-ción de Cristo y de los justos en el día final (Romanos 8:11, 23; 1 Corintios 6:14-20; 15:20, 23, 53; Colosenses 1:18; Apocalip-sis 1:5), el cristianismo tradicional aun re-tiene el concepto de un futuro cuerpo para la eternidad.

Sin embargo, los dualistas se refugiaron más tarde en las palabras de Pablo en 1 Co-rintios 15:44 al 49 para minimizar el carác-ter físico del cuerpo de los santos re-sucitados. Pablo está haciendo frente aquí a un argumento, común entre los saduceos y varios heréticos de su tiempo, empleado para negar la resurrección sobre la base de la idea de que nuestro cuerpo presente es incapaz y/o indigno de preservación eterna (versículo 35). Él replica diciendo que el cambio necesario no rompe la continuidad, así como hay continuidad entre una semilla de trigo y la planta emergente (versículos 36-41). Luego reconoce (distanciándose de las posturas farisaicas extremas que sostie-nen [que habrá] una forma idéntica des-pués de la resurrección [2 Baruc 50:2]) que deben hacerse cambios en el cuerpo de los salvos (versículos 42, 43): “Así también en la resurrección de los muertos. Se siembra

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en corrupción, resucitará en incorrupción. Se siembra en deshonra, resucitará en glo-ria; se siembra en debilidad, resucitará en poder”.

Pablo continúa luego: “Lo que se entie-rra es un cuerpo material; lo que resucita es un cuerpo espiritual” (versículo 44, DHH). El adjetivo “material” aparece traducido como “natural” en la NVI y la BJ. Al opo-ner “espiritual” a “físico”, la declaración de Pablo se percibe como sugiriendo un cuerpo inmaterial, mientras que al oponer “espiritual” a “natural” algunos han suge-rido la idea de un cuerpo en sí “sobrenatu-ral”; por ende, ampliamente diferente del creado en el principio. Sin embargo, el ori-ginal griego no transmite esas ideas. El par de adjetivos contrastantes “físico/natural” y “espiritual” en el original griego es psyjikós y pneumatikós. Como hemos visto antes, tanto psyjé como pnéuma se usan para funciones de la vida interior. Literal-mente, se entrega a la tierra un cuerpo “psíquico”; resucita uno “pneumático”. Por tanto, aquí no tenemos un contraste u opo-sición entre material e inmaterial, o un cuerpo natural y uno “sobrenatural”. Nues-tro cuerpo actual se describe en este ver-sículo en términos metafísicos como los que se usan para el cuerpo resucitado. Puesto que la condición “psíquica” de este cuerpo presente no excluye su condición física, ¿por qué habría de excluirla la futu-ra condición “pneumática” de nuestro cuerpo?

Los adjetivos psyjikós y pneumatikós designan caracterizaciones y descripciones. No son definiciones completas. El nuestro es un cuerpo “psíquico”, no porque esta-mos limitados a una “psiquis”, sino porque estamos dotados con ella; y mucho más, incluyendo un sistema físico. Entonces de-bemos preguntamos cómo un cuerpo “psí-quico” puede contrastarse con uno “espiri-tual”. En el Nuevo Testamento la psyjé es

un principio vital del ser viviente y a me-nudo designa toda la persona (por ejemplo, Mateo 2:20; Juan 10:11; Hechos 2:41-43; Romanos 2:9; 16:4; 2 Corintios 12:5; Fili-penses 2:30). Pero varias veces se lo con-trasta con pnéuma. En esos pasajes, psyjé es un principio puramente natural presente en el inconverso (de ahí la traducción de psyjikós como “natural” en 1 Corintios 15:44, NVI, BJ). En contraste, pnéuma se identifica a veces con la renovación del hombre interior (1 Corintios 2:14, 15; Ju-das 19) producida por el Espíritu de Dios, la cual será completada en la glorificación después de la resurrección, evento que se describe a veces como la obra del Espíritu Santo (Romanos 1:4; 8:11).

Por esta razón, el cuerpo presente de 1 Corintios 15 puede describirse como “psí-quico”, pues está dotado de psyjé, pero aun no es “pneumático”, pues debe esperar has-ta la resurrección. Por tanto, el contraste entre un cuerpo “psíquico” y uno “pneu-mático” es paralelo en forma exacta al con-traste entre “perecedero” e “imperecede-ro”, “débil” y “poderoso” o “deshonrado” y “glorioso”, encontrados en los versículos precedentes. No añade ningún concepto nuevo en cuanto a la constitución de dicho cuerpo.

El concepto bien podría traducirse: “Se siembra un cuerpo dotado con vida natural, resucita un cuerpo dotado con vida/espíritu sobrenatural”. En el Edén, a través del ár-bol de la vida, estaba disponible una vida sobrenatural para un cuerpo natural. Este versículo no implica nada contra la mate-rialidad del cuerpo futuro, ni contra un re-tomo a las condiciones prístinas de nuestra Tierra.

Ciertamente, puesto que el cuerpo resu-citado será similar al de Cristo (Romanos 8:23; 1 Corintios 15:23; Filipenses 3:21; Colosenses 3:4), debemos considerarlo do-tado de vida y espíritu, y también de carne

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y huesos, lo que él declaró explícitamente que poseía en su estado resucitado (Lucas 24:39).

Nuestro cuerpo físico puede considerar-se entre nuestras dotes más humildes. Aun así, todavía da evidencia de que somos he-chos “asombrosa y maravillosamente”

(Salmo 139:14, VM), y no debiera ser ex-cluido de la “restauración de todas las co-sas”, sino que, por el contrario, debiera servir para caracterizar ese tiempo como “la redención de nuestro cuerpo” (Roma-nos 8:23; ver Resurrección II).

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IV. IMPACTO DE LA DOCTRINA BÍBLICA DEL HOMBRE SOBRE LA VIDA DEL CRISTIANO

La creación de la primera pareja huma-

na por medio de un acto soberano de Dios muestra su poder y sabiduría. En este sen-tido, fuimos creados para su gloria. El hombre fue colocado en la cumbre de la creación como “imagen de Dios”, repre-sentando a la Deidad ante el resto de las criaturas de este mundo. Parte de esta res-ponsabilidad es representar a Dios y, hasta cierto punto, parecerse a él. El estado ori-ginal incluía dependencia de Dios y con-formidad con su voluntad. Debido a que hemos sido hechos a la imagen de Dios, “poco menos que un dios” (Salmo 8:5, NVI), debiéramos sentimos motivados a realizar una búsqueda optimista del progre-so, y al mismo tiempo reconocer sobria-mente nuestra responsabilidad hacia el Creador, otros seres creados, nosotros mismos y las formas inferiores de vida.

La importancia de la sexualidad huma-na radica en el hecho de que podemos dis-frutar de compañerismo e intimidad con otros. Dios no hizo a dos personas de dife-rente género sino, más bien, a una pareja destinada a tener una relación armoniosa y complementaria. De ese modo la Biblia destaca la importancia de la dimensión so-cial de la humanidad. El matrimonio, aun-que no es un requerimiento para una vida humana plena, fue planeado desde la crea-ción para ser una fuente de realización per-sonal.

Debido a que Dios hizo al hombre y a la mujer igualmente a su imagen, hay igualdad entre los sexos. Sin embargo, después de la caída, se dijo a Adán y a Eva que uno de los resultados del pecado sería, para el bien de la pareja, el gobierno aman-te y solícito del varón en la familia. En to-da la Biblia hay mujeres que ocupan luga-res de dignidad y responsabilidad. Sin em-

bargo, Cristo fue más allá de las costum-bres de su época y lugar para mostrar defe-rencia hacia las mujeres. Este modo de en-tender a las mujeres debiera guiar la forma en que un hombre cristiano trata a las mu-jeres.

A la vista de Dios todas las razas son igualmente hechas a su imagen. Si bien las categorías de animales en la historia de la creación fueron multiformes, los seres hu-manos fueron sólo de una variedad. La di-versidad racial afecta aspectos secundarios de los seres humanos, originados en varia-ciones genéticas a medida que los grupos demográficos se dispersaban. Una com-prensión de la unidad esencial de la huma-nidad es vital para comprender la doctrina de la salvación.

El punto de vista bíblico de la persona humana es unitario, no dual. La vida inte-rior siempre depende de su sostén externo: el organismo biológico. Alma y espíritu son sólo expresiones intelectuales, afecti-vas o volitivas de la persona total. Todas las interacciones y relaciones humanas de-ben tener en cuenta el hecho de que un ser humano no consta de partes separables. La totalidad de una persona vive y la totalidad de una persona muere. La comprensión bí-blica de la naturaleza del hombre nos ayu-da a integrar el aspecto físico como tam-bién el aspecto espiritual de nuestra perso-nalidad con el fin de lograr un enfoque de la vida más sano, más armonioso, más vi-goroso.

El hecho de que una persona muerta yace en la tumba, insensible e inconsciente hasta la resurrección, hace que el tiempo pasado en la tumba sea apenas como un abrir y cerrar de ojos. La esperanza de la resurrección después del sueño de la muer-te es cara al corazón de los cristianos y ali-

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gera su dolor. Los males de nuestra existencia se re-

montan al pecado. Nuestros primeros pa-dres codiciaron un conocimiento del bien y el mal, o autonomía ética, y al comer el fruto prohibido se inhabilitaron para tener comunión con Dios. Una vez que quedaron privados de esta relación, la gente se vio expuesta al sufrimiento, a relaciones de explotación y finalmente a la muerte. Así el mal es desenmascarado y expuesto, no como un residente legítimo en el universo, sino como un intruso al que hay que resis-tir, y que tiene que ser vencido y destruido.

Disfrazado como una serpiente, Satanás causó la caída de Adán y Eva. Todavía continúa sus intentos de engañar a los seres humanos. Satanás, que en un tiempo estu-vo cercano a Dios, ahora dirige una rebe-lión cósmica contra él, a la cual Adán se unió, haciendo que el pecado se extendiera por toda la humanidad. Considerar el mal sólo como un accidente social es una ilu-sión. En realidad estamos contendiendo contra “huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Efesios 6:12). El pecado abarca no sólo hechos malos sino también su causa residente en el yo inte-rior. Alcanzar la semejanza con Dios re-quiere vigilancia constante; finalmente, la gracia y la fuerza de Dios ganarán la victo-ria.

Puesto que el pecado es rebelión contra Dios, merece retribución. La retribución divina significa tanto corrección como pe-nalidad. Mientras que la rebelión finalmen-te será extinguida mediante la persuasión y

el amor, los que perseveren en la impeni-tencia “cosecharán” para sí la aniquilación total por medio de la “segunda muerte”. Todos los seres humanos están sujetos a la primera muerte, pero su efecto es mera-mente sincronizar las recompensas de los que viven en diferentes edades; esto será cancelado incondicionalmente por una re-surrección. La segunda muerte es la pena-lidad por los pecados personales, mientras que la primera es el efecto del pecado de Adán. Quienes aceptan el sacrificio y la expiación de Cristo pueden esperar con certeza la recompensa de la vida eterna, seguros de que él ha pagado por ellos la penalidad de la segunda muerte.

Aunque sabemos poco sobre la vida fu-tura, podemos estar seguros de ella. Tam-bién podemos saber que los redimidos vi-virán una existencia física. El cielo será el lugar donde los salvos vivirán temporal-mente mientras participan en el juicio de los que no han sido salvos. El hogar per-manente de los redimidos será esta Tierra, restaurada a su condición original. Se ase-gurará justicia eterna. En sus cuerpos glori-ficados, espirituales, los redimidos pasarán la eternidad con Cristo en su hogar eterno. El conocimiento del valor que Dios otorga a la persona humana debiera llenarnos de un gozoso agradecimiento. Al mismo tiempo debiéramos tener un sentido de res-ponsabilidad, no sólo para cuidamos a no-sotros mismos, sino para pensar seriamente en el bienestar de nuestros hermanos y hermanas que también han sido creados a la imagen de Dios.

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V. RESEÑA HISTÓRICA

A. Monismo y dualismo El dualismo entró en el cristianismo por

la vía del pensamiento griego. Enrique Dussel, teólogo católico-romano, escribe sobre esto lo siguiente: “La comprensión cristiana del hombre se formó dentro del horizonte del pensamiento hebreo y se desarrolló homogéneamente en el cristia-nismo primitivo. Sin embargo, la cristian-dad (que es una cultura que no debe con-fundirse con el cristianismo) se originó como una helenización de la experiencia primitiva, sustituyendo en cambio otro idioma y otros instrumentos lógicos de in-terpretación y expresión, cayendo por tanto en un dualismo mitigado” (17).

Incluso antes de las escuelas filosóficas griegas clásicas había en Grecia una tradi-ción dualista (orfismo, pitagorismo) que puso énfasis en las facultades internas del hombre como un elemento divino que con-trasta con el cuerpo inferior (material). El intelecto debía ser fortalecido por medio del ejercicio, mientras que el cuerpo debía mantenerse en sujeción a través del asce-tismo.

Platón (siglo IV a.C.) enseñó el idea-lismo: la realidad última es puramente es-piritual, y el cuerpo no es nada más que una tumba para el alma (un juego de pala-bras griegas: soma, séma, “cuerpo”, “tum-ba”; Gorgias 493). El alma precedía a la existencia terrenal, era increada e inmortal, y emigraba de un cuerpo a otro después de la muerte (Fedón 75, 76). Aristóteles pro-puso un punto de vista alternativo, según el cual el cuerpo y el alma son dos aspectos de la misma realidad básica: materia y forma del hombre. Sin embargo, la tradi-ción platónica se afirmó a pesar de Aristó-teles. El gnosticismo y el neoplatonismo recalcaron la oposición cuerpo versus al-ma, negando la doctrina bíblica de la resu-

rrección. El cristianismo primitivo tuvo que con-

tender con una sociedad greco-romana de-cadente que tenía una moral relajada pero gran admiración por el platonismo. Algu-nos escritores cristianos primitivos denun-ciaron al gnosticismo y su dualismo con-comitante como hostil a la doctrina bíblica de la creación del mundo material por parte de Dios. Justino Mártir (c. 100/114-c. 162/168), convertido cuando se le mostró que el alma no era inmortal sino que “cesa de existir”, denunció como heréticos a los que esperan no una resurrección sino “que sus almas, cuando mueren, son llevadas al cielo” (Diálogo con Trifón 5, 6, 80). Si bien el material cristiano primitivo existen-te es escaso, basta para mostrar que los mártires, cuando enfrentaban la muerte, hacían que su esperanza dependiese de la resurrección, no de ninguna reunión prece-dente con Dios, y al mismo tiempo ex-presaban convicciones monistas (Clemen-te, Carta a los Corintios 24-26; Policarpo, Martirio 14).

Sin embargo, más tarde el neoplato-nismo incursionó dentro del cristianismo. Comenzando en Alejandría, un centro de estudio de la filosofía griega y la teología cristiana, se desarrolló entre los Padres de la Iglesia un prejuicio contra el cuerpo co-mo el asiento de deseos sexuales y de otras pasiones, y el ascetismo fue adoptado co-mo un modelo de piedad.

Los eruditos de la iglesia todavía soste-nían la doctrina bíblica de la creación y la resurrección de la carne, pero simultánea-mente aceptaban en forma gradual la idea de un alma separable. Pensaban que des-pués de la separación por la muerte el alma esperaba, consciente o no, la resurrección. Si bien esa alma ya no era preexistente (como en el platonismo o en los puntos de vista extremos de Orígenes) sino indivi-

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dualmente creada, era, desde ese momento en adelante, eterna.

En la Edad Media el estado intermedio entre muerte y resurrección vino a ser un estado consciente. El alma que había parti-do era citada a un juicio, el cual anticipaba los resultados del juicio final después de la resurrección, determinando si disfrutaría o no de la presencia de Dios. Este disfrute, sin embargo, podría ser diferido por un pe-ríodo de purificación previo a la entrada en la presencia de Dios. Dicha demora podría evitarse viviendo una vida ascética desti-nada a lograr pleno perdón en esta vida. Esta doctrina del purgatorio fue más tarde desarrollada en Occidente, con indulgen-cias como una alternativa a la mortifica-ción física.

Hacia finales de la Edad Media las ideas aristotélicas, menos dualistas, por mucho tiempo suprimidas en el cristianis-mo pero ahora reintroducidas en Europa por vía de la cultura española judeo-arábiga, captaron la atención de los esco-lásticos, incluyendo a Tomás de Aquino. Él trató de asimilar el concepto aristotélico del alma como forma y del cuerpo como materia del hombre. La lógica de tal posi-ción apuntaba en dirección a un alma inse-parable del cuerpo. Pero, con el propósito de conciliar su pensamiento con la tradi-ción de la iglesia, postuló una mens (“men-te”) totalmente inmaterial y sostuvo que el alma sobrevivía “pretematuralmente” a la descomposición del hombre en la muerte. De ese modo se quedó atrás con respecto del punto de vista bíblico del hombre.

En 1513 las ideas aristotélicas más ex-tremas (averroístas) fueron condenadas por el Papa León X. Sólo cuatro años más tar-de, excesos en la predicación de las indul-gencias encendieron la Reforma. Si bien el énfasis del mensaje de Lutero (1483-1546) estaba en la justificación por la fe, en su respuesta a la bula de León X atacó la doc-

trina, recientemente reafirmada, de la in-mortalidad del alma como otra de “esas in-terminables ficciones monstruosas en el montón de basura romana de las decreta-les” (Weimar Ausgabe 7:131, 132, cf. El conflicto de los siglos, p. 605). Su solución en ese tiempo: las almas duermen hasta la resurrección.

La cuestión fue muy debatida entre los protestantes; el mismo Lutero vaciló. La Iglesia Anglicana nunca rechazó completa-mente el purgatorio; el resto lo hizo. El sueño del alma, defendido por Tyndale, Milton, los primeros bautistas y muchos otros, fue rechazado por el influyente Cal-vino (1509- 1564). Sin embargo muchos eruditos, pastores y grupos cristianos siempre han notado y aceptado el monismo bíblico. En nuestro siglo, teólogos notables como E. Brunner, R. Niebuhr y O. Cull-mann lo han sostenido. Aun más reciente-mente, perturbados por el punto de vista tradicional del infierno como agonía y tormento eterno, evangélicos destacados como J. W. Wenham, J. R. W. Stott y Clark H. Pinnock han respaldado igual-mente la doctrina bíblica del sueño del al-ma. Pero todavía necesita llegar al público general: “Veinte años [después del ensayo clásico de

Oscar Cullmann] los laicos todavía de-positan su esperanza en el alma inmortal, aun cuando un coro creciente de eruditos bíblicos y teólogos están diciendo, mayor-mente entre ellos, que es una doctrina pa-gana” (Myers 78).

B. RECHAZO ADVENTISTA DE LA INMORTALIDAD INHERENTE Los primeros adventistas milleritas ad-

quirieron gradualmente esta verdad de la Escritura. Puesto que el asunto fue amplia-mente debatido en los siglos XVIII y XIX, miembros individuales del movimiento ad-ventista sin ninguna duda sostuvieron esta

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verdad privadamente. Por ejemplo, el ar-gentino Francisco Ramos Mexía, que era observador del sábado y “adventista” pri-mitivo de herencia presbiteriana escocesa, escribió alrededor de 1816 un agudo co-mentario sobre las palabras de Hechos 2:34 en el margen de su copia personal del libro de Manuel Lacunza, La venida del Mesías en gloría y majestad, III, 293: “Porque Da-vid no subió a los cielos”. De este texto ex-trajo la inferencia siguiente: “El hombre, junto con su alma o como usted quiera llamarla, se disolverá: ‘Al polvo volverás’. Pero, caballeros, ¡más tarde se levantará!”

Como un principio público de fe, esta verdad fue primeramente defendida entre los adventistas milleritas por George Sto-rrs, ex ministro metodista. Él se convenció de la mortalidad de todo el ser humano en 1841 al leer un folleto publicado seis años antes por un tal Henry Grew. Al año si-guiente también aceptó la enseñanza ad-ventista del regreso de Cristo a través de la influencia de Charles Fitch. Puesto que The Signs of the Times increpó en 1842 a otro ministro adventista por predicar esta ver-dad bíblica, Storrs la defendió en Six Ser-mons [Seis sermones] y comenzó a publi-car el Bible Examiner [El Investigador de la Biblia], un periódico dedicado al tema.

Charles Fitch se le unió en este esfuer-zo en 1844 a pesar de la oposición de Gui-llermo Miller y otros líderes del movimien-to. Miller tampoco pudo impedir que esta doctrina rápidamente echase raíces profun-das entre los adventistas milleritas, como ya quedó revelado por las 10 creencias fundamentales de los milleritas adoptadas en la Conferencia de Albany de 1845. Una de ellas declaraba que la herencia de los salvos no se recibe en la muerte sino en el segundo advenimiento.

Aunque los milleritas se dividieron más tarde en varios grupos, todos ellos conser-varon la creencia en la mortalidad del

hombre completo. Entre los adventistas del séptimo día, R. F. Cottrell y Jaime White defendieron este concepto en las páginas de la Review and Herald, comenzando desde 1853. La aniquilación final de los malvados fue incluida en la “Declaración de los principios fundamentales de los Ad-ventistas del Séptimo Día” publicada por Signs of the Times en 1874.

C. UNIVERSALIDAD DEL PECADO A veces los cristianos han perdido de

vista la doctrina bíblica de la universalidad del pecado humano. Pelagio (siglo V), en un esfuerzo bien intencionado pero mal encaminado por predicar el dominio pro-pio, enseñó que el pecado de Adán mera-mente estableció un mal ejemplo pero no afectó nuestra capacidad para escoger. A los ojos de Dios los niños recién nacidos están en la misma condición como Adán antes de su caída en el pecado. Por esta ra-zón, en cada época algunas personas han sido capaces de resistir la tentación y no pecar; la mayoría, por supuesto, está en ne-cesidad de la gracia de Dios para la salva-ción (ver Agustín, Actas del proceso a Pe-lagio 23 [NPNF-15:193]).

Agustín (354-430), contemporáneo de Pelagio, mostró fácilmente el carácter no bíblico del pelagianismo. La inexistencia de seres humanos sin pecado es una de las verdades subrayadas por la Escritura (1 Reyes 8:46; Sal. 143:2; Proverbios 20:9; Eclesiastés 7:20; Romanos 3:10-23; 1 Juan 1:8-10). El pecado es un poder que sólo puede ser vencido por la persona que ha nacido de nuevo, sostenida por la gracia de Dios y no por la simple fuerza de voluntad. Al mismo tiempo, sin embargo, Agustín enseñó que, lejos de nacer como Adán an-tes de la caída, todos nacemos con su culpa (pecado original) y con una voluntad tan corrupta o depravada que no somos capa-ces siquiera de elegir el camino de salva-

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ción sin la ayuda de la gracia de Dios. A partir de la completa depravación del hom-bre llegó a la conclusión de que la gracia salvadora debe ser irresistible, y por tanto algunas personas (las que se pierden) no han sido escogidas por Dios para ser sal-vas. Esta doctrina se conoce como doble predestinación, puesto que el no ser elegi-dos para la salvación equivale a ser repro-bados.

La iglesia de su tiempo aceptó la crítica de Agustín a Pelagio, pero rechazó la doble predestinación. Un sínodo celebrado en Orange (529 d.C.) aceptó el pecado origi-nal, la necesidad de la gracia y la operación del Espíritu Santo en nosotros para poder elegir la fe y la salvación. Por otra parte recordó a los cristianos que la gracia no es irresistible: los que se oponen a la verdad resisten al Espíritu Santo. Entonces, de acuerdo con este sínodo, nadie está predes-tinado a perderse. Tal fue el consenso de la iglesia durante siglos.

Cuando vino la Reforma, un énfasis re-novado en la salvación por gracia mediante la fe y no mediante las obras (un producto de la voluntad humana) hizo nuevamente atractivos algunos de los rechazados pun-tos de vista de Agustín. Sin embargo, dife-rentes teólogos tuvieron diversas convic-ciones sobre el tema. Lutero (1483-1546) destacó la bancarrota de la voluntad huma-na, mientras que su amigo Melanchton (1497-1560) le concedió un lugar impor-tante en la salvación al libre albedrío en cooperación con la gracia. Calvino (1509-

1564) abrazó la doble predestinación, aun-que, en la Holanda calvinista, Arminio (1560-1609) defendió un llamado único y universal a la salvación. Este punto de vis-ta implica que la gracia no es irresistible, puesto que muchos no se salvarán. La gra-cia puede ser rechazada; y aunque sea aceptada, uno puede caer de ella más tarde.

Los que rechazaron parcialmente el punto de vista de Agustín llegaron a ser conocidos como semipelagianos. El semi-pelagianismo católico rechazó la doble predestinación. El semipelagianismo pro-testante abandonó también la idea del pe-cado original. Lo que heredamos de Adán no fue la culpa sino la depravación. Nace-mos con propensiones o tendencias al mal, las raíces del pecado, que en el curso de la vida fructifican en pensamientos, palabras o acciones pecaminosos.

D. PENSAMIENTO ADVENTISTA En el desarrollo de sus creencias, los

adventistas del séptimo día se han intere-sado más en las enseñanzas prácticas de la Escritura que en el desarrollo de una teolo-gía sistemática. Algunos temas han recibi-do más atención que otros. De este modo, los adventistas del séptimo día pueden ser clasificados históricamente como mayor-mente arminianos en su interpretación (QOD 402- 406), aunque, como en el pro-testantismo en general, hay diversos énfa-sis (Heppenstall 107-128; Gulley).

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VI. COMENTARIOS DE ELENA DE WHITE A. LUGAR DEL HOMBRE EN LA CREA-

CIÓN “El que colocó los mundos estrellados

en lo alto y coloreó con delicada maestría las flores del campo, el que llenó la Tierra y los cielos con las maravillas de su poder cuando quiso coronar su gloriosa obra, co-locando a alguien en el medio para regir la hermosa Tierra, supo crear un ser digno de las manos que le dieron vida. La genealo-gía de nuestra raza, tal como ha sido reve-lada, no hace remontar su origen al desa-rrollo de gérmenes, moluscos o cuadrúpe-dos, sino al gran Creador. Aunque Adán fue formado del polvo, era el ‘hijo de Dios’.

“Adán fue colocado como representan-te de Dios sobre las categorías de seres más inferiores. Éstos no pueden compren-der ni reconocer la soberanía de Dios; sin embargo, fueron creados con capacidad de amar y servir al hombre” (Patriarcas y profetas, p. 25).

“El Señor creó al hombre del polvo de la tierra. Hizo de Adán un participante de la vida y naturaleza de Dios. Fue alentado en él el aliento del Todopoderoso, y se convirtió en un alma viviente. Adán era perfecto en su forma: fuerte, bien parecido, puro, llevaba la imagen de su Hacedor...

“Adán fue coronado rey en el Edén. Se le dio dominio sobre toda cosa viviente que Dios había creado. El Señor bendijo a Adán y a Eva con una inteligencia que no dio a ninguna otra criatura. Hizo de Adán el legítimo soberano de todas las obras de las manos de Dios. El hombre, hecho a la imagen divina, podía contemplar y apreciar en la naturaleza las obras gloriosas de Dios” (Comentario bíblico adventista, to-mo 1, p. 1096).

B. CREACIÓN A LA IMAGEN DE DIOS

“Cuando Adán salió de las manos del Creador, llevaba en su naturaleza física, mental y espiritual la semejanza de su Ha-cedor. ‘Creó Dios al hombre a su imagen’, con el propósito de que, cuanto más vivie-ra, más plenamente revelara esa imagen: más plenamente reflejara la gloria del Creador. Todas sus facultades eran suscep-tibles de desarrollo; su capacidad y su vi-gor debían aumentar continuamente. Vasta era la esfera que se ofrecía a su actividad, glorioso el campo abierto a su investiga-ción. Los misterios del universo visible -‘las maravillas del Perfecto en sabiduría’- invitaban al hombre a estudiar. Tenía el al-to privilegio de relacionarse íntimamente, cara a cara, con su Hacedor. Si hubiese permanecido leal a Dios, todo esto le hu-biera pertenecido para siempre. A través de los siglos eternos hubiera seguido adqui-riendo nuevos tesoros de conocimiento, descubriendo nuevos manantiales de feli-cidad y obteniendo conceptos cada vez más claros de la sabiduría, el poder y el amor de Dios. Habría cumplido cada vez más cabalmente el objeto de su creación; habría reflejado cada vez más plenamente la gloria del Creador” (La educación, p.15).

“Cada ser humano, creado a la imagen de Dios, está dotado de una facultad seme-jante a la del Creador: la individualidad, la facultad de pensar y hacer. Los hombres en quienes se desarrolla esta facultad son los que llevan responsabilidades, los que diri-gen empresas, los que influyen sobre el ca-rácter. La obra de la verdadera educación consiste en desarrollar esta facultad, en educar a los jóvenes para que sean pensa-dores y no meros reflectores de los pensa-mientos de otros hombres. En vez de res-tringir su estudio a lo que los hombres han dicho o escrito, los estudiantes deben ser

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dirigidos a las fuentes de la verdad, a los vastos campos abiertos a la investigación en la naturaleza y en la revelación. Con-templen las grandes realidades del deber y del destino, y la mente se expandirá y ro-bustecerá. En vez de jóvenes educados, pe-ro débiles, las instituciones del saber debie-ran producir hombres fuertes para pensar y obrar, hombres que sean amos y no escla-vos de las circunstancias, hombres que po-sean amplitud de mente, claridad de pen-samiento y valor para defender sus convic-ciones” (Ibíd. pp. 17, 18).

“Creados para ser la ‘imagen y gloria de Dios’, Adán y Eva habían recibido ca-pacidades dignas de su elevado destino. De formas graciosas y simétricas, de rasgos regulares y hermosos, de rostros que irra-diaban los colores de la salud, la luz del gozo y la esperan/a, eran en su aspecto ex-terior la imagen de su Hacedor. Esta seme-janza no se manifestaba sólo en su natura-leza física. Todas las facultades de la men-te y el alma reflejaban la gloria del Crea-dor. Adán y Eva, dotados de dones menta-les y espirituales superiores, fueron crea-dos en una condición ‘un poco menor que los ángeles’, con el fin de que no discernie-sen sólo las maravillas del universo visible, sino que también comprendieran las obli-gaciones y responsabilidades morales” (Ibíd. p. 20).

“El hombre había de llevar la imagen de Dios tanto en la semejanza exterior co-mo en el carácter. Sólo Cristo es ‘la ima-gen misma’ del Padre [Hebreos 1:3]; pero el hombre fue formado a semejanza de Dios. Su naturaleza estaba en armonía con la voluntad de Dios. Su mente era capaz de comprender las cosas divinas. Sus afectos eran puros; sus apetitos y pasiones estaban bajo el dominio de la razón. Era santo y se sentía feliz de llevar la imagen de Dios y de andar en perfecta obediencia a la volun-tad divina” (Patriarcas y profetas, pp. 25,

26). “En la creación del hombre se manifes-

tó la intervención de un Dios personal. Cuando Dios hizo al hombre a su imagen, el cuerpo humano era perfecto en todos sus detalles, pero no tenía vida. Entonces un Dios personal, existente de por sí, sopló en ese cuerpo el aliento de vida, y el hombre llegó a ser un ser vivo e inteligente que respiraba. Todas las partes del organismo humano entraron en acción. El corazón, las arterias, las venas, la lengua, las manos, los pies, los sentidos, las percepciones de la mente, todo inició su funcionamiento y to-do fue puesto bajo ley. El hombre llegó a ser un alma viviente. Un Dios personal, a través de Jesucristo, creó al hombre y lo dotó de inteligencia y poder” (Testimonios para la iglesia, tomo 8, p. 276).

C. CREACIÓN DE LA MUJER

“Dios mismo dio a Adán una compañe-ra. Le proveyó de una ‘ayuda idónea para él’ - alguien que realmente le correspon-día- una persona digna y apropiada para ser su compañera y que podría ser una sola co-sa con él en amor y simpatía. Eva fue crea-da de una costilla tomada del costado de Adán, para significar que ella no debía dominarlo como cabeza, ni tampoco debía ser humillada y hollada bajo sus pies como un ser inferior, sino que más bien debía es-tar a su lado como su igual, para ser amada y protegida por él. Siendo parte del hom-bre, hueso de sus huesos y carne de su car-ne, ella era su segundo yo, quedando en evidencia la unión íntima y afectuosa que debía existir en esa relación. ‘Porque nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta y la cuida’. ‘Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne’” (Pa-triarcas y profetas, pp. 26, 27).

D. SIGNIFICADO DEL MATRIMONIO

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“Dios celebró el primer casamiento. De manera que la institución del matrimonio tiene como su autor al Creador del univer-so. ‘Honroso es en todos el matrimonio’ [Hebreos 13:4]. Fue una de las primeras dádivas de Dios al hombre, y es una de las dos instituciones que, después de la caída, llevó Adán consigo al salir del paraíso. Cuando se reconocen y obedecen los prin-cipios divinos en esta materia, el matrimo-nio es una bendición: salvaguarda la felici-dad y la pureza de la raza, satisface las ne-cesidades sociales del hombre y eleva su naturaleza física, intelectual y moral” (Ibíd.,).

E. LIBRE ALBEDRÍO

“Dios puso al hombre bajo la ley, como condición indispensable para su propia existencia. Era súbdito del gobierno divino, y no puede haber gobierno sin ley. Dios podía haber creado al hombre sin el poder para transgredir su ley; pudo haber deteni-do la mano de Adán para que no tocara el fruto prohibido; pero en ese caso el hombre hubiese sido, no un ente moral libre, sino un mero autómata. Sin libertad de elección, su obediencia no habría sido voluntaria, sino forzada. No habría sido posible el desarrollo de su carácter. Semejante proce-dimiento habría sido contrario al plan que Dios seguía en su relación con los habitan-tes de otros mundos. Hubiese sido indigno del hombre como ser inteligente, y hubiese dado base a las acusaciones de Satanás de que el gobierno de Dios era arbitrario” (Ibíd. p. 30).

F. JUSTICIA ORIGINAL

“Cuando fueron creados, Adán y Eva tenían un conocimiento de la ley original de Dios. Estaba impresa en sus corazones, y conocían las exigencias de la ley sobre ellos” (Comentario bíblico adventista, to-

mo 1, p. 1098).

G. La CAÍDA

“Eva creyó realmente las palabras de Satanás, pero esta creencia no la salvó de la penalidad del pecado. No creyó en las palabras de Dios, y esto la condujo a su caída. En el juicio final, los hombres no se-rán condenados porque concienzudamente creyeron una mentira, sino porque no cre-yeron la verdad, porque descuidaron la oportunidad de aprender lo que es verdad” (Patriarcas y profetas, p. 38).

“En la fruta no había nada venenoso y el pecado no consistía meramente en ceder al apetito. La desconfianza en la bondad de Dios, la falta de fe en su palabra, el recha-zo de su autoridad, fue lo que convirtió a nuestros primeros padres en transgresores e introdujo en el mundo el conocimiento del mal. Eso fue lo que abrió la puerta a toda clase de mentiras y errores” (La educación, p. 25).

“Adán se rindió a la tentación, y como tenemos tan claramente delante de nosotros el asunto del pecado y sus consecuencias, podemos leer de causa a efecto y ver que no es la magnitud del acto lo que constitu-ye el pecado sino la desobediencia a la vo-luntad expresada de Dios, lo que es una negación virtual de Dios, un rechazo de las leyes de su gobierno...

“La caída de nuestros primeros padres rompió la cadena áurea de la obediencia implícita de la voluntad humana a la divi-na. La obediencia ya no ha sido más consi-derada como una necesidad absoluta. Los seres humanos siguen sus propios pensa-mientos, de los cuales dijo el Señor -refiriéndose a los habitantes del mundo an-tiguo- que eran de continuo sólo el mal” (Comentario bíblico adventista, tomo 1, pp. 1097, 1098).

H. INMORTALIDAD CONDICIONAL

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“Para poseer una existencia sin fin, el hombre debía continuar comiendo del ár-bol de la vida. Privado de él, su vitalidad disminuiría gradualmente hasta extinguirse la vida... A ningún miembro de la familia de Adán se le permitió traspasar esa barre-ra para comer del fruto de la vida; de ahí que no exista pecador inmortal” (Patriar-cas y profetas, p. 44).

“Sobre el error fundamental de la in-mortalidad natural descansa la doctrina de la conciencia en la muerte, doctrina que, como la del tormento eterno, se opone a las enseñanzas de las Escrituras, a los dictados de la razón y a nuestros sentimientos de humanidad” (El conflicto de los siglos, p. 600).

I. TENDENCIAS PECAMINOSAS

“El hombre estaba dotado originalmen-te de facultades nobles y una mente bien equilibrada. Era perfecto y estaba en ar-monía con Dios. Sus pensamientos eran puros; sus designios, santos. Pero por cau-sa de la desobediencia, sus facultades se pervirtieron y el egoísmo tomó el lugar del amor. Su naturaleza se debilitó tanto por causa de la transgresión, que le fue impo-sible, por su propia fuerza, resistir el poder del mal. Fue hecho cautivo por Satanás, y hubiera permanecido así para siempre si Dios no hubiese intervenido de una mane-ra especial. El propósito del tentador era frustrar el plan divino en la creación del hombre, y I leñar la Tierra de miseria y desolación. Quería señalar todo este mal como el resultado de la obra de Dios al crear al hombre...

“Es imposible que escapemos por noso-tros mismos del abismo del pecado en que estamos sumidos. Nuestro corazón es malo y no lo podemos cambiar. ‘¿Quién hará limpio a lo inmundo? ‘Nadie’ ‘Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley

de Dios, ni tampoco pueden’. La educa-ción, la cultura, el ejercicio de la voluntad, el esfuerzo humano, todos tienen su propia esfera, pero para esto no tienen ningún po-der. Pueden producir una corrección exter-na de la conducta, pero no pueden cambiar el corazón; no pueden purificar las fuentes de la vida. Debe haber un poder que obre desde el interior, una vida nueva de lo alto, antes que los hombres puedan ser cambia-dos del pecado a la santidad. Ese poder es Cristo. Sólo su gracia puede vivificar las facultades muertas del alma y atraerlas a Dios, a la santidad” (El camino a Cristo, pp. 15-17).

J. VIDA SÓLO EN CRISTO

“La Biblia enseña claramente que los muertos no van inmediatamente al cielo. Se los representa como durmiendo hasta el día de la resurrección. El mismo día en que se corta el cordón de plata y se quiebra el tazón de oro perecen los pensamientos de los hombres. Los que bajan a la tumba es-tán en silencio. Nada saben de lo que se hace bajo el Sol. ¡Descanso bendito para los exhaustos justos! Largo o corto, el tiempo les parecerá sólo un momento. Duermen, hasta que la trompeta de Dios los despierte a una gloriosa inmortalidad. ‘Porque sonará la trompeta, y los muertos resucitarán incorruptibles... Y cuando este cuerpo corruptible se haya revestido de in-corrupción, y este cuerpo mortal se haya revestido de inmortalidad, entonces será verificado el dicho que está escrito: ¡Tra-gada ha sido la muerte victoriosamente!’ En el momento en que sean despertados de su profundo sueño comenzarán a pensar exactamente en el punto donde dejaron de hacerlo. La última sensación fue la angus-tia de la muerte; el último pensamiento, que estaban cayendo bajo el poder del se-pulcro. Cuando se levanten de la tumba, su primer alegre pensamiento se expresará en

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el hermoso grito de triunfo: ‘¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde está, oh se-pulcro, tu victoria?’ ” (El conflicto de los siglos, pp. 605, 606).

K. RESURRECCIÓN

“Nuestra identidad personal quedará conservada en la resurrección, aunque no sean las mismas partículas de materia ni la misma sustancia material que fue a la tum-ba. Las maravillosas obras de Dios son un misterio para el hombre. El espíritu, el ca-rácter del hombre, vuelve a Dios, para ser preservado allí. En la resurrección cada hombre tendrá su propio carácter. A su de-bido tiempo Dios llamará a los muertos dándoles de nuevo el aliento de vida y or-denando a los huesos secos que vivan. Sal-drá la misma forma, pero estará liberada de enfermedades y de todo defecto. Vive otra vez con los mismos rasgos individuales, de modo que el amigo reconocerá al amigo. No hay una ley de Dios en la naturaleza que muestre que Dios devolverá las mis-mas idénticas partículas de materia que componían el cuerpo antes de la muerte. Dios dará a los justos muertos un cuerpo que será del agrado de él” (Comentario bí-blico adventista, tomo 6, pp. 1092, 1093).

L. TIERRA NUEVA

“El temor de hacer aparecer la futura herencia de los santos demasiado material ha inducido a muchos a espiritualizar esas

verdades que nos hacen considerar la Tie-rra como nuestra morada. Cristo aseguró a sus discípulos que iba a preparar mansio-nes para ellos en la casa de su Padre. Los que aceptan las enseñanzas de la Palabra de Dios no ignorarán por completo lo que se refiere a la patria celestial. Y sin embar-go, ‘cosas que ojo no vio, ni oído oyó, y que jamás entraron en pensamiento hu-mano, [son] las cosas grandes que ha pre-parado Dios para los que le aman’. El len-guaje humano es inadecuado para describir la recompensa de los justos. Sólo la cono-cerán quienes la contemplen. Ninguna mente finita puede comprender la gloria del Paraíso de Dios.

“En la Biblia se llama a la herencia de los bienaventurados ‘una patria’. Allí el Pastor divino conduce a su rebaño a los manantiales de aguas vivas. El árbol de vi-da da su fruto cada mes, y las hojas del ár-bol son para el servicio de las naciones. Allí hay corrientes que manan eternamen-te, claras como el cristal, al lado de las cua-les se mecen árboles que echan su sombra sobre los senderos preparados para los re-dimidos del Señor. Allí las vastas planicies alternan con bellísimas colinas y las mon-tañas de Dios elevan sus majestuosas cum-bres. En esas pacíficas llanuras, al borde de esas corrientes vivas, el pueblo de Dios, que por tanto tiempo anduvo peregrino y errante, encontrará un hogar” (El conflicto de los siglos, pp. 733, 734).

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APÉNDICE A

SITUACIÓN DE LA MUJER EN LA BIBLIA

Donde dominaba el patriarcado, como ocurría en el antiguo Cercano Oriente, las mujeres estaban relegadas a una posición muy desfavorable. Pero aun allí, por lo me-nos entre los hebreos, las mujeres y las ni-ñas aparecían públicamente en la vida co-tidiana y en ocasiones sagradas (Génesis 24:13; Éxodo 2:16; Deuteronomio 12:12; Jueces 21:21), podían heredar en ausencia de hermanos (Números 27:8) y eran con-sultadas antes del matrimonio (Génesis 24:39, 58). Proverbios 31:10 al 31 muestra la amplia variedad de campos de acción abiertos a la mujer. Ejemplos positivos como Sara, Rebeca y Abigail, como tam-bién Jezabel y Atalía en el lado negativo, revelan la fuerza de la influencia de las mujeres, la cual en ciertos casos (Débora, Jueces 4 y 5) era de largo alcance y de un carácter decisivo para su nación.

Pablo señala que el esposo es cabeza de la esposa (1 Corintios 11:3), que Adán fue creado antes que Eva (versículos 7-9; 1 Timoteo 2:13). Debido a esta situación, el apóstol sugiere que las mujeres usen cierto estilo de tocado para su cabeza (1 Corintios 11:5-7) y se comporten de cierta manera en la congregación (1 Corintios 14:34-36; 1 Timoteo 2:11, 12). Por otra parte, el após-

tol compensa el hecho de que la mujer pro-cede del varón afirmando la interdepen-dencia de los dos sexos (1 Corintios 11:11,12). Pablo también acepta la partici-pación de mujeres debidamente ataviadas en la oración y la profecía en público (ver-sículo 5). Como puede verse en otras par-tes en el Nuevo Testamento, las mujeres fueron altamente influyentes en las con-gregaciones cristianas (Hechos 9:36; 13:50; 17:4; Romanos 16:6, 12), sirvieron como instructoras (Hechos 18:26; Roma-nos 16:3), “diaconisas” (Romanos 16:1) y compañeras de trabajo en las labores apos-tólicas de Pablo (Romanos 16:7; Filipenses 4:3).

Cristo mismo fue más abierto que los maestros de su tiempo en su trato con las mujeres, luchando para ganar sus almas (Juan 14:27), instruyéndolas en asuntos es-pirituales (Lucas 10:39), sanándolas en sá-bado (Lucas 13:10-13), defendiéndolas va-lientemente (Marcos 12:40; 14:6), igno-rando su “impureza” (Lucas 8:43-48), ro-deándose de ellas (versículo 2; Mateo 27:55, 56), y generalmente realzando el potencial y el valor de las mujeres, como también lo hicieron sus apóstoles (Gálatas 3:28).

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APÉNDICE B

RELACIÓN DEL ESPOSO CON LA ESPOSA

Una cuestión relacionada con lo ante-rior es la jerarquía dentro del matrimonio. Después del pecado, Dios maldijo a la ser-piente (Génesis 3:14) y la tierra (versículo 17), prediciendo las consecuencias sobre el hombre y la mujer (versículos 16-19). Ella sufriría en el parto: "Con dolor darás a luz los hijos; y tu deseo será para tu marido, y él se enseñoreará de ti” (versículo 16). Ciertamente, puesto que el hombre tendría que labrar un suelo duro e ingrato, la carga más pesada de criar una familia sería lle-vada por la mujer. A pesar de esas dificul-tades, que fácilmente podrían desanimar a la mujer para no tener vida íntima con su esposo, ella experimentaría el deseo de es-tar con él, lo que de ese modo ayudaría a mantener su unión. En las relaciones per-turbadas del mundo afectado por el pecado, ella perdería parte de su autonomía anterior y llegaría a estar sujeta a su esposo. Sin embargo, el gobierno de él no debería ser tiránico. Máshal, “enseñorearse”, puede implicar un gobierno benéfico, compasivo, como el de Dios (2 Samuel 23:3), y aun connotar protección y amor, como en Isaías 40:10 y 11. Estos aspectos del papel del esposo son enfatizados por Pablo en 1 Corintios 11:3 y Efesios 5:23.

Pablo también instruyó a las esposas a respetar la autoridad de sus esposos, parti-cularmente en el marco de la iglesia (1 Co-rintios 11:2-16; 14:34-38; 1 Timoteo 2:11-14). Es difícil evaluar el alcance exacto de esas instrucciones, puesto que carecemos de información precisa sobre la situación que las motivó. Tal vez las mujeres de al-gunos catecúmenos habían llegado a ser piedras de tropiezo al asumir aires de supe-

rioridad espiritual sobre sus esposos. Si es así, Pablo quería que la instrucción del nuevo converso, el “nuevo hombre en Cris-to”, siguiese el mismo modelo que la crea-ción del primer hombre: el que era la ca-beza de la familia debía “ser formado” primero (1 Timoteo 2:12, 13). Algunas es-posas habrían estado interfiriendo cuando la asamblea de la iglesia (ekklésía) llevaba a cabo sus asuntos. Pablo entonces recal-caba la necesidad de respetar las autorida-des legítimas.

De todas maneras, dentro del contexto de un mundo pecaminoso, la sumisión de las esposas es realmente una bendición pa-ra el hogar, así como el trabajo duro es una bendición disfrazada para el hombre. De-biéramos aceptar humildemente los juicios de Dios. Los cristianos esperan con ansia un tiempo cuando las maldiciones pronun-ciadas en el Edén desaparecerán (Apoca-lipsis 22:3). No debiera dársele, entonces, un carácter absoluto al consejo de Pablo: “Esposas, sométanse a sus propios espo-sos” (Efesios 5:22, NVI), más que a su mandato: “Esclavos, obedezcan a sus amos terrenales” (Efesios 6:5, NVI). Ambas ad-moniciones tienen valor permanente, pero debieran implementarse de acuerdo con las instituciones, condiciones y costumbres de la sociedad en la cual nos desenvolvemos, a menos que dichas condiciones y costum-bres estén condenadas por la Escritura.

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Extraído de Tratado de Teología Adventista del Séptimo Día,

pp. 233-264

Compilación:

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