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HISTÓRIA de AMÉRICA Segundo parcial

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HISTÓRIA de AMÉRICA

Segundo parcial

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índice

Parte III. La América republicana: Tema 20. La emancipación ............................................................................ pág. 03

Tema 21. El surgimiento de los nuevos estados nacionales .............................. pág. 09

Tema 22. Los cambios económicos y sociales provocados por la emancipación pág. 21

Tema 23. Las economías exportadoras ..................................................... pág. 28

Tema 24. La consolidación de las oligarquías ..................................................... pág. 33

Tema 25. Las transferencias de los recursos europeos (capital y mano de obra) pág. 37

Tema 26 Las transformaciones del fin de siglo ......................................... pág. 43

Tema 27. Los problemas fronterizos y la expansión territorial .................. pág. 49

Tema 28. Las primeras grandes convulsiones ......................................... pág. 55

Tema 29. La gran depresión y sus efectos sobre la industrialización latinoamericana pág. 58

Tema 30. El nacionalismo ............................................................................. pág. 67

Tema 31. La crisis del sistema oligárquico ...................................................... pág. 73

Tema 32. Los movimientos populistas ................................................................. pág. 80

Tema 33. La revolución cubana y los intentos de exportación de su revolución pág. 85

Tema 34. La quiebra del orden constitucional ..................................................... pág. 93

Tema 35. Los nuevos intentos de consolidación democrática .............................. pág. 101

Tema 36. América Latina a fines del siglo XX. A modo de balance y perspectivas pág. 108

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Tema 20: La emancipación

Presentación y objetivos. En menos de veinte años las antiguas posesiones españolas en Hispanoamérica pasaron a

conformar más de veinte Repúblicas soberanas. El movimiento emancipador fue un fenómeno históri-co de complejas características. Por un lado, se llevó a cabo una guerra de independencia respecto a la metrópoli, y por otra, se produjeron auténticas guerras civiles. La América española independiente no sólo no supo conservar unido bajo un mismo poder el viejo imperio español, sino que los diferentes virreinatos vieron como sus territorios se desmembraban en diversos Estados. La América portuguesa partió de un proceso secesionista mucho menos cruento y supo conservar íntegro el viejo imperio bra-sileño.

Emancipación de América Latina, proceso político y militar que, desde 1808 hasta 1826, afectó a la casi totalidad de los territorios americanos gobernados por España, cuyo re-sultado fue la separación respecto de ésta de la inmensa mayoría de las divisiones administra-tivas de carácter colonial que habían estado bajo el dominio de los monarcas españoles desde finales del siglo XV y el acceso a la independencia de gran parte de los estados de Latinoamérica.

Causas:

Con notable exageración, se han querido ver los antecedentes de la independencia his-panoamericana en las insurrecciones indígenas del siglo XVIII, como las de los comuneros de Paraguay (1717-1735) y Nueva Granada (1781) y la de José Gabriel Condorcanqui (Túpac Amaru) en el Perú (1780-1781), o incluso en las guerras civiles que asolaron el territorio perua-no en el siglo XVI.

Desde el siglo XIX, las causas de la independencia se han venido presentando divididas en dos grupos: causas internas de carácter negativo y causas externas de carácter positivo.

– Causas internas: Pueden ser consideradas como causas internas aquéllas que se originaron en el interior de la sociedad hispanoamericana como resultado de su pro-pio desarrollo histórico, y se caracterizan por destacar algunos aspectos negativos de la acción colonizadora española. Así, por ejemplo, cuando se atribuye el deseo de independencia a la corrupción administrativa y la inmoralidad burocrática por par-te de las autoridades españolas, o a la relajación de las costumbres del clero, se tra-ta de destacar algunos casos, que sin duda fueron tenidos en cuenta por los patrio-tas, pero a los que no puede atribuirse un carácter generalizado a toda la adminis-tración y a todos los territorios. Tuvieron una gran importancia:

a) La concepción patrimonial del Estado, toda vez que las Indias estaban vincu-ladas a España a través de la persona del monarca. Las abdicaciones forza-das de Carlos IV y Fernando VII, en 1808, rompieron la legitimidad estableci-da e interrumpieron los vínculos existentes entre la Corona y los territorios hispanoamericanos, que se vieron en la necesidad de atender a su propio gobierno.

b) La difusión de doctrinas populistas. Desde santo Tomás de Aquino hasta el español Francisco Suárez, la tradición escolástica había mantenido la teoría de que la soberanía revierte al pueblo cuando falta la figura del rey. Esta doc-trina de la soberanía popular, vigente en España, debió de influir en los inde-

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pendentistas tanto como las emanadas del pensamiento ilustrado del siglo XVIII.

c) La labor de los jesuitas. Las críticas dirigidas por los miembros de la Compa-ñía de Jesús a la actuación española en América después de su expulsión de España en 1767, plasmadas en abundantes publicaciones, tuvieron gran im-portancia en la generación de un clima de oposición al dominio español entre la burguesía criolla.

d) Las enseñanzas impartidas por las universidades y el papel desarrollado por las academias literarias, las sociedades económicas y la masonería. La difu-sión de ideas liberales y revolucionarias contrarias a la actuación de España en América ejerció una gran influencia en la formación de algunos de los principales líderes de la independencia, cuya vinculación con la Logia Lauta-ro les proporcionó el marco adecuado para la conspiración.

– Causas externas: Pueden ser consideradas como causas externas aquellas que

actuaron sobre el proceso independentista desde fuera de los dominios imperiales españoles, en especial desde Europa y Estados Unidos. Algunas de estas causas, como la Declaración de Independencia estadounidense o la Revolución Francesa, cuya influencia en la historia mundial es evidente, actuaron más como modelos que como causas directas del proceso. Mayor importancia tuvieron las ideas enciclopedistas y liberales procedentes de Francia, así como las relaciones de con-vivencia de muchos de los máximos dirigentes independentistas, como Francisco de Miranda, José de San Martín, Simón Bolívar, Mariano Moreno, Carlos de Alvear, Bernardo O’Higgins, José Miguel Carrera Verdugo, Juan Pío de Montúfar y Vicente Rocafuerte, que se encontraron con frecuencia en Londres, así como los contactos que mantuvieron con los centros políticos de Estados Unidos y Gran Bretaña. Ello les permitió equiparse ideológicamente, pero también les proporcionó la posibilidad de contar con apoyos exteriores y las necesarias fuentes de financiación para sus proyectos.

Dentro del proceso de emancipación, algunos historiadores distinguen dos etapas o fa-

ses que marcaran el desarrollo del tema.

Primera Fase:

Este primer periodo viene caracterizado por la actuación de las juntas.

La primera Junta se constituyó en Montevideo el 21 de septiembre de 1808, aunque se mantuvo la autoridad del virrey. La Banda Oriental de los territorios rioplatenses estuvo domi-nada desde el principio por la personalidad de José Gervasio Artigas, quien formó un cuerpo de voluntarios y venció a las tropas realistas en Las Piedras el 18 de mayo de 1811, pero no pudo ocupar Montevideo debido al acuerdo firmado en noviembre de ese año entre el virrey Francis-co Javier Elío y los representantes de la ciudad de Buenos Aires, que deseaban controlar todo el virreinato. En esta ciudad, los primeros incidentes se produjeron en el cabildo, al enfrentarse en enero de 1809 los partidarios de Mariano Moreno, representante de los ganaderos de la región, con los de Bernardino Rivadavia. Tras rechazar la autoridad del virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros el 30 de junio de 1809, se creó una Junta, el 25 de mayo de 1810, dirigida por Cornelio de Saavedra, que reconoció inicialmente los derechos de Fernando VII.

Dicha Junta envió a José Rondeau a la Banda Oriental y a Manuel Belgrano a Para-guay, para evitar la secesión de estos territorios, pero Rondeau no tardó en entenderse con Artigas y Belgrano fue derrotado en Tacuarí el 9 de marzo de 1811. El 14 de mayo siguiente, el triunvirato constituido por Pedro Juan Caballero, Juan Valeriano Zeballos y José Gaspar Rodrí-

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guez de Francia proclamó la independencia de Paraguay (posteriormente, este último impuso una férrea dictadura y cerró el país a todo contacto con el exterior). En septiembre del mismo año, un triunvirato, del que Rivadavia era secretario, controló el poder en Buenos Aires e inició una dura represión contra sus opositores. En Buenos Aires no se aceptaba el dominio de Arti-gas en la Banda Oriental ni el de Rodríguez de Francia en Paraguay, pero las rivalidades entre los diferentes líderes dificultaban la realización de sus propósitos: mientras Buenos Aires de-fendía la unidad de los territorios que habían conformado el virreinato del Río de la Plata, las provincias se inclinaban por el federalismo, los miembros de la Logia Lautaro se oponían a los de la Acción Patriótica y Portugal reclamaba el dominio sobre parte de lo que se convertiría más tarde en Uruguay. En 1814, Artigas y Rondeau ocuparon Montevideo y reafirmaron su control sobre la Banda Oriental.

El Alto Perú, que pertenecía hasta entonces a la jurisdicción sobre la que establecía su dominio el virreinato de la Plata, protagonizó los primeros movimientos de carácter independen-tista. Así, la primera Junta que rompió abiertamente con las autoridades españolas fue la de Chuquisaca (actual Sucre, en Bolivia), cuando el 25 de mayo de 1809 un triunvirato formado por Bernardo de Monteagudo, Jaime de Zudáñez y por Lemoine apresó al presidente de la au-diencia, García Pizarro. Fue secundada por la Junta de La Paz, que se constituyó el 16 de julio de 1809 con Pedro Domingo Murillo como presidente, pero que fue reducida pronto por los re-alistas al mando del general José Manuel de Goyeneche, quien mandó ejecutar a Murillo el 10 de enero de 1810. Los dirigentes de la Junta de Buenos Aires enviaron al Alto Perú al general Antonio González Balcarce, que venció a los realistas en Suipacha el 7 de noviembre de 1810 y obligó a Goyeneche a solicitar un armisticio. Reanudadas las hostilidades en 1811, Goyene-che venció en la batalla de Guaqui y envió a Juan Pío de Tristán y Moscoso al Río de la Plata, pero las victorias de José de San Martín en San Lorenzo, el 3 de febrero de 1813 y de Belgra-no en Tucumán (septiembre de 1812) y Salta (febrero de 1813) consolidaron la independencia rioplatense. Parecido final al de la Junta de La Paz tuvo la que se constituyó en Quito el 10 de agosto de 1809 con Juan Pío de Montúfar, marqués de Selva Alegre, al frente. Los juntistas pactaron con la audiencia, pero no lograron el apoyo de Guayaquil, Cuenca y Pasto, por lo que no tardaron en ser reducidos por los realistas. Una nueva Junta, dirigida por Ruiz del Castillo, se creó el 22 de septiembre de 1809. El 11 de octubre de 1810 se proclamó la independencia de Ecuador, pero en 1812 el virrey del Perú José Fernando Abascal y Sousa volvió a controlar toda la región, incorporando a su jurisdicción los territorios correspondientes al Alto Perú, des-pués de haber evitado que se adhirieran al proceso emancipador rioplatense.

La figura de Simón Bolívar (conocido popularmente por la historiografía posterior y por los propios sudamericanos como ‘el Libertador’) dominó el proceso independentista de Vene-zuela. En Caracas, se constituyó una Junta el 19 de abril de 1810, opuesta en principio al capi-tán general, el afrancesado Vicente Emparán, y en defensa de los legítimos derechos de Fer-nando VII, pero que el 5 de julio de 1811 proclamó la independencia del país y declaró estable-cida una república federal. La llegada de Francisco de Miranda desde Londres no tardó en ocasionar enfrentamientos entre éste y Bolívar, quien al parecer no dudó en entregar a Miranda a los españoles. En 1812, tropas realistas enviadas desde Puerto Rico al mando de Domingo Monteverde vencieron en Puerto Cabello y apresaron a Miranda en La Guaira, después de que en julio firmara con aquél su propia capitulación.

En el área de lo que habría de convertirse en Colombia, la Junta de Santafé de Bogotá depuso al virrey Antonio Amar y Borbón el 20 de julio de 1810, siendo secundada por las juntas de Cartagena, Pamplona y Socorro, pero no por las ciudades de Panamá y Santa Marta. Cami-lo Torres y José Acevedo Gómez vencieron en Bajo Palacé al gobernador de Popayán y, en diciembre del mismo año, se reunió el I Congreso en Cundinamarca, donde se declaró la inde-pendencia de la república que abría de llamarse desde el año siguiente Provincias Unidas de Nueva Granada. En abril de 1811, fue nombrado presidente Jorge Tadeo Lozano, al que suce-dió Antonio Nariño en octubre del mismo año. El país se dividió pronto en dos bandos opues-tos: los federalistas, dirigidos por Camilo Torres, y los unionistas, con el propio Nariño al frente.

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Tras destituir, el 16 de julio de 1810, al gobernador Francisco Antonio García Carrasco, se concedió la presidencia a Mateo de Toro y Zambrano, conde de la Conquista, con lo que se mantuvo la apariencia de fidelidad a la monarquía española, aunque tampoco en Chile tardaron en surgir discrepancias entre los dirigentes. La Junta de Santiago se constituyó el 18 de sep-tiembre de 1810, con Toro y Zambrano como primer presidente. Los moderados José Antonio Rojas y Juan Antonio Ovalle, partidarios de mantener los lazos con España, se impusieron en abril de 1811 a los radicales Bernardo O’Higgins y Juan Martínez de Rozas. En julio de 1811, llegó el militar chileno José Miguel Carrera Verdugo, que se hizo con el poder apoyado por O’Higgins y dictó el Reglamento Constitucional de 27 de octubre de 1812, que establecía su dictadura personal, así como la independencia encubierta de Chile.

En el virreinato de Nueva España los comienzos del movimiento independentista tuvie-ron un marcado carácter popular, insurreccional y revolucionario. La conspiración iniciada (y fracasada) en Querétaro en 1809 dio paso al levantamiento del sacerdote Miguel Hidalgo en Dolores (actual Dolores Hidalgo Cuna de la Independencia Nacional, en Guanajuato), el 16 de septiembre de 1810. Las tropas del virrey Francisco Javier Venegas, a las órdenes del general Félix María Calleja del Rey, vencieron a los rebeldes en Guanajuato y Puente de Calderón, y ejecutaron a los principales responsables en 1811. Más amplitud tuvieron los levantamientos en el sur del país, donde los insurrectos dirigidos por el también sacerdote José María Morelos, tras ocupar Oaxaca y Acapulco, convocaron el Congreso de Chilpancingo, proclamaron la in-dependencia de México y, en octubre de 1814, redactaron la Constitución de Apatzingán, pri-mera ley magna de la historia del constitucionalismo mexicano. La enérgica y sangrienta reac-ción del virrey Calleja concluyó con la ejecución de Morelos en 1815 y el restablecimiento de la autoridad real.

Segunda Fase: Una vez que se había establecido una incipiente estructura política en los territorios que

luchaban por lograr la independencia de España, surgió la etapa de reacción española que condujo a la verdadera fase bélica del proceso emancipador, cuyo punto culminante fue el na-cimiento o consolidación de los estados sudamericanos.

Los realistas volvieron a tomar la iniciativa, a finales de 1814, a partir de las victorias lo-gradas en Maturín y Urica por José Tomás Rodríguez Boves, al frente de los llaneros del Ori-noco. Bolívar tuvo que escapar de Nueva Granada rumbo al Caribe, donde escribió la llamada Carta de Jamaica, en la que diseñaba el mapa de las futuras repúblicas independientes de América. En mayo de 1815, las tropas realistas del general Pablo Morillo entraron en Caracas y éste inició una dura represión.

En Perú, los realistas controlaron la mayor parte del territorio a raíz de las victorias de Joaquín de la Pezuela en Vilcapugio y Ayohuma en octubre y noviembre de 1813, respectiva-mente. Y otro tanto puede decirse de Chile, donde la falta de entendimiento entre Carrera y O’Higgins condujo a la victoria realista de Rancagua, en octubre de 1814. En 1816, la causa independentista sólo parecía victoriosa en el territorio que habría de conformar Argentina, don-de el Congreso de Tucumán proclamó la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata el 9 de julio de ese mismo año.

La guerra se generalizó en todas las regiones a partir de 1817. El Congreso de Angos-tura (reunido a partir de febrero de 1819) nombró a Bolívar presidente de Venezuela; la victoria de José Antonio Páez sobre Morillo en Las Queseras del Medio, en abril de ese mismo año, permitió a Bolívar cruzar los Andes, ocupar Tunja, vencer en las batallas del Pantano de Var-gas y Boyacá, el 25 de julio y el 7 de agosto respectivamente, y entrar en Santafé de Bogotá el 10 de agosto de 1819. En diciembre de ese año se constituyó la República de la Gran Colom-bia y Bolívar fue designado presidente. El 24 de junio de 1821, Bolívar obtuvo la victoria de Carabobo, que garantizó la independencia de Venezuela, en tanto que, en mayo de 1822, Antonio José de Sucre venció en Pichincha. Bolívar, que en abril de 1822, había obtenido una

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nueva victoria en Bomboná, entró en Quito en el mes de junio (liberada para los independentis-tas por Sucre) y se dirigió a Guayaquil.

En el sur, el general San Martín creó un ejército en Mendoza, cruzó los Andes con di-rección a Chile y obtuvo la victoria de Chacabuco, el 12 de febrero de 1817, con la ayuda de Bernardo O’Higgins. Todavía los realistas lograron vencer en Talcahuano (octubre de 1817) y Cancha Rayada (marzo de 1818), y estuvieron a punto de recuperar Santiago, pero la victoria patriota en Maipú (5 de abril de 1818) aseguró la independencia de Chile. Los éxitos argentinos en Chile no se repitieron en la Banda Oriental, donde las tropas federalistas del litoral (provin-cias de Entre Ríos, Corrientes y Santa Fe) vencieron a las de Buenos Aires en Cepeda, en 1820, consolidando la segregación de Uruguay del proceso independentista propiamente ar-gentino. Con el apoyo de la flota que se encontraba al mando del almirante británico Thomas Alexander Cochrane, San Martín inició la campaña de Perú, logró ocupar Lima el 9 de julio de 1821 y proclamó la independencia del país el 28 de julio siguiente. Nombrado ‘protector’ de Perú, convocó un Congreso Constituyente en 1822 y se dirigió a Guayaquil para entrevistarse con Bolívar.

En la entrevista que tuvo lugar el 26 de julio de 1822 entre Bolívar y San Martín, en Guayaquil, se acordó que aquél se ocupara de los asuntos de Perú y que San Martín se retira-ra de la escena política porque no contaba con el apoyo de la burguesía limeña. Los realistas mandados por Jerónimo Valdés, tras vencer en Torata y Maquegua, recuperaron Lima en junio de 1823, lo que hizo necesaria la intervención de Sucre y del propio Bolívar, que en febrero de 1824 asumió la dictadura. Las victorias de Sucre sobre el realista José Canterac en Junín (en este caso, colaborando con las tropas de Bolívar), el 6 de agosto de 1824, y sobre Valdés y el virrey José de la Serna e Hinojosa en Ayacucho, el 9 de diciembre siguiente, resultaron decisi-vas. La ocupación del Callao en enero de 1826, último reducto de las tropas realistas manda-das por el gobernador José Ramón Rodil, y postrer bastión del dominio español en el continen-te americano, puso fin a la guerra y aseguró definitivamente la independencia de la mayoría de las colonias hispanas en América.

Independencia de México y Centroamérica. Después de las rebeliones fracasadas de Hidalgo y Morelos y tras el desgraciado fraca-

so de la fulgurante expedición de Francisco Xavier Mina (el Mozo) en 1817, fue Vicente Guerre-ro quien logró mantener la insurrección en el sur del país. En 1821, Agustín de Iturbide, militar que había combatido en las tropas realistas, entró en contacto con Guerrero y, el 24 de febrero de ese año, lanzó un manifiesto conocido como el Plan de Iguala (o de las Tres Garantías), que establecía tres condiciones: la independencia de México, el mantenimiento del catolicismo y la igualdad de derechos para los españoles y los mexicanos. El 24 de agosto de ese mismo año, Iturbide y el virrey Juan O’Donojú, que acababa de llegar de España enviado por el gobierno constitucional, firmaban el Tratado de Córdoba, por el que se declaraba la independencia de México.

En Centroamérica, se produjeron algunos intentos de rebelión a partir de 1811, pero to-dos ellos terminaron en fracaso, como los alzamientos del cura José Matías Delgado y Juan Argüello en El Salvador, o la intentona de 1813 en Guatemala. En conjunto, el proceso de in-dependencia en los territorios de la capitanía general de Guatemala fue menos violento que en otras regiones y también más tardío. En 1822, Iturbide incorporó Centroamérica al Imperio Mexicano, actuando en contra de los deseos de la mayoría de la población, que rechazaba tal unión. En 1823, tras la abdicación de Iturbide (que se había coronado emperador como Agustín I), se crearon las Provincias Unidas del Centro de América, gobernadas inicialmente por un triunvirato compuesto por Pedro Molina, Villavicencio y Manuel José Arce, quien en 1825 se convirtió en el primer presidente del recién creado Estado federal, que habría de perdurar hasta 1842.

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Independencia de Brasil. La primera invasión de Portugal llevada a cabo por las tropas napoleónicas en 1807

obligó al regente y futuro rey Juan VI a refugiarse en Brasil. Importantes núcleos de indepen-dentistas se habían formado en Bahía y Río de Janeiro, desde donde se venían difundiendo las ideas liberales y revolucionarias procedentes de Europa. El país era un mosaico de provincias, razas y culturas diversas, y estaba dividido en dos grupos de ideología opuesta: los liberales afrancesados y los conservadores anglófilos. En marzo de 1817, se produjo una fallida insu-rrección en Recife y, ese mismo año, tropas portuguesas ocuparon Montevideo, en un intento de anexionarse la Banda Oriental del Río de la Plata. En agosto de 1820, tuvo lugar un alza-miento en Porto y Juan VI regresó a Portugal al año siguiente, dejando como regente a su hijo, el futuro emperador Pedro I. Aconsejado por su ministro José Bonifácio de Andrada e Silva, Pedro I declaró la independencia de Brasil el 7 de septiembre de 1822, por medio del denomi-nado grito de Ypiranga, y se proclamó emperador el 12 de octubre siguiente. La primera Cons-titución del Brasil independiente fue promulgada el 25 de marzo de 1824 y, un año después, Portugal reconoció su independencia. Pedro I se mantuvo en el poder hasta que, en 1831, ab-dicó en la persona de su hijo Pedro II.

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Tema 21: El surgimiento de los nuevos estados nacionales

Presentación y objetivos. Los procesos emancipadores culminaron con la proclamación de las independencias y la for-

mación de nuevos estados. La vía republicana fue la elegida como forma de gobierno, pero los deba-tes sobre ésta eran tan amplios y las fuerzas tan contrapuestas que los enfrentamientos entre centra-listas y federales, militares y civiles, zonas rurales y metrópolis urbanas, intelectuales y caudillos, fue-ron numerosos.

Las constituciones de los nuevos estados tienen la influencia liberal de la Constitución de Cá-diz, las aspiraciones universalistas de la Revolución Francesa (tanto la de 1789 como, sobre todo, las de 1830 y 1848), la tradición constitudinaria británica y el influjo presidencialista y federal estadouni-dense.

La emancipación de las colonias culminó con la independencia de cada una de ellas y

con la posterior formación de los nuevos Estados americanos.

Al mismo tiempo que intentaban alcanzar la pacificación interior y consolidar las institu-ciones gubernamentales, se abrió un debate (que en muchos casos se volvió violento) acerca del sistema político a seguir.

Al principio se defendió la continuidad monárquica, pero pronto se vio que la única vía a seguir era la marcada por el republicanismo.

Pero a la hora de definir y establecer la República, se hallaron con el problema de que éste tenía unas matizaciones tan amplias y a la vez tan contrapuestas que pronto llegaron los enfrentamientos entre liberales y conservadores, centralistas y federales, militares y civiles, zonas rurales y metrópolis, intelectuales y caudillos.

Desarrollo político e institucional

En las recién nacidas repúblicas americanas, el debate ideológico se centró en un doble enfrentamiento:

– liberales – conservadores – federales – centralistas

Y este debate servía a las oligarquías regionales en su lucha por el poder, subordinando en muchas ocasiones los criterios doctrinales a las estrategias de dominio total de la situación.

Estos enfrentamientos alcanzaron su punto culminante a la hora de elaborar las Consti-tuciones de cada Estado. Y es que junto a la herencia colonial se añadía la influencia liberal de la Constitución de Cádiz, las aspiraciones universalistas de la Revolución Francesa, la tradición que era costumbre en Gran Bretaña y el influjo presidencialista y federal de los EEUU.

Aunque no pudieron encontrar en las distintas vías constitucionales el medio para al-canzar la pacificación y una gobernabilidad interior, los nuevos estados americanos demostra-ron poseer una gran estabilidad.

Tras su fundación no ha habido en todo el período contemporáneo los problemas na-cionalistas ni de divisiones estatales (exceptuando Panamá) tan numerosos como los sucedi-dos en la Historia Contemporánea de Europa.

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1. Las Provincias Unidas del Río de la Plata La etapa que va desde 1814-1820 fue un período álgido en debates en cuanto a la or-

ganización política, administrativa y territorial que supuso graves enfrentamientos entre federa-les y centralistas, republicanos y monárquicos .Y todo ello bajo la constante amenaza de una intervención extranjera.

Evolución de la situación 1. 1814- 1820 (Directorio)

Gervasio Posadas: tuvo el principal cometido en combatir el separatismo que se vivía en la Banda Oriental (actual Uruguay).A fin de evitar una posible invasión española, contactó con Londres. Pero de poco le sirvió, tan sólo para que se incrementara el libre comercio inglés en la zona.

Carlos María Alvear: tuvo un Gobierno muy desafortunado ya que se vio obligado a evacuar Montevideo, se enfrentó a San Martín por el dominio del Ejército e incluso llegó a pre-sentar la petición de poner a las Provincias Unidas bajo el dominio británico.

Ello derivó en su destitución y en la posterior disolución de la Asamblea Constituyente.

Congreso de Tucumán, 1816

En el que se reúnen con la idea de proclamar formalmente la independencia (9 de julio) bajo el nombre de Provincias Unidas de Sudamérica.

Los monárquicos, con San Martín a la cabeza, tenían la idea de proclamar una monar-quía constitucional al estilo inglés.

Los republicanos, que buscaban un ejército fuerte y una administración centralizada, consiguen que la Constitución de 1819 creara un ejecutivo dirigido por un “director del estado”

Pero ni el Congreso ni la Constitución solucionaron los problemas:

– La presión militar1, hace que se reúna el Congreso en Buenos Aires. Con lo cual se reaviva el fantasma del centralismo lo que provoca una declaración de inde-pendencia de la República de Tucumán (1819). Los mismos pasos seguirían las provincias de Entre Ríos y Córdoba.

– El ejército enviado para terminar con estos alzamientos es vencido. Buenos Aires se ve obligado a firmar el Tratado del Pilar (1820) que establecía la existencia de una República Federal.

– Una Asamblea Constituyente ratificó la federación estableciendo la capital en Bue-nos Aires. También estableció un poder ejecutivo bajo una presidencia universal que tendría como primer titular a Bernardino Rivadavia.

La nueva república comenzó a ser reconocida internacionalmente como tal. A la vez, empezaban a producirse disturbios que tenían como protagonistas a caudillos regionales. Uno de ellos tomó el control de la provincia de Buenos Aires: Juan Manuel de Rosas, rico terrate-niente y comandante del Ejército.

1829-1852: Dictadura de Rosas

Fecha en la que se compaginan las figuras de Rosas como gobernador de la provincia de Buenos Aires y Rivadavia como representante de los intereses unitarios.

1 Los militares se inclinan hacia la realeza.

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Rosas gobernó como un centralista, teniendo tras de sí al sector económico y militar más pudiente: los estancieros, quienes se oponían al anticlericalismo y al humanismo demócra-ta.

Con ello, la política de Rosas se basó en potenciar la economía agroganadera y de ex-pansión territorial. Con la campaña del desierto intentó pacificar la frontera del peligro indígena y permitió extender el territorio controlado por los hombres blancos a costa de las numerosas pero pequeñas tribus que dominaban la Pampa.

Hacia 1835 quedaba muy claro que el gobierno de Rosas era una dictadura. Lo cual, por otro lado, no tenían parangón en toda América.

Contaba con el apoyo de la Sociedad Popular restauradora, asociaciones políticas y po-liciales que le ofrecían un brazo armado: la Mazorca.

Esta banda se encargaba de eliminar de forma violenta a la oposición interna.

Surgieron voces en contra de suponer (el cual no sólo se extendía por Buenos Aires, si-no también de forma indirecta hacia el interior)

La Coalición del Norte (Tucumán, Salta, La Rioja, Cajamarca y Jujuy) emprenden una campaña contra Rosas en 1840 y un año después, el general Lavalle llevó a su ejército hasta la misma ciudad de Buenos Aires.

Francia (desde marzo de 1838 hasta octubre de 1840) y Gran Bretaña (desde 1845 en unión con Francia) realizan un bloqueo marítimo a Buenos Aires con el propósito de conseguir la deposición de Rosas; pero sobre todo para hacerse con el control de la navegación de los grandes ríos de la zona.

Pero Rosas no sólo no consiguió hacer frente a esta situación, sino que su régimen sa-lió reforzado de la misma. Se sentaban con ello las bases de un sólido crecimiento económico.

Pero los estados del litoral no tenían las mismas pretensiones que Rosas, inclinándose más hacia las demandas franco-británicas.

El caudillo de Entre Ríos, Juan Juste de Urguza (quien provenía de la misma extracción social que Rosas), logró una alianza con Corrientes, Brasil y Uruguay.

Rosas se quedó sin el apoyo de los estancieros (quienes tenían que afrontar numerosos impuestos) ni del respaldo social (debido al terrorismo y a la despolitización que estaban vi-viendo) por lo que es derrotado en Monte Caseros, poniendo inmediatamente rumbo hacia el exilio.

Uruguay

Su vida como nación independiente en la década de los años 30 del s. XIX fue muy si-milar a la experimentada por Buenos Aires.

Uruguay tenía como base económica la ganadería, así como la existencia de un gran puerto y una dependencia de los recursos aduaneros.

La oposición ideológica quedaba plasmada en: – Partido político blanco: conservador, rural, defensor de la tradición y del orden.

Contaba con el apoyo de los estancieros quienes temían la expansión de Brasil y por ello buscan una alianza con Buenos Aires. El líder de este partido era Manuel Oribe, para muchos un instrumento en las ma-nos de Rosas hasta 1840.

– Partido colorado: urbano, liberal y antiproteccionista. Defensa de sus intereses centrados en Montevideo y en la zona costera comercial. Por lo que se encontra-ban enfrentados a Buenos Aires, dando vía libre a la intervención extranjera (Fran-

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cia y Gran Bretaña) además de tener en Brasil a un aliado. Su líder era Fructuoso Rivera, primer presidente del país.

Las luchas entre caudillos marcaron esta época. Lucha que quedó plasmada en la Gue-rra Grande que se convirtió en un conflicto internacional a raíz de las numerosas ayudas ex-tranjeras recibidas. La paz llegaría con la unión de los blancos y los colorados que significaba el fin de enfrentamiento, pero también por la pérdida de territorios a favor de Brasil.

Las consecuencias del conflicto fueron dramáticas: – Descenso de la población – Ruralización – Ruina de las estancias y de los saladeros – Desaparición de la autoridad del Estado en las grandes zonas del país, lo que fa-

voreció al caudillismo.

2. Los Estados Andinos De la gran República de Colombia creada por Bolívar, la primera en separarse fue Ve-

nezuela, la cual siempre se había mostrado reacia al centralismo de Bogotá.

Venezuela: durante el s. XIX, Venezuela vivió una serie de constituciones cada vez más liberales y una ampliación del sufragio. Lo cual no impedía que la población blanca dominase sola a una mayoría de la población parda, mulata o negra.

Ello provocaba que las instituciones fueran insuficientes para controlar el orden y la es-tabilidad del país.

A lo largo del s. XIX, fueron numerosos los caudillos que se suceden en la presidencia (en multitud de ocasiones acceden a ella a través de batallas campales). Cada caudillo tenía una ideología, pero ello no significaba que se variase la estructura social o económica.

El primer presidente y el hombre que inauguró el sistema, fue José Antonio Páez, líder independentista y cabeza de los caudillos formado y enriquecido durante las guerras contra la metrópoli.

Con el apoyo de la oligarquía terrateniente y comercial de Caracas y controlando a las milicias de los llanos, Páez se hizo con el poder constitucional en 1830.

Consigue aumentar su poder personal incrementando su hacienda y realizando un pac-to con los grupos dominantes al presentarse ante ellos como el guardián del orden.

Su control del poder se mantuvo aún después de abandonar la primera magistratura, en parte gracias a los débiles presidentes que le sucedieron. Volvió a ocupar oficialmente la presi-dencia entre 1839 y 1842 y 1861 y 1863.

Para mantener su control, se basó en una fuerte censura de la prensa, en el dominio del legislativo y en el control total del poder judicial.

La oposición liberal, también de origen oligárquico, apenas podía participar en la vida política por la senda de la legalidad. Es más, no pudo participar en la política hasta que José Tadeo Monagas, representante de la oligarquía terrateniente, modificó –en 1846- las bases sociales de apoyo al régimen; dando pasos hacia unas medidas liberales que variaban de la continuidad anterior.

Monagas apoyaba a los pequeños y medianos propietarios a quienes protegía utilizando medidas que recortaban las posibilidades de préstamo y el cobro de intereses que Páez había propuesto a favor de los bancos y los grandes comerciantes. Monagas incluso amenazó con armar a las clases bajas para luchar contra la oligarquía conservadora.

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Páez y su oposición no consiguieron derrocar a Monagas quien terminó su período pre-sidencial siendo sucedido por su hermano José Gregorio (1850-55) quien al finalizar su manda-to, le devuelve el cargo presidencial de nuevo. Monagas estaría de nuevo en el poder entre 1855 y 1862.

Ecuador

Segundo estado en independizarse de la Gran Colombia. Ecuador tenía una economía en pésimo estado debido a:

– La falta de ayuda y de protección de Bogotá.

– A la exigencia de préstamos.

Juan José Flores (militar venezolano nombrado por Bolívar para gobernar la provincia) apoyó la idea de la independencia. Así que de acuerdo con la Constitución, se convierte en el hombre fuerte del Estado.

Le sucede Vicente Rocafuerte (intelectual comprometido con la expansión de la educa-ción, la tolerancia religiosa y la modernización)

Y de nuevo el poder vuelve, tras la finalización del mandato de Rocafuerte, a manos de Flores.

El nuevo gobierno de Flores comienza a tornarse más duro. Estalla una revolución que obliga al presidente a exiliarse en Europa en 1845. Pero aunque Flores abandona Ecuador, su militarismo queda presente en el país.

José Mª Urbina (1852-1860) se convierte en el nuevo hombre fuerte del país. Sus medi-das liberales (anticlericalismo, expulsión de los Jesuitas, abolición de la esclavitud) estuvieron respaldadas por los beneficios fiscales derivados del crecimiento de la exportación, sobre todo en el caso del cacao.

República de Nueva Granada

Tercer Estado en independizarse de la Gran Colombia.

Francisco de Paula Santander (1832-1836) fue el primer líder del nuevo Estado. Esta-blece unas pautas marcadas por el liberalismo, además de encabezar una generación de polí-ticos profesionales.

El temor a caer bajo una dictadura caudillesca, hizo que dominase el poder civil. Así, contaban con una Constitución (la de 1832) que recortaba el ejército profesional, reforzaba el centralismo y combatía el predominio de la Iglesia.

José Ignacio Márquez (1837-1841) sucede a Santander. Extrema las medidas de su an-tecesor pero no puede evitar que estalle el movimiento caudillesco debido a la amplitud e inar-ticulación del territorio de Nueva Granada.

El general independentista José Mª Obande (rico terrateniente con simpatías entre los conservadores) llevó a cabo una guerra civil a principios de la década de los 40. Lo cual permi-tió a los conservadores a presentarse como los restauradores de la paz, defendiendo el orden, a la Iglesia y el control de Bogotá sobre Nueva Granada.

Los conservadores dominarán la vida política de Nueva Granada hasta 1850.

Perú

Sus primeros años como estado independiente estuvieron acompañados de una gran inestabilidad política debido a su inarticulación territorial, a la falta de una identidad nacional, a la fragmentación regional y a la igualdad de los caudillos que aspiraban al poder.

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Carecían de una clase dirigente nacional. Los intereses locales (tanto de clase como personales) se imponían a cualquier intento de establecer una doctrina política.

El caudillismo que se impuso en Perú, vino de otro Estado, debido a la carencia de una identidad propia. Lo cual permitió que se retomase la unión que hasta 1776 había mantenido el virreinato del Perú.

Así, el presidente de Bolivia, Andrés Santa Cruz (1829-1839) extendió su red clientelar sobre el sur de Perú hasta llegar a Lima. Con lo cual, creó la Confederación, en 1836, de Perú y Bolivia.

La gran mayoría de la población de ambos Estados eran indios y mestizos, los cuales permanecieron al margen de la unión. Pero las elites blancas de ambos estados no aceptaron de buen grado esta unión, a la que miran con recelo.

Así, las elites sureñas con lazos económicos con Bolivia desde tiempos coloniales, aceptan y siguen a Santa Cruz. Llegan incluso a crear un tercer estado intermedio, integrado en la Confederación pero segregado de Lima.

En cambio, las elites de La Paz y Lima no reciben con buen agrado este experimento federal.

Pero para quienes resultó un auténtico peligro esta experiencia fue para Chile y Argen-tina quienes consiguen derrotar a Santa Cruz y deshacer la Confederación.

Pero no se consigue acabar con la existencia de varios “Perús” regionales y locales ni a tan siquiera al aplicar la Constitución de 1839, utópicamente centralista, ni con la presencia de un hombre fuerte en el gobierno como fue el caso de Ramón Castilla (1845-51/1854-61)

Ni tan siquiera por los beneficios de la expansión del grano pudieron acabar con ello. Gracias a los buenos resultados derivados de su exportación se pudieron llevar a cabo impor-tantes obras de infraestructuras, abolir la esclavitud y el tributo indio.

Bolivia

Después de Sucre, Santa Cruz fue el organizador real del Estado de Bolivia.

Santa Cruz era un oficial mestizo que llegó al liderazgo de la mano de Bolívar.

La construcción del nuevo Estado presentaba muchas dificultades: sólo el 15 % de la población era blanca, y eran ellos quienes poseían toda la riqueza junto a los puestos dirigen-tes. Su identidad nacional surge en oposición a Lima y Buenos Aires.

El resto de la población se componía por:

– Aproximadamente, el 5% eran mestizos o cholos. Su única posibilidad a la hora de ascender socialmente era mediante la milicia.

– El 80% de la población estaba formada por indios y negros. Éstos carecían de cual-quier identidad nacional y estaban divididos entre ellos en etnias de las cuales la gran mayoría desconocía el castellano.

Económicamente, la base de Bolivia era la minería la cual ya antes de que llegara la in-dependencia vivía una crisis. Las posteriores guerras la habían descapitalizado y arrebatado su mano de obra al abolir la mita.

El Estado Boliviano nació en quiebra y no tuvo más remedio que implantar un tributo in-dígena que Bolívar había abolido en 1825.

El proyecto de Confederación con Perú (obra de Santa Cruz) terminó con el gobierno más largo de la época.

Los años posteriores de la historia del recién nacido estado, se caracterizaron por el en-

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frentamiento entre caudillos, los cuales –una vez que llegaban al poder- no tenían presupuesto para casi nada; menos aún para tratar de llevar a cabo el desarrollo y la modernización del Es-tado.

Chile Gran desarrollo político desde su independencia, y es que tenía este país una estructu-

ra social y cultural más homogénea ya que carecía de esclavos negros. La clase terrateniente, apoyada por oligarquías comerciales y mineras, se disputaban el poder.

Tras el período federalista de la segunda mitad de los años 20, los liberales acceden al poder. Pero una serie de medidas legislativas (abolición de privilegios y mayorazgos, libertad de expresión, control legislativo al ejecutivo) desencadenan el levantamiento de los conserva-dores quienes tras una corta guerra civil se imponen; controlando el país en los siguientes 30 años.

Como hombre de gobierno a destacar, aunque ciertamente no formase parte oficial del mismo, cabe citar a Diego Portales quien propuso la existencia de una presidencia fuerte con poderes sobre el Congreso, una administración centralizada al suprimir las asambleas provin-ciales y un estilo duro de gobierno.

Lo cual se materializó en la Constitución de 1833, bajo la cual gobernaron en el período conocido como República Autocrática llamada así debido al dominio total de la oligarquía conservadora que defendían los intereses de las grandes familias, negociando con la presiden-cia el nombramiento de las autoridades regionales y locales.

Presidentes de Chile Joaquín Prieto (1831-41)

Cuyo gobierno estuvo caracterizado por:

– El afianzamiento del sistema.

– La organización de la Guardia Nacional

– La represión de los pocos alzamientos liberales

– La guerra contra la federación peruano-boliviana

Manuel Bulnes (1841-51) Gobierno que se podría resumir en la siguiente frase: “orden y progreso”

Su presidencia estuvo favorecida por las consecuencias de la guerra victoriosa, los be-neficios de la expansión comercial y minera y la coincidencia de una generación de grandes intelectuales en Santiago de Chile como es el caso de Alberdi, Sarmiento, Bello, Bilbao o Las-tarria. Quienes no siempre apoyaban al régimen.

Manuel Montt (1851-61) Fue radicalizando su conservadurismo y su mano dura, lo que provoca que comenzase

a desmoronarse la unidad que había sustentado al régimen.

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3. El Imperio de Brasil El Imperio brasileño tuvo rasgos diferentes al resto de los estados americanos en cuan-

to a su independencia:

– La cual se logra mediante una continuidad dinástica y con una dimensión imperial. (lo cual también se había intentado en México con el consiguiente fracaso)

– Conservó su unidad a la vez que se fragmentaban las antiguas posesiones hispa-nas, manteniendo incluso un centralismo aún más fuerte, ajeno totalmente a las dis-putas federalistas.

– La emancipación no conllevó traumas derivados de las cruentas guerras de inde-pendencia. Su población y recursos económicos no sufrieron la crisis que vivieron el resto de las colonias.

Pero todo ello no quiere decir que el nuevo estado de Brasil no tuviese que vivir una se-rie de circunstancias tensas.

Pedro I encabezó y propició la emancipación de Brasil. Pero sus declaraciones liberales no eran vistas con agrado ni por los propios liberales ni por los conservadores, lo cual lleva al Emperador a disolver la Asamblea y convocar la redacción de una nueva Constitución.

En esta nueva Constitución, el Emperador acumulaba grandes poderes al designar, vo-tar y tener el derecho a disolución, junto al de poseer todo el poder sobre la Iglesia colonial.

Todo ello genera un clima de oposición al Emperador que queda patente en:

– 1824: intento de independencia de la Confederación de Ecuador.

– 1831: varias rebeliones que culminan con el pronunciamiento del Ejército.

Finalmente, el Emperador abdica en la persona de su hijo Pedro (un niño de tan sólo 5 años) y de una regencia tripartita.

Los liberales, marginados durante el mandato de Pedro I, ocupan ahora amplios pode-res. El liberalismo era moderado y la defensa del federalismo se mantenía en un segundo nivel tras la defensa de la unidad del Estado. Su antimilitarismo sostenía la defensa de la seguridad nacional y su defensa de las libertades no llegaba a cuestionar el mantenimiento de la esclavi-tud.

Finalmente, se optó por crear la Guardia Nacional que sustituyese al Ejército en las la-bores de policía y en el mantenimiento del comercio de esclavos. El tema de la esclavitud en sí se resolvió en 1831 con el decreto que declaraba libre a todo aquel que llegase a Brasil.

Pero se creó un clima de inestabilidad que se notaba especialmente en las provincias. Entre 1830–1840 se produjeron grandes conflictos2, la mayoría con connotaciones federalistas y en tres de ellos se llegó a proclamar la independencia de la república.

El enfrentamiento entre liberales y conservadores acabó fortaleciendo a los segundos.

Pero persistía el problema de la esclavitud el cual se solucionó (en 1850 se aprobó defi-nitivamente la ilegalidad del tráfico esclavista) por medio de la presión exterior (de Gran Breta-ña sobre todo)

A mediados del s. XIX, Brasil contaba con un crecimiento económico moderado pero sostenido, con una política estabilizada que presagiaba largos tiempos de paz interior, de una mayor intervención en el exterior, del fortalecimiento de la identidad nacional y de la ampliación de sus exportaciones.

2 Como la Guerra de: los Cabanos (1832–35), Cbanagen (1835), Farronpilha (1836), Sabinada (1837), Balaiada (1838), Sâo Paulo (1842) y Praieira (1848).

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4. El caudillismo

Con la finalización de las guerras de independencia, no llegó la paz al interior de los Es-tados.

Las guerras civiles, la debilidad del poder central y la militarización de las sociedades, hacen que resurja con fuerza en la política el papel del caudillo.

La figura del caudillo o cacique existía ya desde el período colonial. Basaba su poder en el mantenimiento de una amplia clientela mediante prestaciones y protección a cambio de fide-lidad personal y una lealtad inquebrantable.

Si durante gran parte del s. XIX se asoció el término caudillo a los grandes líderes, ac-tualmente se asocia a personajes que usaron la violencia o la amenaza con fines políticos.

Carismático, audaz, popular, violento…el caudillo se caracterizaba sobre todo por po-seer un enorme poder de intimidación y una red de dependencia hacia su persona.

En la actualidad, más que a la figura en sí del caudillo, se presta atención a la red de re-laciones de dependencia que sostenía el sistema social y que por lo tanto, permitía el caudi-llismo.

Las guerras de independencia y civiles conllevan a la ruralización y militarización de las sociedades postcoloniales. Como consecuencia de ello, el sistema de relación patrón-cliente, tuvo una gran importancia en la lucha por el poder; más aún cuando las élites urbanas habían sido dañadas por los conflictos bélicos y las recaudaciones forzosas que las financiaban, ele-vando con ello la fuerza de los terratenientes.

En las zonas rurales, éstos eran los únicos que podían mantener el orden y como con-secuencia de ello, las sociedades dependían de ellos más que del gobierno central; demasiado lejano e indefinido para estas gentes.

Las circunstancias socio-económicas de algunos grandes estados (como Río de la Pla-ta, Colombia, Perú, México o Venezuela) favorecieron el desarrollo del caudillismo. El sistema económico de la mayoría de los estados americanos estaba basado en la explotación de la tierra. La hacienda, hato o estancia era su unidad de producción, en la cual convivían dos tipos muy diferentes de personas:

– un numeroso contingente de peones empleados como trabajadores a sueldo (arren-dados, gauchos, huaycos o llaneros) muy diseminados y sin pertenecer todos ellos a una única comunidad y

– el hacendado, quien dirigía su propiedad exigiendo a quienes la trabajaban una total obediencia a su persona.

La relación entre ambos grupos era puramente clientelar. El hacendado se erigía en el protector y a abastecedor de defensa y alimentos. El peón, por su parte, otorgaba mano de obra y disponibilidad y dado su modo de vida, en los momentos más difíciles no tenían proble-mas para reclutarles como fuerza militar.

Lo cual explica que la utilización de fuerzas populares no condujera a la defensa de in-tereses propios de estas clases si no a enfrentamientos personalistas, familiares o de alianza entre elites.

Esto se explica como una consecuencia de la fragmentación de las clases populares y fruto de su heterogeneidad. En contra, los hacendados conformaban una clase más sólida con numerosas interrelaciones familiares y muy cohesionada.

Cuando un caudillo regional alcanzaba el poder máximo (Jefatura de Estado), la base de su autoridad y poder NO era institucional. Seguía siendo personal, sin legitimidad alguna.

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Cuando se daba este caso, se reproducía a nivel estatal la imagen del hacendado se volvía la de un ser de protector y benefactor que repartía cargos y cuotas de poder entre quie-nes habían contribuido a su ascenso, al tiempo que los defendía de otros caudillos rivales.

El ascenso del caudillo hacia la Jefatura de Estado no era propiciado por un afán de en-riquecimiento, ya que la gran mayoría de los caudillos pertenecían a grandes familias con ex-tensas propiedades desde la época colonial.

Todos ellos tenían experiencia militar, de hecho los pocos que no tenían su base en la riqueza, comienzan a ganar su prestigio personal en el campo militar; en concreto en las luchas por la independencia.

Tenían una gran facilidad para conectar con las fuerzas populares, lo que hacia posible que éstas los tomaran como líderes.

Los caudillos se convierten en el árbitro del orden social dictado por las élites, un orden social que no se podía sostener por ningún otro medio. Llegan a controlar las posibles rebelio-nes de las clases populares, al identificarse con ellos y cumpliendo un único propósito: que estas acciones rebeldes no se volvieran contra la vida y las posesiones de la elite del Estado. De ahí que no se produjese ningún cambio en las posibilidades de asentamiento y ascenso social de estos grupos.

5. Guerras civiles, federales y unitarias

Los enfrentamientos entre federales y unitarios, partidarios de la república centralista, caracterizó la primera mitad del s. XIX. Estos enfrentamientos alcanzaron su forma más violen-ta en México, Centroamérica y Argentina y en menor medida se dejaron sentir en Chile y Nue-va Granada.

Aunque sí existió una decisión federal entre los liberales (en parte debido a la débil co-herencia ideológica) no siempre existió una correlación absoluta entre el liberal y el federalista.

La influencia estadounidense en el liberalismo doctrinario fue muy grande y es que se basan en la Constitución de los EEUU para elaborar sus propios textos constitucionales.

Los liberales tienen como principal objetivo el reducir el peso de los poderes corporati-vos en las capitales, planteándose la edificación de repúblicas federales.

Al mismo tiempo que su plasmación era consecuencia de varias circunstancias y moti-vaciones dispares. Como por ejemplo.

– Río de la Plata: el movimiento federalista se relaciona con los intereses económicos y comerciales, con la libre circulación de los ríos Paraná y Uruguay y con el deseo de los estados ribereños de acabar con el monopolio aduanero bonaerense.

– México y Chile: vinculado a los deseos autonomistas de regiones alejadas del centro capitalista.

– Perú, Bolivia y Nueva Granada: centrado en la lucha por el poder político estatal.

El federalismo es utilizado en aspiraciones personales y en las luchas entre caudillos.

En muchas ocasiones, un líder o un grupo se declaran federalistas por el simple motivo de que sus oponentes favorecían o decían defender el centralismo.

El enfrentamiento entre federalismo y centralismo se da en dos períodos:

1. Al comienzo de la formación de los estados: período en el que los federalistas ponen en práctica sus ideas en casi todos los núcleos de poder, aunque pocos de ellos tuvie-ron un seguimiento político efectivo; y

2. De1850–1870

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Así en:

Río de la Plata. el centralismo no pudo dominar las provincias, pero el disfrute de cier-tos privilegios otorgó a Buenos Aires ventajas muy superiores a las esperadas por una implantación del federalismo.

México: su diferenciación regional ayudó a la implantación de la idea federal, la cual tenía como base el enfrentamiento por el control del comercio entre ciudad- puerto de Veracruz y la capital, México. La implantación del régimen republicano, llevó a varias provincias (con Guadalajara a la cabeza) a tomar partido por un sistema federal con frecuentes paralelismos con los EEUU. Así, llegaron a proclamar la Constitución de los Estados Unidos de México.

Las tensiones creadas por el federalismo y los movimientos centralistas en contra del mismo, tuvieron graves consecuencias para la integridad del territorio nacional.

Cuando se intentaron combatir las tentaciones independentistas de los Estados del Norte, Texas se negó a permanecer en un Estado centralista. Lo cual abrió un enfren-tamiento que acabó implicando a los ya poderosos EEUU (1846) en una desproporcio-nada guerra que permitió el desembarco de los marines en Veracruz y su entrada en la ciudad de México.

Por el tratado de paz de Guadalupe-Hidalgo (1848), México perdía la mitad de su terri-torio a favor de los EEUU (Nuevo México, Arizona y California) además de reconocer la integración de Texas en la Unión estadounidense.

Pero no fueron estas las únicas consecuencias de la pretensión de reformar el federa-lismo. La Constitución centralista de 1836 sirvió de argumento para que Yucatán se declarase independiente en 1839. Yucatán mantuvo esta postura hasta 1847. En este año, los hacendados blancos, que habían promovido la secesión, se vieron ante una guerra de castas desatada por los campesinos mayas a quienes ellos mismos habían armado. Cuando los campesinos se vuelven contra la minoría blanca, se pide ayuda a México y con ello el retorno de Yucatán al Estado Mexicano.

Federación Centroamericana. Tras la caída del Imperio de Iturbide, se establece un régimen federal en Centroamérica previa independencia de México. En 1823 se reúne una Asamblea Nacional Constituyente en Guatemala que enfrentó a centralistas (defensores de Guatemala al frente de la Unión como continuidad a su ca-pitalidad de la Capitanía general de tiempos coloniales) y federalistas (partidarios de la igualdad de las provincias y defensores de los localismos, protegidos por la geografía y la deficiencia de los medios de comunicación) Se impuso la concepción federal y las demás provincias, temerosas de un nuevo colo-nialismo guatemalteco, gestan la Constitución de 1824 con la que se funda la Federa-ción Centroamericana. La vida de esta Federación fue aciaga. El gobierno federal no llegó a ejercer como tal ya que permitió el autogobierno de cada una de las provincias. En 1826, la Federación trató de afianzar su soberanía al articular una recaudación de impuestos imprescindibles para su propia subsistencia y en reunir a un ejército propio. Estas intenciones federalistas desencadenaron una serie de rebeliones y guerras civi-les. Pero la causa principal de estos hechos (sobre todo de las guerras civiles) era la base sobre la que se había edificado la Federación, pues el federalismo propuesto no era una plataforma de unión Estatal, sino un medio de los hacendados para conservar in-tacto el poder regional heredado desde tiempos coloniales. Además, el liberal gobierno federal llevó a cabo una política económica y religiosa que enajenó a los conservadores hacendados siempre dispuestos a la secesión. En 1837

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estalla en Guatemala una rebelión de origen campesino dirigida por Rafael Carrera, en contra del reparto de las tierras a extranjeros y en defensa de la Iglesia. El caudillismo conservado hizo causa común con el alzamiento popular en contra de liberales y fede-ralistas.

En 1839, el Parlamento federal se disolvió. Nicaragua, Honduras y Costa Rica aban-donaron la Federación y el ejército liberal fue definitivamente derrotado por Carrera en Guatemala (1840)

Ello significó la muerte de la Federación Centroamericana ya que cada Estado siguió desde entonces su propia evolución interna.

Gran Colombia: aunque llegó a ser políticamente operativa durante unos años, no lle-gó a buen puerto la idea gestada por Bolívar. Idea que unía a Nueva Granada, Vene-zuela y Quito con Perú y Bolivia. Bogotá seguía siendo la capital de un gobierno centralista. En realidad, el desmoronamiento de la idea bolivariana fue debido a una descomposi-ción que tenía como base un creciente nacionalismo que buscaba la independencia. Nada que ver con los enfrentamientos centralistas y federalistas.

Así, en: – Venezuela: José Antonio Páez, el caudillo llanero, en 1826 lanza la tentativa de in-

dependizarse. La respuesta a ello de Bolívar fue la de imponer la dictadura, provo-cando que los venezolanos proclamasen su independencia; la cual sería ratificada al año siguiente, en 1829.

– Quito: Juan José Flores respondió a la imposición de la dictadura de mano de Bolí-var, separándose de la Gran Colombia en 1830. Para superar el enfrentamiento que se vivía en Quito y en la sierra por un lado y en la costa y en Guayaquil por el otro; se proclamó la Constitución de 1830 que pro-clamaba la existencia del Estado de Ecuador.

– República de Nueva Granada: que estaba formada por lo que había sido el núcleo de la antigua Colombia. Ahora se proclama como un estado independiente.

– Chile: la idea del federalismo comienza a gestarse tras el gobierno de Ramón Frei-re.3 El enfrentamiento vino entre la preponderancia demográfica y económica del valle de Santiago y las provincias (sobre todo de Concepción y Coquimbo) deseosas de establecer una igualdad representativa en el Congreso Nacional. Desde 1825, los liberales (pipiolos) se inclinan hacia el federalismo tal y como queda plasmado en la Constitución de 1828. Pero en la práctica, apenas se pudo llevar cabo este proyecto federal. La aristocra-cia rural, residente en Santiago, se opuso a ello. Los conservadores (estanqueros y pelucones) vencieron en la batalla de Lircay, retomando el poder y dejando sin efecto la Constitución federal, la cual sería sustituida en 1833 por una nueva Cons-titución (en realidad se trataba de una carta presidencial concebida por Diego Por-tales) que imponía un severo centralismo al suprimir las asambleas provinciales.

Bibliografía:

– Historia de América: temas didácticos; Malamud, C y otros. Edit. Universitas, 1993

3 Segundo presidente tras O’ Higgins.

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Tema 22: Los cambios económicos y sociales

provocados por la emancipación

Presentación y objetivos. Si bien la independencia de las colonias debe verse como una revolución, el problema que

plantea es determinar de qué tipo de revolución estamos hablando. Descartada la posibilidad de que fuera una revolución social o económica, ya que no se produjeron cambios profundos en ninguno de estos ámbitos, es obvio que estamos frente a una verdadera revolución política, caracterizada por el paso de la monarquía a la república y por la construcción de una sociedad de ciudadanos y de indivi-duos en lugar de una sociedad corporativa.

Desde un punto de vista social, las consecuencias inmediatas de la emancipación fueron marcadas por la creciente ruralización de la actividad social y un cierto empobrecimiento de algunas élites urbanas. Si bien hubo cambios que afectaron a las comunidades indígenas o a los grupos con-formados por esclavos de origen africano, estos no fueron dramáticos y estuvieron marcados por las vicisitudes de la guerra y la necesidad de todos los ejércitos (tanto el realista como los que represen-taban a los movimientos emancipadores) de contar con un número sustancial de soldados y, para ello, había que incentivar a los grupos a los que se quería enrolar. En lo social, los elementos de con-tinuidad dominaron a los de ruptura de forma aplastante.

En lo que a la economía se refiere, es de destacar el mantenimiento durante bastante tiempo de las estructuras, los espacios, los circuitos comerciales y los mercados propios de la época colonial; así, gran parte de la historiografía americanista ha considerado que la independencia fue un mero cambio en la dominación colonial: las nuevas repúblicas abandonaron el imperio español para inte-grarse, informalmente, en la órbita británica. Los reajustes económicos fueron lentos, pero se enca-minaron a conformar las distintas realidades nacionales que emergieron a partir de la segunda mitad del siglo XIX.

Durante la primera mitad del XIX se produce una gran necesidad de cambios y ajustes, ya que se intentaba resolver problemas heredados del pasado colonial. Entre estos problemas estaba la construcción de un nuevo marco legal, la necesidad de financiar a los nuevos estados, con la corres-pondiente modificación de los sistemas fiscales, y una vinculación con los mercados internacionales más intensa. Esto sólo fue posible a partir de la crisis colonial.

1. Los cambios sociales y su repercusión en el mundo rural. La independencia fue impulsada por las elites locales y regionales. La emancipación

afectó a las elites de muy diversas maneras, y en gran parte del continente una de las conse-cuencias sociales y económicas fue la ruralización de la vida cotidiana. La ruralización suele asociarse erróneamente al surgimiento del caudillismo y suponía una pérdida relativa de la im-portancia del mundo urbano con respecto al rural. Las causas de esta ruralización son numero-sas, y entre ellas cabe destacar la descapitalización de los mayores centros comerciales (Méxi-co, Lima...) debido a la fuga de capitales, los reacomodamientos regionales, las dificultades de las nuevas haciendas nacionales para pagar a la burocracia, o el retroceso de muchos centros administrativos debido a la ruptura de los lazos coloniales.

Sin embargo, y a pesar de esta ruralización, la emancipación apenas produjo transfor-maciones sociales en el campo, aunque revalorizó el papel de los propietarios rurales antes más subordinados. En este proceso tuvo una importante incidencia el mayor empobrecimiento de las elites urbanas, que fueron mucho más afectadas por la política de los gobiernos en su búsqueda de fondos; estas políticas consistían en confiscaciones o préstamos forzosos con los que financiar las guerras, y en la ciudad era mucho más difícil evadirse de los recaudado-res que en el campo. Los grandes propietarios eran los encargados de mantener el orden y de situarse al frente de las milicias, eran, en definitiva, los que seguían mandando.

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A los oficiales que pelearon en las guerras de independencia se les entregaron tierras en todos los países (especialmente en Venezuela), lo que provocó una cierta renovación entre los terratenientes, siendo esta una de las mayores transformaciones que se produjeron entre los sectores dirigentes. En estos grupos dirigentes se constata una mayor presencia de pro-fesionales (abogados, periodistas...), debido a que la política se convierte en una vía de ascen-so social más o menos rápida. Los vínculos con el estado favorecieron el enriquecimiento y la consolidación social de algunos comerciantes que prestaban dinero al gobierno (agiotistas) o se especializaban en abastecer a los ejércitos de víveres y enseres.

Como consecuencia de las constantes guerras de la primera mitad del XIX, la violen-cia se hizo cotidiana y la movilización política se convirtió en parte de la movilización bélica. Para ampliar los ejércitos, los bandos en pugna reclutaron parte de la tropa entre los grupos sociales no oligárquicos, para lo que hubo que hacer concesiones. En Río de la Plata, México y Venezuela (algo menos en Chile o Colombia), la rápida movilización militar no permitió discipli-nar a los sectores marginales (indios o esclavos) que fueron reclutados, lo que se convirtió en una fuente de futuros conflictos; por su parte el reclutamiento, muchas veces violento de cam-pesinos y otros trabajadores, era causa de deserciones, mucho más abundantes en tiempos de cosecha o siembra.

Con respecto a la abolición de la esclavitud, ésta no figuraba en los planes de los go-biernos republicanos y, en algunos países, subsistió hasta mediada la centuria. En lugar de abolir, se buscaron soluciones de compromiso, como la prohibición de la trata o la libertad para los hijos de esclavas. Pero a medida que se extendía la guerra, se fueron necesitando más efectivos, por lo que fue necesario recurrir a la movilización de esclavos y las autoridades de-bieron otorgar manumisiones más amplias. De esta forma, los esclavos domésticos práctica-mente desaparecieron y la esclavitud se mantuvo con cierta entidad sólo allí donde se practi-caba la agricultura de plantación. Excepto en Brasil y Cuba, la esclavitud había retrocedido a medida que avanzaba el trabajo asalariado, y a mediados del XIX comenzó su declive definiti-vo. En Cuba se seguía pensando que la esclavitud era vital para la producción azucarera; los problemas surgidos con el abastecimiento de mano de obra a las plantaciones, se intentaron solucionar llevando indios de Yucatán, coolies chinos o campesinos gallegos y canarios. Du-rante la Guerra de los Diez Años, los bandos en liza ofrecieron la libertad a los negros que se enrolasen en sus filas; a partir de 1570, con la ley Moret, comenzó el derrumbe definitivo de la esclavitud en Cuba, que acabó en 1886.

Las comunidades indígenas orientaban su producción tanto al autoconsumo como al mercado con el fin de obtener dinero que les sirviese para pagar los tributos. A pesar de este contacto cada vez mayor con el mundo circundante, mostraron una fuerte resistencia a su dis-gregación, habida cuenta que en las décadas posteriores a la emancipación, sufrieron constan-tes amenazas por parte de los gobiernos de corte liberal. Estos ataques buscaban apropiarse de las tierras indígenas e ir creando así un mercado de tierras y de trabajo en una economía en expansión. Los indios, convertidos en ciudadanos y propietarios individuales estaban ahora más indefensos ante el resto de la sociedad. La ideología liberal de casi todos los países, con-sideraba que la propiedad comunal y la existencia de privilegios corporativos se contradecían con los principios individualistas dominantes. Al tiempo que se acababa con la esclavitud, se intentó desmantelar las bases que garantizaba la propiedad de la tierra a las comunidades in-dígenas.

Si hacemos un pequeño recorrido por países de los dos epígrafes anteriores, nos en-contramos con que en Perú se abolió la esclavitud en 1854, y respecto a las comunidades in-dígenas, Bolívar propuso disolverlas, pero las comunidades andinas mantuvieron sus lazos corporativos, imprescindibles para la defensa de sus propiedades. En Colombia, el régimen liberal manumitió a los esclavos en 1850 y para acabar con los privilegios corporativos también liquidó abundantes prerrogativas de las comunidades indígenas, especialmente las relaciona-das con la propiedad de sus tierras. En Bolivia, el gobierno de Mariano Melgarejo despojó a las comunidades indígenas, y en 1866 fueron expropiadas de la mayor parte de sus tierras ante

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los apuros financieros del Estado. Dos años más tarde la totalidad de las tierras comunitarias pasó a ser de propiedad estatal, a la vez que se abolía el tributo indígena que fue restablecido de nuevo (por los mismos apuros financieros) como contribución personal.

Una vez terminadas las guerras de independencia, las distintas autoridades no siempre quisieron, o pudieron, desmovilizar a los ejércitos, pues su auxilio podía garantizar la estabili-dad del gobierno o de algún sector del mismo. Los gastos militares suponían más de la mitad del gasto público, y se empleaban en pagar con la mayor puntualidad posible los salarios de la tropa y los oficiales, así como a adquirir armas y municiones, con el fin de evitar en la medida de lo posible el estallido de algún conflicto gremial o reivindicativo por parte de los militares.

La evolución de la coyuntura económica latinoamericana tuvo importantes repercusio-nes sociales que afectaron a todos los grupos, pero de manera especial a los estratos más ba-jos de la población (indios y negros). Algunas corporaciones (gremios de artesanos...) vieron barridos sus privilegios por el principio de igualdad ante la ley de todos los ciudadanos. La des-aparición de los fueros militar y eclesiástico afectó a la Iglesia y el ejército, aunque lograron conservar hasta la actualidad buena parte de sus privilegios. Determinadas instituciones eclesiásticas (cofradías, fiestas religiosas, manos muertas...) se contradecían con los princi-pios dominantes del liberalismo económico, por lo que muchos gobiernos atacaron las posicio-nes de la Iglesia; la negativa del Vaticano a reconocer a los nuevos estados americanos (como apoyo a la postura española), favoreció la aplicación de políticas liberales antieclesiásticas por parte de las autoridades republicanas.

2. El estancamiento económico posterior a la emancipación. Las guerras de independencia y las posteriores guerras civiles destruyeron abundan-

tes recursos productivos (minas, haciendas, molinos...); esto, sumado al éxodo de españoles peninsulares y americanos con destino a la Península y resto de Europa, produce consecuen-cias negativas, tanto demográficas como económicas, pues se produjo una importante salida de capitales que dificultó la actividad. En un contexto marcado por la falta de capitales, la re-construcción económica fue una de las tareas prioritarias de los nuevos gobiernos.

La sensación de inseguridad y conflictividad generada por las guerras, animó a muchos a asegurar su dinero depositándolo en Europa o EE.UU., lo que afectó tremendamente a los centros comerciales americanos (muy especialmente México y Lima). La importancia de la fuga de capitales la demuestran los casi 27 millones de pesos extraídos por los buques británicos del Perú entre 1819 y 1825; este dinero no sólo procedía de las ganancias de los comerciantes británicos, sino de las remesas de peninsulares y criollos dirigidas a Europa.

La principal característica de este período económico fue el estancamiento. Los mer-cados internos seguían demandando bienes y servicios y su abastecimiento permitió mantener un cierto nivel productivo, pero el dislocamiento de algunos circuitos regionales y la quiebra de numerosos canales de exportación condujeron al estancamiento económico, aunque con im-portantes diferencias regionales.

La minería, debido a las grandes inversiones de capital que necesitaba para la explota-ción de los yacimientos, fue uno de los sectores más afectados. El monto de las inversiones era mayor cuando se trataba de relanzar la actividad tras un período de parálisis, como ocurrió en aquellos años. Por ello, se observa una disminución en la importancia de los centros pro-ductores tradicionales de metales preciosos (México y el Alto Perú) en beneficio de las regio-nes donde se practicaba la agricultura tropical o se producían materias primas y alimentos. Es-ta situación se vio reforzada por otras circunstancias, a saber, progresivo abandono de las ideas mercantilistas, cambios que se gestaban en la economía mundial...

Frecuentemente escuchamos que la minería quebró tras la emancipación (especialmen-te en México, Perú y Bolivia), sin embargo, recientes investigaciones resaltan que la destruc-ción del aparato productivo no fue tan extensa, ni el bache de extracción de metal tan prolon-

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gado. En el caso de México, tras una caída de la producción entre 1810-1825, se observa que, a fines de la década de 1830, se habían superado los niveles más altos de producción de los últimos años del período colonial; no obstante, ante la escasez de capitales para invertir en el sector, la producción se estancó. La mayoría de la plata americana se obtenía por el método de patio, lo que volvía a la minería muy vulnerable frente a los abastecimientos de mercurio; al tratarse de un producto importado se aumentaban los costos de explotación y las necesidades financieras.

Tan sólo algunos yacimientos de metales preciosos siguieron en explotación tras la in-dependencia, y para ello tuvieron que adecuarse a condiciones muy difíciles. La situación ex-portadora de los países productores fue delicada. En México y Bolivia la reactivación de la mi-nería argentífera se basó en la puesta en explotación de nuevos yacimientos (Zacatecas..). En Chile la producción y las exportaciones metálicas aumentaron, se descubrió la rica mina de plata de El Chañarcillo, y la minería del cobre experimentó una expansión pues se vio benefi-ciada por la mejora del sistema de transporte y comercialización (disminuyó el coste de trans-portar el mineral de los centros productores a los puertos exportadores). En México, Perú y Bolivia, donde se seguía produciendo plata, las cosas fueron más complicadas, pues las expor-taciones se redujeron considerablemente. La minería de oro de Nueva Granada atravesó una situación similar.

Consecuencia inmediata de la independencia en numerosos países fue la reducción y el cambio de signo del comercio exterior, ya que el valor de las importaciones comenzó a superar al de las exportaciones. Ejemplos de este fenómeno fueron la puesta en valor de áreas marginales con el Imperio español (Venezuela o Río de la Plata) y el peso creciente de produc-tos como el azúcar, café, cacao, algodón, cochinilla.....

En manufacturas, México fue el único país que conservó un importante sector textil la-nero, al seguir funcionando después de la independencia el centro ubicado en torno a Puebla. México tenía población abundante y un mercado interno extendido, lo que estimulaba a los empresarios; los circuitos comerciales mexicanos de época colonial seguían funcionando efi-cazmente.

La expansión exportadora se encontraba limitada por la falta de infraestructura y las malas comunicaciones, que dificultaban y encarecían el traslado de los productos agrícolas a los puertos exportadores. Las distancias protegían a las manufacturas locales, pero también desanimaban numerosas actividades potencialmente exportadoras por la falta de competitivi-dad. En las décadas centrales del siglo XIX sólo algunos productos americanos competían en los mercados mundiales, bien porque se producían cerca de los puertos, bien porque su eleva-do valor unitario compensaba el alto coste de los fletes. Los intercambios internacionales de mediados de siglo apenas alcanzaban los niveles de 1810, pero los países comenzaron a aprovecharse tímidamente de las ventajas proporcionadas por el crecimiento económico de la segunda mitad del siglo. Así destacaron Venezuela y Río de la Plata con sus exportaciones agrarias y ganaderas, y Costa Rica y, de nuevo, Venezuela con el café; por el contrario, Méxi-co, Perú y Bolivia, que seguían dependiendo de las exportaciones argentíferas tuvieron una conducta poco satisfactoria. Cuba fue un caso especial pues la agricultura azucarera de plan-tación permitió que entre 1815 y 1850 la producción pasara de 40.000 toneladas a 200.000. Por su parte Argentina y Brasil fueron dos de las economías exportadoras más exitosas del momento. Buena parte de ese éxito descansó en la liberalización del sector exterior y en la adecuación de su legislación a las nuevas circunstancias. Estos países también fueron favore-cidos por las mejoras del comercio atlántico, mientras que la actividad en el Pacífico disminuyó considerablemente, lo que afectó a Perú, Bolivia y Ecuador.

En estos años se produjo una modificación importante en la composición de las expor-taciones: durante la época colonial las exportaciones se componían fundamentalmente de me-tales preciosos, pero luego los cueros se convirtieron en un producto líder.

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3. Los problemas regionales. La independencia propició la aparición de una nueva realidad nacional y regional, ori-

ginada tanto por la disolución del orden colonial como por la existencia de nuevas unidades políticas. La construcción de las nuevas naciones y el trazado de sus fronteras se vinculaban a la identidad y la lealtad de unos pueblos que habitaban unas estructuras que no acababan de definirse. En el momento de la independencia eran varias las identidades que pugnaban por imponerse, casi tantas como proyectos nacionales existentes.

Tras la emancipación, el espacio peruano se desgajó en varios países: Argentina, Boli-via, Chile, Ecuador, Paraguay, Perú y Uruguay. Rápidamente, tanto la Gran Colombia como América Central, se fragmentaron. Miles de kilómetros cuadrados el espacio mexicano se es-cindieron para incorporarse a los Estados Unidos. Así en pocos años el proceso independentis-ta acabó con el esfuerzo unificador y centralizador de la monarquía española.

La reorganización regional y el trazado de las fronteras de las nuevas repúblicas no fue un proceso espontáneo ni mecánico. Fue un fenómeno de larga duración iniciado en 1750 y completado en la segunda mitad del XIX, cuando la mayor parte de los países latinoamericanos comenzó a adoptar un claro perfil exportador4; los ferrocarriles y la navegación a vapor en los ríos colombianos y la cuenca amazónica, terminaron de conformar esa nueva realidad. La co-existencia de múltiples proyectos nacionales, apoyados por las oligarquías locales, interfirió permanentemente en la solución pacífica de los problemas existentes, pues el afán de las oli-garquías de extender su poder sobre un espacio mayor, chocaba con las aspiraciones de otros grupos semejantes; así los enfrentamientos solían terminar violentamente. Cuando no acaba-ban con la secesión de algún territorio mayor (Paraguay, Ecuador, Uruguay), se resolvían con la subordinación de una región a otras (Cuzco y Arequipa a Lima...).

El surgimiento de nuevos países tuvo repercusiones económicas; se hacía necesario controlar los territorios delimitados por las nuevas fronteras y cobrar impuestos a los intercam-bios que las surcaban. Algunos países crearon nuevas monedas, diferentes o similares a las usadas durante el período colonial que, a pesar de ello, continuaron cruzando las fronteras bastantes años después de la emancipación gracias a su contenido metálico. Las nuevas leyes modificaron los viejos sistemas legislativos indianos que regulaban la actividad económica, de forma que las reglas del juego comenzaron a cambiar pues los nuevos marcos legales tendie-ron a dificultar los intercambios entre los países de la región.

4. La presencia comercial y financiera británica. Para algunos autores, la independencia fue un fenómeno político, pues desde un punto

de vista económico, la dominación ibérica fue sustituida inmediatamente por la británica, lo que permitió a los comerciantes ingleses expandirse por el continente haciendo negocios. Ya hacia 1820 se contrataron los primeros empréstitos en Londres, el verdadero origen de la larga histo-ria de la deuda externa latinoamericana. Según algunos, aquí comenzó el “imperialismo in-formal” británico en América Latina o neocolonialismo, por lo que a continuación se pregun-tan ¿para qué la emancipación?; junto con los británicos comenzaron a hacerse presentes también comerciantes franceses, alemanes o norteamericanos.

Los años previos a la mitad del siglo fueron de estancamiento, lo que se pone de mani-fiesto cuando, después de 1825, la presencia comercial y financiera británica se retrajo de for-ma considerable. Pero los ingleses también habían comerciado con la América española o la portuguesa; con la primera lo hicieron indirectamente a través de las colonias de mercaderes británicos en Cádiz. De Portugal, los británicos fueron socios comerciales privilegiados, lo que

4 Durante el período colonial, una buena parte de los circuitos comerciales interiores se dedicó al abastecimiento de las ciudades y los centros mineros con mayor capacidad de demanda. Sin embargo, desde las últimas décadas del XVIII, algunas colonias habían aumentado sus exportaciones, lo que repercutió en el resto de la economía americana, que pasó a mirar a los mercados europeos y norteamericano en lugar de hacerlo al interior del continente.

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les abriría las puertas de Brasil, con la que tendrían importantísimas relaciones comerciales y financieras.

Para algunos autores la presencia masiva de manufacturas europeas, fundamentalmen-te británicas, en los mercados americanos durante los años posteriores a la independencia, supuso un golpe mortal para las manufacturas tradicionales, aunque hubo sectores más afec-tados aún (textiles peruanos o neogranadinos). En Nueva Granada, donde el oro se utilizó para pagar los textiles importados, los intercambios internos se resintieron considerablemente. Las enormes distancias existentes en América, así como su peculiar geografía (ríos infranqueables, grandes cordilleras...), funcionaron como una eficaz barrera proteccionista que permitió durante décadas la subsistencia de buena parte de la artesanía tradicional.

5. Los orígenes de la deuda externa en América Latina. La falta de capitales en la minería se intentó solucionar acudiendo al capital extranjero.

Simultáneamente, los inversionistas británicos esperaban hacer excelentes negocios con la plata y el oro americanos, a la vez que buscaban obtener un rápido beneficio del boom finan-ciero de 1824-1825. Con este fin se crearon numerosas sociedades anónimas mineras (al-gunas exclusivamente con fines especulativos) para invertir en México, Perú, Colombia, Argen-tina y Brasil. La mayoría de estas empresas fracasó estrepitosamente, pues tenían una ignorancia total de la realidad latinoamericana, del comportamiento de sus gentes y del funcio-namiento de sus mercados. En otras ocasiones, fue la escasez de capitales la que originó el fracaso de inversiones planificadas al detalle; también se dio el caso de modernas maquinarias a vapor importadas de Gran Bretaña que acabaron oxidadas en los puertos y no pudieron tras-ladarse a los centros mineros al no contar con los medios de transporte adecuados. La gran excepción fue la empresa anglo-mexicana Real del Monte, que a medio plazo comenzó a obte-ner ganancias de la inversión realizada.

La presencia británica comenzó a ser importante en el sector financiero; a principios de la segunda mitad del XIX los bancos ingleses comenzaron a abrir sucursales y a realizar nego-cios de más envergadura, a pesar de que la prolongación de las guerras no convertía a estos países en la mejor región del mundo para invertir. Pero el aumento de gastos gubernamentales y la simultánea disminución de los ingresos fiscales, aumentaron la necesidad de capitales fo-ráneos, provenientes mayoritariamente de empréstitos negociados por bancos británicos a par-tir de 1822. Los inversores británicos se sintieron atraídos por las riquezas latinoamericanas (¿reales?) que prometían brillantes negocios en poco tiempo (la plata y el oro americano se-guían seduciendo), lo que provocó uno de los primeros auges bursátiles del capitalismo del siglo XIX.

En 1822 la Gran Colombia se convirtió en el primer país latinoamericano que contrató un empréstito en Londres y fue seguida por Chile y Perú, y en 1825 la mayoría de las nuevas repúblicas había comenzado a transitar la senda del endeudamiento externo. Los bonos de Argentina, Brasil, Chile, México etc., se compraban y vendían con total normalidad en la bolsa londinense hasta la catástrofe financiera de diciembre de 1825.

La crisis de la City londinense de 1825 provocó un súbito frenazo en las inversiones bri-tánicas en América Latina, que no se restablecieron hasta la segunda mitad del siglo XIX. A fines de la década de 1820 los países latinoamericanos se encontraban sumidos en una grave crisis financiera vinculada con la deuda externa. En abril de 1826, Perú suspendió pagos y a los pocos meses lo hizo la Gran Colombia, así hasta mediados de 1828, en que to-dos los países latinoamericanos (excepto Brasil) habían dejado de pagar su deuda y los ban-cos londinenses abandonaron durante años sus proyectos de negocios.

La historia de la deuda externa latinoamericana, que contemplaba en 1825 la primera suspensión generalizada de pagos, conocería posteriormente otras facetas mucho más des-agradables para los pueblos y los países de la región: las intervenciones extranjeras. En gran

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cantidad de ocasiones, cuando los acreedores europeos no podían llegar a acuerdos con los gobiernos americanos, reclamaban la protección de sus propias autoridades, que solían recurrir a la fuerza para obligar al pago de las deudas o al cumplimiento de los contratos. De esta for-ma vemos, por ejemplo, a los franceses e ingleses, hacerse presentes en el Río de la Plata en la década de 1840.

Bibliografía:

– Historia de América: temas didácticos; Malamud, C y otros. Edit. Universitas, 1993

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Tema 23: Las economías exportadoras

Presentación y objetivos. Los países latinoamericanos conocerían desde mediados del siglo XIX un crecimiento económico

espectacular, basado fundamentalmente en su apertura a los mercados internacionales. Al amparo de las doctrinas económicas vigentes, caracterizadas por el peso del liberalismo y el laissez-faire, las ex-portaciones de productos primarios, especialmente materias primas de origen mineral y agrario.

El tema comienza planteando las diferencias entre los conceptos de crecimiento económico y de-sarrollo, ya que no todo proceso de crecimiento da lugar al desarrollo, que explica mucho de lo que ha pasado en América Latina a lo largo de los siglos XIX y XX. Junto a esto, se discute otra cuestión que ha tenido mucho impacto en la presentación de las distintas teorías sobre el desarrollo: en qué medida la apertura exportadora favoreció el crecimiento económico.

Por último, se presentan las diferencias existentes entre los distintos productos exportados y su relación con el conjunto de la economía: los productos de la agricultura tropical (cacao, azúcar, tabaco, etc.), los productos de la agricultura templada y la ganadería (trigo y otros cereales, carnes, cueros, lanas, etc.) y los productos mineros (plata, cobre, zinc y luego petróleo).

(El tema abarca la época comprendida entre mediados del siglo XIX, momento inicial del auge

exportador y finaliza con las repercusiones de la crisis de 1929.)

1. Crecimiento económico y desarrollo.

Los conceptos de crecimiento económico y desarrollo, se han utilizado indistintamente, sin embargo son distintos:

– El crecimiento económico sólo supone una diferencia sensible en algunas ma-cromagnitudes (Producto Interior Bruto –PIB-, renta per cápita, consumo de energía...)

– El concepto de desarrollo se vincula mas estrechamente a la idea de moderni-dad, a la existencia de cambios estructurales profundos que permitan una mayor nivelación social, y a la posibilidad de salir del estado de subdesarrollo.

Las teorías sobre el subdesarrollo son muchas. La teoría clásica sobre la dependencia formulada por Totonio Dos Santos, parte del principio de que la economía de algunos países está condicionada por el desarrollo y la expansión de otros a los que se encuentran sujetos.

Teóricos próximos a esta posición admiten la alta vulnerabilidad de las economías ibe-roamericanas debido a su orientación exportadora. Comportamiento que generó un intercambio desigual con los países centrales, perjudicial para los latinoamericanos. La desigualdad des-cansaba en el hecho de que las exportaciones latinoamericanas de productos primarios (ali-mentos, materias primas), se realizaban a cambio de manufacturas europeas y norteamerica-nas, obviamente más caras. Por el mismo motivo la especialización comercial, fue la causa de desigualdades económicas y del actual estado de subdesarrollo. Esta teoría concluye que si los recursos invertidos en las mejoras a la exportación se hubieran destinado a la industrialización, se hubiera podido superar la situación de atraso económico y mejorado el nivel de vida del con-junto de la población.

Estos planteamientos, vinculados a la teoría estructuralista, fueron desarrollados por los economistas Prebisch y Singer, e influyeron en el pensamiento de la CEPAL (Comisión económi-ca de las Naciones Unidas para América Latina y el Caribe) en las décadas de 1950 y 1960.

Durante las primeras décadas del siglo XIX, los precios relativos de las manufacturas

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descendieron con relación a los de las materias primas, como consecuencia del aumento de la productividad de la industria británica, principalmente la orientada a la producción de bienes de consumo, mayoritariamente importados por América Latina. Pero en el siglo XX la tendencia cambió, subió el precio de algunos productos primarios y se encarecieron ciertas manufacturas, especialmente bienes de equipo.

Algunos teóricos de la dependencia adoptaron el esquema de I. Wallerstein sobre la existencia de países centrales, periféricos y semiperiféricos, vinculados entre si por relaciones particulares y por un sistema de división internacional del trabajo, impuesto por los primeros al conjunto de la comunidad internacional. Las oligarquías de los países periféricos acataron dic-tados del imperialismo y permitieron la expoliación. Estas oligarquías y los gobiernos que con-trolaban, facilitaron el acceso limitado de las corporaciones transnacionales a los mercados y a los recursos locales, gracias a los privilegios fiscales y a una serie de medidas dirigidas a atraer el capital extranjero.

La teoría de la dependencia y la estructuralista han hecho del factor externo, del impe-rialismo, el principal argumento explicativo y justificativo de todo cuanto pasa y ha pasado en América Latina. (Sin embargo, la autora de este tema en las Unidades Didácticas, Rosa Martí-nez Segarra, mantiene que sin menospreciar los factores externos, son los internos los que deben primar en el análisis).

Algunas investigaciones recientes prueban que la actividad exportadora fue positiva pa-ra el conjunto de la economía y se convirtió en el principal motor del crecimiento.

El crecimiento económico latinoamericano no fue homogéneo en todos los países y los desequilibrios hicieron que algunas regiones se desarrollaran, mientras que otras quedaron condenadas al subdesarrollo. Esta situación llevó a algunos autores a hablar de economías duales en las que convivían economías modernas, vinculadas al mercado internacional, con otras antiguas dirigidas al autoconsumo y explotadas por las primeras.

2. Sector exterior Las economías primarias exportadoras se consolidaron en casi toda América Latina en

torno a 1880, cuando se aceleró el crecimiento económico. La demanda de nuevos productos fue favorecida por las innovaciones tecnológicas en los sectores del transporte y las comunica-ciones, la modernización del comercio exterior y la expansión de las finanzas internacionales.

Los productos exportados por las economías latinoamericanas se pueden concentrar en tres grupos:

1. Productos agrícolas ganaderos de clima templado: cereales, carne ovina, va-cuna, lanar y otros derivados del ganado.

2. Productos agrícolas tropicales, generalmente producidos en plantaciones: café, azúcar, algodón, tabaco, cacao, plátanos...

3. Metales y minerales: plata, oro, cobre, estaño, salitre, petróleo...

La apertura económica dependió de los productos exportados, se habla de especializa-ción monoexportadora (café brasileño, azúcar cubano), aunque algunos países como México, Colombia y Perú exportaron productos de distinto tipo. También incidió en el grado de reformas mercantiles aplicadas en cada caso.

Paradójicamente las guerras de la primera mitad del siglo XIX colaboraron en la profun-dización de la apertura librecambista al favorecer la disminución arancelaria, ya que numerosos pertrechos y abastecimientos militares, debían importarse, por falta de empresas, empresarios y manos de obra especializadas.

Carlos Díaz Alejandro, habla de la “Lotería de mercancías” al referirse a la gran diversi-dad de productos primarios exportados y a su comportamiento heterogéneo en los mercados

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internacionales. Este hecho imposibilita las generalizaciones en el comportamiento de los pre-cios y la observación de tendencias en los mercados internacionales. Sin embargo se puede afirmar que las economías exportadoras crecieron a buen ritmo hasta principios del siglo XX, e inclusive hasta la 1ª Guerra Mundial.

Durante las décadas de 1870 y 1880 se dio el mayor auge exportador, pero el origen se halla en 1850 con la expansión de las economías europeas y norteamericana y el consiguiente aumento de la demanda de productos latinoamericanos.

Países como Cuba, seguido por Argentina, Chile y Perú, conocieron una gran expan-sión exportadora.

Hasta la 1ª Guerra Mundial, las exportaciones mundiales de manufacturas crecieron mas rápido que las exportaciones de materias primas (Rosa Martínez Segarra, mantiene que en contra de lo que se suele argumentar, el aumento en las importaciones de manufacturas latinoamericanas, estaría indicando su vitalidad económica, ya que el volumen de las importa-ciones era una variable directamente dependiente de las exportaciones y del tamaño del mer-cado interior).

3. Agricultura de clima templado y ganadería La agricultura y la ganadería de clima templado ha generado una economía exportadora

genuina, especialmente en Argentina, en donde este tipo de agricultura se expandió desde mediados del siglo XIX. La Pampa fue el principal centro productor, también se desarrolló en Uruguay, sur de Brasil y zona central de Chile.

Las exportaciones se abrieron a nuevos mercados europeos gracias a la modernización de las explotaciones y en dura competencia con mercados nuevos (EEUU, Canadá, Australia y Nueva Zelanda).

El ferrocarril, la pacificación de las tierras de frontera, así como la ampliación del área cultivada, actuaron como motor de las exportaciones. La producción cerealera argentina se expandió a partir de 1860 a costa de la ganadería lanar, poco después esta fue reemplazada por la explotación de vacuno. La producción y cría de ganado mejoró considerablemente. La provincia de Buenos Aires se convirtió en el principal centro productor de carne vacuna y ce-reales.

El comercio de granos y harinas fue monopolizado por empresas exportadoras, algunas europeas y norteamericanas y otras de capital argentino.

4. La agricultura tropical

De entre los productos tropicales, el café fue el que se expandió más rápidamente. El mayor mercado fue el de EEUU, seguido por Francia y Alemania. La producción se centró en regiones intertropicales de media altura (Brasil, Colombia, Venezuela, México y América Cen-tral).

A principios de siglo, Brasil controlaba más del 70% del comercio mundial del café, el producto se convirtió en el motor principal de crecimiento del país y la explotación extensiva supuso un alto consumo de tierra y mano de obra. Las crisis de sobreproducción eran frecuen-tes (1896, 1906, 1913) y los productores brasileños adoptaron la formula de almacenar los ex-cedentes para hacerlos frente. Esto fue posible gracias a los subsidios al sector. Después de la 1ª Guerra Mundial, en Sâo Paolo, se creó el Instituto del Café, para comprar a precios mínimos toda la producción. La política de retención de cosechas y control de precios perpetuó la so-breproducción como quedó demostrado durante la Gran Depresión, cuando todo el sistema se derrumbó.

La política de control de precios brasileña, no solo benefició la producción local, sino

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que también lo hizo con otros exportadores como los colombianos.

En otros países cafeteros el cultivo era diferente y en lugar de aumentar a consta de continuas expansiones terrestres lo hizo gracias al crecimiento demográfico (Colombia y el Sal-vador). En Guatemala y México dominaron las grandes haciendas cafetaleras, en Colombia dominó la mediana explotación.

En Cuba, Puerto Rico y Perú, el azúcar ocupó un lugar importante. Los dos primeros países vendían la mayor parte de la producción a EEUU. En algunos países la producción se concentró en manos de las empresas industrializadas. En el Caribe los ingenios controlaban la producción.

Otros cultivos tropicales de importancia en el mercado internacional, fueron el henequén en México, el banano en el Caribe, Ecuador y Costa Rica. A principios del siglo XX, la compa-ñía norteamericana United Fruit se aposentó en la región y adquirió grandes extensiones de tierra.

El caucho se produjo durante un breve periodo del Amazonas, gracias al sangrado de árboles silvestres. La actividad adoptó un estilo depredador en la selva brasileña y en la ama-zonía Colombiana, Ecuatoriana, Venezolana y Peruana. El auge del caucho duró poco, finalizó cuando en Malasia y las Indias Holandesas, se desarrollaron plantaciones caucheras, que re-emplazaron la explotación de los árboles silvestres del Amazonas.

5. La minería Los distintos productos exportadores

La evolución política y económica de Perú se basó hasta la década de 1840 (inicio de la guerra de Chile) en el guano, utilizado como fertilizante agrícola natural en Europa. También exportaba cobre, nitratos, algodón, lana y azúcar. El guano era de propiedad estatal. La garan-tía de las rentas generadas por el guano permitió a los gobiernos peruanos contratar nuevos préstamos extranjeros para financiar obras de infraestructura y adquirir armamento. Directa o indirectamente los ingresos del guano provocaron que en 1850, Lima tuviera alumbrado a gas y se unió por ferrocarril El Callao. También impulsó la manumisión de los esclavos por la que los hacendados fueron indemnizados, ingresos que invirtieron en parte en la modernización de las haciendas, orientándolas a la producción de azúcar para la exportación.

Desde 1860, el guano pasó de ser propiedad del gobierno a manos de empresas limeñas consignatarias, mientras que su comercialización siguió controlada por comerciantes europeos.

Durante el siglo XIX, la plata fue el principal mineral extraído. Las inversiones extranje-ras de mediados de siglo contribuyeron a modernizar la tecnología y mejorar las comunicacio-nes (ferrocarril). A finales de siglo, la producción de México, Perú y Bolivia, tuvo los mejores resultados desde la época colonial. México fue uno de los mejores productores mundiales.

Durante el siglo XX, la extracción de cobre y estaño se convirtió en la principal actividad minera de América del Sur, también destacó la producción de salitre, demandado por Europa como fertilizante agrícola y pólvora. Los yacimientos de nitratos comenzaron a explotarse en Chile y Perú. El cobre peruano y chileno, fue explotado por unas compañías norteamericanas, que implantaron industrias modernas

La plata en Potosí y Oruro habían dominado la minería boliviana, pero desde 1900 el estaño ocupó el primer lugar tras el desplome internacional del precio de la plata. En la década de 1870 comenzó a llegar el capital extranjero y fue por entonces cuando la minería alcanzó los niveles internacionales de capitalización tecnología y eficiencia. El paso de la plata al estaño, provocó cambios en la elite minera con el ascenso de nuevos grupos empresariales y la inva-sión de compañías extranjeras.

El desarrollo de una minería moderna demandó mas fuerza de trabajo y alimentos lo que reactivó la agricultura comercial y las haciendas tradicionales. La construcción ferroviaria

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abrió nuevos mercados abastecidos por regiones hasta ese momento marginales.

La primera guerra mundial afecto a la población minera. En la década de los 20, la gran depresión fue muy dura y como consecuencia bajaron los precios del estaño.

A partir de 1920 surge el petróleo. México era el principal productor, seguido de Vene-zuela, Colombia y Perú. Durante la Revolución mexicana, el petróleo fue el principal producto exportado.

Conclusión: Entre mediados del siglo XIX y el comienzo de las décadas de 1870-1880, fue cuando

se aceleró el crecimiento económico, basado en el auge exportador, se sentaron las bases de una prolongada fase de crecimiento que, con fluctuaciones, se extendió hasta la 1ª Guerra Mundial o hasta la crisis del 29. El crecimiento se apoyó en la expansión europea que se dio entre 1850 y la crisis de 1873, que aumentó la demanda de productos latinoamericanos en Eu-ropa y EEUU. Reino Unido seguía siendo la principal potencia económica, pero surgieron paí-ses, como EEUU, Francia y Alemania, que compitieron con los británicos en los mercados de América Latina.

La inversión extrajera se incrementó en esos años. Grandes créditos se destinaron a la construcción ferroviaria, siguiendo la estrategia de promover el desarrollo con endeudamiento externo. Otros países lo destinaron a refinanciar las deudas anteriores.

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Tema 24: La consolidación de las oligarquías

Presentación y objetivos. Durante la etapa de independencia hispanoamericana el liberalismo fue el arma política de sus

líderes, basando sus constituciones en la española de 1812 y en la norteamericana. Prácticamente todos los países eligieron la forma republicana como modelo, a excepción del imperio Itúrbide en Méxi-co.

Los objetivos de este tema son, por una parte, entender cómo en un principio el modelo federal basado en el federalismo doctrinario norteamericano y en los cabildos de los Austrias será tomado co-mo modelo por las oligarquías locales lo que acarreará una serie de guerras civiles y una serie de per-didas tanto económicas como humanas tremendas. Sin embargo, a partir de 1850 a 1870, este federa-lismo será reemplazado por el centralismo como concepción del estado, debido a la nueva visión que comparten los políticos que no han intervenido en las guerras de independencia, el surgimiento de nue-vas ciudades fuera de la capitalidad y sobre todo, por el ideal de reforzar el estado y crear un ideal de nación basado en las ideas positivistas dando paso así a la consolidación de las oligarquías, 1850-1880, con la conformación de partidos políticos, conservadores y liberales. Se realiza un estudio por-menorizado de este proceso en diferentes países.

En Hispanoamérica, tras la independencia, se siguió el modelo de la Constitución espa-ñola de 1812 y la norteamericana. Casi todos los países eligieron su forma de gobierno como República (excepción del Imperio de Iturbe en México o el de Brasil).

Hasta 1850 los sectores criollos más conservadores, defendieron el modelo federal. Ese federalismo, basado en la Constitución de EE.UU., tenía sus raíces en la autonomía de los ca-bildos durante los Austrias. El deseo de obtener una mayor autonomía supuso una serie de guerras civiles. El federalismo fue la cuestión dominante hasta 1850, pero a partir de entonces tiene más importancia el centralismo, gracias al crecimiento de las economías latinoamericanas y a su mayor vinculación con los mercados internacionales. Así surge una nueva clase política, se forman nuevos núcleos urbanos, el papel de la iglesia y el ideal de nación comienzan a ser importantes.

Estas doctrinas sustituyen los ideales de la Revolución Francesa (respeto a la libertad-igualdad ante la ley), por los valores positivistas y el racionalismo que predican "libertad, orden y progreso". Todo esto provocó la división de los liberales en moderados y radicales. Entre los conservadores surgieron los moderados y los ultramontanos, o tradicionalistas. A partir de 1850 hubo conflictos fuertes entre liberales y conservadores aunque ambos tenían el mismo deseo de participar en los mercados internacionales que querían comprar productos que ellos podían exportar. Los conservadores estaban abiertos a toda innovación económica como en Colombia, en Ecuador el liberalismo se identifica con los plantadores y comerciantes de la costa, frente a los conservadores del interior. Pero a pesar de ello, las clases dominantes se orientaron hacia aceptar el programa liberal y se adaptó al sistema oligárquico, que existía mediante dictaduras abiertas o disimuladas (Porfirio Díaz en México).

La pérdida de la "tutela" institucional del indio hizo que entre 1850 y 1870 se produjeran más usurpaciones de tierras de los indígenas. Esta política reforzó la posición de aquellos sec-tores que adquirieron las tierras en grandes haciendas que dedicaban a la exportación, sabien-do sacar buen partido de su unión con financieros extranjeros, sobre todo británicos y confor-maron una sociedad oligárquica de diversos grupos autóctonos (aristocracia terrateniente, bur-guesía minera y agropecuaria) que además del poder político, contaba con el poder cultural.

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El aumento de las inversiones extranjeras y de las exportaciones elevó el nivel de vida de esa sociedad oligárquica y funcionó al estilo de la burguesía inglesa o francesa. Utilizó me-canismos de control social y económico como el de los matrimonios de conveniencia. Se man-tuvo el "mayorazgo". Se comienza una urbanización preindustrial en ciudades como México, B. Aires, Montevideo. que permite a los grupos oligárquicos ejercer su supremacía. Surge una clase media (pequeños industriales, propietarios, comerciantes) y un proletariado incipiente que se opondrán al predominio de las oligarquías, convirtiendo los núcleos urbanos, en núcleos muy conflictivos que con el apoyo de las clases populares introdujeron un tercer partido políti-co, el radical (como en Chile y Argentina que lo hicieron de forma pacifica), no el de México que fue por vía revolucionaria. A esa clase media pertenece el clero católico y las fuerzas armadas.

La Iglesia durante el S. XIX adoptó una postura a favor de uno de los bandos conten-dientes y las relaciones Iglesia-Estado de las nuevas repúblicas, motivaron la expropiación de los bienes eclesiásticos (como en México, Colombia y Venezuela), la formación de la Santa Alianza en Europa motivó la creación de una Encíclica en 1824 donde la Iglesia deploraba las guerras emancipadoras. La indignación que provocó fue general en toda Hispanoamérica, sua-vizándose las relaciones tras la muerte de Fernando VII. Durante el papado de Pío IX se suavi-zaron las tensiones con Chile

Perú y Ecuador al contrario, como en Argentina, Paraguay, Colombia y México, con la expulsión de los Jesuitas. Pío IX creó un seminario en Roma, El Colegio Pío Latinoamericano (1858) para dar una buena formación al clero.

1. Constituciones, orden político y afianzamiento del Estado Entre 1810 y 1845 se suscitaba si el Estado debía ser centralista o federalista y ello dio

lugar a enfrentamientos en México, Centroamérica y Río de la Plata, triunfando el centralismo en unos países y el federalismo en otros.

De 1845 a 1870 se produjo una 2º fase federalista en México, Nueva Granada y Perú y esto fue provocado por el consenso mantenido por los grupos políticos sobre los principios eco-nómicos del libre comercio; la nueva generación de políticos liberales que se oponían al siste-ma político existente y que se centró en el tema Iglesia-Estado influenciada por la agitación religiosa que se produjo en Francia durante los anos 30 y 40 y repercutió en México, Colombia, Chile y Perú.

Esas nuevas generaciones deseaban además de la separación Iglesia-Estado, la des-centralización administrativa reforzando así a los federalistas. A partir de los 70, las ideas libe-rales se completaron con las del positivismo (Comte)

Enfrentamientos entre liberales y conservadores

En México primero hubo una República federal (1824-1835), luego varias repúblicas centralistas hasta 1846; un 2º intento de república federal hasta 1853; una dictadura con Santa Anna y un nuevo gobierno centralista (que termina con la Segunda República Federal, durante la cual se perdió por la guerra entre México y EE.UU. en 1845, con el Tratado de Guadalupe-Hidalgo, Texas, Arizona, Nuevo México y la Alta California).

Hubo un segundo mandato de Santa Ana como presidente de la República. Se produjo la insurgencia de los liberales que pretendían el derrocamiento del tirano y querían instalar un liberalismo para regenerar la nación. El Gral. Álvarez derrotó a Santa Ana y establece junto con I. Comonfort y B. Juárez la Reforma que golpea sobre todo a la Iglesia. La Ley Juárez despoja a los eclesiásticos de sus fueros; la Ley Lerdo prohíbe el mantener las propiedades de la Igle-sia y Comunidades, que fueron subastadas entre los pequeños campesinos. Igualmente esta ley permitía que los bienes comunales de los indígenas fueran repartidos.

Esas leyes llevaron a la Constitución de 1857 que definió a México como una República

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representativa, democrática y federal con un presidente, un Congreso con dos cámaras y una Corte suprema.

A esta Reforma, una unidad militar dirigida por Zuloaga pidió cambios a esa Constitu-ción. Zuloaga fue presidente frente al nombramiento de Juárez en Guanajuato, también como presidente. De este modo, comenzó la peor guerra civil de México, enfrentándose las dos ten-dencias con dos presidentes. Zuloaga, conservador y Juárez liberal y anticlerical. A esa lucha se le llamó “Guerra de La Reforma” (1858-1862) que se desarrolló en 4 periodos: 1º, conserva-dores, 2º, de equilibrio; 3º, liberales y 4º, cortado por la intervención extranjera tras entrar B. Juárez en 1861 en la capital y anunciar al Congreso la suspensión del pago de la deuda exter-na. Esto llevó al Pacto de Londres por el que España, Inglaterra y Francia llevaron a cabo una expedición armada en apoyo de sus reclamaciones. Ocuparon Veracruz con apoyo de los con-servadores. Sólo Francia continuó avanzando, pues Napoleón III pretendía crear un Gran impe-rio Latino de Occidente. Invadió la República y persuadió a una junta de notables para que aceptasen una monarquía hereditaria con un príncipe catódico: Maximiliano de Habsburgo (que tuvo que renunciar a sus derechos en Austria).

Este aceptó el trono de México y en 1864 se le proclamó emperador. Mientras, Juárez luchaba contra un ejército ayudado por Napoleón III que ante la situación en Europa, hubo de volverse. Maximiliano se refugió en Querétaro, donde fue fusilado por Juárez. Este triunfo so-bre los imperialistas y conservadores consolidó la República de Juárez al que se reeligió por cuatro años más. Intensificó la política clerical, redujo las fuerzas armadas; propagó la ense-ñanza elemental. Fue reelegido, pero murió al año siguiente, 1872. Fue nombrado presidente Lerdo de Tejada, pero Porfirio Díaz se apoderó de la presidencia de la República. Su dictadura (1876-1910) estuvo bajo la ideología positivista. Durante su larga dictadura (le llamaban el Ti-rano honrado) se gestó un nacionalismo revolucionario mexicano.

En Centroamérica, la República Federal centroamericana se rompió en 1838 por la riva-lidad entre provincialismo y federalismo, debido a las intromisiones del presidente federal en las jurisdicciones provinciales; al desacuerdo entre los liberales que querían la independencia total de cada Estado y que los conservadores querían la unión. Se desencadenó una guerra civil que provocó la ruptura de los federales en 1838 y la restauración conservadora en Guatemala con el líder Rafael Carrera con su despótico gobierno que duró 27 años. En 1873 surge la re-forma liberal realizada por Justo R. Barrios que promulgó la Constitución de 1879 que ha per-durado hasta hoy.

En El Salvador, Rafael Zaldívar (1876-1885) llevó a cabo el reformismo. Honduras y Ni-caragua empezaron más lentamente sus reformas liberales. Nicaragua consiguió la estabilidad política con el Gobierno liberal de José Santos Zelaya (1893-1909).

Costa Rica es un caso especial. No tiene población aborigen y sí una elite cafetalera. Se organizó como República aristocrática.

La Gran Colombia. Desde 1830 dividida en 3 repúblicas: Nueva Granada (actual Co-lombia más Panamá), Venezuela y Ecuador.

La política de los tres países estuvo confrontada constantemente entre dos grupos: conservadores y liberales. El choque entre ambos era más bien entre personas o clanes.

Se trasladaron modelos políticos avanzados de EE.UU. o de Europa a sociedades ar-caicas y duales con una pequeña oligarquía y donde el caudillismo conservador fue la caracte-rística principal. Además, la revolución europea de 1848 influenció mucho las repúblicas, sobre todo por la crisis económica de 1847.

Los liberales subieron al poder en los Estados Unidos de Colombia y en la República federal venezolana. En Ecuador triunfó la dictadura conservadora de García Moreno.

Colombia contaba con la constitución más progresista de Hispanoamérica, la de 1863. Durante los 70 y 80 cesó la violencia entre liberales y conservadores.

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Los Países Andinos: Perú, Bolivia y Chile Tienen características similares pues los tres parten de regímenes autoritarios de go-

biernos hacia el liberalismo y los tres reacomodaron sus oligarquías en función de las deman-das externas de la economía.

Perú y Bolivia tuvieron el choque con Chile, llamado “Guerra Salitrera” y con el tratado de Aricon, Bolivia pierde su salida al mar.

Chile forjó un sistema de gobierno constitucional con una gran estabilidad política con la figura de Portales que realizó la Constitución de 1833. De 1840 a 1870 hubo 3 presidentes con gran estabilidad y prosperidad nacional: Bulnes, Mont y Pérez. Bajo este último, el sistema polí-tico chileno empezó a liberarse.

Los países rioplatenses. Urquiza, tras derrotar al dictador Rosas (1853) aseguró el sis-tema federal con la Constitución de 1853. Argentina vio cómo Buenos Aires no aceptó dicha constitución y dictó la suya propia en 1854.

Urquiza mandaba en la Confederación Argentina (13 provincias) junto con el partido fe-deral mientras que el gobierno de Buenos Aires, el General Mitre era apoyado por el partido liberal.

Buenos Aires volvió a la Confederación y aceptó la Constitución de 1853 aunque refor-mada en 1860 y Mitre fue elegido presidente en 1862. Durante su presidencia, Argentina se alió con Uruguay y Brasil para combatir a Paraguay que desde 1870 estuvo dirigido por jefes militares veteranos de la guerra. Las conspiraciones cambiaron 29 veces de presidente en Pa-raguay desde 1870 a 1932.

2. Influencia de las ideologías europeas. Los filósofos europeos Influyeron grandemente en el pensamiento hispanoamericano después de 1850. El

darwinismo social, el racionalismo y sobre todo el positivismo fueron los grupos liberales ins-trumentos para el desarrollo nacional. Comte (positivismo) estableció principios racionales que darían una teoría de la estructura y el cambio sociales y a partir de ellos, una planificación de la sociedad.

El positivismo se presentó como una alternativa a la religión acogida en Brasil, Chile y México. La Iglesia iberoamericana tuvo que aceptar la pérdida de poder y privilegios tempora-les, la pérdida del control de la educación y el triunfo del estado secular. A fines del XIX, el po-sitivismo retrocederá dando paso al catolicismo. Las agresiones externas

Tras independizarse de España son las grandes potencias como Gran Bretaña, Francia y sobre todo EE.UU., las que agreden a estos países, sobre todo a México, América Central y el Caribe. Desde 1830 a 1890 las potencias europeas intervinieron muchas veces en América Latina para mantener su influencia. Así, México sufrió la guerra de los Pasteles (1838) y la re-clamación por impago de la deuda externa (1861). La 1ª fue una expedición francesa que blo-quea Veracruz y México declara la guerra a Francia. Su nombre era por que Francia reclamaba unas pérdidas enormes sufridas por una pastelería que arrasó el ejército mexicano. La 2ª tuvo lugar con Benito Juárez tras el pacto de Londres por el que Gran Bretaña, Francia y España querían que México pagara su deuda externa. Esta intervención tenía diferentes motivos para cada país. Para España era retomar su influencia sobre México, Francia pretendía conseguir su ideal imperial frente al gobierno de Washington.

EE.UU. se enfrentó con México (1846-1848) y se anexionó Texas, California, Nevada y Nuevo México y permitió a Washington considerar como zona de expansión el área del Caribe y América Central, lo que motivó su enfrentamiento con Gran Bretaña y tras firmar el tratado Clayton-Bulwer (1850) se dispuso que ninguna de las dos partes ocupara, colonizara o ejercie-ra dominio sobre ninguna parte de América Central.

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Tema 25: Las transferencias de los recursos europeos(capital y mano de obra)

Presentación y objetivos. El crecimiento económico latinoamericano de la segunda mitad del siglo XIX y principios del

siglo XX descansó en buena medida en la llegada de capital y de mano de obra procedente de Euro-pa. En efecto, la escasez de capitales era una constante en todo el continente y en algunas regiones, especialmente de la vertiente atlántica, esta escasez se daba simultáneamente a un limitado potencial demográfico. La contratación de empréstitos en los mercados financieros internacionales, el inicio de la deuda externa, y la llegada de una migración masiva fueron los mecanismos de este proceso.

Una de las consecuencias del crecimiento económico fue una nueva etapa del proceso de ur-banización, que tendría no sólo importantes consecuencias económicas, sino también políticas y so-ciales. Desde el punto de vista económico, los mercados urbanos se convirtieron en un factor de im-pulso económico. Desde la perspectiva social y político, los nuevos grupos presentes en la arena polí-tica, que solían expresar a las clases medias, hicieron sociedades cada vez más complejas y dinami-zaron el proceso de formación de los partidos políticos.

Con variaciones de fecha según el país, en la segunda mitad del S. XIX comienza una etapa de crecimiento económico acelerado en América Latina, con el apoyo básico situado en el sector exportador. Para su desarrollo se hizo necesaria una transferencia considerable de capitales y mano de obra que paliara la escasez de estos recursos. La mano de obra se ha acogido favorablemente por la historiografía (sin olvidar el impacto en el mercado laboral), pero la inversión de capitales es un tema más controvertido, pues se vincula al endeudamiento ex-terno y a la dependencia de las finanzas internacionales. Dentro de este último punto no hay que olvidar la inyección de liquidez que supuso para países como España o Italia la llegada de divisas enviadas por sus emigrantes, desde América Latina.

1. La inmigración masiva La llegada de inmigrantes se planteó, en algunos países, como un elemento de progre-

so; baste recordar la fórmula “gobernar es poblar”, acuñada por Juan Bautista Alberdi, argenti-no. La influencia liberal hacía considerar la llegada de europeos (preferentemente no latinos) un instrumento de civilización, contrapuesto a la barbarie y con el punto de partida puesto en el crecimiento urbano, pretendiendo para la ciudad una serie de objetivos sociales y considerán-dola motor del elemento modernizador.

El principal atractivo, para los europeos, de países como Brasil o Argentina era la mar-cha ascendente de sus economías. Salarios por lo general más altos que en los lugares de origen, las posibilidades de enriquecimiento y ascenso social hacían que los inmigrantes tuvie-ran grandes expectativas. Pero realmente, por cada uno que tenía éxito, hacía “la América”, se contabilizan numerosos fracasos, si bien en unas condiciones de vida que poco tenían que ver con la penosa existencia de sus lugares de origen.

El estudio debe tener en cuenta dos realidades: la del país de salida, que incide direc-tamente sobre los motivos de la migración (factores de expulsión) y la de los países de llegada, que llevan a elegir un país y no otro (factores de atracción). Es un doble mecanismo conocido por los especialistas como efecto pull-push.

En la primera mitad del s. XIX, la evolución demográfica en el área fue bastante similar a la económica, siendo el estancamiento (tasas de crecimiento de población bajas) característi-co, en una población de signo rural. Tras la emancipación la emigración europea fue un fenó-

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meno reducido, hasta 1860. Colonias de alemanes o suizos en el Sur de Brasil, Sur de Chile, Venezuela y Perú, o galeses en la Patagonia argentina, componen las primeras inmigraciones.

La segunda mitad del siglo conocerá, en cambio, un momento de crecimiento sostenido de la población. Una tendencia que se acentuará en las primeras décadas del s. XX. Si en la segunda mitad del siglo la población se duplicó (30,5 millones- 61,8 millones), con una tasa de crecimiento del 1,4 % anual, serán del 68% (llega a 104 millones), entre 1900 y 1930, con una tasa del 1,7 %.

Este crecimiento cabe relacionarlo con la mayor actividad económica, el aumento del nivel de vida y la mejora en las condiciones médico-sanitarias de las regiones más urbaniza-das. La apertura económica y las exportaciones tuvieron un papel fundamental, especialmente en las actividades agrarias.

Si el incremento vegetativo fue importante, la inmigración será el principal motor del crecimiento demográfico, en especial en la vertiente atlántica (Argentina, Brasil, Cuba y Uru-guay), que partía con déficit de mano de obra. Chile recibió menor número (aunque tuvo impor-tancia en sectores urbanos) y los países con mayor porcentaje de población indígena fueron los que menos inmigración atrajeron.

La experiencia se puede considerar similar a la de otros países “nuevos” o de “reciente colonización”, caso de Estados Unidos o Australia. La inmigración masiva europea comenzó hacia 1870 y 1880, atraída por las condiciones económicas; los países de agricultura templada fueron los principales receptores, con Argentina como caso más espectacular: paso de 1,1 mi-llones de habitantes en 1850, a 4,7 en 1900 y 12 en 1930, con unas tasas de crecimiento del 2,9 % para el primer periodo y 3,1 para el segundo. En el cómputo del siglo que va de 1850 a 1950, fue el segundo país más receptor a nivel mundial, tras Estados Unidos, si bien se coloca a la cabeza en la relación inmigrantes- población preexistente.

Uruguay, el otro país rioplatense, tuvo un comportamiento similar al argentino, con unas tasas de crecimiento del 3 % entre 1860 y 1908, pasando de 0,2 millones en la primera fecha a 1 millón en la segunda, si bien la proporción de extranjeros disminuyó en esas fechas. Brasil partía como el segundo país más poblado de América Latina, superado por México, pero en 1930 ya doblaba Brasil a México. Bolivia, por el contrario, es el ejemplo menos exitoso, con unas tasas de 0,4 y 0,8 %. México y Perú tuvieron tasas un poco más altas, pero sin ningún crecimiento espectacular. Los bajos salarios mexicanos serán la causa principal de la falta de atracción, que creció básicamente por su comportamiento vegetativo, pasando de 9,5 millones en 1876 a superar los 15 en 1910.

Hay que diferenciar la inmigración total (número que llegan) de la inmigración neta (nú-mero que efectivamente se queda), la cual se obtiene descontando aquellos inmigrantes que por motivos diversos vuelven a su país de origen o cambian a un tercer país. En la época, las trabas actuales al desplazamiento no existían y los movimientos eran considerables, llegando a producirse una polémica en muchos países entre los partidarios de la inmigración oficial (y subsidiada) y los de la inmigración espontánea. A Argentina llegaban todos los años numeroso trabajadores estaciones, conocidos como “golondrinas”, que retornaban a sus países de origen tras uno, dos o tres años. Varios motivos confluían para que se produjese: altos salarios, pre-cios relativamente bajos del transporte marítimo y el hecho de no coincidencia de los periodos agrícolas en el Mediterráneo y Argentina.

En Argentina permaneció el 31% de los inmigrantes arribados entre 1881 y 1930, unos 4 millones de personas. En Brasil llegó al 46%, si bien la cifra final es menor que en el primer país, 2 millones. Cuba y Uruguay se pueden cifrar en unos 600.000 netos, lo que implica un mayor impacto en Uruguay, por las cifras de partida, si bien Uruguay tuvo su mayor apogeo en la segunda mitad del s. XIX y Cuba la tuvo en el primer tercio del s. XX.

Analizados los países, el problema ahora es determinar las regiones elegidas. Dependía de las oportunidades y los contactos de los emigrantes. Hay que destacar el peso de las cade-

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nas migratorias: el aviso de familiares y paisanos previamente establecidos, siendo los vetera-nos quien facilitaban a los recién llegados el acceso al alojamiento y trabajo.

En Brasil se concentró en la región paulista (Sao Paulo), basado en la demanda agríco-la cafetera. Similar fue el caso de algunas provincias de la pampa argentina, como Buenos Ai-res o Santa Fe. Las grandes ciudades fueron receptores de primera importancia. Buenos Aires, por ejemplo, acogía, en 1914, el 37% de los españoles inmigrados al país.

El lugar de origen era, en la mayor parte, el Sur y Este de Europa, variando la propor-ción en cada país receptor. España e Italia aportaban los grupos más numerosos, siendo los portugueses los más importantes en Brasil. Un estudio de las regiones de origen permite cono-cer las condiciones de partida y los factores de expulsión. Galicia, con el 55,8% se sitúa a la cabeza en España, seguido de catalanes (11,8) y asturianos (7,1).

Al margen de los europeos, parece que, aunque olvidadas, los movimientos entre paí-ses limítrofes fueron considerables. Además, japoneses en Brasil, rusos (abarcando Europa del Este) y turcos (sirios, libaneses y armenios) en Argentina, Brasil y Colombia, parecen completar el panorama.

El arquetipo era un hombre adulto, soltero y con buena capacidad de iniciativa, al me-nos la necesaria para abandonar su sociedad natal.

Los italianos desplazaron, entre 1881 y 1930 a los portugueses de entre los llegados a Brasil; los segundos centran su importancia en las décadas posteriores a la independencia. Los españoles también se asentaron en la región paulista.

En la zona rioplatense (Argentina y Uruguay), también fue mayor la inmigración italiana, seguida de la española, siendo muy superior la primera en el periodo de 1857 a 1960, salvo en los años 1910-1913. La media anual de italianos llegados fue de más de 37.000, superando en más de 10.000 la de españoles, si bien en algunas épocas superó la proporción de 14 a 1.

Sobre las remesas cabe destacar la gran importancia que tomaron en los países de emigración masiva. Baste destacar el ejemplo de dos casas asturianas, las cuales recibieron una cantidad superior a los 143 millones de pesetas entre 1881 y 1911, un montante mayor que lo que recaudaba en Ministerio de Hacienda en Asturias por la Contribución Industrial y de Comercio. En cómputos de todo el país, se calcula que llegaron 320 millones al año entre 1906 y 1910, cantidad respetable en esas fechas.

2. Las inversiones extranjeras y la evolución de la deuda externa

El crecimiento económico iniciado en la segunda mitad del s. XIX se debió en buena parte a las inversiones de capital extranjero. Los gobiernos captaban los capitales en los mer-cados financieros europeos, de los que Londres era el más importante, aunque París y Berlín también participaron de modo destacado; a finales del s. XIX Nueva York se consolidó como mercado de capitales, merced al papel norteamericano. Allí se vendían los bonos de los em-préstitos latinoamericanos, dependiendo su cotización de la situación de cada país. La inver-sión europea y la falta de capital interior fue utilizada por algunos inversores extranjeros para controlar sectores económicos clave, en especial el transporte y la comercialización de expor-tables. Pese al menor estudio, las inversiones internas parecen haber jugado un importante papel. Se captaba mediante emisiones de deuda interna (Estados, provincias y ayuntamientos); también hay que mencionar a los inversores privados que invertían en actividades productivas.

El uso del dinero llegado del exterior dependía de las decisiones gubernamentales. Al-gunos financiaban obras de infraestructura, otros refinanciaban deudas anteriores. Argentina, en 1880, es ejemplo del primer caso; Brasil, en 1889, puede ilustrar el segundo.

A principios de la segunda mitad del siglo XIX los inversores extranjeros comenzaron a recuperar la confianza en los mercados latinoamericanos, perdida tras la crisis de 1825, así como por las moratorias unilaterales, que fueron declaradas por la mayoría de gobiernos. Una

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prueba es el número de bancos británicos que comenzó a instalarse en algunos países de la zona; se basa en dos aspectos, la mayor posibilidad de hacer negocio, y la legislación más favorable que en su país de origen. Con su presencia la inversión británica y las transferencias transatlánticas recibieron un buen impulso.

Ya en los años sesenta, países como Argentina o Brasil, pero también pequeños como Honduras, estaban negociando empréstitos en Europa. Parte importante de ellos sirvió para la construcción ferroviaria, lo que implica inversión en desarrollo. Estos años tuvieron a Perú (52 mill. de libras) y Brasil (23,5) como los países más endeudados.

Son años en que la balanza de pagos provocó un proceso zigzagueante; periodo de confianza y aumento de la inversión eran seguidos por otros de crisis y suspensiones de pa-gos, en 1873, 1890 y 1929. Tras las crisis, las negociaciones con los bancos eran lentas; solo los estados más grandes y ricos, pero también con mayores deudas, como Argentina, Brasil o México, tenían una posición de fuerza en la negociación. Las renegociaciones dejaban otras secuelas, como el poder que adquirió Buenos Aires tras la asunción, por parte del gobierno, de las deudas provinciales y municipales, en 1890.

La crisis de 1873 conllevó la suspensión de pagos de su deuda externa por parte de muchos países latinoamericanos. Los bonos de estos países cayeron en picado, agravando la crisis. Los banqueros británicos se negaron a negociar nuevos empréstitos mientras se mantu-viera la moratoria. La necesidad, la suspensión de pagos, recesión y la imposibilidad de conse-guir dinero aumentó hasta límites imposibles en países como Perú. En otros la bancarrota no se produjo.

Los últimos años de la década de 1870 vieron como se volvía al crecimiento, por la re-cuperación de las exportaciones. La confianza extranjera volvió, contratando nuevos emprésti-tos en Europa. De nuevo la estabilidad política y económica se tuvo en cuenta y las negocia-ciones fueron más rigurosas. Solo Argentina y Uruguay, dos países claramente exportadores, recibieron el 60% del total en los años 80.

Es el momento en el que comienzan a destacar las inversiones directas. Serán empre-sas británicas, francesas, alemanas y norteamericanas, desempeñando un nivel similar al de la deuda externa contratada en los mercados bursátiles. Las inversiones se concentrarán en transportes y producción, como ferrocarril, tranvías, minas, electricidad, etc. De nuevo serán los cinco países de mejor perfil exportador los más beneficiados (80% de la inversión británica).

El crecimiento argentino no tiene a penas comparación a nivel mundial. Pero hizo au-mentar la deuda externa a niveles peligrosos. Gobierno, provincias y ayuntamientos se endeu-daban de modo importante. Esto fue acusado en la crisis de 1890, con efectos desastrosos sobre el conjunto de su economía. Una aguda recesión, apuros en la hacienda pública y teso-rerías provinciales y municipales, y aumento de las quiebras.

Tras la crisis, volvió a comenzar el endeudamiento, especialmente entre 1904 y 1914. La deuda latinoamericana anterior a la Primera Guerra Mundial superaba los 2.000 millones de dólares. Mil eran de deuda acumulada. Acabada la guerra, la mayoría de países volvieron al endeudamiento, agudizado en la década de 1920, favorecido por el dinamismo de Nueva York. Es la conocida por “danza los millones”, que solo finalizó poco antes de la Gran Depresión. En la década de 1920 norteamérica invirtió 5.000 millones de dólares en la región, recayendo en cinco países las tres cuartas partes. Fueron Cuba, Argentina, Chile, México y Brasil.

La afluencia de capitales norteamericanos aumentó en la región caribeña tras la guerra con España de 1898, de forma paralela a la participación política. Los acuerdos de Bretón Woods en julio de 1944, de los que nacería el FMI, consagraron el dominio del dólar en el mer-cado internacional, en detrimento de la libra esterlina.

En el periodo de 1918 a 1920 se incrementó considerablemente la inversión directa desde Norteamérica en varios países de la zona, en especial Cuba, México y Chile. Así, entre 1924 y 1929 EEUU se consolidaba a la cabeza del préstamo a la zona, con 1.597 millones de

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dólares, mientras Gran Bretaña llegó a 528 millones. Entonces, algunas firmas, predecesoras de las grandes transnacionales, arribaron en la región. A diferencia de la mayoría de inversio-nes europeas, los capitales se centraron en actividades productivas, fabricando o armando productos.

México fue una excepción. Durante el profiriato se produjeron masivas inversiones nor-teamericanas. Con esos capitales, el régimen financió su programa modernizador, así como el desarrollo ferroviario y el relanzamiento de la minería de la plata en el norte. La agricultura de orientación exportadora sufrió un crecimiento espectacular. El Estado favoreció la inversión extranjera al negarse a mediar en los conflictos laborales.

Hasta la crisis de 1890 los bancos británicos no veían amenazados su predominio en las finanzas latinoamericanas exteriores. Los Rothschild fueron los banqueros casi oficiales de Brsil y Chile, los Baring Brothers de Argentina y Uruguay. A fines de siglo se comenzó a sentir amenazada la posición. Alemanes, norteamericanos y franceses comenzaron a controlar los créditos internacionales del gobierno mexicano desde 1888. Brasil, Argentina y Chile vieron aumentar la actividad de franceses, alemanes y españoles. La banca norteamericana se co-menzó a asentar coincidiendo con la Primera Guerra Mundial. Destacan el Nacional City Bank y la Banca Morgan.

Para Halpeín Donghi el relevo es también el final de la era del ferrocarril y el inicio de la expansión del automóvil. Era el final de una época de grandes cambios económicos y sociales en la zona.

Para financiar las necesarias inversiones en obras públicas, se emitía deuda pública, in-terna y externa. En ocasiones las obras se emprendían por inversores nacionales o extranje-ros. Así, se construyeron ferrocarriles, puertos, mejoraron caminos y puentes, el telégrafo.

Con el aumento de la población urbana llegó la demanda de nuevos servicios y el au-mento del consumo, en buena parte importado. En las ciudades más importantes se instaló el tranvía, sistemas de alumbrado público, desagües y cloacas; hospitales, escuelas.

Los ferrocarriles atrajeron a la inversión extranjera. Así se amplió la red argentina, que se inició en 1857, y tenía más de dieciséis mil kilómetros en 1.900 y más de treinta y tres mil en 1.913. Coexistieron, no solo en este país, los ferrocarriles de propiedad privada, mayoritaria-mente extranjera, con los estatales. Los puertos como el de Buenos Aires o el de La Plata-Ensenada, también construidos en esta época, se conectaron a la red ferroviaria, desempe-ñando un gran papel en las exportaciones.

3. Crecimiento urbano y expansión de los sectores medios Las principales ciudades latinoamericanas vieron como el crecimiento económico y el

aumento demográfico, además de la llegada masiva de inmigrantes a algunas ciudades reper-cutía sobre su aspecto y tamaño. Este crecimiento propició el desarrollo de algunos sectores medios, de buen nivel educativo y dispuestos a reclamar una mayor participación el la vida polí-tica, tanto local como nacional. Así, crecimiento urbano y demandas serán dos fenómenos de-cisivos.

En el crecimiento urbano hubo que contar con el rápido incremento de población, lo que motivó problemas en el área de servicios. Algunas ciudades comenzaron a demoler las viejas murallas coloniales, como Panamá en 1856. Especialmente en ciudades portuarias, uno de los problemas principales sería la presión sobre la vivienda en determinados periodos de tiempo. Así, Buenos Aires desarrolló los conventillos, viviendas donde los inquilinos se hacinaban en cuartos pequeños, como primera respuesta a este problema: en 1919 vivían así el 9,8% en esa ciudad. Con la llegada del transporte público y dado el menor coste de los terrenos, comenzó el desarrollo de urbanizaciones para obreros. Las familias tradicionales, asociadas durante siglos a grandes casonas rodeando la Plaza Mayor o calles adyacentes, comenzaron a reunirse en zonas residenciales según modelo europeo.

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El crecimiento urbano fue especialmente importante en Argentina, Chile, Cuba y Vene-zuela. Argentina pasó de un 37,4% en 1895 de población urbana, a un 42,7% en 1914 y un 62,5 en 1947. El ritmo fue de un 5,8% entre 1904 y 1909, la segunda de occidente, tras Ham-burgo y por encima de Nueva York. Chile alcanzó el 46,4% en 1920. Las ciudades más impor-tantes del país, una o dos, eran las que concentraban el cambio. Solía ser la capital y en casos concretos llegó a absorber hasta la mitad de la población. Buena parte de sus habitantes eran grupos de escasos recursos, con la incidencia urbana que conlleva. Estros grupos están vincu-lados al surgimiento de la izquierda. Montevideo es un caso excepcional, pues ya antes de 1908 concentraba más de un cuarto de población del país.

Hubo países donde el predominio siguió siendo rural, como Brasil o México. Contrastan los 350.000 habitantes de Sao Paulo en 1905 con la de Buenos Aires en 1918, 1,600.000. Otras ciudades de crecimiento considerable serán Bogotá, La Habana, México o Santiago de Chile.

Desde finales del s. XIX aparecerán movimientos políticos que busquen el respaldo de los sectores medios para disputar el poder a las oligarquías nacionales. El mensaje solía ser regeneracionista y de denuncia al fraude electoral. Muchos tenían un componente oligárquico importante, lo que restaría coherencia. Destacan el radicalismo argentino, la Unión Nacional peruana y el partido colorado de Uruguay. Tanto en política económica (apertura exportadora, librecambio) como en la cuestión social, coincidirían con los oligárquicos.

En paralelo a la incorporación de estos sectores medios a la política se desarrolló la concentración de actividades profesionales y de servicios en las ciudades más grandes. Hubo que crear los mecanismos para la participación; la entrada no supuso el reemplazo automático a las oligarquías en su predominio, entre otras cosas por su capacidad de influencia.

El modo de integración de los grupos medios siguió distintos modelos, incluso no eran ajenos a la violencia. Si el México es un caso extremo, la violencia política no fue ajena a paí-ses como Colombia. Los movimientos se enfrentaron a los sistemas políticos y electorales de desarrollo oligárquico, que cerraban el camino. Para romper el bloqueo algunos recurrieron al movimiento revolucionario, incluso en ocasiones con el apoyo militar, como en Argentina en 1890 o Asunción en 1904. Con las reformas electorales algunos partidos nuevos comenzaron a acudir regularmente a los comicios. Convocatorias regulares hubo a principios de siglo en paí-ses como Argentina o Chile, si bien otros países presenciaron gobiernos dictatoriales en oposi-ción al sistema democrático.

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Tema 26: Las transformaciones del fin de siglo

Presentación y objetivos. A partir de 1870, la consolidación de las oligarquías y el afianzamiento del Estado permitió la

estabilidad política en Iberoamérica a excepción de la guerra del Pacífico (1878–1883) ofreciendo un ambiente más seguro para la inversión de capitales extranjeros que el que había existido hasta en-tonces, siendo Iberoamérica mas atractiva para los inversionistas extranjeros que Asia, África o el Oriente Medio, lo que provocó un gran movimiento de capitales desde los mercados de Gran Bretaña, Francia, Alemania y Estados Unidos. Estas grandes transferencias de capitales se efectuaban a tra-vés de mecanismos de préstamos a los gobiernos, para una mejora importante en infraestructuras lo que supuso, en consecuencia, el crecimiento de su deuda externa.

Por otra parte, el crecimiento de las inversiones, la producción y el comercio trajo consigo el crecimiento de los ingresos de exportación y, por consiguiente la capacidad de importar, lo que permi-tió a los gobiernos de la zona la recaudación de recursos, tanto para inversiones gubernamentales como para gastos corrientes y, generó empleo, con lo que cada vez más capas de la población acep-taron los regímenes oligárquicos.

Durante el periodo comprendido entre 1820 y 1870, las economías europeas y la de EE.UU., brindaron oportunidades de crecimiento al permitir la integración de la región iberoa-mericana en la economía mundial, pero eso dislocó el comercio interregional por la menor pro-ducción artesanal, el fin de los talleres manufactureros u obrajes y el sistema de transportes interregionales. A cambio logró obtener préstamos en el extranjero.

A partir de 1870 la consolidación de las oligarquías y el afianzamiento del Estado permi-ten la estabilidad política, ofreciendo un ambiente más seguro para la inversión de capital ex-tranjero. En esta década Iberoamérica es más atractiva para los inversionistas extranjeros que Asia u Oriente Medio, lo que provocó un gran movimiento de capitales. Estas grandes transfe-rencias de capital se hacen por medio de préstamos a los gobiernos para mejora de infraes-tructuras, lo que condujo al crecimiento de su deuda externa. El crecimiento de las inversiones trajo consigo el crecimiento de los ingresos de exportación, y por consiguiente la capacidad de importar, lo que facilitó a los gobiernos la recaudación de recursos sin tener que recurrir al au-mento de los impuestos internos y generó empleo; esto tuvo como consecuencia que cada vez más capas de la población aceptaran los regímenes oligárquicos.

El motor del cambio producido entre 1870 y 1914 fue el crecimiento de la producción in-dustrial en los países del Atlántico Norte que determinaron la tasa de crecimiento de la deman-da de exportaciones procedentes de las economías periféricas. Las inversiones cubren varios sectores: préstamos a los gobiernos, inversiones directas en empresas dedicadas a servicios públicos y en empresas orientadas a la explotación de recursos mineros, agrícolas y ganade-ros. Los británicos invirtieron en Argentina, Brasil, México, Chile, Uruguay, Cuba y Perú. Fran-cia sobre todo en Brasil, Argentina y México; Alemania lo hace en Argentina y Brasil. Los cam-pos preferentes de inversión eran ferrocarriles, minas, banca, finanzas y empresas de servicios públicos.

EE.UU. comenzó a invertir en la década de los ochenta –308 millones de dólares en 1897, alcanzando los 1.609 en 1914-. Las minas de cobre y plomo de México, las plantaciones plataneras y de otros productos tropicales concentraron sus inversiones directas. Gran Bretaña y Francia fueron las primeras potencias que se instalaron en Iberoamérica, Alemania se incor-poró más tarde. Las inversiones europeas se diferenciaron de las norteamericanas al estar sus inversiones dedicadas a la infraestructura y en títulos del Estado. Sumas considerables de ca-

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pital eran transferidas al sector público, sirviendo para subvencionar inversiones del sector pri-vado; en definitiva las inversiones estaban más esparcidas por toda la región.

La creación de nuevos puertos, la instalación de luz, telégrafos, teléfonos y el ferrocarril supuso un cambio impresionante. El ferrocarril permitió un transporte más rápido y menos cos-toso que el terrestre y un gran ahorro en los envíos de mercancías. México, Argentina y Chile fueron las naciones que al terminar el siglo tenían las redes ferroviarias más extensas.

La entrada de capital internacional tuvo efectos beneficiosos en el ámbito de la tecnolo-gía, al introducir nuevos métodos en campos tan diversos como la minería o la ganadería o agricultura. A su vez se mejoró el mercado interno al revitalizar las pequeñas industrias.

1. La industrialización vinculada al sector exportador De este período se suele subrayar la imagen dicotómica de la industria iberoamerica-

na, dualidad debida a la creación de unidades de alta tecnología dedicadas al tratamiento de minerales y de algunos productos hortícolas, frente a la fabricación para el consumo nacional que se realizaba en pequeños talleres, intensivos en trabajo y con maquinaria muy primitiva que suministran alimentos, bebidas, vestidos. Pero esta imagen de dualidad económica es dis-cutible ya que también se desarrolla una industria nacional inducida por las exportaciones. La producción de aceites industriales, de maquinaria, de productos metálicos –utilizando hierro importado-, el mantenimiento y reparación de la maquinaria pesada hacen que el avance eco-nómico sea muy importante.

Si analizamos el desarrollo de la industria exportadora en los diferentes países de la zona, observamos como:

BRASIL fue la nación donde se produjo con mayor nitidez el desarrollo del capital na-cional, en principio concentrado en el sector exportador y luego en la expansión de las manu-facturas. Los facendeiros paulistas participaron en actividades de fabricación no subsidiarias a la industria del café. Los beneficios obtenidos con el café sirvieron para crear empresas na-cionales que abarcaban desde productos básicos hasta bienes de consumo. Estos facendeiros diversifican las inversiones, practicando un capitalismo racional, para obtener unos beneficios máximos de tal forma que, ante la inestabilidad del sector cafetero, fomentan el abandono del cultivo por el de productos básicos y de fabricación.

En MÉXICO es donde las exportaciones limitan su crecimiento industrial, motivado por que el crecimiento de las exportaciones no fomentó la expansión dinámica del mercado nacio-nal. Las exportaciones mexicanas se basaron en metales preciosos e industriales, controladas por capital británico y, posteriormente, por el americano. Entre finales del XIX y 1911, los sala-rios en México disminuyeron a la mitad. Este índice de pobreza está marcado por el modelo porfiriano que facilitaba la penetración extranjera y una asimetría en la distribución de la rique-za.

El resultado fue la pérdida de recursos y el incremento del coste de la subsistencia al destinar la tierra fértil a producir para la exportación, lo que provocó la insurrección de los indi-os yaquis y la confiscación de sus tierras. Todo ello hizo que la fabricación en México, que antes mostraba rasgos positivos, se estancara a finales del XIX, descendiendo a principios de 1907. Por ello, hizo falta la Revolución para que se produjera un cambio que elevara la produc-tividad e iniciara un nuevo ciclo que elevara la inversión.

Uno de los problemas más serios que sufrió la industria nacional en Iberoamérica fue que en momentos decisivos se desnacionalizaron sectores claves de la economía. El estado desnacionalizó empresas de servicios públicos que vendió a consorcios extranjeros; consorcios que ya estaban instalados en las economías porque comercializaron las exportaciones y ade-lantaron fondos al incipiente sector industrial. Un caso parecido al mexicano es el de Argentina y Perú.

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Tanto en Argentina como en Uruguay, y en menor medida en Brasil, el paso de la pro-ducción del tasajo y carne salada de baja calidad a las industrias cárnicas de tipo moderno dio como resultado la penetración del capital extranjero que acabó obteniendo la hegemonía. En ARGENTINA, durante la gran depresión de 1873, se formularon diversos proyectos para fo-mentar la participación nacional en el proceso de transformación de la lana en paño. Pero, al ser los mercados locales pequeños, no podía absorber nada más que una mínima parte del esquileo anual. Era por tanto este proteccionismo transitorio y sólo aplicado a momentos de perturbaciones exógenas y a volver a posiciones librecambistas cuanto el sector exterior era boyante.

PERÚ, a fines del XIX, vio su economía amenazada por el declive de la plata y el fin de la expansión azucarera. Ante los problemas que se plantearon en la explotación del Cerro de Pasco, con la subida del agua a las explotaciones y lo costoso de su drenaje, en 1903 entró capital norteamericano, creando la Cerro de Pasco Investment Company, lo que trajo consigo la pérdida por parte del capital nacional del control principal de los recursos del país, aunque compartiera sus beneficios. Esta situación fue similar en México, con la diferencia de que la economía mexicana qa más diversificada que la peruana.

A BOLIVIA le afectó también la depresión de 1890 con la caída del precio de la plata y salió de la crisis con la producción de estaño. Siguió con una economía dual, donde el campe-sinado apenas participaba de la modernización que se siguió con el proceso modernizador.

CHILE tuvo cambios profundos tras integrarse en la economía mundial. La industria del cobre se transformó a partir de 1880, debido a que el capital local no quiso, o no pudo, pasar de una forma de producción basada en el aprovechamiento rudimentario de minerales de cobre de alta calidad, empleando técnicas sencillas a otra forma que dependía del uso de la tecnolo-gía intensiva. Ambos requisitos eran necesarios para extraer cobre de minerales de baja cali-dad. El resultado fue el crecimiento rápido del tamaño de la empresa y la desnacionalización de la industria. Similar fue lo ocurrido con la extracción de nitratos.

El sector minero fue controlado en principio por los británicos y, a partir de 1910, por los norteamericanos. La política económica de Balmaceda, basada en el aumento de los impues-tos sobre los nitratos para financiar la infraestructura urbana y crear un banco nacional, llevó a una guerra civil, 1891; apoyado por el ejército y enfrentándose a la marina que apoyaba a la oposición. Balmaceda fue derrotado, pero la crisis del sector obligó al nuevo gobierno a recurrir a una política monetaria expansionista y al aumento de los aranceles. El Estado pasó a des-empeñar un papel destacado en el mercado de capitales con una política intervencionista. Así, la fabricación nacional creció cuatro veces más rápidamente que el sector exportador.

En conclusión, la industrialización de la región iberoamericana fue posible debido al sec-tor exportador que permitió dotar de la infraestructura necesaria a las naciones de la región. Las medidas proteccionistas y los cambios de aranceles lograron consolidar la fabricación na-cional, sin olvidar, por otra parte, que los inmigrantes motivados por el expansionismo econó-mico se asentaron en los diferentes países aumentaron la mano de obra.

2. Surgimiento de la Clase Obrera Aunque la población iberoamericana era principalmente rural, el proletariado urbano

tomó fuerza en toda la región en el periodo desde 1880 a 1930, teniendo profundas diferen-cias al proletariado europeo y norteamericano. Los trabajadores ajenos al sector exportador estaban dispersos en pequeñas empresas y fue común al área que el primer movimiento labo-ral fuera formado por los artesanos: impresores, panaderos y obreros del textil y de la cons-trucción. Fueron los inmigrantes europeos los que formaron mayoría entre los trabajadores, sobre todo españoles, italianos y portugueses.

Aunque algunos obreros tenían experiencia política lo que realmente les hizo tomar con-ciencia a la clase obrera fueron las pésimas condiciones de vida que soportaban –tanto en las

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ciudades como en las zonas rurales. En las zonas mineras y fabriles a los trabajadores que causaban problemas se les expulsaba de las viviendas cedidas por la empresa para intimidar-los; se les cobraba, en los economatos, precios exorbitantes por sus víveres y debían trabajar entre 12 y 16 horas diarias, con salarios mínimos. Por sectores, el obrero no industrial tenía menos fuerza que el industrial exportador, debido a la segmentación y al escaso número de trabajadores; los empleados en ferrocarriles y los mineros tenían más dado que, si se ponían en huelga, podían paralizar el país pudiendo negociar con el Estado mejores condiciones. El Estado, vinculado al sector exportador, era defensor del capital extranjero por lo que reprima al sector obrero, pudiendo llegar a la violencia extrema como el caso de la matanza de Iquique (1907) en Chile.

A pesar de la poca fuerza del movimiento obrero y de su brutal represión, el crecimiento de las ciudades por la inmigración interna y externa y los cambios sociales y económicos, pro-dujo la formación de movimientos laborales, principalmente en México y Argentina, donde cua-jaron las tendencias anarquistas y socialistas.

Ante el avance del movimiento obrero, los gobiernos toman medidas muy enérgicas contra el movimiento obrero y cerraron las centrales sindicales, saquearon los periódicos, prohibieron manifestaciones y encarcelaron a sus líderes. Para los “agitadores extranjeros” dictaron leyes de residencia muy estrictas.

La única excepción al movimiento represivo fue el Uruguay de José Batlle (1903–1907 y 1911–1915) que aprobó el primer Ministerio de Trabajo del continente, regulando el derecho de huelga, la jornada laboral de ocho horas, los salarios mínimos, la pensión de vejez y la indem-nización por accidentes laborales. Hasta 1930 los gobiernos de la zona no reglamentaron las relaciones capital-trabajo.

3. Los movimientos sindicales. La aparición de la izquierda Las ideologías socialista y anarquista, llegan con los inmigrantes europeos tras la

Revolución de 1848 y con los refugiados socialistas y anarquistas después de la Comuna de París (1871). Antes de 1848 se fundó en Argentina la “Asociación de Mayo” (1835); el chileno Francisco Bilbao creó, en 1850, “La sociedad de la Igualdad”, que fue la base de distintos movimientos cooperativistas y mutualistas. En Cuba, entre 1868 y 1878, aparecen los primeros grupos anarquistas encabezados por españoles formándose el primer sindicato de la industria tabaquera.

En MÉXICO, en 1872, se estableció "El gran círculo de obreros de México" con la publicación de un periódico, “El Socialista”, y se celebró un Congreso Obrero Mexicano (1876). Dos años más tarde se fundó la Liga Bakuninista. Los sindicatos y los grupos anarquistas fueron perseguidos por Porfirio Díaz, siendo sus seguidores los artesanos y los obreros fabri-les; su mensaje, por el contrario, no llegó a ni a los mineros ni a los obreros agrícolas. Preci-samente, un obstáculo para el desarrollo de los movimientos obreros en México era la des-igualdad existente entre el proletariado industrial y el campesinado, siendo los primeros la élite cuando la necesidad mexicana era la reforma agraria. En 1906 los hermanos Flores Magón publicaron un manifiesto constituyendo un “Partido Liberal” para unir a los grupos de izquierda en torno a un programa común: derrocar a la dictadura, abolir el poder de la Iglesia, jornada de ocho horas, igualdad de salarios entre nacionales y extranjeros, etc. Este manifiesto tuvo efec-tos considerables, enfrentándose la dictadura a la huelga del textil de Río Blanco, a las huelgas de las minas de propiedad norteamericana de Canama y a la rebelión campesina de Zapata. La Revolución mexicana estaba en marcha.

CHILE contaba, desde 1890, movimientos sindicales y sociedades mutualistas; en 1886 se creó el primer partido socialista, el Partido Demócrata, dirigido por Rafael Allende. Moviliza-ron a los mineros del salitre en 1890 y, a partir de 1900, a los tranviarios y portuarios de San-tiago. En 1910, tras la huelga general de Santiago, se fundó la Federación Obrera Chilena

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(FOCH) que cubría todas las áreas industriales, a los obreros portuarios y a las antiguas socie-dades de beneficencia. Su principal figura fue Luis Emilio Recabarren, director del periódico La Reforma. El Partido Demócrata ingresó en la Internacional Socialista, jugando Recabarren un papel fundamental en el movimiento del Frente Popular. La FOCH fue la principal organización sindical hasta los años veinte, cuando, después de ingresar en la Internacional Comunista, se desintegró.

En ARGENTINA los inmigrantes europeos participaron en la formación de grupos socia-listas y anarquistas, organizándose generalmente por separado. Así, el francés Emile Dumas fundó en 1872 en Buenos Aires “El Trabajador”. El primer grupo marxista de América Latina fue el club Vorwärts, de Buenos Aires, fundado en 1882 por los inmigrantes alemanes también. En 1878 se creó el primer sindicato de tipógrafos, dando paso a sindicatos de otros oficios. En 1879 los anarquistas establecieron un Círculo Socialista Internacional, reforzado por las visi-tas de Malatesta por aquellos años. Entre fuertes disputas entre socialistas y anarquistas iba tomando forma el movimiento obrero argentino. Finalmente todos los grupos socialistas se unieron para formar el Partido Socialista Internacional (1894) que desde 1895 se denominó Partido Socialista Obrero Argentino, incorporándose a la Segunda Internacional.

En 1901, bajo la dirección anarco-sindicalista5, nació la Federación Obrera Regional Argentina (FORA). En 1902 se creó la rival “Unión General de Trabajadores" (UGT), que estrechó sus relaciones con el Partido Socialista. El Gobierno redactó una Ley antihuelga al ser éstas cada vez mas generalizadas y, ante la demostración de fuerza sindical, tuvo que retirarla. La Primera Guerra Mundial y el hundimiento de la Segunda Internacional condujeron a la esci-sión del Partido Socialista en 1917, fundando su ala izquierda el Partido Comunista de Argenti-na.

En BRASIL el esclavismo duró hasta 1888 y los movimientos sociales lo eran principal-mente de emancipación. A principios del siglo XX, se empezó a organizar un movimiento de izquierda sobre todo donde había inmigrantes blancos que publicaron diferentes periódicos como el italiano Avanti o el alemán Vorwaerts. En Río de Janeiro dominaban los anarquistas que se organizaron en la Unión Sociocrática. En 1916 se fundó el Partido Socialista Brasile-ño, que duró los cuatro años de la Primera Guerra Mundial.

En BOLIVIA se fundó un Centro Social Obrero, en 1906, desde donde se organizaron grandes manifestaciones para la petición de la jornada laboral de ocho horas. De aquí surgió la Federación Obrera Internacional, más tarde Federación Obrera del Trabajo que se desarrolla-ría a partir de 1915.

En CUBA, tras la primera revolución nacionalista contra España (1868–1878) no surge un nuevo movimiento hasta 1890, cuando José Martí forma una liga de exiliados en Nueva Cork; esta liga se convertiría en el Partido Revolucionario Cubano (1892) cuyo periódico fue Patria. Martí, junto a Máximo Gómez y Antonio Macero, desembarcó en Cuba con una pequeña fuerza muriendo en una escaramuza. José Martí era un nacionalista revolucionario radical, descansando su postura en la igualdad racial. Fue un opositor del colonialismo, rechazando el programa de los autonomistas deseosos de escapar de la opresión española para ponerla bajo la opresión de Estados Unidos. Abogaba por la fundación de un movimiento revolucionario de las clases trabajadoras, uniéndose con la clase media, y por una legislación social avanzada.

4. Socialismo y Anarquismo La mayoría de las variantes del socialismo utópico encontraron eco en Iberoamérica a

partir de 1840. Los anarquistas ejercieron su influencia en todos los países de la región, aun-

5 Los anarquistas, después de la fundación de la Federación de los Trabajadores de la región Argentina, se dividieron entre los “puros”, a los que no les interesaba la organización de masas, y los “anarco-sindicalistas”, que deseaban la formación de un sindicato revolucionario.

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que diferían entre ellos. Serán los anarco-sindicalistas los que, a fines del siglo XIX, adquie-ran mayor auge entre el movimiento obrero, atacando de reformistas a los socialistas y predi-cando la acción directa y la no participación en las elecciones para no fortalecer el orden capi-talista, ya que su fin era acabar con el Estado.

El socialismo, salvo excepciones, avanzó relativamente poco debido a que el tamaño y composición de las clases trabajadoras, además de la naturaleza del Estado, no eran un buen terreno para las estrategias socialdemócratas, basadas en la participación electoral. El Partido Socialista Argentino (1896) siguió una política de reformismo parlamentario muy moderado no estando unido en la lucha con UGT. El Partido Obrero Socialista Chileno (POS) (1912) fue me-nos reformista que el argentino y tuvo mayor apoyo de las clases trabajadoras. En general y a excepción de Argentina y Uruguay, los partidos políticos no tuvieron fuerza en el movi-miento obrero, siendo poco importante hasta 1917. La forma de organización preferida por la clase trabajadora era el Sindicato profesional local, aunque pasado el tiempo se forma-ron los sindicatos industriales. El arma mas eficaz y utilizada era la huelga, para defenderse de los patronos y del estado, motivada casi siempre por problemas salariales. También utilizaban el boicot y el sabotaje.

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Tema 27: Los problemas fronterizos y la expansión territorial

Presentación y objetivos. Una vez alcanzada la independencia, los nuevos estados americanos tuvieron que hacer frente

a dos problemas: la fijación de fronteras y la ocupación del territorio que éstos determinan.

Los problemas heredados de la época colonial eran dos: la deficiente delimitación entre las diversas unidades administrativas españolas (virreinatos, Capitanías, Intendencias, etc.) tomadas como referente para llevar a cabo los tratados fronterizos y la débil demografía agravada por la irregu-lar repartición de la población, concentrada sobre todo en las capitales de las distintas unidades.

A partir de la década de 1830 se intentará, por métodos diferentes, solucionar los problemas, aunque todavía permanecen algunos abiertos y sin solucionar.

Los nuevos países independientes se encontraron con dos problemas: fijación de sus

fronteras y ocupación del territorio. Estos eran problemas derivados de la deficiente delimita-ción del territorio en época colonial y de la débil demografía, estando la población además con-centrada en las ciudades. Se intentaron solucionar a partir de 1830, pero algunos de estos con-flictos han persistido hasta hoy día.

1. La Conformación del nuevo Mapa Americano.

A pesar de los deseos unitarios de algunos independentistas como Bolívar, la fragmen-tación fue inevitable por:

– La propia dinámica de las guerras de emancipación. – Los distintos proyectos nacionales de las elites regionales. – La gran extensión del territorio – La falta de integración política y económica de los distintos territorios. – Inexistencia de identidad a nivel continental y si regional e incluso urbana.

Los procesos independentistas fueron generados por las unidades gubernativas colo-niales, sobre todo audiencias. Dieron lugar a países independientes:

– La capitanía general de Guatemala (Virreinato de Nueva España) → Centro Améri-ca. Tras su desarticulación aparecen Costa Rica, Nicaragua, Honduras, El Salvador y Guatemala.

– La capitanía general de Venezuela (Virreinato de Nueva Granada) – La capitanía general de Chile (Virreinato de Perú) – La presidencia de Quito (Virreinato de Nueva Granada) → Ecuador – La presidencia de Charcas (Virreinato de Perú y luego del Río de la Plata) → Bolivia

Nueva Galicia y Cuzco, en cambio, quedaron integrados en México y Perú respectiva-mente. Dos territorios sin audiencia, Paraguay y Uruguay, lograron también su independencia por su enfrentamiento con Buenos Aires. La República Dominicana se independizó de Haití. Las capitales virreinales dieron lugar a México, Colombia (Bogotá), Perú (Lima) y Argentina (Buenos Aires).

Quedaron extensos territorios de soberanía indefinida y amplias zonas ocupadas por in-dios con organización y vida independiente de la de los nuevos estados (Amazonas, Patagonia y Nueva Galicia sobre todo). Las divisiones coloniales eran artificiales y dividían comunidades

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étnicas homogéneas. Pese a ello, no se usaron los accidentes geográficos como delimitantes y se intentaron solventar numerosos desacuerdos por las armas. El poderío militar fue así deter-minante (EE.UU., Brasil y Chile han sido los estados que más territorio han incorporado desde su independencia).

2. La pérdida territorial mexicana Cuando se independizó México era el estado más extenso, poblado y rico de América.

Pero la inestabilidad que siguió al cambio de régimen tuvo un efecto directo en su integridad territorial.

El imperio de Iturbide fue derrocado e instaurada una constitución federal (1824) fuer-temente influenciada por los Estados Unidos. Los 19 estados de que se componía recibían una amplia independencia económica y elección propia de gobernadores. Con la nueva constitución Centro América se separó de la república mexicana.

Santa Anna suspendió esta constitución federal, sustituyendo los estados por departa-mentos y designando directamente los gobernadores. Se obligó asimismo a los departamentos a contribuir al sostenimiento del gobierno central. Esto provocó la rebelión de los más ricos: Yucatán, Zacatecas y Texas (región de Coahuila en aquel momento). Estos enfrentamientos centralistas-federales fueron comunes en toda América. La intervención de Estados Unidos internacionalizó el conflicto.

Santa Anna reprimió la rebelión de Zacatecas. En Texas dominó San Antonio, pero si-guió hallando mayor resistencia. Los tejanos, con buen número de colonos anglosajones, pro-clamaron la independencia y derrotaron a Santa Anna, que fue obligado a reconocer la Repú-blica de Texas, en la batalla de San Jacinto. Una vez en libertad repudió el acuerdo pero no pudo reconquistar la zona. La secesión de Yucatán tampoco pudo ser sofocada durante una década. Los enfrentamientos entre liberales y conservadores fueron la principal causa.

La decadencia económica y la inestabilidad política, junto a la pretensión expansionista de EE.UU. le llevaron a un enfrentamiento con México cuando se aceptó la entrada de Texas en la Unión (1845). EEUU presionó a México para el reconocimiento por parte de México de la situación y para delimitar las fronteras hasta los ríos Grande y Bravo, así como para la venta de California. La guerra estalló y México no estuvo preparado para la misma. En abril de 1946 EEUU ocupó los territorios que pretendía e incluso llegaron a Monterrey. Los enfrentamientos internos en México facilitaron la tarea de los EEUU, cuyos soldados llegaron a desembarcar en Veracruz y a ocupar Puebla y Ciudad de México. El nuevo gobierno mexicano tuvo que firmar el Tratado de Paz Guadalupe-Hidalgo (1848). EE.UU. obtuvo Texas, Nuevo México, California y el espacio deshabitado entre ellos (Arizona, Utah, Nevada, oeste de Colorado y Sur de Wyo-ming) a cambio de una indemnización de 15 millones de dólares. Así México perdía casi la mi-tad de su extensión en el momento de su independencia.

México estaba inmerso en una verdadera guerra civil: – Tribus indias, desplazadas de sus territorios por los estadounidenses invadieron las

provincias del N. – Bandas armadas de fugitivos y desertores practicando el bandidaje en el centro. – En Sierra Gorda se organizaba una rebelión india.

En cuanto a problemas fronterizos el problema más grave se dio en Yucatán. Esta zona era independiente de facto desde 1834. Pero los hacendados no cumplieron sus promesas ante las colectividades mayas (incluso ocuparon zonas de cultivo indígena para poner en mar-cha plantaciones para exportación) y perdieron su apoyo para la independencia. En 1847 esta-lló la llamada guerra de castas. Los mayas arrasaron las plantaciones de explotación cultivadas en sus antiguas tierras y redujeron a la población blanca. Ante la situación y el rechazo a su petición de incorporación a la Unión, Yucatán pidió de nuevo ser admitido en la federación

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mexicana. Con la ayuda del ejército federal se contuvo el levantamiento maya. Sus componen-tes fueron reducidos a zonas selváticas.

México sufrió otro recorte territorial con la venta del el sur del actual estado de Arizona por parte de Santa Anna. Este necesitaba recursos para sostener el levantamiento liberal.

3. La fragmentación centroamericana Se independizó de México tras la caída de Iturbide, constituyéndose en república fede-

ral como Provincias Unidas de Centroamérica (1824). Sobrevivió nominalmente hasta 1842, aunque desde finales de los veinte se había detenido la integración y el gobierno central nunca ejercitó como tal.

Una de las principales razones fue la poca población y su reparto irregular. Pero la ra-zón principal fue posiblemente la estructura social heredada de la colonia. La riqueza (tierras) estaba concentrada en pocas y poderosas familias de ámbito regional. Estas familias detenta-ban el control de la burocracia y ejercían la política. Pero no existía una política económica con-junta. El gobierno era muy débil y cuando intento imponer su influencia, crear un ejército federal y recaudar tributos, estallaron las revueltas:

– Liberales contra conservadores. – Federalistas contra centralistas. – Provincias entre si.

La guerra acabó con la derrota de conservadores, centralistas y guatemaltecos. Se nombró un presidente hondureño y se trasladó la capital federal a San Salvador, pero el poder federal no se pudo restablecer. Cada provincia practicaba su propia política (liberalismo doctri-nario: defensa del libre comercio y anticlericalismo). Cuando Morazán intentó coordinar los pro-gramas de cada provincia, se produjeron nuevas revueltas (1838) y Honduras, Nicaragua y Costa Rica anunciaron su separación de la federación, seguidas en 1839 por Guatemala.

Hubo intentos de rehacer la unión: la Convención de Chinandega (1842), los Pactos de Nacaone (1843) y Tratado de León (1849). Con este último se concertó la unión de Nicaragua, Honduras y El Salvador, aunque no tuvo éxito por presiones diplomáticas británicas.

4. La ruptura de la gran Colombia

Desde 1821 (constitución de Cucutá), Bolívar puso los cimientos de un gran estado americano con la creación de Colombia (Venezuela, Nueva Granada y Quito), reunido por un sistema centralista y conservador que dividía las 3 unidades en departamentos. El nuevo esta-do fue reconocido rápidamente a nivel internacional. Tras victorias militares sobre los realistas prosiguió con su intento de crear un gran estado en la América hispana al crear la Confedera-ción de los Andes (Colombia, Perú y Bolivia) en 1826.

Pero en Colombia el régimen centralista de Bogotá encontró la oposición de las demás regiones, sobre todo de Venezuela. En la práctica, el departamento más discriminado (política y económicamente) era Ecuador. José Antonio Páez (jefe llanero que luchó contra los realis-tas) comandaba el departamento de Venezuela y, al ser depuesto, se rebeló y amenazó con independizar Venezuela. Este problema, la disputa entre federalistas y centralistas y el agra-vante de la guerra con Perú (por límites fronterizos) movieron a Bolívar a instaurar una dictadu-ra en 1828. El resultado fue un mayor distanciamiento de los departamentos, revueltas en la propia Bogotá e incluso un intento de asesinato de Bolívar, al pensarse que pretendía un retor-no al régimen monárquico. Venezuela anunció su separación y, en 1830, un congreso Consti-tuyente eligió a Páez como presidente de la república y jefe supremo del ejército. Quito se reti-ró de la unión, meses después. Su primer presidente fue Juan José Flores, militar venezolano elevado por las guerras de independencia. Se rodeó de ministros y mandos militares venezola-nos.

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En Nueva Granada, una vez desaparecido Bolívar, las fuerzas federales acapararon el poder. Un gobierno civil promulgó una Constitución (1832) por la que se asumía la soberanía de Nueva Granada. Su presidente fue Francisco de Paula Santander. Nueva Granada-Colombia, no sufrió otra modificación fronteriza hasta la independencia de Panamá. Más tarde y como término a un conflicto con Brasil, en 1859, Venezuela llegó a un acuerdo por el que perdía una importante extensión de selva al sur del país que reduciría a la 1/2 su frontera con la Guayana británica (1905).

5. Conflictos fronterizos entre Perú, Bolivia Y Chile Los antibolivaristas peruanos provocaron la caída del general Andrés de Santa Cruz,

puesto por Bolívar al frente de país. De regreso a Bolivia consiguió la presidencia (1829) y tra-bajó para unir los dos países en una confederación gracias al apoyo de los caudillos del sur del Perú (donde había dejado una importante red clientelar). El proyecto tuvo amplia oposición tan-to en Perú como en Bolivia, aunque la principal provino de Chile y Argentina, que le declararon la guerra. Argentina quería mantener su prestigio y economía en la zona, mientras que Chile temía por su integridad territorial y por la disminución del comercio por el puerto de Valparaíso. Santa Cruz, que careció del apoyo interno necesario, fue derrotado en el enfrentamiento (1839) y Perú y Bolivia retomaron su soberanía. Chile creció en su poderío terrestre y marítimo.

En 1864 el general Mariano Melgarejo instauró una dictadura militar en Bolivia. Careció de programa político y de todo respeto por la oposición y se caracterizó por la megalomanía de Melgarejo. Las disputas fronterizas no le interesaron y ante Brasil renunció (1867) a los territo-rios en disputa en la cuenca del Amazonas, parte de la zona rica cauchera de Acre, con lo que Bolivia perdía el acceso al Atlántico por el Amazonas. El acuerdo se ratificó y amplio en 1904 mediante el tratado de Petrópolis.

Otra cesión semejante con Chile acabó en la guerra del Pacifico. El origen del conflicto se sitúa en la instalación de una compañía chilena en la región costera boliviana de Atacama. La emigración chilena a la zona llegó a hacerla predominante. Por el tratado de la Medianería (1876) se fijaba la frontera en el paralelo 24º Sur, creando una zona común entre el 23º y el 25º. A cambio, el Estado boliviano se comprometía a la exención de tributos durante 25 años a la compañía extractora anglo-chilena. Pero a los dos años se le exigió el pago de impuestos bajo la amenaza de confiscación. Al acudir el ejército chileno y tomar Antofagasta Perú acudió en ayuda de Bolivia en virtud de un tratado secreto de defensa mutua. Surgió la guerra y Chile derrotó a Perú y Bolivia y en 1881 entró en Lima. Por el tratado de paz de Ancón (1883) Chile consiguió de Perú las provincias de gran producción de salitres de Tarapacá, Tacna y Arica. De Bolivia incorporó toda su franja costera y la región de Atacama, rica en salitre y cobre.

Tras la guerra, en Chile la aristocracia terrateniente perdió la primacía en favor de los nuevos sectores mineros y los vinculados a la banca y al comercio internacional. A partir de entonces, la economía de Chile se centró en las industrias del nitrato y el cobre. En Perú la perdida de la guerra hizo estallar una guerra civil que terminó con la formación del gobierno dictatorial de Nicolás Piérola. Durante su mandato se diversificó su comercio internacional.

6. Paraguay contra la Triple Alianza El régimen de Solano López abrió al exterior Paraguay (previamente aislado desde su

independencia) hasta conseguir hacer del país una potencia a considerar en la región del Plata. López procuró incentivar el comercio con los países del área y de la zona.

Pero el equilibrio regional saltó cuando en Uruguay el caudillo colorado Venancio Flores preparó un golpe de estado con apoyo argentino y brasileño. Paraguay se puso de lado del presidente legítimo (Berro) por temor a que el gobierno de Flores fuese dirigido desde Argenti-na y Brasil. Estos países y el nuevo gobierno uruguayo concertaron el tratado de la Triple Alianza por la que se declaraba la guerra a Paraguay con el objetivo de derrocar la dictadura y

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asegurar la libre navegación fluvial. Aún así, había cláusulas secretas que determinaban el re-parto parcial del territorio paraguayo. La campaña se prolongó durante 5 años, con apoyo es-caso en el interior de los países aislados y una defensa extrema de los paraguayos. Estos fue-ron derrotados, con consecuencias desastrosas. Murió la mitad de la población del país, que-daron destruidas las infraestructuras y el campo, las minas y la ganadería arrasados por el pa-so de los ejércitos. Hubo disputas entre los aliados por la repartición. Finalmente Brasil tomó toda la región al este y norte del Paraná, mientras Argentina hizo suyo todo el sur del Chaco Boreal y la región de Misiones.

7. El Canal Interoceánico Dos potencias se disputaron el control del comercio en Centroamérica: Gran Bretaña y

EE.UU. (que quería unir sus dos costas oceánicas). Gran Bretaña contaba como aliados inte-riores con los indios misquitos y pretendió declarar independientes estos territorios como Reino de Mosquitia.

Protestaron Nicaragua y EE.UU. Esta potencia consiguió así permiso de Nicaragua para construir un canal para unir ambos océanos. Pero el canal nicaragüense no llegó a realizarse y el paso por ríos y caminos fue superado con la construcción en la región colombiana de Pana-má de un ferrocarril.

De ahí surgió la idea del canal de Panamá. Pero este no era posible debido a un tratado (Bidlock-Mallarino, 1846) que garantizaba la integridad de Colombia y posibilitaba el libre tránsi-to por el istmo impidiendo construir fortalezas defensivas en manos extranjeras. Además, el tratado Clayton-Bulwer (1850) subordinaba de facto garantizaba la hegemonía británica en la zona. EE.UU. no era aún tan influyente en la zona, por lo que Fernando Lesseps comenzó la construcción del canal con capital franco-británico y bajo la soberanía de Colombia en 1879.

Pero 1898 fue un año decisivo. Estados Unidos se fortaleció como potencia internacio-nal e incorporó nuevos territorios a la Unión. Las negociaciones con Gran Bretaña les llevaron además a los acuerdos de Hay-Paunceforte (1900 y 1901) que evitaba cualquier subordinación de la política exterior estadounidense. También se entró en conversaciones con Colombia y, por el tratado de Hay-Herran (1903), recibía por 99 años una franja de 6 millas entre ambos océanos contra el pago de 10 millones de dólares y 1/4 de millón anual de alquiler. El acuerdo tuvo una fuerte oposición en sectores colombianos y aprovechando esto, Theodor Roosevelt, aprovechando las ambiciones de la oligarquía panameña, provocó el estallido de una revuelta en Panamá e impidió que las tropas colombianas sofocaran la misma.

Tres días después de producirse el alzamiento (3 de noviembre de 1903), el nuevo es-tado panameño y su gobierno eran reconocidos por Washington. Se llegó a otro tratado (Hay-Bunau-Varilla), sin intervención panameña, por el que la franja variaba a 10 millas con derecho a establecer fortificaciones y se hacía la concesión a perpetuidad, concediéndose a EE.UU. la soberanía del territorio sobre el que se construiría el canal. A cambio, la Unión se comprometía a defender a Panamá de cualquier agresión, pero También se arrogaba la posibilidad de inter-venir en los asuntos internos panameños. Así, Panamá era de facto un protectorado estadou-nidense.

8. La Guerra del Chaco

Bolivia había perdido su salida al mar en la guerra del Pacífico. Así pues, buscó la aper-tura hacia el Atlántico, lo que le creó un conflicto con Brasil por las regiones productoras de caucho. Se firmó la paz con el tratado de Petrópolis (1903) con lo que Bolivia perdía la región de Acre.

Mientras, Bolivia y Paraguay seguían disputando por su frontera en el Chaco. La tensión subió desde 1926 hasta que se declararon la guerra en 1932. Las causas fueron varias: el go-

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bierno boliviano pretendió aprovechar el descontento popular ante la crisis económica, reforzar el nacionalismo y encontrar un acceso al Atlántico a través del rió Paraguay. Además había esperanzas de encontrar yacimientos petrolíferos en la zona del conflicto.

Fuerzas bolivianas entraron en Paraguay, pero el avance se detuvo debido al gran nú-mero de bajas y a la impopularidad de la guerra en Bolivia. En la contraofensiva los paraguayos obtuvieron una victoria importante en Boquerón y la situación se mantuvo en forma de alto el fuego con diversos altercados. Con la intermediación de las cancillerías americanas se llegó a la firma del tratado de paz con una mínima traslación de fronteras a favor de Paraguay en 1938. Para Bolivia fue desastroso pues el gobierno fracasó y además fue evidente la extensa corrupción y la ineptitud de las elites gobernantes en Bolivia. Esto unido a las importantísimas bajas humanas generó una grave crisis. Se produjeron enfrentamientos entre programas re-formistas e intentos revolucionarios.

El último gran conflicto fronterizo en América se dio entre Ecuador y Perú, llegando a una guerra abierta en 1941 que terminó con un tratado fronterizo en 1942. Por él, Perú consi-gue 174.000 Km2 del territorio ecuatoriano. Ambos países otorgaron en esa época facilidades a los EE.UU. para que establecieran bases militares. El conflicto se reanudó en 1952. En 1992 Perú abrió negociaciones para resolver el conflicto ofreciendo facilidades de transporte y explo-tación.

Otro conflicto que dura todo el siglo XX, pero que nunca ha llegado a las armas, es el conflicto de Chile y Argentina por el canal de Beagle. La demarcación fronteriza se hizo posible por laudo papal cuando la tensión aumentó a principios de los ochenta.

9. El crecimiento brasileño Brasil ya había traspasado ampliamente sus fronteras originales (tratado de Tordesillas)

cuando se independizó. Principalmente se amplió el dominio territorial en la cuenca del Ama-zonas. En conjunto, el Brasil imperial tenía unos 5 millones de Km2 y una población de entre 4 y 5 millones de habitantes, la mitad de la cual estaba concentrada en la zona costera.

La defensa de sus fronteras, incluso mediante la expansión territorial a costa de sus ve-cinos, fue constante. En principio, Brasil pretendió controlar Uruguay (a la que llamó provincia Cisplatina). Aunque no lo consiguió, si obtuvo buena parte de su territorio. Del Paraguay inde-pendiente se anexionó la parte este y norte del Paraná tras la guerra de la Triple Alianza. Con Bolivia la lucha se dio por el control de la provincia cauchera de Acre. Los territorios peruanos de la cuenca del Alta Juma también pasaron a su poder, así como una gran extensión selvática del sur de Venezuela.

Esta gran extensión fronteriza tuvo lugar a fines del S. XIX y principios del XX y estuvo asociada a esfuerzos de colonización de territorios deshabitados o conflictivos. Su principal ideólogo fue José Maria da Silva Paranhos Filho. Logró diversos acuerdos (como el de Petró-polis en 1903) de reconocimiento de las nuevas fronteras por parte de sus vecinos.

10. Antártida: La última frontera Las reservas de materias primas que se supone posee la Antártida ha sido codiciada

por numerosos países. Las estaciones técnico-militares se están multiplicando hasta hacer pe-ligrar el ecosistema antártico.

Aunque no existen soberanías conocidas, existe una división en porciones entre los países interesados. En Argentina y Chile el tema tiene seguimiento por parte de la opinión pú-blica. Otro tema con seguimiento por la opinión pública argentina es el de la soberanía de las islas Malvinas (o Falklands) y otras islas y estrechos interoceánicos en el Atlántico sur.

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Tema 28: Las primeras grandes convulsiones

Presentación y objetivos. Durante la mayor parte del siglo XIX se dio en los nuevos estados hispanoamericanos un pro-

ceso de fortalecimiento de las oligarquías terratenientes. Hasta las últimas décadas del siglo no se produjeron cambios sociales profundos y la política se caracterizaba por un sistema bipartidista, que permitía a las élites (aristocracia de la tierra, burócratas y profesionales liberales) disfrutar del poder. Pese a sus limitaciones (fraude electoral, restricciones de voto) las elecciones servían para legitimar a aquellos gobiernos surgidos de las urnas.

A finales de siglo, una serie de cambios hizo variar sustancialmente el panorama en estos países: el crecimiento de las economías exportadoras, nuevas pautas en la distribución de la riqueza, lo que condujo a un crecimiento de la media de base académica, burocrática y comercial; inmigración europea (especialmente latina); creciente crecimiento demográfico, sobre todo en las urbes capitali-nas y la aparición de la clase obrera con sus organizaciones políticas y gremiales.

La oligarquía y los gobiernos que la apoyaban reaccionaron de forma distinta. En los países donde el peso específico de la clase media era importante (Chile, Argentina y Uruguay) las reformas electorales permitieron la ampliación del sufragio y la incorporación de nuevos grupos como electores; donde la clase media fue superada por el campesinado sin tierras (México) la transformación fue más problemática, sin olvidar la influencia de la revolución rusa en los sectores obreros y su rechazo en los sectores oligárquicos, lo que se tradujo en una fuerte represión a toda articulación obrera sospe-chosa de revolucionaria.

A finales del siglo XIX se inician una serie de cambios en América con un sistema bi-

partidista, se crea la clase media.... Estos acontecimientos se reflejaron en la sociedad argenti-na, chilena y uruguaya. Contrariamente, en México el campesinado sin tierra superó a la clase media ya que simpatizaban con los acontecimientos soviéticos.

1. La Revolución Mexicana Periodo de la historia de México comprendido entre la caída de la dictadura de Porfirio

Díaz en 1910 y el ascenso al poder de la burguesía, tras superar los intentos de revolución so-cial protagonizados por los campesinos dirigidos por Emiliano Zapata, asesinado en 1919.

El punto de partida del proceso revolucionario fueron las declaraciones realizadas por el presidente Díaz al periodista estadounidense Creelman en 1908, en las que afirmaba que el pueblo mexicano ya estaba maduro para la democracia y que él no deseaba continuar en el poder. Comenzó en el país una intensa actividad política y ese mismo año apareció el libro La sucesión presidencial en 1910, escrito por Francisco Ignacio Madero, que se convirtió en el manifiesto político de los grupos de oposición a la dictadura: las clases medias, los campesinos y los obreros, contrarios a la reelección de Díaz para un nuevo mandato presidencial, pero también opuestos a las costumbres aristocráticas y al afrancesamiento dominante, a la política económica del colonialismo capitalista y a la falta de libertades políticas bajo el régimen dictato-rial.

En abril de 1910 Madero fue designado candidato a la presidencia por el Partido Nacio-nal Antirreeleccionista, fundado un año antes con un programa a favor del sufragio efectivo y la no reelección, pero sin claros contenidos sociales y económicos. En mayo del mismo año se produjo en Morelos la insurrección de Emiliano Zapata al frente de los campesinos, que ocupa-ron las tierras en demanda de una reforma agraria. Díaz fue reelegido para un séptimo manda-to y Madero intentó negociar con él para obtener la vicepresidencia de la República, pero fue encarcelado por el dictador en Monterrey el 6 de junio, aunque poco después obtuvo la libertad

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y escapó a San Antonio (Texas). El 15 de octubre de 1910, Madero y sus colaboradores acor-daron el Plan de San Luis, que llamó a la insurrección general y que logró el apoyo de los cam-pesinos al incluir en el punto tercero algunas propuestas de solución al problema agrario. El 20 de noviembre se produjo la insurrección de Francisco (Pancho) Villa y Pascual Orozco en Chi-huahua, pronto secundada en Puebla, Coahuila y Durango. En enero de 1911 los hermanos Flores Magón se alzaron en la Baja California y los hermanos Figueroa en Guerrero.

Pese al fracaso de Casas Grandes, en marzo de ese mismo año, el 10 de mayo los re-volucionarios ocuparon Ciudad Juárez, donde se firmó el tratado por el que se acordaba la di-misión de Díaz, que salió del país el 26 de mayo siguiente, y el nombramiento como presidente provisional del antiguo colaborador de la dictadura, Francisco León de la Barra, que conservó a los funcionarios y militares adictos a Díaz.

El gobierno procedió al desarme de las fuerzas revolucionarias, pero los zapatistas se negaron a ello, exigiendo garantías de que serían atendidas sus demandas en favor de una solución para el problema agrario. El general Victoriano Huerta combatió a los zapatistas del estado de Morelos en los meses de julio y agosto de 1911, los derrotó en Cuautla y los obligó a refugiarse en las montañas de Puebla. Sin embargo, en las elecciones presidenciales resultó elegido Madero, que tomó posesión de su cargo el 6 de noviembre de 1911, pero que no logró alcanzar un acuerdo con Zapata ni con otros líderes agrarios por su falta de sensibilidad para resolver los problemas sociales planteados por el campesinado.

El 25 de noviembre Zapata proclamó el Plan de Ayala, en el que se proponía el reparto de tierras y la continuación de la lucha revolucionaria. Orozco, tras ser nombrado por los agra-ristas jefe supremo de la revolución, se sublevó en Chihuahua en marzo de 1912, y otro tanto hicieron los generales Bernardo Reyes y Félix Díaz en Nuevo León y Veracruz respectivamen-te. El Ejército federal, al mando de Prudencio Robles y Victoriano Huerta, reprimió con dureza los levantamientos, estableciendo campos de concentración, quemando aldeas y ejecutando a numerosos campesinos. En la ciudad de México tuvo lugar en febrero de 1913 la que se de-nominó “Decena trágica”, enfrentamiento entre los insurrectos y las tropas del general Huerta, que causó alrededor de 2.000 muertos y 6.000 heridos. Con la insólita mediación del embaja-dor estadounidense, Henry Lane Wilson, el general Huerta llegó a un acuerdo con el general Díaz, destituyó a Madero y se autoproclamó presidente el 18 de febrero de 1913. Cuatro días después el presidente Madero y el vicepresidente Pino Suárez fueron asesinados por órdenes de Huerta.

El gobierno de Huerta no fue reconocido por el gobernador de Coahuila, Venustiano Ca-rranza, quien el 26 de marzo de 1913 proclamó el Plan de Guadalupe, bandera de la revolución constitucionalista, por el que se declaraba continuador de la obra de Madero y procedía a la formación del Ejército constitucionalista, al que no tardaron en sumarse el coronel Álvaro Obre-gón en Sonora, y Pancho Villa en el norte, mientras Zapata volvía a dominar la situación en el sur y este del país. La oposición a Huerta en la capital se realizó a través de la Casa del Obrero Mundial, de tendencia anarquista y defensora de las clases obreras urbanas, pero cercana a los planteamientos agrarios del movimiento zapatista, al que dotaron de una ideología más de-finida, y del lema “Tierra y Libertad”, que los alejaba tanto de Huerta como de Carranza. Las tropas constitucionalistas, formadas por campesinos y gentes del pueblo, derrotaron al Ejército federal por todo el territorio nacional: Villa ocupó Chihuahua y Durango con la División del Nor-te; Obregón venció en Sonora, Sinaloa y Jalisco con el Cuerpo de Ejército del Noroeste; y Estados Unidos, tomando partido por los oponentes a Huerta, hizo desembarcar su infantería de Marina en Veracruz el 21 de abril de 1914. Después del triunfo constitucionalista en Zacate-cas el 24 de junio de ese mismo año y la ocupación de Querétaro, Guanajuato y Guadalajara, Huerta presentó la dimisión el 15 de julio siguiente y salió del país. En el Tratado de Teoloyu-can se acordó la disolución del Ejército federal y la entrada de los constitucionalistas en la capi-tal, que se produjo el 15 de agosto de 1914.

Pronto surgieron diferencias entre los revolucionarios, divididos en tres grupos: los villis-tas, que ofrecían un programa político y social poco definido; los zapatistas, que mantenían los

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principios formulados en el Plan de Ayala; y los carrancistas, vinculados a la burguesía y de-seosos de preservar los beneficios obtenidos por los generales, empresarios y abogados adic-tos a Carranza. En la Convención de Aguascalientes, en noviembre de 1914, se acordó el cese de Carranza como jefe del Ejército constitucionalista y de Villa como comandante de la División del Norte, así como el nombramiento de Eulalio Gutiérrez como presidente provisional. Carran-za se trasladó a Veracruz, Gutiérrez llevó el gobierno a San Luis Potosí y la ciudad de México quedó en poder de Villa y Zapata, cuya colaboración inicial terminó un mes más tarde con la salida de ambos de la capital y la reanudación de las hostilidades.

Con los decretos de finales de 1914 y la Ley Agraria de enero de 1915, Carranza ganó para su causa a amplios sectores de la población, mientras los ejércitos carrancistas al mando del general Obregón ocuparon Puebla el 4 de enero de 1915 y derrotaron a Villa en Celaya, Guanajuato, León y Aguascalientes, entre abril y julio del mismo año, por lo que Estados Uni-dos reconoció al gobierno de Carranza en el mes de octubre. Villa inició en el norte una guerra de guerrillas y trató de crear conflictos internacionales con Estados Unidos, cuyo gobierno, en 1916, envió tropas en su persecución, aunque éstas no lograron capturarlo. En el sur, Zapata realizó repartos de tierras en Morelos y decretó algunas medidas legales para intentar consoli-dar las reformas agrarias y las conquistas sociales logradas, pero también los zapatistas fueron derrotados por las tropas constitucionalistas al mando de Pablo González y obligados, entre julio y septiembre de 1915, a replegarse a las montañas.

En septiembre de 1916, Carranza convocó un Congreso Constituyente en Querétaro, donde se elaboró la Constitución de 1917, que consolidaba algunas de las reformas económi-cas y sociales defendidas por la revolución, en especial la propiedad de la tierra, la regulación de la economía o la protección de los trabajadores. En las elecciones posteriores, Carranza fue elegido presidente de la República y tomó posesión de su cargo el 10 de mayo de 1917. Zapa-ta mantuvo la insurrección en el sur hasta que, víctima de una traición preparada por Pablo González, cayó en una emboscada en la hacienda de San Juan Chinameca, donde el 10 de abril de 1919 fue asesinado.

Reforma universitaria: La expansión urbana y el surgimiento de las clases medias tuvieron una transposición

en los intentos de transformación de las entidades universitarias, cuyo número de alumnos cre-cía.

El movimiento reformista nació en la Universidad de Córdoba contra la rígida jererquiza-ción y del corporativismo de los catedráticos.

Las reivindicaciones de libertad de cátedra y de asistencia, eliminación de obstáculos al ingreso y participación estudiantil en el gobierno universitario, fueron las principales reclama-ciones.

El movimiento consiguió mejoras, pero su puesta en práctica tuvo repercusiones. La depuración de profesorado desanimó la continuidad de buenos profesores que estaban muy mal pagados y, desde entonces, muy presionados.

No debemos olvidar que las grandes concentraciones urbanas y la creciente dimensión de la pequeña industria dieron lugar a la aparición de los partidos de las clases medias.

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Tema 29: La Gran Depresión y sus efectos sobre la

industrialización latinoamericana.

Presentación y objetivos. De forma tradicional se ha presentado a la Gran Depresión de 1929 como un momento funda-

cional en la economía latinoamericana. La Crisis habría marcado el fin de la tradicional orientación ex-portadora y su reemplazo por un proceso de crecimiento, marcado por la expansión del mercado interno y el comienzo de la experiencia de industrialización por sustitución de importaciones (ISI). La experien-cia industrializadora se leyó en algunas circunstancias en una clave autárquica, pero en cualquier caso, no hay dudas de que a partir de la década de 1930 América Latina contempló la expansión del estatis-mo y del intervencionismo.

En lo que se refiere a la Crisis específicamente, el tema se centra en el impacto que tuvo en la región, las distintas respuestas nacionales, las maneras y los tiempos de salir de la crisis y la nueva vin-culación a los mercados internacionales, tanto los económicos como los financieros. También se discute el carácter de dinamizador de la ISI jugado por la crisis. En este sentido, el énfasis se pone en que los países que primero se industrializaron fueron los que ya tenían una capacidad industrial instalada, ya tenían obreros industriales y, sobre todo, ya tenían un mercado en el cual canalizar la oferta interna.

¿Qué hay de cierto en la idea de que con el comienzo de la década de 1930 se inicia un

proceso de industrialización en América Latina basado en la potenciación del mercado interno de un modo forzoso debido a las consecuencias que la Gran depresión tuvo en esta zona?

¿Tuvieron las oligarquías terratenientes latinoamericanas una actitud antiindustrial tan fuerte?

¿Fue el desarrollo de la burguesía nacional el que hizo posible el triunfo de la industria-lización?

A todas estas preguntas, derivadas de unas teorías que se han tomado como válidas durante mucho tiempo, se intentará responder en este tema.

1. La crisis de los años 30 y sus repercusiones en el comercio internacional.

En 19656 se afirmaba que la crisis de los años 30 significó un antes y un después en la industrialización latinoamericana. Por lo que se deduce que la gran depresión de 1929 tuvo importantes repercusiones en el proceso industrializador de América Latina.

Antes de la crisis, los países latinoamericanos tenían una actividad primaria exportado-ra, con una apertura hacia los mercados internacionales y el librecambio.

Después de la crisis, la industrialización se sustituyó por las importaciones, el mercado interno y por la autarquía7 o el proteccionismo.

Pero trabajos recientes plantean que determinados países poseían un sector industrial más o menos pujante antes de la llegada de la crisis. Aunque lo cierto es que no era un sector que ocupara una posición de importancia en la estructura económica, la cual seguía siendo básicamente agraria. Es más, la expansión industrial estaba directamente vinculada con el de-sarrollo exportador.

6 Según se exponía en el Informe de la CEPAL. 7 O lo que es lo mismo: a la autosuficiencia. Se trata se la política que lleva a cabo un Estado que in-tenta bastarse por sí mismo con sus propios recursos.

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Las naciones de mayor crecimiento, con un mercado interno más amplio, eran las que antes de la crisis habían desarrollado un sector industrial más extendido.

Por lo que se extrae8 que la década de 1930 no fue un período de ruptura si no de con-tinuidad. La industrialización fue un proceso de larga duración con una fecha de inicio que va-riaba de un país a otro.

En todo caso, se puede decir que la experiencia sustitutiva (el “después” derivado de la crisis) comenzó en algunos países durante la I Guerra Mundial, especialmente en aquellos que contaban con un sector manufacturero de una importancia considerable para las cifras de la época.

Los últimos años de 1920 no fueron años fáciles para la economía de América Latina, aunque la mayoría de los países logran equilibrar la balanza de pagos.

Entre 1928 y 1929, Brasil perdió el control sobre el mercado del café, Cuba pasó gran-des apuros con el azúcar y Chile tuvo que soportar la competencia sufrida por su nitrato por parte de abonos sintéticos.

La Gran Depresión se inició, al menos de un modo oficial, en octubre de 1929 en Nueva York.

Llegó a América Latina a través de los países centrales, variando sus consecuencias de un país a otro. Aunque existen distintas teorías sobre las causas y el origen de la crisis no exis-te ninguna duda de que la misma se inició en el centro y se propagó hacia la periferia.

Aunque los EEUU habían aumentado su participación en el comercio y en las finanzas internacionales, la política aislacionista que promulgan le evitan el asumir el liderazgo de la economía a nivel mundial (de hecho, sólo tomarían el liderazgo de la situación en 1944 tras la Conferencia de Bretton Woods) Y esta falta de un liderazgo mundial es lo que hace a los go-biernos de los principales países que no sigan un plan coordinado para limitar los efectos de la crisis, por lo que cada país no tiene más remedio que aferrarse a sus propia política, indepen-dientemente de la que opten por establecer los demás países.

La inestabilidad que se vivía sólo se podía compensar con la financiación exterior. Pero la interrupción del flujo de capitales norteamericanos y la caída de las importaciones acentua-ron los efectos de la crisis.

Otra repercusión, ésta a largo plazo, de la Gran Depresión es que permitió que los EEUU que se consolidaran como la potencia hegemónica de la región, en sustitución de Gran Bretaña.

Y esta sustitución hegemónica se notó más en América del Sur, al ser un área de vincu-lación tradicional con Gran Bretaña, que en América Central; en donde las influencias de los EEUU habían estado presentes desde la segunda mitad del s. XIX.

En 1928, la Reserva Federal de los EEUU subió los tipos de interés con el objetivo de desacelerar la demanda interna y enfriar la actividad económica. Pero el efecto que logran es que desestabilizan la economía internacional y se interrumpen los préstamos internacionales.

Ante esta situación, aquellos países dependientes del capital extranjero para poder equilibrar sus balanzas de pagos, no pudieron seguir con la doctrina monetaria y debieron de abandonar el patrón oro.

América Latina se vio afectada por la contracción del comercio internacional.

Como no todos los países exportaban en proporciones similares a los países más in-dustrializados, las repercusiones de la crisis varían de uno a otro.

8 Según la opinión de los autores del libro base para la preparación de la asignatura.

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EEUU y Gran Bretaña, los socios comerciales latinoamericanos de más importancia, si-guieron políticas proteccionistas para defenderse de la crisis. Estas medidas fueron:

– aumento de aranceles – pactos bilaterales de comercio – defensa de los mercados coloniales – control de las transacciones con divisas

Y todas estas medidas afectan a la normalidad de los flujos comerciales internacionales,

teniendo sus consecuencias más inmediatas sobre la balanza comercial de cada país, conse-cuencias que llegaron a ser muy serias.

Aunque ello afectó a todos los países del mundo, en América Latina la situación fue más grave. Y es que aunque compartían las mismas dificultades que los demás países, el hecho de carecer de una metrópoli imperial que los protegiera, agudizaba la situación.

De hecho, tan sólo Jamaica y Puerto Rico se beneficiaron del proteccionismo colonial.

No todos los países vivieron la crisis de la misma manera. Así, a Chile le fue muy mal debido a la caída en picado de los precios del salitre en Europa, mientras que a Argentina le fue mejor ya que supo mantener buena parte del mercado inglés gracias a la firma del polémico Tratado de Londres9 con Gran Bretaña, que redujo los efectos negativos derivados del Tratado de Ottawa10.

Argentina, al igual que los demás países exportadores de productos ganaderos y de agricultura templada, trasladó buena parte de sus exportaciones al mercado interno como al-ternativa a la contracción del comercio internacional. Algo que terminaría por incidir en el des-empleo del país.

Chile fue el país que más sufrió la crisis. Entre 1928 y 1933 vio como sus exportaciones se reducían algo más del 80%.

Bolivia, Cuba, Perú y El Salvador disminuyeron sus exportaciones entre el 70–75 %; Ar-gentina, Guatemala y México entre el 65–70 %, Brasil, R. Dominicana, Haití y Nicaragua entre el 60–65%, Ecuador y Honduras entre el 55–60% y Colombia, C. Rica, Panamá y Paraguay entre el 50–55%. El país que menos sufrió en este aspecto fue Venezuela cuyas exportaciones descendieron entre el 30–45%

El sistema financiero internacional fue seriamente afectado por la Gran Depresión, so-bre todo cuando hablamos del flujo de capitales de un país a otro.

Para el caso de América Latina, supuso la interrupción de la llegada de una de las prin-cipales fuentes de capital (tanto público como privado) con el que financiaban sus actividades productivas. Aunque la mayoría de este capital era destinado a la especulación, ello no quita importancia al asunto.

2. La intervención del Estado: del proteccionismo a la autarquía. El proteccionismo llevado a cabo por los países centrales perjudicó a la gran parte de

los países latinoamericanos quienes encontraron grandes dificultades para colocar sus expor-taciones en los mercados internacionales.

Paradójicamente, fue en América Latina el lugar en el que el proteccionismo llegó con el aumento de la intervención del estado en la actividad económica.

9 Conocido también como el Pacto Roca – Runciman. 10 Firmado en 1932, protegía los intercambios realizados dentro de la Comunidad Británica.

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Las autoridades buscaron remedios para paliar los efectos de la crisis. La mayoría de estos remedios suponía:

– El abandono de la libre convertibilidad del dinero. – La depreciación del tipo de cambio (sobre todo para las importaciones) – Los acuerdos bilaterales de comercio (que se resumían en la mayoría de las ocasio-

nes en un “compramos a quienes nos compran”) – La creación de nuevos impuestos – Aumento en la recaudación de los impuestos no aduaneros.

Como consecuencia de la existencia de estas políticas intervencionistas, se aumentó de

una forma constante el gasto público, así como la expansión de las funciones reguladoras del gobierno el cual se comprometía a promover el crecimiento económico y la transformación es-tructural.

Así, el presidente de México Lázaro Cárdenas aceleró el programa de reforma agraria del país y en 1938 nacionalizó la industria petrolera.

En el resto de América Latina se optó por medidas de todo tipo. En la década de 1930 se crearon y reforzaron instituciones públicas que concedían créditos a mediano y largo plazo con el objetivo de reactivar la actividad económica, especialmente la industrial. Un ejemplo de ello es la creación de la Corporación Chilena de Fomento (CORFO)

Pero los efectos de la intervención y del proteccionismo son más claras a partir de la II Guerra Mundial, cuando se produce el cierre de las economías latinoamericanas y cuando se apoya la difusión de la industrialización en sustitución de las importaciones. Medida que fue respaldada por la mayoría de los populismos emergentes.

La contracción sufrida por las exportaciones incidió en una menor recaudación aduane-ra y en una menor capacidad para la importación. Ello llevó a los gobiernos a establecer priori-dades sobre las importaciones según las necesidades de la nación.

Así, se establecieron cuotas de importación y aranceles selectivos para determinados grupos de productos con el propósito de facilitar su importación y disuadir la adquisición de otros (especialmente los suntuarios) debido al alto precio que alcanzaban en el mercado inter-no.

También se optó por fijar precios máximos, de establecer cupos para la producción in-terna con el objetivo de evitar que la sobreproducción siguiera afectando de manera negativa a los precios de las exportaciones. También se otorgaron subsidios para proteger algún sector exportador o para incentivar la actividad industrial.

En muchos países se crearon las Juntas Reguladoras que se dedicaban a vigilar la pro-ducción y la exportación. En muchos casos, los sobrantes producidos eran destruidos en vez de ser almacenados. Por ejemplo, el café de Brasil se utilizó como combustible para las loco-motoras tras el desplome de su precio.

La intervención estatal quedó patente totalmente en el terreno monetario. Uno a uno, todos los países latinoamericanos comenzaron a desvincularse del patrón oro. Uruguay fue el primer país en optar por esta medida en abril de 1929 seguido por Argentina y Brasil.

En 1930 fue Venezuela la que se descolgó y en 1931 lo hicieron México, Bolivia y El Salvador. En 1932 le tocó el turno a Colombia, Nicaragua, C. Rica, Chile, Perú y Ecuador. Honduras resistió hasta 1933.

A partir de este momento, las medidas monetarias tomaron caminos distintos.

Para mejorar la gestión monetaria y controlar la emisión de dinero, numerosos países crearon Bancos Centrales.

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A la autarquía se llegó debido a: – La enorme contracción del comercio y de los flujos financieros. – A la decidida voluntad de los gobiernos de cada país y de las sociedades que los

respaldaban de transitar por ese camino.

Con la disminución de la demanda se derrumbaron los precios de los productos expor-

tables y la interrupción en la llegada de dinero provocó que muchos proyectos, sobre todo aquellos vinculados a las obras públicas, se paralizasen.

La mayor parte de los países dejó de pagar su deuda externa que mantenían, excepto en el caso de Argentina que si que siguió haciendo frente a esta deuda con lo que mantiene su credibilidad en los mercados financieros.

La actuación de cada país fue distinta. Para salir de la crisis con mayor o menor rapidez dependía del tamaño de la economía de su capacidad para poder poner en práctica políticas económicas autónomas y del mantenimiento de la estructura exportadora.

Argentina y Brasil contaban con gobiernos que tenían la capacidad y la autonomía sufi-cientes como para tomar serias medidas con las que salir de la crisis.

En cambio, los países centroamericanos y Cuba lo tenían más complicado. En el caso de Cuba, su vinculación al dólar, moneda legal y de circulación libre en la isla, limitaba la posi-bilidad del gobierno cubano de poder ejecutar una política monetaria que permitiera combatir mejor los efectos de la Depresión.

México fue el país que más notó la crisis. La renta de este país comenzó a decaer en 1929 (y no en 1930 como ocurrió en otros casos), alcanzando su punto mínimo en 1932. En 1933, la economía mexicana comenzó a recuperarse. La cercanía geográfica con los EEUU y el hecho de que este país era el principal mercado de las exportaciones mexicanas, todavía en plena depresión, da importancia a este hecho.

Argentina tuvo un comportamiento similar al mexicano, aunque su caída y posterior re-cuperación fueron menos pronunciadas. La caída se sitúa en 1932, alcanzando su recupera-ción en 1935.

Brasil tuvo una caída o estancamiento muy leve.

Por lo general, la recesión en América Latina fue menos profunda de lo que se afirma. Sus efectos económicos y sociales fueron poco duraderos y hacia mediados de la década de 1930 ya había comenzado la recuperación de casi todos los países.

Al hablar del empleo, la crisis no afectó seriamente a este campo. Y es que en muchos países la mayoría de la población activa se dedicaba a la agricultura antes de la llegada de la crisis. Cuando ésta llegó, se dedicaron a la producción de autoconsumo11 por lo que la agricul-tura se convirtió en un amortiguador frente a la contracción de la actividad económica.

3. La industrialización por sustitución de importaciones. I.S.I. La industria fue el sector que en América latina impulsó decididamente la recuperación

tras la Gran Depresión.

Aunque algunas actividades vinculadas a las exportación redujesen su ritmo, otras diri-gidas al mercado interno experimentaron incrementos notables, tal y como ocurrió en el caso de las industrias textiles, en las de materiales para la construcción, en derivados del petróleo,

11 Ya que se había contraído la actividad en las plantaciones que producían para los mercados exterio-res.

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en las de ruedas para automóviles, en las de productos farmacéuticos, sanitarios y alimentos procesados (pastas, conservas…)

La participación de la industria en la recuperación económica hizo que aumentase la va-loración que se tenía sobre la misma por parte de la opinión pública.

Los consumidores habían sido convencidos de que era más importante para la econo-mía nacional el consumir productos nacionales que productos extranjeros por muy baratos que fueran. En muchos países como Argentina, Brasil o México, el sector industrial fue el que más creció.

Mientras que en las economías más desarrolladas de Europa y los EEUU la crisis fue une fenómeno que básicamente afectó al sector industrial, en América Latina no ocurrió lo mismo ya que en algunos casos este sector era el más indicado para liderar la recuperación.

Los países que más rápidamente iniciaron el camino hacia la industrialización sustitutiva fueron los que más habían crecido en los años anteriores a la crisis y que habían comenzado a diversificar sus economías a principios de siglo o desde la I Guerra Mundial. Aquellos que tení-an un mercado interno, industrias, empresarios, técnicos y trabajadores entrenados; fueron los primeros en industrializarse después de los años 30.

Se pueden distinguir tres etapas en la industrialización previa a 1930: 1ª que tendría lugar en las décadas posteriores a la independencia. Esta etapa se ca-

racteriza por bruscos reajustes en las manufacturas y artesanías coloniales que en algunos casos permitieron el surgimiento de industrias modernas.

2ª etapa, vinculada al período de la gran expansión de las exportaciones (1870–1880 a 1914), momento en el que el desarrollo económico e institucional creó las bases para expandir un mercado consumidor de manufacturas. Las industrias entonces creadas estaban o bien al servicio del sector exportador o bien tenían como objeto abastecer los centros urbanos más importantes.

3ª etapa, que va desde la I Guerra Mundial a la crisis de 1930. Caracterizada por impor-tantes cambios tanto en la escala de producción como en la composición de los pro-ductos manufacturados.

Durante las décadas de 1930 y 1940, la industrialización avanzó en la producción de

bienes de consumo final: alimentos y bebidas, textiles, calzado, electrodomésticos de línea blanca, bicicletas y motocicletas, armado de automóviles, productos químicos y farmacéuticos, etc.

Con la llegada de la II Guerra Mundial surgen nuevos conflictos y en algunos casos se reprodujeron las tendencias aislacionistas dominantes durante los años de crisis más aguda. Fue entonces cuando la industrialización sustitutiva conoció un nuevo empujón, favorecido por los éxitos anteriores.

Cuando más se profundizaba en la industrialización sustitutiva, más se dependía de las importaciones extranjeras.

Si en el pasado se importaban artículos listos para consumir, en este momento se tuvo que comenzar a adquirir en el extranjero las materias primas, insumos y maquinaria con los que poder fabricar lo que antes se importaba.

Y es que el proceso que pretendía resolver los problemas de la balanza comercial sólo logró que se incrementara la dependencia de las importaciones, lo que sumado a la disminu-ción generalizada de las exportaciones tradicionales provocó constantes crisis en la balanza de pagos.

Pese a las expectativas, la industrialización no terminó ni con las desigualdades ni con los desequilibrios, si no que logró agudizar algunos de los problemas vigentes.

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En la medida en la que la industrialización descansaba sobre la autarquía y el protec-cionismo, el exceso de subsidios al sector terciario dificultaba cualquier posibilidad de lograr un crecimiento armónico.

Las manufacturas latinoamericanas ocupaban un lugar secundario en la economía de antes de 1929.

La industrialización sustitutiva empezó fabricando bienes de consumo final, el modo más sencillo de comenzar, ya que la tecnología que requería era sencilla y no necesitaba de fuertes inversiones de capital y tenía un mercado para dichos bienes.

Perú y Brasil fueron dos de los países que aprovecharon la circunstancia vigente tras la II Guerra Mundial.

Con el aumento de la demanda externa, aumentó también la producción fabril, habiendo fábricas que hacían hasta 2 y 3 turnos diarios.

A medida que el proceso se fue consolidando, aumentó el coeficiente de industrializa-ción de algunos países.

La industrialización necesitaba de mano de obra, más aún en el caso de la pequeña y mediana empresa, lo que tendría importantes repercusiones sociales al aumentar considera-blemente el empleo.

Fueron muchos los empresarios que llegaron de Europa, inmersa en una crisis, que aportaron su experiencia e incluso su capital al despegue industrializador latinoamericano. Aunque cabe decir que la inversión extranjera fue menor que en tiempos anteriores a la crisis, debido a la guerra que en esos momentos azotaba Europa.

A partir de la II Guerra mundial la industria de cada país latinoamericano prosiguió en su idea de conquistar el mercado interior. Pero hubo algún caso, como el de Brasil, en el que se lanzaron en busca de un mercado exterior. El cual estaba en otros países latinoamericanos o en alguna colonia africana, aisladas de sus metrópolis las cuales estaban inmersas en la gue-rra.

Precisamente, debido a la importancia de la guerra, para mantener el nivel de las expor-taciones era necesario el contar con una flota mercante propia; misión que se convirtió en prio-ritaria para muchos gobiernos. Aquellos que lo consiguen se muestran orgullosos, convirtién-dose este objetivo en una fuente de gastos importantes para aquellos estados que querían desarrollarlo.

La industria latinoamericana surgió del proteccionismo oficial, por lo que las industrias dejaron de reinvertir en sus empresas. A la larga, la protección indiscriminada solo sirvió para financiar, a costa del déficit público, empresas cada vez más competitivas y más eficientes. En muchos casos, estas empresas pertenecían a firmas transnacionales.

Tras la II Guerra Mundial, las expectativas de una rápida recuperación de la economía mundial no se cumplieron, acentuando las tendencias autárticas latinoamericanas, con la con-solidación de las posturas más favorables a la industrialización y al mercado interno. Lo que permite que la transferencia de cuantiosos recursos del sector primario – exportador al indus-trial ocurriera sin grandes tensiones sociales y con el beneplácito de la mayoría de los grupos políticos y de amplios sectores sociales.

Era necesario el modernizar el parque tecnológico y aumentar la competitividad de las empresas por lo que las inversiones en infraestructuras se convierten en necesarias (infraes-tructuras que iban desde caminos y comunicaciones hasta la producción de energía eléctrica). Estas inversiones requerían de un fuerte capital, por lo que se opta por que sea el Estado el que lo cubra en detrimento de las inversiones privadas. Lo que refuerza la teoría de aquellos que creen que es mejor que sea el estado el que intervenga en la economía.

Entre el final de la II Guerra Mundial y la Revolución Cubana (a comienzos de la década

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de 1960) se afirmaron las políticas industriales de cada país. La planificación fue el eje de la política económica y con ella el intervencionismo estatal que se consolidó definitivamente.

La intervención fue algo común a todos los países y fue ejercida por la mayor parte de los gobiernos con independencia de su filiación política o de su signo ideológico.

Todo indicaba que en América Latina no existía una política económica alternativa a la indus-trialización y que cualquier método era válido para impulsarla.

Con esta idea, los grupos más favorables a la industrialización reforzaron sus posicio-nes al mismo tiempo que debilitaba la de algunos sectores de la oligarquía tradicional exporta-dora.

La opción industrializadota y a favor del mercado interno postergó las exportaciones y provocó el descanso en las divisas provenientes de la venta al exterior y de los ingresos adua-neros. Increíble es que en ciertos momentos, las exportaciones tuvieron que ayudar a la indus-tria con la consiguiente pérdida de competitividad por parte del sector exportador. Pero en de-terminados casos, la oligarquía exportadora y la burguesía nacional partidaria de la industriali-zación, colaboraron entre sí.

Algunos de los capitales invertidos en la industria provenían de las exportaciones y con frecuencia los industriales enriquecidos adquirían tierras y algunos incluso hasta llegaban a exportar parte de su propia producción.

La burocracia y los funcionarios estatales (dentro de los cuales hay que considerar de una forma especial a los militares) eran los encargados de gestionar los presupuestos del Es-tado, lo que les permitía aprovecharse a su favor. Esta situación los condujo a apoyar la indus-trialización aludiendo para ello razones de seguridad nacional12. Esta idea permitió que los mili-tares se hicieran con el control de las fábricas de explosivos y armamento, de las de productos químicos, electrónico y de todo tipo en general. Y con ello no sólo ampliaban su poder econó-mico si no también su influencia política.

4. El Fracaso de la experiencia sustitutiva. A mediados de la década de 1950 aparecen los primeros indicios que hablan de un ago-

tamiento de las políticas antárticas sobre todo en aquellos países que habían avanzado por la vía de la industrialización sustitutiva, como México, Brasil o Argentina.

La producción industrial se había ceñido al mercado interno, lo que suponía que pronto se alcanzaría el nivel máximo de ventas debido a la limitación de la demanda, incidiendo nega-tivamente sobre la escala de producción.

Muchas industrias comenzaron a colocar sus ganancias en el mercado financiero en vez de reinvertirlas en actividades productivas.

La única manera que se tenía de superar la limitación existente en los mercados inter-nos era ampliar el mercado en sí y ello se traducía en una potenciación de las exportaciones. Algo que muchas veces resultaba un contrasentido debido a la falta de competitividad de las empresas. Tan sólo México y Brasil se atrevieron, de una forma tímida, a ampliar las exporta-ciones; sin obtener los resultados esperados.

La inflación y el deterioro progresivo de la balanza comercial fueron los síntomas más claros de que las cosas no iban bien. El déficit era astronómico debido a la política de gastos seguida y a los escasos ingresos públicos. Al cabo de un tiempo, la situación se descontroló totalmente.

12 Lo que sonaba razonable para los tiempos que corrían: II Guerra Mundial, Guerra de Corea, Guerra Fría…

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Los desequilibrios en la balanza comercial eran causados por el incremento que regis-traban las importaciones de maquinaria e insumos industriales y por la reducción de las impor-taciones debido a su creciente falta de competitividad y al proteccionismo no vigente.

Los productos latinoamericanos vendidos eran menos atractivos que los de sus rivales asiáticos o africanos.

Y es en este contexto en el que los dictámenes de la CEPAL tuvieron un gran éxito.

Prebisch hablaba de la imposibilidad de aplicar políticas keynesianas en economías de-pendientes que debían de afrontar problemas estructurales de una cierta gravedad. A todo ello habría que sumar el control de los países más industrializados sobre los mercados financieros internacionales y de los medios de transporte y comunicación. Ello tendía a aumentar la de-pendencia de los países periféricos y subdesarrollados, caracterizados por la fragilidad crecien-te de sus economías.

Para Latinoamérica, la única solución para poder salir de subdesarrollo, sin llegar a caer en la Revolución social, era la acentuación de la industrialización sustitutiva, ya que de otra manera las diferencias entre países ricos y pobres seguirían aumentando.

En las décadas de 1950 y 1960 en ciertos países como México, Brasil y Argentina, se aceleró la producción de bienes de consumo durables (como automóviles o maquinaria agríco-la) gracias a la instalación de filiales de compañías estadounidenses o europeas. Ante la falta de capitales locales suficientes para mantener el crecimiento continuado y autosostenible del sector industrial, era necesario abrirse a las inversiones extranjeras.

En cuanto a la capacidad de generar empleo a los nuevos inmigrantes internos llegados del campo, por parte de la industrialización sustitutiva, fue muy limitada. Las fábricas de las compañías extranjeras no empleaban suficientes trabajadores. Hecho que se explica, en parte, porque estas fábricas no trabajaban a pleno rendimiento; con lo que condicionan la capacidad que tienen para absorber mano de obra.

Tan sólo aquellos obreros más cualificados pudieron beneficiarse de esta situación al contar con una demanda asegurada en fábricas y talleres.

La profundización y expansión de la industrialización en América Latina fue un proceso

lento del que sólo consiguen salir airosos Brasil y México. Estos países apostaron, de una ma-nera tímida, por la conquista de nuevos mercados y por la diversificación de las exportaciones. Los restantes países prácticamente no hicieron nada en este sentido, dependiendo de sus es-trechos mercados internos.

La tecnología industrial disponible en los países más desarrollados necesitaba de mer-cados muy amplios. Por el contrario, el exiguo tamaño de los mercados nacionales del conti-nente comprometía el futuro de la industrialización, ya que al producir por debajo de un deter-minado nivel y manteniendo a las fábricas prácticamente paradas, era un negocio ruinoso para las empresas, excepto si recibían abundantes subsidios estatales.

La cada vez más débil economía latinoamericana convierte a estos países en cada vez más dependientes de las inversiones extranjeras y de los préstamos externos. Situación que terminará de estallar con la crisis de la deuda externa vivida en la década de 1980.

Bibliografía: Historia de América: temas didácticos. Malamud y otros, Edit. Universitas, 1993.

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Tema 30: El nacionalismo

Presentación y objetivos. El objetivo de este tema es comprender la complejidad y el impacto del fenómeno nacionalista

en la política latinoamericana, a partir de finales del XIX y principios del XX. La conciencia de una identidad propia distinta a la metropolitana se consolidó tras la Independencia, con la construcción de las diferentes nacionalidades por los nuevos estados liberales: fronteras, ejércitos y símbolos nacio-nales, centralización político-administrativa, educación, comunicaciones, elecciones, integración eco-nómica, etc. Las consecuencias del intervencionismo norteamericano (en el Caribe y Centroamérica), en unos países, el impacto de la llegada masiva de inmigrantes, en otros, o la existencia de una po-blación indígena mayoritaria marginada de la vida política nacional, fueron otros factores que excita-ron sentimientos de reafirmación nacionalista en un tiempo en que, poco a poco, se imponía una apertura del sistema político a los sectores medios y populares. Por fin, la influencia de corrientes de pensamiento europeas (positivismo, darwinismo social, racismo) incidió en los intelectuales latinoa-mericanas. Así pues, la primera parte del tema se concentra en recrear el clima socio-político y cultu-ral del que emanan las primeras reflexiones latinoamericanas sobre la identidad nacional y continen-tal. La obra clave fue el Ariel (1900) de J. E. Rodó, cuyo mensaje inspiró a toda una generación de pensadores y políticos latinoamericanos hasta la década de los veinte.

La definitiva crisis del sistema de control oligárquico y el impacto económico de la crisis de 1929 fueron los acicates de otro tipo de reacciones nacionalistas. La segunda parte del tema se ocu-pa de las manifestaciones nacionalistas antiliberales, respuesta de las clases dirigentes tradicionales y ciertos sectores de las clases medias que temían un desbordamiento de las estructuras sociales (Revolución Mexicana, Revolución rusa de 1917). El producto de dicha reacción serán proyectos polí-ticos ultraconservadores, influidos por el integrismo católico y el neoconservadurismo europeo, con un modelo de estado autoritario similar a lo que llegaría a ser el Franquismo. Sobre este sustrato incide la influencia de los nuevos modelos antirrevolucionarios europeos: el Fascismo, el Nazismo y el Fa-langismo, por el impacto de la guerra civil española. La presencia de importantes colonias italianas, alemanas y españolas en muchos países son un cauce para esa influencia, aunque la intervención norteamericana en la II Guerra y el resultado de ésta precipitaron la desaparición de los grupos para-fascistas latinoamericanos.

El tercer capítulo estudia otras reacciones nacionalistas. En primer lugar las que se producen como resultado del proceso de independencia de Cuba y Puerto Rico y, sobre todo, de la toma de conciencia y del rechazo al intervencionismo norteamericano en el continente, sobre todo en Cen-troamérica y Caribe. En segundo término, el nacionalismo económico que emerge de la crisis de 1929 y que es recogido, en primer lugar, por regímenes militares regeneracionistas muy comunes en esas décadas. Por último, hay que referirse al antiimperialismo de las formaciones de izquierda, que en países con amplia población india, adopta un componente de defensa del indígena (APRA peruano) o de exaltación de este componente (mitología revolucionaria mexicana).

Preámbulo. Dice Carlos Malamud que “el nacionalismo es una fuerza cardinal de la política latinoameri-

cana, tanto en su vertiente exterior como interior, pero la variedad con que el fenómeno se presenta en el continente hace su estudio muy complejo”. Podemos definir al nacionalismo como un universo sim-bólico con el que un conjunto de individuos se autoidentifica hasta entregar su lealtad a una idea abstracta de nación; en consecuencia, el nacionalismo refuerza la noción de estado como fuente de au-toridad y legitimidad, pues se valora al estado-nación como la forma ideal de organización política y a la nacionalidad como el origen de toda capacidad de creación cultural y de bienestar económico. Como ideología, el nacionalismo es susceptible de ser utilizado por grupos particulares que, bajo pretexto de actuar en nombre de la nación, intenten lograr el control del estado y obtener ventajas sobre sus competidores políticos o sociales.

En América Latina, el nacionalismo fue asumido en ambas vertientes por distintos grupos y en di-

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ferentes naciones, hasta penetrar todos los partidos políticos e incluso a otros agentes sociales como el ejército, la iglesia etc. Sus fuentes fueron múltiples (liberalismo, valores indigenistas…), y sus efectos también, desde manifestaciones de agresividad militar y diplomática (guerras, xenofobia...), tendencias autárquicas y proteccionistas en economía, hasta efectos positivos de unidad interna o cooperación in-ternacional.

De cualquier manera, no fue hasta finales del siglo XIX y primeras décadas del XX cuando el fe-nómeno nacionalista adoptó una estructura orgánica; las causas fueron de índole muy diversa: creci-miento del aparato del estado, llegada masiva de inmigrantes etc.

1. El desarrollo del nacionalismo. El surgimiento del nacionalismo se produjo al final de la época colonial, cuando algunas

elites locales fueron gestando una identidad propia de distinción con respecto a las metrópolis; en este sentimiento tuvo gran influencia la Revolución Francesa y la norteamericana. En un principio, entre los líderes de los nuevos estados se manifestó una cierta solidaridad hispa-noamericana, un nacionalismo continental que se plasmó en diversos proyectos de Simón Bolí-var, San Martín y otros, para crear grandes unidades o ligas de estados siguiendo las fronteras de los virreinatos. Con el fracaso de estos planes, se fueron perfilando las nuevas fronteras nacionales y se inició el proceso de construcción de los estados.

En América Latina, el impulsor del nacionalismo fue el estado liberal, a través del ejercicio de su autoridad en el interior y hacia el exterior: contra particularismos regionales o caciquismos locales, en afirmación de la existencia de un gobierno central responsable. Este proceso de nacionalización del liberalismo culminó a fines del siglo XIX, momento en que los distintos estados alcanzaron un nivel aceptable de modernización e integración, estimulados ambos procesos, en gran medida, por el desarrollo económico; también los sistemas educati-vos se habían extendido y con ellos la exaltación patriótica a partir de la divulgación de la histo-ria nacional desde las escuelas.

Fue en ese momento cuando se pudieron percibir las consecuencias de la política de expansión imperialista de las grandes potencias europeas (conquistas territoriales..), expansión que los Estados Unidos imitaron en Centroamérica y el Caribe; así se vislumbraron los prime-ros riesgos del intervencionismo para la identidad nacional, el control de los recursos naturales y la personalidad histórica y cultural de la nación. En otros países, las amenazas procedían del flujo de inmigrantes que fue llegando hasta 1939; ante los inmigrantes se reaccionó exaltando el nacionalismo, por un lado como forma de reafirmar la identidad cultural en los países recep-tores, y por otro como un instrumento de diversos grupos que buscaban reforzar su status so-cial ante los extranjeros: los sectores medios y la oligarquía local, temerosa de que los inmi-grantes hicieran peligrar su poder expandiendo ideas obreristas. Por contra, en otras repúbli-cas (Bolivia, Guatemala, Perú...), el problema fundamental derivaba del peso dominante de la población indígena, social y económicamente marginada y nunca integrada del todo.

Conforme a todo esto, y por influencia de diversas corrientes de pensamiento contem-poráneas, hizo su aparición un primer nacionalismo socio-cultural latinoamericano. Prime-ro, el impacto intelectual del positivismo entre 1890 y 1914, contribuyó a que los latinoamerica-nos centrasen su atención en las peculiaridades de su propia sociedad. De forma simultánea se difundieron las ideas del racismo europeo moderno en su triple vertiente: historicista (la raza como un pueblo o nacionalidad que se desarrolla en el tiempo); la empírico-antropológica deri-vada del darwinismo social (existirían grupos humanos con rasgos físicos distintos en estadios de civilización y evolución social diferentes); y la procedente de la psicología (a cada raza le corresponden no sólo unos rasgos físicos diferenciados, sino también unos comportamientos propios, según la cual la latina era una especie de degeneración de la europea con el estigma del mestizaje).

El producto de todas estas influencias intelectuales, fueron una serie de obras que ex-ploraron la sociología latinoamericana. En algunas se expresó un profundo pesimismo racial

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respecto a las potencialidades étnicas de América Latina; otras, más optimistas, hicieron hin-capié en el componente étnico o racial de la identidad nacional de sus respectivos países. En México identificaron a la población mestiza con la base de la nacionalidad mexicana; en los países del cono sur el debate se centró en el tema de la inmigración.

Finalmente, en 1900 el uruguayo José E. Rodó, publicaba su ensayo Ariel, que tendría enormes repercusiones en la vida intelectual americana hasta la década de los veinte. Partien-do de presupuestos más cercanos al idealismo filosófico europeo, el libro defiende la necesidad de reafirmar los valores humanistas y espiritualistas de la cultura hispanoamericana frente al materialismo, utilitarismo y mediocridad democrática representada por los EE.UU., y apelaba a combatir el pesimismo social imperante. Miembros de la “generación arielista” o “generación del novecientos” fueron Rojas Belaúnde, Vasconcelos etc.., que si bien tuvieron una evolución personal diversa dieron soporte intelectual y filosófico al nacionalismo.

Por otra parte, en la intelectualidad de las clases dirigentes tradicionales, había calado un profundo pesimismo social ante el miedo de que las reivindicaciones políticas y sociales populares acabaran con su predominio social. La necesidad de neutralizar al movimiento obre-ro sirvió de acicate para diversas propuestas nacionalistas antiliberales; esto, unido a la crisis de 1929 que puso en evidencia la dependencia económica y las limitaciones del modelo agroexportador, hizo que se reforzase la tendencia a favor del nacionalismo económico, que postulaba la construcción de un Estado nacional fuerte, capaz de promover el despegue indus-trial del país y de sentimientos fuertemente antiimperialistas.

Si hasta ahora el nacionalismo no era un fenómeno social capaz de movilizar a las ma-sas de manera continua y permanente, en la década de los veinte y los treinta, ya contaba con los instrumentos necesarios para lograrlo. Con el crecimiento de los nuevos grupos medios y populares urbanos y su progresiva participación y concienciación política a partir de la difusión de la enseñanza primaria, la ampliación del sufragio etc, se había allanado el camino a los re-gímenes populistas que tuvieron en el nacionalismo uno de sus ingredientes básicos.

2. El nacionalismo oligárquico antiliberal. Una de las vertientes más significativas del fenómeno nacionalista fue el nacionalismo

oligárquico, que apareció vinculado a ideas antiliberales, como defensor de presupuestos ca-tólicos e hispanoamericanistas. Durante los años veinte y treinta, grupos intelectuales oligár-quicos veían como el modelo sociopolítico liberal entraba en crisis, amenazado por el “peligro democrático” y el “peligro comunista”. La politización de las clases medias y populares les hizo incubar un sentimiento de inseguridad y una mentalidad defensiva, intensificadas por la crisis económica de 1929, que terminó por fortalecer el supuesto oscurecimiento del sistema de valo-res del modelo liberal.

En su reacción se apropiaron algunos postulados de las corrientes irracionalistas que contemplaban a la nación como un organismo vivo y eterno, anterior a cualquier forma de or-ganización política, al que el individuo y las libertades individuales estaban subordinados. So-bre esta base desarrollaron una doctrina que retomaba como filosofía básica el tradicionalis-mo católico y una interpretación maniquea del devenir histórico; a su juicio, el hombre era in-capaz de crear algo en el orden social, porque habían sido las leyes divinas las que habían establecido la constitución natural de los pueblos; eso implicaba la condena de todas las doc-trinas de la Modernidad y de los modelos políticos de ellas derivados (liberalismo, comunismo); por el contrario legitimaba la revitalización de modelos del pasado que hacían hincapié en la figura de los caudillos y en el papel reservado a las elites y a las estructuras jerárquicas: estos serían los instrumentos con que contrarrestar adecuadamente los fantasmas de la democracia etc.

Consecuencia lógica de estos modelos antiliberales del pasado, fue la apelación al “hispanoamericanismo” y a una vinculación más estrecha con España de algunos de estos nacionalistas. El hispanoamericanismo se utilizó en algunos casos como una posible alternativa

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político-cultural nacionalista con que contrarrestar la dependencia europea y norteamericana, y en otros actuó como herramienta para negar el fenómeno del indigenismo y sus embates popu-listas de aquellos años13. Todo esto fue simultáneo a una etapa de combatividad del catolicis-mo en defensa de la religión. Fue el momento en que se gestó el catolicismo social, muy crí-tico con el materialismo y el sistema liberal-capitalista, pero poco abierto hacia la democracia, pues en lugar de promover la reforma, defendió el corporativismo y la organización vertical de la sociedad por influencia del pensamiento católico reaccionario decimonónico y de las corrien-tes fascistas modernas.

Los nacionalistas oligárquicos se dejaron influir del neoconservadurismo europeo del momento, y, en ocasiones, también del fascismo y el nazismo. Elaboraron una doctrina nacio-nalista cuya traducción política consistía en una sociedad fuertemente jerarquizada y organiza-da de manera corporativa, con un estado autoritario cuyo poder se concentraba en un líder, sin partidos políticos ni libertad de prensa, y con un peso destacado de la iglesia en la vida social y política.

3. La influencia fascista. El impacto del fascismo europeo sobre la política latinoamericana, se produjo principal-

mente durante la década de los treinta, en un momento de crisis económica y social. En pri-mer lugar tuvo carácter directo a través de la acción oficial de Alemania, Italia y Japón, que intentaron ampliar su comercio con la región, siendo significativos los avances logrados en Chi-le, Brasil, Colombia, Argentina y Guatemala. La actuación fue tan agresiva que su penetración económica llegó a alarmar a Gran Bretaña y Estados Unidos. En el caso alemán, un primer objetivo fue recuperar los mercados perdidos tras la I Guerra Mundial, pero después de 1933 buscó asegurar el abastecimiento de materias primas de carácter estratégico y se realizaron inversiones en sectores como la aviación civil o la minería de diversos países latinoamericanos. Por otro lado, al disponer de amplias colonias de inmigrantes, tanto Hitler como Mussolini, no dudaron en movilizarlas buscando proyectar una imagen positiva de sus regímenes que repor-tase beneficios diplomáticos y comerciales. Para conseguirlo, los partidos nazi y fascista inten-taron captar a sus conciudadanos residentes en ultramar y controlar sus asociaciones cultura-les y sociales para convertirlas en centros de difusión ideológica. El resultado fue la puesta en marcha de una amplia campaña de propaganda en prensa, radio, etc. Y la constitución de filia-les del partido nazi y fascista.

En segundo lugar, algunos dictadores latinoamericanos se dejaron seducir por estos modelos fascistas y por sus métodos de disciplina y control social, que conseguían la moderni-zación económica sin romper el marco social tradicional. Por otra parte, en numerosos círculos políticos latinoamericanos, la Guerra Civil española iba a significar la “ratificación del peligro rojo y de los excesos de la democracia parlamentaria”.

Por último, la plasmación última de la influencia fascista iba a ser el nacimiento de nu-merosos grupúsculos de carácter fascistizante en el continente, con toda la parafernalia de sus homólogos europeos y con su misma función: contrarrestar las manifestaciones izquierdistas con el uso de la violencia gracias a sus organizaciones de carácter paramilitar. Entre ellos: Ac-ción Integrista Brasileña, Falange Socialista Boliviana, Partido Nazi Chileno, Frente Cívico de Argentina…

Este “fascismo criollo” se nutría tanto de jóvenes de los sectores medios urbanos que habían sufrido el impacto de la crisis, como de jóvenes de extracción oligárquica y de integris-tas católicos. En general fueron bastante eclécticos en sus planteamientos ideológicos, aunque coincidieron en un fuerte antiliberalismo, anticomunismo, anticapitalismo y antinorteamerica-

13 En países con minorías indias significativas se enarbolaba la bandera hispana como el enlace con la tradición “occidental” europea, renegando de las raíces precolombinas.

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nismo; en ocasiones acudieron a la propaganda hispanoamericanista, llegando incluso a imitar rasgos externos de la Falange española.

Su influencia en la política latinoamericana fue escasa, si bien fueron motivo de pre-ocupación constante para las autoridades, sobre todo durante la II Guerra Mundial, pues se temió que fuesen utilizados por las potencias del Eje para conseguir mayor influencia nazi-fascista en las sociedades americanas. De hecho, la posibilidad de que la crisis económica pudiera llevar a las sociedades americanas a adoptar modelos fascistas, fue un acicate para que Washington cambiase su política exterior hacia el área y adoptase una línea de Buena Ve-cindad.

La política de control sobre las actividades antidemocráticas y nazi-fascistas que se pu-so en marcha entre 1938 y 1945 supuso la prohibición y la práctica desaparición de los grupús-culos parafascistas latinoamericanos.

4. El fracaso de la experiencia sustitutiva. Otro cauce para la formulación del nacionalismo latinoamericano fue el antiimperialis-

mo. A fines del XIX, este pensamiento no tenía eco alguno en los medios políticos e intelectua-les latinoamericanos, pero el inicio del independentismo en el Caribe y el impacto del interven-cionismo norteamericano, suscitaría nuevos sentimientos nacionalistas, sobre todo en la zona Centroamericana y Caribeña. En las últimas décadas del XIX, los EE.UU. habían experimenta-do un espectacular crecimiento industrial que conllevó un proceso paralelo de concentración financiera. Las grandes compañías comenzaron a orientar sus inversiones hacia las repúblicas vecinas: azúcar cubano, bananas centroamericanas, etc.

En una coyuntura de competición y redistribución colonial entre las grandes potencias, el presidente McKinley se hizo eco de las teorías de Mahan14, interesándose por la adquisición de algunas islas del Pacífico y por la ampliación de los mercados exteriores.

CUBA.- La primera manifestación explícita del nuevo nacionalismo agresivo de Was-hington tuvo lugar en Cuba, aprovechándose de la penosa situación de su potencia metropoli-tana; además, desde mediados del siglo, los lazos comerciales cubanos ya se habían orientado hacia los Estados Unidos, que absorbían la mayoría de sus exportaciones15. Al mismo tiempo, los plantadores locales afrontaban el problema de la modernización de los ingenios y de la falta de mano de obra tras la abolición de la esclavitudes 1866. Así, tras varios intentos fallidos de independencia, iba a triunfar de nuevo la vía insurreccional defendida por el Partido Revolucio-nario Cubano liderado por José Martí.

La Segunda Guerra de la Independencia se iniciaba en 1895 con el “Grito de Baire”. Di-rigida por los generales Maceo y Gómez, y con el liderazgo intelectual de José Martí, en diez meses la rebelión se afianzó en toda la isla, a pesar de los esfuerzos de Martínez Campos. Entretanto, Washington consideró que la inestable situación ponía en peligro los intereses nor-teamericanos, pues temía una revolución social y no confiaba en la capacidad resolutiva del gobierno español, por lo que decidió trasladar el crucero Maine a La Habana (inicio 1898) con el fin de proteger los intereses estadounidenses en la isla. Por causas aún no clarificadas se produjo un incendio a bordo del barco, que dio pié a una declaración de guerra de los Estados Unidos a España: resultado, la derrota de la marina española.

Casi inmediatamente, Roosevelt decidió impedir cualquier intervención europea en un área de importancia económica y estratégica prioritaria, y anunció que se intervendría militar-

14 Mahan reclamaba para EE.UU. una marina mercante y de guerra poderosa que controlara los océa-nos, de forma que, con algunas posesiones y bases en el Istmo de Panamá y en el Pacífico, se asegu-raran el control de buena parte del comercio latinoamericano y de los mercados asiáticos. 15 En 1890 la venta de productos cubanos a España, ascendía a 7 millones de dólares, mientras que a EE.UU. se vendió por valor de 61 millones.

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mente para evitar que el desorden económico y administrativo de una república pudiera dar pie a una intromisión extramericana. Esta proclama (“Corolario Roosevelt”) sirvió para legitimar las siguientes intervenciones en diversas repúblicas que conllevarían la exaltación de sen-timientos antiimperialistas en todas ellas: Cuba, Nicaragua, Haití, Puerto Rico, República Dominicana y Panamá. Además, habida cuenta que estas actuaciones beneficiaban los inter-eses de la oligarquía, el “antiyanquismo” estuvo presente en las proclamas de las formaciones políticas que defendían programas reformistas y la apertura democrática, como en Cuba.

En Cuba, Washington forzó la inclusión de la enmienda Platt (1901) en la Constitución, por la que se concedía a EE.UU. la posibilidad de intervenir en la isla en caso de que la situa-ción interna pusiera en peligro la libertad o los intereses económicos norteamericanos. La en-mienda, convertida en el Tratado Permanente Cuba-Estados Unidos, suponía restricciones a la soberanía cubana para concertar tratados internacionales y establecía bases militares esta-dounidenses. Otro tanto ocurría en Nicaragua y Puerto Rico.

PANAMÁ.- En el caso panameño, hubo un primer momento en que el impulso al nacio-nalismo procedió de los Estados Unidos, interesado en patrocinar un estado independiente, pero débil, al que fuera más fácil imponer las condiciones que aseguraran a Washington el con-trol del canal interoceánico. De ahí la intervención de Roosevelt a favor de la escisión paname-ña de Colombia en 1903. Pero las contrapartidas de tal ayuda fueron un oneroso tratado so-bre el Canal, múltiples cesiones de soberanía y nuevos desembarcos de marines que hicieron florecer el sentimiento antinorteamericano, en demanda de una revisión del Tratado de 1903.

El antiimperialismo se plasmó también en el nacionalismo económico adoptado por algunos gobiernos antes de 1929. Así, al incipiente nacionalismo de Santos Zelaya y de otros caudillos liberales, se unió el esfuerzo del régimen revolucionario mexicano, cuya Constitución otorgaba a la nación mexicana la propiedad de las riquezas naturales del país, aunque las con-secuencias de tal legislación no se manifestaron hasta las nacionalizaciones de Cárdenas en 1938,

Las medidas económicas proteccionistas y autárquicas, adoptadas frente a la crisis de 1929, y la puesta en marcha de los primeros proyectos industrializadores en muchas republi-cas, colocaron al nacionalismo económico en las miras de los partidos reformistas y obreristas, y, curiosamente, en sectores del ejército y de intelectuales burgueses y oligárquicos que, por primera vez, cuestionaban el anterior status neocolonial, defendían la diversificación económica a partir de la industrialización e incluso llegaron a posiciones antiimperialistas.

Dentro del ejército también existió una corriente de socialismo militarista (variante del nacionalismo económico), que combinó el nacionalismo con llamamientos a la justicia social. Fueron regímenes militares que intentaron romper la tradicional alianza de la institución militar con la oligarquía y se mostraron dispuestos a nacionalizar las empresas extranjeras. Los dos ejemplos más claros se dieron en Bolivia y Paraguay desde 1936, y posteriormente Perú. En aquellos años, como resultado de la modernización y profesionalización del ejército, en casi todas las repúblicas surgieron grupos de oficiales nacionalistas que primero participaron en insurrecciones y movimientos antioligárquicos y después prestaron su apoyo a los regímenes populistas y a sus proyectos industrializadores.

El antiimperialismo también impregnó las reivindicaciones de las formaciones de la iz-quierda, que, en algunos casos buscó capitalizar el nacionalismo del proletariado, sobre todo cuando en los años treinta se adoptó la estrategia de Frente Popular. Específicamente el anti-imperialismo fue motor de alternativas radicales eclécticas, con componentes marxistas e indi-genistas, como fueron el aprismo y la ideología del citado régimen posrevolucionario mexicano. En ambos casos se pretendía atraer a las masas campesinas e indígenas e integrarlas en la vida política del país, aprovechando que los partidos obreros se habían concentrado en secto-res urbanos y del proletariado industrial; pero estos planteamientos iniciales evolucionaron mu-cho con el tiempo. A partir de la Revolución cubana, el antiimperialismo sintetizó, en muchos casos, el nacionalismo católico antiliberal con los planteamientos izquierdistas, marxistas o le-ninistas.

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Tema 31: La crisis del sistema oligárquico

Presentación y objetivos. Este tema estudia cómo las transformaciones socio-económicas del fin de siglo provocaron la

crisis de los regímenes oligárquicos, instalados en el poder desde la década de 1880. Inmigración masiva, crecimiento urbano, organización del movimiento obrero y desarrollo de los sectores medios, con creciente nivel de educación, que piden mayor participación en la política nacional, fueron los fac-tores que erosionaron el control oligárquico de la política entre 1914 y 1930. Después el impacto de la crisis económica de 1929 y de la II Guerra Mundial hicieron irreversible la incorporación de las clases medias y populares urbanos a través de los regímenes populistas, como fórmula afrontar los proyec-tos de industrialización sustitutiva con el consenso nacional para evitar los riesgos de convulsiones sociales graves. El objetivo de este capítulo es revisar cómo se produjo este proceso en las distintas repúblicas latinoamericanas. Para ello, se utiliza una división cronológica marcada por el impacto de la crisis de 1929.

En la primera etapa, el declive del dominio oligárquico tuvo resultados muy distintos según la región. En México triunfó la opción revolucionaria. En el Cono Sur, el radicalismo (Unión Cívica Radical argentina, Partido Colorado uruguayo y Partido Radical chileno) ayudaron a resquebrajar el predominio oligárquico, aunque su reformismo fuera muy limitado y se viera cortado de raíz por dictaduras militares (ver tema XXVIII). En otras naciones las soluciones autoritarias no permitieron ni siquiera abrir el proce-so garantizando la continuidad del dominio oligárquico. Fue el caso de casi todos los países Centroame-ricanos (con la excepción de Costa Rica), caribeños (con el intervencionismo norteamericano como constante), andinos (dominio de la oligarquía del estaño en Bolivia) y de Venezuela (dictadura de J. Vi-cente Gómez); aunque en algunos países andinos se dieron dictaduras militares que se empeñaron en proyectos modernizadores y, a veces antioligárquicos, buscando la incorporación controlada de las cla-ses medias, obreras e indígenas a la vida política nacional (Leguía en Perú, Revolución Juliana en Ecuador, tenentes brasileños). En Colombia se perpetuó el dominio de la oligarquía a través del Partido Conservador, que gobernó por métodos constitucionales desde 1909 a 1930; lo mismo que en Brasil.

La segunda parte del tema trata el impacto de la crisis de 1929 y de la II Guerra Mundial: la intensa movilización social, provocada por la situación económica, proyectos nacionalistas de indus-trialización, el protagonismo de los militares influidos por ideas corporativistas y fascistas; por otra parte, el apoyo masivo al bando aliado, tras la incorporación de EEUU a la II Guerra, y la dependencia económica establecida con este país a causa del conflicto, propició la aprobación de reformas demo-cráticas en algunos países, hasta que se impuso el clima anticomunista de la Guerra Fría desde 1947-8. Así pues, el camino hacia políticas populistas fue muy variado: en algunas repúblicas, se im-puso tras una etapa de contrarrevolución preventiva de dictaduras militares (Argentina, Brasil, Chile, Uruguay, Paraguay, Bolivia, Perú, Ecuador y Venezuela), en otras, se llegó a él sin salir de los cauces del modelo liberal (Costa Rica y Colombia); algunas repúblicas nunca llegaron (dictaduras centroame-ricanas y caribeñas).

1. El declive del dominio oligárquico

Los regímenes oligárquicos instalados en el poder desde 1880 tuvieron que afrontar las consecuencias de las transformaciones socio-económicas del fin de Siglo. La expansión eco-nómica lograda por el éxito del modelo exportador, llevó aparejados fenómenos tales como la inmigración masiva, el crecimiento urbano, la organización del movimiento obrero y el desarro-llo de sectores medios que reclamaban mayor participación en la vida política local y nacional. El declive del dominio oligárquico comienza en el primer cuarto del XX (1914–1930), años du-rante los cuales se incorporaron al sistema político sectores sociales emergentes pero no se desarrolló de la misma forma en todas las repúblicas. Mientras en México triunfaba la oposición revolucionaria, en otros países se logró mantener la normalidad constitucional merced a la re-forma del sistema electoral. Otras naciones impusieron soluciones autoritarias.

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En cualquier caso, ni siquiera donde se abrió la participación en el juego de la política a los sectores medios, se consiguió desbancar a la oligarquía de su predominio socio-económico y político. El colapso económico de 1929 y la 2ª Guerra Mundial obliga a muchos gobiernos a buscar el apoyo de las clases medias y populares con prácticas populistas. El protagonismo masivo de los sectores populares urbanos en la política latinoamericana no se dio hasta 1930-1960, fase de la crisis definitiva del sistema oligárquico.

El Cono Sur: el radicalismo contra la oligarquía

Sin llegar a un reformismo social progresista que supondría una alianza entre las capas medias y el proletariado, en Argentina, Uruguay y Chile los sectores medios urbanos pudieron compartir el poder político con la oligarquía nacional.

Argentina (Unión Cívica Radical: H. Yrigoyen y M. T. de Alvear).

En Argentina, Hipólito Yrigoyen inauguró en 1916 y Marcelo T. Alvear un predominio radical que duró hasta 1930. Durante el período radical se protegió a la clase media rural y se aprobaron algunas leyes sociales aunque los conservadores desde Senado frenó las iniciativas de éste tipo. La conflictividad social se reprimió con dureza por el ejército y la policía que hizo perder popularidad entre los movimientos obreros al partido radical. En 1930 el General Uriburu dio un golpe militar.

Uruguay (Partido Colorado).

El colorado Batlle y Ordoñez (1903-6 y 1911-5), optó por ampliar la participación electo-ral y acrecentar la presencia del estado en los ámbitos de la vida política, social y económica. Sufragio universal; derecho de sindicación y huelga; jornada laboral de ocho horas, etc. Diseñó un Ejecutivo Colegiado en el que participaría el partido opositor (Blanco) para aunar compromi-sos y frenar las tendencias presidencialistas y evitar tentaciones dictatoriales. Pero le duró po-co porque los conservadores ya intentaron paralizar las reformas hasta que Terra, en 1933 se convirtió en dictador, apoyado por el Partido Blanco. En 1942 Juan Amezaga logró el consenso de toda la formación colorada en apoyo de una política definitivamente democrática. Durante el predominio colorado, hasta 1958 se ensayó la modernización económica del país.

Chile (Partido Radical).

El control siguió en manos de la oligarquía hasta los años 20. Desde los años de la I Guerra Mundial se enfrentaron dos coaliciones: Unión Liberal y Alianza Liberal-Conservadora. La situación económica se agravó y aumentaron las protestas de los sectores urbanos y mine-ros. Sin que nadie controlara la situación los gobiernos de Alessandri consiguieron una Consti-tución presidencialista pero golpes militares diversos llevaron a su sustitución por Carlos Ibá-ñez, quien estableció una dictadura hasta 1929.

Brasil: predominio oligárquico hasta 1930. Ensayo modernizador de los tenentes (1920-1924)

Desde 1920 el militarismo volvió a la escena política con el protagonismo de la oficiali-dad media (tenientes), influidos por modelos europeos. El Partido Comunista Se creó en 1921, aumentaba la agitación obrera. La dictadura de Pereira de Sousa acrecentó el malestar social. Con la crisis mundial de 1929 una sublevación militar condujo a Getulio Vargas al poder, inicia-dor de una nueva política brasileña.

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Los países andinos La consolidación de la oligarquía del estaño en Bolivia.

En BOLIVIA los liberales estuvieron hasta 1920 y con ellos se mejoraron las comunica-ciones y se consolidó un nuevo grupo oligárquico. No hubo reformas ni se alivió la explotación de la mano de obra indígena. Hasta la crisis de 1929 y la guerra del Chaco no se rompió el sis-tema político tradicional.

Perú: Dictadura de Oscar Benavides (1914-1919); dictadura de M. Leguía (1919-1930): intento de modernización y reformismo militar antioligárquico hasta 1922, con alta con-flictividad social.

En Perú el periodo militarista se cerró con Nicolás Piérola que devolvió el poder a la oli-garquía con una coyuntura económica exportadora favorable hizo posible el desarrollo urbano e industrial. Así surgió el APRA y la agitación del movimiento estudiantil. Desde 1914 se impu-so el autoritarismo, Benavides y Leguía con el apoyo del ejército llevan a cabo una política mo-dernizadora, reformista y antioligárquica, con tintes populistas. La carestía y el desempleo for-zaron el pacto con las oligarquías. Leguía fue derrocado por el golpe militar de Sánchez Cerro con el telón de fondo de la crisis mundial de 1929.

Ecuador: las expectativas de apertura política se cierran en 1912 con sucesivos golpes de estado. La Liga de los Militares Jóvenes 1925.

En ECUADOR los conflictos entre los grupos oligárquicos habían quedado dirimidos con la victoria del caudillo liberal Eloy Alfaro, con un golpe de estado en 1912. Alfaro dio expectati-vas a las clases medias pero su sucesor el general Plaza se convirtió en portavoz de la oligar-quía nuevamente. Hasta que mediante otro golpe militar la Revolución Juliana de la Liga de los Militares Jóvenes en 1925 inauguró un periodo de dictadura donde fueron atendidas las reivin-dicaciones de las clases medias, obreras e indígenas frente a la oligarquía.

Colombia: predominio del P.Conservador y la oligarquía del café.

En COLOMBIA las plataformas políticas siguieron vinculadas al Partido Liberal. Centroamérica y el Caribe Centroamérica y el Caribe: el control de las oligarquías, dictaduras militares; interven-cionismo de EEUU. La excepción de Costa Rica. Venezuela: dictadura de J. Vicente Gó-mez.

En CENTROAMÉRICA, los gobiernos permanecieron bajo el control de la oligarquía tradicional, aliada a las nuevas oligarquías del café, el banano o la minería. Su característica dominante fue el predominio del caudillismo el autoritarismo y la inestabilidad. El descontento popular se ahogó con dictaduras. El intervencionismo norteamericano no hizo más que reforzar el papel de las oligarquías.

En Guatemala, El Salvador y en Honduras se sucedieron los pronunciamientos de cau-dillos militares. Sólo Costa Rica se benefició de la inversión de EEUU con obras sociales y una intentona militar hizo eliminar el ejército permanente.

En Nicaragua la intervención de los marines norteamericanos se prolongó desde 1912 a 1933 para garantizar la estabilidad según sus intereses económicos. En Panamá tres cuartas de lo mismo.

En Cuba, Haití y Santo Domingo la intervención norteamericana se movía entre el caos la intervención militar y el juego de intereses.

En VENEZUELA la política estuvo marcada desde 1909 a 1935 por la dictadura del ge-neral Juan Vicente Gómez.

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2. El impacto de la crisis de 1929 y la II Guerra Mundial

Las masas irrumpieron en la escena política a raíz de la crisis económica de 1929. Los sectores medios juntos a los obreros, cuyo número se multiplicó cuando se produjo el éxodo rural provocado por mala situación del sector agro-exportador. Los partidos de izda. y sindica-tos se reforzaron con las reivindicaciones de los trabajadores industriales, mineros y agrícolas. Al mismo tiempo los sectores medios, estudiantes e intelectuales, y la pequeña burguesía pe-dían democracia y una política nacionalista frente al imperialismo económico, esto sería los gérmenes de los partidos populistas.

Con este panorama México, Brasil, Argentina o Uruguay donde empezó a intervenir el Estado comenzó una burguesía nacional empeñada en reactivar el sistema productivo y el de-sarrollo industrial. El clima nacionalista era propicio con el telón de fondo de la crisis económica y la simpatía del ejército.

Las oligarquías se pusieron a la defensiva y los más conservadores tuvieron tentaciones anticapitalistas y antiliberales, vía fascismo. No es de extrañar que en el periodo 1930-36 las Fuerzas Armadas irrumpieran en el escenario político. Por ejemplo, en Argentina Irigoyen fue derrocado por el general Uriburu con un golpe militar nacionalista. En Brasil Vargas llegó al poder de la mano de los militares, y en Perú Leguía fue sustituido del mismo modo. Cuba con Batista; el coronel Franco en Paraguay (Rev. Febrerista) y Somoza en Nicaragua son algunos ejemplos de la imposición de tendencias militaristas. Desde 1939 EEUU propagó una política contra los totalitarismos y fascismos frente a los valores democráticos, muestra de ello es la constitución de la Confederación de Trabajadores de América Latina (1938). En Hispanoaméri-cana siguieron las dictaduras pero con una fachada más “democrática” que facilitara las rela-ciones con los EEUU ya que era el proveedor de créditos, ayudas económicas y militares y comprador de productos agrícolas o mineros que constituían la base de las exportaciones na-cionales. Llega la influencia de la Guerra Fría (neurosis anticomunista) y frena las reformas democráticas. Las masas antioligárquicas tenían objetivos diferentes: los sectores medios que-rían participar en el sistema sin cambios en las estructuras del mismo y los obreros, en cambio, pretendían cambios profundos.

La repercusión de la II Guerra Mundial en Hispanoamérica: – Sin comercio atlántico se quedaron bajo la hegemonía de EEUU, menos Argen-

tina – Los gobiernos optaron por el modelo industrializador de sustitución de importa-

ciones – Mayor intervención estatal en la economía – Pacto entre los intereses del estado y los sectores populares para romper el es-

trecho marco político del sistema oligárquico.

Tenemos ya perfilada las premisas del desarrollo de los movimientos populistas. Pero cada país llegó de distinta manera, unos mediante la “contrarrevolución preventiva”; otros si-guiendo el modelo liberal y algunos se sumieron en el autoritarismo.

El Cono Sur Argentina: del golpe militar de Uriburu (1930) al peronismo.

El golpe del general Uriburu en 1930 fue un intento de frenar los efectos de la democra-tización política. Intentó establecer un régimen de inspiración fascista pero fue desplazado por el sector liberal del ejército. En las elecciones convocadas para 1932, ganó el General Justo apoyado por una colación de conservadores, radicales antipersonalistas y socialistas indepen-dientes. El estado intervino en la economía, favoreciendo la ganadería y la agricultura. Tras el conservador y autoritario Ramón Castillo vino el golpe militar de 1943 con el en encumbramien-to de Perón.

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Uruguay: de la dictadura de Terra al predominio Colorado. URUGUAY vivió desde 1931 la presidencia del colorado Gabriel Terra, quien desde

1933 se convirtió en dictador, apoyado por el Partido Blanco. En 1942 Juan Amezaga logró el consenso de toda la formación colorada en apoyo de una política definitivamente democrática. Durante el predominio colorado, hasta 1958 se ensayó la modernización económica del país.

Chile: inestabilidad. De la dictadura de Ibáñez al gobierno de Frente Popular. En CHILE, en 1932 tras el fracaso de la República Socialista, las elecciones fueron ga-

nadas por Arturo Alessandri, respaldados por los partidos de la derecha. En las elecciones de 1938, la táctica de Frente Popular propugnada por el Partido Comunista fue aceptada por so-cialistas y radicales. NO obstante, las divisiones en el seno del Frente Popular permitieron en 1942 el triunfo de J. Antonio Ríos, el ala derecha del radicalismo. El presidente González Vide-la del ala izquierda del partido radical optó por derechizar su política disponiéndose a seguir la línea anticomunista propugnada por Washington.

Paraguay: el impacto de la guerra del Chaco. El ejército árbitro de la situación política. La Guerra del Chaco fue determinante en la evolución política del PARAGUAY La victo-

ria final fue para Paraguay y llevó al primer plano de la política a los militares, descontentos ante el resultado de las negociaciones de paz. La Revolución Febrerista protagonizada por la oficialidad media, entregó la presidencia al coronel Rafael Franco. El poder volvió a la influen-cia liberal en la presidencia de José F. Estigarribia. Desde 1947 a 1954 se sucedieron diversos gobiernos Colorados; sin embargo, el ejército siguió siendo el árbitro de la política paraguaya, hasta que finalmente el general Stroessner dio un golpe militar instaurando una larga dictadura represiva que llegó a 1989.

Los países andinos Bolivia: guerra y militarismo reformista. MNR de Paz Estensoro.

En BOLIVIA el presidente Salamanca actuó contra las organizaciones obreristas e in-tentó distraer el descontento popular canalizándolo contra Paraguay en la guerra del Chaco. El conflicto bélico supuso pérdidas humanas y territoriales enormes y abrió un período de inesta-bilidad política en el que el ejército se erigió en juez. En 1943 triunfó de nuevo un golpe militar nacionalista promovido esta vez por un grupo de la oficialidad que contaba con el apoyo del MNR (Movimiento Nacionalista Revolucionario) de Víctor Paz Estensoro. La coalición se rompió en 1946, permitiendo a la oligarquía, con apoyo del Partido Comunista, recuperar el poder mo-mentáneamente. En 1952 paz Estensoro recuperaba la presidencia con el apoyo del POR (Par-tido Obrero Boliviano).

Perú: de la dictadura de Sánchez Cerro a la de Odría. El APRA. En PERÚ el coronel Sánchez Cerro reprimió duramente el movimiento obrero, disolvió

los sindicatos mineros y persiguió al APRA. El mariscal Oscar Benavides, sucesor, intentó nor-malizar la política peruana, pero tuvo que anular el resultado de las elecciones de 1936, donde había triunfado el candidato aprista. El régimen devino en una dictadura militar. En las eleccio-nes de 1939 el triunfador fue Manuel Prado, partidario de una completa colaboración con los Estados Unidos en la II Guerra Mundial. El candidato respaldado por el APRA, José L. Busta-mante fue el ganador de las elecciones de 1945, lo que permitió un paréntesis democrático que se cerró con el golpe militar de 1948 y la dictadura militar del General Manuel Odria.

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Ecuador: J. M. Velasco Ibarra. ECUADOR vivió un periodo de gran inestabilidad política hasta 1944 Una sucesión de

gobiernos militares y civiles dio paso en ese año a la victoria de José Mª Velasco Ybarra. Un golpe militar devolvió el poder a la oligarquía, representada por Galo Plaza. En 1952 vuelve a ganar Velasco Ybarra que se erige en portador de las masas urbanas. Su autoritarismo le hizo perder la presidencia en 1956 aunque volvió a ella en 1960–1 y 1968–72.

Colombia: el dominio Liberal hasta 1946. El Bogotazo en 1948.

En COLOMBIA el dominio conservador sobre su política acabó en 1930 El dominio libe-ral se iba a extender hasta 1945 con las presidencia de Alfonso López Pumarejo y de Eduardo Santos. El gobierno conservador llevó a Mariano Ospina y a partir de ese momento la represión del movimiento obrero dio paso a un reforzamiento del liderazgo de Gaitán, que comenzó a aglutinar el apoyo de sindicatos y masas populares. Se asesinato en 1948 provocó un estallido revolucionario que desembocó en la vuelta al autoritarismo de la mano del ultraconservador Laureano Gómez y después del general Rojas Pinilla.

En VENEZUELA la muerte del dictador Gómez dio paso al gobierno de dos militares: Eleazar López Contreras (1935-41) e Isaías Medina Angarita (1941-45). En 1941 Acción De-mocrática nació como una formación socialdemócrata de Rópulo Betancourt que en 1945 llegó al gobierno gracias al golpe militar de un grupo de oficiales. En 1948 un golpe militar respalda-do por el Departamento de Estado instaló una dictadura militar que duró 10 años.

Centroamérica y el Caribe Regímenes dictatoriales en El Salvador, Honduras, Nicaragua, República Dominicana, Cuba y Haití). Ensayo democrático y reformista en Guatemala (Ubico) desde 1944-54.

En CENTROAMÉRICA, los regímenes dictatoriales se perpetuaron y con ellos el domi-nio oligárquico: Maximiliano Hernández en EL SALVADOR hasta 1944; Carias en HONDURAS hasta 1948 y en 1934 el jefe de la Guardia Nacional nicaragüense (nombrado por las autorida-des norteamericanas de ocupación poco antes de abandonar el país), Anastasio Somoza, in-auguró su dictadura militar y patrimonial en 1934, tras asesinar a Sandino, contrario al inter-vencionismo estadounidense y defensor de un programa liberal-reformista.

Sólo en GUATEMALA se ensayó un experimento democrático tras la caída de Ubico en 1944. Se convocaron las primeras elecciones en diciembre de 1944, ganadas por Juan Arrebo-la quien puso en marcha reformas políticas y sociales. Pero la conflictividad social no disminu-yó.

El apoyo norteamericano y de otras dictaduras centroamericanas a un golpe militar diri-gido por Castillo Armas en 1954, inició una interminable fase de autoritarismo.

En COSTA RICA la oligarquía pudo mantener el control de la política sin contratiempos, aunque desde 1940 uno de sus candidatos, el presidente Calderón Guardia admitió la colabo-ración del partido comunista. Su sucesor, Teodoro Picado continuó en la misma línea. Se de-nunció fraude en las elecciones de 1948 y estalló una guerra civil en la que triunfaron los so-cialdemócratas. Su junta Provisional disolvió el ejército. Desde entonces han alternado en el poder los conservadores y el Partido Liberación Nacional de gigueres.

En el Caribe, la República Dominicana permaneció bajo la dictadura férrea de Trujillo, durante décadas.

En PUERTO RICO el vínculo con los estados Unidos propició el desarrollo del sector azucarero. Destacó la labor de Luis Muñoz Marín que fundó el Partido Popular Democrático y ganó las primeras elecciones de gobernador, celebradas en 1947.

En CUBA el movimiento revolucionario de 1933, respaldado por sectores medios urba-

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nos, acabó con la dictadura de Machado pero no se pudo consolidar por el boicot norteameri-cano contra el gobierno de Grau San Martín. Un golpe de estado del general Batista, devolvió el poder a los partidos de la vieja oligarquía que servia a los intereses norteamericanos y estu-vo como dictador hasta 1944. Desde 1938, la presión de Washington le obligó a una mayor apertura política y a permitir elecciones libres, ganadas por Grau San Martín y su partido revo-lucionario autentico. Los Auténticos dieron un claro viraje a la derecha, permitieron la corrup-ción y el terror policial anticomunista en un ciclo de descomposición política que se cerró con el golpe militar de Batista en 1952.

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Tema 32: Los movimientos populistas

Presentación y objetivos. La depresión de 1929 provocó una importante recesión en las exportaciones así como en im-

portaciones de productos industriales demandados por estas sociedades, vitales para su desarrollo y una contracción del mercado interno. La consecuencia fue el nacimiento de un nacionalismo de ca-rácter económico y autárquico en el terreno económico. En el aspecto político, la depresión de 1929 provocó una cadena de crisis políticas con la participación del proletariado en defensa de sus salarios y de las capas medias de la sociedad; conformándose unos partidos de masas que se rebelan contra los esquemas políticos clásicos del liberalismo democrático. Varguismo, Peronismo, Velazquismo, Aprismo y Acción Democrática son los partidos populistas más importantes con fundamentos políti-cos, sociales, económicos y culturales muy semejantes.

En los años 20 surge la idea de que el estado liberal había tocado techo y que era inca-paz de impulsar el bienestar general. A la sombra de esta idea surgieron los movimientos popu-listas que querían incorporar a las masas al sistema político. Su ubicación política e ideológica era confusa, ya que sus señas de identidad eran contradictorias. Por ello, es más sencillo enfo-car su estudio desde sus efectos políticos que desde sus componentes ideológicos.

En la práctica, el populismo supone postergar los derechos individuales en detrimento de los intereses populares y la capacidad para generar desarrollo, papel que debía desempe-ñar el estado frente a la incapacidad de las oligarquías.

En estos movimientos el peso de un líder carismático era decisivo. Sus atributos perso-nales eran claves en su liderazgo carismático. Tenían un carácter antioligárquico. Las consig-nas eran nacionalistas y en verdad tenían muy poco de revolucionarias. Su discurso apostaba por la industrialización y la autarquía, al considerarlas las vías del desarrollo.

Otra característica del populismo era su capacidad de reunir a un amplio grupo ideológi-co que va desde el nacionalismo católico a anarquistas o comunistas, lo que acentuaba la difi-cultad de clasificar estos movimientos ideológicamente.

1. EL VARGUISMO Brasileño

En 1889 se inauguró en Brasil la república federal como sistema político de gobierno, instaurada por la Constitución de 1891. Brasil pasó de un Estado centralista a un Estado fede-ral, transformándose las distintas provincias en Estados. Sobresalen los estados cafetaleros de Sao Paulo y Minas Gerais que controlaran la vida política del país al colocar como presidentes de la república a sus distintos candidatos y convirtiendo al gobierno central en defensor de sus intereses. Esta República oligárquica perduró hasta que la Revolución de 1930 llevó a Getulio Vargas al poder.

Hay un aumento demográfico que responde a una enorme inmigración europea hacia las zonas cafeteras. Se creó una clase media cada vez más poderosa que se enfrentó a la oli-garquía dominante.

La causa ocasional de la Revolución de 1930 fue que bajo el mandato de Washington Luis paulista, en las elecciones presidenciales se impusiera otro paulista, Julio Prestes, como candidato a la presidencia frente a Getulio Vargas, candidato de los políticos mineros que for-maban la Alianza Liberal; hubo fraude electoral, que dio origen a un proceso revolucionario apoyado por los militares, sobre todo los oficiales, en octubre de 1930, que colocó en la presi-dencia al candidato de Alianza Liberal, Getulio Vargas.

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El programa de Vargas en este primer gobierno provisional consistía en la eliminación de los gobernadores de los Estados, sustituyéndolos por los interventores federales. Despojó a los Estados del derecho al impuesto de importación, dando de esta forma un golpe mortal al federalismo y convirtiendo a Río de Janeiro, sede del gobierno central, en el verdadero centro del país. Gobernó sin el Congreso y sometió el Poder Judicial a su voluntad. Para estabilizar el precio del café redujo su producción y quemó el sobrante. Promulgó una amplia legislación laboral-salarios mínimos, sindicación y previsión social.

En 1932 estalló la rebelión, enfrentándose en una guerra civil. Vargas fue generoso con los vencidos y se celebraron elecciones para una asamblea constituyente, la cual en 1934 dio a Brasil la Segunda Constitución republicana.

Aprovechó la agitación política provocada por los comunistas y por el integralismo fas-cista, para dar un golpe el 10 de Nov de 1937, derogando la Constitución de 1934 y en su lu-gar, proclamó el Estado Novo. El presidente era la autoridad suprema del Estado; dirige la polí-tica interna y externa, promueve la orientación política legislativa de interés nacional y supervi-se la administración del país Nunca en la historia republicana del Brasil, ningún jefe del Estado tuvo tanto poder. Vargas estableció un Consejo Nacional de Economía, sustituyó a los gober-nadores de los Estados por agentes del gobierno, disminuyó el poder del Congreso al estable-cer una Cámara de Diputados. La Constitución de 1937 le otorgaba poderes para disolver el Congreso, expedir Decretos-leyes y promover candidatos a la Jefatura del Gobierno. Instituyó la censura de imprenta y la pena de muerte.

Con el fin de tener controlados a los obreros, reelaboró un nuevo Código de trabajo donde se sistematizaban los derechos y deberes de los obreros, así como la organización y funcionamiento de los sindicatos. Lo que sí se puso en marcha fue una política populista con la existencia de un líder: Getulio Vargas ejercía en nombre de los intereses del pueblo.

Las condiciones económicas existentes entre 1937 y 1945 mejoraron notablemente. Se demostró la enorme riqueza potencial del país. En 1938 comenzó a funcionar el Consejo Na-cional del Petróleo. Se fundaron diversos institutos nacionales del cacao, del azúcar, sal. Se desarrolló muy positivamente el comercio, sobre todo con Estados Unidos y Gran Bretaña, lo que motivó que Alemania en 1942 hundiera navíos Brasileños con el fin de interceptor los ali-mentos y materias primas que Brasil enviaba a Estados Unidos y Gran Bretaña, sus enemigos bélicos. Por ello, rompió la neutralidad.

Un golpe militar en 1945 apartó del gobierno a Vargas. La nueva Constitución de 1946 inauguró este periodo bajo la presidencia del general Dutra, el candidato del partido Socialde-mócrata, apoyado por el depuesto Vargas. En las elecciones de 1950 debido a la mala situa-ción económica, Vargas alcanzó la presidencia como candidato fundador del denominado Par-tido Trabalhista Brasileiro, aunque gobernó con poderes limitados por la Constitución de 1946, su ideal seguía siendo lograr la autarquía económica. La medida más importante que adoptó durante su mandato fue la explotación petrolera a través de la compañía nacional Petrobas, con resultados positivos. La muerte de Vargas, dejó el poder en manos de sus opositores.

2. EL PERONISMO Argentino Perón nació el 8 de Octubre de 1895 en la Provincia de Buenos Aires. Entró en el Cole-

gio Militar a los 16 años y realizó un progreso incomparable en los rangos militares.

En 1943 se unió a un complot militar que derrocó al gobierno civil de Argentina. El régi-men militar que subió al poder los siguientes tres años tuvo mucha influencia de Perón, quien prudentemente solicitó un puesto menor como Secretario de Trabajo y Bienestar Social. En 1945 se convirtió en Vicepresidente y Ministro de Guerra. Poco a poco fue ganando más respe-to y notoriedad, sobre todo por el apoyo que obtuvo de los trabajadores no privilegiados llama-dos "descamisados" y por su popularidad y autoridad en el ejército.

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A principios de Octubre de 1945, Perón fue sacado de su puesto por un levantamiento civil y militar. Pero su amante, Eva Duarte, y los compañeros de uniones de trabajadores re-unieron a los trabajadores de todo el Gran Buenos Aires, y con esa presión, Perón fue liberado de la custodia el 17 de Octubre de 1945. Esa noche, desde el balcón de la casa Rosada (Casa de Gobierno), Perón habló para 300,000 personas, y sus palabras fueron retransmitidas por radio a todo el país. Prometió conducir a la gente a la victoria en la elección presidencial pen-diente y a construir una nación fuerte y justa. Unos días después se casó con Eva, o Evita, co-mo era popularmente llamada, quien lo ayudó a dirigir la Argentina en los años que siguieron. Perón fue elegido Presidente en Febrero de 1946 con el 56 por ciento de los votos.

Perón puso a la Argentina en un curso de industrialización e intervención de la econo-mía, calculada para proveer mejores beneficios sociales para la clase obrera. También adoptó una fuerte política anti-Estados Unidos y anti-Británica, predicando las virtudes de la llamada Tercera Posición, entre el comunismo y el capitalismo.

Si bien, él no revolucionó estructuralmente a la Argentina, transforma a la Nación. Ba-sando su gobierno en una doctrina llamada Justicialismo, Perón mostró beneficios a los traba-jadores, a través de aumentos y otros beneficios. Nacionalizó los trenes y financió grandes obras públicas. Los fondos para esas obras provinieron de las exportaciones que realizó la Ar-gentina durante la Segunda Guerra Mundial.

Reelegido luego en 1951, Perón modificó algunas de sus políticas. Pero fue depuesto y enviado a Paraguay el 19 de Septiembre de 1955, luego de un levantamiento de la armada y el ejército quienes se justificaron por el descontento popular por la inflación, corrupción y opre-sión.

Perón finalmente se instaló en Madrid. Ahí, en 1961 se casó por tercera vez (su primera esposa murió de cáncer, al igual que Evita en 1952); su nueva esposa fue María Estela Martí-nez, una bailarina argentina. En España, Perón trabajó para asegurar, si no era su regreso a la Argentina, que iba perdurar como líder de millones de seguidores Peronistas, cuya memoria del régimen de Perón mejoraba día a día.

Elecciones tras elecciones, el Peronismo emergía como más y más importante. Ni los regímenes civiles ni los militares que gobernaron la Argentina luego de 1955, pudieron resolver los problemas de la Argentina.

El régimen militar del General Alejandro Lanusse, quien tomó el poder en Marzo de 1971, proclamó su intención de restaurar la democracia constitucional a fines de 1973 y permi-tir el reestablecimiento de los partidos políticos, incluyendo al Partido Peronista. Luego de una invitación del Gobierno Militar, Perón volvió a la Argentina por un corto tiempo en Noviembre de 1972. En las elecciones de Marzo de 1973, los candidatos peronistas ganaron las elecciones y la mayoría en la legislatura, y, en Junio, Perón fue invitado a regresar a la Argentina. En Octu-bre, en una elección especial, fue elegido Presidente.

Murió el 1 de Julio de 1974, dejando a su esposa como Presidente.

3. Consolidación del PRI Mexicano A partir de 1920 comienza una etapa en México de pacificación social. Se sometió al

ejército, al convertir a muchos soldado licenciados en colonos. Calles se convirtió en el hombre fuerte del país poniendo y quitando presidentes hasta la presidencia de Lázaro Cárdenas (1934-1940). En 1925 intentó crear una Iglesia mexicana, lo que desencadenó al grito de "Viva Cristo Rey y la Virgen de Guadalupe" la guerra religiosa denominada "Cristera", dirigida por la Liga Nacional de la Defensa Religiosa. Calles creó el Partido Nacional Revolucionario (PNR) con el fin de reunir las diferentes tendencias revolucionarias dentro de un mismo partido. El PNR se presentó como una confederación de pequeños partidos locales. Era un partido revolu-cionario creado por los autores de la revolución deseosos de reordenar las luchas electorales

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en el país. El 1 de marzo de 1929 se reunió en Querétaro la Convención del Partido Nacional Revolucionario con la tarea y la designación de candidatos a las próximas elecciones presiden-ciales. Calles movía los hilos del poder como "jefe máximo". Militares" agraristas y sindicalistas plantearon a Calles la candidatura de Lázaro Cárdenas que fue aceptado por el PNR.

En 1934 Cárdenas subió a la presidencia, iniciando durante su mandato la "Segunda Revolución". La rebelión de Cárdenas contra Calles esta en marcha. Este es declarado traidor y abandona el país. El populismo recogido en la Constitución surgió con fuerza en la presiden-cia de Cárdenas. Se puso en marcha la reforma agraria y para ello dividió los latifundios repar-tió los ejidos y 20 millones de hectáreas, chocando con los EE.UU. Apoyó las nuevas organiza-ciones sindicales e impulsó la legislación laboral. Su nacionalismo económico le llevó a la ex-propiación de las compañías petrolíferas en 1936, y estimuló la industrialización. Funda el Par-tido Revolución Mexicano (PRM) en 1938.

El PRM estaba conformado por un conglomerado de organizaciones: la Central Campe-sina, los sindicatos obreros, el sector popular y el sector militar. El nuevo partido reconocía la lucha de clases y la selección de candidatos para asegurar el control del país en manos del presidente.

Cárdenas designó como su sucesor a Ávila Camacho (1940-46). El PRM se transformó en el Partido Revolucionario institucional (PRI), como es conocido actualmente. Ejerce el con-trol político y social del país y gana todas las elecciones a gobernadores y senadores. El PRI ha abandonado la construcción de una "democracia de trabajadores" para preconizar una "au-tentica democracia" tolerante, siempre con la oposición protagonizada por el Partido de Acción Nacional (PAN) representante de la derecha.

4. La Reforma Agraria La población agraria iberoamericana ha intentado formalizar organizaciones campesi-

nas para luchar contra la situación de "colonialismo in terno". No ha sido fácil por el problema por parte del campesinado de encontrar un líder con la suficiente confianza y valor para poner-se al frente del movimiento campesino y por último, por la dificultad para elaborar un programa con un criterio unitario que tenga como punto central la reforma agraria. Sus peticiones, en un principio son estrictamente laborales. En otras ocasiones, la condición del campesinado es tan precaria que estas peticiones pronto chocan con la intransigencia de los hacendados, politizán-dose sus demandas. Sus métodos de lucha van desde la huelga de brazos caídos, la ocupa-ción de tierras no cultivadas y la rebelión armada como último remedio.

México fue el primer país que implantó la reforma agraria con la revolución zapatista mediante el plan de Ayala y el nacimiento del Partido Agrarista. Durante la presidencia de Lá-zaro Cárdenas se relanzó a gran escala la reforma agraria.

El Partido de Acción Democrática (AD) llevó a cabo la reforma agraria en Venezuela uti-lizando los sindicatos creados por ese partido, tanto durante el primer mandato de Rómulo Ga-llegos como durante el segundo. Acción democrática llevó a cabo sendas reformas agrarias.

La reforma agraria en Perú fue realizada por el gobierno militar de Velasco Alvarado (1968-75) que tomó esta decisión para atajar los movimientos campesinos y la formación de las guerrillas de Lobatón y de De la Puente.

Bolivia siempre mantuvo una movilización campesina autónoma durante los siglos XIX y XX consiguiendo que en 1953 Paz Estensoro promulgara una ley de reforma agraria cuyos efectos fueron inmensos.

En Chile las organizaciones campesinas casi no existieron hasta 1964. Entonces fueron creadas y controladas por el Estado durante el mandato de Eduardo Frey. Durante el gobierno de Allende (1970-73) se radicalizó la reforma agraria al crear la Unidad Popular nuevas colecti-vidades agrícolas.

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También en Guatemala se frustró la reforma agraria programada por Jacobo Arbenz La Ley de Reforma Agraria de 1952 entregó tierras a más de 100.000 campesinos.

5. Las migraciones internas y la formación de las grandes urbes A partir de 1950 se produjo una gran transformación en Iberoamérica motivada por la

crisis generalizada en que se encontraba la agricultura con un predominio claro de la ciudad sobre el campo y la formación de las grandes urbes.

Este hecho fue motivado por el fuerte crecimiento demográfico urbano que entre 1950 y 70 pasó de 61 a 146 millones. Se produce un proceso de migración interna hacia las áreas ur-banas. Al contrario que en la primera mitad del siglo XX, en que la mayor concentración urbana se produce en la capital y en el puerto de exportación, en la segunda mitad del siglo adquieren mayor desarrollo urbano aquellas ciudades que cuentan con menos de un millón de habitantes y que se encuentran en las regiones del interior, motivado por el desarrollo del crecimiento in-terno, sobre todo de la industria frente a la agricultura.

La mano de obra juvenil que se traslada a la ciudad en busca de su primer empleo no fue absorbida. Aumentó el paro y el subempleo urbano; aumentó la tensión entre el proletaria-do y los marginados, motivada por el empobrecimiento de la clase obrera y por el estancamien-to del sector industrial.

Las ciudades se ven incrementadas con la construcción de barriadas y viviendas aun-que en un principio son creadas como hábitat transitorio, terminan convirtiéndose en perma-nente.

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Tema 33: La Revolución cubana y los intentos de

exportación de su revolución

Presentación y objetivos. Dictadura y revolución son las dos acepciones mas repetidas durante todo el siglo XX en la

historia de Iberoamérica. Aunque situaciones revolucionarias han surgido en repetidas ocasiones, só-lo cinco naciones han recurrido a la Revolución como única vía para salir del estado de miseria y es-tado en que estaban inmersos.

Aunque entre sí tienen rasgos distintos, todas ellas comparten similitudes: la lucha contra insti-tuciones corruptas y contra la concentración de la tierra en pocas manos, la eliminación de la desigual-dad social, de la incultura y del analfabetismo. Enemigos comunes: uno interno, sus propias oligarquías y otro externo, los Estados Unidos de América, excepto Bolivia, bien de forma encubierta, por medio de la CIA o directamente con su ejército o con sanciones económicas.

México, Guatemala, Cuba, Nicaragua y Bolivia son las naciones que han recurrido a la Revo-lución. Sobreviven dos: la Cubana y la Mexicana (muy aburguesada). De las restantes, sólo una, la Nicaragüense ha sido derrotada en las urnas.

Sólo 5 países (México, Guatemala, Bolivia, Cuba y Nicaragua) han recurrido a la Revo-

lución como vía para salir de la miseria y el atraso y presentan una serie de similitudes: – Lucha contra instituciones corruptas. – Lucha contra la concentración de tierras en pocas manos. – Eliminación de la desigualdad social, de la incultura y del analfabetismo.

El fin último de todas ellas es modernizar la sociedad y romper la dependencia econó-mica. Excepto la boliviana, el resto han tenido además enemigos comunes:

– Sus propias oligarquías. – Estados Unidos (con intervenciones directas o por medio de operaciones de la

CIA).

Todavía sobreviven la revolución mexicana (aburguesada, eso sí) y la cubana. La Revo-lución nicaragüense fue derrotada en las urnas.

1. La política exterior estadounidense hacia Iberoamérica Estados Unidos mantuvo contactos esporádicos previos a la emancipación de la Améri-

ca española. Existía cierto resentimiento hacia España, que a pesar de haber colaborado en la independencia de las 13 colonias tardó en reconocer su independencia.

EEUU se mostró interesado durante el proceso emancipador y reconoció rápidamente las nuevas naciones. Consideraba un peligro cualquier intento de las potencias europeas de extender o mantener su sistema monárquico en el continente y se erigió como defensor del mismo. A cambio, anunció que no intervendría en conflictos europeos (Doctrina Monroe de no intervención).

De todas maneras, durante las primeras décadas del siglo XIX EEUU se expande hacia el oeste, justificando su derecho a las tierras no cultivadas o mal cultivadas (Doctrina del Desti-no Manifiesto).

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Para 1890 había acabado esa conquista, llegando a las costas del Pacífico e incluyendo Alaska. Entonces empezaron a romper su aislacionismo, con una revolución industrial en pleno auge y la necesidad de organizar un imperio comercial. Iberoamérica se presentaba como su gran mercado potencial.

2. La expansión hacia Centroamérica: Cuba y Panamá EEUU consiguió la celebración de la primera Conferencia Panamericana en 1889. Allí

se puso de manifiesto su poder. Como resultado se creó la UIRA (Unión Internacional de Re-públicas Americanas), origen de la OEA. En aquel momento ya se había iniciado la política ex-pansionista de EEUU, con Cuba, Puerto Rico y Panamá como primeros campos de experimen-tación.

EEUU apoyó a los insurrectos en el conflicto hispano-cubano. Declaró la guerra a Espa-ña tras la destrucción del Maine y estuvo presente en la Paz de París (de la cual fueron exclui-dos los independentistas cubanos). España abandonó cualquier pretensión sobre Cuba y Puer-to Rico y EEUU obtuvo el derecho a garantizar el orden en las islas. Lo ejerció instalando go-biernos militares con importantes contingentes de soldados. Máximo Gómez fue designado presidente de Cuba, mientras que Puerto Rico fue gobernado hasta 1900 por una junta militar y luego por un gobernador estadounidense.

Según la constitución cubana de 1901 EEUU tenía derecho a intervenir bajo determina-das circunstancias y limitaba la soberanía de la isla (Enmienda Platt). A cambio Washington disminuyó sus aranceles para Cuba en diversos productos. Cuba también disminuía sus aran-celes para productos americanos.

Durante la presidencia de Roosevelt se añadió el concepto de “imperialismo protector”. EEUU se nombraba protector del continente ante las potencias europeas. Así, ordenó la ocu-pación de Santo Domingo. Las intervenciones se sucedieron en Cuba (entre 1906 y 1909), en Panamá (1912), en Nicaragua (en 1909 y entre 1912 y 1925), en Veracruz (en 1914) y en Haití (1916). La política del garrote (o big stick) hacia Iberoamérica por parte de EEUU junto a la di-plomacia del dólar (supuesto derecho a defender sus intereses económicos) no tuvieron obstá-culos durante la década de los veinte.

3. De dominar para convencer a convencer para dominar: del “Big Stick” a la polí-tica de buena vecindad

La crisis del 29 y la llegada a la presidencia de F.D.Roosevelt supusieron un giro en el intervencionismo norteamericano. Surgió la política de “buena vecindad” en la Tercera Confe-rencia Norteamericana (1933). Esta se basaba en la confianza mutua, en la amistad y en la buena voluntad. Se renunciaba así a la intervención y a la agresión. Los americanos salieron de Nicaragua, en 1934 se anulaba la Enmienda Platt en Cuba y se concluía la intervención en Haití. En 1936 se anulaba la Enmienda Platt en Haití y Panamá y, en 1940, en Santo Domingo.

Una de las razones del cambio fue la existencia en la sociedad estadounidense de una corriente de opinión cada vez más importante que criticaba el intervencionismo antes practica-do. Así, por ejemplo, cuando se nacionalizó el petróleo en México en vez de intervenir EEUU pidió indemnizaciones.

Muchos países iberoamericanos fueron simpatizantes de las potencias del Eje como forma de manifestar su nacionalismo y antiimperialismo. Tras la crisis de 1929 los países lati-noamericanos tomaron medidas proteccionistas, limitando las importaciones, decretando un fuerte intervencionismo estatal y abriendo sus mercados a Gran Bretaña y a Alemania. Pese a los intentos de EEUU de establecer una alianza defensiva con los países iberoamericanos du-rante la II Guerra Mundial, Chile y México mostraron reservas y Argentina no rompió relaciones con el Eje hasta 1944. Tras el ataque japonés a Pearl Harbour (1941) Perú, Ecuador y Panamá

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permitieron el uso de bases militares y se establecieron acuerdos bilaterales. EEUU tuvo así acceso a materias primas y, a cambio, creó un Comité de Defensa Mutua (1942) que equiparía a los ejércitos latinoamericanos.

El fin de la guerra y el conflicto este-oeste (guerra fría como máximo exponente) volvió a llevar a EEUU por la senda del “Destino Manifiesto” como defensora frente al comunismo de determinados valores (democracia, capitalismo, economía de mercado, etc.). Se fundó la OEA (Organización de Estados Americanos) en 1948 y se firmó el Tratado de Asistencia Recíproca. Ambos fueron resultado de la Conferencia de Río de Janeiro (1947). La OEA pronto fue utiliza-da por EEUU para intervenir en Latinoamérica. En 1954 se usó para derrocar al presidente guatemalteco Jacobo Arbenz. Se usó en más ocasiones, como en 1989 para invadir Panamá.

4. Guatemala: entre el liberalismo y la United Fruit Guatemala estaba dedicada principalmente a la agricultura (café y banano) y poseía

una población amerindia muy importante (43 %) con un alto grado de analfabetismo y pobreza. A la larga dictadura de Estrada le sucedieron otras dictaduras de corta duración hasta la de Ubico (1931-1944). Durante su mandato la United Fruit Company (UFCO) obtuvo grandes ven-tajas. En 1944 se produjo una huelga general promovida por Arévalo, acabándose con la presi-dencia de Ubico.

Las elecciones generales le dieron el poder a Arévalo, que promulgó una constitución muy similar a la mexicana de 1917 en el 1945. La reforma agraria y la legislación laboral eran sus puntos fundamentales. Se puso en marcha un Código de Trabajo que suprimía el trabajo forzado y promovió la sindicación. Se creó el Instituto de Seguridad Social y se promulgó la Ley de Desarrollo Industrial.

Después de Arévalo fue presidente Arbenz (52-54), su ministro de la guerra. Este puso en marcha la reforma agraria, expropiando y redistribuyendo las tierras sin cultivar. Se indem-nizó a la UFCO por las expropiaciones y se nacionalizó la Electrical Company, también de capi-tal norteamericano. Acabó siendo acusado de comunista.

La United Fruit pidió ayuda al gobierno norteamericano. El secretario de Estado, John Foster Dulles, que estaba relacionado con la compañía, consiguió en la Conferencia Interame-ricana de Caracas (1954) una declaración en la que se definía la existencia de países con go-biernos comunistas como una amenaza para la soberanía e independencia política de los EEUU. Así, Eisenhower permitió que la CIA derrocase a Arbenz. La población no ofreció resis-tencia y se instaló una dictadura bajo la presidencia del coronel Castillo Armas.

5. La Revolución cubana

Una de las revoluciones que todavía persisten es la cubana. Para su derrocamiento EE.UU. ha utilizado no sólo la intervención militar, sino también medidas de boicot y bloqueo económico.

Los antecedentes se sitúan en los años 30, durante la presidencia de Roosevelt con Grau San Martín como presidente de cuba y el sargento Batista, ascendido a coronel, como hombre fuerte en la isla hasta 1959. Al perder San Martín la confianza de Washington, Batista lo derrocó en enero de 1934. Lo sustituyó con un presidente de paja (Carlos Mendieta) y fue sucediendo gobiernos en un ambiente de estabilidad. Finalmente, el propio Batista fue elegido presidente y trató de dar una imagen legal mediante una nueva constitución apoyada incluso por el Partido Comunista. Washington no estuvo de acuerdo y Batista llevó a cabo una política reaccionaria, persiguiendo al PC y salvaguardando los intereses norteamericanos. Al final del mandato (1944) ganó las elecciones su opositor, Grau San Martín, y Batista decidió exiliarse en los EEUU.

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El mandato de San Martín fue decepcionante para sus electores y fue sustituido por So-carrás, que buscó una política conciliadora sin éxito. Batista lo derrocó e inició su segunda pre-sidencia (1952-1959). Esta se recuerda como una de las etapas más corruptas y brutales de la historia de Cuba. Sus características más destacadas fueron:

– Complaciente con los intereses norteamericanos. – Brutalmente represivo con la oposición. – Enemigo de las innovaciones progresistas. – Tolerante con la corrupción.

Surgió durante su mandato el “Movimiento 26 de julio”, que aglutinó a liberales, pro-gresistas y marxistas. La fecha correspondía al 1953, cuando un grupo de revolucionarios diri-gidos por Fidel Castro intentó apoderarse del cuartel Moncada. El grupo fue apresado y juzga-do.

Con las elecciones de 1954 llegó la distensión y Fidel y sus colaboradores fueron am-nistiados y deportados a México. Allí organizaron una pequeña expedición a Cuba en el yate Gramma, desembarcando en noviembre de 1956 y formando un grupo guerrillero en la Sierra Maestra. Se presenta como un movimiento de amplio aspecto liberal, tendente a sustituir la corrupción y la dictadura de Batista por un sistema democrático. Fueron ocupando lugares cla-ve en la isla hasta que el 31 de diciembre de 1958 Batista presentó la renuncia y embarcar hacia EEUU. Al día siguiente Camilo Cienfuegos entró triunfante en La Habana.

La Constitución de 1940 fue restablecida, pero en febrero se promulgó la Ley Funda-mental de la República que traspasó el poder legislativo al gobierno y creaba Tribunales Revo-lucionarios sustitutivos del poder judicial. La Revolución se radicalizó y el 17 de mayo de 1959 se promulgó la Ley de Reforma Agraria, que prácticamente colectivizó la tierra. En 1960 se nacionalizaron las centrales azucareras, las principales industrias, los bancos y las refinerías de petróleo.

Esta primera fase de la Revolución cubana tuvo un marcado carácter nacionalista y anti-imperialista, viéndose saboteada e incluso bombardeada desde Florida. Se organizaron así milicias populares para la defensa de la isla. EE.UU., ante la nacionalización de las propieda-des extranjeras, redujo primero y anuló mas tarde las importaciones de azúcar cubano en un intento de colapsar económicamente a la isla. La URSS acudió en su apoyo enviando petróleo. En 1960 todas las empresas norteamericanas y las grandes empresas cubanas eran nacionali-zadas. Fidel realizó la 1ª Declaración de la Habana, declarando Cuba territorio libre de América Latina.

En 1961, bajo el mandato de Kennedy, los exiliados cubanos, ayudados por la CIA, in-tentaron la invasión de la isla en Bahía Cochinos. El fracaso fue estrepitoso. La crisis llamada "de los misiles" siguió al intento de invasión, acabando con un acuerdo entre la URSS y EE.UU. Fidel se definió como marxista-leninista y la revolución dio un giro pro-soviético. Se impuso el modelo soviético en la elaboración de los planes económicos en contra de las tesis de Che Guevara, que abandonó la política cubana y acabó muriendo en Bolivia en 1967 al fren-te de un grupo guerrillero. En esta etapa (1965) se conformó la organización del Partido Comu-nista Cubano (PCC) con un único líder: Fidel Castro.

Cuba intentó salir de su aislamiento abriendo mercados con los países occidentales: España, Francia, Gran Bretaña, Canadá, México y los países del Este, incorporándose en 1972 al COMECOM.

Los avances en la isla fueron espectaculares en educación, sanidad y cultura, aunque hasta 1976 no se aprobó una nueva Carta Magna. Esta institucionalizaba a Cuba como la pri-mera República socialista del continente, con el poder acumulado en la persona de Fidel Cas-tro (Jefe del Estado).

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Fidel convocó el I Congreso del Partido Comunista de Cuba, cuyas conclusiones más importantes fueron:

– Nombramiento de Castro como “Jefe del Estado Vitalicio”. – La formación de un Consejo de Estado presidido por Castro. – Castro es investido “eterno Comandante de las Fuerzas Armadas Revoluciona-

rias”.

Cuba se implicó en conflictos internacionales en África. Especialmente importante fue su participación en el conflicto angoleño, en el que miles de soldados cubanos apoyaron al Movi-miento Popular de Liberación (MPLA).

En 1980 el incidente provocado por seis cubanos que pidieron asilo político en la emba-jada del Perú en La Habana hizo anunciar a Castro en la TV cubana que todo el que desease salir podría largarse. Doce mil personas en menos de 24 horas se agolparon en la Embajada peruana y se acabó permitiendo la salida de 250.000 personas hacia Miami.

Algunos hechos, como el fusilamiento en 1989 de un héroe militar (Ochoa) y sus colabo-radores, han dañado seriamente la imagen de Fidel Castro. Su imagen se ha deteriorado más aún debido a las penurias sufridas por la población cubana. Estas son en parte resultado de haber dejado de recibir ayudas de la antigua URSS y del bloqueo económico decretado por la administración Bush con la Ley Torricelli. El fin del régimen castrista no se ve cerca y los oposi-tores al mismo han constituido dos formaciones políticas: Concertación Democrática, de ten-dencia centro-izquierdista, y Coalición Democrática Cubana, de tendencia conservadora.

6. Las repercusiones continentales de la Revolución cubana La revolución cubana fue en un principio imitado durante la década de los sesenta por

muchos grupos iberoamericanos que utilizaron la lucha armada y el foco guerrillero rural. La mayoría de los partidos comunistas iberoamericanos se pusieron en contra del movimiento re-volucionario al ser más partidarios del frente populismo y el reformismo.

Venezuela conoció durante los años 50 y 60 un fortísimo movimiento guerrillero, influen-ciado por el marxismo-leninismo en su versión castrista. La oposición armada era la única po-sibilidad de lucha de aquellos que deseaban acabar con las oligarquías reinantes, que domina-ban mediante dictaduras o regímenes constitucionales. Tras la caída de Pérez Jiménez, Vene-zuela volvió a la vía democrática y sus presidentes ofertaron la incorporación al sistema político de los movimientos guerrilleros. Por una parte, se concedió una amplia amnistía y, por otra, no se pusieron restricciones a la formación de partidos políticos que actuasen según la Constitu-ción de 1961. Se crearon partidos como el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), el Partido Revolucionario Nacionalista (PRN), el Partido Revolucionario de Integración y el Movi-miento al Socialismo (MAS).

En Colombia, con una Constitución desde 1886, se han sufrido numerosas guerras civi-les. Cabe destacar la de los “mil días”, con gran número de pérdidas humanas y económicas. Los acontecimientos de 1948 desembocaron en el llamado “bogotazo” y dieron lugar a la acti-vidad guerrillera a gran escala. Ya existía la actividad guerrillera desde los veinte (con la crea-ción de repúblicas comunistas libres o de regiones autogobernadas). En los sesenta, con el agotamiento del sistema político y el ejemplo de la revolución cubana, aparecieron las guerrillas rurales como Movimiento de Obreros, Estudiantes y Campesinos (MOEC) o Frente Unido de Acción Revolucionaria (FUAR), que fueron rápidamente destruidos. El Ejército de Liberación Nacional (ELN) fue el que tuvo más importancia desde la incorporación del sacerdote Camilo Torres. Aún así, los guerrilleros no llegaron a desestabilizar el sistema político afianzado en 1956. En la década de los 80 el presidente Belisario Betancurt propuso una amnistía a los gru-pos guerrilleros que depusieran las armas. Se dio así un inicio de las conversaciones. La incor-poración del Movimiento 19 de Abril (M-19) dio paso a la incorporación paulatina de otras orga-

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nizaciones (EPL, PRT, etc.) y abriéndose negociaciones con Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el Ejército de Liberación Nacional (ELN). En noviembre de 1989 se sus-cribió el Pacto Político por la Paz y la Democracia entre el Gobierno y el M-19, quedando la Iglesia católica como tutora moral y espiritual del proceso. En el acuerdo se establecen, ade-más del acuerdo de paz, las bases mínimas para la reorganización del Estado mediante una Asamblea Constituyente. Se marcaron como objetivos prioritarios del Estado la reforma de jus-ticia y la erradicación del narcotráfico entre otros. Así, grupos guerrilleros se convirtieron en partidos políticos (como Alianza Democrática M-19). El texto constitucional de 1991 ha supues-to a plena constitucionalización de los partidos políticos

En Perú, una guerrilla especialmente feroz de tendencia maoísta es Sendero Luminoso. Con su dominio fáctico de gran parte del territorio andino y con sus ataques a Lima ha conse-guido desestabilizar el país y provocar que Fujimori tomase poderes extraordinarios con el con-siguiente menoscabo para la democracia.

Cuba, con su falta de recursos, poco pudo ayudar a estos movimientos guerrilleros. Sólo sirvió como centro de formación e instrucción Sus acciones militares, controladas por la Unión Soviética, sólo se desarrollaron en Angola y Etiopía. Sólo exportó su foco guerrillero a Bolivia en la persona del Che Guevara, que ignoró la realidad económica, social y política del país, con lo que su fracaso fue evidente, produciéndose su muerte en 1967.

7. La Alianza para el Progreso y las políticas contrainsurgentes En 1961 comenzó el más importante proyecto reformista propiciado por EE.UU. para

Iberoamérica: la Alianza para el Progreso, impulsada por Kennedy. En Punta del Este (Uru-guay) quedaron establecidos los documentos que regularon las relaciones económico-sociales de América durante la década de los sesenta. Washington se comprometía a aportar veinte mil millones de dólares y los estados iberoamericanos se comprometían a contribuir con parte de sus recursos y a redactar programas nacionales para el desarrollo de sus propias economías. La aportación final seria de cien mil millones de dólares para un período de diez años. La res-ponsabilidad del programa se repartió entre los organismos ya existentes: OEA, BID y CEPAL. Todos los gobiernos, excepto Cuba, se adhirieron al programa.

La muerte de Kennedy y la Guerra de Vietnam ralentizaron la ayuda económica nor-teamericana. Además, el dinero entregado a los países iberoamericanos no contribuyó al pro-greso de los mismos porque con este dinero estaban obligados a comprar productos norteame-ricanos, a veces obsoletos, y a transportarlos en barcos norteamericanos si querían recibir cré-ditos del BID. En 1974 desapareció la Alianza para el Progreso.

En 1961 se produjo en la República Dominicana el asesinato de Rafael Leónidas Truji-llo, que había estado al frente del país desde 1930 de manera directa o indirecta. Modernizó la sociedad alcanzando la mayor renta per capita de los países del Caribe, dictó diversas refor-mas laborales y se mejoró la enseñanza. En política exterior se mostró amistoso con las admi-nistraciones norteamericanas, pero la política de colonización que llevó a lo largo de la frontera de Haití, matando a miles de haitianos en 1937, produjo el nombramiento de una comisión in-ternacional que castigó a la República Dominicana a pagar una indemnización de 750.000 dó-lares a Haití. En 1960 la mayor parte de las repúblicas iberoamericanas habían roto relaciones diplomáticas con Trujillo.

Las elecciones de 1962 dieron como triunfador a Juan Bosh, izquierdista y mal visto por Washington, siendo derrocado antes de un año. La Junta que le sucedió se tuvo que enfrentar a un motín revolucionario dirigido por Francisco Caamaño. Jonson decidió ocupar Santo Do-mingo usando el cuerpo de marines y logró que en las elecciones de 1966 saliera elegido Joa-quín Balaguer, antiguo colaborador de Trujillo.

Las últimas intervenciones directas de Washington han sido la invasión de Granada (1983) y el derrocamiento del general Noriega en Panamá (1989) bajo la administración Bush.

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Hay dos países que si bien no han sufrido la intervención directa por parte de Washing-ton, si recibieron sanciones económicas que determinaron en fin de sus procesos revoluciona-rios: Bolivia y Chile. En Bolivia se abortó la Revolución y en Chile se derrocó a un gobierno so-cialista.

La revolución boliviana fue atípica ya que nació con la Guerra del Chaco (1932-1935), en la que Paraguay salió victorioso, y se prolongó hasta 1972. El país sufrió la crisis de 1929 al caer el precio del principal producto del país, el estaño. Los inicios del movimiento estuvieron ligados al nacionalismo, siendo dirigido por militares. Estos gobernaron el país entre el 34 y el 40, con Germán Busch Becerra como figura más destacada. Se nacionalizó el Banco Central e inició la redacción de un código laboral. Siguiendo la política de “buena vecindad” Estados Uni-dos no intervino.

Durante la II Guerra Mundial nació un nuevo partido: el MNR (Movimiento Nacional Re-volucionario). Propugnaba la nacionalización de las minas, la reforma agraria y la incorporación de las masas indias a la esfera nacional. Su figura más importante era Víctor Paz Estensoro, intelectual liberal de clase alta que fue captando a la izquierda revolucionaria y a los mineros. Triunfó en las elecciones de 1951, aunque los militares anularon las elecciones. En abril de 1952 el MNR se sublevó mediante Hernán Siles y proclamó presidente a Paz Estensoro.

Este llevó a cabo un programa nacionalista (nacionalización de minas y reforma agraria) y progresista (sufragio universal). La reforma agraria falló debido a que la distribución de los latifundios se hizo de forma caótica y sin contar los nuevos propietarios con una mínima ma-quinaria agrícola. El programa de nacionalización de las minas de estaño contó con la negativa de las tres familias que dominaban el sector: Patiño, el capital norteamericano y Aramayo. Aún así, el gobierno entregó al sindicato minero su explotación y la exportación del mineral.

En 1956 ganó las elecciones Siles Suazo en una situación difícil por la competencia del estaño ruso. Los sindicatos se rebelaron contra el gobierno. Cuando en 1960 volvió Paz Esten-soro a la presidencia la situación económica era tan grave que la Unión Soviética le ofreció 150 millones de dólares para modernizar la minería. Los EE.UU. presionaron sobre el presidente para que rechazara la oferta y aceptase un plan triangular apoyado por EEUU, el Banco Inter-americano de Desarrollo y la RFA. Al aceptarlo, se vinculó a la política norteamericana. Esto produjo enfrentamientos internos en el MNR, que acabó por descomponerse. En 1964 el ejérci-to asumió la presidencia, poniendo punto final a la revolución. Hasta la década de los 80, Boli-via no recobró su democracia.

Chile inició el siglo XX con un sistema parlamentario estable. Coincidió con la presiden-cia de Alessandri, marcada por el radicalismo y antioligarquismo. La difícil coyuntura económi-ca debida a la crisis salitrera puso en problemas al sistema. Una serie de golpes militares aca-bó por colocar en el poder al general Carlos Ibáñez (1927-1931), quien siguió favoreciendo la entrada de capital americano en detrimento del británico, hacia la minería de cobre. Los prés-tamos americanos le permitieron financiar un ambicioso proyecto de obras públicas, impulsar la industrialización y fundar la Compañía Salitrera de Chile (COSACH), primera corporación gu-bernamental establecida en Iberoamérica. Pero la paralización de las exportaciones de abonos y cobre obligó a Ibáñez a dejar el poder al ser derrotado por la oposición unida.

La inestabilidad política duró año y medio. Las nuevas elecciones otorgaron la presi-dencia por segunda vez a Arturo Alessandri que esta vez fue sostenido por los conservadores. Se enfrentó principalmente a la crisis del sector exterior. Buscó controlar las importaciones y la adquisición y venta de divisas. También trató de fomentar el sector agrícola. Durante su presi-dencia se fundan los partidos comunistas, socialista y nacionalsocialista.

En 1938 triunfó el Frente Popular Chileno. La coalición compuesta por el Partido Radical y los partidos socialista y comunista (siguiendo la táctica recomendada por la Tercera Interna-cional) llevó a la presidencia a Pedro Aguirre Cerdá (38-41), a Juan Antonio Ríos (42-46) y a Gabriel González Videla (46-52). La II guerra Mundial elevó las demandas extranjeras de cobre y nitratos y el gobierno de Cerdá aprovechó la buena coyuntura económica. Durante el manda-

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to de González Videla se incluyó a los comunistas en el gobierno. Pero la ruptura hizo que en 1948 se declarara ilegal el PC hasta 1953. El fin de la guerra hizo cambiar la coyuntura econó-mica y el gobierno chileno se incautó de las minas. El descontento popular hizo llegar a la pre-sidencia en 1952 a Carlos Ibáñez, apoyado por una amplia mayoría.

Las elecciones de 1958 dieron el triunfo a Jorge Alessandri, hijo del expresidente, frente a Salvador Allende, por un estrecho margen de votos. Su gobierno se distinguió por una extra-ordinaria calma política. En 1964 Eduardo Frey alcanzó la presidencia como candidato de la Democracia Cristiana que apostaba por la modernización económica. En 1965 Frey firmó el Proyecto de Ley de Reforma Agraria que pretendía eliminar a los grandes propietarios inefica-ces y ganar el apoyo de los campesinos mediante la distribución de tierra. La reforma produjo fuertes críticas, incluso en su propio partido (por encontrarse en él afectados) y hasta por los propios campesinos (que criticaban su lentitud). En 1968 nacionalizó las minas de cobre del grupo norteamericano ANACONDE. Con estas medidas Frey puso los cimientos de un popu-lismo reformista mal visto por las derechas por su radicalismo, por las clases populares que se sentían decepcionadas por su escasa trascendencia y por el gobierno norteamericano.

8. El triunfo de Allende Las elecciones de 1970 dieron el triunfo a la coalición de izquierda "Unidad Popular" li-

berada por Salvador Allende (1970-1973) con un programa que preveía la nacionalización de todo el sector minero, la profundización de la reforma agraria y la creación de un sector eco-nómico industrial controlado por el Estado.

Se aceleró el proceso de reforma agraria y la clase dominante formó milicias revolucio-narias. Los intentos de nacionalización progresista para dar paso a una transición hacia el so-cialismo produjeron las primeras maniobras para contrarrestar tales intentos. La DC de Frey, que controlaba las dos Cámaras, boicoteó todas las medidas tendentes a la estatalización. El bloqueo económico no declarado al que Estados Unidos sometió a Chile paralizó el crecimiento económico interno, lo que, junto a las crisis internas de la Unidad Popular, permitió una radica-lización de las clases medias conservadoras y una vinculación de los militares a los movimien-tos de derecha, que empezaron a controlar puntos clave del país. El golpe militar del 11 de Septiembre de 1973 con el asalto al Palacio de la Moneda y el suicidio de Allende pusieron punto final a esta experiencia progresista.

9. Las relaciones internacionales y el papel de Estados Unidos, la Unión Soviética y Europa en América Latina

El fin de la II Guerra Mundial, el inicio de la guerra fría y la división en dos bloques de la sociedad occidental, dieron paso a unas relaciones internacionales excepcionalmente tensas entre los EE.UU. y la URSS en los 50.

La muerte de Stalin se toma como punto de arranque e inicio de la “coexistencia pacifi-ca" anunciada por Kruschev en el XX Congreso del Partido Comunista (1956). La coexistencia pacifica sufrió su gran crisis en 1962 debido a la instalación de misiles soviéticos en Cuba, lo que llevó a EE.UU. a decretar el bloqueo naval de la isla, temiéndose que se desencadenara una guerra termonuclear capaz de destruir el mundo.

Las acusaciones mutuas en el Consejo de Seguridad y el envío de 24 buques soviéticos a Cuba aumentaron el temor a una guerra. Kruschev retiró de Cuba los proyectiles balísticos si EE.UU. prometía no atacar la isla. Se desmantelaron las bases y los misiles soviéticos, seguido del levantamiento del bloqueo norteamericano. Finalizada la crisis de Cuba se firmó el Tratado de Moscú por la URSS, EE.UU. y Gran Bretaña en 1963 prohibiendo los experimentos de ar-mas nucleares e instalando el teléfono rojo entre la Casa Blanca y el Kremlin. Se avanzó en la cooperación hasta alcanzar acuerdos de largo alcance como la desnuclearización de América Latina. La caída del muro de Berlín y la desmembración de la antigua URSS marcaron una nueva etapa a inicios de los noventa.

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Tema 34: La quiebra del orden constitucional

Presentación y objetivos. Este tema versa sobre el retroceso de la democracia representativa como sistema político

que se produce en América Latina en las décadas de los sesenta y setenta. Se pretende dar cuenta, en primer lugar, de las razones que explican el auge del autoritarismo, del protagonismo de los ejérci-tos latinoamericanos, empapados de la nueva “doctrina de la seguridad nacional”, que implantaron fé-rreas dictaduras. El capítulo estudia principalmente los regímenes dictatoriales militares que los politó-logos han definido como “autoritarismo burocrático” o desarrollismo militar.

La primera parte del tema se enfrenta a los factores que condujeron a la reacción autoritaria militar. La crisis económica, por el fracaso del modelo de desarrollo basado en el mercado interno y la autarquía, provocó una intensa movilización social y política. La inestabilidad, en especial la actividad del radicalismo revolucionario, asustó a los grupos sociales dominantes y propició la intervención de las fuerzas armadas. La evolución de la política norteamericana en América Latina, hacia el apoyo de regímenes autoritarios que garantizasen la seguridad y la estabilidad y una liberalización de la eco-nomía, fue otro factor. Así, unos ejércitos muy profesionalizados, identificados con los intereses de la burguesía vinculada a la economía internacional (y apoyados por buena parte de las clases altas y medias), apelaron a la doctrina de la “Seguridad Nacional” para erigirse en salvadores de la patria, frente a las fuerzas de la subversión, y en agentes del desarrollo económico nacional, con autoriza-ción para emplear la represión y la guerra sucia sin limitaciones.

En el segundo bloque se estudian las características específicas de los nuevos regímenes mi-litares, que se imponen con voluntad de durar en el tiempo, de reorganizar la vida nacional erradican-do de la política a las organizaciones sindicales y políticas de izquierda, para hacer imposible su vuel-ta al poder, y poniendo en marcha programas de estabilización económica, para conseguir crecimien-to. Se revisa el gobierno de la institución como corporación, con apoyo de tecnócratas cooptados en la sociedad civil, su ideología ultraconservadora y su programa de desmovilización y apatía política.

En el tercer capítulo del tema se estudia un caso específico de este tipo de dictadura militar: el Pinochetismo chileno, instaurado por un golpe de estado contra el gobierno de la Unión Popular de Salvador Allende, en 1973. Se analiza, primero, la conflictividad social previa, la situación de partida del ejército chileno, las conexiones internacionales del golpe y las simpatías internas de partida. Se profundiza, después, en las estrategias políticas y económicas seguidas por la dictadura, para afron-tar, finalmente, las razones que obligaron al dictador a permitir la apertura política que abrió el proce-so de democratización desde 1988.

La última parte del tema versa sobre la revolución sandinista (1979-1990): las causas de la derrota de la dictadura de los Somoza; la llegada al poder del sandinismo, su evolución, la incidencia de actores internacionales, la guerra civil en el marco de la crisis centroamericano y la derrota del sandinismo en las elecciones de 1990.

Los años sesenta y setenta ven retroceder, en muchas repúblicas de la zona, el modelo socio-político de democracia representativa que se había desarrollado en los años anteriores. En algunas el estancamiento económico dificultó el mantener el nivel de vida, la redistribución de la riqueza y la movilidad social. Ahora el Estado era incapaz de actuar en pro de la paz so-cial, aumentando las tensiones sociales y políticas. Partiendo de procesos diferentes, la solu-ción de golpe de Estado con protagonismo militar y su terminación en fuertes dictaduras milita-res, liquidó el orden constitucional dando salida hacia lo que parecía un nuevo modelo de Esta-do autoritario.

La situación, aunque generalizada en el área, fue más significativa del Cono Sur, donde los sistemas democráticos habían alcanzado cierta madurez. Se iniciaba el ciclo en Brasil, 1964, siguiendo, dos años después, Argentina; se inauguraba un periodo que llevará dentro la conmoción propiciada por la crisis económica de 1973. Pocos países quedaron a salvo: Co-

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lombia, Venezuela, Costa Rica y México (éste con las restricciones propiciadas por el PRI). Solo Nicaragua, con el triunfo de la Revolución Sandinista, parecía adoptar un ritmo diferente.

Las causas que pueden explicar la evolución son, primeramente, económicas, con una crisis del modelo de crecimiento económico. La modernización económica, que se había basa-do en el mercado interno y la autarquía, había propiciado transformaciones notables (urbaniza-ción, industrialización, etc.), pero las desigualdades habían crecido y no consiguió responder con el bienestar esperado. La crisis supuso altos niveles de inflación, déficits permanentes en la balanza de pagos, desempleo y subempleo, etc., con un resultado escandaloso por la dife-rencia entre crecimiento económico y demandas sociales de consumo.

Segundo, el sistema político también entraba en crisis, desbordado por el radicalismo revolucionario. El proceso de modernización llevó aparejadas nuevas formas de movilización social y activismo político, que eran toleradas por los regímenes constitucionales y sirvieron a los sectores sociales más afectados como medio de expresión. La conflictividad social llegó a amenazar la estabilidad de algunos gobiernos. Las clases dominantes, que controlaban el po-der, sentían el peligro y se mostraron proclives a la respuesta por la fuerza, creyendo ser la única salida para la reestructuración necesaria, ya por políticas ortodoxas de ajuste o por un cambio industrial acelerado en sectores no desarrollados anteriormente.

En ese ambiente de inestabilidad, la organización política no pudo controlar a los acto-res sociales, lo que dio pie a la intervención de las fuerzas armadas. La actuación en el periodo anterior respecto al ejército, de profesionalización, y sumando el tradicional protagonismo polí-tico de éste, hizo que se convirtiera en el actor principal, excusado en acabar con las fuerzas revolucionarias que amenazaban la seguridad del Estado. Se formaba un Estado identificado con los intereses del ejército y de la gran burguesía, que apelaba a unos supuestos teóricos nuevos: la doctrina de la Seguridad Nacional”.

1. La doctrina de la Seguridad Nacional El papel desempeñado por los ejércitos latinoamericanos fue en ocasiones decisivo en

la consolidación de los Estados. Iniciado a principios del siglo XX, los ejércitos habían sufrido un proceso de profesionalización y modernización, que contribuyó a que confundiese su identi-dad con la de la nación y con ello reforzase su autoimagen de árbitro de las disputas.

Junto a esta cuestión, se pueden enumerar una serie de factores que tuvieron como re-sultado conjunto el desvío de la función de defensa del país en pro del desempeño de un papel en la vida política nacional.

Estados Unidos desempeñó un papel decisivo en ello. La Guerra Fría fue aprovechada por los norteamericanos para extender el conflicto ideológico y propagandístico a esta región, forzando la identificación del potencial peligro soviético con la amenaza interna de la izquierda política. Al tiempo que se prohibían los partidos comunistas se consolidaba el papel del ejército en la neutralización del peligro rojo, tanto nacional como continental. Se desarrolló un proyecto de integración de los ejércitos continentales, a través del Tratado de Río de Janeiro, en 1947, y seguido por la sustitución de este tratado por pactos bilaterales en los años cincuenta, así co-mo por programas de ayuda técnica y créditos para equipamiento militar. El triunfo de la Revo-lución Cubana justificaba, o así lo parecía, los temores, revalorizando también el papel de la milicia en la paz social.

En paralelo, EEUU fomentó un proceso de profunda ideologización en el interior de los ejércitos, creando un centro especial, la Escuela Militar Estadounidense de las Américas, en Panamá y que se trasladará en 1984 Fort Benning (Georgia, EEUU). Allí se habían dedicado, desde 1949 al entrenamiento de personal militar latinoamericano en la lucha antisubversiva (pasaron más de 50.000 oficiales). En conjunción, el modelo del Nacional War Collage sirvió de inspiración a algunas escuelas superiores latinoamericanas, como la ESG brasileña o la Escue-la de Defensa Nacional de Argentina. Esas escuelas impartían cursos de un año destinados a

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la élite de la oficialidad, introduciendo contenidos políticos junto a los militares; introdujo una vaga ideología corporativista que serviría de justificación a las posteriores dictaduras. En esa ideología, el Estado asemejaba un organismo biológico cuyo objetivo era maximizar el bienes-tar del pueblo y todos los elementos disponibles para el estado quedaban incluidos en la esfera militar. De esta forma se concebía al ejército como la espina dorsal de la sociedad por su papel de protector del sistema, lo que legitimaba la intervención en la vida política.

Además, como agente de desarrollo se preocuparía por la economía nacional, pues era necesaria cierta autosuficiencia para asegurar la soberanía. Aprendían así a velar por los inter-eses del capitalismo proteccionista. En este campo no son ajenos dos factores más: la intro-ducción de capital norteamericano en las esferas de poder y la formación de la élite civil en las escuelas militares, lo que posibilitaba la difusión civil de la doctrina militar y fomentaba los acercamientos que propiciarían valiosos pactos futuros de gobierno.

Y como instrumento de seguridad, debía intervenir cuando entendiera amenazado cual-quier objetivo nacional. La insurgencia política, que siempre se identificó con la subversión marxista o comunista sería la amenaza por excelencia y desde aquí se desarrolla el concepto de “guerra total” o guerra interna, librada contra la subversión civil de carácter interior. Vale todo, es una guerra sucia, con el ejemplo de Francia en Argel e Indochina, hasta llegar a la represión institucional y el terrorismo de Estado, con un grado de sofisticación inimaginable.

2. El auge del autoritarismo y los regímenes militares Y en el clima de crisis sociopolítica, la ocasión para la cual se había preparado al ejérci-

to surgió cuando Cuba, con el triunfo de la revolución, se mostró dispuesta a exportar su mode-lo por el hemisferio y nació la Tricontinental. La táctica era el “foquismo”, crear focos guerrille-ros en zonas rurales para luego extender la lucha armada a todo el país y llegar al poder. Así, grupos guerrilleros históricos y nuevas guerrillas urbanas multiplicaron las acciones violentas: Montoneros y el ERP en Argentina, MIR en Chile, Tupamaros en Uruguay, además de múlti-ples grupos en países de Centroamérica y el cono sur. Simultáneamente, en algunas repúbli-cas surgían gobiernos de izquierdas. Aunque los grupos guerrilleros involucraban a minorías, los sectores sociales privilegiados los contemplaron como movimientos de masas que amena-zaban el orden social y persuadieron a sus contactos militares para la actuación. El respaldo vino de grupos de la burguesía más vinculada a la economía internacional y de buena parte de la clase media y alta.

Otro aspecto a tener en cuenta es la evolución política norteamericana. Kennedy puso en marcha el programa de la “Alianza para el progreso” tras la victoria castrista, que preveía ayudas norteamericanas al fomento del desarrollo económico en la zona, para prevenir estalli-dos similares al cubano. Pero en 1963, tras su muerte, las administraciones Jonson y Nixon-Ford prefirieron la instauración de regímenes autoritarios como aval de la seguridad y la estabi-lidad y que facilitasen la liberalización e internacionalización de las economías, con lo que se abandonó el programa.

El resultado fue una oleada de golpes militares y la instauración siguiente de férreas dic-taduras con rasgos diferentes a las tradicionales o de carácter patrimonial, como las que domi-naban en Centroamérica, el Caribe o en el Paraguay de Stroessner. Los politólogos intentaron encontrar una definición de modelo único, hablando de “autoritarismo burocrático”, otros de “desarrollismo militar”, “dictaduras de seguridad nacional”, nuevo “Estado autoritario” o incluso “fascismo”. Pero la evolución ha manifestado que no existía un modelo único, aunque si es posible contraponer una serie de rasgos comunes respecto a los modelos del pasado.

Mientras en las tradicionales, el caudillo militar asaltaba el poder como una solución temporal, hasta encontrar solución a los problemas que habían dado pié a la intervención y carecía de programa político que le legitimase, pactando con las fuerzas sociales más tradicio-nales y limitando el uso de la fuerza a un periodo corto, los nuevos regímenes no eran una

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condición temporal para corregir una situación, sino que pretendían reorganizar la nación de acuerdo a una ideología más o menos elaborada, inspirada en la “Doctrina de la Seguridad Nacional” por la que se legitimaba la lucha contra la subversión. En el proceso político se ex-cluía a las asociaciones sindicales y políticas, manteniendo una estructura rígida controlada burocráticamente por represivas agencias nacionales de seguridad, dando lugar a niveles de coerción y represión sin precedentes. Se buscaba la erradicación, por cualquier método, de las bases del poder de la izquierda, pudiendo llegar, la represión institucional, a alcanzar cotas altísimas.

Se sustituía el personalismo anterior por el corporativismo militar, algo impensable en las anteriores por el menor desarrollo de la estructura profesional de las fuerzas armadas y el mayor poder de las oligarquías civiles.

Dentro de ese corporativismo, se diferenciaban de los regímenes europeos fascistas y corporativistas en que no buscaban la movilización de masas o el uso del partido único, pues no sólo prescinden de los partidos políticos en cuanto a la representación civil en el Estado, sino que persiguen la desmovilización.

Se prefirió una relación “técnica” y de apoyo entre el Estado y ciertos grupos sociales en lugar de la alianza con grupos amplios. Solo se dejó sobrevivir a las organizaciones representa-tivas de la alta burguesía, sin vínculos orgánicos con el Estado. La relación entre Estado y so-ciedad civil se establecía median los tecnócratas: O,Donnell llega a hablar de regímenes buro-crático-autoritarios. Al final, el ejecutivo dependía de la voluntad política de las Fuerzas Arma-das y de la burocracia técnica como únicos contrapesos.

Esta aproximación burocrático-autoritaria se explica también porque los militares consi-deraron como clave el desarrollo económico. Creyeron en la necesidad de un gobierno autorita-rio como única opción para asegurar el crecimiento y la modernización económica, pues solo controlando las formas de expresión política podrían poner en marcha programas de austeridad económica. Los tecnócratas de alto nivel que asociaron solían estar vinculados a sectores eco-nómicos del capital multinacional, garantizando así una estructura de dominación favorable a los intereses de la burguesía más moderna (desarrollada en los cincuenta y sesenta) y de los inversores internacionales). El carácter represivo y antipopular fue regla general salvo en algu-nos gobiernos que utilizaron planteamientos reformistas o nacionalistas.

En Brasil, en medio de una grave crisis política y económica, el presidente Goulart fue depuesto por los militares en 1964, poniendo en marcha un proyecto de reconstrucción de la sociedad, combinando represión y estabilización económica y control de la inflación. Desde 1967, con el General Costa e Silva, se eliminaron los últimos vestigios de constitucionalismo y aumentó la represión. Tras años de crecimiento económico, desde 1974, los militares debieron hacer frente a su impopularidad y al estancamiento económico.

En Argentina, el General Onganía protagonizó el golpe de 1966, pero la división en las fuerzas armadas, la movilización sindical y estudiantil desde 1969 y la movilización de los sec-tores prodemocráticos hicieron al General Lanusse liquidar el régimen. Pero la crisis política se agudizó en las presidencias peronistas de 1973 a 1976 (Cámpora, J.D. Perón e I. Perón), uniéndose ahora un gran aumento de la inflación y la violencia. Una Junta militar (1976-82) tomo el poder, con la sucesión de los generales Videla, Viola y Galtieri, con una política alta-mente represiva y concluyó con la Guerra de las Malvinas.

La victoria del APRA en Perú no se vio recompensada por el ascenso al mandato presi-dencial por el golpe militar, en 1962, tomando el poder el general Velasco Alvarado, abriendo un periodo de dictadura que llegó hasta 1980. En Bolivia fue el General Barrientos quien tomó el poder, Uruguay optó por una solución autoritaria y liderada por incivil, terminando por ser militar; Ecuador pasó por una fase de gobiernos militares antes de los poderes dictatoriales que adoptó Velasco Ibarra con apoyo del ejército, para luego llegar a una dictadura militar bajo el general Rodríguez Lara en 1972 y llegando hasta 1979. Mientras, Paraguay seguía con el

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régimen del General Stroessner y en toda América Central salvo Costa Rica y Nicaragua, do-minaba el autoritarismo militar.

3. El pinochetismo Posiblemente es el mejor ejemplo del tipo de dictadura descrito. En 1973 el gobierno de

Unión Nacional de Salvador Allende atravesaba malos momentos: las dificultades económicas habían derivado en conflictividad política y social, y la progresiva radicalización del gobierno había llevado a la oposición de los sectores medios (sobre todo los funcionarios) y a una grave polarización social. La extrema izquierda había creado un movimiento guerrillero (MIR), mien-tras la extrema derecha utilizaba la violencia indiscriminada y el descontento de los militares era evidente.

El ejército atravesaba malos momentos, con sueldos bajos, falto de modernización téc-nica y, por el bloqueo norteamericano, solo podía proveerse por la URSS. Además, no era de-masiada la fidelidad constitucional, lo que se unía a la presión de EEUU y a la falta de legitimi-dad del ejecutivo.

Así, el 11 de septiembre de 1973 se producía el golpe, con apoyo inicial de importantes sectores de la Democracia Cristiana y cierto respaldo popular. El general Augusto Pinochet Ugarte, apoyado por la CIA (cuyos agentes habían fomentado la resistencia al gobierno), atacó el palacio de la Moneda; Allende se suicidó y se desarrolló una brutal campaña de arrestos masivos, en muchos casos torturas y ejecuciones o desapariciones indiscriminadas de jóvenes, estudiantes, sospechosos o familiares de éstos, con el fin de acabar con la subversión comu-nista.

Pero lo que parecía un intermedio se convirtió en un régimen fuerte que viviría más de dieciséis años por la voluntad de Pinochet y de la institución militar. Tuvo un carácter persona-lista, similar a los regímenes de Franco, Salazar o Stroessner, gracias a la preeminencia de Pinochet sobre el resto del ejército y sobre todo el Estado, con el apoyo del Alto Estado Mayor y las agencias de inteligencia militar y contraterrorismo (DINA y CNI), creadas para su servicio. Llegaron a operar en el extranjero sobre chilenos exiliados, utilizando técnicas terroristas; y todo pese a que la represión se vio acompañada por el aislamiento internacional y las protestas de la opinión pública internacional.

La situación de crispación social de la última fase de Allende dio ciertas simpatías al golpe. La propia Democracia Cristiana (en especial el sector más derechista) no denunció la represión creyendo que se les devolvería el poder de inmediato. Pero a la censura la siguió la disolución de las instituciones representativas y la formación de una Junta militar. Pinochet, consolidado en el estamento militar, buscó apoyos civiles mediante la asociación al régimen de un grupo de tecnócratas (economistas) de la élite financiera, con el fin de afrontar la crisis eco-nómica. Se abandonaron las tesis desarrollistas e industrialistas anteriores, optándose por dic-tados neoliberales y monetaristas propuestos por la Escuela de Chicago (Milton Friedman). Desde 1975 se desarrolló una política de estabilización, con un ajuste duro para controlar la inflación (con recorte salarial) y un programa de privatización de empresas públicas, tras las abultadas nacionalizaciones de Allende.

Tras una dura recesión inicial, que compensaron las exportaciones agrícolas y el en-deudamiento exterior, se logró reducir el sector público, crear una agricultura capitalista, atraer inversiones extranjeras y generar una cierta prosperidad económica. La otra cara fue-ron los altísimos costes sociales: emigración de asalariados agrícolas a las ciudades, brusco recorte de las prestaciones sociales estatales y graves dificultades para los sectores menos pudientes.

Ya entonces el ejército había quedado limitado a funciones de defensa y ramas meno-res del gobierno civil y la represión. La tecnocracia estatal le había subordinado, dirigiendo ella las transformaciones socio-económicas, con el aumento de la autonomía de Pinochet, que te-

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nía menos atribuciones ejecutivas. Los tecnócratas empezaron a preocuparse de la imagen internacional, en un momento en que la administración Carter había decidido defender los de-rechos humanos y una vez, pasada la fase de mayor violencia represiva, después de 1976. Ello motivó la supresión de la DINA, incómodo aliado, en 1976, decidiéndose por un discurso de institucionalización del régimen.

Desde ahora buscaría el general mayor apoyo. En 1978 ganó un plebiscito y en 1980 celebró otro para aprobar una nueva constitución que alargaba su mandato hasta 1989. Venció con un 65%, pareciendo haber alcanzado considerable consenso en la legitimación de su pre-sidencia. Pero la Junta tomaba las facultades del congreso, que no existía. De hecho, era el ejército quien debía proponer al candidato para 1989. Solo si salía negativa la consulta, se convocarían elecciones libres.

La crisis económica afloró en 1981, cuando los bancos acreedores se negaron a seguir financiando la deuda, pues no se pagaba. La quiebra de numerosas sociedades y bancos hizo al gobierno auxiliar a algunas, lo que contradecía sus principios antiestatistas. La clase media se sostuvo a duras penas, pero los sectores más bajos se empobrecieron, resultando la crisis política de 1983. Desde aquí se manifestarán las debilidades del régimen: hasta ahora el dicta-dor se había apoyado en los medios de comunicación, había sacado el máximo partido a la desmovilización popular y había actuado de árbitro entre las élites civiles y militares; pero con-solidad el régimen a largo plazo era muy difícil. Ahora, contradicciones y enfrentamientos en el seno del régimen se manifestaban ante el desfase entre la Doctrina de la Seguridad Nacional y la ideología neoliberal de los tecno-burócratas.

Desde 1983 se ve obligado a permitir una tímida apertura política. Surgen así diversas plataformas políticas de oposición (el núcleo era la alianza del socialismo moderado y la demo-cracia cristiana) que mezclaron la negociación con el régimen y la protesta popular pacífica. Junto a esta oposición estaba la armada, del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, respaldado por el Partido Comunista. Las fuerzas de oposición más significativas firmaron en 1985 un Acuerdo Nacional de Consenso, apostando por la transición pactada. La elección de 1988 su-puso el voto en contra de Pinochet y el resultado fue la apertura del camino hacia la democrati-zación.

4. La revolución sandinista

Nicaragua fue durante años una república sin el status de nación soberana. Tras la ocupación por las tropas norteamericanas entre el 1912 y el 1933 fue controlada por el mismo país económica y políticamente hasta los años cuarenta. Este control se explica por tres facto-res: su valor estratégico con vistas a la construcción de un canal interoceánico, su debilidad económica y su inestabilidad política.

En 1934 Somoza, el jefe de la Guardia Nacional, la cual tenía como misión salvaguardar la estabilidad política, asesinó al líder nacionalista Sandino, estableciendo una dictadura militar en 1936, que llegaría a 1979, por la saga de los Somoza: José, Luis y Anastasio.

El control de esa Guardia Nacional fue lo que permitió consolidar la dictadura, que fue de tipo personal, además de la falta de unidad en la oposición, la cual nunca desafió al régimen obteniendo a cambio bajos niveles de represión, y el apoyo norteamericano. Durante todo el periodo, la economía se reforzó con el desarrollo del algodón y la ganadería. Obtuvo la cuota azucarera de Cuba en Norteamérica; además, el ensayo de Mercado Común Centroamericano permitió crecer nuevos sectores industriales. Con todo esto se produjo el gran enriquecimiento de la familia Somoza y de los grupos empresariales asociados, lo que a su vez aseguraba el apoyo de la élite tradicional.

Pero los pilares fundamentales fueron retirando su apoyo en la década final. La Guardia Nacional cometió importantes abusos tras el terremoto de 1972 y Somoza se vio obligado a pedir ayuda a EEUU en pos del orden. El hecho de que más de un tercio de la economía na-

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cional fuese propiedad de la familia creo enfrentamientos con sectores burgueses, coincidiendo ello con el fin del boom económico. La crisis revitalizó el movimiento obrero y las comunidades de base cristianas iniciaron su crítica.

Nacen las principales plataformas de oposición:

Unión Democrática de Liberación, UDEL, dirigida por P.J. Chamorro, que englobaba desde conservadores a comunistas en busca de una alianza de clases. En enero de 1978 fue asesinado su líder, transformándose en la FAO (Frente Amplio Opositor), en el que se integra-ron facciones empresariales y el sector Cristiano Demócrata, junto a la oposición tradicional. Se buscaba la salida negociada, pero notó falta de apoyo obrero y la dependencia excesiva de EEUU, perjudicada con la indefinición de Carter,

El Frente Sandinista de Liberación Nacional, FSLN, fue creado como grupo guerrillero de inspiración guevarista, por un grupo de marxistas escindidos del P. Socialista Nicaragüense, de obediencia soviética, al que achacaban falta de preocupación nacionalista. Desde un ideal marxista pero sin excluir a los no-marxistas y radicales católicos, abogaron por la lucha arma-da. Intentaban conciliar la línea nacionalista y antiimperialista de Sandino con una visión marxista de la problemática social y elementos de la teología de la Liberación.

El tercer grupo fue el Movimiento Pueblo Unido, MPU. El FSLN intentó un primer golpe a fines de 1978, pero tenía poca fuerza. En febrero de 1979, sectores del MPU aceptaron la autoridad del FSLN, naciendo el Frente Patriótico Nacional. Poco después, el fracaso de la ne-gociación con Somoza forzó al FAO a cooperar con el FSLN. La oposición, ya en junio, contaba con el suficiente número de militantes entrenados para desafiar a la Guardia Nacional en el terreno militar, con armas de Costa Rica, Venezuela, Cuba y Panamá. El abandono internacio-nal y una huelga general terminaron de forzar el proceso: el 17 de julio de 1979 salía Somoza del país; dos días después los sandinistas llegaban a Managua poniendo fin a una sangrienta guerra (50.000 muertos, de 3.000.000).

Los primeros años, actuaron de forma pragmática, comprometiéndose a poner en mar-cha un sistema político pluralista y no-alineado con una economía mixta, pero con un compo-nente estatal potente (casi del 60%), al asumir el Estado las propiedades de la familia Somoza, expropiadas. El socialismo fue considerado como un objetivo a largo plazo, para no repetir los errores del castrismo. Creían en una burguesía patriótica y democrática que cooperase en la reconstrucción y en una oposición leal.

La Junta de Reconstrucción Nacional que tomó el poder reproducía cierto pluralismo po-lítico y adoptó las medidas más urgentes: abolición de la Constitución y la Guardia Nacional Somocistas, y nacionalización de las propiedades somocistas. Sectores privados ocuparon los ministerios económicos, para conseguir ayuda internacional. Se puso en marca el Plan 80, para intentar recuperar las exportaciones. Se creó el Ejército Popular Sandinista y una Policía San-dinista con asesores cubanos y de Europa Oriental.

En abril de 1980 los grupos no sandinistas abandonarán la Junta ante la tardanza en recuperar los mecanismos democráticos. Las puntas de lanza antisandinistas fueron el catoli-cismo oficial (con el Obispo Ovando), empresarios privados y el diario “La Prensa”. Optaron por no participar ni negociar. El Sandinismo había fomentado las organizaciones de masas (Comi-tés de Defensa), alcanzando el dominio entre los trabajadores, los pequeños y medianos cam-pesinos, las asociaciones vecinales y de mujeres. Se puso en marcha la reforma agraria, se nacionalizó la banca y la comercialización de exportaciones y emprendieron programas de al-fabetización y educación obligatoria, rebajando el analfabetismo desde el 52 al 12%, aunque el programa fue acusado de ser propaganda del régimen.

La oposición en el sector privado y en la zona Atlántica se acentuó desde 1981–2. La oposición recibió apoyo de la administración Reagan, suspendiendo el programa de ayuda e incrementando la presión económica influyendo sobre las organizaciones multilaterales para que dejasen de conceder créditos. En 1983 canceló la cuota del azúcar y desde 1985 impuso

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un embargo comercial. Agentes argentinos y de la CIA dieron cobertura a las acciones guerri-lleras, entrenando a grupos de la antigua Guardia Nacional somocista, refugiados en Honduras, los “contras”, a quienes se unieron voluntarios defraudados y mercenarios. La Contra nunca tuvo opción de vencer, pero la guerra fue una dura carga para el régimen.

Las elecciones de 1967 dieron el 67% al FSLN y la presidencia a D. Ortega. Desde aquí, la crisis económica, la presión de EEUU y la guerra hicieron mella. En 1985 se hizo preci-so un plan económico muy impopular, al tiempo que perdían apoyo internacional, al tiempo que la guerra aumentaba la dependencia de los países socialistas.

Tuvo que abrirse camino al diálogo, lo que se ve en el texto constitucional de 1987 y en las leyes electorales posteriores. Pero toda la zona centroamericana había sido azotada por el conflicto. Los sandinistas habían apoyado a otros grupos de la zona y la política estadouniden-se había llevado a la militarización del área y a un estado de “guerra de baja intensidad”, que paralizaba el desarrollo.

En 1983 se creó el grupo de Contadora (México, Venezuela, Colombia y Panamá), para buscar una solución pacífica a la crisis, pero EEUU impidió el progreso. El Grupo de Apoyo (Argentina, Brasil, Uruguay y Perú) también fracasó.

En febrero de 1987 surgió el plan Arias, aprobado por los cinco presidentes centroame-ricanos en agosto, para conseguir resultados positivos. Se reconoció la legitimidad del gobier-no, hubo un compromiso de democratización y negociación en las otras repúblicas y prometió el final de la guerra, a cambio del pluralismo en Nicaragua. El armisticio se firmó en marzo de 1988 y al año siguiente se desmanteló la Contra y se prepararon elecciones libres, celebradas en 1990.

En esa fecha el colapso económico era total. Se había protegido al sector agro-exportador, coincidiendo con la caída de precios; lo subsidios a los alimentos se hicieron insos-tenibles ante la inflación provocada con el déficit fiscal, con el resultado de escasez, mercado negro, caída del PIB y emigración. A pesar de logros en temas como sanidad, derechos huma-nos o en la reforma agraria, no habían resuelto problemas como el crear un ejército no partidis-ta, respetar el pluralismo político, no-alineamiento y economía mixta, cumplido algunos a me-dias.

Pero la oposición no lo hizo mejor: la Contra cometió graves violaciones de los derechos humanos y los partidos de oposición legal se debilitaron con disensiones internas. Solo la victo-ria, en 1990 de la candidata enfrentada al sandinismo, Violeta Chamorro, abrió una nueva eta-pa.

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Tema 35: La consolidación de las democracias

Presentación y objetivos. El contenido de este tema se centra en el estudio de los procesos de liberalización política y

democratización que se producen en América Latina en las décadas de los ochenta y los noventa. Se estudia también la crisis económica de la deuda, que desde principios de los ochenta afectó a la re-gión, y que fue uno de los factores que intervinieron en el declive de los gobiernos autoritarios. Por úl-timo se tratan los ensayos de reactivación de los proyectos de asociación e integración regional, co-mo camino para que la región compita en el nuevo sistema internacional.

En primer lugar, se analizan los factores y vías de transición hacia la democracia. Se busca explicar las crisis de legitimidad de los gobiernos autoritarios, el desprestigio tanto de la ideología de la seguridad nacional como el revolucionario-marxista, la caída de sus apoyos sociales con la crisis económica, las tensiones en el seno de sus bloques de poder y un nuevo clima internacional, con cambios en las posiciones de actores decisivos, como los EEUU. También se revisan las diferentes vías y ritmos de dichos procesos, que dependieron del tipo de dictadura establecida, la organización de la oposición, el peso de instituciones como la iglesia, el ejército, etc.; así como las dificultades de los procesos de transición a la hora de afrontar las responsabilidades por las violaciones de derechos humanos, la inserción del ejército en los nuevos regímenes o la grave situación social creada por la política económica dictatorial.

En el segundo bloque del tema se aborda el problema de la deuda externa: el por qué del en-deudamiento y de la previa debilidad de las economías latinoamericanas, las razones inmediatas de la debacle y las dificultades para conseguir el relanzamiento económico de la región. Uno de los me-canismos vislumbrados para superar la situación fue el relanzamiento de los procesos de integración regional: el estudio de las expectativas, logros y fracasos de dichos proyectos cierran el tema.

Las dictaduras militares no consiguieron la legitimación interna necesaria para mante-nerse en el poder. Además la crisis económica de los 80 y el cambio en el clima internacional contribuyó a hacer de la democracia un valor en alza. El resultado fue la puesta en marcha de procesos democratizadores que se han desarrollado, bajo la sombra de la crisis económica. Desde 1981 el fenómeno de la crisis de la deuda externa hizo de la década pasada un periodo de estancamiento económico que obligó a ejecutar políticas de ajuste económico y estabiliza-ción para controlar la inflación y disminuir el déficit público.

1. Transiciones desde gobiernos autoritarios A diferencia de la situación política de América Latina en1970, cuando la mayoría de

países tenían regímenes autoritarios, en los albores de la década del 90 sólo Haití y Perú y, con otros matices, Cuba carecen de un sistema democrático. En las transiciones latinoameri-canas se presentaban mayores obstáculos que en las europeas, debido al papel central des-empeñado por el ejercito, a las desigualdades sociales, acentuadas por la crisis económica y al ambiguo significado que la democracia tenía en los países de la región.

Los politólogos señalan una triple vía de transición: violenta, por un golpe de fuerza de la oposición (en Nicaragua contra Somoza); por abdicación o dejación del dictador debido al colapso del régimen (Argentina tras la guerra de Malvinas o en Bolivia) y en tercer lugar, a tra-vés de una transición controlada o pactada, que será el modelo dominante.

Tras la experiencia de los gobiernos represivos y socialmente regresivos, se produjo un amplio consenso social en demanda de democracia. Tanto la solución autoritaria como el dis-curso revolucionario-marxista, quedaron desprestigiados, mientras se reafirmaba el valor ideo-

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lógico de la democracia per se. Simultáneamente, los regímenes dictatoriales seguían adole-ciendo de una total falta de legitimación: la doctrina de la seguridad nacional proporcionaba explicación para sus orígenes, pero no proveía ni un discurso ni una idea movilizadora; amen de que la crisis del comunismo les desposeyó del argumento básico de su discurso legitimador. Incapaces de conseguir apoyo social, sacudidos por la crisis económica y con tensiones dentro del bloque de poder, los regímenes autoritarios intentaron algún tipo de institucionalización y para ello prepararon procedimientos en forma de plebiscitos o elecciones que sancionaran la dictadura o que la insertaran en un nuevo marco institucional.

Tales soluciones obligaban a liberalizar el régimen como estrategia para hacer disminuir el poder de la oposición y cooptarla. La liberalización suponía el fin de las prácticas violentas, permitiendo un mayor grado de pluralismo e información. Una vez iniciado el proceso, la propia estrategia de la dictadura para su mantenimiento, estimulaba las demandas de liberalización y hacia irreversible la reforma.

Finalmente, las fuerzas armadas se retiraban exigiendo ciertas cotas de poder en la so-ciedad. Así, las nuevas autoridades civiles coexistían con las militares en retirada tratando in-cluso de marcar las líneas de juego: intentando reservarse las decisiones superiores; procu-rando tener el control sobre candidaturas presidenciales o con leyes electorales restrictivas; o presionando con la amenaza del golpe militar.

Pero este periodo de democracia protegida no se dio cuando el fin de la dictadura fue causado por el colapso del régimen, en estos casos se hacía un llamamiento a los civiles para que asumieran el poder –caso de Argentina o Bolivia- realizando la transición de manera rápi-da; en estas circunstancias se formaban grupos de oposición antidemocráticos con un mayor peligro de reversión.

Hubo también factores externos que contribuyeron a la democratización, puesto que los regímenes militares no sólo se vieron muy perjudicados por el impacto de la crisis económica, sino también por un clima internacional muy desfavorable. Así, el Departamento de Estado nor-teamericano comenzó a considerar la conveniencia de apoyar democracias viables. En 1977, el presidente Carter declaró como una línea de su política exterior la defensa de los derechos humanos y el apoyo a movimientos prodemocráticos. Desde el ámbito europeo las instituciones comunitarias se manifestaron repetidamente en favor de la democratización latinoamericana y lo mismo sucedió con la Internacional Socialista, que durante la presidencia de Willy Brandt prestó un especial interés al tema, y la Internacional Democristiana, amen de la fiscalización que la ONU llevaba a cabo sobre los regímenes autoritarios e iniciativas particulares como las de Miterrandt en Haití o los ofrecimientos de mediación española. Finalmente, la crisis del blo-que comunista facilitó las soluciones pacificas de algunos problemas regionales (Centroaméri-ca) pues sirvió para que la tensión internacional decreciera y se disiparan los fantasmas invo-cados por los golpistas.

En cualquier caso, fueron siempre factores internos los que desataron los procesos. Cada régimen se desplomó por distintas causas, aunque un rasgo característico es precisa-mente su heterogeneidad.

Todas las transiciones tuvieron que afrontar varios problemas similares: la responsabili-dad por las violaciones de los derechos humanos durante la dictadura, la grave deuda social de la política económica dictatorial, la subsistencia de cuerpos paramilitares y de seguridad y la difícil relación de las nuevas autoridades con las fuerzas armadas.

Si realizamos un rápido repaso, observamos como las transiciones más tempranas se dieron en las dictaduras burocrático-autoritarias (Brasil, Argentina, Uruguay, Bolivia o Chile) donde siguieron ritmos muy distintos. En Argentina el proceso se inició después de la derrota de la Guerra de las Malvinas y sin pacto alguno entre las principales fuerzas políticas –radicales y peronistas-. La derrota miliar provocó el colapso del régimen en el verano de 1983 y en las elecciones libres de ese año el partido peronista fue castigado por su apoyo a la dictadu-ra militar y el vencedor fue el radical Alfonsín, quién lograría la normalización política aunque

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fue incapaz de resolver la cuestión militar y la crisis económica; en 1989 ganaría el justicialista Menen que materializó la alternancia política y el fin de la transición argentina. La sanción de una nueva Constitución en 1994 permitió la reelección de Menen pero fue incapaz de resolver la crisis económica.

En Uruguay se produjo una transición prolongada y controlada siendo la crisis la que acabó con el único argumento que legitimaba a los militares: sus éxitos económicos. El régi-men militar salió derrotado de un plebiscito que debía aprobar una reforma constitucional en 1980; a partir de 1982 el desgaste de la dictadura se aceleró y tras complicadas negociaciones se firmó, en 1984, el Pacto del Club Naval que marcó el inicio y los límites de la transición política. Las primeras elecciones se celebraron en 1985 y las ganó el moderado Sanguinetti.

En Brasil el partido del régimen gozó durante algún tiempo de un apoyo electoral signi-ficativo (inexistente en los casos anteriores) y la transición se caracterizó por la tutela militar y posteriormente por su carácter pactado. Los militares se mantuvieron en el poder durante dos décadas, desde 1964, gracias a los éxitos económicos (inversiones y subsidios) conocidos co-mo milagro brasileño, hasta que la crisis económica y los escándalos de corrupción sacudie-ron la dictadura desde 1982. La tensión entre los sectores militares hizo inevitable la apertura y Tancredo Neves pactó con los militares moderados consiguiendo ser elegido presidente en 1984 pero, su temprana muerte, permitió al vicepresidente Sarney ocupar la presidencia. Así se inició la total normalización de la vida política que mostró su plena madurez en 1995 con el triunfo de Cardoso y en 2002 con el de Lula da Silva.

En Bolivia, el autoritarismo militar había sido regla desde 1964 aunque fue Hugo Ban-zer quien dio forma a la dictadura más duradera. El proceso liberalizador se inicia en 1977 aunque un golpe militar dado en 1980 revierte la situación. La nueva dictadura sangrienta y corrupta no dura mucho y en octubre de 1982 se restablece el régimen democrático; en 1985 gana las elecciones Paz Estenssoro con su programa de estabilización, en 1989 lo hará Paz Zamora –apoyado por Banzer- y en 2002 será elegido Gonzalo Sánchez de Losada que renun-ciaría en 2004 por los golpes de calle y las llamadas a la nacionalización del gas.

En el caso de Chile la transición fue más complicada, especialmente por las secuelas del golpe contra la Unidad Popular y los condicionantes impuestos por Pinochet para volver al sistema democrático. El 11 de septiembre de 1973 se produce el golpe de Estado contra el gobierno de Allende favorecido por el malestar creado por la estancia prolongada de Fidel Cas-tro que polarizó la vía política y aumentó la conflictividad social a partir del apoyo de los grupos medios a la oposición, el bloqueo financiero norteamericano y la ingobernabilidad del país.

La política represiva pinochetista se acompaño de un programa económico neoliberal impuesto pese a su elevado coste social; su dictadura está definida por la personalización del poder y la baja institucionalización del régimen. Pinochet, tras el plebiscito de 1980, se consa-gró como presidente constitucional hasta 1989, cuando debía proponer a su sucesor. La difícil situación económica y la falta de libertades aumentaron las presiones de la oposición y, tras la derrota del plebiscito de 1988, en el que se autoproclamaba candidato presidencial, se inició un proceso que culminaría con las elecciones 1990 que ganaría el democratacristiano Patricio Alwin, proceso que estuvo lleno de dificultades ya que Pinochet se mantuvo al frente de la Fuerzas Armadas. Alwyn abrió un periodo de gobiernos de Concertación Democrática, incluido el del socialista Ricardo Lagos a comienzos del 200016.

En el Perú la insurrección armada define la línea política del país desde 1912 a 1985, fecha en que Belaúnde Terry traspasa el poder al aprista Alan García que vence con el 53% de los votos. Por primera vez desde 1912 se producía el traspaso de poderes entre dos civiles y también por primera vez un militante del APRA ocupaba la presidencia. Entre ambas fechas se alternaron los golpes militares con los regimenes constitucionales manejados por los partidos

16 El profesor Malamud subraya en lo mucho que se ha insistido en el carácter vigilado de la transición chilena, sin embargo hace notar que ha sido un modelo de desarrollo institucional.

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tradicionales (APRA y Acción Popular) mezclado con una terrible crisis económica y los efectos de la violencia de Sendero Luminoso, junto con el retroceso democrático experimentado por el autogolpe de Fujimori.

En Ecuador la dictadura militar adoptó un programa nacionalista –en torno al petróleo- y desarrollista que no dio resultados positivos y terminó de hundirse con la primera crisis del cru-do. La transición fue lenta al imponer los militares condiciones en las elecciones de 1979.

Un segundo grupo de países está formado por las dictaduras más tradicionales, las lla-madas patrimonialistas o sultanistas, en las que observamos como, con un profundo com-ponente patrimonialista, son proclives a sufrir transformaciones revolucionarias, como la Nica-ragua de Somoza, la Cuba de Batista o el Paraguay de Stroessner aunque, en este último, el entorno internacional del final de l década de los 80 y la debilidad de la oposición permitieron una transición más ordenada.

Nicaragua estuvo dominada por la familia Somoza entre 1936 y 1979, gracias a la Guardia Nacional. Algunos sectores opositores plantearon un Diálogo Nacional que fracasó; la situación se agravó con el asesinato del líder de la Unión Democrática, Pedro Joaquín Chamo-rro, en 1978. Esto hizo incorporarse en el Frente Amplio a los grupos burgueses y católicos.

El Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN)17 sería clave en la lucha contra Somoza. En el Frente estaban incluidos grupos moderados y marxistas-leninistas y la adminis-tración Carter, ante la ofensiva sandinista y la postura de la oposición democrática, abandonó a Somoza. El 19 de julio de 1979 el Frente ocupa Managua y toma el poder en detrimento de la oposición moderada de la coalición. La oposición antisandinista se negó al diálogo con el go-bierno, no participa en las elecciones de 1984 –boicoteadas por la Coalición Democrática Nica-ragüense-, y apoya o dirige la Contra. Estas elecciones llevan a Daniel Ortega al gobierno, durante el que se sanciona una nueva constitución (1987), se firma el Acuerdo Político Nacio-nal por el que se desmoviliza a la Contra y todos los partidos firmantes participan en las elec-ciones de 1990. La oposición se coaliga en torno a la Unión Nacional Opositora (UNO) y Viole-ta Chamorro gana las elecciones con lo que finaliza el periodo de transición.

Otros casos de transición afectaron a las democracias pactadas de Colombia y Vene-zuela o a la revolución institucionalizada de México. En México se inicia con la tímida apertura del presidente López Mateos (1958–64) al asignar un número de escaños a la oposición; pero será López Portillo (1976–82) el que realice el primer intento de reforma política al ampliar la representación parlamentaria de la oposición, convirtiéndose el PAN en la fuerza opositora al institucionalizado Partido Revolucionario Institucional (PRI). En julio de 2000 Vicente Fox, del PAN, gana las elecciones desplazando al PRI y hace efectiva la alternancia en el poder.

En Colombia, tras un largo periodo democrático, el ejército dio un golpe que llevó al poder al general Gustavo Rojas Pinilla. Rojas Pinilla quiso perpetuarse creando un movimiento populista de claro signo peronista. Los partidos Liberal y Conservador, que accedieron a que fuera presidente constitucional, se opusieron a su reelección en 1958 y firmaron el Pacto Na-cional para reinstaurar la democracia basándose en la alternancia en el gobierno durante 16 años y dividiendo por mitades la composición gubernamental. El Pacto gozó de un amplio apo-yo popular y en 1974 el sistema de alternancia se quebró por las disputas entre partidos y en 1982, la división liberal, permitió el triunfo de Belisario Betancur. La aparición de la guerrilla del M–19 y la aparición del narcotráfico condicionó la política colombiana; en 2001 Pastrana impul-só el Plan Colombia con el apoyo de Clinton y el respaldo del Congreso norteamericano para ayudar militar y económicamente al gobierno colombiano en su lucha contra la guerrilla y el narcotráfico.

17 El FSLN estaba liderado por Edén Pastora y pretendía sintetizar el pensamientote Sandino con el nacionalismo y el antiimperialismo, reconociendo el marxismo-leninismo como un método de análisis.

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Venezuela estaba gobernada por Rómulo Betancourt, gracias al Pacto del Punto Fi-jo, por Acción Democrática (AD), de corte socialdemócrata, y el Partido Social Cristiano CO-PEI. Este sistema bipartidista permitió al país lograr una relativa estabilidad y un progreso sos-tenido hasta mediados de los años 80. En 1961 se formó el Movimiento de Izquierda Revolu-cionaria (MIR) partidario de la insurrección popular y de la vía cubana al socialismo; a partir de 1963 la violencia se recrudece y las elecciones de ese año se perfilarían como prueba de apoyo al gobierno y guerrilla, el 90% de participación desacredita a los grupos guerrilleros; es-tos son reprimidos y optan por el combate rural. Carlos Andrés Pérez comienza su presidencia en 1989, teniendo que afrontar una fuerte crisis económica y el golpe del comandante Chávez que fue encarcelado. En 1993 Pérez es destituido por el Congreso acusado de malversación de fondos públicos. En 1998 el exgolpista Hugo Chávez gana las elecciones ante el desplome de los partidos tradicionales, comenzando la revolución bolivariana, de signo populista y esti-lo similar al primer peronismo.

2. El problema de la deuda externa Uno de los factores de la desintegración de las dictaduras fue la crisis económica de la

década de los ochenta. En esos años, La renta per capita del continente en su conjunto, des-cendió un 10% y las tasas del PIB fueron negativas para la mayor parte de los países. Las raí-ces del problema tenían un origen anterior: a fines de los 60, el modelo de desarrollo basado en la industrialización por sustitución de importaciones y en la capacidad de crecimiento del mercado interior, había fracasado. El proteccionismo había fomentado una industria escasa-mente competitiva.

Los primeros avisos de produjeron cuando el presidente Nixon declaró la inconvertibili-dad del dólar en oro (1971) y poco después con la primera crisis del petróleo. Excepto en paí-ses productores como México, Venezuela o Ecuador, la subida de los precios del crudo agudi-zó el desequilibrio de la balanza comercial. A partir de entonces la situación del mercado inter-nacional incitó aún más al endeudamiento de los países del Tercer Mundo: los petrodólares inundaron el sistema financiero mundial, de modo que iba a ser posible conseguir préstamos de los bancos comerciales europeos, japoneses y norteamericanos a tipos de interés muy ba-jos. Entre 1973 y 79 el precio de las materias primas aumentó anormalmente de tal manera que los ingresos de los países exportadores casi se triplicaron. Los gobiernos se dejaron arrastrar por la manía de contratar préstamos para pagar los ya contratados.

Semejante situación estalló pronto. En 1978 EE. UU. aumentó sus tipos de interés. Ante la segunda subida de los precios del petróleo, los países desarrollados se vieron obligados a poner en marcha políticas de ortodoxia económica y a endurecer por tanto los tipos de interés. A ello se unió la recesión industrial provocada por el impacto de la crisis petrolera. Los prés-tamos no habían sido destinados a inversiones productivas (a veces se habían gastado en armamento o se habían diluido en la corrupción, lo que conducía a la fuga de capitales). Las republicas americanas tuvieron que suscribir créditos a corto plazo (y por tanto con enormes intereses) para cubrir los déficits de sus balanzas de pagos y sus deudas anteriores. En poco más de dos años (1980-2) la deuda real casi se habla duplicado.

Cuando en agosto de 1982 México –con una deuda de 100.000 millones de dólares y tras haber devaluado un 60% su moneda-, decretó una moratoria de pagos de 90 días, se em-pezó a hablar de “Crisis de la Deuda”. Para entonces, Brasil y Argentina, los otros deudores más relevantes, tenían enormes dificultades para seguir pagando. Sus consecuencias fueron devastadoras en toda la región: cayeron las inversiones, aumentó el paro o el subempleo y se produjo una fortísima inflación.

Para solucionar el problema de la insolvencia latinoamericana, que amenazaba con arrastrar a la quiebra al sistema financiero norteamericano y de otros países y, por extensión, al sistema económico occidental, se abrió el complejo proceso de la renegociación de la deuda. A partir de ese momento la banca internacional desplazó el riesgo privado bancario hacia orga-

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nismos internacionales y gobiernos acreedores, siendo el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial los organismos encargados de concertar los acuerdos que aseguraran el mantenimiento de los intereses bancarios.

Los organismos internacionales impusieron un primer requisito para negociar la deuda: la adopción de políticas de ajuste, consistentes en cambiar el patrón proteccionista, liberalizar las economías y abrirlas al mercado internacional.

Para solucionar el problema, además de mantener las reformas estructurales exigidas a los deudores, hubiese sido preciso un crecimiento sostenido de la economía internacional y nuevos préstamos que les permitiesen cierto crecimiento sostenido, es decir ajuste con cre-cimiento (Plan Baker, 1985). El plan Brady (1989) con su “estrategia reforzada de la deu-da” se dirigía a los países deudores de renta media y buscaba una negociación individualiza-da, fue el tercer ensayo de solución.

El balance de estos años de políticas de ajuste ha sido heterogéneo. La situación eco-nómica de los países deudores que han seguido con firmeza y constancia las políticas de ajus-te ha mejorado; tal ha sido el caso de México, Chile, Bolivia, Argentina y Venezuela. En el resto de las republicas el proceso de relanzamiento económico ha sido mucho más lento.

3. Los proyectos de integración regional y continental Proyectos de integración hasta la década de los sesenta.

Los primeros intentos de crear algún tipo de entidad política supranacional en América Latina se remontan a los años de la Independencia. Entre 1826 y 1865 se celebraron cuatro conferencias internacionales en busca de algún tipo de federación o alianza para hacer frente a amenazas externas (España y la Santa Alianza, el expansionismo norteamericano u otras in-tervenciones europeas).

Desde que en la década de 1880 los EE. UU. lanzaron la idea del “Panamericanismo”, los países de América Latina trabajaron con Washington para la creación de un sistema inter-americano de cooperación continental. Sin embargo, excepto en los años de la "Política de buena Vecindad" norteamericana, la relación con los EE. UU. fue siempre del recelo y a partir de 1945–48, los intereses latinoamericanos se manifestaron divergentes respecto a los de Washington.

Las primeras experiencias de integración regional se produjeron a comienzos de la dé-cada de 1950, bajo el impulso del clima posterior a la Segunda Guerra Mundial y a la creación de la Organización de Estados Americanos (OEA) en1948. En 1951 se firmó la Carta del Salvador, que dio lugar a la Organización de Estados Centroamericanos (ODECA).

De una suborganización del Consejo Económico y Social de las Naciones Unidas surgi-rían los primeros estudios para la creación de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), fundada en 1948, cuyo objetivo era estudiar y promover políticas para el desarrollo económico del área. Bajos sus auspicios se crearon la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio en 1960 y el Mercado Común Centroamericano en 1961, cuyo objetivo era pro-mover la industrialización en la región para lograr la autosuficiencia de bienes manufacturados y eliminar los derechos aduaneros y los recargos a la importación entre los países miembros en un periodo de 12 años. Otras experiencias fueron la Asociación Libre del Comercio del Caribe (CARIFTA) en 1965; el Pacto Andino, en 1969 o el Sistema Económico Latinoamericano (SE-LA) en 1975.

Exceptuando el caso caribeño, el resto de las tentativas integradoras regionales fraca-saron por factores diversos. En primer lugar, el peso del nacionalismo hizo que nunca se admi-tiese la supranacionalidad (la cesión de soberanía) como camino de futuro en la integración. Los Estados no estaban dispuestos a perder sus cotas de poder regional.

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El relanzamiento de los proyectos de integración desde los ochenta.

La primera fórmula de integración plenamente latinoamericana ha sido el MERCOSUR (Mercado Común del Sur) cuyos orígenes se remontan a 1980. En ese año se fundó la Aso-ciación para la Integración de América Latina (ALADI) que reemplazaría a la obsoleta ALALC

Los EE. UU., en la línea de crear mercados integrados más amplios, disminuyeron su atención prioritaria por el tema de la seguridad al relajarse el enfrentamiento ideológico con el final de la Guerra Fría y también centraron su interés en la solución del problema económico, lanzando George Bush padre la llamada “Iniciativa para las Américas”: plan de colaboración continental basada en la liberalización económica, la incentivación de inversiones y la solución del problema de la deuda. La invitación fue recogida por Canadá (1990) y México (1991) que firmó el Acuerdo Norteamericano de Libre Comercio (NAFTA) que perfila en la región un futuro mercado de 360 millones de consumidores. Esta iniciativa se convertiría en el ambicioso y fracasado programa del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), que se debió de poner en marcha antes de 2005 y ha sido sustituido por la firma de pactos bilaterales de libre comercio.

Todos los intentos realizados están marcados por la retórica, limitándose a contactos en la cumbre sin contenido ni continuidad. Nuevamente el nacionalismo hace prácticamente impo-sible la cesión de la mínima cuota de soberanía nacional para favorecer un proyecto multilate-ral. Quizá sea el discurso bolivariano de Chávez el que recoja esa retórica vacía y nacionalista, como podemos observar en el último ensayo de integración, la Unión Sudamericana –Cuzco, 2004-, con escasas posibilidades de seguir avanzando.

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Tema 36: América Latina en el umbral del siglo XXI.

A modo de balance y perspectiva

Presentación y objetivos. La situación de América Latina a comienzos del siglo XXI está marcada por la existencia de

situaciones nacionales muy variadas, caracterizadas todas por una dinámica iniciada básicamente tras el inicio de las transiciones a la democracia que comenzaron a vivirse a partir de la década de 1980. Es obvio que la situación de cada país es diferente, aunque hay situaciones capaces de ser generalizadas. De todas formas, desde el punto de vista político, la consolidación democrática y la democratización son las constantes de unos países que luchan por estabilizarse.

Si miramos al presente, los resultados son bastante alentadores. Los problemas más

preocupantes que debe atender América Latina hoy son el crecimiento económico, la lucha contra el narcotráfico (en todas sus formas, incluido el lavado de dinero) y la corrupción. La democracia rige con todas sus ventajas e inconvenientes en casi todo el continente. Haití, Cu-ba y Perú son las excepciones.

En Haití existe aún la estela dejada por los Duvalier (padre e hijo) y los militares se en-frentan a demasiados retos después del golpe contra Aristide. En Cuba, la transición del cas-trismo a la democracia es un problema en sí mismo, dada la polarización en que vive la socie-dad cubana, incluido el vastísimo exilio de Miami. La resistencia de Fidel y de buena parte de sus numerosos seguidores a aceptar el pluralismo y el disenso democrático compite con la re-sistencia de gran parte del exilio.

En Perú se confunden las veleidades autoritarias del presidente Fujimori con los plan-teos mesiánicos del presidente Gonzalo, el líder del Sendero Luminoso. Ambos han conducido al Perú a un callejón sin salida, agravado por los efectos totalmente perversos del narcotráfico, para la estabilidad del sistema democrático. Nuevamente el ejército y la guerrilla compiten en este campo por el favor de los narcotraficantes.

Los problemas de la "consolidación" democrática son numerosos y de su resolución de-pende el futuro de numerosos países. Afortunadamente el comunismo ha desaparecido y su fantasma, agitado por los ejércitos y los sectores más reaccionarios de las sociedades latinoa-mericanas, ya no se agita más en la región y ha dejado sin discurso a más de un arbitrista bien o mal intencionado. México, pese a los esfuerzos de Salinas de Gortari aún no ha logrado con-vertir su sistema de partido único (el PRI) en una verdadera democracia. Guatemala y El Sal-vador deben terminar de pacificarse. Nicaragua no ha completado todavía su largo transito del somocismo al sandinismo y de la revolución a la democracia.

Venezuela se ha tranquilizado un poco y debe enfrentar elecciones presidenciales. En Colombia después de la reforma constitucional, el fugado Pablo Escobar y sus demás camara-das narcotraficantes, mantienen en vilo, junto con las guerrillas colombianas que adormecidas en Macondo insisten en vivir unos nuevos cien años de soledad, a las instituciones del Estado

Argentina y Brasil enfrentan próximos e importantes desafíos institucionales. En Brasil un próximo referéndum debe decidir sobre el tipo de gobierno (presidencialista o parlamentario) y sobre el régimen constitucional (república o monarquía). El Presidente Menem de Argentina desea modificar la Constitución a fin de poder ser reelegido y gobernar seis años más.

Económicamente la coyuntura se presenta cargada de problemas pero con signos para sentirse optimista especialmente cuando la deuda externa ha dejado de ser quebradero de ca-beza que se manifestaba en la década pasada. Numerosos países han iniciado procesos de reforma del estado acompañados de privatizaciones. Los recursos de estos últimos han permi-tido sanear la situación fiscal.

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El narcotráfico y los miles de millones de dólares que mueve, con su poder corruptor sobre las instituciones del Estado, especialmente la magistratura y la policía, aunque ni siquiera los parlamentarios o los gobernantes se encuentran a salvo es otro de los problemas serios que amenazan el futuro del continente.