Historia Universidad Ecuatoriana

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1.- EVOLUCIÓN HISTÓRICA DE LA UNIVERSIDAD ECUATORIANA La Universidad como fenómeno social ha protagonizado a lo largo de la historia ecuatoriana, un proceso evolutivo bastante largo. Talvez los datos más importantes en esta parte sea la formación de los primeras Universidades y el aumento numero que se va dando hasta el momento actual. Y no se trata solamente de un aumento cuantitativo, también en el orden cualitativo es posible observar nuevas tendencias de diferenciación, pues se han instaurado instituciones de educación superior técnica, se va dando la privatización de de la educación superior, se observan innovaciones tecnológicas de la educación a distancia y el desarrollo de postgrados. Este es el sentido y contenido del primer capitulo de este trabajo. Las bases de la universidad occidental tiene su origen en las universidades medievales europeas, que aparecieron desde el siglo XII, pudiendo mencionarse principalmente a las de Salermo, famosa en medicina. Bolonia en Derecho y la de París en Teología. La comunidad agustina iniciadora de la Universidad de San Fulgencio en Quito, que fue la primera Institución de educación superior del Ecuador, tuvo como pioneros a los padres Agustín Rodríguez, Diego Mollineros, Alonso de Paz, Alonso de la Fuente y Juan Figueroa. En esta primera universidad quiteña se enseñaba Teología, Derecho Canónigo y Arte y según uno de los informativos de la actual universidad central, la Universidad de San Fulgencio concedió títulos de bachiller, maestro y doctor en Sagrada Teología; lo cual se lo hacía con la excesiva liberalidad. Además, en la práctica, las enseñanzas no tenían gran importancia, fue por eso que por Cédula Real de 25 de agosto de 1786 el Rey Carlos III prohibió que este centro de estudios confiriera grados. Con la llegada de los Jesuitas a Quito, se fortalece el sistema educativo universitario de la época; pues estos religiosos tenían fama de ser maestros con una buena capacitación. El cabildo Eclesiástico local encargó a los Jesuitas la conducción del Seminario San Luis fundado años

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1.- EVOLUCIÓN HISTÓRICA DE LA UNIVERSIDAD ECUATORIANA

La Universidad como fenómeno social ha protagonizado a lo largo de la historia ecuatoriana, un proceso evolutivo bastante largo. Talvez los datos más importantes en esta parte sea la formación de los primeras Universidades y el aumento numero que se va dando hasta el momento actual. Y no se trata solamente de un aumento cuantitativo, también en el orden cualitativo es posible observar nuevas tendencias de diferenciación, pues se han instaurado instituciones de educación superior técnica, se va dando la privatización de de la educación superior, se observan innovaciones tecnológicas de la educación a distancia y el desarrollo de postgrados. Este es el sentido y contenido del primer capitulo de este trabajo.

Las bases de la universidad occidental tiene su origen en las universidades medievales europeas, que aparecieron desde el siglo XII, pudiendo mencionarse principalmente a las de Salermo, famosa en medicina. Bolonia en Derecho y la de París en Teología.

La comunidad agustina iniciadora de la Universidad de San Fulgencio en Quito, que fue la primera Institución de educación superior del Ecuador, tuvo como pioneros a los padres Agustín Rodríguez, Diego Mollineros, Alonso de Paz, Alonso de la Fuente y Juan Figueroa.

En esta primera universidad quiteña se enseñaba Teología, Derecho Canónigo y Arte y según uno de los informativos de la actual universidad central, la Universidad de San Fulgencio concedió títulos de bachiller, maestro y doctor en Sagrada Teología; lo cual se lo hacía con la excesiva liberalidad. Además, en la práctica, las enseñanzas no tenían gran importancia, fue por eso que por Cédula Real de 25 de agosto de 1786 el Rey Carlos III prohibió que este centro de estudios confiriera grados.

Con la llegada de los Jesuitas a Quito, se fortalece el sistema educativo universitario de la época; pues estos religiosos tenían fama de ser maestros con una buena capacitación. El cabildo Eclesiástico local encargó a los Jesuitas la conducción del Seminario San Luis fundado años atrás y que impartía enseñanzas de lengua latina, Canto Gregoriano y Cómputo Eclesiástico. A estas materias, los Jesuitas incorporaron la enseñanza de Humanidades y Filosofía y adquirió un significativo prestigio equiparable al que había alcanzado las universidades de Lima y México. Por estas razones, el Seminario San Luis fue elevado a la categoría universitaria en 1622, fundándose la Real y Pontificia Universidad de San Gregorio Magno.

El 4 de abril de 1786 se dicta la orden real de creación de la Universidad de Santo Tomás de Aquino (antesala de la actual Universidad Central del Ecuador), la misma que tuvo como antecedente o base previa, el Seminario de San Fernando regentado por la orden de Padres Dominicanos. En el Convento Dominicano de San Fernando, el 13 de abril de 1693 se inicia la primera cátedra de medicina de Quito. Esta cátedra (Escuela Médica de Quito) constituye la más antigua del país y una de las primeras de América Hispana, donde se graduaban los primeros médicos de Quito que habrían de enfrentar las grandes epidemias de aquella época. Entre los primeros graduados, precisamente tenemos al célebre Eugenio Espejo, uno de los grandes exponentes de la ciencia, la cultura y el periodismo del siglo XVIII. Espejo es considerado hasta nuestros días, como uno de los principales paradigmas del Ecuador, sobre todo en el campo de la medicina y el periodismo.

Las universidades coloniales tenían especiales características: eran Pontificas cuando su origen venía de Bulas Papales y también eran Imperiales y aún Señoriales, cuando su

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creación prevenía de los monarcas. En algunos casos encontrábamos la combinación de los dos casos anteriores, en las denominadas universidades reales y pontificias.

En todo caso, como denominador común de esos centros de estudios superiores coloniales que se instauraron en Quito, tenemos su carácter básicamente clerical; es decir regentado por las comunidades religiosas. Su enseñanza verbalista fundamentada en el memorismo y el debate para demostrar los conocimientos, los contenidos de las materias fueron de carácter dogmático; es decir la aplicación disciplinada de dogmas sobre todo en el campo religioso, los mismos que no eran susceptibles de discusión sino que debían aceptarse como verdades absolutas. La autoridad universitaria, así como el aspecto formal del ejercicio de la gestión administrativa y de la cátedra que impartían los maestros era absolutamente vertical; es decir la autoridad y el maestro estaban por encima de los subordinados alumnos. La composición de los universitarios era absolutamente elitista, es decir, muy pocos sectores de la sociedad estaban en condiciones de acceder a los estudios universitarios, para lo cual debían reunir especiales requisitos, que se enmarcaban en profundas segregaciones de carácter racial y económico.

Con la independencia y el advenimiento de la República, las estructuras de la universidad ecuatoriana permanecieron intactas, con las mismas características teocráticas, clericales, dogmáticas, propias del sistema monárquico. Básicamente se operó un cambio de patrono; de la realeza española, pasó luego a depender del gobierno grancolombiano primero y del ecuatoriano después.

El 18 de marzo de 1826, se crean las Universidades Centrales en cada uno de los departamentos que conformaban la Gran Colombia; esta creación fue dispuesta por el Congreso de Cundinamarca. Así surge lo que es hasta hoy la Universidad Central del Ecuador con sede en Quito, continuación de la Universidad de Santo Tomás de Aquino. Un hecho histórico que merece recordarlo es un Decreto promulgado por la Asamblea Constituyente de 1897 mediante el cual se ponía el nombre de “Universidad Central Santo Tomás de Aquino”.

El 15 de octubre de 1867 se funda la universidad de Cuenca en la Presidencia de Jerónimo Carrión. Para la época de su creación esta universidad surge con estudios de Jurisprudencia. Medicina, Farmacia, Filosofía, Literatura y Teología.

La universidad de Guayaquil, se funda mediante decreto e 15 de octubre de 1867 en el Gobierno de Jerónimo Carrión conjuntamente con la Universidad de Cuenca a través del Congreso Nacional presidido por Pedro Carbo. Originalmente se funda la Junta Universitaria del Guayas. Posteriormente se produce la creación oficial de la Universidad de Guayaquil el 15 de septiembre de 1883 por el mismo Pedro Carbo, cuando ejercía las funciones de Jefe Supremo del Guayas.

La Escuela Politécnica nacional fue fundada el 27 de agosto de 1869, mediante decreto expedido por la Convención Nacional de Ecuador, por iniciativa del Dr. Gabriel García Moreno, Presidente Constitucional de la República, para formar profesionales en Tecnología, Ingenieria Civil, Arquitectura, Maquinistas, Ingeniería en Minas y Profesores de Ciencias.

Para consolidar el procedo académico en 1870, la Escuela Politécnica Nacional obtuvo el concurso de dos sabios catedráticos alemanes: Juan Bautista Menteu, Primer Decano Director, Teodoro Wolf y el italiano P. Luis Sodiro.

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El Presidente García Moreno, previamente a la fundación de la Escuela Politécnica Nacional, el 13 de febrero de 1869 disuelve o clausura la Universidad Central de Quito, acusándola de ser un foco de propagación de ideas liberales, de eludir las responsabilidades de la Iglesia Católica.

La Universidad nacional de Loja, cuyos antecedentes históricos los encontramos en el siglo XIX. El 4 de diciembre de 1826 aparecen los primeros síntomas de educación superior cuando la Municipalidad y la gobernación acuerdan crear 4 becas en el Colegio San Bernardo hasta la creación de cátedras de Facultad mayor. Posteriormente en 1857, al fundarse el Colegio La Unión, en éste asomaron cátedras de filosofía, Ciencia Constitucional y Derecho Internacional.

La creación oficial de la actual Universidad Nacional de Loja se produce en forma expresa mediante decreto firmado por el Presidente Carlos Arroyo del Río el 9 de octubre de 1943

Como vemos hasta 1943 solo existían 5 universidades en el país: la Universidad Central del Ecuador (1826), la Universidad de Guayaquil (1867), Universidad de Cuenca (1868), la Escuela Politécnica Nacional (1869) y la Junta Universitaria de Loja (1826), que en el año arriba indicado recibe el estatuto de Universidad Nacional.

En 1946 se crea el primer centro de estudios superior particular, la Universidad Católica del Ecuador; en 1952, la primera de las que posteriormente se llamarán técnicas, la Universidad Técnica de Manabí y en 1958, la Escuela Superior Politécnica del Litoral.

Con la década de los 60 empieza la frondosa excrecencia de las instituciones de educación superior: 1962 la Universidad Católica Santiago de Guayaquil, 1963 la Universidad Laica Vicente Rocafuerte y en 1969 las Universidades Técnicas de Ambato y Machala.

En la década de los 70 se acelera el ritmo de desarrollo: en 1970 se fundan la Universidad Técnica de Esmeraldas y la Universidad Católica de Cuenca; en 1971, la Universidad Técnica Particular de Loja y la Universidad Técnica de Babahoyo; y en 1973, la Escuela Superior Politécnica del Chimborazo.

En los años 80, se instauran 6 centros de educación superior: Universidad Laica Eloy Alfaro de Manabí (1985), Universidad Técnica de Quevedo (1984), Universidad Tecnológica Equinoccial (1986), Universidad de Bolívar (1988) y Universidad del Azuay (1990).

En la década de los 90 se crean la Universidad Agraria (1992)¸ Universidad Andina Simón Bolívar (1992), Universidad Particular SEK (1993), Universidad Particular de Especialidades Espíritu Santo (1993), Universidad Politécnica Salesiana (1994), Universidad Técnica del Cotopaxi (1995), Universidad nacional del Chimborazo (1995).Este recorrido breve nos ayuda a caer en cuenta del asombroso desarrollo cuantitativo de las instituciones de educación superior. No solo aumenta el numero de universidades, sino también el numero de estudiantes por tanto de profesionales, lo que repercute en bien de la nación.

Esta parte tiene el objetivo de mostrar cuán importante es el papel que desempeñan los diferentes estamentos de la universidad. prepararse intelectualmente para responder los interrogantes, retos o desafíos actuales. Si el estudiantes universitario no tomase en cuenta en su vida profesional la formación de la dimensión intelectual de su persona, corre el peligro de

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no desempeñar adecuadamente su profesión; corre también el peligro de ser excluido del ámbito pluralista que la gente tiene ante sí, pues la respuesta que da a los interrogantes de hoy no satisfacen las expectativas.

El profesor

Una gravé situación que vive nuestra universidad ecuatoriana, es precisamente la presencia de docentes que no son docentes, sino profesionales que ejercen la docencia. El médico es profesor de medicina, el abogado es profesor de derecho, el arquitecto de arquitectura, el ingeniero de ingeniería, el filósofo de filosofía y así sucesivamente. Aunque en estos años han ido asomando cursos de docencia universitaria, pero parece que no han dado mayores resultados hasta el momento.

Posiblemente el profesor esté más preocupado de su puesto en el escalafón docente, antes que de impartir coherentemente sus enseñanzas. Auxiliares, agregados, titulares a tiempo completo, a tiempo exclusivo, son sólo denominaciones para un sueldo mensual. No tienen en verdad ningún significado académico, aunque existan ciertas exigencias para alcanzar esos niveles.

No es de extrañar que muchos directivos de nuestras universidades ecuatorianas ocupen puestos administrativos no tanto por el servicio a la comunidad universitaria, sino por el significado político que eso puede tener. Entonces tenemos rectores diputados o ministros de educación, o con cualquier otro cargo público. Porque supuestamente la ley ecuatoriana lo permite.

Para tener mejores relaciones con las instituciones publicas, con las industrias o cualquier tipo de organismo, elegimos a profesores que son funcionarios de dichas instituciones y organismos, para facilitar nuestros tramites o paras sacar algún provecho económico para la universidad. Somos expertos en firmar convenios de cualquier tipo, aunque muchas veces queden en los papeles y nada se haga efectivo. Entonces damos la impresión que la universidad se esta renovando, que asume los retos de los nuevos tiempos. Pero en el fondo estamos haciendo el juego de toda institución: ponernos al servicio del más pudiente. Ante el avance de tanta inmoralidad social, la universidad debe distinguirse por defender los derechos de todos, y no de unos pocos.

En el país existen varias agrupaciones universitarias, estatales y privadas. Pero en general esas organizaciones se vuelven espacios solamente para defender los propios derechos, para reclamar la distribución de fondos económicos, para exigir igualdad: las privadas quieren tener los mismos derechos que las estatales. Las estatales defienden sus recursos porque no cobran pensiones. Pero nos consta que algunas estatales cobran en sus matrículas diferenciadas por carreras, valores que son más altos que las pensiones de algunas privadas.

Las universidades frente a las situaciones sociales que vive el país no manifiestan sus criterios, ni toman posiciones que ayuden a la mayoría en sus orientaciones. Los mismos estudiantes parecen haberse cansado de manifestar sus criterios, aunque no siempre lo hicieran en forma adecuada. No falta también, en algunos grupos, el afán de manipular la educación superior.

No puede la universidad quedar en silencio frente a tanta degradación; tiene la tarea de retomar las riendas de orientación de los pueblos. En todo programa de gobierno existen

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siempre ofrecimientos para favorecer la educación, pero hemos visto que son sólo temas para campañas electorales. Creo que todos tenemos la plena conciencia que sin verdadera educación no puede haber superación ni progreso social. Nos llenamos la boca diciendo que la educación es la clave para el progreso. En encuentros mundiales, internacionales y locales se da suma importancia a la educación, pero llegados a la práctica, los hechos son muy distintos.

La universidad tiene la responsabilidad de crear, fuera del aula, los espacios propios para que se continúe con el trabajo de investigación y de complemento del conocimiento. Por lo tanto, no se puede concebir a un profesor universitario, que después de dictar su clase, se ausente de la universidad hasta la siguiente clase. Hay que concebir al claustro universitario como un lugar único de trabajo, como la casa donde se vive y se comparte.

El profesor debe estar presente y organizar con sus ayudantes a los estudiantes para que sean guiados en el trabajo de descubrir y aprender el saber. Entonces me atrevería a afirmar que el profesor ya no es profesor, sino tutor de sus alumnos. Este término TUTOR se utiliza mucho hoy en día en los así llamados "cursos on line". Regresando en el tiempo, recordemos que desde la época medieval y hasta casi fines de 1900, las familias nobles conseguían tutores para sus hijos, que vivían en la misma casa. Ciertamente esa era una época en la que la educación era un privilegio de muy pocos.

Sin embargo, la idea de TUTOR no debería ser descartada en la actualidad. Esta idea implica un cambio conceptual de educación, es decir que exige el seguimiento constante del educando. No tanto para que él cumpla con sus deberes, sino para que ambos, tutor y educando, caminen juntos hacia el saber. Uno con sus conocimientos y el otro con su afán por conocer.

Se vuelve importante en la universidad el trabajo de grupo, donde el tutor, apoyado por sus ayudantes -tomados estos dentro de su mismo grupo de alumnos- impulsen la organización de los estudiantes para trabajo de su consulta, de solución de problemas, de investigación de temas, de confrontación del conocimiento con las distintas disciplinas. Es decir, realizar un trabajo de profundidad que difícilmente se podría realizar en el aula.

El estudiante

Cuando hablamos de los jóvenes, en general estamos propensos a la crítica, a decir que no les gusta el estudio, que estudian solamente la noche antes del examen, que no tienen ganas de trabajar, que no tienen amor propio, que les interesa más el cartón final que todo lo que eso pueda significar para su vida. Y puede ser que esto responda a la realidad. Pero tendríamos que preguntarnos nosotros qué tanta culpa tenemos en esa indiferencia e irresponsabilidad del joven frente a su propia vida y frente a la sociedad.

Una sociedad que no le ofrece ningún valor auténtico, que el único interés que tiene es de explotar los pocos o muchos conocimientos que ha adquirido, y muchas veces muy mal pagados.

Pero la universidad tiene mucho que ver en esto. Porque es la universidad la que de alguna manera, directa o indirectamente, apoya el inicuo sistema social. Y en su propio interior la universidad tiene la grave responsabilidad de mantener un sistema educativo caduco,

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impersonal, reproductor de bienes sin valor, de carreras inconclusas, de profesiones estereotipadas, de estructuras anquilosadas.

En las carreras universitarias dictamos algunas cátedras ligadas a la ética social y profesional, pera en su mismo interior no se manejan las cosas con equidad, no se respetan los derechos de la persona. Se siguen defendiendo las estructuras, antes que realizar un diálogo institucional que permita el crecimiento de toda la comunidad universitaria.

Frente a esta realidad no podemos ser estímulo y ejemplo para los jóvenes. Cuando el profesor es el dueño absoluto de la verdad, se corta toda posibilidad de diálogo y de entusiasmo para el conocimiento. Hay que crear un ambiente donde no exista hipocresía, donde los celos profesionales desaparezcan, donde no prime el criterio de que el alumno no tiene que saber más que el maestro, y donde se le humille por su falta de conocimientos.

La institución universitaria

El sistema educativo en la educación superior no difiere del sistema educativo de la educación media. Basta analizar brevemente la metodología que se emplea en la educación media. Esencialmente es un sistema centrado en las materias más que en las personas. El profesor dicta sus clases, los alumnos escriben lo que pueden o lo que quieren. Las pruebas y las tareas en la casa son el único control que el profesor ejerce para saber si los estudiantes han avanzado. Las notas toman más importancia que el mismo saber adquirido por el estudiante.

Se han hecho grandes discursos sobre las reformas educativas, llegando a ser meras ilusiones. Se habla de educación básica y de bachillerato, pero en sustancia nada ha cambiado. Los profesores no están preparados para enfrentar los cambios, y además prestan resistencia a todo tipo de cambio. Por el pobre sueldo que reciben no pueden permitirse el lujo de ser verdaderos educadores, enamorados de su trabajo y de sus alumnos. Su mayor preocupación es la subsistencia antes que la labor docente.

Se crea una situación en la que poca importancia tienen las relaciones entre alumnos y profesores. Al final del año poco importa que unos cuantos alumnos se queden por el camino. El profesor al año siguiente sigue su trabajo y ni siquiera se acuerda de las caras que tuvo al frente el año anterior. De esta manera unos cuantos quedan rezagados del sistema educativo, y nadie sufre por ellos.

En la educación superior el profesor es dueño de su cátedra. Dicta clases, envía tareas, toma exámenes, pasa notas y allí termina su trabajo. La relación con el estudiante es aún más impersonal que en el bachillerato. En la mentalidad de muchos profesores existe el concepto que mientras más estudiantes pierden las materias, o los ciclos o los años, mejor es el profesor, porque en la universidad el profesor es el dueño absoluto del saber.

La preocupación fundamental del sistema es la de llenar los puestos que faltan en la estructura social. Con sacar profesionales, y a veces mediocres, hemos cumplido con nuestra tarea.

Si bien se habla de corresponsabilidad en el gobierno, sin embargo, el estudiante siempre tiene la desventaja de tener que enfrentarse con una sólida estructura que trata de sostenerse y defenderse a sí misma. Los estatutos, los reglamentos, las normas internas, las exigencias

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académicas y disciplinarias siempre son más fuertes que cualquier presión que pueda ejercer el estudiante.

A muchas universidades les importa más el prestigio que la eficacia. Muchas también viven de renta, de una fama adquirida en tiempos anteriores, pero que actualmente no corresponde a la realidad. Son estructuras tremendamente rígidas, que no permiten fácilmente la realización de cambios que serían fundamentales.

Metodología en la universidad

Se realiza simplemente una transmisión de conocimientos. Donde hemos acostumbrado malamente al estudiante a tomar notas, a hacer deberes y a dar exámenes. Con la certeza que el estudiante se dedica al estudio, solamente la noche anterior al examen, o la semana en la que tiene las pruebas. Además son tantas las materias que tienen que estudiar, que difícilmente puede hacer investigación sobre ellas. Pero no toda la culpa es de la estructura universitaria. Buen peso tiene también la sociedad actual, donde todo es relativo. El ambiente de engaño y de corrupción no sólo está en los organismos de gobierno y financieros, sino que contamina cualquier tipo de institución. Por lo tanto, aún en el plano del estudio universitario el joven trata, si le es posible, más bien de engañar antes que aprender seriamente.

Los contenidos de la universidad

Los contenidos también tienen su buena dosis de perversidad, por el simple hecho que tratan de ajustarse al mercado de la demanda y de la oferta. Está ausente casi en forma total el verdadero trabajo que se debe realizar en la universidad como es la investigación, y sólo a través de ésta se puede generar cambios dentro de la sociedad.

Los grandes cambios de la ciencia y la tecnología se han dado casi siempre al margen de la universidad. Grandes empresas son las que manejan las transformaciones tecnológicas, porque éstas poseen los capitales suficientes para la investigación. La universidad en lugar de producir, debe emplear los productos fabricados por otras empresas.

Hoy va de moda la educación a distancia, donde todo el trabajo consiste en seguir textos o módulos previamente elaborados y que el estudiante tiene que llegar a poseerlos mentalmente para poder rendir sus pruebas. Esta es una clara muestra de que la universidad se vuelve simple dispensadora de conocimientos muchas desconectados de la realidad del estudiante.

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II.- INTERROGANTES, RETOS Y DESAFÍOS ACTUALES

Entre los interrogantes, retos y desafíos actuales podemos contar los siguientes. Desde ellos, el estudiante debe tomar conciencia para prepararse y responder adecuadamente a ellos. Los he resumido de esta manera:

1.- Las complejas situaciones culturales del comienzo del siglo XXI son un reclamo a la responsabilidad de vivir el presente como tiempo favorable para aprender.

2.- La necesidad de la mediación cultural de la fe es una invitación, para los religiosos, a ponderar el significado de su presencia en el mundo. Las nuevas situaciones en que trabajan, en ambientes a menudo secularizados, requieren expresar claramente su aportación específica. Se está delineando un tiempo en el que es preciso elaborar respuestas a las preguntas fundamentales de las jóvenes generaciones y presentar una clara propuesta cultural que explicite el tipo de persona y sociedad a las que se quiere hacer llegar el Evangelio y servir, y la referencia a la visión antropológica inspirada en los valores del Evangelio, en diálogo respetuoso y constructivo con las otras concepciones de la vida.

3.- Hoy el ministro sagrado debe buscar afanosamente la verdad; la síntesis entre ciencia, vida y cultura; y la propuesta eficaz de una visión del hombre respetuosa con el proyecto de Dios.

4.- Es un desafío lanzado hoy al religioso el conseguir manifestar el valor incluso antropológico de la consagración. Se trata de mostrar que una vida de donación y servicio hace resaltar la íntima dignidad humana, que el mensaje evangélico posee una notable importancia para el vivir social de nuestro tiempo y que es comprensible hasta para quien vive en una sociedad competitiva como la nuestra; que la santidad es la propuesta más alta de humanización del hombre y de la historia.

5.- Los estudiantes siempre han entretejido un diálogo constructivo con la cultura circundante unas veces interpelándola y provocándola, otras veces defendiéndola y custudiándola, otras dejándose estimular e interrogar por ella, con una confrontación en algunos casos dialéctica, pero siempre profunda. Es preciso que esa confrontación se mantenga también en estos tiempos de renovación para el sacerdote y de desorientación cultural, que corre el riesgo de frustrar la inextinguible necesidad de verdad del corazón humano.

6.- Hoy, los jóvenes necesitan captar su propia identidad, aflorar sus necesidades y deseos auténticos que anidan en el corazón de todo hombre, pero que con frecuencia pasan desapercibidos e infravalorados, por ejemplo, sed de autenticidad y honradez, de amor y fidelidad, de verdad y coherencia, de felicidad y plenitud de vida. Deseos que en último análisis, convergen en el supremo deseo humano: ver el rostro de Dios.

9.- Los estudiantes deben formarse intelectualmente para que a su vez formen a los jóvenes ofreciendo una propuesta precisa de realización de aquellos deseos impidiendo que se deformen o se satisfagan sólo parcial o débilmente. Misión providencial la de los ministros sagrados, en el contexto actual, donde las propuestas educativas parecen ser cada vez más pobres y las aspiraciones del hombre cada vez más se quedan sin ser satisfechas.

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Al dedicarse a su misión los ministros sagrados contribuyen a hacer llegar al más necesitado el pan de la cultura. Ven en ella una condición fundamental para que la persona pueda realizarse integralmente, alcanzar un nivel de vida conforme con su dignidad y abrirse al encuentro con Cristo y el Evangelio. Tal compromiso se enraíza en un patrimonio de sabiduría pedagógica que permite reafirmar el valor de la educación como fuerza capaz de ayudar a la maduración de la persona, acercarla a la fe y responder a los retos de una sociedad compleja como la actual.

El proceso de globalización caracteriza el horizonte del nuevo siglo. Se trata de un fenómeno complejo en sus dinámicas. Tiene efectos positivos como la posibilidad de encuentros entre pueblos y culturas; pero también aspectos negativos, que corren el riesgo de producir ulteriores desigualdades, injusticias y marginaciones. En esta situación el sacerdote debe formarse para promover la dignidad de la persona humana, educando integralmente a los que Dios le ha confiado en cualquier oficio o cargo que su Obispo le encomiende, evangelizando, aprendiendo del diálogo vital entre hombres de diferentes culturas, religiones y ámbitos sociales.

Hay un creciente desarrollo y difusión de nuevas tecnologías que ponen a disposición medios e instrumentos inimaginables hasta hace unos pocos años. Plantean interrogantes acerca del futuro del desarrollo humano. La amplitud y profundidad de las innovaciones tecnológicas chocan con los procesos de acceso al saber, de la socialización, de la relación con la naturaleza; y prefiguran cambios radicales, no siempre positivos, en amplios sectores de la vida de la humanidad. Los sacerdotes no pueden sustraerse a la tarea de preguntarse acerca del impacto que tales tecnologías provocan en las personas, en las modalidades de comunicación, en el porvenir de la sociedad.

Se reafirma la dimensión humanística y espiritual del saber y de las diversas disciplinas. La persona mediante el estudio y la investigación, contribuye a perfeccionarse a sí misma y la propia humanidad. El estudio resulta camino para el encuentro personal con la verdad, lugar para el encuentro con Dios mismo. El saber puede ayudar a motivar la existencia y a abrir a la búsqueda de Dios, puede ser una gran experiencia de libertad para la verdad, poniéndose al servicio de la maduración y la promoción en humanidad del individuo y de la comunidad entera. Un compromiso de esa índole, pide a los sacerdotes una puntual comprobación de la calidad de sus propuestas, así como una constante atención a su propia formación cultural y profesional.

Hay que educar a la persona en la libertad para que sea libre de los condicionamientos que le impiden vivir en plenitud como persona. Se debe formar una personalidad fuerte y responsable, capaz de opciones libres.

Hay que instar al hombre moderno a huir de lo obvio y de lo banal, sobre todo en el ámbito de las opciones de vida, de la familia, del amor humano. Este estilo se traduce en una metodología de estudio y búsqueda que habitúa a la reflexión y al discernimiento. Se cultiva en una estrategia que forma a la persona, desde los primeros años, en la interioridad como lugar donde se escucha la voz de Dios, donde se cultiva el sentido de lo sagrado, se decide la adhesión a los valores, se madura el reconocimiento de las propias limitaciones y del pecado, se experimenta que crece la responsabilidad hacia todo ser humano.

En la respuesta a los interrogantes del mundo actual se debe dar una atención prioritaria a la persona. La cultura debe ser a medida de la persona humana, superando la tentación de un

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saber doblegado al pragmatismo o disperso en los infinitos arroyuelos de la erudición, y por lo tanto incapaz de dar sentido a la vida. El saber iluminado por la fe, lejos de desertar de los ámbitos de las vivencias cotidianas, los habita con toda la fuerza de la esperanza y la profecía. El humanismo que auguramos propugna una visión de la sociedad centrada en la persona humana y sus derechos inalienables, en los valores de la justicia y la paz, en una correcta relación entre individuos, sociedad y estado, en la lógica de la solidaridad. Es un humanismo capaz de infundir un alma al propio progreso económico, para que esté encaminado a la promoción de todo hombre y de todo el hombre.

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BIBLIOGRAFÍA

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