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©2007, 2008 Roberto P. Payró Historia del Río de la Plata Tomo ii Roberto P. Payró Parte primera: Vicisitudes del proceso revolucionario en el Río de la Plata, 1810-1820 Capítulo 1: La Junta de gobierno revolucionaria

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©2007, 2008 Roberto P. Payró

Historia del Río de la Plata

Tomo ii

Roberto P. Payró

Parte primera:Vicisitudes del proceso revolucionario

en el Río de la Plata, 1810-1820

Capítulo 1:La Junta de gobierno revolucionaria

La Junta de gobierno revolucionaria3

Capítulo 1. La Junta de gobierno revolucionaria

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La Revolución de mayo de 1810, cuyo único escenarioestuvo limitado al principio a la ciudad de Buenos Aires ysus alrededores, fue la culminación de un proceso iniciadopor los criollos reformistas desde antes que comenzaran aapreciarse en el Río de la Plata las posibles consecuenciasde la invasión de España por los ejércitos napoleónicos yde la creación de juntas encargadas de gobernar ennombre de Fernando VII, cautivo de los franceses como supadre Carlos IV.

Cuando esos hechos se conocieron mejor, huboespañoles peninsulares con bastante predicamento enBuenos Aires y Montevideo que quisieron imitar el modelode las juntas metropolitanas como medio de mantener supredominio y conseguir un grado de autonomía política ycomercial mayor de la que habían gozado durante elrégimen virreinal. Pero en Buenos Aires ganaron loscriollos, aunque tuvieron que aceptar que afianzar larevolución no iba a ser posible sin contar con el concursode segmentos mucho más conservadores de la población yque tampoco podrían afianzarla sin entrar decididamenteen la lucha armada contra la oposición militar que lesaguardaba en el interior y fuera del Virreinato, sea la defuerzas españolas hostiles o la de tropas portuguesas alservicio de la política expansionista de las autoridades

brasileñas1.

El común denominador entre los miembros de la PrimeraJunta2 no fue la idea de que invalidar al Consejo deRegencia y remover al Virrey Cisneros conducíairremediablemente a emanciparse de la autoridad real. Ese

1 Véase Roberto Pablo Payró: La aventura colonial en el Río de la Plata.Conquista, colonización y evolución político-económica hasta la Revolución demayo de 1810.

2 Cornelio Saavedra (Presidente); Juan José Castelli, Manuel Belgrano, Miguelde Azcuénaga, Manuel Alberti (cura rector de San Nicolás), Domingo Matheu yJuan Larrea, vocales, y Mariano Moreno y Juan José Paso, secretarios. SalvoMatheu y Larrea, catalanes de origen, eran todos criollos.

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pudo haber sido el propósito que animó a algunos de susmiembros, pero el sentimiento general de los nuevosdirigentes de Buenos Aires consistió en afirmar, a lamanera española, un derecho irrefutable del pueblo aejercer la soberanía y a gozar de las ventajas del gobiernopropio, aunque manteniéndose leal a la Corona, sinmostrar una inclinación marcada por formas de gobiernorepresentativas y republicanas.

Para buen número de los miembros de la Junta,desplazar a la clase gobernante peninsular era importante,pero había que hacerlo con miramientos, y era oportunocrear las bases indispensables para afianzar la autonomíarecién declarada en nombre de todo el territorio, pero sinprovocar reacción violenta ni de España ni de sus súbditosmás recalcitrantes, activos desde el Alto Perú hasta BuenosAires y Montevideo. Sabían que tropezarían con laresistencia de los antiguos agentes del poder español, acausa no sólo de su ideología, sino también del interés queéstos tendrían en conservar la burocracia, las institucionesy el derecho vigentes durante el Virreinato y, por ende, suscargos, el poder, sus negocios y propiedades, lasprebendas y los signos exteriores de su superioridad.

Sabían también que habían llegado al gobierno debido ala manera en que sus partidarios actuaron a partir del 22de mayo, pero indudablemente tenían conciencia de queen el cabildo abierto de esa fecha el éxito logrado obedeciósobre todo a la habilidad con la que se gestó una mayoríaaparentemente conciliadora y deseosa de no frenar elproyecto de dar incumbencia en los asuntos del Estado alCabildo, mientras éste no se opusiera radicalmente alcambio.

Un doble designio pareció unirlos: conservar en todo loposible la estructura de poder, aunque desembarazándosede los estamentos característicos del dominio peninsular, ypreservar las fronteras del Virreinato tal como existíanantes de la caída de Cisneros, a pesar de que huboquienes, sin mucho tardar, estuvieron preparados asacrificar territorios y pueblos díscolos en aras de unasupuesta unidad nacional.

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Por otra parte, aspiraban a conservar la libertad decomercio y no deseaban arriesgar nada que les impidieraobtener el apoyo y, quizás, la protección de Inglaterra, queen virtud de su alianza con España no podría aceptar actosde supuesta deslealtad a Fernando VII ni, sobre todo, unaruptura definitiva con España. Por ende, era necesariodesvirtuar toda idea de connivencias con Francia, salvocuando esto sirviera para convencer a los ingleses de queles convenía mostrarse dispuestos a ayudar a la Junta.

Todos coincidían en que había que preservar, aunquefuese falsa, la imagen de un respetuoso acatamiento al reycautivo, a sabiendas de que la monarquía tenía fuertearraigo en las actitudes tanto de la burguesía como de lagente común. Había que inspirar confianza, pues de esamanera quizá se calmarían los ánimos de los opositores yse evitaría la llegada de alguna expedición punitiva venidade España.

No había acuerdo entre ellos, sin embargo, acerca de laefectividad y la duración del compromiso anunciado de quelas Provincias Unidas -es decir, teóricamente el territorio detodo el Virreinato del Río del Plata, aunque ese nombrerecién figuró en documentos oficiales a partir de 1811–seguirían acatando la autoridad suprema del rey deEspaña. Guiados por esa duda, sucesivos gobiernosquisieron impedir que se enarbolara otra bandera que laespañola. Quienes más hicieron para atribuir al movimientode Mayo el carácter de una insurrección dirigida por ungrupo faccioso fueron los jefes realistas y sus partidariosembozados o abiertos.

Todos o casi todos querían procurar que el resto del paísse plegara al movimiento y que éste se propagara por todoel antiguo Virreinato; propiciar el liderazgo de la ciudad-capital, y prepararse para luchar contra cualquier ejércitoespañol o movimiento contrarrevolucionario que viniera aoponerse a la iniciativa porteña y a la consagración delprincipio del gobierno propio y de la autoridad ejercidosdirectamente en nombre del pueblo.

Si Castelli, Belgrano y Moreno deseaban ir más lejos,ocultaban algunas de sus intenciones, aguardando el

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momento en que pudiera cuajar la idea de laindependencia. Como los demás, eran partidarios de laautonomía y de la libertad de comercio, pero tambiénquerían acometer otras reformas políticas, sociales yeconómicas, conforme a una evolución iniciada apenas enlos últimos años del Virreinato. En efecto, Belgrano yCastelli ya habían propiciado reformas importantes desde lasecretaría del Consulado y difundido sus ideas ilustradas enlas páginas del Telégrafo Mercantil o el Correo deComercio, y Moreno, por su parte, en calidad de portavozde los hacendados (hasta entonces poco o nadaescuchados por corporaciones en que predominaba lainfluencia de los comerciantes), había presentado sualegato en favor de la restauración del comercio con losingleses.

Para ellos, el afianzamiento de la junta autonomista y laasunción por criollos y españoles adictos de todas lasfacultades representativas y ejecutivas eran objetivos másimportantes que el logro inmediato de la independencia,pues comprendían que ese objetivo exigía obrar con muchaprudencia y comprendían cuán firme era todavía laadhesión al principio de que darse gobierno propio no erarenegar los lazos de vasallaje a la Corona. Pese a marcadasdiferencias de criterio, ese grupo era más reformista queintransigente o radical, y estaba dispuesto a manejar lasarmas de la guerra, la persuasión, la retórica, la contrapropaganda, la simulación y la diplomacia para ver hastadónde podría avanzar la revolución. Intuía cuán difícil seríadar cohesión a un país nuevo, marcado por grandescontrastes sociales y económicos, y no quería dar pasos enfalso ni dejarse cegar por la idea de que la revolución debíadesembocar indefectiblemente en la independencia.

Frente a noticias contradictorias y engañosas sobre lasituación en España y, sobre todo, a raíz de la voluntadbritánica de no alentar abiertamente los movimientosemancipadores, había que proceder con cautela. Además,tanto el príncipe regente de Portugal como su esposaCarlota ambicionaban hacerse dueños de la Banda Oriental,por lo menos, y apenas se percibió esto con claridad,

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dejaron de ser supuestos amigos para transformarse enenemigos de cuidado.

Si desde 1808 hubo patriotas que creyeron que eraposible acelerar la ruptura con el antiguo régimen y queello se podía lograr por la vía de una monarquía, de estilo“carlotista”, instituida por consentimiento popular, sedieron cuenta -sin abandonar totalmente esa idea- de quelas circunstancias no eran favorables y optaron por dar unprimer paso hacia un gobierno consensual mediante unajunta emanada de la representación directa del pueblo, opor lo menos de sus élites mejor inspiradas. Los miembrosdel primitivo grupo revolucionario porteño que habían sido"carlotistas" antes de mayo de 1810 dejaron de agitarabiertamente en favor de un proyecto monárquico; perootros grupos iban a adueñarse de la idea apenas se vio queel absolutismo europeo recobraba toda su pujanza.

No hubo un pensamiento coherente y unitario, unaortodoxia declarada que reflejara fielmente las intencionespolíticas de los revolucionarios. Ni en la Primera Junta ni enlos demás órganos de gobierno que se fueron generando apartir de diciembre de 1810 pudo observarse cohesión oentendimiento plenos. La pluma de Moreno sirvióincansablemente para intentar dar forma al contenido de larevolución, no sólo cada vez que hubo que redactarcorrespondencia, circulares, proclamas, decretos einstrucciones de la Junta, sino también desde las páginasde la Gaceta de Buenos Aires, principal órgano deendoctrinamiento y propaganda al servicio de los patriotas.

Pronto, él y Castelli serían calificados de "jacobinos",sobre todo porque ambos estaban dispuestos a eliminaradversarios cada vez que esto fuera preciso en nombre dela revolución.

Aunque se habla de dos tendencias marcadamenteopuestas, personificadas al comienzo por Saavedra yMoreno, todo indica que la situación fue mucho máscompleja. Entraron en juego opiniones y actitudes que nocoinciden con una polarización tan marcada, y dentro deesas dos tendencias existieron diversas facciones. Por eso,es difícil describir las crisis internas que debió afrontar la

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Primera Junta exclusivamente en términos de la oposicióny las rencillas entre Saavedra y Moreno.

Ni en la capital revolucionaria ni en las principalesciudades de provincia desapareció de golpe la influencia delos españoles europeos. Muchos criollos con vínculos deparentesco o de negocios con ellos, o motivados por eldeseo de no romper con España, no quisierondescalificarlos del todo, y en repetidos casos el gobiernorevolucionario se vio obligado a ceder ante la presión desectores que se oponían ora a que los españoles europeosfueran maltratados o a que fueran objeto de demasiadaindulgencia o lenidad.

Además, desde el 22 de mayo de 1810 resultó evidenteque un gobierno no podía apoyarse únicamente en la«parte principal y más sana del vecindario», aunque esteconcepto se hubiera ampliado de modo que abarcase a unnúmero algo mayor de personas, más o menos solidariascon la acción del poder ejecutivo, sino que había que tomaren consideración la facilidad con que desde entonces sepodía arengar y movilizar al pueblo llano.

Surgieron poco a poco nuevas formas de acción políticadestinadas a apuntalar o debilitar buenos o malosgobiernos recurriendo para ello a asociaciones civiles,grupos militares, diputados del interior nombrados sinsuficiente consulta popular, órganos de prensa y las viejasarmas de la intriga, la mentira y las acusaciones de traicióno de infidencia. La participación del pueblo fue menguandoy, en cambio, aparecieron grupos más cerrados de lanueva élite porteña y, en el interior, capillas adictas sea alrégimen centralista o a las tendencias federalistas, y máspaisanos dispuestos a apoyar líderes carismáticos deextracción parecida a la suya, aunque tuvieran mayor pesoeconómico, porque esa fue la manera de tomar partido porobjetivos localistas o regionales y encontrar protección ysustento.

La clase militar criolla no perdió repentinamente suascendiente, pero también hubo en ella divisiones notablessegún quienes fueran sus dirigentes y sus oposicionesideológicas o ambiciones personales: no fue lo mismo

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prestar servicios en el regimiento de Patricios o en elregimiento América; tampoco podían desvanecerse lasdiferencias de clase o de intereses debidas a vínculos deparentesco o actividad con gente del mundo del comercio opropietarios de estancias o saladeros, fueran ellosespañoles o criollos.

Cobró más impulso la acción cívica protagonizada por losciviles, en parte porque muchos oficiales fueron con sustropas a batirse lejos de Buenos Aires, de modo que lacohesión de los dirigentes militares fue menos evidenteque al principio, a pesar de que siguió siendopredominantemente "saavedrista" o "morenista" hasta1812, y centralista en los años posteriores.

Ningún grupo de los que actuaban en política mantuvosu composición y orientación originales, y todos, o casitodos (con la excepción de los españoles europeos másreaccionarios y recalcitrantes), evolucionaron por efecto dedefecciones, persecuciones, confinamientos, cambios dedirigencia o de bando, prebendas, predilecciones,ambiciones o rencillas personales, lecturas, contactos conel mundo exterior, y aprensiones acerca del futuro en casode fracasos militares o la llegada de nuevos ejércitos paraacabar con la insurgencia sudamericana.

También influyeron las amistades, los lazos deparentesco, los intereses materiales y los reajustesoportunistas, o la desaparición prematura de quieneshabían encabezado tal o cual núcleo influyente. Eso ocurrióen el seno de distintas facciones más o menos bienorganizadas, tanto entre los patriotas revolucionarios comoentre los españoles europeos y los criollos en quienesdeseaban apoyarse.

Muchas veces se vio que los intereses de los civiles nocoincidían, ni en las ciudades ni en la campaña, y que entrelos criollos existían diferencias que no se debíanexclusivamente a su origen y prestigio sociales. Si bienunos pertenecían a una minoría ilustrada, aparentada a laoligarquía liberal, había muchos que a pesar de la prédicaoficial en favor de la igualdad no lograban mejorar sucondición y seguían perteneciendo a una clase marginada

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económicamente, pero que daba muchos soldados a lapatria y soportaba muchos impuestos.

A estos factores se añadieron la inexperiencia de lospatriotas en la conducción de asuntos de gobierno y, encierto modo, el descubrimiento de que las provincias noestaban dispuestas a seguir ni unánime niincondicionalmente las órdenes, reformas, admoniciones yrequerimientos de Buenos Aires, y que incluso en esacapital era imposible contar con la adhesión total de todoslos grupos de que se componía la población.

1. El Plan revolucionario de operaciones

Lo que más se aproxima a una declaración deintenciones supuestamente compartidas entre todos losmiembros de la Primera Junta parece haber sido un textoatribuido con bastante insistencia a Moreno -aunquealgunos historiadores han tratado de adjudicarlo a fuentespro-realistas aduciendo que con él se quiso desprestigiar a

la Junta y a los propósitos que la guiaban3-, que se ha

dicho fue adoptado en secreto por la Junta y que susmiembros siempre se negaron a revelar como obra suya odocumento al que hubiesen adherido confidencialmente (locual es comprensible cuando se piensa que formula pautasy consignas generales con las que varios de ellos noestuvieron de acuerdo cuando se percataron de los efectosque tendría su aplicación; además, desde el punto de vistarealista. ser signatario del Plan podía ser una sentencia demuerte).

El Plan puede haber sido apócrifo, pero es creíble enmucho de lo que revela acerca de las inquietudes,apasionamientos y tramas de la época. También es útilcomo medio de señalar cuántas veces los patriotastuvieron que actuar en desacuerdo con las previsiones delPlan y hasta qué punto pueden haberse inspirado en él

3 Véase, en especial, la obra atribuida a Mariano Moreno: Plan revolucionario deoperaciones, con prólogo de Martín Caparrós (Buenos Aires, Libros Perfil, 1999).Ricardo Levene presentó argumentos acerca de la apocricidad de ese Plan; RodolfoPuiggrós sostuvo que era verosímil atribuirlo a Moreno.

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dirigentes que deseaban encaminar la revolución haciarumbos muy distintos, por ejemplo en lo que concierne alacercamiento con los portugueses o a intentos extremos decolaboración con los británicos, cuando esto convino a la

oligarquía porteña4.

Sea lo que fuere, ese Plan revolucionario de operacionesrefleja muy bien ciertos puntos de vista y actitudes quepudieron observarse por lo menos hasta 1817, e inclusoentre los años 1824-1828 y 1829-1852, y ello sólo bastapara darle más crédito que el que le dieron loshistoriadores de la escuela "oficial".

Más que un Plan de Operaciones, el documento atribuidoa Moreno contenía una serie de "proposicionesespeculativas" sobre los asuntos respecto de los cualesconvenía que la Junta adoptase en secreto normas deconducta que inspirasen su acción.

Asombra que en ese conjunto no aparezcan destacadasalgunas cuestiones que preocuparon a la Junta desde antesque se encargara a Moreno la redacción de esedocumento. Por ejemplo, no se mencionan expresamentelas medidas destinadas a reprimir la contrarrevolucióncordobesa, la forma en que había que conquistar laadhesión de las provincias y lograr el nombramiento dediputados al congreso general, o las consignas queconvenía aplicar para asegurar el éxito de los ejércitosenviados al Alto Perú y el Paraguay y la consecución de lasfinalidades políticas perseguidas, aunque el hilo conductorde todo el texto ayuda a aclarar la manera en que sepensaba obrar y, en algunos casos, ésta aparece sinambigüedades en decretos e instrucciones oficialesdictados por separado..

Como se verá, Moreno dio en la tecla acerca de algunosfactores y erró de lejos en otros aspectos. Por ejemplo, ensu visión futurible no pudo prever la influencia que tuvo enAmérica la transformación de la Europa de la época

4 Ya se verá que los propósitos y razonamientos enunciados en el Plan fueronmodificados y adulterados por hombres de la corriente conservadora saavedrista ypor otros que tomaron el poder o lo sirvieron después, como Manuel de Sarratea,Carlos de Alvear, Nicolás Herrera, Manuel José García, Juan Martín de Pueyrredón,Bernardino Rivadavia y Juan Manuel de Rosas.

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napoleónica en la Europa dominada por la Triple Alianza,dedicada a mantener el orden, reforzar el autoritarismo delos monarcas y su ambición de desembarazarse deopositores liberales, y suprimir el peligro de revoluciones.

Tampoco pudo anticipar las repercusionesinternacionales de la lucha por la independencia desdeMéxico hasta el Perú ni el interés que iba a demostrarEstados Unidos por conseguir que Gran Bretaña no fuera elúnico Estado con influencia política y comercial en lasantiguas colonias españolas, ni imaginar que en 1815 elregente de Portugal tomaría desde Río de Janeiro lasriendas del poder en Portugal, Brasil y las Algarves y queen breve plazo surgiría un movimiento nacionalista en elBrasil, capaz de liberarse de la influencia británica y decoronar un emperador, o que en Francia se despertaríannuevas apetencias ante la posibilidad de que los paísesinsurrectos de América española optaran por un régimenmonárquico.

Todo el documento está ordenado por temas y muchaspautas y tramas políticas se entrecruzan y superponen.Algunas recomendaciones coinciden con la política yaaludida en pasajes anteriores, como las vinculadas con laconveniencia de simular acatamiento a Fernando VII; otrassirven de telón de fondo a episodios narrados en elpresente capítulo y los siguientes.

Moreno explica en el Plan Revolucionario de Operacionesque disimularse detrás de la fachada de la obediencia almonarca era un expediente utilísimo, pues permitía irganando tiempo para consolidar el nuevo sistema, mostrarque el Plata no tenía intención alguna de plegarse a losfranceses, aprovechar las relaciones con países extranjerospara hacer gestiones y presentar argumentos quereforzaran la posición de la Junta, y hacer dudar a Españade si Buenos Aires era realmente un centro de insurgenciacontra el que había que enviar tropas desde la península.Refugiada detrás de la máscara de la lealtad a FernandoVII, la Primera Junta iba a estar en mejores condiciones delograr adhesiones en el resto del Virreinato, y de señalar

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cuánto le preocupaban las intenciones expansionistas delPortugal y los propósitos de la Infanta Carlota.

Moreno revela su gran preocupación respecto de laeconomía heredada del Virreinato. A pesar de que era éluno de los patriotas que más habían hecho para lograr quelos ingleses pudieran disfrutar de las ventajas del librecomercio, reconoció -aunque esto haya sido parte de lamaniobra para hacer creer a España que no era tanto loque debía temer de su antigua colonia, así como unargumento susceptible de apaciguar a los elementosconservadores activos en ésta- que «desde el gobierno delúltimo virrey se han arruinado y destruido todos los canalesde la felicidad pública, por la concesión de la franquicia delcomercio libre con los ingleses, el que ha ocasionadomuchos quebrantos y perjuicios».

Preconizó un grado de intervención del nuevo Estado enla economía como no se había visto antes: era necesarioque controlase los recursos y la explotación de la minería,expropiase explotaciones improductivas, impidiese la salidade capitales, restringiese la exportación de metalespreciosos y divisas, y - con recursos tomados a las clasespudientes - constituyera un fondo nacional del orden de200 a 300 millones de pesos para que el Estado pudierafomentar «artes, agricultura, navegación, etc.», producirmanufacturas en lugar de importar del extranjero las quefueren de un «lujo excesivo e inútil», y poner «la máquinadel Estado en un orden de industria que facilitara lasubsistencia a… miles de individuos».

Su preocupación principal estuvo dirigida a despejar elterreno de enemigos del régimen instituido en mayo de1810. Éstos no eran solamente las tropas realistasagolpadas en Montevideo, Chile y el Alto Perú, sino muchoscriollos y europeos que dentro de las fronteras no queríanrenegar ni los lazos coloniales ni el conservadorismocaracterístico de quienes habían podido prosperar bajo elantiguo régimen; eran muchos los opositores abiertos osolapados y había que precaverse de ellos mostrandofuerza de convicción e intransigencia, sin dar prueba deninguna flaqueza frente a provincianos más interesados en

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lograr formas de autogobierno local que en hacersacrificios en aras de una integración de los pueblos delantiguo Virreinato, difícil de establecer.

A nadie puede sorprender la preocupación manifestadapor el autor, desde el comienzo, acerca de la necesidad deevitar que se desplomase prematuramente el edificiorevolucionario, de anteponer el bien general al interésprivado, de proceder con energía y rigor, sin debilidad,benevolencia, moderación o tolerancia que no justificasenlas circunstancias, y de «concluir con nuestrosenemigos»,«cortar cabezas, verter sangre y sacrificar atoda costa», cuando fuera imprescindible para regenerartanto a un Estado decrépito como a sus provincias o parasuprimir los abusos de una antigua corrupción. Como diceel texto, «en la tormenta se maniobra fuera de regla».

Eran de temer los hombres de bien «con talento, algunasvirtudes políticas y buen crédito» que quisieran lograr lalibertad «sin derramamiento de sangre», y conveníasepararlos de sus funciones, pero sin agraviarlos (dado quepodían ser útiles ulteriormente); en los primeros pasos dela revolución no era recomendable acudir a tales personassi las guiaba el deseo de medrar o de mantenerse enbuenas posiciones, eran aficionadas a las tramas y a laobtención de honores, o las acicateaba la «vanidad de lanombradía».

Contra sus enemigos declarados o conocidos, larevolución debía estar dispuesta a ser cruel y sanguinaria ycastigar con la pena capital sobre todo a quienes ocuparan,dentro o fuera del territorio, cargos de gobernador, capitángeneral, coronel, brigadier u otros empleos principales, ofueren sujetos de talento, riqueza, carácter, concepto yopinión, bien informados e influyentes, dado que esecastigo sería aleccionador y serviría de valla defensiva.

También era preciso seguir los pasos de los«espectadores silenciosos» y supuestamente neutrales y,en la medida posible, ganarlos a la causa revolucionariamediante protecciones, favores e incentivos acordados enfunción de la importancia relativa de su figuración social yde sus bienes, negocios y nexos, sin demostrarles

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manifiesta confianza mientras no hubieran dado pruebasirrefutables de su adhesión.

Con respecto a los patriotas en general, el Plan conteníarecomendaciones muy diversas. Había que colocarlos enlos puestos de que serían despojados los españoles y losnativos poco adictos, atribuyendo los cargos principales alos de más confianza, máxime si iban a tener mando detropas o a gobernar pueblos enteros. Los magistrados yfuncionarios del poder judicial también debían ser personasque diesen entera satisfacción, conocieran bien lasintenciones del gobierno en su área, y pudiesen estorbar alos ambiciosos, los perturbadores del orden público y atodo sujeto que atentara contra las autoridades.

Convenía que los militares que no tuvieran ya acreditadosu patriotismo estuvieran en servicio activo en los frentesde operaciones, en lugar de permanecer en la capital. Sólodebía castigarse con severidad a los patriotas probados sieran responsables de infidencia o rebelión, disimulándoseotras faltas menores que cometieran.

Para contener las ambiciones de los criollos y evitaraspiraciones exageradas, convenía no dejar que pudieranascender con demasiada rapidez ni que permanecieranmucho tiempo en un mismo destino y sin cambiar defunciones, y había que precaverse del efecto dedisensiones intestinas y guerras civiles retirándolos de susempleos cuando sus actos fueran contrarios a los parecerespúblicos. También había que premiarlos ante la opiniónpública por sus actos de patriotismo, sin hacer despilfarrode honores y procurando escoger recompensas simbólicasde interés colectivo, como escudos, pirámides y columnasconmemorativas.

A los extranjeros debía dárseles sin recelo empleosajustados a los méritos y talentos de cada cual, pues ésesería un medio de ganar su apoyo, no tanto por patriotismosino por interés.

Era preciso que la Junta reglamentara la igualdad ylibertad entre las distintas castas y prohibir la introducciónde esclavos, así como declarar libres o facilitar el pago de

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sus rescates a quienes ingresaran en los regimientos omilicias revolucionarias.

Otro asunto importante en el que el Plan hacía muchohincapié es la política que debía seguirse respecto de laopinión pública. En todas las relaciones exteriores ointeriores, la conducta del gobierno -incluso susestratagemas, proposiciones, regalos, intrigas, etcétera-debía ser «silenciosa y reservada». Los pueblos no debíanconocer los medios o resortes de que se valían lasautoridades: sólo había que mostrarles los buenos efectosde sus disposiciones, pues de esa manera se afianzaría elconcepto en que las tuvieran. La actitud de losgobernantes reflejada en la prensa debía ser «halagüeña,lisonjera y atractiva», y convenía disimular cualquiercircunstancia adversa o disminuir adrede el número deejemplares en circulación cuando no hubiese más remedioque revelar algún infortunio. Para descubrir y combatirenemigos aun no declarados había que recurrir a la intriga,el espionaje y la delación.

En todas partes, había que valerse de agentes de talentopara forjar relaciones útiles, conquistar adeptos y difundircomo si fueran ciertas las especies ideadas para convencero engañar y mantener la pretensión del acatamiento al rey;por medio de esos o de otros agentes debían averiguarselos antecedentes de cuantas personas pudieran ser útiles albando patriota o de sólido apoyo al bando realista, yrespecto de estas últimas hacer todo lo posible parasembrar cizaña y desacreditarlas mediante imposturas,ardides, cartas anónimas y otros medios que las hicieransospechosas ante sus propios correligionarios y la opiniónpública.

En lo que concierne al resto de América española, elrealismo político de Moreno le hacía desconfiar de fórmulasfederativas que le parecían prematuras y poco viables.Dudaba, además, que pudieran cuajar en América las ideasfederalistas en la forma que habían sido moldeadas enEstados Unidos. Quizá por ello propuso que el congresoque deseaba ver reunido en Buenos Aires estableciera unamonarquía constitucional; en esto se aparentaba con los

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hombres de la Ilustración española, que aspiraban areformar por la vía parlamentaria el derecho real.

Parece evidente que la opinión de Moreno se desprendíade una meditación aplicable a las condiciones reinantes enAmérica austral.

Aunque perseguía el objetivo de dar una constitución alantiguo Virreinato del Río de la Plata, intuía que lapreocupación principal debía ser desembarazarse deenemigos internos y externos y conseguir apoyos externos,especialmente el de Gran Bretaña, mucho más que pensaren una unión hipotética con otros pueblos insurgentes. Noveía ninguna comunidad de intereses con México o lasFilipinas y tampoco pensaba que se pudieran concordar lasvoluntades de todos los habitantes del continente.

A este respecto, no creía oportuno sino quiméricoproyectar una confederación americana tal como lo habíanpostulado Miranda y Cañete, con intenciones totalmentedistintas, pues si bien el primero tenía en mente la manerade cimentar la emancipación de las colonias americanas, lapostura del segundo se remontaba al malogrado proyectodel conde de Aranda, que había propuesto en 1783 lacreación de reinos independientes en distintas regiones deAmérica con la intención de salvaguardar la monarquía

española5.

El Plan se explaya cuando trata de la Banda Oriental y dela amenaza lusitana, que esperaba frenar gracias a lainfluencia británica. Era necesario inspirar confianza a losbritánicos, no sólo estimulando su comercio con el Río de laPlata sino quizás ofreciéndoles un tratado secreto, dealianza defensiva y ofensiva y de asistencia mutua, con la

5 Cabe recordar que Aranda había propuesto en 1783 la creación de tres reinosespañoles en Nueva España, la Costa Firme colombiano-venezolana y el Perú consus antiguas dependencias; Miranda había postulado en 1790 la formación de unaconfederación de estados independientes sujetos a un emperador; Godoy abogóen 1804 por la creación de cierto número de regencias americanas, y en 1806Carlos IV barajó la idea de reinos americanos en América del Norte, la parteseptentrional de Sudamérica, Perú y el Río de la Plata. Cuando Ruiz de Apodacaera todavía virrey de Nueva España, Fernando VII llegó a considerar que podíaconvenirle trasladar su corte a México. Godoy, a raíz de la invasión de España porlos franceses, proyectó el traslado de la Corte a una de las posesiones americanas.

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probable cesión de la isla de Martín García como base delas operaciones comerciales inglesas.

A más largo plazo, la estrategia porteña podría perseguirvarios objetivos: sacar partido de las ambiciones deInglaterra, envanecida por su señorío de los mares y elauge de su comercio, y del posible descontento que lainfluencia inglesa suscitase en el Brasil, y acaso provocarindisposiciones entre esos dos países. Pero, por lo menos alprincipio, a Gran Bretaña y al Portugal había que tratarloscon deferencia, proteger su comercio y los bienes quetuvieran y comercializaran en el antiguo virreinato, permitirsu internación en el interior en las mismas condiciones quelos importadores nacionales, y rebajar los derechosaduaneros. Mediante toda clase de gestiones y ardides, ytocando todos los resortes a que se pudiera tener accesoen la corte de Río de Janeiro, especialmente el embajadoringlés (lord Strangford), había que impedir que, debido a lainfluencia carlotista, llegaran tropas portuguesas en auxiliode las autoridades de Montevideo.

Conforme a cual fuere la evolución de losacontecimientos, podíase especular entonces en torno atres grandes hipótesis: una de ellas era la de buscar lamanera de entrar, por tratado de amistad recíproca, librecomercio y navegación con Portugal, en una alianzarespaldada por Inglaterra; otra, ligada al objetivo deconspirar para malquistar al Portugal con Inglaterra, quizásirviera para que, como resultado de una alianza con losingleses, el Río de la Plata pudiese colaborar con ellos en eldesmembramiento y repartición del Brasil (propósito quecreía indispensable como medio de impedir que el Portugalse uniese a España para reprimir las revolucionessudamericanas), para lo cual concentrarían su atención enprovocar descontento y revoluciones en Río Grande delSur, llevar sus propias tropas hasta allí, asegurándose deque los militares portugueses insurgentes y nuevas miliciasconstituidas con esclavos y otros trabajadores de colorestuvieran en minoría, y asentar en los territoriosarrancados al Brasil poblaciones de habla española.

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Estos no eran objetivos simultáneos ni alternativos ypodían ser objeto de diligencias tanto secretas comopúblicas, pero la pluma de Moreno mantenía vigente elrecuerdo de la pugna con los portugueses por la posesiónde territorios ganados por las armas y perdidos por ladiplomacia desde antes de la creación del Virreinato del Ríode la Plata, y por esa razón da un tono premonitorio a susconsideraciones sobre el Brasil, como si ya previera, nosólo nuevos enfrentamientos con los portugueses, sino elsurgimiento de tendencias nacionalistas, separatistas yexpansionistas en ese país.

Son muy llamativas algunas consignas. Por ejemplo,antes de intentar el sitio de Montevideo, que Morenoconsideraba como el más importante «baluarte [que se]opondrá… a nuestros designios», había que captar laadhesión de la campaña y, por ende, la de loscomandantes militares, alcaldes y eclesiásticos de las villasdel interior, así como la de los «sujetos más capaces y demás probidad, talento y respeto» y la de «gente vaga yociosa», muy conocida por su «valor, influencia yconocimientos campestres», o por «sus vicios», de modoque gracias a ellos (y bajo el mando de líderes patriotas)se sublevaran los pueblos y la campaña uruguaya, seorganizaran cuerpos de infantería y caballería, y seemprendiera la lucha contra los realistas a la espera de lallegada de una expedición dirigida contra Montevideo por la

Junta de Buenos Aires6.

6 En ese contexto, Moreno hace mención expresa de José Rondeau y JoséGervasio de Artigas como dos dirigentes potenciales que convenía atraer enespecial, pues con ellos los progresos militares serían muy rápidos y «ningunospodrán ser más útiles para los adelantamientos de esta empresa», el uno por «susconocimientos militares adquiridos en Europa» y el otro por su familiaridad con lacampaña y su ascendiente sobre los lugareños. Como se verá luego, Artigas yRondeau se plegaron al movimiento de mayo pocos meses después.

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2. La diplomacia de lord Strangford7

En toda su gestión diplomática, lord Strangford, a cargode la misión británica en Río de Janeiro, se valió de suinfluencia en la Corte portuguesa y contó con los informesde los jefes de la estación naval británica en el río de laPlata y de los mercaderes ingleses establecidos en BuenosAires para ir desarrollando su política. Si bien estabaenterado de las opiniones criollas en favor de conseguir laprotección británica para sus proyectos de independencia yparecía bien dispuesto hacia el nuevo gobierno de BuenosAires, sus propias miras eran diferentes.

Al principio, su principal objetivo fue preservar la pazentre España y Portugal en América; apenas se produjo laalianza no sólo con Portugal, sino también con España, encontra de Napoleón, su política consistió en tratar demantener la integridad del imperio español y, por ende,proteger a la Banda Oriental de las ambicionesportuguesas, apoyar a todo gobierno americano quehubiera manifestado su lealtad a Fernando VII, fuera aquélel de Montevideo -sometido a la autoridad del Consejo deRegencia- o el de Buenos Aires -que había declarado suautonomía, pero rechazaba todo nexo con el Consejo deRegencia-, a condición de que no rompiesendefinitivamente con España y no declarasen suindependencia. A su juicio no había que hacer nada quepudiese vulnerar la subordinación de las colonias españolasa la monarquía; en cambio, debía hacerse todo lo posiblepara promover el desarrollo del comercio británico y paraque Buenos Aires prefiriera ajustarse a una conducta pro-británica en lugar de caer bajo la influencia francesa.

Para ello, era indispensable obrar con cautela, sin dejarque ni los portugueses ni los españoles y criollossupusieran que la política británica favorecía iniciativas enpro de la independencia o de la desintegración delVirreinato. Montevideo se consideraba la aliada de Portugal

7 John Street: «Lord Strangford and the Rio de la Plata, 1808-1815», enHispanic American Historical Review, vol. XXXIII, núm. 4, noviembre de 1953.

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y no parecía oportuno que esto sirviera para que losportugueses penetrasen en la Banda Oriental so pretextode prestarle su concurso contra los "facciosos" criollos; yaen junio de 1810, los representantes de los mercaderesbritánicos, alarmados ante la inminente llegada de tropasportuguesas, le habían pedido que interviniese paraimpedir esa operación. Así lo haría lord Strangford, peroinmediatamente envió un emisario a Buenos Aires paraaconsejar a la Junta que no provocara al Portugal conacciones o declaraciones hostiles, que no proclamase laindependencia y que, por el contrario, mantuviera suposición inicial de acatamiento a Fernando VII, a la vez quemostraba con actos su voluntad de seguir promoviendo elcomercio con Inglaterra como medio de conquistar elapoyo británico.

En este orden de ideas, lord Strangford ajustó suconducta a la idea de que cabía crear entre losgobernantes de Buenos Aires la expectativa de queInglaterra les apoyaría y protegería en caso de que Españasucumbiera ante Napoleón, y de que utilizaría su influenciapara impedir un enfrentamiento criollo-portugués en lo queconcierne a la Banda Oriental. Mientras Gran Bretaña fuerala aliada de España y Portugal, lo más importante debía serasegurarse de que ambas, incluso sus territorios deultramar, continuaran la lucha contra Francia y rechazaransu influencia en América.

Con o sin instrucciones prolijas de la cancillería inglesa,lord Strangford actuó de conformidad con la política demediación propiciada por Castlereagh desde 1810. Enefecto, la mediación respecto de la invasión portuguesa dela Banda Oriental en 1812 se inscribió en el marco de lanegociación de más vasto alcance que Castlereaghproponía a España con objeto de lograr la conciliaciónentre ésta y sus antiguas colonias americanas.

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3. Oposición entre grupos centralistas yautonomistas en la política interna

A partir de 1810 fue acentuándose el centralismo políticoy militar practicado desde Buenos Aires y surgió contra éluna reacción autonomista que fue especialmente honda enla Banda Oriental y en partes del Litoral, porque allí llegó aser evidente el desapego de los porteños por otrosintereses que no fueran afines a los suyos, hasta el puntode dejar a los realistas y a los portugueses el control de lasituación de ambos lados del río Uruguay. En Buenos Airespudo observarse una progresiva evolución hacia elpredominio de la tendencia unipersonal y dictatorial en elgobierno, apoyada por asambleas consultivas o legislativasen las que fue notoria la influencia porteña y, por ende, elapasionamiento con que se quiso poner coto a todadisidencia o inconformismo contrario a su hegemonía.

Las facciones de la primera época revolucionaria sefueron subdividiendo y transformando y en los años entre1812 y 1815 llegaron a situarse en campos opuestos nosólo algunos patriotas que habían desempeñado papelesimportantes en mayo de 1810, sino también nuevas figurasque aparecieron recién en marzo de 1812 con la intenciónsea de dar nuevo impulso a la revolución, vencer a losespañoles y conquistar la independencia, o de intrigar yobrar en favor de los portugueses para desembarazarse deorientales, entrerrianos, correntinos, misioneros ysantafecinos autonomistas.

Entre mayo y diciembre de 1810 se agravaron lasdisensiones dentro de la Junta de Buenos Aires debido a laausencia de Belgrano y Castelli –por estar fuera de BuenosAires y al mando de expediciones político-militares sin dudamuy importantes, debilitaron sin quererlo a otros miembrosde la Junta partidarios de consolidar el poder criollo- y a lasdivergencias cada vez más marcadas entre Saavedra y

Moreno, y recomenzó la puja entre la Junta y el Cabildo8.

8 El Cabildo, depurado en octubre de 1810, añadió a sus funciones de gobiernomunicipal la de elegir nuevos miembros de la Junta a medida que se producíanvacantes.

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Mucho se ha escrito sobre los motivos de esas divergenciassin que se pueda estar totalmente en claro acerca decuáles fueron realmente, aunque se sabe que muchas deellas partieron de celos y animosidades personales.

Moreno era mucho más capaz y determinado que elpresidente de la Junta en todo lo que tuviera que ver conideologías, estrategias y definiciones políticas; asumió elprincipal papel desde la secretaría de Gobierno y Guerra,adonde convergían los asuntos de mayor importancia, queél trataba con singular empeño y una energía desbordante.Además, en pocos meses de actuación, los artículos quepublicó en la Gaceta de Buenos Aires dejaron pocas dudasde que deseaba acelerar la marcha de la revolución haciala adopción de una constitución y de una nueva forma degobierno, como si previese la descomposición o eladvenimiento de hombres providenciales deseosos detomar el poder, que podían producirse en caso de noinstituirse un pacto social válido para todas las provinciasreunidas.

En efecto, en una serie inconclusa de artículospublicados en la Gaceta entre octubre y noviembre de 1810sostuvo la idea de que las Provincias Unidas ya estaban encondiciones de pronunciarse a favor de su independenciade España. A su propia pregunta acerca de si Américapodría «establecer una constitución firme, digna de serreconocida por las demás naciones mientras vivieseFernando VII, a quien reconocía por monarca», Morenocontestaba que «la justa emancipación de la América a queconduce la inevitable pérdida de España» podíaconsumarse porque no había pacto social que lamantuviera sujeta al monarca, que la autoridad de éstehabía caducado, y que «sólo el amor a nuestro Reycautivo» podría impedir que los americanos se dieran unaconstitución «en absoluta prescindencia» de Fernando VII.

Desarrollando ideas con que Paso había justificado lacreación de la Junta de Buenos Aires, Moreno destacó que«Buenos Aires no debió erigir por sí sola una autoridadextensiva a pueblos que no habían concurrido con susufragio a su instalación». Pero si la Junta había decidido

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actuar en nombre de todas las provincias, fundándose enel «inminente peligro de la demora y la urgencia con que lanaturaleza excita a los hombres», no por ello habíadesconocido la importancia de la «obra simultánea detodos», y por eso «no había querido usurpar a la máspequeña aldea la parte que le corresponde en la ereccióndel nuevo gobierno, no se prevaleció del ascendiente quelas relaciones de la capital proporciona sobre las provincias,y estableciendo la Junta le impuso la calidad de provisoria,limitando su duración hasta la celebración del congreso, yencomendando a éste la instalación de un gobierno firme,para que fuese obra de todos lo que tocaba a todosigualmente». Y en otro pasaje decía:

Yo desearía que las provincias, reduciéndose a los límites quehasta ahora han tenido, formasen separadamente la constituciónconveniente a la felicidad de cada una; que llevasen siemprepresente la justa máxima de auxiliarse y socorrerse mutuamente, yque reservando para otro tiempo todo sistema federaticio, que en laspresentes circunstancias es inverificable, y podría ser perjudicial,tratasen solamente de una alianza estrecha, que sostuviese lafraternidad, que debe reinar siempre, y que únicamente puedesalvarnos de las pasiones interiores, que son el enemigo más terriblepara un estado que intenta constituirse que los ejércitos de

potencias extranjeras que se le opongan9.

Convencido de la importancia de asentar la soberaníasobre una base única e inalienable, así como de lanecesidad de que la revolución se encauzara por víasdemocráticas y participativas y conforme a un sistema declara división de poderes, sin desprenderse de la tutelateórica del monarca español, durante el escaso tiempo enque tuvo gran ascendiente dentro de la Junta es indudableque Moreno creyó necesario impedir que se debilitara laautoridad ejecutiva que ésta ejercía y, por ende, quiso

9 José Carlos Chiaramonte: Ciudades, provincias, Estados: orígenes de laNación Argentina (1800-1846), pág. 349. Pero véanse, además del texto de todo eldocumento reproducido por Chiaramonte en págs. 339-349, los comentarios quehace en su Estudio preliminar (págs. 128-135).

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evitar que los representantes del interior interfirieran en laconducción central de los asuntos de gobierno. Morenodebe haber temido que el ingreso de representantes deautonomías locales con designios muy dispares quitaracohesión y fragilizara la acción de la Junta.

Los representantes elegidos por las provincias paraparticipar en el congreso general -decía Moreno- deberíanempeñarse en elaborar una constitución y determinar laforma de gobierno, o dicho de otra manera, «establecer elsistema legal de que carece» esta parte de América y «quenecesita con urgencia», en lugar de considerar que sumisión pudiera limitarse a elegir gobernantes o atransformar con su influencia las frágiles bases del poderde la Junta, ya debilitado por luchas internas.

Moreno también estuvo dispuesto a actuar con firmezaen contra de los españoles europeos. De hecho, el 3 dediciembre de 1810 logró persuadir a la Junta de que sólolas personas nacidas en el territorio de las ProvinciasUnidas pudieran ocupar empleos civiles, militares oeclesiásticos; era ésta una medida que servía el triple finde depurar los círculos de mayor peso político,proporcionar al pueblo un blanco contra el que pudieraexpresar su hostilidad o su favor, y dar a los criollos adictosoportunidades de ascenso social de que no habíandisfrutado antes. Sin embargo, a pesar de que muchosespañoles europeos debieron sufrir las consecuencias delenfrentamiento con los americanos, se dispuso quepudieran conservar sus puestos si demostraban «buenaconducta, amor al país y adhesión al gobierno».

Saavedra combinaba la autoridad de la presidencia conla de comandante de armas, ésta última respaldada por suprestigio y el respeto que le tenían tanto las clasespopulares como quienes habían servido bajo sus órdenesen el regimiento de Patricios. Era ésta una razón suficientepara que Moreno y sus partidarios quisieran despojarlo dela comandancia para debilitarlo.

Dos episodios dieron pie a que Moreno tomara lainiciativa a ese respecto: el que no le dejaran entrar en elcuartel donde los militares, junto con Saavedra, festejaban

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la victoria de Suipacha, y el hecho de que uno de losoficiales, Atanasio Duarte, hubiera ofrecido a Saavedra unacorona. Inmediatamente, Moreno convenció a una mayoríade los vocales de la Junta de que firmaran el famosodecreto de honores dirigido contra Saavedra, que conteníaen su artículo 5 la decisión de que ningún decreto, oficio uorden de la Junta tendría validez sin la firma de cuatromiembros y de uno de los secretarios por lo menos. Enotras palabras, ninguna medida podía tomarse a títulounipersonal y, por ende, el comando de las tropas no debíaestar en manos de un solo hombre.

Los ataques dirigidos contra Saavedra no arrojaron elefecto deseado, porque a raíz de las desavenencias que sepusieron en descubierto fue Moreno quien salió malparado,probablemente porque cometió la equivocación de mostrarsu prejuicio en favor de hombres de «frac y levita».

En efecto, Saavedra era más contemporizador y tanto sutemperamento como sus ideas lo hacían inclinarse contraactitudes y actos que le parecieran excesivos. Ante laopinión pública burguesa, aparecía como un elementomoderador y ciertamente más conservador que Moreno; noes en vano que se lo veía como el representante de la"oligarquía liberal". Respaldado por los militares, sobretodo los de su regimiento de Patricios, y comerciantes de laburguesía, contaba también con apoyos de alcaldes de lossuburbios, y no compartía muchas de las actitudes de lajuventud ilustrada favorable a Moreno, que sin dudaconsideraba demasiado francas y decididas y, acaso,perjudiciales, por lo menos en lo que concierne a la rapidezcon que deseaban deshacer el antiguo orden virreinal.

Como lo declaró después de la caída de Moreno, no erapartidario de un «sistema robespirriano» y deseaba serconciliador ante las provincias y respecto de los españoleseuropeos y dejar que se apagara la acción de los distintosbandos y partidos del interior como por arte de magia.Junto con sus partidarios, parecía preferir la postergacióndel congreso general, pues le preocupaban sobre todo lasopiniones sobre asuntos constitucionales e institucionales

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que Moreno lanzaba desde las páginas de la Gaceta deBuenos Aires.

Nueve diputados del interior estaban en Buenos Airesesperando su incorporación en la Junta, pero -por lo menosal principio- se creía que una mayoría de los miembros deésta se oponían a ello y manifestaban su preferenciaporque se convocase el congreso general. Lo que másdeseaban muchos miembros de ésta era el acatamiento delas provincias más que su participación en el gobierno,como quedó en claro cuando hicieron valer que la decisiónde acelerar el ingreso de diputados provinciales, a resultasde la convocatoria que habían lanzado el 27 de mayo,había sido un «rasgo de inexperiencia», de probadaimpracticabilidad.

Sobre este tema, ya he dicho que Moreno era partidariode que no se postergase ese congreso, para que no seperdiera el impulso que él estaba dando a la idea deelaborar una constitución, y por esa razón no queríafrustrar ese propósito adhiriéndose a quienes estabandispuestos a ampliar la composición del cuerpo colegiadogobernante como medio de mostrarse conciliadores con lasprovincias, pero sin darles de inmediato la posibilidad deque sus representantes asumieran una funciónconstituyente.

Pero los acontecimientos evolucionaron de otra manera.El 18 de diciembre de 1810 los diputados insistieron pormedio de su portavoz, el deán Gregorio Funes, en quedebía incorporárseles a la Junta, pues Buenos Aires «notenía títulos legítimos para elegir por sí sola gobernantesque las demás ciudades deban obedecer», no podíacontravenir la decisión de incorporar a los diputados delinterior conforme al orden de su llegada a Buenos Aires, ydebía reconocer «la necesidad de restituir la tranquilidadpública que estaba gravemente comprometida por ungeneral y público descontento con la Junta». Esedescontento estaba dirigido principalmente en contra deMoreno, no sólo a causa de sus ideas sobre asuntosconstitucionales, sino también a raíz de la decisión de

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marginar a los españoles europeos y de quitarleprerrogativas a Saavedra.

Contra la opinión de Moreno y Paso, los demás vocalesde la Junta aceptaron la incorporación alegando motivos de«conveniencia pública» y esto provocó la renuncia deMoreno y su nombramiento para desempeñar una misiónen Londres. Su acción de gobierno no había llegado a durarseis meses completos. La desaparición de Moreno de laescena política, seguida de su fallecimiento en alta mar –en condiciones más que sospechosas, pues se hapretendido con mucha vehemencia que fue envenado yque su muerte se rumoreaba en el Río de la Plata antes deque ocurriera- cuando viajaba hacia Londres paraencargarse con su hermano Manuel de una misióndiplomática, no puso término a las disensiones.

4. La Junta Grande

La Primera Junta duró tan poco como la gestión deMoreno. Ampliada a raíz de la incorporación de losdiputados provinciales, liderados por el deán Funes, y bajola presidencia de Saavedra, tomó el nombre de JuntaGrande, sin que el cambio acallara las protestas yagitaciones pro-morenistas. Desde el regimiento deinfantería América (más conocido por el nombre deEstrella, a causa del distintivo que sus tropas llevaban en elhombro de sus casacas), los comandantes Domingo Frenchy Antonio Luis Beruti, avezados conductores demanifestaciones populares, conspiraron contra el gobierno,haciendo un intento frustrado para poner a Moreno a lacabeza de la Junta, y luego impulsaron a la juventudmorenista, que se reunía en el café de Marco, a proseguirla campaña dirigida contra Saavedra y sus adictos y losdiputados del interior.

A principios de 1811, el foco de la reacciónantigubernamental criolla se trasladó del café de Marco a laSociedad Patriótica a la que acudieron muchosparroquianos morenistas de aquél. Fue ésta una asociaciónabiertamente opositora, decidida, como recordó Ignacio

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Núñez en sus Noticias históricas, a «reanimar el espírituamortiguado de la revolución», «extenderlo ilustrando a loshombres sobre sus verdaderos intereses» y promover «lareforma del gobierno», juzgado demasiado tibio. La Juntano se animó a tomar medidas contra ella, a pesar de que elcoronel Juan Bautista Bustos, del regimiento III, pretendiódisolverla por la fuerza, y prefirió darle reconocimientooficial.

Ya se perfilaba la que iba a ser una ofensiva políticaporteña, pero de sus grupos juveniles más politicizados,contra la creciente influencia de las provinciasrepresentadas en la Junta. En lugar de descentralizar elpoder y eliminar pesadas estructuras de gobierno en elinterior, la Junta decidió la formación de juntas provincialesy juntas subordinadas en cada intendencia, pero mantuvoen pie las funciones de los gobernadores-intendentes y delos cabildos. Recrudeció así un verticalismo jerárquico,complicado por difíciles relaciones horizontales entregobernantes y capitulares, que hizo más mal que bien yprovocó muchas quejas, motivadas en su mayor parte porel hecho de que distintas ciudades y provincias perdieronalgo o mucho de la autonomía que habían conseguidorespecto de las autoridades situadas en las sedes de lasdiversas intendencias.

Los cambios en la composición de la Junta provocaronuna nueva crisis. En uso de sus prerrogativas, el Cabildohizo saber, ante la consiguiente irritación de la Junta, queexaminaba candidaturas con objeto de reemplazar aAlberti, recién fallecido, y a Belgrano y Castelli, queestaban ausentes en cumplimiento de misiones político-militares en el Paraguay y el Alto Perú. Pudo evitarse elnombramiento de sucesores de estos dos últimosmiembros, porque el Cabildo se echó atrás, pero en cambiose produjeron las designaciones de Hipólito Vieytes, queasumió la secretaría de Gobierno y Guerra en reemplazo deMoreno, y de Nicolás Rodríguez Peña, que ocupó el sitio deAlberti. Con ello se robusteció la influencia de la SociedadPatriótica, que contó con esas dos figuras revolucionarias

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de primera fila entre sus consejeros, además de que Paso yLarrea les estaban muy allegados.

La juventud morenista siguió agitando contra la acciónde los diputados del interior a la vez que hacía propagandaa favor de los levantamientos criollos en otros paísesamericanos y denunciaba con pasquines y en corrillos laspresuntas connivencias de Saavedra y Funes con loscarlotistas, los realistas de Montevideo y los portugueses.No obstante, la Junta mantuvo una actitud ostensiblementerespetuosa de la libertad de expresión y el 4 de abril de1811 aprobó los estatutos de la Sociedad Patriótica.

Entretanto, Belgrano -tras las derrotas militares ydiplomáticas sufridas en el Paraguay10- había tenido queemprender la retirada. Por otra parte, en el río de la Platase hacía sentir la amenaza de Elío y los patriotas habíanperdido el control de los accesos a los ríos de lamesopotamia a raíz de la derrota naval frente a SanNicolás. La reacción había traído por vía de consecuencia lamovilización en defensa de la patria de todos losciudadanos de 16 a 45 años, la creación de una comisiónde seguridad pública para reprimir posibles movimientossubversivos, la deportación de varios grandes comerciantespeninsulares (Álzaga, Villanueva, Santa Coloma y Neyra), yel confinamiento de otros españoles europeos solteros enel interior. Se ha dicho que en marzo de 1811 fuerandesterrados 3.000 o 4.000 hombres solteros.

La suma de estos sucesos provocó el 5 y 6 de abril de1811 un movimiento militar y popular al que Saavedrapretendió no haber estado asociado, a pesar de que estabadestinado a apuntalarle y devolverle la comandancia dearmas. Una serie de peticiones firmadas revelaron ladispersión de las opiniones expresadas por distintos gruposen ese momento. Si el bando morenista se había agitado afavor del retorno y liberación de los españoles perseguidosen marzo, el clamor de los participantes en la asonada seexpresó abiertamente en pro de que prosiguiera yaumentara la exclusión, lo que demuestra la fuerza de lapresión ejercida por gente ajena a la burguesía desde las

10 Véase capítulo 2.

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barriadas de los suburbios, que entre otras cosasreclamaba contra la indulgencia fiscal de que habíandisfrutado los españoles mientras ellos, mucho menosencumbrados, sostenían el erario público. La ira popularconvergió con la de la Junta en favor de serias medidas encontra del regimiento Estrella y la Sociedad Patriótica y deuna depuración de la Junta11.

En virtud de otra decisión, se determinó que la Junta nopodría proceder a la elección directa de nuevos vocales,pues ese derecho debía ser ejercido directamente por elpueblo, por intermedio del Cabildo. French y Beruti fueronarrestados y alejados de Buenos Aires. Se abrió una causarespecto de la actuación de Belgrano en el Paraguay y serestituyó a Saavedra la comandancia de armas. Deinmediato se creó un tribunal de salvación pública y sedecidió no sólo la expulsión de europeos sospechosos decontrarrevolucionarios, sino también la separación de todoslos funcionarios militares y civiles nacidos en España. Estoera más que lo había hecho antes la Comisión de seguridadpública presidida por Azcuénaga, encargada de pesquisarla conducta de quienes formasen congregacionesnocturnas o secretas, sembrasen ideas subversivas,criticasen la legitimidad del gobierno o sedujeran a losoficiales, soldados, funcionarios y ciudadanos.

No obstante, la Sociedad Patriótica no fue disuelta ymantuvo agitados los ánimos. Quedaron en la JuntaGrande muy pocos miembros de la primera camadarevolucionaria. Cuando se produjo la derrota patriota enHuaqui y se sintió la necesidad de suspender lasoperaciones en la Banda Oriental para poder rehacer losejércitos y recursos patriotas, Saavedra debió partir haciael noroeste y varios vocales de la Junta tuvieron que acudira la otra Banda para negociar un armisticio. Hubo presiónen favor de que ningún miembro de la Junta pudieracumplir misiones o funciones fuera de ella, ni siquiera como

11 Debieron abandonar sus cargos Azcuénaga, Larrea, Rodríguez Peña yVieytes, y fueron nombrados Feliciano Chiclana, Anastasio Gutiérrez, Juan deAlagón y Joaquín Campana (como secretario en reemplazo de Vieytes), detendencia saavedrista.

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jefe de una expedición militar, sin consentimiento expresode sus pares.

En septiembre de 1811, con el apoyo del Cabildo deBuenos Aires, se produjo una nueva conmoción, fundadaen que el Cabildo no aceptaba el pedido de la Junta Grandede detener a alborotadores morenistas y logró que sesuspendiera la orden. La Junta perdió fuerza y solicitó delCabildo que le sugiriera medios para reforzar el biencomún. Uno de ellos fue la destitución de Campana. Al díasiguiente se agitó en favor de la convocación de un cabildoabierto, y el 19 de septiembre fueron elegidos dosdiputados (Chiclana y Paso) y seis apoderados del pueblo,entre los que figuraban Bernardino Rivadavia y Manuel deSarratea. Fue la primera elección pública, contra la opinióndel Cabildo, que todavía sostenía que bastaba conconsultar a la parte principal y más sana del vecindario, yse sintió vulnerado por la decisión de recurrir a los alcaldesde barrio para convocar al electorado de cadacircunscripción y admitir en éste a cualquier americano,incluso si no era nativo de Buenos Aires, sin excluir a nadiepor razones de parentesco.