Historia de La Lucha Revolucionaria en Italia (1960-2008): el Partido Armado

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1 HISTORIA DE LA LUCHA REVOLUCIONARIA EN ITALIA (1960- 2008) –Traducido por Valakia Roja (VKR)- 1. Preámbulo de los autores Este trabajo pretende ser una contribución a la memoria, dirigida en especial a los camaradas y proletarios de otros países con los que durante años hemos trabajado codo con codo en un proceso común para construir un Socorro Rojo Internacional. En los intercambios intensos y vivos que se entablaron por toda Europa, incluida Turquía, en el ámbito de este proyecto y de esta comunidad de lucha y solidaridad, nació la idea de esta contribución, al constatar el afán de conocimientos que tenían, sobre todo, los camaradas más jóvenes. Anteriormente se habían publicado muchos textos que, en su mayor parte, se elaboraron con la intención de destruir o, en el mejor de los casos, de “convertir en historia”, es decir, de embalsamar, de transformar una realidad viva en icono (que es, como decía Marx, con autoironía premonitoria, la mejor manera de asesinar a alguien, matar su pensamiento). Entre los arrepentidos/disociados y los periodistas profesionales del asesinato de la verdad, la producción de basura está a la altura del envite: sepultar la tendencia hacia la revolución proletaria. Existen, pues, pocos textos serios al respecto. Intentaremos aquí, modestamente, ofrecer una reconstrucción que dé cuenta a la vez de los hechos y de los acontecimientos político-ideológicos que los produjeron, vinculados todos ellos inseparablemente a las fuerzas fundamentales (y en última instancia determinantes) sociales, de clase, en pos de la Libertad. Es también, inevitablemente, un mero punto de vista. El de los militantes de aquellos años, cuyo conocimiento de los hechos es, necesariamente, limitado y basado, en buena parte, en el legado que como balance, en cualquier caso, elaboró el movimiento revolucionario. Somos conscientes de ello y dejamos abierto el presente trabajo a las oportunas correcciones y ampliaciones, disculpándonos por los inevitables errores y lagunas. Es también un punto de vista partidista, el de los militantes que siguen trabajando para que la Revolución viva. 2. Los años 60: emergencia de una nueva clase obrera En Italia, 1968 tuvo lugar más bien en... 1969. Porque, aun cuando 1968 vio la eclosión del movimiento estudiantil y en los años 60 se produjeron diversas luchas obreras de nuevo tipo, es decir, de un nuevo ciclo, fue sobre todo en 1969 cuando se asistió a un verdadero conflicto generalizado, a una explosión social simultánea. La primavera de 1969 estuvo marcada por un formidable ciclo de huelgas salvajes que se extendieron como una mancha de aceite a todas las fábricas de la FIAT (más de la mitad de las cuales se concentraba en el área metropolitana de Turín; unos 120.000 empleados). Huelgas que fueron más bien una especie de revuelta violenta contra la brutalidad de las condiciones de trabajo del “obrero masa”. Estas luchas obreras constituían un nuevo ciclo, en el sentido de que se producían tras la amplia derrota de la

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Historia de las Brigadas Rojas italianas y los movimientos revolucionarios en Italia desde los años 60.

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HISTORIA DE LA LUCHA REVOLUCIONARIA EN ITALIA (1960-2008) –Traducido por Valakia Roja (VKR)-

1. Preámbulo de los autores Este trabajo pretende ser una contribución a la memoria, dirigida en especial a los camaradas y proletarios de otros países con los que durante años hemos trabajado codo con codo en un proceso común para construir un Socorro Rojo Internacional. En los intercambios intensos y vivos que se entablaron por toda Europa, incluida Turquía, en el ámbito de este proyecto y de esta comunidad de lucha y solidaridad, nació la idea de esta contribución, al constatar el afán de conocimientos que tenían, sobre todo, los camaradas más jóvenes. Anteriormente se habían publicado muchos textos que, en su mayor parte, se elaboraron con la intención de destruir o, en el mejor de los casos, de “convertir en historia”, es decir, de embalsamar, de transformar una realidad viva en icono (que es, como decía Marx, con autoironía premonitoria, la mejor manera de asesinar a alguien, matar su pensamiento). Entre los arrepentidos/disociados y los periodistas profesionales del asesinato de la verdad, la producción de basura está a la altura del envite: sepultar la tendencia hacia la revolución proletaria. Existen, pues, pocos textos serios al respecto. Intentaremos aquí, modestamente, ofrecer una reconstrucción que dé cuenta a la vez de los hechos y de los acontecimientos político-ideológicos que los produjeron, vinculados todos ellos inseparablemente a las fuerzas fundamentales (y en última instancia determinantes) sociales, de clase, en pos de la Libertad. Es también, inevitablemente, un mero punto de vista. El de los militantes de aquellos años, cuyo conocimiento de los hechos es, necesariamente, limitado y basado, en buena parte, en el legado que como balance, en cualquier caso, elaboró el movimiento revolucionario. Somos conscientes de ello y dejamos abierto el presente trabajo a las oportunas correcciones y ampliaciones, disculpándonos por los inevitables errores y lagunas. Es también un punto de vista partidista, el de los militantes que siguen trabajando para que la Revolución viva. 2. Los años 60: emergencia de una nueva clase obrera En Italia, 1968 tuvo lugar más bien en... 1969. Porque, aun cuando 1968 vio la eclosión del movimiento estudiantil y en los años 60 se produjeron diversas luchas obreras de nuevo tipo, es decir, de un nuevo ciclo, fue sobre todo en 1969 cuando se asistió a un verdadero conflicto generalizado, a una explosión social simultánea. La primavera de 1969 estuvo marcada por un formidable ciclo de huelgas salvajes que se extendieron como una mancha de aceite a todas las fábricas de la FIAT (más de la mitad de las cuales se concentraba en el área metropolitana de Turín; unos 120.000 empleados). Huelgas que fueron más bien una especie de revuelta violenta contra la brutalidad de las condiciones de trabajo del “obrero masa”. Estas luchas obreras constituían un nuevo ciclo, en el sentido de que se producían tras la amplia derrota de la

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clase, sufrida en los años 501. En relación con el decenio anterior, estas luchas significaban también la emergencia de una nueva composición de la clase. Composición a la que daba forma la fase de desarrollo tumultuoso del capitalismo centrado en el nuevo consumismo de masas y la producción correspondiente a gran escala (bienes de consumo duraderos: electrodomésticos y automóviles). Es decir, la masificación del modelo taylorista-fordista, en realidad, la esclavitud en cadena2. Durante los años 50 y 60 años este proceso se vio acompañado de un gran movimiento de urbanización alrededor de los cuatro polos industriales del norte: Turín, Milán, Génova, Venecia-Marghera3. Millones de italianos del sur (y de otras regiones pobres) fueron desarraigados y arrojados brutalmente en guetos metropolitanos. Fue un movimiento de magnitud similar y con las mismas implicaciones socio-culturales que las actuales migraciones que llegan del Sur del globo. Lo anterior no hizo sino fortalecer la carga explosiva de las huelgas que estaban por llegar; al igual que el fenómeno de la escolarización masiva, que puso en movimiento a las masas de jóvenes inmigrantes y no sólo a los estudiantes clásicos. Fue éste un fenómeno de gran alcance. Para una gran parte de la población proletaria no fue poca cosa la elevación, de golpe, de la edad de escolarización al grado superior (cinco años más, hasta los 19 años). Significaba una profunda transformación social y cultural. Significaba una apertura de espacios sociales y de posibilidades de vida, hasta entonces mucho más estrechas (comenzar a trabajar a los 13 ó 14 años es algo muy distinto, es un auténtico robo de la juventud). De este modo, los establecimientos de “educación secundaria” (colegios e institutos técnico-profesionales) recibieron una oleada de vitalidad y rebelión; se convirtieron en centros de fermentación, lucha y “contracultura”; al mismo tiempo, las masas que accedían al sistema educativo provocaron también un cierto desbordamiento del carácter elitista de la Universidad, que se vio involucrada en los nuevos movimientos de clase. Todo ello facilitó la sintonía con el gran movimiento rebelde de la juventud en China –los famosos Guardias Rojos-, con la ola revolucionaria de la Gran Revolución Cultural Proletaria, donde la crítica y la transformación de la relación escuela-trabajo y trabajo manual-trabajo intelectual también eran fundamentales. Recordemos, precisamente, que cuna fundamental de la lucha armada fue también la Universidad de Trento, con su Facultad de Sociología recién abierta, punta de lanza, 1 Nos referimos a la derrota de la tendencia revolucionaria en el seno de la Resistencia durante la larga posguerra (hasta julio de 1948), cuando las fuerzas de la clase, armadas, trataron de dar la vuelta a la línea de conciliación y compromiso impuesta por la dirección revisionista del Partido Comunista Italiano (PCI). 2 Esta transformación es un proceso propio, inherente desde siempre al modo de producción capitalista. El pensamiento pequeño burgués, estúpido (y pretencioso), el de los profesores de la ideología dominante, califica estas transformaciones de “novedades absolutas” sosteniendo en todo momento que “el mundo ha cambiado totalmente”. Se trata de un intento de borrar la experiencia de la clase en el ciclo anterior, de ahogarla en el magma de una sociedad aclasista, de fragmentarla en un aséptico catálogo sociológico de categorías y profesiones. ¡La diversificación de los rostros del proletariado es el aspecto formal mientras que el aspecto sustancial es la degradación sistemática del trabajo (y de todo lo vivo) en mercancía! Este doble movimiento es inherente al capitalismo desde su nacimiento y es la base material donde se plantean las posibilidades y/o dificultades de desarrollo para la recomposición de la clase (de la unidad en la lucha). 3 Similar al producido en la España de la época en torno a ciudades como Madrid, Barcelona, Valencia o Bilbao.

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pues, de las nuevas disciplinas y de la apertura al mundo; asimismo, siendo como era una facultad mucho más popular que las otras, quienes se matriculaban en ella llegaban desde las filas de esa nueva escolarización en masa. Fue un centro de iniciativa y debate del que surgieron varios futuros dirigentes de organizaciones y, en particular, el núcleo que, junto con los primeros militantes obreros de Milán y Emilia, formaran las Brigadas Rojas (BR) en los 70. Del mismo modo, desde principios de los 60, los nuevos militantes que iban abandonando el Partido Comunista Italiano (PCI) revisionista emprendieron también sus iniciativas sobre la base de un enfoque “sociológico” de la nueva clase obrera, tratando de comprender la nueva composición de la clase, las tendencias susceptibles de revitalizar el movimiento de la clase. Ésta fue la rica experiencia y la producción teórico-práctica de algunas revistas como los Quaderni Rossi, La Classe, Quaderni Piacentini. Este crisol, junto con una corriente más clásica del marxismo-leninismo (que dirigía la lucha contra el revisionismo moderno del Partido Comunista Italiano), dio lugar a las experiencias político-organizativas de los años 68 y 69. Volvamos al desarrollo de los acontecimientos. Desde julio del 60 había comenzado a hacerse notar la expresión de una clase obrera, joven, salida de la emigración, menos marcada por las derrotas de la posguerra, desligada de la vieja cultura obrera del trabajo y portadora de un espíritu de rebelión contra la brutalidad de las cadenas de montaje y el despotismo de fábrica (y social, de los policías), portadora de una actitud agresiva respecto a la apropiación del producto social. El taylorismo-fordismo había producido un resultado de clase muy positivo: había llevado al extremo la transformación del trabajo como “trabajo abstracto”, había hecho cruel y evidente la realidad del trabajo alienado y degradado. Había producido igualmente un proletariado extremadamente denso y homogéneo que, en su vida diaria, sentía toda la violencia de un sistema que lo deshumanizaba, lo convertía en un apéndice de las máquinas, hacía de él una mercancía. La respuesta obrera se hizo más violenta, dando lugar a una escalada de rechazo y hostilidad a este sistema que favoreció la salida más lógica: la Lucha Armada para hacer la Revolución, para tomar el poder. Durante los años 60 el estallido puntual de una gran huelga o de disturbios callejeros permitió también la confluencia con la base obrera del ciclo anterior: precisamente en el primer episodio de julio de 1960 en Génova, con enfrentamientos especialmente fuertes, y victoriosos, con la txakurrada (que había matado a numerosos huelguistas y militantes por aquellos años) y, más tarde, en otras ciudades, acontecimientos que frustraron el intento de poner en el gobierno a los herederos de Mussolini. Es decir, en aquellos momentos confluyeron la nueva determinación y la experiencia anterior, encuentro que, por supuesto, fue boicoteada con todas sus fuerzas por el aparato revisionista, que comenzó a partir de entonces el juego de la criminalización de los jóvenes extremistas. En los ámbitos de lucha, se desplegaba sistemáticamente una obra puramente revisionista; a saber, la enervación de la lucha de clases, se le privaba a la clase de su estructura de poder, revolucionaria, mediante la represión de su violencia, de las emergentes tendencias al enfrentamiento. El revisionismo comenzaba su andadura en las instituciones burguesas con la adopción de las categorías y los esquemas del

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pensamiento burgués, asumiendo, entre otros, el perbenismo4 y el rechazo de la rebelión violenta. Más tarde, tuvieron lugar, por ejemplo, los disturbios de Turín, Plaza Statuto, en 1962: tres días de enfrentamientos seguidos del asalto obrero de la sede del sindicato colaboracionista Unión Italiana del Trabajo (UIL) (el equivalente de Force Ouvrière (FO) en Francia y fundado igualmente con el dinero del Marshall Plan), debido a una grave traición. Igualmente, se produjeron las huelgas violentas del 67 y 68, en todos los casos en polos industriales, como el textil de Valdagno o el sector petroquímico de Porto Marghera (ambos en el Véneto). En esta ocasión la lucha también unía a numerosas fábricas del polo, lucha que se extendía por toda la zona mediante cortes y manifestaciones en las calles y que desembocaba finalmente en enfrentamientos con la policía. En 1968 y 1969 el uso del “squadrismo” fue inmediato, algunos de cuyos miembros fueron también la mano de obra de las bombas de la estrategia de la tensión. Desde la misma primera bomba, la de la Plaza Fontana, en Milán, se puso de manifiesto que la inspiración de toda esta estrategia venía de los EEUU. Porque una de sus tácticas heroicas, teorizada en sus doctrinas, es la de no reivindicar tales atentados y culpar directamente al enemigo. Durante algunos años se insistió en la “pista anarquista” y del “movimiento”. Algunos camaradas fueron condenados a varios años de prisión, fueron torturados y uno de ellos, el ferroviario Pinelli, fue asesinado en comisaría. La gran campaña de contrainformación y de movilización “contra la masacre de Estado” exigió un arduo trabajo para revertir esta maquinación monstruosa. Es más, los terroristas imperialistas teorizaron y practicaron la infiltración en los grupos y movimientos revolucionarios susceptibles de manipulación, llegando incluso a organizar, por propia iniciativa, un grupo armado integrado por elementos marginales y exaltados a quienes se conminaba a actuar. Acción confusa políticamente, por supuesto, y, por lo tanto, utilizable para torpedear la situación de agitación. Y no sólo eso: otras muchas cosas formaban parte de esta teoría de la “guerra civil de baja intensidad” que se desplegó sistemáticamente en América Latina en los años 60 (bajo el impulso de la gran e “ilustrada” administración Kennedy). La lista de crímenes perpetrados en el mundo bajo esta dirección estratégica es enorme. ¡Los métodos aplicados en Italia no fueron más que una copia! Reactivación de milicias fascistas, terrorismo ciego, infiltración-manipulación, colaboración con las organizaciones mafiosas. Todo promovido y dirigido por la citada central clandestina (la logia P2) y otras estructuras del aparato del Estado. Según datos oficiales, entre 1969 y 1974 alrededor de 70 personas fueron asesinadas por estas actividades: más de 40 por las bombas de la “estrategia de tensión”, una decena por agresiones fascistas y otras diez a manos de las “fuerzas del orden” durante manifestaciones y en comisarías de policía. Frente a ello, las fuerzas revolucionarias causaron cuatro muertos: un policía en los enfrentamientos producidos durante una manifestación obrera en Milán; el famoso comisario Calabresi, como represalia por el asesinato del ferroviario Pinelli en su comisaría de Milán; y dos fascistas durante el asalto de las Brigadas Rojas a la sede central fascista en Padua. Los datos cuantitativos

4 Respetabilidad, en italiano [Nota del traductor].

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son ya de por sí “sorprendentes”. Pero también es importante destacar los datos cualitativos: como se ve, el verdadero terrorismo es el del Estado contra las masas en lucha. De hecho, la contrarrevolución nunca reivindicaba (practicaba la desinformación, utilizaba cualquier sigla de conveniencia); o peor aún, intentaba atribuir sus propios crímenes al movimiento revolucionario. Evidencia que era posible constatar en todas las latitudes (desde América Latina a Turquía o Indonesia). La cobardía y la abyección de la violencia reaccionaria es el producto lógico de la “moralidad” del sistema. El nuevo elemento, la nueva expresión de la clase que se manifestaba en aquel momento, estalló de manera masiva y generalizada en la primavera del 69 en la FIAT. Además de la radicalidad de las huelgas salvajes, de los primeros brotes de violencia (sabotajes contra las cadenas de montaje, ataques contra los jefes-policía), se confirmaban nuevas formas de organización, espontáneas y más cercanas a los colectivos de trabajo, nuevas formas que iban desde las organizaciones de masas en las cadenas de montaje –por equipos o sectores que se expresaban, en última instancia, por medio del delegado, como vanguardia de lucha, reconocida e interna, del equipo (lo cual hizo saltar por los aires la legitimidad de la representatividad sindical anterior, mínima y muy desligada de la producción)- hasta la formación de la Asamblea Autónoma de Obreros y Estudiantes. La concentración de los estudiantes a las puertas de las fábricas, organizada por los grupos políticos extraparlamentarios, dio lugar a esta Asamblea en la que, a la salida del trabajo, se mezclaban obreros y militantes de fuera para seguir y desarrollar las huelgas salvajes que se sucedían a diario. Estas Asambleas Autónomas fueron una experiencia muy importante, una forma de organización real de la lucha de masas y un lugar de discusión y formación para toda una nueva generación de militantes. Fue aquí donde se formaron realmente los grupos más importantes, Lotta Continua y Potere Operario, como resultado de la labor innovadora de los círculos militantes e intelectuales de los años 60 (llevada a cabo a las puertas de las fábricas como si se tratara de una investigación5) y de esa capacidad de comprender y relacionarse con las nuevas expresiones obreras. Fue, por otra parte, a finales de 1969 cuando nacieron sus respectivos periódicos. Las luchas se prolongaron hasta julio, culminando en un nuevo gran conflicto en Turín, sobre la cuestión de la vivienda: la batalla de Corso Traiano, el 3 de julio de 1969. Una manifestación convocada a la salida de la FIAT Mirafiori, a la que se unieron miles de proletarios de la fábrica y los barrios, se convirtió en una batalla campal contra la policía que duró día y noche, se extendió por varios barrios de los suburbios, asistiéndose en ella a las primeras intervenciones organizadas de grupos militantes que concluían con el desarrollo de la violencia revolucionaria. En el otoño se asistió a un nuevo salto en la generalización del movimiento a nivel nacional, sobre todo en las fábricas, pero también entre los trabajadores del campo y en algunos otros sectores. La renovación del convenio nacional de los trabajadores siderúrgicos prendió el fuego. El Estado atravesaba graves dificultades y la respuesta represiva no estaba a la altura de la situación: hubo algunos muertos (cuatro jornaleros en Battipaglia y Avola en el sur, así como un policía durante una manifestación obrera en Milán).

5 En el original, en francés, “dans le style Enquete” [N. del t.]

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Pero las verdaderas medidas para retomar el control de la situación fueron otras, como la intervención de los aparatos reformistas-revisionistas en el seno de la clase, en especial mediante la consigna de elegir nuevos delegados y constituir nuevos consejos de fábrica. Teniendo en cuenta que las estructuras existentes estaban totalmente sobrepasadas y eran inadecuadas para hacer frente a esta explosión proletaria y que, en cualquier caso, había que hacer como si se cambiara realmente algo, las nuevas estructuras fueron mucho más consistentes (se pasó de unos pocos delegados para cientos de asalariados a un delegado por cada equipo de trabajadores, es decir, para unas pocas decenas de personas) y se adaptaron mucho mejor a la nueva realidad de las enormes masas de obreros recién urbanizados y radicalizados. Durante algún tiempo la fuerza desbordante de la Autonomía de la Clase se reapropió de estas nuevas estructuras, lo que obligó a los aparatos revisionistas a soltar lastre para tratar de recuperarlas en una fase más tranquila. Pero su verdadero sentido se pudo observar desde un principio toda vez que dichos Consejos se crearon, en cualquier caso, en competencia y contra las Asambleas Autónomas. Por otro lado, tuvo lugar la aparición repentina del terrorismo de Estado, con la masacre del 12 de diciembre de 1969 (16 muertos en un banco por una bomba indiscriminada), acto culminante de toda una estrategia precisa y diseñada a la sombra de los círculos ocultos del poder (y bajo la influencia de los círculos imperialistas internacionales), lo que constituyó una verdadera declaración de guerra de clases. Frente a lo que sostienen ciertos tópicos, raramente es el proletariado el que abre las hostilidades, al no ser ni sencillo ni rápido el curso de su lucha, aunque sea radical, en el seno del proceso revolucionario. La dominación burguesa, por el contrario, está erigida en forma de contrarrevolución preventiva, pues conoce y teme en extremo el desenvolvimiento de la lucha de clases. Estos saltos importantes en la dinámica de lucha obligaron al movimiento de la clase a “crecer rápido”. Fue en este punto donde se perfiló y adquirió una dimensión diferente el debate sobre las perspectivas y, en especial, la cuestión de los resultados políticos y de la violencia revolucionaria. Igualmente influyó todo el peso del contexto internacional al que se asistía, en toda su potencia, la oleada de luchas de liberación nacional y anticoloniales, el inmenso prestigio de la guerra popular en Vietnam y de la Revolución en China, que alimentaban también la nueva oleada de guerrillas latinoamericanas, fuente de gran inspiración para nosotros que estábamos a medio camino entre las guerras populares y la realidad de las metrópolis imperialistas. Digamos claramente que el contexto internacional, con justa razón, pesó más que otros factores de influencia debido al carácter internacional de la dinámica de la Revolución proletaria: está determinada localmente pero en constante relación con las circunstancias principales de la fase capitalista internacional y de las relaciones globales de fuerza entre las clases.

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Es necesario que esto quede bien claro, también en este caso contra determinadas ideas erróneas puestas en circulación, tales como la suposición, muy italiana, de una situación democrática especialmente degradada que, bajo amenaza de una deriva fascistizante, habría legitimado, y caracterizado más tarde, la toma de las armas por el movimiento revolucionario. ¡Es falso; se trata de una interpretación para uso de las diferentes corrientes de la “disociación”, con el fin de empequeñecer, de reducir, el alcance ideológico-político de esta decisión, su carácter estratégico, su finalidad de Revolución de clase! Es decir, no era tanto el miedo a un golpe de Estado fascista cuanto más bien la maduración de la idea de “contrarrevolución preventiva” como forma estable y auténtica estructura interna de las llamadas democracias imperialistas. Cualquier movimiento de clase o de liberación habría chocado inevitablemente con esta estructura profunda del Estado, más allá de un cierto umbral de lucha y de reivindicación. En ese punto surgiría ineludiblemente la cuestión: o recular y renunciar a sus aspiraciones depositándolas en manos de gestores reformistas, o aceptar la guerra de clases. En cambio sí podemos considerar la persistencia real de un legado político e ideológico de la Resistencia antifascista debido a la gran fuerza que tuvo en Italia y que la llevó a acariciar la posibilidad de su transformación en toma revolucionaria del poder. La crisis revolucionaria duró hasta 1948, cuando Togliatti decretó abruptamente el abandono de esta vía, al borde de la gravísima crisis que siguió precisamente al atentado que acababa de sufrir. Desde su cama en el hospital, ordenó a miles de insurgentes que habían tomado las armas y controlaban ciudades obreras importantes (y que comenzaban a atacar al ejército y la policía), que pararan. “Volved a casa”: ésta fue la gran traición revisionista que iba a sumir a las fuerzas de la clase, entre ellos a los Partisanos, en una crisis profunda, facilitando la restauración, la oleada reaccionaria. De todo esto, precisamente, quedaban huellas profundas y aún vivas que se transformaron en una raíz “lejana” que contribuyó al nuevo auge revolucionario, a su legitimación en términos de continuidad histórica y también a la transmisión de armas de fuego. Las razones de fondo fueron, por lo tanto, las indicadas: las internas de la nueva fase internacional, de las nuevas formas de explotación capitalistas y las de la composición de la clase. Así, en aras de la exactitud, los dos primeros grupos armados –el Grupo 22 de Octubre y los Grupos de Acción Partisana (GAP)- fueron una combinación perfecta de los nuevos ejemplos de militancia y un recordatorio del legado partisano. Se trató, no obstante, de brillantes estrellas fugaces que rápidamente se consumieron. La determinación de los nuevos militantes proletarios expresada a través de dichos grupos (se trataba sobre todo atentados con explosivos contra capitalistas en los centros de lucha y contra financiadores de los fascistas; la creación de una radio pirata que logró algunos golpes sonados; así como la contribución del célebre editor G. Feltrinelli, que cayó en combate, y cuya gran labor editorial dio a conocer cantidad de textos internacionales, en especial los de América Latina) no bastaba, pues carecía de una cierta densidad de análisis y de proyecto.

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La verdadera historia comienza en noviembre del 70: el primer ataque incendiario contra un jefe de Pirelli. Por primera vez aparece la firma: ¡Brigadas Rojas! 3. Noviembre de 1970: la formación de las Brigadas Rojas y sus comienzos Estos comienzos fueron la conclusión de un proceso ideológico-político que, desde la confluencia del núcleo de estudiantes de Trento y algunos grupos de vanguardia de la lucha obrera de Milán y la región de Emilia, había tomado forma en el Colectivo Político Metropolitano de Milán. Lugar de encuentro y coordinación interna de las luchas y, al mismo tiempo, órgano que elevaba el nivel del debate, en su seno comenzaron a perfilarse las directrices que condujeron al proyecto de lanzamiento de la lucha armada. Dispondrían de una revista, Sinistra Proletaria (Izquierda Proletaria...), tiempo para decantar la posición política y para llevar a cabo las primeras experiencias. El nivel teórico-ideológico expresado fue, desde el principio, alto; constituyó una buena síntesis de comprensión del ciclo de luchas internas y del contexto internacional, del posicionamiento frente al revisionismo moderno y a las vanguardias reales. Esta síntesis hizo surgir la necesidad de superar la estrategia de “los dos tiempos” (acumulación de fuerzas por medio de la lucha de masas y el electoralismo para, más adelante, inaugurar el periodo insurreccional), que se había convertido, de hecho, en una de las razones de la putrefacción revisionista pero que gangrenaba también a la nueva izquierda extraparlamentaria con su incapacidad para comprender las contradicciones por las que precisamente los partidos se habían convertido en revisionistas, con su espontaneismo/seguidismo de las luchas de las masas. La idea formulada –¡y aplicada- era que había que desarrollar una estrategia basada en la unidad de lo político-militar. Desde el principio, el proceso revolucionario debía contener sus elementos constitutivos, prefigurar el camino en sus posibilidades y necesidades, indicar, pues, claramente, en la práctica, cómo se podía pasar de las simples luchas inmediatas (por radicales que fueran) a niveles más altos, para abordar la cuestión fundamental: ¡la lucha por el poder! Quedó demostrado que jamás se habría crecido siguiendo a las masas, acompañando sus movimientos. Había que instaurar, construir, una dialéctica entre esas expresiones, fundamentales, y la tendencia revolucionaria, lo cual significaba: ideología, teoría, programa político, pero también (y sobre todo) su concreción en unos medios y una estrategia de lucha planteados subjetivamente. A saber, una organización, cuyo objetivo fuera el Partido Comunista formado en el ejercicio de esta práctica, la unidad de lo político-militar, la lucha armada. Es decir, el proyecto se basaba en la síntesis de los tres elementos esenciales: - Una formulación de la autonomía proletaria (o de la clase) como aportación y análisis concreto de las grandes luchas de masas que se desarrollaban (y en cuyo seno los camaradas se situaban como vanguardia reconocida), de su potencial y de sus límites infranqueables; - La decisión, por lo tanto subjetiva, como colectivo militante, de formular una línea política, una estrategia para la Revolución, aquí en las metrópolis imperialistas, basada en los logros históricos del marxismo-leninismo y de la nueva oleada internacional

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(China, Vietnam, Cuba y América Latina). En las propias palabras de los camaradas brasileños, precisamente: “hoy, la alternativa del poder proletario debe plantearse ya mismo en términos político-militares, dado que la lucha armada es la vía principal de la lucha de clases”; - Y una implantación teórico-ideológica apropiada para el nivel expresado por las contradicciones de clase y el nivel de la relación de fuerzas internacional, los cuales hacían creer ampliamente en la maduración de las condiciones para el tránsito hacia el Comunismo, como situación profundamente viva dentro de los movimientos. Aplicando la idea de que “sin teoría revolucionaria, no hay movimiento revolucionario”, y buscando también las nuevas aportaciones: “la Revolución cultural es tan necesaria como la Revolución política.” Para todos los que todavía dudan del calado y complejidad del proyecto (argumento esgrimido por tantos oportunistas que lo denigraron como “práctica de la ejemplaridad del gesto”), que lean este pasaje: “Creemos que la acción armada es sólo el momento culminante de todo un vasto trabajo político por el que se organiza la vanguardia proletaria. Y el movimiento de resistencia, de manera directa en relación con sus necesidades reales e inmediatas. En otras palabras, para las Brigadas Rojas la acción armada es el punto más alto de un profundo trabajo en el seno de la clase: es su perspectiva del poder.” Así, las Brigadas Rojas supieron dar curso y salida a las expresiones de la autonomía de la clase: el incendio de coches de jefes, fascistas y otros colaboracionistas en las fábricas, como también de policías de la zona, se desarrollaba de una manera organizada y política. No se llevaba a la práctica a un nivel simbólico (por mucho que evidentemente también tuviera ese valor), sino concretamente, políticamente, como parte de los jalones del enfrentamiento político-social de la clase. Y más aún cuando se dio el paso de llevar a cabo algunos secuestros (de corta duración) de dirigentes de grandes fábricas que estaban en el corazón de la lucha (Siemens y Fiat). Esta audaz coherencia inmediatamente obtuvo un gran éxito político. El primer núcleo, frágil, de que hemos hablado, se extendió como una mancha de aceite: la organización se implantó en muchas grandes fábricas y barrios de Turín, Milán, Génova y el Véneto. Era el éxito de la “apuesta”: la clase comprendía y respondía, entre otras cosas poniendo a su disposición los mejores de entre los cuadros militantes obreros (algo que se pudo percibir desde las primeras detenciones). Las Brigadas Rojas no estaban solas, en primer lugar porque asumían como propios comportamientos y formas de lucha muy extendidos en aquel momento, tales como los destrozos en las cadenas de montaje durante las manifestaciones en el interior de las propias fábricas, los sabotajes, los escraches a los jefezuelos fuera de la fábrica, etc., que llevaban a cabo los trabajadores. En especial, la práctica de las manifestaciones en el interior de las fábricas fue la auténtica arma de las masas que marcaba el compás del desarrollo de una fase de lucha; las Brigadas Rojas incorporaban, sometían dialécticamente su iniciativa en todo ese contexto. Y luego porque otros grupos militantes habían comenzado a situarse en la misma perspectiva y la misma práctica. Pero importantes diferencias ideológico-políticas fueron creando una distancia que se convirtió, con el tiempo, en cuestión de líneas

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diferentes; además, la naturaleza más ambigua de esos otros grupos, su gestación política más complicada, hizo que sus iniciativas y estructuras permanecieran durante mucho tiempo –hasta 1976- en una especie de limbo, sin reivindicaciones claras, empleando siglas diferentes, sin la correspondiente elaboración político-ideológica. También en este punto, por otra parte, deben reconocerse los rasgos de fuerza y la coherencia estratégica que dieron la preeminencia a las Brigadas Rojas (y su sola continuidad entre las diversas organizaciones, hasta la fecha). De hecho, la gran diferencia residía en la relación con el “Movimiento”, esa entidad general que abarcaba todas las luchas, esa especie de río donde todos nadaban. Todas las demás organizaciones mantuvieron una relación de complementariedad, de seguidismo en cierto sentido, continuaron siendo “movimentistas” (como se decía entonces). En última instancia, por lo tanto, una reedición de las divergencias entre leninistas y no leninistas. 4. Movimiento y gestación del campo de la autonomía obrera Como ya se ha señalado, Potere Operario constituyó una especie de crisol de diversas experiencias. Tras su suspensión, muchos de sus núcleos inervaron el Movimiento e impulsaron las iniciativas y el debate. En general fueron estos núcleos los que alimentaron y encuadraron el debate y las evoluciones posteriores, con la confluencia y agregación de otros sectores del Movimiento, en especial la confluencia con militantes de Lotta Continua (que se había fracturado en 1976, pero a diferencia de Potere Operario, de forma negativa, como resultado de una grave crisis de identidad y de perspectivas. En concreto la realidad reveló la existencia de todo un campo pequeño burgués que iba a imitar los gestos de traición –la vuelta al redil paterno- de una gran parte de los “sesentayochistas”6). Muchos colectivos territoriales y de fábrica, más una gran parte de los servicios de orden, volvieron a confluir después de la batalla interna (perdida) para avanzar hacia un proceso revolucionario que pasaba, en particular, por la etapa de armar a las masas. Se percibían ya dos rasgos fundamentales de este salto político y organizativo, rasgos que fueron determinantes y tuvieron profundas consecuencias: 1) No existía una separación real entre el nivel de las masas y el que debería concebirse como estratégico, que si no lo era el Partido, al menos debía serlo la Organización. Esta última comenzaba a perfilarse como la federación de numerosos colectivos y comités locales (a menudo muy dignos, pero donde en cualquier caso predominaba la dimensión de masas y pública). 2) Armar a las masas. Era ésta una consigna extremista, confusionista (de los niveles) y cargada de desviaciones militaristas, algo que ocurrió tal cual, con el tiempo, y que se hizo evidente con la activación de un sector muy defectuoso en ese sentido como los antes citados servicios de orden. Se sucedieron aproximadamente dos años de experiencias en los que se tejió este nuevo entramado, cuya elaboración político-teórica quedó recogida en una densa publicación, Linea di Condotta. En el curso de esos dos años tuvo lugar una fase de lucha muy fuerte 6 En España la masiva vuelta al redil se dio igualmente durante estos años, con muy pocas excepciones. [N. del t.]

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y rica en la que algunos de aquellos colectivos contaron con una presencia destacada. Éste fue el caso en particular de una Coordinadora de Comités de fábrica de las afueras de Milán –Sesto San Giovanni, centro siderúrgico llamado Stalingrado por su contribución a la Resistencia- que llegó a ejercer su hegemonía en una gran fábrica (Magneti Marelli) donde lograría experimentar el ejercicio de la fuerza a nivel organizativo de la lucha interna, en forma de “decretos obreros” obligatorios; hasta el punto de impedir el despido de cuatro camaradas, haciéndolos entrar todas las mañanas ¡escoltados por la “milicia obrera” durante algunos meses! Este tema de la “milicia obrera” fue, por otra parte, un eje central: el de construir la fuerza político-militar como apoyo a las organizaciones de masas avanzadas, como una especie de contrapoder, como un ejercicio concretizado, imposición de los objetivos de lucha que estaban empezando a romper los límites de la legalidad y a anunciar contenidos “objetivamente” revolucionarios. Éste fue el caso en concreto de la oleada de las autorreducciones. Éstas, que consistían en un rechazo de los aumentos de las tarifas del gas, electricidad, teléfono…, se tradujeron en 1975 en un vasto movimiento de autorreducción de las facturas. Estructurado alrededor de la extensa red de los Comités de Lucha en los barrios (mientras una parte de los Consejos de fábrica se reincorporaba al movimiento derrotando el sabotaje de los revisionistas), se prestaba al desarrollo de una radicalización de los movimientos de masas: “los precios políticos”, es decir, como expresiones de las relaciones de fuerza y como tendencia a la negación de la mercancía; la “reapropiación”, como forma de lucha ya no reivindicativa sino de imposición directa, como “práctica del objetivo”; por lo tanto, “contrapoder”, y un nuevo espacio que requería la organización de la fuerza, generalmente armada (lo que, para algunos, era precisamente esta línea de la “milicia obrera”). Debe tenerse igualmente en cuenta que esta oleada se insertaba en una situación preexistente de ocupación de edificios (de barriadas enteras de viviendas con alquileres bajos) y en una organización general a través de Comités Autónomos de Lucha, por ejemplo, en la “huelga de los alquileres”. Un campo de batalla salpicado de enfrentamientos con la policía, que llegó a matar a algunos camaradas, lo cual avivó en contrapartida los brotes de violencia proletaria y el ejercicio de nuevas formas de organización. Especialmente, en los barrios periféricos de Roma se llegó a enfrentamientos armados entre los ocupantes, apoyados por los camaradas organizados, y los destacamentos de policía. Y, finalmente, se obtendrían victorias, ya fuera contra la policía, ya en la lucha por el objetivo de obtener viviendas (entre 1974 y 1975). Y más aún, se iba a desarrollar un importante movimiento de “expropiaciones de las masas”: como realización concreta de la consigna “precios políticos”, los Comités ya habían iniciado toda una serie de actividades en torno a las grandes superficies, mercados, especuladores, intermediarios comerciales, etc., que habían llegado hasta acciones de autorreducción de los precios y expropiaciones masivas. A ello se unió el empuje espontáneo de la nueva generación de camaradas más jóvenes (que iban a constituir los primeros Círculos de Jóvenes Proletarios, a medio camino entre los locales político-culturales y las casas ocupadas), que pasaron directamente a las expropiaciones sistemáticas; en los supermercados pero sobre todo en las tiendas caras: discos y equipos de sonido, libros, ropa. Los límites de los objetivos se empujaban siempre hacia adelante. No se trataba sólo, para los jóvenes en particular, de una reducción de los

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precios de los bienes de subsistencia, una especie de lucha salarial de nuevo tipo, ¡se trataba de “la reapropiación de la vida”, así como de la quiebra de la mercancía! Con frecuencia estas acciones estaban “cubiertas” por la presencia de un grupo armado: en general, en todo este ámbito de lucha en los barrios se asistió a un desarrollo considerable de la práctica armada de las organizaciones, en términos más bien de iniciativas de alcance local, fragmentario y no ligadas a un proyecto centralizado de desarrollo del proceso revolucionario (de ahí la falta de una firma única, centralizada, y la cacofonía de siglas que hizo pensar en la existencia de decenas de grupos). Estos proyectos existían, pero permanecieron, por así decirlo, en estado latente, subyacente, sin llegar a expresarse con la claridad de las Brigadas Rojas. Rápidamente se daba el paso a la formación de una organización y de una “rama” (Prima Linea (PL) y la Autonomía Obrera Organizada, que nunca llegó a unificarse y donde coexistieron tres o cuatro grandes organizaciones armadas), que intentarían este salto; sin embargo, en todo momento estuvieron marcadas por este carácter espontaneista, movementista de fondo y, como veremos, su intento, muy precario y contradictorio, naufragó al poco tiempo en un retorno al Movimiento como resultado de la derrota y, por lo tanto, como retroceso grave. Con ello no se pretende negar el reconocimiento a esta área revolucionaria y a sus contribuciones, que fueron importantes en la búsqueda de nuevos caminos que pudieran responder a las contradicciones que el ciclo histórico precedente había dejado abiertas: la valorización de las expresiones de la clase, en tanto que sujeto revolucionario, para superar el exceso de dimensión política separada (que también había allanado el camino a las derivas revisionistas); y así, las categorías de “antagonismo”, de “subjetividad de la clase”, “guerra social”, “contrapoder”, “ilegalidad de masas”. Categorías que ponían de relieve el valor revolucionario (supuesto) de lo social, de las luchas y de los comportamientos de “autovalorización proletaria” de las masas, del sujeto social que estaba a la vanguardia (el “obrero-masa”, más tarde el “obrero social” o, sencillamente, el “sujeto antagonista”). Pero prevaleció en exceso un eclecticismo ideológico-teórico que puso fin demasiado rápido al legado positivo del pasado, tirando por la borda la esencia del marxismo-leninismo. Muchos cocineros acaban por estropear el caldo. 5. 1974-1975: la afirmación de la lucha armada Veamos una cronología de los pasos y acciones significativos de esta fase: - 1974 estuvo marcado por el secuestro del juez Sossi, punto de inflexión a nivel de “propaganda armada” que, por su directa e inmediata relación con el conflicto de clase capital/trabajo, prefiguraba la lucha política general, la confrontación Clase/Estado. Este juez era bien conocido, y odiado, por el proletariado en lucha de Génova. El ataque estuvo especialmente bien dirigido, al ligar las exigencias del movimiento de clase y su proyección en el plano de la confrontación con el Estado. Y, naturalmente, ponía de manifiesto el nivel político-organizativo alcanzado, que era considerable, a sabiendas de que el secuestro duró algunas semanas y que hubo una negociación en la que las Brigadas Rojas decidieron, con recta coherencia revolucionaria, hacer públicos todos los desarrollos de la misma para que la clase los hiciera suyos; a diferencia del Estado, que

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trataba de ocultar y torpedear el contenido de las luchas bajo un tupido manto de manipulación, intoxicación e ignorancia. Las Brigadas Rojas plantearon la liberación de 13 militantes, lo que sacó a la luz la existencia de ese frente de lucha: la prisión, los nuevos campos de prisioneros, la represión como ámbito estratégico del Estado. Se llegó a un acuerdo, las Brigadas Rojas liberaron al rehén, ¡pero el Estado incumplió su palabra! Dos años más tarde las Brigadas Rojas ajustaron las cuentas al magistrado que supervisó esta traición, el Fiscal Coco, con dos agentes de su escolta, acción que constituyó también un salto cualitativo a nivel de acción armada. La acción contra Sossi también marcó la definición estratégica debido a la aparición de algunas consignas que se hicieron famosas. Lo anterior fue posible porque las Brigadas Rojas, de hecho, hicieron de ellas el eje de sus ataques. La más conocida fue “Atacar el corazón del Estado”. Hay que precisar un poco qué se entendía por ello (contra un montón de distorsiones intencionadas que circularon). No se trataba de un ataque de carácter simbólico, eternamente semejante a sí mismo, de estilo anarquista. No se trataba de un ataque de tipo principalmente militar cuyo objetivo inmediato fuera hacer mella en la potencia del Estado, porque, más allá de lo que dicta el simple sentido común, las Brigadas Rojas pensaban en un proceso revolucionario, por etapas y, por supuesto, el carácter y los niveles dependían de la etapa en que se estaba. No es al principio cuando se está en condiciones de destruir a las fuerzas enemigas. Por el concepto de “ataque al corazón del Estado” debe entenderse más bien que en todas las fases de la lucha de clases hay un nudo donde se unen, donde se concentran, las contradicciones y la línea de enfrentamiento entre las clases y que, a este nivel, el Estado personificado en el gobierno actúa elaborando un proyecto o proyectos políticos que constituyen el arma fundamental de su conducción del enfrentamiento. En el proyecto político de coyuntura (o de fase) se resume el interés de la fracción dominante de la burguesía (que integra de manera subalterna y siempre contradictoria el interés de las fracciones burguesas secundarias), su manera de atacar al proletariado y de desarrollar el sistema capitalista. Salir de los límites de la confrontación capital/trabajo y de los escollos del “movimentismo” significaba saber transponer la fuerza de la clase a ese otro plano: atacar a la burguesía en el plano político general, destacando al mismo tiempo el carácter de clase del Estado y oponiéndolo el interés general histórico del proletariado, de la clase. Se trataba, pues, de una lógica de ataque claramente político-militar, cuya finalidad era la recomposición de la clase, algo que sólo podía suceder planteando y haciendo frente a las contradicciones centrales en ese plano de la confrontación Clase/Estado. De resultas del gran salto adelante, de la creciente influencia, comenzaron a estructurarse dos nuevas columnas en Liguria y el Véneto (y sobre la base de los núcleos obreros de grandes fábricas y puertos, en especial); mientras tanto se creó la Dirección Estratégica que en lo sucesivo había de marcar anualmente la labor de la Organización mediante una elaboración político-teórica que constituyó su referencia estratégica. Así, la primera Dirección Estratégica –como documento- se publicó en abril del 75. Por su claridad, sigue siendo un documento útil hoy en día.

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Aún en la primavera de 1975, tuvo lugar el primer secuestro de un capitalista con fines de expropiación. En el tiroteo con los carabineros, que consiguieron liberarlo, cayó Mara Cagol, una camarada del núcleo fundador. Muy querida, continuó siendo una figura simbólica y la Columna de Turín adoptó su nombre. Unos meses antes fue también ella quien dirigió el primer asalto a una prisión (Casale Monferrato, en el Piamonte) para liberar a un camarada. También se asistió a una campaña conjunta con los Núcleos Armados Proletarios (NAP) contra el aparato de contraguerrilla: ataques a estructuras de carabineros y del sistema penitenciario. Y al primer ataque contra la persona de un enemigo, en este caso un notable del partido en el poder, la Democracia Cristiana (DC), ataque que adoptó una forma que habría de repetirse con frecuencia: los disparos a las piernas. En 1976 tuvo lugar especialmente la ejecución, de la que ya se ha hablado, del magistrado Coco como represalia y elevación del ataque al Estado. Además, la muerte de otro camarada, joven y muy estimado, Walter Alasia. La Columna de Milán adoptó su nombre. Su entierro constituyó también otro momento álgido, con cientos de personas presentes a pesar de la intimidación de la policía, y su defensa pública, con octavillas, por los Comités Obreros del movimiento autónomo de Milán. En 1974-1975, el nivel de enfrentamiento en la calle era muy alto y varios camaradas fueron asesinados por las fuerzas represivas, apoyadas naturalmente por las bandas fascistas y el terrorismo de Estado, que perpetró entonces dos de sus peores matanzas: una en el tren Italicus (durante las vacaciones de verano, coincidiendo con los desplazamientos de muchas familias), otra, sencillamente, en una manifestación sindical, en el centro de Brescia (Lombardía). Hubo decenas de muertos y heridos. Los funerales de los ocho muertos de Brescia dieron lugar a un gran momento de lucha. De la inmensa multitud surgió una oposición violenta a las autoridades del Estado, percibidas, con justa razón, como los verdaderos autores de estas masacres. Fue un momento muy intenso, que marcó, a nivel de la clase, una maduración de las dimensiones del enfrentamiento: frente a un poderoso ciclo de lucha de masas (con un gran avance también del partido revisionista en su vertiente electoral), aparecía el rostro feroz del Estado burgués. Como ya hemos dicho, ello demostraba que era la burguesía la que había comenzado la guerra, la que había situado la confrontación en el plano del conflicto armado; precisamente en ese sentido se determinaba el concepto de “contrarrevolución preventiva”. El otro gran hecho que marcó el contexto fue el golpe de Estado en Chile. Fue la demostración palpable de que la democracia formal burguesa es justamente eso, muy formal: una especie de “libertad vigilada” susceptible de revocarse en cualquier momento, y que el director de la orquesta estaba en Washington. La tensión aumentó por todas partes y se reforzó la tendencia al recurso a las armas. En esos años esta tendencia también maduró en el campo de la Autonomía y comenzó a traducirse en estructuración logístico-organizativa, aun cuando, como se pudo ver, se trató de una gestación complicada que dio su salto cualitativo en 1977, con el nacimiento de auténticas Organizaciones Comunistas Combatientes. Durante aquellos dos años, un ámbito importante como praxis y desarrollo organizativo fue el del enfrentamiento con la violencia policial: servicios de orden, lucha callejera con la policía, antifascismo militante. Éste último se convirtió en una práctica difusa y

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sistemática para contrarrestar las agresiones fascistas, a menudo encubiertas y apoyadas por la policía. Esta confrontación por momentos fue muy dura, pero ya no caían sólo camaradas. También fueron ejecutados algunos fascistas. La determinación del movimiento revolucionario fue cada vez mayor en la relación de fuerzas. La evolución en este sentido de las Brigadas Rojas era lógica y comprensible. Hasta 1977, las ejecuciones fueron muy poco frecuentes, lo cual alimentó el imaginario romántico de “justicieros al estilo Robin Hood”. Sin embargo, en 1974 se produjo en Padua la ejecución de dos fascistas que se resistieron a una acción de “investigación” en la sede del partido neofascista de la ciudad. No estaba planeada, lo cual provocó una cierta confusión en la gestión política. No obstante, como el hecho se produjo en el contexto de ataques fascistas y del Estado y como uno de los dos fascista era un antiguo repplichino (la milicia más repugnante de la última fase del fascismo), la acción fue ampliamente comprendida y aprobada. 6. La lucha en las prisiones. Los Núcleos Armados Proletarios Durante esos tres años se asistió también al grueso de la actividad de los Núcleos Armados Proletarios. Su historia fue la historia de la lucha en prisión, lucha calcada del movimiento de la clase, con su mismo ímpetu en los tiempos y las referencias. Resulta impresionante comprobar cómo las primeras actuaciones violentas fueron revueltas en las tres grandes cárceles metropolitanas de Turín, Milán y Génova, ¡exactamente la geografía de los polos obreros, y entre 1969 y 1970! Luego se produjo una expansión, las luchas se sucedieron y el movimiento revolucionario corrió inmediatamente en su ayuda desde el exterior. La explicación de esta sincronización hay que buscarla evidentemente en la clase. Durante los 60 se había asistido, en ese amplio proceso de renovación de la composición de la clase y de los fenómenos culturales que lo acompañaban –la generación beat, los teddy-boys7, el pelo largo y la minifalda, la insubordinación y las tendencias libertarias-, al surgimiento de nuevas formas de “bandolerismo”, de extralegalidad. Los jóvenes salidos de los barrios obreros, de la inmigración, que rompían radicalmente con el destino de esclavitud en la cadena de montaje decidiendo apropiarse de la riqueza social: eran los “broncas”, los grupos de atracadores de bancos. Se había convertido en un fenómeno importante, bien porque el atraco de bancos fuera algo bastante nuevo (de esa manera sistemática y difusa), bien por las características homogéneas de estas nuevas bandas y por sus relevantes diferencias con el entorno clásico. Mientras esto último era expresión del subproletariado (con toda su ambigüedad, bien identificada ya por Marx), en modo alguno glorioso en sus actitudes sociales, con una interiorización del orden y de los valores burgueses (actitudes de opresión y explotación del prójimo, prostitución al mejor postor, colaboración con la policía, etc.), los jóvenes atracadores eran rebeldes y productos puros de los barrios obreros a los que, por otra parte, permanecían unidos. Fue una generación de jóvenes combativos que, una vez en

7 Bandas juveniles británicas de finales de los años 50 y principios de los 60. [N. del t.]

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masa en las prisiones, logró impulsar una dinámica de lucha, además de establecer relaciones fluidas con el movimiento revolucionario en el cual se reconocían social y culturalmente. Fue principalmente esta composición de la clase la que sustentó el ciclo de luchas, junto con los muchos proletarios que proliferaban en estos lugares alternativos a la fábrica. La figura del “proletario preso” fue formalizada políticamente por el movimiento revolucionario, dándole una identidad y un lugar en la revolución de la clase. A la fase de disturbios destructivos seguía el intento de estructurarse, de alcanzar objetivos que no eran sólo la mejora de las condiciones (en todo caso siempre importantes en ese infierno carcelario), objetivos que se convirtieron en una práctica de la evasión, generalizada y sistemática, así como en la práctica de respuesta a la violencia del aparato represivo. En estos ámbitos, los núcleos de las vanguardias surgidos de la lucha e la cárcel se fueron fundiendo cada vez más con los grupos exteriores, y tras la fase de las “Pantere Rosse” (“Panteras Rojas”, en referencia explícita a los afroamericanos, George Jackson8 y los Hermanos de Soledad9), se llegó rápidamente a los Núcleos Armados Proletarios. De hecho, los Núcleos Armados Proletarios tenían muchos puntos de contacto con las Brigadas Rojas: centralidad de la lucha armada, construcción de contrapoderes, etc. Aunque durante un periodo estuvieron muy anclados en la lucha carcelaria, su paso, como veremos, hacia un horizonte más amplio fue su integración en las Brigadas Rojas. Característica importante fue también su enraizamiento en Nápoles y en otras zonas del sur, lo cual aportaba una valiosa contribución complementaria. Sus primeras acciones fueron la difusión de mensajes por medio de altavoces (autoejecutables) delante de las prisiones, en apoyo a las luchas que se desarrollaban en su interior. Más tarde, llevaron a cabo ataques con explosivos contra las estructuras carcelarias, pero también contra la Democracia Cristiana, lo cual estableció un rápido paralelismo con las campañas de las Brigadas Rojas, más aún cuando se complementaban geográficamente: los Núcleos Armados Proletarios actuaban en Nápoles y en el sur. Pronto sufrieron pérdidas, en especial la de los camaradas Mantini y Romeo, abatidos a la salida de un banco. En la primavera de 1975 secuestraron al juez De Gennaro, Director de Asuntos Penitenciarios, mientras en prisión tres militantes armados trataban de fugarse. Fue un fracaso: se parapetaron en el interior de la cárcel y dieron publicidad a la acción del exterior, lo que finalmente permitió que se leyera un comunicado en los diarios de las radios nacionales. El juez fue liberado a cambio de garantías para los tres presos. Estas garantías sólo se observaron durante unos pocos días a partir de los cuales los camaradas sufrieron un trato feroz ¡durantes meses!

8 George Jackson (1941-1971), militante negro norteamericano. Se convirtió en marxista revolucionario y miembro del movimiento de los Panteras Negras tras su encarcelamiento a los 18 años por robo. Fue asesinado en la Prisión de San Quentín por los funcionarios de la prisión. [N. del t.] 9 Los “Hermanos de Soledad” (“Soledad Brothers”) fueron tres presos negros, entre los que se encontraba George Jackson, a quienes se acusó de matar al funcionario de prisiones blanco John V. Mills en la cárcel californiana de Soledad en enero de 1970, en venganza por el asesinato, días antes, de varios presos negros. [N. del t.]

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Otra camarada, Anna Maria Mantini, fue asesinada en una auténtica emboscada. Tras ello, los Núcleos Armados Proletarios consiguieron localizar al policía y al magistrado responsables del asesinato y los hirieron. Se produjeron también campañas en colaboración con las Brigadas Rojas: ataques a las estructuras de los carabineros y de las prisiones, así como el atentado contra el Director de los Servicios de Seguridad Penitenciaria, atentado este último que terminó mal, con la muerte del camarada Martino Zicchitella, muy conocido en la vanguardia de las luchas carcelarias desde 1969. Dos policías murieron también en esas acciones. Finalmente se produjo otra ejecución, la del camarada Antonio Lo Muscio: localizado en plena calle, se inició una persecución en que resultó herido; una vez en el suelo fue rematado con un disparo a quemarropa. Iba desarmado. Era el verano del 77. Con un documento redactado por algunos presos en que se hacía balance de la trayectoria de los Núcleos Armados Proletarios terminaba su historia. La mayoría de sus miembros se pasaron a las Brigadas Rojas. 7. El concierto polifónico de la Autonomía Organizada El movimiento a que dio lugar la disolución de Potere Operario, movimiento que, en un sentido amplio, podría calificarse de Autonomía Obrera Organizada, vio cómo se desarrollaban diversas experiencias organizadas que se forjaron en función de las determinaciones del debate y de las posiciones cambiantes. Se caracterizaron por una cierta fluidez, con fracturas y recomposiciones. En conjunto se produjo una intensa actividad político-militar, evidentemente menos unitaria, homogénea o constante que la producida por las Brigadas Rojas. Es más, la fragmentación y una auténtica cacofonía de siglas –cada formación empleaba varias- fueron políticamente dañinas y crearon confusión y dificultades para entender el hilo de las propuestas. También se puede citar el hecho de que al menos una parte de las iniciativas se realizaba en estrecha ligazón con las situaciones inmediatas, en una especie de agregación provisional y espontánea. Si dicha situación era signo de la riqueza del “antagonismo” difuso, también lo era de la incapacidad para dar un salto estratégico cualitativo: el de la centralización y participación en un proyecto a largo plazo que permitieran llevar a cabo un cambio cualitativo en el movimiento de la clase que, en última instancia, no era sino la dimensión política del enfrentamiento por el poder. Se produjeron, pues, atentados con bomba contra grandes empresas, ya fuera por su rol en las luchas del momento, ya por sus actividades imperialistas –Fiat, Face Standard, ITT, Union Pétrolière-, así como algunos ataques individualizados contra sus dirigentes. La Autonomía de las regiones del Véneto mostró un elevado nivel cualitativo en el uso de la fuerza, como parte de la construcción de contrapoder sobre el terreno. Como prolongación de un trabajo de arraigo real en el tejido de las luchas locales, su lucha armada se verificó sobre todo bajo la forma de series simultáneas de “pequeños

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atentados”: por ejemplo, algunas noches el objetivo eran varios coches, casas y locales de los patronos, por ejemplo; otra, los fascistas y los carabineros. Así hasta disponer de la capacidad de decretar la ocupación de un barrio de la ciudad durante unas horas, de organizar patrullas de grupos armados (evitando los movimientos de la policía) y de tratar en la zona ocupada problemas relacionados con los patronos, los precios, los alquileres, los fascistas, etc. En realidad esto ocurrió sólo tres o cuatro veces... ¡pero ocurrió! Con estas experiencias se pretendía prefigurar una etapa superior de contrapoder que había que alcanzar y generalizar. Otra gran rama de la Autonomía –en realidad la principal, la más consistente y presente en varias regiones- fue la articulada alrededor del diario Rosso (Rojo), que se expresaba sobre todo a través de las siglas Brigadas Comunistas (aunque también empleaba muchas otras). Tuvieron lugar numerosos atentados a nivel de la llamada “fábrica difusa” (categoría formulada para definir el fenómeno, entonces sólo incipiente, de la dislocación-fragmentación de la fábrica en todo el territorio, con sus corolarios de sobreexplotación, trabajo en negro, etc.), en los que tomaba cuerpo una forma organizativa armada a medio camino entre un núcleo clásico y la acción de una manifestación de masas que abarcaba no la gran fábrica sino un conjunto de pequeñas plantas. Al menos ésa era la intención ya que la conjugación de estos dos niveles no fue fácil; exigía un nivel de madurez y capacidad que seguía siendo escaso. Las contradicciones y desviaciones seguían siendo la tónica. Se trató de una experiencia positiva y posible hasta 1977 incluido (más adelante veremos las razones de su agotamiento). Muchos atentados tuvieron como objetivo a las fuerzas represivas y a los fascistas/traficantes de heroína. Así que, posteriormente, el movimiento ascendente de las “reapropiaciones” y, por lo tanto, las acciones y su protección, se llevaría a cabo con ataques a las estructuras especulativas del mercado, a los grandes grupos, las inmobiliarias, etc. Por último, estuvieron las iniciativas adoptadas por el grupo que constituyó Prima Linea. En 1975-1976 se trataba aún de sentar las bases del lanzamiento de su proyecto de lucha, que daban ya, en cualquier caso, una idea del salto cualitativo que iba a producirse: disparos a las piernas de un jefe de la Fiat (el primero), ataque que tuvo lugar al cabo de una fase de lucha interna especialmente intensa en la fábrica de Rivalta, a las afueras de Turín, durante la cual el problema de los jefes de rango bajo e intermedio fue central: denuncia de los peores en una lista difundida por medio de pasquines y manifestación interna que llegó al punto de expulsar a tres de ellos de la fábrica. La fuerza política de la iniciativa sacudió a los revisionistas y oportunistas de “extrema izquierda”, lo que da una idea de la estrecha dialéctica que había entre la intervención en el plano público y la intervención armada. Además, debe señalarse que 1976 fue, desde el punto de vista del movimiento obrero, un año de apogeo en el que se consiguieron las conquistas más altas (el punto único de indexación de los salarios, ganado aquel año, fue un mecanismo de igualación entre categorías profesionales, garantizaba un aumento salarial superior al nivel de la inflación y, sobre todo, tendían a nivelar la escala salarial... ¡los patronos andaban de cabeza!) y en el que la red de núcleos y comités autónomos de fábrica se tupió, impulsando numerosas movilizaciones. Otro atentado importante llevado a cabo por Prima Linea fue la ejecución de un dirigente del partido fascista en Milán en la primavera del 76 como represalia por una

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serie de agresiones fascistas especialmente graves. Ésta fue la primera ejecución en términos absolutos (al margen, pues, de los tiroteos accidentales), la primera en tanto que acto político y militar explícito. A finales de año, Prima Linea comenzó a operar con intensidad y continuidad –su primera acción fue un asalto/registro a una sede patronal de Turín-, actuando en paralelo a las Brigadas Rojas, tanto por la fuerza como por la dimensión y el alcance del proyecto. Además, en su fase de despegue, Prima Linea logró hacer converger en su trayectoria a las Formaciones Comunistas Combatientes (FCC). Éstas eran una enésima rama de la Autonomía Organizada –y armada-, y no la menos importante. Tuvieron un arraigo especialmente fuerte en el centro y el sur de Italia, en Roma y en su región. No se trató en ningún caso de una unificación, sino de actuaciones conjuntas. En 1976-1977, las Formaciones Comunistas Combatientes realizaron dos acciones con disparos a las piernas contra jefes de grandes fábricas del sur, donde también funcionaban como Comités Obreros, y un sabotaje que provocó un formidable apagón en la fábrica Fiat de Cassino (Lazio) durante tres días. 8. 1977: el año terrible Llegamos, pues, a aquel año “terrible” (como lo rebautizó la buena burguesía). Se puede decir que aquel año se verificó la convergencia de varias expresiones de la clase, la confluencia de diversos temas, empezando por la movilización en las universidades. Las universidades recibieron por entonces el golpe de un primer gran plan de reestructuración cuyo objetivo era que la burguesía recuperara el control sobre ellas, reintroduciendo, pues, los criterios de clase, selectividad y funcionalidad en el sistema. La tarea era ardua y, de hecho, inmediatamente se desencadenó un movimiento a gran escala. Pero las universidades eran ya, en la práctica, un punto de encuentro de jóvenes y en general de militantes de la clase (por ejemplo, los comedores se habían abierto y estaban sometidos a “precios políticos”, lo que provocaba la afluencia de numerosos proletarios de los barrios; del mismo modo, las residencias de estudiantes sirvieron de apoyo a mucha más gente que a los simples matriculados). Además, en el otoño-invierno de 1976 había cobrado fuerza un “nuevo” movimiento de jóvenes proletarios que defendía la “reapropiación aquí y ahora” de productos (frente al principio de mercancía), viviendas, espacios, tiempo, fiesta... Por último, se produjo también una radicalización de los temas clásicos, por llamarlos de algún modo, pero efectuada por una masa de proletarios de nuevo cuño que tendía a quedar marginada de los grandes ciclos productivos y sociales, que era arrojada bien a la sobreexplotación de la nueva planta descentralizada y fragmentada, bien a la marginalidad. El “movimiento”, como ámbito de prácticas vitales extralegales, se convirtió, de este modo, en una solución, en una alternativa concreta y política al mismo tiempo en la que la práctica difusa y cotidiana del robo del escaparate se transformaba en grandes “expropiaciones de masas”. Lo que, por otra parte, constituía una extensión del gran movimiento de las autorreducciones y de la línea de los “precios políticos”, otra forma de lucha y organización que desarrollaba esta tendencia.

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Durante las fiestas de Navidad se produjo una auténtica escalada (¡a modo de regalos navideños!) que culminó en el desafío al detestable ritual burgués en La Scala, la Ópera de Milán, conflicto que se convirtió en un levantamiento-saqueo que sitió toda la ciudad y parte de los suburbios, con abundantes incendios. Fue memorable. Y precisamente a principios de enero comenzó la respuesta del Estado con un salto cualitativo en la represión: el uso sistemático de grupos de policías-asesinos vestidos de civil. Merodeaban por la zona de las manifestaciones, se infiltraban en ellas y, llegado el momento, se liaban a tiros dejando heridos y muertos en el suelo. Y siempre con sus auxiliares de costumbre, los fascistas, que al menos en una ocasión abrieron fuego protegidos tras un furgón de la policía (que no los detuvo) y mataron a un camarada. Por su parte, las Organizaciones Comunistas Combatientes habían decidido responder a ese nivel, en la perspectiva política, más propia de Prima Linea y de los Autónomos, de armar al movimiento de masas. Se trataba de las famosas manifestaciones con las pistolas P38 (que asustaron tanto a la burguesía europea), donde también los manifestantes disparaban. En febrero, tuvo lugar el famoso episodio de la expulsión de Lama de la Universidad de Roma. Lama, jefe supremo de los revisionistas de la gran central sindical Confederación General Italiana del Trabajo (CGIL) (y especialmente odioso), provocó el conflicto al pretender dar un discurso en la Universidad, escoltado por varios cientos de peces gordos. Fue una batalla campal y una derrota contundente, muy simbólica. A partir de entonces los revisionistas desempeñaron un papel cada vez más importante en la división en el seno de la clase y en la criminalización del movimiento revolucionario. A la vez, el movimiento en las universidades continuó creciendo, lo que contribuyó a sentar las bases de todo tipo de luchas y experiencias sobre el terreno. Los enfrentamientos en Bolonia marcaron un punto de inflexión, con la actuación auténticamente asesina de los “equipos especiales” que dispararon por la espalda a un grupo de estudiantes que huía, asesinando a Francesco LoRusso: las investigaciones revelaron un número impresionante de impactos de bala en los muros, ¡y todos a la altura del cuerpo! La revuelta del movimiento estaba en su apogeo: se le dio fuego a Bolonia y... música. En pleno enfrentamiento, en las calles devastadas, se vio en lo alto de una barricada a una persona que se puso a tocar y cantar a horcajadas sobre un piano... imagen surrealista del espíritu insurreccional y “anhelante” (como se decía en aquella época). La manifestación nacional convocada en Roma congregó a unas 100.000 personas. Aquel 12 de marzo los enfrentamientos con la policía, los ataques a las sedes de partidos burgueses y las expropiaciones, en especial de armerías, jalonaron el recorrido y la jornada. Todo esto sucedía entrelazándose, por así decirlo, con los avances que impulsaban las Organizaciones Comunistas Combatientes. Unos días después del asesinato de un estudiante de Bolonia, Prima Linea se encargó de las represalias ejecutando a un agente de la policía política en Turín. Debe tenerse en cuenta (para hacerse una idea de la amplitud de los hechos) que desde 1976 la cadencia de las iniciativas era semanal; es decir, que cada semana había una serie de ataques incendiarios (generalmente de coches) contra cuadros de fábrica, miembros de la Democracia Cristiana o del Estado y policías (por “serie” debe entenderse varias acciones simultáneas, reivindicadas a

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continuación en un único panfleto y por las propias Organizaciones Comunistas Combatientes); o bien se producían disparos a las piernas de altos responsables señalados en el curso de las luchas o de las investigaciones que se llevaban a cabo; se volaban o se ametrallaban comisarías y cuarteles; o se irrumpía en locales enemigos y se hacía un registro en ellos. Durante los tres años de ascenso –entre 1976 y 1978- los disparos a las piernas desempeñaron el papel más importante, tanto en términos cuantitativos y en relación con el nivel militar, como por su estrecha relación con la dinámica de las luchas internas en las fábricas. Se trataba de una forma de atentado que suscitaba un gran apoyo y que contribuía claramente a fortalecer la relación de fuerzas de la clase: fue el tipo de acción que simbolizó con mayor fuerza la fase de arraigo y legitimación interna en la clase. Durante ese periodo se produjeron entre 20 y 40 acciones con disparos a las piernas por año, es decir, atentados casi semanales que se alternaban con las series de acciones mencionadas más arriba. Todo ello marcaba el ritmo, por así decirlo, la cadencia, la intensidad ascendente de una tendencia que apuntaba a la transformación de las luchas en una auténtica guerra de clases. Más tarde tuvieron lugar las acciones de mayor envergadura, que comenzaron sólo a partir de esos dos años, las ejecuciones concebidas como acciones político-militares de primer nivel cuyo objetivo era marcar el desarrollo de la lucha general, las relaciones de fuerza entre las clases, así como permitir al movimiento llegar hasta el Estado, el gobierno, los centros de poder. Acciones que fueron las más importantes e influyentes, distintas de aquellas que respondían más bien a la lógica de la guerra, tales como el enfrentamiento constante con los aparatos de la contrarrevolución o los incidentes que se producían tras las expropiaciones de bancos. El frente de cárceles también estuvo muy presente, con su importante dialéctica interna para el movimiento revolucionario. Por un lado, se desarrolló a partir del movimiento de los años precedentes; por otro, los militantes de las Brigadas Rojas (incluidos los de las Núcleos Armados Proletarios que habían convergido en ellas) dieron un impulso decisivo, tanto en términos de solidez político-ideológica como en términos de capacidades operativas, con el apoyo y cooperación de la poderosa organización del exterior. La cooperación entre presos procedentes de diferentes experiencias fue en cualquier caso decisiva (sobre todo el acuerdo con los de las “broncas”, los grupos de atracadores de bancos metropolitanos de quienes ya hemos hablado anteriormente). De este modo, se asistió a la multiplicación de motines y fugas (con éxito o fracasadas), luchas y uso de los juicios como campo de batalla: el juicio-guerrilla. El juicio al “núcleo histórico de las Brigadas Rojas” –una veintena de militantes- se celebró aquella misma primavera, en Turín; al grito de “No se puede juzgar a la Revolución”, los camaradas y la organización del exterior impidieron que tuviera lugar, creando una escalada de disturbios. Toda esta realidad carcelaria estuvo apoyada por una abundante producción de textos, tomas de posición, documentos, con una notable repercusión sobre los acontecimientos exteriores.

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El final de 1977 conoció también un giro decisivo con la apertura de las “prisiones de máxima seguridad”, instituidas bajo la supervisión y gestión de los carabineros (que se habían convertido a todos los niveles en la punta de lanza de la contrarrevolución): fue una vuelta de tuerca muy duro al ser extremadamente difíciles en ellas las condiciones de vida (siguiendo el modelo de Stammheim y de los H-Blocks10 ingleses). Sus objetivos eran la destrucción de los militantes y de los presos rebeldes que luchaban juntos, la quiebra del ciclo de luchas y fugas, la toma de rehenes contra el desarrollo de la guerrilla. Tras las jornadas de marzo, el movimiento siguió fuerte hasta las “sentadas” de Bolonia, en otoño. Fue aquél un momento de encuentro y de enfrentamiento un tanto “kafkiano”: demasiada gente (incluso esto puede llegar a ser un problema), demasiadas diferencias, demasiadas tensiones. Se dieron sobre todo enfrentamientos políticos y luchas por la hegemonía. El único resultado positivo fue la marginación definitiva de las posiciones conciliadoras, oportunistas del tipo trotskista o “entristas”-neoparlamentaristas, etc. Y también se produjo el paso a una nueva fase en que prevalecería la tendencia militarista. Fue precisamente este creciente auge del movimiento lo que impulsó también las contradicciones internas, lo que exacerbó las tendencias negativas. De hecho, cuando hablamos de tendencia militarista hacemos alusión a un denominador común de las diferentes organizaciones que, no obstante, revistió dimensiones muy diferentes según los casos: mientras en algunos se trataba de un error subsanable, en otros era una deriva que ponía de manifiesto defectos aún más profundos (que condujo, finalmente, unos años más tarde, a la derrota total, con la capitulación y a menudo el paso al otro lado de la barricada). El nudo común, portador de las disensiones, era el mecanicismo en la interpretación de la teoría de la crisis capitalista. En el caso del área subjetivista (Prima Linea y Autonomía Obrera), las supuestas innovaciones teóricas habían llegado incluso a superar la teoría del valor y, en su sobreestimación de las luchas y comportamientos autónomos de la clase –incluida la llamada “autovalorización proletaria” que obstaculizaba y bloqueaba cualquier forma de valorización capitalista-, proclamaban el fin del capitalismo, de su capacidad para impulsar sus propias leyes y su valorización, capitalismo que ya sólo sobrevivía por la fuerza. Así, proclamaban que la crisis era una “crisis de mando”. A su vez, el comunismo ya estaría maduro en el interior de esas luchas y comportamientos (la composición subjetiva de la clase). Cualquier categoría de revolución política, partido, transición estaba pues superada, era solamente chatarra de la que había que deshacerse. ¡Tan sólo se trataba de armar esa “necesidad de Comunismo” y de arrimar el hombro un poco más para reducir la dominación capitalista a una especie de cáscara vacía, de hierro, por supuesto!

10 En la prisión de Stammheim, en Stuttgart, estuvieron encarcelados los presos de la Fracción del Ejército Rojo (RAF) alemán, mientras que en los H-Blocks se encarceló a los presos republicanos irlandeses. [N.del t.]

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Estas teorizaciones que, como se puede ver, hacían amplias concesiones al anarquismo, de un lado, y a la corriente de extrema izquierda consejista (de los años 20), por otro, replanteaban de hecho un seguidismo de la espontaneidad, radicalizando, extremando, toda expresión social y rechazando la necesidad histórica y estratégica de una dialéctica vanguardia/masas, la necesidad del elemento organizado exterior (partido, ideología, programa, línea político-militar), de las etapas de un proceso revolucionario seguido de una transición socialista (con todas las contradicciones que habría que resolver y la continuación de la lucha de clases, agravada incluso en medio del cerco imperialista, etc.). Nada de eso; ¡contadores a cero, se había comprendido todo y bastaba con imponer nuestra gran inteligencia social, nuestros “combatientes comunes” o nuestro contrapoder territorial! Nunca haremos suficiente hincapié en el daño producido por la presencia pequeño burguesa que, desgraciadamente, tiene una capacidad muy notable para incrustarse en todos los movimientos. Hay que tener muy presente cómo, en la secuencia de los acontecimientos, este círculo fue el más detestable en la capitulación (pasando de un extremo al otro), adoptando de nuevo actitudes arrogantes incluso para defender la m... de su traición. El campeón indiscutido fue el profesor Toni Negri, quien, con un nutrido grupo de conmilitones profesores encarcelados (no decimos pequeño burgueses por ritual...), elaboró y lanzó a lo grande la campaña de la “disociación”, que consistía en renegar de sus posiciones y aceptar el marco democrático burgués (¡tan difamado anteriormente!), adoptando para ello las distintas formas de renuncia y prestándose a la más repugnante tarea de difusión mediática que cupiera imaginar: mostrar a los bravos enemigos de ayer, que pretendían hacer la Revolución, de rodillas, suplicando piedad, mostrando su arrepentimiento ideológico a las “víctimas”11, etc. Peor aún, aquello se convirtió en un auténtico trabajo político de reciclaje, algunas de cuyas posiciones (y no las menos importantes) se detectan ahora en el nuevo batiburrillo altermundista, pacifista, portoalegrista: todo aquello que puede definirse fácilmente como las nuevas ediciones de la conciliación interclasista, del supuesto reformismo radical… era sobre lo que pontifica el gran profesor, el chaquetero. Lo realmente grave fue el carácter masivo de la desbandada político-ideológica de los grupos subjetivistas. Ni que decir tiene que hubo muchos camaradas que se opusieron y resistieron en prisión, pero no quedó nada ni de las organizaciones ni de las trayectorias políticas (el caso más clamoroso fue el de Prima Linea que había llegado a superar a las Brigadas Rojas en dimensiones y objetivos). Los camaradas que resistieron se integraron, en especial, bien en los círculos de debate de las Brigadas Rojas, bien en los anarquistas, que tuvieron mucha más importancia a partir de los 90. Pero también en cuanto a las Brigadas Rojas, el daño causado por los límites del mecanicismo, e igualmente, en ocasiones, el resurgimiento de un cierto eclecticismo, fueron decisivos. Aunque, en su descargo, deba considerarse la juventud de la experiencia, su novedad y las duras condiciones en que hubo de crecer. El error mecanicista más grave residió en la lectura errónea de la crisis capitalista, de su desarrollo. Y fue una pena puesto que los términos teóricos básicos estaban en consonancia con el marxismo-leninismo, con aportaciones incluso fundamentales en relación con las evoluciones del marxismo-leninismo de los últimos decenios. Así, las tesis sobre el Estado Imperialista de las Multinacionales fueron extremadamente ricas y 11 Esta liturgia del arrepentimiento parece ser intrínseca y común a los procesos de rendición de los movimientos revolucionarios inoculados de ideología pequeño burguesa. [N. del t.]

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precursoras de los “grandes descubrimientos” sobre la globalización. Pensemos tan sólo que, ya de entrada en el análisis, las Brigadas Rojas afirmaban que en nuestra época, las interconexiones internacionales eran tales (preeminencia de las multinacionales y de su poder, división internacional del trabajo, con una continua redistribución de los papeles y las cuotas productivas, organización en cadena imperialista de los Estados) ¡que la dimensión del Internacionalismo Proletario era una prioridad que había que inscribir en el primer lugar del programa político! Y no eran sólo palabras. Lo mismo sucedió durante los años 1975 (Resolución de la Dirección Estratégica que formuló por primera vez estas tesis) a 1978, años de afirmación y creciente poder de las Brigadas Rojas (y del movimiento revolucionario en su conjunto). Fueron precisamente también estas “intuiciones”, estas anticipaciones, las que dieron su fuerza y credibilidad al proyecto y al programa avanzado. El mecanicismo consistía en una visión un tanto lineal de la precipitación de la crisis siguiendo el modelo de la gran crisis histórica anterior –la de los años 30- y, por lo tanto, con una degradación paulatina de las condiciones socio-económicas y una agudización de las contradicciones de clase, de la disposición de las masas a la confrontación, a la radicalización. No se asistió al despliegue de toda esta capacidad del sistema para producir contratendencias, amortiguadores, incluidos los instrumentos de división y corrupción de una parte de las masas (los mecanismos de “participación” y de consumismo, etc.) y los instrumentos para descarriar a las masas hacia ámbitos reaccionarios, como la fractura con el proletariado inmigrante, el racismo, el chovinismo, los identitarismos, etc. Es cierto que todo esto se impuso sobre todo después de la derrota táctica de las fuerzas revolucionarias (lo que demostraba por otra parte la estricta dialéctica entre movilización revolucionaria o reaccionaria de las masas) pero, ya en aquel momento, el gran error fue creer posible la rápida “conquista de las masas para la lucha armada”. Esta consigna, catastrófica, participaba del ímpetu general por militarizar el enfrentamiento, del sometimiento a la tendencia (que estaba aún lejos verificarse en la práctica) y desdeñaba los avances previos en términos analíticos sobre las etapas a respetar, sobre la maduración de la crisis revolucionaria de la sociedad. Visto en términos de evolución política, la gran catástrofe fue creer que las condiciones estaban maduras para dar el salto de la “propaganda armada” y del avance de la guerrilla a la fase de “despliegue de la guerra civil”. Éste fue el error fundamental, agravado, si cabe, por otras simplificaciones y, más tarde, por la fuerza de las cosas, por la dureza del enfrentamiento, por el concurso de factores humanos que no siempre son fáciles de sintetizar de la mejor manera (piénsese en el peso que a partir de 1977 tuvo la presencia de cientos de presos que vivían en condiciones extremas y que se convirtieron en uno de los factores de la radicalización, de la percepción extremista de la fase). De todos modos, se pudo ver que las Brigadas Rojas y en general la parte del movimiento revolucionario que se basaba en las referencias ideológico-políticas más sólidas, cuya fuente era el marxismo-leninismo, supo extraer lecciones positivas de la grave derrota táctica y retomar el hilo de la construcción y el combate; precisamente porque se trataba de errores y no de todo un dispositivo ideológico espurio y ambiguo. También nos hemos referido a la presencia anarquista, que se manifestó (como de costumbre) en y alrededor de las cárceles, en la lucha secular contra la autoridad y su símbolo más horrible.

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A comienzos de los años 70 se había formado un movimiento de “nuevos anarquistas” que incorporaba en especial las influencias del “situacionismo”12 francés: los comontistas. Fue un grupo tan activo como marginal que preconizaba tesis y prácticas muy provocativas, extremas: “Contra el capital, lucha criminal”, “Robo y saqueo, podemos ser aún peores”, etc. Y marginal por la hegemonía que tenía el movimiento comunista en aquel momento. De este movimiento nació una organización armada: Acción Revolucionaria (AR), que tuvo el mérito de implicarse a fondo con las otras organizaciones en los acontecimientos de aquellos años, de estar siempre en el frente de las luchas. No tuvo una gran actividad militar, pero su contribución político-ideológica dejó un rastro que, como se ha visto en los últimos años, ha nutrido la nueva emergencia anarquista. 9. Final del 77: Inicio de la nueva fase En la batalla política que desgarraba el movimiento en 1977, sobre qué dirección tomar, las Brigadas Rojas constituían la propuesta que, en el fragor de la lucha, ocupaba el lugar más prestigioso, mientras que el resto de hipótesis seguía nadando en una situación indefinida, magmática. Y las Brigadas Rojas no perdieron la oportunidad de desempeñar ese papel de vanguardia. En el otoño del 77 empezaron a “elevar el tiro” o a “elevar el nivel de la confrontación”. El número de atentados mediante disparos a las piernas era impresionante: uno cada diez días aproximadamente (excepto en las temporadas bajas del año), de los que más de la mitad los realizaban las Brigadas Rojas. Golpeaban principalmente a los jefes, dirigentes y fascistas de las fábricas, con una rigurosa distribución en las zonas de los principales polos de la clase. En Milán: Pirelli (núcleo fundador), Siemens, el polo siderúrgico de Sesto San Giovanni, Marelli, Alfa Romeo, ITT y un montón de otras medianas y pequeñas industrias, así como los grandes hospitales, donde hubo una importante experiencia de Comités Autónomos. En Turín: la decena de grandes plantas de la Fiat, incluida la que era vanguardia de las masas, Mirafiori (que en aquel momento contaba con alrededor de 50.000 empleados), así como Michelin, Singer, ITT, Bertone, algunas industrias textiles y también una amplísima red de fábricas pequeñas y medianas, profundamente penetradas por las luchas y la organización de la clase. En Génova, los estibadores y marinos, las grandes acerías estatales, industrias mecánicas pesadas y de armamento (debe tenerse en cuenta que esta ciudad tenía una gran tradición de clase, una historia comunista y revolucionaria considerable). En el polo entre Venecia y Padua: el gran polo petroquímico de Marghera (que, por sí solo, fue símbolo de la enorme radicalización obrera contra estas fábricas de muerte que son las petroquímicas), Italsider, Astilleros navales, fábricas de aluminio y otras. Nápoles: Italsider, AlfaRomeo y las industrias aeronáuticas y de armamento. En Roma y su región se daba más bien una realidad de proletariado metropolitano, especialmente en los servicios, entre los que tuvieron gran significación los Comités Autónomos de los grandes hospitales; también fueron importantes en esta región los temas concretos de la propia zona, como la vivienda, así 12 Corriente ideológica de los años 50-70 del siglo XX en que convergían planteamientos marxistizantes con otros de las vanguardias europeas del momento. Su principal representante fue el francés Guy Debord. [N. del t.]

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como un sector obrero con una rica historia en luchas, como el de la construcción, y algunas grandes fábricas de electrónica, el monopolio eléctrico del Estado y la Fiat de Cassino. Por último, también hubo otras realidades regionales (en especial Toscana, Cerdeña, Marche, Emilia) si bien aquí la intención era, sobre todo, referirse a los polos, es decir, a las concentraciones de la clase que desempeñaron un papel motor. En ese sentido, debe señalarse que en 1977 y 1978, la iniciativa armada alcanzó en varias ocasiones a todas las fábricas y sectores indicados y ello sobre la base de una estructura organizativa precisa que comenzaba siempre con la presencia de militantes en el interior. También hubo una línea de ataque más territorial, que afectaba a diferentes aspectos de la situación de la clase, a menudo en apoyo directo a las luchas, especialmente sobre el tema de la vivienda, los “precios políticos” o la “reapropiación”. De este modo, casi todas las Organización Comunistas Combatientes llevaron a cabo ataques contra agencias inmobiliarias, contra la gran propiedad, especuladores o grandes grupos comerciales, mediante frecuentes asaltos y registros en los que se apoderaban de listas y documentación –sobre viviendas y edificios vacíos, por ejemplo- con los efectos que cabe imaginar... Igualmente importante fue la presencia en los barrios: en relación a las condiciones de vida en general y especialmente de las pandillas de jóvenes. Se luchaba contra la gangrena de la heroína: una Organización Comunista Combatiente –Guerrilla Comunista (GC)- se encargaba de limpiar los barrios de seis o siete traficantes. Se trataba de una lucha que, casi siempre, implicaba atacar a los fascistas que, como se ve en todos los países, también se dedican con sumo gusto a esta actividad asesina. Los fascistas, como buenos policías del proletariado, fomentan todo lo que le es destructivo. Políticamente, fue, en todo caso, un ejemplo típico de lucha armada de “acompañamiento”, de seguimiento de la espontaneidad de las luchas, de prolongación y radicalización de los combates, lo que en sí mismo no era necesariamente negativo. Su teorización y su traducción en términos políticos fueron, no obstante, negativas: nunca condujeron a resultados interesantes para la evolución de la confrontación estratégica. Peor aún, todo ello restringió la riqueza del movimiento espontáneo a su propia espontaneidad, en un movimiento circular en que no cabían saltos cualitativos. A la larga no podía producir más que marginación y fragmentación y, bajo los golpes de la ofensiva burguesa, retroceso y rehabilitación en el entramado institucional (que es a lo que se dedicaron, con gran profesionalidad, los dirigentes-chaqueteros). Ésta fue una de las grandes demostraciones de que la Revolución, o un proceso revolucionario, no se desencadena por sí mismo, en virtud de la radicalización de las masas (lo que, por otro lado, no deja de ser importante), sino que requiere necesariamente un plan de Partido, una fuerza que subjetivamente plantee, enuncie, el conjunto de las herramientas (ideológicas, estratégicas, de línea política y de organización político-militar) indispensables para el enfrentamiento a largo plazo, para transformar el antagonismo de clase, la autonomía de la clase, en una fuerza consciente y decidida a tomar el poder e instaurar la dictadura del proletariado en tanto que premisas, bases mínimas e indispensables para iniciar cualquier transformación de las relaciones sociales.

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Pero el eje que terminó siendo el más importante fue el del ataque contra los aparatos del Estado: el partido-régimen, es decir, la Democracia Cristiana, los cuerpos represivos y la nueva contraguerrilla. Y ello, sobre todo, por iniciativa de las Brigadas Rojas que, desde el lanzamiento del “ataque al corazón del Estado”, concentraron sus esfuerzos en trascender el plano del enfrentamiento trabajo-capital para situarlo en el plano Clase-Estado, en el plano estratégico de la lucha por el poder. Por ello, sobre la base de las relaciones de fuerza que la clase expresaba en esta fase (a la que contribuía ampliamente la iniciativa combatiente que actuaba con toda intensidad en las fábricas), las Brigadas Rojas comenzaron a “elevar el tiro”, “elevar el nivel del enfrentamiento”. Las ejecuciones de figuras del aparato del Estado y del capital se convirtieron en el método de intervención más importante, el que caracterizaba y marcaba el ritmo de la intervención política de la Organización en la lucha de clases. En este plano, las Brigadas Rojas se vieron rápidamente secundadas por Prima Linea que actuaba partiendo de otros presupuestos, de otras dinámicas: la militarización del movimiento de oposición en forma de “combattimento proletario” (la transformación de los grupos y colectivos de los barrios en equipos de combate de bajo nivel), el contrapoder, la guerra social total, el combate contra las reestructuraciones productivas y corporativas, muy gravosas y con tendencia a la militarización y atomización, destructivas del tejido social (en este punto, el análisis no era incorrecto pues anticipaba en gran medida los fenómenos negativos que más tarde se desplegaron en nuestras sociedades, pero a los que se dieron respuestas equivocadas). Reestructuraciones a las que ya no cabía oponer más que la organización de redes y comunidades de lucha y combatientes (de hecho, como cualquier visión “totalizadora”, era extremista y desesperada), en una radicalización del enfrentamiento armado carente de estrategia y táctica. Al menos en esta primera fase de “elevación del nivel de enfrentamiento”, Prima Linea –estamos en 1977-1978- conservaba una cierta lucidez política y creó una especie de frente único con las Brigadas Rojas y otras organizaciones menores. De este modo, los golpes comenzaron a hacer mella duramente en los aparatos represivos, que también empezaron a perder su vil arrogancia, a tener miedo. Pero pronto tuvo lugar un punto de inflexión, el paso más arduo. El 16 de marzo de 1978 las Brigadas Rojas secuestraron a Aldo Moro, presidente de la Democracia Cristiana. 10. La campaña de primavera: la operación Moro Con el paso del tiempo, la operación Moro sigue revelándose como un ataque audaz e impresionante que requirió un nivel de organización y una determinación enormes además de un proyecto político de calado y una visión de gran amplitud. Suponía irrumpir en el mismísimo centro de la escena política burguesa justo en el momento en que allí se estaba alumbrando una importante operación. Nada menos que el “Acuerdo Nacional”, la primera coalición de gobierno abierta a la participación, externa, del partido revisionista (el Partido Comunista Italiano)13. Nada menos porque lo que estaba 13 El PCI fue en Italia lo que el Partido Comunista de España en nuestro país: la vanguardia no de la clase obrera, sino de la conciliación y del abandono de la lucha de clases, en pos de una falsa democracia que

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en juego era un endurecimiento considerable de la contraofensiva burguesa contra la clase, el pistoletazo de salida de grandes reestructuraciones productivas y empresariales, de grandes líneas de estatalización y militarización social en el marco de la tendencia hacia la guerra imperialista. Desde el punto de vista de los revisionistas, eran las premisas de sus sueños, el “compromiso histórico”, el final formal de su disfraz comunista y su incorporación definitiva a la clase política burguesa. Estas premisas estaban tan bien encaminadas que los jefes de EEUU observaban la experiencia con benevolencia. Debe recordarse que Moro era un servidor fiel del Vaticano, es decir, del otro gran centro de poder en Italia que, siendo como es la fuerza reaccionaria que todos conocemos, también era favorable al proyecto. Así, el Partido Comunista Italiano puso de inmediato su fuerza (en aquel tiempo considerable) al servicio del frente antiterrorista, encargándose de las movilizaciones en la calle, de las huelgas de protesta (¡la mayoría a menudo fracasadas!) y del trabajo de espionaje y policiaco en fábricas y barrios. Tenían miedo, mucho miedo. De golpe tomaron conciencia de la fuerza y el arraigo del “Partido Armado”. Porque, más allá de sus mentiras propagandísticas habituales, sabían que no se puede alcanzar ciertos niveles en la lucha sin un apoyo popular adecuado. Cuando, tras las detenciones y reconstrucciones judiciales de los hechos se conoció la realidad “objetiva”, se supo que de la docena de participantes en la acción del secuestro, la mayoría eran militantes obreros (a menudo reconocidos en la vanguardia) pasados a la clandestinidad, algunos de los cuales se habían separado de las filas revisionistas. Por dar un ejemplo: Mario Moretti, ex delegado de personal de Siemens en Milán, el segundo delegado en número de votos. Otro aspecto muy importante desde el punto de vista político e ideológico: la mayoría de esta decena de militantes eran dirigentes de la Organización al más alto nivel. Aplicación de los principios marxistas de unidad del trabajo intelectual y trabajo manual, ética marxista de la responsabilidad14. Durante los 55 días de pulso se planteó la solicitud de liberación de algunos presos, no como finalidad de la acción, que tenía su propio contenido, sino como mínimo para llevar a cabo un acto de magnanimidad y suspender la sentencia dictada contra el presidente de la Democracia Cristiana. Este ataque fue tan inesperado y de tal dimensión que conmocionó el marco político, el desarrollo del enfrentamiento de la clase. En el seno del movimiento revolucionario sirvió para afianzar la hegemonía de las Brigadas Rojas, cuyo crédito y autoridad recibieron un espaldarazo sin precedentes. El ataque puso de manifiesto todas las deficiencias y limitaciones de las otras hipótesis y organizaciones; muchas de ellas sufrieron una sacudida de arriba abajo por este terremoto, se fracturaron, y una parte de las mismas asumió el discurso de las Brigadas Rojas y terminó por integrarse en ellas.

sólo beneficia a la burguesía y sus acólitos (entre los que estaban y están los dirigentes de este partido). [N. del t.] 14 Se aprecia la influencia de la Revolución Cultural maoísta. [N. del t.]

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En los meses siguientes las Brigadas Rojas reclutaron a muchos nuevos miembros a los que incluso se seleccionaba estrictamente, abrieron nuevos frentes, intensificándose el avance. Ello supuso un grave problema para las Organizaciones Comunistas Combatientes del círculo subjetivista, desplazadas como estaban respecto a la concepción del proceso revolucionario, en especial los movementistas recalcitrantes. Limitándose a defender el movimiento como si de su parcelita se tratara, obligados a retroalimentarse en el aislamiento, incapaces de concebir el proceso por etapas, con una estrategia y una táctica que la mayoría de ellas basaba ya en las teorías sobre el fin de lo político y el valor inmediatamente subversivo del antagonismo social...), abrigaban un auténtico rencor contra las Brigadas Rojas, culpables de seguir el camino marcado en su propio proyecto. Entre las masas se extendía la percepción de que había dos vías: bien la vía parlamentaria, la del Partido Comunista Italiano, bien la vía revolucionaria, la de las Brigadas Rojas (dándosele el valor que se pueda dar a las encuestas... unos meses después, un semanario tuvo la desafortunada idea de realizar una en condiciones de anonimato en la cual el 10% de los encuestados declararon que habrían votado a las Brigadas Rojas. A los pobres periodistas casi les linchan). Pero, como ocurre con frecuencia, justo en el apogeo de un fenómeno aparece también el pasivo de las contradicciones y límites a superar. Los grandes saltos requieren también grandes capacidades para asumirlos, consolidarlos, saber proceder en las nuevas condiciones, más avanzadas, pero también más exigentes. Y en ese punto, lamentablemente, las Brigadas Rojas no sólo no se plantearon la cuestión de sus propios límites y errores sino que, en cierta medida, incidieron en ellos. Este error de apreciación sobre el alcance y condiciones de la crisis capitalista se agravó debido al atolladero político en que la operación Moro había sumido al régimen. Sin embargo, y aunque el régimen estaba en verdaderas dificultades, no estaba ni mucho menos acorralado, y habría bastado para percatarse de ello con observar con más objetividad las grandes multitudes que llenaban las calles convocadas por los partidos burgueses. Había una parte importante de la sociedad que defendía al sistema: ¡el problema no se podía reducir a un Estado cuya supervivencia dependía ya sólo de la fuerza! Y éste fue un grave error de apreciación que influyó muy negativamente sobre el desarrollo estratégico. Así, la consigna era acelerar el paso para el despliegue de la guerra civil. Y en su seno, la formulación del Movimiento Proletario de Resistencia Ofensiva (MPRO)15 como interlocutor fundamental de la dialéctica Partido/Masas. El Movimiento Proletario de Resistencia Ofensiva era el tejido de los núcleos armados y de las pequeñas organizaciones locales más los obreros que voluntariamente echaban una mano; sin embargo, el área combatiente seguía siendo esencialmente la parte más importante, y no los movimientos de la clase como realidad y dinámica mucho más profunda y amplia, y no necesariamente dispuestos a pasar a las armas. Por otra parte, desde un principio la gran inteligencia política de las Brigadas Rojas, y de otras Organizaciones Comunistas Combatientes, había consistido en comprender y practicar una dialéctica entre los diferentes niveles de conciencia y de organización de la clase, diseñando una estrategia que preveía precisamente los momentos y saltos de maduración e implicación. En ese punto se produjo una equivocación grave sobre una posible disponibilidad de las masas, indistintas, indiferenciadas, para el paso a las armas. Nos olvidamos de los rasgos

15 Al estilo del Movimiento de Liberación Nacional Vasco (MLNV) [N. del t.]

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fundamentales (definidos en el análisis leninista) de una situación de crisis revolucionaria, que requiere el factor subjetivo: la existencia de una Organización que como las Brigadas Rojas tenía ya los rasgos de Partido, y que actuaba como tal, pero no sólo. También son necesarios los factores objetivos de agravamiento de la crisis económica y política y de las condiciones de las masas. Las condiciones estaban todavía muy lejos del umbral de ruptura generalizada. La cuestión clave, el nudo político principal que quedó patente con el apogeo de la ofensiva revolucionaria (porque en esos momentos se contaba con un potencial tremendo y la vía por la que se le condujera sería decisiva), fue probablemente que los rasgos fundamentales de la concepción estratégica, declarados o subyacentes, se estaban concentrando y, por lo tanto, los defectos de eclecticismo y mecanicismo iban a ponerse de manifiesto en la transposición del modelo de “Guerra Revolucionaria Prolongada”. En primer lugar porque este modelo se extrajo principalmente de las experiencias china, vietnamita y latinoamericanas, es decir, de referencias consagradas que, no obstante, no eran mecánicamente transponibles (en la medida en que, por otro lado, hubiera algún principio que se pueda transponer mecánicamente...), en especial en relación con los rasgos de una formación socio-económica del centro imperialista. Estamos, pues, ante el gran mérito ¡y ante el gran límite! El mérito residió en haber concretado un camino revolucionario en el corazón del sistema imperialista que daba una auténtica salida a las grandes luchas de las masas y al movimiento revolucionario, que hacía frente realmente al revisionismo (y estaba en vías de derrotarlo) y que salía del lodazal de un extraparlamentarismo ineficaz o de un marxismo-leninismo-maoísmo declamatorio y teórico. El mérito de haber tomado ese camino vinculándose de nuevo, de manera orgánica y consecuente, a las dinámicas del movimiento comunista internacional. El límite fue haber incorporado también elementos de eclecticismo y de “juventud”, el encontrarse tan rápidamente frente a un enorme combate en el que había que aprender todo sobre el terreno, entre dificultades inimaginables. En realidad, era un poco el precio a pagar. ¡Quienes creen en las revoluciones perfectas y limpias, quienes se aferran a los modelos generales (incluso a los más exactos) pueden ir cambiando de profesión! (Causarían menos desastres, ante cada dificultad, si fueran del tipo de los que se vuelven rápidamente contra la revolución que defrauda sus ideales de presuntuosos pequeño burgueses; como se vio en Italia, como se ha visto en todas las experiencias históricas). Este límite consistió, por lo tanto, en la aplicación de un desarrollo estratégico lineal, de suma de acciones, capacidades y crecimiento tanto organizativo como operativo, al margen de las consideraciones de la fase, los saltos cualitativos y las discontinuidades, por otro lado, tan necesarias. Es decir, aun sobre la base de las relaciones de fuerza de la clase y con un importante entramado de luchas y de organización de masas, no nos encontrábamos en una fase revolucionaria –y en este punto se revelan como decisivos los rasgos objetivos, por ejemplo, el grado de profundidad de la crisis capitalista, el empobrecimiento de las masas, etc.- y el camino elegido, si bien justo, debía adaptarse, desarrollarse en diferentes tiempos. En lugar de acelerar la ofensiva, era necesario más bien consolidarse

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en el seno de la clase, sobre la base de una presencia político-militar mucho más enfocada y limitada a las grandes intervenciones políticas puntuales. Y en ese momento se tenía la fuerza y las capacidades para ello: era el momento todavía de la política armada ¡y no del despliegue de la guerra! Todo ello habría exigido aún una mayor capacidad de retroceso político, de dar un paso atrás para recoger los frutos y profundizar, sistematizar, la implantación teórica y estratégica, rectificando el bagaje ecléctico que se arrastraba y concretando la matriz leninista que era tan útil y pertinente para la tarea que teníamos por delante, toda vez que la fuerza político-organizativa estaba garantizada a un nivel muy alto, lo cual aseguraba el mantenimiento de un cierto nivel ofensivo. Por el contrario, fue la escalada lo que prevaleció. El año 1978 fue, de este modo, el momento del giro decisivo hacia una lógica de guerra. Cuantitativamente, hubo aproximadamente el mismo número de ataques incendiarios y con explosivos (unos cien), disparos a las piernas (una veintena), mientras que se hicieron más escasos los asaltos/registros (sólo 4, lo que era muestra de la elección de una orientación clara) y las ejecuciones se convirtieron en el centro de la ofensiva (en concreto 28, cuando hasta 1977 habían sido 10 y en parte no previstas en el proyecto inicial de la acción). Veámoslo en detalle para entenderlo mejor. Las Brigadas Rojas golpearon además de a Moro y a los cinco agentes de los cuerpos especiales que le escoltaban: - Al juez Riccardo Palma, alto responsable de la política penitenciaria y de las cárceles de máxima seguridad. - Al comisario de policía Rosario Berardi, responsable de contrainsurgencia en Turín. - Al funcionario de prisiones Lorenzo Cotugno, notorio torturador en Turín. - Al vicecomandante de los guardias de la prisión de Milán, Francesco Di Cataldo, responsable del Centro Clínico y de todos los asesinatos, directos e indirectos, de presos; a través de la falta de cuidados médicos y de la violencia disfrazada con que se empleaba. - Al jefe de la policía contrainsurgente de Génova, Antonio Esposito. - Al jefe de fábrica Pietro Coggiola, de la Lancia de Turín. - A otro magistrado del Ministerio de Justicia, responsable penitenciario, Girolamo Tartaglione, en Roma. - A los carabineros de control exterior de la prisión de Turín, Lanza y Porceddu (cuerpo creado especialmente para el control de las prisiones de máxima seguridad).

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En cuanto a las otras Organizaciones Comunistas Combatientes: - Al responsable de los esbirros de la fábrica Fiat de Cassino, Carmine De Rosa (antiguo carabinero), por las Formaciones Comunistas Combatientes (cercanas a Prima Linea). - Al agente de policía Fausto Dionisi, en un intento fallido de evasión, por un comando de Prima Linea en la prisión de Florence. - Al notario Gianfranco Spighi, debido a su reacción durante una expropiación, por Lucha Armada por el Comunismo. - Al comisario de prisiones Antonio Santoro, torturador de la prisión de Udine, por los Proletarios Armados por el Comunismo. - A los traficantes de heroína Giampiero Cacioni, Saaudi Vaturi y Maurizio Tucci, en Roma, por Guerrilla Comunista. Durante una acción contra otros traficantes murió por error Enrico Donati; Guerrilla Comunista asumió la responsabilidad. - Al criminólogo Alfredo Paolella, en la prisión de Pozzuoli-Napoles, por Prima Linea. - Al traficante de heroína Giampiero Grandi, en Milán, por Escuadra Proletaria (satélite de Prima Linea). - Al fiscal de la República de Frosinone (Lazio), Calvosa, y sus dos agentes de escolta, Pagliei y Rossi, por las Formaciones Comunistas Combatientes. Durante el tiroteo también cayó el camarada Roberto Capone. Hay algo que queda a todas luces de manifiesto: una gran diferencia política: mientras las otras Organizaciones Comunistas Combatientes, aun golpeando correctamente, no lograron superar una dimensión parcial, prolongación armada de las luchas y del enfrentamiento con los aparatos represivos (y también esa respetable campaña contra los traficantes de muerte), en las Brigadas Rojas se observaba el despliegue de toda una ofensiva contra el Capital y el Estado en sus instituciones fundamentales, se observaba una concepción general, un programa para toda la clase, una estrategia. Este aspecto se percibía también en la implantación teórica. Los primeros se encastillaban absolutamente en la noción de “contrapoder”16 (noción cuya experiencia histórica ha demostrado siempre su inutilidad, arrastrando en el mejor de los casos a la clase a una actitud defensiva condenada a la derrota, actitud que, a menudo, de compromiso en compromiso, termina sumida en el reformismo institucionalizado... como es el caso hoy en día de los Zapatistas de Chiapas); o en una comprensible búsqueda de nuevas vías revolucionarias (a la luz de la deriva de los países socialistas) que, sin embargo, terminaban convirtiéndose de inmediato en un aventurerismo ecléctico, confusionista, que condujo a las rendiciones más vergonzantes (la de Prima Linea prácticamente en bloque, después de un año en prisión de la mayoría de los militantes, y su reciclaje por los vericuetos de los nuevos movimientos pacifistas).

16 Muy de moda en el siglo XXI, tras el gran éxito de las teorías de, precisamente, Toni Negri o, en España, de tipejos iluminados como Santiago Alba Rico [N. del t.]

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Los segundos produjeron textos –y también una teoría- en los que se trataba de avanzar siguiendo el hilo ininterrumpido de la historia revolucionaria del siglo, críticamente y sin ese “soberano desprecio” que distingue a los movimientos y militantes pequeño burgueses. Sus textos eran ampliamente comprensibles y planteaban las cuestiones a las que hay que hacer frente cuando realmente se quiere “hacer la Revolución”. La Resolución de la Dirección Estratégica de febrero de 1978 sigue siendo una referencia, un texto muy útil para los militantes que se plantean el problema de la Revolución Proletaria hoy en día y en los países imperialistas (recientemente, los servicios secretos italianos, siempre activos en la tarea de descifrar las evoluciones del campo revolucionario, reconocieron en una entrevista periodística la gran calidad de ese texto, que había anticipado los fenómenos de la globalización, la reestructuración internacional de la producción, la concentración de poderes en estructuras transversales y círculos reservados, la tendencia a la guerra, etc., en un momento en que el resto de partidos no veía nada de todo esto y lo denigraba como una muestra de delirio...). Lo cierto es que ya se había emprendido la subida de la pendiente: casi todo el mundo, partiendo de las diferentes posiciones que acabamos de ver, declaró inminente el paso a la guerra abierta, que la contradicción de clase había quedado reducida a su aspecto militar, con un sistema capitalista que había perdido toda legitimidad y que sobrevivía únicamente gracias a su fuerza bruta. Los primeros meses de 1979 dieron lugar a los primeros “patinazos” serios. 11. 1979: entre las potencialidades y la deriva militarista En el mes de enero se produjo la ejecución de Guido Rossa, delegado obrero de una acería de Génova, pero también activista revisionista y espía. Fue él quien delató a un camarada de la fábrica, Francesco Berardi, que más tarde se suicidó en la cárcel. Para que fuera completa, la acción debía haber consistido en dispararle a las piernas pero la reacción del espía condujo a su muerte. En casos así se podía calibrar cómo los errores de evaluación política (sobre la fase, las relaciones de fuerza y el grado de maduración de las transiciones entre fases) podían tener trascendentales consecuencias. El partido revisionista concentró todas sus fuerzas en la movilización reaccionaria; encantado, el Estado pudo decir por fin que “esos supuestos revolucionarios” disparaban contra todo el mundo, incluidos los trabajadores; “policías y trabajadores unidos contra el terrorismo”17, etc. Sólo dos meses antes, en algunas fábricas de la Fiat, se había hecho un llamamiento a boicotear un paro por los carabineros muertos junto a la prisión de Turín; llamamiento por medio de un dazibao: “No se hace huelga por los carabineros”, firmado por los Colectivos Obreros locales y pegado en el interior de las naves. ¡El paro fue un fracaso general! En el caso de Guido Rossa, por el contrario, hubo que hacer frente al embate de toda la maquinaria y de la base revisionistas que, con actitudes amenazadoras, impusieron el paro a todo el mundo hasta la paralización de las líneas de montaje. Comenzaban a producirse muestras de rechazo internas en el movimiento revolucionario. Eran muchos los que tenían dudas sobre esta escalada que pasaba por golpear siempre más y más intensamente. Esta tendencia militarista comenzaba a 17 Paralelismo con atentados llevados a cabo por ETA en España, que permitieron desatar campañas similares del gobierno y los medios burgueses: Hipercor, barrio obrero de Vallecas, Miguel Ángel Blanco, etc. [N. del t.]

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entreverse –en ese momento tan sólo suscitaba dudas, debido al gran prestigio de las Brigadas Rojas-, precisamente en el plano de la implantación política, global, de la dialéctica practicada con la realidad de la clase. Otro episodio destacado fue la represalia de Prima Linea tras el asesinato de dos de sus militantes, Barbara Azzaroni y Matteo Caggegi. La policía los sorprendió mientras esperaban en un bar de Turín en el curso de un operativo. Apostados en gran número (gracias a la denuncia de un tendero), los policías descargaron sobre los camaradas una lluvia de plomo sin que tuvieran tiempo para reaccionar. Fue una gran conmoción: ella estaba en la vanguardia de las luchas sociales en Bolonia; él era un joven trabajador de la Fiat, también muy conocido. Con ocasión del funeral se produjeron grandes movilizaciones, muy tensas. Para muchos camaradas esta conmoción tuvo un efecto de impulso hacia el enfrentamiento, hacia la radicalización. Si tal situación era comprensible a nivel personal, no podía, sin embargo, convertirse en una línea política para una organización. La dirección de Prima Linea en Turín efectuó una emboscada, en un bar, causando la muerte de un joven que pasaba por allí e hiriendo a un camarada (¡por fuego amigo!) mientras los policías consiguieron huir. A continuación ejecutaron al dueño del bar donde habían caído Bárbara y Matteo, convencidos, erróneamente, de que era el chivato. En pocas palabras, una catástrofe que desencadenó de inmediato la primera grave crisis interna, ya que dichos acontecimientos pusieron en evidencia los límites típicos de las organizaciones no centralizadas: en la práctica, la llamada “democracia federativa” condujo a menudo al desorden en la toma de decisiones, a las decisiones erráticas de cada entidad local. No es del todo justo imputar el concepto de “democracia federativa” a Prima Linea, pero ésa era la esencia de la situación, a caballo entre la herencia comunista, los obreristas y las tentaciones anarquizantes. De este modo, dos dirigentes nacionales dimitieron en desacuerdo con esa deriva, tanto por el método de toma de decisiones como por el fondo de las operaciones. Uno de los dos dirigió la primera escisión; sin embargo, sobre todo, se asistió posteriormente al estancamiento de Prima Linea en términos de disminución de la capacidad de su proyecto, programa y en una actividad de puro enfrentamiento con los aparatos del Estado con acciones a menudo inconexas y de “supervivencia”. Aún llevaron a cabo dos acciones en 1979: la ejecución de un esbirro torturador de la prisión de Turín, Giuseppe Lorusso, y la de uno de los más altos dirigentes de la Fiat, Carlo Ghiglieno, en otoño, en pleno anuncio de la contraofensiva patronal, con una ola de despidos políticos en Turín y en una situación de clase muy propicia. Dos acciones correctas, pero a destiempo, debido al mal trabajo político realizado por Prima Linea entre las masas. Dicho trabajo provocó, por un lado, la salida de las fábricas de militantes obreros de calidad para que pasaran a la clandestinidad; y luego el reclutamiento, en especial, de jóvenes extremistas que tendían a abandonar las fábricas, que vivían el compromiso armado al margen de un proyecto integrador de las cuestiones del movimiento de masas. Las otras operaciones fueron un ataque contra la judicatura marcado por ese extremismo competitivo –había que buscar al enemigo cada vez más a la izquierda- que les llevó a ejecutar al juez Alessandrini en Milán (operación también muy mal vista pues dicho juez se había ocupado además en muchas ocasiones de los fascistas y los esbirros del Estado, y no para protegerlos). Y más tarde dos errores: uno durante una expropiación

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(a causa de la torpeza de un notorio militarista, que se convirtió en uno de los primeros arrepentidos...) y el otro por error (de nuevo) en la identidad de la persona. En definitiva, como puede verse, y sin tratar de crear polémica partidista, se ponía de manifiesto una deriva evidente en la que se entrecruzaban la falta de claridad programático-estratégica, la falta de homogeneidad y centralización, y un número excesivo de errores (revelador, en ese punto, de los problemas de fondo). Y ello sin entrar en detalles sobre el funcionamiento de la base –debe tenerse en cuenta que en aquel momento Prima Linea era seguramente la Organización Comunista Combatiente que contaba con el mayor número de militantes, separados entre el nivel superior y el de “combate proletario” (las Escuadras Armadas Proletarias, las Patrullas Armadas Obreras y otros grupos que constituían la red interna en el nivel de las masas)- donde repercutían todos estos nudos y defectos. Por otra parte, incluso el alto número de militantes de Prima Linea y de sus estructuras de “combate proletario” era en realidad un defecto, resultado de esta línea de “armar a las masas” que significó en la práctica, sobre todo, la transposición de colectivos y sectores del movimiento del 77 al ámbito de la organización armada. Algo que, como es fácil imaginar, hizo caso omiso de cualquier selección o estructuración seria, y peor aún, confundió nivel de masas y nivel de vanguardia. Lo peor fue el sometimiento de todos los elementos de la base a la tendencia militarista que, como ya hemos señalado en el caso de las realidades a nivel de fábrica, provocó, por un lado, la esclerosis de las potencialidades y de las dinámicas en el plano de las masas y, por otro, escaladas incluso a nivel de barrio: en cierto momento hubo que buscar enemigos ya que todo el mundo “podía estar entre ellos”, con lo que fueron golpeadas personas completamente periféricas como guardias municipales, ginecólogos, arquitectos de prisiones y tenderos que habían disparado a ladrones. Esto nos remite a una historia bastante conocida debido a su amplia cobertura en los medios: la de los Proletarios Armados por el Comunismo, grupo formado en la oleada del 77, y la de esta tendencia a armar a sectores enteros del movimiento. Se trataba de uno de esos grupos que carecían de auténtica estructuración política, programática, extremadamente eclécticos, incluso desde el punto de vista ideológico. Así, su existencia se consumió en un plazo de dos o tres años y terminó disolviéndose en las distintas corrientes menores del movimiento; algunos militantes se integraron en alguna de las dos organizaciones principales. Originados más bien en los círculos autónomos, los Proletarios Armados por el Comunismo se nuclearon en torno a la reapropiación y, al igual que otros grupos, teorizaron y practicaron la expropiación como forma de existencia, como forma de ruptura con el trabajo asalariado (vieja raíz del movimiento revolucionario internacional, desde la Banda Bonnot18). Atacaron las estructuras represivas, en especial el proyecto de prisiones de máxima seguridad, contando para ello con antiguos presos que habían participado en la oleada de luchas internas. También realizaron algunas acciones de apoyo a las luchas obreras (disparos a las piernas e incendios), pero el centro de su atención fue sobre todo el ámbito en que se practicaba la “liberación 18 La Banda Bonnot fue el nombre con el cual la burguesía francesa denominó a un grupo de anarquistas de principios del siglo XX (1911-1912). [N. del t.]

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concreta” del trabajo asalariado, capítulo este en que realizaron la original campaña (es lo menos que puede decirse) de represalias contra los tenderos que disparaban a los ladrones. En fin que, para entenderla, debe también decirse que en el clima de endurecimiento represivo, de contraofensiva burguesa, la movilización reaccionaria de las capas intermedias, de las clases medias, formaba parte de toda una campaña en la que se recurría a sus actitudes mezquinas de pequeños propietarios. Así, por ejemplo, la extensión del “derecho a defenderse”, en realidad el derecho a matar de los esbirros y de los buenos burgueses. De este modo se multiplicaron los asesinatos “en legítima defensa”, duplicándose las ejecuciones fáciles que cometían los policías en los barrios en la persona de rateros o simples proletarios en controles de carretera. Los Proletarios Armados por el Comunismo decidieron responder a todo esto y ejecutaron al joyero Torregiani, en Milán, y al carnicero Sabbadin, cerca de Venecia. A continuación se produjo una incursión policial en un barrio de Milán de donde se sospechaba que procedían los Proletarios Armados por el Comunismo; la policía extremó la violencia llegando a darse el caso incluso de la comisión de torturas. La organización respondió ejecutando a un agente de la Digos (la policía política) involucrado en los hechos, Andrea Campagna. Como se puede observar, se trataba de campañas de prolongación de las luchas y de una cierta radicalidad del movimiento. Ya en el año 79 la experiencia se agotó; algunos se integraron en Prima Linea, otros radicalizaron su matriz y se constituyeron en “Atracadores Comunistas”. Otra experiencia reseñable fue la de “Barbagia Roja”. Barbagia es una región interior de Cerdeña. Cerdeña ha mantenido desde la unificación de Italia una identidad de tenaz rebeldía pues, en la práctica, sufrió la unidad como una auténtica colonización: el subdesarrollo impuesto por el capitalismo italiano se reflejaba en sus condiciones socioeconómicas. Cerdeña fue utilizada como reserva de mano de obra emigrante, allí se instalaron sólo unas pocas fábricas y de la peor especie (del sector petroquímico y otras porquerías semejantes) así como varias cárceles que, en especial, daban empleo a parte del proletariado sardo como policías de prisiones (en toda Italia). En Cerdeña hay todavía bases militares, italianas, americanas y de la OTAN (¡la mitad de las bases militares italianas están allí!). El panorama estaba bastante claro. Ni que decir tiene que el movimiento rebelde de la clase tuvo allí una gran tradición (numerosas figuras del comunismo y el anarquismo eran naturales de Cerdeña, pensemos, por ejemplo, en Gramsci), así como el bandolerismo19, y que ambos se entremezclaron, naturalmente, en ciertos momentos. En cualquier caso, la lucha contra el Estado y sus secuaces tuvo allí siempre su importancia. Barbagia Roja nació, pues, del entrecruzamiento de estas raíces y de la nueva oleada de los años 70. El objetivo central de sus ataques fue, naturalmente, la militarización del territorio. De hecho, Barbagia Roja sistematizó y dio un marco político a una práctica antagonista

19 Recuérdese el cuento de Guy de Maupassant titulado Une vendetta, ambientado en Cerdeña. [N. del t.]

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difusa ejercida por muchos grupúsculos vinculados bien a las luchas populares, bien al “bandolerismo”. Sufrió el asesinato de dos camaradas, Francesco Masala y Mario Bitti, por los carabineros en diciembre del 79. Mantuvo una estrecha relación con las Brigadas Rojas debido también a la presencia en la isla y en sus proximidades de las cárceles de máxima seguridad más importantes de Italia (Asinara y Nuoro). De hecho, trabajaron juntos y ello tuvo sus consecuencias. La mención a las cárceles nos remite a un capítulo importante del 79: los motines en dos prisiones de máxima seguridad: Termini Imerese (Palermo) y Asinara. El primero en septiembre, el segundo en octubre. Es sobre todo este segundo el que merece ahora nuestra atención. Asinara, situada en una pequeña isla frente a la costa de Cerdeña (las peores prisiones son las aisladas, como ésta), se había convertido en el símbolo de las prisiones de máxima seguridad por la dureza de sus condiciones, por la política de aniquilación que a todas luces se aplicaba allí contra los militantes revolucionarios y también por la enorme combatividad que había en su interior. Además, al estar allí encerrado el núcleo de los mejores brigadistas, se produjeron entre sus muros notables contribuciones teórico-políticas para el exterior: aquel año salieron de allí tres documentos importantes que difundió la prensa revolucionaria y fueron objeto de debate. Un camarada de la primera hora de las Brigadas Rojas, Fabrizio Pelli, murió de cáncer; en sus últimos días había sido trasladado al hospital y mantenido en aislamiento estricto por un cordón policial. Hasta su muerte, Pelli se negó a pedir nada. Su figura permanece imborrable en el pensamiento y la memoria. Estos motines se llevaron a cabo de una manera político-organizativa precisa. En los “campos” –así se había rebautizado a las prisiones de máxima seguridad- las Brigadas Rojas habían impulsado la formación de Comités de Campo o Comités de Lucha, abiertos a distintos tipos de presos, en especial a ladrones politizados, a presos rebeldes con una historia de lucha detrás de ellos. Una especie de organización de masas que actuaba en dialéctica con las Organizaciones Comunistas Combatientes exteriores. ¡El motín de Asinara pretendió lisa y llanamente su destrucción total! Los presos rompieron todo lo que se podía romper dejando la cárcel inutilizable. Fue una acción de gran valor. Como es de imaginar, las represalias fueron de una tremenda vileza, con castigos generalizados, traslados a celdas de aislamiento en otras prisiones y a menudo incluso violencia física. Pero se había arrancado una primera victoria altamente simbólica con esta devastación. El Estado no tardó en ponerla de nuevo en funcionamiento, pero se produjo, como vamos a ver, una segunda ofensiva revolucionaria con resultados. Del lado de la represión, 1979 se caracterizó también por la gran redada llamada del “7 de abril”, que alcanzó de lleno a los círculos de la Autonomía Organizada. Unos 30 dirigentes o ex dirigentes así como militantes conocidos fueron encarcelados, mientras

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se efectuaban cientos de registros por toda Italia. Fue un asunto muy contradictorio. La operación fue puesta en marcha por el sector de la judicatura de tendencia reaccionaria, sobre la base del clásico teorema-conspiración (el teorema Calogero, por el nombre del magistrado, se convirtió en paradigma del tratamiento represivo-judicial de la lucha de clases). Según este teorema, todo era Brigadas Rojas20 –la Autonomía era tan sólo un simple brazo más público- y de lo que se trataba, sobre todo, era de buscar a los “jefazos” que, naturalmente, para las estúpidas y presuntuosas entendederas burguesas, sólo podían ser grandes cabezas, profesores o algo semejante. Efectivamente había profesores de Universidad que pululaban por la Autonomía, había todo un núcleo de profesores-investigadores de la Universidad de Padua de cierta reputación, incluso internacional. Su gran pope era el famoso Toni Negri. ¡Ahí estaba! Habían encontrado al gran jefe en la sombra, al gran instigador y pensador de las Brigadas Rojas con todo su séquito. Todo ello precipitó una crisis política, puesto que, en realidad, la Autonomía estaba muy alejada de las Brigadas Rojas y de su visión del proceso revolucionario, de marcado carácter leninista, y al mismo tiempo dividida en su interior entre diferentes matices, tendencias, así como por evoluciones, especialmente en el plano teórico, azarosas, oscilantes y despreocupadas por completo de cualquier idea de continuidad, del sentido colectivo en la construcción, del protagonismo intelectual... Más allá de la injusticia de quedar implicados en un proyecto y en actividades que no eran los suyos, Negri & Cia. comenzaron a defenderse de manera disociada, es decir, marcando las distancias al hacer recaer las culpas sobre los demás. Adoptaron el lenguaje del enemigo: “No somos asesinos ni terroristas”, lo que implicaba que otros sí lo eran. Se deslizaron hacia el terreno de una defensa victimista (los intelectuales, víctimas eternas del poder), legalista, hacia el terreno de las garantías burguesas, empezaron a retractarse de sus posiciones extremistas de antaño, dando finalmente un espectáculo muy poco glorioso y extremadamente perjudicial a la causa revolucionaria en su conjunto, al margen de las divisiones organizativas y de posicionamiento. Por otra parte, todo ello desencadenó una crisis interna en la propia Autonomía, al negarse una parte importante de sus miembros a seguir ese camino, lo cual provocó nuevas fracturas y fragmentaciones, por si no eran suficientes las que ya había. La organización veneciana, la más importante pero también la más influida por la Autonomía, reaccionó en cualquier caso con una llamada a la movilización general y nacional; tan sólo unos días después hubo una oleada de ataques contra las estructuras represivas y de la Democracia Cristiana. Durante una de estas operaciones se produjo un gravísimo incidente: tres camaradas murieron por la explosión accidental de la bomba que manipulaban. Se trataba de Antonietta Berna, Angelo Del Santo, Alberto Graziani, militantes muy conocidos en su territorio, la zona industrial de Vicenza. El funeral y su defensa política fueron significativos (los obreros de una fábrica en cuyas luchas Angelo había participado activamente aportando mucho apoyo externo realizaron una asamblea en su memoria y participaron masivamente en su funeral, mientras que en la fábrica donde trabajaba se hizo otra asamblea). Aquel año todo contribuyó a la radicalización y fueron las Brigadas Rojas quienes, una vez más, impulsaron la tendencia, desgraciadamente negativa, de ese giro. Sobre todo al

20 Como el “todo es ETA” del juez Garzón en España. [N. del t.]

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final del año, cuando dieron un terrible salto ejecutando a cinco policías en operaciones sucesivas y perfectamente planificadas. Volvamos a la cronología de los hechos: - Enero de 1979, Guido Rossa, militante revisionista y chivato, ejecutado por las Brigadas Rojas en Génova. - Enero, Emilio Alessandrini, magistrado de Milán, ejecutado por Prima Linea. - Febrero, los tenderos Sabbadin y Torregiani (que habían asesinado a ladrones), ejecutados, uno en Mestre-Venecia, otro en Milán, por Proletarios Armados por el Comunismo. - Febrero, Rosario Scalia, guardia jurado de banco ejecutado durante una acción de expropiación por la Unidad de los Comunistas Revolucionarios (Co.Co.Ri.). - Marzo, Ermanno Iurilli, transeúnte, muerto en el curso de una acción de represalia por Prima Linea (por el asesinato de Barbara y Matteo) en Turín. - Marzo, Giuseppe Guerrieri, carabinero, aunque muerto por un error a manos de Guerrilla Proletaria (cercana a Prima Linea) en Bergamo, Lombardia. - Marzo, Italo Schettini, capitalista inmobiliario-especulador y político de la Democracia Cristiana, ejecutado por las Brigadas Rojas en Roma. - Abril, Andrea Campagna, agente de la Digos (policía política) implicado en las torturas que se produjeron tras las redadas en el barrio de Barona en Milán contra los Proletarios Armados por el Comunismo, que fueron quienes lo ejecutaron. - Mayo, los policías Mea y Ollanu muertos durante el ataque de las Brigadas Rojas a la sede regional de la Democracia Cristiana en Roma. Se trató de una acción contundente, que supuso la ocupación de territorio por parte de quince activistas, en pleno centro de Roma, demostrando una elevada capacidad militar. - Julio, el guardia jurado de banco Mana, muerto accidentalmente durante una acción de expropiación cerca de Turín, por Prima Linea. - Julio, el coronel de los carabineros Varisco, responsable de prisiones, ejecutado por las Brigadas Rojas en Roma. - Julio, el empresario hostelero Civitate, considerado erróneamente como el delator de dos camaradas muertos en su bar, muerto por Prima Linea en Turín. - Septiembre, el dirigente de la Fiat Ghiglieno, en acción contra la reestructuración y la ofensiva patronal, ejecutado por Prima Linea en Turín. - Noviembre, el policía Granato, de la comisaría de un barrio proletario de Roma, San Lorenzo, centro de lucha y de organizaciones, ejecutado por las Brigadas Rojas.

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- Noviembre, los carabineros Tosa y Battaglini, ejecutados en una acción de “contrapatrullaje” por las Brigadas Rojas de Génova. - Noviembre, el suboficial de policía Taverna, ejecutado por las Brigadas Rojas en Roma. - Diciembre, el suboficial de policía Romiti, ejecutado por las Brigadas Rojas en Roma. Todo lo cual da idea de la intensidad del enfrentamiento: en diciembre hubo un “viernes negro” en Turín (como lo llamaron, asustados, los periodistas del régimen): las Brigadas Rojas dispararon a las piernas a un director de fábrica en Mirafiori, organización que expropió igualmente una parte del fondo de nóminas de la fábrica de Rivalta; lo mismo sucedió finalmente en la fábrica de Lingotto (si bien fueron ladrones, aunque la prensa exageró). 12. 1980: la primera crisis Hasta finales de marzo, las cosas siguieron a ese ritmo. Se produjo incluso la ejecución de una patrulla de tres policías de la DIGOS que de civil, patrullaban en una zona industrial de Milán y, más tarde, una ofensiva contra los jueces: cayeron cuatro en diferentes ciudades y a manos de diferentes Organizaciones Comunistas Combatientes. Pero la guerra pronto terminaría siendo cosa de dos: el Estado finalmente consiguió encontrar un punto débil, una grieta. En febrero-marzo, dos militantes de alto nivel, después de su detención y de varios días de aislamiento, traicionaron y entregaron a decenas de camaradas. Fueron el jefe de la columna de Turín de las Brigadas Rojas, Peci, y un responsable de Prima Linea, también de Turín, Sandalo. De inmediato se hizo patente un grave error estratégico, (si no de fondo), sobre el modo de concebir la organización y el papel de los dirigentes. Sabían mucho, demasiado: en el caso de las Brigadas Rojas, debido a una mala concepción de la centralización y verificación de las informaciones sobre los camaradas (error de concepto antimarxista-leninista), mientras que en el de Prima Linea fue más bien la tendencia anarquizante lo que produjo el mismo resultado. Pero la crisis política se puso de manifiesto en el hecho de que estas dos traiciones fueron seguidas por otras y, en general, por la falta de atención de muchos camaradas, debido a la incapacidad de resistir a presiones a las que se suponían que, en aquel momento, resistiría cualquier militante si le detenían. ¡No! Era evidente que había un problema de fondo, una crisis en términos de perspectivas, que engendraba cansancio, miedo y otras contradicciones. En cualquier caso los daños estaban ahí, sobre todo a nivel político. Porque, aunque los traidores siempre habían existido (y siempre existirán), la dimensión del fenómeno, en este caso, era excesiva. De golpe se desplomó el prestigio de la enorme eficacia e impenetrabilidad de la Organización (por ejemplo, la columna genovesa de las Brigadas Rojas no había sufrido hasta entonces más que una detención y su “blindaje” se había hecho legendario). La crisis reveló debilidades y miserias humanas, por la vía perversa de los arrepentidos y de la manipulación mediática, y se hizo patente en el hecho de esas rendiciones instantáneas, en el momento de la detención. Esa inmediatez llamaba profundamente la atención porque en aquel momento no se podía hablar todavía de tortura (algunos golpes en las comisarías no son insoportables); además, en el

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imaginario social, se estableció al instante la comparación con la Resistencia, con los Partisanos, entre quienes no se había dado este fenómeno, sino todo lo contrario, un notorio heroísmo frente a la tortura sistemática. Todo esto, en definitiva, menoscababa la credibilidad de las Organizaciones Comunistas Combatientes, de la lucha armada, de la idea de Revolución. Y después tuvo lugar el terrible salto cualitativo decidido por el Estado: la masacre a sangre fría de cuatro camaradas, mientras dormían, en un piso franco de Génova cuya localización reveló el traidor Peci. No fue un tiroteo, un enfrentamiento como ocurre a menudo (con pérdidas de un lado y otro). Fue una masacre confirmada por el bloqueo impuesto alrededor de la casa (que no pudieron visitar los periodistas hasta varios días después y a toda prisa), ¡y por la consigna de que no se abrieran los ataúdes, lo que impidió que nadie viera los cuerpos! Se trató de una masacre deliberada que lanzaba una señal precisa: “¡A partir de ahora os vamos a matar!” Los camaradas caídos representaban muy bien lo que eran las Brigadas Rojas: Anna Maria Ludman, oficinista, Lorenzo Betassa, en la clandestinidad, ex trabajador y ex delegado de la Fiat, Pietro Panciarelli, en la clandestinidad, ex trabajador de la Lancia, Riccardo Dura, en la clandestinidad, ex marinero. Las Brigadas Rojas difundieron un panfleto en su honor en muchas ciudades y fábricas. A un nivel más general, el movimiento revolucionario asumió la defensa de su memoria en la batalla contra los medios de comunicación que llevaban a gala su trabajo sucio de difamación. Del lado de las organizaciones, se reaccionó tratando naturalmente de limitar el alcance de la cuestión, refiriéndose a los arrepentidos esencialmente como “cucarachas que hay que aplastar” y tratando de seguir como antes (lo cual era bastante comprensible pues una reflexión y eventuales correcciones autocríticas requieren tiempo y precauciones). La guerra continuó, pero un punto de inflexión importante se produjo en otoño. La Fiat, capo principal del gran capital italiano, aprovechando la desarticulación simultánea de dos columnas (de las Brigadas Rojas y de Prima Linea) en Turín, lanzó una gran contraofensiva al declarar la situación de crisis y un plan de 14.000 despidos (¡lo cual en ese momento era un “escándalo” inimaginable!). La lucha fue grande –35 días, con una primera fase de manifestaciones internas y ataques contra los jefes de bajo nivel, seguida de una fase de ocupación de las fábricas que, en realidad, demostró ser una forma sutil de los sindicatos de sobrecargar la lucha, de debilitarla (al sacar de hecho de la fábrica a la gran masa de trabajadores y retomar el control con el apoyo del aparato revisionista exterior)- pero, en ese momento, en condiciones defensivas y de debilidad del movimiento obrero a causa, además, de los duros reveses sufridos por las Organizaciones Comunistas Combatientes. Como jefes del cotarro, los sindicatos revisionistas y amarillos y la patronal se repartieron la labor de zapa: los primeros, mediante esa estrategia de debilitamiento del interior y evitando a toda costa una extensión del conflicto a otros sectores; los segundos, recurriendo a toda la panoplia represivo-colaboracionista, que culminó en el espectáculo, tan nuevo como repugnante, de dos marchas silenciosas contra la huelga en las que participaron todos los capataces y parte de los empleados (organizados directamente por los jefes de personal bajo amenazas y chantaje, como reconocieron ellos mismos varios años

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después). Efectivamente eran miles, pero la máquina de falsificar de los medios de comunicación proclamó que “40.000” (lo cual era sencillamente imposible por simple comparación con el número de trabajadores de la Fiat). ¡En cualquier caso fue ésa la cifra que pasó a la historia! Los sindicatos se hundieron en el derrotismo, intervino el poder judicial para restablecer el orden mediante el envío de pelotones de policías a las puertas de las fábricas y la suerte estaba echada. Hubo un último gesto de orgullo obrero: los insultos, paraguazos y tomatazos con que se agradeció a los burócratas sindicales en las asambleas de votación el acuerdo de capitulación. La votación fue mayoritariamente contraria al acuerdo pero –poder de la democracia formal burguesa- en estos casos los sindicatos siempre encuentran razones para invalidar esas decisiones y liquidar todo apoyo organizativo a la continuación de la ocupación. Todo ello, en las condiciones de debilidad de la autonomía de la clase, tuvo consecuencias fatales. Aún se produjeron dos manifestaciones muy virulentas esa misma tarde en Turín, en medio de un despliegue policial impresionante, y, por último, un asalto masivo, de unos cientos de personas, a una de las sedes sindicales más simbólicas (la Liga de Metalúrgicos-Mirafiori) para arrasarla e insultar a los colaboracionistas. Esta derrota marcó el punto de inflexión, un cambio definitivo de las relaciones de fuerza entre clases. Hasta las cifras lo ilustran: los años 70 fueron los años de lucha y progresos de la clase, los 80, los de la contraofensiva capitalista. La clase obrera de la Fiat había constituido hasta entonces la vanguardia reconocida de las masas, el polo por excelencia, debido a la alta concentración y homogeneidad de la clase en el polo de Turín, que, además, había sido el centro neurálgico en todos los episodios destacados de la lucha revolucionaria en la Italia del siglo XX. El enfrentamiento de clase y, específicamente, la confrontación armada, se agudizaron durante los dos años siguientes. Los datos cuantitativos son significativos: 1980 fue el año con el mayor número de detenciones, 1.021, mientras que el año anterior habían ascendido a 393. Hubo 433 en 1981 y un nuevo pico coincidiendo con la auténtica derrota táctica del 82: 965. Se produjeron dos acontecimientos importantes a finales de 1980. La primera escisión de las Brigadas Rojas, por parte de la columna milanesa, marcó el final de la expansión “lineal” de las Brigadas Rojas, revelando importantes contradicciones internas y, en resumidas cuentas, el malestar de fondo que reinaba en las filas ante los graves fenómenos de que hemos hablado. Una suerte de aspecto “mítico” sobre la fuerza y el carácter unitario de las Brigadas Rojas se vio también afectado. La crisis política que condujo a la escisión se refería naturalmente al debate sobre las perspectivas. La Columna Walter Alasia (CWA) de Milán consideraba la necesidad de reorientarse hacia la intervención a nivel de fábrica, volver a los puntos fuertes, a las fuentes de la autonomía de la clase, preocupada sobre todo por los efectos del desfase evidente que se había producido en relación a la realidad de la clase tras la escalada militarista. En realidad, también la Columna Walter Alasia seguía convencida de los “fundamentos”, incluyendo la “conquista de las masas en el terreno de la lucha armada”, sin percibir que el problema se planteaba probablemente ya no en tesis tan extremas: la diferencia residía más bien en matices de proyecto y métodos. Por ejemplo, la Columna Walter Alasia insistía mucho en que la materialización de unos Organismos de Masas Revolucionarios que formaban parte del programa de las Brigadas Rojas desde hacía

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tiempo –organismos que debían asegurar la dialéctica con la autonomía de clase, la conquista de las masas- se había retrasado. Pero, cuidado, aun debiendo ser expresiones internas en el seno de las masas, se trataba de organizaciones clandestinas sobre la base de la línea de la lucha armada (lo cual, en nuestra modesta opinión, era ya el error de base de esta concepción de la dialéctica con las masas). Así, la Columna Walter Alasia, para resaltar las razones de su independencia, lanzó una campaña contra la reestructuración y la contraofensiva patronal (que acababa de manifestarse con toda claridad en la derrota de los trabajadores de la Fiat) y atacó a dos dirigentes de grandes fábricas en las afueras de Milán, donde las Brigadas Rojas estaban muy presentes. La Columna Walter Alasia pagó también un alto precio a la represión. Varios de sus militantes fueron asesinados a manos de los grupos especiales de los carabineros. Los camaradas Grazioli y Serafini no tuvieron tiempo de reaccionar y cayeron en la calle bajo las ráfagas de ametralladora. El otro gran acontecimiento fue la ofensiva lanzada por las Brigadas Rojas, conjuntamente con los Comités de Lucha de Trani, contra las prisiones de máxima seguridad, con el objetivo prioritario de lograr el cierre de la de Asinara. Esta isla-prisión había sufrido un primer gran golpe con el motín del año anterior, pero el Estado la había rehabilitado parcialmente. El símbolo era demasiado importante para ambos bandos. La ofensiva de las Brigadas Rojas se articuló en torno al secuestro de D’Urso, magistrado de asuntos penitenciarios del Ministerio de Justicia: comenzaba el pulso. Esta vez, las Brigadas Rojas llevaron a cabo con éxito una eficaz operación de cobertura mediática al imponer la publicación en un gran semanario nacional de un comunicado y una entrevista sobre la operación en curso. A los diez días se les unieron los amotinados en la prisión de máxima seguridad de Trani, donde un centenar de presos (organizados en el Comité de Lucha del Campo) tomó como rehenes a 20 funcionarios. Tras una campaña mediática para reducir el alcance de la “concesión”, el Estado organizó el cierre definitivo de Asinara. ¡Fue una victoria indiscutible! Las Brigadas Rojas cumplieron con su palabra y liberaron al magistrado, que era un planificador de las condiciones carcelarias; entre tanto, los carabineros sometieron a sus anchas a los presos de Trani. Dispararon con ametralladoras por los pasillos para obligarles a refugiarse en las celdas y luego apalearon sistemáticamente a todo el mundo, incluidos (lo más grotesco del drama) algunos de los funcionarios secuestrados. Hubo camaradas heridos de bala. Unos días más tarde, la última palabra la tenían de nuevo las Brigadas Rojas que ejecutaron como represalia a un general de los carabineros, Galvaligi, responsable también él de las prisiones de máxima seguridad. Esta operación se puede considerar casi como el apogeo histórico de las Brigadas Rojas, tanto por el modo en que se desarrolló y su victoria, como porque fue la última que llevaron a cabo unas Brigadas Rojas unitarias. Al poco tiempo las líneas de fractura se abrieron, precipitando la crisis política general. Cronológicamente:

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- Enero de 1980, tres agentes de la DIGOS, Cestari, Tatulli y Santoro, en tareas de control e información en una zona industrial de Milán, ejecutados por las Brigadas Rojas. - Enero, el director adjunto de la Petroquímica de Marghera-Venecia, Sergio Gori, ejecutado por las Brigadas Rojas. - Enero, el coronel Tuttobene, responsable de contrainsurgencia y otro carabinero, Casu, ejecutados por las Brigadas Rojas en Génova. - Enero, el vigilante de fábrica Carlo Ala resulta muerto por error (se trataba sólo de dispararle a las piernas) por los Núcleos Comunistas Territoriales (de la Autonomía de Turín), en una fábrica siderúrgica, Framtek, de la Fiat. El autor del error era de nuevo un “militarista” que pronto se convertiría en arrepentido... - Febrero, el dirigente de la Icmesa de Seveso, Paoletti, ejecutado por Prima Linea en Monza (Milán). Ésta era la famosa fábrica que provocó la grave contaminación por dioxinas. - Febrero, el vicepresidente del Consejo Superior de la Magistratura, Bachelet, ejecutado en Roma por las Brigadas Rojas. - Marzo, el fiscal de Salerno (Campania), Giacumbi, ejecutado por un núcleo denominado Columna Fabrizio Pelli (próxima a las Brigadas Rojas). - Marzo, el magistrado Minervini, responsable de Asuntos Penitenciarios del Ministerio de Justicia, ejecutado en Roma por las Brigadas Rojas. - Marzo, el magistrado Galli, ejecutado en Milán por Prima Linea. - Abril, el vigilante privado Pisciuneri, muerto, en un intento de desarmarlo, a manos de un núcleo de antiguos miembros de Prima Linea en Turín. - Mayo, el dirigente de la Digos Albanese, ejecutado por las Brigadas Rojas en Mestre-Venecia. - Mayo, el dirigente regional de la Democracia Cristiana de Campania, Amato, ejecutado por las Brigadas Rojas en Nápoles. - Mayo, el periodista Tobagi (del Corriere della Sera), ejecutado por un núcleo surgido de la Autonomía, la Brigada 28 de marzo, en Milán. - Junio, el carabinero Chionna, muerto en un tiroteo tras una expropiación en Tarento (Apulia), por Prima Linea. - Agosto, los carabineros Cortellessa y Cuzzoli, muertos tras una expropiación en Viterbo (Lazio), por Prima Linea. - Noviembre, el dirigente industrial Briano, de la fábrica Marelli en las afueras de Milán, ejecutado por la columna milanesa que acababa de escindirse –la primera

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escisión- de las Brigadas Rojas. Desde entonces operó con el nombre de “Columna Walter Alasia” (CWA). - Noviembre, el dirigente industrial, Mazzanti, de la acería Falck, ejecutado en las afueras de Milán por la Columna Walter Alasia. - Noviembre, el policía Giuseppe, muerto en un intento de desarmarlo, en Bari (Apulia) por Prima Linea. - Diciembre, el vigilante Zappalà, muerto en un intento de desarmarlo, en Pavía (Lombardía) por Prima Linea. - Diciembre, el general de los carabineros Galvaligi, ejecutado en represalia por la represión en Trani, por las Brigadas Rojas. 13. 1981: ofensivas y divisiones Decididamente, este fue el año de cuatro secuestros casi simultáneos, llevados a cabo por las tres secciones en que acababan de fracturarse las Brigadas Rojas; en general fue un año con un gran nivel ofensivo. Mientras, Prima Linea se había escindido también en dos organizaciones separadas, los Comunistas Organizados para la Liberación Proletaria (COLP) y el Núcleo Comunista; la primera sigla ya revelaba en realidad una restricción de cualquier actividad y proyecto a la liberación de los presos (abandonando las veleidades de liberación del proletariado que se habían puesto demasiado difíciles) y a las actividades de autofinanciación y de combate contra los aparatos represivos. Fue casi lo mejor que pudo ocurrir a la luz del rumbo emprendido, de la pérdida de lucidez y de consistencia estratégica: su última acción enfocada hacia la clase fue la ocupación de la Escuela de Cuadros de la Fiat, donde pusieron contra la pared a cinco profesores y cinco estudiantes, y les dispararon a las piernas. Era el fruto genuino de las concepciones de la “guerra social total” y otras categorías absolutas, cuyos daños fueron similares a los de las aventuras del Partido Guerrilla (PG). En cuanto a los círculos de la Autonomía, proseguían en su línea de actividad de perfil bajo, pero al menos arraigada en el territorio. Ataques frecuentemente incendiarios o con explosivos, asaltos, unas pocas acciones de disparos a las piernas. Aquí el límite de la fragmentación existía desde el principio y nunca se sobrepasó. Sobre los círculos de la Autonomía influyó, además, la línea de la disociación desarrollada por los grupos de los profesores sabelotodo, línea que, después de provocar escisiones a diestro y siniestro, produjo el declive general de la Autonomía (y, a más largo plazo, el ser sobrepasada en su propio terreno por el movimiento “anarco-insurreccionalista” que surgió en los 90). El primer secuestro fue el llevado a cabo contra Cirillo, responsable regional de la Democracia Cristiana en Campania, en el marco de una estrategia de desarrollo de la “guerra social” en relación con las luchas locales de los parados y los sin techo (en especial respecto a los damnificados del reciente terremoto que había confinado a miles de familias en barracones y containeres, mientras ese partido de tiburones que era la Democracia Cristiana se disponía a especular del modo más innoble). “Guerra social” porque, precisamente, los organizadores fueron la columna de Nápoles y el Frente de Prisiones que, por este acto decidido autónomamente, formalizaron la nueva ruptura y la

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formación de las Brigadas Rojas-Partido Guerrilla (BR-PG). De hecho, en este proceso político iban a coagular toda una serie de rasgos subyacentes de la historia de las Brigadas Rojas (y en general de la lucha armada en Italia) que le dieron su aspecto ecléctico. Es decir, la matriz de donde nació la lucha armada era tributaria de diferentes aportaciones que, en aquel momento, le dieron fuerza y argumentos para romper con el revisionismo. En especial, la Revolución Cultural y la teoría de la Guerra Popular, de China, la experiencia de guerra popular en Vietnam y la guerra de guerrillas en Cuba y América Latina (Tupamaros y Marighela21). Había, pues, sólidas raíces marxistas-leninistas, de continuidad con el Movimiento Comunista Internacional. Pero las exigencias de ruptura con el revisionismo, con la vía pacífica y reformista al socialismo, impusieron actitudes más “pronunciadas”. Y luego, en fin, cualquier nueva experiencia tiene derecho a su juventud, a sus errores... Con el tiempo llega el trabajo de pulir, de rectificar, de precisar, etc. Ahora bien, los elementos de eclecticismo retornaban y se convertían en posiciones subjetivistas/extremistas, ya fuera en la trayectoria que había conducido a Prima Linea a un militarismo desesperado, ya en el caso de las Brigadas Rojas-Partido Guerrilla, que llegó al mismo resultado partiendo de la radicalización de las tesis marxistas-leninistas y, finalmente, de su desviación completa. Veamos algunas de estas tesis. El punto de partida seguía siendo la teoría marxista-leninista sobre la crisis capitalista, de carácter histórico, por la superproducción absoluta del capital. Pero se la transformaba en un acontecimiento catastrófico en el que la tendencia se convertía en una realidad presente. Desde esta óptica, la crisis era total, la única respuesta del sistema era la guerra y, especialmente, la guerra contra el proletariado, visto como el principal obstáculo para la reactivación del capital. Por lo tanto, sencillamente, guerra de destrucción contra el proletariado metropolitano e internacional. Por esa vía terminaron coincidiendo con las tesis de Prima Linea sobre la “crisis de mando”, en virtud de la cual el sistema imponía, y únicamente por la fuerza, una forma socioeconómica obsoleta e inútil. Se consideraba que la estatización-militarización de las relaciones sociales, de todos los vericuetos sociales, era total; todos los activistas reformistas y sociales eran inmediatamente policías, etc. Del lado del proletariado, la crisis de composición de la clase que se había vivido en el ciclo de los años 70 no era grave, al transformarse de golpe en “Proletariado Metropolitano” que, aunque más fragmentado y moldeado por las reestructuraciones, era aún más masivo y poderoso potencialmente. En ese sentido, no había problema alguno ya que, como las tendencias se materializaban de inmediato, había un Proletariado Metropolitano extremadamente radical que no exigía más que hacer la guerra. La “Guerra Social Total”, por supuesto: aquí se observa también una grave deriva hacia las tesis subjetivistas, cuyo eje era la negación de los pasos políticos de la Revolución (toma del poder, dictadura, transición y otras “antiguallas ML”), la negación de lo político, sencillamente, y la afirmación del valor subversivo (¡total!) de lo social, del antagonismo, las luchas, los comportamientos y... ¡los deseos! El Proletariado Metropolitano, lo social, no podía expresarse sino por medio de las armas, la guerra de clases, cuyo objeto y programa era nada menos que la Transición al Comunismo. El 21 Guerrillero brasileño fundador de un grupo armado marxista-leninista autodenominado Ação Libertadora Nacional (ALN, “Acción Liberadora Nacional”). [N. del t.]

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poder que se construía al mismo tiempo que abolía el poder, la legalidad revolucionaria que abolía la legalidad burguesa y, como colmo de la ilógica idealista, el Ejército Revolucionario como órgano supremo de recomposición de la clase, de todas las prácticas antagónicas y de destrucción de cualquier poder futuro... En definitiva, que cuando se vuela como Píndaro se puede llegar revoloteando muy lejos y, como cualquier buen anarquista, evitándose dar respuestas sometidas a un desarrollo materialista y dialéctico de las transiciones políticas y sociales. Resulta llamativa esta aceleración en pos de la realización de las tendencias y de los procesos de transición. Impaciencia sobre la que influyó, probable y más prosaicamente, la urgencia de las contradicciones más apremiantes. Por ejemplo la del creciente número de encarcelamientos de militantes, la de la imposibilidad manifiesta de encontrar soluciones realistas a esta cuestión al tiempo que todo un sector de militantes presos exigía que se encontraran y rápido. Quizá no fuera una coincidencia que los miembros históricos encarcelados, que tuvieron un papel esencial en esta deriva de las Brigadas Rojas-Partido Guerrilla, después de la derrota militar, se deslizaran rápidamente hacia la disociación (en medio de un conjunto de recriminaciones y acusaciones venenosas que contaminaron el clima en las prisiones). Lo que estaba pasando en las prisiones tuvo, por otro lado, un peso importante a partir de un determinado momento e influyó muy especialmente en este secuestro. Entre las piruetas extremistas del Partido Guerrilla también hubo análisis anarquizantes sobre las cárceles y los presos: “¡Todos iguales y con el objetivo inmediato de destruir las prisiones!” Ahora bien, precisamente el conocimiento acumulado en las luchas había confirmado sobradamente las distinciones hechas por el análisis marxista, es decir, que se debía desconfiar del subproletariado. Al hacer recapitulación de este ciclo, se pudo ver perfectamente que los presos salidos de las barriadas obreras, metropolitanas, ligados por tantos y tantos vínculos a la cultura obrera y de la revuelta, eran una cosa; otra era el “ambiente” del hampa clásico, caracterizado por actividades infames (como el proxenetismo y la colaboración bajo cuerda con la policía); y otra, por último, las organizaciones mafiosas, marcadas por una ideología burguesa, con tintes feudales (la visión señorial, los “hombres auténticos”, con derecho a la riqueza y a explotar al prójimo, la opresión de la mujer, considerada como una sirvienta, etc.). Las luchas habían confirmado estas distinciones precisas de clase, con desbordamientos entre los soldados rasos de las mafias (dado que para ellos cualquier ideología mafiosa seguía siendo más bien una abstracción y no tanto una realidad de la vida), cuyo origen se encontraba entre los atracadores jóvenes de los suburbios obreros. Pues nada de esto importó lo más mínimo al Partido Guerrilla, que se embarcó en una aventura con una rama de la Camorra napolitana: un ejemplo más de los resultados de sus audacias teórico-prácticas. Teóricas, en tanto que elaboraciones que suprimían todas las diferencias y la complejidad de la clase en una única categoría que legitimaba cualquier actitud social de “transgresión”: el Proletariado Metropolitano (no criticamos aquí la categoría que, por el contrario, es más bien justa y útil, sino su versión Partido Guerrilla). Prácticas, puesto que el Partido Guerrilla llegó al punto de valorizar las actividades ilegales y extralegales tal cual, como forma de lucha del Proletariado Metropolitano, incluso en expansión, una especie de terreno sustitutivo del de la producción (que se reducía y estaba sometido a la presión de las reestructuraciones). De este modo, hubo un intercambio de favores en este ámbito y en el de la lucha contra los aparatos represivos. Más aún, se produjo el acercamiento interno en la cárcel por

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contraste frente al “arrepentimiento”: allí desafortunadamente entraron en juego las dinámicas carcelarias, el peso de la vida en cautividad, con sus patologías, como podrían calificarse, y, especialmente, la espiral paranoica de la sospecha. El Partido Guerrilla quería quebrar el fenómeno del arrepentimiento mediante ejecuciones ejemplares y, en paralelo, fortaleciendo la disciplina de las filas, desenmascarando cualquier actitud ambigua, potencialmente traidora, etc. En este punto había acuerdo con la rama de la Camorra por entonces más poderosa, la Nueva Camorra Organizada (NCO), que mezclaba un cierto populismo (demagógico, por supuesto) con la simpatía por estos revolucionarios, a menudo napolitanos, que tenían tanto arrojo y valentía en el enfrentamiento con la policía y el Estado. Se llegó al acuerdo en un ámbito en que la Camorra ha sido desde siempre muy experta: hacer que sus jóvenes pasaran el tiempo en la cárcel en un estado de observación recíproca y constante de las actitudes, los comportamientos, etc., al acecho en todo momento de razones o pretextos para el ajuste de cuentas, para “montar líos” (como se dice en la jerga carcelaria). Suprema paradoja: sus derivas “libertarias” llevaron al Partido Guerrilla a emprender una campaña de vigilancia policiaca de la vida en prisión. La vida en algunas secciones se convirtió en un infierno y produjo no pocos dramas e implosiones: en 1983, el Partido Guerrilla se hundió políticamente y una buena parte de los camaradas, quebrantados por estas derivas, siguió el camino de la disociación... Obviamente, desde la operación de secuestro del responsable de la Democracia Cristiana Cirillo, los contactos con la Nueva Camorra Organizada resultaron importantes, en especial para su desenlace mediante el pago de un rescate elevado, que incluyó una parte para la Camorra, por sus buenos oficios... La experiencia del Partido Guerrilla, iniciada sobre bases correctas en términos de contenido político, en dialéctica con la lucha de los sin techo y los desempleados (se plantearon exigencias en ese sentido), se perdió por los vericuetos de estas aventuras políticas. Al final quedó la impresión de una simple operación de rescate hecha en complicidad con la Camorra. En el mes de mayo empezó el secuestro de Taliercio, director de la Petroquímica de Venecia-Marghera. Como ya dijimos, era éste uno de los polos de la clase en Italia, tanto por sus dimensiones y concentración (con plantas siderúrgicas que empleaban a unos 40.000 asalariados), como por las características de esas fábricas, fábricas de muerte, muy tóxicas, que habían dado pie a intensas experiencias obreras de crítica anticapitalista que, a su vez, se habían extendido a todas las zonas ampliamente afectadas por la contaminación. De esta manera, el nivel de autonomía de la clase siempre había sido elevado allí: tanto la Autonomía Organizada como las Brigadas Rojas tenían sólidos vínculos en esta zona. Esta operación se insertaba en el combate generalizado contra la oleada de reestructuraciones y la contraofensiva patronal. No hubo, en todo caso, una reivindicación particular: las Brigadas Rojas-Partido Comunista Combatiente (BR-PCC) no constituían una forma de “sindicalismo armado” y Taliercio fue ejecutado. También debe recordarse que durante todas estas operaciones, llevadas a cabo independientemente por tres organizaciones, las Brigadas Rojas, que se mantuvieron en las posiciones oficiales, decidieron llamarse desde entonces, al objeto de definirse mejor respecto a las posiciones emergentes, Brigadas Rojas por la construcción del Partido Comunista Combatiente, es decir, BR-PCC. Veremos cómo fue esta organización la que

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resultó ser más sólida desde todos los puntos de vista, la única que sobrevivió a la terrible experiencia de los años venideros, la única que existe hasta hoy. En junio, la Columna Walter Alasia secuestró a un dirigente de Alfa Romeo en Milán, Sandrucci. En plena lucha contra un plan de despidos masivos, esta operación se realizó en apoyo explícito de la movilización obrera con un objetivo inmediato: la retirada del plan de despidos. Tras un mes de arresto, se consiguió dicho objetivo y la Columna Walter Alasia puso a continuación en libertad al rehén. Se observaba en esta actuación una diferencia fundamental entre las dos ramas de las Brigadas Rojas: unos desconfiaban de las derivas “sindicalistas-economicistas”, otros concentraban el eje de sus actuaciones entorno a una dialéctica que se aferraba a la clase obrera. En realidad debe decirse que se trataba de matices que con el tiempo se desvanecieron, al no ser los primeros unos “fanáticos” del centralismo político ni los segundos del economicismo. Por eso, la Columna Walter Alasia se salvó del desastre que se avecinaba, pero más por su firmeza política dentro de las prisiones que como organización o, al menos, como proyecto (muchos de sus militantes están todavía hoy activos, a nivel público, en el movimiento). En este punto cabe señalar también que esta operación se produjo en medio de una actividad muy intensa de la Columna Walter Alasia. Incluso se puede decir que en el año 1981 fue la organización más eficaz. Buque insignia obrero de las Brigadas Rojas –con un porcentaje de militantes de fábrica que sobrepasaba la mitad de los activistas, unos cien y concentrados en la zona metropolitana de Milán-, la Columna Walter Alasia aprovechaba en realidad toda la riqueza de la trayectoria histórica de las Brigadas Rojas, que habían nacido allí. Su implantación en las grandes fábricas les llevaba a creer en demasía que la solución al estancamiento que comenzaba a perfilarse podía resolverse todavía “volviendo a las fuentes”, relanzando la dialéctica fundamental Partido/masas. Su batalla por el desarrollo de las Organizaciones de Masas Revolucionarias (OMR), vistas como el eslabón de unión esencial y el paso necesario para impulsar el proceso revolucionario, era seguramente correcta. Pero, como el resto, la Columna Walter Alasia se equivocó gravemente al pensar que esta unión, esta conquista de las masas se produciría directamente en el terreno de la lucha armada. De este modo, la Columna Walter Alasia efectuó intervenciones sistemáticas e incluso espectaculares. Golpeó a los jefes y dirigentes de las fábricas y de los hospitales más importantes, todos ellos atravesados por luchas y estructuras de organización autónomas, en algunos casos abiertamente como Organización de Masas Revolucionarias (éste fue el caso de Alfa Romeo, Falck, Breda y otros). Llegó incluso a disparar a las piernas a un jefe en el interior de la fábrica gracias a un núcleo de “currelas” encapuchados, en la Alfa Romeo y en pleno horario de trabajo. Otro “detalle” que supuso un escándalo fue que el dirigente Sandrucci, tras su liberación, se mostró reticente a colaborar con los carabineros y los jueces, arriesgándose a ser procesados por falso testimonio en el juicio. Y ello porque llegó a decir que mientras estuvo secuestrado sus captores discutían con él y le daban textos, marxistas, para leer; comenzó a reflexionar entonces sobre el “trabajo sucio” que llevaba a cabo... Esto también aumentó el prestigio de la Columna Walter Alasia.

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Su gran actividad estuvo, por otra parte, acompañada de una abundante producción de textos y folletos (de los que todavía se encuentran algunos); además, en general, 1981 conoció una vasta producción de todas las organizaciones, incluidos los comités de presos. Finalmente, en julio se produjo el secuestro de Roberto Peci, hermano del gran arrepentido y colaborador él también de la policía. Lo llevó a cabo el Frente de Prisiones de las Brigadas Rojas, estructura aún formalmente centralizada, pero que ya era en realidad una de las dos estructuras que pronto iban a constituir oficialmente el Partido Guerrilla. El arresto duró aproximadamente un mes, con los interrogatorios y la confirmación de su doble juego y de su papel como incitador a la traición de su hermano. El desenlace del secuestro es fácil de imaginar. Mientras las Brigadas Rojas daban estas muestras de fuerza, aunque ya atravesadas por líneas de fractura irreversibles, las otras Organizaciones Comunistas Combatientes estaban por entonces al cabo de sus recursos políticos. Ya no efectuaban más que acciones de supervivencia en relación con los presos y los camaradas en la clandestinidad. La única acción de envergadura fue la ejecución de un esbirro torturador, Rucci, de la prisión de Milán. Pero incluso esta acción no se salía en modo alguno del “circuito cerrado” y marginal del enfrentamiento con la prisión y la represión. Fue un final verdaderamente poco glorioso, sobre todo para una organización como Prima Linea, que disponía, en cualquier caso, de una base de patrimonio teórico-político importante y que había mostrado ambiciones “innovadoras” y de vanguardia de nuevo tipo, interesantes pero empañadas por los muchos excesos y presunciones. En este caso, se puede decir realmente que la prueba de los hechos fue decisiva. Su desbandada a las primeras dificultades serias, su capitulación y su paso al campo de la disociación, hasta su desembarco en las filas del actual “movimentismo” pacifista, reformista e institucional, nos lleva a pensar que el terreno de la innovación revolucionaria debe manejarse con prudencia, coherencia y modestia. Y ello dicho con el mayor respeto (crítico siempre y, por supuesto, sin exaltaciones idealistas o religiosas) por las experiencias históricas que fueron el fruto del impulso, la lucha y el trabajo de las grandes masas proletarias. Sobre el desprecio, sobre la altanería intelectualista, no se puede construir nada bueno. En diciembre tuvo lugar el punto de inflexión. La fractura de las Brigadas Rojas se formalizó (después de que se dieran por liquidadas las últimas tentativas de recomposición) mediante la publicación de una Resolución y Tesis de las Brigadas Rojas-Partido Guerrilla –que oficializaba así también su nombre- y por la decisión del Comité Ejecutivo-Brigadas Rojas (instancia suprema de centralización) de adoptar también un nuevo nombre, para aclarar las cosas, a saber: Brigadas Rojas-Partido Comunista Combatiente. Punto de inflexión, también, porque se puso en marcha la operación Dozier, que constituyó el comienzo de la derrota de 1982. Dozier era un general de los EEUU con un largo currículum vitae al servicio del imperialismo. Había servido en Vietnam y las Brigadas Rojas-Partido Comunista Combatiente decidieron secuestrarlo por sus altas responsabilidades en el Comando OTAN-Europa del Sur. La operación se desarrollaba bastante bien: se publicaron declaraciones del general donde reconstruía en detalle

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acontecimientos históricos y crímenes del imperialismo estadounidense, pero también se sentía que el clima de enfrentamiento iba a dar un salto. Antes de pasar a verlo, resumamos el año 1981 cronológicamente: - Febrero, ejecución de Marangoni, director sanitario de los grandes hospitales de Milán, por las Brigadas Rojas-Columna Walter Alasia. - Abril, ejecución de Cinotti, torturador penitenciario, por las Brigadas Rojas en Roma. - Abril, ejecutados Canciello y Carbone, escoltas del responsable de la Democracia Cristina Cirillo, secuestrado por la columna de Nápoles de las Brigadas Rojas. - Mayo, el vigilante Rinaldo, ejecutado durante una expropiación por Prima Linea en Vercelli (Piamonte). - Junio, Frasca, vigilante de una fábrica de Alfa Romeo, ejecutado por Prima Linea en las afueras de Milán. - Junio, el ciudadano Zidda muerto por error durante una acción de Barbagia Roja contra un carabinero en la provincia de Nuoro (la organización reconoció públicamente el error). - Junio, el vicecuestor de la policía Vinci, responsable de contrainsurgencia, ejecutado por las Brigadas Rojas en Roma. - Julio, ejecución de Taliercio, director de la petroquímica de Marghera, por las Brigadas Rojas en Venecia. - Julio, el brigada de policía Carluccio, muerto al desactivar una bomba colocada por las Brigadas Obreras por el Comunismo (estructura de la Autonomía). - Julio, el carabinero Lanzafame, ejecutado en un ataque contra una patrulla llevado a cabo por Barbagia Roja, en su campaña contra la militarización, en Cagliari. - Agosto, Roberto Peci, colaborador de la policía, secuestrado en Roma y ejecutado por las Brigadas Rojas-Partido Guerrilla. - Septiembre, el torturador penitenciario Rucci, ejecutado por Prima Linea en Milán. - Noviembre, el policía Viscardi, ejecutado por militantes de Prima Linea durante un tiroteo para evitar una detención. 14. 1982: el punto de inflexión de la derrota táctica. A decir verdad, el año había comenzado con gran estruendo. El 3 de enero, en un asalto de gran calidad militar a la prisión de Rovigo (Véneto), cuatro camaradas fueron liberados, incluyendo una dirigente histórica de Prima Linea, Susanna Ronconi. De gran calidad militar porque exigió aislar todo un lado de la prisión, es decir, ocupar el territorio, volar el muro y abrir una brecha, mientras se mantenía bajo el fuego a los

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vigilantes de las torretas para, finalmente, recuperar a todo el mundo y escapar. Todo se hizo a la perfección, lo que no impidió, sin embargo, un desgraciado incidente con un jubilado que pasaba cerca y que falleció de un infarto por la onda expansiva de la explosión. Los camaradas asumieron el accidente como se debe, en su escrito de reivindicación, presentando sus excusas a la familia. En el juicio, la esposa del jubilado dijo entender la naturaleza del incidente, a la vista de las medidas de precaución adoptadas por los camaradas, la lejanía de los transeúntes que pasaban por la calle así como por la naturaleza de su lucha, que en absoluto pretendía afectar a las gentes del pueblo. Por ello, no se constituyó en parte civil (los medios de comunicación se cuidaron muy mucho de dar cuenta de este gesto, con todo lo que ello significaba). La operación dio también ocasión al reencuentro entre las dos secciones de la antigua Prima Linea, los Comunistas Organizados para la Liberación Proletaria y el Núcleo Comunista. Y estuvo precedida por otra liberación brillante, con el ataque, también desde el exterior, contra la prisión de Frosinone (Lazio). Pero, más allá de la belleza de este tipo de operaciones, el vacío estratégico seguía ahí y en sí mismas las propias operaciones lo ponían de manifiesto. Porque este campo era totalmente ilusorio, excepto (tal vez) en las fases de gran poder: sin embargo, nos encontrábamos en una fase de derrota táctica y las detenciones masivas se sucedían. No sólo era imposible hacer algo duradero con fuerzas que iban quedando reducidas a la mínima expresión y, a su vez, atender a las enormes necesidades logísticas (Prima Linea y los grupos autónomos llegaron en este periodo a realizar un número increíble de expropiaciones con el único objeto de cubrir las necesidades de la clandestinidad), sino que era algo absolutamente desproporcionado en relación a los miles de presos. Durante esta fase (de 1981 a 1983) su accionar no hizo sino retroalimentarse en un discurso centrado en la cuestión prisión-represión, discurso al que se pretendía yuxtaponer una perspectiva de liberación que nacía de sus categorías de “guerra social total” y lo nutría, por lo tanto, de frustraciones e ilusiones que terminaron por venirse abajo penosamente. La detención, sólo un mes después, de una de las fugadas con uno de los militantes del comando fue la demostración inmediata de ello... Mientras tanto un grupo de militantes de Prima Linea fue detenido tras varios días de caza del hombre en busca de los heridos, en un bosque en Toscana y en Roma, tras una expropiación y un primer tiroteo (donde cayeron el camarada Lucio Di Giacomo y dos carabineros). Se dio una enorme publicidad a los hechos, en la que se destacaba la participación de equipos estadounidenses. Significó, sobre todo, el principio de la aplicación de la tortura sistemática, con métodos científicos, a los camaradas que iban cayendo sucesivamente. Esta práctica contaba con el precedente, a principios de enero del 82, de los militantes de las Brigadas Rojas-Partido Guerrilla detenidos cuando intentaban secuestrar al máximo dirigente de la Fiat. Cuando, a finales de enero de 1982, los equipos especiales consiguieron asaltar la base donde estaba secuestrado Dozier, se dio a la operación de liberación del rehén una gran repercusión mediática, mostrando el nuevo aspecto de los rambos encapuchados con fines explícitamente terroristas. Los cinco militantes capturados fueron brutalmente

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torturados: uno de los principales dirigentes nacionales (Savasta) se vino abajo y desde entonces, como arrepentido, continuó dando información. También en este caso, el desastre fue comparable al causado por el primer dirigente arrepentido, Peci, con el agravante de que muchos camaradas sufrieron torturas y muchos se vinieron abajo (luego se retractaban y denunciaban la tortura, pero el daño ya estaba hecho). Ejemplo que le honra fue el que dio uno de los cinco secuestradores de Dozier: ofreció una resistencia ejemplar y en su primera comparecencia ante el tribunal consiguió denunciar alto y claro las torturas, mostrando las marcas en su cuerpo; consiguió también que se publicara el hecho en los periódicos (que hicieron todo lo posible por denigrarlo y silenciarlo). Este camarada se llamaba Cesare Di Lenardo, sigue prisionero (24 años) y siempre ha mantenido su dignidad y su lugar en el movimiento revolucionario. Muy apreciado por todos los presos, merece un especial saludo. Con cientos de arrestos en pocos meses –se produjeron casi tantos ese año como durante el año catastrófico de 1980, casi mil-, la situación de las Organizaciones Comunistas Combatientes se precipitó al no reemplazarse unos militantes por otros al mismo ritmo. Algunas organizaciones, como la Columna Walter Alasia, sencillamente fueron destruidas. Y eso por no hablar de la sensación de temor que comenzaba a apoderarse, en su entorno, del tejido de la clase, bastante maltrecho ya por los sucesivos golpes recibidos en todos los ámbitos. La situación había cambiado de veras en este punto. Había que tomar conciencia de que una perspectiva de ataque, de ofensiva generalizada, ya no era sostenible en modo alguno. Era necesario dar un paso atrás, incluso varios. De nuevo en esa ocasión, las Brigadas Rojas-Partido Comunista Combatiente demostraron llevar la delantera política, al decretar la “Retirada estratégica”. Esto no significaba el cese de la actividad, sino su redefinición, su reposicionamiento desde la retaguardia. Por el contrario, los subjetivistas, representados por el Partido Guerrilla, respondieron con un llamamiento a profundizar aún más la guerra, calificando de traidores a quienes planteaban la más mínima duda: 1982 estuvo marcado, en consecuencia, por sus últimas “hazañas”. Había que elevar aún más el nivel de enfrentamiento y atacar los cuarteles del ejército (atacaron tres) para demostrar que su voluntad era pasar a un nivel de guerra abierta. Y ello, por supuesto, con las meteduras de pata previsibles: por ejemplo, el ataque a los bancos como campo de batalla propuesto al Proletariado Metropolitano, como ámbito de recomposición, forma de lucha contra la crisis y el paro... Y fue en uno de estos ataques cuando se consumó el peor “error”: la ejecución de dos guardas de seguridad ya desarmados y tumbados boca abajo. A la postre, esta acción desencadenó una reacción vigorosa por parte del resto de organizaciones, el aislamiento político de los autores en la cárcel y las complicaciones que pusieron fin al Partido Guerrilla. El Partido Guerrilla se fracturó en las cárceles ese año al imponer un clima de terror antitraición (en connivencia con parte de la Camorra, como ya hemos señalado). Se produjeron algunas ejecuciones, no de auténticos traidores (que obviamente estaban protegidos en otros lugares), sino de camaradas que se habían venido abajo con la tortura y que habían dado alguna información, retractándose posteriormente y declarando su voluntad de reincorporarse a la comunidad de presos, después de haber llevado a cabo la deseable autocrítica. Pero es que, además, había un problema más general, pero de orden político-ideológico: las debilidades e incertidumbres que empezaban a apoderarse de las filas ante la evidente derrota o la fatiga y dificultades

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derivadas de la detención. Y esa situación el Partido Guerrilla pensaba afrontarla en términos inquisitoriales, reduciendo todo al “alma pequeño burguesa que prevalece sobre el alma proletaria” en el reflejo de la guerra social total sobre cada persona... Habían llegado a pensar semejante cosa incluso en relación con la tortura: según ellos, si se estaba realmente convencido, se resistía sin género de duda. Las experiencias históricas de todos los movimientos revolucionarios demuestran que esto no es cierto. El clima en las cárceles se hizo irrespirable, con el principal resultado de destrozar a un montón de camaradas y arrojarlos a los brazos de la disociación. Además, bajo el peso de la derrota militar (total tanto en el caso del Partido Guerrilla como de Prima Linea), las escisiones violentas y los golpes que sin descanso daba la policía (las luchas y motines en las cárceles ya no contaban ni con el apoyo militar externo, ni con una favorable relación de fuerzas de la clase), la caída del Partido Guerrilla fue brutal. Se pasó a estar a cero después de haber hablado de guerra total en marcha, de Estado reducido al ejercicio de la fuerza bruta y al aislamiento social, de transición al Comunismo como programa inmediato, etc.: el contragolpe no pudo ser más devastador. Pero así fue. Después de algunas acciones desesperadas, las disociaciones, los arrepentimientos y, en el mejor de los casos, las retiradas al silencio, se multiplicaron durante 1983. El caso de los “madonnari” fue el más grotesco: un grupo entero de los antiguos y principales promotores de esta aventura insensata cayó en la religión, ¡después de afirmar, entre otras cosas, que se les había aparecido la Virgen!22 Menos graciosos fueron los actos públicos de “contrición” a que dieron pie, tales como organizar encuentros con personas afectadas por las iniciativas de combate, prestándose sobre el terreno a una mediatización en la que se distinguió el triste Franceschini, quien levantó las peores calumnias sobre la manipulación de los servicios secretos y otros delirios. En septiembre de 1982, el profesor Toni Negri, con sus acólitos universitarios, lanzó por todo lo alto la campaña de disociación mediante un documento que circuló por las prisiones donde, obviamente, encontró un terreno fértil. Por sus promotores, por sus capacidades políticas e ideológicas, fue ésta la principal operación de disociación, aunque otras le sucedieron en el tiempo o coincidieron con ella. Cada grupo deseaba diferenciarse –incluso, a veces, poniéndose finos-, asumiendo toda la manipulación burguesa de las palabras, para mistificar y falsear la realidad. De este modo, Prima Linea se convirtió en uno de los grupos de disociados más numeroso y homogéneo, no hablaba de disociación sino de “oltrepassamento” (“superación”) de la lucha armada, de “reactualización histórica” y otros eufemismos. Su realidad fue tan repugnante como la de los primeros.

22 No parecen ser tampoco estas conversiones a la fe en el más allá fruto infrecuente del más acá de la reclusión carcelaria. No hace mucho un periodista burgués español escribía lo siguiente sobre quien en otrora fuera “temible” ideólogo revolucionario y militante de ETA: “Al acabar la charla, Txelis me entregó, en nombre de los presos que asistieron a mi charla, un Cristo que ellos mismos habían confeccionado en el taller de la cárcel. Desde entonces, he sabido de Txelis por los testimonios de sacerdotes dedicados a la pastoral penitenciaria, que me confirman que ha renacido a una vida nueva.” [N. del t.]

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Hay que calibrar bien el hecho de que la disociación, en sus distintas variantes, dio la posibilidad al Estado de llevar a cabo la disgregación del movimiento revolucionario por líneas internas, le dio la posibilidad de conseguir una victoria inesperada en el plano político-ideológico. Porque los daños del arrepentimiento, por graves que pudieran ser en ocasiones, quedaron circunscritos al ámbito organizativo-militar. Mientras que la disociación supuso una desarticulación, una deslegitimación desde el interior. Con un efecto destructivo infinitamente superior. Se puede decir que entre 1983 y 1986, fechas en que tuvieron lugar también un número considerable de juicios importantes, es decir, en los momentos de la verdad, alrededor de la mitad de los presos se deslizó hacia formas más o menos claras de disociación. Tras la aprobación de una ley ad hoc, con concesiones considerables, se asistía durante los juicios al lamentable espectáculo de un monumental viaje a Canossa23. Una realidad tanto más innoble cuanto, inevitablemente, los privilegios para los unos significaban endurecimiento para los otros, tanto en lo que se refería a las penas dictadas por los tribunales como a las condiciones de detención. Quienes, ya desmotivados, mantuvieron una actitud digna y no se prestaron a esos innobles mercadeos, desolidarizándose de los grupos de militantes que seguían en la brecha, fueron minoría. Todo esto dio lugar a un clima de enfrentamientos internos en las cárceles, a una época dura para quienes resistían y a la importancia de la batalla política contra la disociación. Es cierto que toda derrota revela errores y contradicciones que hay que saber identificar y resolver, lo cual lleva muchos años. Sería éste, sin duda, un elemento esencial en la redefinición de un proyecto político a la altura de los problemas planteados. Hagamos un último repaso a la cronología del año 1982: - Enero de 1982, el jubilado Angelo Furlan, muerto accidentalmente durante la liberación de la prisión de Rovigo, por los Comunistas Organizados para la Liberación Proletaria y el Núcleo Comunista. - Enero, los carabinero Savastano y Tarsilli, ejecutados tras una expropiación en la provincia de Siena (Toscana), por los Comunistas Organizados para la Liberación Proletaria. - Abril, el responsable de la Democracia Cristiana, Delcogliano, y su chófer, Iermano, ejecutados en Nápoles, por las Brigadas Rojas-Partido Guerrilla. - Julio, el alto cargo de la policía Ammaturo y su chófer, Paola, ejecutados en Nápoles por las Brigadas Rojas-Partido Guerrilla. - Agosto, los policías Bandiera y De Marco, y el militar Palumbo, ejecutados en Salerno (Campania) por las Brigadas Rojas-Partido Guerrilla, en un ataque contra un convoy militar para la expropiación de armas. - Septiembre, el carabinero Atzei ejecutado en un control de carretera, por un núcleo cercano a las Brigadas Rojas-Partido Guerrilla, cerca de Turín. 23 Alusión al viaje del emperador Enrique IV del Sacro Imperio Romano Germánico al castillo de Canossa para ver al papa Gregorio VII en 1077. El viaje tenía por objeto pedir el perdón papal y quedar libre de la excomunión, lo cual consiguió tras someterse a una serie de pruebas humillantes. [N. del t.]

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-Octubre, los guardias de seguridad de un banco, D’Alleo y Pedio, ejecutados por las Brigadas Rojas-Partido Guerrilla, en Turín. - Diciembre, el médico penitenciario Galfo, ejecutado cerca de la prisión de mujeres de Roma, por Poder Proletario Armado (próximo a las Brigadas Rojas-Partido Guerrilla). Ese año también fue duro el balance de camaradas muertos: - Lucio Di Giacomo perdió la vida en el tiroteo que siguió a una expropiación cerca de Siena. Era un joven militante, muy apreciado, de los alrededores de Turín. - Umberto Catabiani fue asesinado cuando ya estaba herido, tras una larga caza del hombre después de un primer enfrentamiento. Fue víctima de la nueva línea de ejecuciones sumarias. Era un miembro de la Dirección Estratégica de las Brigadas Rojas que se había integrado en las Brigadas Rojas-Partido Comunista Combatiente. Era un camarada de Toscana muy conocido y estimado. - Rocco Polimeni, militante milanés de los Comunistas Organizados para la Liberación Proletaria, se dio muerte en un momento de desesperación en la clandestinidad. A veces no se tiene en consideración e incluso se oculta, pero la dureza de la lucha lleva a veces a la muerte de esta manera: hubo una docena [de camaradas muertos en esta situación] a lo largo de estos años de combate. - Ennio Di Rocco, militante de las Brigadas Rojas-Partido Guerrilla, muerto en prisión por haberse venido abajo sometido a tortura, lo que había causado daños. Inmediatamente se retractó y pidió reintegrarse en las secciones carcelarias de los camaradas. - Stefano Ferrari, militante de las Brigadas Rojas-Columna Walter Alasia, acribillado en Milán en un bar durante una reunión con otros dos camaradas que sobrevivieron a pesar de resultar también heridos de bala. - Maurizio Biscaro, militante de las Brigadas Rojas-Columna Walter Alasia, caído desde lo alto de un edificio, en las afueras de Milán, donde habían irrumpido los carabineros para detenerle a él y a otros militantes. 15. La retirada estratégica La escalada militarista del Partido Guerrilla terminó en un estrepitoso hundimiento. Su última aventura provocó la desaprobación general del movimiento revolucionario, pero el Partido Guerrilla se derrumbó una vez presos todos sus militantes. La reacción a tantas veleidades y tanto extremismo fue probablemente inevitable: los arrepentimientos y las disociaciones se multiplicaron en sus filas ese mismo año de 1983. La actividad de los escasos camaradas de las distintas Organizaciones Comunistas Combatientes que no habían caído en las sucesivas redadas se concentró cada vez más en los problemas de supervivencia, ya estuvieran en Italia o huidos en el extranjero.

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Así, en 1983 aún se produjeron episodios relacionados con operaciones de expropiación u ocasionales enfrentamientos con la policía. Un grupo de militantes de diferentes procedencias trató de cooperar en Francia con Acción Directa. Dicha colaboración se frustró tras la muerte de un camarada en el curso de un tiroteo (Ciro Rizzato, militante milanés de los Comunistas Organizados para la Liberación Proletaria) y la captura de otros. Faltaba un proyecto y un análisis coherente. La única organización superviviente fueron las Brigadas Rojas-Partido Comunista Combatiente. Demostración precisa de que la determinación revolucionaria es tan necesaria como la solidez ideológica y de estrategia-línea política. Particularmente importante fue su lucidez para afrontar la derrota táctica. Desde el final dramático de la operación Dozier, sacaron conclusiones sobre el cambio cualitativo de la situación y decidieron una nueva línea: la “retirada estratégica”. Había que dar marcha atrás, posicionarse en una línea menos ambiciosa, manteniendo la lucha pero a otro ritmo, con otros tiempos y dinámicas. Comenzábamos a tomar conciencia de una derrota que no era sólo la del movimiento revolucionario sino, más ampliamente, la de la clase. Desde la ofensiva de la Fiat en octubre de 1980, la relación de fuerzas había basculado, hecho que se notaba a todos los niveles, en todas las situaciones. El hilo que alimentaba a las Organizaciones Comunistas Combatientes estaba en peligro, a partir de la composición de la clase, de sus tendencias a la autonomía de la clase. Y, por desgracia, tan sólo eran los comienzos del fenómeno. La capacidad de ver todo esto, y también de situarlo en su contexto internacional y en una perspectiva histórica, fue lo que permitió a las Brigadas Rojas-Partido Comunista Combatiente alimentar el debate y avanzar, a pesar de todo, haciendo frente a las fuertes presiones liquidacionistas que venían del entorno. Este debate dio lugar a la última división, la de 1984. Mucho menos grave que las anteriores, dicho sea de paso, porque no ocasionó oposiciones excesivas, perjudiciales para el interés común. Fue una división entre dos entidades que siguieron cada una su camino, bastante paralelo, durante años, y hasta hoy. Se les llamó al principio primera posición y segunda posición: la primera fue la mayoritaria y, por lo tanto, depositaria de la Organización, mientras que la segunda constituyó la Unión de Comunistas Combatientes (UCC). El centro de la discordia fue la crítica planteada por la segunda posición sobre el eje estratégico que había dirigido hasta entonces las Brigadas Rojas, es decir, la “estrategia de la lucha armada”. La crítica apuntaba sobre todo a los límites de un cierto eclecticismo en las referencias que habían presidido y formado la experiencia armada. En especial, las concesiones al guevarismo y una transposición un tanto mecanicista de la teoría de la Guerra Popular Prolongada maoísta. Se constataba en esa crítica que el límite principal que había surgido era la creciente desconexión con respecto a las dinámicas de la clase, en paralelo a la constitución ilusoria de un “sistema de poder rojo” en que se confundían las tareas y las posibilidades de los organismos de masas con los de la vanguardia. La segunda posición quería recuperar la visión leninista, en el sentido de que en los centros imperialistas el proceso revolucionario está irremisiblemente escindido entre la

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dinámica de la vanguardia (que siempre hace la política, incluso con las armas, elaborando la estrategia y marcando el rumbo general a seguir) y la de las masas, que evolucionan y se radicalizan pero que sólo estarán disponibles para el salto a la confrontación armada en el momento en que se precipite la crisis revolucionaria (momento que, generalmente, está muy concentrado en el tiempo); el arte político del Partido consiste en conjugar estas dos dinámicas y hacerlas confluir firmemente en la fase de precipitación, también llamada momento de la insurrección. Por esta razón, la segunda posición fue también calificada de insurreccionalista, lo cual no era preciso, porque no prescindía de ninguno de los elementos adquiridos en este ciclo de lucha, a saber: la necesidad de estructurarse desde un principio, incluso en una fase no revolucionaria; y la estrategia basada en la unidad de lo político y lo militar, en el uso de las armas para hacer política revolucionaria, con una concepción de la insurrección como paso decisivo en un proceso que, antes y después, está hecho de guerra con niveles e intensidades diferentes. La segunda posición produjo finalmente dos definiciones: una fue la Unión de Comunistas Combatientes, el intento más concreto [se corta el texto en francés] La primera posición proponía esencialmente una continuidad basada en aquello que constituía lo mejor que hasta entonces había expresado el movimiento revolucionario. Esta posición contaba con un elemento de solidez importante que es lo que ha garantizado su continuidad hasta el día hoy. Pero el gran problema al que difícilmente podía dar una solución era el de la “conquista de las masas”: ¿cómo puede una estrategia basada en estos principios establecer una relación dialéctica con las dinámicas de las masas para terminar dirigiéndolas al enfrentamiento decisivo? Esta cuestión y otras animaron el debate en esos años, en que se iban formando pequeños núcleos armados que se vinculaban de una manera u otra a alguna de estas dos posiciones principales. A pesar del cambio radical de la situación, el enfrentamiento seguía: - En marzo de 1983, en plena movilización obrera frente al ataque masivo contra los salarios, las Brigadas Rojas-Partido Comunista Combatiente atacaron a uno de sus promotores, Gino Giugni, dirigente del Partido Socialista Italiano (PSI), en ese momento al frente del gobierno y de la ofensiva antiobrera. - En febrero de 1984, las Brigadas Rojas-Partido Comunista Combatiente ejecutaron a Leamon Hunt, jefe norteamericano de la Fuerza Multinacional de Paz en el Sinaí (acuerdos de Camp David), acción que reivindicaron mediante un comunicado conjunto con las Fracciones Armadas Revolucionarias Libanesas (FARL). - En diciembre, Antonio Gustini, de las Brigadas Rojas-Partido Comunista Combatiente, murió durante una acción de expropiación. Otra camarada, Cecilia Massari, resultó herida y detenida. - En marzo de 1985, las Brigadas Rojas-Partido Comunista Combatiente ejecutaron a Tarantelli, experto sindical en la estrategia de corporativización, la nueva estrategia de “concertación” con el gobierno y la patronal (que pretendía ahogar la lucha de clases en la subordinación a los “intereses superiores, nacionales y de las empresas”).

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- También en marzo, el camarada Pedro Greco fue asesinado por la policía. Camarada muy conocido y estimado, salido de las organizaciones de la Autonomía del Véneto, fue asesinado a sangre fría por un grupo de acciones especiales. A pesar de que le buscaba la policía, iba desarmado. - En octubre aparecen los Manifiesto y Tesis fundacionales de la Unión de Comunistas Combatientes. - En febrero de 1986, las Brigadas Rojas-Partido Comunista Combatiente ejecutaron a Conti, personalidad del partido gubernamental más atlantista24 y ligado a las actividades armamentísticas de los nuevos planes de los Estados Unidos. - En febrero, la Unión de Comunistas Combatientes atacó, hiriéndolo, a Da Empoli, responsable gubernamental encargado de los planes económicos. Fue una elección política precisa: bajar el nivel, salir de la espiral militarista, lograr actuar mejor políticamente en la intervención armada. Desgraciadamente, enfrente no razonaban igual: el chófer, en realidad un policía, disparó y mató a una camarada, Wilma Monaco. - 1987 se inició con una emboscada de los carabineros que dispararon contra tres camaradas de la Unión de Comunistas Combatientes. Dos resultaron heridos, de ellos una camarada gravemente. - En febrero, las Brigadas Rojas-Partido Comunista Combatiente expropiaron un furgón blindado y ejecutaron a dos policías, el tercero, que se rindió, salvó la vida (como se ponía de relieve en el comunicado de reivindicación). - En marzo, la Unión de Comunistas Combatientes ejecutó al general de aviación Giorgieri por su responsabilidad en la colaboración del gobierno con los planes norteamericanos de la “Guerra de las Galaxias”. Pero justo después de esta operación, operación en todo caso bien enfocada y bien ejecutada desde una perspectiva política, la Unión de Comunistas Combatientes quedó desarticulada por las detenciones y ya no consiguió recuperarse. A causa, sobre todo, de una nueva oleada de capitulaciones que, más “limpia” y sutil, produjo, sin embargo, los mismos resultados: final de un ciclo, rendición y reintegración en el juego “democrático”. De la segunda posición resistió todavía un grupo de militantes que dio forma a una Célula para la Constitución del Partido Comunista Combatiente, que contribuyó a mantener viva la perspectiva pero sin lograr llevar a cabo saltos operativos de consideración. Es un grupo que todavía existe. - Esta fase terminó en 1988 con la ejecución de Ruffilli, un alto responsable de la Democracia Cristiana, pieza maestra de la contrarreforma institucional entonces en curso. También en este caso se puede hablar de una acción especialmente bien dirigida, pero también de los límites de esta estrategia que, en el caso de las Brigadas Rojas-Partido Comunista Combatiente, pagaba su eficacia militar al precio de una dinámica político-organizativa muy hermética que aumentaba su fractura con relación a la clase.

24 El Partido Republicano Italiano (PRI). [N. del t.]

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- Aún en 1988, las Brigadas Rojas-Partido Comunista Combatiente reivindicaron con la Fracción del Ejército Rojo (RAF) el ataque que ésta realizó contra Tietmeyer, alto responsable de políticas económicas, con ocasión de una cumbre del FMI en Alemania. Esa reivindicación conjunta se enmarcaba en la lógica de la construcción del Frente Antiimperialista en el que, efectivamente, ambas organizaciones habían trabajado en profundidad durante años. Pero en el otoño, las Brigadas Rojas-Partido Comunista Combatiente sufrieron una redada que desmanteló sus fuerzas principales y puso fin a su actividad patente durante el siguiente decenio. 16. De los años 90 al... mañana En los años 90 cambiaron muchas cosas. La nueva composición de la clase y los acontecimientos internacionales influyeron y condicionaron las evoluciones (a menudo las regresiones) de los movimientos sociales y de sus expresiones político-ideológicas. Se produjo la aparición de componentes anarquistas que se afirmaron sobre el vacío y las ruinas dejados por la deriva revisionista y su obra degenerativa en los países socialistas, sobre el vacío causado por tantas detenciones y, por lo tanto, sobre el debilitamiento de las posiciones comunistas. Pero su afirmación, al menos la de las corrientes más sinceramente revolucionarias, ha servido en todo caso para reavivar un cierto antagonismo, armado también él. Una parte vino desarrollando las temáticas, el patrimonio dejado por Acción Revolucionaria, y con carácter general se ha reafirmado en la práctica de los objetivos y del ataque al Estado y al capital. Paradójicamente, o más bien gracias a ello, la ausencia de una fuerza revolucionaria en los años 90 coincidió con la precipitación sin precedentes de la crisis capitalista, con todos los fenómenos de agravamiento de las condiciones sociales y de agresión imperialista. Hubo pequeños núcleos armados que se activaron de vez en cuando, tratando en todo momento de tejer en el interior del movimiento de la clase los hilos de la hipótesis revolucionaria. La guerra de agresión contra Yugoslavia fue un nuevo punto de inflexión; Italia dio un salto cualitativo decisivo en relación con el intervencionismo imperialista (bajo la égida de la izquierda burguesa en el gobierno). En un clima de rápida recuperación de los movimientos sociales y, en especial, contra esa guerra, se produjo una oleada importante de ataques incendiarios y explosivos contra los partidos belicistas, la patronal y los Estados Unidos. Hubo unos cien ataques en la primavera de 1999, llevados a cabo bien por pequeños núcleos armados (NCC, NAT, NIPR, NAC y otros), bien por el movimiento anarquista (que utilizó numerosas siglas cambiantes e imaginarias, siendo la Federación Anarquista Informal la que, más o menos, se impuso como referencia “unitaria”). En medio de esta efervescencia, las Brigadas Rojas-Partido Comunista Combatiente anunciaron su reactivación mediante el ataque a D’Antona, asesor del gobierno en materia de reestructuración del mercado de trabajo y las estrategias de corporativización. El golpe, en sí mismo y en lo que tenía de efecto retorno, fue notorio, al alcanzar de lleno el corazón de las contradicciones de clase del momento. Su regreso

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fue, pues, eficaz: agitó el debate en el seno de las organizaciones de la clase y cambió la situación política en la relación de fuerzas general entre clases. Durante cuatro años consiguieron mantener su presencia mediante un ataque con explosivos contra un centro interimperialista italo-americano en 2001, y la ejecución de Biagi, asesor del gobierno que había elaborado las leyes-marco (que, por cierto, llevan su nombre) sobre la flexibilidad y otras medidas de agresión contra las condiciones de trabajo (en 2002). Y todo ello en plena ola de movilizaciones obreras contra estas agresiones gubernamentales. El día después del ataque tuvo lugar una huelga general contra estas leyes... Pero la gran capacidad político-militar, el enorme arrojo y determinación no fueron suficientes para resolver las contradicciones que seguían abiertas. La contradicción más importante era: “la revolución la hacen las masas, no la Organización”. Es decir, que había que restablecer de un modo diferente, y mucho más eficaz, la relación, la dialéctica entre la organización y el nivel de las masas. Éste debía tener su lugar, su papel y no ser simplemente una caja de resonancia, un campo de reclutamiento. Pensándolo bien, se observa que los mejores momentos de fuerza ascendente del movimiento revolucionario fueron precisamente aquellos periodos durante los cuales esa relación dialéctica estuvo bien engrasada; como se puede observar, del mismo modo, que la “huida hacia delante” fue pareja a la tendencia “organizativista-militarista”. Numerosos ejemplos históricos (y no sólo del ciclo italiano, por supuesto) muestran la gran importancia de este postulado: son las masas a quienes les toca hacer la revolución, y para hacerla, es necesario el Partido. Ambos son necesarios, ambos tienen papeles y caracteres diferenciados que hay que saber relacionar dialécticamente, articular de manera recíproca. De la infravaloración, o por el contrario, de la sobrevaloración de uno de los dos elementos nacen desviaciones con graves consecuencias. En la fase actual, en que las contradicciones de clase son intensas, es sin duda necesario resolver el problema de la Organización de vanguardia –del Partido- y ello precisamente en relación con las dinámicas vivas de la clase y las masas. La construcción del Partido como organización de fuerza de la clase no puede concebirse al margen de una estricta dialéctica (y valorización) con los movimientos de masas. Es en este punto, en este nudo, donde se debe abordar el problema de la organización de la fuerza y del enfrentamiento con el Estado y el capital. Ahora bien, las Brigadas Rojas-Partido Comunista Combatiente dieron siempre primacía a una orientación típica de construcción de una organización “autocentrada”, que si puede permitir una cierta eficacia durante un periodo, también impide establecer y desarrollar esta cuestión de la relación con las masas, establecer y desarrollar el proceso revolucionario como un proceso “que camine sobre sus dos piernas”. A raíz de un incidente inesperado, la red fue desarticulada a finales de 2003. En el incidente cayó, con las armas en la mano, uno de los dirigentes: el camarada Mario Galesi.

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[En febrero de 2007, en varias ciudades del norte de Italia, se produjeron numerosas detenciones de militantes salidos de diferentes realidades: jóvenes estudiantes, antiguos brigadistas, proletarios, sindicalistas, voluntarios de centros sociales. Estaban en el punto de mira de las investigaciones dirigidas contra el Partido Comunista Político-Militar (PCP-M). En el curso de la investigación se descubrieron una infraestructura y armas. De una veintena de militantes perseguidos, cuatro se declararon militantes por la constitución del Partido Comunista Político-Militar. Este proyecto, surgido directamente del área de la segunda posición, había teorizado sus perspectivas en Aurora, su diario clandestino. Los editores han añadido este párrafo entre corchetes a efectos de actualización.] La realidad de la clase en Italia lleva ya en sus genes la memoria y la presencia viva de los posibles recorridos de la revolución proletaria. Y ello más allá de cualquier consideración de línea y estrategia, porque dicha historia, tan densa y poderosa, conlleva un profundo anclaje en el tejido social y en el patrimonio ideológico-político. La mera presencia políticamente activa de los presos tiene un peso específico en el escenario de la lucha de clases. A la clase, al proletariado, y a todos aquellos que quieren acabar con el sistema de opresión y explotación, incumbe la tarea de valorizar dicho patrimonio, de retomar el hilo del “asalto a los cielos”. Entre 1969 y 1989 fueron acusadas y encarceladas por actos relacionados con la lucha armada 4.087 personas. En los años siguientes lo fueron varias decenas (no disponemos de cifras exactas). La lucha armada revolucionaria provocó la muerte, intencionada o accidentalmente, de 131 personas. Todas estas acciones fueron reivindicadas y su responsabilidad asumida. El terrorismo de Estado, tan sólo en atentados indiscriminados con bomba, mató a por lo menos 140 personas. Ninguna de esas “acciones” fue asumida, por el contrario, las “reivindicaciones” no fueron más que cobardes pistas falsas. Los militantes muertos en los enfrentamientos, asesinados por la policía y los cuerpos especiales, o muertos en prisión fueron 72. A ello hay que añadir los muertos en las calles por las balas, sobre todo, de los cuerpos especiales así como los asesinados por los fascistas, eternos mercenarios al servicio de las tropas del Estado. En ambos casos no disponemos de las cifras exactas, que se sitúan entre las 40 y 50 personas. 17. In Memoriam Militantes caídos en combate, en prisión, en la clandestinidad o en el exilio: GIANGIACOMO FELTRINELLI, fue el primer camarada caído en la lucha, en el curso de una acción con explosivos. En Segrate (suburbio de Milán), el 15 de marzo de 1972. Dirigente de los Grupos de Acción Partisana. 46 años, nacido en Milán, editor.

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LUCA MANTINI, asesinado por la policía en una auténtica emboscada a la salida de una expropiación de un banco de Florencia, el 29 de octubre de 1974. Militante de los Núcleos Armados Proletarios. 28 años, nacido en Florencia, antiguo estudiante, había estado ya encarcelado por actos cometidos en la lucha, militante en la clandestinidad. SERGIO ROMEO, asesinado con Luca Mantini el 29 de octubre de 1974. Militante de los Núcleos Armados Proletarios. 30 años, nacido en la provincia de Avellino, proletario, había estado ya encarcelado por actividades extralegales y actos cometidos en la lucha, militante en la clandestinidad. BRUNO VALLI, detenido por una expropiación en Argelato, se le encontró ahorcado unos días más tarde en la prisión de Módena, el 9 de diciembre de 1974. Activista de los círculos de la Autonomía Obrera. 26 años, nacido en Rodero (Como), obrero metalúrgico. GIUSEPPE VITALIANO PRINCIPE, muerto accidentalmente mientras fabricaba una bomba en Nápoles el 11 de marzo de 1975. Militante de los Núcleos Armados Proletarios. 23 años, nacido en Castellamare di Stabia (Nápoles), estudiante. GIOVANNI TARAS, muerto accidentalmente mientras colocaba una bomba en la prisión de Aversa (Nápoles), el 22 de mayo de 1975. Militante de los Núcleos Armados Proletarios. 22 años, nacidos en Turín, proletario, militante en la clandestinidad. MARGHERITA CAGOL-MARA, caída en combate con los carabineros durante el secuestro del capitalista Gancia, el 5 de junio de 1975, en la provincia de Alessandria. Dirigente y fundadora de las Brigadas Rojas. 30 años, nacida en Trento, antigua investigadora universitaria, militante en la clandestinidad. ANNAMARIA MANTINI, asesinada en una emboscada de los carabineros en Roma, el 8 de julio de 1975. Militante y dirigente de los Núcleos Armados Proletarios. 22 años, nacida en Fiesole (Florencia), hermana de Luca, estudiante. MARIO SALVI, asesinado en Roma por un policía tras una acción contra el Ministerio de “injusticia”, lejos del lugar de los hechos y por la espalda, el 7 de abril de 1976. Militante de los Comités Autónomos Obreros. 21 años, nacido en Roma, proletario. MARTINO ZICCHITELLA, caído durante un ataque de los Núcleos Armados Proletarios contra un director ministerial del sector de prisiones, en Roma, el 14 de diciembre de 1976. Militante de los Núcleos Armados Proletarios y vanguardia reconocida de las luchas carcelarias. 40 años, nacido en Marsala (Trapani), proletario expropiador. WALTER ALASIA, caído en combate con los policías que pretendían detenerle, el 15 de diciembre de 1976, en Milán. Activista de las Brigadas Rojas. 20 años, nacido en Milán, obrero. ANTONIO LO MUSCIO, asesinado por los carabineros con premeditación estando desarmado, en Roma, el 1 de julio de 1977. Militante de los Núcleos Armados Proletarios. 27 años, nacido en Trinitapoli (Foggia), proletario, había permanecido largo tiempo encarcelado, militante en la clandestinidad.

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ROMANO TOGNINI, asesinado tras la expropiación de una armería, en Tradate (Varese), el 19 de julio de 1977. Militante de Prima Linea. 40 años, nacido en Milán, empleado de banco. ATTILIO DI NAPOLI, muerto accidentalmente mientras preparaba una bomba, en Turín, el 4 de agosto de 1977. Militante de Acción Revolucionaria. 24 años, nacido en Milán, proletario. ALDO MARÍN PIÑONES, muerto en el mismo accidente. Militante de Acción Revolucionaria. 24 años, nacido en Vallenar, Chile. Obrero de fábrica, había conocido la prisión en el Chile de Pinochet. Obrero también en Italia. ROCCO SARDONE, muerto accidentalmente mientras preparaba una bomba, en Turín, el 30 de octubre de 1977 (en el marco de la oleada de acciones de solidaridad internacionalista con los camaradas alemanes asesinados en la prisión de Stammheim). Militante de los círculos de la Autonomía Obrera. 22 años, nacido en Tricarico (Matera), obrero. ROBERTO RIGOBELLO, asesinado durante una expropiación en Bolonia, el 4 de mayo de 1978. Militante de los círculos de la Autonomía Obrera. 21 años, nacido en Bolonia, obrero metalúrgico. FRANCESCO GIURI, asesinado durante una expropiación en Lissone (Milán), el 9 de junio de 1978. Militante de los Comités Comunistas Revolucionarios (grupo de la Autonomía). 25 años, nacido en Milán, obrero siderúrgico. ROBERTO CAPONE, caído durante el ataque contra el fiscal Calvosa, en la provincia de Frosinone, el 8 de noviembre de 1978. Militante de las Formaciones Comunistas Combatientes. 24 años, nacido en Milán, estudiante. BARBARA AZZARONI, asesinada por la policía, junto con Matteo Caggegi, en Turín, el 28 de febrero de 1979. Militante de Prima Linea. 29 años, nacida en Rimini, profesora. MATTEO CAGGEGI, asesinado junto con Barbara Azzaroni. 20 años, nacido en Catania, obrero de la Fiat. MARIA ANTONIETTA BERNA, muerta accidentalmente mientras preparaba una bomba, con otros dos camaradas, en Thiene (Vicenza), el 11 de abril de 1979. Militante de los Colectivos Políticos Venecianos (Autonomía Obrera). 22 años, nacida en Thiene, trabajadora en precario. ANGELO DEL SANTO, muerto en el mismo accidente. Militante también de los Colectivos Políticos Venecianos. 24 años, nacido en Chiuppano (Vicenza), obrero de fábrica. ALBERTO GRAZIANI, muerto en el mismo accidente. Recordemos que dicho accidente sucedió en el contexto de las respuestas militantes ante la gran redada del 7 de abril de 1979, que llevó a la cárcel a una treintena de camaradas y a cientos de registros

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por toda Italia. Militante también de los Colectivos Políticos Venecianos. 25 años, nacido en Thiene, estudiante. LORENZO BORTOLI, se quitó la vida en la prisión en Verona, el 19 de junio de 1979. Era el compañero de Antonietta Berna: las miserables vejaciones a que le sometieron policías y jueces, en un momento tan duro, fueron fatales. Militante de los Colectivos Políticos Venecianos. 25 años, nacido en la provincia de Vicenza, obrero decorador. LUIGI MASCAGNI, muerto accidentalmente durante un transporte de armas, en Milán, el 27 de junio de 1979. Militante de los círculos de la Autonomía. 24 años, nacido en Bolonia, entrenador de fútbol. FABRIZIO PELLI, muerto de leucemia en prisión, en Milán, el 8 de agosto de 1979. Hasta el último minuto se le mantuvo en estricto aislamiento en el hospital. Militante histórico de las Brigadas Rojas. 27 años, nacido en Reggio Emilia, trabajó como camarero, más tarde, militante en la clandestinidad. SALVATORE CINIERI, asesinado por un infame en la prisión de Turín, el 27 de septiembre de 1979. Militante de Acción Revolucionaria. 29 años, nacido en Grottaglie (Tarento), proletario, había permanecido largo tiempo encarcelado. FRANCESCO BERARDI, se quitó la vida en la prisión de máxima seguridad de Cuneo, el 24 de octubre de 1979. Militante de las Brigadas Rojas. 30 años, nacido en Terlizzi (Bari), obrero de Italsider (Génova). ROBERTO PAUTASSO, caído en un tiroteo durante el ataque a una fábrica, en Rivoli (Turín), 14 de diciembre de 1979. Militante de la Autonomía Obrera. 21 años, nacido en Val di Susa (Turín), obrero metalúrgico. GIOVANNI MARIO BITTI, asesinado por los carabineros que atacaron una reunión de militantes en Sa Janna Bassa (Nuoro), el 17 de diciembre de 1979. Militante de la clase. 34 años, nacido en Nule (Sassari), obrero agrícola. FRANCESCO MASALA, asesinado por los carabineros en el mismo ataque. Militante de la clase. 31 años, nacido en Orune (Nuoro), pastor y, más tarde, militante en la clandestinidad. LORENZO BETASSA, asesinado en la masacre perpetrada por los carabineros en Via Fracchia, en Génova, el 28 de marzo de 1980. Militante y dirigente de las Brigadas Rojas. 28 años, nacido en Turín, obrero de la Fiat y delegado obrero, y, más tarde, militante en la clandestinidad. RICCARDO DURA, caído también en Via Fracchia. Militante de las Brigadas Rojas. 30 años, nacido en la provincia de Messina, aunque siempre había vivido en Génova. Marinero y, más tarde, militante en la clandestinidad. ANNAMARIA LUDMAN, caída también en Via Fracchia. Militante de las Brigadas Rojas. 33 años, nacida en la provincia de Génova, empleada de Italimpianti (una gran fábrica).

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PIETRO PANCIARELLI, cuarta víctima de la masacre de Via Fracchia. Militante de las Brigadas Rojas. 25 años, nacido en Turín, obrero de la Lancia y, más tarde, militante en la clandestinidad. EDOARDO ARNALDI, se quitó la vida cuando los carabineros iban a detenerlo (estaba enfermo), en Génova, el 19 de abril de 1980. 55 años, nacido en Génova, abogado, había militado en el Socorro Rojo. CLAUDIO PALLONE, caído durante una expropiación en la provincia de Frosinone, el 13 de noviembre de 1980. Militante del Movimiento Comunista Revolucionario. 26 años, nacido en Roma. ARNALDO GENOINO, caído en la misma acción. También militante del Movimiento Comunista Revolucionario. 34 años, nacido en Roma. WALTER PEZZOLI, asesinado por los cuerpos especiales, en plena calle, en Milán, el 11 de diciembre de 1980. Militante de las Brigadas Rojas-Columna Walter Alasia. 23 años, nacido en Rho (Milán), trabajador del libro, había estado ya en prisión y, más tarde, militante en la clandestinidad. ROBERTO SERAFINI, asesinado en el mismo ataque. Militante de las Brigadas Rojas-Columna Walter Alasia. 26 años, nacido en Génova, periodista y, más tarde, militante en la clandestinidad. ALBERTO BUONOCONTO, se quitó la vida el 20 de diciembre de 1980, en Nápoles, en suspensión de condena por el grave estado psico-físico en que se encontraba, consecuencia de los años de cárcel y de la violencia sufrida. Militante de los Núcleos Armados Proletarios. 27 años, nacido en Nápoles, estudiante, encarcelado desde 1975. GIANFRANCO FAINA, muerto de cáncer, en suspensión de condena, el 11 de febrero de 1981. 46 años, nacido en Génova. Militante fundador de Acción Revolucionaria, profesor de Universidad. GIORGIO SOLDATI, asesinado en la prisión de máxima seguridad de Cuneo por los subjetivistas de un grupo político que pronto se disoció, el 10 de diciembre de 1981. Antiguo militante de Prima Linea. 35 años, nacido en Rivoli (Turín), obrero de la construcción y, más tarde, militante en la clandestinidad. LUCIO DI GIACOMO, caído en un tiroteo tras una expropiación, en la provincia de Siena, el 21 de enero de 1982. Militante de los Comunistas Organizados para la Liberación Proletaria. 24 años, nacido en Enna, obrero metalúrgico en Turín y, más tarde, militante en la clandestinidad. UMBERTO CATABIANI, asesinado por los grupos especiales de lucha contraguerrillera, tras ser herido y permanecer acorralado durante varias horas, el 24 de mayo de 1982, en la provincia de Pisa. Militante y dirigente de las Brigadas Rojas-Partido Comunista Combatiente. 32 años, nacido en Pietrasanta (Lucca), empleado, cuatro años en prisión y, más tarde, militante en la clandestinidad.

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ROCCO POLIMENI, se quitó la vida en un momento de crisis, en la clandestinidad, el 10 de junio de 1982. Militante de los Comunistas Organizados para la Liberación Proletaria. 26 años, nacido en Reggio Calabria, técnico informático y, más tarde, militante en la clandestinidad. ENNIO DI ROCCO, asesinado en prisión por los subjetivistas de un grupo político que pronto se disoció, el 27 de julio de 1982. Militante de las Brigadas Rojas-Partido Guerrilla. 25 años, nacido en Narni (Terni), proletario y, más tarde, militante en la clandestinidad. STEFANO FERRARI, asesinado por la policía que lo sorprendió en una reunión en un bar con otros dos camaradas, que resultaron gravemente heridos, en Milán, el 31 de julio de 1982. Militante de las Brigadas Rojas-Columna Walter Alasia. 27 años, nacido en Milán, técnico de la SNAM (una gran fábrica) y delegado obrero. MAURIZIO BISCARO, se arrojó desde lo alto de un edificio en el que habían irrumpido los carabineros, en las afueras de Milán, el 13 de noviembre de 1982. Militante de las Brigadas Rojas-Columna Walter Alasia. 25 años, nacido en Milán, trabajador en precario y, más tarde, militante en la clandestinidad. GAETANO SAVA, asesinado por un grupo especial de lucha contraguerrillera, el 17 de septiembre de 1983, en Milán. Anarquista, participaba en la red de apoyo de un dirigente de los Comunistas Organizados para la Liberación Proletaria. 30 años, nacido en Belpasso (Cagliari), pequeño comerciante. CIRO RIZZATO, asesinado por la policía francesa tras la expropiación de un banco, en París, el 15 de octubre de 1983. Militante de los Comunistas Organizados para la Liberación Proletaria. 22 años, nacido en Milán, artesano y, más tarde, militante en la clandestinidad. MANFREDI DI STEFANO, muerto en la prisión de Udine, el 6 de abril de 1984. Militante de la Brigada 28 de marzo (círculos de la Autonomía). 27 años, nacido en Salerno, obrero fabril. LAURA BARTOLINI, asesinada por el joyero al que expropiaba, en Bolonia, el 14 de diciembre de 1984. Militante de las Brigadas Rojas-Partido Comunista Combatiente. 29 años, nacida en Bolonia, empleada. ANTONIO GUSTINI, caído en un tiroteo en un ataque contra un furgón blindado, en Roma, el 14 de diciembre de 1984. Militante de las Brigadas Rojas-Partido Comunista Combatiente. 28 años, nacido en Roma, ferroviario y, más tarde, militante en la clandestinidad. PIETRO GRECO (PEDRO), asesinado por un grupo especial de lucha contraguerrillera en Trieste, el 9 de marzo de 1985. Militante de una estructura surgida de la Autonomía Obrera. 38 años, nacido en la provincia de Reggio Calabria, profesor y, más tarde, militante en la clandestinidad. WILMA MONACO, caída en un ataque de las Brigadas Rojas-Unión de Comunistas Combatientes contra un asesor del gobierno, en Roma, el 2 de febrero de 1986.

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Militante de las Brigadas Rojas-Unión de Comunistas Combatientes. 28 años, nacida en Roma, empleada y, más tarde, militante en la clandestinidad. DARIO BERTAGNA, se quitó la vida en la prisión de Busto Arsizio, el 17 de julio de 1988. Militante de las Unidades Comunistas de Ataque (círculos de la Autonomía). 38 años, nacido en Comerio (Bergamo), empleado en una fábrica. GINO LIVERANI, muerto de enfermedad en el exilio, en Managua (Nicaragua), el verano de 1988. Militante de las Brigadas Rojas. 56 años, nacido en Rávena, comerciante, había pasado varios años en la cárcel. PAOLO SIVIERI, se quitó la vida bajo arresto domiciliario, después de pasar largos años en prisión, en la provincia de Rovigo, el 25 de enero de 1989. Militante de las Brigadas Rojas. 35 años, nacido en Castelmassa (Rovigo), universitario. NICOLA GIANCOLA, muerto de un ataque al corazón en prisión, en Milán, el 22 de enero de 1992. Militante de las Brigadas Rojas-Columna Walter Alasia. 41 años, nacido en la provincia de Teramo, trabajador de la Philips. ERMANNO FAGGIANI, asesinado en el curso de una expropiación en Barcelona, el 17 de marzo de 1993. 37 años, ex militante de las Brigadas Rojas, nacido en la provincia de Udine, obrero agrícola y fabril, pasó varios años en la cárcel. CARLO PULCINI, muerto de cáncer, en suspensión de condena, en Turín, el 23 de marzo de 1992. Militante de las Brigadas Rojas-Partido Comunista Combatiente. 50 años, nacido en la provincia de Viterbo, obrero. CLAUDIO CARBONE, muerto en prisión en Lauro (Avellino), el 30 de julio de 1993. Ex militante de los Núcleos Armados Proletarios. 46 años, nacido en Asmara (Eritrea), encarcelado por actividades extralegales y preso durante muchos años. SERGIO SPAZZALI, muerto en el exilio en Miramas (Francia), el 22 de enero de 1994. Militante de la Célula para la Constitución del Partido Comunista Combatiente. 58 años, nacido en Trieste, abogado, encarcelado en varias ocasiones, en especial por las actividades del antiguo Socorro Rojo. ALESSANDRA D’AGOSTINI, muerta en el exilio en París, en agosto de 1994. Ex militante de las Brigadas Rojas. 47 años, nacida en Turín, profesora. GERMANO MACCARI, muerto en la cárcel de Rebibbia-Roma en 2001. Ex militante de las Brigadas Rojas. Nacido en Roma, artesano, encarcelado en varias ocasiones. MARIO GALESI, caído en combate con la policía, en la provincia de Arezzo, el 2 de marzo de 2003. Militante y dirigente de las Brigadas Rojas-Partido Comunista Combatiente. 36 años, proletario, ya había estado encarcelado, militante en la clandestinidad. Al volver a dar un mínimo de identidad y de concreción a tantos camaradas caídos en la lucha, esta reconstrucción de los hechos –que esperamos sea lo más fiel posible a la realidad- puede ayudar a comprender mejor la densidad de esta historia, su enorme

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riqueza humana, ligada al potencial revolucionario-transformador. Sólo un movimiento profundamente arraigado en motivos y aspiraciones de carácter histórico, como los que tienen por objetivo superar la sociedad de clases, puede llegar a producir, cualitativa y cuantitativamente, tanta determinación de lucha. ¡Que todo este patrimonio viva, que sea retomado, siempre con atención crítica y sin idealizaciones, en la praxis y en la elaboración del nuevo proceso revolucionario! 18. Bibliografía esencial Ante todo están los primeros libros publicados durante la década de los 70, así como los documentos y los periódicos. Como documentación (por lo demás, difícilmente localizable), son útiles algunos libros burgueses que, al principio, no eran aún demasiado tóxicos. Controinformazione (Contrainformación). Siguen existiendo las colecciones de esta revista que desempeñó un papel crucial en la difusión y conocimiento de las Organizaciones Comunistas Combatientes (en especial de las Resoluciones de la Dirección Estratégica de las Brigadas Rojas). Esta revista realizó un trabajo de investigación militante rico y original en diversas áreas. BR, cosa sene è detto – che cosa hanno detto, (Las BR, lo que dijeron de ellas, lo que ellas dijeron), por el Socorro Rojo de Milán en ediciones Feltrinelli. Obra histórica, por su calidad y utilidad. Fue la primera en su género gracias al hecho de que los autores eran militantes de alto nivel del movimiento revolucionario (entre ellos Sergio Spazzali). La documentación es rica porque da la palabra a los protagonistas. Pero cubre solamente los primeros años, aproximadamente hasta el 76. Tessandori, V.: BR, imputazione banda armata (BR, acusación banda armada), publicado por ediciones Garzanti. Es un libro muy documentado e interesante. Llega también hasta finales de 1976. El tono polémico (el autor forma parte del aparato mediático) es todavía aceptable y no cae aún en la falsificación sistemática o el odio venenoso, como es el caso de uno de los textos más famosos en términos mediáticos, el de G. Galli: Storia del partito armato (Historia del partido armado), absolutamente tóxico. Caccia, Viola: Requisitoria processo GAP-BR, (Requisitoria al proceso GAP-BR), en ediciones Bertani. El interés reside en la cantidad de información (a pesar del filtro judicial), pero también en el análisis. Varios elementos históricos que de él surgen permiten una buena comprensión de los hechos, como, por ejemplo, la aportación de antiguos partisanos (entre ellos un comandante) al proceso de formación de estos dos núcleos históricos. Projecto Memoria (Proyecto Memoria), en ediciones Sensibili alle foglie. En tres volúmenes, es la reconstrucción estadística y documental más sistemática que existe. Útil sin duda, aun cuando fuera concebida como parte de un proyecto liquidacionista, “historizante” (como nos gusta llamarlo), por algunos ex dirigentes y militantes. Il proletariato non si è pentito (El proletariado no se ha arrepentido), en ediciones Rapporti Sociali. Recopilación considerable de materiales, siguiendo el hilo cronológico

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y en paralelo a la actividad de los Comités contra la represión. Éstos, por entonces, formaban parte de los protagonistas en la lucha contra la disociación y en apoyo a los presos resistentes. Este texto fue redactado en la fase más aguda del enfrentamiento, 1983-1985, consecuencia de la derrota táctica de 1982 y de su duro contragolpe interno para el movimiento revolucionario. Sigue siendo un libro válido. Gallinari, Piccioni, Seghetti: Politica e Rivoluzione (Política y Revolución), en ediciones Rapporti Sociali. Quizás el mejor texto como primer balance político-ideológico. Escrito también en caliente en prisión en 1983. Incluso en las durísimas condiciones de la época, los cuatro autores (todos miembros de primera línea de las Brigadas Rojas) realizaron una síntesis notable, en medio de la batalla contra las más graves desviaciones subjetivistas o capitulacionistas, la autocrítica y la búsqueda de perspectivas. Muy recomendable todavía hoy. De Maria, N.: Tre interventi d’un compagno BR (Tres intervenciones de un camarada BR), en ediciones Archivia. Balance de un ex dirigente de la Columna Walter Alasia, escrito en años más recientes (1992-1998), por lo tanto, con más elementos para la comprensión. Notable tanto en la reconstrucción histórica (destinada también a contrarrestar las tendencias liquidacionistas) como en el análisis de la crisis capitalista y de la evolución de la forma-Estado. Bianconi: Mi dichiaro prigionero politico (Me declaro preso político), en ediciones Einaudi. En forma de crónica periodística, la trayectoria de una docena de militantes. Moretti, M.: BR, una storia italiana (BR, una historia italiana), en ediciones Garzanti; y Gallinari, P.: Un contadino nella metropolis (Un campesino en la metrópolis). Se trata de dos biografías fundamentales de dos dirigentes históricos de las Brigadas Rojas, cuyas vidas recorren toda la historia de la organización hasta la segunda mitad de la década de los 80. Interesante, al margen del final liquidacionista. Por supuesto, hay otros textos, especialmente entre los que tratan sobre el movimiento de la clase en un sentido amplio o el ciclo de luchas en su conjunto. 19. Documento: ¿Quiénes son las manzanas podridas? [Este documento fue escrito por Vicenzo Sisi, obrero comunista, delegado sindical, militante por la constitución del Partido Comunista Político-Militar, tras la campaña de insultos lanzados contra él por la prensa, el sindicato y los políticos del régimen después de su detención, el 12 de febrero de 2007. Nota del Editor] He leído en alguna parte que todo en mi biografía apuntaba en un sentido contrario al de disparar con balas de fogeo. Siguen hablando de duplicidad. Por un lado, el buen compañero, el delegado apreciado y, por otro, la lucha armada. No es así: no hay duplicidad alguna, no hay separación entre lo que es un comunista revolucionario y su militancia entre la gente: organizarse en el sindicato sin estar de acuerdo con la línea de la dirección.

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Para organizarnos entre nosotros, trabajadores, con arreglo a las formas autorizadas, hace falta la tarjeta sindical. ¡Y nosotros, trabajadores, nos sacamos la tarjeta! Porque los trabajadores no tienen derecho, según la ley, a elegir directamente a sus propios representantes en el lugar de trabajo. ¡Qué bonita es vuestra democracia! ¿No será que os entra el miedo cuando los trabajadores se organizan por sí mismos? Luego, cuando algunos de estos obreros se dan cuenta de los límites de las luchas económicas y de la inutilidad de la lucha parlamentaria, y se organizan como comunistas, entonces vuestro miedo crece. Vuestro poder para controlar y dominar, imponiendo vuestros métodos, podría quedar en entredicho. Quienes pagan vuestro bienestar a costa de explotación podrían ver que existe una alternativa, una solución a vuestro mundo de explotación y barbarie. Y entonces ponéis en funcionamiento toda vuestra capacidad de manipular las conciencias, de confundir las ideas: hacernos pasar por terroristas, criminales dispuestos a hacer daño a quien sea, enemigos de las gentes, para criminalizar nuestras ideas. En cambio, es más difícil criminalizar nuestras vidas: están ahí, a la vista de todos, para demostrar nuestra coherencia con las ideas que defendemos; nuestra pertenencia a nuestra clase social: la Clase Obrera. Yo empecé a trabajar a la edad de 14 años, lo hacía 11 horas al día, incluidos los sábados. Me convertí en obrero cualificado. En aquella empresa existía una relación individual con el patrón; por el convenio colectivo (sectorial) hicimos una huelga a dos, un viejo comunista y yo. Más tarde llegó la FIAT y allí luchábamos, éramos un “problema de orden público”, como decía Cesare Damiano25 cuando hablaba del Convenio nacional de la metalurgia de 1979. Era necesario derrotar y dispersar a esa clase obrera que se les iba de las manos, que no quería plegarse a las políticas de sacrificios. Y entonces, ¡a la calle! Primero los 61, luego los 23.00026. Y mientras, los jefes del Partido Comunista Italiano de Turín organizándolo todo con la FIAT: las listas rojas, las expulsiones, los talleres de castigo (aislamiento). Después de un tiempo en el paro, entré en ERGOM. Había allí un patrón que o estabas con él o estabas contra él. Yo estaba contra él, pero hacía bien mi trabajo y no podía atacarme. Los vapores tóxicos nos quemaban los ojos y nos causaban náuseas. ¡Huíamos de allí! No había siquiera un extractor. Algunos incluso, por miedo, se quedaban dentro respirando el humo, con lágrimas en los ojos. Con otros camaradas, montamos el sindicato. Al principio no éramos más que seis afiliados: había mucho miedo. Los contratos temporales, el miedo de que no se renovaran, los jefes que nos acosaban, que nos fichaban con las primeras huelgas... Entonces: el golpe bajo del despido y el intento de corromperme, con un montón de dinero, para apartarme. Durante tres años y medio estuve apartado. Con el sindicato que no me quería ni siquiera como voluntario. Hoy, dicen que la estima era transversal. En lo que toca a los trabajadores y las trabajadoras, el aprecio es recíproco, y es el único al que estoy ligado, además del afecto por las personas queridas y por mis camaradas de lucha. A las personas con quienes he compartido esperanzas y luchas quiero decirles que no hay duplicidad alguna en mi vida ni en la de mis camaradas de lucha. Fui y soy así porque he tratado y trato de 25 Actual ministro de trabajo, ex-revisionista, en aquel tiempo se dedicaba a la represión y criminalización del movimiento revolucionario. 26 Los 61 fueron despidos políticos “antiterroristas” en el otoño de 1979; los 23.000 fueron la primera reestructuración masiva, aprobada en octubre de 1980 tras una larga lucha.

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ser comunista. En las cosas de todos los días, en el trabajo, en la lucha. A los demás les digo: ¡Cobardes! ¿Cómo podéis decir que soy un infiltrado entre los trabajadores y en el sindicato? EPIFANI27 dijo que somos manzanas podridas. Él, que jamás hizo los tres turnos diarios de 8 horas, él, a quien dio colocación el sistema de los partidos que han vendido a la Clase Obrera. Vengo de una familia obrera que siempre pagó su cuota sindical y que ha contribuido al sostenimiento del sindicato sudando sangre en las fundiciones. ¿Quién es el infiltrado en la Clase Obrera? ¿Quién es entre él y yo la manzana podrida? En los Congresos siempre le dije a la cara lo que pensaba. ¡Mi sindicato son los trabajadores! Siempre he dicho en los debates en el seno de las direcciones que lo que contaba para nosotros, los delegados, era la capacidad de construir espacios de autonomía en los puestos de trabajo para que los trabajadores tengan mayor protagonismo. No obstante, dentro del perímetro de la fábrica, constreñirse a lo que se puede hacer implica terminar encerrado en la compatibilidad y los límites de la lucha económica. Mientras que fuera, el enorme poder de las direcciones sindicales, tras años de reveses y derrotas impuestas a los trabajadores, se convierte en un instrumento de control de la clase. ¿Qué responde el delegado al enfurecido compañero de trabajo que cobra un salario de 950 euros al mes? ¿Qué se puede decir a las trabajadoras, con las muñecas rotas por los ritmos de trabajo, con 37 años a sus espaldas de fatigas en la fábrica y en casa, cuando piden su jubilación? ¿Qué puedo yo decir a quien tiene dos hijos y un contrato temporal de tres meses? ¿Qué se puede decir a aquel sobre quien pesa una orden de desahucio y te dice que el gobierno encuentra dinero para armamento pero no para viviendas sociales? ¿Le respondo que “Refundación”28 está en el gobierno y que la burguesía de izquierdas es mejor que la de derechas? Y cuando echas una ojeada a tu alrededor ves que la mercancía más barata son los trabajadores. Entonces, o estás de acuerdo, o estás en contra. O aceptas sus reglas y eres cómplice, o trabajas para construir la alternativa. Vicenzo Sisi, militante por la constitución del Partido Comunista Político-Militar 2 de marzo de 2007 20. Documento: Revolución o contrarrevolución [Este documento fue escrito por los militantes para la constitución del Partido Comunista Político-Militar con ocasión de la primera audiencia de su juicio en Milán, celebrada el 27 de marzo de 2008. Nota del Editor] A los comunistas, a las vanguardias obreras, a los proletarios que luchan, a las mujeres oprimidas y rebeldes. Con el juicio a los comunistas detenidos el 12 de febrero de 2007, dos clases se enfrentan una vez más en los tribunales burgueses: la burguesía y el proletariado. Una, la burguesía, que ostenta el poder, acusa a la otra, el proletariado, que, en la persona de

27 EPIFANI es el secretario general de la Confederación General Italiana del Trabajo (el equivalente a la Confederación General del Trabajo en Francia). 28 “Refundación Comunista”, partido revisionista surgido del antiguo Partido Comunista Italiano.

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unos cuantos militantes comunistas, trata de construir su propia autonomía política de clase, es decir, revolucionaria. El objetivo es siempre el mismo: actuar en aras de la supervivencia del capitalismo a pesar de sus crisis y de su barbarie, para seguir acumulando riquezas y privilegios en favor de una pequeña minoría a costa de los sufrimientos y las vidas de la mayoría. Para que esto sea posible, allí donde no basta con el engaño de su falsa democracia, aparecen la represión y la justicia burguesas. El ataque represivo muestra el verdadero rostro del revisionismo que, para servir a los patronos, se hizo Estado y encuentra su expresión actual en el eje D’Alema-Napolitano-Bertinoti29, principal apoyo de la política antiproletaria del gobierno Prodi. Dicho eje tiene en una parte de la judicatura uno de sus principales centros de poder. La Fiscalía de Milán es el mejor ejemplo de ello. ¡Éste es un juicio político! Un juicio en el que el ministerio público y los acusados son sujetos políticos. El principal delito que se discute –“Asociación subversiva”- es político. Y los objetivos de todas las partes son políticos. El principal objetivo perseguido por la burguesía imperialista es negar la legitimidad de la lucha revolucionaria del proletariado, reduciéndola a una serie de episodios delictivos. Dar legitimidad a la represión y aterrorizar a los sectores proletarios sensibles a las organizaciones revolucionarias. Contener, oponerse a la tendencia a la autonomía política de la clase. Lo anterior es a nivel estratégico. A nivel táctico, la investigación, primero, y, más tarde, el juicio, pretenden fortalecer un frágil gobierno de “centro-izquierda”, expresión del actual equilibrio interno de los intereses de la burguesía imperialista italiana. La consecución de estos objetivos es hoy una necesidad vital para nuestros patronos. En los enfrentamientos que provoca la crisis general del modo de producción capitalista, su clase se encuentra, de hecho, cada vez más en la condición de la olla de barro entre las ollas de hierro30. La estrategia de la “guerra infinita”, impulsada por el imperialismo de los Estados Unidos, ha abierto una nueva fase de desestabilización global y relanzado la lucha por una nueva división del mundo entre las potencias imperialistas. Ello ocurre, por el momento, principalmente a costa de las naciones oprimidas del Tricontinente (Asia, África, América Latina), empezando por los pueblos cuyos regímenes han buscado un desarrollo autocentrado, liberado de la tutela y de las relaciones semicoloniales impuestas por los imperialistas. Es una tendencia que se presenta ya como una tercera guerra mundial en potencia. La burguesía imperialista italiana está en primera línea de este sistema de guerra, como se ve claramente con las llamadas “misiones humanitarias” en Irak, Afganistán y también en el Líbano. Es un camino de destrucción y muerte, plagado de contradicciones que se agudizan hasta en el seno de las formaciones sociales

29 Mascarones de proa del antiguo partido revisionista (Partido Comunista Italiano), en la actualidad se les podría calificar más correctamente como “ex-revisionistas”, agentes orgánicos del capitalismo y el imperialismo. Respectivamente: ministro de asuntos exteriores y vicepresidente del consejo de ministros, presidente de la República, presidente del Parlamento. 30 Referencia a la fábula de La Fontaine “La olla de barro y la olla de hierro”. [N. del t.]

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imperialistas. Una vía que pone de manifiesto, a los ojos de las amplias masas, la crisis del sistema, haciendo aún más urgente su superación. Por crisis del sistema no entendemos sólo la crisis económica, en el sentido corriente del término. Entendemos el fenómeno complejo, económico, social y político, nacido de las propias leyes de funcionamiento del modo de producción capitalista (como la “ley de la plusvalía”, es decir, la ley de la explotación del trabajo que, “casualmente”, oculta la “ciencia económica oficial”, es decir, la ideología dominante). Nosotros hablamos de “crisis de superproducción de capital” que, a escala mundial, es crónica: hay demasiados capitales que buscan beneficios, las oportunidades de inversión no son suficientes, la competencia es cada vez más feroz y a menudo degenera en enfrentamientos armados. Esta superproducción de capital determina ese fenómeno enloquecido y criminal en virtud del cual “¡estamos mal porque producimos demasiado!”. El exceso de capacidad productiva, al no emplearse en una organización económica culminada socialmente, conduce a continuas reestructuraciones y a la miseria del proletariado. Y además es la causa última de las guerras imperialistas: no sólo debido a la agresividad competitiva que desencadena, sino también porque, en última instancia, no existe más alternativa que la destrucción de excedentes para este modo de producción demencial. Es la historia de los Estados Unidos en Europa y Asia después de 1945 y es la historia actual con Irak, Afganistán, etc. El capitalismo no sale de este tipo de crisis –general e histórica- por medios económicos ordinarios. De hecho, no logra salir de ella a pesar de treinta años de ataques repetidos contra los avances de la clase obrera y el proletariado: aumento en la explotación, retroceso de las condiciones de vida y de trabajo. A pesar de los saltos tecnológicos y la liquidación de los regímenes revisionistas que habían tomado el poder en los países socialistas y abierto el camino a la restauración capitalista. (…) Aunque los trabajadores se hayan convertido en la mercancía más barata, no es suficiente. El capitalismo en crisis es una fiera salvaje y a cada nuevo giro de la espiral la crisis se agudiza, como en el caso actual de la crisis financiera en torno a los préstamos para la vivienda. El elemento nuevo, en este caso, es la incapacidad del imperialismo dominante para descargar la crisis sobre las formaciones sociales dependientes, como había ocurrido en el pasado con las crisis financieras inducidas en México, en el sudeste asiático, en Rusia y también en Argentina... Esta incapacidad refleja la gravedad de la crisis y da un nuevo impulso a la “política de las cañoneras”, no tanto a causa del carácter subjetivamente criminal de la burguesía imperialista cuanto debido al hecho de que, para este sistema, la guerra es el único medio de que disponen los imperialistas para establecer nuevas relaciones de fuerza, disputarse y repartirse las esferas de influencia y los superbeneficios derivados de la dominación colonial y semicolonial. El verdadero límite a la barbarie que caracteriza esta época histórica de putrefacción de las formaciones sociales imperialistas sigue siendo la Revolución proletaria: “O la Revolución impide la guerra o la guerra desencadena la Revolución” (Mao Tse Tung). Este elemento está integrado en la esencia de los Estados imperialistas que, desde la Revolución de Octubre, se han estructurado como “Estados de la contrarrevolución

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preventiva”. Una estructuración que recurre también a la cooptación, en fases sucesivas, de las diferentes capas políticas revisionistas (poscomunistas, postextraparlamentarios, arrepentidos y disociados de toda laya). Estos cánceres oportunistas, fomentados por la burguesía en el seno de la clase, asumen el postulado ideológico según el cual la época imperialista sería “el fin de la historia” y no habría alternativa alguna al imperialismo. Están entregados a la ambiciosa tarea que les ha sido confiada de falsear la realidad de la historia, que se desarrolla a través de contradicciones y luchas de clases, y no podrá “concluir” sino en la sociedad sin clases. La otra tarea que les atañe se sigue de la anterior: embaucar a las masas sobre la utilidad de la participación en las instituciones burguesas y en los órganos de gobierno, que sólo pueden ser de carácter capitalista-imperialista. Estos traidores a la clase obrera repiten como papagayos el discurso de sus jefes sobre el “dios-mercado” y la globalización del capital que habrían de traer la paz y el progreso a los pueblos. Intentan, con bastante torpeza, falsificar las luchas feroces entre grupos imperialistas y su contenido real, es decir, el nuevo reparto del mundo. Divagan sobre una supuesta “comunidad internacional” y al tiempo arriman el hombro a las peores empresas antiproletarias y neocolonialistas. Y de ahí a las mistificaciones de las “misiones de paz” y las “guerras humanitarias”. Pero el desarrollo mismo de las contradicciones los desenmascara, como ha sido el caso del gobierno Prodi. En él, los “pacifistas” se sentaban con los belicistas, votaban los créditos de guerra y participaban en las protestas contra la guerra... Aprobaban la construcción de bases estratégicas del imperialismo norteamericano o de inversiones puramente capitalistas, como el tren de alta velocidad Lyon-Turín y todavía querían infiltrarse en las luchas contra estos proyectos. Lo mismo sucede con las leyes de la regresión social (especialmente la del Código Laboral) y la precariedad. Esta auténtica esquizofrenia tiene como única explicación la ausencia de perspectiva imperialista y, por lo tanto, la necesidad de desarrollar un trabajo de división, recuperación y desmoralización desde el interior de los movimientos de masas. El trabajo de zapa, de “desilusión” de los “ex-revisionistas” y su fardo de imbecilidades ideológicas, como el “pacifismo”, buscan compensar esta falta de perspectiva. En estrecha relación dialéctica con esta actividad de demolición desde el interior de las dinámicas de masas se encuentra el ataque represivo contra la organización revolucionaria. En efecto, la mistificación sólo puede mantenerse en pie mientras nadie diga, con una teoría y una práctica consecuente, que “el rey está desnudo”, es decir, que el capitalismo está preso de sus propias leyes y contradicciones y que, por eso mismo, hunde a la sociedad en un abismo de miseria, violencia y guerra, pero que también está grávido de la Revolución proletaria y que sólo ella puede hacerle frente y derrotarlo. Su misma debilidad les empuja a forzar a fondo este ataque, movilizando todos sus recursos ideológicos, políticos, militares, judiciales. Todo ello para evitar, para prevenir, la constitución del proletariado en fuerza ideológico-político-militar independiente. La acción contrarrevolucionaria que ha llevado a este juicio responde esencialmente a esta exigencia. Del mismo modo que el juicio mediático organizado tras la razia del 12 de febrero de 2007 responde a la exigencia de descalificar la posibilidad de la revolución

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proletaria, calificando de “provocadores infiltrados” a las verdaderas vanguardias de la clase obrera en lucha. No estamos aquí para declararnos culpables o inocentes. Son éstas categorías que les pertenecen a ustedes. Sólo podemos declarar que nuestra justicia no es su justicia. La suya es la que garantiza la impunidad a los capitalistas asesinos de obreros, como en ETERNIT (3.000 obreros asesinados, ¡y eso son sólo los casos probados!), en la petroquímica, entre las llamas de las acerías, en los astilleros o en la construcción. La que garantiza la impunidad a los responsables estatales de la “estrategia de la tensión”, a la violencia policial y represiva, la que está en la base legal del sistemático robo capitalista del trabajo obrero y social. Nuestra justicia toma como referencias el fin de la explotación y la igualdad económica y social; la eliminación definitiva de la lógica del beneficio y de sus consecuencias, como son las guerras de rapiña y la destrucción del medio ambiente; el final de la opresión imperialista y la solidaridad entre los pueblos; la dictadura del proletariado como única forma institucional capaz de garantizar la construcción del socialismo y de resolver los problemas derivados de la resistencia de los explotadores y del resurgimiento de brotes capitalistas. La única solución jurídica que admite el Estado es abjurar del antagonismo de clase. Ése es el culmen de la hipocresía de la justicia burguesa, puesto que este juicio y su sentencia son claramente los actos de guerra de clases. ¡No hay juicio que valga contra la revolución proletaria! Es un proceso histórico, el único camino posible para la emancipación de la humanidad de la explotación feroz y de las guerras devastadoras a que la condena la putrefacción de la época imperialista del capitalismo. La vía democrática para la transformación social no ha existido jamás; las clases que detentan el poder no lo ceden jamás democráticamente, sino siempre como consecuencia de luchas revolucionarias. Nos corresponde a nosotros, los comunistas, la tarea de indicar y marcar hoy este camino, el camino de la Revolución proletaria. Y no podemos hacerlo más que construyendo el Partido Comunista de la clase obrera, que es el único que puede dirigir la lucha por el poder mediante el desarrollo de su política revolucionaria. No hacemos promesas a los proletarios, nosotros no les decimos: “os daremos...”, sino: “éste es el camino: ¡luchar! La libertad y la felicidad se conquistan con la lucha y en la lucha, en un largo proceso revolucionario.” Los límites y los errores del pasado, los ensayos revolucionarios precedentes, no son una razón para rechazarlos (como le gustaría a la burguesía cuando pregona constantemente y a voz en grito la muerte del comunismo). Los límites, los errores, las contradicciones son la línea fronteriza desde la que hemos de ponernos de nuevo en marcha; son las cuestiones a resolver en los nuevos ensayos, tomando por punto de apoyo los grandes logros alcanzados. Así, la práctica y la teoría de la Guerra Popular Prolongada, que tantos frutos dio el siglo pasado. Una política revolucionaria no puede hacerse más que en la unidad de lo político-militar, en un partido que sepa reunir las

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mejores fuerzas de la clase obrera y el proletariado, y conjugar las reivindicaciones particulares, económicas y sociales, con la necesidad de derribar el sistema capitalista, en una correcta dialéctica Partido/masas. Para ello es necesario hacer frente a los distintos niveles de lucha con miras a desarrollar la autonomía política de la clase: impulsar el fortalecimiento de auténticos organismos de masas en el interior de las luchas y construir el Partido Comunista Político-Militar para dirigir la lucha por el poder. Lo que significa, naturalmente, cortar el cordón umbilical oportunista con el juego político institucional, desarrollando las luchas con el objetivo puesto en la acumulación de fuerzas dentro de una estrategia precisa de lucha revolucionaria: la estrategia de la Guerra Popular Prolongada, válida universalmente para las clases y los pueblos oprimidos de la época imperialista. No hay más justicia que la proletaria Construir el Partido Comunista de la clase obrera en la unidad de lo político-militar Utilizar la defensa para organizar el ataque Construir el Frente Popular contra la guerra imperialista Muerte al imperialismo y libertad a los pueblos Los militantes por la constitución del Partido Comunista Político-Militar

*** Documento sobre el que el Colectivo Valakia Roja (VKR) ha realizado la traducción al castellano: http://www.centremlm.be/index.php?search=histoire+de+la+lutte+revolutionnaire