Historia Crítica No. 17

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Universidad de los Andes, Colombia Facultad de Ciencias Sociales Departamento de Historia Revista de libre acceso Consúltela y descárguela http://historiacritica.uniandes.edu.co/

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  • HISTORIA CRTICA

    No. 17 Revista del Departamento de Historia de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de los Andes

    director: Juan Carlos Flrez editor: Ricardo Arias

    comit editorial: Ricardo Arias, Luis E. Bosemberg, Hugo Fazio, Juan Carlos Flrez, Adriana Maya

    coordinadores editoriales: Catalina Brugman, Toms Martn

    colaboradores: Carlos Mario Perea, Ricardo Arias, Hugo Fazio, Pierre Sauvage, Mara Emma Wills, Luis E. Bosemberg, Eduardo Senz.

    fotografa de portada: Miguel Salazar diseoy diagraman Juan Pablo Fajardo, Andrs Fresneda pre-prensa digital: La Silueta suscripciones: Gloria Acosta, Edwin Rodrguez impresin: Panamericana

    ISSN 0121-1617. Min. Gobierno 2107 de 1987. Tarifa Postal Reducuida. Licencia No.817 de Adpostal Vence Dic/1999

    Historia Crtica se publica semestralmente por el Departamento de Historia de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de los Andes. Las ideas aqu expuestas son responsabilidad exclusiva de los autores.

  • Indice

    carta a los lectores

    la gran mancha roja

    esa tarde inenarrable e intil Carlos Mario Perea

    los sucesos del 9 de abril de 1948 como legitimadores de la violencia oficial Ricardo Arias

    la historia del tiempo presente: una historia en construccin Hugo Fazio Vengoa

    una historia del tiempo presente Pierre Sauvage

    la globalizacin: una aproximacin desde la historia Hugo Fazio Vengoa

    la convencin de 1821 en la villa del rosario de ccuta: imaginando un soberano para un nuevo pas Mara Emma Wills

    Arabia Saudita: tribalismo, religin, conexin con occidente y modernizacin conservadora Luis E. Bossemberg

    resea Eduardo Senz

  • carta a los lectores

    En 1999, Historia Crtica cumple sus primeros diez aos. Para festejar este importante acontecimiento, nuestra revista ha adoptado un nuevo diseo que esperamos sea del agrado del lector.

    Durante todo este tiempo, Historia Crtica ha querido, de acuerdo a las pautas trazadas en el primer nmero (enero-junio 1989), contribuir al desarrollo de la disciplina histrica en nuestro pas. Creemos que esta contribucin se puede apreciar a travs de los numerosos trabajos publicados que abarcan tanto problemas metodolgicos y tericos, como las temticas ms diversas (historia de la ciencia, religin, gnero, conflicto y sociedad, relaciones internacionales, minoras tnicas, Medio Oriente contemporneo, economa, etc.).

    Esta consolidacin de nuestra revista es parte de un proceso ms amplio, en el que el Departamento de Historia se ha ido fortaleciendo: la ampliacin de su planta profesoral, la creacin de la carrera de Historia, as como el proyecto de un programa de maestra son claros ejemplos de la dinmica interna del Departamento.

    Otro aspecto que debe ser destacado, es el inters particular que tanto el Departamento como la revista han tenido en la convulsionada realidad nacional. En efecto, creemos que la reflexin histrica promovida a travs de las publicaciones y del ejercicio acadmico de los profesores puede y debe contribuir a una mejor comprensin de esta problemtica, paso fundamental para pensar en eventuales soluciones.

    Con el fin de seguir contribuyendo al estudio de la reflexin histrica, Historia Crtica quiere aprovechar esta ocasin para reiterar su invitacin a la comunidad de historiadores, tanto nacional como internacional, para que den a conocer el resultado de sus investigaciones a travs de nuestras pginas.

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  • Historia Crtica, en su nmero 17, quiere participar en la conmemoracin de los cincuenta aos del asesinato de Jorge Elicer Gaitn. Pero, qu es lo que realmente se conmemora, o al menos, qu es lo que se recuerda de aquel 9 de abril de 1948, tan lejano y tan presente a la vez en la memoria colectiva de los colombianos? La pregunta no es tan sencilla como parece a primera vista. Recordamos, por supuesto, que en esa fecha desapareci, en medio de la violencia que viva el pas, el jefe del partido liberal y candidato a las elecciones presidenciales; para otros, fue el fin de la carrera de un gran lder social que aspiraba a establecer una verdadera democracia en el pas. Pero al mismo tiempo, el recuerdo del 9 de abril, para otros sectores de la sociedad, est cargado de una connotacin muy diferente. Debido a los mltiples desmanes que se presentaron aquel da para vengar la muerte del "caudillo", estos sectores consideran que fue el momento de la irrupcin de la violencia, del horror, de la barbarie. Hay que evocar, igualmente, dentro de un contexto internacional que ya empezaba a hablar de la Guerra fra, la imagen de un 9 de abril como clara manifestacin de los planes expansionistas del comunismo internacional, segn muchos otros.

    Historia Crtica publica dos artculos que, cada uno a su manera, buscan aportar elementos para una mejor comprensin del 9 de abril y de sus numerosas consecuencias. Estos artculos estn acompaados por un cuadernillo ilustrado -La Gran Mancha Raja - que, en forma de historieta, nos narra, l tambin a su manera, lo que fue aquella fecha. Sin duda alguna, se trata de un documento de gran valor para el historiador1.

    1Este cuadernillo fue elaborado en 1949; su autor, segn lo que se puede constatar en algunas vietas que aparecen firmadas, es el dibujante y caricaturista italiano R. Scandroglio. [ver suplemento]

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  • Historia Critica quiere agradecer a los "grumetes" de la revista El Malpensante, y muy particularmente a su director Andrs Hoyos, por la gentileza que tuvieron al facilitarnos el original de esta historieta.

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  • Para eterna memoria

    Al decir de un ilustre pensador colombiano el 9 de abril de 1.948 se quebr por tercera vez el ritmo ascendente de nuestra historia, si ella se entiende como un proceso evolutivo de superacin y de cultura. Esa sntesis encierra la trascendente gravedad de un delito colectivo que no tiene paralelo en los 138 aos de nuestra .existencia republicana. Y aun cuando las necesidades de la pacificacin del pas y la recuperacin de la autoridad, impusieran una ley de amnista, los horrendos crmenes que en esos nefandos das se "cometieron* jams podrn ser olvidados por la repblica y permanecern latentes en el recuerdo horrorizado de muchas generaciones!. Sobre las transacciones de la poltica, la moral inmutable tiene ya dado su fallo inapelable y la conciencia, Supremo Juez, al sealar a los responsables de la semana roja de Colombia, afianzar el orden jurdico que nos protege y sin cuyo amparo la sociedad indefensa perecera irremisiblemente.

    Esta breve y dramtica serie de episodios, servir tambin para que la historia se escriba sobre la verdad y sin adulteraciones del inters poltico. Eminentes colombianos de todos los partidos -deponen con sus palabras en este proceso y los autores de mximos delitos contra el rgimen constitucional y la seguridad del Estado, devastacin, incendios, saqueos, homicidios y sacrilegios, tambin concurren en efigie, para ser condenados por la opinin imparcial sobre el testimonio de sus propias pa-labras.

    A mantener viva la conciencia social, y como ejemplar admonicin de vigilancia y defensa contra hechos que no volvern a repetirse, si sabemos tenerlos presentes, va esta historia grfica de la Gran Mancha Roja- del 9 de abril de 1.948. Publicacin de la Central Informativa Colombiana CENIC

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  • esa tarde inenarrable e intil Carlos Mario Perea * Hoy da todava, medio siglo despus, el recuerdo de aquella tarde del 9 de abril de 1948 sigue atravesado por el dolor y el estupor. Como si el horror experimentado ese da permaneciera exacto en el recuerdo alucinado de la memoria colectiva: las muchedumbres arrasando los edificios sede del poder, las turbas incendiando la ciudad y asaltando el comercio, las masas profanando los smbolos religiosos, el espectculo de los cientos de muertos regados en las calles de la capital. Ante las apretadas escenas de terror y destruccin, hoy, como hace medio siglo, slo quedan la mudez y el estupor. En efecto, el sbado 28 de marzo de 1998, al borde del cincuentenario, escriba un articulista en la pgina editorial de El Tiempo: "[El 9 de abril] fue una tragedia inenarrable que sigue inatendida. Inolvidable en todo caso; curable, quin sabe. Quienes la padecieron no la olvidan porque fue una herida demasiado profunda y, peor, intil"1. El texto es incisivo. Las frases de "tragedia inenarrable" y de "herida... intil"1 suenan a simples ecos de las imgenes que comenzarn a desfilar en los dibujos realizados por un militante conservador en el ao de 1949. Pareciera que el ttulo con el que el autor abre su introduccin, "Para eterna memoria", se viniera cumpliendo a carta cabal; pareciera que la frase contundente de la introduccin, "los horrendos crmenes [del 9 de abril] permanecern latentes en el recuerdo horrorizado de muchas generaciones", se hubiera alzado como premonicin fatdica que hara valer su verdad a lo largo de medio siglo. * Historiador, profesor del Instituto de Estudios Polticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional.

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  • Un gesto congelado. Cincuenta aos despus aparecen las mismas imgenes, aflora idntico sufrimiento, se respira un mismo desconcierto. Como si ese aterrorizante abril del ao 48 se hubiera convertido en una herida sin cicatrices visibles, un grito que no logr salir jams a la superficie pese a sus excesos; pero que est all, latente y siempre presente en "el recuerdo horrorizado de muchas generaciones". Cmo leer la inmovilidad de un recuerdo que logra sobrevivir idntico al paso de los cincuenta aos ms dolorosos de la historia de este pas? Ser que los episodios cebados en el pavor no tienen otra forma de codificacin posible a la del recuerdo atormentado de las escenas de muerte? Probablemente algo de la lgica del horror tendr que ver con la eterna reedicin del gesto congelado en el que ha permanecido el 9 de abril. Pero al mismo tiempo, y de manera profunda, en esta permanencia terca afloran otras tramas. Los sucesos de aquel da quiebran en dos la historia republicana de Colombia. Hacia atrs de 1948 las muchedumbres ciegas expresan la forma como haba sido tejida la conciencia pblica sobre los partidos polticos. Hacia adelante esas mismas masas ebrias de destruccin sintetizan el comienzo de una violencia que hoy, a las puertas del prximo milenio, no abandona ni por un instante los ms diversos rincones de la vida colectiva. Qu es, pues, ese algo que explota trgicamente aquella tarde de abril del 48 y que, como anuncio letal, se erige en signo de lo que de tantos modos comenzar a regir la vida poltica de ah en adelante? El bogotazo cierra una centenaria lucha partidaria. La historia ha fechado el comienzo de los partidos polticos colombianos hacia finales de la dcada del 40 del siglo XIX; cien aos despus, entre el tumulto y el xtasis, lanzaba su ltimo suspiro el tejido poltico sobre el que haba descansado la cruenta confrontacin entre los partidos. Ya el ttulo del texto, La Gran Mancha Roja, instala directamente en la huella de esta lucha ancestral entre las colectividades: el rojo significa liberal, de donde el 9 de abril aparece como una "mancha", un "siniestro" irreparable cuya responsabilidad recae de manera directa sobre el liberalismo. El resorte de la delirante pasin del 9 de abril hay que rastrearlo ah, en la renovada intensidad que cobr el enfrentamiento entre los partidos una vez consumada la victoria conservadora de Mariano Ospina Prez. Las alternaciones partidarias en el poder fueron hasta el Frente Nacional unas verdaderas guerras: la agrupacin ganadora desterraba del aparato institucional, a sangre y fuego, a los miembros del partido opuesto. En contrava de la visin liberalizante de nuestra historia, que hace del conservatismo el partido de la violencia reaccionaria frente a un liberalis-

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  • mo tolerante y progresista, la subida de los liberales al poder en 1930 represent tambin una historia de muerte todava no registrada en su real magnitud. La victoria electoral de un partido significaba, como se escribi hasta el cansancio durante cien aos, la inauguracin de un nuevo rgimen. Un nuevo rgimen! Porque el cambio de partido en el poder representaba un verdadero cataclismo comprensible no ms que en el contexto de los universos mentales vigentes por aquellos das. Para cada colombiano, siguiendo los dictados de la filiacin partidaria de su familia, el partido opuesto representaba una verdadera y sentida amenaza, bien en la conduccin de los grandes destinos nacionales, bien en el tratamiento de los asuntos ms granados de la vida ntima. De la prodigiosa capacidad de fundir en una sola mezcla el mundo de lo privado con el universo de lo pblico, naci esa alucinada capacidad de los partidos tradicionales para fustigar su confrontacin a lo largo de un interminable siglo: la imaginera partidaria modelaba los sueos de un nuevo pas, pero al mismo tiempo informaba las identidades familiares y atravesaba el corazn de los vnculos de cada individuo con el resto de la sociedad. Hasta asuntos tan propios de la esfera de la autonoma como la profesin de fe religiosa se definan sobre la filiacin partidaria: antes que nada se era conservador o liberal, es decir creyente profundo o ateo furioso, al margen del comportamiento de cada ciudadano en la vida privada. Los capitales simblicos que anudaban al partido, as pues, atravesaban el conjunto de la vida cultural y poltica de aquella poca. Los ojos exorbitados y los rostros desencajados que nuestro dibujante le pinta a la "chusma" nueveabrilea tienen su origen certero en los odios que cada partido haba alimentado frente al otro. El texto es prdigo en la visin que la colectividad conservadora haba alentado contra su adversario. Durante cien aos haba advertido a sus copartidarios sobre la amenaza comunista que encarnaba el liberalismo: destruccin de la religin y de los valores tutelares de la nacionalidad era el resultado del protervo proyecto liberal. De all que el libreto est listo y el 9 de abril no forma sino un eslabn ms de la interminable cadena de asaltos comunistas, tal como lo dice con total claridad el texto: desde el comienzo hace su ingreso "el plan subversivo" comunista, framente calculado y urdido desde el exterior. Cmo ms explicar "la coordinacin de los hechos,... la rapidez con que funcionaron las emisoras clandestinas, ... la manera como se integr la Junta Revolucionaria de Gobierno en Bogot? ". El espectro comunista adquira por aquellos aos todo su vigor, cuando apenas comenzaba la guerra fra; pero igual los adherentes del partido rojo venan siendo vistos desde siempre como "liberales, socialistas, comunistas y anarco sindicalistas".

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  • Una visin apocalptica del adversario que era devuelta, con idntica carga pasional, desde la orilla opuesta. De nuevo en contrava de la versin liberalizante de nuestros aconteceres histricos, el partido liberal tambin cre la imagen de un conservatismo letal para el pas y la existencia diaria. La palabra "reaccin", trmino que resuma la visin demonizante de los liberales hacia los conservadores el equivalente de la acusacin de "comunismo"-, significaba la presencia de un partido que por las vas de la violencia arrasara con todo aquello que significara avance democrtico y participacin popular. En medio de este clima de condenas mutuas no poda tejerse resultado distinto al de la brutal lucha entre los partidos. Bajo el ttulo de "El Nuevo Alineamiento", el texto habla de esta fractura insuperable, de esta grieta abismal sembrada durante tantos aos de confrontacin: "Frente a la lucha que hoy divide al mundo, que alindera de un lado los que profesan una grosera concepcin materialista de la vida, y de otro, los que creen en la existencia y operancia del espritu y los valores morales, los partidos colombianos no han dudado ni han podido dudar al hacer su propio alineamiento". El primer Jorge Elicer Gaitn, el de las grandes movilizaciones y el de la invitacin al pueblo en contra de la oligarqua, hizo un llamado a todos los nacionales sin distingos de su afiliacin partidista: "La miseria no tiene color poltico", dira tantas veces durante la campaa proselitista de 1946. Empero, desde comienzos de 1947, una vez adquirido el ttulo de director del partido liberal, Gaitn no pudo evitar verse consumido en las mallas de la confrontacin partidaria. Su discurso se vio invadido por las consignas de la intemperancia: la oligarqua, antes sin especificacin partidista, se trastoc en la oligarqua conservadora; el pueblo, primero ente universal aquejado por el olvido y la desnutricin, se transform luego en el pueblo liberal. La marcha del silencio del 7 de febrero de 1948, la ms audaz escenificacin pblica contra la violencia de aquellos aos, fue convocada en nombre del partido liberal como protesta por el asesinato de sus copartidarios. "En Silencio el Liberalismo Pedir Paz y Justicia y Rendir Tributo a sus Muertos" rezaba en gran encabezado Jornada, el peridico gaitanista, dos das antes de aquel memorable sbado. Y el caudillo, ante la multitud muda, reconvertira el silencio, smbolo de la lucha contra la presencia arrasadora de la muerte, en signo demostrativo de la fuerza amenazante del partido liberal: "Seor presidente: vos que sois un hombre de universidad debis comprender de lo que es capaz la disciplina de un partido, que logra contrariar las leyes de la psicologa colectiva para recatar la emocin en su silencio, como el de esta inmensa muchedumbre. Bien comprendis que

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  • un partido que logra esto, muy fcilmente podra reaccionar bajo el estmulo de la legtima defensa"2.

    La gramtica de la impugnacin partidaria termin por invadir el movimiento gaitanista. Algo menos de dos meses antes de su muerte, el caudillo dira en el cementerio de Manizales ante los atades de varios liberales asesinados: "Al pie de vuestras tumbas juramos vengaros"3. La retaliacin, la sed de sangre, las palabras que aceitaban la mquina de una guerra simblica sostenida da a da en las pginas de la prensa y en las exhortaciones de la pla2a pblica, hizo su inconmovible presencia en el discurso gaitanista. La palabra, esa misma que aparece evocada con total poder sobre la exacerbacin de las muchedumbres en nuestro texto: "La irresponsable voz de los lderes", agitada desde "la barricada del micrfono". Acaso resulta gratuito que cada vez que se encenda la llama de la confrontacin entre los partidos los peridicos fueran el primer blanco de las gentes arrebatadas, tal como lo hizo el "populacho" abrileo con el edificio de El Siglo antes de que se cumplieran las tres de la tarde? La violencia real, siempre precedida por la violencia simblica de una palabra destructora en la que el Otro no logra restituir ninguna imagen distinta a la de la muerte. El 9 de abril, ese "ro humano de incendio, barbarie y rapia", sobreviene en el fragor de los gritos de "A la carga!" con los que el caudillo conclua sus famosas peroratas. Como si ante la noticia del asesinato, el pueblo fuera movido por la pregunta fatdica lanzada tantas veces por Gaitn en medio del candente ambiente que se respiraba desde finales de 1946: "Pueblo! Estis dispuesto a obedecer mi voz de mando, aun cuando ella sea una orden de sacrificio?"4. Los largos y enfticos "s" que respondan las emocionadas multitudes de las marchas se convirtieron el 9 de abril en un "ro humano" ciego ante la "voz" del lder inmolado, resonante como una "orden de sacrificio".

    Con todo, aquel viernes de abril es al mismo tiempo la expresin de una ruptura, tan profunda como la continuidad que guarda la destruccin con la lucha centenaria entre los partidos. El movimiento gaitanista alcanz a inaugurar renovados escenarios en las arenas del poder. Sus llamados al pueblo, bien bajo la forma de una invitacin a la confrontacin contra la oligarqua, bien bajo la imagen de una convocacin a las resonantes marchas, lograron construir una ciudadana en donde el pueblo se pudo ver por primera vez a s mismo haciendo parte de una fractura diferente a la contenida en la lucha entre rojos y azules. En la movilizacin popular en tomo a Gaitn asom una identidad ms all de las filiaciones partidistas y sus sempiternos odios: el pueblo no slo posee una entidad que lo diferencia y lo enfrenta a la oligarqua, sino que lo vuelve agente de un posible cambio. En verdad, como se dijo antes, Gaitn tuvo dos trayectorias en su recorrido poltico durante

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  • los aos 40: en la segunda haba abandonado el llamado al pueblo universal para privilegiar las consignas del partido rojo. Empero, y pese al cambio en los contenidos gaitanistas, la imagen del pueblo movilizado sigui operando en la escena pblica. El 9 de abril cierra entonces un largo ciclo de la vida pblica nacional. Aquella tarde las masas quemaron, en medio del fuego que abrazaba los ministerios y las iglesias, el pacto de fidelidad que haban venido jurando hacia los partidos tradicionales a lo largo de cien aos. Porque, pese a que el gesto congelado del 9 de abril rememora tan slo el "populacho" delirante, en sus actos de destruccin se lee de manera ntida el acto de aniquilamiento de todo aquello que respirara algn signo de poder: edificios de peridicos; los ministerios de gobierno, justicia y educacin; el palacio de la nunciatura, las iglesias y los colegios catlicos. La casa presidencial fue el nico edificio librado de la empresa de saqueo gracias a la accin empecinada del ejrcito; pero igual cayeron bajo su paso arrasador los establecimientos del comercio y el centro de la ciudad, en ese entonces lugar de habitacin de sectores pudientes de la capital. El pueblo libr ese da su propia batalla, quebrando el sagrado pacto partidario que divida agnicamente a liberales y conservadores. La imagen del pueblo en marcha, como un ro desbordado sin diques posibles, no haca sino desnudar el absurdo de una confrontacin partidaria que, todava en 1948, operaba como el prisma de lectura de un pas cuyos procesos de subversin social haban dejado atrs las desuetas metforas que haban servido para mantener vivas las afiliaciones partidistas. En este cruce de fracturas adquiere su desbordado vigor la tarde abrilea: entre la grieta insuperable que volva enemigos irreconciliables a liberales y conservadores, atizando la locura con el detonante de los odios ancestrales; y en el abismo entre un pas social y un pas poltico, tal como lo expresaba Gaitn, comienzo de una lucha clasista que vena dibujndose desde los aos veinte. Es este cruce de fracturas lo que vuelve comprensible la vacilacin que rodea a nuestro autor en los nombres con los que se bautiza, desde ese entonces y a lo largo de 50 aos, a las masas abrileas: "enardecidos grupos de energmenos", "populacho", "turbas ebrias", "revoltosos", "revolucionarios sacrlegos", "chusma irreligiosa". Ms all de los calificativos que describen el itinerario del horror, por qu un conservador como el de nuestro texto no habla, sin ningn prembulo, de las chusmas liberales? Los rojos sindicados son los grandes dirigentes, los responsables de urdir un acto de barbarie de semejantes proporciones en el intento de consumar el plan comunista mundial, pero nunca los liberales de la calle y el pueblo. Siguiendo los dibujos, los protagonistas del incendio y el saqueo son ms bien unas masas heterogneas

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  • socialmente y sin ningn distingo poltico. El 9 de abril ser, as las cosas, el primer gran evento de la vida nacional republicana que se resiste a la lectura tradicional desde la lucha partidaria. Y desde all los sucesos del 48 marcarn el medio siglo de historia que comienza a correr desde esa "inenarrable" e "intil" tarde. En razn de qu un articulista de 1998, cincuenta aos despus, continua nombrando ese da bajo estos calificativos, hijos de las mismas resonancias que emplear nuestro dibujante conservador en 1949? En dnde se hunde la imposibilidad cincuentenaria para recontar aquel da y para encontrar en su dolor y sus episodios un sentido? Lo inenarrable, aquello que no puede ser contado ni narrado; aquello cuya evocacin queda sumida en el vrtigo del horror, ahogando las palabras. El mismo sentir que ha merodeado las mutilaciones de los aos 50 y 60, los asaltos guerrilleros de la dcada del 70, las empresas de muerte de las bandas sicariales de los 80, las masacres de guerrillas, paramilitares y ejrcitos de los 90. En medio del eterno apilar de cadveres, en medio del interminable cortejo fnebre, se han ido adelgazando cada vez ms las palabras. La violencia llega, hace sus repartos de poder y se marcha dejando tras de s el silencio; no puede crear palabras, no puede ser ni tan siquiera narrada. Su existencia se limita a ocupar la porcin del recuerdo destinada al horror y al sufrimiento: unas pocas imgenes apretadas, condensadas en la alquimia del terror y el desgarramiento. Como si la violencia de los ltimos cincuenta aos hubiera quedado apresada en el mutismo que desataron los acontecimientos de abril del 48. Hasta cundo la presencia violenta, ese retazo tan contundente de nuestra experiencia colectiva, seguir siendo esa dolorosa vivencia muda? Pese a las insondables diferencias creadas tras medio siglo de historia, acaso no se sumen en el mismo silencio el 9 de abril y las matanzas de Tacuey, Trujillo y Mapiripn? La violencia inenarrable y por eso mismo intil, impedida para erigir un smbolo ms all de su propia lgica de destruccin. A lo largo de este medio siglo la historia del pas ha continuado sin fracturamientos capaces de reconstruir las representaciones colectivas y fundar la conciencia de un comienzo, pese a la atolondrante presencia de una violencia asumida siempre como la gran partera de la historia. Una violencia sin duda intil, imposibilitada para arrojar ni ganadores ni perdedores, sumida en su propio y letal mecanismo. La gran magia que le acompaa es su insobornable presencia movida por una mquina capaz de reconvertir siempre sus viejos agentes en nuevos actores, armando el vasto espectro que se mueve de soldados del ejrcito a pandilleros de bandas juveniles al moverse de los desechos de las veredas a los recovecos de las calles en las ciudades. Una violencia que ni aun cuando destruy las ciudad y los edificios emblemticos

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  • del poder, ni aun cuando moviliz las masas capitalinas posedas por el embrujo del aniquilamiento -como aquella tarde de abril-, logr sembrar los grmenes de un desciframiento alternativo de los asuntos pblicos nacionales. El fuego de abril pas y oper callado, adormilado en el mutismo del horror, pero fracturando en un antes y un despus la historia poltica. Ese da, hace cincuenta aos, como hoy a las puertas del siglo que comienza, la trama de la violencia pareciera sostenerse en la misma tradicin milenaria. Los partidos liberal y conservador, los protagonistas histricos de la escena pblica en Colombia, hacia mediados de siglo haban dejado la poderosa herencia de unas instituciones democrticas que en medio de su precariedad afianzaron una estabilidad sobreviviente a uno y tantos cataclismos. Pero a la vez, los mismos partidos dejaron, por la misma poca, el legado de una aturdida conciencia sembrada en la imposibilidad de pensar el acceso al poder y la resolucin de conflictos por un lenguaje distinto al del aniquilamiento. As lo ensearon en la prensa, todos los das, religiosamente; as lo mostraron en los campos de batalla y en el nexo estrecho que desde aquel entonces tiene la idea de oposicin con el idioma de las armas. Tal como qued fundado por los partidos tradicionales mediante su eterna confrontacin hasta la mitad del presente siglo, hoy, cincuenta aos despus, en Colombia contina dominando una conciencia en la que el Otro, el contrario y el distinto, no pueden adquirir un rostro y un reconocimiento ms all de la muerte. En ese impasse en el que el Otro no logra hallar un lenguaje distinto al de su eterna demonizacin, la violencia no logra salir del gesto congelado iniciado con el 9 de abril, y tantas veces repetido en el sinnmero de Tacueys, Trujillos y Mapiripanes. En la rueca de esta repeticin luctuosa pareciera quedar sellada la imposibilidad de un pas de mirarse a s mismo, de ensayar nuevas rostredades, de inventar narrativas frescas de su pasado. Una violencia larga, tanto en sus presencias como en sus intensidades, que parece amarrar el hilo de la historia a su pesada gramtica: por qu razn se ha empleado el mismo trmino, el de violencia, para narrar desde las remotas guerras civiles del siglo pasado hasta las confrontaciones armadas de finales del siglo XX? Por qu caben bajo la sombra de la misma palabra los ejrcitos decimonnicos, los bandoleros de mediados de siglo XX y los paramilitares del siglo venidero? Qu pregunta queda siempre sin resolver bajo esta desconcertante continuidad en las formas de contar, de narrar y por lo tanto de representar la presencia de la muerte en Colombia?

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  • Los cincuenta aos del 9 de abril y el texto de La Gran Mancha Roja. Medio siglo y unas imgenes que convocan el destierro del olvido y el deseo de instalar un smbolo en la violencia: una palabra con capacidad de contarla, de narrarla y por ende de digerirla en diferentes dispositivos de la cultura. Una palabra, en suma, capaz de socavar el gesto congelado de la violencia y de hacer brotar, desde las ruinas de la muerte, esa voz capaz de desterrar el silencio y de resimbolizar tantas tardes inenarrables e intiles.

    notas 1 RESTREPO, Jorge, "Nio de Abril del 48", El tiempo, marzo 28 de 1998, p. 4A. 2 GAITAN, Jorge Elicer, "Oracin por la Paz", en Escritos Polticos, Bogot, El Ancora, 1985, p. 182. 3 GAITAN, Jorge Elicer, "Texto del Discurso de Gaitn en el Cementerio de Manizales", Jornada, febrero 18 de 1948. 4 GAITAN, Jorge Elicer, "El Gobierno est Obligado a Cumplir el Pacto", Jornada, septiembre 7 de 1947.

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  • los sucesos del 9 de abril de 1948 como legitimadores de la violencia oficial Ricardo Arias*

    El 9 de abril de 1948, da del asesinato de Jorge Elicer Gaitn, constituye un momento de particular importancia en la historia de Colombia. En primer lugar, son muchos los que an hoy, cincuenta aos despus de su muerte, consideran que ese "magnicidio" frustr indefinidamente las esperanzas de todos aquellos que vean en Gaitn la posibilidad de acceder a una sociedad realmente democrtica, ms justa, menos excluyente. Esta imagen tradicional que se tiene del "caudillo del pueblo" se encuentra legitimada, entre otros aspectos, por numerosos escritos en los que Gaitn aparece, invariablemente, como una especie de mesas que, una vez llegara a la presidencia, iba a solucionar muchos de los males que en ese entonces aquejaban a la sociedad colombiana. Los testimonios de muchsimos colombianos que vivieron la poca de "la violencia" corroboran esa misma imagen en la que Gaitn aparece como el abanderado en la lucha contra las injusticias sociales, la corrupcin, la exclusin poltica, etc1. Los estudios que se alejan de esta imagen, por el contrario, son muy escasos, pero algunos de ellos tienen el mrito de ser lo suficientemente sugestivos como para cuestionar, en cierta medida, la imagen que se ha hecho de Gaitn2.

    La importancia del viernes 9 de abril tambin se puede apreciar en otros aspectos. La muerte de Gaitn provoc verdaderas insurrecciones populares en diferentes lugares del pas (las llamadas "juntas revolucionarias" se tomaron el poder en dife-

    * Profesor del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes, candidato a Ph. D. en la Universidad de Aix-en-Provence, Francia.

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  • rentes localidades y subvirtieron momentneamente el orden). Por otra parte, a partir de esa fecha, la violencia, que ya vena manifestndose con una gran intensidad desde tiempo atrs, adquiri un ritmo particularmente escalofriante. El dis-tanciamiento entre el bipartidismo se acentu, haciendo cada vez ms difcil establecer gobiernos de coalicin. Adems, el Ejrcito, que hasta entonces haba conservado una cierta neutralidad en medio de todos los conflictos, empez a identificarse con el gobierno. Pero lo que nos interesa en este artculo es destacar otro aspecto, quiz menos conocido por el pblico en general a pesar de que guarda, a nuestro parecer, una gran importancia. Se trata de la interpretacin que hicieron del 9 de abril tanto el gobierno de Mariano Ospina Prez (1946-1950), como las lites en general. Ese tipo de lectura de lo sucedido aquel fatdico viernes justific -y sigue justificando hoy en da- la respuesta violenta por parte de todos aquellos que vieron en la irrupcin de los marginados polticos y sociales una amenaza para el "orden" establecido. En ese sentido, lo sucedido el 9 de abril de 1948 fue aprovechado por la clase dirigente para darle una determinada interpretacin ideolgica a partir de la cual se pudieran deslegitimar las reivindicaciones de los sectores excluidos, estrategia que sera -el tiempo se ha encargado de demostrarlo- de una gran eficacia para acallar todo brote de oposicin. Es decir que en el mismo mo-mento en que las masas populares crean adquirir su independencia como actores sociales -acaso no salieron, por su propia cuenta, a vengar la muerte del "lder" social, atacando y destruyendo todos los smbolos que representaban el poder?-, lo que en realidad se estaba presenciando era su desmantelamiento como actores autnomos. Hoy en da, cincuenta aos despus, no se vislumbra an, en el escenario poltico colombiano, un movimiento o partido de oposicin que ofrezca una alternativa slida, creble y legtima frente al bipartidismo tradicional.

    La interpretacin que la mayora de los sectores de la clase dirigente hizo del 9 de abril est basada en una lectura sesgada de los acontecimientos. Antes del asesinato de Gaitn, el pas ya estaba inmerso en una profunda violencia en la que se mezclaban todo tipo de causas. Las 14.000 muertes violentas correspondientes a 1947 demuestran claramente que la violencia no comenz el 9 de abril3; los aos 30, cuando los liberales retomaron el poder despus de una abstinencia de medio siglo, estuvieron plagados de enfrentamientos bipartidistas; y la dcada anterior se haba caracterizado por la violencia entre campesinos y terratenientes, por un lado y, por otro, entre el proletariado y el patronato (recordemos las bananeras y su cruento desenlace). Pero a pesar de ello, los sectores dirigentes insistieron en que la violencia slo comenz realmente el 9 de abril con el asesinato de Gaitn, y sobre todo con los desmanes del "populacho". Juan Uribe Cualla, citado en la Gran Mancha Roja, ilustra muy bien esa concepcin de una Colombia idlica y ejemplar

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  • en todos los aspectos, a la que "ms de cien aos de historia le haban consagrado como modelo de orden y exponente autntico de la grandeza de los proceres, de la obra de los libertadores y de las vidas admirables de estadistas ilustres, de sus poetas inmortales y de sus varones eximios". Ospina Prez, para quien los hechos del 9 de abril tambin constituyeron una amenaza al buen nombre de Colombia, invitaba a los ciudadanos a restablecer el orden que tanta fama le haba dado al pas a nivel internacional: "El Presidente pide a todos los buenos hijos de Colombia [...], que contribuyan en esta hora de prueba con el aporte de su sensatez y de su prudencia para que no se hunda el prestigio republicano y democrtico de la Patria, que tan orgullosamente enarbolamos ante la Amrica invitada a reunirse en esta ciudad capital"4. Ese clima de violencia que se produjo el 9 de abril se extendi mucho ms all de lo esperado; para ciertos sectores de la sociedad, como ya lo indicamos, fue el inicio de una ola de terror que se iba a apoderar de Colombia. Casi tres aos despus de ocurridos los hechos, el presidente Laureano Gmez deca que la tarea central de su gobierno consista en "la reconquista de la tranquilidad pblica per-turbada tan profundamente como consecuencia de la subversin del 9 de abril..."5. Muchos aos despus, el general Fernando Landazbal, por ese entonces ministro de Defensa del gobierno Betancur, afirmaba categricamente que el partido comunista era el responsable de la violencia que "le ha costado al campo desde 1948 ms de 30.000 campesinos asesinados por guerrilleros comandados, dirigidos, aus-piciados y sustentados por el partido comunista"6. Ms grave an: si analizamos ciertos comentarios que se siguieron emitiendo en torno a los sucesos de aquella fecha, encontramos que el 9 de abril, ms que una interrupcin pasajera de la paz y de la tranquilidad que supuestamente caracterizaban a nuestra sociedad, represent el inicio de una profunda descomposicin social, el desplome del orden tradicional. Un editorial publicado en 1953 por el peridico El Siglo , intitulado "El da de la abominacin", afirmaba que "el 9 de abril an no ha concluido. Esta ola de bandolerismo que ha asolado el pas en estos cinco aos es fruto consecuencial de esa fecha. Bajo esa negra noche, que el resplandor de las llamas criminales haca moralmente ms oscura, qued desecha toda la tradicin de la repblica, despedazada su alma, desfigurado su carcter. Apenas la mano providente de Dios, pudo salvar a nuestros mandatarios, conservar a nuestro partido en el poder y dejarnos un resto de patria para volverla a edificar de nuevo [...]. 9 de abril, da de abominacin, quin pudiera arrancarte de la historia colombiana para no seguir avergonzndonos con tu recuerdo!"7

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  • El 9 de abril debe ser entonces enfticamente condenado porque fue una manifestacin anrquica, catica y llena de violencia, que se ensa contra las "autoridades legtimas" y, ms grave an, contra las instituciones sagradas: en efecto, la Gobernacin y el Palacio de Justicia fueron incendiados en Bogot, y muchas otras sedes del poder fueron arrasadas en otros lugares del pas, al mismo tiempo que edificios, templos y centros educativos catlicos, como el Palacio Arzobispal, la Nunciatura y la Universidad Javeriana Femenina, quedaron completamente destruidos. Ante la magnitud de los daos ocasionados, ante la afrenta que signific el ataque a los smbolos ms representativos del poder, la condena era un primer paso para tratar de restablecer el "orden". La crcel y la excomulgacin cayeron rpidamente sobre los responsables de tan oprobiosos hechos8. Pero la condena no bastaba, por ms severa que fuera. Lo que habra que hacer es borrar ese recuerdo tan escabroso de nuestra historia, no solamente por la vergenza de lo acaecido, sino porque su origen, su verdadero origen, no poda encontrarse dentro de las fronteras colombianas ni en las almas catlicas de nuestra comunidad. Monseor Perdomo, arzobispo primado, dijo lo siguiente en una alocucin realizada el 12 de abril, tres das despus de las revueltas: "En esta hora de inmensa tribulacin para nuestra amada Patria, y con el corazn profundamente acongojado ante los extremos de perversidad y de locura a donde vemos que ha sido llevado nuestro pueblo, por obra de extraas influencias, destructoras no slo de todo orden moral y religioso, sino adems de todo ideal patritico, y de todo sentimiento humanitario, no podemos menos de reprobar [...] los horrendos atentados y delitos..."9. El presidente Ospina pensaba que el origen del problema haba que buscarlo ms all del bipartidismo, es decir en unos terrenos forzosamente nocivos para el pas: "Quiere el Presidente con toda exactitud llamar la atencin de los colombianos amantes de la Patria sobre el hecho de que el curso que han tomado los acontecimientos ya no es de partido liberal ni de partido conservador, sino de tremenda amenaza a las instituciones bsicas de Colombia y a la vida, honra y bienes de los asociados"10. El origen, el verdadero origen del mal, provena entonces del exterior: del comunismo internacional que, apoyado en sus escasos pero peligrossimos secuaces criollos, quisieron sembrar el terror en el pas para, en medio del caos, tomarse el poder. El autor de la Gran Mancha Roja insiste sobremanera, desde el comienzo hasta el final, en el mismo argumento. Sin embargo, las imgenes y el texto de esta historieta suministran otro tipo de informacin acerca de los responsables, lo que nos permite tener una idea mucho ms clara de los "revoltosos"; este tipo de precisiones resulta valiossimo para entender la imagen que hace el autor del "culpable". En primaria instancia, se seala explcitamente al comunismo. Esta corriente ideolgica defiende una serie de postulados que amenazan, dentro de la ptica de los

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  • dirigentes, las bases de la sociedad colombiana. Pero si leemos atentamente el texto y observamos con detenimiento las ilustraciones nos damos cuenta que, al lado del comunismo, lo que est surgiendo, lo que est irrumpiendo, amenazante, en el escenario, es el proletariado, designado peyorativamente como el "populacho". Es decir, la amenaza suscitada por el enemigo adopta simultneamente una faceta poltica -el comunismo- y una social -los sectores populares. Pero La Gran Mancha Roja va an ms all. El 9 de abril no es percibido simplemente como un conflicto poltico entre partidos opuestos, lo que no tendra nada de novedoso; tampoco, de manera exclusiva, como un enfrentamiento de clases11; ms precisamente, es percibido como la irrupcin, violenta, inesperada, del horror, del terror, en resumidas cuentas de la Barbarie. El 9 de abril, el "viernes rojo", fue la lucha entre la civilizacin y el caos, entre la cultura y el salvajismo ("el pueblo no quera cultura", nos dice el autor de las ilustraciones). Fue, en ltimo trmino, un combate entre las fuerzas del Bien y las del Mal. En efecto, ese "da de la abominacin" se levantaron, "energmenos" y "enloquecidos", los "revoltosos criminales", para dar rienda suelta al "estallido de las pasiones ms insanas y de los ms bajos y primarios instintos". Los rostros de los "revoltosos", desencajados, llenos de ira (en claro contraste con la perfecta serenidad y mesura que expresan los representantes de las lites), no hacen sino corroborar la imagen de una masa violenta, incontrolable, desenfrenada, que es representada destruyendo, saqueando, trastocando osadamente el orden ("Pobres y descalzas mujeres de las barriadas bogotanas, llevaban sobre sus hombros pieles de cuantioso precio..."). En pocas palabras, se quiso desviar a nuestra patria de sus destinos histricos...

    Y esta percepcin del enemigo -y de los hechos- fue compartida por las lites en general, sin distingos polticos. Es cierto que liberales y conservadores se acusaron mutuamente de asesinar a Gaitn. Pero tan pronto entendieron que lo que estaba en juego era el bipartidismo y su permanencia en el poder, los dirigentes de los dos partidos hicieron hasta lo imposible para deslegitimar la revuelta del 9 de abril. Los directorios de los dos partidos, luego de una reunin con el presidente Ospina, dieron a conocer el siguiente comunicado: "El grave clima de exacerbacin poltica creado por el excecrable (sic) asesinato del seor Jorge Elicer Gaitn constituye un serio peligro para la paz pblica y amenaza con torcer el rumbo histrico de la Nacin. Los directorios de los dos partidos se hallan de acuerdo en la necesidad de restablecer la calma y la normalidad, no slo para salvar al pas de esos gravsimos peligros, sino tambin para poder encauzar el esfuerzo unido de todos los colombianos hacia la reconstruccin moral y material del pas, tan seriamente quebrantada por designios extraos que sorprendieron a los dos partidos histricos en sus mtodos de lucha cvica"12. Como se puede apreciar de manera muy clara, los diri-

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  • gentes del bipartidismo, profundamente angustiados ante la ira popular, condenaron de inmediato a los manifestantes por interrumpir violentamente el orden tradicional. Lo que se aprecia, en el fondo, es que "los principales representantes del liberalismo se vieron tan sorprendidos y asustados por la magnitud y las posibles consecuencias del levantamiento popular como los dirigentes conservadores y el clero; esta actitud se puede apreciar en la prensa liberal que, al igual que la conservadora, denunci la amenaza comunista y justific los acercamientos entre los dos partidos" so pretexto de defender las instituciones democrticas13. El nuevo gobierno de coalicin, constituido por los dirigentes de los dos partidos horas despus del asesinato de Gaitn, es una muestra del afn con el que liberales y conservadores queran hacer frente comn para resistir los embates de los sectores populares.

    Lo esencial, para todos estos sectores dirigentes, era condenar un movimiento que amenazaba, como nunca antes haba sucedido en nuestra historia, el orden establecido. Para ello, a un movimiento con claros tintes sociales y polticos se le descontextualiz completamente de la realidad nacional para reducirlo tan slo a la poltica expansionista del comunismo internacional; y a sus actores se le dieron los peores eptetos para reducirlos al nivel de los ms peligrosos y bestiales criminales.

    De ah la represin: el enemigo, el verdadero enemigo para la "democracia", deja de ser el otro partido cuando lo que est en juego no es simplemente el reparto del poder, sino la eventualidad de que surja un movimiento contestatario autnomo con deseos de cambiar las reglas de un juego monopolizado histricamente por el bipartidismo. Es precisamente ese el significado que queremos destacar del 9 de abril: esa fecha, gracias a la lectura que de ella hicieron los sectores dirigentes (la irrupcin de la barbarie), sirvi para justificar plenamente una poltica represiva contra los sectores contestatarios, en el mismo momento en que las tensiones sociales aumentaban en toda Amrica latina y las lites del continente se crean ame-nazadas por el populismo. Pero ese momento tambin coincidi con los inicios de la Guerra fra. La represin, entonces, se haca en nombre tanto de los "principios occidentales" (la democracia, el capitalismo), como de los "valores colombianos" (la religin catlica y sus representantes, las autoridades "legtimamente elegidas", nuestra "cultura" y "civismo", etc.). "En realidad el 9 de abril haba servido de pretexto a las clases dominantes para una completa reorganizacin del Estado el cual, al trmino de 1948, se encuentra financieramente fortalecido, ampliados y cualificados sus aparatos de represin, extendidos sus mecanismos de control poltico y social. La Ley 82 de diciembre 10 de 1948 mediante la cual se concede amnista a los procesados o condenados por delitos contra el rgimen constitucional y contra la seguridad interior del Estado, cometidos con ocasin de los sucesos

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  • del 9 de abril, es a lo sumo una contraprestacin a la colaboracin liberal en este proceso de reordenamiento estatal pero no un signo de debilidad frente a un peligro potencial. Las clases dominantes disponen ya de todas las armas para enfrentar el ms mnimo brote de rebelda de las masas"14. El 9 de abril fue eso para las lites, una oportunidad ms para deslegitimar al "exterior de lo social": el populacho, los revoltososos, los salvajes. Y como lo dijimos desde un comienzo, la historia, en ese sentido, no ha cambiado mucho cincuenta aos despus, pues hoy en da los campesinos movilizados, los trabajadores en huelga, los defensores de los derechos humanos, y tantos otros sectores e indi-viduos, siguen siendo vistos por el Estado y por una parte de la sociedad como elementos manipulados por las guerrillas comunistas y, por eso mismo, altamente peligrosos para el pas. En el fondo, el "otro", cualquiera sea su rostro, no tiene cabida en una sociedad que ha erigido a la intolerancia y a la exclusin en pilares bsicos de su funcionamiento. Es por ello que la asombrosa debilidad de los movimientos de oposicin, que ha caracterizado a Colombia a lo largo de toda su historia, no puede ser desligada de esa visin que, desde las altas esferas, se ha tenido -y se ha difundido exitosamente- del "otro", visin que legitima la represin sistemtica con que ste ha sido combatido. No olvidemos que la estabilidad de nuestra "democracia" ha reposado en regmenes de excepcin. Dentro de ese contexto, las recientes advertencias dirigidas por la Comunidad Europea al gobierno colombiano por su tendencia a criminalizar las protestas sociales resultan sin duda refrescantes, pero, al mismo tiempo, no deja de ser profundamente vergonzoso y humillante que la atencin de un pas en torno al respeto de los derechos humanos est determinada por las presiones econmicas de la comunidad internacional. notas 1 El libro clsico de Arturo Alape -El bogotano. Memorias del olvido: 9 de abril de 1948, Bogot, Ed. Planeta, 1987-, as como algunos de los trabajos realizados por Alfredo Molano -en particular Los aos del tropel, Bogot, Cerec-Cinep-Estudios rurales latinoamericanso, 1985-, permiten apreciar lo que representaba Gaitn para amplios sectores de la sociedad. 2 Nos referimos especialmente a los trabajos de Daniel Pcaut, en particular Orden y violencia, vol. II, Bogot, S. XXI, 1987, pp. 364-485, y "De las violencias a la violencia", en Pasado y presente de la violencia en Colombia, Bogot, Cerec, 1986, pp. 188-190. 3 OQUIST, Paul, Violencia, poltica y conflicto en Colombia, Bogot, Instituto de Estudios Colombianos, 1978, p. 59. 4 Revista javeriana, nmero 144, mayo 1948, pp. 185-186.

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  • 5 El Siglo, 31 de diciembre de 1950. 6 El Tiempo, 7 de octubre de 1982. 7 El Siglo, 27 de marzo de 1953. 8 Revista Javeriana, numero 144, mayo 1948, p. 194. 9 Ibid., pp. 193-194. 10 Ibid., numero 145, jumo 1948, p. 229. 11 Si bien es cierto que los manifestantes atacaron y saquearon muchos locales comerciales y hon lujo, lo que puede ser considerado como una manifestacin del odio de clases, no hay que olvilar sin embargo que la oligarqua liberal no fue vctima de la accin de los "revolucionarios". 12 Revista Javeriana, nmero 144, mayo 1948, p. 187. 13 ARIAS, Ricardo, 9de abril'de 1948, Bogota, Panamericana Editorial, 1998, pp. 39-40. 14 SANCHEZ, Gonzalo, Los dias de la revolucin. Gaitanismo y 9 de abril en provincia, Bogota, Centro Cultural Jorge Elicer Gaitn, 1983, p. 152.

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  • la historia del tiempo presente: una historia en construccin

    Hugo Fazio Vengoa*

    Parafraseando a Pierre Vilar, quien, en la conocida compilacin Hacer la historia, escribi un artculo que intitulaba "Historia marxista: una historia en construccin", se puede argumentar que la historia del tiempo presente, al igual que toda operacin histrica, es una historia en proceso de formacin. La publicacin reciente de algunas obras dedicadas a la manera como la historia analiza el presente es una clara demostracin de que esta perspectiva de anlisis est dando recin sus primeros pasos.

    Se puede sostener esquemticamente que la valoracin de la historia del tiempo presente oscila entre dos extremos: algunos historiadores, como Serge Bernstein y Pierre Milza, no obstante el hecho de reconocerle ciertas peculiaridades, consideran que en cuanto a sus objetivos, mtodos y fuentes, la historia del tiempo presente casi no difiere de la historia del siglo XIX1. Otros, como, Pierre Sauvage, en su artculo "Una historia del tiempo presente", sostiene que "no es solamente un campo nuevo de investigacin que se aade a los otros perodos ya existentes debido al irremediable avance del tiempo, sino que es un nuevo enfoque del pasado que sirve al conjunto de historiadores".

    Ambas evaluaciones tienen en comn el hecho de pensar la historia del tiempo presente dentro de los marcos en que se ha desenvuelto la disciplina y, por esa razn, se introducen en un laberinto de explicaciones que, no obstante aclarar

    * Profesor del Instituto de Estudios Polticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Colombia y del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes.

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  • ciertos rasgos especficos de este nuevo campo de la historia, no logran precisar las particularidades gnoseolgicas de este tipo de saber. Incluso, en la segunda corriente explicativa, se concluye que la historia del tiempo presente representa una preocupacin histrica nueva, que, por sus problemas y temticas, induce a repensar la escritura histrica, inclusive la que est dedicada a perodos anteriores, pero no se explica el proceder que la particulariza, a no ser el enunciar la posibilidad de trabajar sobre temas nuevos, como, por ejemplo, la memoria.

    A nuestro modo de ver, la manera como se organizaron estos debates, y las importantes reflexiones que de ello se desprendieron, fue un buen prembulo para el surgimiento de esta historia y constituy una etapa necesaria en su proceso de aparicin. Pero el objetivo ahora tiene que ser otro: si se le quiere consolidar como campo especfico del saber es menester trascender los mrgenes en que se ha movido la discusin y avanzar por nuevos derroteros.

    En tal sentido, una discusin sobre historia del tiempo presente no puede circunscribirse a precisar qu tan nueva o diferente es esta historia con respecto a los estudios dedicados a perodos anteriores, no puede limitarse a valorar la comparacin con formas ms tradicionales en el oficio de los historiadores y tampoco puede conformarse con sealar cuales son sus aportes para los dems historiadores, pues, de ser as, seguramente esta empresa se quedar a medio camino. Una historia del tiempo presente debe construir una dmarche que la singularice como una forma especfica y particular de abordar nuestro complejo presente.

    A continuacin, quiero centrar la atencin en dos aspectos que, a mi modo de ver, pueden ser importantes para avanzar en el debate: de una parte, considero que es necesario volver a sealar las condiciones que han hecho posible el surgimiento de esta historia y, de la otra, plantear un marco de anlisis para la interpretacin de la historia del tiempo presente.

    la historia del tiempo presente es una nueva moda?

    En el surgimiento de la historia del tiempo presente han intervenido dos tipos de factores: de una parte, una exigencia historiogrfica y, de la otra, una necesidad social.

    La historiografa del siglo XX, en su afn por tomar distancia de las maneras ms tradicionales de hacer y escribir la historia, que centraban la atencin en los acontecimientos de naturaleza poltica, diplomtica o militar, se propuso afirmar nue-

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  • vas direcciones en el estudio de la disciplina (economa, sociedad, cultura, mentalidades, etc.), lo que la condujo a una operacin histrica que le restaba importancia al acontecimiento mientras le asignaba un alto valor a los procesos, las estructuras y a las relaciones entre las diferentes instancias de la sociedad en una perspectiva global. Con ello, la historia poltica qued asociada al acontecimiento y a las formas tradicionales de escritura de la historia, razn por la cual qued relegada a un segundo plano en los intereses e intenciones de los historiadores. ltimamente esta situacin ha comenzado a cambiar. Varios factores han contribuido a ello. En primer lugar, la aparicin de una remozada historia poltica desvincul la poltica del acontecimiento y de las formas tradicionales de escritura. El inters de muchos historiadores se desplaz hacia temas tales como las elecciones, los partidos, la opinin pblica, los medios y la poltica, lo que los llev a establecer un fecundo dilogo con la ciencia poltica, la antropologa y la sociologa, todo lo cual redund en que la historia poltica interioriz los "avances" que la historiografa contempornea haba cosechado en otros campos. Rene Rmond, al respecto, escribi: "la historia poltica tambin puede incluir el estudio de estructuras. Puede ser una historia de larga duracin y siempre he participado de la idea de que quizs es uno de los fenmenos ms perennes, debido al peso del pasado en la memoria, consciente o inconscientemente: los fenmenos de la cultura poltica slo se comprenden en una perspectiva de larga duracin"2. En segundo lugar, el amplio desarrollo que han registrado los medios de comunicacin, la importante masa documental que existe sobre situaciones referidas a nuestro presente, crearon las condiciones para que los historiadores pudieran superar el "trauma" de los archivos y comenzaran a trabajar sobre temas contemporneos. En esta nueva actitud tuvo una gran importancia el relativismo subjetivo por el cual se ha inclinado la historiografa contempornea, es decir, se supera el ideal de la historiografa tradicional de que los documentos deban hablar por s solos para "dar cuenta de lo que realmente pas". Es evidente que, desde varios ngulos, algunos historiadores se han sentido inclinados a trabajar problemas ms inmediatos. Pero no se puede circunscribir la historia de nuestra ms reciente contemporaneidad como un mero resultado del afn de ciertos historiadores por ampliar el diapasn temporal de los estudios histricos, convirtiendo a nuestro presente en un campo ms del mismo. Adems de estos cambios que se produjeron en el mbito de la historiografa, otro tipo de factores llev a los historiadores a interesarse en los temas contempor-

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  • neos: entre estos se destaca la necesidad de tener que responder a un conjunto de expectativas sociales. En este sentido se puede argumentar que la historia del tiempo presente es tambin la resultante de profundas transformaciones que estn alterando los patrones sobre los cuales se cimienta la sociedad actual. En este plano se pueden distinguir dos tipos de transformaciones. De una parte, las sociedades modernas son colectividades industrializadas, urbanas, ilustradas y letradas que exigen de los cientficos sociales y tambin de los historiadores respuestas rpidas a sus mltiples preocupaciones que no se asocian con el pasado, sino con el presente ms inmediato.

    Pero ms importante an es otro elemento, que nos explica por qu esta preocupacin por el presente se hace ms fuerte en los aos noventa. Con la cada del muro de Berln y la consolidacin de los procesos de globalizacin estamos ingresando en un nuevo perodo que Zaki Ladi denomina "el Tiempo Mundial"3. El inters por el presente debe ser una perspectiva de anlisis que involucre a la historia como proceso y conocimiento, que nos permita volver a ubicar a nuestro presente en el trinomio pasado, presente y futuro, dado que las tendencias actuales en los noventa sugieren que estaramos asistiendo a un tiempo mundial, el cual "mina la idea de proyecto nacional histrico". Las naciones cada vez se encuentran en peores condiciones para justificar su existencia en relacin con un pasado o un futuro. "El tiempo mundial es ante todo una fenomenologa del presente. Su fuerza y su sentido residen en su capacidad de emitir seales, es decir, vincular fenmenos entre s y hacerlos entrar en resonancia". Ofrece a las sociedades con historias singulares un presente comn. En tanto que momento histrico, el tiempo mundial busca naturalmente desvincularse del pasado, realizar una ruptura con l a travs del discurso de adaptacin a la globalizacin. "Pero la singularidad del tiempo presente es que esta ruptura con el pasado no trae consigo ninguna idea de futuro. La fortaleza de la urgencia en nuestra sociedad refleja esta sobrecarga del presente ante el cual expresamos nuestras expectativas y que nos conduce a exigir del presente lo que antes se esperaba del futuro". Por todo el mundo, las sociedades polticas parecen estar confrontadas a los mismos problemas, a los mismos desafos, incluso en la manera de enunciarlos. "Se habla hoy de la crisis del Estado, de la privatizacin del sector pblico, de la transparencia de la administracin, de la valorizacin del capital humano, sin hacer mencin a temas ms polticos como el trnsito al mercado o a la democracia. De aqu se desprende el sentimiento de vivir una temporalidad nica"4

    Este sentimiento de vivir la urgencia o la inmersin en el tiempo presente se explica porque hasta hace no mucho nos enfrentbamos a un mundo que se estructuraba

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  • en torno al tiempo de la poltica, lo que implicaba constantes referencias al pasado para el manejo del presente y mantena el objetivo de proyeccin hacia el futuro5. Con los cambios econmicos, tecnolgicos y comunicacionales de las ltimas dcadas se ha comenzado a producir una gran transformacin cultural que ha desplazado el tiempo de la poltica como vector estructurante por el tiempo de la economa y, sobre todo, del mercado, el cual a partir de la velocidad del consumo, de la produccin y los beneficios desvincula el presente del pasado, transforma todo en presente e involucra los anhelos futuros en la inmediatez.

    En tal sentido, la historia del tiempo presente no se puede considerar una nueva moda de la que se haran partcipes algunos historiadores, sino que es el producto de una necesidad social y de la necesaria evolucin de la disciplina para adaptarse a las circunstancias de nuestro entorno. En este sentido, la historia del tiempo presente, al tiempo que es una perspectiva de anlisis de lo inmediato, tambin debe considerarse como un perodo.

    La historia del tiempo presente se explica y justifica por las aceleradas transformaciones que nos vuelcan sobre la instantaneidad, nos desvinculan los fenmenos actuales de su pasado y, por lo tanto, nos impiden ver la profundidad de los mismos. Es decir, la historia del tiempo presente no slo es una inquietud de los historiadores, sino una necesidad social que nos debe permitir entender las fuerzas profundas que estn definiendo nuestro abigarrado presente.

    Hemos querido compartir estas breves reflexiones sobre las necesidades de que la historia se interese por el presente porque aqu encontramos una primera clave que nos permite establecer una diferencia entre la historia del tiempo presente y la historia contempornea. Algunos autores sostienen que la dimensin del presente, sus fronteras cronolgicas abarcan ms o menos los ltimos cincuenta aos6 o que la matriz del tiempo presente est constituida por la Segunda Guerra Mundial7. Si esto fuese as, entonces podramos preguntarnos Qu diferencia a la historia del tiempo presente de la historia contempornea? Mientras la segunda puede abarcar los ltimos cincuenta aos y numerosos historiadores han considerado imposible abordarla por la carencia de archivos y por la escasa distancia que "priva de objetividad y serenidad en el juicio", el surgimiento de la historia del tiempo presente es el resultado de la confluencia de dos tipos de factores: de una parte, la universalizacin de los procesos de globalizacin y la erosin de los referentes de la poca de la guerra fra y, de la otra, un sentimiento de vivir en un mundo caracterizado por la urgencia. En este sentido, la historia del tiempo presente es el estudio histrico de nuestra inmediatez, es decir, de la dcada de los aos noventa, decenio en

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  • el cual ha alcanzado su mxima expresin la desvinculacin entre presente y pasado y cuando todo el planeta parece ingresar a este tiempo mundial, del que sugestivamente nos habla Zaki Laidi.

    marco de aproximacin a una historia del tiempo presente

    Esta realidad que contextualiza el surgimiento de la historia del tiempo presente nos sugiere igualmente un indicio importante para crear un marco de anlisis de esta historia, a saber: el tiempo mundial, entendido como la convergencia de las tendencias globalizadoras con la prdida de los referentes del mundo de la guerra fra fue el resultado de un "acontecimiento monstruo"8: la cada del muro de Berln.

    En la importancia que adquiere este acontecimiento interviene un conjunto de situaciones: de una parte, como acertadamente sealaba Pierre Nora en un interesante artculo "para que haya un acontecimiento se necesita que ste sea conocido"9. La sociedad moderna se distingue de la tradicional precisamente por el hecho de que con la urbanizacin, la masificacin de la educacin y el amplio desarrollo de los medios de comunicacin hace que el acontecimiento sea conocido por un nmero muy amplio de personas. "Esta vasta democratizacin de la historia, que le otorga su especificidad al presente, posee su lgica y sus leyes: una de ellas la nica que yo quisiera destacar- es que la actualidad, esta circulacin generalizada de la percepcin histrica, culmina en un fenmeno nuevo: el acontecimiento".

    De otra parte, la cada del muro de Berln, como acontecimiento que separa el antes del despus, encierra una simbologa de los profundos cambios que se han operado en el mundo que hace estallar una nueva realidad mundial que no slo pone fin a una etapa de la modernidad y cierra una pgina de la historia universal sino que refracta en nuestro presente un conjunto de tendencias o procesos de larga data, que, en sus aspectos ms generales, definen la dinmica del mundo actual. El ao 1989 es una fecha clave porque la acumulacin de hechos y situaciones precipitan el tiempo y definen el tiempo presente10.

    De ello podemos inferir una primera conclusin: la historia del tiempo presente es, ante todo, el estudio de un acontecimiento ocurrido en nuestra inmediatez. Conviene hacer la salvedad de que este retorno con fuerza del acontecimiento no debe entenderse simplemente como un nuevo impulso de la historia poltica, por cuanto el acontecimiento, as como es poltico, tambin puede ser social, econmico o

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  • cultural. Un acontecimiento tambin lo observamos en la devaluacin del bath tailands en julio de 1997 que desencaden la crisis del sudeste asitico o en la muerte de lady Di, que se convirti en un acontecimiento cotidiano mundial. Un acontecimiento no slo es el producto de determinados condicionantes histricos, que lo modelan y definen, sino que tambin es productor de sentido y de estructuras.

    Reivindicar la importancia del acontecimiento no significa reducir la historia del tiempo presente a la historia inmediata11. Mientras esta ltima se cie al acontecimiento y reconstruye, con un arte posiblemente elogioso, el intrngulis de ese magno hecho, la primera percibe el acontecimiento como un momento culminante que separa el antes del despus, pero lo hace inteligible slo a travs de una percepcin del acontecimiento en la espesura y en las profundidades de la historia. En este sentido, el acontecimiento debe inscribirse en una determinada duracin. La historia del tiempo presente es una historia de la duracin.

    Para entender este ltimo punto, son de gran utilidad las interesantes reflexiones de Robert Cox12, quien nos recuerda que en 1889, el filsofo francs Henri Bergson public sus "Ensayos sobre los elementos inmediatos de la consciencia", trabajo en el cual rompe con la visin cartesiana del tiempo en la medida en que el tiempo es interpretado de dos maneras: el tiempo del reloj, uniforme, homogneo, el medio para medir desde afuera cualquier cosa. Este era el tiempo reducido al espacio. La secuencia de los eventos se desarrolla en un medio homogneo. El otro sentido de tiempo se define como duracin (dure), que, cuando lo utilizamos para significar el perodo transcurrido entre el comienzo y el fin de una serie de acontecimientos, alude a una visin espacial del tiempo. Duracin significa el tiempo vivido, el tiempo experimentado, el sentimiento subjetivo de actuar y elegir y de los lmites que presionan la accin y la eleccin.

    "Esta distincin es importante cuando se piensa en el cambio poltico y social. El historiador que intenta explicar un acontecimiento, una revolucin o la inercia de una sociedad realiza una reconstruccin imaginativa de la evidencia de acciones individuales, del sentido de la accin colectiva de los participantes en los movimientos sociales y de las presiones materiales y psquicas de la accin. Todo esto es la duracin. Este es el tiempo a travs del cual podemos entender el cambio estructural histrico. Este es el tiempo experimentado por el historiador y el analista social de un proceso de cambio".

    Es precisamente esta concepcin del tiempo entendido como duracin, la que va a desarrollar Braudel en sus reflexiones sobre la historia. El historiador francs plan-

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  • teaba la existencia de tres duraciones en la historia. "El tiempo no es unilineal ni mensurable cronolgicamente. Existen tres grandes duraciones, cada una de las cuales corresponde a una esfera particular: el tiempo largo o la "historia casi inmvil"13, la historia lenta peculiar a la economa y la sociedad y finalmente el tiempo corto, inherente a las transformaciones que se producen en la vida pblica". La equivocacin de Braudel fue haber imaginado que cada una de estas duraciones corresponda a un determinado mbito de la historia, lo que lo llev a sobrevalorar el peso de las relaciones con el medio natural y de la consciencia y a menospreciar lo poltico (el acontecimiento), que se inscriba, para l, en la corta duracin.

    Pero el gran legado que nos deja este historiador francs es haber sugerido que cada una de estas temporalidades -larga, mediana y corta duracin- corresponda a niveles diferenciados de anlisis: larga duracin = estructuras o procesos; mediana duracin = coyunturas (situacin que resulta de un encuentro de circunstancias y que se considera como el punto de inicio de una evolucin o una accin) y corta duracin = acontecimientos, se movan en niveles de anlisis interaccionados, los cuales, en su conjunto, se convertan en factores explicativos del transcurrir de la historia.

    En una ocasin, al respecto escribi "conservo el recuerdo de una noche, cerca de Baha, en que me encontr envuelto por un fuego de artificios de lucirnagas fosforescentes; sus plidas luces resplandecan, se apagaban, refulgan de nuevo, sin por ello horadar la noche con verdaderas claridades. Igual ocurre con los acontecimientos: ms all de su resplandor, la oscuridad permanece victoriosa"14.

    Pero, de acuerdo con Braudel, el cambio estructural histrico abarca la interaccin de los tres niveles de tiempo, es decir, es la interrelacin dialctica entre la corta, la mediana y la larga duracin. Si la historia del tiempo presente es ante todo un estudio del acontecimiento en la duracin, y esta historia debe respetar la interpenetracin de estas tres duraciones y de sus correspondientes niveles de anlisis, entonces, el punto de arranque no es, como lo imaginaba Braudel y la mayor parte de los historiadores contemporneos, la larga duracin sino el acontecimiento. El acontecimiento nos refracta una coyuntura y un proceso y, al mismo tiempo, puede dar origen a una nueva coyuntura y acelerar, desviar o desacelerar un proceso.

    Una perspectiva que ubica el acontecimiento dentro de este trptico temporal nos permite superar la inmediatez del mismo y rebasar las dificultades que implica abordar lo instantneo, lo fugaz, lo furtivo. El tiempo corto debe percibirse como un momento de condensacin de una coyuntura, en la cual indefectiblemente se encuentra inscrita y entendiendo sta como un momento de aceleracin de una larga duracin, es decir, un proceso.

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  • La historia del tiempo presente es una historia que se interpreta y escribe en modo inverso a la cronologa. Se inicia en la inmediatez; esta inmediatez se inscribe en una determinada coyuntura (perodo de tiempo, cuyas fronteras cronolgicas varan) y esta su vez dentro de una larga duracin, es decir, un proceso. Slo as se entiende la importancia del cambio histrico, se comprende la significacin del acontecimiento y se restablece el vnculo entre pasado y presente. nicamente a travs de un procedimiento tal el historiador puede establecer una distancia lo suficientemente grande con respecto al fenmeno estudiado y entender la lgica que le subyace. Un procedimiento como el que acabamos de describir, al tiempo que reivindica la importancia del acontecimiento, con toda su carga de azar y necesidad, es tambin un buen antdoto contra el exceso de racionalizacin que generalmente porta el anlisis ms convencional que le asigna a la historia la funcin de destacar la gnesis de los acontecimientos, lo que lleva a una historia que desecha todo aquello que no participa directa o indirectamente a favor de la construccin de ese acontecimiento. Una historia como la que aqu se propone, entendida como la lectura del acontecimiento inmediato en su duracin, tiene que ser, por ltimo, un estudio necesariamente interdisciplinario ya que la historia del tiempo presente no es otra cosa que una perspectiva de anlisis del presente en su duracin, con sus contingencias y azares, que requiere, para poder establecer los necesarios nexos en la duracin, del aporte de las otras ciencias sociales. El importante laboratorio social de la Europa Centro Oriental es un buen experimento que nos permite corroborar la validez de la historia del tiempo presente. Al poco tiempo de iniciado el desmonte del sistema socialista, los politlogos se interesaron por la emergencia de la nueva institucionalidad, los economistas vieron con gran inters el establecimiento de la economa de mercado y los socilogos polticos centraron su atencin en la emergencia de nuevos actores sociales y polticos. La mayor parte de estos trabajos, inspirados en sus propias disciplinas, sugeran interpretar los sucesos en esta parte de Europa como una ruptura con el antiguo orden. En tal sentido, la nueva institucionalidad, la pluralidad de actores y el surgimiento de la economa de mercado eran una clara demostracin de que el pasado, incluso el ms inmediato, haba quedado definitivamente atrs. La mayor parte de estos trabajos que mostraban cmo se estaban "normalizando" los pases de la Europa Centro Oriental tempranamente quedaron superados por la complejidad del proceso de cambio en esas sociedades. Por qu han sido tan

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  • heterogneas las experiencias de transicin? Por qu algunos Estados alcanzaron una temprana estabilidad mientras otros todava se debaten en medio de la crisis?Por qu en algunos casos el elemento central de la transicin lo constituy el mercado, en otros el Estado y en los ltimos la sociedad?

    Como lo sugera recientemente un analista francs15, el problema es que la lectura de estas realidades se ha hecho a partir de las rupturas y no de las continuidades y se ha desconocido el papel de la larga duracin. En ese mismo sentido, hace algunos aos16, escribamos que el proceso de cambio en esta parte del Viejo Continente no se poda realizar en trminos de ruptura, ni de transformacin, ni de revolucin sino que deba interpretarse como una transicin porque esta nocin hace referencia al hecho de que la construccin de la nueva sociedad no se produce en el vaco, sino que viene moldeada por la experiencia histrica de estos pases, por el legado institucional, econmico, social, poltico y cultural. Es ah precisamente donde aparece una interpretacin del presente que involucra a la historia como un especial marco de interpretacin y anlisis.

    notas 1 BERNSTEIN, Sergc y MIL/A, Pierre, "Conclusin", en A. CHAUVEAU y Ph. TT AKT,Questions l'bistoire des tempsprsents, Bruselas, ditions Complexe, 1992, p. 133. 2 RMOND, Ren, "Le retour du politique", ibdem, p. 58. 3 LAiDI, Zal, / Jt TtmpS mundial, Bruselas, dions Complexes, 1997. 4 LAiDI, Zaki, Malaise dans la mondialisation, Pars, Textuel, 1998, pp. 18-20. 5 LEAL, Antonio, Elcrepsculodt'lapoltica, Santiago, Ediciones Lom, 1997. 6 CHAUNU, Pierre, El rechazo de la vida. Anlisis histrico del presente, Madrid, Espasa-Calpe, 1978, p. 34. 7 AZEM A, Jean-Pierrc, "La Secondc guerre Mondiale matrice du temps prsent", en Institut d'histoire du temps prsent, Herir l'bistoire du temps prsent, Pars, CNRS, 1992. 8 NORA, Pierre, "L'vnement monstre", en Communications No. 18, Pars, 1972. 9 NORA, Pierre, "Le retour de l'vnement", en Jacques Le Goff y Pierre Nora, bajo la direccin, Faire l'bistoire, tomo 1, Pars, Gallimard, 1974, p. 288. 10 RICOEUR_, Paul, "Remarques d'un philosophc", en Institut d'histoire du temps prsent, op. dt, p. 41. 11 LACOUTURE, Jean, "L'histoire immdiate", en Jacques LE G( )FF, bajo la direccin, La nouvelle histoire, Bruselas, lditions Complexes, 1988. 12 Vase la contribucin de Robert Cox, en )ames U. M1TTELMAN, Globalization: critical reflexions, Boulder, Lynne Rienner, 1996. 13 BRAUDEL, E, La Mditerrane et le monde mditrranen a l'poque de Philippe II, Pars, Armand Coln, 1966, tomo I,p.l6. 14 BRAUDEL, E, cnts sur l'bistoire, Pars, Flammanon, 1992, p. 22.

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  • 15 MICHEL, R, L'Fiurope mdiane. Au seuil de l'Europe, Pars, 1'Harmattan, 1997. 16 FAZIO, Hugo, "Hacia dnde va la Europa Centro Oriental? Anlisis comparativo de la transicin en la Repblica Checa, Polonia y Hungra", en Anlisis Poltico, N. 25, mayo - agosto de 1995.

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  • una historia del tiempo presente Pierre Sauvage*

    En este artculo quiero referirme a un concepto aparecido en la historiografa francesa hace unos veinte aos: la historia del tiempo presente. El Centro Nacional de Investigacin Cientfica fund en Pars en 1978 el Instituto de la historia del tiempo presente. Dicha creacin supuso un giro en la historiografa francesa.

    En primer lugar, har un resumen de las caractersticas de esta historia; luego recordar las circunstancias de su aparicin, as como los mtodos que introdujo. Finalmente, subrayar los problemas que plantea esta historia al conjunto de los historiadores.

    En el desarrollo de este trabajo me he valido de dos obras aparecidas en el primer lustro de la dcada de los noventa: Preguntas a la historia del tiempo presente1 y Escribir la historia del tiempo presente2': Estas dos obras resumen en s mismas las contribuciones de los distintos historiadores que se ocupan de la historia del tiempo presente.

    caractersticas de la historia del tiempo presente

    En la historiografa francesa se califica habitualmente de historia contempornea a todo el perodo que va desde la Revolucin francesa (1789) hasta la Segunda Gue-

    * Profesor de Historia Contempornea, Universidad de Notre-Dame de la Paix, Namur, Blgica.

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  • rra Mundial. Se toma la Revolucin francesa como punto de partida, ya que supone la ruptura con el Antiguo Rgimen y anuncia el advenimiento de los nuevos tiempos de la sociedad moderna. El hecho de que para el comn de los historiadores la historia llamada contempornea finalice con la Segunda Guerra Mundial, no es ms que un puro reflejo profesional. Los historiadores estiman, en efecto, que no disponen de suficiente perspectiva para juzgar los hechos con serenidad y que, adems, no siempre se les garantiza el acceso a los archivos. Sabemos, en efecto, que hasta 1982 no se imparta en la enseanza secundaria clsica francesa, la historia del mundo contemporneo posterior a 1945. Est claro que el adjetivo "contemporneo" unido a la historia, es sencillamente inadecuado. "Contemporneo" significa lo que ocurre en el momento en que uno vive y de 1945 nos separa ms de medio siglo.

    De este modo, de 1945 a nuestros das hay todo un perodo abandonado, sin "cultivo". Ha sido dejado de lado por los partidarios de la nueva historia que se interesaban sobre todo por el Antiguo Rgimen. A este perodo es precisamente al que van a dedicarse los historiadores del tiempo presente. Estos historiadores han evitado el calificativo "contemporneo" dada la significacin precisa de dicho adjetivo. Han elegido la expresin "tiempo presente" que a primera vista puede parecer paradjica. El tiempo presente no es pasado, por definicin. Por lo tanto, no puede ser objeto de la historia. Al optar por el trmino "tiempo presente", los historiadores de este perodo han querido insistir en un punto central. Francois Bdarida, que fije el primer director del Instituto del Tiempo Presente, seal: "La mayor innovacin de esta empresa la constituye la interaccin entre pasado y presente"3. De esta manera se propone vincular la intencin profunda de uno de los fundadores de los rmales, Lucien Febvre, para quien se deba "entender el presente por el pasado y, lo que es ms, el pasado por el presente". De esa manera Bdarida defini la historia del tiempo presente, definicin que es, al mismo tiempo, mtodo y trmite. Es la gestin de un historiador implicado en el espritu de su tiempo, que ha de hacer frente a una documentacin a la vez abundante y lleno de lagunas, y que se siente obligado a situarse en relacin con los actores de la historia, en permanente confrontacin con algunos mecanismos de memoria.

    Los historiadores del tiempo presente tenan muy claro el sentimiento de estar llenando una laguna. Bdarida, al respecto, escribi: "Experimentamos en diferentes grados un cierto dficit terico en la historia de lo contemporneo, as como una desconfianza constitutiva, aqu ms clara que en otros campos de la historiografa francesa, con respecto a toda forma de conceptualizacin o de modelizacin".

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  • Cules son las fronteras de esta historia? El tiempo presente, de acuerdo a Bdarida, abarca una secuencia histrica definida con dos balizas mviles: ro arriba, la duracin de una vida humana (la de los testigos); ro abajo, una frontera difcil de situar entre el momento presente (la actualidad, la cara de la historia) y el instante pasado.

    Estos historiadores en su conjunto han elegido la Segunda Guerra Mundial como punto de partida del perodo estudiado, lo que no puede interpretarse como una casualidad. Segn la expresin de Jean Pierre Azma, este acontecimiento constituye la matriz del tiempo presente4, porque trastoca el curso de las cosas y desencadena los fenmenos nuevos que todava hoy vivimos. Qu papel desempea en esto la Segunda Guerra Mundial? Este conflicto blico no deja de inspirar las estrategias al mundo entero, de ser una actitud de memoria (basta recordar las celebraciones del fin de la Segunda Guerra Mundial en Europa) y de influir en nuestras mentalidades. Desde Auschwitz e Hiroshima, polticos y ciudadanos responsables se han visto en la necesidad de pensar en la historia de manera diferente.

    Es evidente que con el transcurrir de la historia, habr de modificarse el punto de partida de la poca del tiempo presente.

    las circunstancias de su aparicin

    La fundacin del Instituto de Historia del Tiempo Presente no desencaden de manera sbita el inters de los historiadores por el perodo que sigue a la Segunda Guerra Mundial. Este inters data de mucho antes. Puede decirse ms bien que la fundacin del Instituto signific la madurez en la toma de consciencia de un grupo de historiadores convencidos de la necesidad de estudiar seriamente esta rama de la historia.

    Hay una serie de hitos fciles de identificar en esta toma de conciencia. Los universitarios de la posguerra acometieron el anlisis de los peridicos, muy abundantes en esta poca, los cuales se referan directamente a la actualidad.

    A mediados de los aos cincuenta apareci un trabajo innovador del historiador Rene Rmond sobre las derechas en Francia. La obra es significativa y recibi una acogida favorable. Rene Rmond desempe un papel fundamental en la promocin de esta historia del tiempo presente. Ya en 1957 haba escrito un Alegato de la historia abandonada5, la del perodo de entreguerras. A propsito de esta polmica, Rmond escribi: "En 1957 escrib un artculo titulado "Alegato por una historia

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  • abandonada. Se trataba de una invitacin dirigida a los historiadores para que no abandonaran en manos de otros el estudio de los perodos recientes y muy especialmente para que no esperaran ms tiempo en hacerse cargo del perodo de entreguerras. En aquel momento, haba pocos trabajos de historiadores sobre los aos que siguieron a la Primera Guerra Mundial (...) Los historiadores estaban acostumbrados a dejar pasar medio siglo entre los hechos y el momento en que empezaban a estudiarlos con una perspectiva histrica. Se dejaba a otros -comentaristas de la actualidad, periodistas, ensayistas- que procedieran a una primera evaluacin del pasado. Esta reserva de los historiadores con relacin al pasado prximo es una actitud antigua, ms acusada en Francia que en el extranjero. Esto se debe en primer lugar a las tradiciones administrativas que regulan entre nosotros la comunicacin de los archivos (...). La segunda razn de esta reserva era la conviccin de que la objetividad no es posible sino cuando las pasiones se apaciguan, se apagan las querellas: porque no se puede ser al mismo tiempo actor o testigo e historiador; se pensaba que era preciso esperar a que los contemporneos desaparecieran para que pudiera escribirse la historia con serenidad. Bien pensado, ninguna de estas dos razones me parece decisiva. Se puede hacer labor de historiador sin recurrir siempre a los archivos, que, de todas formas, no reflejan sino una parte de la realidad. Si se espera demasiado, uno se ve privado de aportaciones tan esenciales como el testimonio de los interesados y de un buen nmero de documentos personales, y no es seguro que no se pierda con el cambio"6.

    Jean-Baptiste Duroselle, historiador de las relaciones internacionales, planteaba la misma idea, cuando escriba: "Cuando el historiador se refiere a hechos tan prximos a nosotros que un gran nmero de actores vive todava, tiene el deber de preguntarles"7.

    El tercer momento se relaciona con el trabajo del periodista Jean Lacouture, un apasionado de la historia, quien en 1963 lanz la coleccin "historia inmediata". En estas obras se abordan los grandes hechos contemporneos. Este mismo periodista escribi un importante artculo sobre la historia inmediata en la coleccin la nueva historia8. Despus de proponer una definicin de la operacin histrica especfica a la historia inmediata "prxima, participante, a la vez rpida en la ejecucin y producida por un actor o un testigo cercano al acontecimiento", el autor tuvo a bien considerar la dificultad de delimitar el campo de esta historia y el carcter inaccesible de esta inmediatez que proviene de la misma operacin histrica, que es "divisin, seleccin, exclusin, coleccin y supone la intervencin de un mnimo de medios tcnicos de mediacin..."9.

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  • En este artculo, el autor desarrolla con gran maestra los temas importantes para los historiadores del tiempo presente, particularmente las fuerzas y los problemas de la historia inmediata, el problema de la objetividad y evala las consecuencias del "retorno del acontecimiento" en el campo de la historia. Un nuevo jaln en esta evolucin de la historia del tiempo presente se produjo en los aos sesenta, cuando un buen nmero de historiadores de oficio tomaron la costumbre de extender sus campos de investigacin a aos muy prximos, particularmente la dcada de los treinta y al perodo de posguerra. Por ltimo, en 1974, en una brillante sntesis intitulada Hacer la Historia aparecieron dos artculos que abrieron las puertas a lo muy contemporneo, incluyendo lo poltico Q. Julliard, La Poltica) y al concepto de acontecimiento (P. Nora, El retorno del acontecimiento). De esta breve cronologa se pueden sealar tres factores que han favorecido la afirmacin de la historia del tiempo presente. En primer lugar, el retorno de lo poltico al campo de las investigaciones histricas. Este campo haba sido olvidado por la Nueva historia porque era considerado como demasiado factual. Los historiadores que se ocupan de lo poltico constituyen la vanguardia de la historia del tiempo presente. Entre ellos cabe destacar a Rene Rmond. La obra colectiva Por una Historia Poltica (1988), por l dirigida, hizo poca. Constituye la culminacin en el proceso de afirmacin de la historia de lo poltico y, es a la vez, el punto de partida de una aventura cientfica que explora la poca reciente. Desde este punto de vista se le puede considerar como un texto fundador. En segundo lugar, la afirmacin de esta historia se ha favorecido por la preocupacin comn a una generacin de intelectuales -periodistas, politlogos, socilogos e historiadores- que buscan intentar explicar el presente, dada la aceleracin de la historia. Finalmente, ha intervenido un tercer factor: la demanda social. La opinin considera que la historia puede iluminar el presente. Esta demanda puede ser ejercida de distintas maneras: una bsqueda de identidad (por ejemplo, los patrones que piden a los historiadores que hagan la historia de sus empresas), o un informe (el presidente de la Comisin episcopal de Francia solicita a un grupo de historiadores que realicen un informe circunstancial sobre Paul Touvier, catlico francs colaborador de los nazis que mand ejecutar a los judos durante la Segunda Guerra Mundial). En este caso el trabajo de los historiadores bajo la direccin de Rene Rmond se llev a cabo con un ejemplar rigor intelectual. Los redactores no han

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  • ocultado las imprudencias e incluso la ingenuidad de algunos hombres de importantes iglesias. Han demostrado honradez e independencia.

    Esta demanda social, desde hace unos diez aos, se manifiesta claramente en el mundo de la edicin. El extraordinario incremento de libros de bolsillo que consagran colecciones enteras al tiempo presente, es significativo (Seuil, Flammarion, Gallimard). Nuevas revistas han aparecido: Siglo Veinte El Boletn del Instituto de Historia del Tiempo Presente y la Historia (revista mensual dedicada a un pblico ms amplio). Todas ellas han cosechado un impresionante xito.

    No podemos ignorar la respuesta de otr