Hija de La Oscuridad. Santoña La Mar. 2
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La hija de la oscuridad Vicente Fernndez Saiz
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LA HIJA DE LA OSCURIDAD
Ah, pronto, pronto; quiero morir frente a ti, mar,
frente a ti, mar vertical cuyas espumas tocan los cielos,a ti cuyos celestes peces entre nubes
son como pjaros olvidados del hondo!Vicente Aleixandre
I
Andrea Poveda haca muchos aos que haba envejecido. Su piel de antao, tersa y
llena de vida se haba convertido ahora en un pergamino arrugado y seco que pasaba la
mayora de las horas en brazos de sus sempiternos acompaantes: los libros.
Conservaba sin embargo andares de rancio abolengo, con gestos reposados, que
hermanaban al unsono con un carcter afable y una ternura que casi ya no se llevaba. Su
cadenciosa vida de profesora de literatura en un instituto haba quedado olvidada desde el
mismo momento en que, por su edad, se vio obligada a dejar las aulas.
A partir de entonces, se fue encerrando cada vez ms en su Salamanca adoptiva. Los
lmites geogrficos de esta ciudad llegaron a ser fronteras infranqueables para sus
menguadas ganas de ajetreos, que traan consigo ms inconvenientes que ventajas. Su
domicilio particular estuvo situado durante muchas dcadas en plena Ra Mayor, en un
edificio antiguo de piedra labrada de Villamayor; esa piedra que se encenda de oro durante
el da y adquira por la noche una quietud reverberante y fantasmal.
Presuma siempre de haber tenido la suerte de andar por las calles que tambin
pasearon tan ilustres personajes como Francisco de Vitoria, Tirso de Molina o Cervantes;
esas calles largas, ptreas y misteriosas por las que su admirado Miguel de Unamuno suba
cada maana para impartir sus clases de griego. Pero si algo le haca perder la serenidad,
cosa bastante difcil para una mujer de su carcter, y la sacaba de sus casillas, era el observar
en qu se haba convertido su repblica del saber, como ella denominaba al espacio
comprendido entre la Plaza Mayor y el puente romano.
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2Al asomarse al balcn y ver a los numerosos turistas, algunos de ellos con pantalones
cortos y camisetas descoloridas, que en pocas vacacionales desfilaban hacia el fondo de la
catedral nueva y del palacio de Anaya, no poda por menos que exclamar: "Qu
irreverencia, Dios mo! Qu irreverencia! Cmo se atreven a profanar de esta manera
tanta memoria impregnada entre sus piedras y tanta historia flotando en el aire? Son
ignorantes -segua diciendo como si alguien escuchase sus lamentos- que andan a la
bsqueda y captura de una foto o de un recuerdo como coartada para presumir ante todos
sus amigos de un bao de cultura, que no han sido capaces de adquirir a lo largo de su
existencia. Qu ms les dar! Si al final lo que acaban consiguiendo es lo que
verdaderamente buscan y no son capaces de admitir: un bautizo de ronchas producidas por
ese sol candente que cae sobre la explanada de la Plaza Mayor. All es donde se pasan horas
y horas sentados en una terraza con la pechera desabrochada!"
Ahora ya todo eso le daba igual. Apenas sala de la residencia. Su mundo haba
terminado por reducirse a las cuatro paredes de su habitacin y a los paseos por el jardn
buscando el banco ms adecuado en el que leer un poco o encontrar la tibieza que
producan los rayos solares de los atardeceres veraniegos.
En un principio no estuvo muy de acuerdo con la decisin de ingresar en "El jardn de
los Angeles". Lo que Andrea ignoraba es que ya por esa poca empezaba a tener los
primeros sntomas de demencia senil y fue su mdico de cabecera quien aceler los trmites
y despleg su mucha influencia para encontrar una plaza. Los aos hicieron que la
tranquilidad del lugar y la independencia de la que gozaba fuesen ms que suficientes para
cambiar de opinin.
En sus momentos de lucidez, que an eran la mayora, su capacidad para escuchar
era conocida por la mayora de los residentes, que hacan de Andrea su particular pauelo
de lgrimas. Sin embargo, y sin saber ni cmo ni cundo, sus neuronas se desconectaban y
su mente desvariaba. Ella ni se daba cuenta, pero todos los dems saban perfectamente en
qu momento se produca la metamorfosis. Su amabilidad se tornaba en indiferencia; sus
ojos menudos y an chispeantes se convertan en una mirada perdida en el espacio, con un
gesto grave y preocupado; sus pasos cortos y seguros pasaban a transformarse en un levitar
ajeno a todo lo que le rodeaba. Era tal la transformacin que tena lugar, que quien la viera
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3en sus ratos de plena conciencia y lo hiciera un instante despus, jurara sobre la Biblia ms
sagrada que no era la misma persona.
Entonces, los dems la miraban sin esforzarse, resbalando, sin dar importancia a lo
que estaba pasando y esperaban; esperaban a que el tiempo restaara el equvoco que
poda ser digno de haberse diseado por la mente ms macabra de la humanidad. Oan, sin
prestar atencin, sus soliloquios, porque saban que estaba atrapada en un pasado que slo
ella era capaz de leer. Bajaba el volumen de su voz como si temiera que los dems fuesen a
profanar sus pensamientos ms ocultos y empezaban sus monlogos sobre su padre, sobre
su pueblo, sobre el mar.
II
Ay, el mar! Fue durante sus primeros aos de vida el centro neurlgico de su
existencia. Y es que Andrea, naci y vivi en Rubera, un pequeo pueblo cuyo extremo ms
oriental daba a un acantilado rocoso que tena unos metros de playa. Los lugareos la
haban denominado as en un alarde de vanidad geogrfica, ya que en honor a la verdad, el
pedregal por el que estaba formado no tena ni nombre ni era algo parecido a lo que todos
entendemos por playa; era en realidad un estrecho entrante del mar dotado de un antiguo
embarcadero de piedra resbaladiza y mal colocada que haca que sus escalinatas fuesen ms
un peligro que una ayuda. Desde all algunos vecinos se hacan a la mar en esos botes
frgiles e inestables, pero que manejados por brazos fuertes y diestros hacan posible que
sus tripulantes regresaran a casa con una simple mojadura como mal mayor.
Sus habitantes se dedicaban a todo y a nada, porque raro era el que tena slo una
tarea especfica como medio de subsistencia. La pesca y sus derivados, las huertas de
verduras y hortalizas y la fbrica de pinturas abarcaban la casi totalidad del abanico
profesional de los hombres y mujeres del lugar.
Andrea Poveda vino a este mundo de lgrimas un 17 de Abril de 1912 y
paradjicamente, esa fecha tan poco significativa para la mayora de los mortales, se
convirti en el inicio de la leyenda de Rubera. Su madre, una mujer que sali del orfanato y
encontr la felicidad, que tan esquiva se le haba mostrado con anterioridad, al lado del que
ahora era su esposo, muri en el parto. Las comadronas de turno diagnosticaron un
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4alumbramiento prematuro y difcil, siendo los ltimos esfuerzos que realiz para expulsar a
la nia los que acabaron con ella. Algo parecido debi de certificar el mdico, que se dio ms
prisa al enterarse de que su paciente haba pasado a mejor vida que cuando le notificaron
previamente que estaba dando a luz.
Hasta aqu todo entraba dentro de la normalidad, pues desgraciadamente no era la
primera mujer que mora en el parto ni sera la ltima. Haba sin embargo un detalle que no
pas desapercibido para las gentes del pueblo, tan vidas de supercheras e historias
fantasiosas. A la hora del fatal desenlace ocurra un fenmeno astronmico ya conocido y
estudiado desde muchos aos antes: un eclipse total de sol.
Aseguran los lugareos, que justo en el momento de mayor oscurecimiento se
produjo el intercambio de vida por muerte y eso no era seal de buenos presagios, porque
los eclipses arrastran tras ellos pocas de grandes desgracias para la humanidad. Sera, con
toda seguridad, un ao de catstrofes y desventuras; pero sobre todo, era un signo de mal
augurio para Andrea Poveda, La hija de la oscuridad, como empezaron a llamarla desde
entonces.
Total, que la nia se qued con su padre y su abuela paterna como nicos familiares
conocidos. Tuvo que ser la Sagra, una mujerona que haca pocos das que haba tenido a su
quinto hijo, y cuyas enormes carnes correlacionaban de forma directa con su gran
humanidad, quien se encarg de amamantarla. Ella y todos los vecinos del pueblo sintieron
una especial predileccin por aquella nia que tuvo la desgracia de venir a este mundo llena
de los peores augurios.
Los barruntamientos de tanto ignorante con vocacin de profeta empezaron a tomar
fuerza cuando al poco de cumplirse los tres aos de vida de la infeliz criatura, su abuela, que
ya haca mucho tiempo que estaba mal de salud, cogi una neumona y falleci pocos das
despus. Los comentarios en torno al maleficio se dispararon y la leyenda de La hija de la
oscuridad continu plasmando nuevos renglones en las pginas del hasta hace poco
inmaculado libro negro de Rubera.
De su padre Manuel, del cual no hemos hablado, no por olvido sino por necesitar
unas lneas aparte, recordaba Andrea en su memoria infantil, su barba dura y spera que
achuchaba su cuerpo cada vez que vena de pescar. Mantena tambin intactas en su mente,
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5las historias sobre el mar que le contaba siempre que tena un momento libre. Pero
especialmente guardaba un recuerdo imborrable de sus besos a la hora de acostarse. Eran
besos de mariposa: cerrando y abriendo los ojos con el propsito de que sus pestaas se
rozaran, a modo y semejanza de las alas de dichos insectos; besos de enanitos: juntndose
sus narices y frotndose lateralmente la puntita; besos de pirata: cerrando un ojo y haciendo
con un gesto fiero como si fuesen a comerse el uno al otro; besos de pececillos: estirando
hacia adelante sus labios y dejando un orificio redondo y profundo en la punta, imitando lo
que hacen algunas de las pequeas criaturas marinas.
An hoy, a sus 87 aos, se preguntaba cmo era posible que un hombre que daba de
puertas para fuera imagen de rudeza y de frialdad, pudiera transformarse en alguien tan
carioso y protector cada vez que estaban a solas. Seguramente, el hecho de tener que
hacer tambin de madre, hicieron de l el mejor padre del mundo.
Por desgracia para la nia, no siempre estaba en casa por las noches. Muchas veces
sala al atardecer a pescar, ya que era su forma de ganarse la vida, y no regresaba hasta altas
horas de la madrugada o al amanecer. En estas ocasiones se quedaba en casa de la Sagra,
que al fin y al cabo ya tena cinco hijos, por lo que uno ms en la familia no era ni trabajo
aadido ni nueva alegra para el hogar. Andrea era una nia buena y obediente lo que
facilitaba las cosas, y a la Sagra le daba igual contar a la hora de cenar hasta cinco que hasta
seis. Consista esto en casi su nica faena, porque desde muy pequeos todos sus hijos se
haban acostumbrado, no les quedaba ms remedio a falta de miramientos, a ser
autosuficientes y atenderse por s mismos en las tareas de aseo y cuidado.
III
De cuando en cuando, la nia, al acabar la escuela, recorra el estrecho y angosto
camino que haba hasta llegar al embarcadero y esperaba all sentada, imaginando mil y una
variantes de las historias que su padre le contaba. Se quitaba sus desgastadas zapatillas y
dejaba que sus pies sintieran el frescor del agua. Entonces, miraba con detenimiento las
figuras que el lquido elemento formaba al chapotear y jugaba a que era capaz de gobernar
ella sola, con los bruscos movimientos de sus menudas piernas, las idas y venidas de las
suaves olas que llegaban adormecidas a la playa. Dejaba volar su mente an tan receptiva y
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6tan moldeable a los sueos, y pensaba en monstruos marinos... y en piratas... y en princesas.
Pero al declinar la tarde, un poco antes de que la claridad empezase a hacer guios a la
tenue redondez de la luna, diriga sus ojos al saliente del acantilado. Saba que por all
aparecera un pequeo bote y en l la persona a quien tan ansiosamente esperaba.
Al llegar siempre ocurra lo mismo. El padre regaaba a la hija por ir hasta all: "No
ves que la mar es traidora! Puedes perder el pie con lo resbaladizas que estn las lanchas del
embarcadero y caerte. Y si se me hace tarde y no regreso hasta bien entrada la noche, qu
haces t aqu sola?" .
A pesar de todo, Andrea saba que su padre a medida que hablaba se iba derritiendo
por dentro, rindindose a su mirada de dulce y acababa por cogerla por la cintura para
achucharla y comrsela a besos. Ella, despus de interesarse por cmo le haba ido la
jornada, aprovechaba la ocasin para contarle lo que haba hecho en la escuela.
Un da, de esos que volvan juntos del embarcadero, se encontraron con el maestro
por la calle y despus de hablar de cosas intranscendentes, mir a ambos con cara seria y
dijo: "Esta hija te va a salir escritora. Tiene una imaginacin para los cuentos fuera de lo
normal y adems lee y escribe, que es una maravilla". A Manuel se le qued cara de
embobado, con los ojos redondos y los pmulos hinchados como a esos angelotes que
aparecen colgados en las cabeceras de la cama.
Y es que siempre haba temido el padre que su nia se contagiara de la dureza de la
poca y del lugar. Desde el momento en que la vio por primera vez y supo de la desgracia de
su madre, se prometi que mientras pudiera no dejara que Andrea tuviera que trabajar
ayudndole en las tareas del mar. El se encargara de todo. No permitira que fuese a vender
pescado por los pueblos, ni que le echara una mano en reparar los aparejos, ni en la
preparacin de los cebos. El oficio, ya se saba, no daba ms que para no morirse de hambre
y para pasar muchos aprietos. Pero si las cosas no cambiaban drsticamente podra
dedicarse a aprender lo que el sufrido maestro de turno les intentaba imbuir, muy a pesar de
la mayora de los chiquillos y de la poca disposicin de los padres, que acababan por darse
cuenta que el hombro que dejaban de arrimar en casa era ms importante que las cuatro
letras que llegaran a maljuntar. El barnizar a sus hijos de un mnimo bao de cultura
general, empezaba a ser gravoso desde el mismo momento en que su presencia en la
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7escuela impeda echar una mano en las tareas domsticas o en las faenas propias de todo
aquello que supusiera aportar algunos cntimos a la menguada economa familiar; dicho con
otras palabras: empezaba a ser inviable desde el primer da de clase.
IV
Las cosas cambiaron, y de qu manera!, un diez de Agosto, da de San Lorenzo. Esa
maana andaba Andrea, que por entonces contaba tan solo diez aos, jugando cerca de la
playa con una de las hijas de la Sagra cuando oyeron la campana de la iglesia. Su lenguaje,
codificado para los profanos, era de fcil desciframiento para los lugareos e incluso para las
dos nias, que a los primeros taidos comprendieron la gravedad de la llamada. Volvieron
casi al unsono sus miradas hacia el camino que daba a la playa y divisaron a un montn de
personas que, apretando el paso o corriendo, se acercaban hacia el embarcadero.
Las dos criaturas, como imantadas por una fuerza no escrita en las leyes fsicas,
acabaron en pocos minutos aplastadas contra la gente que ya se reuna all. Parecan todos
hipnotizados, con los ojos clavados en los restos de un bote que las olas haban escupido
contra las rocas. Andrea, que an estaba agitada debido a la carrera que se acababa de dar,
qued atacada de un terror indescriptible, dio un grito, cerr los ojos y se ech las manos a
la cara. Enseguida sinti que alguien se acercaba y agarraba el bulto rgido de su cuerpo
intentando atraer su cabeza contra ella. Al instante reconoci la voluptuosa figura de la
Sagra que mezclaba su llanto con el suyo. Notaba la nia sin verlo, cmo las miradas de
todos los presentes se clavaban en su nuca como dardos teledirigidos y no se atreva a
volverse por miedo a encontrarse cara a cara con esos rostros pvidos, que no hacan sino
certificar el fatal desenlace que desde el primer momento haba adivinado. Quiso a pesar de
todo encontrar una explicacin a lo que estaba sucediendo y, cuando crey que poda
hablar, se despeg de la Sagra y dej ver su semblante triste y temeroso, escudriando, una
por una, las caras de todos aquellos que estaban a su alrededor. Intent abrirse paso entre
ellas para ir como un autmata hacia la orilla de la playa. Rpidamente oy la voz de su
protectora que deca: "Vamos cario, vamos a casa a esperar".
Aquella noche, todo el pueblo se dirigi al acantilado. All estaban en primera fila,
junto con Andrea, las madres, hurfanos y familiares de otros desaparecidos o muertos en el
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8mar. Encendan hogueras y miraban al cielo mientras rezaban. En esta fecha siempre hacan
el mismo ritual: esperaban a la intemperie hasta ver aparecer las Lgrimas de San Lorenzo,
una lluvia de estrellas fugaces que normalmente por esta poca son muy frecuentes.
Simbolizan para ellos las brasas con las que fue martirizado dicho santo, que nadie saba por
qu era el patrono de la comarca, y daba nombre a la iglesia de Rubera. El caso es que
desde siempre, en esta festividad, se guardaba la tradicin de realizar una procesin
nocturna con antorchas encendidas en los barcos y pequeos fuegos, a modo de altares, en
el acantilado. Se celebraba esa noche el particular da de los difuntos de toda la zona. El
raudo peregrinar de los astros luminosos era una especie de recordatorio de lo efmero y
corto que fue el paso por el mundo terrenal de todos aquellos que ya no estaban en
compaa de los vivos, en especial de las personas que murieron en el mar. Se renda culto
as a los dos elementos trascendentales en la vida de los pescadores y marinos: el cielo y el
mar; y esa noche haba un doble motivo para recordar y para rezar.
En los das siguientes, Andrea y la Sagra se acercaban hasta el acantilado o bajaban
hasta la playa. Permanecan all horas y horas aguantando el calor; ese calor hmedo y
resbaladizo en un primer momento, que acaba por extenderse a todo el cuerpo y aprieta las
ropas hasta que se confunden con la misma piel. Pero ni los pescadores, que dejaron de
faenar, ni los voluntariosos vecinos lograron traer a tierra el cuerpo del infortunado Manuel.
Seguramente, al abocar en el entrante de la Punta del Ancla, llamado as porque la
caprichosidad de la naturaleza y de la erosin haban dado esa forma al saliente de la costa,
un golpe de mar, tan frecuentes en aquel punto, habra hecho zozobrar el frgil cascarn
que tena por barco. No era la primera vctima que haba desaparecido all. Aunque todos los
pescadores saban de la peligrosidad de la zona y de lo fatal que poda resultar el acercarse
demasiado a las rocas, algunos se arriesgaban debido a que era en aquel lugar en donde
solan pescarse las mejores lubinas.
Pareca imposible, pero en unas horas, quiz en unos minutos, todos los besos y las
historias que tanto necesitaba la desventurada criatura, quedaron atrapados para siempre
en las profundidades marinas.
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9Andaba la Sagra por aquellos das que bufaba. Sus ojos, que parecan echar sangre, y
su andar receloso y nervioso se asemejaban al de una fiera que percibe, con su instinto
animal, cmo alguien intenta apoderarse de su camada. Sus cerca de 8 arrobas de peso y los
48 aos de pachorra acumulada estaban a punto de explotar. Los de la tutela de menores
haban hecho acto de presencia en el pueblo respaldados por el alcalde, un calzonazos segn
ella, que no era capaz de poner orden ni en su propia casa. Andaban diciendo que la nia no
poda seguir bajo su custodia.
"Es increble! No han pasado ni quince das de la trgica desaparicin del padre y ya
estn aqu! Se han dado prisa los condenados! Y tendrn el valor de quitrmela! Como si
no supiera yo cuidar hijos! Pues no te digo! A lo mejor me han criado ellos a los cinco que
he parido, que estn ya ms cerca de valerse por s mismos, que de andar ya detrs de
ellos!" Todas estas exclamaciones y alguna ms, comentaba una y otra vez la mujerona a
quien tuviera el valor de escucharla. La buena seora, tanto por humanidad como por el
afecto que haba tomado a Andrea, consider que era a ella y a nadie ms a quien le tocaba
hacerse cargo de la criatura. Y como no estaba versada en letras, ni en leyes, no le entraba
en la mollera que alguien que ni siquiera conoca a la nia ni a su entorno, decidiera, de su
mano mayor, que lo ms conveniente era llevrsela a un orfanato.
As que, a pesar de su ofuscamiento, y en vista de la complicada situacin que vea
venir, acudi en busca de ayuda. Habl con el maestro, con el cura y con todo hijo de vecino,
para que de una u otra manera intercedieran en defensa de su loable causa. Todos
convenan, excepto el alcalde con el que nunca haba hecho buenas migas, que la Sagra tena
la razn de su parte y si haba sido capaz de hacerse cargo de la nia en los ratos en que su
padre estaba pescando, tambin podra darle cobijo como a uno ms de sus vstagos.
Los argumentos que la vecindad esgrimi para hacer que la infortunada criatura se
quedase entre ellos, se volvieron en su contra. Cuando el maestro alab las buenas
capacidades que su alumna presentaba para los estudios; los de menores interpretaron que
en donde mejor podra continuarlos sera en un colegio de una ciudad y eso estaba
asegurado porque la experiencia en estos temas, de las monjas que se encargaran de su
custodia, era de todos consabida y mil veces contrastada. Si el cura dijo que la Sagra era una
buena cristiana con un gran corazn, aunque posiblemente algo relajada en sus tareas de
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10madre; ellos se quedaron con la ltima de las calificaciones, echando en saco roto las buenas
cualidades que haban encabezado la descripcin del prroco. Si los vecinos defendan que la
nia ya estaba acostumbrada a esa vida y a esa familia; los de menores lo relacionaron con
miseria y ambiente poco propicio para una criatura de diez aos. Y por fin, cuando la Sagra
pudo echarles el ojo encima y con toda la rabia y tensin acumuladas les espet, una por
una, las reflexiones que da tras da vena repitiendo a sus convecinos, acabaron por
convencerse de que lo ideal era lo que desde el primer momento haban pensado: el
orfanato.
Hicieron el papeleo y los trmites pertinentes y La hija de la oscuridad, a quien nadie
se dign preguntar qu opinaba de todo esto, acab en un orfanato de Salamanca; el mismo
adonde su madre fue llevada cuando alguna mujer soltera o con ms hijos de los que poda
mantener, decidi que fuesen las monjas quienes se hicieran cargo del fruto que en mal da
albergaron sus entraas.
VI
Hoy Andrea se ha levantado como siempre a las ocho. Al ir a coger el ascensor para ir
a desayunar se encontr con Adrin y Severina. Esta ltima iba quejndose, para no perder
la costumbre, de lo mal que haba podido dormir en ese colchn que pareca una tabla
encorvada y acab elevando el tono de voz al percatarse de que Andrea se una a ellos.
- No es para tanto -intentaba apaciguarla su marido-. Lo que pasa es que a nuestra
edad los huesos ya no encuentran el acomodo ideal ni en un lecho de plumas.
- Lo que ocurre es que tu duermes como un lirn -replic Severina-. Pero yo, entre tus
ronquidos y la dichosa cama, me paso la noche en vela y con unos dolores de aqu te espero.
Andrea, que ya estaba acostumbrada a las continuas discusiones del matrimonio, que
se pasaban la mayor parte del da en estos menesteres, lo nico que hizo fue escuchar sin
intervenir en la disputa. Saba perfectamente que si tomaba partido por alguno de los dos, la
cosa empeorara. Cuando el ascensor abri sus puertas y se despidi con un bueno que voy
acercndome al comedor, el tema en discordia ya haba quedado en el olvido y Adrin, al
comprobar que la anciana octogenaria se haba alejado lo suficiente como para no or la
conversacin, se dirigi de nuevo a su cnyuge:
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11- Mira que le ocurren cosas raras a esta mujer, eh! Por la maana anda tan normal,
como si nada y por la tarde, igual le da el cuarto de hora y se pone como un cencerro. Claro,
que a saber cundo ella es ms feliz: si en un estado o en otro! De todas formas continu
diciendo-, parece mentira que a su edad sea capaz de mantener la mente tan activa. Seguro
que son los libros! Tienen que serlo! El leer mantiene el cerebro en forma.
- Yo creo que es al revs se apresur rpidamente a contestar su mujer-. Tanto leer
acaba volviendo a uno majareta. Si no hay cabeza que aguante tanto revuelto de letras!
Mrala!, ya va con un libro en la mano Cualquier da va a mojar el caf con las pastas del
dichoso librito!
Y es que Andrea, antes de dar buena cuenta de su taza de descafeinado con galletas,
se entretena leyendo unas pginas de un libro que anteriormente haba seleccionado, como
si de un men ceremonial se tratase.
Por las maanas y hasta la hora de comer tocaba prosa, preferentemente alguna
novela de los escritores clsicos. Al atardecer cuando el sol de verano iba cediendo en su
empeo abrasador, le gustaba entretenerse con algunos versos que, a veces, ya saba de
memoria. Eran sus ratos preferidos, porque ella siempre deca que tena alma de poeta y a
este menester de armonizar, dar ritmo, medida y sonoridad a las palabras, haba dedicado
muchas horas de su vida.
Antes estaba orgullosa de ello, pero lo que antao le pareca de una trascendencia
vital, ahora se haba transformado en mera ancdota. Poco o nada le importaban sus libros
publicados anteriormente. A pesar de todo, se levantaba algunas veces a media noche,
cuando el silencio se oa mejor y los pensamientos y recuerdos podan ms que sus frgiles
sueos, y con su letra ya algo temblorosa, plasmaba en unos folios que celosamente
guardaba despus, sus nostalgias, sus vivencias, sus temores. Escriba por necesidad, ya que
mientras lo haca era como si pregonase al mundo lo que nunca se atrevera a contar,
porque... a quin le podra interesar lo que una anciana pensaba en sus horas de desvelo? A
los jvenes, seguro que no; no comprenderan lo que se puede sentir cuando uno lleva
tantos aos acumulados en un platillo de la balanza y se ve tan despoblado y tambaleante el
otro. Y a los de su edad, tampoco; bastante tenan con intentar que alguien les escuche o
con el peso que impone la soledad en la que estn inmersos.
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12As que para nada se acordaba de aquellos aos en los que se reuna en el caf
Novelty junto a otros poetas y escritores en ciernes. All, al cobijo de esos prticos de la
Plaza Mayor, que abren su boca sombra como bostezos perennes, formaban esas tertulias
en las que se ideaban proyectos, se comentaban los certmenes literarios, se discuta sobre
tal o cual libro y se daba estructura y contenido a la revista que haban fundado.
Tambin quedaba en el olvido el da en que, con un nerviosismo ms propio de las
colegialas a las que daba clase, que de una profesora con cierto renombre en el centro,
acudi al caf con su primer libro de poemas publicado bajo el ttulo de Amaneceres.
Entonces sus versos hablaban de amores de juventud, de vida, de ilusin. Estaba enamorada
de Ramn, el hijo de un militar que trabajaba sirviendo comidas en una fonda cerca de la
calle Libreros. Le conoci una tarde de Julio, cuando el sol ya no quemaba y la Plaza Mayor
se iluminaba de un fuego refulgente que haca destellar cada centmetro de piedra hasta
convertirla en un enorme diamante. Se le present uno de sus compaeros de tertulia que le
conoca de ir a comer en algunas ocasiones all. Se mostr muy atento e interesado por todo
lo que Andrea le contaba y, sobre todo, encontr un atractivo especial en que la muchacha
fuese la nica mujer que perteneca a ese selecto club de amigos de las letras.
Pareca cuadrar poco que alguien que saba recitar de memoria el Romance de la
luna, luna de Lorca y se identificaba con la lnea tarda del Rosario de sonetos de
Unamuno; o que lo mismo era capaz de entusiasmarse con la hidalgua del Quijote que
admirar el sentido moral de Raskolnikov, el protagonista de Crimen y Castigo, perdiera el
sentido por un hombre que se pasaba la mayor parte del tiempo ensalzando la exquisitez del
farinato o lo suaves que quedan los garbanzos de Fuentesaco.
No tardaron en intimar y su relacin llevaba ya ms de dos aos de escondidos
amoros, rubricados por un sinfn de paseos al atardecer sobre el puente romano o por los
alrededores de la universidad, cuando le comunic que a su padre le haban concedido el
traslado a Madrid. Toda la familia, incluido l, tendran que mudarse de Salamanca.
Los das siguientes a la separacin fueron para Andrea largos y angustiosos. El nico
consuelo que le quedaba era pensar en la primera epstola amorosa que prometi escribir,
en cuanto supiera con exactitud la direccin con la que rellenar el remite de las cartas.
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13Pasaron las semanas y los meses y Andrea no volvi a tener noticias del hijo del
militar. Intent indagar por su cuenta, recurriendo al amigo comn que les present, y lo
nico que lleg a saber fue que en la fonda alguien haba comentado que un joven
procedente de Salamanca haba muerto en un accidente. Como el tiempo pasaba y segua
sin conocer nada de l, acab, a falta de otra explicacin plausible, por hacer de ese rumor la
causa de tanto retraso en dar seales de vida y la consecuencia de todos sus desasosiegos.
Qu poco sospechaba la infeliz joven, que la realidad era otra muy distinta a la que
ella se haba aferrado! Nunca supo, porque quien pudo decrselo se guard mucho de hacer
que la verdad llegara a sus odos, que al enterarse el militar de que su hijo estaba saliendo
con una inclusa, que a su vez era hija de otra mujer del mismo palo, decidi adelantar el
traslado a la capital de Espaa. Prohibi adems a Ramn, con ese ordeno y mando propio
del espritu castrense, todo tipo de contactos con aquella muchacha que estuvo a punto de
mancillar el honor de la familia.
Pero como no hay mal que por bien no venga, tanto disgusto y tanto dolor de
corazn sirvieron para que los sentimientos vividos en esta etapa de afliccin, acabaran
plasmados en su segundo libro de poemas: "Desesperanzas".
El caso es que, bien por guardar ausencias a ese primer amor que tanto hiere, o bien
por miedo a tener que pasar otra vez por una situacin tan dolorosa, decidi dedicarse en
cuerpo y alma a sus clases y a sus libros. No faltaron pretendientes a su puerta, pero sta
terminaba por estampanarse en las narices del osado que se atreviera a traspasarla.
VII
Hoy ha charlado con Herminio, un antiguo concejal de un ayuntamiento perdido por
la sierra. Estaba sentado en el banco que est al lado de la mata de romero. A Andrea le
gusta ese sitio porque se respira all un aire limpio y, a rachas, un perfume suave a menta, a
aires de mar pareca embriagar el ambiente. El hombre lea el peridico y, como de
costumbre, se le vea cabreado. La anciana no comprenda el porqu de sus disgustos; al fin
y al cabo, a su edad, qu ms da lo que ocurra fuera de la residencia y, sobre todo, qu
importancia tiene si los que gobiernan o dejan de gobernar hacen esto o lo otro. As que,
como siempre, se limitaba a escuchar, a dejarle que se lamentara y acabara por seguir
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14pasando las hojas mientras mova la cabeza una y otra vez en seal de disconformidad.
Despus, de rato en rato, segua dando en voz alta alguna que otra noticia, pero ya sin
acaloramiento, sin vehemencia, como si fuesen los ltimos estertores de un largo lamento al
que la indiferencia y la incomprensin de los dems van matando poco a poco.
En uno de esos finales agnicos, dej caer uno de esos titulares que suelen venir en
las contraportadas de los diarios y para los que Herminio empleaba un tono mucho ms
sarcstico, bien distinto al del comienzo:
- Fjate, no hay quien entienda a la gente! Con las desgracias que ocurren
diariamente y resulta que lo nico que les preocupa es el dichoso eclipse de sol del mes que
viene. Unos, con las patochadas de que si se va a acabar el mundo, que si en Pars va a
ocurrir una catstrofe; otros, con la nica preocupacin de encontrar unas gafas de esas que
no les deje ciegos o de trasladarse lo ms al norte posible para verlo mejor. Dios mo, as
nos va en este pas!
Andrea que sola escuchar esta ltima parte de los monlogos con desinters,
enfrascada ya en su lectura, se qued de repente como si hubiera recibido una descarga
elctrica. Con el gesto descompuesto y un nerviosismo impropio de ella, pregunt:
- Que va a haber un eclipse? Y se va a ver aqu en Espaa? Cundo va a ser?
Tanto bombardeo de preguntas dejaron desconcertado a su acompaante, que por
primera vez sinti que alguien le escuchaba de verdad. Se dispuso entusiasmado a leer los
titulares pero ya Andrea estaba hacindolo por l y para cuando quiso darse cuenta,
mascullaba entre dientes y de forma atropellada los primeros renglones
Cuando acab, se qued unos segundos como absorta, como si saliera de una visin
fantasmagrica. Pasados esos instantes, se levant y se puso a andar. A los primeros pasos,
supo Herminio que ya no era la misma Andrea que haca unos minutos se haba sentado a su
lado. Tena la mirada perdida y ese andar ingrvido que denotaba que algo se haba fundido
en su cerebro; era como si todo lo que ocurriera a su alrededor estuviera en otra dimensin,
en otro tiempo.
En los das sucesivos, Andrea estuvo rara: a veces nerviosa, a veces ausente. Todos
pensaban que esta vez el desequilibrio mental era ms serio, quiz definitivo, porque nunca
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15se haba prolongado tanto. Volvieron de nuevo los soliloquios sobre el mar, sobre su padre y
sobre Rubera.
Estuvo as una semana hasta que de nuevo la normalidad volvi a hacer acto de
presencia. Haba sin embargo un detalle que no pas desapercibido a los ojos de los dems,
pero al que no dieron la mayor importancia. Ahora, por las maanas, cuando bajaba a
desayunar, ya no llevaba un libro en las manos. Se preocupaba nicamente de leer el
peridico. Pasaba las hojas con rapidez, como buscando algo en concreto. Cuando lo
encontraba, se dejaba caer en la silla desplomando todo el cuerpo de golpe, y lea con
avidez, como si le fuese la vida en ello. Al finalizar, se levantaba desganada y con un gesto de
preocupacin, sin acordarse siquiera de cerrar el diario, se volva a su habitacin en donde
permaneca hasta la hora de comer.
VIII
La maana del 10 de Agosto, Andrea fue a visitar a la directora de la residencia y le
dijo que llamara a un taxi para ir a comprar algunos libros. Aunque era normal que de vez en
cuando hiciera este tipo de peticiones, senta cmo en su interior un monstruo de cien
cabezas se dedicaba a roer sus entraas. El asilo estaba abierto para todos, ya que los
ancianos no tenan mayores impedimentos para gozar de algunos ratos libres fuera de l, y
slo necesitaban notificarlo aquellas personas que no tenan por costumbre hacerlo. En el
caso de Andrea, que casi nicamente se ausentaba por este motivo, se cercioraban antes de
ver a la mujer en uno de esos das de normal, como deca Adrin. Adems, llamaban siempre
a un taxista de confianza, que la llevaba hasta la librera y esperaba a que al cabo de unos
minutos saliera con su compra en las manos.
Al poco rato estaba el coche en la puerta y no tard en enfilar, con una rapidez que a
la pobre anciana siempre le pareca suicida, hacia la Gran Va. Por el camino observaba el
panorama y vea con tristeza qu poco se pareca la Salamanca de ahora a esa ciudad
conservadora de provincias que a ella tanto le gustaba. De todas formas, no estaba hoy para
nostalgias que le hicieran perder la concentracin a todo lo que meticulosamente haba
preparado en los das anteriores. As que intent concentrarse en la operacin y se asegur
de tener en el bolsillo de su chaqueta la pequea libreta en donde haba anotado, punto por
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16punto, los pasos que deba seguir. Al llegar a la altura de la librera, el taxista par el coche y
le record que dentro de una hora volvera a recogerla.
En cuanto observ que el coche doblaba la esquina, su cansado corazn empez a
latir con una fuerza tal que crey que iba a desbocarse. Mir a ambos lado de la avenida y, a
pesar del nerviosismo acumulado, las calles le parecieron menos enemigas que otras veces y
los numerosos transentes que acababan por marearla, se haban convertido en caras
amigables que daban la sensacin de sonrer al pasar junto a ella. Se acerc hasta el
semforo y cuando vio que la gente cruzaba hizo lo mismo. Se asegur de ir en medio de
unos y otros, con la confianza de que as, entre todos, la arrastraran hasta la otra parte,
antes de que los coches recibieran la seal criminal de devorar el asfalto y todo lo que
encontraran a su paso. Consigui su propsito ms fcilmente de lo esperado y ello le dio
nimos para continuar con su siguiente paso: ir al banco y sacar dinero. Deba darse prisa ya
que si tardaba ms de sesenta minutos empezara a cundir la alarma.
Tuvo tambin suerte y al no ser una hora punta no haba mucho ajetreo en la
ventanilla de caja. Mientras esperaba le dio tiempo a revisar de nuevo los siguientes pasos a
seguir: ir a la parada de taxis, que se encontraba en la calle perpendicular al banco, para que
la llevase hasta la estacin de RENFE y sacar el billete para el tren que sala a la una y cinco.
Tendra que esperar un buen rato a medio camino para hacer transbordo, como le haban
indicado el da que llam por telfono, pero eso no supona ningn problema porque as
podra aprovechar para comer un poco. Cuando finalmente el tren llegase a su destino, se
bajara y cogera otro taxi hasta Rubera, el pueblo que tuvo que abandonar hace setenta y
siete aos, y al que no haba regresado desde entonces.
IX
Amaneca y desde el cielo llegaba una claridad que dulcificaba el amargo recuerdo
que el ruido de las olas arrastraba hasta la mente de Andrea. Siempre tuvo miedo de que en
alguno de los envites contra las rocas, devolvieran el cuerpo de su padre destrozado. An
recordaba las veces que tuvo que apretarse la cabeza con sus manos para intentar no or
esos lamentos que laceraban su cerebro. Pasaron muchos aos de niez en los que se
despertaba a media noche con esa horrible pesadilla. Y es que los familiares de los fallecidos
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17en un naufragio siempre haban aorado esas imgenes tangibles que tiene la muerte: la
sepultura, las flores y sobre todo esa conciencia clara del cuerpo presente. Sin embargo, la
desaparicin, no tiene lmites, es el infinito por s misma; no es una realidad, sino pura
imaginacin. Por todo ello dej transcurrir el tiempo sin tener el valor de acercarse a Rubera.
Ahora era distinto. Haba llegado el momento de retornar al lugar de sus orgenes. Lo
vio muy claro el da que ley el peridico de Herminio. Todo coincida. Nunca crey en eso
de que el futuro de cada persona estaba escrito en alguna parte; sin embargo, los signos
fueron tan claros, tan reveladores que era imposible no entender lo que evidenciaban. El
eclipse de sol fue el momento de la muerte de su madre y de su nacimiento; en la noche del
da de San Lorenzo desapareci su padre en el mar; y hoy, once de Agosto, un da despus
de ese aniversario, curiosamente se hermanaban los dos sucesos ms significativos de su
vida: habra un eclipse de sol casi total y, segn pona en el diario, esa misma noche, de
sesenta a doscientas estrellas fugaces por minuto surcaran el cielo. Eran las lgrimas del
santo que venan a recordar lo veloz que pasa la vida; pero sobre todo, y en eso no tena
duda Andrea, era el da en que el eclipse llegaba para a reclamar lo que era suyo, y seran las
estrellas quienes daran testimonio de lo que iba a ocurrir. Hoy sera el da de su muerte.
Por eso necesitaba llegar hasta el mar; es ms, necesitaba que en el instante de
mximo oscurecimiento se encontrase en la Punta del Ancla, en el mismo lugar en donde la
embarcacin de Manuel Poveda fue arrastrada por las traicioneras olas, que descargaban all
toda la furia acumulada durante millas de travesa.
Esperara tranquila, sin miedo, porque saba que por fin su padre aparecera, la
cogera por la cintura y volveran los besos que tanto haba echado en falta.
De pronto, el silencio que se adueaba del tiempo que dejaban el ir y venir de las
olas, se vio profanado por el ruido de un motor que se perciba a la altura del nuevo
embarcadero, situado ahora en uno de los laterales de la playa. Tard un poco en reaccionar
porque el viaje del da anterior, las emociones del reencuentro con su pueblo y el
duermevela en el que se haba convertido su noche en el hotel, acabaron por ralentizar sus
ya de por s escasos reflejos. Andrea contuvo la respiracin, escrutando con los ojos muy
abiertos el horizonte y, al poco rato, divis una embarcacin que se acercaba hacia la playa.
Tuvo el tiempo justo para llegar hasta el embarcadero y observar cmo un pequeo bote a
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18motor atracaba junto al muro, mientras el hombre que iba en l se quedaba mirndola como
si hubiera visto una aparicin espectral. La anciana oy cmo el desconocido, que deba
rondar los cuarenta aos, haca un amago de saludo a media voz y ella respondi con esa
sonrisa cndida que an conservaba. Aunque nunca se haban visto, no tena miedo, por
qu iba a tenerlo? Comprendi al instante, que ese tena que ser el barco que el destino le
proporcionaba y el joven, aunque l no lo saba, la persona encargada de embarcarla en su
ltimo viaje.
A las pocas palabras hablaban ya como si fuesen viejos conocidos. La exquisita
amabilidad de Andrea se haba impuesto a la aspereza del recelo inicial por parte del recin
aparecido y, minutos despus, cuando le haba convencido para que la llevase hasta la Punta
del Ancla, Andrea saba ya muchas cosas de ese hombre. Era un vecino de Rubera al que
llamaban Chispi, que, con la disculpa de ir a pescar, aprovechaba para alejarse del ajetreo
del quehacer diario, para encontrarse con la envolvente y aplastante soledad que
proporciona el mar. En estos das de vacaciones veraniegas, en los que el pueblo se
masificaba de gente, le gustaba escaparse a media noche del agobio de la muchedumbre y
adentrarse mar adentro huyendo de tanto turista y de tanto ruido.
Conoca palmo a palmo cada rincn de la costa y se extrao de que una mujer de tan
avanzada edad quisiera ir sola a un sitio tan alejado de la playa. Sin embargo, le haba
parecido tan encantadora, tan frgil y, sobre todo, cuando le cont que ella era la nia a
quien pusieron por nombre La hija de la oscuridad, y que lo nico que quera era estar los
minutos que durase el eclipse en el lugar donde muri su padre, sinti pena y curiosidad por
conocer su verdadera vida.
Durante la travesa, el joven le cont a Andrea que en el pueblo todo el mundo
conoca la leyenda, pero la falta de noticias sobre lo que ocurri con la nia, una vez que
sali del pueblo, y la abundancia de mentes calenturientas dieron pie a inventar numerosos
finales: que si el hospicio donde la internaron se quem y la nia apareci abrasada; que
si se haban enterado del mal fario que llevaba consigo y nadie quera estar a su lado; que
si muri al poco tiempo vctima de una enfermedad; que si esto y que si lo otro...
Como vea que la anciana no sala de su asombro, intent excusar a sus convecinos:
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19- No se ofenda; lo que ocurre es que todo pueblo necesita una leyenda atractiva que
contar a los que por primera vez llegan a sus puertas y, como Rubera no tena ninguna,
decidieron que la de La hija de la oscuridad aglutinaba todos los ingredientes adecuados
para convertirse en inmortal.
Andrea, que a pesar de las intenciones justificadoras de Chispi, no sala de su
asombro, quiso mostrarse agradecida por el gesto que haba tenido, y le relat el discurrir de
su ya larga existencia. En su prolijo compendio, se olvid voluntariamente de mencionar el
verdadero motivo de su regreso y lo que hizo fue darle una explicacin ms fcil al
entendimiento humano.
Al llegar a la altura de unas rocas que aparecan diseminadas en el agua, asomando
su cabeza como si fuesen avanzados guardianes del saliente que formaba la Punta del Ancla,
Chispi, redujo la fuerza del motor, maniobr con maestra y se dej llevar por la suave brisa
de popa hasta que la borda se puso a la altura de un promontorio que hizo las veces de
improvisado embarcadero. Tir del cabo que estaba anudado en la proa y cuando crey que
el barco ya no balanceaba, ayud a bajar a Andrea. Fue en ese preciso momento cuando se
dio cuenta de que su rostro pareca haber envejecido en unos minutos, como si mientras
estaba pendiente de la maniobra de aproximacin su cara se hubiera demudado. Lo atribuy
el buen marinero, a los tristes recuerdos que seguramente el lugar le traa, por lo que
consider oportuno dejarla unos momentos sola, metida en su recogimiento y en la
contemplacin del eclipse que no tardara en producirse.
- Voy a ver si por una vez pesco algo interesante -le dijo a modo de disculpa-. A lo
mejor el dichoso eclipse atrae a algn pez despistado. Cuando acabe vuelvo a recogerla.
Mientras tanto, Andrea perciba que su vitalidad desapareca como si fuese agua en
un colador y notaba cmo hasta sus pensamientos circulaban con una lentitud
desesperante, igual que si se apelotonasen en grumos de sangre cuajada. A pesar de todo
ello tuvo an fuerzas para decirle:
- Recuerdo que mi padre me deca que en el entrante de poniente se pescaban las
mejores lubinas de la zona. Adems, he ledo que durante estos fenmenos, las corrientes
llevan aguas fras y carentes de oxgeno, debido a la bajada de temperatura, y esto hace que
los peces suban a la superficie y se pesquen casi con la mano.
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20Escuch el joven lo que le deca, pero sin mucho convencimiento de que tal
pronstico pudiera hacerse realidad. Saba que haca mucho tiempo que las lubinas, tan
sensibles a la pureza del agua, decidieron que aquellas costas, contaminadas por los residuos
de la fbrica de pinturas, no eran las ms adecuadas para ellas. Dej a la anciana sentada y al
ir alejndose contempl cmo se despeda con una mueca sonriente que ahora pareca algo
forzada.
X
A media maana el cielo empezaba a oscurecerse y Chispi comenz a preparar los
aparejos. Sac, de una enorme botella de plstico cortada por la mitad, los camarones que le
quedaban de la noche anterior. Vio con satisfaccin que an estaban vivos y los ensart por
el extremo de la cola con el fin de no matarlos. Tendi media docena de sedales de algo ms
de treinta metros y puso una plomada muy ligera a uno del anzuelo. Apag el motor para
que el ruido no hiciera sospechar a las desconfiadas lubinas y rem en paralelo a la costa
intentando que la tcnica del curricn que iba a emplear, sirviera para algo ms que para
coger una buena sudada.
Apenas haba empezado a remar y estaba imprimiendo a los sedales breves
movimientos de tira y afloja, para as atraer mejor a sus presas, cuando not que uno de
ellos se detuvo inesperadamente y, al momento, algo plateado daba saltos elctricos en su
punta. Esper unos instantes hasta que consider que el pez estaba ya bien clavado.
Entonces, comenz a recoger hilo con una fuerza constante, evitando dar tirones y, a medida
que lo haca, notaba con enorme satisfaccin que las fuerzas de su codiciada pieza iban
consumindose. Al ir a echar mano del redeo se percat de que en los dems cebos estaba
ocurriendo lo mismo y adems, algo que flotaba a la altura de la quilla le llam la atencin.
No poda dar crdito a lo que sus ojos vean! Nunca haba observado algo igual! Enormes
ejemplares de lubinas parecan empeadas en subir a la superficie y agolparse alrededor del
barco, como si hubiesen sido hechizadas por el fenmeno solar que en esos momentos
estaba teniendo lugar.
Al cabo de una hora, cuando ya la claridad haba retornado de nuevo, Chispi, se
encontraba extasiado con la visin de una docena de lubinas que aparecan diseminadas por
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21el barco. Se acord entonces de Andrea. Puso en marcha el motor y vir rumbo a la Punta
del Ancla. Durante el trayecto iba pensando en lo que le haba ocurrido y lo que la anciana le
dijo. Cmo podra ella saber tanto sobre eclipses y sobre pesca, si segn le haba contado lo
suyo era la literatura? Deba ser una mujer extraordinaria que, sin duda alguna, no encajaba
para nada en las rocambolescas patraas que se haban divulgado a travs de los aos.
Cuando lo contara en el pueblo no se lo iban a creer. Seguro que ms de uno pensara que
tanto mirar al cielo le haba afectado al cerebro.
Al llegar de nuevo a las rocas que precedan a la Punta del Ancla, ya divis el bulto
oscuro de Andrea que se encontraba en el mismo lugar en donde la dej. Entusiasmado
como estaba, se puso a hacer seas de manera ostensible, acompaadas de voces de jbilo:
- Eh, tena razn! Se las poda coger a puados! -gritaba como un chiquillo mientras
esgrima un par de ejemplares en la mano.
A pesar de lo cerca que se encontraba de la orilla, la mujer no pareca inmutarse y
eso empez a preocupar a Chispi, que salt con rapidez a tierra y corri a su encuentro. A
escasos metros de ella, una punzada larga y aguda par en seco su carrera. No haba visto en
su vida un cadver fuera de su atad, pero tena la certeza de que aquella mujer estaba
muerta. Su mirada se mantena fija en el horizonte y tena el mismo semblante dulce y
afable que cuando se la encontr en el embarcadero, pero su rostro ceruminoso e inerte
denotaba la falta de vida. Se aproxim con la intencin de tocar su mano para ver si an
conservaba el pulso y observ que junto a ella haba una libreta abierta con algo escrito. La
recogi del suelo, pensando que a lo mejor era una nota para l, y rpidamente se dio
cuenta de que lo que all estaba impreso, con letra algo dbil pero legible, era una poesa.
Entre el temblor de las manos y el nerviosismo de su mirada, que quera estar a la vez en el
papel y en el cuerpo de Andrea, ley su contenido:
Lgrimas de San Lorenzo
Brasas fugaces que surcis el cielo,
raudos destellos de luces de noche,
mi vida os vuelvo sin or reproche.
Dejadme pues unirme a vuestro vuelo!
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22que no encuentro en esta tierra consuelo
y no ser por falta de derroche,
que yo no me opongo a poner buen broche
a tanto penar y a tanto desvelo.
Oscuro entre luces fue mi desnudo,
de malos augurios toc mi suerte,
da tras da soaba a menudo
en olas que arrojan un cuerpo inerte.
Se apaga el sol con la luna de escudo,
negro entre mares me entrego a la muerte.
No entenda el iletrado pescador de lubinas mucho de poesa, ni era capaz de saber
que lo que acababa de leer era un soneto. Sus conocimientos sobre el tema empezaban y
terminaban con recitar de memoria las dos primeras estrofas de la Cancin del Pirata, pero
el contenido de aquellos versos le certificaron que La hija de la oscuridadhaba venido hasta
all sabiendo lo que iba a ocurrir; con la certeza de que el da once de Agosto de 1.999, con la
llegada del eclipse, sera su ltimo da de vida. Contempl de nuevo su cuerpo, ahora ya con
la serenidad que le daba el saber que su insensatez no haba sido la culpable de lo ocurrido,
sino el hilo conductor del destino; se dej caer en el suelo y rompi a llorar.
XI
El uno de Septiembre se reanudaban las sesiones del pleno del ayuntamiento al que
pertenecan Rubera y otros cinco pueblos ms. Haba quedado pendiente, de antes de las
vacaciones, que la comisin encargada del turismo de la zona aportara sus proyectos con el
fin de asignar qu cantidad del presupuesto era necesario dedicar a tales efectos.
Sabido era por todos los concejales, que la comarca haba sufrido grandes
transformaciones en los ltimos tiempos y, estaba claro, que las formas de vida que aos
atrs dejaron subsistir a sus habitantes eran ya minoritarias y ruinosas. Como sola decir el
alcalde, en uno de los latines que de vez en cuando soltaba como recuerdo de sus aos de
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23alumno en un seminario: "in illo tmpore sirvieron para que nuestros padres y abuelos
salieran adelante, pero en la actualidad todo eso consummtum est".
Los residuos contaminantes que la fbrica de pinturas haba vertido durante los
numerosos aos que permaneci abierta, la esquilmacin de la mayora de las especies
marinas de la zona debido al uso de artes prohibidas y la dichosa enfermedad que se haba
adueado del marisco, haban hecho que se pensara en nuevas formas de sacar provecho al
mar. Y estaba claro que la gallina de los huevos de oro era el turismo. La comarca tena que
explotar este filn, con el que estaban haciendo el Agosto, y nunca mejor dicho, otros
pueblos costeros.
Julin, que era el presidente de la comisin de turismo y de cultura, y a la vez el
alcalde de Rubera, no haba descansado ni un solo da desde que la noticia de la muerte de
Andrea Poveda convulsion al pueblo. En una de sus brillantes ideas, que le solan venir de
repente, como por arte de birlibirloque, crey encontrar esa ave ponedora tan preciada, en
la historia de la difunta.
Llevaba, para su aprobacin una enorme carpeta con lo que l haba llamado:
"Proyecto oscuridad", en homenaje a la mujer que iba a hacer salir del retroceso econmico
a la comarca. Tena la seguridad de que dicho proyecto saldra adelante, pues los de su
partido tenan mayora absoluta en el ayuntamiento. As que en cuanto el alcalde le dio la
palabra, despleg por la mesa un montn de folios escritos a ordenador y, con gesto serio y
grave como la ocasin lo requera, se dirigi a los dems concejales y al numeroso pblico
que por primera vez abarrotaba el saln.
Habl de su viaje a Salamanca y de su visita a la residencia de ancianos. Fue en
representacin del ayuntamiento y llev como credenciales un escrito firmado y sellado por
el alcalde del mismo y un certificado de nacimiento de Andrea. Con ambos papeles no tuvo
ningn impedimento para hacerse cargo de las pertenencias de su antigua residente, pues la
falta de familiares y la necesidad que tenan de dejar libre la habitacin, aconsejaban dicha
medida.
All le comunicaron que fue una mujer extraordinaria, que dedic toda su vida a la
literatura y que adems haba publicado numerosos libros de poemas. La obra de Andrea
Poveda era conocida como una de las ms prestigiosas de la poesa actual y curiosamente,
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24toda ella estaba firmada bajo el seudnimo de la famosa poetisa Andrea Rubera. Fue una
escritora atpica, ya que, a pesar de conseguir una buena remuneracin con las
publicaciones y tener un prestigio importante, en ningn momento quiso dejar su trabajo de
profesora para dedicarse exclusivamente a la poesa. En los ltimos aos, coincidiendo con
su ingreso en la residencia, haba decidido, nadie sabe el porqu, dejar de publicar sus
escritos y retirarse de todo lo relacionado con el mundo literario.
Tambin cont Julin que tuvo una entrevista con su albacea, quien le comunic que,
por expreso deseo de la difunta, ceda al pueblo todos los derechos de las publicaciones de
sus obras y un legado de ms de un centenar de folios con poemas inditos de la ltima
etapa de su vida. La nica condicin que puso para su cumplimiento era que se sufragara,
con parte del dinero que se sacase, un monumento a los hombres que perdieron la vida en
el mar y lo situaran en lo alto del acantilado, mirando hacia la Punta del Ancla.
Ante las caras atnitas e incrdulas de la totalidad del auditorio, el edil propuso como
reclamo publicitario la compra de un barco por parte del ayuntamiento, que realizara
travesas tursticas por la costa, para acabar visitando el lugar en donde muri la escritora.
Y habl de colocar all una lpida con su ltimo soneto grabado en la base. Y de
arreglar su destartalada vivienda para hacer una casa museo, en donde se expondran
algunos de sus poemas escritos de su puo y letra; las cartas que reciba de los escritores
ms renombrados de la poca; las numerosas pertenencias personales que se haban
recuperado... Y de editar sus trabajos desconocidos; se atrevi incluso a dar la posibilidad de
titular el libro con el rimbombante nombre de "Poemas para un epitafio". Y de hacer una
nueva publicacin con sus obras ms conocidas. Y de un montn de cosas ms.
Lo principal segn l, era desagraviar en parte la insigne figura de esa mujer, hija de
Rubera, a la que los hados, el da de su nacimiento, haban dotado de una sensibilidad y de
una humanidad sin igual; esa mujer que les fue arrebatada, cuando an era una nia, sin
tener para nada en cuenta el clamor popular que se opuso a aquella desgraciada decisin.
Y por primera vez en el ayuntamiento, todos los representantes de los partidos
polticos estuvieron de acuerdo, y todos los presentes aplaudieron. Y hubo hasta quien se
atrevi a dar un viva La hija de la oscuridad!