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¡ ! ! I I 1. 156 Economía política Por todas estas razones la tecnología ha adquirido un significado especial en el contexto del capitalism9., o también del socialismo basado en la maximización de la producción o en la minimización de los costos. En ambas sociedades, tanto la continua aparición del progreso téc- nico como su difusión en la sociedad se convierten en un proceso autónomo, generado «misteriosamente» por la sociedad, e impuesto a sus miembros de manera tan indiferente como imperiosa. Por esto es por 10 que, en mi opinión, el problema del determinismo tecnológico -de cómo las máquinas hacen la Historia- vuelve con tanta insistencia a pesar de que refutamos sus peo- res defectos. El determinismo tecnológico es por lo tanto un problema específico de una cierta época histórica -especialmente la época del apogeo capitalista y del principio del socialismo- en la que se han liberado las fuerzas del cambio técnico) pero en la que los organis- mos de control o de canalización de la tecnología son todavía rudimentarios. Esta conclusión es de gran importancia para el futuro. La sociedad en la que las fuerzas del mercado actúan libremente está desapareciendo, pero el ímpetu dado al espíritu científico perdura. Ante nosotros se extiende la perspectiva de un cambio y un progreso técnicos cada vez más rápidos. Basándonos en la düección probable del progreso tecnológico y de las alteraciones estructu- rales que implica, podemos predecir que caminamos ha- cia una sociedad marcada por un grado cada vez mayor de organización y de control deliberado. No sabemos por ahora qué otros cambios de tipo político, social y exis- tencial nos traerá la era del ordenador. Lo que parece completamente cierto, sin embargo, es que el problema del determinismo tecnológico -el impacto de las má- quinas en la Historia- permanecerá vigente, hasta que no se haya creado un sistema de control público sobre la tecnología mucho mayor de todo 10 que ha existido hasta ahora. t ¡: t ¡ 9. ¿Es posible una teoría económica? Hace justo cuarenta años que Adolph Lowe, entonces joven profesor de Kiel, hacía la siguiente pregunta: Wie ist Konjunkturtheorie überhaupt 172oglich?'¡11 (¿Es posi- ble una teoría del ciclo económico?) El mismo respon- dió: Sí, porque el proceso económico era, después de todo, determinable y dependiente. Hoy, después de re- capacitar durante años, vuelve a preguntar: «¿Es posi- ble elaborar una teoría del proceso económico?», a 10 que responde, anulando su respuesta juvenil, que no es posible elaborar una teoría -por lo menos en el sentido tradicional de la palabra «teoría»- por las razones que, entre otras, ilustran los caprichos del mism6 ciclo eco- nómico. De esta manera, Lowe, como otros filósofos, después de una larga investigación, llegó a la conclusión de que la premisa esencial de la que derivaba su aná- lisis anterior constituía una proposición cuya validez de- bía ser previamente puesta en tela de juicio. Ya en los años 30 podía percibirse este razonamiento en su libro Economía y Sociología. Aparentemente el libro trataba de descubrir el interés común y las líneas 157

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1.

156 Economía política

Por todas estas razones la tecnología ha adquirido un significado especial en el contexto del capitalism9., o también del socialismo basado en la maximización de la producción o en la minimización de los costos. En ambas sociedades, tanto la continua aparición del progreso téc­nico como su difusión en la sociedad se convierten en un proceso autónomo, generado «misteriosamente» por la sociedad, e impuesto a sus miembros de manera tan indiferente como imperiosa. Por esto es por 10 que, en mi opinión, el problema del determinismo tecnológico -de cómo las máquinas hacen la Historia- vuelve con tanta insistencia a pesar de que refutamos sus peo­res defectos. El determinismo tecnológico es por lo tanto un problema específico de una cierta época histórica -especialmente la época del apogeo capitalista y del principio del socialismo- en la que se han liberado las fuerzas del cambio técnico) pero en la que los organis­mos de control o de canalización de la tecnología son todavía rudimentarios.

Esta conclusión es de gran importancia para el futuro. La sociedad en la que las fuerzas del mercado actúan libremente está desapareciendo, pero el ímpetu dado al espíritu científico perdura. Ante nosotros se extiende la perspectiva de un cambio y un progreso técnicos cada vez más rápidos. Basándonos en la düección probable del progreso tecnológico y de las alteraciones estructu­rales que implica, podemos predecir que caminamos ha­cia una sociedad marcada por un grado cada vez mayor de organización y de control deliberado. No sabemos por ahora qué otros cambios de tipo político, social y exis­tencial nos traerá la era del ordenador. Lo que parece completamente cierto, sin embargo, es que el problema del determinismo tecnológico -el impacto de las má­quinas en la Historia- permanecerá vigente, hasta que no se haya creado un sistema de control público sobre la tecnología mucho mayor de todo 10 que ha existido hasta ahora.

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9. ¿Es posible una teoría económica?

Hace justo cuarenta años que Adolph Lowe, entonces joven profesor de Kiel, hacía la siguiente pregunta: <~ Wie ist Konjunkturtheorie überhaupt 172oglich?'¡11 (¿Es posi­ble una teoría del ciclo económico?) El mismo respon­dió: Sí, porque el proceso económico era, después de todo, determinable y dependiente. Hoy, después de re­capacitar durante años, vuelve a preguntar: «¿Es posi­ble elaborar una teoría del proceso económico?», a 10 que responde, anulando su respuesta juvenil, que no es posible elaborar una teoría -por lo menos en el sentido tradicional de la palabra «teoría»- por las razones que, entre otras, ilustran los caprichos del mism6 ciclo eco­nómico. De esta manera, Lowe, como otros filósofos, después de una larga investigación, llegó a la conclusión de que la premisa esencial de la que derivaba su aná­lisis anterior constituía una proposición cuya validez de­bía ser previamente puesta en tela de juicio.

Ya en los años 30 podía percibirse este razonamiento en su libro Economía y Sociología. Aparentemente el libro trataba de descubrir el interés común y las líneas

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de demarcación de estas dos disciplinas rivales para un análisis social. Pero detrás de la superficie podía descu­brirse que Lowe se daba cuenta de que la teoría econó­mica no era suficiente para explicar la complejidad del proceso industrial.

.. . (L)os cánones del comportamiento nacional, social y raciaL .. oscurecen el principio único del incentivo monetario. El resul­tado final de todas estas transformaciones es lo contrario del es­tado clásico del equilibrio objetivo; las desviaciones son cada vez mayores y más duraderas, los reajustes lentos e incompletos, y la cadena circular se rompe periódicamente. El comportamiento eco­nómico ha dejado de ser el modelo de la interacción social per­fecta 2.

En el caso de Economía y Sociología el problema era resuelto convirtiendo las supuestas regularidades del pro­ceso cíclico, en lugar del «proceso lineal de equilibrio» tradicional, en la base de la sistematización económica 3.

Pero ahora, en su último libro Sobre el conocimiento económico 4 la premisa de un ciclo seguro ha sido final­mente relegada al mismo limbo al que relegó anteriormen­te la idea de un «equilibrio natura!», y pinta el proceso económico como sujeto a cambios totalmente imprevisi­bles que derivan de sus atributos cambiantes estruc­turales y psicológicos. En tales circunstancias podría esperarse que el mismo acto de teorización se viera igual­mente desplazado y convertido en la venerable reliquia de un mundo más sencillo, pero desgraciadamente pa­sado. Por el contrario, Lowe, al abandonar la idea de la regularidad empírica e histórica del proceso económi­co, se ha visto obligado a producir una apología final de la teoría económica. Por supuesto que su formulación y aun sus argumentos, son totalmente distintos de los de antes. Ya no se trata de desenmascarar con la teoría el proceso, cíclico o lineal, que smge espontáneamente de la interacción de la naturaleza humana y el medio físico y social. La teoría se convierte ahora en un instrumento para encauzar e incluso generar el proceso económico a través de la deliberadamente enmarañada interacción de sus participantes manipulados y un medio ambiente con-

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trolado. El resultado es que el economista tiene que abandonar su privilegiado lugar en el Olimpo desde don­de observa y estudia el espectáculo. VeZis noZis, ha sido catapultado en el tumulto y no le queda más remedio que participar como actor fundamental, es más, como director, en el proceso económico .

Un cambio tan radical en el papel que desempeña la teoría en la más «avanzada» de las ciencias sociales re­quiere, desde luego, un comentario y un replanteamiento. Esto es lo que pretendo hacer en este ensayo como dis­cípulo y estudioso durante muchos años del pensamiento de Lowe. Añado solamente que este resumen desespera­damente conciso y mi interpretación personal del argu­mento principal de su reciente libro deben ser conside­rados como referencia y que los lectores interesados deben recurrir al texto original.

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Empecemos la expOS1ClOn del argumento echando una breve ojeada al estado actual de la metodología contem­poránea. No puede decirse que este tema suscite en la actualidad grandes pasiones. Los trabajos sobre la natu­raleza de la teoría económica o sobre la relación que existe entre la economía y la ciencia son escasos hoy día y los que hay carecen del afán de exactitud que caracte­riza a otras ramas de la ciencia económica contemporá­nea. Principalmente, los intentos para descubrir los ci­mientos de la Economía se conforman generalment~ con exponer, más o menos sucintamente, el papel de la esca­sez como condición «indispensable» de la ciencia econó­mica, o en ciertas fórmulas más sofisticadas con la expo­sición de una «lógica de la elección» que surge como una característica del comportamiento del hecho de la escasez.

Está perfectamente claro, sin embargo, que la ciencia económica tal y como la conocemos, no incluye ninguna lógica de elección de distintas alternativas de manera

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gratuita, sino un tipo de lógica dictada seguramente por la escasez. Es la lógica de la maximización, descrita de la maneta siguiente por un escritor moderno:

La maXlll11zaClOn constituye la fuerza motriz de la economía. Sostiene que cualquier elemento del sistema tenderá a una posi­ción de equilibrio como consecuencia de los esfuerzos mundiales para maximizar la utilidad o los rendimientos. La maximización es una ley general básica que se aplica a las unidades elementales, por la ley de conjuntos de unidades más amplias y complicadas 5.

Pienso que es justo reconocer que esta definición de la idea de la maximización constituye la base sobre la que reposa la teoría económica convencional. Y esto por dos razones. En primer lugar, ningún atto concepto del comportamiento humano rinde resultados tan precisos y determinables como el juego imaginario de la maxi­mización de las unidades. Segundo, la maximización co­rresponde a las ideas de «hacer dinero» o «buscar be­neficio» que nuestra experiencia personal nos dice que son los atributos esenciales del sistema en el que vivi­mos 6.

Sin embargo, si analizamos más de cerca la idea de la maximización advertimos que presenta curiosas difi­cultades. ¿ Qué es exactamente lo que maximizamos? Si contestamos que es «la utilidad» -ese engañoso éter de la economía-, pronto nos asalta el pensamiento de la insensatez. Como ha dicho Samuelson, considerar que maximizamos la utilidad «responde a todos los compor­tamientos imaginables, mientras que ninguno de ellos lo contradice» 7. Si reemplazamos el término «suave» de «utilidad» por el más «duro» de «rendimientos» encon­tramos problemas similares. Por ejemplo, nadie pretende que el individuo busque maximizar sus ingresos totales en efectivo, sino más bien equilibrar los beneficios que recibe con los esfuerzos que le costó ganarlos. Esto rá­pidamente conduce a concluir que si el individuo maxi­miza algo es justamente la «utilidad». La situación mejora cuando consideramos las empresas que pueden olvidar­se de los aspectos no-pecuniarios y hablar sin ambigüe-

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dad de la maXlmlzaClOn de los ingresos netos en efec­tivo. Esto, sin embargo, sólo ocurre mientras la firma actúe en un sistema de mercado totalmente competitivo. Cuando entramos en el mundo del oligopolio, la maximi­zación de la renta se convierte en un objetivo que sólo puede ser puesto en práctica a través de actividades su­mamente contradictorias -hecho que, una vez más, haga que la palabra maximización sorprenda por su falta de sentido preciso.

Así tenemos que la mayor parte de los intentos para encontrar los «cimientos» de la ciencia económica nos llevan a conceptos tan escurridizos como indispensables. No es sorprendente que T. C. Koopmans, comentando sobre los diversos, aunque igualmente insatisfactorios, esfuerzos metodológicos realizados por Lionel Robbins y Milton Ftiedman, termine su ensayo con el siguiente lamento: «La conclusión que se impone es que la eco­nomía como disciplina científica se encuentra todavía en el aire» 8.

Volveremos sobre los problemas presentados en esta introducción. Las dificultades que hemos señalado nos sirven para preparar el terreno para examinar el trabajo de Lowe, ya que éste desafía sin reparos a la metodología actual. En primer lugar, niega la nabilidad operativa de la maximización como principio activo de la vida econó­mica. Y además Lowe considera que el fundamento de la economía se sitúa en relaciones muy diferentes de las que sitúan la maximÍzación, en su sentido convencional, en el centro de las preocupaciones teóricas.

No sorprende, por consiguiente, que Sobre el conoci­ttziento económico parta de un ángulo distinto del que se utiliza generalmente para empezar. En lugar de referirse en primer término a argumentos apriorísticos, como la escasez en la naturaleza o la lógica de la elección, el trabajo comienza haciendo una pregunta totalmente en otro plano. ¿ Puede ser la economía una ciencia? Dicho de otra manera, puesto que la pregunta tiene un sentido

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retórico: si queremos hacer de la economía una ciencia, ¿ cuáles son las calificaciones que necesita?

En su respuesta, Lowe empieza por adoptar la de:6ni­ción de ciencia hecha por Emest Nagel en The Structure 01 Science: una ciencia tiene que revelar ciertos «cánones reiterativos de dependencia», en los que las distintas pro­piedades de un sujeto se apoyan unas a otras 9. Obsérvese que esto no impone ninguna de las limitaciones habitua­les a la economía. La idea de «c"Íl1ones reiterativos de de­pendencia» conduce a Lowe a considerar solamente la dependencia del hombre de las características físicas y químicas del mundo material, y no el efecto que la mez­quina naturaleza tiene sobre el hombre. En una palabra, se centra inicialmente sobre el punto de vista tradicional, aunque actualmente bastante olvidado, de que la econo­mía es esencialmente una ciencia de la producción. Sin embargo, en estas relaciones entre el hombre y la materia lo único «científico» son sólo aquellas leyes generales de la naturaleza que afectan el aprovisionamiento del ser hu­mano. Sobre el comportamiento no podemos decir nada todavía. De esta manera la economía pretende tener esos «cánones reiterativos de dependencia» basándose en el hecho de que la actividad económica relaciona al hombre con las regularidades del mundo material, incluidas sobre todo aquellas que derivan de la tecnología, que sirve al hombre para conquistar la naturaleza 10.

Pero estas realidades materiales constituyen únicamen­te una serie de condiciones que limitan o restringen la ac­tividad humana; por ejemplo, los problemas de ¡os ren­dimientos decrecientes o las economías de escala. Los «cánones reiterativos de dependencia» pueden aplicarse también a una segunda zona. Esta es la relación, no del hombre y la materia, sino del hombre y el hombre, lo que quiere decir la necesidad que tienen todas las eco­nomías a cualquier nivel, por encima de la de Robinsón Crusoe, de integrar los actos individuales de producción o de distribución en un todo socialmente viable.

En este caso se nos plantea un problema distinto del que planteaban la naturaleza y sus leyes. Una sociedad

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económica necesita para funcionar que las actividades humanas, separadas unas de otras no solamente por la división del trabajo, sino por los distintos «micro-objeti­vos» a los que aspiran sus miembros, ya sea el ocio, la acumulación, un alto nivel de consumo o cualquier otro, estén combinadas tanto verticalmente en secuencias de producción como horizontalmente en relaciones de inter­cambio. Esta dependencia de las relaciones sociales, aun­que es igual de necesaria para la supervivencia humana como el mundo físico, no nos permite considerar a la «naturaleza» como garante. Más bien es necesario algún sistema de cooperación social, aplicado mediante sancio­nes y premios generalmente aceptados y coordinado por signos universalmente reconocidos, para que aporte un grado de regularidad en el comportamiento suficiente que permita a la sociedad abastecerse debidamente.

Así el carácter «científico» del análisis económico re­posa sobre los «cánones reiterativos de dependencia»: uno, los efectos de la naturaleza, y el otro, un ~istema eficaz de coordinación de los comportamientos. Pero este análisis sólo plantea, más que resuelve, el problema de la teoría económica. Como señala Lowe (p. 28), el análisis sugiere que la ciencia económica puede muy bien seguir una orientación taxonómica, preocupándose por las ca­racterísticas cambiantes del funcionamiento de los sis­temas económicos bajo diferentes condiciones técnicas, tales como las de la sociedad preindustrial, desarrollista o altamente industrializada, así como por las regularidades de comportamiento que se observan en las sociedades feudales, del laissez-fail'e, colectivistas, etc. Sin embargo, Lowe subraya que, de hecho, la «teoría económica, tal y como se expone en los libros de texto o se explora en los trabajos de investigación, se refiere casi exclusivamen­te a las economías de mercado» (p. 28). Esto sugiere que la ciencia económica no encuentra su principal desafío teórico en la descripción histórica o el análisis, sino en los problemas especiales del mecanismo de mercado, ya que es aquÍ donde encontramos el único caso donde

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aparecen los «cánones reiterativos» sobre los que se fun­da la ciencia económica. En los sistemas de mercado surge, en oposición a aquéllas obedientes a la tradición o a la autoridad, l.ma «misteriosa» sincronización entre los micro-objetivos libremente adoptados por los miembros de la sociedad y una macro-objetivo de la comunidad consi­derada como un todo, que no por no ser explícitamente elegido es menos adecuado. Este matrimonio concertado espontáneamente entre el libre comportamiento y un ob­jetivo común a la comunidad es el problema esencial sobre el que se concentra la investigación económica y por el que la teoría deja de ser un esfuerzo taxonómico para elevarse al rango de auténtica ciencia «explicativa».

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El problema principal de la teoría económIca es, por tanto, la regularidad en el comportamiento que existe, opera y es originado por una sociedad de mercado. Sin embargo, Lowe expone estas condiciones previas sólo para pasar a la etapa siguiente de su análisis, que es más importante. Se trata de discutir el hecho de que, si bien la sociedad de mercado en su fase primitiva producía tipos de comportamiento que satisfacían las necesidades de la teoría tradicional, el capitalismo organizado mo­derno no los produce.

Aquí el problema crucial no es que el capitalismo or­ganizado interfiera con la libertad de elegir empleo o de movimiento, ni con la libre participación en la actividad económica. Es más bien que el incentivo común de los actores -es decir, la fuerza de comportamiento dirigida hada sus fines esenciales- ya no es totalmente compar­tido como 10 era en la sociedad de mercado. Este incen­tivo o «director de la acción», según el término usado por Lowe, de cuyo estricto cumplimiento depende en úl­tima instancia la manera ordenada en que se desarrolla el proceso de aprovisionamiento, no es sino el principio de maximización. Se expresa, sin embargo, no en térmi-

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nos de un cierto estado de satisfacción psíquica hacia el que tienden «naturalmente» los participantes en el mer­cado, sino como un sistema de normas de comp(;;rtamien­fo al que forzosamente tienen que obedecer. Los com­pradores tienen que ir al mercado más barato y los vendedores al más caro, tratando de realizar sus transac­ciones económicas al precio más ventajoso posible (p. 36). Lowe llama a este canon de comportamiento «el princi­pio de los extremos»; y de él se deduce, en un mer­cado de competencia pura, el punto óptimo de Pareto, en el que cada cual ha maximizado sus compras en la me­dida que lo permiten las preferencias de los demás.

Este importantísimo principio que gobierna un orde­nado proceso económico de mercado está integrado en la llamada Ley de la Oferta y la Demanda. Esta ley, con la que están familiarizados todos los estudiantes de pri­mer año, es normalmente considerada como una genera­lización del comportamiento económico «normal» real. Lowe, sin embargo, se pregunta cuáles son los requisitos de comportamiento necesarios para que esta ley funcione. Uno de ellos es el comportamiento extremo, como ha sido definido anteriormente. Un segundo requisito es una cierta interpretación de los desarrollos futuros, conocidos abreviadamente como la estabilización de la elasticidad de las expectativas. Sólo cuando el comprador o el ven­dedor cuente con que el nuevo nivel de precios se man­tenga (o vuelva a su nivel anterior), su comportamiento al comprar o vender permite que la ley produzca los re­sultados esperados. Es bien sabido que si se espera que el cambio de los precios continúe, se producirá el com­portamiento contrario al que asume la ley.

El punto crítico consiste en que en los tiempos en que nació la idea clásica del mercado el comportamiento eco­nómico se conformaba a las exigencias de la ley de la oferta y la demanda, mientras que las condiciones actuales dan origen a una serie de comportamientos incompa­tibles con su funcionamiento normal. Lowe basa su afir­mación crucial en dos observaciones. Buscando en «in-

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formes eCOn01TIlCOS, autobiografías, correspondencias y libros del gobierno» de la época de la Revolución Indus­trial encuentra «una tendencia general hacia la sistema­tización del incentivo extremo ... » (p. 45). Esta actitud puede a su vez observarse en una serie de fuerzas socio­económicas todavía más profundas. «La presión conjunta de la pobreza del pueblo, del aislamiento social del indi­viduo en una organización competitiva y del clima cultural en el que el éxito económico se había convertido en la fuente principal de poder y prestigio, hacen comprensible que el principio del extremo se convirtiera en la máxima suprema del comportamiento de mercado» (p. 69).

Pero lo que marcaba el modelo de comportamiento re­querido para un determinado sistema económico no era solamente el afán adquisitivo desencadenado ni las mons­truosas necesidades. Lowe encuentra también razones para creer que las condiciones técnicas existentes también promovían toda una serie de expectativas que conducían a patrones de acción apropiados. En este sentido, el prin­cipal argumento es que para poner en marcha un nego­cio se necesitaba un capital reducido. Lowe cita un pasaje de Adam Smith, en el que explica que en los tiempos malos era posible retirar rápidamente la reserva de ca­pital y reinvertida tan pronto como las circunstancias mejoraban (p. 72). De aquí Lowe deduce que la existen­cia de un capital extremadamente móvil y fluido, dispo­nible a corto plazo, es más importante que la existencia de un equipo pesado y estable. Esta situación flexible contribuiría de manera importante a ajustar rápidamente el sistema económico, ya que las «convulsiones» o des­viaciones del mercado tendrían vida corta y prevalece­rían los horizontes a corto plazo, así como las expectativas estabilizadoras.

A modo de contraste, Lowe nos presenta la situación de los directivos psicológicos de acción y el estado de las expectativas en la etapa actual del capitalismo. El anti­cuado principio de los extremos se ha convertido en una extraordinaria variedad de posibilidades de comporta-

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miento. Tratándose de un punto importante, prefiero ci­tar al autor con sus propias palabras:

Actitudes como la lucha por obtener un nivel estable de ren­dimientos, o la política empresarial dirigida a mantener, más que a aumentar, el valor del activo o de las naciones, parecen ser en muchas grandes empresas más decisivas que la lucha tradi­cional por obtener el máximo beneficio. Estas tendencias «ho­meostátícas» se encuentran reforzadas y al mismo tiempo trans­formadas por la preocupación de las empresas modernas por las relaciones públicas, así como por el creciente interés en obje­tivos sociales más amplios. Otro síntoma evidente del cambio de actitudes es una cierta insensibilidad por parte de los consu­midores para evaluar las fluctuaciones en el tiempo o las dife­rencias de precios entre productos físicamente homogéneos en un momento dado. El incentivo tradicional de minimizar los gastos parece haber cedido paso a la preferencia por la compra ruti­naria de productos de marca en sitios de venta favorablemente situados (p. 47).

A esta creciente pérdida del prinCIpio extremo como guía de comportamiento, Lowe añade a continuación una segunda característica de la economía contemporánea. Se trata del alto grado de especialización técnica y de la gran masa de capital fijo necesario, lo que origina la aver­sión -o la incapacidad- para establecer el futuro pró­ximo como horizonte para los beneficios:

La creciente «viscosidad» del mercado industrial no sólo ex­cluye el corto plazo como horizonte apropiado para el cálculo, sino que la diversidad de los equipos técnicos y organizativos de la agricultura, la industria y el comercio, excluye la posibilidad de seleccionar una medida de tiempo como base de la norma de maximización. De hecho, prácticamente cualquier decisión sobre la producción tiene hoy día que justificarse satisfaciendo algún tipo de ventajas pecuniarias debidamente interpretadas. En otras palabras, considerando el estado de incertidumbre del mercado industrial moderno, acciones opuestas, tales como aumentar o dis­minuir la producción, el alza o la baja de precios, pueden ser justificadas en todos los casos como el paso más esperanzador para maximizar los beneficios (pp. 47-48).

Es cierto que este deterioro progresivo de las condi­ciones que aseguran cánones de comportamiento previsi­ble viene produciéndose desde el siglo pasado. La mejora

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de las condiciones de vida, la saturación del ansia adqui­sitiva y el endurecimiento de la estructura del capital pueden observarse en una época tan temprana como en la que escribió Karl Marx. Entonces, ¿cómo pudo suce­der que el sistema mantuviera un cierto orden y que la teoría económica, a pesar de los errores en materia de predicciones específicas, no fuera descartada directamente por la realidad?

La respuesta, según Lowe, estriba en la presencia de «escapes» que, junto con los cánones de comportamiento dominantes y el estado de la tecnología, definen la matriz dentro de la que se gesta el proceso económico. Estos escapes, tales como la oleada de inventos, el impulso demográfico y la expansión geográfica, proporcionan un estímulo «exógeno» suficiente como para corregir los desequilibrios que, de no ser así, hubieran surgido como consecuencia de las lentas directivas de acción defectuosa o de las restricciones técnicas paralizantes (pp. 65-66, 77). Durante el período de maduración del capitalismo fueron estos escapes, bajo la forma de crecimiento demográfico, una corriente continua de inventos y, sobre todq, de guerras los que aportaron la ayuda externa necesaria. «Fueron las fuerzas exógenas las que favorecieron el cre­cimiento continuo, las que redujeron los riesgos en las inversiones y las que crearon un clima excepcional que mantuvo la tendencia al auto equilibrio , por 10 menos a largo plazo. La economía neoclásica, al centrar su aten­ción sobre estas tendencias, mantuvo un lazo, por débil que fuera, con el mundo real» (p. 78).

Sólo cuando desapareció la presión de estas fuerzas exógenas al finalizar los años 20, descubrimos cuál podría ser el significado de los crecientes cambios internos en el comportamiento y en la estructura técnica con respecto a la disfunción masiva de la Gran Depresión. Como re­sultado vemos en todas las economías occidentales la ex­tensión de los controles y de la demanda pública, cuya función -al menos para el economista teórico- es ser­vir como substitutos de los escapes «automáticos» de fi­nales del siglo XIX.

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¿ Qué significa esta evolución de los acontecnplentos para la teoría económica? Está claro que los resultados obtenidos por los intentos contemporáneos de predicción han sido altamente insatisfactorios. Lowe pone como ejemplo toda la serie de lamentables previsiones econó-micas, desde la depresión después de la Segunda Guerra Mundial, erróneamente esperada, hasta el fracaso para interpretar correctamente la recesión de 1958, pasando por la imprevisión de la inflación coreana y la preocupa­ción anticipada por un declive general en 1962.

Nadie negará la extraordinaria falta de habilidad de la teoría económica para hacer pronósticos a corto plazo, y que esta habilidad es aún más deficiente cuando se trata de hacer previsiones para un futuro lejano. Lowe atribuye esto a la debilitación de las regularidades del comporta­miento del sistema y a la inflexibilidad de su estructura técnica.

Pero surge una cuestión más fundamental todavía. En el nuevo ambiente del capitalismo organizado, ¿tiene to­davía algún sentido hablar de «teoría» económica como método para predecir las etapas futuras del sistema eco­nómico, a partir del conocimiento adquirido de una etapa inicial del capitalismo y de las normas de acción domi­nantes? Según Lowe, la respuesta es negativa. La volu­bilidad de las motivaciones de las microunidades conduce a consecuencias paradójicas, no sólo en cuanto a la teo­ría, sino también con respecto a la política económica. Como escribe el mismo Lowe:

El dilema actual -tan fustrante para la práctica como para la teorÍa- puede ser ex-presado de manera precisa. Es cierto que la teoría económica sólo puede construirse sobre observacio­nes y especulaciones del comportamiento real. Si también es cierto que para conseguir la generalización teórica los cánones del comportamiento real deben ser regulares y estabilizadores, la variedad existente de directivos de acción conflictivos y el clima de incertidumbre en cuanto a las predicciones son incom­patibles con cualquier teoría, entonces no puede haber ningún conocimiento científico a nivel primario. Se puede exponer el dilema en otros términos. Existe una teoría económica, pero ésta se refiere a situaciones en las que prácticamente no se nece­sita ninguna guía teórica, puesto que el automatismo del sistema

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nos asegura que todo funciona bien. Sin embargo, una vez que este automatismo empieza a fallar, las predicciones científicas se convierten en una condición indispensable para restablecer la viabilidad del proceso de mercado. Pero con el fracaso del automatismo, la base empírica para tales predicciones -la regu­laridad de los micro y macro-movimientos- desaparece (p. 98).

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Para solucionar el dilema se necesita nada menos que un replanteamiento de la teoría, convirtiéndola explícita y deliberadamente en un arma práctica y adaptándola conscientemente a un modelo económico que carece de la base ftmdamental previa para la teoría, es decir, nor­mas de comportamiento conocidas. Esta tarea conduce a Lowe a examinar más de cerca los principios formales de la teoría tradicional. En un párrafo muy original exa­mina las analogías y las metáforas mecánicas, de ingeniería y orgánicas contenidas en la conceptualización económica tradicional, o sea, las apropiaciones más o menos explí­citas para la abstracción económica de diferentes fenó­menos de la mecánica clásica (por ejemplo, el atomismo, acción mínima o el principio de conservación), o de sis­temas recurrentes de ingeniería (por ejemplo, ajustes de oferta y demanda) o de conceptos biológicos-orgánicos (por ejemplo, la evolución a largo plazo de los sistemas económicos).

Todos estos modelos, cuya versión híbrida es la base de la teoría tradicional, proporcionan algunas visiones válidas sobre la interacción de las partículas humanas en el mercado, pero dejan sin resolver el problema de las fuerzas exógenas y ambientales que dan lugar a las mi­croactividades particulares sobre las que debe tratar la teoría 11. Y puesto que estas fuerzas externas no son in­munes al cambio histórico, ni tampoco son tan todopo­derosas como para que algunos individuos se resistan a su influencia, en el mejor de los casos el modelo híbrido se limita a describir los procesos económicos sobre una gama de experiencias extraordinariamente limitada. En

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cuanto se sobrepasa esa gama de experiencias, aproxima­damente en la era de la Revolución Industrial, cuando el entorno social estuvo más cerca que nunca de propor­cionar las presiones necesarias para que se cumplieran los cánones del comportamiento económico extremo, nos encontramos con el problema de cómo considerar teóri­camente el sistema económico que resultó de esta situa­ción, prácticamente cerrada y autosuficiente.

Este problema conduce a Lowe, más allá del modelo tradicional, a formular una nueva analogía teórica capaz de explicar mejor la relación entre la teoría y la realidad actual. Una especificación adecuada de los requisitos teó­ricos, previos para el entorno de la primera etapa del capitalismo, necesita transformarse de alguna manera en algo mucho más congruente con las características del ca­pitalismo adulto. En otras palabras, los atributos estruc­turales y los condicionamientos del entorno, que podían tomarse como fijos y neutrales en los modelos teóricos apropiados al capitalismo primitivo, deben dar paso a una nueva concepción en que, incluso la estructura y el entorno, sean considerados factores activos y no neutrales en el proceso económico del capitalismo industrial. Pero esta inclusión explícita del entorno social excluye el con­cepto crítico implícito en la teoría tradicional, la de la norma fija del comportamiento económico. Porque una vez que hemos admitido el entorno social como factor cambiante y activo, es imposible creer que la microacti-vidad se mantendrá inalterada.

Resumiendo, los cambios sociales provocados por la opulencia, por las grandes unidades de producción y por la dilatación de los horizontes de la incertidumbre debi­litan progresivamente la fiabilidad de las acciones límites y los mecanismos negativos de retrogradación sobre los que se apoyaba la estabilidad del sistema, tanto para los participantes como para los economistas observadores. En consecuencia, tanto la práctica como la teoría caen en el peligro de la indeterminación. Ambas pueden ser rescatadas, aunque a un precio considerablemente eleva­do: «El principio de la microautonomía ilimitada debe

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ceder ante un nuevo principio operativo de toma de deci­siones» (p. 1.30). Y «la economía como medio de contem­plación pasiva, que observa y sistematiza procesos autó­nomos, debe convertirse en Economía Política) es decir, en un instrumento de interferencia activa en el curso de estos procesos» (p. 91).

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El nuevo prinClpIO operacional por el que la deter­minación será reintegrada, tanto a la teoría como a la realidad, se designa con el nombre de Control.

Como principio, el Control no debe confundirse con los controles existentes que ya intentan estabilizar la economía. «La esencia de estos últimos es que se da por sentado el comportamiento de las microunidades, limi­tándose a modificar el marco natural e institucional den­tro del cual las micro acciones se desenvuelven ... En cam­bio el Control, tal y como 10 entendemos aquí, se refiere a una política de los poderes públicos que trata de mo­delar los propios cánones de comportamiento, influen­ciando las motivaciones de intención y conocimiento de los actores inmediatamente o dando un rodeo a través de la reorganización de la estructura del sistema» (p. 1.31). Esta introducción deliberada del Control da P?SO a una nueva fase en la teoría económica, en la que la partici­pación está indisolublemente unida a la observación. Esto es 10 que Lowe llama Economía Política.

Pero la introducción explícita del Control, con su confusa preocupación por los fines de la actividad eco­nómica, también produce un cambio fundamental en la naturaleza de la teoría misma. Al rechazar el comporta­miento como un dato fijo, el economista ya no puede apoyarse en el método hipotético-deductivo tradicional de la ciencia económica, en el que extrapolamos desde una situación dada, a través del postulado de respuestas de comportamiento fijas, a otra situación sucesiva. Ahora que el comportamiento ha sido explícitamente relegado a

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lo desconocido y que el Control ha sido explícitamente trasladado desde el último lugar, donde se hallaba como resultado de las presiones silenciosas de las condicio­nes del medio ambiente, al primer plano donde se hace conscientemente la política, surge la necesidad de una nueva «lógica para buscar objetivos». Lowe la encuentra reemplazando el proceso deductivo tradicional por un nuevo camino «instrumental».

Por instrumentalismo Lowe entiende la utilización del razonamiento económico) es decir, el conocimiento de las restricciones técnicas, las leyes de la producción, las in­compatibilidades estructurales y de otro tipo en el pro­ceso de aprovisionamiento, etc., para inferir modelos de comportamiento apropiados para conseguir situaciones ter­minales deliberadamente seleccionadas. De esta manera la economía ya no tiene como destino lo desconocido, deducido de un estado inicial por la aplicación de las respuestas económicas normales a un estímulo dado, y se convierte, por el contrario, en postulados datu17z que sir­ven como objetivo a los que tienen que adaptarse y aco­modarse las fases sucesivas de los engranajes técnicos y las respuestas de comportamiento. La Ley de la Oferta y la Demanda, por ejemplo, deja de ser ahora un a priori del comportamiento humano, que puede aplicarse en to­das las situaciones de mercado, para convertirse en una serie de «instrucciones» que deben ser seguidas por los vendedores y compradores si se quiere conseguir el «equilibrio del mercado». De la misma manera, la pro­pensión al consumo deja de ser una constante de con­ducta para ser usada mecánicamente con el fin de deter­minar el multiplicador, convirtiéndose en una norma hacia la que debe ser guiado el comportamiento del con­sumidor, siempre y cuando se necesite talo cual multipli­cador para conseguir un cierto macroobjetivo económico.

La introducción de la dirección política en el corazón mismo de la teoría económica produce otros cambios en el procedimiento teórico, además de la inversión de la cadena establecida de silogismos. Destruye de una Vf:2

por todas las pretensiones de la teoría económica de estar

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174 Economía política

fuera del tiempo. Por el contrario, relaciona de manera explícita cada sujeto de teorización con la constelación particular de acontecimientos hacia los que está dirigido. Esto es así porque cada acción deductiva en la cadena instrumental sólo puede ser verificada cuando el objetivo final ha sido, de hecho, conseguido o errado. De esta manera, a medida que los datos del entorno cambian o que aumenta el conocimiento de los estímulos del com­portamiento, el trabajo teórico del economista tiene que cambiar parí pasmo

Lowe analiza este trabajo teórico, necesario para una economía de Control, de tres maneras. Primero, como el problema político de definir objetivos; segundo, como el paso científico para elaborar un «camino» del sistema desde una situación dada hasta una situación terminal, y tercero, como el problema administrativo de asegurar los microcomportamientos necesarios para conseguir el fin deseado. Para las sociedades que consideran la micro­autonomía económica como un elevado valor indepen­diente, la variable crucial que conduce a la intervención pública estaría constituida por las expectativas. Lowe sugiere que el comportamiento extremo modificado (no muy distinto quizá de esa mezcla entre la búsqueda de los beneficios y las «consideraciones de hombres de es­tado» que caracterizan a las grandes empresas de hoy día con mentalidad pública), conducido por la política de los gobiernos para estabilizar el panorama de los ne­gocios en general, permitirá un grado razonable de con­trol social durante estos años en los que tenemos que caminar a tientas hacia «la próxima etapa en la que el proceso social será la manifestación de la acción res­ponsable más que la secuencia inexorable de los aconte­cimientos» (p. 160).

5

No nos queda sino añadir algunos comentarios y obser­vaciones sobre el tema principal del libro de Lowe 12.

Empecemos reflexionando sobre la tesis central del tra-

9. ¿Es posible una teoría económica? 175

bajo, es decir, que la antigua determinación del com­portamiento económico se encuentra tan debilitada que ya no puede soportar la superestructura de la teoría tra­dicional.

Puede ser que esta tesis central resulte tan difícil de probar o de regular como la hipótesis de Weber-Tawney. Como esta última, la proposición de Lowe posee una plau­sibilidad prima facie;, de la misma manera que ambas están lejos de ser incontestables. Tomemos como ejemplo la suposición de Lowe de que el comportamiento límite prevalece durante la Revolución Industrial. Es cierto, desde luego, que el grado de opulencia era mucho menor entonces que ahora, y puede suponerse, por tanto, que los apetitos económicos sufrieran la consiguiente agudi­zación. Sin embargo, el asunto no es tan sencillo. En aquel tiempo debemos tener en cuenta no sólo a los fabricantes avarientos, sino también a los terratenientes, y no sólo a la hambrienta clase trabajadora, sino también a la clase media acomodada. Es más, sabemos en realidad muy poco acerca de los modos de comportamiento de aquel período, aunque es de suponer que los actos ex­tremos estaban conectados con otros tipos de directivos de acciones. Tampoco podemos afirmar con seguridad que las expectativas de los hombres de negocios eran principalmente estabilizantes en un período anterior. Es cierto que Adam Smith habla de «comerciantes» de ca­pital y describe, como algo que tiene cierta importancia, una fábrica de alfileres que emplea solamente diez hom­bres; pero también es verdad que grandes cantidades de capital estaban «enterradas» en los grandes estableci­mientos textiles de Arkwright y Strutt, y en los trabajos de Boulton y Watt y en los de Wilkinson. Para estos grandes capitalistas, por 10 menos, los horizontes de la planificación y la inmovilidad del capital eran probable­mente bastante similares a los de los grandes industria­listas de hoy. Además, la booms y los pánicos del siglo XVIII y principios del XIX difícilmente presentan una es­tabilidad general de las expectativas, sino un sentido de la incertidumbre no muy diferente del de hoy día.

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Volviendo al presente, yo calificaría de la misma ma­nera el agudo contraste entre ayer y hoy, explícit9 en las formulaciones de Lowe. Es bastante difícil encontrar una actividad maximizante, clásica en ciertas zonas claves de la economía, tales como el comportamiento de las gran­des empresas a corto plazo; pero si consideramos otras zonas -agricultura, pequeñas empresas o el mercado del trabajo- podemos observar todavía en funcionamiento modelos tradicionales. Es más, las predicciones basadas en los supuestos de la teoría tradicional todavía produ­cen resultados aceptables en muchos casos: la teoría de la situación (location theory)) por ejemplo, predice bas­tante correctamente el movimiento del capital según el principio de la ventaja marginal (mao:imum economic advantage); la generalización basada en el supuesto del descenso de la curva de la demanda produce resultados útiles en el análisis del mercado, y la teoría de la ventaja comparativa, fundada sobre el supuesto del comporta­miento maximizante, nos permite proyectar una adecuada corriente comercial a nivel internacional e interregional.

Si el comportamiento extremo contemporáneo no está totalmente pasado, tampoco las expectativas actuales se encuentran adversamente afectadas por la inmovilidad del capital. Es cierto que las grandes firmas de hoy día disponen de grandes cantidades de capital fijo, pero tam­bién es cierto que gozan de una gran cantidad de dinero en efectivo, lo que les permite variar la dirección de sus esfuerzos económicos en un pequeño lapso de tiempo. Ejemplos típicos son la conversión en tiempo de guerra o, en tiempo de paz, los esfuerzos de adaptación de las compañías químicas. Además, los estudios efectuados muestran que la proporción entre capital y producción en la economía ha ido cambiando, es decir, que una can­tidad dada de capital rinde ahora más que antes. Esto es un argumento a favor más que en contra de la creciente inmovilidad del capital.

Estas observaciones me incitan a suavizar el contras­te que hace Lowe entre un pasado «determinado» y un presente «indeterminado». Todavía no vivimos en un

9. ¿Es posible una teoría económica? 177

mundo en el que Macy's puede ignorar a Gimbels o en el que los hombres buscan comprar caro y vender ba­rato, o en el que las empresas actúan sin pensar en ma­ximizar sus beneficios. Por otra parte, es igualmente in­negable que los consumidores ya no compran tratando de aprovechar hasta el último centavo y que los beneficios «máximos» de las empresas se definen más en términos de poder sobre el mercado a largo plazo que en térmi­nos de mayores ingresos a corto plazo. En una palabra, parece como si abarcáramos dos mundos, el pasado, al que se aplica la teoría tradicional, y el futuro, al que las con­sideraciones instrumentalistas parecen adaptarse mejor. Nuestra situación se vuelve doblemente difícil porque no queremos depender ni de los supuestos de la teoría tra­dicional ni consignarnos a la del Control. Desde luego que el contraste más notable entre el pasado y el pre­sente (en cuanto al comportamiento económico) lo cons­tituye no las alteraciones del entorno, sino el cambio de opinión pública de este entorno, especialmente la cre­ciente faIta de deseo de tolerar un grado de inestabilidad, que era antes aceptado sin protestas.

Estas reflexiones tienen que ver con el razonamiento más que con la importancia del instrwllentalismo. Tienen que ver igualmente con la viabilidad del objetivo del control instrumentalista. Como ya hemos visto, Lowe presta poca atención a los programas que constituyen los «mecanismos de escape» del capitalismo contemporá­neo, puesto que éstos están basados en la expectativa del comportamiento tradicional estabilizador del sistema, y urge en su lugar la puesta en marcha de programas que modifiquen directamente el comportamiento.

De hecho, sin embargo, los mecanismos contem,porá­neos, tales como política fiscal, política monetaria, etc., funcionan bastante bien durante los períodos de calma económica. Esto sugiere que las premisas teóricas sobre las que se fundan no están totalmente equivocadas y que la teoría tradicional continúa siendo importante y con­gruente durante las épocas «normales». Quedan, natural­mente, los importantísimos períodos anormales cuando

Heilbroner, 12

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I 178 Economía política

no se puede confiar en el comportamiento y cuando las acciones típicas tomadas sobre las expectativas a respues­tas-tipos pueden ser contraproducentes. Probablemente, sin embargo, justo en estos momentos críticos el go­bierno -aunque siga operando según los supuestos teó­ricos tradicionales- recurre a <~programas de control de liquidez», «medidas de emergencia», etc., cuyo propósito es, desde luego y a pesar suyo, instrumental al tratar de restaurar la actividad estabilizadora normal.

Que estos programas, basados en el punto de vista ec.o­nómico tradicional, resulten lo suficientemente eficaces, persuasivos o acertados como para realizar los objetivos que persiguen, es discutible, y lo seguirá siendo aun bajo la égida de un planteamiento instrumentalista no confesado. El instrumentalismo nos exige sustituir un tipo de predicción -la del efecto que tienen ciertos pro­gramas políticos en la actividad económica- por otro tipo de predicción más antiguo: tratar de prever el efecto de los modelos de comportamiento supuestamente «fijos» dentro de una serie de condiciones dadas. El viejo sistema puede resultar insostenible porque sabemos que sus postulados de comportamiento son poco fiables. Pero el nuevo tipo de predicción nos lleva a intentar hacer proposiciones de causa a efecto acerca del proceso social, sobre cuyos resultados solamente se puede especular. La relación entre política y comportamiento, entre signo y conocimiento, entre estímulo y la acción es todavía tan poco conocida que la puesta en marcha de una mejor teoría «básica» puede no resultar mejor en la práctica. Es posible, en efecto, que las políticas de un gobierno que sigue las doctrinas del instrumentalismo difieran muy poco de las que se basan en la economía tradicional -por 10 menos mientras uno de los macroobjetivos de los pla­nificadores sea preservar el propio sistema de mercado.

Pero ¿debe el instrumentalismo limitarse a programar ideas basadas únicamente en los estímulos y señales poco fiables a través de los cuales un gobierno trata de mani­pular a los participantes del sistema? ¿No sería más efi-

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caz que el instrumentalismo fuera utilizado para imponer los controles mejor que para aconsejarlos?

La pregunta presenta problemas difíciles, de los que Lowe es perfectamente consciente. Al elevar la micro­autonomía al estado de un macroobjetivo, Lowe admite limitar el alcance práctico de la teoría instrumental a aquellos ajustes, tales como la estabilidad o el creci­miento equilibrado, para los que puede alegarse, con bastante fortuna, el necesario comportamiento de merca­do. Por otra parte, otros objetivos que son quizá más importantes a largo plazo -la redistribución radical de las rentas, o la disminución de los derechos de propjedad o la des comercialización de gran número de actividades­pueden muy bien estar situados más allá de los límites de los ajustes del mercado. En una palabra, pueden exis­tir objetivos importantes que requieran la aprobación de los mecanismos de mercado para ser realizados y que han sido desplazados al elevar la micro autonomía a una posición cardinal en la jerarquía de objetivos.

A Lowe le preocupa esta posibilidad y también el he­cho de que las fuerzas poderosas, origen del cambio social y de la centralización administrativa, sean causa de que la demanda futura exceda la capacidad de adaptación de la sociedad de mercado. Si esto es cierto, es posible que el instrumentalismo sea adoptado por los protago­nistas de un sistema dictatorial y se olvide de su impor­tancia para una sociedad que goza de pocas libertades.

Pero, aun admitiendo la posibilidad de que una socie­dad micro autónoma no pueda sobrevivir a las presiones del futuro, Lowe ofrece igualmente una visión teórica sobre la que puede resposar la «última trinchera» de la defensa de los valores que esta sociedad trata de preser­var. En cierto sentido, la importancia definitiva del libro de Lowe está constituida por la posibilidad de una nueva alternativa como medio para que las sociedades econó­micas mantengan ese mínimo de orden, sin el cual la cadena de aprovisionamiento se rompería. La tradición, el mando y el mercado han constituido hasta ahora las presiones que hacen que el individuo esté subordinado a

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180 Economía política

la comunidad. Ahora Lowe ofrece un cuarto camino, la regularización del comportamiento utilizando las facul­tades racionales; no cabe duda que se halla sólo parcial­mente unido al afán adquisitivo, al prestigio, etc. Lowe tiene la implícita esperanza de que una nueva compren­sión de los requisitos del orden económico -no solamen­te por parte de las autoridades directoras, sino igual­mente por parte de los ciudadanos- puede proporcionar una base nueva para esa disciplina voluntaria que tiene que ser cumplida por todos, o si no impuesta sobre todos.

De esta manera la defensa del instrumentalismo no es una mera defensa para reconstruir la teoría económica. Es también un arma forjada especialmente para preser­var las sociedades «libres» en la medida en que su li­bertad resulta históricamente viable y moralmente de­fendible.

la. A.c.etc.a de las llmitad.c:m.es de la predicción económica

Son muchas las aplicaciones de la Ciencia Económica, como también 10 son las metodologías que defienden o elucidan sus múltiples finalidades l. Sin embargo, en este ensayo me limitaré a tratar solamente una de ellas, que constituye la característica esencial de gran parte del trabajo de esta ciencia: el designio profético. Para que no se me acuse de pretender que la predicción forma parte integral de toda la economía, permítaseme decir explí­citamente que esta disciplina posee aspectos taxonómicos, estructurales, puramente formales, normativos y otros, que no tienen nada que ver con la predicción y que cum­plen importantes propósitos. Sin embargo, no creo que haya muchos economistas que disientan con mi opinión de que la predicción está en el centro de la ciencia eco­nómica moderna, sobre todo cuando se usa esta ciencia para hacer política.

Lo que voy a tratar de aclarar a continuación es si podemos distinguir,' de manera general y no particular, ciertas fronteras o limitaciones inherentes a esta capaci­dad de predicción. Puede objetárseme el hecho de que al

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270 Notas

Capítulo 7

Teoría econormca tnarxista) publicado por primera vez en Francia en 1962.

2 ¿Por qué las máquinas no pueden producir excedentes? La respuesta es que los trabajadores tienen que encontrar empleo y se arreglan con los patronos para obtener un salario que siem­pre es inferior al valor de su trabajo, mientras que los capita­listas (que venden las máquinas) no tienen por qué aceptar un precio menor del equivalente al valor total del que se deriva del uso de sus aparatos. En el modelo marxista del capitalismo «puro» todo beneficio parte de la plusvalía que se obtiene de la fuerza laboral empleada y no de la utilización de la tierra o del equipo técnico.

3 No puedo resistir la tentación de señalar también otro atributo teológico del marxismo relacionado con el terror que le inspira el dinero y el intercambio, que tanto se parece al que los Padres de la Iglesia sentían hacia la sexualidad. La actitud del marxismo es que el comercio, el regateo y el «ir de com­pras» cuando se llevan a cabo en una atmósfera de molicie pue­den convertirse en un placer tanto para los compradores como para los vendedores.

Capítulo 8

1 Véase Robert K. Merton, SingletottS and lvlultiples in Scien­tific Discovery: A Chapter in the Sociology of Science) en Pro­ceedings de la American Philosophical Society) CV. (octubre de 1961), pp. 470-486.

2 Para una opinión escéptica véase The Sources of Invention [Las fuentes de la invención] (Nueva York, 1950, edición de bolsillo), p. 227, de John Je"\vkes, David Sawers y Richard Stillerman.

3 «Se pueden distinguir veintiuna maneras distintas de volar, por 10 menos ocho métodos básicos de prospección geográfica y cua­tro maneras de fabricar uranio explosivo ... , veinte o treinta formas de controlar los nacimientos ... Si cada uno de estos inventos fuera autónomo, supongamos que no tuvieran cada uno una causa justificada, ¿cómo podríamos explicarnos que aparecieran agru­pados de esta manera?» S. C. Gilfillan, Social Implications of Technological Advance [Implicaciones socia¡es del progreso tec­nológicoJ, Current Sociology) 1 (1952), p. 197. Véase también Jacob Schmookler, Economic Sources of Inventive Activity [Fuen- . tes económicas de la invención], Journal of Economic History (marzo de 1962), pp. 1-20, y Richard Nelson, Tbe Economics of Invention: A Survey of Literature [La economía de la invención: Un estudio de la literatura], Journal of Business) X,'CXII (abril de 1959), pp. 101-119.

Notas 271

Jewkes et al. (véase nota núm. 2) presentan un catálogo de errores (pp. 230 Y s.). Por otra parte, para un sobrio esfuerzo predictivo, véase Francis Bello, T he 1960: A Forecast of T echno­logy [Pronóstico tecnológico para los años 60] en la revista «For­tune», LIX (enero de 1959), pp. 74-78, y Daniel Bell, The Study of the Future [Estudiando el futuro] en la revista «Public In­terest», I (otoño de 1965), pp. 119-130. Los modernos intentos de predicción se refieren más al progreso científico o a la fun­ción tecnológica que a la factibilidad de máquinas específicas.

5 Por supuesto que la interrogante da ahora un paso atrás y nos fuerza a preguntarnos si existen etapas inherentes para la expansión del conocimiento por lo menos con respecto a la na­turaleza. Esta es una pregunta muy incierta. Pero ya que hemos ido tan lejos, me atrevo a decir que si establecemos un paralelo con el desarrollo secuencial del conocimiento científico en aquellas pocas culturas que lo han cultivado (principalmente la Grecia clásica, China, el apogeo de la cultura árabe y Occidente desde el Renacimiento), esta hipótesis es bastante posible, siempre y cuando contemplemos los rasgos generales y no los detalles in­ternos.

La frase es de Richard La Piere en Social Change [Cambio social] (Nueva York, 1965), po. 263 y s.

7 Karl Marx y Friedrich Engels, La ideología alemana (Lon­dres, 1942), p. 18.

a Gilfillan (véase nota núm. 3), p. 202. 9 Un intento interesante de encontrar una línea de acusa­

ción social la ofrece E. Hagen en The Theory of Social Change [La teoría del cambio social] (Homewood, III, 1962).

10 Véase K. R. Gilbert, Machine Tools en el libro de Charles Singer el al. (editores), A Hislory of Technology [Una historia de la tecnología] (Oxford, 1958), volumen IV, capítulo 14.

11 Véase La Piere (nota núm. 6), p. 284; también H. J. Habba­kuk, British and American Technology in the 19th Century [La tecnología británica y americana en el siglo XIX] (Cambridge, 1962), passim.

21 Como, por ejemplo, en el artículo de A. Hansen, The Technological Determination of History) publicado en el Quar­terly Journal of Economics (1921), pp. 76-83.

Capítulo 9

Weltwirtschaftliches Archiv, volumen 24, 1926. 2 Economics and Sociology (Londres: Allen & Unwin, 1935),

p.76. 3 Op. cit.) p. 98: «El resultado que hemos obtenido [al co­

locar el análisis cíclico en el centro de la cuestión] es todavía más importante para la construcción teórica de un modelo rea­lista de la circulación industrial. En tanto que perduren las causas

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272 Notas

primarias del ciclo mercantil, el proceso económico producirá sus propios datos independientemente de otras influencias. El ciclo mercantil no se apartará de su curso típico y la secuencia fija de las frases cíclicas representa la forma básica adoptada por la circulación circular y el sistema teórico de coordenadas de cualquier análisis realista.»

• On Economic Knowledge: Toward a Science 01 Political Economics [Sobre el conocimiento económico: hacia una ciencia de la economía política] (Nueva York: Harper and Row, 1965). Los números entre paréntesis del texto corresponden a las pá­ginas del libro.

s Sherman Roy Krupp, Equilibl'ium Theory in Economics and in Fzmctional Analysis as Types 01 Explanation [La teoría del equilibrio en la economía y en el análisis funcional como tipos de explicación] en Functionalism in the Social Sciences (Filadel­fia: American Academy of Polítical and Social Sciences, febrero de 1965), p. 69. El artículo continúa describiendo los sistemas «nmcionales», por ejemplo, la búsqueda de objetivos, como una alternativa a los sistemas «mecánicos» de maximización. Sin em­bargo, el comportamiento que genera las exigencias que alimentan a los sistemas funcionales es propio de individuos y compañías que actúan según las líneas convencionales de la maximización.

ó el. Frank Knight, On the History and Method 01 Econo­mics (Chicago: Phoenix 5dition, 1963), p. 164.

7 Fozmdations 01 Economic Analysis (edición de 1947), pp. 91-92. A pesar del título este libro trata más de las condiciones y consecuencias de un modelo económico «dado», que de esta­blecer las raíces de ese modelo en el mundo real. Véase la discusión sobre la maximización en la obra citada, pp. 15, 19, Y sobre todo 21, 23. Tampoco se considera la validez empírica de la maxímización como el postulado principal del comportamiento.

s T. C. Koopmans, Three Essays on the State 01 Economic Science [Tres ensayos acerca de la situación de la ciencia eco­nómica] (Nueva York: McGraw-Hill, 1957), p. 141.

9 Emest Nagel, T he Structure 01 Science (Nueva York: Har­court, Brace and World, 1961), p. 4.

10 Este interés de Lowe por el Hombre-Materia y por la pro­ducción O el abastecimiento como una condición necesaria, aunque todavía no lo suficiente, para definir la economía, le lleva a un desacuerdo con todos aquellos que definen esta ciencia como úni­camente un estudio de la «elección». Boulding, por ejemplo, en una larga critica del libro de Lowe en la revista «Scientific Ame­rican» de mayo de 1965, sostiene la opinión de que el hombre económico «está más interesado en las decisiones que en las previsiones. Su economía surge de la escasez sencillamente porque es la escasez lo que le obliga a tomar decisiones. Si no hubiera escasez no tendría necesidad de elegir. La economía nace de esta base como una teoría general de la elección». Por el con-

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Notas 273

trario, Lowe discutiría que el acto de la elección, como el acto del consumo, es en sí mismo un fenómeno psicológico sobre el que la economía tiene muy poco o nada que decir. La riqueza psíquica del ermitaño o los problemas psicológicos del asno de Buridán no entran dentro de la esfera de la economía. Sola­mente cuando el consumo pretende una cierta cantidad de bienes (o de servicios comprables), o cuando la elección implica la dis­tl'ibució¡z' de recursos o la del trabajo comercializable) se produce un problema económico. La elección es, sin duda, una criatura de la escasez -aunque ésta es un atributo de la existencia cul­turalmente condicionado y de ninguna manera un atributo abso­luto-o Pero la elección tiene un sentido económico solamente en la medida en que afecta al problema del abastecimiento, de la misma manera que la «lógica» de la elección es interesante solamente si sigue los cánones consistentes, especialmente el de la ma.'CÍmización. Sobre esto hablaremos más adelante.

JJ Lo que muestran los modelos tradicionales con bastante cla­ridad es que el supuesto «orden de funcionamiento correcto» que surge espontáneamente del juego entre las distintas par­tículas económicas libres, es un falso planteamiento del pro­blema. «Evidentemente, el mercado, tal y como lo considera la teoría tradicional, funciona correctamente, pero no tiene nada de 'libre' en el sentido de que emana de micro-objetivos espon­táneamente adoptados. En realidad los objetivos le son impuestos al individuo en el mercado por la situación especial del medio ambiente. Por el contrario, la experiencia durante la etapa de laissez-Iaire del capitalismo industrial demostró claramente que el aumento de la espontaneidad en la toma de decisiones no ga­rantiza ni mucho menos el buen funcionamiento del mercado. En cambio, para poder asegurar el mínimo de estabilidad que re­quiere el abastecimiento continuo, ha habido que contrarrestar esta espontaneidad con presiones de política económica» (p. 132).

12 He omitido completamente la larga consideración del autor sobre el simbolismo instrumentalista entre los principales eco­nomistas desde Smith hasta Keynes, como tampoco he mencionado la sección final en la que el instrumentalísmo es aplicado a los casos paradigmáticos de estabilización y crecimiento equilibrado. Para éstas y otras cuestiones menos importantes, el lector debe recurrir al propio libro.

Capítulo 10

La literatura sobre esta cuestión es bastante copiosa. Como referencia mencionaré a Milton Friedman, Essays in Positive Eco­nomics; J. M. Keynes, Scope and Method 01 Polítical Economy [Alcance y método de la economía política], y Lionel Robbins, An Essay on the Nature al1d tbe Signilicance 01 Ecollomic Scien­ce [Un ensayo sobre la naturaleza y el método de la ciencia eco-

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Sección: Humanidades Robert L. Heilbroner: Entre capitalismo y socialismo

Ensayos sobre economía política

El Libro de Bolsillo Alianza Editorial

Madrid

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Indice

Prólogo .................................................................. 9

Del capitalismo al socialismo

1. Retórica y realidad en la lucha entre la libre em-presa y el Estado ...... . . .. .. .. .. .. .. .. .. .. . .. .. . .. .. .. .. .. .. . 17

2. El ojo de la aguja ............................................. 41 3. La inocenci.~ en el. extr~njero .............................. 5? 4. La revoluclOn antlamencana ............................... 6::> 5. Reflexiones sobre el futuro del socialismo ............... 83

Economía politica

6. El marxismo y el establisbment economiCO ............ 117 7. Replanteamiento y revisión del marxismo ............... 125 8. Determinismo tecnológico ................................... 143 9. ¿Es posible una teoría económica? ........................ 157

10. Acerca de las limitaciones de la predicción económica. 181

Alternativas futuras

11. Capitalismo trascendental .................................... 199 12. El estado industrial .......................................... 209 13. Una América marxista ....................................... 219 14. La estructura del poder .................................... 229 15. Futurología ........................................ ... ........... 239 16. El Harmagedon ecológico .................... .......... ..... 249

Notas........................................................................ 265

277