Hasta que amanezca - novela de A. K. P. C. Ordóñez

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H asta que amanezca A. K. P. C. Ordóñez

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Hasta que amanezca comienza cuando Mihaela y su madre se ven obligadas a huir a Italia... Es una historia encantadora, llena de misterio, amor, fantasía, y un secreto que le cambiará el destino a Mihaela, quizás para siempre. Un emocionante relato sobre el destino, las coincidencias y el amor.

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Hasta que amanezca

$ 14.99

107

Spine- .359 13.97cm X 21.59cm

A. K

. P. C. O

rdóñez

Hasta que amanezca

Colección NovelaAbalorios

A. K. P. C. Ordóñez

Muy pocas personas son capaces de creer que existen algunos eventos predestinados en sus vidas, como, por ejemplo, el amor. Es posible encontrarse con cientos de amores diferentes, pero amor predestinado, solo hay uno.

Hasta que amanezca comienza cuando Mihaela y su madre se ven obligadas a huir a Italia, cada una por sus propias razones... Es una historia encantadora, llena de misterio, magia, amor, fantasía, y un secreto que le cambiará el destino a Mihaela, quizás para siempre. Un emocionante relato sobre el destino, las coincidencias y el amor.

Ana Karen nació el 13 de julio de 1990 en la Ciudad de México, México, D.F. Estudió la preparatoria en la Universidad La Salle de su ciudad natal. Actualmente se encuentra estudiando la Licenciatura en Diseño Textil en la Universidad Iberoamericana de esta ciudad.

En su tiempo libre disfruta de la lectura y la escritura. Entre sus autores favoritos están: Jane Austen, Cecelia Ahern, Stephenie Meyer y J.K. Rowling. También le gusta escuchar música, pintar, platicar, cantar y tomar café... Pero lo que más le gusta hacer es pensar. Piensa mucho, tal vez, demasiado. Cree desmedidamente en el destino y en los sueños.

La idea de escribir Hasta que amanezca surgió por un pacto que hizo con dos grandes amigas el 6 de octubre de 2005. Comenzó a escribirla en junio de 2006 y la terminó en abril de 2009.

ISBN 978-1-59835-133-0

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Copyright ©2009 Ana Karen Pérez Calles OrdóñezAll rights reserved.www.cbhbooks.com

Managing Editors: Manuel Alemán and Francisco Fernández Designer: Ricardo Potes Correa

Published in the United States by CBH Books. CBH Books is a division of Cambridge BrickHouse, Inc.

Cambridge BrickHouse, Inc.60 Island Street

Lawrence, MA 01840 U.S.A.

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including photocopying, recording, or by any information storage and retrieval system

without permission in writing from the publisher.

First EditionPrinted in Canada

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Library of Congress Cataloging-in-Publication DataOrdóñez, A. K. P. C. (Ana Karen Pérez Calles), 1990- Hasta que amanezca / A. K. P. C. Ordóñez. -- 1st ed.

p. cm. ISBN 978-1-59835-133-0

I. Title.

PQ7298.425.R35H37 2009 863’.7--dc22

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DedicatoriaPara mi mamá y mi abuela

quienes siempre han sido mis guías. Las adoro con todo mi corazón

Para mi Raulín PaulínPara mis amigas Dianis y Paola,

con quienes me motivo para escribirPara mi papá,

quien últimamente me ha sido de mucho apoyo. Te quiero papá

Para todos mis seres queridosY para el amor,

que es la inspiración de todo ser humano, que no tiene tiempo ni edad, que no se acaba ni caduca,

que siempre existirá y cuya única promesa es la ilusión

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Agradecimientos

Empecé este libro un día cualquiera, a mediados del año 2005, como un pacto con unas amigas. Siempre confié en mí misma y sabía que algún día lo terminaría. Y hoy, 30 de marzo de 2009, le agradezco a Dios por haberme permi-tido terminarlo.

También a mi mamá, a la abuela, a mi hermanito, a mi papá, a Cindy y Giselle, y a todas aquellas personas que siempre creyeron en mí. Claro que también agradezco a Dios, a los angelitos y haditas (porque tengo la certeza de que existen... ¿cierto, Aigam?). A todos mis amigos y ami-gas, y a todos los seres que amo.

Y también a la larga lista que, seguramente, hay de-trás de cada libro. Quiero decir, colaboradores sociales, per-sonas trabajadoras, editores, editoriales y, por supuesto, la gente que lee. La gente que lee para inspirarse, para pensar que todo tiene solución y que siempre tiene que tener fuerza y sacarla a flote para triunfar y seguir adelante.

A todos, muchas gracias

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Mis fuentes de inspiración

Encabezando la lista, están mis dos mejores ami-gas, a quienes no está de más nombrarlas de nuevo: Pao y Dianis. Porque realmente fueron las primeras en entusias-marme para escribir. ¡Y vaya que lo hicieron!

En segundo lugar están varios libros de fabulosas escritoras que he tenido el placer de leer: J. K. Rowling, Jane Austen, Cecelia Aheren y Stephenie Meyer. Sí, puras escritoras. Aunque no por eso piense que no haya fabulosos escritores.

Por supuesto que lo fue Dario Marianelli con su fa-buloso soundtrack de Orgullo y prejuicio. Claro que, asi-mismo, lo fueron Hans Zimmer, James Horner, Trevor Mo-rris, Ilan Eshkeri, Harry Gregson-Williams y James Newton Howard, con ese maravilloso escenario que siempre crearon en mi mente mientras escuchaba su magnífica música.

También, Lifehouse, Mitch Hansen Band, Muse, V. A. Windsor for the Derby, The Radio Dept. (estos últimos tres, de la película de Marie Antoinette) y James Morrison y Nelly Furtado.

Y sobre todo, al amor que, insisto en que siempre y por siempre, será y seguirá siendo el principal motor del mundo y actor principal en cualquier vida.

Gracias

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Índice

Capítulo ILas razones 5

Capítulo IILa huida 27

Capítulo IIIEl reencuentro 33 Capítulo IVDos partidas 39

Capítulo VNeelam Tabora 63

Capítulo VIDos nombres 74

Capítulo VIIDe regreso en el regimiento 82

Capítulo VIIILa guerra 92

Capítulo IXError 105

Capítulo XLa batalla 108

Capítulo XIInconsciente 113

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Capítulo XIIMi corazón destrozado 116

Capítulo XIIILos menhires 118

Capítulo XIVAbatwa 121

Capítulo XVTiranía 129

Capítulo XVI¿Cómo llegué aquí? 136

Capítulo XVIIPocos meses antes 143

Capítulo XVIIIEl castigo 145

Capítulo XIXEl sabio 148

Capítulo XXOtro recuerdo 150

Capítulo XXILa promesa 153

Capítulo XXII¿Cómo llegué aquí? 156

Capítulo XXIIIIsthar 158

Capítulo XXIVLa gema azul 161

Capítulo XXVNo lo sé 166

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Prólogo

¿Qué importa el tiempo cuando sucedió? El tiempo es algo vano, es un pretexto, un invento del hombre para jus-tificar algo que estaba simplemente destinado a pasar, como cuando en un corazón se infiltra el amor como humedad.

Realmente no importa cuándo o cómo; lo importante es que sucedió.

Dicen que el destino ya está escrito, que no hay nada que puedas hacer en contra de él. Puedes cambiar detalles, puedes agregarle momentos, inclusive personas, pero nunca se podrá cambiar lo que ya está predestinado.

Hay quienes nacen para una razón y hay quienes nacen para ser la razón de alguien.

Yo no nací para ser razón. Nací porque yo era la razón.

Y él nació porque debía encontrar su razón, que qui-zá fuera yo. Pero me quería a mí en todos los sentidos de la palabra.

Todo comenzó porque mi madre y yo nos vimos obligadas a huir, cada una por sus propias razones…

Una guerra...

Un amor recóndito... Una promesa...

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Capítulo I

Las razones

Todo comenzó cuando llegó Melanie. Hacía tan-to tiempo que no nos veíamos, tanto que inclusive había olvidado su manera de sonreír. Ese día parloteamos en mi recámara prácticamente toda la noche. Nos moríamos de sueño pero no nos importaba: teníamos tanto que contar-nos… Tres años entre dos primas es verdaderamente una eternidad. Además, esas ricas galletas de chocolate con relleno de vainilla con chantillí nos animaban a seguir platicando.

Hacía mucho que no reía tanto, pero el solo hecho de pensar que al día siguiente empezaríamos ambas en una nue-va escuela, me ponía de nervios. Sentía un hueco horrible en el estómago y en ese hueco, un cubo de hielo que alguien enterraba.

Mi madre nos llevó a la escuela; en el camino nadie murmuró ni una palabra. Mi madre estaba aún lo suficien-temente adormilada como para hablar y Mel y yo solo nos mirábamos la una a la otra con ojos en blanco. Justo antes de bajar, ya en la escuela, mi madre me besó y me dio un abrazo que realmente me brindó un poco de la valentía que me hacía falta. Y nos dijo: “Niñas, les deseo mucha suerte. Y cuídense”.

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La verdad es que sentí un gran alivio al ver que nosotras no éramos las únicas que nos encontrábamos pá-lidas, con ojos abiertos y mirando de un lado a otro. Mel parloteaba sin parar —era lo que solía hacer cuando estaba turbada—, mientras yo no paraba de comerme las uñas y de pasar mi dedo índice rozando y respingando mi nariz una y otra vez.

De pronto dio el toque y ambas nos dimos un abra-zo. “Suerte”, me susurró con un hilo de voz. Yo me limité a responderle con una sonrisa.

Ya en el salón, me sentía observada por todos, como si fuera la cosa más rara del mundo. Cómo quería desvane-cerme en ese momento… Pero en vez de eso, me susurré a mí misma: “Mila, cálmate y voltea y pídele cualquier cosa a la persona que está junto a ti”.

Y eso intenté hacer. Primero hice mi ademán común para respingar mi nariz y después me dirigí a la niña que estaba a mi lado:

—Hola —dije con un hilo de voz y haciendo un ademán con el que intentaba averiguar su nombre.

—Natalia —me respondió ella mientras yo le sonreía.

—¿Sabes dónde queda el salón 21?—No —respondió y me sugirió con una sonrisa—,

pero si quieres puedo acompañarte a buscarlo.Natalia me acompañó a buscar a una maestra, ya que

mi madre me había pedido que fuera con ella a recoger unos papeles.

El resto del día pareció no tener la menor importan-cia porque no recuerdo más. Sin embargo, esa noche recibí una llamada del destino.

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De repente me encontraba en los estantes de una biblioteca y me topaba con el hombre más perfecto del mun-do; ambos nos mirábamos y yo me quedaba parada, como tonta, sin decir nada. Él se me acercaba mientras yo sentía como mi corazón latía cada vez más fuerte, como si fue-ra a salirse de su lugar en cualquier momento y pensando que inclusive él podía escucharlo. De pronto, no sé cómo, se acercó a mí con mucha delicadeza y me susurró al oído: “Así será”. Me volví hacia él pero...

—¡Mila! ¡Mila! —¿acaso era la voz de él?; pero ya no susurraba. Era la voz de mi prima—. ¡Mila! Ya despiérta-te. Se nos está haciendo tarde.

Me desperté jadeando fuertemente y todavía sentía inclusive su respiración a mi lado; aún escuchaba ese de-licado: “Así será” en mi cabeza. Me metí en la regadera pensando que en ella se me podría borrar esa vaga imagen que tenía de él. Pero había parecido tan real que creí que verdaderamente existía.

En la clase de Lógica yo seguía pensando en ese ser perfecto, soñando y sin prestar atención a la maestra, que no paraba de dictarnos y explicarnos los conjuntos universales.

—A ver, señorita Mila —me preguntó Leonardo, un amigo—, ¿cuáles son los conjuntos universales?

Mi mente estaba totalmente en blanco y Natalia le respondió por mí. Y él le contestó:

—Me estoy refiriendo a Mihaela —y se volvió hacia mí solo para sonreírme.

Leonardo solía ser muy hostil conmigo, ¿y de pronto se comportaba amablemente?

Ese mismo día, a la salida, yo estaba sentada arre-glando mis cosas, cuando llegó Natalia y me dijo:

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—Mila, te buscan —y lanzó una mirada al pasillo.¡Era Leonardo! Cuando volteé, me proyectó una

sonrisa, se acercó a mí y, sin decir nada, me dio un beso en la mejilla que me dejó semicongelada. Luego se fue enseguida.

—Me parece que le gustas.—¿Cómo crees?Al llegar la hora de la comida, no dejaba de pensar en

esas dos frasecillas y en la escena anterior, pues no querían abandonar mi cabeza; seguían y seguían resonando y esce-nificándose en ella.

Pasaron pocas semanas y Melanie y yo nos hacía-mos cada vez más unidas; no podíamos estar la una sin la otra. En un descanso ella subió por mí para ir a comer algo. Recuerdo que ese día yo me moría de hambre, ya que me había olvidado de desayunar y hacía un frío tremendo.

Fuimos a la cafetería de la escuela y compramos un pastel de chocolate para compartirlo; yo, aparte, compré un café de mocha. Al volverme, después de pagar, nos topamos con Leonardo que me saludó con un abrazo que me sacó de órbita porque no supe cómo responderle. Después me perca-té de que había una línea invisible entre los ojos de Melanie y los de él. Se miraron profundamente antes de saludarse. Leonardo se fue en un arrebato de furia y yo me quedé ex-trañada. No sabía si debía preguntarle a Mel sobre lo que había sucedido, porque ella se había quedado callada y solo se había dirigido a mí para decirme: “Vámonos”.

Yo le obedecí y salimos de la cafetería. Durante el resto del receso estuvo sin decir una sola palabra. Sus ojos y su mente estaban definitivamente en otro lugar que no era la escuela.

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Dio el toque y le dije:—Mel, ¿estás bien?—Sí.—A mí no me lo parece.—Mihaela, en serio, ¡estoy bien! —me respondió

enfadada y yo me fui sin siquiera despedirme.Ese mismo día Leonardo me invitó a salir, pero yo

dejé a la deriva mi respuesta, sin darle ni un sí ni un no, ya que no sabía qué sucedía entre mi prima y él.

Mi madre nos preparó pollo con queso y lechuga con aderezo. La hora de la comida tenía una atmósfera silen-ciosa pero yo decidí romperla.

—Mel, ¿ya me vas a decir qué sucedió?—Mmm... No sé a qué te refieres —mintió vacilante.—Pues a lo que sucedió con Leonardo.—Así que lo conoces... ¿Va a tu salón? —evadió con

otra pregunta su respuesta.—Mel, creo que yo hice la pregunta primero.—No quiero hablar de eso.—¿Qué sucede, niñas? —nos preguntó mi mamá con

expresión incauta.—Nada, tía. Creo que Mihaela está confundida

—dijo Mel; luego dejó los platos en el fregadero y subió rápidamente la escalinata de madera.

—¿Mila? —mi mamá se volvió hacia mí esperando una respuesta, pero yo me encogí de hombros.

—No te preocupes, mamá. Intentaré solucionar-lo —y ella me devolvió la sonrisa que yo le había lanzado primero.

Esa noche tampoco pude dormir bien. Volví a soñar con él.

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A la mañana siguiente Mel y yo no cruzamos pa-labra. Seguía de mal humor y yo no tenía la paciencia su-ficiente como para soportar su cólera el resto del día, así que decidí seguirle el juego de no hablarnos y, al llegar a la escuela, me subí enseguida al salón. Me senté en mi banca y de pronto la puerta se abrió sin que nadie estuviera allí. Había sido el viento.

Decidí pararme para cerrarla, pero algo me atrajo ha-cia el balcón del pasillo. Todavía recuerdo como golpeaba el viento sobre mi cara. Era como una caricia que me había sugerido cerrar los ojos para percibirla mejor; aún sigue en mi memoria el olor que mi nariz percibió minutos después. Yo sabía que era él. Lo sentía detrás de mí y cerré mis ojos. Lo escuché...

—Así será —me volvió a decir en un susurro.Justo en ese momento abrí los ojos. Quería verlo, así

que me volteé, pero él no se encontraba allí. La expresión en mis ojos era irresoluta. No sabía por qué lo había sentido así. De pronto, mi mundo empezó a girar y sentí que me desva-necía. Pero él estaba conmigo, a mi lado.

—Yo cuidaré de ti —yo no podía creer que hasta su voz fuera perfecta.

Sus ojos verdes me miraban y brillaban de manera especial esbozando una sonrisa. Quería preguntarle quién era pero no podía hablar ni en susurros.

Él tomó mi mano y la acarició. Yo sentía que mi co-razón iba a estallar; comenzó a latir tempestuosamente y de nuevo me dio miedo de que él pudiera escucharlo. Hizo una sonrisa de lo más linda y yo, sintiéndome aliviada de tenerlo a mi lado, volví a cerrar los ojos.

Cuando los abrí de nuevo, no podía distinguir lo

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que tenía alrededor, pero sabía que él ya no estaba porque la tranquilidad se había ahuyentado y ahora escuchaba unas voces agitadas.

—No tenías que venir aquí. Vete. Yo me quedo con ella.

—No. No me voy a ir.—¡Vete!Cada vez retumbaban más y más fuertes sus voces

en mi cabeza. Intentaba incorporarme pero no podía. Abrí mis ojos pero no distinguía bien lo que había alrededor, pues veía de manera borrosa. Al parecer, ellos se habían dado cuenta de que me quería incorporar porque contuvieron su discusión.

—Mila, ¿estás bien? —alcancé a distinguir que se trata-ba de la voz de mi prima con un timbre lleno de preocupación.

Intenté contestarle pero solo me salió un suspiro. Intenté de nuevo:

—Sí —logré decir al fin y, cuando pude distinguir quiénes estaban cerca de mí, también vi a Leonardo.

Esa tarde mi prima y mi mamá se ocuparon de que comiera más y mejor de lo que estaba acostumbrada.

—Mamá, en verdad, estoy bien.—Mila, tienes que comer bien. Después de lo que

sucedió hoy...—Mamá, estoy bien. Y lo que sucedió hoy fue

una confusión, nada más —dije, estudiando muy bien mis palabras.

¿Una confusión? Me había desmayado porque ha-bía vuelto a ver a un hombre que no existe; a escuchar una voz que definitivamente no creía que existiera. Después de analizar la situación, fruncí el ceño, algo turbada por lo que realmente había sucedido.

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—Mila, no estás bien. ¿Por qué te habrás desmaya-do así de repente? —mi madre me miraba preocupada—. El doctor me dijo que debías comer bien. Se te bajó la presión.

En ese instante intenté buscar palabras que justifica-ran lo que había sucedido. No podía decirle que había esta-do soñando con un completo extraño porque me llevaría al psicólogo y este iba a creer que estaba loca.

“¿Qué le podía decir? Piensa, piensa...”.—Es por mi papá.—¿Por tu papá?—Sí. Lo extraño —cuando dije eso, mi mamá dejó

escapar una risita.—¿Lo extrañas? —mi madre fruncía el ceño; yo sa-

bía que me conocía bien—. Mila, tu padre ha salido de viaje desde que te encontrabas en mi vientre.

Yo también dejé escapar una risita.—¿Cuándo llegará?—No lo sé, tal vez el próximo lunes nos haga una

llamada.

Esa semana fue de lo más desagradable. Mi prima seguía sin hablarme y yo estaba muy disgustada con ella por-que lo único que pretendía era evadir el tema de Leonardo y a mí me intrigaba en exceso la relación que había o hubiese habido entre ellos. Además, ese viernes Leonardo llamó a mi casa y contestó Melanie.

—Te habla Leonardo —me dijo con un tono petulan-te y desconcertado.

—¿A mí?—¡Pues sí!—Bueno...—Hola, Mila. Oye, yo… este... me preguntaba si

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tú quisieras salir hoy en la noche… mmm... conmigo —en ese momento me volví y vi que Melanie seguía parada en el marco de la puerta de nuestro cuarto.

—¿Mila?—Ah. ¿Hoy? Es que no es posible —Melanie no

dejaba de mirarme con recelo, intentando adivinar lo que Leonardo me decía del otro lado del teléfono—. Este… Y, ¿sabes? Ahorita no es buen momento. Tengo que hablar con Mel. Te llamo luego, ¿vale?

Me preguntaba si habría notado mi tono mentiroso.—Pues sí. Supongo.—Bueno. Bye.—Bye, Mila. Te cuidas.—Ajá. Bye.Después de colgar, me volví hacia Melanie.—Ni siquiera te atrevas a mirarme ni a decirme

nada.—Mel, no puedes seguir huyendo. Tengo que saber

qué es lo que sucede entre Leonardo y tú.—Sucedió —me corrigió.—Bueno. ¿Y me vas a decir o no?—No. No le veo el caso.—Si no le vieras caso, no me hubieras dejado de

hablar así, de la nada.—Leonardo es tu amigo, ¿no? —me sugirió, igno-

rando la pregunta que acababa de hacer—. Pues pregúntale a él.

—Melanie, no seas infantil. Así no se arreglan las cosas...

Ese día también me rehuyó, así que tuve que pedirle a mamá que interviniera.

—Pero, ¿qué fue lo que tú le hiciste, amor?

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—Ah… —gemí—. Nada, mamá. Ya te expliqué: es-tábamos en la cafetería, llegó Leonardo y fue donde sucedió lo extraño.

—¿Lo extraño?—Sí, ma. Ni siquiera sé explicarlo —me quedé diva-

gando mientras revivía la situación en mi mente.—Bueno. Y después de eso, simplemente ¿te dejó de

hablar?—Sí, ma.—Bueno. Hablaré con ella. Pero no prometo nada,

¿vale?—Mmm. Ajá —respondí con un susurro de alivio.Transcurrió el fin de semana de lo más lento y gris.

Melanie seguía sin hablarme y Leonardo insistía en que quería salir conmigo, mientras que yo me negaba bajo la incógnita e intriga de no saber lo que había sucedido entre ambos.

—Hablé con Mel.—¿En verdad? ¿Qué te dijo?—Pues se negó a decirme qué es lo que le sucede;

siempre que la interrogaba respondía que nada, que está bien —respondió mi madre con una mirada algo frustrada, al igual que la mía.

—Eso es mentira, madre, cómo nada; si ni siquiera me dirige la palabra.

—Lo sé...

Pasaron días y días. Leonardo seguía invitándome y, la verdad, yo quería salir con él porque era muy amable y agradable ante mis ojos, pero no debía hacerlo; no debía sin antes saber la relación que pudo haber tenido con mi prima. Eso fue lo que me impulsó a hablar con ella aquella noche.

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Estábamos ya en nuestras camas, a punto de dormir, cuando rompí el silencio.

—Mel... ¿Estás despierta? —fui capaz de escuchar un suspiro de su parte.

—... Sí.—¿Podemos hablar?—... Sí.—¿Qué fue lo que sucedió entre Leonardo y tú?—No vas a rendirte hasta saberlo, ¿cierto Mila?

... No ... para ser honesta no hubo nada de su parte... más bien yo... estaba… estaba… estaba enamorada de él. Fue en la secundaria, antes de partir con mamá... éramos los mejores amigos y él me lo contaba todo y yo a él, excepto el hecho de que a mí me encantaba, pero después se con-virtió en un verdadero patán y se enteró de que yo... de que yo...

—Estabas enamorada de él —completé la frase y me volví para mirar su rostro. Ella también se volvió.

—Sí —afirmó y se quedó pensativa—... y pues todo cambió. No dejaba de burlarse de mí ni de recordarme que jamás podría fijarse en mí. Me recordó lo antiestética que soy.

Comenzaban a brillarle los ojos.—¿Él te dijo eso?—No, pero así me hizo sentir.—Mel, tú no eres fea.—Pues no soy muy agraciada tampoco...—Mel...—Bueno, ya lo sabes; ahora si quieres salir con él sal

con él. Ya sé que te ha estado invitando y tú te has negado.—Pues es que no sabía lo que había sucedido entre

ustedes y ahora que lo sé...

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—Mila; sal con él. Ya no me importa; si lo veo en la escuela ni siquiera me vuelvo a verlo...

—No, Mel; no saldré con él, porque qué tal si me agrada más: no sería un acto correcto de mi parte. Tú lo sigues queriendo.

—Ya no lo quiero ni siento nada por él; solo un gran rechazo, eso es todo.

—Mel...—Sal con él, en serio, ya no me importa —y al decir

esto se volvió para dormirse y no me atreví a decirle nada más.

Después de esa pequeña charla, Melanie optó por hablarme de manera cortante, como recuerdo esa mañana durante el desayuno… cuando me decidí, por fin, a decirle que saldría por la tarde con Leonardo.

—Hoy por la tarde saldré con Leonardo…—Mmm…—¿Mmm?—Bueno, pues ¿qué quieres que te refute? Si quieres

puedo fingir felicidad aunque no creo que parezca creíble por más que me esfuerce.—me contestó con aire petulante.

—Me dijiste que no te molestarías.—No; dije que me daba igual y no me molesta; pero

tampoco me es agradable del todo.—Por Dios, Mel, ¡ya basta! —le grité con el más

desesperado y harto tono de voz—. Creo que ni tú misma sabes lo que quieres.

Recogí mis libros para guardarlos en mi mochila, le eché una última mirada con un ligero desagrado en mis ojos y me volví hacia la puerta de la casa.

Mi madre ya nos esperaba dentro del auto; opté por

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subirme en el sitio del copiloto. No tenía ganas de sentir la mirada de Mel.

—¿Y Mel?—Supongo que ya viene.Al subirse al auto azotó la puerta.—¿Todo está bien?—Sí, ma; supongo que Mel extraña a su mamá. Eso

es todo.—Ay Mel, no estés triste, amor; tu madre llegará

en un par de semanas —mi madre le decía inocentemente, ignorando lo que realmente sucedía.

Había optado mal al irme junto a mi madre; sentía la mirada de Mel sobre mi nuca y a esa no la podía esquivar.

En la escuela fue todo bien. Las pocas amigas que había hecho en aquel tiempo eran muy agradables conmigo, sobre todo Eva. Siempre tenía algo bueno que decirme:

—No te preocupes; tu prima debe extrañar en parte a su madre y pues tal vez tenga celos de ti por lo de Leonardo; pero tú, sal con él…—Eva se reía y yo la miraba extraña-da—. No tomes a mal mi risa pero…

Se volvió a reír.—Al pobre hombre lo tienes tan mal…Ambas nos reímos y a ella se le pusieron coloradas

las mejillas para quedar a tono con lo que llevaba puesto.

Como dos horas antes de que llegara Leonardo por mí, yo seguía hecha una facha, en mis pants azules con unas sandalias. Llamé a Eva por teléfono.

—Eva; en verdad no sé qué ponerme —le dije entre risas—. Digo sé que no es para tanto y sé que también va a so-nar ridículo; pero nunca había tenido una… bueno, una cita.

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—Mila; solo sé tú. No es la gran cosa, te lo juro. Aparte, ya lo tienes embobado…

—Mmm… posiblemente, pero tampoco quiero ir muy arreglada. Tú me entiendes ¿verdad?

—Ay nena; para serte franca, yo tampoco he tenido nunca una cita —ambas nos reímos.

De pronto nos quedamos calladas y me volví; Mel estaba mirándome recelosa mientras sacaba la jarra con agua de naranja del refrigerador.

—Nenis ¿sigues ahí? —me preguntó Eva.—Mmm…sí.—Ay, tu prima debe estar ahí, ¿verdad?—Ahá… —le contesté, cuidando minuciosamente

mis palabras para que no se me fuera a salir algo que fue-ra a delatar lo preocupada que estaba sobre mi vestimenta. No quería que Mel pensara que sentía algo por Leonardo, porque realmente no era así.

—Bueno; pues entonces solo dedícate a oír mis ins-trucciones de mamá gallina… —ambas nos reímos, aunque ella lo hizo abiertamente del otro lado del teléfono y yo a hur-tadillas—. En primer lugar, sé tú, y esto engloba el hecho de que te debes vestir como mejor te agrade para sentirte cómo-da… En segundo lugar, no vayas a besarlo en esta cita, esp...

Me vi tan obligada a interrumpirla que casi me olvi-do de que mi prima estaba allí.

—No voy a be… —al oírme decir esto caí en la cuen-ta de que mi prima seguía allí y había abierto los ojos como platos gigantes— …no voy a be… a ver ese partido. Lo lamento, Eva, prometo ir a verte jugar más seguido…

Pero al parecer Mel no había creído mi juego de pala-bras; me miraba con tanto odio que no la reconocía.

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—No inventes, Mila, ¿tu prima escuchó? Ay no, pa-rece que esta charla telefónica no llevará tu relación con Mel por buen camino. Mejor te llamo luego.

—Sí, nos vemos el lunes, cuídate Eva. Bye.Justo después de que colgamos, Melanie optó por

tomar su vaso con jugo y subirse a nuestro cuarto sin decir palabra.

Leonardo llegó antes de la hora acordada, así que le pedí de favor que esperara en la sala de estar.

—¿Quieres, mientras tanto, un vaso con agua?—BuenoAl entrar en la cocina me di cuenta de que mi prima

estaba allí. Me dirigió una mirada verdaderamente horrible y yo de inmediato me fui al garrafón que aún no estaba abierto y con un cuchillo intenté abrirlo en vano, porque ni con el cuchillo podía; además sentía la mirada de mi prima sobre mí. Finalmente pude y casi se me cae el garrafón al servir el agua. Mi prima soltó una risita y enseguida yo me tropecé derramando un poco de agua.

—¿Todo bien primita? —me pareció innecesario contestarle; seguía burlándose, así que solo asentí y me salí de la cocina.

—Nunca servir agua me había parecido tan peligroso —me dijo Leonardo entre risas.

—Créeme; no lo quieras saber —le respondí y me solté a reír—; espérame dos segundos, solo subo por mi cha-marra y hago una llamada.

—Ok.Subí deprisa la escalera; tomé la primera chamarra

del clóset y marqué el número de mi madre.

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—¿Sí?—Hola ma; oye, Leonardo ya está aquí. Regreso a

eso de las ocho u ocho y media quizás.—Bueno; pero me avisas y ¡contesta el teléfono!—Sí, mamá —le respondí a regañadientes.—Bueno; cuídate amor, un beso.—Sí, ma; bye.

Después de que bajé y nos fuimos, se me pasó el tiempo volando. Ya no nos dio tiempo de entrar al cine, pero pasamos como dos horas dentro de un café y después nos paseamos por la plaza como una hora sin parar de hablar. Aunque después comencé a distraerme, algo en una parte de mí me señalaba que no todo estaba bien.

—Leonardo, ¿ya podemos irnos?—Pero aún no son ni las ocho.—Por eso mismo; en poco tiempo darán las ocho y

ya debo irme. Le prometí a mi madre que estaría en casa a esa hora.

—Bueno; entonces vamos. Deja que le hable a mi hermano para que pase por nosotros.

—No es necesario.—No; sí que lo es. No quiero darle una mala impre-

sión a tu madre.Al llegar a mi casa, Leonardo me abrió la puerta del

auto y me ayudó a bajar.—Gracias por traernos.—Por nada —me respondió su hermano.—Bueno, pues ya me voy —me volví a Leonardo

que me miraba insistentemente.—Sí; nos vemos el lunes, supongo.—Sí —al despedirme le di un beso en la mejilla y

enseguida me metí a mi casa.

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Mi madre me estaba esperando en uno de los sofás de la sala.

—¿Cómo te fue, amor?—Bien, ma; gracias.—Amor… —agregó mientras golpeteaba con su

mano sobre el sofá—; cuando pregunto cómo te fue, no te estoy pidiendo tres sílabas.

Ambas soltábamos una risita y yo me fui a sentar a su lado para platicarle exactamente cómo habían sucedido las cosas, desde mi llamada a Eva y el enojo extraño de mi pri-ma, hasta que Leonardo me había abierto la puerta del auto de su hermano para ayudarme a bajar.

—Sí; me parece buen chico y también es guapo, ade-más de caballeroso y gentil.

—Mamá; me parece que tienes un juicio muy amplio de él sin siquiera conocerlo.

—Yo solo tengo el juicio del pequeño hombre que me has descrito.

—Mamá; yo jamás dije que fuera guapo.—Sí, sí que lo hiciste.—¡Claro que no!—No quiero discutir contigo —me replicó y comen-

zó a hacerme cosquillas.—Ma, mam, mamá —le pedí entre risas—. ¡Ya, para!

¡Por favor!—Bueno, niña horrible; vamos a cenar. Háblale a

Mel.—No creo que me haga caso, pero haré todo lo que

pueda.Al entrar en mi cuarto vi a Mel recostada sobre mi

cama. Creí que estaba dormida, así que saqué un pijama de uno de mis cajones del buró y cerré la puerta sigilosamente…

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—Mila…Seguramente había escuchado mal, así que seguí has-

ta el cuarto de mi madre para cambiarme. Cuando abrí la puerta, Mel me esperaba afuera.

—Mel… —le respondí algo vislumbrada—. ¿Qué sucede?

—Nada —me respondió golpeadamente—. ¿Qué tal tu cita?

En esa última pregunta noté que su tono era algo iró-nico y déspota.

—Pues… bien, gracias.—No; no me agradezcas y menos en tono interroga-

tivo primita.Al oírla decir esto ni siquiera me quedaron ganas

de contestarle y di un suspiro, pero no me pude aguan-tar y mis palabras salieron justo como las sentía. Creo que eso fue un gran error del cual tal vez me arrepentiría después.

—¿Sabes qué? Me parece de lo más estúpido que estés “arreglando” tus emociones de una manera tan pri-mitiva, con frases irónicas y subrayando la palabra primita como si yo no supiera serlo —tomé un breve respiro—. Ya me harté; con razón tu madre te envió primero: debe estar harta de ti.

Después de decir esto y sentirme aliviada por el mo-mento, me entró un pequeño remordimiento y le dije:

—Vamos a cenar; mi madre desea que tú nos acom-pañes.

—Pero tú no, primita, así que prefiero quedarme aquí —me respondió conteniendo toda la rabia y el rencor que llevaba dentro.

—Perfecto. ¡Que pases buenas noches!

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—La disfrutaré —me dirigió una última mirada mientras dio otro azotón a la puerta de mi cuarto.

El sábado no pasó nada interesante, salvo que Me-lanie se quedó encerrada en mi cuarto todo el día y solo salió para atender la llamada de su madre que tuvo el placer de decirnos que llegaría en diez días.

—Así que mi tía llegará el once de noviembre.—Sí, cielo.Esa noticia me calmó un poco, ya que significaba que

mi prima ya no estaría tanto tiempo en la casa porque iría a la suya.

Esa noche volví a soñar con él. Sus ojos verdes vol-vían a inundarme el alma y yo ya no lo soportaba; me irrita-ba el hecho de saber que estaba soñando. Me parecía de lo más tonto estarme enamorando en sueños. Al despertarme volví a caer en cuenta de que, como ya había predicho, solo era un sueño más.

Toda la semana transcurrió lentamente. El jueves me enfermé y no fui a la escuela y Leonardo me llevó unas flores a mi casa que cambiaron mi humor por completo.

—No, mamá, no; dime que no es cierto. Que todo es una mentira —no paraba de llorar, no sentía mis rodillas. Mi madre también estaba llorando.

—No, por favor, mamá.De pronto me encontraba en lo que parecía una igle-

sia inundada pero no podía salir: la puerta estaba cerrada. Algo había abierto la puerta y al asomarme veía lo que pare-cía un precipicio y yo caía…

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—¡Mamá!—Amor… estás soñando; es una pesadilla.—Ay, mamá, qué bueno que esté bien…—y le di un

fuerte abrazo.—Hora de irse a la escuela; hoy ya no vas a faltar.—Ma, cinco minutos.—¡No, ya; despierta!Ese día pasó muy lentamente y me parecía que nada

tenía sentido: amaneció y terminó el día lluvioso.

Pronto llegó el sábado. La noche del viernes no soñé absolutamente nada y desperté con falta de algo, con un vacío que no sé aún cómo explicar. En el desayuno mi mamá no habló, Melanie tampoco y yo no tenía ganas de pronunciar palabra. De repente mi madre rompió el silencio e hizo una pregunta extraña que no deja de resonar en mi cabeza porque aún no la comprendo:

—¿Qué día es hoy? —la voz de mi madre parecía débil, aunque no sé si así lo percibí.

—Ocho de noviembre —al pronunciar estas palabras pasaron dos cosas que pude captar no sé cómo. Percibí un olor a flores, de lo más dulce, y luego de eso se volvió a hacer el silencio incómodo, roto enseguida por el timbre del teléfono.

Vi como mi madre contestaba el teléfono. Nunca ol-vidaré cómo fue cambiando su rostro conforme recibía pa-labras y palabras que carecían de sentido. De pronto el vaso con jugo se desvaneció y cayó lentamente hasta chocar con el piso conforme mi madre dejaba la línea suelta… Creí que ya sabía lo que sucedía. Comprendía a la perfección, pero algo en mí no quería aceptarlo.

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—¿Mamá?Mi voz sonó como un eco. En ese momento mi madre

se desvaneció en la pared de la cocina; de pronto se encon-traba más pálida que nunca y cayó de rodillas sobre el piso.

—¿Mamá? Mamá, dime qué sucede.—Mila, tu padre…—yo me llevé una mano a mi

boca para ahogar el grito que quería producir.—…No —ahora comenzaba a comprender.—Tu padre… tu padre falleció, amor —el llanto de

mi madre estalló cuando comenzó el mío.

La madre de Mel llegó, junto con Leonardo, a mi casa. Yo, inconscientemente, me lancé sobre Leonardo, de-seando que fuera él. Leonardo me abrazó con fuerza y me su-surró: “Lo siento, Mila”, a lo que yo no pude responder sino con más lágrimas. Aun en esas circunstancias Mel no dejaba de mirarme con odio.

Un día yo me dirigí a la cocina por un vaso de agua:

—Has de estar feliz empleando tu papel de víctima para poder abrazar a Leonardo frente a mí sin que te pueda decir nada ¿verdad primita? —creí que no tendría de dónde sacar fuerzas para responderle, pero salieron de algún lugar.

—¿Qué es lo que te molesta en verdad, Mel: que lo abrace o que esté enamorado de mí? —los ojos de Melanie me miraron con furia y frunció sus labios sin pronunciar palabra. De pronto sentí que su mano golpeaba con fuerza mi mejilla izquierda. Llevé la mano sobre mi rostro y me volví a ella sin decir palabra, al ver en sus ojos una expresión llena de satis-facción. En ese momento otra lágrima volvió a salir de mi ros-tro y, una vez fuera de la cocina, me eché a llorar de nuevo.

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Y así pasaron días y días; ya no me atrevía a salir del cuarto de mi madre, porque Mel seguía allí con mi tía y no quería verla. Aún no lograba entender lo que realmente le sucedía y me sentía lo suficientemente cansada como para intentar comprenderla.

Ya estaba tan cansada de llorar que los ojos me do-lían. De hecho no creo que hayan sido suficientes lágrimas: mi alma se encontraba más triste de lo que podía expresar o, inclusive, sentir. Casi un mes después de aquella triste noticia, estaba recargada en los pies de mi cama cuando mi madre abrió la puerta de mi cuarto.

—Mila, prepara tus maletas; nos vamos.—¿Irnos, adónde?—Solo haz tus maletas, cielo…—me susurró y salió

de mi cuarto.Al abrir la puerta para cuestionarla, vi que cerraba la

de su cuarto. E hice lo que me había ordenado: mis maletas entre lágrimas y recuerdos que también guardé en ellas…

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Hasta que amanezca

$ 14.99

107

Spine- .359 13.97cm X 21.59cmA

. K. P. C

. Ordóñez

Hasta que amanezca

Colección NovelaAbalorios

A. K. P. C. Ordóñez

Muy pocas personas son capaces de creer que existen algunos eventos predestinados en sus vidas, como, por ejemplo, el amor. Es posible encontrarse con cientos de amores diferentes, pero amor predestinado, solo hay uno.

Hasta que amanezca comienza cuando Mihaela y su madre se ven obligadas a huir a Italia, cada una por sus propias razones... Es una historia encantadora, llena de misterio, magia, amor, fantasía, y un secreto que le cambiará el destino a Mihaela, quizás para siempre. Un emocionante relato sobre el destino, las coincidencias y el amor.

Ana Karen nació el 13 de julio de 1990 en la Ciudad de México, México, D.F. Estudió la preparatoria en la Universidad La Salle de su ciudad natal. Actualmente se encuentra estudiando la Licenciatura en Diseño Textil en la Universidad Iberoamericana de esta ciudad.

En su tiempo libre disfruta de la lectura y la escritura. Entre sus autores favoritos están: Jane Austen, Cecelia Ahern, Stephenie Meyer y J.K. Rowling. También le gusta escuchar música, pintar, platicar, cantar y tomar café... Pero lo que más le gusta hacer es pensar. Piensa mucho, tal vez, demasiado. Cree desmedidamente en el destino y en los sueños.

La idea de escribir Hasta que amanezca surgió por un pacto que hizo con dos grandes amigas el 6 de octubre de 2005. Comenzó a escribirla en junio de 2006 y la terminó en abril de 2009.

ISBN 978-1-59835-133-0

9 781598 351330

5 1 4 9 9

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