HABITANTE DEL MILAGRO Y OTROS POEMAS, POR EDUARDO CARRANZA

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1 Eduardo Carranza Habitante del milagro y otros poemas Muestrario de Poesía 4 Biblioteca Digital

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La bellísima poesía del colombiano Eduardo Carranza, miembro del grupo Piedra y Cielo, en una muestra de su calidad.

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Eduardo

Carranza Habitante del

milagro y otros poemas

Muestrario de

Poesía 4 Biblioteca Digital

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Habitante del milagro y otros poemas

Eduardo Carranza, Colombia Edición digital gratuita de

Muestrario de Poesía 4

Primera edición: Septiembre 2008 Santo Domingo, República Dominicana

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Eduardo en espiral de ligereza/ presentación 4 Azul de ti 5 Domingo 5 El insomne 6 El olvidado 7 Elegía pura 8 Es melancolía 8 Galope súbito 9 Soneto a Teresa 10 Hai-Kai 11 Soneto insistente 11 Soneto con una salvedad 12 Tema de sueño y vida 12 El desdichado 13 Soneto sentimental 14 Elegía suspirante 14 Imagen casi perdida 15 Madrigal con un río, una rosa, una hamaca… 15 Madrigal con un trébol 16 Muchacha 17 Soneto a la rosa 18 Soneto sediento 19 Tema de fuego y mar 19 Tema de mujer y manzana 20 Madrugada 21 Madrigal de urgencia 21 Elegía suspirante 22 La patria es como una carta 23 Habitante del milagro 25 Poema como una quemadura 25 Jazmín Estrellado 26 Epístola mortal 27 Biografía de Eduardo Carranza 31

Contenido

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Gerardo Valencia, Arturo Camacho Ramírez, Jorge Rojas, Eduardo Carranza y Darío Samper en Yerbabuena

Eduardo en espiral de ligereza…

Eduardo Carranza es un poeta lleno de música, de volutas verbales que ascienden “en espiral de ligereza”. Poeta del amor, la nostalgia, la melancolía, de imágenes gráciles, plásticas, creador de una atmósfera romántica, de ensueño, de desdicha soñada, poética.

Los poemas de Carranza, miembro del renombrado grupo “Piedra y Cielo” de Colombia, que se nutrieron de la

poesía casi luz de Juan Ramón Jiménez, tuvieron gran impacto en nuestro país.

Quiero, particularmente, reseñar el impacto que la poesía de Eduardo Carranza tuvo en dos escritores dominicanos muy conocidos: René del Risco Bermúdez y Miguel Alfonseca, que no ha sido estudiado ni destacado que yo sepa hasta el momento, pese a ser obvio.

A inicios de la década del ´70 ambos publicaron sonetos y poemas en donde la influencia de Carranza era apabullante.

Hay un poema de René del Risco, “No está bien, sin embargo…”, dedicado al dirigente izquierdista Maximiliano Gómez, El Moreno, a raíz de su sorpresiva y todavía no aclarada muerte en Bruselas, Bélgica, que escandalizó al país, donde claramente se refleja la intensa influencia que la poesía de Carranza, en específico de su Soneto con una salvedad, tenía en esos momentos en su sensibilidad.

Carranza es un poeta que hace fiesta con la palabra, una expresión sorprendida y exultante que canta la experiencia vital con imágenes llenas de color y música.

He aquí una muestra de su poesía: cálida, festiva en lo esencial, aunque trasunte un vaho de nostalgia, de melancólica gracia. Gocémosla: su ritmo, su música, sus imágenes, su fulgor.

Aquiles Julián

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Azul de ti

Pensar en ti es azul, como ir vagando por un bosque dorado al mediodía: nacen jardines en el habla mía y con mis nubes por tus sueños ando.

Nos une y nos separa un aire blando, una distancia de melancolía; yo alzo los brazos de mi poesía, azul de ti, dolido y esperando.

Es como un horizonte de violines o un tibio sufrimiento de jazmines pensar en ti, de azul temperamento.

El mundo se me vuelve cristalino, y te miro, entre lámpara de trino, azul domingo de mi pensamiento.

Domingo

Un domingo sin ti, de ti perdido, es como un túnel de paredes grises donde voy alumbrado por tu nombre; es una noche clara sin saberlo o un lunes disfrazado de domingo; es como un día azul sin tu permiso. Llueve en este poema; tu lo sientes con tu alma vecina del cristal; llueve tu ausencia como un agua triste y azul sobre mi frente desterrada.

He comprendido cómo una palabra pequeña, igual a un alfiler de luna

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o un leve corazón de mariposa, alzar puede murallas infinitas, matar una mañana de repente, evaporar azules y jardines, tronchar un día como si fuera un lirio, volver granos de sal a los luceros.

He comprendido cómo una palabra de la materia azul de las espadas y con aguda vocación de espina, puede estar en la luz como una herida que nos duele en el centro de la vida. Llueve en este poema, y el domingo gira como un lejano carrusel; tan cerca estás de mí que no te veo, hecha de mis palabras y mi sueño.

Yo pienso en ti detrás de la distancia, con tu voz que me inventa los domingos y la sonrisa como un vago pétalo cayendo de tu rostro sobre mi alma.

Con su hoja volando hacia la noche, rayado de llovizna y desencanto, este domingo sin tu visto bueno llega como una carta equivocada.

La tarde, niña, tiene esa tristeza del aire donde hubo antes una rosa; yo estoy aquí rodeado de tu ausencia hecho de amor y solo como un hombre.

El iEl iEl iEl insomne nsomne nsomne nsomne A Alberto Warnier

A alguien oí subir por la escalera. Eran -altas- las tres de la mañana. Callaban el rocío y la campana … Sólo el tenue crujir de la madera.

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No eran mis hijos. Mi hija no era. Ni el son del tiempo en mi cabeza cana. ( Deliraba de estrellas la ventana. ) Tampoco el paso que mi sangre espera…

Sonó un reloj en la desierta casa. Alguien dijo mi nombre y apellido. Nombrado me sentí por vez primera.

No es de ángel o amigo lo que pasa en esa voz de acento conocido… … A alguien sentí subir por la escalera…

El olvidado

A Jorge Gaitán Durán

Ahora tengo sed y mi amante es el agua. Vengo de lo lejano, de unos ojos oscuros. Ahora soy del hondo reino de los dormidos; allí me reconozco, me encuentro con mi alma.

La noche a picotazos roe mi corazón, y me bebe la sangre el sol de los dormidos; ando muerto de sed y toco una campana para llamar el agua delgada que me ama.

Yo soy el olvidado. Quiero un ramo de agua; quiero una fresca orilla de arena enternecida, y esperar una flor, de nombre margarita, para callar con ella apoyada en el pecho.

Nadie podrá quitarme un beso, una mirada. Ni aún la muerte podrá borrar este perfume. Voy cubierto de sueños, y esta fosforescencia que veis es el recuerdo del mar de los dormidos.

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Elegía pura

Aún me dura la melancolía. Allá por el sinfín cantaba un gallo agrandando el silencio perla y malva en que el lucero azul se disolvía.

Olía a cielo, a ella, a poesía. Sin volver a mirar me fui a caballo. Maduraban las frutas y sus frutas. A ella y a jardín secreto, olía.

Me fui, me fui como por un romance donde fuera el doncel que nunca vuelve… la casa se quedó con su ventana,

hundida entre la ausencia, al pie del alba. Flotó su mano y yo me fui a caballo. Aún me dura la melancolía.

Es melancolía

Te llamarás silencio en adelante. Y el sitio que ocupabas en el aire se llamará melancolía.

Escribiré en el vino rojo un nombre: el tu nombre que estuvo junto a mi alma sonriendo entre violetas.

Ahora miro largamente, absorto, esta mano que anduvo por tu rostro, que soñó junto a ti.

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Esta mano lejana, de otro mundo que conoció una rosa y otra rosa, y el tibio, el lento nácar.

Un día iré a buscarme, iré a buscar mi fantasma sediento entre los pinos y la palabra amor.

Te llamarás silencio en adelante. Lo escribo con la mano que aquel día iba contigo entre los pinos.

Galope súbito

A veces cruza mi pecho dormido una alada magnolia gimiendo, con su aroma lascivo, una campana tocando a fuego, a besos, una soga llanera que enlaza una cintura, una roja invasión de hormigas blancas, una venada oteando el paraíso jadeante, alzado el cuello hacia el éxtasis, una falda de cámbulos un barco que da tumbos por ebrio mar de noche y de cabellos, un suspiro, un pañuelo que delira bordado con diez letras y el laurel de la sangre, un desbocado vendaval, un cielo que ruge como un tigre, el puñal de la estrella fugaz que sólo dos desde un balcón han visto, un sorbo delirante de vino besador una piedra de otro planeta silbando como la leña verde cuando arde, un penetrante río que busca locamente

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su desenlace o desembocadura donde nada la Bella Nadadora, un raudal de manzana y roja miel el arañazo de la ortiga más dulce la sombra azul que baila en el mar de Ceilán, tejiendo su delirio, un clarín victorioso levantado hacia el alba la doble alondra del color del maíz volando sobre un celeste infierno y veo, dormido, un precipicio súbito y volar o morir…

A veces cruza mi pecho dormido una persona o viento, un enjambre o relámpago, un súbito galope: es el amor que pasa en la grupa de un potro y se hunde en el tiempo hacia el mar y la muerte.

Soneto a Teresa

Teresa, en cuya frente el cielo empieza, como el aroma en la sien de la flor. Teresa, la del suave desamor y el arroyuelo azul en la cabeza.

Teresa, en espiral de ligereza, y uva, y rosa, y trigo surtidor; tu cuerpo es todo el río del amor que nunca acaba de pasar. Teresa.

Niña por quien el día se levanta, por quien la noche se levanta y canta, en pie sobre los sueños, su canción.

Teresa, en fin, por quien ausente vivo, por quien con mano enamorada escribo, por quien de nuevo existe el corazón.

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Hai-Kai

Quédate así, quieta un instante: para no espantar la poesía que llevas como un nimbo de pájaros.

Soneto insistente

La cabeza hermosísima caía del lado de los sueños; el verano era un jazmín sin bordes y en su mano como un pañuelo azul flotaba el día.

Y su boca de súbito caía del lado de los besos; el verano la tenía en la palma de la mano, hecha de amor. Oh, qué melancolía.

A orillas de este amor cruzaba un río; sobre este amor una palmera era: agua del tiempo y cielo de poesía.

Y el río se llevó todo lo mío: la mano y el verano y mi palmera de poesía. Oh, qué melancolía.

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Soneto con una salvedad

A Pedro Laín

Todo está bien: el verde en la pradera, el aire con su silbo de diamante y en el aire la rama dibujante y por la luz arriba la palmera.

Todo está bien: la frente que me espera, el agua con su cielo caminante, el rojo húmedo en la boca amante y el viento de la patria en la bandera.

Bien que sea entre sueños el infante, que sea enero azul y que yo cante. Bien la rosa en su claro palafrén.

Bien está que se viva y que se muera. El Sol, la Luna, la creación entera, salvo mi corazón, todo está bien.

Tema de sueño y vida.

Suéñame, suéñame, entreabiertos labios. Boca dormida, que sonríes, suéñame. Sueño abajo, agua bella, miembros puros, bajo la luna, delgadina, suéñame.

Despierta, suéñame como respiras, sin saberlo, olvidada, piel morena; suéñame amor, amor, con el invierno como una flor morada sobre el hombro.

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Oh delgado jardín cuya cintura delgada yo he ceñido largamente; oh llama de ojos negros, amor mío; oh transcurso de agua entre los sueños.

Ya sé que existo porque tú me sueñas. Moriré de repente si me olvidas. Tal vez me vean vivir en apariencia, como la luz de las estrellas muertas.

El desdichado

No tenemos sino este planeta hermoso y triste. No tenemos sino esta única vida hermosa y triste. No tenemos sino este corazón que recorre un fantasma a veces transparente, otras veces siniestro. Y esta punzada de la música. Y este sorbo de vino soñador. No tenemos sino esta pan terrestre, infernal o celeste de amar y de esperar o morir... Yo no tenía sino una campana que llama y llama ahora para nadie y la llave que abría aquella hermosa puerta que ya no existe. No tenemos sino eso: es decir nada. Mejor dicho: no tengo nada. Y punto.

Si tocas las palabras anteriores te quedará la mano ensangrentada.

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Soneto sentimental

Eres el cuándo, el dónde y el porqué. La respuesta final enardecida a mi pregunta de toda la vida. Lo que es, lo que será y lo que fue.

Si hacia otro instante avanzo el pie, si viajo a una ciudad entredormida, si la súbita estrella aparecida: eres el cuándo, el dónde y el porqué.

Si me llevo la mano hacia la herida, si ocupo este planeta y este día y oye mi frente una palabra fiel,

si confundo llegada y despedida, si en mis venas el tiempo desvaría: eres el cuándo, el dónde y el porqué.

Elegía suspirante

El amor enlazaba nuestros pasos, ¿recuerdas?

Hacia mi corazón con indolente gracia caía tu cabeza, ¿recuerdas?, como cae sobre el hombro del viento una rama de acacia.

Nos tendía sus brazos desnudos el aroma de las frutas; tu alma se iba y regresaba como si por instantes entreabriera los párpados. Entre los dos estaba como un cuento el silencio.

Balbuceaba el agua lo que los dos callábamos. la sombra de las hojas pasaba por tu rostro,

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como suele el silencio pasar entre la música. Desleía la tarde su pétalo en tus ojos.

Tu corazón se ha ido, ahora, con la fuente. El viento habrá borrado los pasos en la arena, borrado habrá el olvido mi huella por tu frente, como borra el crepúsculo la luz con que te escribo.

Imagen casi perdida

Eres como la luz alta y delgada. Como el viento eres clara sin saberlo. Vacila tu actitud como la tarde suavemente inclinada sobre el mundo.

Eres hecha de sueños olvidados y te olvido de pronto, como a un sueño; mi corazón te busca como el humo busca la altura y hacia ella muere.

Como una tibia flor te lleva el día prendida entre sus labios. Eres alta, azul, delgada, y recta como un silbo. Te recuerdo de pronto como a un sueño.

Madrigal con un río, una rosa, una hamaca…

Tú, mi amor, que caminas como un beso, andando vas por entre mis palabras: es como si avanzaras separando las ramas azuladas de un jardín, las verdes hojas trémulas de donde sale el viento. Recorres el papel con mi escritura. Y cuando escribo río

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tú lo cruzas nadando y llegas y te extiendes en la arena dorada de otras sílabas radiantes que en la orilla te esperan; y cuando escribo rosa, la rosa que has besado da su forma a tus dos manos unidas, si escribo sed te acercas a mis labios si cascada, aparece tu cintura, si nido azul, palpita tu garganta, y si palmera escribo, descansas a su sombra y si escalera, ruedas por tu risa donde tu corazón relampaguea, y si escribo paloma anida en ti partida en dos magnolias temblorosas. Apoya tu cabeza en esta luz, en este pecho de hombre, en este verso de plumas desveladas y febriles y quédate dormida tronchada y extendida en esta hamaca mecida por el sueño que sale de mi mano cuando te escribo, o, lento, te acaricio.

Si alguien quiere tocar la brasa pura del amor en los años venideros que toque estas palabras donde brilla nuestro quemante beso para siempre.

Madrigal con un trébol

Corté en tu sangre un trébol de cuatro hojas y desleí un lucero en tus cabellos. Por ti dejé mi reino tenebroso. Por ti me fui a la guerra y con tu cifra, y una ráfaga azul sobre la frente entrando en el futuro como el viento a conquistar la luz y una sortija. ( El día como un leopardo en una red

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de flores y relámpagos me vio ). Por ti me fui a libertar el agua para hacer en la alcoba un surtidor y fundar en tu pecho una campana. Por ti me fui cantando y suspirando a cortar una rama del mirto amanecido en la ventana. Mi corazón te sigue como un león, como un perro o el cielo, un río. el sol... como camina, absorta, la esperanza.

Muchacha

A Gerardo Diego

1 Dos mariposas de seda, detenidas en su pelo. La mañana, como un velo, atrás flotando se queda.

El sol en su red enreda esa presencia de vuelo. Saetas de luz, en rueda, cautiva la dan al cielo.

En el aire y en los sueños deja dos nidos pequeños sostenidos por sus venas.

Tacto del mundo, su traje. Su voz, aéreo paisaje vago de nubes-sirenas.

2 Alzado arroyo viajero. Espacio de uva y rosa.

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Gajo de sal anhelosa. Largo beso prisionero.

Alto lugar de lucero, la frente maravillosa, entre mimos de mimosa y silbos de cocotero.

Manos en sol modeladas. Tibia presión de miradas, muchacha, playa sin huellas.

Tierra del desvelo. Rada de deseos limitada. Dibujo blanco de estrellas.

Soneto a la rosa

En el aire quedó la rosa escrita. La escribió, a tenue pulso, la mañana. Y, puesta su mejilla en la ventana de la luz, a lo azul cumple la cita.

Casi perfecta y sin razón medita ensimismada en su hermosura vana; no la toca el olvido, no la afana con su pena de amor la margarita.

A la luna no más tiende los brazos de aroma y anda con secretos pasos de aroma, nada más, hacia su estrella.

Existe, inaccesible a quien la cante, de todas sus espinas ignorante, mientras el ruiseñor muere por ella.

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Soneto sediento

Mi tú. Mi sed. Mi víspera. Mi te-amo. El puñal y la herida que lo encierra. La respuesta que espero cuando llamo. Mi manzana del cielo y de la tierra.

Mi por -siempre jamás. Mi agua delgada, gemidora y azul. Mi amor y seña. La piel sin fin. La rosa enajenada. El jardín ojeroso que me sueña.

El insomnio estelar. Lo que me queda. La manzana otra vez. La sed. La seda. Mi corazón sin uso de razón:

me faltas tanto en esta lejanía, en la tarde, a la noche, por el día, como me faltaría el corazón.

Tema de fuego y mar

Sólo el fuego y el mar pueden mirarse sin fin. Ni aún el cielo con sus nubes. Sólo tu rostro, sólo el mar y el fuego. Las llamas, y las olas, y tus ojos.

Serás de fuego y mar, ojos oscuros. De ola y llama serás, negros cabellos. Sabrás el desenlace de la hoguera. Y sabrás el secreto de la espuma.

Coronada de azul como la ola. Aguda y sideral como la llama. Sólo tu rostro interminablemente. Como el fuego y el mar. Como la muerte.

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Tema de mujer y manzana

A Nicanor Parra

Una mujer mordía una manzana. Volaba el tiempo sobre los tejados. La primavera con sus largas piernas, huía riendo como una muchacha. Bajo sus pies nacía el agua pura. Un sol, secreto sol, la maduraba con su fuego alumbrándola por dentro. En sus cabellos comenzaba el aire. Verde y rosa la tierra era en su mano. La primavera alzaba su bandera de irrefutable azul contra la muerte. Una mujer mordía una manzana. Subiendo, azul, una vehemente savia entreabría su mano y circulaban por su cuerpo los peces y las flores. Gimiendo desde lejos la buscaba -bajo el testuz de azahares coronado- el viento como un toro transparente. La llama blanca de un jazmín ardía. Y el mar, la mar del sur, la mar brillaba igual que el rostro de la enamorada. Una mujer mordía una manzana. Las estrellas de Homero la miraban. Volaba el tiempo sobre los tejados. Huía un tropel de bestias azuladas. Desde el principio, y por siempre jamás, una mujer mordía una manzana. Mi corazón sentía oscuramente que algo brillaba en esos dientes. Mi corazón que ha sido y será tierra.

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Madrugada Me despierto de súbito. Mi sangre se despierta y pregunta por ti, por la fiebre que ondula en tus cabellos ebrios, en tu piel. Se desborda el espejo y hecho río corre a buscar tu imagen. A esta hora tus brazos serán dos ramas de amoroso sueño de donde brotan flores y hojas dormitan. En el tejado arrullan las palomas. Te persiguen mis cinco lebreles corporales.

Madrigal de urgencia

Te escribo desde un árbol Digo: una mesa de trabajo y pino. Es urgente decirte: nunca fuiste más bella que en mis ojos, más bella que tú misma has sido en la mirada que te sueña. Pongo la mano sobre los recuerdos, cierro los ojos y con la yema pura de los dedos leo tu nombre.

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Por debajo del tiempo y de la mesa dame tu mano. No sé si se me entiende... Tengo prisa... el tiempo es breve, no sabemos nada... y nadie sabe...

Elegía suspirante

El amor enlazaba nuestros pasos, ¿recuerdas?

Hacia mi corazón con indolente gracia caía tu cabeza, ¿recuerdas?, como cae sobre el hombro del viento una rama de acacia.

Nos tendía sus brazos desnudos el aroma de las frutas; tu alma se iba y regresaba como si por instantes entreabriera los párpados. Entre los dos estaba como un cuento el silencio.

Balbuceaba el agua lo que los dos callábamos. la sombra de las hojas pasaba por tu rostro, como suele el silencio pasar entre la música. Desleía la tarde su pétalo en tus ojos.

Tu corazón se ha ido, ahora, con la fuente. El viento habrá borrado los pasos en la arena, borrado habrá el olvido mi huella por tu frente, como borra el crepúsculo la luz con que te escribo.

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La patria es como una carta

A Álvaro Gómez

"Una carta que fuera toda firma..." Luis Rosales

La patria es como una larga carta que fuera toda firma: olas de firmas, años, siglos de firmas como sueños, como recuerdos firmas ya borrosas, generaciones anchas como olas, generaciones y generaciones de firmas como hileras sucesivas de palmas, de canciones y desvelos de mástiles, de torres y de niños escritos en el aire, de vigilias, de amores y trabajos y esperanzas... ...A veces nubes, islas suspensivas o puntos suspensivos de rocío o de silencio entre uno y otro ensueño... Un río, a veces, como lenta rúbrica, el rasgo súbito de una cascada o de un vuelo de garzas la escritura lenta como un cantar para dormirse... Firmas color de tierra cotidiana, como días tras día, firmas, firmas que van narrando el sueño de mi patria como latido por latido narra la vida, nuestra vida, el corazón. Firmas de sangre, firmas transparentes con la punta del alma escritas, firmas negras, rojas, azules o doradas. Caminos de montaña o de llanura como renglones ondulantes guían la mano del que firma redactando la patria que es como una larga carta que cuenta cosas como melodías que nos llenan de lágrimas los ojos... Firmas en la pizarra de los niños y en la página azul de las doncellas y en el papel absorto de los jóvenes y en los surcos renglones del labriego

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y en la aguja y la hebra del remiendo donde deja sus ojos la pobreza. Y, a veces, una espada como firma. La rúbrica instantánea de un relámpago. O la soga llanera como firma. O una mariposa repentina. O un súbito pescado plateado. Y cruces, crucecitas por millares, de los que no sabían escribir. Firmas al pie de los editoriales, de los versos, las cuentas del mercado, de las proclamas y los memoriales, los himnos y las cartas de las madres, las oraciones, los secretos diarios en donde las violetas son los puntos... (La breve firma de mi padre: dura treinta y tres años solamente; luego Mercedes: es la firma de mi madre: (Se añade el cielo azul a esta palabra.) Después palpitan estos nombres: Rosa, María Mercedes y Ramiro y Juan). Y páginas y páginas desiertas: por hacer y poblar como la mañana...

Hoy es veinte de julio. Hacia las seis cuando la tarde caiga lenta y vaga igual que la mirada del que sueña, me sentaré a la puerta de mi alma a leer una carta, a leer Colombia: que es una carta, temblorosa carta que fuera toda firma. Olas de firmas. Y voy a terminar. Estoy cansado. Estoy triste de patria y poesía. Y aquí pongo sencillamente: Eduardo, como en las redacciones de la escuela.

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Habitante del milagro

Se enamoró mi muerte de tu muerte cuando ciegos bajábamos por la torrentera de la sangre y el alma, desterrados del tiempo. Cuando, unidos, enlazados, subíamos muy alto como dos alas en el mismo vuelo: diciendo hasta-el-final-y-más-allá: Los astros nos oyeron. Y en los labios tuvimos el sabor del misterio de la eternidad, el sabor del azahar y las galaxias, el sabor de la vida y de la muerte, dorados, milenarios o instantáneos, inmortales, extáticos, guerreando a amor partido, compartido, y, por instantes, puros y hermosos como dioses nimbados de un fulgor relampagueante y luego de un silencio enternecido... Un ángel o demonio con su espada llameante vigilaba la puerta de nuestro Paraíso. ¡Éramos habitantes del milagro!

Poema como una quemadura Por años conversamos sin saberlo. Pero un día tu venías, yo iba. Nos encontramos en mitad del puente de esto que llamamos Tiempo o Vida. No hubo nunca una cita más bella que esta cita. (La mar, la mar lejana, tejía y destejía las olas en su rueca.)

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(Vi a una mujer morena con un ramo de oliva diluido en la piel. Salía del Cantar de los Cantares: su cintura de trigo maduro y de relampago. Su voz -¿Cómo decirlo?- era la letra para la música de las estrellas. Y era tres veces Bella, Bella, Bella.) Yo nací de nuevo. De nuevo nacía el mundo. Eras como una adorada quemadura. Y tu respiración fue la respiración de la creación. Trasfiguraste el cielo. El primer beso ensanchó la tierra. Hizo más alto el firmamento. Ya solo piso el suelo de este sueño. Llevo toda la luz a cuestas. No puedo más.

Jazmín estrellado Estos mis ojos serán polvo (pero te vieron un día) y la yerba será sus párpados y el viento será su mirada. Nada en el mundo hubo igual a ver tus ojos de donde caen las miradas como la flor del jazmín estrellado -quen era como una casa de aire, hojas y perfume- en el jardín lejano de mi abuela. En Cáqueza. Y un niño ensoñador. En las noches de luna deliraba el aroma. El suelo de mi vida está cubierto con esas flores. Mi corazón viste de blanco del jazmín estrellado que cae de tus ojos. Peso de flores y de música

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de tu mirada: es el peso del tiempo, de mi vida y de mi eternidad. El suelo de mi muerte, cubierto de flores del jazmín estrellado digo, de tus miradas. Estos mis ojos que te vieron no morirán. Vivirán en la yerba y en el viento y el jazmín estrellado.

Epístola mortal

|In memoriam |Leopoldo Panero ...y no hallé cosa en qué poner los ojos

que no fuese recuerdo de la muerte. Quevedo

Miro un retrato: todos están muertos: poetas que adoró mi adolescencia. Ojeo un álbum familiar y pasan trajes y sombras y perfumes muertos. (Desangrados de azul yacen mis sueños). El amigo y la novia ya no existen: la mano de Tomás Vargas Osorio que narraba este mundo, el otro mundo... la sonrisa de la Prima Morena que era como una flor que no termina desvanecida en alma y en aroma... Cae el Diluvio Universal del tiempo. Como una torre se derrumba todo. ..."Las torres que desprecio al aire fueron"... Voy andando entre ruinas y epitafios por una larga vía de Cipreses que sombrean suspiros y sepulcros. Aquí yace mi alma de veinte años con su rosa de fuego entre los dedos. Aquí están los escombros de un ensueño. Aquí yace una tarde conocida.

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Y una rosa cortada en una mano y una mano cortada en una rosa. Y una cruz de violetas me señala la tumba de una noche delirante... Ojeo el "Cromos" de los años treinta: lánguidas señoritas cuyos pechos salían del "Cantar de los Cantares", caballeros que salen del fox-trot, sonreídos, gardenia en el ojal (y tú, patinadora, ¿a quién sonríes?). Y esos rostros morenos o dorados que amó un niño precoz perdidamente. Amigos, mis amigos, mis amigos, compañeros de viaje y no-me-olvides: Teresa, Alicia, Margarita, Laura, Rosario, Luz, María, Inés, Elvira... con sus pálidas caras asomadas en las ventanas desaparecidas... Panero, Souvirón y Carlos Lara, Pablo Neruda y Jorge Zalamea, Jorge Gaitán y Cote y Julio Borda, Mario Paredes, Mallarino, Alzate... frente a sus copas de vino invisible en sus asientos desaparecidos: están aquí, no están, pero sí están: (¡oh margarita gris de los sepulcros!)... ... "Sólo que el tiempo lo ha borrado todo como una blanca tempestad de arena". El que primero atravesó el océano volando solo, solo con su arcángel, y aquel en cuya frente ardía ya el incendio maldito de Hiroshima, los guerreros que al aire alzan el brazo y la palabra libre como un águila y aviones y estandartes y legiones pasan cantando, pasan, ya van muertos: adelante la muerte va a caballo, en un caballo muerto. La tierra es un redondo cementerio y el cielo es una losa funeral. El Nuncio, el Arzobispo, el Santo Padre hacia su muerte caminando van: nadie les grita: ¡detened el paso! que ya estáis a la orilla: el precipicio

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que cae sobre el Reino del Espanto y en cada paso vais hacia el ayer y de un momento a otro cae el cielo hecho trizas sobre vuestras altezas... Somos arrendatarios de la muerte. (A nuestra espalda, sigilosamente cuando estamos dormidos, sin avisarnos se urden muchas cosas como incendios, naufragios y batallas y terremotos de iracundo puño... que de repente borran de este mundo el rostro del ahora y del ayer, llámase amor o sangre y ojos negros... Y nadie nos había dicho nada. Alguien sabe el revés de los tapices, digo, de vuestra vida, y es el |otro, el fantasma quien lo teje...). Las niñas de Primera Comunión de cuyas manos vuela una paloma, las blancas novias que arden en su hoguera, días y bailes, reyes destronados y coronas caídas en el polvo, la manzana y el cámbulo, el turpial, el tigre, la venada, los pescados, el rocío, mi sombra, estas palabras: ¡todo murió mañana! ya está muerto. El polvo es nuestra cara verdadera. Los Presidentes y los Generales asomados al sueño del poder sobre un río de espadas y banderas llevados por las manos de los muertos, el agua, el fuego, el viento, la sortija, los ojos que ofrecían el infinito y eran dueños de nada, los cabellos, las manos que soñaban... ¡"fueron sino rocío de los prados"! La Dama Azul, las flores, las guitarras, el vino loco, la rosa secreta, el dinero como un perro amarillo, la gloria en su corcel desenfrenado y la sonrisa que ya es ceniza, el actor y las reinas de belleza con su cetro de polvo, el bachiller, el cura y el doctor recién graduados

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que sueñan con la mano en la mejilla: muertos están, si que también las lágrimas: Todo fue como un vino derramado en la porosa tierra del olvido. Tanto amor, tanto anhelo, tanto fuego: dime, oh Dios mío, ¿en cuál mar van a dar? "¿Los yunques y troqueles de mi alma trabajan para el polvo y para el viento?". Por el mar, por el aire, por el Llano, por el día, en la noche, a toda hora, vienen vivos y muertos, todos muertos y desembocan en el corazón donde un instante salen a las flores, los labios delirantes y las nubes y siguen tiempo abajo, sangre abajo: ¡somos antepasados de otros muertos! Todo cae, se esfuma, se despide y yo mismo me estoy diciendo |adiós y me vuelvo a mirar, me dejo solo, abandonado en este cementerio. Allá mi corazón está enterrado como una hazaña luminosa y pura. Miro en torno, los ojos entornados: todos estamos contra el paredón: sólo esperamos el tiro de gracia: todos estamos muertos, muertos, muertos: los de ayer, los de hoy, los de mañana... sembrados ya de trigo o de palmeras, de rosales o simplemente yerba: nadie nos llora, nadie nos recuerda. Sobre este poema vuela un cuervo. Y lo escribe una mano de ceniza.

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Pablo Neruda, Eduardo Carranza y Nicolás Guillén en Isla Negra, Chile.

"Era no sólo un amigo, sino un sostén y un apoyo, alguien en quien siempre se podía confiar. Tenía además una cualidad: estuviese donde estuviese, parecía estar en su país. Fue un gran poeta muy popular, tanto en España como en Colombia"

Luis Rosales, entrevistado por El País, España, con motivo de la muerte de Carranza.

Eduardo Carranza

(Apiay, 1913 - Bogotá, 1985) Poeta colombiano, uno de los animadores del grupo "Piedra y Cielo", surgido en la década de 1930. Su niñez transcurrió en diversos pueblos del centro del país, y esta tierra de la infancia,

edén perdido, asociada a la imagen materna, es un tema recurrente en su poesía. En 1925, su familia se trasladó a Bogotá, donde obtuvo el título de maestro y trabajó como docente.

En 1935, con J. Rojas, A. Camacho Ramírez, G. Valencia, C. Martín, T. Vargas Osorio y D. Samper, fundó el grupo "Piedra y Cielo", en homenaje al poeta Juan Ramón Jiménez, e inspirado en la tradición clásica española, con voluntad de orden ante los excesos vanguardistas y creando el movimiento "piedracelista". Organizado como editorial, el grupo publicó los Cuadernos de Poesía de Piedra y Cielo.

En 1938, con Jorge Rojas y Carlos Martín, dirigió Altiplano. Gaceta Literaria. Dirigió también la Revista del Rosario, la Revista de las Indias, la Revista de la Universidad de los Andes y el "Suplemento Literario" de El Tiempo, diario del

que fue columnista, así como lo fue de los diarios ABC de Madrid y El Nacional de Caracas. En 1942 ingresó en la Academia Colombiana de la Lengua.

Fue agregado cultural de Colombia en Chile (1945-1947), donde se relacionó con P. Neruda, V. Huidobro y N. Parra; director de la Biblioteca Nacional de Colombia (1948-51) y consejero de cultural de Colombia en España (1951-1958). Obtuvo el Premio Internacional de Poesía de Venezuela (1945), la Medalla de Honor de Cultura Hispánica y la Gran Cruz de Isabel la Católica. Desarrolló su labor docente como profesor de Literatura Hispánica en el instituto Pedagógico de Chile.

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Eduardo Carranza y el poeta español Gerardo Diego.

En sus poemas, de perspectiva clasicista, surge el mundo de la infancia enriquecido con nuevas experiencias en el marco del paisaje americano. Su poesía evoluciona de la celebración de la vida, del amor, de la ilusión y del encanto de la existencia, al reconocimiento, ya en la madurez, del desencanto, de la desilusión del vivir, cambio que se refleja formalmente en la profusión de la palabra del inicio que llega al despojamiento y a la sencillez posterior.

En 1936 publicó su primer libro, Canciones para iniciar una fiesta, al que siguieron Seis elegías y un himno (1939), La sombra de las muchachas (1941), Azul de ti (1944), Canto en voz alta (1944), Éste era un rey (1945), Ellas, los días y las nubes (1945), Diciembre azul (1947) y El olvidado (1949), obras en las que lo nativo se alía en armonía a lo religioso e íntimo, y que agrupó en Canciones para iniciar una fiesta. Poesía en verso (1935-1950) (1953).

Más tarde publicó Alhambra (1957), con prólogo de Dámaso Alonso; Los pasos cantados (1973); Los días que ahora son sueños (1973); Hablar soñando y otras alucinaciones (1974) y Epístola mortal y otras soledades (1975) -los dos libros a manera de diario poético-; Leyendas del corazón y otras páginas abandonadas (1976), en prosa; Una rosa sobre una espada (1985); El corazón escrito; Canto en

voz alta; La encina y el mar; El insomne; La poesía del heroísmo y la esperanza; Tú vienes por la calle; Las santas del paraíso (1945) y Amor (1948) -versiones y recreaciones de textos de Remy de Gourmont y R. Tagore, respectivamente-.

Publicó además la compilación Un siglo de poesía colombiana; Los grandes del sueño; Anhelo y profecía del nuevo humanismo; Los grandes poetas españoles; Los tres mundos de Alfonso Reyes; Nombres y sombras; Los grandes poetas americanos; El doncel del amor, y Lecciones de Poesía

para los jóvenes de Cundinamarca y 20 poemas. Póstumamente, se publicó Visión estelar de la poesía colombiana (1986), recopilación de ensayos y notas

críticas. Se publicó también una recopilación de su obra poética con el título Poesías. Fue traductor de Paul Verlaine, Paul Éluard, Tristán Klingsor y Apollinaire, entre otros.

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Muestrario de Poesía

Libros de Regalo

1. Llevar a Gladys de Vuelta a Casa y otros cuentos / Aquiles Julián 2. Letras sin Dueños / Aquiles Julián 3. Música, maestro / Aquiles Julián 4. Una Carta a García / Elbert Hubbard 5. 30 Historias de Nasrudín Hodja / Aquiles Julián 6. Historias para Crecer por Dentro / Aquiles Julián 7. Acres de Diamantes / Russell Conwell 8. 3 Historias con un país de fondo / Armando Almánzar R. 9. Pequeños prodigios / Aquiles Julián 10. El Go-getter / Peter Kyne 11. Mujer que llamo Laura / Aquiles Julián 12. Historias para cambiar tu vida / Aquiles Julián 13. El ingenio del Mulá Nasrudín / Aquiles Julián 15. Algo muy grave va a suceder en este pueblo / Gabriel García Márquez 16. Cuatro cuentos / Juan Bosch 17. Historias que iluminan el alma / Aquiles Julián 18. Los temperamentos / Conrado Hock 19. Una rosa para Emily / William Faulkner 20. El abogado y otros cuentos / Arkadi Averchenko 21. Luis Pie y Los Vengadores / Juan Bosch 22. Ahora que vuelvo, Ton / René del Risco 23. La casa de Matriona / Alexander Solzenitsin 24. Josefina, atiende a los señores y otros textos / Guillermo Cabrera Infante 25. El bloqueo y otros cuentos / Murilo Rubiao

26. Rashomon y otros cuentos / Ryunosuke Akutagawa 27. El traje del prisionero y otros cuentos / Naguib Mahfuz 28. Cuentos árabes / Aquiles Julián 29. Semejante a la noche y otros textos / Alejo Carpentier 30. La tercera orilla del río y otros cuentos / Joao Guimaraes Rosa 31. Leyendas aymarás / Aquiles Julián 32. La muerte y la muerte de Quincas Berro Dágua /Jorge Amado 33. Un brazo / Yasunari Kawabata 34. Cuentos africanos 2 / Aquiles Julián 35. Dos cuentos / Yukio Mishima 36. Mejor que arder y otros cuentos / Clarice Lispector 37. La raya del olvido y otros cuentos / Carlos Fuentes 38. En el fondo del caño hay un negrito y otros cuentos / José Luis González 39. La muerte de los Aranco y otros cuentos / José María Arguedas 40. El hombre de hielo y otros cuentos / Haruki Murakami 41. Dos cuentos / Pedro Juan Soto 42. Aquellos días en Odessa y otros cuentos / Heinrich Böll 43. 12 cartas de amor y un amorcito y otros cuentos / Juan Aburto 44. Rebelión en la granja / George Orwell 45. Cuentos hindúes / Aquiles Julián 46. El libro de los panegíricos / Rubem Fonseca 47. Juana la Campa te vengará y otros cuentos / Carlos Eduardo Zavaleta

1. La eternidad y un día y otros poemas / Roberto Sosa 2. El verbo nos ampare y otros poemas / Hugo Lindo 3. Canto de guerra de las cosas y otros poemas / Joaquín Pasos 4. Habitante del milagro y otros poemas / Eduardo Carranza

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CIENSALUD 1. Inteligencia de Salud y Bienestar: 7 pasos Cristina Gutiérrez 2. Cómo prevenir la osteoporosis Cristina Gutiérrez

Iniciadores de Negocios 1. La esencia del coaching Varios autores 2. El Circuito Activo de Ventas, CVA Aquiles Julián 3. El origen del mal servicio al cliente Aquiles Julián 4. El activo más desperdiciado en las empresas Aquiles Julián 5. El software del cerebro: Introducción a la PNL Varios autores 6. Cómo tener siempre tiempo Aquiles Julián 7. El hombre más rico de Babilonia George S. Clason 8. Cómo hacer proyectos y propuestas bien pensados Liana Arias 9. El diálogo socrático. Su aplicación en el proceso Humberto del Pozo de venta. López 10. Principios y leyes del éxito Varios autores

48. Venezuela cuenta 1 / Varios autores 49. La habitación roja / Edogawa Rampo 50. Jóvenes cuentistas de América Latina 1 / Varios Autores

51. Caballo en el salitral y otros cuentos / Antonio Di Benedetto

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Colección

Muestrario de

Poesía 2008