GUTIERREZ, G., Beber en Su Propio Pozo, 8 Ed.

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La verdadera espiritualidad jamás pasa de moda. Todo hombre, en algún momento de su vida, es urgido por las circunstancias históricas y sociales que le rodean a buscar las «fuentes de agua viva» que calmen la sed que le devora.En este sentido, la teología de la liberación ha tenido desde sus orígenes una profunda preocupación por indagar y proponer un camino real y concreto que permita el acceso al verdadero Dios de la vida. Para ello, y dentro de una comunidad movida por el Espíritu, el creyente es orientado al seguimiento de Jesús de Nazaret y al anuncio central de su Buena Noticia: la realización del Reino desde el acontecimiento liberador de la resurrección del Señor.Gustavo Gutiérrez nació en Lima (Perú) el año 1928. Miembro activo de Acción Católica en su juventud, cursa estudios de psicología en Lovaina y de teología en Lyón, siendo ordenado sacerdote en 1959. Durante muchos años ha sido profesor de teología y ciencias sociales en la Universidad Católica de Lima y es el fundador del Instituto Bartolomé de las Casas-Rímac. En la actualidad es miembro de la Orden de los dominicos e imparte cursos en la Universidad estadounidense de Nôtre-Dame.Gustavo Gutiérrez está considerado como uno de los fundadores de la denominada teología de la liberación, la cual defiende que el mensaje cristiano es ante todo un mensaje liberador para todos aquellos hombres y mujeres que componen el «reverso de la historia»: los pobres, los excluidos, los explotados. Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades 2003.

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  • NUEVA ALIANZA 205

  • GUSTAVO GUTIRREZ

    BEBER EN SU PROPIO POZOEn el itinerario espiritual de un pueblo

    OCTAVA EDICION

    EDICIONES SGUEME SALAMANCA

    2007

  • A Luis Vallejos y a Luis D alle, obispos que entregaron su vida acom paando al pueblo andino

    en su fe y en su esperanza. A m igos definitivos.

    Cubierta diseada por Christian Hugo Martn

    Centro de Estudios y Publicaciones, Lima 1983 Ediciones Sgueme S.A.U., 1984

    C/ Garca Tejado, 23-27 - E-37007 Salamanca / Espaa Tlf.: (34) 923 218 203 - Fax: (34) 923 270 563 e-mail: [email protected] www.sigucme.es

    ISBN: 978-84-301-0942-5 Depsito legal: S. 1525-2007 Impreso en Espaa / Unin Europea Imprime: Grficas Varona S.A.Polgono 11 Montaivo. Salamanca 2007

  • CONTENIDO

    introduccin 9

    1. CMO CANTAR A DlOS EN TIERRA EXTRAA? 15

    I. En tierra e x tra a ........................................................................... 16

    II. El canto de los p o b re s ............................................................... 29

    2. Por aqu ya no hay c a m in o 49

    I. Encuentro con el S e o r .............................................................. 50

    II. Cam inar segn el Espritu ...................................... ................ 75

    III. Un pueblo en busca de D io s .................................................. 99

    3. L ibres para amar ................... . 123

    I. Conversin: exigencia de solidaridad .................................... 127

    II. Gratuidad: clima de la e f ic a c ia .............................................. 143

    III. Alegra: victoria sobre el sufrimiento ................................ 152

    IV. Infancia espiritual: condicin del com prom iso con lospobres .......................................................................................... 163

    V Comunidad: desde la so le d a d .................................................. 171

    C on clu si n ..................................................................... 181

    Anexo ......................... 183In dice g e n e ra l ......................................................................... *87

  • INTRODUCCIN

    Seguir a Jess define al cristiano. Reflexionar sobre esa experiencia es el tema central de toda sana teologa. Experiencia y reflexin de una comunidad movida por el Espritu que se orienta al anuncio de la Buena Nueva: el Seor resucit. La muerte y la injusticia no son la ltima palabra de la historia. El cristianismo es un mensaje de vida, basado en el amor gratuito del Padre.

    Desde los primeros pasos de la teologa de la liberacin la cuestin de la espiritualidad (precisamente el seguimiento de Jess) constituy una profunda preocupacin1. Es ms, este tipo de reflexin es consciente de que se hallaba, y se halla, precedido por la vivencia espiritual de los cristianos comprometidos en el proceso de liberacin. Experiencia que vive en el corazn del movimiento iniciado por los pobres de Amrica Latina en vistas a la afirmacin de su dignidad humana y de su condicin de hijas e hijos de Dios. En ese empeo por la vida se da, en efecto, el lugar y el tiempo de un encuentro con el Seor. A partir de all se esboza la ruta de un pueblo en el seguimiento de Jesucristo2.

    1. Cf. el prrafo Una espiritualidad de la liberacin, en G. Gutirrez,Teologa de la liberacin , Salamanca 172004, 244-249. Ya desde entonces tenamos la intencin de desarrollar ms ampliamente el tema de esas pginas. Slo ahora nos es posible hacerlo por escrito, recogiendo adems las experiencias y reflexiones de tantos otros en estos ltimos aos. El pago de esta vieja deuda con nosotros mismos, hace - y nos disculpamos por e llo - que se encuentren repetidas alusiones a ese primer esbozo.

    2. El punto ha sido estudiado en trabajos ricos y representativos de la importancia del tema en Amrica Latina. C f A. Paoli, Dilogo de la liberacin ,

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    La importancia acordada a esa experiencia en teologa de la liberacin es congruente con su intento de elaborar una reflexin desde y sobre la prctica a la luz de la fe. Por ello, tanuin en este terreno de la espiritualidad las diferentes condiciones y caminos de la prctica llevarn a nuevas perspectivas y nuevos temas. Lo que hemos llamado la irrupcin del pobre en Amrica Latina, que marc el inicio de la teologa de la liberacin, se hace hoy da ms urgente y masiva; incluso en los casos en que busca ocultarla o reprimirla. Ello no ha hecho sino confirmar que esa entrada del poder al centro de la escena en la sociedad e Iglesia latinoamericanas ha abierto nuevos surcos para la vida y la reflexin cristianas.

    Surcos a veces regados con la sangre de esos testigos (mrtires) del amor preferente de Dios por los pobres que hoy marca indeleble y fecundante la vida de la Iglesia del subcontinente. Ese martirio sella el seguimiento de Jess y la consiguiente reflexin teolgica que se abren paso en este continente. Tierra de muerte temprana e injusta, pero tambin de afirmacin cada vez ms fuerte del derecho a la vida y de la alegra pascual.

    En una primera parte de esas pginas intentaremos decir algo sobre el contexto de la experiencia que constituye la matriz, o el crisol, de la espiritualidad que nace en Amrica Latina. Es un grave error histrico reducir lo que sucede hoy entre nosotros a un problema social y poltico; y en consecuencia, es una falta de perspicacia cristiana pensar que los desafos a la espiritualidad se limitan a los provenientes de la relacin entre la fe y lo poltico, de la defensa de los derechos humanos o de la lucha por la justicia.

    Buenos Aires 1970; E. Pironio, Reflexiones sobre el hombre nuevo en Amrica Latina, Buenos Aires 1974; S. Galilea, Espiritualidad de la liberacin , Santiago de ('hile 1974; J. B. Libnio, Discernimiento espiritual; reflexes teol- gico-espirituais, Sao Paulo 1977; J. Sobrino, El seguimiento de Jess como discernimiento: Concilium 139 (1978) 517-529; A A .VV , Espiritualidad de la liberacin , Lima 1980; N. Zevallos, Espiritualidad del desierto. Espiritualidad de la insercin , Bogot 1981; L. Bot'f, Vida segundo o E spirito , Petrpolis ! 982: AA.VV.. Espiritualidad y liberacin en Amrica Latina , San Jos 1982.

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    Esos asuntos estn presentes, sin duda, y urgen respuestas adecuadas. Pero ellos no alcanzan su verdadero sentido, sino colocados en una problemtica ms ancha y profunda. Aquella misma que habamos querido designar con el nombre de la liberacin. Se trata de un proceso global al que no escapa ninguna dimensin humana, porque l expresa, en ltima instancia, la accin salvfica de Dios en la historia. Esa percepcin parte del convencimiento de que la pobreza que se vive en Amrica Latina (y otros lugares del mundo), con sus causas y sus consecuencias, significa una realidad de muerte, negadora del primordial derecho humano a la existencia y del Reino de vida.

    Pero en ese proceso las cosas no son simples, debemos por ello evitar caer en ingenuidades. Los retos vienen de lados diversos. La situacin que vivimos est plagada de dificultades y de posibilidades; se dan en ella intentos de equivocadas y desesperadas soluciones, pero tambin surgen pistas respetuosas de ios ms hondos valores humanos; encontramos a veces increbles egosmos y prepotencias de todo tipo y al mismo tiempo hu- mildes e ilimitadas generosidades; desmedidos deseos de rehacerlo todo, como tambin iniciativas creativas y sensibles a las ms valiosas tradiciones del pueblo latinoamericano.

    Todo este mundo en ebullicin no puede dejar de cuestionar la manera de ser cristianos en Amrica Latina, y exige un discernimiento poltico y espiritual. Es necesario estar atentos a esos interrogantes si queremos ser sensibles a lo que el Seor tiene que decirnos a partir de nuestra propia historia. En ella se dan tambin pistas nuevas y fecundas entroncadas en la ms rica tradicin espiritual. El conjunto constituye un tiempo propicio para el reconocimiento de la presencia del Dios de la vida y para el anuncio del Reino y su justicia.

    En un segundo momento intentaremos precisar las grandes dimensiones de toda espiritualidad, de todo seguimiento de Jess. Para ello es imprescindible apelar a un estudio bblico. En el punto de arranque de toda espiritualidad hay un encuentro con el

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    Seor. Esa experiencia es determinante para el camino a seguir; ella lleva siempre la marca de la iniciativa divina y del contexto histrico en que tiene lugar.

    Pablo afirma que el seguimiento (imitacin) de Jess es un caminar segn el Espritu. El Espritu que es vida y que nos hace vivir en libertad. Toda experiencia de seguimiento nos hace vivir en libertad. Toda experiencia de seguimiento nos recuerda que no hay una senda trazada de antemano en todos sus detalles. Es un camino que se hace al andar, como dice el verso de Machado. La polmica de Pablo con la Ley lo lleva a la atrevida afirmacin de la libertad de los hijos de Dios. La Ley est ligada a la muerte, la libertad a la vida. Libres para amar nos dir el apstol. Esta perspectiva da luz sobre el proceso que se vive en Amrica Latina. Liberar es, en definitiva, dar vida. Toda la vida. En ese contexto deben ser comprendidas -no ahogadas- las distinciones entre lo material y lo espiritual, lo temporal y lo religioso, lo personal y lo social y otras del mismo gnero. El estudio de Pablo nos revela que para l la oposicin fundamental es la que se da entre la muerte y la vida. La presente situacin de Amrica Latina nos hace redescubrir muchos de sus alcances para nuestra vida cristiana.

    Adems, este caminar es el de todo un pueblo. La Biblia lo presenta, en efecto, como una aventura colectiva. Ya sea de un pueblo que rompe, bajo la iniciativa del Dios que libera, con la explotacin y la muerte, y atraviesa el desierto y llega a la tierra prometida; ya sea la del pueblo mesinico que es designado l mismo como el camino en el libro que cuenta sus Hechos. Estos paradigmas bblicos han inspirado la experiencia y la reflexin cristianas sobre el tema a lo largo de la historia de la espiritualidad. Ellos nos hacen ver que el itinerario es comunitario y que es tambin global. La espiritualidad no concierne nicamente a un sector de la existencia cristiana, es un estilo de vida que pone su sello sobre nuestra manera de aceptar el don de la filiacin, fundamento de la fraternidad, a las que nos convoca el Padre.

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    Una vez delimitadas las grandes dimensiones de toda espiritualidad entraremos en el tercer captulo para hacer un esbozo de lo que ocurre hoy en Amrica Latina. All se dan formas precisas de un encuentro con el Seor, as como el caminar de un pueblo segn el Espritu. Importa sealar los rasgos de esta experiencia espiritual particular. Sern slo pinceladas rpidas y algo gruesas para dibujar el perfil que apenas asoma. Creemos sin embargo que, como en todo seguimiento de Jess, las vivencias del compromiso liberador llevan a leer de un modo propio algunos temas fundamentales del Evangelio. A su vez, esta lectura interpela dichas experiencias. Lo que nos interesa es destacar esa relacin entre desafo evanglico y situacin histrica. En ella se dan, tal vez, los que podemos considerar como rasgos de esta espiritualidad inicial.

    Por razones obvias slo nos ser posible ilustrar esto con algunos textos que expresan la experiencia espiritual de cristianos que intentan renovar su fidelidad al Seor y ser solidarios en este subcontinente de pobreza. Testimonios no escritos y muchos otros textos no podrn ser mencionados explcitamente (la seleccin ha sido difcil), pero no estn ausentes de nuestra memoria; quisiramos, pese a todo, poder ser fieles a ese conjunto. Se trata de expresiones de un proceso que nos ha sido posible acompaar en estos aos tanto en nuestro pas como, de un modo u otro, en Amrica Latina. Desde la experiencia de este acompaamiento quieren ser escritas estas pginas.

    Una perspectiva central en ellas es la conviccin de que el punto de partida histrico del seguimiento de Jess y de la reflexin sobre l se halla en la experiencia suscitada por el Espritu. Eso es lo que expresaba hermosamente Bernardo de Claraval cuando deca que en materia de espiritualidad cada cual debe saber beber en su propio pozo3. En la insercin en el proceso de

    3. Citado en E. Gilson, Thologie et H istoire de la Spiritualit , Pars 1943,20.

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    liberacin del pueblo latinoamericano vivimos el don de la fe, la esperanza y la caridad que nos hace discpulos del Seor. Esta experiencia constituye nuestro pozo. El agua que brota de l nos limpia continuamente y nos hace eliminar inercias y arrugas de nuestro modo de ser cristianos, al mismo tiempo que suministra el elemento vital necesario para fertilizar nuevas tierras4.

    Pascua de Resurreccin, 1983

    4. Este trabajo retoma las charlas dadas en las XII Jornadas de reflexin teolgica (1982), organizadas por el Departamento de Teologa de la Pontificia Universidad Catlica del Per. Ellas son a su vez fruto de una investigacin hecha en el Instituto Bartolom de Las Casas, Rmac; agradecemos su aporte a los participantes del taller sobre el tema, as como al equipo de documentacin. Con el mismo ttulo que el presente libro publicamos un breve articulo en Coneilium 179 (1982), y en Pginas 47 (1982).

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  • CMO CANTAR A DIOS EN TIERRA EXTRAA?

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    Sin cantos a Dios, sin accin de gracias por su amor, sin oracin, no hay vida cristiana. Pero ese canto es entonado por personas que viven situaciones histricas determinadas y que desde ellas perciben, precisamente, la presencia y tambin la ausencia de Dios (en el sentido bblico de la expresin, cf. Jr 7, 1- 7: Mt 7, 15-21).

    En el contexto latinoamericano podemos preguntarnos: como agradecer a Dios el don de la vida desde una realidad de muerte temprana e injusta?, cmo expresar la alegra de saberse amado por el Padre desde el sufrimiento de los hermanos y hermanas?, cmo cantar cuando el dolor de un pueblo parece ahogar la voz en el pecho?

    La pregunta es lacerante y profunda; ella no se satisface con respuestas fciles que subestimen la situacin de injusticia y de marginacin en que viven las grandes mayoras de Amrica Latina. No obstante, es claro tambin que esa realidad no silencia el canto, no hace callar la voz del pobre.

    Ese estado de cosas plantea un juicio, una crisis, a muchos aspectos de la espiritualidad aceptada en algunos crculos cristianos; pero simultneamente esta situacin representa un tiempo propicio (2 Cor 6, 2), un kairs, un momento de revelacin intensa de Dios y de nuevas pistas en el camino de la fidelidad a su palabra.

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  • B e b e r e n s u p r o p io p o z o

    . En T IE R R A E X T R A A

    La situacin creada por el proceso liberador -que, ^ >n todos sus avatares, se alza contra la miseria y explotacin seculares de Amrica Latina- plantea serios cuestionamientos, rupturas y bsquedas a una determinada manera de entender la vida cristiana. Se desdibujan los puntos de referencia conocidos, se viven momentos de confusin, de frustracin y de repliegue defensivo; pero se inicia tambin un proceso de tanteos y se abren nuevas pistas. Todo lo cual constituye un juicio de la historia. Una historia que ha comenzado a ser forjada por los pobres y desposedos, los privilegiados del Reino. Y por ello es, en el fondo, un juicio de Dios mismo. Recordemos algunos de los aspectos ms saltantes de esta crisis.

    1. Un mundo ajeno

    La realidad latinoamericana est marcada por la pobreza que Puebla califica como inhumana (n. 29), y antievanglica (n. 1159). Ella constituye segn la clebre expresin de Medelln una situacin de violencia institucionalizada (Paz n. 16).

    Hoy percibimos cada vez con ms claridad lo que est enjuego en esa situacin: la pobreza significa muerte. Muerte ocasionada por el hambre y la enfermedad o por los mtodos represivos de quienes ven peligrar sus privilegios ante todo intento de liberacin de los oprimidos. Muerte fsica a la que se aade una muerte cultural, porque el dominador busca el aniquilamiento de todo lo que da unidad y fuerza a los desposedos de este mundo para hacerlos as presa fcil de la maquinaria opresiva.

    De eso se trata, de muerte, cuando hablamos de la pobreza, de la destruccin de personas y de pueblos, de culturas y de tradiciones. En particular de la pobreza de los ms despojados: indios, negros y la mujer de esos sectores doblemente marginada y

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  • CMO CANTAR A DlOS EN TIERRA EXTRAA?

    oprimida. No estamos entonces, como a veces se piensa, nicamente ante el desafo de una situacin social, como si fuese algo exterior a las exigencias fundamentales del mensaje evanglico. Nos hallamos ms bien ante una realidad contraria al reino de vida anunciado por el Seor.

    La tierra en la Biblia es objeto de una promesa de vida. Tierra propia donde los hijos de Dios vivan como habitantes y no como forasteros. Al contrario, una tierra extraa (cuyo prototipo para el pueblo judo es Egipto, y luego ser tambin Babilonia como en el Salmo 137 del que tomamos el ttulo de este capitulo), es lugar de injusticia y de muerte. Hostil al ser humano esa tierra ha perdido su significacin como don de Dios.

    La opresin secular, agudizada por la represin con que los poderosos intentan impedir todo cambio social1, crea una situacin de despojo de las grandes mayoras obligadas por consiguiente a vivir como extranjeras en su propia tierra2. Por eso el pobre que irrumpe en la historia y la Iglesia latinoamericana, lo hace a partir de una nueva y honda percepcin de esa vivencia de extraeza. Los expoliados y marginados son hoy cada vez ms conscientes de que viven en una tierra extraa, hostil a su vida y cercana a su muerte, lejana a sus ms legtimos intereses e instrumento de aquellos que los oprimen, ajena a sus esperanzas y propiedad de quienes buscan infundirles miedo3.

    La percepcin de la realidad de muerte implicada en una tierra que se ha vuelto ajena se expresa bien en un desgarrador tex

    1. No nos extenderemos aqu en este punto, que hemos tratado con mayor detalle en G. Gutirrez, Teologa de la liberacin , Salamanca ,72004, cap. VI; La fuerza histrica de los p obres , Salamanca 1982, 96-113.

    2. Un personaje de Arguedas, en El zorro de arriba y el zorro de abajo , exclamar desde la pobreza del pueblo chimbotano: La muerte en Peni patria es extranjero... La vida tambin es extranjero.

    3. Un aspecto de esa irrupcin es presentado en Puebla en estos trminos: Desde el seno de los diversos pases del continente est subiendo hasta el cielo un clamor cada vez ms tumultuoso e impresionante. Es el grito de un pueblo que sufre y que demanda justicia, libertad, respeto a los derechos fundamentales del hombre y de los pueblos (n. 87).

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  • B e b e r e n s u p r o p io p o z o

    to que nos llega desde Hait, el pas ms pobre de Amrica Latina. Ante una amenaza de desalojo a poblaciones campesinas, con motivo de un proyecto gubernamental, un grupo de cristianos escribe: Estas tierras son toda nuestra vida, todo nuestro aliento. Nos dan de comer. Gracias a ellas mandamos a nuestros hijos a la escuela [...]. Muchos campesinos no podrn trabajar ms como jornaleros. Cmo va a vivir toda esa gente? [...]. Dnde iremos? Si vamos a Puerto Prncipe nuestra situacin va a ser peor porque ah ya hay tanta miseria. Si vamos a la montaa qu tipo de tierra encontraremos para trabajar?, deberemos entonces abandonar el pas?, tomar un barco e ir a buscar la miseria en otros lugares? No merecemos ese dolor4.

    Esta experiencia tiene races histricas en la visin de los indios del Per del siglo XVI, esa tierra extraa es para ellos un mundo puesto al revs por el dominador europeo. Situacin necesitada por consiguiente de un cambio radical (un cataclismo csmico; un pachacuti, segn el trmino quechua) que ponga el universo sobre sus pies, estableciendo un orden justo5.

    As, exilados por estructuras sociales injustas de una tierra que en ltima instancia slo pertenece a Dios (porque ma es toda la tierra [Ex 19, 5; cf. Dt 10, 14]), y conscientes de este despojo los pobres entran activamente en la historia latinoamericana y se hallan en xodo para recuperar lo que es suyo. Ese combate

    4. Sobre el proyecto de Verrettes, 25.2.82, en Hait. Opresin y Resistencia. Testimonios de cristianos, Lima 1983, 97-98. El sentido de la tierra como fuente de fecundidad marca intensamente la cultura andina. Escribe al respecto monseor Luis Dalle: La tierra es la madre -pacham am a- que da alimento a los hombres, ella les da la vida y desaparecen en ella al morir. Antes de abrir el primer surco, se le pide perdn y se le ofrece despacho para que la cosecha sea buena (Antropologa y evangelizacin desde el runa, Lima 1983, 98).

    5. Este es un tema central en F. Guamn Poma de Ayala, El prim er Nueva Cornica y Buen Gobierno I-II1, M xico 1980. Cf. Juan Ossio, Guamn Poma: Nueva Cornica o carta al Rey Un intento de aproximacin a las categoras del pensam iento andino , en Ideologa mesinica del mundo andino , l ima 1973, 153-207. La idea es clara, pero ciertamente no basta una inversin de situaciones para establecer un mundo justo.

  • CMO CANTAR A DlOS EN TIERRA EX TRAA?

    por sus derechos se inscribe en una bsqueda del reino de Dios y su justicia, es decir, en un camino hacia el encuentro con el Dios del Reino. Aventura colectiva de liberacin, en la que el clsico combate espiritual ahonda sus exigencias adquiriendo dimensiones sociales e histricas6.

    De ah que tambin quienes se hacen solidarios con esta lucha se convierten en extraos a la sociedad latinoamericana7, e incluso a ciertos sectores de la Iglesia. Ajenos, en efecto, al estado de cosas existente y a sus beneficiarios que se consideran dueos de tierras, bienes y personas8. De esta manera los intentos de transformacin slo pueden venir de fera, porque, siempre segn los privilegiados, el pueblo pobre latinoamericano est satisfecho con su suerte y nicamente espera que le den algo cuando estira la mano y mendiga, para luego agradecer la bondad de sus generosos benefactores. En el fondo, los poderosos de este sub- continente tienen paradjicamente razn: la firme voluntad de cambio surge, en efecto, de una tierra que ellos mismos han convertido en extranjera para las masas pobres.

    6. Cf. infra, cap. II, prrafo 3.7. Un grupo de cristianos expulsados de Olancho (Honduras) escribe a

    los familiares de los campesinos, maestros y sacerdotes asesinados en el m ismo lugar: ltimamente hemos compartido la misma persecucin expresada en crticas constantes, acusaciones falsas, insultos, detenciones arbitrarias, saqueos, presiones y amenazas, descontrol e incertidumbres de nuestro futuro; dificultad de hacernos sentir con nuestras palabras, etc. Nos sentimos orgullosos de estar identificados con ustedes, mxime que dos de nuestros hermanos han corrido la misma suerte que los suyos, en las mismas circunstancias (Sacerdotes, religiosos y laicos expulsados de Olancho, Carta a fam iliares de las vctimas [22.7 .75], en Signos de lucha y esperanza, Lima 1978, 242).

    8. En relacin con el caso haitiano, que de un modo u otro se repite en muchas zonas del subcontinente, se escribe desde Puerto Rico: Entendemos que el xodo de haitianos no obedece a razones puramente econm icas, sino principalmente al rgimen dinstico y vitalicio de J. C. Duvalier, quien es dueo y seor de todo un pueblo, respaldado por una minora privilegiada y por la fuerza de los Macoutes, negndole al pueblo haitiano los ms elem entales derechos humanos (Comunicado de la Conferencia de religiosos de Puerto Rico [26 .3 .82], en Hait. Opresin y Resistencia. Testimonios de cris- danos, 99).

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  • B e b e r e n s u p r o p io p o z o

    En esas circunstancias, no debe llamar la atencin el tiempo de sospecha que se vive hoy en Amrica Latina. Para el dominador todo gesto de liberacin y de recuperacin de lo propio, todo lenguaje que quiera partir sin tamices de esta percepcin de ex- traeza resultan subversivos y merecedores de castigo por parte del poder poltico, militar o ideolgico que l detenta. La situacin existente -que ha comenzado a ser desafiada por los despojados- ha sido tan fuertemente asimilada por algunos, se halla para ellos tan en el orden de las cosas, que toda voz disidente resulta anormal y es materia de sospecha, incluso para ciertos sectores eclesiales.

    Es inevitable, al presente, beber el trago amargo de ser objeto de suspicacia, si se quiere, en solidaridad con los desposedos, dar testimonio de Dios en Amrica Latina. Esto puede ir hasta ser considerado no como un seguidor de Jesucristo, sino como un intruso: alguien que de fuera se introduce, se infiltra y crea problemas, por el solo hecho de pensar -y, la verdad sea dicha, de vivir tambin-, de modo diferente. La sospecha a propsito de algo tan profundo en cada uno como es la honestidad personal y sobre todo la fe en el Seor, es dura de aceptar y atenta contra aquello que la vieja moral llamaba el honor, derecho elemental de toda persona. Pero aquella puede adems acarrear persecucin, crcel o muerte. Para los biempensantes -algunos de ellos simplemente timoratos ante el futuro al que nos llama el Seor- un sospechoso de no ser buen cristiano fue, por ejemplo, monseor scar Romero9. La sospecha al interior de la propia comunidad cristiana es hoy un elemento de la cruz del cristiano que busca dar testimonio del Dios de los pobres. Pero es tambin, por eso mismo, un factor de purificacin de su compromiso.

    9. Sobre el itinerario de monseor Romero, en especial durante sus ltimos aos, consultar la excelente obra de James R. Brockman, The word re- mains: A Life o f O scar Romero, New York 1982. Para un anlisis desde dentro del significado teolgico y pastoral de su testimonio, cf. Jon Sobrino, scar Romero, profeta y mrtir de la liberacin , Lima 1981.

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  • CMO CANTAR A DlOS EN TIERRA EX TRAA?

    2. Cuestionamientos

    La espiritualidad ms o menos aceptada desde hace un cierto tiempo en algunos ambientes eclesiales es desafiada hoy por serios interrogantes10. Quisiramos destacar dos rasgos de ella y las respectivas crticas que le han sido dirigidas.

    a) La espiritualidad cristiana ha sido presentada durante mucho tiempo como una cuestin de minoras. Pareca ser algo propio de grupos selectos y en cierto modo cerrados, ligado la mayor parte de las veces a la existencia de las rdenes y congregaciones religiosas. Vida religiosa, en el sentido estricto del trmino, que aseguraba un estado de perfeccin y supona implcitamente como consecuencia estados de vida cristiana de tipo imperfecto. Al primero corresponda una fuerte y estructurada bsqueda de la santidad; a los segundos les tocaba, en el mejor de los casos, parcelas menos exigentes de esa espiritualidad. El primer camino supona de alguna manera un apartamiento del mundo y sus quehaceres cotidianos (es una forma de la famosa fuga mundi); el segundo no requera ese esfuerzo y poda ser recorrido modestamente en medio de preocupaciones poco o nada religiosas.

    La llamada espiritualidad del laicado que acompa el surgimiento de los movimientos apostlicos seglares, en las primeras dcadas de este siglo, signific una reaccin frente a esa manera de ver las cosas11. Contra sus aspectos ms rgidos y empobrece- dores de la vida cristiana, por lo menos12. Reivindicacin intere

    10. Algunos estaran tentados de considerar esa espiritualidad como tradicional, pero esto depender de la poca en que se haga comenzar la tradicin. Creemos que esta nocin tiene demasiada prestancia y significado en la experiencia y reflexin cristianas para emplearla en referencia a lo que sigue.

    11. Conviene recordar, sin embargo, que Francisco de Sales (1567-1622) haba dado ya un paso importante al dirigir su Introduccin a la vida devota al cristiano comn y corriente, al laico de su tiempo.

    12. Uno de los telogos que ms trabaj en esta lnea fue Y. Congar; cf. sus Jalones para una teologa del la icado , Barcelona 1969, en particular el captulo IX: En el mundo, pero no del mundo.

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  • B e b e r e n s u p r o p io p o z o

    sante pero insuficiente. Puesto que esa misma espiritualidad laical estaba todava -y no poda ser de otro m odo- fuertemente marcada por aspectos importantes del camino de perfeccin cristiana forjado por la experiencia monacal y religiosa13.

    Este enfoque implicaba en realidad -aunque esto no sea siempre reconocido explcitamente ni tal vez deseado en todos los casos- una distincin entre dos clases de cristianos o, si se quiere, dos caminos en la vida cristiana. Distincin existente ya en escuelas teolgicas de los primeros siglos y recurrente a lo largo de la historia de la Iglesia. Ella se presenta, aunque en formas ms sutiles, incluso en nuestros das.

    Sea lo que fuere de esto ltimo, lo cierto es que una espiritualidad confinada a minoras se halla hoy bajo un fuego cruzado. De un lado, por la experiencia espiritual que surge en el corazn del compromiso de los desposedos y marginados -y de los que se solidarizan con ellos- en su lucha por la liberacin; de esa experiencia viene un soplo popular y comunitario en la bsqueda del Seor que no se compagina con modelos elitistas. Por otra parte, por los cuestionamientos de quienes llevan una vida centrada en inquietudes de orden espiritual pero que empiezan a percibir que ella les es posible, parcialmente por lo menos, por la ausencia de urgencias de orden material (alimento, alojamiento, salud)14. Pre

    13. Durante muchos siglos la santidad tuvo por modelo la figura del monje. Por ms que hoy esta figura pueda considerarse agotada, del siglo IV al XX la autoconciencia cristiana del perfecto seguimiento de Cristo se expres nicamente por medio de la santidad monstica (C. Leonardi, De la san tidad monstica a la san tidad poltica: Concilium 149 [1979] 378). Observemos, sin embargo, algo que podra hacer repensar esta relacin: la espiritualidad monacal fue en sus orgenes un modo de prolongar la espiritualidad del martirio (cf. L. Bouyer, Spiritualit du Nouveau Testament et des Pres I, Paris 1960, 238-261 ). Podemos preguntarnos entonces si el tiempo de martirio que se vive en Amrica Latina (cf. p. 38 y 162-165) no establece hoy en un contexto diferente- un nuevo vnculo entre la experiencia espiritual que nace entre nosotros, y que es vivida por muchos laicos, y aquella martirial de los primeros siglos, fuente de la espiritualidad monacal.

    14. Escriben los religiosos de la CLAR: M uchos religiosos y religiosas comprueban con inquietud que gozan comunitariamente de un nivel de vida

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  • C m o c a n t a r a D io s e n t i e r r a e x t r a a ?

    ocupaciones que constituyen la existencia cotidiana de las grandes masas pobres de la humanidad.

    Hay algo difcil de aceptar en el hecho de que las minoras a quienes se dirige esta espiritualidad sean tambin minoras de alguna manera privilegiadas desde el punto de vista social, cultural y, con frecuencia tambin, econmico. Se trata de un asunto que merece, en todo caso, una profundizacin que vaya a las fuentes, rescate los valores presentes all, rompa con las inevitables inercias e instalaciones que se presentan en este tipo de cosas, e impida el crecimiento canceroso de algunos aspectos legtimos en ellos mismos15.

    b) Un segundo rasgo de la espiritualidad que comentamos, y que se encuentra hoy igualmente cuestionado, es su perspectiva individualista.

    que dista mucho del de los pobres a su alrededor. Si la comunidad com o tal vive en forma acomodada, no slo es difcil que los religiosos ejerciten individualmente la pobreza, sino adems se distancian objetivamente de un pueblo en que hay m illones habitando bajo cartones y latas en psimas condiciones higinicas y morales, careciendo aun del pan diario (Pobreza y vida religiosa en Amrica Latina, Bogot 1979, 25).

    15. Como decan los obispos en Puebla: La opcin preferencial por los pobres es la tendencia ms notable de la vida religiosa latinoamericana (n. 733), y esto ha llevado a la revisin de obras tradicionales para responder mejor a las exigencias de la evangelizacin. Asim ism o ha puesto en una luz clara su relacin con la pobreza de los marginados, que ya no supone slo el desprendimiento interior y la austeridad comunitaria, sino tambin el solidarizarse, compartir y -e n algunos ca so s- convivir con el pobre (n. 734, cf. Medelln, Religiosos n. 7-8). Aos antes los religiosos de la CLAR escriban: Para dar forma concreta a este servicio, asegurando al mismo tiempo su continuidad, las comunidades religiosas, suscitadas por el Espritu en el pueblo de Dios, han debido buscar estructuras institucionales adecuadas. A lo largo de la historia, estas estructuras -co m o las de toda institucin- han podido oscurecer su sentido de simple medio para ser servicio en el amor que la comunidad est llamada a prestar al pueblo. En un mundo como el nuestro, en Latinoamrica, sujeto a cambios socio-econm icos y culturales tan rpidos y profundos, es normal que estas estructuras corran el peligro de quedar desadaptadas, pudiendo llegar inclusive insensiblemente a contradecir esa misma misin de testimonio y de servicio efectivo al pueblo, que constituyen la razn de ser y la inspiracin carismtica primitiva de las comunidades < Pobreza y vida religiosa en Amrica Latina, 52.66). Cf. tambin La vida se-

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    El camino espiritual ha sido presentado, con frecuencia, como un cultivo de valores individuales en funcin de la perfeccin personal. La relacin con Dios pareca opacar ,a presencia de los dems y hunda a cada cristiano en su propia interioridad (en una manera de entenderla, ms bien). La vida espiritual era llamada por eso vida interior16, lo que muchos interpretan como algo que se vive exclusivamente dentro de cada uno. Lo importante entonces en esta versin era el despliegue de las virtudes en tanto que potencialidades individuales con poca o nula relacin con el mundo exterior17. Lo que cuenta en esta ptica es la

    gn el Espritu en las comunidades religiosas de Am rica Latina , Bogot 1973, 61. Todas estas perspectivas han llevado a una vigorosa reafirmacin de la vida religiosa en Amrica Latina.

    16. Precisamente as se titula una obra clsica: J. Tissot, La vida interior. Simplificada y reducida a su fundamento, Buenos Aires 1944 (edicin francesa original: 1894); manual muy usado en casas de formacin y seminarios.

    17. Despus de indicar que es necesario, en materia de espiritualidad, prestar atencin a lo que toca tanto a nuestra estructura personal, com o a las estructuras sociales, porque ninguna razn teolgica seria sustenta esta separacin, el padre Pedro Arrupe explica as la no consideracin de las dimensiones sociales: La nica cosa, creo, que se puede afirmar para explicar esta laguna, en la ascesis y la espiritualidad tradicionales, es que el hombre ha sido siempre ms o menos consciente (y el cristianismo ha avivado esa conciencia) de que poda cambiarse a s mismo [ .. .] . En cambio slo desde hace poco el hombre ha percibido que el mundo en el que vive con sus estructuras, su organizacin, sus ideas, sistemas, etc. [ ...] es tambin modifica- ble y reformable [...] . Las estructuras de este mundo -nuestras costumbres, nuestros sistemas sociales, econm icos y polticos, nuestras relaciones comerciales y, en general, las instituciones que nosotros mismos hemos creado- en tanto que la injusticia est imbricada, son las formas concretas en las cuales el pecado es objetivado. Esto lo lleva a avanzar en una importante y fecunda idea: esas estructuras marcadas por el pecado pueden ser designadas con el trmino jonico de mundo, pero si esta idea de mundo no ha sido desarrollada por la teologa como la de la concupiscencia , ello se debe a que el tiempo pasado no haba permitido superar una concepcin puramente individual. Ahora que la hemos superado, no nos queda sino aplicar a esta idea de mundo los mismos esquemas teolgicos elaborados a propsito de la concupiscencia, para que esta nocin desarrolle toda su terrible dinmica. El mundo ser para lo social lo que la concupiscencia es para lo individual (D iscurso dirigido al dcimo congreso internacional de ex-alumnos de colegios jesutas [ Videncia. 31.7.73]: Vie Chrtienne 178 [1975] 6-7),

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    intencin, sta es la que valora los actos humanos, sus efectos externos tienen menos importancia. Gestos sin sentido humano aparente alcanzaban as valor espiritual y santificante si eran hechos por grandes y legtimas motivaciones.

    Desarrollar solamente algunas dimensiones de la vida cristiana, por genuinas que ellas sean, puede derivar en una peligrosa privatizacin de la espiritualidad. Ciertas tradiciones espirituales conforme se iban alejando de sus fuentes empezaban a discurrir por los estrechos cauces de los manuales y los consejos espirituales hasta perderse -y secarse- en los hilos cada vez ms delgados de una perspectiva individualista. Las notas comunitarias, inherentes a toda vida cristiana, se convierten en formalidades; no logran quebrar la espina dorsal de esta perspectiva que hace del camino hacia Dios una aventura nicamente individual. No es extrao por eso que en ese contexto la caridad aparezca simplemente como una ms de las virtudes cristianas por cultivar18.

    18. Esto puede llegar a extremos increbles. Un caso jocoso, pero revelador, est representado por un libro de espiritualidad publicado en Francia a finales del siglo XVIII titulado Cmo evitar el purgatorio. La obra seala diez medios para lograr tal objetivo, uno de ellos es hacer un acto de caridad, por lo menos una vez cada cinco aos. Por lo m enos... Sin ir tan lejos, en la obra de Tissot citada anteriormente (cf. nota 16) no se encuentra un tratamiento central de la caridad, en tanto que amor a Dios y al prjimo. De hecho la relacin con el prjimo no juega ningn papel en el camino espiritual presentado por ese autor. Se conviene en reconocer que el otro clebre libro de G. Gilleman, Le prim at de la eharit en thologie morale , Bruges 21954, tuvo el gran mrito de reintroducir la perspectiva de la caridad -ausente durante largo tiem po- en la reflexin cristiana sobre el actuar humano (cf. R. Aubert, La thologie catholique du milieu du X X sicle , Paris 1954, /9; cf. tambin G. Thils, Orientations de la thologie , Louvain 1958, 134). Gracias sean dadas a G. Gilleman, pero cmo explicar el eclipse en teologa moral de la norma de comportamiento ms importante del seguidor de aquel que nos dej un mandamiento nuevo (cf. Jn 15, 12) y que tiene en la perspectiva tomista el papel de forma de todas las virtudes? J. de Guibert, en su clsica y rica obra Leons de thologie spirituelle , Toulouse 1955, asume este primado de la caridad en la vida espiritual con fuerte apoyo patrstico (cf. en particular p. 137- 147). No se encuentra, sin embargo, una profundizacin del vnculo entre el amor a Dios y el amor al prjimo, en tanto que elemento capital de una espiritualidad cristiana.

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    A este modo de entender el seguimiento de Jess se le suele calificar de espiritualista. Ello se debe a que manifiesta poco inters por las tarcas temporales, y revela una gru insensibilidad a la presencia y necesidades de personas reales y concretas que rodean al cristiano seguidor de esa espiritualidad.

    Nos parece, sin embargo, que una causa importante de este esplritualismo de evasin como lo llama Puebla (n. 826), est en el individualismo antes sealado. En efecto, el individualismo funciona como un filtro que permite espiritualizar, y hasta evaporar, lo que en la Biblia aparecen como macizas afirmaciones de orden social e histrico. Por ejemplo, reducir la oposicin pobres-ricos (realidad social) a la contradiccin hu- milde-orgulloso (realidad interior al individuo). El paso a travs del individuo, interioriza y hace perder su mordiente histrico a categoras nacidas de realidades en las que las personas y los pueblos viven y mueren, luchan y afirman su fe19. La reduccin mencionada se ha operado muchas veces, ^ucede con fre~ cuencia en la interpretacin del Magnficat -esa honda y hermosa expresin de la espiritualidad de los pobres de Yahv , cuando se le hace perder sus races en la vida y esperanzas del pueblo de Mara, y en ltima instancia en la propia experiencia personal de la madre de Jess.

    As pues, individualismo y esplritualismo van de la mano para empobrecer, e incluso deformar, lo que es seguir a Jess20. Una espiritualidad individualista no est en condiciones de orientar en ese seguimiento a quienes se hallan embarcados con una aventura comunitaria de liberacin. Tampoco da cuenta de las diferentes

    19. Est claro que con esto no negamos lo que actitudes com o el orgullo v la humildad significan desde el punto de vista humano y cristiano, nos referimos slo al redueeionismo espiritualista que algunos operan.

    20. Escribe con gran precisin monseor Carlos Parteli, arzobispo de Montevideo: Se experimenta que el encuentro con Jesucristo lleva en s mismo una llamada a romper con el estilo individualista. Porque seguirlo a l implica una nueva forma de convivir, de compartir, de comprometerse con los dems {C aria Pastoral. Montevideo. 15 de julio de 1978. 25).

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  • CMO CANTAR A DlOS EN TIERRA EXTRAA?

    dimensiones del ser humano, incluidas las as llamadas materiales, sobre las que trataremos en el tercer captulo.

    Nos interesaba destacar esos dos rasgos de esta perspectiva espiritual, porque expresan lo que muchos cristianos han vivido y viven todava. Aspectos que han deformado intuiciones y vivencias espirituales valiosas y que hoy son criticados no slo desde la experiencia actual, sino tambin desde el regreso a las fuentes mismas de esas intuiciones. Esos aspectos estn adems cargados de consecuencias, sobre algunas de las cuales volveremos ms tarde.

    3. Vino nuevo en odres viejos

    Lo que se vive hoy en Amrica Latina es demasiado nuevo y demasiado duro para no cuestionar de raz el tipo de espiritualidad mencionado. As lo experimenta todo aquel que busca ser solidario con las vctimas del despojo y la pobreza. Se trata de vctimas, en efecto. Es necesario repetirlo, porque a fuerza de hablar de los pobres, el compromiso con ellos, de sus valores humanos y cristianos, de su potencialidad evangelizadora, y de otras cualidades y capacidades, se corre el peligro de olvidar todo lo que de inhumano y antievanglico tiene la situacin de pobreza. La pobreza real que viven inmensas mayoras de seres humanos, y no aquella idealizada que a veces nos fabricamos para menesteres pastorales, teolgicos y espirituales.

    Esa cruel realidad provoca rupturas y lanza hacia algunas bsquedas:

    a) A medida que avanza y madura la solidaridad en el mundo de los pobres caen viejas seguridades, se desmoronan algunos puntos de referencia que todava daban cierta tranquilidad en medio de nuevas experiencias y retos. Una inseguridad creciente parece carcomer desde dentro esquemas de la vida espiritual que acompaaron los primeros pasos. Muchos han caminado por lar

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    go tiempo en su compromiso contando con la proteccin firme de una comunidad religiosa, de un ambiente cristiano, de una manera de entender la existencia segn el Evangelio. El choque con la realidad y el esfuerzo por insertarse cada vez ms profundamente en ella han hecho que el horizonte parezca ensombrecerse y que los viejos caminos terminen en impases. Se buscan entonces sendas ms fecundas, pagando en cambio el precio de la insatisfaccin, del temor, a veces de la frustracin. Y en todos los casos, el de una acuciante inseguridad inevitable quiz pero que debe ser transitoria porque sobre ella no es posible construir una espiritualidad slida y permanente.

    b) Esto trae una desarticulacin dolorosa en la experiencia espiritual. Se comienza a vivir un poco dicotmicamente: por un lado se siente el reclamo de un cierto camino espiritual, especialmente tal vez en aquellos que tuvieron una formacin ms sistemtica al respecto. Y por otro lado, la vida cotidiana, con sus exigencias de compromiso, parece discurrir por una va paralela, sin chocar en un primer momento con la espiritualidad adquirida pero sin enriquecerla tampoco. A la larga esa dualidad es fuertemente insatisfactoria. Perdidos los ejes que deban darle unidad al quehacer diario, se vive a merced de los acontecimientos sin establecer lazos fecundos entre ellos, brincando del uno al otro. Existe la conviccin de que se ha aprendido mucho en la solidaridad con los pobres y en la tarea evangelizadora en medio de ellos, pero si se pide expresar esta percepcin se recurre a categoras que comienzan a ser cada vez ms ajenas y distantes. Lo que ocurre es que no hay un examen de ellas a la luz de nuevas experiencias, o para ser ms exacto lo que no hay es un camino que reemplace a aquel que no parece ya llevar a destino.

    Un ejemplo importante, y doloroso, de esta falta de unidad de vida (exigencia de toda espiritualidad) es la desvinculacin que se opera, pese a buenas palabras, entre oracin y accin. Ambas son afirmadas como necesarias, y efectivamente lo son. El asunto est en el lazo a establecer entre ellas. Las soluciones

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  • C m o c a n t a r a D io s e n t i e r r a e x t r a a ?

    de buena voluntad (todo es oracin, yo rezo con el pueblo) no ponen fin al problema21.

    Se aora entonces, de modo ms o menos explcito, la unidad de vida perdida. Son muchos los cristianos que de un modo u otro se sienten inclinados a decir con el salmista:

    Recordando otros tiempos desahogo mi alma: cmo entraba en el recinto y me postraba hacia el santuario, entre cantos de jbilo y accin de gracias, en el bullicio de la fiesta (Sal 42, 5).

    Pero esa unidad no se recupera eliminando uno de los polos de tensin. Ser ms bien -conviene repetirlo- el resultado de un esfuerzo por ser fiel, en oracin y compromisos concretos, a la voluntad del Seor en medio del pueblo pobre. Una autntica unidad supone sntesis de elementos aparentemente dispares, pero que se enriquecen mutuamente. Y las posibilidades para esa sntesis bullen en el seno mismo de los cuestionamientos y la crisis de un determinado tipo de espiritualidad que hemos intentado recordar. Se trata de las pistas que abre la nueva situacin y que son el reverso esperanzador de los problemas sealados anteriormente.

    II. E l CANTO DE LOS POBRES

    Tierra extraa, paso por el desierto, por la prueba y el discernimiento. Pero en esa tierra, de la que Dios no permanece ausente, fructifican tambin las semillas de una nueva espiritualidad. Desde ella nacen nuevos cantos a Dios, cargados de una

    21. La cuestin esencial a la que toda escuela de espiritualidad debe dar respuesta es la de la conciliacin entre la presencia en el mundo y la presencia ante Dios, sea cual fuere la formulacin que se le d. Cmo superar esta dualidad y articular una presencia con otra? Tal cuestin atraviesa la historia de la espiritualidad (J. C. Guy, Saint Ignace de Loyola. Exercices Spirituels, Paris 1982, 43). De hecho, la espiritualidad ignaciana es uno de los ms notables y fecundos logros de esta sntesis.

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    autntica alegra, la cual se nutre de la esperanza de un pueblo que conoce muy bien el sufrimiento provocado por la pobreza y el desprecio.

    El pueblo cristiano de Amrica Latina vive una experiencia que los salmos expresan con hondura. Con la confianza puesta en Yahv ciudadela para el oprimido (Sal 9, 10) puede proclamar el salmista:

    Te doy gracias, Yahv, de todo corazn, cantar todas tus maravillas; quiero alegrarme y exultar en ti salm odiar a tu nombre, A ltsim o (Sal 9, 1).

    Con la seguridad de que el Seor ama la justicia y el derecho (Sal 33, 5) se puede cantar:

    Griten de jbilo, oh justos, en honor de Yahv a los rectos les va bien la alabanza;;dcn gracias a Yahv con la ctara, salm odien para l al arpa de diez cuerdas; cntenle un cntico nuevo,toquen la mejor m sica en la aclam acin (Sal 33, 1-3).

    Se vive entre nosotros un tiempo propicio, un kairs, en el que el Seor afirma: Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguien escucha mi voz y me abre, entrar a su casa a comer. Yo con l y l conmigo (Ap 3, 20). Toque discreto, no entrada violenta, que invita a la acogida y a la vigilancia activa, a la confianza y al coraje.

    La indiferencia, los privilegios adquiridos, el temor a lo nuevo llevan a muchos a la sordera espiritual haciendo que el Seor pase sin detenerse delante de sus casas. Pero son numerosos tambin los que en estas tierras, y en estos das, escuchan esa llamada y buscan abrir las puertas de sus vidas. Es un tiempo especial de accin salvfica de Dios en el subcontinente y de forja de una nueva ruta en el seguimiento de Jess.

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  • C m o c a n t a r a D io s e n t i e r r a e x t r a a ?

    1. Momento propicio22

    La conciencia cada vez ms clara de la dura situacin que se vive en Amrica Latina y de los sufrimientos del pueblo pobre no debe hacer olvidar que no est all lo nuevo del momento actual. La novedad est constituida no por la miseria, la represin y la muerte temprana que son, desgraciadamente, antiguas en estas tierras, sino por un pueblo que empieza a percibir las causas de esa situacin de injusticia y busca sacudirse de ella. Lo nuevo y lo importante estriba igualmente en el papel que la fe en el Dios liberador est jugando en ese proceso.

    Se puede decir por eso, sin miedo a exageracin alguna, que se vive hoy un momento excepcional en la historia de Amrica Latina y en la vida de la Iglesia. Una situacin de la que se puede decir con Pablo: ste es el momento propicio, ste es el tiempo de la salvacin (2 Cor 6, 2). Ver as las cosas no es obviar lo penoso del caminar del pueblo pobre o disimular los obstculos que encuentra en sus esfuerzos por defender sus derechos ms elementales. La urgente y cruel realidad -de miseria, explotacin, hostilidad, muerte que vivimos no nos permitira olvidar esto. No se trata de un fcil optimismo, pero s de una honda confianza en la fuerza histrica de los pobres y, sobre todo, de una firme esperanza en el Seor.

    Esas actitudes no aseguran mecnicamente un futuro mejor, pero a la vez que se alimentan de un presente lleno de posibilidades lo nutren de promesas. Hasta tal punto que no responder a sus exigencias, por no saber de antemano a dnde nos puede conducir, es negarnos a escuchar la llamada del Seor. Es no abrirle cuando nos toca a la puerta y nos invita a cenar con l.

    a) Vivimos hoy en Amrica Latina un tiempo de solidaridad. A lo largo y ancho del subcontinente crece un movimiento soli

    22. Algunas de las ideas que exponemos en este apartado fueron ya presentadas en G. Gutirrez, Fidelidad a la vida , en Signos de vida v fidelidad , Lima 1983, 17-22.

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    dario en la defensa de los derechos humanos, en particular de los pobres. As ha sido en los casos de Nicaragua, El Salvador, Guatemala, Bolivia; o tambin en aquellos de los exilada > y desaparecidos de Hait, Uruguay, Chile, Argentina, Paraguay y otros. Pero no es slo eso; en la base y a nivel local bullen los grupos y las organizaciones de solidaridad entre los desposedos y con ellos23. Lo que impresiona es precisamente la facilidad de los sectores populares para pasar de lo local a lo latinoamericano; son los primeros brotes a nivel del subcontinente de aquello que Jos Mara Arguedas llamaba la fraternidad de los miserables24. Son innumerables los hroes annimos de estos esfuerzos y es inmensa la generosidad derrochada en ellos.

    Hechos recientes de la historia europea han puesto de moda el trmino solidaridad. Pero en la experiencia latinoamericana el trmino expresa entre los pobres del continente, desde hace un buen nmero de aos ya, el gesto consecuente con una nueva toma de conciencia de su situacin de explotacin y marginacin, as como del papel que les corresponde jugar en la construccin de una sociedad distinta. Para los cristianos ese gesto es un acto eficaz de caridad, de amor al prjimo, de amor a Dios en el pobre. Perciben, por ello, que no se trata slo de actitudes personales. Lo que est enjuego es la solidaridad de toda la comunidad eclesial, de la Iglesia, con los movimientos de los pobres en la defensa de sus derechos. De ah el nacimiento de tantos grupos que se proponen no nicamente ser solidarios ellos, sino contribuir a que lo sea la Iglesia entera como testimonio -y verificacin- de su anuncio del reinado de Dios25.

    23. Ms adelante intentaremos precisar el sentido y races espirituales de esta actitud, cf. cap. 3.

    24. A esa solidaridad entre los pobres cantaba monseor Valencia Cano con efecto de pastor en un poema: Y mi pobre gente, viendo cmo consigue un centavo ms para ayudarme a ayudar a mi pobre gente ( Tierra, espacio y estrellas, en Con Dios a la m adrugada , Bogot 1965, 38).

    25. Medelln present la exigencia de solidaridad con los pobres y oprimidos como una exigencia para todo cristiano (cf. Pobreza n. 7). Juan Pablo II

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  • CMO CANTAR A DlOS EN TIERRA EXTRAA?

    b) Es tambin un tiempo de oracin. Cualquiera que tenga contacto con las comunidades eclesiales de base es testigo de que hoy se ora mucho, con intensidad y esperanza, en Amrica Latina. Agoreros de ruinas y fracasos del estilo de aquellos que a las puertas del Concilio, Juan XXIII llamaba profetas de la desgracia, han afirmado que se pierde la vida de oracin en el subcontinente. La experiencia en la base es totalmente otra. No se trata slo de los grandes momentos que jalonan la marcha de un pueblo con sus avances y sus retrocesos. En ellos se ha demostrado, es verdad, una gran creatividad y hondura de las comunidades en este campo. Pero para hablar de su riqueza e intensidad tenemos presente tambin, y sobre todo, la prctica orante cotidiana, pequea y localizada. No hay lugar en la Iglesia de Amrica Latina donde se rece con ms fervor y alegra en medio del sufrimiento y la lucha diaria que en las comunidades cristianas insertas en el pueblo pobre. Es un acto de reconocimiento y esperanza en el Seor que nos hace libres (Gal 5, 1).

    Resulta as que, para muchos (aunque no ignoramos los tropiezos de algunos en esta senda), la madurez creciente de la solidaridad con el compromiso liberador ha trado dialcticamente una valoracin de la oracin como una dimensin fundamental de la vida cristiana. Se da en consecuencia un poderoso

    ha recordado en su encclica sobre el trabajo humano el carcter de verificacin de la fidelidad al Seor que tiene el compromiso solidario de la Iglesia con los movimientos a travs de los cuales los trabajadores reclaman sus ms elementales derechos. He aqu la parte final de ese importante texto: Para realizar la justicia social en las diversas partes del mundo, en los distintos pases, y en las relaciones entre ellos, son siempre necesarios nuevos movimien- io s de solidaridad de los hombres del trabajo y de solidaridad con los hombres del trabajo. Esta solidaridad debe estar siempre presente all donde lo requiere la degradacin social del sujeto del trabajo, la explotacin de los trabajadores, y las crecientes zonas de miseria e incluso de hambre. La Iglesia est vivamente comprometida en esta causa, porque la considera como su misin, su servicio, com o verificacin de su fidelidad a Cristo, para poder ser verdaderamente la Iglesia de los pobres (LE 8). Para un comentario teolgico al texto, cf. G. Gutirrez, F.l evangelio del trabajo , en Sobre el trabajo humano. Lima 1c>82, 11-63.

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  • B hB E R EN SU PROPIO POZO

    desarrollo de ella en los grupos cristianos populares. Conocemos lo difcil que resulta medir esto, pero la experiencia cotidiana c incluso el resul tado escrito en un pueblo en , i que predomina la expresin de tipo oral- son prueba de su extensin y de su creatividad.

    c) Tiempo de solidaridad y oracin, y en cierto modo, sintetizndolos, tiempo de martirio. Son numerosos los que han dado su vida, hasta la muerte, por testimoniar la presencia de los pobres en el mundo latinoamericano26 y la predileccin de Dios por ellos. Y la sangra no ha terminado todava.

    Los primitivos brotes de esta indita y sorprendente situacin (no son pocos los perseguidores y asesinos que, cuando no se ocultan, se declaran cristianos27) se remontan a unos quince aos

    26. Aunque parezca increble, la realidad de la pobreza en sus variadas formas es negada, abierta o sutilmente, por algunos en Amrica Latina. Hace unos aos escuch de labios de un campesino salvadoreo la siguiente ancdota 'na delegacin de campesinos presentaba sus problemas a un alto funcionario poltico (no recuerdo si era un ministro o el propio presidente de la repblica). Ante la queja de uno de ellos sobre una medida lesiva a las tradiciones culturales indgenas, el dignatario en cuestin le interrumpi diciendo: Aqu, en I I Salvador, no tenemos poblacin india. El campesino decidi entonces proseguir su intervencin en lengua indgena, idioma que el poltico, por cierto, ignoraba.

    27. A decir verdad estos hechos se dan desde el inicio de la evangeliza- cin de las entonces llamadas Indias cuando, claro est, ese anuncio del mensaje cristiano asume los derechos de los pobres y desafia el poder del dominador; ese se hallaba representado en esa poca por el encomendero. Un caso notable fue el asesinato del obispo de la actual Nicaragua, Antonio Valdivieso, que es relatado as: Sucedi que, predicando en favor de la libertad de los indios, reprehendi a los conquistadores y gobernadores, por los malos tratamientos que hacan a los indios. Indignronse tanto contra l, que se lo dieron a entender con obras y con palabras... Entre los soldados que haban venido del Per a esta tierra mal contentos, fue un Juan Bermejo, hombre de mala intencin. Ese se hizo de parte de los hermanos ( ontreras (Gobernador de Nicaragua)... Sali acompaado de algunos... y se fue a casa del obispo, que lo hall acompaado de su compaero fray Alonso, y de un buen clrigo, y perdiendo el respeto a lo sagrado, le dio de pualadas (Gonzlez Dvila, Teatro eclesistico de la prim itiva iglesia de las Indias Occidentales I, 235-236; citado en F Dussel. El espiscopado latinoamericano r la liberacin de los pobres / $1)4 \U \kv> '?7v. us. 3 36).

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  • C m o c a n t a r a D io s e n t i e r r a e x t r a a ?

    ntrs28. Estamos tal vez muy cerca histricamente de estos hechos para poder medirlos en todo su alcance29.

    Qu pensaran los contemporneos de los mrtires de los primeros siglos sobre los hechos de su poca? Tal vez a algunos de ellos la complejidad de factores que intervienen en toda cuestin histrica, la cercana al asunto, as como su propia falta de coraje personal les impidieron ver el significado de acontecimientos que hoy aparecen claramente como heroicos testimonios de fe en el Seor. Ocurre que el consenso respecto a lo que se desarrolla ante nuestros ojos es siempre ms difcil de lograr; porque los hechos presentes no se hallan colocados, como los del pasado, en un mundo que consideramos idlico y que envolvemos con leyendas doradas. Se trata de acontecimientos que forman parte de nuestro propio universo y que exigen de cada cual una decisin personal, una ruptura con toda complicidad con los verdugos, una solidaridad franca, una denuncia rigurosa, una oracin comprometida.

    28. Cf. G. Gutirrez, Teologa de la liberacin , 153. Uno de los primeros isesinados fue Henrique Pereira Neto, joven sacerdote de raza negra, colabo- ador de Don Helder Cmara en Recife y amigo cercano nuestro; a l hemos dedicado nuestro libro sobre Teologa de la liberacin.

    29. Ver la informacin y los testimonios presentados en M. Lange y R. Iblacker, Witness ofH ope. Thepersecution ofChristians in latin America, New York 1981. Karl Rahner escribe en el prlogo: El libro relata martirios, en el sentido teolgico estricto del trmino [ ...] aqu no se sugiere que cada episodio relatado, por s solo, realice clara y cabalmente el concepto de martirio en el sentido teolgico estricto del trmino. Pero, con todo, aqu estn relatados au- lnticos martirios; en el mundo de hoy tienen el sentido y funcin de ser testigos de la misin sobrenatural de la Iglesia. Y eso es lo que la teologa cristiana, en la poca de la Iglesia primitiva, reconoca como martirio [...] . Este libro da testimonio de una autntica teologa de liberacin. Despus de leer este libro, podr el lector rechazar la teologa de liberacin ken gros como un ejercicio de secularismo moderno? O no ser que el lector tendr que reconocer que elSitz im Leben', el punto de partida, de esta teologa es legtimo porque se co

    loca en un lugar desde el cual empieza un camino que conduce hasta el final, cuando personas sacrifican sus vidas por sus semejantes? No ser que este libro est revelando una teologa de la liberacin que es una experiencia vivida, no violenta, lejos de ser ars gratis artis, sino que manifiesta que bien sabe car- liar una responsabilidad por los pobres y necesitados? ( ibid.. xiv-xv).

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  • B e b e r e n s u p r o p io p o z o

    Pero el pueblo pobre no se engaa, reconoce y habla cuando otros callan30. Ve en la entrega de esas vidas un profundo y radical testimonio de fe; comprueba que esc testin; >nio del Dios de la vida en un subcontinente en que el poderoso siembra la muerte para defender sus privilegios lleva con frecuencia al asesinato del testigo; y se alimenta de la esperanza que levantan esas vidas y esas muertes. Segn la ms antigua tradicin cristiana la sangre martirial da vida a la comunidad eclesial, a la asamblea de los discpulos de Jesucristo. Ese es el caso hoy en Amrica Latina. La fidelidad hasta la muerte es fuente de vida. Ella seala nuevos, exigentes y fecundos rumbos en el seguimiento de Jess.

    No es un camino enteramente nuevo. La realidad martirial que se vive en Amrica Latina nos devuelve a todos a una de las grandes fuentes de toda espiritualidad: la experiencia sangrienta de la primitiva comunidad cristiana, dbil frente al poder imperial de la poca31.

    30. Lo dice con hondura y belleza un poema de monseor Pedro Casal- dliga {San Romero de Amrica, p a sto r y m rtir, en Signos de vida y f id e lidad, 465-467) ante el asesinato de monseor scar Romero:

    El ngel del Seor anunci en la vspera...El corazn de El Salvador marcaba 24 de marzo y de agona.T ofrecas el Pan,

    el Cuerpo vivo.[ ...] Amrica Latina ya te ha puesto en su gloria de Bernini -e n la espum a- aureola de sus mares en el retablo antiguo de los Andes, en el dosel airado de todas sus florestas, en la cancin de todos sus caminos, en el calvario nuevo de todas sus prisiones,

    de todas sus trincheras de todos sus altares...

    En el ara segura del corazn insomne de sus hijos!San Romero de Amrica, pastor y mrtir nuestro, nadie har callar

    tu ltima homila.

    31. La importancia del martirio en la espiritualidad de la Iglesia antigua difcilmente podra ser exagerada. Pero no es slo para la poca en la que tu-

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  • C m o c a n t a r a D io s e n t i e r r a e x t r a a ?

    d) Pginas atrs hablamos de cuestionamientos y de crisis, pero stos no cubren toda la realidad del seguimiento de Jess hoy en Amrica Latina, ni son lo ms representativo de ella. Eso no es sino camino por hacer, y precio por pagar, en funcin de lo fundamental: el reconocimiento del tiempo de salvacin que se vive en estas tierras. Hemos citado anteriormente el salmo 42; ahora bien, esa misma oracin no se fija nostlgicamente a un pasado, ello revelara ms un apego a nuestros propios sentimientos que a Dios mismo. El salmo contina:

    Por qu te acongojas, alma ma, por qu te m e turbas?Espera en D ios, que volvers a darle gracias.Enva tu luz y tu verdad: que ellas m e guen y m e conduzcan hasta tu m onte santo, hasta tu morada y m e acercar al altar de D ios, al D ios de mi gozo y alegra, te dar gracias al son de la ctara, D ios, D ios m o (Sal 42, 12; 43, 1 -4).

    Ese volvers a darle gracias es ya un presente. La Iglesia de Amrica Latina vive un momento excepcional de su historia. El compromiso concreto y eficaz de tantos cristianos con los ms pobres y desheredados, as como las gruesas dificultades que encuentran debido a este empeo solidario, est dejando una huella profunda en la historia del subcontinente. La actitud de los que crean que podan seguir contando con el apoyo de la Iglesia para mantener sus privilegios cambia, pero cambia tambin la de aquellos que comenzaban a verla como una institucin del pasado. Estamos no en la vspera, sino iniciando el hoy de una oportunidad evangelizadora nunca antes vivida32.

    Quiz esto sepa a algunos a optimismo fcil e ingenuo. Pero no se trata de eso. El agobio de una interminable situacin de mi-

    vieron lugar la mayor parte de los martirios que ellos presentan esta importancia excepcional. Despus de los datos del Nuevo Testamento, ningn factor sin duda ha tenido tanto peso en la constitucin de la espiritualidad cristiana (L. Bouyer, Spiritualit ciu Nouveau Testament et des Peres I, 238).

    32. Hov vivim os un momento grande y difcil de evangelizacin (Puebla n. 342), '

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  • B e b e r e n s u p r o p io p o z o

    seria, las tensiones provocadas por las resistencias que es necesario vencer en el compromiso liberador, la tristeza proveniente de la permanente actitud de sospecha que se exp^imenta ante todo esfuerzo de solidaridad efectiva con el pueblo explotado, las resistencias que se viven al interior mismo del pueblo de Dios, no permiten optimismos ligeros. Olvidadizos de marginaciones, sufrimientos y muertes. Pero es necesario ser consciente de que lo que ha modificado, y radicalmente, la situacin es que todo eso, pese -o gracias- a un inmenso costo, alimenta una nueva vida, seala caminos inditos y es motivo de una profunda alegra.

    La generosidad derrochada -a veces junto con la propia sangre, lo hemos recordado- en estos aos en Amrica Latina fecunda estas tierras y coloca a la comunidad eclesial en un exigente, es cierto, pero al mismo tiempo rico momento de su historia. En los rostros y manos de los desposedos el Seor toca a su puerta, y con insistencia. Alimentar la esperanza del pueblo pobre, que monseor Romero presentaba como su tarea de pastor33, es para la Iglesia aceptar el banquete al que nos invita el Dios del reino. Hablbamos de una oportunidad evangelizado- ra, la pregunta que se impone es: sabremos aprovecharla?

    Solidaridad, oracin y martirio constituyen un tiempo de salvacin y juicio, de gracia y exigencia; y ante todo, de esperanza.

    2. Hacia una nueva espiritualidad

    El tiempo que se vive en Amrica Latina, rico en cuestiona- mientos y en perspectivas, cargado de impases y nuevas pistas,

    33. En esta nueva coyuntura el juicio mo sigue siendo pastoral, animar una esperanza que yo sinceramente entreveo. Ha sido mi trabajo siempre mantener la esperanza de mi pueblo. Si hay una chispita de esperanza alimentarla es mi deber y creo que todo hombre de buena voluntad tiene que alimentarla (Homila del 11.11.1979; citamos las homilas de monseor Romero, limitndonos a sealar sus fechas, a partir de los textos ntegros que iban apareciendo en la publicacin salvadorea Sentir ron a Iglesia).

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  • C m o c a n t a r a D io s e n t i e r r a e x t r a a ?

    lleno de sufrimientos y esperanzas, se va constituyendo tal vez en el crisol de una forma distinta de seguir a Jess. Distinta quiere decir propia, alimentada por las realidades que se viven en estas tierras.

    En ellas el fuego del dolor humano ante la miseria de los pobres y las atrocidades de que son vctimas, pero tambin el fuego del amor de Dios representado en forma especial por aquellos que han dado su vida por amor a los hermanos consumen -y mezclan- elementos dispares de nuestra realidad y de nuestra historia. De esta obra, destructiva slo en apariencia porque hay en ella un aspecto fundamentalmente creador, est saliendo el oro acrisolado (Ap 3, 18) de una nueva espiritualidad. No aceptar esta realidad, no estar incluso dispuesto a ser as consumido con armas y bagajes significa quedarse en lo adjetivo y lo anecdtico, cuando no con lo deformado y perverso de lo que sucede hoy en Amrica Latina. Significa preferir la inercia egosta a la firmeza, la ilusin a la esperanza, el honor de ribetes mundanos a la fidelidad profunda a la Iglesia, la moda a lo nuevo, el autoritarismo a la autoridad moral y el servicio, el pasado tranquilizador ai presente desafiante. Significa, en definitiva, preferir Mamn al Dios de Jesucristo.

    a) Seguimiento de Jess y movimiento histrico

    Toda gran espiritualidad est ligada a los grandes movimientos histricos de su poca. Este lazo no significa de ningn modo una dependencia mecnica, pero seguir a Jess es algo que cala hondo en el devenir de la humanidad.

    Tal es el caso, por ejemplo, de la espiritualidad mendicante que nace cuando, pese a las apariencias de buena salud, se estaban incubando los primeros grmenes de una crisis de la cristiandad. Dicho camino espiritual se halla estrechamente vinculado a los movimientos de los pobres que representan una reaccin social y evangl ica frente a la riqueza y el poder alcanzados por

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  • B e b e r e n su p r o p i o p o z o

    la Iglesia en esa poca35. Esa cima de fuerza poltica y de opulencia est claramente expresada en los aos del pontificado de Inocencio 111(1198-1216). Si se prescinde del contexto histrico en el que Francisco de Ass y Domingo de Guzmn desarrollan su obra y dan su testimonio evanglico, no es posible comprender toda la significacin de las rdenes mendicantes, as como la recepcin y la resistencia que encontraron36.

    Esa fue tambin la situacin de Ignacio de Loyola. Su espiritualidad se sita en el gozne de la llamada Edad Moderna. La ampliacin del mundo conocido gracias a los descubrimientos geogrficos, la afirmacin de la razn humana expresada en el nacimiento de la ciencia experimental, la extensin del campo de la subjetividad en materia religiosa trada por la reforma protestante, son razones convergentes que llevan a una nueva manera de entender el papel de la libertad humana. No es mera coincidencia que en la espiritualidad ignaciana la libertad, una libertad orientada al servicio de Dios y de los dems, sea un tema central.

    Podemos multiplicar los ejemplos (Juan de la Cruz y Teresa de vila y su relacin con la reforma en la Iglesia catlica, y muchos otros ms). Ellos no harn sino corroborar lo que enuncibamos ms arriba: las formas concretas de seguir a Jess estn ligadas a los grandes movimientos histricos de una poca.

    El conocimiento de esta constante nos facilitar la comprensin de lo que est pasando hoy ante nuestros ojos en Amrica Latina. Tal vez nos falta perspectiva para captar ese hecho, porque la inmediatez del acontecimiento no permite tomar la distancia necesaria. Pero eso es lo que hemos comenzado a vivir. La irrupcin del pobre a que nos referamos al inicio de este captulo se expresa en conciencia de identidad y en organizacin de los oprimidos y marginados de Amrica Latina. En adelante la so

    35. Cf. el estudio de M. Mollat, Lespauvres au Mayen-Age, Paris 1978.36. Cf. M. Gelabert y J. M. Milagro, Santo Domingo de Guzmn visto

    p o r sus contem porneos , Madrid 1947, y el hermoso libro de L. Boff. SanFrancisco de A ss ternura y vigor. Maliao '1995.

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  • CMO CANTAR A DlOS EN TIERRA EXTRAA?

    ciedad latinoamericana es juzgada, y ser transformada, a partir de los pobres. Ellos son los que en esta tierra extraa y de muerte que es Amrica Latina levantan lo que Garca Mrquez llamaba, en su hermoso discurso al recibir el premio Nobel, la utopa de la vida: Frente a la presin, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida. [...] Una nueva y arrasadora utopa de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor, y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien aos de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra37.

    En bsqueda de esa oportunidad un pueblo entero -con todos sus valores tradicionales y la riqueza de su experiencia reciente- se ha puesto en marcha para construir un mundo en el cual las personas sean ms importantes que las cosas, en el que todos puedan vivir con dignidad. Una sociedad respetuosa de la libertad humana al servicio de un autntico bien comn, sin ningn upo de coacciones vengan de donde vinieren y sin tener que vivir a merced de los dos grandes dueos de este mundo38. Eso es lo que llamamos el proceso histrico de liberacin, que con sus idas y venidas, recorre todo el subcontinente. Proceso incipiente que no avanza triunfalmente y sin obstculos bajo los aplausos del mundo entero, que no alcanza todas las esquinas de la geografa latinoamericana o todos los rincones de la existencia del pueblo que vive en ella. Pero estamos en presencia de algo consistente y trejo que afirma, pese a sus altibajos, lo mejor y lo ms promisorio del pueblo latinoamericano.

    No se trata en primera instancia de un movimiento intraecle- sial; es algo que sucede en la historia del conjunto del pueblo latinoamericano. No obstante, por eso mismo, ese proceso envuelve y se refleja en la iglesia. En toda ella. Se trata de un movimiento

    37. La so ledad de Amrica Latina (discurso al recibir el premio Nobel): Pginas 51 (1983) 28.

    38. hid.

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  • B e b e r e n s u p r o p io p o z o

    de gran amplitud que marca indefectiblemente el mundo en el que vive la Iglesia y en el que sta tiene que realizarse como sacramento de salvacin y como comunidad de testigos de la vida del Resucitado.

    Las luchas del pueblo pobre por la liberacin representan una afirmacin de su derecho a la vida, puesto que la pobreza que sufre el pobre significa muerte, muerte prematura e injusta. Desde esa afirmacin de la vida, los pobres del subcontinente intentan vivir su fe, reconocer el amor de Dios, y proclamar su esperanza39. En el seno de esas luchas, llenas de avatares, el pueblo oprimido y creyente se hace cada vez ms agente de una manera de ser cristiano, de una espiritualidad. Dejar as de ser consumidor de espiritualidades, valiosas sin duda pero que corresponden a otras experiencias y a otras metas, porque va forjando un camino propio para ser fiel al Seor y fiel a las vivencias de los ms pobres.

    El movimiento histrico centrado en el proceso de liberacin constituye, en verdad, el territorio en el que se da la experiencia espiritual de un pueblo que afirma su derecho a la vida. Ese es el suelo en que echa races su respuesta al don de la fe en el Dios de la vida. La pobreza que significa muerte para el pobre no es ya motivo de resignacin a las condiciones de la existencia presente, ni tampoco de desaliento para sus aspiraciones. La experiencia histrica de liberacin que comienza a vivir le descubre,o redescubre, algo que llevaba muy hondo en l mismo: Dios quiere la vida de aquellos que ama.

    Una lectura de fe nos hace as comprender que la irrupcin del pobre en la sociedad e Iglesia latinoamericanas es, en ltima instancia, una irrupcin de Dios en nuestras vidas. Esta irrupcin es el punto de partida, y tambin el eje de la nueva espiritualidad. Ella nos seala por eso el camino hacia el Dios de Jesucristo.

    39. (T Felipe Zegarra, Defensa de la vida, organizacin popular y fe cris- nana: Ptinas 52 ( s)

  • CMO CA NTAR A D lO S EN TIERRA EXTRAA?

    b) Elige la vida y vivirs (Dt 30, 19)

    Puede parecer atrevido hablar de una espiritualidad que nace en el seno del pueblo pobre de Amrica Latina, pero de ello se trata a nuestro entender. Tal vez sorprende porque se piensa que la lucha por la liberacin se sita en un plano social y poltico, ajeno por eso mismo al campo espiritual. Claro est, aqu todo depende de lo que se comprenda por espiritual. Tendremos ocasin de precisarlo ms adelante, limitmonos a decir por ahora que el proceso de liberacin es algo global y que compromete toda dimensin humana40. Adems, la pobreza en que vive la inmensa mayora de los latinoamericanos no es slo un problema social. Es una situacin humana que constituye un desafo profundo a la conciencia cristiana.

    La sorpresa puede venir tambin de que el sujeto de la experiencia que abre la ruta a una espiritualidad es un pueblo entero y no una personalidad destacada y en cierto modo aislada, por lo menos al inicio. Pero este es precisamente un punto que tendremos que profundizar. Lo que hoy acontece entre nosotros nos saca de caminos trillados, y nos hace ver que el seguimiento de Jess se presenta no a travs de una ruta individual, sino al interior de una aventura colectiva. Se recupera as el sentido bblico de la marcha de un pueblo en busca de Dios.

    La espiritualidad que nace en Amrica Latina es la de la Iglesia de los pobres a la que llamaba Juan XXIII, la de una comunidad eclesial que -sin perder nada de su perspectiva universal- intenta hacer efectiva su solidaridad con los ms desposedos de este mundo. Espiritualidad colectiva, eclesial, marcada por la religiosidad de un pueblo explotado y creyente. Camino emprendido por el conjunto del pueblo de Dios que deja atrs una tierra de opresin y busca, sin ilusiones pero con firmeza, encontrar su

    40. Esta es, como se sabe, una de las ms viejas intuiciones en la perspectiva de la teologa de la liberacin; cf. las reflexiones sobre la liberacin total en (i. Gutirrez. Teologa de la liberacin, 91-92 y 222-223.

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  • B e b e r e n s u p r o p i o p o z o

    ruta en medio del desierto. Espiritualidad nueva como nuevo es siempre el amor del Seor que invita al rechazo a la inercia e impulsa a la creatividad.

    En este seguimiento de Jess lo central se juega en la dialctica muerte-vida; en ella y en la victoria del Resucitado se revela el Dios de nuestra esperanza. Espiritualidad profunda y rigurosamente pascual que atiende a todo aquello que explota y margina al pobre y se alimenta por eso de la victoria contra la muerte antes de tiempo (como deca Bartolom de Las Casas) que esa situacin expresa. Ella representa la conviccin de que la ltima palabra la tiene la vida, no la muerte. Seguimiento de Jess que se alimenta del testimonio de la resurreccin que significa la muerte de la muerte, y que se nutre tambin de los esfuerzos liberadores de los pobres por afirmar su irrecusable derecho a la vida41.

    En la relacin entre un sistema opresor y el Dios que libera, entre la muerte que siembra el dominador y el Dios de la vida se esboza, en las condiciones existentes en Amrica Latina, un camino para seguir a Jess, para ser sus discpulos. A Jess no hay que buscarlo entre los muertos porque est vivo (Le 24, 5). Buscarlo entre los vivos es escoger la vida, como dice el libro del Deuteronomio. Esa eleccin est en la base de la experiencia espiritual que da inicio a una nueva ruta en el seguimiento de Jess en Amrica Latina42.

    41. La solidaridad humana en los momentos histricos ms duros se vuelve signo revelador de su amor que no muere porque es la vida misma que permanece para siempre, que robustece a quien se queda sin fuerzas, que orienta a quien confa en el D ios de la promesa de liberacin. Hoy nuestro pueblo nos anuncia esta misteriosa obstinacin de quienes esperan contra toda esperanza, de los que permanecen firmes en la justicia de su causa y en el poder de la verdad para transformar la historia. Su lucha impide que esta esperanza sea sofocada y la hace llegar a todos, para que a todos nos ponga en movimiento en esa actitud de defensa de la vida (ON1S, Situacin del pueblo v responsabilidad cristiana , enero 1977, en Signos de lucha y esperanza , 38, subrayado nuestro).

    42. Deca con nitidez monseor Romero: Creemos en Jess que vino a traer vida en plenitud v creemos en un Dios viviente que da vida a los hom-

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  • C m o c a n t a r a D io s e n t i e r r a e x t r a a ?

    c) Incorporarse a la experiencia espiritual del pueblo

    Para muchos cristianos en Amrica Latina actualmente la posibilidad del seguimiento de Jess se juega en su capacidad para incorporarse a la experiencia espiritual del pueblo pobre. Esto les exige una conversin profunda: se trata de hacer suya la experiencia que los pobres tienen de Dios y de su voluntad de vida para todo ser humano.

    Tal vez en el pasado este tipo de cristianos, formados en alguna escuela espiritual, sentan que a ellos les corresponda transmitir al pueblo sus propias experiencias e indicarle la senda de una correcta vida cristiana. Hoy, ellos mismos estn llamados a dar un vuelco en esta manera de ver. El potencial evangeliza- dor que Puebla (n. 1.147) reconoce en los pobres y oprimidos implica una fuente de esa fuerza y capacidad en el mundo del mensaje cristiano. Ahora bien, ese punto de partida es precisamente la experiencia espiritual provocada por la revelacin hecha de preferencia a la gente sencilla (Mt 11, 25). Se trata de incorporarse a este encuentro con el Seor.

    El asunto no consiste slo en reconocer que la vivencia popular plantea cuestiones y desafos a la espiritualidad de los cristianos a que nos referimos. Quiz fue as durante un tiempo. Muchos, por ejemplo, comprometidos con los votos religiosos se sintieron interpelados por la pobreza real de los despojados y marginados. Se preguntaron entonces qu sentido poda tener ante esa situacin su propia promesa de llevar una vida pobre.

    bres y quiere que los hombres vivan en verdad. Estas radicales verdades de la fe se hacen realmente verdades y verdades radicales cuando la Iglesia se inserta en medio de la vida y de la muerte de su pueblo. Ah se le presenta a la Iglesia, como a todo hombre, la opcin ms fundamental para su fe: estar en favor de la vida o de la muerte. Con gran claridad vemos que en esto no hay posible neutralidad. O servimos a la vida de los salvadoreos o som os cm plices de su muerte. Y aqu se da la mediacin histrica de lo ms fundamental de la fe: o creemos en un Dios de vida o servimos a los dolos de la muerte ( Discurso en la Universidad de Lovaina del 2 .2 .19H0, en Signos de vida v fidelidad , 373).

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  • B e b e r e n s u p r o p io p o z o

    Cuestionan!ientos legtimos y que manifiestan una sensibilidad digna de toda consideracin. Sin embargo, las cosas son actualmente mas globales y hondas. No estamos unte interrogantes aislados por incisivos que ellos sean. Se dibuja ahora algo ms sistemtico, en el que las partes se resisten a ser separadas y se relacionan ms bien como un todo orgnico. En ese proceso los votos religiosos recuperan su sentido pleno.

    Esa nueva realidad invita a salir de un mundo familiar y frecuentado, y lleva a muchos a releer la propia tradicin espiritual y reencontrar vitalmente sus fuentes. Se trata sobre todo de hacer nuestro el mundo del pobre, su manera de vivir la relacin con el Seor y de asumir la prctica histrica de Jess43. De otro modo, es decir, sin tener en cuenta esas exigencias, se discurrir por una senda paralela a la emprendida por el pueblo oprimido y creyente. Se intentar entonces establecer algunos puentes para ligar esas rutas diferentes: compromiso con los explotados, relaciones de amistad con algunos de ellos, celebrar la eucarista con las comunidades populares, etc. Esfuerzos meritorios, sin duda, pero insuficientes porque tales vnculos no eliminan el paralelismo mencionado. Ahora bien, la experiencia espiritual que vive el pueblo pobre es demasiado profunda y englobante para merecer slo ese tipo de atencin. Por ello hablamos de incorporarse a dicha vivencia. Ese es el asunto. Todo lo dems es quedarse a mitad de camino.

    E insertarse en esa vivencia quiere decir, para quienes se sitan al interior de una tradicin espiritual, llevar con ellos dicha

    43. Esa es la condicin de un seguimiento de Jess hecho en contexto eclesial. Escriba con precisin Hugo Echegaray: Se plantea vigorosamente al militante cristiano la exigencia de establecer lo que quiere decir para l prolongar la prctica de Jess. Esta pregunta no puede ser absuelta sino en trminos de seguimiento de Cristo, de discipulado vivido de manera efectiva. Es de importancia capital para el cristiano de cualquier poca el poder decidir en qu consiste ese seguimiento, y qu implica en concreto para unificar nuestra vida. De otro modo, la experiencia espiritual del creyente se estara elaborando al margen de la Iglesia {ai prctica de Jess. Salamanca 19X2, 54-55).

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  • C m o c a n t a r a D io s e n t i e r r a e x t r a a ?

    tradicin. Hay una gran riqueza en los caminos que la comunidad cristiana ha ido encontrando en el seguimiento de Jess a lo largo de la historia, Es una experiencia a la que no podemos renunciar. Esa tradicin debe ser aprovechada para enriquecer la actual vivencia espiritual del pueblo pobre. No hacerlo es revelar una especie de avaricia en materia de espiritualidad. Avaricia que, por lo dems, se est volviendo contra esos poseedores recelosos: sus riquezas espirituales se desgastan y desvalorizan a fuerza de guardarlas bajo el colchn. Es el momento de recordar la parbola de los talentos.

    La fe y la esperanza en el Dios de la vida que se anidan en la situacin de muerte y de lucha por la vida que viven los pobres y oprimidos en Amrica Latina: ese es el pozo en que tenemos que beber si buscamos ser fieles a Jess. De esa agua bebi monseor scar Romero, que se declaraba convertido a Cristo por su propio pueblo44. A partir de ese cambio no vio su seguimiento de Jess sino como algo estrechamente ligado a la vida (y muerte) del pueblo salvadoreo, cuyos sufrimientos y esperanzas llevamos todos en el corazn. Su espiritualidad dej las rutas individualistas y paso a ser nutrida por las vivencias de todo un pueblo. Eso le permita decir dos semanas antes de ser asesinado: He sido frecuentemente amenazado de muerte. Debo decirle que, como cristiano, no creo en la muerte sin resurreccin: si me matan, resucitar en el pueblo salvadoreo. Se lo digo sin ninguna jactancia, con la ms grande humildad45.

    A eso estamos todos llamados, a resucitar con el pueblo en materia de espiritualidad. Ello implica la muerte a pretendidos

    44. Sencillamente voy a hablarles ms bien como pastor que, juntamente con su pueblo, ha ido aprendiendo la hermosa y dura verdad de que la fe cristiana no nos separa del mundo, sino que nos sumerge en l, de que la Iglesia no es un reducto separado de la ciudad, sino seguidora de aquel Jess que vivi, trabaj, luch y muri en medio de la ciudad (Discurso en la Universidad de Lovaina, en Signos de vida y fidelidad , 367 b).

    45. Declaraciones a Jos C aldern Salazar. corresponsal del diario Excel- sior de Mxico, publicadas en Orientacin (San Salvado? i ' de abril de ic)S0.

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  • B e b e r e n s u p r o p io p o z o

    caminos espirituales que no pueden terminar sino en impases; supone tambin el nacimiento a nuevas formas de ser discpulos de Jess, el C risto resucitado. Novedad alimentaba en las fuentes bblicas as como en lo mejor de la historia de la espiritualidad; y por ello, esta vez s, profundamente tradicional. Eso es lo que vive el pueblo pobre de Amrica Latina. Se trata de una autntica experiencia espiritual, de un encuentro con el Seor que seala una ruta.

    En el captulo III intentaremos presentar algunos rasgos de ese itinerario, pero antes es necesario examinar lo que podemos llamar las dimensiones de toda espiritualidad. Dimensiones que son tambin las del camino espiritual que se abre en Amrica Latina.

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  • POR AQUI YA NO HAY CAMINO2

    El seguimiento de Jess es un tema central en el Nuevo Testamento. Desde varios ngulos se sealan los rasgos fundamentales de dicho caminar. Precisar el sentido de lo que llamamos una espiritualidad requiere apelar en primer lugar a las fuentes escritursticas, sin descuidar por ello el dilogo con la tradicin espiritual.

    El discipulado se arraiga en la experiencia de un encuentro con Jesucristo. Encuentro de amistad (ya no les digo siervos... los llamo amigos: Jn 15, 15) cuya iniciativa pertenece al Seor y que constituye el punto de partida de un caminar. San Pablo habla de ste como de un caminar segn el Espritu (Rom 8, 4). La bsqueda de Dios es, por ello, un andar en libertad. San Juan de la Cruz lo subraya colocando en su croquis del monte Carmelo, hacia la mitad de la subida, la siguiente indicacin: Ya por aqu no hay camino, que para el justo no hay ley. La espiritualidad es, pues, el terreno de la libertad de los hijos de Dios (Rom 8, 21), de una libertad que debe estar puesta al servicio de los dems (Gal 5, 13). Ello implica un aprendizaje que slo puede tener lugar a lo largo del itinerario. Proceso global de un pueblo que como el hijo prdigo reconoce su falta, se levanta desde su peculiar situacin y va a su Padre (cf. Le 15, 18). Travesa de un pueblo entero que se