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GUADALUPE Y SAN MIGUEL: DEVOCIÓN JESUITA, TRADICIÓN POPULAR Monserrat Georgina Aizpuru Cruces Universidad de Guanajuato En el siglo XVIII el jesuita Francisco Xavier Lascano afirmaba: «Son las pinturas libros de los ignorantes: aprenden mejor por las líneas de los colores, que por los renglones de tinta; y más les enseña la valentía de un pincel, que el bien aguzado corte de una pluma» 1 . María, figura de lo que es la Iglesia La presencia de María en la espiritualidad ignaciana es de cierto modo, tan constante, que los jesuitas han sido desde siempre promotores incesantes de su ve- neración en diferentes advocaciones: Inmaculada Concepción, Loreto, Madre de la Luz, Guadalupe, Dolorosa.Todas ellas representando a la misma persona, a María, a la Madre de Dios, pero bajo diferentes mensajes: unas van señalando los momentos importantes de la vida de María junto a Jesús y otras son imágenes de la Virgen Santísima que se han aparecido a lo largo de la historia, en diferentes lugares del mundo.Y es que el «ejemplo» es un elemento fundamental en el acompañamiento del otro proclamado en los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola y para los jesuitas el ejemplo perfecto es María, quien da el sí total y desinteresado a Dios, quien procura la santificación de los hombres arropándolos bajo su protección. Guadalupe: Construir un imperio sobre la Luna María del Apocalipsis, «una mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza» 2 . Esa mujer está embarazada, trae dentro de sí la esperanza del mundo. María es la «in macula», la mujer perfecta quien re- presenta a la Iglesia. En el caso que nos ocupa, la advocación de María de Guadalupe si bien no es precisamente de la autoría de la Compañía de Jesús, sí varias de sus plumas fue- ron factor importante en el incremento de la devoción. Por ejemplo, el sermón de 1709 del jesuita Juan de Goicoechea exclama: «El día de hoy, para celebrarlo Nuevo, es día de Medina del Cielo; y como de el Cielo os vestisteis, venimos de vuestra misma gala con la Excelentísima Señora la Compañía de sus Astros Iesuitas, á obsequiaros, y serviros» 3 . 1 Lascano, Sermón Panegyrico al Inclyto Patronato de María señora nuestra en su milagrosísima imagen de Guadalupe, p.9. 2 Apocalipsis 12, 1. 3 Goicoechea, Milagro continuado de María Santísima Señora Nuestra en su Prodigiosa Imagen de Gua-

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GUADALUPE Y SAN MIGUEL: DEVOCIÓN JESUITA, TRADICIÓN POPULAR

Monserrat Georgina Aizpuru Cruces Universidad de Guanajuato

En el siglo XVIII el jesuita Francisco Xavier Lascano afirmaba: «Son las pinturas libros de los ignorantes: aprenden mejor por las líneas de los colores, que por los renglones de tinta; y más les enseña la valentía de un pincel, que el bien aguzado corte de una pluma»1.

María, figura de lo que es la Iglesia

La presencia de María en la espiritualidad ignaciana es de cierto modo, tan constante, que los jesuitas han sido desde siempre promotores incesantes de su ve-neración en diferentes advocaciones: Inmaculada Concepción, Loreto, Madre de la Luz, Guadalupe, Dolorosa. Todas ellas representando a la misma persona, a María, a la Madre de Dios, pero bajo diferentes mensajes: unas van señalando los momentos importantes de la vida de María junto a Jesús y otras son imágenes de la Virgen Santísima que se han aparecido a lo largo de la historia, en diferentes lugares del mundo. Y es que el «ejemplo» es un elemento fundamental en el acompañamiento del otro proclamado en los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola y para los jesuitas el ejemplo perfecto es María, quien da el sí total y desinteresado a Dios, quien procura la santificación de los hombres arropándolos bajo su protección.

Guadalupe: Construir un imperio sobre la Luna

María del Apocalipsis, «una mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza»2. Esa mujer está embarazada, trae dentro de sí la esperanza del mundo. María es la «in macula», la mujer perfecta quien re-presenta a la Iglesia.

En el caso que nos ocupa, la advocación de María de Guadalupe si bien no es precisamente de la autoría de la Compañía de Jesús, sí varias de sus plumas fue-ron factor importante en el incremento de la devoción. Por ejemplo, el sermón de 1709 del jesuita Juan de Goicoechea exclama: «El día de hoy, para celebrarlo Nuevo, es día de Medina del Cielo; y como de el Cielo os vestisteis, venimos de vuestra misma gala con la Excelentísima Señora la Compañía de sus Astros Iesuitas, á obsequiaros, y serviros»3.

1 Lascano, Sermón Panegyrico al Inclyto Patronato de María señora nuestra en su milagrosísima imagen de Guadalupe, p.9.

2 Apocalipsis 12, 1.3 Goicoechea, Milagro continuado de María Santísima Señora Nuestra en su Prodigiosa Imagen de Gua-

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María de Guadalupe: como la de Río Lobos, como la de Extremadura, como la de España. Los jesuitas en Nueva España visualizaron a María como la portadora de la Fe, de la Esperanza. Ella es la madre que camina por una nueva tierra pero reconociendo a sus hijos de siempre. Es María que viene por delante del sol, devo-rador de corazones humanos; que reduce al silencio a la serpiente emplumada; que es reina; que siendo doncella, está embarazada; y que su Hijo es Rey. El sermón citado de Juan de Goicoechea señala: «echó la Reina todo el Sol a la Espalda; y sin arrimo, sin fondo, a porfía de dos siglos, hoy como el primer día persiste y dura»4.

A pesar de que desde 1545 el indio Antonio Valeriano había escrito en nahuatl el Nican Mopohua contando las apariciones de la Virgen de Guadalupe a Juan Die-go, es la traducción hecha al castellano por Miguel Sánchez en 1648 con la que inicia la Compañía de Jesús a promover el culto guadalupano. Sin embargo, es el jesuita Francisco de Florencia quien propaga esta devoción a través de su obra La estrella del norte de México, historia de la milagrosa imagen de María Santísima de Gua-dalupe, publicada en 1668. El padre Florencia encontró una utilidad práctica en el tema de la Virgen de Guadalupe, ya que consideraba que esta devoción servía para que el pueblo mexicano tuviera algo propio y único donde verse reflejado.

Sumado a la figura del padre Florencia como promotor de la devoción de la Virgen de Guadalupe se encuentra la de otro jesuita: Francisco Xavier Lascano quien escribe en 1758 el Sermón Panegírico al Ínclito Patronato de María Señora Nues-tra en su milagrosísima Imagen de Guadalupe, donde afirma «Bienaventurados, decía Cristo a sus Discípulos, vosotros, que veis lo que muchos desearon ver. Bienaven-turada vuelvo a congratularte, Ciudad de México; pues logras ver una Imagen de María, pintada por la misma Señora»5.

En 1752 se encomendó al pintor novohispano Miguel Cabrera realizar tres copias a la tilma de Juan Diego. Una estaba destinada al Papa Benedicto XIV, otra al Arzobispo Manuel Rubio y Salinas y la tercera serviría de modelo a copias pos-teriores. La eficaz misión del jesuita Juan Francisco López logró que el 25 de mayo de 1754, Benedicto XIV, frente a una de las copias, aprobara la elección de la Vir-gen de Guadalupe como patrona de la América Meridional y que se instituyera su festividad el 12 de diciembre. Dos años después, en 1756, Miguel Cabrera escribió el cuaderno Maravilla Americana y Conjunto de Maravillas, observadas con la dirección de las Reglas de Arte de la Pintura en la Prodigiosa Imagen de Nuestra Sra. de Guadalupe de México donde describe la imagen de la siguiente manera:

Es su amabilísimo rostro de tal contextura que ni es delgado, ni grueso: concurren en él aquellas partes de que se compone una buena pintura, como son hermosura, suavidad y relieve. Déjase ver en él unos perfiles en los ojos, nariz y boca tan dibujados (esto es con tal arte) que sin agravio de las tres partes dichas, le agregan tal belleza que arrebata los corazones a cuantos logran verle. La frente es bien proporcionada, a la que le causa el pelo, que es negro, especial hermosura, aun estando en aquel modo sencillo, que nos dicen usaban las Indias nobles en este Reyno. Las cejas son delgadas, y no rectas, los ojos

dalupe de México, p. 28.4 Goicoechea, Milagro continuado de María Santísima Señora Nuestra en su Prodigiosa Imagen de Gua-

dalupe de México, p. 16.5 Lascano, Sermón Panegyrico al Inclyto Patronato de María señora nuestra en su milagrosísima imagen de

Guadalupe, p.5.

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Fig. 1. Martínez de Pocasangre, M. A., Patrocinio de San Miguel Arcángel, Óleo sobre tela. Guanajuato, México, S.XVIII, Fotografía cortesía del Acervo de la Universidad de Guanajuato

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bajos y como de paloma tan apacibles y amables que es inexplicable el regocijo y rev-erencia que causa verlos. La nariz en bella y correspondiente proporción con las demás partes es linda. La boca es una maravilla: tiene labios muy delgados y el inferior, o por contingencia o misteriosamente le cayó en una marra, o nudo del ayate que elevándolo un tanto cuanto le da tal gracia que como que se sonríe, embeleza. La barba corresponde con igualdad a tanta belleza y hermosura. Las mejillas sonrosean y el colorido es un poco más moreno, que el de perla. La garganta es redonda y muy perfecta y en fin es este benéfico rostro un compendio de perfecciones pues aquella amabilidad atractiva tan respetable que se experimenta al verla, creo que resulta de aquel conjunto de Divinas perfecciones que en él residen6.

Ya afirmaba el Padre Lascano: «A los Moctezumas cautivó la Fe por los ojos»7.

El Patrocinio de San Miguel ArcángelLa imagen que nos ocupa en este análisis es una pintura al óleo, perteneciente

al barroco novohispano del siglo XVIII, firmada por Miguel Antonio Martínez de Pocasangre y que actualmente se encuentra en la Rectoría General de la Univer-sidad de Guanajuato (Fig. 1).

Se trata de un iconograma complejo, dividido en tres planos: el inferior, el medio y el superior.

En el centro de la imagen se identifica la figura de san Miguel Arcángel vestido con armadura azul y el peto adornado con la luna, el sol y las estrellas; represen-tando el liderazgo de los soldados celestiales. Dos ángeles extienden la capa de san Miguel y con ellas cubren, en señal de protección, a los ángeles y a los apóstoles. De éstos, en la imagen se identifican dos: san Pedro y san Juan representado como un hombre joven, reconocible por el color verde, de su túnica, y rojo, de su manto. San Pedro tiene las llaves a sus pies, la representación de la Traditio clavum (Conf. Giorgi, 2003:294). San Pedro está caracterizado como suele hacerlo la iconografía desde el siglo V, basada en la descripción de Eusebio de Cesarea: un hombre viejo, cabello corto y rizado, entrecano, barba redondeada y rasgos marcados (Confr. Giorgi, 2003:293). En la imagen mantiene las manos juntas, como debe hacerlo un sacerdote según la liturgia romana.

En el plano inferior, correspondiente a lo terreno y al infierno, se observa un dragón con siete cabezas que envuelve al mundo y en el plano superior, se ob-serva un motivo artístico característico de la mitad del siglo XVIII: la Virgen de Guadalupe sostenida por el Arcángel Miguel, y rodeada por una Trinidad, con la figura del Padre como un anciano, el Hijo como un hombre joven sosteniendo la cruz, y al Espíritu Santo en forma de paloma. Tanto el Padre como el Hijo están sentados entre las nubes del cielo y se apoyan en ángeles, mientras que el Espíritu Santo vuela sobre María.

La imagen analizada y en relación con el Apocalipsis, quien ahora narra la his-toria es un nuevo Juan: Juan Diego Cuauhtlatoatzin. María fuente de sabiduría, tocada por la Trinidad y venerada por el Arcángel Miguel, comandante de los ejércitos celestiales.

6 Cabrera, Maravilla Americana y conjunto de maravillas, pp. 23 y 24.7 Lascano, Sermón Panegyrico al Inclyto Patronato de María señora nuestra en su milagrosísima imagen de

Guadalupe, p. 10.

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La relación de la Virgen de Guadalupe con la Mujer del Apocalipsis es fuerte iconográficamente: una mujer que está a punto de dar a luz, vestida de sol, con la luna bajo sus pies y coronada de estrellas. La Mujer del Apocalipsis y María como imagen de la Iglesia. Por ello, el sentido simbólico que proliferó en Nueva España desde el siglo XVII y aumentó durante el XVIII fue la de relacionar a Guadalupe con la Civitas Dei, con la nueva Jerusalén.Al respecto, el sermón ya citado de Goi-coechea exclama:

Pero pues os pintasteis como quisisteis, y quisisteis efigiaros coronada Reyna, y Madre de Dios, habitad, Portento Celestial, este Panteón Sagrado, y Palacio suntuoso, que ofen-sa firmeza en su machina, a fin solo, de que envejecido de años, y siglos, injuriado de los tiempos, el que oyes Jerusalén Nueva, y Nueva Esposa ataviada para Templo de vuestro Sol; sea como los dos antiguos, nuevo testigo de vuestro continuado milagro, y perpe-tuidad maravillosa8.

De la relación del texto apocalíptico con la imagen de María, Inmaculada y Guadalupe, Sor Juana Inés de la Cruz establece una analogía de la Ciudad Santa con María:

¡Vengan a ver subir la Ciudad de Dios, que del Cielo vio descender Juan! Vio Juan una Ciudad que descendió del Cielo, como Esposa adornada para su Esposo, de aparato regio, y que una voz le dijo: —«Aquéste es el supremo Tabernáculo, donde con los hombres habita Dios eterno»; y luego añade que no vido en ella Templo alguno, porque Dios solo era Templo suyo, y el Cordero. De manera que sale, según consta del texto, que ella es Templo de Dios y Dios es Templo suyo, a un mismo tiempo.

Si la mujer del Apocalipsis da a luz un nuevo pueblo de Israel, Guadalupe lo hace con los habitantes del México nuevo. Ya lo decía Miguel Sánchez, el principal promotor del culto guadalupano del siglo XVII:

Eres tú México, Patria mía, una mujer portento que vio Juan en términos del cielo con lucimientos suyos y preñada de un hijo; en mucho te pareces: alas tuvo de águila; el dragón que te sigue se vale de las aguas y si estando en el cielo con un hijo pretende allí tragarte ¿qué pasarán tus hijos en la tierra? Padece cada uno lo que la estatua enigma: la cabeza de oro, pecho de plata, vientre de cobre, piernas de hierro y pies de barro9.

8 Goicoechea, Milagro continuado de María Santísima Señora Nuestra en su Prodigiosa Imagen de Gua-dalupe de México, p. 2.

9 Rubial, 1998, p. 30.

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Por otra parte, la presencia del dragón derrotado en el plano inferior hace re-ferencia a la lucha entre el bien y el mal, y el triunfo de la sabiduría sobre la men-tira, sobre la ignorancia, sobre el error. Sus tintes rojizos simbolizan la sangre y el fuego y, en este caso, la venganza y el infierno cristiano. Así mismo, el dragón está relacionado con la serpiente del relato del pecado original y también representa al adversario que habita en la tierra y engaña a los hombres. Al padre de la mentira, al Engañador, se le da también nombre propio, como en el caso del libro de Job: «El día en que los Hijos de Dios venían a presentarse ante Yahveh, vino también entre ellos el Satán. Yahveh dijo al Satán: ‘¿De dónde vienes?’ El Satán respondió a Yahveh: ‘De recorrer la tierra y pasearme por ella’»10.

En la imagen que nos ocupa, San Miguel pisa al dragón y con ello simboliza su derrota: «Entonces se entabló una batalla en el cielo: Miguel y sus Ángeles combatieron con el Dragón. También el Dragón y su Ángeles combatieron, pero no prevalecieron y no hubo ya en el cielo lugar para ellos. Y fue arrojado el gran Dragón, la Serpiente antigua, el llamado Diablo y Satanás, el seductor del mundo entero; fue arrojado a la tierra y sus Ángeles fueron arrojados con él»11. En el Ser-món Panegírico, Lascano expone: «En este dibujo sí, que se admira la conjunción de los más elevados Planetas de la jerarquía Celestial, Sol, Luna y Estrellas: y lo que brilla más para crédito de lo raro, se observa en el dragón la mítica profundidad de el abismo Pete tibi fignum a Domino Deo tuo, sive in profundum Inferni, sive in excelsum supra. Juntándose en la mujer preñada de Dios lo sumo de la gloria, y de la gracia. En los primeros luminares, lo supremo de las luces celestiales; y en el serpentino monstruo toda la prodigiosa infelicidad de la desgracia, y de las sombras: Luego aparece, o más, o igualmente milagrosa María entre los azules cristalinos de el fir-mamento, que en este opaco lienzo á los Mexicanos»12.

Por otra parte, si en la imagen plasmada en la tilma del indio Juan Diego un angelillo sostiene a María, en la representación de Martínez de Pocasangre es el mismo príncipe de la milicia celestial quien lo realiza. Juan de Goicoechea describe la relación entre el ángel y María, de la siguiente manera: «Entero de la Imagen de el siempre Entero Cuerpo de María, huyó ésta el Rostro bello de la cintura al trópico, porque no discrepara de la viva, la pintada, é inclinando a la diestra felicitó aquel lado con su belleza; y le dió al otro lado el Rostro del Ángel, que lo inclina a la siniestra; queriendo estar con él encontrada de Rostro, ó por feliz ambos, nin-guno fuera siniestro, ó porque con proporción le faltara Rostro a ningún lado» 13.

Aunque la figura del Arcángel ocupa el centro de la imagen, en realidad se trata de una acotación al mensaje de la Virgen de Guadalupe, quien está sostenida por Miguel. En el sermón en 1709, Juan de Goicoechea exclama:

Así la vistieron los Astros, cuando apareció á San Juan, en el Cielo, y así se retrató en aquella copia, cuando apareció á Juan Diego en nuestra tierra. Sacóla allá el Angel en

10 Jb 1, 6-7.11 Ap 12, 7-9.12 Lascano, Sermón Panegyrico al Inclyto Patronato de María señora nuestra en su milagrosísima imagen de

Guadalupe, p.19.13 Goicoechea, Milagro continuado de María Santísima Señora Nuestra en su Prodigiosa Imagen de Gua-

dalupe de México, p.11.

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hombros de la batalla con el Dragón fiero, que arrojó tras ella, para impedirla el paso, el lago! Y Miguel es el Angel, que en sus hombros la carga al desierto de este inculto Monte; donde como en el Gusano apareció hoy como ella, pidió como ella la Casa, y se le consagraron hoy con ella, el Templo (...) Hoy es el día octavo de Mayo, dedicado a la Aparición del Glorioso Arcángel San Miguel, en el Monte Gargano, donde fe le fabricó el Templo, y día octavo de la dedicación de María Señora Nuestra, en el Mote de Guadalupe donde se apareció14.

De esta manera, la imagen que nos ocupa se trata de un emblema del mensaje católico-europeo donde la iconografía de la Virgen de Guadalupe se relaciona con la Iglesia y con novia del Cantar de Cantares: «Negra soy, pero graciosa, hijas de Jerusalén, como las tiendas de Quedar, como los pabellones de Salmá. No os fijéis en que estoy morena: es que el sol me ha quemado»15 y Lascano exclama en su Sermón de 1758 «Ahora sí, que podemos elogiarte vizarrísima Princesa, dulcísima, suave, y majestuosa, como Jerusalén: Pulcra es, suavis, et decóra, sicut Jerusalem: Pulcra es, suavis, et decóra, sicut Jerusalem»16. De tal manera que la imagen la reto-ma Sor Juana Inés de la Cruz en el Tercero Nocturno, Villancico VII:

¡Morenica la Esposa está! &. Comparada la luz pura de uno y otro, entre los dos, ante el claro Sol de Dios es morena la Criatura; pero se añade hermosura mientras más se acerca allá17.

14 Goicoechea, Milagro continuado de María Santísima Señora Nuestra en su Prodigiosa Imagen de Gua-dalupe de México, p. 20.

15 Ct 1, 5-6.16 Lascano, Sermón Panegyrico al Inclyto Patronato de María señora nuestra en su milagrosísima imagen de

Guadalupe, p. 26.17 De la Cruz, 1976:105.

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