GUÍA: EL ENSAYO Lengua y Literatura · 2020. 7. 24. · Michael de Montaigne nació el 28 de...

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GUÍA: EL ENSAYO Lengua y Literatura NOMBRE:___________________________________ CURSO:________ 22-07-20 INTRODUCCIÓN De Primero a Tercero Medio, has estudiado las literaturas desde la antigüedad hasta el realismo del siglo XIX, cuyos géneros más leídos fueron los tradicionales: narrativo, lírico y dramático, todos ellos, vistos a través de cada particular forma de ver el mundo que tenían los movimientos artísticos de la Europa Clásica, Medieval y Moderna. Podrás recordar que en la antigüedad lo más difundido en el arte de la literatura eran los Mitos y las Epopeyas (La Odisea). De igual forma recordarás el Cantar de Gesta, propio del mundo Medieval, con sus héroes libertadores, conquistadores del orgullo de las nacientes naciones europeas (El Cid). También recordarás que llegada la Era Moderna, con sus grandes crisis y adelantos, llegó con ella una nueva cosmovisión, con un Hombre más intelectual, jacto de sus capacidades para ordenar su mundo. En esta época destacaron el Neoclasicismo, su moralidad y deber ser, el Romanticismo y su libertad de creación, y el Realismo que buscaba retratar la sociedad burguesa de la Europa del siglo XIX. En esta guía veremos el género más difundido en el siglo XX, el Ensayo. Pero también entenderemos el porqué de su preponderancia. Aprenderemos de la teoría que lo rodea y sus inicios como género literario. MONTAIGNE COMPLEJO EDUCACIONAL MAIPÚ, ANEXO RINCONADA “Educando en valores, construimos futuro” 2020 Año de la Empatía Michael de Montaigne nació el 28 de febrero de 1533 en el castillo de Montaigne (cerca de Libourne). Hijo de una familia cuya posición social era muy alta, estudió en Guyenne y leyes en Toulouse. En 1571 heredó las propiedades de sus padres. Fue creador del ENSAYO, el género literario más apropiado para transmitir ideas y críticas. En 1580 publicó sus dos volúmenes de ensayos, y en 1588 el tercero. Mientras sus primeras obras giran alrededor de temas como la muerte y el dolor, sus últimos ensayos se centran más bien en el conocimiento y la naturaleza de la bondad. Como pensador, destaca por su análisis de las instituciones, opiniones y costumbres, así como por su oposición a cualquier forma de dogmatismo carente de una base racional. Observaba la vida con escepticismo filosófico. Aunque en la Época Clásica, Plutarco había hecho famosos sus textos ensayísticos (Moralia), no les dio ese nombre, ni una estructura como género literario para su posterior desarrollo, por ello es que consideramos a Montaigne como su creador. Lo nuevo para los primeros lectores de los Ensayos de Montaigne debieron ser, sin duda, la mesura, la tolerancia y la confianza en la razón que cada uno de esos escritos proponían e imponían. Ellos constituían, en efecto, un gesto radicalmente disidente con relación al brutal extremismo de las luchas civiles y religiosas que sacudieron y ensangrentaron a la mayor parte de la sociedad europea durante el siglo XVI. La mesura de Montaigne contrastaba con ese ánimo frenético que caracterizó esa centuria convulsionaria. La tolerancia que invocaba Montaigne no fue, sin embargo, un “principio” abstracto, ni un lejano valor o ideal, sino al contrario, fue la norma de conducta que mantuvo frente a la realidad social e ideológica en que le tocó vivir y constituye, por ende, un elemento estructural de su biografía, de los Ensayos y, en último trámite, de su visión del mundo. Lengua y Literatura Terceros medios Katya López M klopez@soceduc.cl

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GUÍA: EL ENSAYO Lengua y Literatura

NOMBRE:___________________________________ CURSO:________ 22-07-20

INTRODUCCIÓN De Primero a Tercero Medio, has estudiado las literaturas desde la antigüedad hasta el realismo del siglo XIX, cuyos géneros más leídos fueron los tradicionales: narrativo, lírico y dramático, todos ellos, vistos a través de cada particular forma de ver el mundo que tenían los movimientos artísticos de la Europa Clásica, Medieval y Moderna. Podrás recordar que en la antigüedad lo más difundido en el arte de la literatura eran los Mitos y las Epopeyas (La Odisea). De igual forma recordarás el Cantar de Gesta, propio del mundo Medieval, con sus héroes libertadores, conquistadores del orgullo de las nacientes naciones europeas (El Cid). También recordarás que llegada la Era Moderna, con sus grandes crisis y adelantos, llegó con ella una nueva cosmovisión, con un Hombre más intelectual, jacto de sus capacidades para ordenar su mundo. En esta época destacaron el Neoclasicismo, su moralidad y deber ser, el Romanticismo y su libertad de creación, y el Realismo que buscaba retratar la sociedad burguesa de la Europa del siglo XIX. En esta guía veremos el género más difundido en el siglo XX, el Ensayo. Pero también entenderemos el porqué de su preponderancia. Aprenderemos de la teoría que lo rodea y sus inicios como género literario.

MONTAIGNE

COMPLEJO EDUCACIONAL MAIPÚ, ANEXO RINCONADA

“Educando en valores, construimos futuro”

2020 Año de la Empatía

Michael de Montaigne nació el 28 de febrero de 1533 en el castillo de Montaigne (cerca de Libourne). Hijo de una familia cuya posición social era muy alta, estudió en Guyenne y leyes en Toulouse. En 1571 heredó las propiedades de sus padres. Fue creador del ENSAYO, el género literario más apropiado para transmitir ideas y críticas. En 1580 publicó sus dos volúmenes de ensayos, y en 1588 el tercero. Mientras sus primeras obras giran alrededor de temas como la muerte y el dolor, sus últimos ensayos se centran más bien en el conocimiento y la naturaleza de la bondad. Como pensador, destaca por su análisis de las instituciones, opiniones y costumbres, así como por su oposición a cualquier forma de dogmatismo carente de una base racional. Observaba la vida con escepticismo filosófico.

Aunque en la Época Clásica, Plutarco había hecho famosos sus textos ensayísticos (Moralia), no les dio ese nombre, ni una estructura como género literario para su posterior desarrollo, por ello es que consideramos a Montaigne como su creador. Lo nuevo para los primeros lectores de los Ensayos de Montaigne debieron ser, sin duda, la mesura, la tolerancia y la confianza en la razón que cada uno de esos escritos proponían e imponían. Ellos constituían, en efecto, un gesto radicalmente disidente con relación al brutal extremismo de las luchas civiles y religiosas que sacudieron y ensangrentaron a la mayor parte de la sociedad europea durante el siglo XVI. La mesura de Montaigne contrastaba con ese ánimo frenético que caracterizó esa centuria convulsionaria. La tolerancia que invocaba Montaigne no fue, sin embargo, un “principio” abstracto, ni un lejano valor o ideal, sino al contrario, fue la norma de conducta que mantuvo frente a la realidad social e ideológica en que le tocó vivir y constituye, por ende, un elemento estructural de su biografía, de los Ensayos y, en último trámite, de su visión del mundo.

Lengua y Literatura Terceros medios Katya López M [email protected]

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EL ENSAYO Como se aprecia, el ensayo tiene como tema central el análisis de ideas y el ensayista debe acercarse a esa idea con

moderación, dejándose guiar por el sentido común y la racionalidad. Es por ello que el ensayo regularmente está constituido a partir de la lectura de otro escrito, la contemplación de una obra artística o la íntima resonancia de una idea ajena. Para el autor de “El alma y las formas”, la ironía del ensayista consiste en estar aparentemente siempre ocupado de libros, imágenes, objetos artísticos o cosas mínimas, cuando, en verdad, está siempre hablando de esas “cuestiones últimas” de la vida que, de una u otra manera inquietan o atormentan. La ironía es, de este modo, la estrategia o recurso que emplea el ensayista para sus preguntas más radicales. Esto corresponde a lo que, en lo esencial, dice la palabra “ironía”: eironeia fue, para los griegos, lo que hoy llamamos “disimulo”, y derivaba de éromai (yo pregunto), y constituye, por lo tanto, una interrogación enmascarada o, como dice el diccionario, el “arte de preguntar fingiendo ignorancia”. Lo que suele reprocharse al ensayista es, en verdad, que cada vez que se ocupa de pensar un objeto (texto, obra de arte, “forma de vida”), siempre despiensa, al mismo tiempo, lo pensado anteriormente sobre ese objeto. Es aquí donde el ensayista descubre en cada orden de cosas (vida propia, organización familiar, sistema laboral, estructura social) no una “armonía”, un cuerpo orgánico, sino más bien, una pluralidad de conflictos, desequilibrios y contradicciones. Este descubrimiento, usualmente doloroso, lo obliga a preguntarse irremediablemente por la “razón de ser” de cada uno de ellos y, por ende, a enfrentarse con ese otro “orden” de ideas, valores y opiniones que los instituye, justifica o enmascara. Esto explica que el ensayista, cuya vida se encuentra siempre apremiada por los desequilibrios y contradicciones más urgentes, parece vivir solo para discutir ideas, comentar libros e interpretar obras, estilos y formas. Esta perpetua polémica con la cultura instituida, “sacralizada” arrastra, sin embargo, un pleito más radical con la sociedad “sacralizada”. Por eso, justamente, toda “crítica cultural” involucra, de un modo u otro, a la sociedad, y esta, a su vez, estigmatiza, sanciona o margina al ensayista, como decía Theodor W. Adorno, “por puro miedo a la negatividad”.

Este ejercicio de “negar” del ensayista no constituye, sin embargo, una actividad “nihilista”: es solo un acto

crítico que infringe al orden represivo de una cultura petrificada como ideología (oficial u oficiosa), que siempre prohíbe, conforme lo observó Adorno, “pensar más de lo que se encuentra ya pensado”. Para el ensayista, en otros términos, se trata siempre de despensar lo ya pensado sobre cada objeto que lo ocupa, para dejar al descubierto esa parte suya que el pensamiento “canónico” había dejado, justamente, impensada, sumergida, insospechada.

No es un azar, en consecuencia, que el ensayo trate siempre, antes que de otro asunto, de problemas, y que proceda regularmente mediante “problematizaciones”. Conviene, sin embargo, entender y asumir el término “problema” en su sentido más urgente, inmediato y apremiante. No se puede seguir hablando de problemas abtracta, frívola o melodramáticamente, como lo hizo el siglo XIX y siguen haciéndolo los “cientistas sociales”, algunos grupos intelectuales y la prensa. Todo problema es siempre el problema de alguien (individuo, corporación, clase o sociedad), y consiste, en último trámite, en encontrarse inmediatamente apremiado por una radical “dificultad de ser” y, por ende, forzado a resolverla con rigurosa urgencia.

ELEMENTOS FUNDAMENTALES A. ESCEPTICISMO: Una forma de humildad frente a aquello que efectivamente podemos llegar a saber.

¿Qué puedo llegar a saber? El conocer es un camino que se debe recorrer paso a paso, sin apresurarse y dudando de lo que se ha pensado antes sobre el asunto.

B. EPICUERISMO: Poder llegar a comprender la distinción entre lo verdadero y lo falso. Se plantea la duda. ¿Cómo llegar a la verdad desde la razón? Sufrir todos los apremios por encontrarla.

C. METODOLOGÍA: El ensayista no posee la verdad, no tiene el camino, por lo menos finge no tenerlo. El ensayista se hace camino al andar y junto con sus lectores llega a la verdad.

Existen muchos ensayistas, pero pocos han descrito esta actividad como lo han hecho Georg von Lukács en el texto introductorio a El alma y las Formas (1911). También lo hizo, cincuenta años más tarde Roland Barthes al prolongar sus admirables Ensayos críticos (1964). Así también, Martín Cerda, que hizo famoso su ensayo sobre el ensayo titulado “La palabra quebrada”, dejamos una cita importante:

“La posición de todo pensador “lanzado”, orientado hacia el futuro es análoga a la del navegante que, después de sobrepasar el horizonte de lo conocido, se queda, por así decirlo, fuera del mapa, enfrentado a la pura peripecia y, por ende, sin otra información que la que, por peripecia o inspiración, obtiene de cada nuevo día de navegación. Algo de esa peripecia náutica sobrevive en la experiencia del tanteo que sugiere la palabra “ensayo”. Tantear es un modo de orientarse hacia lo desconocido.”

Lukács: “La posición del ensayista frente a la forma difería de las que tiene el poeta, el dramaturgo y el novelista: mientras éstos, en efecto, deben siempre esforzarse para alcanzar la forma que les permita configurar la “materia” informe que intentan abordar, el ensayista moderno, en cambio, siempre de una “materia” ya dotada de forma.”

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TIPOS DE ENSAYOS

Descriptivos: responde a preguntas de tipo cognitiva-memoria y convergentes.

Narrativos: se utiliza cuando se trata de un evento importante o tema libre.

Expositivos: desarrolla un asunto o tema en que se presentan datos e información que sustentan datos e información

que sustentan o apoyan un punto de vista.

Argumentativos: desarrolla un asunto o tema en que se establece un argumento a favor o en contra.

Comparemos con la novela:

NOVELA ENSAYO

Personaje El tema, la Idea, el discurso crítico.

Acontecer Proceso deductivo/inductivo/antecedentes

Espacio - tiempo Dimensión concreta del tema o idea.

ENSAYOS DEL SIGLO XX En el siglo XX se han escrito ensayos que han cambiado la forma de ver el tema que han tratado y producido

transformaciones inmensas en nuestro siglo XXI. Uno de ellos es el famoso y polémico ensayo de Simone de Beavuoir “El segundo sexo”, libro que profundiza sobre el tema de la mujer y su sitio en la sociedad. Es de tal importancia este ensayo que se organizaron movimientos feministas importantes en la década del 50 en los Estados Unidos preparados para la lucha de lo que ellas consideraban estructuras opresoras. También el ensayo “El mito de Sísifo” de Albert Camus, que reflexiona sobre el tema del suicidio y su capacidad de dotar de libertad al individuo. “La rebelión de las masas”, ensayo escrito por José Ortega y Gasset, filosofo español, preocupado por la invasión de un nuevo sujeto en la vida contemporánea, el hombre masa. A nivel latinoamericano, el ensayo ha sido fundamental para la conformación de nuestros pueblos. Es así como los ensayos del siglo XIX y XX han renovado nuestra visión de nosotros mismos. Veamos algunas listas de ensayos fundamentales:

“Madres y huachos” (1991) Sonia Montecino

“El laberinto de la soledad” (1959) Octavio Paz

Busca tres ensayos más que para ti sean fundamentales: 1__________________________________________ autor:_____________________________ 2.__________________________________________autor:_____________________________ 3.__________________________________________autor:_____________________________

CUESTIONARIO PRELIMINAR: 1. ¿Cuál es el contexto histórico del nacimiento del ensayo?

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2. Describe brevemente la vida de Michael de Montaigne:

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“Carta de Jamaica” (1815) Simón Bolívar

“El discurso de instalación de la Universidad de Chile”(1843) Andrés Bello

“Facundo: civilización y barbarie” (1845) Domingo Faustino Sarmiento

“Nuestra América” (1891) – “Walt Whitman” (1887) José Martí

“Ariel” (1900) José Enrique Rodó

“La utopía de América” (1925) Pedro Henríquez Ureña

“La inteligencia americana” (1935) Alfonso Reyes

“Resumen de Chile” (1967) Luis Oyarzún

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3. ¿Cuáles son las principales características formales del ensayo y ensayista?

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4. ¿Cuáles son los ensayos más importantes del siglo XX?

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5. ¿A qué se refiere la guía cuando dice que el ensayista “despiensa” las ideas?

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6. ¿Cuál es el verdadero significado de la ironía que utiliza el ensayista en sus escritos?

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7. ¿A qué se refiere el texto cuando dice que el ensayo no habla de los problemas abstracta, frívola o

melodramáticamente? ___________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________

8. ¿Cuáles son los tipos de ensayos?

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El Ensayo y Vínculo con la Crítica

El crítico Eduardo Gómez de Baquero, más conocido como "Andrenio", afirmó en 1917 que "el ensayo está en la frontera de dos reinos: el de la didáctica y el de la poesía y hace excursiones del uno al otro".

El ensayo pertenece a dos “bitácoras”; por un lado, pretende convencer de una idea (tesis), mediante la búsqueda del conocimiento que es la argumentación que propone el ensayista, pero también es un texto que pretende tener belleza en su composición. Es decir, es un texto funcional y, a la vez, un texto literario. Por lo tanto, si un texto funcional solo analiza de manera fría y calculadora un tema (para dar mayor objetividad), el ensayo lo desea hacer de una forma estéticamente bella, dotándolo de subjetividad.

El Ensayo La Crítica

El arte de juzgar el valor, las cualidades

y defectos de una obra artística.

Discurso que tiene como objetivo el

descubrir el estilo y los materiales como

se construye una obra.

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ACTIVIDAD: lee los siguientes ensayos y descubre las características propias de este género literario.

El mito de Sísifo

No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar que la vida vale o no vale a pena de que se la viva es responder a la pregunta fundamental de la filosofía. Las demás, si el mundo tiene tres dimensiones, si el espíritu tiene nueve o doce categorías vienen a continuación. Se trata de juegos; primeramente hay que responder. Y si es cierto, como quiere Nietsche, que un filósofo, para ser estimable, debe predicar con el ejemplo, se advierte la importancia de esta respuesta, puesto que va a preceder al gesto definitivo. Se trata de evidencias perceptibles para el corazón, pero que deben profundizarse a fin de hacerlas claras para el espíritu. Si me pregunto para qué voy a juzgar si tal pregunta es más apremiante que tal otra, respondo que pone en juego los actos. Nunca vi a nadie morir por el argumento ontológico. Galileo, quien defendía una verdad científica importante, la abjuró con la mayor facilidad del mundo, cuando puso su vida en peligro. En cierto sentido, hizo bien. Aquella verdad no valía la pena la hoguera. Es profundamente indiferente quien gira alrededor del otro, si la Tierra o el sol. Para decirlo todo, es una cuestión baladí. En cambio, veo que muchas personas mueren porque estiman que la vida no vale la pena de que se la viva. Veo a otras que, paradójicamente, se hacen matar por las ideas o las ilusiones que les dan una razón de vivir (lo que se llama una razón para vivir es, al mismo tiempo, una excelente razón para morir). Opino, en consecuencia, que el sentido de la vida es la pregunta más apremiante. ¿Cómo contestarla? Con respecto a todos los problemas esenciales, y considero como tales a los que ponen en peligro la vida o los que decuplican el ansia de vivir, no hay probablemente sino dos métodos de pensamiento: el de Pero Grullo y el de Don Quijote. El equilibrio de evidencia y lirismo es lo único que puede permitirnos asentir al mismo tiempo a la emoción y a la claridad. Se concibe que en un tema a la vez tan humilde y tan cargado de patetismo, la dialéctica sabia y clásica deba ceder el lugar, por lo tanto, a una actitud espiritual más modesta que procede a la vez del buen sentido y de la simpatía. Nunca se ha hablado del suicidio sino como de un fenómeno social. Por el contrario, aquí se trata, para comenzar, de la relación entre el pensamiento individual y el suicidio. Un acto como éste se prepara en el silencio del corazón, lo mismo que una gran obra. El hombre mismo lo ignora. Una noche se dispara o se sumerge. De un gerente de inmuebles que se había matado me dijeron un día que había perdido a su hija hacía cinco años y que esa desgracia le había cambiado mucho, le había “minado”. No se puede desear una palabra más exacta, comenzar a pensar es comenzar a ser minado. La sociedad no tiene mucho que ver con estos comienzos. El gusano se halla en el corazón del hombre y hay que buscarlo en él. Este juego mortal, que lleva de la lucidez frente a la existencia de la evasión fuera de la luz, es algo que debe investigarse y comprenderse. Son muchas las causas de un suicidio, y, de una manera general, las más aparentes no han sido las más eficaces. La gente se suicida rara vez (sin embargo, no se excluye la hipótesis) por reflexión. Lo que desencadena la crisis es casi siempre incontrolable. Los diarios hablan con frecuencia de “penas íntimas” o de “enfermedad incurable”. Son explicaciones valederas. Pero habría que saber si ese mismo día un amigo del desesperado no le habló con un tono indiferente. Ése sería el culpable, pues tal cosa puede bastar para precipitar todos los rencores y todos los cansancios todavía en suspenso. Vivir, naturalmente, nunca es fácil. Uno sigue haciendo los gestos que ordena la existencia por muchas razones, la primera de las cuales es la costumbre. Morir voluntariamente supone que se ha reconocido, aunque sea instintivamente, el carácter irrisorio de esa costumbre, la ausencia de toda razón profunda para vivir, el carácter insensato de esa agitación cotidiana y la inutilidad del sufrimiento. ¿Cuál es, pues, ese sentimiento incalculable que priva al espíritu del sueño necesario para una vida? Un mundo que se puede explicar hasta con malas razones es un mundo familiar. Pero, por el contrario, en un universo privado repentinamente de ilusiones y de luces, el hombre se siente extraño. Es un exilio sin remedio, pues está privado de los recuerdos de una patria perdida o de la esperanza de una Tierra prometida. Tal divorcio entre el hombre y su vida, entre el actor y su decoración, es propiamente en sentimiento de lo absurdo. Como todos los hombres sanos han pensado en su propio suicidio, se podrá reconocer, sin más explicaciones, que hay un vínculo directo entre este sentimiento y la aspiración a la nada. El tema de este ensayo es, precisamente, esa relación entre lo absurdo y el suicidio, la medida exacta en que el suicidio es una solución de lo absurdo. Se puede sentar como principio que para un hombre que no hace trampas lo que cree verdadero debe regir su acción. La creencia en lo absurdo de la existencia debe gobernar, por lo tanto, su conducta. Es una curiosidad legítima preguntarse, claramente y sin falso patetismo, si una conclusión de este origen exige que se abandone lo más rápidamente posible una situación incomprensible. Me refiero, por supuesto, a los hombres dispuestos a ponerse de acuerdo consigo mismo. Planteado en términos claros, el problema puede parecer a la vez sencillo e insoluble. Pero se supone equívocamente que las preguntas sencillas traen consigo respuestas que no lo son menos y que la evidencia implica la evidencia. A priori, e invirtiendo los términos del problema, así como se mata uno o no se mata, parece que no hay sino dos soluciones filosóficas: la del sí y la del no. Eso sería demasiado fácil. Pero hay que tener en cuenta a los que interrogan siempre sin llegar a una conclusión. A este respecto, apenas ironizo: se trata de la mayoría. Veo igualmente que quienes responden que no, obran como si pensasen que sí. De hecho, si acepto el criterio nietscheano, piensan que sí de una u otra manera. Por el contrario, quienes se suicidan suelen estar con frecuencia seguros del sentido de la vida. Estas contradicciones son constantes. Hasta se puede decir que nunca han sido tan vivas como con respecto a este punto en el cual la lógica, por el contrario, parece tan deseable. Es un lugar común comparar las teorías filosóficas con la conducta de quienes las profesan. Pero es necesario decir que, salvo Kirilov, que pertenece a la literatura, Peregrinos, que nace de la leyenda, y Jules Lequier, que surge de las hipótesis, ninguno de los pensadores que negaban un sentido a la vida, se puso de acuerdo con su lógica hasta el punto de rechazar esta vida. Se cita con frecuencia, para

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reírse de él, a Shopenhauer, quien elogiaba el suicidio ante una mesa bien provista. No hay en ello motivo para burlas. Esta manera de no tomar lo trágico en serio no es tan grave, pero termina juzgando a quien lo adopta. Ante estas contradicciones y estas oscuridades, ¿hay que creer, por lo tanto, que no existe relación alguna entre la opinión que se pueda tener de la vida y el acto que se hace para abandonarla? No exageremos nada en este sentido. En el apego de un hombre a la vida hay algo más fuerte que todas las miserias del mundo. La condena del cuerpo equivale a la del espíritu y el cuerpo retrocede ante el aniquilamiento. Adquirimos la costumbre de vivir antes de adquirir la de pensar. En la carrera que nos precipita cada día un poco más hacia la muerte, el cuerpo mantiene una delantera irreparable. Finalmente, lo esencial de esta contradicción reside en lo que yo llamaría la elisión, porque es a la vez menos y más que la diversión en el sentido pascaliano. El juego constante consiste en eludir. La elisión típica, la elisión mortal que constituye el tercer tema de este ensayo, es la esperanza: esperanza de otra vida que hay que “merecer”, o engaño de quienes viven para la vida misma, sino para alguna gran idea que la supera, la sublima, le da un sentido y la traiciona. Todo contribuye a enredar las cosas. No en vano se ha jugado hasta ahora con las palabras y se ha fingido creer que negar un sentido a la vida de que se la viva. En verdad, no hay equivalencia forzosa alguna entre estos dos juicios. Lo único que hay que hacer es no dejarse desviar por las confusiones, los divorcios y las inconsecuencias que venimos señalando. Hay que apartarlo todo e ir directamente al verdadero problema. El que se mata considera que la vida no vale la pena de que se la viva: he aquí una verdad indudable, pero infecunda, porque es una perogrullada. ¿Pero es que este insulto a la existencia, este desmentido en que se la hunde, procede de que no tiene sentido? ¿Es que su absurdidad exige que se la evada mediante la esperanza o el suicidio? Eso es lo que se debe poner en claro, averiguar e ilustrar, dejando de lado todo lo demás. ¿Lo absurdo impone la muerte? Éste es el problema que hay que estudiar antes que los otros, al margen de todos los métodos de pensamiento y de los juegos del espíritu desinteresado. Los matices, las contradicciones, la psicología que un espíritu “objetivo” sabe introducir siempre en todos los problemas, no tienen lugar en el análisis de esta pasión. Esto no es fácil. Lo fácil es siempre ser ilógico. Es casi imposible ser lógico hasta el fin. Los hombres que mueren por sus propias manos siguen hasta el final la pendiente de su sentimiento. La reflexión sobre que mueren por sus propias manos sigue hasta el final la pendiente de su sentimiento. La reflexión sobre el suicidio me proporciona, por lo tanto, la ocasión para plantear el único problema que me interesa: ¿Hay una lógica hasta la muerte? No puedo saberlo sino siguiendo, sin apasionamiento desordenado, a la sola luz de la evidencia, el razonamiento cuyo origen indico. Es lo que llamo un razonamiento absurdo. Muchos lo han comenzado, pero no sé todavía si lo han conseguido. Cuando Karl Jaspers, revelando la imposibilidad de constituir al mundo en unidad, exclama: “Esta limitación me lleva a mí mismo, allá donde ya no me retiro detrás de un punto de vista objetivo que no hago sino representar, allá donde ni yo mismo ni la existencia ajena puede ya convertirse en objeto para mí”, evoca, después de otros muchos, esos lugares desiertos y sin agua en los cuales el pensamiento llega a sus confines. Después de otros muchos, sí, sin duda, ¡pero cuán impacientes por salir de ellos! A este último recodo en el cual el pensamiento vacila han llegado muchos hombres, y de los más humildes. Éstos renunciaban entonces a lo más querido que poseían y que era su vida. Otros, príncipes del espíritu, han renunciado también, pero a lo que llegaron en su rebelión más pura es al suicidio de su pensamiento. El verdadero esfuerzo consiste, por el contrario, en atenerse a él mientras sea posible y en examinar de cerca la vegetación barroca de esas regiones alejadas. La tenacidad y la clarividencia son espectadores privilegiados de ese juego inhumano en el cual lo absurdo, la esperanza y la muerte intercambian sus réplicas. El espíritu puede de tal modo analizar las figuras de esta danza, a la vez elemental y sutil, antes de ilustrarlas y reanimarlas él mismo.

Albert Camus (fragmento)

1. ¿Qué tipo de ensayo es? Fundamente. ………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………

2. ¿Cuál es el tema del ensayo?

…………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………

3. ¿Por qué podemos afirmar que el tratamiento del tema es de sentido común y racional? ……………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………

4. ¿Cuáles son las preguntas fundamentales que se hace el ensayista? ……………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………

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5. ¿Qué es lo “despensado” en este ensayo? ¿Cómo es vuelto a pensarse por el ensayista? …………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………

6. ¿En qué medida el ensayista reflexiona sobre su tema como el problema de alguien en particular y no abstractamente? ……………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………

7. Haga una síntesis de la discusión que el ensayista propone en su texto: ……………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………

El segundo sexo Durante mucho tiempo dudé en escribir un libro sobre la mujer. El tema es irritante, sobre todo para las mujeres; pero no es nuevo. La discusión sobre el feminismo ha hecho correr bastante tinta; actualmente está poco menos que cerrada: no hablemos más de ello. Sin embargo, todavía se habla. Y no parece que las voluminosas estupideces vertidas en el curso de este último siglo hayan aclarado mucho el problema. Por otra parte, ¿es que existe un problema? ¿En qué consiste? ¿Hay siquiera mujeres? Cierto que la teoría del eterno femenino cuenta todavía con adeptos; estos adeptos cuchichean: “Incluso en Rusia, ellas siguen siendo mujeres”. Pero otras gentes bien informadas –incluso las mismas algunas veces- suspiran: “La mujer se pierde, la mujer está perdida”. Ya no se sabe a ciencia cierta si aún existen mujeres, si existirán siempre, si hay que desearlo o no, qué lugar ocupan en el mundo, qué lugar deberían ocupar. “¿Dónde están las mujeres?”, preguntaba recientemente una revista no periódica. Pero, en primer lugar, ¿qué es una mujer? “Tota mulier in utero: es una matriz”, dice uno. Sin embargo, hablando de ciertas mujeres, los conocedores decretan: “No son mujeres”, pese a que tengan útero como las otras. Todo el mundo está de acuerdo en reconocer que en la especie humana hay hembras; constituyen hoy, como antaño, la mitad, aproximadamente, de la Humanidad; y, sin embargo, se nos dice que la “feminidad está en peligro”; se nos exhorta: “Sed mujeres, seguid siendo mujeres, convertíos en mujeres.” Así, pues, todo ser humano hembra no es necesariamente una mujer; tiene que participar de esa realidad misteriosa y amenazada que es la feminidad. Esta feminidad ¿la secretan los ovarios? ¿O está en el fondo de un cielo platónico? ¿Basta el frou-frou de una falda para hacer que descienda a la Tierra? Aunque ciertas mujeres se esfuerzan celosamente por encarnarla, jamás se ha encontrado el modelo. Se la describe de buen grado en términos vagos y espejeantes que parecen tomados del vocabulario de los videntes. En tiempos de Santo Tomás, aparecía como una esencia tan firmemente definida como la virtud adormecedora de la adormidera. Pero el conceptualismo ha perdido terreno: las ciencias biológicas y sociales ya no creen en la existencia de entidades inmutables fijas que definirían caracteres determinados, tales como los de la mujer, el judío o el negro; consideran el carácter como una reacción secundaria ante una situación. Si ya no hay hoy feminidad, es que no la ha habido nunca. ¿Significa esto que la palabra “mujer” carece de todo contenido? Es lo que afirman enérgicamente los partidarios de la filosofía de las luces, del racionalismo, del nominalismo: las mujeres serían solamente entre los seres humanos aquellos a los que arbitrariamente se designa con la palabra “mujer”; las americanas en particular piensan que la mujer, como tal, ya no tiene lugar; si alguna, con ideas anticuadas, se tiene todavía por mujer, sus amigas le aconsejan que consulte con un psicoanalista, para que se libre de semejante obsesión. A propósito de una obra, por lo demás irritante, titulada Modern woman: a lost sex, Dorothy Parker ha escrito: “No puedo ser justa con los libros que tratan de la mujer en tanto que tal…Pienso que todos nosotros, tanto hombres como mujeres, quienes quiera que seamos, debemos ser considerados como seres humanos.” Pero el nominalismo es una doctrina un poco corta; y a los antifeministas les es muy fácil demostrar que las mujeres no son hombres. Desde luego, la mujer es, como el hombre, un ser humano; pero tal afirmación es abstracta; el hecho es que todo ser humano concreto está siempre singularmente situado. Rechazar las nociones del eterno femenino, de alma negra, de carácter judío, no es negar que haya hoy judíos, ni negros, mujeres; esa negación no representa para los interesados una liberación, sino

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una huida inauténtica. Está claro que ninguna mujer puede pretender sin mala fe situarse por encima de su sexo. Una conocida escritora rehusó hace unos años permitir que su retrato apareciese en una serie de fotografías consagradas precisamente a las mujeres escritoras: quería que se la situase entre los hombres; mas, para obtener ese privilegio, tuvo que recurrir a la influencia de su marido. Las mujeres que afirman que son hombres, no reclaman por ello menos miramientos y homenajes masculinos. Me acuerdo también de aquella joven trotskista de pie en una tumba, en medio de un mitin borrascoso, que se aprestaba a dar un puñetazo sobre el tablero, a pesar de su evidente fragilidad; ella negaba su debilidad femenina, pero lo hacía por amor a un militante del cual se quería igual. La actitud de desafío en que se crispan las americanas demuestra que están obsesionadas por el sentimiento de su feminidad. Y en verdad basta pasearse con los ojos abiertos para probar que la humanidad se divide en dos categorías de individuos que la Humanidad se divide en dos categorías de individuos cutos vestido, rostro, cuerpo, sonrisa, porte, intereses, ocupaciones son manifiestamente diferentes. Acaso tales diferencias sean superficiales; tal vez estén destinadas a desaparecer. Lo que sí es seguro es que, por el momento, existen con deslumbrante evidencia. Si su función de hembra no basta para definir a la mujer, si rehusamos también explicarla por “el eterno femenino” y si, no obstante, admitimos que, aunque sea a título provisional, hay mujeres en la Tierra, tendremos que plantearnos la pregunta: ¿qué es una mujer? […] La mujer tiene ovarios, un útero; he ahí condiciones singulares que la encierran en su subjetividad, se dice tranquilamente que piensa con sus glándulas. El hombre se olvida olímpicamente de que su anatomía comporta también hormonas, testículos. Considera que su cuerpo como una relación directa y normal con el mundo que él cree aprehender en su objetividad, mientras considera el cuerpo de la mujer como apesadumbrado por todo cuanto lo especifica: un obstáculo, una cárcel. “La mujer es mujer en virtud de cierta falta de cualidades –decía Aristóteles-. Y debemos considerar el carácter de las mujeres como adoleciente de una imperfección natural”. Y a continuación, Santo Tomás decreta que la mujer es un “hombre fallido”, un ser “ocasional”. Eso es lo que simboliza la historia del Génesis, donde Eva aparece como extraída, según la frase de Bossuet, de un “hueso supernumerario” de Adán. La Humanidad es macho, y el hombre define a la mujer no en sí misma, sino con relación a él, no la considera como un ser autónomo. “La mujer, el ser relativo…”, escribe Michelet. Y así lo afirma Benda en el Rapport d’ Uriel: “El cuerpo del hombre tiene sentido por sí mismo, abstracción hecha del de la mujer, mientras este último parece desprovisto de todo sentido si no se evoca al macho…El hombre se piensa sin la mujer. Ella no se piensa sin el hombre.” Y ella no es otra cosa que lo que el hombre decida que sea; así la denomina “el sexo”, queriendo decir con ello que a los ojos del macho aparece esencialmente como un ser sexuado: para él, ella es un sexo; por consiguiente, lo es absolutamente. La mujer se determina y se diferencia con relación al hombre, y no éste con relación a ella; la mujer es lo inesencial frente a lo esencial. Él es el Sujeto, él es lo Absoluto; ella es lo Otro. […] Ahora bien, la mujer siempre ha sido, si no la esclava del hombre, al menos su vasalla; los dos sexos jamás han compartido el mundo en pie de igualdad; y todavía hoy, aunque la situación está evolucionando, la mujer tropieza con graves desventajas. En casi ningún país es idéntico su estatuto legal al del hombre; y, con frecuencia, su desventaja con respecto a aquél es muy considerable. Incluso cuando se le reconocen en abstracto algunos derechos, una larga costumbre impide que encuentre en la vida cotidiana su expresión concreta. Económicamente, hombres y mujeres casi constituyen dos castas distintas; en igualdad de condiciones, los primeros disfrutan situaciones más ventajosas, salarios más elevados, tienen más oportunidades de éxito que sus competidoras de fecha reciente: en la industria, la política, etc., ocupan un número mucho mayor de puestos, y son ellos quienes ocupan los más importantes. Además de los poderes concretos que poseen, están revestidos de un prestigio cuya tradición mantiene toda la educación del niño: el presente envuelve al pasado, y en el pasado toda la Historia la han hecho los varones. En el momento en que las mujeres empiezan a participar en la elaboración del mundo, ese mundo es todavía un mundo que pertenece a los hombres: ellos no lo dudan, ellas lo dudan apenas. Negarse a ser lo otro, rehusar la complicidad con el hombre, sería para ellas renunciar a toda las ventajas que puede procurarles la alianza con la casta superior. […] “Todo cuanto sobre las mujeres han escrito los hombres debe tenerse por sospechoso, puesto son juez y parte a la vez”, dijo en el siglo XVII Poulain de la Barre, feminista poco conocido. Por doquier, en todo tiempo, el varón ha ostentado la satisfacción que le producía sentirse rey de la creación. “Bendito sea Dios nuestro Señor y Señor de todos los mundo, por no haberme hecho mujer”, dicen los judíos en sus oraciones matinales; mientras sus esposas murmuran con resignación: “Bendito sea el Señor, que me ha creado según su voluntad.” […] Las religiones inventadas por los hombres reflejan esa voluntad de dominación: han sacado armas de las leyendas de Eva, de Pandora; han puesto la filosofía y la teología a su servicio, como se ha visto por las frases de Aristóteles y de Santo Tomás de Aquino que hemos citado. Desde la Antigüedad, satíricos y moralistas se han complacido en trazar el cuadro de las flaquezas femeninas. […] Montaigne comprendió perfectamente lo arbitrario e injusto de la suerte asignada a la mujer: “Las mujeres no dejan de tener razón en absoluto cuando rechazan las normas que se han introducido en el mundo, tanto más cuanto han sido los hombres quienes las han hecho sin ellas. Naturalmente, entre ellas y nosotros hay intrigas y querellas.” Pero Montaigne no llega hasta el extremo de erigirse en su campeón. Solamente en el siglo XVIII hombres profundamente demócratas encaran la cuestión con objetividad. Diderot, entre otros, se propone demostrar que la mujer es un ser humano igual que el hombre. Un poco más tarde Stuart Mill la defiende con ardor. […] Otros siguen con sus ataques para no cambiar a la mujer. Muchos hombres así o desean: no todos han arrojado todavía las armas. La burguesía conservadora sigue viendo en la emancipación de la mujer un peligro que amenaza su moral y sus intereses. […] Es así como muchas mujeres afirman con una cuasi buena fe que las mujeres son las iguales del hombre y que no tienen nada que reivindicar; pero al mismo tiempo sostienen que las mujeres jamás podrán ser las iguales del hombre y que sus reivindicaciones son vanas. […] El hombre que sienta la mayor simpatía por la mujer, jamás conoce bien su situación concreta. Por eso no ha lugar a creer a los varones cuando se esfuerzan por defender privilegios cuya extensión no logran calibrar en sus totalidad. Por tanto, no nos dejaremos intimidar por el número y la violencia de los ataques dirigidos contra las mujeres; ni tampoco nos dejaremos embaucar por los elogios interesados que se prodigan a la “verdadera mujer”; ni permitiremos que nos gane el entusiasmo que suscita su destino entre los hombres, que por nada del mundo querrían compartirlo.

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[…] Lo que han tratado de hacer los feministas es tratar de demostrar que la mujer es superior; es evidente, dicen algunos, que Adán no era sino un boceto, y Dios logró el ser humano en toda su perfección cuando creó a Eva; su cerebro es más pequeño, pero relativamente es más grande; Cristo se hizo hombre, tal vez por su humildad. Cada argumento atrae inmediatamente al contrario, y con frecuencia los dos llevan a la sinrazón. Si se quiere intentar ver claro en el problema, hay que abandonar esos caminos trillados; hay que rechazar las vagas nociones de superioridad, inferioridad o igualdad que han alterado todas las discusiones, y empezar de nuevo. […] Otros preguntan ¿no es más feliz la mujer del harén que las electoras? El ama de casa ¿no es más feliz que la obrera? No se sabe demasiado bien lo que significa la palabra dicha, y aún menos qué valores auténticos recubre; no hay ninguna posibilidad de medir la dicha de otro, y siempre resulta fácil declarar dichosa la situación que se le quiere imponer. […]¿Cómo puede realizarse un ser humano en la situación de la mujer? ¿Qué caminos le están abiertos? ¿Cuáles desembocan en callejones sin salida? ¿Cómo encontrar la independencia en el seno de la dependencia? ¿Qué circunstancias limitan la libertad de la mujer? ¿Puede ésta superarlas? He aquí las cuestiones fundamentales que desearíamos dilucidar. Es decir que, interesándonos por las oportunidades del individuo, no definiremos tales oportunidades en términos de felicidad, sino en términos de libertad. Simone de Beavuoir (Fragmento)

1. ¿Qué tipo de ensayo es? Fundamente.

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2. ¿Cuál es el tema del ensayo?

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3. ¿Por qué podemos afirmar que el tratamiento del tema es de sentido común y racional? ……………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………

4. ¿Cuáles son las preguntas fundamentales que se hace el ensayista? ………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………

5. ¿Qué es lo “despensado” en este ensayo? ¿Cómo es vuelto a pensarse por el ensayista? …………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………

6. ¿En qué medida el ensayista reflexiona sobre su tema como el problema de alguien en particular y no abstractamente? ……………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………

7. Haga una síntesis de la discusión que el ensayista propone en su texto: ………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………

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Nuestra América

Publicado en: La Revista Ilustrada de Nueva York, 10 de enero de 1891. El Partido Liberal, México, 30 de enero de 1891.

Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea, y con tal que él quede de alcalde, o le mortifique al rival que le quitó la novia, o le crezcan en la alcancía los ahorros, ya da por bueno el orden universal, sin saber de los gigantes que llevan siete leguas en las botas y le pueden poner la bota encima, ni de la pelea de los cometas en el Cielo, que van por el aire dormidos engullendo mundos. Lo que quede de aldea en América ha de despertar. Estos tiempos no son para acostarse con el pañuelo en la cabeza, sino con las armas en la almohada, como los varones de Juan de Castellanos: las armas del juicio, que vencen a las otras. Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra.

No hay proa que taje una nube de ideas. Una idea enérgica, flameada a tiempo ante el mundo, para, como la bandera mística del juicio final, a un escuadrón de acorazados. Los pueblos que no se conocen han de darse prisa para conocerse, como quienes van a pelear juntos. Los que enseñan los puños, como hermanos celosos, que quieren los dos la misma tierra, o el de casa chica, que le tiene envidia al de casa mejor, han de encajar, de modo que sean una, las dos manos. Los que, al amparo de una tradición criminal, cercenaron, con el sable tinto en la sangre de sus mismas venas, la tierra del hermano vencido, del hermano castigado más allá de sus culpas, si no quieren que les llame el pueblo ladrones, devuélvanle sus tierras al hermano. Las deudas del honor no las cobra el honrado en dinero, a tanto por la bofetada. Ya no podemos ser el pueblo de hojas, que vive en el aire, con la copa cargada de flor, restallando o zumbando, según la acaricie el capricho de la luz, o la tundan y talen las tempestades; ¡los árboles se han de poner en fila para que no pase el gigante de las siete legua! Es la hora del recuento, y de la marcha unida, y hemos de andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces de los Andes.

A los sietemesinos solo les faltará el valor. Los que no tienen fe en su tierra son hombres de siete meses. Porque les falta el valor a ellos, se lo niegan a los demás. No les alcanza al árbol difícil el brazo canijo, el brazo de uñas pintadas y pulsera, el brazo de Madrid o de París, y dicen que no se puede alcanzar el árbol. Hay que cargar los barcos de esos insectos dañinos, que le roen el hueso a la patria que los nutre. Si son parisienses o madrileños, vayan al Prado, de faroles, o vayan a Tortoni, de sorbetes. ¡Estos hijos de carpintero, que se avergüenzan de que su padre sea carpintero! ¡Estos nacidos en América, que se avergüenzan, porque llevan delantal indio, de la madre que los crió, y reniegan, ¡bribones!, de la madre enferma, y la dejan sola en el lecho de las enfermedades! Pues, ¿quién es el hombre? ¿el que se queda con la madre, a curarle la enfermedad, o el que la pone a trabajar donde no la vean, y vive de su sustento en las tierras podridas con el gusano de corbata, maldiciendo del seno que lo cargó, paseando el letrero de traidor en la espalda de la casaca de papel? ¡Estos hijos de nuestra América, que ha de salvarse con sus indios, y va de menos a más; estos desertores que piden fusil en los ejércitos de la América del Norte, que ahoga en sangre a sus indios, y va de más a menos! ¿Estos delicados, que son hombres y no quieren hacer el trabajo de hombres! Pues el Washington que les hizo esta tierra ¿se fue a vivir con los ingleses, a vivir con los ingleses en los años en que los veía venir contra su tierra propia? ¡Estos «increíbles» del honor, que lo arrastran por el suelo extranjero, como los increíbles de la Revolución francesa, danzando y relamiéndose, arrastraban las erres!

Ni ¿en qué patria puede tener un hombre más orgullo que en nuestras repúblicas dolorosas de América, levantadas entre las masas mudas de indios, al ruido de pelea del libro con el cirial, sobre los brazos sangrientos de un centenar de apóstoles? De factores tan descompuestos, jamás, en menos tiempo histórico, se han creado naciones tan adelantadas y compactas. Cree el soberbio que la tierra fue hecha para servirle de pedestal, porque tiene la pluma fácil o la palabra de colores, y acusa de incapaz e irremediable a su república nativa, porque no le dan sus selvas nuevas modo continuo de ir por el mundo de gamonal famoso, guiando jacas de Persia y derramando champaña. La incapacidad no está en el país naciente, que pide formas que se le acomoden y grandeza útil, sino en los que quieren regir pueblos originales, de composición singular y violenta, con leyes heredadas de cuatro siglos de práctica libre en los Estados Unidos, de diecinueve siglos de monarquía en Francia. Con un decreto de Hamilton no se le para la pechada al potro del llanero. Con una frase de Sieyès no se desestanca la sangre cuajada de la raza india. A lo que es, allí donde se gobierna, hay que atender para gobernar bien; y el buen gobernante en América no es el que sabe cómo se gobierna el alemán o el francés, sino el que sabe con qué elementos está hecho su país, y cómo puede ir guiándolos en junto, para llegar, por métodos e instituciones nacidas del país mismo, a aquel estado apetecible donde cada

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hombre se conoce y ejerce, y disfrutan todos de la abundancia que la Naturaleza puso para todos en el pueblo que fecundan con su trabajo y defienden con sus vidas. El gobierno ha de nacer del país. El espíritu del gobierno ha de ser el del país. La forma de gobierno ha de avenirse a la constitución propia del país. El gobierno no es más que el equilibrio de los elementos naturales del país.

Por eso el libro importado ha sido vencido en América por el hombre natural. Los hombres naturales han vencido a los letrados artificiales. El mestizo autóctono ha vencido al criollo exótico. No hay batalla entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza. El hombre natural es bueno, y acata y premia la inteligencia superior, mientras esta no se vale de su sumisión para dañarle, o le ofende prescindiendo de él, que es cosa que no perdona el hombre natural, dispuesto a recobrar por la fuerza el respeto de quien le hiere la susceptibilidad o le perjudica el interés. Por esta conformidad con los elementos naturales desdeñados han subido los tiranos de América al poder; y han caído en cuanto les hicieron traición. Las repúblicas han purgado en las tiranías su incapacidad para conocer los elementos verdaderos del país, derivar de ellos la forma de gobierno y gobernar con ellos. Gobernante, en un pueblo nuevo, quiere decir creador.

En pueblos compuestos de elementos cultos e incultos, los incultos gobernarán, por su hábito de agredir y resolver las dudas con su mano, allí donde los cultos no aprendan el arte del gobierno. La masa inculta es perezosa, y tímida en las cosas de la inteligencia, y quiere que la gobiernen bien; pero si el gobierno le lastima, se lo sacude y gobierna ella. ¿Cómo han de salir de las universidades los gobernantes, si no hay universidad en América donde se enseñe lo rudimentario del arte del gobierno, que es el análisis de los elementos peculiares de los pueblos de América? A adivinar salen los jóvenes al mundo, con antiparras yanquis o francesas, y aspiran a dirigir un pueblo que no conocen. En la carrera de la política habría de negarse la entrada a los que desconocen los rudimentos de la política. El premio de los certámenes no ha de ser para la mejor oda, sino para el mejor estudio de los factores del país en que se vive. En el periódico, en la cátedra, en la academia, debe llevarse adelante el estudio de los factores reales del país. Conocerlos basta, sin vendas ni ambages; porque el que pone de lado, por voluntad u olvido, una parte de la verdad, cae a la larga por la verdad que le faltó, que crece en la negligencia, y derriba lo que se levanta sin ella. Resolver el problema después de conocer sus elementos, es más fácil que resolver el problema sin conocerlos. Viene el hombre natural, indignado y fuerte, y derriba la justicia acumulada de los libros, porque no se administra en acuerdos con las necesidades patentes del país. Conocer es resolver. Conocer el país, y gobernarlo conforme al conocimiento es el único modo de librarlo de tiranías. La universidad europea ha de ceder a la universidad americana. La historia de América, de los incas acá, ha de enseñarse al dedillo, aunque no se enseñe la de los arcontes de Grecia. Nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra. Nos es más necesaria. Los políticos nacionales han de reemplazar a los políticos exóticos. Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas. Y calle el pedante vencido; que no hay patria en que pueda tener el hombre más orgullo que en nuestras dolorosas repúblicas americanas.

Con los pies en el rosario, la cabeza blanca y el cuerpo pinto de indio y criollo, venimos, denodados, al mundo de las naciones. Con el estandarte de la Virgen salimos a la conquista de la libertad. Un cura, unos cuantos tenientes y una mujer alzan en México la república, en hombros de los indios. Un canónigo español, a la sombra de su capa, instruye la libertad francesa a unos cuantos bachilleres magníficos, que ponen de jefe de Centro América contra España al general de España. Con los hábitos monárquicos, y el Sol por pecho, se echaron a levantar pueblos los venezolanos por el Norte y los argentinos por el Sur. Cuando los dos héroes chocaron, y el continente iba a temblar, uno, que no fue el menos grande, volvió riendas. Y como el heroísmo en la paz es más escaso, porque es menos glorioso que el de la guerra; como al hombre le es más fácil morir con honra que pensar con orden; como gobernar con los sentimientos exaltados y unánimes es más hacedero que dirigir, después de la pelea, los pensamientos diversos, arrogantes, exóticos o ambiciosos; como los poderes arrollados en la arremetida épica zapaban, con la cautela felina de la especie y el peso de lo real, el edificio que habían izado, en las comarcas burdas y singulares de nuestra América mestiza, en los pueblos de pierna desnuda y casaca de París, la bandera de los pueblos nutridos de savia gobernante en la práctica continua de la razón y de la libertad; como la constitución jerárquica de las colonias resistía la organización democrática de la República, o las capitales de corbatín dejaban en el zaguán al campo de bota y potro, o los redentores bibliógenos no entendieron que la revolución que triunfó con el alma de la tierra había de gobernar, y no contra ella ni sin ella, entró a padecer América, y padece, de la fatiga de acomodación entre los elementos discordantes y hostiles que heredó de un colonizador despótico y avieso, y las ideas y formas importadas que han venido retardando, por su falta de realidad local, el gobierno lógico. El continente descoyuntado durante tres siglos por un mando que negaba el derecho del hombre al ejercicio de su razón, entró, desatendiendo o desoyendo a los ignorantes que lo habían ayudado a redimirse, en un gobierno que tenía por base la razón; la razón de todos en las cosas de todos, y no la razón universitaria de unos sobre la razón campestre de otros. El problema de la independencia no era el cambio de formas, sino el cambio de espíritu.

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Con los oprimidos había que hacer una causa común, para afianzar el sistema opuesto a los intereses y hábitos de mando de los opresores. El tigre, espantado del fogonazo, vuelve de noche al lugar de la presa. Muere echando llamas por los ojos y con las zarpas al aire. No se le oye venir, sino que viene con zarpas de terciopelo. Cuando la presa despierta, tiene al tigre encima. La colonia continuó viviendo en la república; y nuestra América se está salvando de sus grandes yerros -de la soberbia de las ciudades capitales, del triunfo ciego de los campesinos desdeñados, de la importación excesiva de las ideas y fórmulas ajenas, del desdén inicuo e impolítico de la raza aborigen-, por la virtud superior, abonada con sangre necesaria, de la república que lucha contra la colonia. El tigre espera, detrás de cada árbol, acurrucado en cada esquina. Morirá, con las zarpas al aire, echando llamas por los ojos.

Pero «estos países se salvarán», como anunció Rivadavia el argentino, el que pecó de finura en tiempos crudos; al machete no le va vaina de seda, ni el país que se ganó con lanzón se puede echar el lanzón atrás, porque se enoja y se pone en la puerta del Congreso de Iturbide «a que le hagan emperador al rubio». Estos países se salvarán porque, con el genio de la moderación que parece imperar, por la armonía serena de la Naturaleza, en el continente de la luz, y por el influjo de la lectura crítica que ha sucedido en Europa a la lectura de tanteo y falansterio en que se empapó la generación anterior, le está naciendo a América, en estos tiempos reales, el hombre real.

Éramos una visión, con el pecho de atleta, las manos de petimetre y la frente de niño. Éramos una máscara, con los calzones de Inglaterra, el chaleco parisiense, el chaquetón de Norteamérica y la montera de España. El indio, mudo, nos daba vueltas alrededor, y se iba al monte, a la cumbre del monte, a bautizar a sus hijos. El negro, oteado, cantaba en la noche la música de su corazón, solo y desconocido, entre la olas y las fieras. El campesino, el creador, se revolvía, ciego de indignación, contra la ciudad desdeñosa, contra su criatura. Éramos charreteras y togas, en países que venían al mundo con la alpargata en los pies y la vincha en la cabeza. El genio hubiera estado en hermanar, con la caridad del corazón y con el atrevimiento de los fundadores, la vincha y la toga; en desestancar al indio; en ir haciendo lado al negro suficiente; en ajustar la libertad al cuerpo de los que se alzaron y vencieron por ella. Nos quedó el oidor, y el general, y el letrado, y el prebendado. La juventud angélica, como de los brazos de un pulpo, echaba al Cielo, para caer con gloria estéril, la cabeza, coronada de nubes. El pueblo natural, con el empuje del instinto, arrollaba, ciego de triunfo, los bastones de oro. Ni el libro europeo, ni el libro yanqui, daban la clave del enigma hispanoamericano. Se probó el odio, y los países venían cada año a menos. Cansados del odio inútil de la resistencia del libro contra la lanza, de la razón contra el cirial, de la ciudad contra el campo, del imperio imposible de las castas urbanas divididas sobre la nación natural, tempestuosa e inerte, se empieza, como sin saberlo, a probar el amor. Se ponen en pie los pueblos, y se saludan. «¿Cómo somos?» se preguntan; y unos a otros se van diciendo cómo son. Cuando aparece en Cojímar un problema, no van a buscar la solución a Dantzig. Las levitas son todavía de Francia, pero el pensamiento empieza a ser de América. Los jóvenes de América se ponen la camisa al codo, hunden las manos en la masa, y la levantan con la levadura del sudor. Entienden que se imita demasiado, y que la salvación está en crear. Crear es la palabra de pase de esta generación. El vino, de plátano; y si sale agrio, ¡es nuestro vino! Se entiende que las formas de gobierno de un país han de acomodarse a sus elementos naturales; que las ideas absolutas, para no caer por un yerro de forma, han de ponerse en formas relativas; que la libertad, para ser viable, tiene que ser sincera y plena; que si la república no abre los brazos a todos y adelanta con todos, muere la república. El tigre de adentro se echa por al hendija, y el tigre de afuera. El general sujeta en la marcha la caballería al paso de los infantes. O si deja a la zaga a los infantes, le envuelve el enemigo la caballería. Estrategia es política. Los pueblos han de vivir criticándose, porque la crítica es la salud; pero con un solo pecho y una sola mente. ¡Bajarse hasta los infelices y alzarlos en los brazos! ¡Con el fuego del corazón deshelar la América coagulada! ¡Echar, bullendo y rebotando, por las venas, la sangre natural del país! En pie, con los ojos alegres de los trabajadores, se saludan, de un pueblo a otro, los hombres nuevos americanos. Surgen los estadistas naturales del estudio directo de la Naturaleza. Leen para aplicar, pero no para copiar. Los economistas estudian la dificultad en sus orígenes. Los oradores empiezan a ser sobrios. Los dramaturgos traen los caracteres nativos a la escena. Las academias discuten temas viables. La poesía se corta la melena zorrillesca y cuelga del árbol glorioso el chaleco colorado. La prosa, centelleante y cernida, va cargada de idea. Los gobernadores, en las repúblicas de indios, aprenden indio. De todos sus peligros se va salvando América. Sobre algunas repúblicas está durmiendo el pulpo. Otras, por la ley del equilibrio, se echan a pie a la mar, a recobrar, con prisa loca y sublime, los siglos perdidos. Otras, olvidando que Juárez paseaba en un coche de mulas, ponen coche de viento y de cochero a una pompa de jabón; el lujo venenoso, enemigo de la libertad, pudre al hombre liviano y abre la puerta al extranjero. Otras acendran, con el espíritu épico de la independencia amenazada, el carácter viril. Otras crían, en la guerra rapaz contra el vecino, la soldadesca que puede devorarlas. Pero otro peligro corre, acaso, nuestra América, que no le viene de sí, sino de la diferencia de orígenes, métodos e intereses entre los dos factores continentales, y es la hora próxima en que se le acerque, demandando relaciones íntimas, un pueblo emprendedor y pujante que la desconoce y la desdeña. Y como los pueblos viriles, que se han hecho de sí propios, con la escopeta y la ley, aman, y solo aman, a los pueblos viriles; como la hora del desenfreno y la ambición, de que acaso se libre, por el predominio de lo más puro de su sangre, la América del Norte,

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o en que pudieran lanzarla sus masas vengativas y sórdidas, la tradición de conquista y el interés de un caudillo hábil, no está tan cercana aún a los ojos del más espantadizo, que no dé tiempo a la prueba de altivez, continua y discreta, con que se la pudiera encara y desviarla; como su decoro de república pone a la América del Norte, ante los pueblos atentos del Universo, un freno que no le ha de quitar la provocación pueril o la arrogancia ostentosa o la discordia parricida de nuestra América, el deber urgente de nuestra América es enseñarse como es, una en alma e intento, vencedora veloz de un pasado sofocante, manchada solo con sangre de abono que arranca a las manos la pelea con las ruinas, y la de las venas que nos dejaron picadas nuestros dueños. El desdén del vecino formidable, que no la conoce, es el peligro mayor de nuestra América; y urge, porque el día de la visita está próximo, que el vecino la conozca, la conozca pronto, para que no la desdeñe. Por el respeto, luego que la conociese, sacaría de ella las manos. Se ha de tener fe en lo mejor del hombre y desconfiar de lo peor de él. Hay que dar ocasión a lo mejor para que se revele y prevalezca sobre lo peor. Si no, lo peor prevalece. Los pueblos han de tener una picota para quien les azuza a odios inútiles; y otra para quien no les dice a tiempo la verdad. No hay odio de razas, porque no hay razas. Los pensadores canijos, los pensadores de lámparas, enhebran y recalientan las razas de librería, que el viajero justo y el observador cordial buscan en vano en la justicia de la Naturaleza, donde resalta en el amor victorioso y el apetito turbulento, la identidad universal del hombre. El alma emana, igual y eterna, de los cuerpos diversos en forma y en color. Peca contra la Humanidad el que fomente y propague la oposición y el odio de las razas. Pero en el amasijo de los pueblos se condensan, en la cercanía de otros pueblos diversos, caracteres peculiares y activos, de ideas y de hábitos, de ensanche y adquisición, de vanidad y de avaricia, que del estado latente de preocupaciones nacionales pudieran, en un período de desorden interno o de precipitación del carácter acumulado del país, trocarse en amenaza grave para las tierras vecinas, aisladas y débiles, que el país fuerte declara perecederas e inferiores. Pensar es servir. Ni ha de suponerse, por antipatía de aldea, una maldad ingénita y fatal al pueblo rubio del continente, porque no habla nuestro idioma, ni ve la casa como nosotros la vemos, ni se nos parece en sus lacras políticas, que son diferentes de las nuestras; ni tiene en mucho a los hombres biliosos y trigueños, ni mira caritativo, desde su eminencia aún mal segura, a los que, con menos favor de la Historia, suben a tramos heroicos la vía de las repúblicas; ni se han de esconder los datos patentes del problema que puede resolverse, para la paz de los siglos, con el estudio oportuno y la unión tácita y urgente del alma continental. ¡Porque ya suena el himno unánime; la generación actual lleva a cuestas, por el camino abonado por los padres sublimes, la América trabajadora; del Bravo a Magallanes, sentado en el lomo del cóndor, regó el Gran Semí, por las naciones románticas del continente y por las islas dolorosas del mar, la semilla de la América nueva!

José Martí (texto completo)

1. ¿Qué tipo de ensayo es? Fundamente.

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2. ¿Cuál es el tema del ensayo? ……………………………………………………………………………………………………………………………………

3. ¿Por qué podemos afirmar que el tratamiento del tema es de sentido común y racional? ………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………

4. ¿Cuáles son las preguntas fundamentales que se hace el ensayista? ………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………

5. ¿Qué es lo “despensado” en este ensayo? ¿Cómo es vuelto a pensarse por el ensayista?

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6. ¿En qué medida el ensayista reflexiona sobre su tema como el problema de alguien en particular y no abstractamente? ……………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………

7. Haga una síntesis de la discusión que el ensayista propone en su texto: …………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………

¿Cómo hacer un ensayo?

De acuerdo a su estructura, el ensayo debe presentarse en un determinado orden, Introducción: es la que expresa el tema y el objetivo del ensayo; explica el contenido y los subtemas o capítulos que abarca, así como los criterios que se aplican en el texto, es el 10% del ensayo. Desarrollo del tema, contiene la exposición y análisis del mismo, se plantean las ideas propias y se sustentan con información de las fuentes necesarias: libros, revistas, internet, entrevistas y otras. Constituye el 80% del ensayo. En él va todo el tema desarrollado, utilizando la estructura interna: 60% de síntesis, 20% de resumen y 20% de comentario. Conclusiones, en este apartado el autor expresa sus propias ideas sobre el tema, se permite dar algunas sugerencias de solución, cerrar las ideas que se trabajaron en el desarrollo del tema y proponer líneas de análisis para posteriores escritos. Contemplan el otro 10% del ensayo. Poner las citas de otros documentos o textos entre comillas e indica de dónde han sido extraídas. Esto puede hacerse mediante notas a pie de página o con una bibliografía anexa al trabajo que permita identificar por nombre de autor, fecha de la publicación y número de página el origen de la cita. ACTIVIDAD: Realiza un ensayo con las siguientes características. Guíate con la siguiente pauta.

Criterios para hacer un ensayo:

Originalidad en el escrito.

Profundidad en el contenido: análisis crítico.

Organización del ensayo: introducción, desarrollo y conclusión.

Secuencia lógica y coherencias en la organización de las ideas.

Estructura gramatical, ortografía y puntuación.

Justificación para los argumentos.

Uso de referencias.

Tema: El que el profesor disponga.

Extensión: 2 carillas.

Referencias: dos autores como mínimo.

¡ RECUERDA!

TEMARIO PARA GUÍA 11 PRUEBA DE CONTENIDOS:

LA ARGUMENTACIÓN Y TIPOS DE RZONAMIENTO.