Gramsci y La Izquierda Mexicana

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Una crítica comunista a la izquierda mexicana

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  • NUEVA SOCIEDAD NRO.115 SEPTIEMBRE- OCTUBRE 1991, PP. 160-163

    Gramsci y la izquierda mexicana Crdova, Arnaldo

    Arnaldo Crdova: Politlogo mexicano. Miembro del Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad Autnoma de Mxico-UNAM.

    Mxico, por la complejidad y la riqueza de su historia, por su carcter paradigma-rcter paradigmtico en el conjunto de Amrica Latina y por haber sido un pas en que se llev a cabo una de las grandes revoluciones del siglo XX, pudo haber sido y sigue siendo un objeto de estudio verdaderamente privilegiado para el anlisis marxista y, especialmente, para el anlisis gramsciano. En ningn otro pas de Amrica Latina, para decir lo ms elemental, la poltica ha cobrado tanta autonoma respecto de la vida econmica y social; en ningn otro se ha desplegado de tal manera, como en Mxico, la evolucin de la poltica de lo que Gramsci llamaria una guerra de posiciones a una guerra de movimientos o de maniobras (en Mxico oriente y occidente se encuentran, se combinan y se fun-dan); en ningn otro se ha dado tan compleja y diferenciada la separacin de la sociedad civil y la ... sociedad poltica; en ningn otro en particular, la lucha de clases ha adquirido ese carcter corporativo y, a la vez, institucional que ha teni-do en Mxico, en ningn otro las masas han entrado en la poltica en la forma tan variada, plena y distinta en que lo han hecho en Mxico. Como lo expresara en al-guna ocasin el socilogo brasileo Francisco de Oliveira, Mxico siempre ha re-presentado para la Amrica Latina ese de te fabula narratur en el que se cifra nues-tra entera historia continental y su futuro. Resulta, por todo ello, algo extrao y, al mismo tiempo, desconsolador, la escasa fortuna que Gramsci ha tenido en Mxico, especialmente en la izquierda y sus inte-lectuales. Es cierto que hoy en Mxico son muy pocos los que hablan de poltica sin citar a Gramsci y casi no hay intelectuales de izquierda que no hayan ledo o, al menos, ojeado las obras de Gramsci o alguna de las antologas de sus escritos que se han publicado en lengua espaola. Tambin es cierto que Mxico es ahora uno de los pases en que ms se ha publicado a Gramsci incluyendo la ltima edicin de los Quaderni. Y un hecho verdaderamente notable es que el lxico tpico de Gramsci hoy ha entrado a formar parte de la fraseologa de los grupos gobernantes mexicanos, cuyos exponentes, con el mayor desparpajo, hablan continuamente del binomio sociedad civil - sociedad poltica, de la hegemona de las fuerzas pol-ticas herederas de la Revolucin Mexicana y hasta cierto punto irrelevantes. La rea-

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    lidad es que Gramsci no acaba todava de entrar en nuestra cultura poltica y sigue siendo un extrao incluso para la mayor parte de los intelectuales de izquierda. Los hombres y su modo de vivir y de pensar son fruto de sus circunstancias, de la sociedad en que se dan y de las tradiciones culturales a las que se deben. Como no poda ser de otra manera, la izquierda mexicana es un resultado lgico de las con-diciones en que se desarrolla el pas antes y despus de la Revolucin Mexicana de 1910-1917. Fuera de lo que sucedi en otros pases latinoamericanos, como Argenti-na, Uruguay e, inclusive, Chile, Mxico no recibi una inmigracin masiva de eu-ropeos los que, junto con una fuerza de trabajo calificada, redituaron, adems, un cmulo de las ms avanzadas ideas polticas y sociales. Como es bien sabido, el so-cialismo en aquellos pases sudamericanos es, en gran parte, obra de trabajadores inmigrantes y de intelectuales europeos que, ya antes en Europa, haban militado en los movimientos socialistas y revolucionarios. En Mxico fueron tambin europeos los que introdujeron las ideas revolucionarias, pero su obra no fue la de una gran corriente migratoria, sino la de una aventura personal que pretendi tarde y poco. A Mxico, por lo dems, no llegaron revolucionarios marxistas o social-demcra-tas, sino, preferentemente, anarquistas del ms viejo cuo, radicales y sectarios, atrasados y de escasa cultura, que despreciaban la accin de masas y preferan las catacumbas de la clandestinidad y el golpe de mano (la accin directa, como sol-an decir hasta bien entrados los aos veinte). Su obra educativa en las masas traba-jadoras fue totalmente marginal; pero sus ideas, que forjaron la conciencia de la iz-quierda revolucionaria, se asentaron fuertemente y todava el da de hoy pesan como una lpida irremovible sobre los hbitos, los usos y costumbres y la ideologa de la izquierda mexicana. Como corresponda a un anarquismo atrasado y cerril, los primeros izquierdistas mexicanos partan de la conviccin inicial y globalizado-ra de que al enemigo de clase hay que destruirlo mientras se lleva a cabo la revo-lucin, que el Estado es tan slo la fuerza protectora del capital y una mquina de opresin que debe desaparecer a toda costa y que basta el acto mismo de la revolu-cin para fundar la nueva sociedad, igualitaria y libre de opresores.

    Dos mexicanos, cinco partidos

    La explosin del conflicto chino-sovitico en abril de 1960 lleg para enturbiar to-dava ms el contacto de la izquierda mexicana con Gramsci. Naturalmente, tal y como ocurri en la mayor parte del mundo, los izquierdistas mexicanos se dividie-

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    ron instantneamente en pro chinos y pro soviticos. Los primeros se esforza-ron por defender una cierta ortodoxia revolucionaria que afirmaba que la nica va conocida para llegar al socialismo era la lucha armada y que una supuesta va pa-cfica o de reforma de estructuras, como proponan los italianos, era una ilusin contrarrevolucionaria que lo nico que conseguiran sera hacerle el juego a la bur-guesa. Los segundos trataban, muy dbilmente por cierto, de demostrar que no todo estaba escrito sobre las vas de la revolucin y que, en ltima instancia, sera el pueblo el que decidiera. La oportunidad era excelente para que los izquierdistas mexicanos de todas las tendencias abrieran un amplio debate sobre la lucha por la democracia y la contribucin que sta poda hacer a la causa revolucionaria, pero nadie pens en serio, por aquel entonces, en la democracia. Todo el mundo, en cambio, se puso a hurgar en las pocas obras de Marx y Engels que se conocan en espaol y, sobre todo, en las Obras completas de Lenin (cuarta edicin, que por en-tonces se haba editado en Argentina), para coleccionar citas que apoyaran una u otra posicin. Desde luego, todo el mundo tuvo razn y en la guerra de las citas no hubo ni vencedores ni vencidos, pues era evidente que Marx, Engels y Lenin daban lo mismo para apoyar la va pacfica que la va armada de la revolucin. Todo eso lo pag la izquierda con su desintegracin ininterrumpida. En los 60 se deca que donde haba dos izquierdistas mexicanos era muy posible que surgieran cinco partidos. Fuera de la izquierda militante algo positivo ocurri en esos aos. Gramsci entr en algunos ambientes acadmicos. Jvenes profesores marxistas sin militancia pol-tica, muchos de los cuales haban estudiado en Europa y algunos, incluso, en Italia, llevaron, junto con las obras juveniles de Marx recin descubiertas, una nueva vi-sin del marxismo en la que era comn y necesaria la referencia a Gramsci y, en muchos casos, a la obra del nuevo marxismo italiano surgido en esencia de la in-quietud intelectual de Della Volpe. El marxismo, por lo dems, se renovaba por to-das partes en el mundo. Y en Mxico se daba un pequeo renacimiento intelectual del que ese nuevo marxismo formaba parte indisoluble. Mientras la izquierda mili-tante, atomizada y empequeecida sin descanso, discuta sobre quin tena razn, los chinos o los soviticos, en la universidad floreca el inters por el redescubri-miento del marxismo y se discutan todos los ensayos de interpretacin que en ese sentido se producan en otras partes. Ahora conoca a Gramsci un mayor nmero de personas y, adems, en italiano, pues sus traducciones argentinas en espaol se haban agotado y no circulaban ya a la mitad de los 60. Ese nmero de conocedores de Gramsci, empero, sigui siendo extremadamente reducido. Ese marxismo uni-versitario de los primeros aos de la dcada, por lo dems, demasiado intelectua-lista y elitario, tard mucho en aplicarse al estudio y el conocimiento de la realidad

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    nacional, de manera que las mejores propuestas gramscianas en punto a mtodo y recuperacin de la cultura nacional quedaron como meros temas de solaz terico y acadmico. A travs de Althusser

    Mxico le deparaba a Gramsci un destino todava ms amargo que el de ser objeto de discusiones acadmicas y cenaculares. La izquierda militante finalmente cono-ci a Gramsci de manera ms o menos generalizada, pero ello ocurri del modo ms lamentable. En 1967 comenz a publicarse en Mxico la obra de Louis Althus-ser. Su difusin fue extraordinariamente rpida y masiva, incluso en los ambientes acadmicos que se haban abierto al nuevo marxismo en los primeros aos sesenta. Tambin lo fue su aceptacin y ms todava cuando se hizo clebre en los crculos de izquierda un joven alumno de Althusser, Rgis Debray, que se desempeaba entonces como el mximo terico del foquismo en Amrica Latina, en una poca, por c0ierto, en que operaban numerosos grupos guerrilleros a lo largo y ancho de la regin. El mismo Rgis Debray quiso poner en prctica sus teoras y fue inme-diatamente aprehendido en Bolivia en los das en que fue muerto el Che Guevara. Pronto Debray y el foquismo pasaron de moda, pero no Althusser, que todava durante buena parte de los 70 sigui difundindose extraordinariamente en los ambientes acadmicos y de la izquierda militante. Althusser puso de moda a Gramsci en Mxico y es posible que eso haya ocurrido tambin en otras partes de Amrica Latina. Lo lamentable del hecho consista en que las obras de Gramsci no estaban disponibles todava en espaol, despus de que las ediciones de Lautaro se haban convertido en una rareza de librera. Una excelente antologa de los escritos gramscianos, debida a Manuel Sacristn Luzn, apareci slo tres aos despus de que se public en Mxico el Pour Marx de Althusser. Para el filsofo francs, Gramsci no poda ser considerado un verdadero marxista; era un crociano y las enseanzas de Croce lo hablan conducido a un historicismo neohegeliano que rea resueltamente con el verdadero marxismo (vale decir, el marxismo estructuralista de Althusser). Como podr imaginarse, cuando Gramsci finalmente cay en manos de los militantes de izquierda estaba irremediablemente precedido de una psima fama, no slo de crociano e histo-ricista, sino hasta de reformista (ignorndose, por supuesto, el hecho de que muchos consideran a Gramsci uno de los radicales del movimiento comunista internacional de los aos 20).

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    Pese a ello, Gramsci finalmente impuso su presencia en Mxico y en Amrica Lati-na. Sus obras comenzaron a editarse con gran profusin, sobre todo en Mxico y en Espaa. En unos cuantos aos casi no haba un marxista que se preciara de serlo que no tuviera por lo menos uno o dos libros de Gramsci en su biblioteca. Apare-cieron tambin cada vez ms numerosos los estudios sobre el pensamiento grams-ciano, europeos, latinoamericanos y por ltimo, mexicanos. Curiosamente, Grams-ci comenz a cobrar fuerza en la medida en que todo el mundo se iba olvidando de Althusser. Ello era ya evidente a mediados de los 70. Pero lo ms importante, des-de luego, fue la proliferacin de estudios marxistas mexicanos sobre la realidad mexicana y su cada vez ms difusa ligazn con la obra y el pensamiento de Grams-ci. Sus grandes conceptos y preocupaciones (sociedad civil, sociedad poltica, hege-mona, bloque histrico, reforma moral e intelectual de la sociedad, el prncipe mo-derno, el mito popular de inspiracin maquiaveliana, etctera) se fueron convir-tiendo en referentes tericos indispensables en el estudio de la nacin mexicana y de su historia. Mientras las modas intelectuales llegaban y se iban, una tras otra, in-cluida la del althusserismo, Gramsci permaneci en Mxico. Viejos dogmas y nuevas concepciones

    Hoy son innegables y ampliamente reconocidas las contribuciones que el marxis-mo ha hecho al conocimiento de la realidad nacional de Mxico. Desde fines de los 60 inicio un debate que con el tiempo se fue profundizando y legitimando en torno a la redefinicin de la historia del pas, de la Revolucin Mexicana, de la sociedad y sobre todo, del Estado. En este debate no slo se han revisado viejos dogmas (mu-chos de ellos provenientes del antiguo marxismo) y viejos puntos de vista, sino, lo ms importante, han surgido nuevos conceptos y se ha venido conformando un nuevo acervo terico y doctrinal de la historia poltica, social y econmica de Mxi-co, cada vez ms influyente en la actual cultura nacional. En todo ello ha contado de manera destacada el conocimiento de Gramsci y, en especial, la discusin cada vez ms creativa de sus sugerencias tericas y metodolgicas. Todo ello, sin embargo, no resulta tan alentador cuando, como dijimos al principio, se considera a la izquierda en su conjunto y, sobre todo, a la izquierda que milita en los ms variados partidos y organizaciones polticas. Aqu Gramsci sigue en es-pera de ser reivindicado como el gran marxista y forjador de cultura que fue. Es cierto que ahora la izquierda es menos dogmtica que antao y que sus dirigentes y exponentes intelectuales cada vez que debaten sienten menos la necesidad de re-forzar y apuntalar sus opiniones con un rosario de citas tomadas de las obras de Lenin Trotsky, Mao o cualquier otro gran dirigente revolucionario; pero en ms de

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    un sentido la izquierda y sus dirigentes siguen siendo prisioneros de antiqusimas posiciones dogmticas y sectarias y eso a corto o a largo plazo, limitar las posibili-dades de que Gramsci y su obra sean objeto de un estudio serio y provechoso por parte de los izquierdistas mexicanos. Tampoco se puede descartar, por otro lado, la posibilidad de que Gramsci cobre un mayor inters en los crculos izquierdistas militantes en un breve tiempo La necesidad de entender mejor al pas y su historia, y de profundizar y ampliar los alcances de la lucha por la democracia en que se en-cuentra empeada la izquierda sera un augurio de que Gramsci finalmente encon-trara el inters pleno de los mexicanos en su obra y su pensamiento.

    Este artculo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad N 115 Sep-tiembre- Octubre de 1991, ISSN: 0251-3552, .