Gonzalo Portocarrero - La Urgencia de Decir Nosotros - Introduccion

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    Lavocacin intelectual se dene por la aspiracin a un pensamiento

    libre, y original, sobre la vida y el mundo. Ensu raz est el esfuerzo

    por elevarse encima de los condicionamientos y prejuicios que limitan

    la lucidez. Este ideal de elevacin no puede realizarse por entero, pues

    el propio intelectual est arraigado en una sociedad y en una poca,en una historia personal de la cual no puede desprenderse todo lo que

    quisiera. Pero antes que remarcar los lmites de sus posibilidades, me

    interesa identicar aquello que orienta y mueve al intelectual. Suprin-

    cipio es el compromiso con el inters general de una colectividad, el

    horizonte hacia donde todos sus miembros podran mirar si es que se

    sintieran convocados a ello; y la apuesta del intelectual es hacer visible

    algo que se parezca a ese horizonte aun cuando ello pueda signi

    car unapostergacin de sus conveniencias personales o de aquellas del grupo

    al que pertenece. Para elaborar estas imgenes de futuro, el intelectual

    tiene que partir de la crtica, de poner el dedo en la llaga, mediante el

    sealamiento del malestar que (re)produce una situacin social. Lejos

    de asumir ese malestar como un hecho fatal e insuperable, debe sumer-

    girse en el intrincado mundo de las causas y los efectos para producir

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    undiagnstico que le permita proyectarse hacia las alternativas de cam-

    bio posibles, aquellas en las que la gente pueda creer. Entonces, desde

    una (re)visin de la realidad vigente, a travs de un dilogo con lossaberes instituidos, puede apelar a la promesa, que es la dimensin pro-

    ftica del quehacer intelectual.

    Elintelectual opera a travs de la persuasin. Construye un pblico

    gracias a un uso imaginativo, potico, del lenguaje. Unuso que con-

    mueve, que emociona y moviliza, pues redene la percepcin del

    presente y hace nacer la esperanza de un mejor futuro. Despierta ilusio-

    nes en torno a la posibilidad de hacer algo grande, hermoso y verdadero.

    Elintelectual se presenta como un abogado de los ideales colectivos.

    Pero tambin es un poeta y un soador. Tiene que calar hondo, pues en

    su intento de subvertir el sentido comn ya estn insinuados los cami-

    nos del cambio, del encuentro con ese futuro que entusiasma.

    La gura del intelectual es netamente moderna, aunque en ella

    se conjugan modelos de ejemplaridad presentes en otras tradiciones.

    En efecto, el intelectual como gua y orientador es una gura laica,

    pues su dominio acaba en este mundo. Esdecir, ofrece un camino desalvacin, pero de una salvacin para esta vida. Noobstante, en esta

    gura hay un trasfondo religioso, una santidad laica: el intento de ele-

    varse sobre el sentido comn supone esfuerzos y sacricios que son

    bsicamente gratuitos, ya que el intelectual est al servicio de la causa

    que l mismo ha creado, de un compromiso asumido en libertad. Ysu

    vida est en juego. Tratar de guiar el espritu de una colectividad es

    una apuesta que no tiene garantas de xito ni de recompensa. Otrafaceta de modernidad en el intelectual es la apelacin al dilogo y la

    razn. Noson verdades de fe proclamadas por alguna autoridad lo que

    l deende. Son los valores civilizatorios en principio aceptados por

    todos. Ysu defensa es argumentativa y potica. Por ello es persuasiva.

    El intelectual no existe sin un pblico, que en un inicio es hipo-

    ttico pero puede llegar a ser masivo. Esel caso, por ejemplo, de Jos

    Carlos Maritegui y las 72 ediciones de los 7 ensayos. Yentre el pblico

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    y el intelectual estn los modos de comunicacin: la voz, la escritura, la

    imagen. Pero el intelectual depende sobre todo de la escritura, pues este

    es el modo de comunicacin que ms favorece una elaboracin reexivade aquello que se va a compartir, es decir, el dilogo con las voces que

    resuenan en su cabeza. Aunque tampoco puede descuidarse la imagen.

    As, en este libro presentamos a siete escritores y a un pintor, Francisco

    (Pancho) Fierro.

    Ricardo Palma y Manuel Gonzlez Prada son o, en todo caso,

    desempean la funcin intelectual, pues pretenden proveer a sus con-

    temporneos y sucesores de un mapa de la situacin y un camino para

    mejorarla o salir de ella. Hablamos de la propuesta de un nacionalismo

    criollo, de un proyecto de colectividad centrado en el olvido de la frag-

    mentacin tnica en el comn empeo de imitar lo europeo y rechazar

    lo indgena. Ytambin de la temprana recusacin de esta perspectiva.

    Ambos, Palma y Gonzlez Prada, fueron, sin embargo, guras relati-

    vamente aisladas, nicas. Para que surja una generacin de intelectuales,

    hubo que esperar hasta los inicios del siglo XX, a la generacin del

    Novecientos, que inaugura el quehacer intelectual menos literario, msemprico y sistemtico. Deesta generacin revisaremos Paisajes peruanos,

    de Jos de la Riva Agero, pues esta obra representa su momento de

    mayor lucidez. Es la propuesta de una refundacin republicana que

    acabe con la servidumbre indgena e integre realmente al pas. Esla radi-

    calizacin del nacionalismo criollo. Una tarea que tendra que realizar

    la juventud capaz de desprenderse de sus intereses personales, sensible

    al llamado de lo grande. Pero estamos hablando de una poca dondela formacin, y el ejercicio, de una capacidad de pensamiento est solo

    al alcance de muy pocas personas, de aquellas que no precisan trabajar,

    pues tienen rentas que les permiten vivir.

    Poco despus, desde la provincia surge una respuesta desgarrada al

    nacionalismo criollo. Esuna rearmacin de lo indgena, en sus facetas

    de raza, cultura e historia. Elmundo criollo, dice Luis E. Valcrcel,

    puede ser arrasado por una tempestad de furia y violencia indgenas.

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    Se equivocan quienes piensan que el indio es un ser abyecto que

    tiene que regenerarse. Lacultura indgena que anima las almas de las

    masas campesinas est plenamente viva y, adems, est renaciendo. Talimpulso puede tomar dos caminos: o una guerra de razas o la integra-

    cin en una comunidad donde la impronta indgena ser decisiva.

    La situacin cambia con el paulatino desarrollo de la prensa y el

    periodismo a inicios del siglo XX. Desde entonces, es posible vivir de

    pensar y escribir. Surgen intelectuales entre las clases medias emergen-

    tes. Sin olvidar a Valdelomar, Maritegui es el momento culminante.

    Ysu propuesta es hacer conuir indigenismo y socialismo, imaginar un

    camino propio hacia un futuro reconciliado. Maritegui va ms all en

    el camino abierto por Manuel Gonzlez Prada y continuado por Luis

    Valcrcel.

    Laltima estacin de nuestro recorrido es Jos Mara Arguedas.

    Ensu obra, mucho de lo que Maritegui haba planteado como ideas

    descarnadas se convierte en historias que nos hacen acceder al mundo

    de la vida de personas concretas. Yaunque Arguedas no se oponga al

    socialismo, la fuerza de su vida est en el nfasis indigenista, en el logrode una armacin cultural que haga posible la descolonizacin del

    imaginario indgena y criollo. Quiz la preguracin ms lograda de

    este camino se encuentra en Ernesto, el joven protagonista de Losros

    profundos. Ernesto encarna una gura de inocencia, de rechazo a la

    doblez de quienes proclaman solemnemente la ley para inmediata-

    mente infringirla. Y tambin la gura de un mestizo enraizado en el

    mundo indgena.El punto de partida, la prehistoria de los proyectos nacionales,

    est representado por Pancho Fierro, pues el genial pintor mulato nos

    entrega, en sus imgenes, la visin de un mundo en el que es omnipre-

    sente el hecho colonial, donde las ideas de democracia e igualdad no

    han dado an lugar a una aspiracin por constituirse como comunidad

    nacional. Yen el medio de nuestro itinerario introducimos el anli-

    sis de ciertas historias del manuscrito de Huarochir, el texto colonial

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    que con mayor delidad y entusiasmo recopila la mitologa indgena

    prehispnica. Esta presentacin no es arbitraria, pues en estos manus-

    critos es perentoria la necesidad de fundar un nosotros, los indgenas.Entonces, se rearma la pretensin indigenista, aquella que recusa el

    proyecto criollo, pues se hace evidente que los pueblos nativos s tienen

    una historia, una matriz cultural que contina, transformndose, hasta

    el da de hoy.

    Sepodr observar: solo ocho autores? Por qu no incluir a Vctor

    Ral Haya de la Torre, Jorge Basadre, Vctor Andrs Belaunde, Mario

    Vargas Llosa, Alberto Flores Galindo? Yqu pasa con los peruanos

    ms universales, que han calado hondo en la naturaleza humana, como

    Csar Vallejo y Gustavo Gutirrez? Yello por no mencionar sino ausen-

    cias muy evidentes. Novoy a defender mi seleccin a rajatabla. Hay

    bastante de arbitrariedad en el sentido de que estas decisiones obedecen

    en mucho a mis propios lmites y no tanto a requerimientos de este

    estudio. Lmites que me han restringido al espectro de los autores pre-

    sentados. De todas maneras, creo que los intelectuales seleccionados

    son los que elaboran los horizontes de una posibilidad nacional paranuestra convulsa sociedad.

    Ycomo el lector podr percatarse, no solo interesa la obra de los

    intelectuales. Tambin me concierne la vida que la genera. Setrata de

    investigar cmo as, en una biografa todo conuye hacia la elaboracin

    de un proyecto de vida que resulta sugerente para muchos, ya que pre-

    tende incluir a todos. Para empezar, son necesarios la lucidez y el coraje

    para introducir una ruptura en el sentido comn, para hacer hablar alo que ha sido acallado y que la gente estara dispuesta a escuchar solo

    si fuera dicho de una manera realmente persuasiva. El intelectual se

    encuentra desgarrado entre su cotidianeidad ms o menos confortable

    y su pretensin de santidad y herosmo, de donde surge el llamado a la

    accin que formula a sus contemporneos. Pero al menos los autores

    que presentamos supieron manejar esa tensin: en realidad todos ellos

    fueron polticos en el sentido amplio de la palabra, aunque ninguno

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    hizo poltica partidaria signicativa. Se resistieron a crear partidos, o

    fracasaron en ese empeo. Entodo caso, entendieron que lo mejor de

    s mismos no estaba en la organizacin de partidos o en la forja dediscursos pedaggicos. Ninguno de ellos fue un lder poltico de masas;

    tampoco fueron grandes oradores. Dealguna manera, decidieron que

    la investigacin y la escritura eran los medios para producir nuevas, e

    interpelantes, visiones de futuro. Ese fue su papel. Yese papel es ya

    bastante.

    II

    Como el intelectual, la idea de nacin es tambin distintivamente

    moderna. Surge cuando el empuje del humanismo universalista del

    proyecto moderno choca con las mltiples tradiciones locales. Enton-

    ces, si en un inicio la Ilustracin francesa del siglo XVIII tiende a

    instituir los derechos del hombre como una realidad universal, la pro-

    pia dinmica de las circunstancias lleva a restringir esta pretensin a

    los derechos del ciudadano de un estado-nacin. Quedan excluidos deeste reconocimiento, en ese momento, los no franceses, las mujeres, los

    esclavos negros. Laleccin es clara: el espacio de realizacin de los idea-

    les de libertad, igualdad y fraternidad no puede ser, en lo inmediato,

    la humanidad toda. Esta realizacin tiene que tener un mbito prede-

    nido por la historia. Por la conjuncin del lenguaje, la memoria, los

    intercambios econmicos y el acotado espacio de la soberana poltica.

    Entodo caso, la idea de nacin se enraza especcamente en la frater-

    nidad, en la existencia de un deber moral para con los otros; un deber

    llamado a convertirse en una costumbre, en un principio cuya validez

    se da por descontado. Reconocer la dignidad del otro, guardarle una

    actitud de respeto y simpata: ese otro es como yo, y me identico con

    l, es como mi pariente. Nos unen muchas cosas. Compartimos ante-

    pasados, costumbres y tradiciones, y la voluntad de vivir como iguales,

    ayudndonos, de acuerdo a ley.

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    La idea nacional impulsa la igualdad. Nadie tiene que reclamarse

    como ms o sentirse como menos, pues todos tenemos los mismos

    derechos. UnEstado sin nacin no puede ser democrtico, como loatestigua en forma contundente la historia peruana. En el Per, el

    racismo y el orden colonial continan marcando la vida cotidiana pese

    a la legalidad republicana y la consagracin formal del principio de

    igualdad de derechos. Entonces, el sentimiento de conciudadana, que

    lleva a respetar al otro como una persona que tiene los mismos derechos

    que yo, es an muy dbil. Lasolidaridad y la fraternidad son tambin

    actitudes que no estn in-corporadas en la conciencia de los peruanos.

    Esta situacin es el caldo de cultivo de la transgresin sistemtica de la

    ley que caracteriza a nuestra vida colectiva.

    Elnacionalismo es la ideologa que impulsa la realizacin de la idea

    nacional. Supone la identicacin-construccin de un alma colectiva.

    Una suerte de esencia que no se puede denir con precisin, aunque

    s puede reconocerse cuando, por ejemplo, nos encontramos con un

    compatriota fuera del pas. En ese encuentro se toma conciencia de

    lo mucho que se comparte. Ytambin de todo lo que separa. Entodocaso, la anidad facilita la comunicacin.

    Elsentimiento de pertenencia a una nacin es medular para la for-

    macin de la identidad personal en el mundo moderno. Esdecir, ser

    parte de una comunidad nacional es un vnculo que dene en mucho

    a quienes lo comparten. Todo individuo se desarrolla por medio de la

    aliacin a mltiples grupos. Atravs de estos vnculos, interioriza, hace

    suyos, valores y actitudes que caracterizan al grupo y que pasan a ser elsubsuelo histrico de su individualidad. Entonces, la familia, el barrio,

    la escuela, y ms tarde el trabajo, son espacios sociales concretos que

    dejan sus marcas en las personas. Pero estos espacios estn permeados

    por una cultura que los vertebra y que corresponde a la comunidad ms

    vasta en la que ellos estn inscritos. Esa comunidad puede ser la tribu o

    el grupo tnico. Pero en el mundo moderno la comunidad que tiende a

    prevalecer es la nacin. Identicarse con la nacin a la que se pertenece

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    es algo paradjico, pues supone la aceptacin voluntaria de un vn-

    culo que se ha impuesto, que no hemos escogido. Yesta identicacin

    tiende a ser la ms gravitante; es una inuencia que conuye decisiva-mente en la estructuracin de la subjetividad de los individuos.

    Denuestra condicin de peruanos, los habitantes de este pas no deri-

    vamos an un sentimiento de seguridad y poder. Obsrvese un partido

    de futbol, una feria de negocios, un encuentro acadmico: los ciudada-

    nos peruanos no estn muy vinculados entre s, y cada uno no se siente

    enraizado en una tradicin que lo respalda y empodera. Ser peruano no

    es una situacin que se viva con el orgullo que podra merecer. Aveces,

    el alarde chauvinista pretende sustituir a la conviccin serena de perte-

    necer a una comunidad valiosa. Pero la misma exageracin propia del

    alarde pone de maniesto una debilidad que se quiere ocultar o negar.

    Esta inseguridad en torno al valor de lo peruano, que cohbe y

    limita, nos remite a la precariedad del nacionalismo peruano, an en

    pleno proceso de germinacin. Nos remite a una sociedad en la que

    el colonialismo est muy interiorizado como un modelo, o ideal, que

    avergenza y que arrincona lo indgena, el elemento ms original y msreprimido de la historia peruana.

    Hay muchas clases de nacionalismos. Enalgunos casos, la funcin

    civilizatoria es desgurada por un desarrollo narcisista. Surge entonces

    un sentimiento de superioridad, de estar llamado a un destino espe-

    cial: una vivencia arrogante, de supremaca, que impulsa a la agresin.

    Elnacionalismo adquiere entonces un sesgo regresivo, pues la nacin ya

    no es el espacio inmediato de realizacin de los ideales universalistas sinouna comunidad de gente que se alucina superior. Enel caso del Per esta

    posibilidad regresiva no representa un peligro mayor. Ms bien ocurre

    lo contrario: en nuestro pas el nacionalismo no ha logrado an cumplir

    su funcin civilizatoria. Poca es la solidaridad y mucha la desigualdad.

    Entonces la reivindicacin nacional se vincula a la lucha por la inclusin

    social y por la cristalizacin de un orgullo bien fundado, que recoja la

    originalidad de los aportes que se han hecho desde esta parte del planeta.

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    Elnacionalismo peruano no podr basarse en una idea mstica de

    raza, ni siquiera en la postulacin de un fenotipo ocial, pues as se

    marginara, y se hara invisible, a demasiada gente. Tendr que funda-mentarse en una mezcla entre las tradiciones que compartimos, o que

    hacemos nuestras, y el propsito de vivir juntos bajo el imperio de

    una ley y un Estado. Una vida colectiva inspirada en los ideales de la

    libertad, la igualdad y la fraternidad. Solo as, desde la imagen de una

    nacin reconciliada con su pasado, y comprometida con su futuro, ser

    posible una colectividad tolerante con su diversidad, capaz de empren-

    dimientos colectivos, y que impulse en sus habitantes un sentido de

    potencia, pues en estas tierras ya se ha hecho bastante y ello es un buen

    augurio de que se podr hacer ms.

    Lareexin sobre cmo apresurar la cristalizacin nacional ha sido

    una constante en la historia peruana, pero los momentos culminan-

    tes de esta reexin han respondido a etapas graves y traumticas.

    Lapost-Guerra del Pacco enterr las ilusiones de un progreso rpido,

    basado en las riquezas del guano y el salitre. Elmismo conicto puso en

    duda la existencia de una nacin hizo evidente la fragmentacin tnicaen la sociedad peruana. Enla dcada de 1920, el tema recobr urgen-

    cia con los cuestionamientos indigenistas del proyecto criollo. Otro

    tanto est ocurriendo en los tiempos que corren a raz de los cambios

    sociales masivos trados por la explosin demogrca y el crecimiento

    de las ciudades. Y, tambin, por la sangrienta insurreccin de Sendero

    Luminoso y la respuesta violenta del Estado y de las fuerzas del orden.

    An no somos una nacin, pero es dominante la aspiracin a serlo.El informe de la Comisin de la Verdad y la Reconciliacin, del ao

    2003, representa un impulso para no quedarnos en la supercie de

    las cosas, para hurgar hondo en los males del pas. Impulso que se va

    a generalizar ahora, cuando se aproxima la fecha en que la repblica

    peruana cumple doscientos aos de fundada. Hay un potente residuo

    de magia y cabalismo en esta clase de aniversarios. Lacifra doscientos

    nos inquieta a pensar el signicado del aniversario que se aproxima.

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    Nopodemos dejar de hacer un balance de lo hecho y lo pendiente.

    Sin (auto)agelaciones ni falsas complacencias. Yeste libro quisiera ser

    parte de tal impulso.

    III

    Esta investigacin se enraza en mi propia vida. Casi est dems decir

    que yo tambin comparto la urgencia por decir nosotros. Desde nio

    me estremeci la desigualdad y la injusticia sobre las que se construye

    la vida cotidiana. Habiendo nacido en el lado de los favorecidos, desde

    siempre me turbaron los privilegios. Rechac algunos y he convivido

    con otros. Entodo caso, mi vida ha sido de esfuerzo. Ylo mejor de ella

    ha estado dedicado a tratar de investigar nuestra realidad. He tenido

    suerte, pues, aunque no sea yo el llamado a juzgar la signicacin de

    lo que pueda haber logrado, s he tenido la posibilidad de estudiar,

    leer y conversar. Enrealidad, he ledo y escuchado mucho, muchsimo.

    Esta pequea introduccin, por ejemplo, se nutre del dilogo con un

    gran nmero de autores. Detodos he tomado un poco, pero lo que heescrito no lo he ledo en ninguno.

    Disculparn los lectores que no incluya las referencias en esta intro-

    duccin. Quiz se me pas la mano. Pero es tambin por el cansancio

    hacia cierta escritura acadmica que, morosa en el desarrollo de sus

    ideas, y sin premura por comunicarse con pblicos ms amplios, hace

    un uso proliferante pero muchas veces decorativo de las citas. Una

    escritura dirigida a otros autores eruditos que reconocern y citarn sus

    textos, de modo que se conforma una comunidad especializada donde

    quien comienza a publicar se ve precisado, para ganar estimacin, a

    citar a diestra y siniestra, mientras que aquellos que estn en el vrtice

    superior del sistema pueden darse el lujo de elegir sus citas segn la

    conveniencia de su argumentacin y su pretensin de hacer escuela,

    apostando por ciertos jvenes valores. Entonces cabe hacer un llamado

    a una escritura ms dinmica y esencial.

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    Yahora me toca la liberadora felicidad de agradecer. En

    primer lugar a laPonticia Universidad Catlica del Per, mi hogar acadmico. Enretros-

    pectiva, me doy cuenta de que ingresar a su planta docente es lo mejor

    que pudo sucederme. Aqu he encontrado un espacio de dilogo con

    colegas y estudiantes que ha sido siempre estimulante y comprometedor.

    Tambin una poltica de fomento de la investigacin que se traduce

    en la posibilidad de semestres sabticos y becas postdoctorales. Precisa-

    mente mucho de este libro fue escrito en Madrid, en una entraable y

    permanente conversacin con el doctor Jess Gonzlez Requena, profe-sor de Anlisis de la Imagen de la Universidad Complutense de Madrid.

    Aprovecho para dejar constancia de mi agradecimiento por todo lo que

    he aprendido junto a l.

    ElInstituto Riva Agero, mediante su concurso de ayudas de inves-

    tigacin, me concedi los fondos que me permitieron contar con la

    colaboracin de Silvia Agreda Carbonell, as como realizar viajes a dis-

    tintas partes del Per. Enesas jornadas entrevistamos a muchos artistas

    e intelectuales en funcin de identicar las visiones de futuro insinua-

    das en sus obras. Toda esta informacin, en mucho ya procesada, ser

    la materia de un prximo libro. Entonces mi agradecimiento a Silvia

    y al Instituto, en la persona de su director, Jos de la Puente Bruncke,

    por su conanza y apoyo. Adems, este apoyo, ofrecido por alguien que

    proviene de una tradicin intelectual distinta a la del Instituto, pone en

    evidencia la amplitud de quienes lo dirigen, pues no demandan incon-

    dicionalidad sino un sincero compromiso con la bsqueda de la verdad.En la PUCP, la maestra de Estudios Culturales ha sido, en estos

    ltimos aos, mi referencia inmediata. Setrata de un emprendimiento

    interdisciplinario, una apuesta por generar un espacio de convergencia

    entre las Humanidades y las Ciencias Sociales. Eldilogo con Vctor Vich

    y Juan Carlos Ubilluz, y con los estudiantes, me ha permitido divisar

    mejor mi camino. Ytambin debo mencionar al GrupodelosZorros,

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    reunido en torno a la lectura, primero, de la novela pstuma de Argue-

    das y, luego, comentando el manuscrito de Huarochir, en una empresa

    que felizmente no parece tener trmino a la vista, pues en el grupose vive la alegra de compartir encuentros con la antigedad peruana.

    Eneste grupo tengo que mencionar a Rafael Tapia y a Cecilia Rivera.

    Por otro lado, desde hace mucho tiempo sostengo un dilogo perma-

    nente con Carmen Mara Pinilla. Hemos trabajado, al mismo tiempo,

    a Jos Carlos Maritegui y a Jos Mara Arguedas. Mucho me he bene-

    ciado de sus libros y de nuestras conversaciones.

    Enel laborioso proceso de edicin de este libro, he contado con

    el inestimable apoyo de Eleana Llosa. Sin su prolijidad y profesiona-

    lismo, mi vehemencia no hubiera tenido la gua que le ha permitido

    convertirse en un texto preciso. Le agradezco igualmente las numero-

    sas sugerencias que han mejorado mis planteamientos. Eneste mismo

    aspecto hago extensiva mi gratitud a Patricia Arvalo que tom a su

    cargo la ltima revisin de este texto.

    Ya mi familia Patricia, Florencia, Rmulo le tengo que agra-

    decer el sustento afectivo que me permite mirar con ilusin el futuro.Finalmente, dedico este libro a la memoria de Alberto Flores

    Galindo y de Carlos Ivn Degregori. Ambos muy cerca de encarnar esa

    gura idealizada del intelectual que describo en las primeras pginas de

    esta introduccin.