Gomez Yanez, Salvador - Educar Hacia La Libertad

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Salvador Gómez Educar hacia la Libertad

Educar hacia la Libertad

Salvador Gómez Yánez Predicador Católico

Primera Edición

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Salvador Gómez

TITULO ORIGINAL: "EDUCAR HACIA LA LIBERTAD-AUTOR: SALVADOR GÓMEZ YÁNEZ EDITOR: EDITORIAL CATÓLICA SIEMBRA LEVANTADO DE TEXTO Y DIAGRAMACIÓN: IMPRENTA SAN JUAN PORTADA: ANGE ANTOINE BOURDA

COPYRIGTH©1998 EDITORIAL CATÓLICA SIEMBRA 48 AV. 3-02, ZONA 2 DE MIXCO

COL. MOLINO DE LAS FLORES II TELS.: 597-4705 FAX 595-4696

GUATEMALA, C.A.

RESERVADOS TODOS LOS DERECHOS. ESTE LIBRO NO PUEDE SER REPRODUCIDO TOTAL O PARCIALMENTE, POR NINGÚN SISTEMA, MÉTODO MECÁNICO O ELECTRÓNICO, SIN EXPRESO CONSENTIMIENTO DEL EDITOR. DERECHOS RESERVADOS EN AGAYC, BAJO REGISTRO: 873

IMPRESO EN GUATEMALA PRINTED IN GUATEMALA

Educar hacia la Libertad

índice 1.¿Qué es Educar? 1

2. Un fracaso que todos debemos evitar 5

A. Ausencia de la familia 10

B. Formaron al rey y no al hombre 20 C. Quemaron las etapas 23 D. Parcial y sin tomar en cuenta toda la realidad 25 E. Normativa más que formativa 29 F. No se le preparó para el cambio 31

3. ¿Qué es Libertad? 35

Albedrío 36 Libertinaje 37 Libertad 38

4. ¿Cómo educar hacia la Libertad? 41

A. Elegir el bien mayor 42 B. Conocer la verdad 46 C. Elegir lo que me conviene 50 D. No dejarnos esclavizar 52

5. Responsabilidad Personal 57

A. Criterios de discernimiento: 62

B. Decisión personal: 63

6. ¿Se debe castigar? 67

A. Cuándo castigar 69

A.1 No exasperar 69 A.2 Instrucción 70 A.3 Corrección 71

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- La corrección debe hacerse en privado 72 - Estimular primero y corregir después 72 - Rechazamos el pecado, no al pecador. 74 - Expresar los sentimientos, más que humillar 75

- Unificar la autoridad y los criterios 76

B. ¿Cómo castigar? 77

B.1 El castigo es para corregir, no para quitarse la cólera 77

B.2 El castigo debe ser inmediato 78 B.3 El castigo debe ser proporcional a la falta ...78

C. ¿Se debe usar la vara? 79

C.1 Sí, Siempre 80 C.2 Sí, pero 82 C.3 No, nunca y por ningún motivo 83

7. Tú Podrás 87

A. Yo había deseado y no pude 89 B. Haz tu obra para Dios 90 C. No estás solo 92

8. ¡Bienvenidos! 95

Educar hacia la Libertad

DEDICATORIA

A mi padre

El hombre que me dio la vida, mas yo lo vi nacer.

A mis hijas e hijos Con la esperanza que sean mejores padres que yo.

A Lidia Mi maestra de Cuarto Año de Primaria, por haberme dicho "Este niño puede..."

A los jóvenes Para quienes palabras como: Padre, Educador, Guía, Maestro... no tienen significado, porque no los han tenido o porque no los han querido escuchar.

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1 ¿Qué es Educar ?

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He tardado mucho en escribir este libro, porque tengo apenas 45 años y la plena convicción de que nadie es capaz de educar a nadie. Lo único que podemos es ser parte del proceso educativo: es decir, despertar en nosotros y en los demás, la conciencia de prepararnos usando la inteligencia, la autonomía, la responsabilidad y los aportes que nos da la ciencia y la técnica; para enfrentar positivamente una reali­dad humana y social que se encuentra en constantes cam­bios.

Si hablamos de educar hoy, lo hacemos en el sentido de dar información, crear situaciones favorables, señalar al­ternativas, establecer criterios de discernimiento para una mejor elección, teniendo en cuenta que siempre se puede sacar provecho aún de los propios errores y siempre se pue­de volver a empezar.

Educar es tener de nosotros y de los demás el mejor concepto y las más alta estima que nos hagan capaces de desarrollar todas nuestras aptitudes, capacidades y habilida­des, buscando alcanzar siempre el bien mayor y la mejor con­vivencia y cooperación con los demás.

Educar es darle un nuevo y más profundo significado a las viejas palabras de San Pablo:

"Procuren, pues, recibir de Dios las mejores ca­pacidades. Pero yo voy a enseñarles un camino, todavía mejor". (I Co. 12, 31, Nuevo Testamento, "Dios llega al hom­bre").

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Educar hacia la Libertad

Educar, es responder al llamado apremiante que nos están haciendo los Obispos de América Latina y el Caribe:

"URGE UNA VERDADERA FORMACIÓN CRISTIA­NA SOBRE LA VIDA, EL AMOR Y LA SEXUALIDAD, QUE CORRIJA LAS DESVIACIONES DE CIERTAS INFORMA­CIONES QUE SE RECIBEN EN LAS ESCUELAS. URGE UNA EDUCACIÓN HACIA LA LIBERTAD, PUES ES UNO DE LOS VALORES FUNDAMENTALES DE LA PERSONA..."

(Sto. Domingo No. 274)

De todo este temario propuesto por nuestros pasto­res, he elegido sólo uno de los aspectos, pues lo considero no solo como dicen ellos, fundamental, sino prioritario; ese es: Educar hacia la libertad.

Un verdadero proceso educativo sólo puede ser reali­zado en una atmósfera de decisión, realismo, sinceridad, cooperación, alegría, perseverancia, paciencia, fé y esperan­za.

Educar es una tarea difícil y para toda la vida, mas es la que nos dará mejores satisfacciones.

Escribo con la esperanza de que las horas de estu­dio, meditación y oración contenidas en estas páginas, sean aprovechadas por los padres y las madres que son en defini­tiva los primeros educadores; por los maestros, facilitadores en el proceso educativo. Por los jóvenes mismos, especial­mente aquellos que por diversas circunstancias han tenido que tomar desde muy temprana edad, las riendas de su vida.

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2 Un fracaso que todos

debemos evitar

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Nuestros abuelos decían: "Nadie experimenta en ca­beza ajena". Con esto daban a entender que cada uno apren­de de sus propios fracasos y madura con sus propios golpes. No obstante eso, sabemos que es de sabios analizar los erro­res cometidos, propios o ajenos, con el sano propósito de no volverlos a cometer y de esa manera desvirtuar un poco el viejo refrán que dice: "El hombre es el único animal que tro­pieza dos veces con la misma piedra".

Uno de los textos de la Biblia que más he meditado con Padres de Familia y Maestros es el que nos cuenta la historia de Joás, un rey del pueblo de Israel que comenzó muy bien y terminó muy mal. Fue educado durante cuarenta y siete años por un gran maestro; mas al quedarse solo, en un año echó a perder todo lo que le habían enseñado. Vale la pena analizar esta historia y compartir las conclusiones a las que con muchos padres, maestros y con los propios jóvenes hemos llegado.

"Cuando Atalía, madre de Ocozías, supo que su hijo había muerto, fue y eliminó a toda la familia real. Pero Josaba, hija del rey Joram y hermana de Ocozias, apartó a Joás, hijo de Ocozias, de los otros hijos del rey a los que estaban matando, y lo escondió de Atalía, junto con su nodriza, en un dormitorio. Así que no lo mataron, y Joás estuvo escondido con su nodriza en el templo del Señor durante seis años. Mientras tanto, Atalía gobernó el país.

Al séptimo año, Joiada mandó llamar a los capita­nes, y a los cereteos y los guardias, y los hizo entrar en el templo del Señor, donde él estaba. Allí hizo con ellos un pacto bajo juramento, y les mostró al príncipe Joás.

Entonces Joiada sacó al hijo del rey, le puso la corona y las insignias reales, y después de derramar acei­te sobre él lo proclamó rey. Luego todos aplaudieron y gritaron: "¡Viva el rey!"

(2 R 11, l-4y 12)

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Dejando a un lado los detalles de esa tragedia provo­cada por la ambición de una abuela poco cariñosa que de­seaba apoderarse del trono, centrémonos en Joás, el hijo más pequeño (recién nacido) del Rey Ocozias a quien su tía logró salvar de esa masacre y que aprovechando el asilo político lo refugió en el templo, dejándolo bajo el cuidado del Sumo Sacerdote Joiada.

Cuando Joás cumplió 7 años, el Sacerdote reunió a los jefes del Ejército de Israel y les presentó al único descen­diente directo del Rey y por lo tanto legítimo heredero de la corona, siendo aclamado al momento, por todos como el ver­dadero Rey de Israel.

La historia continúa diciendo: "Joás tenía siete años cuando comenzó a reinar,

lo cual sucedió en el séptimo año del reinado de Jehú; y reinó en Jerusalen durante cuarenta años. Su madre se llamaba Sibia, y era de Beerseba. Los hechos de Joás fueron rectos a los ojos del Señor, porque lo había edu­cado Joiada, el Sacerdote.

(2 R 12. 1-3)

Hasta aquí, nada extraño, todo va sobre ruedas; es más, aparentemente, se ha logrado el objetivo.

Joás ha reinado 40 años al pueblo de Israel, siendo recto y justo. Todos reconocen el mérito del Sacerdote Joiada por haberlo instruido y educado para tan difícil misión; pasó algo que era de esperar: murió Joiada, como mueren todos los padres, los maestros, como mueren todos, incluso aque­llos que parecían inmortales. Joás se quedó solo en el trono, tomando para sí y para el pueblo sus propias decisiones.

Lo que vamos a leer a continuación, es capaz de des­animar al más dedicado y amoroso padre y al más idealista de los maestros; a pesar de eso, el Espíritu Santo permitió que se escribiera en el Libro Sagrado, porque es parte de la historia del pueblo de Dios que en definitiva es nuestra propia historia.

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"Después de la muerte de Joiada, llegaron los je­fes de Judá y rindieron homenaje al rey. El se dejó acon­sejar de ellos, y ellos abandonaron el templo del Señor, Dios de sus antepasados, y dieron culto a las represen­taciones de Asera y a otros ídolos. Por este pecado el Señor se enojó contra Judá y Jerusalén. Sin embargo, el Señor les envió profetas para hacer que se volvieran a él. Pero la gente no hizo caso a las amonestaciones de los profetas.

Entonces Zacarías, hijo del sacerdote Joiada, fue poseído por el espíritu de Dios, se puso de pie en un lu­gar elevado y dijo al pueblo: "Dios dice: ¿ Por qué no obe­decen ustedes mis mandamientos? ¿Por qué se buscan ustedes mismos su desgracia? Puesto que ustedes me han abandonado a mí, yo también los abandonaré a uste­des".

Pero ellos se pusieron de acuerdo contra él, y lo apedrearon por orden del rey en el atrio del templo del Señor. El rey Joás olvidó la lealtad que Joiada, el padre de Zacarías, le había demostrado, y mató a Zacarías, su hijo, quien en el momento de morir exclamó: "¡Que el Se­ñor vea esto y pida cuentas por ello!".

En la primavera, el ejército sirio lanzó un ataque contra Joás, y después de avanzar hasta Judá y Jerusa­lén, exterminaron a todos los jefes de la nación, la sa­quearon y enviaron todas las cosas al rey de Damasco. Sólo había llegado un pequeño destacamento del ejerci­to sirio, pero el Señor entregó en manos de ellos un ejér­cito muy numeroso, por haber abandonado al Señor, Dios de sus antepasados. Así Joás sufrió el castigo merecido.

Cuando los sirios se retiraron, dejándolo grave­mente enfermo, sus funcionarios tramaron una conspi­ración contra él para vengar el asesinato del hijo del sa­cerdote Joiada, y lo mataron en su propia cama. Después lo enterraron en la Ciudad de David, pero no en el pan­teón real.

(2Cro24, 17-25)

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Educar hacia la Libertad

Joás pasó 47 años al lado de Joiada, quien fue su protector, su maestro, su consejero, su amigo, su padre... ¿Cómo le pagó todos esos años de dedicación...? Matando a Zacarías, hijo de Joiada.

Si analizamos esta historia con una mente cerrada y negativa, la conclusión evidente sería:

"Cría cuervos y te sacarán los ojos"

pero si lo hacemos con una mente abierta, positiva, dispuesta a aprender para no seguir cometiendo los mismos errores en nuestro proceso educativo, las conclusiones son más ricas y llenas de contenido que pueden estimularnos para hacer bien, lo que como padres y maestros nos toca hacer.

Sería muy simple para los adultos decir: Joás no fue un buen discípulo; los jóvenes podrían responder: Joiada no fue un buen maestro. Lo cierto es que el proceso educativo consta de muchos aspectos. Analizando este caso con mu­chos educadores, hemos llegado a las conclusiones siguien­tes:

La educación de Joás tuvo las siguientes deficiencias:

A. Ausencia de la familia.

B. Formaron al Rey, no al Hombre.

C. Quemaron las etapas.

D. Parcial y sin tomar en cuenta toda la realidad.

E. Normativa, más que formativa.

F. No se le preparó para el cambio.

Analicemos brevemente cada uno de estos aspectos:

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A. Ausencia de la familia

Como ya hemos leido en 2a. Reyes 11, 1-4, Joás fue llevado al templo desde que era un recién nacido, de esa manera, la familia estuvo ausente en el proceso educativo.

Creo que no es necesario escribir demasiado para con­cluir que la familia es la primera escuela en la que el padre y la madre actúan como los primeros maestros; además, sobre este tema tenemos ya una enseñanza muy clara y definida:

"Las relaciones en el seno de la familia entrañan una afinidad de sentimientos, afectos e intereses que pro­vienen sobre todo del mutuo respeto de las personas. La familia es una 'comunidad privilegiada' llamada a realizar un 'propósito común' de los esposos y una cooperación diligente de los padres en la educación de los hijos" (GS 52,1).

(CIC No. 2206

La familia es la "célula original de la vida social". Es la sociedad natural en que el hombre y la mujer son lla­mados al don de sí en el amor y en el don de la vida. La autoridad, la estabilidad y la vida de relación en el seno de la familia constituyen los fundamentos de la libertad, de la seguridad, de la fraternidad en el seno de la sociedad. La familia es la comunidad en la que, desde la infancia, se pueden aprender los valores morales, se comienza a honrar a Dios y a usar bien de la libertad. La vida de familia es iniciación a la vida en sociedad.

( CIC No. 2207)

"Los padres son los primeros responsables de la edu­cación de sus hijos. Testimonian esta responsabilidad ante todo por la creación de un hogar, donde la ternu­ra, el perdón, el respeto, la fidelidad y el servicio des-

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interesado son norma. El hogar es un lugar apropiado para la educación de las virtudes. Esta requiere el aprendizaje de la abnegación, de un sano juicio, del dominio de si, condiciones de toda libertad verdade­ra. Los padres han de enseñar a los hijos a subordi­nar las dimensiones "materiales e instintivas a las in­teriores y espirituales" (CA 36). Es una grave respon­sabilidad para los padres dar buenos ejemplos a sus hijos. Sabiendo reconocer ante sus hijos sus propios defectos, se hacen más aptos para guiarlos y corre­girlos:

El que ama a su hijo, le corrige sin cesar... el que enseña a su hijo, sacará provecho de él. (Si 30, 1-2).

Padres, no exasperéis a vuestros hijos, sino formadlos más bien mediante la instrucción y la corrección según el Señor. (Ef 6, 4)"

(CIC No. 2223)

"Los padres, como primeros responsables de la edu­cación de sus hijos, tienen el derecho de elegir para ellos una escuela que corresponda a sus propias con­vicciones. Este derecho es fundamental. En cuanto sea posible, los padres tienen el deber de elegir las escuelas que mejor les ayuden en su tarea de educa­dores cristianos (cf GE 6). Los poderes públicos tie­nen el deber de garantizar este derecho de los padres y de asegurar las condiciones reales de su ejercicio".

( CIC No. 2229)

"El derecho-deber educativo de los padres. La tarea educativa tiene sus raíces en la vocación primordial de los esposos a participar en la obra creadora de Dios; ellos, engendrando en el amor y por amor una

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nueva persona, que tiene en sí la vocación al creci­miento y al desarrollo, asumen por eso mismo la obli­gación de ayudarla eficazmente a vivir una vida ple­namente humana. Como ha recordado el Concilio Vaticano II: "Puesto que los padres han dado la vida a los hijos, tienen la gravísima obligación de educar a la prole, y por tanto hay que reconocerlos como los pri­meros y principales educadores de sus hijos. Este deber de la educación familiar es de tanta trascen­dencia que, cuando falta, difícilmente puede suplirse. Es, pues, deber de los padres crear un ambiente de familia animado por el amor, por la piedad hacia Dios y hacia los hombres, que favorezca la educación ínte­gra personal y social de los hijos. La familia es, por tanto, la primera escuela de las virtudes sociales, que todas las sociedades necesitan".

El derecho-deber educativo de los padres se califica como esencial, relacionado como está con la transmi­sión de la vida humana; como original y primario, res­pecto al deber educativo de los demás, por la unici­dad de la relación de amor que subsiste entre padres e hijos; como insustituible e inalienable y que, por con­siguiente, no puede ser totalmente delegado o usur­pado por otros.

Por encima de estas características, no puede olvi­darse que el elemento más radical, que determina el deber educativo de los padres, es el amor paterno y materno que encuentra en la acción educativa su rea­lización, al hacer pleno y perfecto el servicio a la vida. El amor de los padres se transforma de fuente en alma, y por consiguiente, en norma, que inspira y guía toda la acción educativa concreta, enriqueciéndola con los valores de dulzura, constancia, bondad, servicio, des­interés, espíritu de sacrificio que son el fruto más pre­cioso del amor".

(Pamiliaris Consortio No. 36)

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"Educar en los valores esenciales de la vida humana. Aún en medio de las dificultades, hoy a menudo agra­vadas, de la acción educativa, los padres deben for­mar a los hijos con confianza y valentía en los valores esenciales de la vida humana. Los hijos deben crecer en una justa libertad ante los bienes materiales, adop­tando un estilo de vida sencillo y austero, convenci­dos de que "el hombre vale más por lo que es que por lo que tiene".

En una sociedad sacudida y disgregada por tensio­nes y conflictos a causa del choque entre los diversos individualismos y egoísmos, los hijos deben enrique­cerse no sólo con el sentido de la verdadera justicia, que lleva al respeto de la dignidad personal de cada uno, sino también y más aún del sentido del verdade­ro amor, como solicitud sincera y servicio desintere­sado hacia los demás, especialmente a los más po­bres y necesitados. La familia es la primera y funda­mental escuela de socialidad; como comunidad de amor, encuentra en el don de sí misma la ley que la rige y hace crecer. El don de sí, que inspira el amor mutuo de los esposos, se pone como modelo y norma del don de sí que debe haber en las relaciones entre hermanos y hermanas, y entre las diversas genera­ciones que conviven en la familia. La comunión y la participación vivida cotidianamente en la casa, en los momentos de alegría y de dificultad, representa la pe­dagogía más concreta y eficaz para la inserción acti­va, responsable y fecunda de los hijos en el horizonte más amplio de la sociedad.

La educación para el amor como don de sí mismo constituye también la premisa indispensable para los padres, llamados a ofrecer a los hijos una educación sexual clara y delicada. Ante una cultura que "banaliza" en gran parte la sexualidad humana, porque la inter­preta y la vive de manera reductiva y empobrecida,

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relacionándola únicamente con e! cuerpo y el placer egoísta, el servicio educativo de los padres debe ba­sarse sobre una cultura sexual que sea verdadera y plenamente personal. En efecto, la sexualidad es una riqueza de toda la persona —cuerpo, sentimiento y espíritu— y manifiesta su significado íntimo al llevar a la persona hacia el don de sí misma en el amor.

La educación sexual, derecho y deber fundamental de los padres, debe realizarse siempre bajo su direc­ción solícita, tanto en casa como en los centros edu­cativos elegidos y controlados por ellos. En este sen­tido la Iglesia reafirma la ley de la subsidiaridad, que la escuela tiene que observar cuando coopera en la educación sexual, situándose en el espíritu mismo que anima a los padres.

En este contexto es del todo irrenunciable la educa­ción para la castidad, como virtud que desarrolla la auténtica madurez de la persona y la hace capaz de respetar y promover el "significado esponsal" del cuer­po. Más aún, los padres cristianos reserven una aten­ción y cuidado especial discerniendo los signos de la llamada de Dios a la educación para la virginidad, como forma suprema del don de uno mismo que cons­tituye el sentido mismo de la sexualidad humana.

Por los vínculos estrechos que hay entre la dimensión sexual de la persona y sus valores éticos, esta educa­ción debe llevar a los hijos a conocer y estimar las normas morales como garantía necesaria y preciosa para un crecimiento personal y responsable en la sexualidad humana.

Por esto la Iglesia se opone firmemente a un sistema de información sexual separado de los principios mo­rales y tan frecuentemente difundido, el cual no sería más que una introducción a la experiencia del placer

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y un estímulo que lleva a perder la serenidad, abrien­do el camino al vicio desde los años de la inocencia.

(Familiaris Consortio No. 37)

¿En qué consiste la educación? Para responder a esta pregunta hay que recordar dos verdades fundamen­tales. La primera es que el hombre está llamado a vivir en la verdad y en el amor. La segunda es que cada hombre se realiza mediante la entrega sincera de sí mismo. Esto es válido tanto para quien educa como para quien es educado. La educación es, pues, un proceso singular en el que la recíproca comunión de las personas está llena de grandes significados. El educador es una persona que "engendra" en sentido espiritual. Bajo esta perspectiva, la educación pue­de ser considerada un verdadero apostolado. Es una comunicación vital, que sólo establece una rela­ción profunda entre educador y educando, sino que hace participar a ambos en la verdad y en el amor, meta final a la que está llamado todo hombre por par­te de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.

La paternidad y la maternidad suponen la coexisten­cia y la interacción de sujetos autónomos. Esto es bien evidente en la madre cuando concibe un nuevo ser humano. Los primeros meses de su presencia en el seno materno crean un vínculo particular, que ya tie­ne un valor educativo. La madre, ya durante el emba­razo, forma no sólo el organismo del hijo, sino indirec­tamente toda su humanidad. Aunque se trate de un proceso que va de la madre hacia el hijo, no debe olvidarse la influencia específica que el que está para nacer ejerce sobre la madre. En esta influencia recí­proca que se manifestará exteriormente después de nacer el niño, no participa directamente el padre. Sin embargo, él debe colaborar responsablemente ofre­ciendo sus cuidados y su apoyo durante el embarazo e incluso, si es posible, en el momento del parto.

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Para la "civilización del amor" es esencial que el hom­bre sienta la maternidad de la mujer, su esposa, como un don. En efecto, ello influye enormemente en todo el proceso educativo. Mucho depende de su disponi­bilidad a tomar parte de manera adecuada en esta primera fase de donación de la humanidad, y a dejar­se implicar, como marido y padre, en la maternidad de su mujer. La educación es, pues, ante todo una "dádiva" de hu­manidad por parte de ambos padres: ellos transmiten juntos su humanidad madura al recién nacido, el cual, a su vez, les da la novedad y el frescor de la humani­dad que trae consigo al mundo. Esto se verifica inclu­so en el caso de niños marcados por limitaciones psí­quicas o físicas. Es más, en tal caso su situación pue­de desarrollar una fuerza educativa muy particular.

Con razón, pues, la Iglesia pregunta durante el rito del matrimonio:

"¿Estáis dispuestos a recibir de Dios responsable y amorosamente los hijos, y a educarlos según la ley de Cristo y de su Iglesia?" El amor conyugal se mani­fiesta en la educación, como verdadero amor de pa­dres. La "comunión de personas", que al comienzo de la familia se expresa como amor conyugal, se com­pleta y se perfecciona extendiéndose a los hijos con la educación. La potencial riqueza, constituida por cada hombre que nace y crece en la familia, es asu­mida responsablemente de modo que no degenere ni se pierda, sino que se realice en una humanidad cada vez más madura. Esto es también un dinamismo de reciprocidad, en el cual los padres-educadores son, a su vez, educados en cierto modo. Maestros de huma­nidad de sus propios hijos, la aprenden de ellos. Aquí emerge evidentemente la estructura orgánica de la familia y se manifiesta el significado fundamental del cuarto mandamiento.

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El "nosotros" de los padres, marido y mujer, se desa­rrolla, por medio de la generación y de la educación, en el "nosotros" de la familia, que deriva de las gene­raciones precedentes y se abre a una gradual expan­sión. A este respecto, desempeñan un papel singular, por un lado, los padres de los padres y, por otro, los hijos de los hijos. Si al dar la vida los padres colaboran en la obra crea­dora de Dios, mediante la educación participan de su pedagogía paterna y materna a su vez. La paternidad divina, según San Pablo, es el modelo originario de toda paternidad y maternidad en el cosmos (cf. Ef.. 3, 14-15), especialmente de la maternidad y paternidad humanas. Sobre la pedagogía divina nos ha enseña­do plenamente el Verbo eterno del Padre, que al en­carnarse ha revelado al hombre la dimensión verda­dera e integral de su humanidad: la filiación divina. Y así ha revelado también cuál es el verdadero signifi­cado de la educación del hombre. Por medio de Cris­to toda educación, en familia y fuera de ella, se inser­ta en la dimensión salvífica de la pedagogía divina, que está dirigida a los hombres y a las familias, y que culmina en el misterio pascual de la muerte y resu­rrección del Señor. De este "centro" de nuestra re­dención arranca todo proceso de educación cristiana, que al mismo tiempo es siempre educación para la plena humanidad.

Los padres son los primeros y principales educado­res de sus propios hijos, y en este campo tienen inclu­so una competencia fundamental: son educadores por ser padres. Comparten su misión educativa con otras personas e instituciones, como la Iglesia y el Estado. Sin embargo, esto debe hacerse siempre aplicando correctamente el principio de subsidiariedad. Esto im­plica la legitimidad e incluso el deber de una ayuda a los padres, pero encuentra su límite intrínseco e insu­perable en su derecho prevalente y en sus posibilida-

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des efectivas. El principio de subsidiariedad, por tan­to, se pone al servicio del amor de los padres, favore­ciendo el bien del núcleo familiar. En efecto, los pa­dres no son capaces de satisfacer por sí solos las exi­gencias de todo el proceso educativo, especialmente lo que atañe a la instrucción y al amplio sector de la socialización. La subsidiariedad completa así el amor paterno y materno, ratificando su carácter fundamen­tal, porque cualquier otro colaborador en el proceso educativo debe actuar en nombre de los padres, con su consentimiento y, en cierto modo, incluso por en­cargo suyo.

El proceso educativo lleva a la fase de la autoeduca­ción, que se alcanza cuando, gracias a un adecuado nivel de madurez psicofísica, el hombre empieza a "educarse él solo". Con el paso de los años, la au­toeducación supera las metas alcanzadas previamente en el proceso educativo, en el cual, sin embargo, si­gue teniendo sus raíces. El adolescente encuentra nuevas personas y nuevos ambientes, concretamen­te los maestros y compañeros de escuela, que ejer­cen en su vida una influencia que puede resultar edu­cativa o antieducativa.

En esta etapa se aleja, en cierto modo, de la educa­ción recibida en familia, asumiendo a veces una acti­tud crítica con los padres. Pero, a pesar de todo, el proceso de autoeducación está marcado por la influen­cia educativa ejercida por la familia y por la escuela sobre el niño y sobre el muchacho. El joven, transfor­mándose y encaminándose también en la propia di­rección, sigue quedando íntimamente vinculado a sus raíces existenciales.

Sobre esta perspectiva se perfila, de manera nueva, el significado del cuarto mandamiento: "Honra a tu padre y a tu madre" (Ex. 20, 12), el cual está relacio-

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nado orgánicamente con todo el proceso educativo, la paternidad y maternidad, elemento primero y fun­damental en el proceso de dar la humanidad, abren ante los padres y los hijos perspectivas nuevas y más profundas. Engendrar según la carne significa prepa­rar la ulterior "generación", gradual y compleja, me­diante todo el proceso educativo. El mandamiento del Decálogo exige al hijo que honre a su padre y a su madre; pero, como ya se ha dicho, el mismo manda­miento impone a los padres un deber en cierto modo "simétrico". Ellos también deben "honrar" a sus pro­pios hijos sean pequeños o grandes, y esta actitud es indispensable durante todo el proceso educativo, incluido el escolar. El 'principio de honrar', es decir, el reconocimiento, y el respeto del hombre como hom­bre, es la condición fundamental de todo proceso edu­cativo auténtico!"

(Juan Pablo II. Carta a las familias No. 16)

"Educar en los valores de la laboriosidad y del com­partir, de la honestidad y la austeridad, del sentido ético-religioso de la vida, para que desde la familia primera escuela se formen hombres nuevos para una sociedad más fraterna donde se vive la destinación universal de los bienes en contexto de desarrollo inte­gral".

(Santo Domingo No. 200).

La famil ia y la escuela forman una comunidad educativa y actúan de manera coordinada en el proceso de la formación. Esta alianza en bien de la juventud se ve realizada cuando el padre y la madre asisten puntualmente a las reuniones que la escuela ha programado o toman la iniciativa de pedir la cita correspondiente para hablar con los maestros de sus hijos.

Los jóvenes mismos, lejos de esconder las citacio­nes, las libretas de notas u otros reportes escolares, con el

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fin de que sus padres no se enteren de cómo van en la es­cuela, deberían esforzarse por mantener la mejor comunica­ción posible entre sus padres y sus maestros.

B. Formaron al rey y no al hombre

Por ser el único descendiente del Rey y heredero le­gítimo del trono, a Joás lo prepararon desde muy temprana edad para que asumiera esa responsabilidad, la educación que le brindaron tenía como objetivo principal, formar la Rey de Israel, no al hombre.

En el proceso educativo actual, más de una vez nos encontramos cometiendo el mismo error.

"Generalmente desde los criterios secularistas nos piden que eduquemos al hombre técnico, al hombre apto para dominar su mundo y vivir en un intercambio de bienes producidos bajo ciertas normas políticas; las mínimas..."

(Santo Domingo No. 266).

Muchos de mis amigos que son empresarios me han expresado su consternación ante la realidad de tener em­pleados altamente eficientes en su campo (Computación, Con­tabilidad, Técnicos, etc.) pero sin los más mínimos valores que debe tener todo ser humano, empezando por el respeto, la capacidad de trabajar en equipo; sin hablar de la lealtad, la puntualidad, el trato amable y la buena presentación.

La humanidad se está llenando de Ingenieros, técni­cos, expertos en comunicación e informática, profesionales en los diversos campos del quehacer humano, mientras si­gue siendo necesario ponerse al lado de Diógenes, aquel fi­lósofo antiguo que en plena luz del día, salía con una lámpa­ra encendida en su mano y cuando le preguntaban: ¿Para qué la luz de su lámpara durante el día? El contestaba: "Es­toy buscando al hombre".

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Educar hacia la Libertad

Continuamente y cada vez con más frecuencia esta­mos siendo testigos o protagonistas de escándalos, por lo desordenada que está nuestra vida privada.

Participando en un escuchado programa de radio en la ciudad de San Francisco, California, el conductor de dicho programa, me preguntó: ¿Por qué hay tantos predicadores que están lucrando con la fe del pueblo? Mi respuesta fue lo más sincera posible: efectivamente, tanto dentro, como fuera de la Iglesia Católica estamos enfrentando una crisis en la credibilidad de los líderes, más ese fenómeno afecta por igual a todos los líderes en los diversos campos.

Hay predicadores que lucran con la fe, como médicos que lucran con el dolor, maestros que lucran con la ignoran­cia; otros, usan sus puestos de autoridad y gobierno para enriquecerse, hasta los medios de comunicación están ha­ciendo un gran negocio explotando a la masa que consume lo que la estrategia publicitaria le vende.

El escándalo en la vida privada, afecta por igual a pre­sidentes, princesas, obispos, sacerdotes, predicadores, mé­dicos, maestros, deportistas, artistas, sin hablar de aboga­dos, políticos y militares... La razón de todo esto no es la profesión sino la calidad de la materia prima que es el ser humano. El hombre, la mujer de hoy, está pasando por una crisis de identidad, una crisis en su escala de valores. Aquí está el reto: además de capacitar al técnico, al profesional, al experto, es necesario formar al ser humano.

En lo más profundo de nuestro ser, deseamos encon­trarnos con nosotros mismos, lograr el equilibrio, la paz y la armonía, que sólo se alcanza cuando damos respuestas con­vincentes a las viejas preguntas: ¿Quién soy?, ¿Qué hago aquí?, ¿De dónde vengo?, ¿Para dónde voy?.

Cada uno buscará desde su opción filosófica o reli­giosa, satisfacer esas interrogantes. En la medida que lo lo­gre se sentirá más o menos realizado.

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Salvador Gómez

Para nosotros los cristianos, el camino es claro y defi­nido. Sabemos que Jesús es la revelación del ser humano plenamente realizado.

"En Él la humanidad tiene la medida de su dignidad y el sentido de su desarrollo".

(Cf. Santo Domingo No. 8)

Por esa razón, para nosotros, educar es, realizar en cada hombre y en cada mujer el proyecto de vida enseñado con gestos y palabras por Jesús. (Este es precisamente el contenido de mi libro "Hasta la estatura del ser humano per­fecto", en el cual desarrollo setenta cualidades de Jesús que todos estamos ííamados a realizar).

"Ningún maestro educa sin saber para qué educa y hacia donde educa. Hay un proyecto de hombre en­cerrado en todo proyecto educativo, y este proyecto vale o no según construya o destruya al educando. Este es el valor educativo. Cuando hablamos de una educación cristiana, hablamos de que el maestro edu­ca hacia un proyecto de hombre en el que viva Jesu­cristo. Hay muchos aspectos en los que se educa y de los que consta el proyecto educativo del hombre; hay muchos valores; pero estos valores nunca están solos, siempre forman una constelación ordenada ex­plícita o implícitamente. Si la ordenación tiene como fundamento y termino a Cristo, entonces ésta educa­ción está recapitulando todo en Cristo y es una verda­dera educación cristiana; si no, puede hablar de Cris­to, pero no es cristiana".

(Santo Domingo No. 265).

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Educar hacia la Libertad

C. Quemaron las etapas

"Siete años tenía Joás cuando comenzó a reinar... y reinó cuarenta años en Jerusalén..."

(2 R 12,1-2). No es necesario ser un experto en psicología evoluti­

va para darse cuenta que entre los intereses de un niño de 7 años, no aparece el estar gobernando su país; el haberle asignado una tarea de esa magnitud, fue truncar el proceso de maduración adecuado y acelerarle su inserción en un mundo de mayores responsabilidades.

Desafortunadamente, hoy también, millones de niños y niñas, se ven forzados a quemar las etapas de su desarro­llo y a sufrir las desastrosas consecuencias que esto conlle­va.

El fenómeno de la mano de obra infantil, cada vez más extendido en el mundo, constituye una manera injusta de acelerar el proceso en la maduración de niños y adoles­centes. Peor aún y menos combatido, es el temible flagelo de la iniciación sexual a la que se ven sometidos los niños y niñas desde muy temprana edad. No me estoy refiriendo solo al abominable crimen del abuso sexual, la pornografía y pros­titución infantil, las mutilaciones genitales (sobre todo en el mundo musulmán), al que son sometidos muchos inocentes. Me refiero además, a una agresión mas destructiva por ser masiva y contar con el apoyo de la mayor parte del aparato estatal.

Con el pretexto de "salud reproductiva" o bajo el slo­gan de "sexo seguro" se le está enseñando a menores de 12 años, como usar los preservativos, contraceptivos, anticon­ceptivos y abortivos que vende el mercado de la industria del placer sexual.

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Salvador Gómez

Puedo afirmar y sin temor a equivocarme, que entre los niños y adolescentes se manejan mejor los temas sobre:

- Preservativos - Aborto - El SIDA. - La Homosexualidad

que los conceptos:

- Castidad - Virginidad - Fidelidad - Matrimonio

La mayoría de adultos estamos de acuerdo que la acti­vidad sexual no es conveniente ni adecuada entre los niños y adolescentes; sin embargo no se lo decimos a ellos, más aún, con toda la información que ponemos en sus manos y sobre .todo con los preservativos, que estamos repartiendo en las escuelas (como si fueran golosinas o juguetes), los estamos empujando a iniciar su actividad sexual a edades más tem­pranas y sin la maduración necesaria para hacerlo.

Los medios de comunicación (sobre todo la televisión) deben acusar recibo de esta protesta, ya que transmiten pro­gramas que contienen lenguaje y escenas propias de adultos en horarios en que muchos adolescentes y niños están pren­didos al televisor. La excusa que presenta es que para eso, se pone la advertencia respectiva y se recomienda a los pa­dres de familia discreción y supervisión para ver esos progra­mas. Pero ¿cuáles padres de familia?, si más del 50 por cien­to de los adolescentes y niños ven la televisión solos. En el mejor de los casos, mientras esperan que sus padres regre­sen de sus trabajos o de sus reuniones sociales, de negocio e incluso de la Iglesia, que generalmente terminan después de las diez de la noche, y en el peor de los casos, porque no hay padre a quien esperar.

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Educar hacia la Libertad

Estamos en una situación de emergencia nacional, en este momento no basta con advertir a los padres, es ne­cesario tomar conciencia que cada adulto, en el lugar donde está debe sentirse llamado a proteger y orientar de la manera más adecuada a los niños y adolescentes que estén a su alcance dispuestos incluso, a ocupar el lugar del padre o la madre ausentes.

Los adultos que no cuidan y respetan la inocencia de los niños, serán ancianos que sufrirán el abandono, maltrato y la marginación.

D. Parcial y sin tomar en cuenta

toda la realidad

Joiada fue un buen maestro, enseñó a Joás todo lo justo, lo bueno, lo correcto, más se olvidó de decirle que otras personas no veían las cosas desde ese punto de vista y que existían distintas maneras de pensar y actuar. Fuera del tem­plo, fuera del hogar, fuera de la escuela, las cosas son dife­rentes.

Cuanta razón tiene José Luis Perales, cuando can­tando acerca de los hijos dice:

"Un día como alegres golondrinas se irán volando por cualquier ventana a descubrir del río la otra orilla y a conocer del mundo la otra cara. Dirán adiós a la inocencia cuando amanezca su mañana".

Una muy buena amiga con muchos años de expe­riencia me contaba que su hijo recién ingresado a la universi­dad, vino un día alterado, posiblemente por alguna discusión en clases y le dijo: TU TIENES LA CULPA PORQUE ME EN­SEÑASTE SOLO EL BIEN Y LA VERDAD, Y NO ME DIJISTE QUE EXISTE OTRA REALIDAD.

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Salvador Gómez

Mi hermano Jorge y yo estábamos haciendo fila para entrar en las oficinas de Migración en el país de El Salvador; habíamos llegado a las 6 AM para ser de los primeros en ingresar cuando abrieran las puertas del edificio. Faltando unos minutos para las 8 AM, hora en la que comienza la aten­ción al público, muchas personas que estaban alrededor co­menzaron a aglomerarse en la puerta, un poco molesto salí de la fila en la que ordenadamente nos manteníamos y hablé con el empleado que cuidaba la entrada:

- Buenos días señor, nosotros hemos estado hacien­do fila desde las 6 AM para entrar a las oficinas, mien­tras todas estas personas a última hora, se están pre­parando para entrar por la fuerza.

- El empleado me escuchó y después de mirarme con asombro, dijo: ¿Usted no es de aquí, verdad?, aquí la gente no respeta.

- Pues hagámosles respetar, le dije.

- Hábleles usted, a ver si le hacen caso, y abriendo la puerta dijo: mejor entre, antes de que lo dejen de últi­mo.

- Ya en el edificio me pasó la cólera, mas me invadió una profunda tristeza.

Nosotros estamos educando a nuestros hijos para ser correctos, respetuosos y amables. Nos esforzamos por en­señarles a cumplir los acuerdos y las leyes, pero, ¿como es el mundo que les espera? Un mar turbulento en el que el pez más grande se come al chico, un campo de batalla en el que la fuerza bruta quiere aplastar a la razón y a la inteligencia. Lo queramos o no, estamos en la jungla y debemos preparar­nos y preparar a nuestros hijos para sobrevivir.

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Educar hacia la Libertad

Jesús nos dice:

"Mirad que yo os envío como ovejas en medio de lobos, sed, pues, prudentes como las serpientes y senci­llos como las palomas". (Mt 10, 16)

Educar es enseñar a discernir cuándo y con quienes actuar como serpientes o como palomas.

Como padre, y desde mi particular punto de vista, ten­go la impresión de ser complaciente y a veces hasta toleran­te con mis hijos, pocas veces he tenido que apelar a mi auto­ridad, para que hagan o dejen de hacer algo; siempre les he manifestado mis desacuerdos y me he esforzado por presen­tarles los mejores argumentos para que acepten mi manera de pensar; advirtiéndoles al final del discurso, que eso es lo que a mi me parece mejor; posiblemente estoy equivocado; no obstante, hago mi mejor esfuerzo con la luz que ahora tengo. Tal vez cuando ellos sean padres, podrán actuar con más luz y hacer algo mejor por sus hijos.

Lo que me llenaría de mucha tristeza, es saber que mientras yo les hablo con respeto, con las palabras más ade­cuadas, los mejores argumentos y me esfuerzo, incluso, por complacerlos, ellos se cierren, se opongan sistemáticamente, me acusen de ser un viejo pasado de moda, cuadrado, in­flexible, etc., etc. Y luego, por otro lado, frente a otras perso­nas o grupos de influencia como amigos, música, televisión modas; que los rodea y los presionan para aceptar lo que ellos les proponen, sean unas sencillas palomas y mansos corderos, sin cuestionar siquiera lo que les están imponien­do.

A los padres y maestros, se nos enseña a no obligar a los jóvenes a bajar la mirada cuando nos hablan, mucho menos a imponer nuestra autoridad. Por todos los medios y de muchas maneras, el discurso que nos llega es que debe­mos ser comprensivos, abiertos, tolerantes, y tener una acti-

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Salvador Gómez

tud más receptiva para con la juventud. Todo esto está bien, siempre y cuando los jóvenes mismos sepan que si los que tenemos la legítima autoridad, concedida por derecho Divino y por las leyes humanas, estamos dispuestos a no imponer­la, obligándolos a hacer lo que pensamos que deben hacer, muchísimo menos, están obligados a dejarse arrastrar por otros grupos de influencia que quieren iniciarlos en drogas, delincuencia, sexo, etc., bajo amenazas o presiones ante las cuales ceden como corderitos atemorizados. No, no es justo repetir una vez más la historia del hijo pródigo, que no quiso obedecer y trabajar para ser padre y luego se puso bajo las órdenes de un tirano que lo trató como a un esclavo. (Cf Le. 15, 11-16).

Los niños y los jóvenes que quieran ser maduros, ne­cesitan aprender a ser mansos con los mansos y astutos con los astutos.

Con frecuencia se escucha decir: "Mi hijo o mi hija es muy rebelde". Está bien que lo sean, siempre y cuando usen esa rebeldía para enfrentarse con los que tratan de destruir los valores que con tanto esfuerzo han alcanzado.

Joás no resistió la influencia de los malos amigos, no supo mantener con fidelidad sus principios.

A veces es necesario, como dice en los rótulos que ponen en las alarmas e instrumentos a ser usados ante la eventualidad de un incendio: "Rompa el vidrio en caso de emergencia". Hay circunstancias en las que un NO a secas, es mejor que estar dando amables explicaciones.

Es preciso ser enérgicos y rechazar sin mucha diplo­macia a los supuestos amigos que como hicieron con Joás, te proponen conocer realidades distintas a las que estás acos­tumbrado, sobre todo, cuando en conciencia, sabes que es­tarías actuando en contra de tus valores. ¿Cómo lo sabes? Cuando tengas que esconderte para hacer algo o tengas que

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Educar hacia la Libertad

guardar silencio para que nadie se entere de lo que estás haciendo es una señal muy clara que no lo debes hacer.

No te dejes llevar por el temor de perder amigos o perder popularidad, a veces es mejor perder algo o a alguien que perder todo. Recuerda a Joás, fue ingenuo y lo hicieron abandonar a Dios y adorar a ídolos que no conocía. Es mejor que te tilden de aburrido, cuadrado, inflexible, a que seas como una hoja arrastrada por el viento o lata tirada en la calle que todo el que quiera la golpea con el pie.

E. Normativa más que formativa

"Joás hizo lo recto a los ojos de Yaveh todos los días, porque el sacerdote Joiada le había instruido".

(2 R 12, 3)

Joás estaba acostumbrado a que le dijeran que debía decir o hacer, fue educado para seguir instrucciones, más no para tomar decisiones.

Muchos padres y maestros continuamos con el es­quema de educación en el que se centra la responsabilidad en el adulto que se supone debidamente preparado, él es el que sabe, el que enseña, el que decide. El joven, ya sea hijo o educando hará bien en aprender de su maestro, seguir al pie de la letra sus instrucciones y obedecer, recordando que "El que obedece nunca se equivoca". Este método continua vigente porque en cierta medida ha dado buenos resultados (sobre todo en los campos de la espiritualidad, del arte, del deporte y otros) y además, resulta más cómodo que alguien diga lo que se tiene que hacer, de todas maneras si algo sale mal, el que mandó, ese tiene la culpa.

El error no está en hacer lo que diga el maestro, so­bre todo, cuando es un maestro con más aciertos que des­aciertos, la deficiencia consiste en no saber cuáles son los

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Salvador Gómez

criterios usados por el maestro para tomar tal o cual decisión, más aún, el no tener criterios propios para compararlos con los del maestro. Sin ésta preparación, el joven estará tan per­dido como Joás, cuando tenga que tomar decisiones y ya no esté el consejero a su lado.

Aquí, estamos frente al verdadero significado de la educación que podríamos resumirlo así:

— Analizar nuestra realidad, los desafíos que se nos presentan y las capacidades de responder a ellos.

— Luego elegir el camino de acción positiva que va­mos a seguir.

El primer paso para tomar decisiones es: estar cons­cientes que tenemos una pregunta que deseamos respon­der; a nadie le interesa resolver un problema que no tiene.

Con frecuencia los adultos, por nuestra edad y expe­riencia o por nuestro excesivo afán de proteger a los jóvenes, queremos decirles cómo resolver los problemas mientras ellos ni siquiera los han visualizado. En este sentido, educar es, crear situaciones o aprovechar las que se presentan para ver cómo los jóvenes resuelven, recordando lo que saben los ins­tructores de manejo y sobre todo de naves aéreas, que es mejor que se equivoquen delante de nosotros a que lo hagan cuando no estemos ahí.

Sería bueno contestar estas preguntas: ¿Qué oportu­nidades tengo de tomar decisiones?, ¿Qué oportunidades le doy a los demás para que tomen decisiones?.

Algo que siempre enseño a los niños y que es impor­tante para los adultos tenerlo en cuenta, es la realidad de que Dios nos dio dos oídos y una lengua, para oír el doble y ha­blar la mitad.

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Educar hacia la Libertad

Cuando hemos ganado la confianza del joven y nos habla con la seguridad de que lo escucharemos con aten­ción, sin interrumpir, sin criticar y sobretodo sin regañar, tene­mos la mejor oportunidad de influir en ellos positivamente.

Palabras como: Estoy dispuesto a escucharte, cuén­tame, ¿Qué más?, ¿Qué piensas hacer?, ¿Qué otra cosa se te ocurre?, etc., etc. Abrirán la posibilidad de que el joven nos hable de lo que está pensando hacer, eso le dará al mismo tiempo más claridad y seguridad en sus decisiones. Recor­demos que ayudamos más cuando escuchamos, que cuan­do hablamos.

Una de las cosas que más le agradeció Jesús a su Padre y esperamos que nuestros hijos o educandos nos agra­dezcan, fue la actitud de escuchar.

"Padre, te doy gracias por haberme escuchado. Ya sabía yo que tu siempre me escuchas..."

(Jn. 11,41-42).

F. No se le preparó para el cambio

Joás estuvo siempre dentro de las paredes sólidas del templo, bajo un techo sostenido por columnas inconmovi­bles, acostumbrado a escuchar verdades eternas, mas no se le preparó para adaptarse a vivir en un mundo en donde las circunstancias, los conocimientos, las técnicas cambian.

Como hombre de fe, creo en Dios que es fuente de toda verdad, creo en Jesucristo que es la verdad misma, acep­to en lo más profundo de mi mente y de mi corazón lo que El dice:

"El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán"

(Mt.24,35).

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Salvador Gómez

3 ¿Qué es Libertad?

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Los alumnos de un colegio desfilaban conmemoran­do el Día de la Independencia; para darle mayor realce a su participación, llevaban como mascota a un lorito, al cual ha­bían entrenado para repetir: "Que viva la libertad".

A lo largo del recorrido, lo estimulaban para que pro,-nunciara tan celebradas palabras. En una de las acostum­bradas paradas, y mientras el lorito estaba quieto en su pe­destal, sorpresivamente un ave de rapiña apareció volando con toda rapidez e hizo presa de la indefensa ave parlante, sin advertir, por supuesto, lo que estaba pasando y mientras se elevaba entre las garras de su raptor, el lorito repetía: "Que viva la libertad"; obviamente no conocía en lo más mínimo el significado de esas palabras.

Un joven a quien estaba tratando de orientar me dijo: "Soy libre, hago lo que me da la gana", inmediatamente le contesté: No eres libre, eres esclavo de la gana, la gana te manda, ella te dice lo que debes hacer.

Para entender el verdadero significado de la palabra libertad, es necesario aclarar primero dos conceptos, que son: Albedrío y Libertinaje.

Albedrío

El albedrío o arbitrio, es la facultad que tenemos los seres humanos de actuar o elegir según la propia voluntad, sin condición alguna. La Biblia lo explica así:

"El (Dios), fue quien al principio hizo al hombre, y lo dejó en manos de su propio albedrío, si tú quieres, guardarás los mandamientos, para permanecer fiel a su beneplácito. El te ha puesto delante, fuego y agua, a don­de quieras puedes llevar tu mano. Ante los hombres la vida está y la muerte, lo que prefiera cada cual, se le dará".

(Si 15,14-17) Biblia de Jerusalén.

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Educar hacia la Libertad

Para resumir en pocas palabras, el albedrío es la fa­cultad de elegir entre el fuego y el agua, entre la vida y la muerte, entre lo que me beneficia o lo que me destruye, de tal manera que es correcto decir: "Hago lo que me da la gana, porque tengo albedrío".

Libertinaje

Es usar el albedrío para elegir precisamente aquello que me destruye y que no va de acuerdo con mi dignidad.

Es actuar bajo la fuerza del instinto, más que de la razón, ignorando todas las leyes y toda autoridad.

La Biblia nos presenta un ejemplo de hombre liberti­no:

"Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo al padre: "Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde". Y él les repartió la hacienda.

Pocos días después el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país lejano donde malgastó su hacienda viviendo como un libertino. Cuando hubo gastado todo, sobrevino un hambre extrema en aquel país, y comenzó a pasar necesidad. Entonces, fue y se ajustó con uno de los ciudadanos de aquel país, que lo envió a su finca a apacentar puercos. Y deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los puercos, pero nadie se las daba.

(Le 15, 11-16).

El libertino, toma las riendas de su vida y no quiere ninguna interferencia, quiere conducirse conforme a sus pro­pios caprichos, aún cuando el orgullo lo lleve a estar más a la estatura de los cerdos que a la altura de un ser humano.

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Aclarados los conceptos de albedrío y libertinaje, aproximémonos a una definición de libertad.

Libertad

"Es el poder, radicado en la razón y en la voluntad, de obrar o de no obrar, de hacer esto o aquello, de ejecu­tar así por si mismo acciones deliberadas. Por el libre arbitrio cada uno dispone de si mismo. La libertad es en el hombre una fuerza de crecimiento y de madura­ción en la verdad y la bondad. La libertad alcanza su perfección cuando está ordenada a Dios, nuestra bien­aventuranza".

(CIC No. 1731).

"En la medida en que el hombre hace más el bien, se va haciendo también más libre. No hay verdadera li­bertad sino en el servicio del bien y de la justicia. La elección de la desobediencia y del mal es un abuso de la libertad y conduce a "la esclavitud del pecado". (Cf. Rm. 6,17).

(CIC No. 1733)

"El ejercicio de la libertad no implica el derecho a de­cir y hacer cualquier cosa. Es falso concebir al hom­bre "sujeto de esa l ibertad como un individuo autosuficiente que busca la satisfacción de su interés propio en el goce de los bienes terrenales" (CDF, instr. "Libertatis conscientia" 13). Por otra parte, las condi­ciones de orden económico y social, político y cultural requeridas para un justo ejercicio de la libertad son, con demasiada frecuencia, desconocidas y violadas. Estas situaciones de ceguera y de injusticia gravan la vida moral y colocan tanto a los fuertes como a los débiles en la tentación de pecar contra la caridad. Al

Educar hacia la Libertad

apartarse de la ley moral, el hombre atenta contra su propia libertad, se encadena a si mismo, rompe la fra­ternidad con sus semejantes y se rebela contra la ver­dad divina".

(CIC No. 1740).

Aún cuando el catecismo define la libertad en primer lugar como libre albedrío, también nos aporta una luz muy grande para mejor definir el concepto cuando nos dice:

"La libertad es en el hombre una fuerza de crecimien­to y de maduración en la verdad y la bondad". (Cf CIC No. 1731).

Nos dice además: "No hay verdadera libertad sino en el servicio del bien y de la justicia. La elección de la desobe­diencia y del mal es un abuso de la libertad (libertinaje) y conduce a ia esclavitud del pecado". "El ejercicio de la liber­tad no implica el derecho a decir y hacer cualquier cosa..." (Cf CIC No. 1733 y 1740).

Y hablando con respecto a la libertad religiosa, el Ca­tecismo nos dice:

"El derecho a la libertad religiosa no es ni la permisión moral de adherirse al error, ni un supuesto derecho al error..."

(CIC No. 2108).

De todo lo dicho, podemos concluir que el ser huma­no es libre, en la medida que usa su albedrío para escoger el bien y la verdad. Ser libre es elegir el bien mayor, optar por lo que favorece al crecimiento, el desarrollo de la maduración.

Una vez aclarados estos conceptos, podemos decir y con todo el verdadero sentido de esas palabras: "Que viva la libertad".

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Salvador Gómez Educar hacia la Libertad

4 ¿Cómo educar

hacia la Libertad?

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Salvador Gómez

Aquí estamos en el centro del propósito de éste libro, quiero compartir con la mayor brevedad y claridad posibles, los cuatro principios básicos que he descubierto leyendo las Sagradas Escrituras, que pueden ayudarnos a ser y animar á otros para que sean verdaderamente libres.

Estos principios son:

A- Elegir el bien mayor. B- Conocer la verdad C- Elegir lo que me conviene D- No dejarme esclavizar

A. Elegir el bien mayor

Ningún ser humano, en el pleno uso de sus faculta­des, se conforma con lo menos, si puede obtener lo más. Jesús nos enseñó este principio, cuando nos dijo:

"El reino de Dios es como un tesoro escondido en un terreno. Un hombre encuentra el tesoro, y lo vuelve a esconder allí mismo; lleno de alegría, va y vende todo lo que tiene, y compra ese terreno.

El reino de Dios es también como un comerciante que anda buscando perlas finas; cuando encuentra una de mucho valor, va y vende todo lo que tiene y compra esa perla".

(Mt 13, 44-46).

Al encontrar el tesoro, la perla preciosa, uno está dis­puesto a vender lo que tiene para obtener ese bien mayor.

Aquí, se nos ofrece un camino para orientar nuestros pasos hacia la libertad y para animar a otros. Sobre todo a los jóvenes, a hacer su mejor esfuerzo en pro de alcanzar metas más altas y aspirar al bien mayor.

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Educar hacia la Libertad

¿Era valioso lo que tenía el hombre, que vendió todo para comprar el tesoro encontrado? ¡Claro que si! ¿Quién iba a comprarle a ese hombre algo sin ningún valor?

Jesús, en ningún momento dijo que lo que poseía el hombre de su ejemplo era malo o sin valor, lo que dejó claro, es que el tesoro encontrado era mucho más grande, que va­lía la pena vender todo, para adquirir la perla de gran precio.

La pregunta no es: ¿lo que estoy haciendo es bueno o es malo? ¿lo que tengo es valioso o no? Los verdaderos cuestionamientos son: ¿Es éste mi mejor esfuerzo? ¿Puedo obtener algo mejor? ¿Soy capaz de aspirar a metas más al­tas?

Perdemos el tiempo haciendo inútiles esfuerzos por convencer a los jóvenes que lo que tienen o están haciendo es malo y por lo mismo deben dejarlo. Lo único que logramos con eso, es que se aterren, se defiendan con mejores argu­mentos, cerramos su mente y más de una vez lastimamos su corazón. El desafio es mostrarles el tesoro, señalarles el bien mayor, por el que vale la pena vender todo.

Ese fue precisamente, el método que usó Jesús con el joven rico, cuando le dijo:

Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres. Así tendrás riqueza en el cielo. Luego ven y sigúeme. Cuando el joven oyó esto, se fue triste, porque era muy rico."

(Mt 19,21-22).

Jesús valoró lo que ese joven tenía, por eso lo animó a vender todo, luego le invitó a seguirlo en un camino de rea­lización y de excelencia. Desafortunadamente aquel joven, como muchos otros, no aceptan el reto. Esto nos enseña que aún con los mejores métodos no siempre se pueden alcanzar los mejores resultados. No obstante los aparentes fracasos,

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no se debe renunciar al método de estimular, animar, invitar al bien mayor ya que gritar, humillar, amenazar, condenar,' nos dará siempre y seguramente peores resultados.

Cuando hablo con niños y con adolescentes, para ejemplificar el principio de elegir el bien mayor, suelo contar­les el ejemplo de los monos.

Los monos, como todos sabemos, son muy hábiles para subir y bajar de los árboles, se desplazan con gran velo­cidad de una rama a otra, de tal suerte que jamás un ser humano que se proponga perseguirlos, podría darles alcan­ce. ¿Cómo hacen entonces para atraparlos?

Entre otras técnicas, una de las más primitivas, es el uso de las trampas; es decir, colocar frutos que ellos apete­cen en lugares donde hay sogas, redes, cajas u objetos dife­rentes para atraparlos. Una de esas trampas consiste en co­locar bananos o plátanos dentro de un recipiente previamen­te amarrado en el tronco de un árbol, cuando el mono llega atraído por el olor de las frutas, introduce la mano por un agujero extremadamente pequeño, ya que poseen manos con esa habilidad. La trampa da resultado, cuando el mono al intentar sacar la fruta se queda atrapado, ya que la mano pudo entrar vacía pero no salir con el banano en ella y en ese forcejeo el animal aquel, se convierte en presa fácil de sus captores. ¿Qué debería hacer el mono para evitar ser atrapa­do?; pues, simplemente, soltar el banano y sacar la mano de la misma manera que la metió.

Trate usted, de convencer al mono, dígale: Mono soltá el banano, ¿no te das cuenta que la libertad es más impor­tante que esa fruta por la que estás atrapado?

Lo sorprendente, es que eso mismo pasa con seres racionales. Es frustrante no poder convencernos que el alco­hol, el cigarrillo, las drogas, la promiscuidad sexual, los jue­gos de azar, la pornografía, la música estridente, las malas

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Educar hacia la Libertad

compañías, etc., etc.. pueden proporcionar pequeños mo­mentos de satisfacción y de alegría pasajera, que no son com­parables con valores tan grandes como la salud, la realiza­ción de un ideal, graduarse, enamorarse, formar una familia, producir y compartir con los demás la alegría, la paz, la satis­facción de el deber cumplido, la reputación, el buen nombre, la buena fama, la dignidad que tenemos como seres huma­nos y más aun como hijos de Dios.

Se necesita crecer y sobre todo madurar hasta llegar a ser verdaderamente adultos; es decir:

"Ser de aquellos que por la costumbre, tienen las faculta­des ejercitadas en el discernimiento del bien y del mal". (Hb 5,14).

Elegir el bien mayor, es propio de los que han supera­do la etapa primitiva de un niño caprichoso, que siempre quiere hacer lo que le da la gana. Al elegir el bien mayor se ha inicia­do la etapa reflexiva del hombre y la mujer maduros, que sa­ben escoger lo mejor, aunque para lograrlo tengan que sacri­ficar muchas cosas que no son necesariamente malas.

"La libertad es en el hombre una fuerza de crecimien­to y maduración..."

(CIC No. 1731)

"En la medida que el hombre hace más el bien, se va haciendo también más libre".

(CIC No. 1733)

"Todo cuanto hay de verdadero, de noble, de jus­to, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuen­ta". (Flp. 4, 8).

La virtud es una disposición habitual y firme a hacer el bien. Permite a la persona no sólo realizar actos bue­nos, sino dar lo mejor de si misma. Con todas sus

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fuerzas sensibles y espirituales, la persona virtuosa tiende hacia el bien, lo busca y lo elige a través de acciones concretas. El objetivo de una vida virtuosa consiste en llegar a ser semejante a Dios".

(S. Gregorio de Nisa, beat 1) (CIC No. 1803).

B. Conocer la verdad

"Conocerán la verdad y la verdad los hará libres". Un. 8, 32).

Este quizá, sea el principio más difícil de explicar, por­que también ahora y tal vez más que nunca, abundan los discípulos de Poncio Pilato que preguntan: ¿Y qué es la ver­dad? (Jn. 18, 38) Jesús responde:

"Yo soy el camino, la verdad y la vida" (Jn. 14, 6).

Estoy seguro, que al llegar a este punto muchas per­sonas sentirán deseos de cerrar el libro y no seguir leyendo. Espera un poco, ten paciencia abre tu mente, piensa, tiene que haber un punto de referencia objetivo, según el cual po­damos orientamos. ¿Qué sería de nuestros mapas si no su­piéramos señalar con claridad, dónde está el norte?

Respeto mucho a los buscadores de la verdad, pues creo, que si somos sinceros en nuestro esfuerzo, nos encon­tramos en el camino... porque la verdad es una. Y, en la me­dida que observemos la armonía del universo tan ordenado en el que vivimos (estoy hablando del cosmos, no del desor­den que el pecado ha introducido en el mundo), en la medida que sepamos descubrir la perfección, la belleza, la bondad de todo lo que existe, será fácil trascender de las criaturas al creador; ya que, toda mente lúcida sabe que lo más no pue­de venir de lo menos y que tanto orden y tanta armonía no pueden ser producidas por un destino ciego o por el azar.

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Pídele a un niño que tire un millón de veces sus cani­cas al aire, a ver si en una de tantas se quedan dando vuelta, armónica y ordenadamente como lo hacen los planetas. A los científicos, que se enorgullecen de la manipulación genética y de clonar a partir de una célula a los seres vivos, pregúntales si son capaces de devolver la vida a sus seres amados que han muerto o que si pueden hacer algo por mantenerse ellos mismos vivos en este mundo para siempre.

Todos los que ahora te asombran, incluso tú que lees y yo que escribo, pronto seremos pasado, una parte minús­cula de la historia, y quizá alguien nos recuerde, con nues­tras fortalezas y debilidades, con nuestras luces y nuestras sombras, pero el universo seguirá su marcha, el sol seguirá saliendo en el oriente y ocultándose en el poniente, la vida continuará en su desarrollo continuo y acelerado, siguiendo leyes precisas, cauces ordenados, ciclos establecidos que son perfectamente observables y medibles. Conocer esa per­fección, más aún, llegar al autor de la misma, eso es conocer la verdad; tratar de respetar esas leyes, ajusfándonos lo más posible a seguirlas con admiración y respeto, eso es la liber­tad; como lo dice magistralmente el salmista:

"Andaré por caminos de libertad porque conozco tus leyes". (Sal 119, 45).

Cuando nuestra búsqueda de la verdad es sincera, nos damos cuenta que nuestros métodos de conocimien­to, incluso nuestros sentidos y nuestras facultades racio­nales, no son suficientes y en ocasiones nos han conduci­do a sacar conclusiones falsas; cuando se trata de conoci­mientos científicos, económicos, políticos, técnicos, los errores pueden ser corregidos y superados con relativa fa­cilidad. Cuando las verdades en cuestión son de orden fi­losófico, moral, teológico, las consecuencias de una des­viación pueden ser insospechadas, pues afectan al núcleo mismo de la persona.

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Salvador Gómez

Hay muchas cosas que se pueden discutir, analizar, negociar y establecer acuerdos, mas existen verdades obje­tivas universales que no dependen del individuo o el grupo que haga la reflexión, precisamente el conocimiento de estas verdades, la aceptación de las mismas y sobre todo el poner­las en práctica constituye la tarea de aquellos que desean ser verdaderamente libres.

Para evitar el individualismo o que cada uno establezca sus propios criterios de "lo que es bueno y lo que es malo", el ser humano debe abrirse con humildad a la luz divina para ser iluminado y conducido a la verdad completa (Cf. Jn 16, 12-13).

Con la sola razón no podemos llegar a descubrir la verdad completa, más la luz natural que tenemos, puede po­nernos en el camino de la revelación mediante la cual, Dios, sale al encuentro de los que le buscan con sincero corazón. (Cf Rm 1, 19-20).

"La Santa Iglesia, nuestra madre, mantiene y ense­ña que Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido con certeza mediante la luz natural de la razón humana a partir de las cosas creadas" (Ce. Va­ticano 1: Ds 3004; cf 3026; Ce. Vaticano II, DV 6). Sin esta capacidad, el hombre no podría acoger la reve­lación de Dios. El hombre tiene esta capacidad por­que ha sido creado "a imagen de Dios" (cf. Gn. 1, 26).

(CIC No. 36).

"Sin embargo, en las condiciones históricas en que se encuentra, el hombre experimenta muchas dificul­tades para conocer a Dios con la sola luz de su razón: A pesar de que la razón humana, hablando simple­mente, pueda verdaderamente por sus fuerzas y su luz naturales, llegar a un conocimiento verdadero y cierto de un Dios personal, que protege y gobierna el mundo por su providencia, así como de una ley natu­ral puesta por el Creador en nuestras almas, sin em­bargo hay muchos obstáculos que impiden a esta mis-

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ma razón usar eficazmente y con fruto su poder natu­ral; porque las verdades que se refieren a Dios y a los hombres sobrepasan absolutamente el orden de las cosas sensibles y cuando deben traducirse en actos y proyectarse en la vida exigen que el hombre se en­tregue y renuncie a si mismo. El Espíritu humano, para adquirir semejantes verdades, padece dificultad por parte de los sentidos y de la imaginación, así como de los malos deseos nacidos del pecado original. De ahí procede que en semejantes materias los hombres se persuadan fácilmente de la falsedad o al menos de la incertidumbre de las cosas que no quisieran que fue­sen verdaderas. (Pío XII, ene. Humani generis: DS 3875).

(CIC #37).

Por esto el hombre necesita ser iluminado por la reve­lación de Dios, no solamente acerca de lo que supera su entendimiento, sino también sobre "las verdades religiosas y morales que de suyo no son inaccesibles a la razón, a fin de que puedan ser, en el estado ac­tual del genero humano, conocidas de todos sin difi­cultad, con una certeza firme y sin mezcla de error". (Ibid. DS 3876; cf. Ce. Vaticano 1: DS 3005; DV 6; Tomás de A., s. th. 1, 1, 1).

(CIC # 38)

"Mediante la razón natural, el hombre puede conocer a Dios con certeza a partir de sus obras. Pero existe otro orden de conocimiento que el hombre no puede de ningún modo alcanzar por sus propias fuerzas: el de la Revelación Divina (cf. Ce. Vaticano 1: DS 3015). Por una decisión enteramente libre, Dios se revela y se da al hombre. Lo hace revelando su misterio, su designio benevolente que estableció desde la eterni­dad en Cristo en favor de todos los hombres. Revela plenamente su designio enviando a su Hijo amado, nuestro Señor Jesucristo, y al Espíritu Santo".

(CIC # 50)

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Cuando hemos llegado a Jesús, hemos encontrado al que es "el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6). De ahora en adelante la tarea de los buscadores de la verdad, deberá centrarse en conocer, profundizar y poner en práctica la en­señanza de Jesús de Nazaret, sobre todo en aquellos aspec­tos que afectan la vida, la convivencia y la realización plena del ser humano.

Desde esta plataforma que constituye el pensamien­to cristiano, estamos dispuestos a dialogar sin menospreciar a nadie, y abiertos a recibir todos los auxilios posibles para que estas verdades encuentren su aplicación concreta en todos los campos del quehacer humano.

C. Elegir lo que me conviene

Todo me es lícito, más no todo me conviene". (1 Co. 6,12).

Con esta frase, San Pablo señala otro principio para crecer en la libertad, no se trata de ver si algo es bueno o no, la pregunta es si me conviene o no.

Este principio se basa en actuar de acuerdo al con­cepto o a la estima que tengo de mí mismo. Si yo soy un ladrón o al menos quiero serlo, entonces conviene que robe, puesto que si no lo hago, dejaría de ser lo que pien­so que soy.

Si soy un estudiante o deseo graduarme en una ca­rrera, conviene que estudie, pues de lo contrario solo seré un asistente regular de la escuela o de la universidad.

En una palabra, elegir lo que me conviene, es como el mismo San Pablo lo explica, elegir lo que me EDIFICA (Cf. 1 a. Co 10,23); es decir, optar por aquello que me ayude a ser lo que soy o lo que quiero ser.

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Educar hacia la Libertad

Una niña que observaba a su madre con qué apetito devoraba la comida, le dijo:

- Mamita, tú quieres ser bien gorda, ¿verdad?

- No hijita, yo quiero ser delgada y saludable.

- Pero, todo lo que comes no te va a ayudar a ser así, lo que estás comiendo te va a engordar.

Nadie va a llegar a ser lo que sueña, si no hace lo que conviene, para alcanzar ese sueño. Creo que no es necesa­rio dar más explicaciones y ahondar con ejemplificaciones. La pregunta esencial aquí es: ¿Quién soy?, ¿Qué quiero ser?

Cuando eso se ha definido con claridad, entonces, seremos libres de elegir todo aquello que nos conviene, todo lo que nos edifica, todo lo que nos ayude a ser lo que somos o lo que queremos ser.

Para que este principio funcione correctamente, es necesario tener una estima muy alta de uno mismo; en este sentido una vez más Jesús se convierte en el modelo. Cuan­do Jesús habló de sí mismo, dijo:

"Yo soy el pan de vida", "Yo soy la luz del mundo", "Yo soy la puerta del redil", "Yo soy el buen pastor", "Yo soy la resurrección y la vida", "Yo soy el camino, la verdad y la vida", "Yo soy la vid verdadera".

Sería interesante comparar nuestros "Yo soy" con los de Jesús, con frecuencia he escuchado a niños que dicen:

'Yo soy malcriado",,\ 'Yo soy haragán, "Yo soy desordenado' "Yo soy rebelde", etc.

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¿Quién les dijo eso? ¿Quién les grabó ese cassette? Mejor aún: ¿Cómo podemos hacer para borrar esa imagen tan negativa que tienen de sí mismos?

Esa es, precisamente, la tarea del educador, del pa­dre, del hermano, del amigo. Y mientras escribo, tengo que detenerme para perdonarme a mí mismo por no haber tenido esta lucidez que ahora tengo, en los años en que mis propios hijos necesitaron escuchar de mí, más palabras de estímulo y de aliento, que la larga lista de quejas, sermones, regaños e insatisfacciones con los que únicamente bajaba su autoes­tima y acrecentaba su complejo de culpabilidad.

Le pido a Dios que sane sus heridas y las mías, que un día puedan perdonarme para que no les lastimen más esos recuerdos y puedan ser padres y madres sanos y equilibra­dos para realizar la misión que Dios quiera encomendarles.

Si no hay nadie a tu lado que te pida perdón, siempre perdona. Porque las heridas lastiman más al que las tiene que al que las ha causado.

Cuando recuperes la paz de tu yo, tan fragmentado, cuando tengas una visión más positiva de ti mismo, lograrás ser más libre porque elegirás siempre lo que te conviene, y todo eso que elijas, será grande, bello y hermoso, porque así es lo que le conviene a una persona como tú.

D. No dejarnos esclavizar

Se pierde la libertad cuando se es esclavo; es decir, cuando se actúa forzado, condicionado u obligado y la liber­tad aumenta en la medida que nuestras decisiones, eleccio­nes y acciones se realizan con pleno consentimiento y con nuestra voluntad.

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Pocas personas han comprendido el significado pro­fundo de las palabras de Jesús cuando dijo:

"Al que te obligue a andar una milla, vete con él dos". (Mt. 5, 41)

En ese tiempo, los israelitas vivían bajo la dominación romana, basta recordar que pagaban tributos al César y que Judea estaba bajo el procurador Poncio Pilato; pues bien, a los soldados romanos se les permitía llamar a cualquier is­raelita para que le ayudara a llevar su escudo, su lanza y otros pertrechos militares, ya que éstos pesaban mucho. Mas la ley decía que ese servicio podía solicitarse solamente por una milla, para no alejar demasiado al elegido de su lugar de origen. Eso fué lo que hicieron precisamente con Simón de Cirene, a quien obligaron a llevar la cruz. (Cf. Me 15, 21).

Jesús se refería a esa ley, cuando dijo: "Al que te obli­gue a caminar con él una milla" y al concluir diciendo "vete con él dos", les estaba enseñando a ser hombres libres.

Los soldados romanos se quedaban desconcertados cuando elegían a un discípulo de Jesús para ayudarlos du­rante una milla y éste les decía, "quiero ayudarte una milla más, porque soy libre. No quiero sentirme obligado por tu ley, te ayudo porque he decidido libremente hacerlo".

Jesús nos dio el supremo ejemplo de entregar su vida voluntariamente por nosotros.

"El Padre me ama porque yo doy mi vida para vol­verla a recibir. Nadie me quita la vida, sino que yo la doy por mi propia voluntad. Tengo el derecho de darla y de volver a recibirla. Esto es lo que me ordenó mi Padre".

(Jn. 10,17-18).

El apóstol San Pablo, nos recuerda que no debemos dejarnos esclavizar por nada, cuando escribe:

"Todo me es lícito; más no me dejaré dominar por nada" (1 Co. 6, 12).

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Aquí, el énfasis está puesto, no tanto en el dominio de una persona sobre otra (lo que sería la esclavitud) sino a! hombre dominado por las cosas. Ser libre es usar las cosas que tenemos y no permitir que las cosas nos tengan a noso­tros. El hombre tiene dinero, no es el dinero quien tiene al hombre.

Cuando un niño está jugando ante la pantalla de la televisión o de su computadora y en ese momento su ma­dre le llama para comer, si realmente es libre, apagará in­mediatamente el aparato y atenderá el llamado. Si no pue­de hacer eso, debe preguntarse: ¿quién enciende a quién? ¿el que juega con la máquina o es la máquina que está jugando con él?

Jesús nos ha enseñado que:

"El sábado fue instituido para el hombre y no el hombre para el sábado". (Me 2, 27).

Además, nos ha dicho que ha venido a:

"proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos" (Le. 4,18)

El evangelio según San Juan, recoge el significado más profundo de esas Palabras:

"Jesús les dijo: les aseguro que todos los que pecan son esclavos. Un esclavo no pertenece para siem­pre a la familia; pero un hijo sí pertenece para siempre a la familia. Así que, si el Hijo los hace libres, ustedes se­rán verdaderamente libres".

(Jn. 8, 34-36)

"En Cristo todo adquiere sentido. El rompe el horizonte estrecho en que el secularismo encierra al hombre, le devuelve su verdad y dignidad de hijo de Dios y no

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Educar hacia la Libertad

permite que ninguna realidad temporal, ni los estados, ni la economía, ni la técnica se conviertan para el hom­bre en la realidad última a la que deba someterse..."

(Sto. Domingo No. 27).

Si hasta Dios que nos ha creado libres, respeta nues­tra libertad (Cf Catecismo No. 1730), mucho menos pode­mos permitir que personas, ideologías, dinero, vicios, depen­dencias, etc., nos esclavicen. Hemos sido creados y redimi­dos, invitados a participar de la "Gloriosa libertad de los hijos de Dios" (Rm. 8, 21).

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Salvador Gómez Educar hacia la Libertad

5 Responsabilidad

Personal

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Ya desde el libro del Génesis (que quiere decir co­mienzo), el hombre y la mujer, representados en Adán y Eva han mostrado su tendencia y habilidad en evadir su respon­sabilidad, buscando a quien culpar de las consecuencias ne­gativas de sus actos.

"Pero Dios el Señor llamó al hombre y le pregun­tó: ¿Dónde estás? El hombre le contestó: Escuché que andabas por el jardín y tuve miedo, porque estoy desnu­do; por eso me escondí. Entonces Dios les preguntó: Y ¿quién te ha dicho que estás desnudo? ¿Acaso has co­mido del fruto del árbol del que te dije que no comieras? El hombre le contestó: La mujer que me diste por compa­ñera me dio de ese fruto, y yo lo comí. Entonces Dios el Señor le preguntó a la mujer: ¿Por qué lo hiciste? Y ella respondió: La serpiente me engañó y por eso comí del fruto". Gn 3, 9-13).

Ante la pregunta: ¿Has comido del árbol? El hombre responde: ¡Fué la mujer! Y la mujer dijo: ¡Fué la serpiente!

Es un signo de inmadurez y de poco crecimiento el querer ser libres y no ser al mismo tiempo responsables, ya que la responsabilidad es el precio que el ser humano paga por su libertad. En la medida que crece la libertad, en esa medida crece la responsabilidad.

Resulta contradictorio y a la vez frustrante, la actitud de muchos jóvenes que a la hora de tomar decisiones recla­ma su autonomía, diciendo: "Ya estoy grande", "Yo sé lo que hago", luego cuando se encuentran sufriendo las consecuen­cias negativas de su inexperiencia, digan: "Soy rebelde, por­que nadie me educó", "Soy drogadicto, porque cuando era pequeño nadie me dio amor", "Soy alcohólico, porque mi abue-lito y mi papá eran alcohólicos", "Soy homosexual, porque mis papas peleaban mucho", "Soy prostituido, porque vi des­de niño muchos malos ejemplos".

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Y otros "porqués", que son pretextos o árboles como el que buscó Adán para esconderse y evadir la res­ponsabilidad.

Ciertamente: "La imputabilídad y la responsabilidad de una acción pueden quedar disminuidas e incluso suprimidas a causa de la ignorancia, la inadvertencia, la violencia, el temor, los hábitos, los afectos desorde­nados y otros factores psíquicos o sociales".

(CIC No. 1735).

No obstante, las causas atenuantes que se puedan válidamente esgrimir, la verdad sigue siendo la misma: Todo ser humano en el pleno uso de sus facultades, es responsa­ble de sus actos.

La Sagrada Escritura claramente nos enseña:

Me dijo Ya vé, "Por qué corre este provervio en Is­rael: 'Los padres comieron uva verde y los hijos tienen los dientes destemplados'.

Yo juro, dice Yavé, que esto no volverá a decirse más de Israel, porque todas las vidas son mías: las de los padres y las de los hijos: el que peque, ése morirá. Por eso, si un hombre es justo y vive de acuerdo con el derecho y ¡ajusticia, si no celebra banquetes en los San­tuarios de Lomas, ni levanta sus ojos hacia los ídolos de Israel; si no adultera, ni se acera a una mujer durante el período de sus reglas; si no abusa de nadie, devuelve lo que le entregaron en prenda, no roba, da de comer al ham­briento y viste al desnudo; si no es usurero; si se aparta del vicio y practica una verdadera justicia con sus seme­jantes, si cumple mis mandamientos y mis leyes y obra rectamente; dice Yavé: ese hombre es justo y vivirá.

Ahora bien, si este hombre tiene un hijo ladrón y homicida que comete pecados que él no había cometido,

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un hijo que celebra banquetes idolátricos, adúltero, opre­sor del pobre y del indigente, ladrón, que no devuelve las prendas, idólatra y autor de grandes pecados, usurero: este hijo no vivirá. Por cometer estas maldades morirá y su sangre recaerá sobre él mismo.

Pero, si éste a su vez tiene un hijo que, a pesar de ver todos los pecados cometidos por su padre: no idola­tra, no adultera, no oprime a nadie, no es usurero, no roba, da de comer al hambriento y viste al desnudo; no comete maldades, guarda mis mandamientos y mis le­yes; ese hijo no morirá por causa de la maldad de su pa­dre, sino que vivirá.

En cambio, su padre, que oprimió a su prójimo, o le robó, y no hizo el bien en medio de su pueblo, morirá por sus propios pecados.

Ustedes me preguntarán: ¿ Y por qué no carga el hijo con las culpas de su padre? Porque el hijo ha hecho lo que es justo, practicando mis mandamientos. Por eso vivirá. El que peca es el que morirá. El hijo no cargará con las culpas del padre, ni el padre con las del hijo. Al bueno se le tomará en cuenta su vida recta, y al malo, su maldad.

Pero si el malo se convierte de todos los pecados que ha cometido y hace lo que es justo y bueno, vivirá, sin duda. No morirá. No me acordaré más de los pecados que cometió, sino que vivirá por las obras justas que ha practicado. Dice el Señor: ¿Acaso quiero que el pecador muera, y no más bien que tome otro camino y viva?

Igualmente, si el bueno se aparta de su buena con­ducta, comete pecados e imita las maldades de los im­píos, ¿vivirá acaso? No se le tomarán en cuenta las bue­nas obras que hizo, sino que morirá por su infidelidad y pecado. Ustedes dicen: El proceder del Señor no es rec-

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to. Escucha, pues, gente de Israel. ¿Es injusto mi pro­ceder?, ¿no es más bien la posición de ustedes la que no es recta? Si el bueno se aparta del camino recto y comete la maldad y muere por ella, su propia maldad le da muerte. Y si el pecador se aparta de la maldad en que vivía y obra rectamente, él mismo se salva.

No morirá, sino que se salvará, porque ha abierto los ojos y se ha convertido de los pecados cometidos.

Y la gente de Israel anda diciendo: '¡Los caminos del Señor no son rectos!' ¡Que no son rectos mis cami­nos! ¿No son más bien los caminos de ustedes lo que no son rectos? Dice Yavé: Yo juzgaré a cada uno según su conducta. Conviértanse y abandonen la maldad, y asila maldad no los hará caer ni les traerá el castigo.

Libérense de todos los pecados que han cometi­do en contra mía, y fórmense un nuevo corazón y un es­píritu nuevo. Gente de Israel, ¿por qué irías a la muerte? Sepas que yo no me alegro por la muerte de nadie. Cam­bien sus caminos para que tengan vida, ¡Palabra de Yavé!.

(Ez 18,1-32, Biblia Latinoamericana)

Con respecto al tema de libertad y responsabilidad la Iglesia nos dice:

"La libertad hace al hombre responsable de sus actos en la medida en que éstos son voluntarios. El progre­so en la virtud, el conocimiento del bien, y la ascesis acrecientan el dominio de la voluntad sobre los pro­pios actos".

(CIC No. 1734).

"Todo acto directamente querido es imputable a su autor: Así el Señor pregunta a Adán tras el pecado en el paraíso: ¿Qué has hecho? (Gn. 3, 13). Igualmente a Caín (cf. Gn. 4,10). Así también el proteta Natán al

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rey David tras el adulterio con la mujer de Urías y la muerte de éste, (cf 2 S 12, 7-15). Una acción puede ser indirectamente voluntaria cuan­do resulta de una negligencia respecto a lo que se habría debido conocer o hacer, por ejemplo, un acci­dente provocado por la ignorancia del código de la circulación".

(CIC No. 1736).

"La libertad hace del hombre un sujeto moral. Cuan­do actúa de manera deliberada, el hombre es, por así decirlo, el padre de sus actos. Los actos huma­nos, es decir, libremente realizados tras un juicio de conciencia, son calificables moralmente: son bue­nos o malos."

(CIC No. 1749).

A. Criterios de discernimiento:

Para crecer en el buen uso de la libertad y para sufrir menos consecuencias negativas es prioritario tener criterios de discernimiento que nos permitan tomar con más lucidez nuestras decisiones. Transcribo aquí, la enseñanza más cla­ra que he encontrado al respecto:

"Ante la necesidad de decidir moralmente, la concien­cia puede formular un juicio recto de acuerdo con la razón y con la ley divina, o al contrario un juicio erró­neo que se aleja de ellas".

(CIC No. 1786).

"El hombre se ve a veces enfrentando con situacio­nes que hacen el juicio moral menos seguro, y la de­cisión difícil. Pero debe buscar siempre lo que es jus­to y bueno y discernir la voluntad de Dios expresada en la ley divina".

(CIC No. 1787).

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"Para esto, el hombre se esfuerza por interpretar los datos de la experiencia y los signos de los tiempos gracias a ia virtud de la prudencia, los consejos de las personas entendidas y la ayuda del Espíritu Santo y de sus dones".

(CIC No. 1788).

"En todos los casos son aplicables algunas reglas: Nunca está permitido hacer el mal para obtener un bien. La regla de oro: todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros" (Mt. 7, 12; cf. Le. 6, 31; Tb. 4, 15). La caridad debe actuar siempre con respeto hacia el prójimo y hacia su conciencia: "Pe­cando así contra vuestros hermanos, hiriendo su con­ciencia..., pecáis contra Cristo" (1 Co. 8,12). "Lo bueno es... no hacer cosa que sea para tu hermano ocasión de caída, tropiezo o debilidad." (Rm 14, 21).

(CIC No. 1789)

B. Decisión personal:

Después de haber buscado toda luz posible y nece­saria, damos el paso más importante: tomar personalmente la decisión.

Podemos dar o pedir consejos, ayudar o buscar ayu­da en el proceso de discernimiento, mas llegada la hora, la decisión final debemos tomarla solos, delante de Dios y de nuestra propia conciencia.

"Es preciso que cada uno preste mucha atención a sí mismo para oír y seguir la voz de su conciencia. Esta exigencia de interioridad es tanto más necesaria cuan­to que la vida nos impulsa con frecuencia a prescindir de toda reflexión, examen o interiorización: Retorna a tu conciencia, interrógala... retornad, hermanos, al in­terior, y en todo lo que hagáis mirad al Testigo, Dios. (S. Agustín, ep. Jo. 8, 9).

(CIC No. 1779).

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"La conciencia hace posible asumir la responsabili­dad de los actos realizados. Si el hombre comete el mal, el justo juicio de la conciencia puede ser en él el testigo de la verdad universal del bien, al mismo tiem­po que de la malicia de su elección concreta. El vere­dicto del dictamen de conciencia constituye una ga­rantía de esperanza y de misericordia. Al hacer pa­tente la falta cometida recuerda el perdón que se ha de pedir, el bien que se ha de practicar todavía y la virtud que se ha de cultivar sin cesar con la gracia de Dios: Tranquilizaremos nuestra conciencia ante él, en caso de que nos condene nuestra conciencia, pues Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo. (1a. Jn. 3, 19-20).

(CIC No. 1781)

"El hombre tiene el derecho de actuar en conciencia y en libertad a fin de tomar personalmente las decisio­nes morales. "No debe ser obligado a actuar contra su conciencia. Ni se le debe impedir que actúe según su conciencia, sobre todo en materia religiosa".

(CIC No.1782).

La justa autonomía, no quiere decir que no sea nece­sario escuchar consejos; es preciso guardar el equilibrio en­tre estos aspectos sobre todo en el momento de tomar deci­siones importantes.

"Cuando llegan a la edad correspondiente, los hijos tienen el deber y el derecho de elegir su profesión y su estado de vida. Estas nuevas responsabilidades deberán asumirlas en una relación de confianza con sus padres, cuyo parecer y consejo pedirán y recibi­rán dócilmente. Los padres deben cuidar de no pre­sionar a sus hijos ni en la elección de una profesión ni en la de su futuro cónyuge. Esta indispensable pru-

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dencia no impide, sino al contrario, ayuda a los hijos con consejos juiciosos, particularmente cuando éstos se proponen fundar un hogar".

(CIC No. 2230)

Es posible, que en muchos aspectos, los adultos sin­tamos que podíamos haber hecho más por nuestros jóvenes; con respecto al tema de la libertad, lo mejor que podemos hacer es, animarlos a buscar más y mejores luces para su discernimiento y a tomar con serenidad y valentía sus pro­pias decisiones, sin estar esperando la primera oportunidad de echarle en cara sus tropiezos.

Nuestra misión no es demostrarle a los jóvenes que nosotros podemos o sabemos más. Educar consiste en des­pertar en los jóvenes la conciencia que ellos pueden, que son capaces y que lo van a lograr.

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6 ¿Se debe castigar?

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Mientras unos, ni siquiera están de acuerdo en usar la palabra castigo y preferirían hablar de estímulo, corrección y tal vez sanción; otros, sin detenerse a pensar, llaman casti­go al abuso, al maltrato psicológico y físico del que son vícti­mas muchos niños, adolescentes e incluso jóvenes. Consi­dero importante, dedicar a este tema una atención especial. Mi respuesta personal es: Sí se debe castigar, siempre y cuan­do se haya instruido, estimulado, corregido y sepamos cómo y cuándo hacerlo.

Si pensamos que los niños son naturalmente buenos, que sus actos son inocentes, por lo tanto, debemos dejarlos ser y hacer con libertad, sin mostrarles desaprobación a lo que hacen, mucho menos forzarlos a respetar límites, obe­decer normas o modificar su conducta, si esa es nuestra manera de pensar, no los estamos preparando para vivir en la sociedad. Es más, los estamos preparando para sufrir, ya que la convivencia con otros nos exige conocer los límites, las normas, las obligaciones y sobre todo las sanciones a las

. que nos exponemos si no respetamos o no cumplimos.

"La preservación del bien común de la sociedad exige colocar al agresor en estado de no poder causar per­juicio. Por este motivo la enseñanza tradicional de la Iglesia ha reconocido el justo fundamento del dere­cho y deber de la legítima autoridad pública para apli­car penas proporcionadas a la gravedad del delito, sin excluir, en casos de extrema gravedad, el recurso a la pena de muerte. Por motivos análogos quienes poseen la autoridad tienen el derecho de rechazar por medio de las armas a los agresores de la sociedad que tienen a su cargo.

Las penas tienen como primer efecto el de compen­sar el desorden introducido por la falta. Cuando la pena es aceptada voluntariamente por el culpable, tiene un valor de expiación. La pena tiene como efecto, ade­más, preservar el orden publico y la seguridad de las

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personas. Finalmente,.tiene también un valor medici­nal, puesto que debe, en la medida de lo posible, con­tribuir a la enmienda del culpable" (cf. Le. 23, 40-43).

(CIC No. 2266).

Si la familia y la escuela no enseñan al niño qué hacer o no hacer, va a tener consecuencias negativas y si no le aplican las sanciones, los castigos inmediatos que corrijan lo inadecuado de su comportamiento, está dejando ésta tarea para que la hagan otros, con menos respeto y amor por los niños y a una edad en la que poco o nada se podrá hacer.

A. Cuándo castigar

El apóstol San Pablo nos da las reglas de oro que debemos tomar en cuenta antes de imponer un castigo.

"No exasperéis a vuestros hijos" (Col 3,21)

"Y ustedes, padres, no hagan de sus hijos unos rebeldes, sino que eduquenlos usando las correciones y advertencias que puede inspirar el Señor".

(Ef6,4)

A. 1 No exasperar

En primer lugar, se nos recomienda "No exasperar"; es decir, no usar la autoridad innecesariamente ya que eso provoca enojo y rebeldía; por lo general, aceptamos las ex­presiones agradables del niño, pero no toleramos sentimien­tos de enojo, cólera o algo negativo. Si aceptamos al ser hu­mano, respetamos tanto sus aspectos positivos como negati­vos. Esto no significa que aprobamos todos sus actos, más siempre respetamos a la persona.

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Con mucha frecuencia, los padres y educadores es­tablecemos metas y nos creamos expectativas, luego presio­namos a los jóvenes para que los alcancen y cuando eso no ocurre, expresamos nuestra frustración con enojo, rechazo, humillación y maltrato.

Los apóstoles, padres y maestros en la fe de los primeros cristianos, nos dan un hermoso ejemplo cuando escriben:

"Hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros no imponerles más cargas que éstas indispensables".

(Hch 15,28).

No se trata de bajar los standares, ni de promover la mediocridad y el subdesarrollo, sino de ser adecuados y rea­listas a la hora de proyectar nuestras expectativas, para no hacernos merecedores de estas duras palabras de Jesús:

"Pobres de ustedes también maestros de la ley, que imponen a los hombres cargas insoportables; y lue­go, ni siquiera mueven un dedo para ayudarlos a que las lleven".

(Le. 11,46).

A.2 Instrucción:

Guando mi hija Moriah tenía 5 años de edad, estaba pegando recortes en una hoja de su cuaderno; al observar que usaba en exceso el pegamento, le dije: "Moriah, eso no se hace así". Ella levantó su mirada y con una inocente son­risa dijo: "¿Y cómo se hace?".

Actuamos de una manera injusta cuando corregimos o peor aún, castigamos por algo, sin haber dado la instruc­ción correspondiente.

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Instruir es, señalar los objetivos y los métodos para alcanzarlos; así como dar las motivaciones para hacerlo y advertir las consecuencias positivas o negativas, en la medi­da que se logren o no.

Después de haber dado las instrucciones precisas, se puede aprobar o reprobar los resultados. Un ejemplo cla­ro, lo tenemos en las evaluaciones escolares: ningún maes­tro pregunta sobre temas que no forman parte de los conteni­dos estudiados durante la clase o no han sido objeto de un trabajo de investigación. Se evalúa aquello que supuestamen­te el joven ya debería conocer por haber sido instruido.

"Instruye al joven según sus disposiciones que luego de viejo no se apartará de ellas".

(Prv 22,6).

A.3 Corrección:

Cuando después de la instrucción correspondiente, se está actuando de una manera inadecuada, es el momento de hacer una corrección, que ayude al que se está desviando a volver al camino deseado.

Corregir al que se equivoca, es una de las siete obras de misericordia espirituales; es también, una muestra de in­terés y de amor hacia la persona a quien se corrige.

"Yhan olvidado ya lo que Dios les aconseja como a hijos suyos. Dice en la Escritura: "No desprecies hijo mío, la corrección del Señor, ni te desanimes cuando te reprenda. Porque el Señor corrige a quien él ama, y cas­tiga a aquel a quien recibe como hijo". Soporten ustedes el castigo, y así Dios los tratará como a hijos. ¿Acaso hay algún hijo a quien su padre no corrija? Pero si Dios no los corrige a ustedes como corrige a todos sus hijos es que ustedes no son hijos legítimos, sino ilegítimos. Además, cuando éramos niños, nuestros padres aquí en

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Salvador Gómez

la tierra nos corregían, y los respetábamos. ¿Por qué no hemos de someternos, con mayor razón, a nuestro Pa­dre Celestial, para obtener la vida ? Nuestros padres aquí en la tierra nos corregían durante esta corta vida, según lo que más conveniente les parecía; Dios nos corrige para nuestro verdadero provecho, para hacernos santos como Él. Ciertamente, ningún castigo es agradable en el mo­mento de recibirlo, sino que duele; pero si uno aprende la lección, el resultado es una vida de paz y rectitud.

"Asípues, renueven las fuerzas de sus rodillas de­bilitadas, y busquen el camino derecho, para que sane el pie que está cojo y no se tuerza más". (Hb 12, 5-13).

La corrección tiene un doble propósito: por una parte, mostrar el amor, el interés del que corrige y por otra, modifi­car la conducta o el aprendizaje del que es corregido. Para que estos objetivos se alcancen, hay que tener presentes di­versos aspectos que son muy importantes.

La corrección debe hacerse en privado.

"Si tu hermano llega a pecar, vete y repréndele, a solas tú con él. Si te escucha, habrás ganado a tu herma­no". (Mt. 18, 15).

Cuando corregimos a alguien delante de otras perso­nas, no sólo lo llenamos de vergüenza sino que lo provoca­mos y lejos de reconocer su error tratará de justificarse, bus­cará excusas; puede llegar incluso, a faltarnos el respeto y a retar nuestra autoridad.

Estimular primero y corregir después.

Antes de corregir la deficiencia que hemos detectado, se debe reconocer todos los demás aspectos que están bien.

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Educar hacia la Libertad

Si un niño siente que reconocemos los esfuerzos que ha realizado, está más dispuesto a aceptar nuestras reco­mendaciones para que luche por lograr aquellos que le de­mandará mayor esfuerzo.

Jesús nos da un ejemplo magistral de como, estimu­lando los aspectos positivos, se logra corregir la actitud ne­gativa.

"Felipe fue a buscar a Natanael, y le dijo: hemos encontrado a aquél de quien escribió Moisés en los li­bros de la ley, y de quien también escribieron los profe­tas. Es Jesús, el hijo de José, el de Nazaret. Dijo Natanael:

¿Acaso puede salir algo bueno de Nazaret? Feli­pe le contestó: Ven y pruébalo. Cuando Jesús vio acer­carse a Natanael, dijo: Aquí viene un verdadero israelita, en quien no hay engaño. Natanael le preguntó: ¿Cómo es que me conoces? Jesús le respondió: Te vi antes que Felipe te llamara, cuando estabas bajo la higuera. Natanael le dijo: ¡Maestro, tú eres el hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel! (Jn 1, 45-49)

Notemos el cambio que tuvo Natanael, sus primeras expresiones con respecto a Jesús no fueron muy positivas: "¿Qué cosa buena puede haber en Nazaret?", en cambio al final de su diálogo dijo: "Maestro, tú eres el hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel". ¡Qué asombrosa transformación!

¿Cómo logró Jesús ese cambio? Muy sencillo: moti­vando los aspectos positivos en lugar de señalar sus defec­tos. Cuando Felipe dijo: ¿qué cosa buena puede haber en Nazaret?, estaba dejando entrever dos aspectos positivos que fueron los que señaló Jesús al decir: "Aquí tenéis a un Israe­lita de verdad, en quien no hay engaño".

Natanael era un nacionalista y como buen judío, sa­bía que lo bueno viene de Jerusalén, la ciudad Santa y no de un pueblo de Galilea, que por ser una región fronteriza está muy contaminada con los pueblos paganos que la rodean.

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Salvador Gómez

Además, Natanael era un hombre "sin engaño, ya que su respuesta fue muy sincera. Mientras su amigo Felipe le habló con entusiasmo de Jesús, él no le ocultó su desacuer­do y sin mucha diplomacia le dijo lo que pensaba.

Cuando Natanael sintió que Jesús, lejos de reprochar su negativo comentario valoró las profundas convicciones que lo habían provocado, comprendió que estaba frente a un "maestro", a un "Hijo de Dios", a alguien que merecía incluso ser, "el Rey de Israel".

Todos estamos dispuestos a escuchar las enseñan­zas e incluso las correcciones de alguien que primero nos ha valorado y reconocido lo bueno que somos y tenemos.

Si nos tocara, por ejemplo, llamar la atención por el bajo rendimiento escolar, procucaremos usar expresiones como éstas:

"Quiero felicitarte por estar asistiendo regularmente a las clases, sé que no te es fácil levantarte temprano todos los días, poner atención, tomar notas, estudiar y cumplir con tus tareas escolares. Además de las diez materias que estudias veo que solamente en cinco necesitas mejorar un poco. Pro­cura estar más atento, estudia con más dedicación, haz tu mejor esfuerzo y verás como el próximo mes subirás tus pro­medios".

Comprendo que no siempre se tiene la paciencia y el tiempo para hacer este tipo de correcciones, mas es la ma­nera efectiva y nos evitará el tedioso trabajo de estar rega­ñando continuamente.

Rechazamos el pecado, no al pecador.

"Jesús salió de la sinagoga y entró en casa de Simón. La suegra de Simón estaba enferma, con mucha fiebre, y rogaron por ella a Jesús. Jesús se inclinó sobre ella y reprendió a la fiebre, y la fiebre se le quitó. Al mo­mento, ella se levantó y comenzó a atenderlos."

(Le 4,38-39)

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Educar hacia la Libertad

Jesús le habló fuerte a la enfermedad mientras que a la enferma le tendió su mano. (cf. Me. 1, 30-31)

Al corregir, evitaremos el uso de adjetivos negativos que califiquen a la persona, nos limitaremos a señalar la con­ducta inadecuada. En lugar de decir: "Eres un malcriado", diremos "Las palabras que estás usando, no son adecuadas ni convenientes".

Evitaremos expresiones tales como: "Eres un desor­denado", y diremos más bien: "Los zapatos, los libros la ropa, etc., están desordenados", "Mas como tú eres ordenado y capaz de ordenar, procura dejar todo en su lugar".

En una palabra se trata de corregir el desorden o la conducta no deseada más que hacer sentir mal o incapaz a la persona.

Expresar los sentimientos, mas que humillar

El Evangelio nos cuenta, que cuando Jesús tenía doce años, se quedó en el templo sin pedir permiso a sus padres. Estos le buscaron durante tres días y al encontrarlo María le habló con unas palabras que todos los padres y maestros necesitamos meditar e imitar.

Su madre le dijo: "Hijo, por qué nos has hecho esto? Mira, TU PADRE Y YO ANGUSTIADOS TE ANDÁ­BAMOS BUSCANDO".

(Le. 2, 48).

Más que un reproche o una humillación para el hijo, los padres expresan cómo se sienten ante esa conducta. "Angustiados te andábamos buscando".

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Es aconsejable decir: "Me molesta que grites" en lu­gar de "mocoso gritón" Es preferible decir: "Me siento triste cuando peleas con tu hermano", y no: "Eres un grosero, bra-bucón busca pleitos, violento".

Unificar la autoridad y los criterios

En las palabras de la Virgen María que anteriormente citamos y sobre todo en la expresión "Tu Padre y Yo" (Le. 2, 48), se nos está señalando otro aspecto digno de ser tomado en cuenta al momento de realizar una correción.

Muchos niños y jóvenes se sienten desorientados cuando la mamá, el papá y los maestros expresan puntos de vista, no solo diferentes, sino contradictorios sobre determi­nado aspecto.

Por ejemplo, los maestros pueden hacer su mejor es­fuerzo por corregir el vocabulario inadecuado que está usan­do el niño, más si en la casa esas expresiones son de uso corriente, no solo causa confusión en el educando, sino que puede sentirse autorizado por sus padres para despreciar la corrección de su maestro.

Esta falta de unidad en los criterios al corregir una conducta, que para uno es inadecuado, mientras para otros no, es mucho más dañina cuando ocurre en el seno de la misma familia. No hay nada que cause más confusión al niño que escuchar a sus padres discutir, pelear, contradecirse y quitarse la autoridad el uno al otro.

Es preferible dialogar a solas, unificar los criterios, to­mar las decisiones y luego hacer la correción correspondien­te. Afortunadamente, aun cuando es muy difícil, cada vez to­mamos mayor conciencia de la necesidad de formar una co­munidad educativa; es decir, que tanto el hogar como la es­cuela, compartan los criterios y valores bajo los cuales se desea educar a los jóvenes.

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Educar hacia la Libertad

B. ¿Cómo castigar?

Cuando se ha instruido debidamente, estimulado los esfuerzos y corregido las deficiencias y aún así persiste la conducta inadecuada, entonces, es hora de hablar propia­mente del castigo o la sanción que debe aplicarse con pron­titud, firmeza y sobre todo con amor.

Para aplicar el castigo de una manera eficaz y para lograr los efectos deseados, además de tomar en cuenta las indicaciones señaladas al hablar de la corrección (Pág. 73), es conveniente observar lo siguiente:

B. 1 El castigo es para corregir, no para quitarse la cólera.

"Corrige a tu hijo mientras aún puede ser corregi­do, pero no vayas a matarlo a causa del castigo".

(Prov. 19, 18) (Dios Habla Hoy).

"Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo. Si hace el mal, yo lo corregiré y le pegaré como se hace con los niños, pero lo seguiré queriendo".

(2 S. 7,14) (Biblia Latinoamericana).

Al llegar el momento de imponer un castigo, usare­mos palabras que expresen nuestra preocupación más que nuestro enojo. Evitaremos decir:

"Ya no te soporto, hoy me vas a pagar todas las que te tengo guardadas, esta es la gota que derramó el vaso..., etc.

Y diremos mejor: "Por el amor que te tengo, por la responsabilidad que siento de enseñarte, para que compren­das que la conducta inadecuada tiene consecuencias negati-

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vas y dolorosas, me veo forzado a imponerte el siguiente cas­tigo, con la esperanza que te ayude a reflexionar y sobre todo a realizar los cambios necesarios, a fin de que puedas librar­te de consecuencias peores".

B.2 E! castigo debe ser inmediato.

Es necesario, sobre todo cuando se trata de niños pequeños (menores de siete años) que el castigo sea aplica­do inmediatamente después de la falta, de lo contrario no comprenderá que es consecuencia de su conducta inadecua­da.

Desafortunadamente, ocurre con mucha frecuencia que los encargados, los maestros, e incluso las madres, cuan­do el niño comete una falta, suelen decirle: "Cuando venga su papá le voy a decir lo que hizo y él lo va a castigar". Pasan las horas y a veces los días, llega el padre y al recibir la queja

. se dirige al niño, que tal vez se encuentra jugando, haciendo tareas, durmiendo, etc., reprende al niño, le corrige, le impo­ne un castigo, el niño no comprende lo que está pasando pues ya olvidó el desafortunado incidente.

Muchas recomendaciones, sanciones o castigos no cumplen su objetivo por ser extemporáneos. La persona que recibe el castigo debe estar consciente de que lo que hizo o dejó de hacer le ameritó tan desagradable consecuencia.

B.3 El castigo debe ser proporcional a la falta.

Cuanto mayor sea la falta, así será el castigo. Es re­comendable, tener prevista con antelación una serie de fal­tas y los castigos correspondientes, mejor si los jóvenes mis­mos participan en su elaboración.

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Educar hacia la Libertad

Por experiencia personal, me he llevado la sorpresa al ver que cuando mis hijos elaboraban la lista de castigos, eran más duros que yo, para imponer sanciones.

Por ejemplo, yo decía: ¿Qué castigo le ponemos al que no cumpla con sus tareas escolares diarias ? Ellos de­cían: "Que no vea televisión una semana", yo estaba pensan­do en un día.

"¿A qué sanción se hace acreedor el que no regrese a la hora establecida, cuando sale a pasear o a jugar con sus amigos?" Ellos decían: "Que ya no tenga permiso de salir esa semana", yo había pensado que salga por menos tiempo o que no salga un día.

Elaborar una lista de faltas y castigos, nos permitirá no solo evitar excedernos, sino variar y hacer más acepta­bles las sanciones.

Esta metodología constituye una preparación para la vida en la sociedad en donde, tanto las leyes de tránsito, como el sistema penal, funcionan así.

Recordemos finalmente, que una vez se establezcan los castigos, deben cumplirse, no hacerlo puede convertir todo en un juego, en un desprecio a las leyes y a la misma autori­dad.

C. ¿Se debe usar la vara?

Este tema, es sin duda el más controversial, las posi­ciones oscilan entre los que opinan:

- Sí, y siempre. - Sí, pero... - No, nunca y por ningún motivo.

Analicemos los pro y los contra de cada una.

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C.1 Sí, Siempre.

Los que sostienen esta postura, están fundamenta­dos en dos principios:

- La autoridad de los padres. - La autoridad de la Biblia.

Ambos principios son válidos, mas debemos recordar que cuando se acude al castigo físico, con demasiada facili­dad y por cualquier motivo, se está empobreciendo el con­cepto de autoridad y es una solución simplista al delicado trabajo de la corrección y el castigo.

Resulta demasiado fácil dar golpes cuando lo que el niño necesita es comprensión, instrucción, estímulo, correc­ción y cuando comete una falta, hacerle ver que su conducta inadecuada tiene la consecuencia desagradable del castigo. Un padre que no ha hecho todo este proceso con la pacien­cia y el amor necesarios, no está preparado psicológica ni espiritualmente para usar la vara, lo único que hará es humi­llar, lastimar y destruir la autoestima de su hijo.

Con respecto a la enseñanza Bíblica, el castigo físico es una de las recomendaciones que ha sufrido más modifica­ciones, a partir del Antiguo Testamento en el que lo más im­portante es la ley, hasta el Nuevo Testamento en el que lo más importante es el hombre. Veamos brevemente el desa­rrollo de este pensamiento.

El pueblo de Israel, en el Antiguo Testamento, consi­deraba que el cumplimiento de la ley resguardaba la estruc­tura familiar, religiosa y social, era más importante que la vida misma; por la tanto, un hijo que no obedecía a sus padres, no merecía vivir, ya que constituía un peligro para la sociedad. Por este motivo, tenían la siguiente ley:

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"Si un hombre tiene un hijo rebelde y díscolo, que no escucha la voz de su padre ni la voz de su madre, y que, castigado por ellos, no por eso los escucha, su pa­dre y su madre le agarrarán y le llevarán afuera donde los ancianos de su ciudad, a la puerta del lugar. Dirán a los ancianos de su ciudad: "Este hijo nuestro es rebelde y díscolo, y no nos escucha, es un libertino y un borra­cho". Y todos los hombres de su ciudad le apedrearán hasta que muera. Así harás desaparecer el mal de en medio de ti y todo Israel, al saberlo, temerá."

(Dt. 21,18-21) (Biblia de Jerusalén).

Posteriormente, se modificó ésta radical postura y se recomendaba la siguiente:

"Mientras hay esperanza corrige a tu hijo, pero no te excites hasta hacerle morir".

(Prov. 19,18) (Biblia de Jerusalén).

Y, como la revelación es progresiva, (cf. Catecismo No. 53), el Nuevo Testamento nos exhorta a los padres cris­tianos a no ser demasiado duros ni exigentes con sus hijos, "no sea que se vuelvan apocados". (Col. 3, 21) (Biblia de Jerusalén). El énfasis está puesto en la instrucción y correc­ción más que en el castigo, (cf. Ef. 6, 4)

No obstante, la amenaza de un castigo físico persis­te, ya que tanto la familia como la sociedad debe ser protegi­da; y los que no respetan la autoridad legítimamente constituida, serán sometidos incluso usando la fuerza.

"Sométanse todos a las autoridades constituidas, pues no hay autoridad que no provenga de Dios, y las que existen, por Dios han sido constituidas. De modo que, quien se opone a la autoridad, se rebela contra el orden divino, y los rebeldes se atraerán sobre sí mismos la con­denación. En efecto, los magistrados no son de temer cuando se obra el bien, sino cuando se obra el mal. ¿Quie-

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res no temer a la autoridad? Obra el bien, y obtendrás de ella elogios, pues es para ti un servidor de Dios, para el bien. Pero, si obras el mal, teme; pues no en vano lleva espada: pues es un servidor de Dios para hacer justicia y castigar al que obra mal. Por tanto, es preciso someter­se, no sólo por temor al castigo, sino también en con­ciencia. Por eso precisamente pagáis los impuestos, por­que son funcionarios de Dios, ocupados asiduamente en ese oficio. Dad a cada cual lo que se le debe: a quien impuestos, impuestos; a quien tributo, tributo; a quien respeto, respeto; a quien honor, honor.

(Rm 13,1-7).

Cuando dice: "No en vano llevan la espada", se hace énfasis que el castigo físico siempre será una posibilidad real.

San Pablo presenta lo que sería el ideal para todo padre, educador y formador cristiano, lograr que los jóvenes actúen no forzados, no por miedo, no por imposiciones sino por una convicción personal.

"Aunque tengo en Cristo la plena libertad para or­denarte lo que tendrías que hacer, te lo ruego más bien por amor. No quise hacer nada sin tu acuerdo, ni impo­nerte una buena obra sin dejar que la hagas libremente".

(Flm 8-9,14 - Biblia Latinoamericana).

C.2 Sí, pero...

El uso de la vara, puede ser justificado solo cuando los demás métodos de corrección y castigos no han logrado modificar la conducta inadecuada con respecto a faltas gra­ves, tales como: desobediencia a los padres, mentiras, mal­trato a otros y robo. Este castigo extremo deberá aplicarse solamente a niños y niñas menores de 7 años y por ningún motivo, se usará con adolescentes ni jóvenes.

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Educar hacia la Libertad

Si es inevitable recurrir a este castigo deberá usarse una paleta destinada únicamente para ese fin, jamás se gol­peará con la mano, el cinturón o los zapatos que se usan, ya que el niño debe sentir temor a ese instrumento (la paleta) y no a la persona.

Ésta, como todas las correcciones y castigos deben aplicarse a solas y con el debido cuidado de no causar un daño mayor a la falta que se desea corregir. Recordemos, que no es necesario usar demasiada Fuerza para hacer com­prender a un niño que su conducta inadecuada tiene des­agradables consecuencias.

La justificación del uso de este castigo, es la auto­ridad que tanto Dios como la sociedad confiere a los pa­dres y la responsabilidad que ellos sienten de cumplir con su misión.

C.3 No, nunca y por ningún motivo.

Muchos piensan que el castigo físico, siempre es in­adecuado y causara más daños que provecho en el que lo recibe. Los que sostienen esta postura, se basan en la madu­rez y creatividad de los padres, que siempre encuentran las formas para lograr que incluso los niños menores de 7 años, sean capaces de reconocer los límites y respetarlos.

El rechazo al castigo físico debe estar acompañado de un serio compromiso de enseñar al niño cómo debe com­portarse y a reconocer los limites específicos; así como las reglas de conducta a las cuales debe someterse.

Oponerse sistemáticamente al castigo físico, puede ser una posición tan simplista como acudir a el continuamen­te. Recordemos que, tanto el maltrato como la sobre protec­ción, resultan contraproducentes, en la medida que puedan dejar huellas negativas en la personalidad del individuo, ya que ambas atentan contra la autoestima.

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Enseñar a los niños a respetar a los adultos y a man­tenerse dentro de los limites concretos, les brinda seguridad, sentido de pertenencia a una familia y sensación de protec­ción. Es preferible un paletazo que la indiferencia, ya que si un niño no tiene quien lo corrija, puede percibir que no es hijo de nadie y que a nadie le importa.

"¿A qué hijo no lo corrige su padre ? Si ustedes no conocieran la corrección, que ha sido la suerte de todos, deberían considerarse como bastardos y no como hijos".

(Hb 12, 7-8, Biblia Latinoamericana).

Personalmente considero que el uso de la vara es algo que no se debe recomendar, ni prohibir, es el recurso extre­mo al que se puede acudir siempre y cuando se agoten to­das las correcciones y sanciones en el proceso educativo del niño.

El castigo físico, debe ser racional, temporal y tran­sitorio. En la medida que el niño va creciendo se irá prepa­rando a integrarse en una sociedad, en la que todos desea­mos vivir en paz y civilizadamente; una sociedad en donde las ideas no se rebatan con balas, la verdad no se imponga con violencia, la razón no se someta a la fuerza bruta. Una sociedad en la que podamos sentarnos en la mesa de nego­ciaciones para establecer acuerdos que nos permitan vivir de una manera más humana y fraterna. Recordemos aquel vie­jo refrán "Hablando se entiende la gente".

Considero oportuno para cerrar este tema, reproducir aqui un artículo que bajo el pseudónimo de Madre Guatemal­teca, fue publicado en un periódico de Guatemala (PRENSA LIBRE) el 21 de septiembre de 1998:

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Educar hacia la Libertad

"NORMAS DISCIPLINARIAS EDUCACIÓN"

"Tengo una idea para compartir con padres, madres,

maestros y maestras y todos los que tenemos que

ver con educar y disciplinara niños y jóvenes.

Creo que la puesta en práctica de esta idea puede

contribuir a terminar la discusión sobre si el Código

de la Niñez es malo o bueno. Yo creo que no es ni

malo ni bueno, es que simplemente se nos quiere

imponer sin damos tiempo de adaptarnos. Los ver­

daderos cambios en ¡a sociedad son los que se apli­

can con serenidad, paciencia y, sobre todo, tiempo

para asimilarlos. Me refiero específicamente a esa re­

volucionaria noción de la disciplina que pretende que

los niños nos hagan caso sin que "les levantemos la

mano". Esto no lo vamos a lograr de la noche a la

mañana, primero, porque es parte de nuestra idio­

sincrasia; segundo, porque sin este recurso discipli­

nario, nuestros hijos y alumnos nos perderán el res­

peto y tomarán el camino de la desobediencia.

Acepto, eso si, que la Guatemala del siglo XXI, nece­

sita normas de convivencia. Propongo que todo ciu­

dadano y ciudadana a cargo de un niño, una niña, un

adolescente o una adolescente asuma el compromi­

so de modificar poco a poco sus normas discipli­

narias. A guisa de ejemplo, consideremos los siguíen-

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Salvador Gómez

tes casos concretos: Quien pegue con cincho usan­

do la hebilla, que utilice el otro extemo, quien pegue

con vara de varias pulgadas, que reduzca gradual­

mente el diámetro; quien propine bofetadas con el

puño cerrado, que lo abra hasta utilizar sólo la palma;

quien baje pantalones o levante faldas, que aplique el

correctivo por encima de la ropa.

Quien queme con cigarro, que lo haga con fósforo;

quien hinque sobre maíz, que reduzca la cantidad de

grano; quien pegue con tablas, que utilice reglas; quien

patee con zapato, que use pantuflas; quien jale de las

patillas, quéjale de las orejas; quien encierre en cuar­

to oscuro, que permita linterna; quien arañe, que se

corte las uñas; quien tire zapato, que no tome impul­

so; quien pellizque, que no entierre la uña; quien jale

el pelo, que no se demore; quien jale las orejas, que

no suspenda al niño en el aire; quien grite, que hable;

quien hable, que explique; quien explique, que escu­

che; quien escuche, que comprenda; quien compren­

da, que ame; quien ame, que tenga hijos; quien no

ame, que no tenga hijos ni eduque a hijos ajenos.

Y así sucesivamente hasta que niños y jóvenes no

crezcan en el temor, y hasta que la desobediencia,

que conduce al caos, sea innecesaria".

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Educar hacia la Libertad

7 Tú Podrás

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Salvador Gómez

Los adultos que realmente estamos interesados en ayudar a los jóvenes, procuramos continuamente estimular­los y capacitarlos para alcanzar un desarrollo integral, supe­rior al nuestro, a fin de que puedan llegar más alto y más lejos que nosotros. En ese sentido es muy valioso el ejemplo del rey David que motivó a su hijo Salomón para que realizara lo que él no pudo hacer.

"Porque David se decía: Mi hijo Salomón es toda­vía joven y débil y la Casa que ha de edificarse para Yahveh debe ser grandiosa sobre toda ponderación, para tener nombre y gloria en todos los países. Así que le haré yo los preparativos. Hizo David, en efecto, grandes pre­parativos antes de su muerte. Después llamó a su hijo Salomón y le mandó que edificase una Casa para Yahveh, el Dios de Israel. Dijo David a Salomón:

Hijo mío, yo había deseado edificar una Casa al nombre de Yahveh, mi Dios. Pero me fue dirigida la pala­bra de Yahveh, que me dijo: 'Tú has derramado mucha sangre y hecho grandes guerras; no podrás edificar tú la Casa a mi nombre, porque has derramado en tierra mu­cha sangre delante de mí. Mira que te va a nacer un hijo, que será hombre de paz; le concederé paz con todos sus enemigos en derredor, porque Salomón será su nombre y en sus días concederé paz y tranquilidad a Israel. El edificará una Casa a mi nombre; él será para mí un hijo y yo seré para él un padre y consolidaré el trono de su rei­no sobre Israel para siempre'. Ahora, pues, hijo mío, que Yahveh sea contigo, para que logres edificar la Casa de Yahveh tu Dios, como el de ti lo ha predicho. Quiera Yahveh concederte prudencia y entendimiento y darte órdenes sobre Israel, para que guardes la Ley de Yahveh tu Dios. No prosperarás si no cuidas de cumplir los de­cretos y las normas que Yahveh ha prescrito a Moisés para Israel. ¡Sé fuerte y ten buen ánimo! ¡No temas ni desmayes! Mira lo que yo he preparado en mi pequenez para la Casa de Yahveh: cien mil talentos de oro, un mi-

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Educar hacia la Libertad

llón de talentos de plata y una cantidad de cobre y de hierro incalculable por su abundancia. He preparado tam­bién maderas y piedras que tú podrás aumentar. Y tienes a mano muchos obreros, canteros, artesanos en piedra y en madera, expertos en toda clase de obras. El oro; la plata, el bronce y el hierro son sin número. ¡Levántate, pues! Manos a la obra y que Yahveh sea contigo".

Mandó David a todos los jefes de Israel que ayu­dasen a su hijo Salomón".

(1 Cro 22, 5-17, Biblia de Jerusalén)

No es necesario comentar estas hermosas palabras, deseo únicamente hacer énfasis en tres ideas que considero fundamentales:

A. Yo había deseado y no pude...

Los hijos no son para vengarse, sino para verlos rea­lizados. Con frecuencia muchos padres y maestros, nos en­contramos usando expresiones como estas:

"Ustedes no tienen la experiencia que yo tengo" "Ustedes nunca van a saber más que yo" "Más sabe el diablo por viejo que por diablo" "En mis exámenes, sólo el maestro saca 100"

Que lejos está nuestra arrogancia de la humildad de David que animó a su hijo Salomón a edificar una obra tan grande que él mismo no pudo realizar. Para corregir nuestra actitud es bueno meditar las palabras que el gran maestro Jesús dirigió a sus discípulos.

"El que cree en mi hará las mismas cosas que yo hago, y aun hará cosas mayores".

(Jn 14,12 Biblia Latinoamericana)

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Afortunadamente, todavía muchos adultos deseamos que los jóvenes sean:

- Mejores hombres y mujeres que nosotros. - Más alegres y positivos que nosotros. - Más solidarios y generosos que nosotros. - Más fieles y constantes que nosotros. - Más auténticos y leales que nosotros.

Que los jóvenes construyan: - Una familia más unida y estable que la nuestra. - Una sociedad más justa y más fraterna que la nuestra.

- Una civilización con más amor y esperanza que la nuestra

- Una cultura más pluralista y tolerante que la nuestra.

- Una comunidad más humana y más cristiana que la nuestra.

Y que un día Dios les permita tener unos hijos e hijas, tan buenos o mejores que los nuestros.

B. Haz tu obra para Dios

Todo lo que somos y hacemos debe estar orientado y dirigido hacia el fin supremo que es Dios: por El y para El existimos. Si no tenemos claro este principio vamos a sentir­nos frustrados y desanimados, y cuando estemos haciendo nuestro mejor esfuerzo y nadie lo reconozca, lo valore o nos felicite.

David dijo claramente a su hijo Salomón: "Ahora, pues, hijo mío, que Yahveh sea contigo,

para que logres edificar la casa de Yahveh tu Dios, como él de ti lo ha predicho...

¡Levántate, pues! ¡Manos a la obra y que Yahveh sea contigo!

(1 Cro 22,11.16)

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Educar hacia la Libertad

Al momento de motivar a nuestros jóvenes para que dejen de hacer o hagan algo evitaremos usar expresiones tales como:

"Hágalo por su mama". "Hágalo por su papa". "Hágalo por mi". "Hágalo por..."

Es loable que un hijo estudie para corresponder al sacrificio de sus padres, más su verdadera motivación debe ser: cumplir con su responsabilidad como estudiante y de esa manera honrar a Dios que le ha dado la vida, la salud y la inteligencia.

Cuando actuamos motivados por algo o por alguien fuera de nosotros y que no es Dios, corremos el riesgo de perder la motivación; desafortunadamente las cosas no sa­len siempre como nosotros pensamos y las personas, aún las más queridas nos pueden fallar.

Acostumbrémonos y enseñémosle a otros a actuar por el propio deseo de agradar a Dios permitiendo que en nosotros se realice su santa voluntad, Jesús nos ha enseña­do a decir:

"Mi alimento es hacer la voluntad del que me en­vió y llevar a cabo su obra".

(Jn 4,34)

Siguiendo su ejemplo digamos:

"Mi motivación, mi fuerza, mi energía es ser quien soy y hacer lo que hago para la gloria de Dios".

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Salvador Gómez

C. No estás solo

David dijo a Salomón:

"Mira lo que yo he preparado en mi pequenez para la Casa de Yahveh: cien mil talentos de oro, un millón de talentos de plata y una cantidad de cobre y de hierro in­calculable por su abundancia. He preparado también ma­deras y piedras que tú podrás aumentar. Y tienes a mano muchos obreros, canteros, artesanos en piedra y en ma­dera, expertos en toda clase de obras".

(1 Cro 22, 14-15)

Con éstas palabras le indicaba que ciertamente la obra era grande y difícil; por eso para realizarla contaba con todas los materiales y todos los artesanos que estaban a su lado.

Enseñemos a nuestros hijos y a la juventud en gene­ral a contar no sólo con los dedos de sus manos, que cuen­ten con nosotros, aquí estamos sus padres, sus maestros, sus amigos, todos somos artesanos. Cuentan además con los avances de la ciencia, la tecnología, tienen a su favor los conocimientos, la información y sobre todo cuentan con Dios.

En una palabra no están solos. Estamos aquí aguar­dando su llamada y en el momento que nos necesiten será un verdadero placer servirles, de la misma manera nosotros queremos contar con ellos, pues también los adultos, sobre todo los mayores, nos sentimos huérfanos y sin futuro, al no poder contar con ellos.

"Escuchar a los abuelos siempre me ha parecido la mejor manera de ponerme en contacto con las cosas importantes de la vida. Ojos cansados, manos siem­pre dispuestas a hablar a través de las arrugas y esos rostros poblados de gestos auténticos han sido y serán para mí la escuela a la que nunca dejaré de ir.

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En ellos y con ellos fui descubriendo esta condición escurridiza que tiene la educación; aptitud que la hace ir de historia en historia a través de la historia; empapada de tiempos, épocas y culturas sin iden­tificarse totalmente con ninguna; siempre ella, siem­pre clara y reconocible; y los abuelos están ahí para dar fe que es así.

La educación late al transmitir valores que le den sen­tido a la vida; suscita pasiones y apasionamientos. La educación se espiritualiza en valores y actitudes que, a lo largo de la vida, van tras el hombre para hacerlo protagonista. En la educación, y solo en ella, la inteligencia se hace encuentro: diálogo maduro de quien se anima a compartir sus razones para servir, dejarse corregir o volver a empezar; por eso, cuando la educación sale de visita por la vida, y lo hace segui­do, sabe a donde dirigirse: familias y pueblos, raíces y tradiciones, creencias y costumbres, modos de vivir y modos de morir.

Valores y actitudes se entrecruzan en nuestras instituciones educativas; ellas con el espacio comunitario; en ellas se articula competentemente todo el caudal fecundado por la educación; ellas reciben, suenan y reflexionan, acompañan y enseñan, sostienen y corrigen, hacen crecer y también crecen, organizan y coordinan, socializan y padecen, pero por sobre todas las cosas RECIBEN; reciben lo que cada uno de nosotros lleva en su corazón. Saliendo de nosotros la educación viene a nosotros en cada persona que comparte ese espacio educativo.

La tarea educativa será caminar juntos; la huella de ese caminar será de ciencia o naturaleza, de filosofía o de­porte, de arte o comunicación, pero siempre será cami­nar con valores y actitudes y la tarea educativa será ha­cerlo juntos". (Presbítero Enrique Santiago Audine)

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8 ¡Bienvenidos!

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Salvador Gómez

¡Bienvenidos jóvenes, hombres y mujeres nuevos!

¡Bienvenidos a estrenar el Tercer Milenio Cristiano!

¡Bienvenidos, protagonistas del siglo XXI!

Bienvenidos sangre nueva y relevo ya esperado por la familia, la Iglesia y la sociedad entera. Ocupen los lugares que digna o indignante nosotros hemos ocupado. Ha llegado la hora para ustedes.

Construyan unidos y hasta donde en la tierra sea po­sible, una humanidad más fraterna, más llena de fe, de amor y de esperanza.

"Finalmente a vosotros, jóvenes de uno y otro sexo del mundo entero, el Concilio quiere dirigir su último mensaje. Porque sois vosotros los que vais a recibir la antorcha de manos de vuestros mayores y a vivir en el mundo en el momento de las más gigantescas transformaciones de su historia. Sois vosotros los que, recogiendo lo mejor del ejemplo y de las enseñanzas de vuestros padres y de vuestros maestros, vais a formar la sociedad de mañana; os salvareis o perece­réis con ella.

La Iglesia, durante cuatro años, ha trabajado para rejuvenecer su rostro, para responder mejor a los designios de su Fundador, el gran viviente, Cristo, eter­namente joven. Al final de esa impresionante "refor­ma de vida" sé vuelve a vosotros. Para vosotros los jóvenes, sobre todo para vosotros, la Iglesia, acaba de avivar en su Concilio una luz, luz que alumbrará el porvenir.

La Iglesia está preocupada por que esa sociedad que vais a constituir respete la dignidad, la libertad, el de­recho de las personas, y esas personas sois voso­tros. Está preocupada sobre todo porque esa socie-

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dad deje expandirse su tesoro antiguo y siempre nue­vo: la fe, y porque vuestras almas se puedan sumer­gir libremente en sus bienhechoras claridades. Con­fía en que encontraréis tal fuerza y tal gozo que no estaréis tentados, como algunos de vuestros mayo­res, a ceder a la seducción de las filosofías del egoís­mo o del placer, o a las de la desesperanza y de la nada, y que frente al ateísmo, fenómeno de cansan­cio y de vejez, sabréis afirmar vuestra fe en la vida y en lo que da sentido a la vida: la certeza de la existen­cia de un Dios justo y bueno.

En el nombre de este Dios y de su Hijo Jesucristo, os exhortamos a ensanchar vuestros corazones a las dimensiones del mundo, a escuchar el llamado de vuestros hermanos y a poner ardorosamente a su servicio vuestras energías. Luchad contra todo egoís­mo. Negaos a dar libre curso a los instintos de vio­lencia y de odio, que engendran las guerras y su cor­tejo de males. Sed generosos, puros, respetuosos, sinceros y edificad con entusiasmo un mundo mejor que el de vuestros mayores. La Iglesia os mira con confianza y amor. Rica en un largo pasado, siempre vivo en ella, y en marcha hacia la perfección humana en el tiempo y hacia los objetivos últimos de la historia y de la vida, es la verdadera juventud del mundo. Po­see lo que hace la fuerza y el encanto de la juventud: la facultad de alegrarse con lo que comienza, de darse sin recompensa, de renovarse y de partir de nuevo para nuevas conquistas. Miradla y veréis en ella el rostro de Cristo, el héroe verdadero, humilde y sabio, el Profeta de la verdad y del amor, el compa­ñero y amigo de los jóvenes. Precisamente en nom­bre de Cristo os saludamos, os exhortamos y os ben­decimos".

(Mensaje a los Jóvenes, Concilio Vaticano II)

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