Glantz - Coronada_de Moscas_(Fragmento)

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    Coronada de moscas

    Margo GlantzFotografas de Alina Lpez Cmara

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    Todos los derechos reser vados.Ningu na parte de esta publicacin puede ser reproducida, transmitida

    o almacenada de manera algu na sin el permiso previo del editor.

    Var ios de los text os de est e l ib ro, a hor a cor re gido sy r eest ructu rados, apa recieron en m i c olu mn a q ui ncena l de

    La jornaday t am bin en ot ro s me di os.Lo agradezco.Margo glantz

    Primera edicin: 2012

    Fotografa de portada: Alina Lpez Cmara

    Copyright Editorial Sexto Piso, S.A. de C.V., 2012Pars #35-AColonia Del Carmen,Coyoacn, C.P. 04100, Mxico, D.F.t. 5689 6381; f. 5336 4972

    www.sextopiso.com

    Derechos Reservados 2012Universidad Nacional Autnoma de Mxico

    Direccin de LiteraturaCiudad Universitaria 04510, Mxico, D.F.

    DiseoEstudio Joaqun Gallego

    FormacinQuinta del Agua Ediciones

    ISBN unam: XXXX-XXX-XX-XXXX-X

    ISBN Sexto Piso: 978-607-7781-30-1

    Impreso en Mxico

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    Para Sofa, Bruno y Maqui,

    de su abuela, la viajera.

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    TERNERA ACOSADA POR TBANOS

    Podra describirlatena nariz ojos boca odos?tena pies cabeza?tena extremidades?

    slo recuerdo al animal ms tiernollevando a cuestascomo otra pielaquel halo de sucia luz

    voraces aladassedientas bestezuelasinfamantes ngeles zumbadoresla perseguan

    era la tierra ajena y la carne de nadie

    tras la legaame deslumbr el milagro mortecinola vspera el instinto la miradael sol nonato

    era una nia un animal una idea?

    ah seorqu horrible dolor en los ojosqu agua amarga en la bocade aquel intolerable mediodaen que ms rpida ms lentams antigua y oscura que la muertea mi ladocoronada de moscas

    pas la vida.

    BlancaVarela

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    Quiz peco de obsesiva. Ese pecado se agiganta cuando hablo dela India. Por qu no hablas del terremoto en Chile, de la tra-gedia atmica del Japn, de la crisis monetaria, de la invasinaliada a Libia, de la necesidad de crear un estado palestino o

    de la guerra contra el narcotrco, me preguntan discretamentemis amigos ms cercanos? Sin pensarlo dos veces, de maneraautomtica, vuelvo a las vacas, las de siempre, las que, como essabido, abundan en el subcontinente asitico. Son sagradasaunque mal nutridas (dato que asombra a algunos de mis lec-tores). A veces, el polvo amarillo con que se decoran la frentelos brahmanes proviene de sus excrementos, puede provenir

    tambin de la madera de sndalo cuando la tintura es roja: cu-riosa combinacin! Parecera que all las cosas permaneceranestticas, mejor, parecera que el tiempo fuera distinto en laIndia al de otras latitudes. Es evidente que muchas cosas hancambiado pero tambin difcilmente otras se movilizan. En ellapso de cinco aos transcurrido entre mis tres viajes a esepas, aun lo aparentemente banal se ve distinto a simple vista:se modernizan los edicios pblicos (el aeropuerto de Delhies ya casi de primer mundo), muchos motociclistas usan casco,las calles de Agra se vuelven ms inseguras, los guas adviertenque se deben cuidar las pertenencias, mantenerse agrupadospor temor a los carteristas, pues a pesar de las multitudes quedeambulan por las calles ese pas era asombrosamente seguro;en un sentido ms profundo es evidente que tambin se hanalterado los usos y costumbres: se han relajado los ritos ali-

    menticios ligados a lo religioso, se ha logrado cierta movilidadentre las castas, los privilegios de los maharajs fueron en par-te abolidos, se advierte una mayor movilidad social, pero se ha

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    deteriorado la calidad de los productos artesanales, se han ex-tinguido varias especies animales, las selvas desaparecen yel abandono del campo por la ciudad se acelera: India consus desigualdades sociales se convierte en aras del progresoen uno de los pases del futuro.

    Con todo, lo antiguo permanece: Muhammad Nizamuddin,mstico su del siglo xiii, fue un sultn benvolo y toleranteque como san Francisco y el Buda opt por la pobreza y quiensin distincin de clase ni de culto acoga a los peregrinos quelo visitaban. Su dargha o mausoleo est situado cerca de la esta-

    cin de ferrocarril del mismo nombre y del monumento deHumayn en Delhi; al lado se veneran otros sepulcros como eldel poeta persa del mismo periodo Amir Khusrau, con quiensimblicamente el santo dialoga an y dialogaba mientrasviva. Un barrio cerrado tpicamente musulmn con calle-juelas intrincadas cada vez ms repletas de creyentes, de men-digos, de mujeres veladas, de refugiados provenientes de

    Bangladesh, limosneros, ropavejeros, puestos y tiendecitasdonde se venden objetos de culto: tasbis (o rosarios), libros deoraciones, gorras tradicionales, trasiego de droga, perfumes,comida barata y ores, miles de rosas sus ptalos desparra-mados cubren el piso y el sepulcro. Un barrio venerado porcreyentes musulmanes y por peregrinos de otras religiones queacuden a visitar la tumba.

    Las mujeres slo podemos asomarnos al santuario, un le-trero nos prohbe la entrada y a las extranjeras se nos invitaa depositar nuestra limosna en un recipiente custodiado porun devoto. Detrs del sepulcro una celosa de mrmol; algunasmusulmanas tratan de introducir las manos para tocarlo y susintentos son recibidos con violencia por los vigilantes: sonapaleadas sin compasin. Antes de penetrar en la zona debe-mos cubrirnos la cabeza, descalzarnos (los brahmanes nunca

    usaban zapatos en el interior de sus casas, el mismo maharajno los usaba, obviamente tampoco los musulmanes). El piso,increblemente sucio. Se perciben mezclados los olores, tanto

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    el de las rosas como el de la basura en descomposicin. El cui-dado del sitio y la manutencin de los pobres corre a cargode la comunidad y las limosnas de los visitantes. El susmoes conocido por sus derviches giratorios, pero los adeptos deNizamuddin cultivan la msica y el canto: cada jueves al anoche-

    cer se celebra un concierto en la plaza cercana al sepulcro, esel da de la remembranza, el recuerdo nostlgico de un tiempoparadisaco.

    En la plaza estanques alargados repletos de agua donde losdevotos realizan sus abluciones y donde sin pudor suelenasearse exhibiendo sus partes nobles.

    Estuve all con varios amigos, uno de ellos, residente en Delhidesde hace varios aos, me llev antes de que comenzara elespectculo a una diminuta perfumera situada en el recovecode una calle, donde compr varios perfumes y no lejos, en unpuesto miserable, un tasbi.

    Hablando de perfumes acaba de llegar a mis manos un bellolibro, El olor de alcanfor, escrito en urdu por Naiyer Masud,escritor musulmn nacido en Lucknow: inhalar el aroma dealcanfor slo provoca una sensacin de desolacin, arma;luego, la revelacin de algo en esa desolacinalgo que yaexista antes de la concepcin del extracto

    Masud naci en 1936, es alto, enjuto, ensea el persa en launiversidad, usa anteojos, o mejor dicho, quevedos

    w

    La primera ciudad que conoc en la India fue Delhi. Llegu conmi hija Alina. Me llam la atencin en el aeropuerto ver aalgunos hombres con la barba y la cabellera teidas de rojo la

    henna (en espaol alhea) tinte natural que utilizan sobretodo los varones, tambin verlos escupir algo que parece san-gre: las hojas de betel que continuamente mastican mancha

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    sus dientes como si padeciesen una enfermedad maligna enlas encas.

    (Admiro en el museo Guimet de Pars una exposicin dedicadaal antiguo reino musulmn de Lucknow, en el norte del pas,hay miniaturas, manuscritos, objetos suntuosos, destacan va-rias cajitas esmaltadas donde se guardaba el betel.)

    Hombres con grandes mostachos de muy diversas formas: unade las numerosas lneas de demarcacin permanentes que fue-ron establecidas en la India para diferenciar a las clases sociales

    entre s, distinciones que poco a poco van desapareciendo.Un caos indescriptible antes de recuperar el equipaje: se

    me cay el alma a los pies: llevaba mucho tiempo planeandoesta visita, al grado de que me tena envidia a m misma. Des-pus de abrirnos paso entre las personas que atestaban los pa-sillos del aeropuerto, ya en la calle y atravesando una barrerainnita de gente, nos esperaba un hombre enjuto de tez oscu-

    ra enarbolando un letrero, tambin l con la cabellera o lo quele quedaba de ella teida de rojo, los dientes pintados de esemismo color: el que cubre la palma de las manos de las baila-rinas o las de las estatuas que representan a las diosas. Un cho-fer andrajoso nos hizo subir a un coche color crema cuyo estilome remont a los aos cuarenta, a mis pocas de nia, cuandocon mi hermana Lilly pasebamos por el parque Mxico al ladode la fuente decorada con la estatua desnuda de una mujer,estilo art dec, que presida nuestros paseos por ese barrio.

    De manera imperceptible fuimos llegando a la vieja Delhi,sus calles desbordadas de gente, su trco desmesurado, susmendigos, sus peatones y el polvo, ese polvo sempiterno quelo asxia todo. Nuestro hotel, no lejos de Khan Market, puntode reunin (hay tiendas de muebles y adornos, joyeras, pe-

    queos almacenes, algn cafecito, restoranes de comida oc-cidental): all empiezan a encontrarse o a perderse las dosciudades, la vieja Delhi, con su esplndido pasado mogol y sus

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    imponentes edicios, sus calles retorcidas: me causa espantosu hermosura.

    He visitado tres veces la India. En mi segundo viaje me hospe-d en la nueva Delhi construida por los ingleses; pas por laPuerta de la India, arco triunfal semejante al que en Bombaymira hacia el ocano; cerca, edicios de tipo occidental alber-gan ocinas de gobierno; alrededor enormes parques y aveni-das, un club de golf, hoteles de lujo y algunos monumentosantiguos, adems, Santushti, un atractivo centro comercial conun pequeo restorn donde se come a la europea.

    El aire, escribe Octavio Paz, es un miasma acre y pesado.

    w

    Nuestra primera escala era Pars, dormiramos all. Llegamosal caer la noche, dejamos las cosas en el hotel y paseamos du-

    rante horas por el Barrio Latino. Una bella exposicin de fo-tografas sobre la China actual adornaba las rejas del parquede Luxemburgo. En las imgenes podan verse regiones queempiezan a dejar de ser rurales, la industrializacin, grandescarreteras y presas en construccin, en suma la modernidad,el primer mundo en el tercero. La imagen del futuro, un futuroincomprensible: me atemoriza.

    A la maana siguiente casi perdemos la conexin, no nosdespertaron en el hotel y se me ocurri cosa que jams hagotomar el metro rumbo al aeropuerto, las valijas haban sidofacturadas hasta Delhi. Miedo a enfrentarme a ese pas queme obsesiona? Sin aliento, llegamos a tiempo de agregarnosa una enorme cola para subir al avin de Air France: la mayorparte de los viajeros eran indios. Subimos por n y a la nochesiguiente otra noche! desembarcamos en el aeropuerto re-

    pleto, pequeo, inecaz, catico. En el hotel nos esperaban losotros cinco miembros del grupo. Nos abrazamos con entusias-mo, Renata detrs de un pilar, Luz vestida a la moda india y los

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    dems distintos, como si ya estuviesen aclimatados, comosi en lugar de haber pasado tres das en la ciudad llevasen va-rios meses. Mario con la manga del brazo derecho vaca, sinsu prtesis habitual y a quin antes de saludarlo le preguntY dnde dejaste tu brazo? Ya te volviste indio? Viniste apedir limosna?

    Alina y yo ramos las novatas. Nos cuentan sus peripecias, aca-ban de mudarse de hotel, el anterior situado en un barrio sucioe inhspito. Para ir a Connaught Place, lugar central en la ciu-dad, atravesaron un pasaje subterrneo donde se congregan

    los nios mutilados, esos nios quebrados desde la infancia,reconstruidos para pedir limosna con sus brazos o piernas co-locados en lugares inverosmiles, tambin los ciegos y los queostentan sus muones; cerca, un estacionamiento de motosy bicicletas (algunas, casi erro viejo amontonado y sin em-bargo til), en un rincn un hombre postrado con su camisablanca desgarrada y sucia, esqueltico hueso puro, el bajo

    vientre desnudo y entre las piernas abiertas de par en par unbrasero encendido. Trataba de entrar en calor? Era un le-proso? Se inmolaba a algn dios de entre los miles que pue-blan el panten hind para pagar una culpa? Un suicidio o unrito de incineracin prematura e incompleta?

    Entre contorsiones el hombre agonizaba. Los transentespasaban a su lado sin mirarlo siquiera, como si fuera algo na-tural. Mis compaeros avanzaron rpidamente para dejarloatrs, visitaron el bazar y comieron luego una sopa de lentejasen un restorn popular. De regreso vieron al lado de un templovarios hombres vestidos de mujer con sus saris y su lunar rojoen la frente. Al llegar al tiradero de motos el mendigo yacamuerto, el brasero apagado y sus genitales ms oscuros que elresto de su cuerpo.

    Esa experiencia fue decisiva para Renata, slo en contadas ex-cepciones pudo disfrutar del viaje...

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    A la maana siguiente busco un zapato perdido debajo de lacama, alargo el brazo derecho, trato de recuperarlo y una es-pesa pelusa se me adhiere a las manos.

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    Abundan los pjaros en las grandes extensiones de las cons-trucciones musulmanas que Delhi alberga; sobrevuelan o seposan sobre las cpulas y se retan: son halcones, guilas, cuer-vos, muchos cuervos, tambin pjaros ms pequeos.

    Hay pichones tambin dnde no los hay?

    Un impresionante parque rodea el mausoleo de Humayn; veomuchos nios uniformados como escolares ingleses de otrostiempos, sus madres visten saris de colores inverosmiles, tan-to por su estridencia y por la combinacin de tonos inslitos,como por su belleza. Se entra al recinto por una puerta rojaque conduce a una avenida; al fondo se entreven las primeras

    tumbas reales; me confundo cuando veo un hermoso ediciocolorado con ventanas bordeadas por un encaje de mrmol,creo estar frente al sepulcro del gran sultn; en verdad esun edicio ms modesto, ms humilde, a pesar de su impo-nente elevacin, el intenso color de la piedra, los arabescos deencaje de las ventanas y su porte majestuoso.

    En la explanada mi tercera visita a Delhi, febrero del 2010veo un espectculo incongruente: varios muchachos y mucha-chas indios, vestidos a la ltima moda (los chicos con jeansy chamarras, las chicas con minifalda, leggings y tenis Nikeo Converse) bailan al son del rock que sale de un tocadiscosgigante y los camargrafos lman una comedia musical paralas grandes compaas flmicas de la India, sta parece ser unade las subsidiarias de Bollywood, la principal, me dicen que

    se llama Collywood. Copian, se inspiran? en la ltima se-cuencia de la pelcula de Danny Boyle, Slum Dog Millionaire,tan criticada en los peridicos y revistas indios por denigrar a

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    su pas, pero motivo de imitacin jolivudesco, aunque la co-media musical y la msica pop formen parte de la tradicin delcine indio.

    Cmo no conmoverse ante tantos hermosos jvenes deojos negros y dientes blanqusimos, distintivamente indios,bailando al ritmo de la msica occidental y ataviados comocolegiales de campus universitario estadounidense frente almausoleo de un sultn?

    La msica se interrumpe de repente y tambin el movimientoconvulsivo de los danzantes; se quedan pasmados, juegan a las

    estatuas de marl. Cuando se reinicia la msica, retoman suritmo enfebrecido. Los miro embobada, me atrae este juegoentre la turbulencia y el total estatismo. Qu signica? Esun ritual? Algo deliberado? Corrigen algn defecto en cadauna de las tomas? Simple capricho de los directores? No al-canzo a descifrarlo, lo consigno: cualquiera que sea su sentido,es fascinante como espectculo.

    (Ms adelante, al volver a visitar Jaipur, admirar en la granexplanada del fuerte, repleta de turistas indios y extranje-ros, a otro grupo de jvenes que bailan al son de una msicamuy moderna; la nica diferencia: sus vestidos, aqu los tra-dicionales de la regin, el Rajastn; los danzantes, igualmenteacompaados de msica roquera, se detienen de repente, separalizan, detenidos a mitad de un gesto sinuoso para reanudarde inmediato su bamboleo como si fuesen fantoches; al fondo,un conjunto de uniformados con ropajes suntuosos enarbolansus estandartes como en otros tiempos; indago, se trata de otralmacin, me dicen que es ahora s de Bollywood, tal vez meequivoque y sea la misma compaa trasladada a diversas re-giones del pas: las pelculas se lman y luego se doblan en lasdiferentes lenguas habladas all.)

    Sigo caminando hacia el monumento verdadero, el que contieneel mausoleo de Humayn. Un enorme jardn con numerosas

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    bancas donde se congregan familias enteras, las mujeres ves-tidas con los mismos saris de colores deslumbrantes y su lunarbermelln en medio de la frente; los ojos de los nios muynegros pero sus uniformes escolares combinan el beige y elcaf o el verde seco, los hombres usan pijamas, dhotis, kurtaso ropa occidental. A los brahmanes se les prohiba usar pan-talones, slo dhotis, esa tela de algodn enrollada entre laspiernas, tan semejante a un paal...

    Sobre la gran cpula blanca, las guilas y los halcones juegan;cerca, se disputan el sitio los pichones: la excepcional blancura

    del mrmol se ennegrece a trechos siguiendo el ritmo de lasaves. Me aproximo, al fondo el verdadero mausoleo. Entro, an-te mis ojos emerge inmensa, con sus tonalidades escarlata, latumba del sultn, el soberano opimano, pero sabio.

    Dice Thomas de Quincey en su libro Confesiones de un opi-mano: mi intencin al escribir estas pginas fue no slo de-

    nunciar el terrible poder del opio usado como paliativo paracalmar la enfermedad y el dolor, sino sealar cmo provocatambin el noble y nebuloso mundo de los sueos (ese espe-jismo de los romnticos tan admirado por Baudelaire: los pa-rasos articiales).

    Repuesta de mi asombro, admiro los relieves inscritos en mr-mol blanco sobre la piedra sanguinolenta, signo caractersticode la arquitectura mogol; apenas distingo los rosetones deesmalte verde, y casi invisibles, las volutas negras que pro-nuncian el nombre de Al sobre los remates de la tumba. Or-denados jerrquicamente a su alrededor, otros sepulcros mspequeos; en varios de ellos descansan alguna de sus esposas,sus hijas y sus hijos

    A nales de los cuarenta, cuando los ingleses se retiraron dela India y la provincia de Pakistn se convirti en un pasindependiente de religin musulmana, millares y millares de

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    quienes profesaban creencias diferentes fueron perseguidos yasesinados; muchos de los que lograron huir acamparon en losinmensos y amenos jardines que rodean la tumba de Huma-yn. Justicia potica?: los exilados hinduistas, jainitas, sikhsasimismo budistas y parsis? encontraron refugio bajo lagida de un antiguo y benvolo emperador musulmn. Los pa-vos reales, pjaros emblemticos, pasean inmutables, ameni-zando con su orgullosa cola los verdes espacios cuidados congran esmero.

    tras la legaa

    me deslumbr el milagro mortecinola vspera el instinto la miradael sol nonato

    w

    De manera intempestiva, Ariel regresa al hotel. Desde el es-

    pejo del bao, lavndose los dientes con su cepillo, el mozo delhotel lo mira despavorido.

    Cuando tena trece aos y vagaba solitario por las callesde Londres, Thomas de Quincey empez a tomar opio; inten-taba as mitigar los dolores reumticos y dentales que loaquejaban.

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    En la vieja Delhi visitamos un hospital de pjaros jainita, nossorprende la inslita limpieza que reina all: los pjaros mal-heridos ocupan pequeas jaulas en el primer piso y se les dancuidados especiales; en los pisos superiores se encuentran lasaves que empiezan su recuperacin y en el ltimo nivel esperan

    en jaulas enormes y altas las que han sanado, impacientes porreanudar el vuelo.

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    Se prohbe alojar a las aves de rapia; stas recibirn ni-camente un tratamiento deambulatorio.

    En el vestbulo, varias pinturas intensamente coloreadasrepresentan escenas salvajes donde abundan los hombres de-gollados: a qu tipo de sacricios aludirn? Es curioso, pien-so, estamos en un edicio jainita, cuyos adeptos profesan unareligin pacista, en la que cualquier forma viviente vegetal oanimal es sagrada. O ser que los estarn matando justamentepor eso, por manifestarse contra la violencia?

    Salimos del hospital, volvemos a ponernos los zapatos coloca-

    dos en orden a la entrada, le damos una propina al cuidador,vigila para que no se los roben. El barrio donde se localiza esteatildado hospital es asqueroso, habitado por los habitualesmendigos, los vendedores ambulantes, los animales desahu-ciados; nos dirigimos al restorn musulmn donde antes ha-ban comido los otros cinco miembros del grupo: slo cocinanel cordero. Como digestivo tomamos trocitos de azcar crista-

    lizado, mezclados con ans.w

    Aunque hay pocos, si se compara con la enorme cantidad depobladores, es fcil toparse con practicantes de la religin jai-nita en la India. Disidentes del hinduismo como los budistas,descreen de los dioses y de los libros sagrados y la mayora desus miembros pertenece a la segunda casta, la de los guerreros.Sus templos, dispersos por todo el pas: cerca de Benares, enSarnath, sitio sagrado del budismo; tambin en Kurajaho, her-moso poblado campesino donde numerosos templos hinduistascon esculturas erticas se ofrecen a la vista y, de repente, enmedio de ellos, un sobrio y pequeo templo de mrmol jainitaostentando pdicos desnudos. Estuve asimismo en Srava-

    nabenagola, estado de Karnataka; encima de una altsimamontaa se alza una estatua desnuda de ms de veintisiete me-

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    tros de altura esculpida en un solo bloque de granito (abajo,una presa enorme).

    Por toda la India peregrinan sus ascetas: en Ellora, en Bombay,cerca de la casa de Gandhi. En el sur, al lado de los templos deBelur y Halibid, variantes delicadas y ascticas de los tem-plos erticos de Kajuraho. Los sacerdotes jainitas barren elsuelo, antes de posar en l sus pies: las escobas son atributosesenciales de su atuendo, tambin, una especie de antifaz rec-tangular, de un blanco deslumbrante. A diferencia de losparias que se encorvan para barrer sobre todo las mujeres

    los jainitas limpian el suelo con gallarda.

    En Calcuta existen asimismo algunos templos de esta religin,uno perfectamente kitsch del siglo xix, piso de mosaico o-rentino, lmparas de delicado cristal tradas de Blgica, estiloArt Nouveau, altares y columnas barrocas, fachada cuyo prticopintado en lila y verde acenta lo romntico y la cursilera,

    como las estatuas que amenizan el espacio exterior, esculturasmal avenidas con un recinto sagrado cuyos monjes renunciana los bienes terrenales. Regreso para que lo visite Myriam, an-tes estuve con un amigo. Cansada de tanta belleza y tanta feal-dad, decido no bajarme del coche y me pierdo una boda. Miamiga regresa feliz, me cuenta que el novio participaba dela ceremonia como si lo llevasen al matadero: la novia eramuy fea.

    w

    El colmo de la belleza y la multiplicacin, el grande y clebretemplo jainita de Ranakpur en el Rajastn, con sus mil cua-trocientas cuarenta y cuatro columnas, todas diferentes ypri-morosamente labradas, varias cpulas muy elaboradas y

    estatuas desnudas de relumbrantes ojos negros y adornos do-rados. Vanidad de vanidades, todo es vanidad! Asocio de in-mediato con el Vasa, ese barco sueco, elaborado con maderas

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    preciosas y adornado con estatuas en bajo relieve que re-presentaban la victoria anticipada contra los enemigos ger-manos y que, recin inaugurado, se hundi en las aguas delBltico. Rescatado y restaurado, puede admirarse ahora enun museo.

    La pobreza extrema de los santones jainitas se enfrenta a laprofusin de columnas marmreas: un gua musulmn me diceen Kajuraho, con tono rencoroso, s, no hacen mal a nadie peroqu buenos son para ganar dinero.

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    Hay dos sectas principales en esta religin, losDigambara losdesnudos (comen una vez al da) y los Svetambara con bre-ves ropajes de algodn blanco (comen tres veces al da): estardesnudo es liberarse de la vergenza y del sexo, aunque la sal-vacin est reservada a los hombres: una sociedad como la

    india jams tolerara que las mujeres paseasen desnudas porcalles y caminos; adems, bien lo sabemos, las mujeres sonimpuras, por lo menos una vez al mes: slo si llegaran a reen-carnar como varones podran alcanzar el nirvana.

    w

    En el hermoso mercado de Jodhpur entramos a un almacnjainita atendido por un abuelo, un padre y su hijo, sentados engradacin segn sus edades en distintos sitios de la tienda: lu-gar atestado de objetos polvorientos de todo tipo, algunos muybellos. El joven explica: los seguidores de esta religin son ve-getarianos, pero no pueden consumir vegetales que nazcandirectamente en la tierra: papas, ajo, cebolla, zanahorias, r-banos, camotes, nabos; en cambio pueden aprovechar los

    rizomas como el jengibre y la crcuma: se cree que la lista delos primeros tienen un contenido mayor de bacterias y por elloms vida susceptible de destruirse. Antes de despedirnos,

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    nuestro nuevo amigo comenta: uno de mis deberes comojainita es privarme de algo que me guste mucho, he elegido elt, que junto con las especias se vende a su alrededor a profu-sin. Me enternece, recuerdo a las monjas carmelitas de laNueva Espaa: a los cuatro votos reglamentarios previos a suprofesin aadan un quinto, el de no tomar chocolate.

    w

    Por las escaleras escarpadas e innumerables que bordean lascuevas de Ajanta, un grupo de creyentes barre el suelo; una

    mordaza les cubre las bocas, evitan as que ningn ser vivo pe-netre en ellas. Renata se hace su amiga, le explican varios desus ritos, el sentido de las prohibiciones, su concepto de la noviolencia.

    En el estado de Maharashtra, por el monte sagrado de Kuntha-lagari, caminaba un viejo gua espiritual de la comunidad jai-

    nita de la secta de los Digambara los vestidos de cielo, cuyonombre era el de Santisagara. El veinticinco de agosto de 1955decidi cumplir con un ritual ms extenuante an con el n dealcanzar el nirvana. Durante treinta y cinco aos haba seguidolas enseanzas del gran santo Mahavira, muerto haca dos milquinientos aos. En 1920 renunci a todos sus bienes ma-teriales y se volvi monje mendicante, recorri a pie toda laIndia, aceptaba comida slo una vez al da y usaba sus manoscomo nico utensilio, apenas hablaba y cuando lo haca eradurante la maana. Consigui morir como ejemplo de toda sucomunidad el 18 de septiembre de 1955.

    w

    Hablando de la violencia innata entre los indios, un comunista,

    entrevistado por el novelista trinitario de origen indio Nai-paul, asegura: entre los numerosos ideales de Gandhi que losindios no aceptaron, estaba la ahimsa, la no violencia, cate-

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    gora importante que determina el comportamiento de estareligin.

    La jainita, pregunta el novelista?Es una secta extraa. Pero cuando usted se reere a otras

    religiones de ese tipo como el budismo y tambin a Gandhi, seobtiene una falsa perspectiva de la India. Yo hablara de lo su-cedido en Campuchea, Ceylan, Birmania, China y otros pasesagrupados bajo la sombra de Buda y de Confucio. Todos esospueblos son extremadamente violentos.

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    Son cerca de las 9:45 de la noche en el hotel Taj Mahal de Bom-bay: en casi todas las ciudades importantes de la India hayvarios hoteles magncos y algunos de ellos pertenecen a estacadena. En Calcuta me aloj en uno bellsimo, me produjoculpa dormir en habitaciones suntuosas y comer delicados pla-tillos indios o internacionales. Los indios de las clases supe-

    riores que viven hace siglos dentro del sistema de castasparecen no sentir ninguna. A n de cuentas, los intocables loson porque han cometido innumerables faltas graves en su pa-sado anterior.

    Se oyeron ruidos inusuales: nadie sospechaba que fueran dis-paros. Cmo imaginar algo semejante en un edicio cons-truido a nes del siglo xixpara perdurar? La fachada del HotelTaj Mahal me record la antigua estacin de ferrocarril lon-dinense de la poca victoriana, Saint Pancras, previa a sumodernizacin, con su falso gtico, sus ladrillos, sus torresfantasmales. Admir ese conjunto de edicios frente al ma-lecn, cerca del arco triunfal conocido como la Puerta de laIndia, ya mencionada, primera construccin que los pasajerosde los navos procedentes de las islas britnicas y del lejano y

    cercano oriente vean al llegar a Bombay, hoy Mumbai, ciudadconstruida junto al ocano.

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    Cmo concebir que un da cualquiera pudieran alterarse derepente las conversaciones de negocios, las lujosas bodas yotro tipo de ceremonias celebradas en el famoso hotel? Cmoentender que esa alteracin fuese producto de una ominosapresencia, la del terrorismo? En el hotel Taj Mahal? Baluartebien resguardado contra los ataques fortuitos, gracias a los sol-dados que con armas perfeccionadas y puertas blindadaspueden detectar cualquier irregularidad mediante las tcnicasms sosticadas. Dos hombres armados con cuernos de chivoirrumpen en el elegante lobby del hotel, cubiertos sus pisos demrmol con grandes tapetes del tamao de una pequea pis-

    cina, semejante a la verdadera, cerca de la cual algunos hus-pedes todava conversan alegremente con sus copas de vino osus vasos de whisky y ginebra en la mano. Dabir Bains, dueade una boutique de ropa interior de alta costura, est con va-rios de sus amigos al lado de la alberca, hacen bromas, beben,degustan los manjares y, de repente, oyen las detonaciones.Las risas se trasmutan en gritos de terror. Se precipitan ha-

    cia las escaleras y con otros comensales y huspedes del hotelse esconden debajo de las mesas del restorn principal, tra-tando de mantener la calma, a pesar del estruendo. En el lobby,hombres enmascarados y charcos de sangre enturbian el sun-tuoso piso de mrmol.

    Dos semanas antes haba estado comiendo all con unosamigos.

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    En la ciudad de Udaipur, en el Rajastn, hay muchos musul-manes, la mayora viene de Cachemira, desde all llegan bellaspashminas, hermosas lanas, bolsas, joyas, vendedores yterro-ristas. Despus de convencerme de comprar una pashmina roja,alabando su exquisito tramado, uno de los dueos de la tienda

    justica el terrorismo en su regin: los cachemiritas desearanque su provincia se separase de la India, como sucediera des-pus de la Independencia con Pakistn y Bangladesh, catstro-

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    fe de la cual an no se reponen en Bengala, aunque hayanpasado ms de cincuenta aos, como pude comprobarlo cuan-do visit Calcuta, hablando con personas cuyas familias tuvie-ron que separarse para no volverse a ver jams despus de laparticin.

    El otro vendedor coquetea con mi amiga...

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    Viajar como turista tiene sus ventajas y sus problemas. Ob-servacin obvia, pero pertinente. Las cosas se ven desde arri-

    ba, con precaucin, o ms bien de lejos, en un pas comoste. Pensaba que mi experiencia era nica, como si slo yoy los que compartieron conmigo mi primer viaje a la India hu-bisemos visitado ese territorio extenso y archi poblado. No esas, otra conclusin convencional. Hablamos de nuestras expe-riencias como si ese itinerario hubiese sido realizado porMarco Polo o Cabeza de Vaca in illo tempore: en realidad, en

    cualquier reunin donde haya ms de cinco personas, una porlo menos ha recorrido esos parajes y ha resentido parecidos ysimultneos sentimientos de rechazo y de fascinacin.

    Otra de las plagas recurrentes que asaltan a los viajeros es vi-sitar muchos lugares al hilo, con la consecuencia inmediata deque los lugares se vuelven borrosos. Quiz la fotografa que losotros sacan podra hacer que los recuerdos regresen con niti-dez. Dos miembros de nuestro grupo de turistas Alina y Ralson fotgrafos profesionales y lograron vistas maravillosas dela India. Repasndolas, soy capaz de recordar con mayor cla-ridad mis impresiones.

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    En mi caso, lo coneso abiertamente: odio viajar con cmarafotogrca por mi torpeza e incapacidad para enfocar o soste-ner con mano rme el aparato; pienso adems que ciertas gen-

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    tes viajan slo para tomar fotos y mostrarlas orgullosamentecuando regresan a su lugar de origen y, no importndoles enabsoluto los sitios que han visitado, muestran con orgullo lasfotos obtenidas sin esfuerzo mediante una cmara digital. Se-ran apenas desvados imitadores de los personajes creadospor Borges, Cortzar o Coleridge, quienes al regresar de su vi-sita a parajes arcanos, inexistentes e inverosmiles, llevan enla mano como nica prueba irrefutable de su aventura una or,un libro, un pauelo.

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    En 2008 volv a Delhi y me aloj en el hotel Ashok en un barrioresidencial; desde all tom un coche manejado por un chofersikh de enorme turbante, alto y robusto, rostro olivceo y ade-manes ceremoniosos, para dirigirme con varios amigos a la vie-

    ja ciudad. Fuimos por avenidas amplsimas y arboladas a unavelocidad alucinante; pasaban coches de todos los tamaos,

    pero sobre todo ricshos de bicicleta o motocicleta, tuc-tucspintados de verdes y amarillos detonantes (en cada ciudad seusan colores distintivos, siempre primarios y contrastados)(he comprado un imn en forma de riksho que adorna la puer-ta de mi refrigerador), luego empezaron a aparecer algunosasnos, unas cabras y una vaca: es ms bien un ceb: en laszonas rurales, su excremento y el de los bfalos se utiliza co-mo fertilizante o se emplea como combustible para cocinar eigualmente sirve para hacer tabiques, cosa comn en el cam-po mexicano desde hace varios siglos, para cocinar y calentaragua, tomando eso s la simple pero necesaria precaucin detapar hermticamente la olla, de otra forma el hedor sera im-posible de soportar.

    Slo los parias pueden consumir carne de vaca, cuando s-tas mueren de enfermedad o de inanicin; asimismo, algunos

    intocables se ocupan de preparar y teir el cuero: los he vistoy olido cuando trabajan en algunas de las ciudades que he vi-sitado en mis tres periplos por este subcontinente asitico.