GARCÍA SÁIZ, Itinerarios Virreinales

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    Resumen: A travs de la narracin de un viaje imaginario, realizado por unjoven procedente de Potos y un fraile que regresa a Espaa desde los virreina-tos americanos tras una larga estancia en Amrica, se describen las diferentesformas de envo de objetos elaborados en Ultramar a la Pennsula, a lo largo detres siglos. Una vez en Espaa, estos dos personajes visitan varias localidades enlas que todava existen estas obras y con sus comentarios durante el trayectosealan el camino a otros hipotticos viajeros. La bibliografa que se cita actacomo gua de localizacin de la mayor parte de estos materiales.

    Palabras clave: Arte virreinal en Espaa, donaciones, viaje.

    Abstract: The book describes an imaginary trip made by a young personcoming from Potos and a friar who returns to Spain from America after a longstay there. At the same time, the work analyses the different procedures fromshipment of objects designed in the new continent that, throughout three cen-turies, have arrived at the Iberian Peninsula. Already in Spain, both men visitseveral cities in which is possible to identify these objects, and with its com-mentaries, they are able to recreate the way to others travellers. In this sense,the recommended bibliography is very useful for the identification of an impor-tant part of these materials.

    Key words: Colonial art, gifts, travel literature.

    A Mercedes

    Prolegmenos

    El 7 de junio de 1773 llegaba a Cdiz la flota de Indias que, pro-cedente de La Habana, haba partido meses antes. La travesa nohaba sido fcil, sobre todo cuando los barcos se acercaron a lascostas de la pennsula de La Florida, contra las que se habanestrellado tantos galeones a lo largo de los aos, pereciendo suspasajeros y perdindose para siempre un cargamento esperadocon ansiedad en la metrpoli (figura 1). Ya en medio del ocano,superadas las amenazas de los ciclones, persista el temor unasveces a los franceses y otras a los ingleses, que navegaban por elAtlntico como si fuera cosa propia durante aos de enfrenta-miento con la corona espaola, comerciando con las coloniaslegal e ilegalmente, segn soplaban los vientos de una polticade pactos y de encuentros y desencuentros familiares entre losBorbones.

    En uno de estos barcos haca su viaje inicitico un joven criollonacido en Potos, el centro minero ms importante del mundo yla mayor fuente de ingresos del imperio espaol durante muchotiempo. Este muchacho, Antonio de Aldecoa, de apenas diecisis

    Concepcin Garca Siz1

    Museo de Amrica

    Madrid

    ITINERARIO VIRREINAL . . . . . . . . .

    Concepcin Garca Sizes

    Conservadora Jefe del

    Departamento Amrica Colonial

    del Museo de Amrica. Es autora

    de ciento trienta publicaciones

    relacionadas con el arte virreinal y el

    arte espaol dedicado a la imagen de

    Amrica. Adems ha sido comisaria

    de exposiciones de arte virreinal y

    arte espaol realizadas en Espaa,

    Europa y Amrica, as como directora

    de cursos destinados a la formacin

    de profesionales iberoamericanos,

    en el campo de la catalogacin

    de obras de arte. Participante en

    numerosos congresos, simposios y

    seminarios, asesora proyectos de

    exposicin y nuevos discursos

    museolgicos en diferentes

    instituciones americanas. Miembro

    honorario de la Hispanic Society of

    America de Nueva York.

    1 Correo electrnico: [email protected]

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    aos, era enviado a Espaa por sus padres, con la inten-cin de que reforzase y renovase los vnculos familiarescon aquella parte de los parientes que continuabanviviendo en el solar originario, y, de paso, abriera susojos a todo lo que pasaba en Espaa pensando, inclu-so, en la posibilidad de quedarse a vivir en ella duranteunos aos. Por lo tanto, la parte ms atractiva de superiplo -al menos la que ms le motivaba- slo tendrafin cuando llegara a Navarra, en las tierras altas de laPennsula, de donde eran oriundos los Aldecoa. De allsalieron los primeros que tomaron la decisin de hacer

    las Indias doscientos cincuenta aos antes, cuando lafortuna familiar apenas llegaba para sostener el mayo-razgo. Sus padres le contaban a menudo la historia deestos intrpidos antepasados, y esta semblanza mspareca un compendio enciclopdico, por la inagotablesuma de biografas vividas con una intensidad extraor-dinaria. Uno de ellos haba participado en la conquistade la Nueva Espaa (figura 2) y all se haba instalado deforma definitiva iniciando as la rama novohispana, en

    la que figuraban clrigos, capitanes, hacendados, fun-cionarios y algn que otro ajusticiado por la Inquisicinsobre el que nadie saba mucho y el recuerdo familiarpasaba como de puntillas. Otro haba recorrido elOrinoco en alguna de las expediciones que buscabanfama y fortuna y all acabaron sus das pues muri,comido por la fiebre, el hambre y los caimanes; en latradicin domstica se le tena por una especie deAguirre el loco. Varios ms se haban dispersado porel extenso virreinato del Per y todava se poda locali-zar a muchos de sus descendientes ejerciendo los ofi-

    cios ms diversos y residiendo incluso en las zonas msrecnditas, all en el Chaco donde los hijos de SanIgnacio ensearon a los guaranes a taer los instru-mentos que ellos mismos construyeron como expertosvioleros. Pero la mayora se haban dedicado a la prcti-ca del comercio a gran escala y gracias a ello enrique-cieron sus arcas hasta lo indecible, entrando a formarparte de las elites locales que ya ostentaban numerososcargos en la administracin virreinal, especialmente en

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    1. Conjunto de piezas procedentes delhundimiento del barco Nuestra Seora de Atocha en 1622,

    Museo de Amrica (Foto: Museo de Amrica).

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    los cabildos, y que para estas fechas de fines del sigloXVIII, conspiraban contra un gobierno de gachupines ychapetones que andaban en coplillas: Donde se havisto en el mundo lo que aqu estamos mirando/ loshijos propios gimiendo y los extraos mamando.

    El abuelo de nuestro Antonio fue uno de los ms sea-lados dueos de minas de plata en el cerro potosino yde los restos de su inmensa fortuna, ya algo mermada,segua viviendo su extensa familia. l fue uno de los queacompa al arzobispo Morcillo, recin nombradovirrey interino del Per por Felipe V cuando hizo su

    entrada triunfal en la ciudad de Potos (figuras 3 y 4),camino de Lima, para tomar posesin de su cargo.Transcurridos ms de cincuenta aos desde el aconteci-miento, todava era tema de conversacin en las reu-niones a las que concurra una buena parte de losparientes; en ellas todo el mundo rememoraba el lujocon que se engalan la ciudad, los festejos que se orga-nizaron, sin que faltasen las luminarias ni los toros, y elcontento de Su Ilustrsima cuando parti hacia laCiudad de los Reyes, convencido del apoyo que dara aestos fidelsimos mineros que llevaban aos viendocomo disminuan sus beneficios. Llegados a este punto

    de la evocacin, todos los presentes se lamentaban congran pesar de la mala fortuna que hizo que al arribar elarzobispo a Lima lo hubiera hecho ya el nuevo virrey, lle-gado desde la metrpoli por mar, con lo que al arzobis-po no le qued otra que volver grupas y regresar a sudicesis, pasando quedamente por donde antes habasido recibido con tanto trompetero.

    Al preparar el viaje de su hijo, Don Ignacio de Aldecoa,conocedor de las mil adversidades a las que arriesgaba

    a su inexperto retoo, le entreg cuantiosas cartas diri-gidas a esos innumerables parientes y amigos de lafamilia que, en caso de necesidad, le podran recibir enlas diferentes estadas de su largo itinerario americano,pues hasta llegar a La Habana y emprender el ltimotramo del viaje debera pasar por varias poblaciones quele eran totalmente desconocidas. Lo que no pudo ima-ginar el precavido padre fue que estos indianos le

    encargaran a su vez nuevas visitas a sus deudos enEspaa, aumentando su equipaje con valiosos presentesque sin duda -eso le repetan una y otra vez-, le abri-ran las puertas de casas ilustres una vez que llegase asu destino, y muy especialmente en la corte, a la quemuchos se referan con admiracin no exenta de rece-lo. Lo cierto es que el joven acab pensando que nopodra cumplir con tantos encargos aunque dedicara aello el resto de su vida. Pero su educacin criolla le obli-gaba a aceptar con buena cara misivas y mandados desus iguales aunque no pudiera cumplir con ellos.

    As pues, cuando lleg el anhelado y difcil momento de

    la despedida familiar, el joven heredero dijo adis atodos el da 22 de octubre del ao del seor de 1772 yse encamin hacia el puerto de El Callao. An se demo-rara unos das en Lima, despidindose de parientes yamigos y, sobre todo, de la poderosa familia de losQuerejazu y Mollinedo a quienes sus padres le habanencarecido mucho que presentara sus respetos. DonAntonio Hermenegildo de Querejazu y Mollinedo eraoidor perpetuo de la Audiencia de Lima y se le tenanada menos que por el hombre ms poderoso del virrei-nato, y sus hijos, todos ellos situados en puestos rele-vantes relacionados con el clero, la milicia o la adminis-

    tracin, contribuyeron a engrandecer la prosapia y lasarcas familiares, incluso desde la corte donde se instaluno de ellos, Agustn, que en opinin de su padre con-sigui para mi y toda mi casa los honores y favores delsoberano. En realidad las intenciones de los progeni-tores del Ulises potosino estaban claras, y stas eran lasde emparentar con lo ms granado de la nobleza lime-a a travs del matrimonio. Para ello haca tiempo quehaban puesto sus ojos sobre una jovencita de apenas

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    2. Miguel y Juan Gonzlez: Conquista de Mxico(detalle), 1698,Museo de Amrica (Foto: Museo de Amrica).

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    doce aos, Mara de las Mercedes, nieta del ilustreQuerejazu, quien, al decir de todos, hara muy buenapareja con nuestro Antonio, y seguramente, con el pasode los aos, llegara a alcanzar la influencia de su taMariana, de quien se deca En Lima hay tres poderes:el Virrey, el Arzobispo, y doa Mariana Querejazu.Como no poda ser de otra manera, el buen Antoniopas una parte de su estancia limea buscando el am-paro de Santa Rosa para ese futuro incierto en el que seestaba aventurando. Pronto le avisaran de la llegada de

    la flota a El Callao y ya slo faltara para ponerse enmarcha la arribada de la plata potosina, trasladada pri-mero hasta el puerto de Arica, a lo largo de ms dequince pesadas jornadas, a lomos de llamas y mulas, ydesde all, ahora por mar, al principal puerto del virrei-nato. Antes de salir de su ciudad Antonio haba sidotestigo en numerosas ocasiones de la partida de esepreciado cargamento, que tan esperado era en la metr-poli y del que tantos querran una buena porcin a lolargo del camino, y en l haba ocasiones en que parti-cipaban hasta dos mil llamas que hacan el trayecto alcuidado de mil indios.

    Una vez embarcados pasajeros y mercancas, elmuchacho se agitaba con el relato de los marinerosque le sealaban la lnea del horizonte por dondesiempre teman que se dibujasen las siluetas de losbarcos piratas, que acechaban durante meses la salidade estos acaudalados transportes. Con estas emocio-nes y otras muchas producidas por el contacto con unmundo -reducido, bullicioso e impregnado de olorescasi siempre nauseabundos- con el que jams haba

    soado, al menos consegua detener el tedio que a

    veces le atenazaba.

    El v ia je

    Afortunadamente, en el ltimo tramo de la larga trave-

    sa que le conduca a su destino final, el joven potosino

    comparti muchas horas con un fraile dominico queregresaba a su tierra tras muchos aos de residir en

    Amrica, donde haba recorrido numerosos conventosde su orden en los que haba desempeado la funcin

    de maestro de novicios. l se incorpor al viaje enPortobelo, un lugar hediondo donde tardaron das en

    cargar las barras de plata ante la indiferencia general. El

    fraile, enternecido por la candidez del muchacho lehaca numerosas recomendaciones para aliviar su temor

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    3. Melchor Prez de Holgun: Entrada del virrey-arzobispo Morcilloen Potos, 1716, Museo de Amrica (Foto: Museo de Amrica).

    4. Melchor Prez de Holgun: Entrada del virrey-arzobispoMorcillo en Potos(detalle), 1716, Museo de Amrica

    (Foto: Museo de Amrica).

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    a las dificultades que encontrara a su llegada a la Penn-sula. Lo primero que le hizo entender fray Servando dela Asuncin de Mara fue que deba cuidarse de las adu-laciones con que le intentaran envolver quienes identi-ficaban su condicin de indiano con la de rico. El solonombre de su patria chica, Potos, era una invitacin ala codicia. No en vano, cada vez que haca su entradaoficial en Lima un nuevo virrey, se corra como la plvo-ra la noticia de los lingotes de plata empleados enempedrar el camino de Su Excelencia. Quinientos cin-

    cuenta se haban utilizado en 1667 para recibir al seorconde de Lemos (figura 5).

    Para librarse de estos indeseables tal vez deberamoderar algo la vistosidad de su vestimenta y, sobretodo, el brillo de sus joyas, que atraan a aquellos indi-viduos -e individuas- como la miel a las moscas. Sloa la vista de ese anillo que llevis en el corazn se osrendirn ms corazones en una tarde que estrellas bri-llan en el firmamento le repeta cansino el dominico.Pero tanta charla y tanta conseja fatigaban a veces aAntonio que, al fin y al cabo, se haba criado en unade esas casas que, recordaba el cronista, se adornaban

    de colgaduras de sedas y otras variedades de tapice-ra preciosa, excelentes lminas de Roma, ricos escri-torios de plata, bano, marfil y carey; hermosos espe-

    jos; vajilla abundante, y bruida y cincelada de plata;sillas bordadas de seda y oro con costosa clavazn;aparadores y escaparates dorados con preciossimasalhajas de oro, plata; curiosos barros de la China, deChile; cujas de granadillo, bronce, bano y otras pre-ciosas maderas doradas, con ropajes de brocados,

    telas de oro y plata, y sobrecamas cairinas y de laChina. Pero el mucho tiempo pasado juntos hizo quela relacin entre ambos personajes tomara el caminode la amistad y, aunque les separaban muchos aos eincontables vivencias, cada quien ajust el reloj de suvida al comps del compaero y era casi imposible cru-zarse con uno por la cubierta del barco, sin que lasombra del otro se fundiera con la suya.

    Cuando se aproximaban al puerto de La Habana laatencin de todos se concentr en el magnfico espec-tculo que ofrecan sus imponentes fortificaciones,que anunciaban la necesidad de proteger el inmensotesoro que se concentraba en esta ciudad, cuando sereunan en ella todos los barcos que haban ido jun-tando los productos y los pasajeros incorporados enlos diferentes puntos de las rutas establecidas para lasflotas. All Antonio se extasi con la luz del Caribe ycon el desenfado de sus gentes, all se cruz con espa-oles e indianos de todas las procedencias que se diri-gan a la metrpoli o que ya regresaban de ella con

    mltiples encomiendas, pero tambin con muchosextranjeros que haban conseguido el permiso realpara pasar a Indias y que esperaban el momento ade-cuado para trasladarse a sus destinos definitivos. Y alltuvo que frenar fray Servando sus mpetus juveniles,que le conducan por caminos de difcil retorno.

    De nuevo en alta mar, inesperadamente, Antonioencontr un tema de conversacin que ya prctica-mente se convirti en una obsesin a lo largo de loque restaba de viaje. Haba empezado con una senci-lla pregunta que despus se multiplic en tantas queapenas dejaban tiempo para otras disgresiones. Todo

    comenz a partir de un qu recuerdo hay de nos-otros en Espaa? Mi padre y mis tos siempre noshablan de las tierras y de los parientes que quedaronall y reciben con alborozo cualquier noticia que llegade un lugar del que ya nadie recuerda nada, aunquecontinuamente ensalzan el verdor de sus montaas,tan distintas de las ridas tierras que rodean el cerrode Potos. Don Servando no saba muy bien comocolmar esta curiosidad pues tambin haca muchos

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    5. Lingote de plata procedente del Nuestra Seora de

    Atocha,1622, Museo de Amrica (Foto: Museo de Amrica).

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    aos que l faltaba de la metrpoli. Tanta pregunta lle-gaba a quitarle el sueo -cuando no se lo hurtaba unamar en continuo movimiento que haca crujir todas lasmaderas de la embarcacin como si fuesen a saltar porlos aires en mitad de la noche- hasta que empez amadurar un plan que finalmente acab comentandoal joven, quien rpidamente se sinti atrapado por l.

    Fray Servando, conocedor de las intenciones del padrede Antonio a la hora de preparar el viaje por lo que el

    joven le haba contado, haba llegado a la conclusinde que la mejor manera de que ste comprobase devisu propio la huella de los indianos en la Pennsulaera, en la medida de lo posible, seguir su rastro enEspaa. Haba pues que disear un plan que permitie-se al menos tener una idea somera de las dimensionesde la empresa que planeaban. Y a su preparacin sededicaron en cuerpo y alma durante los casi cincomeses que dur la travesa desde La Habana hastaCdiz. Puestos de mancomn acuerdo, nuestros dospersonajes se empearon en dar conversacin a todos

    aquellos compaeros de viaje que podan ofrecerlesalguna pesquisa, y de la mayor parte de ellos consi-guieron noticias inesperadas por lo precisas y lo abun-dantes; no en vano entre ellos se encontraban variosfactores responsables de muchos envos a uno y otrolado del Atlntico. Cuando en la noche cotejaban susdatos pasaban del alborozo al abatimiento una y milveces. Era extraordinario el volumen de informacinque estaban consiguiendo reunir, pero necesitaranaos, muchos aos, para hacer un seguimiento detodo. Nuevamente se impuso la serenidad y la refle-xin del dominico. Segn haban podido comprobar

    por los relatos que llevaban escuchados, los espaolesestablecidos en los virreinatos por una o varias gene-raciones achacaban su buena fortuna -en el caso deque sta se hubiese producido, naturalmente- al favordivino y, como una muestra de reconocimiento y gra-titud, acostumbraban mandar a su patria chica buenascantidades de plata que deban ser empleadas ensufragar los gastos de construccin, arreglo o adornode iglesias y conventos con los que se encontraban en

    estrecha relacin, amn de otras mandas piadosasentre las que destacaban la fundacin de capellanas.Pero -y esto era algo que haban escuchado en repeti-das ocasiones aunque nunca le prestaron la atencinque ahora- muchos indianos enviaban a estos lugaresobjetos realizados en lo que ya eran sus nuevas patrias

    y que para sus hijos ya era la gran patria americana. Ypara ello, a la manera de hilo de Ariadna, se servirande aquellos objetos que, realizados en los numerosostalleres y obradores que laboraban en los virreinatos,pudiesen localizar en la metrpoli. Ellos hablaran de lapericia de los maestros y oficiales americanos y de lagenerosidad de una clientela que se expresaba a tra-vs de opulentas donaciones y esplndidos regalos.

    Una vez ms las preguntas salan a borbotones: lle-gaban realmente esas obras a su destino?, se mante-nan vinculadas a la memoria de sus donantes?, seraposible verlas, incluso tocarlas, y constatar su proce-

    dencia? Ahora se trataba de que sus informantes enalta mar concretasen sus historias e incluyeran porme-nores: nombres, lugares, etc. Lo que pareca imposibleempez a tomar cuerpo y a los datos especficos rela-cionados con parientes y amigos de sus informantes sesumaron importantes consejos. El primero de ellos elde dirigirse a la Casa de la Contratacin, ahora enCdiz, pero durante dos siglos en Sevilla, y recabar allinformacin puntual sobre el destino de estos envos,

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    6. Atribuido a Snchez Coello: Vista de Sevilla(detalle).Museo de Amrica (Foto: Museo de Amrica).

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    que se registraban con minuciosidad a la llegada de lasflotas y otros tipos de navos que con el paso del tiem-po se haban ido incorporando a la Carrera de Indias(figura 6). Ya no vean el momento de hacer su entra-da en la baha gaditana, ya no les interesaba otra cosaque iniciar este peregrinaje que todava no habandecidido dnde deba comenzar, a causa de las nume-rosas oportunidades que se les ofrecan. Sin embargo,

    al pasar a la altura de las Islas Canarias se dieron cuen-ta de que dejaban atrs el verdadero principio de sucamino, pues all se encontraban numerosas muestrasde esta relacin. As se lo haba anunciado uno de loscompaeros de viaje, un tal Baltasar Morn, quien lesdescribi algunas de estas donaciones existentes enmuchas poblaciones de las islas, en cuyas iglesias toda-va podan contemplarse.

    La llegada

    A poco de desembarcar ya tuvieron ocasin de com-probar el futuro que les esperaba pues sus primeras

    pesquisas les condujeron a una poblacin hermossi-ma, El Puerto de Santa Mara, en cuya iglesia mayorlocalizaron un magnfico frontal de altar realizado enplata. Su vinculacin con Amrica y con Espaa eraclara ya que fue encargado en 1685 al platero Jos deMedina de San Luis Potos, en el reino de la NuevaEspaa y enviado al mismo lugar donde ahora lo po-dan contemplar. El responsable de todo ello fue unindiano de calidad que, tras pasar varios aos en elvirreinato desempendose como caballerizo mayordel virrey Conde de Paredes y alcalde mayor de la ciu-dad y minas de San Luis Potos regres a Espaa para

    convertirse en gobernador de esta poblacin gadita-na. Su nombre era Juan Camacho Gaina. Antoniopudo as conocer la existencia de otro emporio mine-ro con el nombre de Potos, aunque para l siempreestaba viva la mxima que afirmaba Quien no havisto Potos no ha visto las Indias como clam frayAntonio de la Calancha. Tan grande era la produccinde estas minas que hubo erudito empeado endemostrar que con la plata extrada a lo largo de siglo

    y medio se poda levantar un puente que uniera la ciu-dad de Potos con Madrid.

    Un compaero de orden del fraile, un dominico del con-vento sevillano les encamin a un destino insospecha-do: la sierra de Huelva, en aquellas fechas integrada enla provincia de Extremadura. Y hacia all orientaron suspasos. Ya era de noche cuando llegaron a las puertas dela parroquia de San Miguel Arcngel en el pueblo deCumbres Mayores, el punto exacto sealado por suinformante para admirar el legado que el capitn JuanGmez Mrquez haba enviado desde la novohispanaOaxaca de Antequera. A la maana siguiente, ya biendescansados y tras almorzar a base del buen pernil dela tierra que les repuso las fuerzas perdidas a lomos delas mulas, buscaron al prroco quien, asombrado por elempeo de los viajeros, les mostr orgulloso los cuadrosy parte de aquellos 126 kilos de plata labrada remitidospor el generoso hijo de la villa quien, no contento coneste legado, tambin envi a su patria chica dinero con-tante y sonante con destino a la reparacin de ermitas

    o a la construccin de retablos. Es ms, preocupado elcapitn por la educacin de sus paisanos, dot de subolsillo y con carcter gratuito una ctedra de gramti-ca y otra de primeras letras, sin olvidar la fundacin deuna capellana. Todo ello entre los aos 1710 y 1718.

    El mismo prroco les cont con tristeza cmo, a causade un desgraciado hurto llevado a cabo por unos des-almados en 1750, haba desaparecido una parte dellegado que, segn los documentos que se custodiabanen la parroquia, se compuso de un trono de maderaforrado en plata para el Santssimo sacramento, unaconcha de plata grande para remate de dicho trono,

    una Custodia sobredorada, dos Ciriales con seis cao-nes cada uno, una Cruz de manga grande y seis cao-nes para el asta, un guin todo de plata con su Cruz yseis caones, quarenta y ocho caones de plata para lasvaras del palio, una cruz de guatulco engarzada deplata con su peana, una caldereta e hisopo (figura 7),dos blandones para el altar mayor, doze candelerosmedianos para las gradillas del trono, un incensario consu naveta y cuchara, un Caliz y patena dorado, un plato

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    y dos vinajeras, seis candeleros llanos y dos Coronas:una grande para Nuestra Seora del rosario y otrapequea para el Nio, a los que despus se aadiranuna lmpara para el Santsimo, una psida para las for-mas sacramentales, un frontal, una concha para el bap-tisterio, un cliz con su patena dorada, una media lunapara la imagen de la Virgen ya mencionada y dos lm-para pequeas que deban alumbrar su altar. En este

    segundo envo el esplndido capitn tambin habaincluido ocho lienzos que deban ser colocados en lasnaves del templo, la sacrista y el baptisterio. El mismoprroco les ense la preciosa corona de filigrana conpiedras moradas y verdes que se haba conseguido res-catar de la ermita de la Concepcin, que en 1755 habasufrido importantes desperfectos causados por el terre-moto de Lisboa. Su presencia en Cumbres Mayorestambin se deba a la generosidad de Don Juan quien,como pudieron saber ms tarde, no haba sido el nicobenefactor de la localidad que tuvo en Don DiegoGarca Bravo, otro piadoso mecenas. Este Don Diego,

    tambin hijo de la tierra, remiti desde Mxico los cau-dales necesarios para la construccin del retablo de laVirgen de los Dolores en 1753, y en 1758 hizo llegar ala misma iglesia un magnfico conjunto formado por uncliz y un conjunto de vinajeras, campanilla y plato.

    Ante la incredulidad de nuestros viajeros el sacristn,que les acompa a la salida del pueblo a la maanasiguiente cuando, tras oir misa rodeados por todosestos testigos mudos de la largueza indiana, empren-dieron su marcha, les refiri como de pasada quehaba muchos otros lugares en la misma provinciadonde podran encontrar noticias parecidas y conocer

    de la existencia de muchos que nunca olvidaron susorgenes. Segn recordaba, todava se guardabamemoria en el pueblo de Cortegana de Don JuanVzquez de Terreros, quien haba beneficiado a laparroquia del Salvador y a la capilla de la Soledad a lolargo de varios aos -entre 1730 y 1737- con sus pre-sentes, entre otros, en forma de una custodia, doslmparas y dos blandones de plata, que tambinampli posteriormente con el envo de tres clices con

    sus patenas, otros tres juegos compuestos por vinaje-ras, campanilla y bandeja, una custodia de mano, deplata dorada y esmaltada y cuarenta y ocho caonescon los que formar las varas del palio. Don Juan sehaba desempeado como alcalde y regidor de la ciu-dad de Santiago de Quertaro, en el virreinato de laNueva Espaa, y all entraron en religin sus hijas y lmismo, tras enviudar. Los nombres de poblacionescomo Villarrasa, Moguer, Valverde del Camino,Ayamonte y muchas otras se sucedan en boca del

    sacristn como puntos donde deban dirigirse loscuriosos viajeros, pues en ellas tenan asegurada lapresencia de objetos de su inters.

    Las discusiones entre Antonio y fray Servando empe-zaron a menudear; el joven pretenda rastrear todo, yel religioso deseaba abreviar consciente de que ni suedad ni su salud le permitiran tanta mula por maloscaminos, tantas fondas de peor servicio ni tanta con-versacin con curas y sacristanes que atendan con

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    7. Acetre e hisopo. Parroquia de San Miguel Arcngel.

    Cumbres Mayores (Huelva) (Foto: AA. VV., 1994).

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    verborrea sin lmites las demandas del potosino. Habaque elegir o el tiempo de que disponan lo gastaranantes de llegar a la corte. Se encaminaron por lo tantoal convento mercedario de la granadina Baza y dirigie-ron sus pasos a la sacrista donde les esperaba unanueva sorpresa en forma de custodia de plata sobre-dorada, adornada nada menos que con veintisisesmeraldas, ocho amatistas y un granate, que haba

    llegado all por deseo expreso del obispo fray Andrsde las Navas en 1696 quien quera favorecer con ellaa su ciudad natal y al convento donde tom los hbi-tos, al que tambin enriqueci con un baldaquino deplata y seis cornucopias. El sacristn, tras mostrrselasles coment que tena noticia de que tan ilustre bene-factor haba manifestado su generosidad tambin conla parroquia de Santiago de la misma poblacin a laque haba donado otras.

    Pero cmo no se iban a detener en Sevilla?, clamabael muchacho. All al menos tendran ocasin de con-templar la magnfica donacin que haba realizado a lacatedral el arzobispo virrey de la Nueva Espaa DonJuan Antonio de Vizarrn haca veinte aos. Todoshablaban de lo impresionantes que eran los doce blan-dones de plata -que ya todo el mundo conoca comolos vizarrones- y las dos copas con sus platos de oro

    y el recado de altar que completaba el presente. Pero,adems, eran innumerables las direcciones de iglesiasy conventos donde les conduciran sus informaciones.Entre tanto tira y afloja, como siempre suceda entreellos -como prueba de su buen carcter y del deseo deno perder al compaero en mitad del camino- llegarona un acuerdo: ahora deberan seguir hacia el norte ycuando Antonio emprendiera el regreso pasara unalarga temporada en Andaluca, escudriando la pro-vincia donde sin duda se deba atesorar una buenaparte de estos legados, de los que haban conseguidotestimonios ms que elocuentes.

    Haca un ao que Antonio haba salido de su casa cuan-do se produjo su entrada en la capital del Imperio. A pri-mera vista la Villa y Corte no le caus una gran impre-sin y aunque en ella se cumpliera con tesn con todoslos pecados capitales su nimo no flaque ante las ten-taciones. Al fin y al cabo el joven llegaba de una ciudadque se tena por mula de Babilonia por la manera enque sus habitantes gastaban sus caudales en la bebida,el juego y los numerosos lupanares que se abran a cadapaso. Lo que atrajo ms su atencin fue descubrir cmose haban establecido en la ciudad unas nuevas mane-ras de relacin entre sus gentes. Por lo que pudo com-

    probar, gracias a aquellas cartas de presentacin que lediera su padre y a las que luego aadieron amigos ydeudos que le abrieron numerosas puertas, las mujereshaban abandonado el estrado, donde se reunan exclu-sivamente con otras mujeres, tal y como haba vistohacer a su madre y sus visitas, y se desenvolvan consoltura en salones donde se escuchaba msica, se conver-saba de lo divino y lo humano y se cortejaba sin recato,mezclndose hombres y mujeres. Y fue precisamente

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    8. Jos de Alcvar: Virgen de Guadalupe,Museo de Amrica (Foto: Museo de Amrica).

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    en una de estas reuniones donde conoci dos hechosque se apresur a narrar a su padre en una de esasdecenas de cartas que le escriba a cada momento; elprimero de ellos se refera a esa figura que le era tanfamiliar desde su ms tierna infancia, el arzobispoMorcillo. Uno de los contertulios, al conocer su proce-dencia, se declar dueo de grandes posesiones en elentorno del albaceteo pueblo de Villarrobledo, de

    donde era natural el arzobispo que llegara a virrey delPer tras la primera intentona que no pas de una inte-rinidad sin consumar, y le inform de que hasta all habaenviado el prelado en 1708, cuando todava era obispode Nicaragua, una magnfica custodia. La otra se referaal protagonismo que haba adquirido en la corte un talPedro Franco Dvila, natural de Guayaquil, al que el reyCarlos III haba adquirido su Gabinete de Historia Natural-con numerosos objetos de origen americano- en 1771.Instalado en el nmero 19 de la calle de Alcal, junto ala Puerta del Sol, tan slo unos meses antes de la llega-da de los dos viajeros, stos ya se disponan a hacer

    todas las gestiones necesarias para su visita.A pesar de que el asistir a estas reuniones le alejabacada vez ms de fray Servando, que se resista a parti-cipar en ellas, Antonio se sinti atrapado por elambiente que se respiraba en ellas, mientras el religio-so se recoga para poner en limpio las notas que habaido acumulando durante el viaje; estas versaban sobreun asunto que, aunque conocido por l, haba rebasa-do todas sus previsiones: la presencia de imgenes dela novohispana Virgen de Guadalupe en una gran can-tidad de parroquias, conventos e incluso casas parti-culares. Mientras se inclinaba sobre el escritorio pluma

    en mano el fraile se prometi a s mismo indagar lascausas del arraigo de esta devocin en la Pennsula(figura 8).

    Por su parte, Antonio, que ya frisaba los dieciochoaos estaba empezando a sentirse otro y en buenamedida se deba a los nuevos conocimientos que ibaadquiriendo. En otra de estas tertulias entabl conver-sacin con un buen amigo de Don Sebastin de Eslavay Lasaga, nombrado en 1739 primer virrey del recin

    creado virreinato del Nuevo Reino de Granada.Natural de Enriz en el Reino de Navarra, regres en1750 a Espaa y continu con una carrera ascenden-te que le condujo al puesto de ministro cuatro aosms tarde y desde all, desde las entraas de la corte,mand numerosos caudales a su familia en Pamplonapara la construccin de la casa familiar; sin duda esainmensa fortuna, gastada en apuntalar el prestigio dellinaje, slo podra proceder de Ultramar. Desde finales

    del siglo XVII, destacados miembros de esta familiahaban estado muy vinculados con Amrica y los resul-tados de su buena fortuna en Indias dejaron profundahuella en su tierra natal. Las noticias que le trasmitihablaban de las joyas enviadas por su to JosAmbrosio Lasaga desde Lima junto a buenos dinerosdestinados a la capilla de la Virgen del Camino enPamplona y de la presencia de otros de sus hermanosen Indias, el jesuita Jos Fermn en Quito y Rafael

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    9. Cliz. Iglesia de San Martn, Lesaca(Foto: Heredia Moreno et alii, 1992).

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    como gobernador de Valdivia en Chile y presidentegobernador y capitn general del Nuevo Reino deGranada entre 1730 y 1737. Estos datos y otrosmuchos que hablaban de presencia de Navarra enAmrica incitaron a Antonio a adelantar su salidahacia estas tierras.

    Y as se puso nuevamente en marcha, de sbito, comoarrastrado por una fuerza incontrolable. Ya dentro dela provincia de Navarra el corazn de Antonio estabaa punto de estallar. Las noticias eran tan numerosasque de nuevo haba que seleccionar, pero ahora era

    ms difcil, cmo no detenerse en Lesaca, donde hacamenos de cuarenta aos haba ido a parar nadamenos que la custodia de la catedral de Cuzco, que elcabildo -empeado en renovar parte del ajuar cate-dralicio- haba vendido a don Ignacio de Arriola yMazola, maestre de campo de la ciudad. Este bene-factor no se haba contentado con mandar en 1749tan magnfica pieza a alguna iglesia de su devocin, yaque haba incluido en su donacin la nada desdeable

    cantidad de diez mil pesos para pagar su adorno condiamantes, y, adems, seis cajones de plata labrada. Laintencin final de Don Ignacio era la de fundar un con-vento de carmelitas descalzas, algo que finalmente sellev a cabo en Lesaca, una poblacin que a cada pasoles ofreca nuevas muestras de generosidad de india-nos nacidos en ella, como Don Juan de Barreneche yAguirre que, en esta ocasin desde Santiago de los

    Caballeros en la Audiencia de Guatemala, haba man-dado a la parroquia de San Martn, y tan solo un aoantes, en 1748, un conjunto formado por: dos clices(figura 9), un copn, una naveta, una cruz procesio-nal, un altar, una custodia, un relicario y un frontal. Nocontento con estas ddivas Barreneche incluy en sudonacin veinte mil pesos con los que se deban pagarlos retablos de la parroquia.

    La generosidad de sus paisanos le llen de orgullo y unavez ms sus pensamientos empezaron a volar. Ahora,por ese puente imaginario que el cronista dise entrePotos y Madrid a base de la plata extrada del cerro,

    Antonio se transport junto a su padre. Amantsimopadre y seor mo -le deca en sus sueos- nunca pensque el viaje que me impusiste, todava recuerdo mi resis-tencia a cumplir con tus deseos, iba a enriquecer mivida de tal manera. As como entonces te supliqu paraque no me obligaras a dejar la seguridad de tu compa-a y proteccin, hoy te ruego me permitas permaneceren esta tierra tanto tiempo como me ocupe la empresaen la que estoy inmerso. Al cabo de unos meses reci-bi respuesta: su padre haba fallecido y deba regresarcon la mayor prontitud a hacerse cargo de la haciendafamiliar. Ya seran otros los que continuaran ese pere-

    grinar que l y fray Servando de la Asuncin de Marahaban iniciado.

    Llegados a este punto nuestro joven amigo, ya DonAntonio de Aldecoa, y su buen protector y mentor elfraile dominico se desvanecen como fruto de la imagi-nacin que son. No son pero bien pudieron ser.

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    10. Jos de Pez: Retrato de D. Francisco Antonio de Larrea,gobernador de Oaxaca y sus hijos, Museo de Amrica(Foto: Museo de Amrica).

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    12. Taza, Tonal (Mxico), siglo XVIII, Museo de Amrica(Foto: Museo de Amrica).

    11. Bal, Pasto (Colombia), siglo XVII, Museo de Amrica(Foto: Museo de Amrica).

    Si la devocin y el reconocimiento del favor divino

    impulsaron a numerosos indianos a hacer centena-

    res de donaciones de objetos virreinales a inconta-

    bles instituciones religiosas en toda la pennsula,

    donde todava pueden encontrarse en buena

    parte, el discurrir de sus vidas en tierras americanas

    enriqueci sus ajuares personales con otros tantos

    objetos que llegaron a Espaa como parte inte-

    grante de sus equipajes. Estas obras mantuvieron

    en las familias el recuerdo americano, hasta que el

    paso del tiempo difumin en muchos casos su pro-

    cedencia y perdi la ligazn de los herederos con

    este pasado. As, a lo largo del siglo XX, han ido

    aflorando en el mercado de arte una buena canti-

    dad de retratos familiares y pinturas de temtica

    histrica, encargadas en origen como muestra del

    engrandecimiento del linaje, piezas de mobiliario

    (figura 10) y ornamentacin, vajillas (figura 11) y

    recipientes de uso en mesas seoriales, en barro,

    en plata o en porcelana de Compaa de Indias,

    imgenes de devociones familiares destinadas a

    capillas domsticas, y muchas otras. Una parte

    importante de estos objetos ha ido configurando

    las colecciones virreinales del Museo de Amrica y

    otros muchos salen de Espaa con demasiada fre-

    cuencia, dejando tras de s los jirones de una histo-

    ria rota en mil pedazos.

    Al mismo tiempo el Museo de Amrica comparte

    con otras instituciones espaolas la custodia de

    aquellas obras que llegaron a la pennsula desde el

    comienzo de los descubrimientos y las conquistas,

    como muestras de la construccin de una nueva

    sociedad, la virreinal, que se desvelaba a cada

    paso. Primero fueron presentes que hablaban de la

    pericia artesanal y artstica de los indgenas -los

    naturales- que con la evangelizacin deban

    adquirir la perfeccin ltima aunando lo material

    con lo espiritual, despus fueron envos que los

    criollos - los hijos de la tierra- mandaban a la

    metrpoli como mensajeros de significados que

    aludan a la forja de una identidad americana, y

    finalmente viajaron como producto de la necesi-

    dad de redescubrir un continente que ya se prepa-

    raba para soltar las amarras de la metrpoli.

    A lo largo de aos los monarcas y las altas autori-

    dades civiles y religiosas de la pennsula fueron los

    destinatarios de la mayora de estos presentes.Con ellos Amrica se code con Europa en los

    salones de palacio y en la catedral primada y entr

    a formar parte de la humanidad que se estudiaba

    y exhiba en los gabinetes cientficos.

    O tr os c am in os d el r te V ir re in al e n E sp a a

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    Los lectores de este itinerario podrn comprobar la veracidadde los datos que se citan con la consulta de esta bibliografa,que al mismo tiempo les ayudar a realizar sus propios itine-rarios virreinales por toda Espaa:

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