FRENESÍ de Maya Banks - Primer Capítulo

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Ash, Jace y Gabe son tres de los hombres más poderosos de la ciudad y están acostumbrados a conseguir todo lo que desean. Todo. En lo que respecta al sexo, Ash McIntyre siempre ha explorado su lado más salvaje, llevando sus relaciones al extremo y sin comprometerse emocionalmente de ninguna manera. Exige tener en sus manos el control y prefiere a mujeres pasivas, a las que les gusta ser dominadas, y que incluso ha llegado a compartir con su amigo Jace. Sin embargo, ahora Jace mantiene una relación con una mujer que no está dispuesto a compartir y Gabe está con alguien que le da todo lo que quiere. Los cambios en la vida de sus mejores amigos hacen que Ash se sienta por primera vez inquieto y frustrado. Es en ese momento cuando conoce a Josie, quien parece inmune a sus encantos y a su cuenta bancaria. Intrigado, la cortejará con la convicción de que Josie no conseguirá resistírsele. Lo que nunca imaginó es que la mujer que se atreve a decirle "no" será la que lo llevará al límite de su deseo.

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Capítulo uno

Ash McIntyre se encontraba en el paseo asfaltado de BryantPark, de pie y con las manos en los bolsillos de sus pantalonesmientras respiraba el aire primaveral de Nueva York. Todavíahacía fresco, pese a que el invierno se acababa y la primaveratomaba su lugar. A su alrededor la gente estaba sentada en losbancos y en las sillas que había junto a unas pequeñas mesasmientras tomaban un café, trabajaban con sus portátiles o es-cuchaban música con sus iPod.

Era un día precioso, aunque él no solía deleitarse en cosasvanas como pasear por un parque, o incluso simplemente estaren un parque, sobre todo durante horas de trabajo cuando so-lía estar atrincherado en su oficina, al teléfono o mandando co-rreos electrónicos o preparando algún viaje. Él no era de esetipo de hombre que se «para a oler las rosas», pero ese día sesentía inquieto y reservado, tenía muchas cosas en la cabeza yal final había llegado allí sin siquiera darse cuenta de que habíaterminado en el parque.

La boda de Mia y Gabe sería en unos pocos días y su socioestaba que se subía por las paredes con todos los preparativospara asegurarse de que Mia tuviera la boda de sus sueños. ¿YJace? Su otro mejor amigo y socio estaba comprometido con sunovia, Bethany, lo que significaba que sus dos amigos estabanmás que ocupados.

Cuando no trabajaban, se encontraban con sus mujeres, yeso quería decir que Ash no los veía excepto en la oficina y enlas pocas ocasiones en que todos se reunían después del tra-bajo. Aún eran cercanos, y Gabe y Jace se habían asegurado deque su amistad continuaba siendo sólida al incluirlo a él en susahora diferentes vidas. Pero no era lo mismo. Y aunque era

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bueno para sus amigos, Ash aún no había terminado de asumirlo rápido que todas sus vidas habían cambiado en los últimosocho meses.

Era raro y condicionante, aunque no fuera su vida la quehubiera cambiado. No es que no se alegrara por sus amigos.Ellos eran felices, y eso lo hacía feliz a él, pero por primeravez desde el comienzo de su amistad ahora era él el que pare-cía un intruso.

Sus amigos se lo discutirían con vehemencia. Ellos eran sufamilia, mucho más que su propia familia de locos a los que sepasaba la mayor parte de su tiempo evitando. Gabe, Mia, Jace yBethany, pero sobre todo y especialmente Gabe y Jace, nega-rían que Ash fuera un intruso. Ellos eran sus hermanos en loque de verdad importaba. Más que la sangre. Su vínculo erairrompible. Pero eso había cambiado, así que en realidad sesentía como un intruso. Aún formaba parte de sus vidas, perode una manera mucho más pequeña y diferente.

Durante años su lema había sido juega duro y vive libre.Estar en una relación cambiaba a un hombre. Cambiaba susprioridades. Ash lo entendía, lo pillaba. Tendría peor opiniónde Gabe y Jace si sus mujeres no fueran su prioridad, pero esodejaba a Ash solo. La tercera rueda de una bicicleta. Y no erademasiado cómodo.

Era especialmente difícil porque, hasta Bethany, Ash y Jacehabían compartido a la mayoría de las mujeres. Casi siemprese habían tirado a las mismas mujeres. Sonaba estúpido decirque Ash no sabía cómo comportarse fuera de una relación atres, pero era así.

Se sentía tenso e inquieto, como en busca de algo, solo queno tenía ni idea de qué. No era que quisiera tener lo que Gabey Jace tenían, o a lo mejor sí y se negaba a reconocerlo. Solo sa-bía que no parecía él y que no le gustaba ese hecho.

Él era una persona centrada. Sabía exactamente lo que que-ría y tenía el poder y el dinero necesarios para conseguirlo. Nohabía mujer que no estuviera más que dispuesta a darle a Ashlo que quería o necesitaba. ¿Pero de qué servía cuando no teníani idea de lo que era?

Paseó su mirada por el parque y se fijó en los carritos de be-bés que empujaban las madres o sus niñeras. Intentó imagi-

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narse a sí mismo con niños y casi le entraron escalofríos desolo pensarlo. Tenía treinta y ocho años, a punto de cumplirtreinta y nueve, edad en la que la mayoría de los hombres yahabían sentado la cabeza y tenido descendencia. Pero él se ha-bía pasado todos sus veinte y una gran parte de sus treinta tra-bajando duro con sus socios para hacer que su negocio llegaraa donde ahora se encontraba. Sin recurrir al dinero de su fami-lia ni sus contactos y, especialmente, sin su ayuda.

Quizás esa era la razón por la que lo odiaban tanto, porqueles había sacado el dedo y básicamente les había dicho que sefueran a tomar por culo. Pero su mayor pecado fue tener máséxito sin ellos. Tenía incluso más dinero y poder que el viejo, suabuelo. Y siguiendo esa misma línea, ¿qué había hecho el restode su familia además de vivir de la riqueza del viejo? Su abuelovendió su negocio cuando Ash aún era un niño. Nadie de su fa-milia había trabajado un solo día de sus vidas.

Sacudió la cabeza. Todos ellos eran unas asquerosas san-guijuelas. No los necesitaba. Estaba convencido de que no losquería en su vida. Y ahora que los había superado —y a suabuelo— estaba más seguro aún de que no iba a dejar quevolvieran a su vida para que pudieran vivir a costa de sus be-neficios.

Se dio la vuelta para marcharse porque tenía cosas que ha-cer que no incluían precisamente estar de pie en un malditoparque reflexionando como si necesitara un psicólogo. Teníaque recuperar los hilos de su vida y empezar a centrarse en loúnico que no había cambiado, el negocio. HCM Global Resortstenía proyectos en diferentes etapas de trabajo. El del hotel deParís ya estaba cerrado tras haber tenido que trabajar rápidopara reemplazar a los inversores que se habían echado atrás.Las cosas se estaban moviendo y progresaban bien. Ahora noera el momento de relajarse, especialmente cuando Gabe y Jaceno le podían dedicar al trabajo el mismo tiempo que le habíandedicado en el pasado. Ash era el único al que su vida personalno le distraía, así que tenía que hacerse cargo del chiringuito.Tenía que hacer el trabajo extra de sus amigos para que ellospudieran disfrutar y tener una vida fuera del trabajo.

Cuando volvía en la misma dirección por la que había ve-nido vio a una mujer joven sentada, sola, en una de las mesas

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que había fuera en la acera de una de las calles principales. Ashse paró a medio camino y dejó que su mirada se posara másaún en ella y en su físico. Tenía el pelo largo y rubio, que semovía con la brisa y revelaba un rostro asombrosamente pre-cioso con unos ojos arrebatadores que podía ver incluso desdela distancia a la que se encontraba.

Llevaba una falda larga que se arremolinaba con el viento ydejaba a la vista gran parte de su pierna. Unas sandalias conpiedrecitas adornaban sus pies y Ash pudo ver la laca de uñasrosa que llevaba además de un anillo que brillaba cuando mo-vía el pie para cambiar de postura. El sol se reflejaba en la tobi-llera plateada que portaba, que no hacía otra cosa que atraermás la atención hacia su pierna esbelta.

Estaba ocupada dibujando; el ceño lo tenía fruncido de laconcentración mientras su lápiz volaba sobre la página, y a sulado descansaba una enorme bolsa llena hasta arriba con unmontón de papeles encima.

Pero lo que más llamó su atención fue la gargantilla quellevaba alrededor del cuello. No le pegaba. E hizo esa deducciónal instante. La llevaba ajustada y caía en el hueco de su delicadagarganta. Pero no le pegaba. No la reflejaba a ella para nada.

Resultaba ordinaria en ella. Una gargantilla de diamante,obviamente cara y probablemente no de imitación, pero no ibacon su apariencia. Destacaba, no encajaba. Le picaba la curiosi-dad porque, cuando veía una pieza de joyería como esa en unamujer, para él significaba algo totalmente diferente que para elresto de la gente y se moría de curiosidad por saber si era uncollar de sumisa o si era simplemente un adorno que ellamisma había elegido. Si era un collar, el hombre que lo habíaelegido para ella había hecho un pésimo trabajo. El hombre nola conocía, o quizás no le importaba que tal significativo orna-mento fuera con la mujer a la que llamaba suya.

Si Ash podía hacer tal juicio tras haberla estudiado apenasun momento, ¿cómo narices no podía ver lo mismo el hombreque le hacía el amor? Quizás el collar era más un reflejo de sudominante, lo cual era estúpido y arrogante. Un collar deberíarepresentar su afecto y cuidado hacia su sumisa, lo compene-trado que estuviera con ella, y debería ir con la mujer que lollevaba.

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Estaba haciendo un montón de suposiciones. Podría ser unasimple gargantilla que la mujer hubiera elegido para ellamisma. Pero para un hombre como Ash, esa pieza de joyeríasignificaba mucho más y no era un simple accesorio.

No tenía ni idea de cuánto tiempo llevaba observándola,pero, como si ella hubiera sentido su mirada, levantó la ca-beza para encontrarse con ella y abrió los ojos como platos almismo tiempo que algo parecido al miedo se apoderaba de laexpresión de la joven. Luego cerró el bloc de dibujo apresura-damente y comenzó a meterlo en la bolsa. Se medio levantó,aún metiendo cosas en esa bolsa enorme, y Ash se dio cuentade que se estaba yendo.

Antes de que fuera consciente de ello, se precipitó hacia de-lante, intrigado. La adrenalina le recorría las venas. La caza.Curiosidad. Reto. Interés. Quería saber quién era esa mujer yqué significaba ese collar que llevaba.

E incluso mientras se acercaba a ella con paso largo sabíaque si efectivamente significaba lo que pensaba, estaba en-trando en el territorio de otro hombre, pero no le importaba enlo más mínimo.

Cazar a la sumisa de otro dominante era una de esas nor-mas no escritas del mundillo, pero a Ash nunca se le habíandado bien las normas. Al menos las que él no había escrito. Yesta mujer era preciosa. Intrigante. Y quizás exactamente loque él estaba buscando. ¿Cómo iba a saberlo si no hablaba conella antes de que se fuera?

Estaba casi encima de ella cuando la joven se dio la vuelta,con la bolsa en la mano, obviamente preparada para alejarse, ycasi lo atropelló. Sí, estaba invadiendo su espacio. Tendríasuerte si no salía gritando por el parque; probablemente pare-cería un loco acosador a punto de atacar.

Oyó la rápida respiración de la mujer mientras daba unpaso hacia atrás, lo que provocó que la bolsa se estrellara con lasilla que había dejado libre. La enorme bolsa se abrió, soltán-dose del cierre que la mantenía cerrada y el contenido se des-parramó por el suelo. Los lápices, pinceles y papeles salieronvolando por todas partes.

—¡Mierda! —murmuró ella. Se agachó de inmediato para recoger los papeles y él persi-

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guió uno que había salido volando con el viento y se encon-traba a unos metros de distancia.

—Yo los cogeré —dijo ella—. Por favor, no se moleste.Ash cogió el dibujo y se lo devolvió.—No es ninguna molestia. Siento haberla asustado. Ella soltó una risotada nerviosa a la vez que extendía el

brazo para coger el papel.—Sí que lo hizo.Ash bajó la mirada y observó el dibujo mientras empezaba

a tendérselo a ella, pero luego parpadeó cuando se vio a símismo en él.

—¿Qué demonios es esto? —murmuró, ignorando susapresurados intentos por hacerse con el dibujo.

—Por favor, devuélvamelo —dijo con una voz suave yapremiante.

Sonaba asustada, como si él fuera a perder los papeles, peroAsh estaba más fascinado con el pequeño trozo de piel del cos-tado que había quedado a la vista cuando había alargado lamano para coger el papel.

En su costado derecho, Ash entrevió un tatuaje vibrante ylleno de colores, como ella. El breve vistazo que había echado ledecía que era floral, casi como una vid, y que se extendía mu-chísimo más por su cuerpo. Ojalá hubiera podido verlo más,pero ella bajó el brazo y el borde de su camiseta volvió a colo-carse junto a la cinturilla de la falda, privándolo de una vistamás a fondo.

—¿Por qué me estabas dibujando? —preguntó con curio-sidad.

El color invadió sus mejillas y se sonrojó. Tenía una pielclara, apenas bronceada por el sol, pero con su pelo y esos in-creíbles ojos azul aguamarina era preciosa. Esa mujer era pre-ciosa. Y evidentemente tenía mucho talento.

Lo había dibujado perfectamente. No había tenido dificul-tad ninguna en reconocerse a sí mismo en el dibujo a lápiz. Suexpresión pensativa, la mirada distante de sus ojos. Lo habíadibujado mientras había estado de pie en el parque, con las ma-nos metidas en los bolsillos. Ese momento de reflexión era másque evidente en el dibujo. El que una extraña hubiera podidocapturar su estado de ánimo en unos pocos segundos lo hizo

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sentirse vulnerable. Sobre todo, que lo hubiera captado en esemomento y que hubiera reconocido lo que Ash le escondía alresto del mundo.

—Fue un impulso —se defendió—. Dibujo a un montón degente. Cosas. Lo que sea que llame mi atención.

Él sonrió sin apartar su mirada de la de ella en ningún mo-mento. Sus ojos eran tan expresivos, tan capaces de dejar sinsentido a un hombre. Y esa maldita gargantilla lo miraba, ten-tándolo con un montón de posibilidades.

—Así que estás diciendo que te he llamado la atención.Ella se sonrojó otra vez. Era un sonrojo lleno de culpabili-

dad, pero que decía mucho más. Lo había estado examinandotanto como él lo había hecho con ella. Quizás de forma mássutil, aunque la sutileza nunca había sido uno de sus puntosfuertes.

—Parecías fuera de lugar —soltó de repente—. Tienesunos rasgos fuertes. Me moría por plasmarlos en un papel. Tie-nes un rostro interesante y era obvio que tenías muchas cosasen la cabeza. Encuentro a la gente mucho más abierta cuandocreen que nadie los está observando. Si hubieras estado po-sando, la imagen no habría sido la misma.

—Es muy bueno —contestó lentamente mientras bajaba lamirada una vez más hasta el dibujo—. Tienes mucho talento.

—¿Me lo puedes devolver? —preguntó—. Llego tarde.Él volvió a levantar la mirada y arqueó las cejas a modo de

interrogación.—No parecías tener prisa hasta que me viste acercarme a ti.—Eso era hace unos minutos, y no llegaba tarde entonces.

Ahora sí.—¿Adónde llegas tarde?Ella frunció el ceño con consternación y luego sus ojos re-

flejaron enfado.—No creo que eso sea de tu incumbencia.—Ash —dijo cuando ella se paró al final—. Me llamo Ash.Ella asintió pero no repitió su nombre. En ese momento

Ash habría dado lo que fuera por escuchar su nombre en suslabios.

Alargó una mano y pasó los dedos por encima del collarque adornaba su cuello.

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—¿Tiene esto algo que ver con lo de llegar tarde?Ella retrocedió y frunció con más ahínco el ceño.—¿Tu dominante te está esperando?Ella abrió los ojos como platos y posó los dedos automáti-

camente en el collar, justo en el mismo sitio donde los dedos deAsh habían estado segundos antes.

—¿Cómo te llamas? —preguntó al ver que ella seguía ensilencio—. Yo me he presentado. Lo cortés sería que tú hicieraslo mismo.

—Josie—dijo en apenas un susurro—. Josie Carlysle. —¿Y a quién perteneces, Josie?Ella entrecerró los ojos y agarró la bolsa al mismo tiempo

que echaba dentro el resto de lápices que quedaba.—A nadie.—Entonces, ¿he malinterpretado el significado del collar

que llevas? Josie se llevó los dedos hasta el collar otra vez y eso impa-

cientó a Ash. Quería quitárselo. No era el adecuado para ella.Un collar debería ser minuciosamente escogido para una su-misa. Algo que fuera con su personalidad. Algo que estuvierahecho especialmente para ella. Y no para cualquier mujer.

—No lo has malinterpretado —dijo con una voz ronca quele provocó unos escalofríos que le recorrieron la espalda. Solocon su voz podría seducir a un hombre en cuestión de segun-dos—. Pero no pertenezco a nadie, Ash.

Y ahí estaba. Su nombre en sus labios. Le llegó muyadentro y le invadió de una satisfacción inexplicable. Queríaoírlo otra vez, cuando estuviera dándole placer, cuando tu-viera sus manos y su boca sobre su cuerpo y le sonsacaratoda clase de suspiros.

Él arqueó una ceja.—¿Entonces eres tú quien malinterpreta el significado de

ese collar?Ella se rio.—No, pero yo no le pertenezco. Yo no pertenezco a nadie.

Era un regalo, uno que yo elegí llevar. Nada más. Ash se inclinó hacia delante y esta vez ella no retrocedió.

Fijó su mirada en él, llena de curiosidad e incluso de excitación.Ella lo sentía también. Esa atracción magnética que había entre

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ellos. Tendría que estar ciega o en una fase de negación abso-luta para no sentirlo.

—Si llevaras mi collar, sabrías más que de sobra que meperteneces —gruñó—. Y lo que es más, no te arrepentirías deningún momento en el que te ofrecieras a mí por completo. Siestuvieras bajo mi cuidado, claramente me pertenecerías. Nocabría ninguna duda. Y tú no dudarías siquiera un segundo enresponder quién es tu dominante. Ni siquiera dirías que es unregalo como si no fuera nada más que una pieza de joyería es-cogida con prisas. Significaría algo, Josie. Joder, lo significaríatodo, y tú lo sabrías.

Ella abrió los ojos como platos y luego se volvió a reír. Unbrillo se instaló en sus ojos.

—Entonces es una pena que no te pertenezca.Dicho eso, dio media vuelta y se alejó apresuradamente con

la bolsa colgada del hombro dejándolo ahí de pie aún con el di-bujo que había hecho de él.

La observó mientras se marchaba. El pelo se le deslizabapor la espalda y se levantaba debido al viento, y las sandalias yla pulsera del tobillo brillaban cuando se movía. Luego bajó lamirada hacia el dibujo que tenía en la mano.

—Sí que es una pena, sí —murmuró.

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Capítulo dos

Ash se encontraba sentado en su oficina, con la puerta ce-rrada, pensando en el informe que tenía frente a él. No era undocumento para la empresa. No era ninguna tabla financiera.Ningún correo electrónico que tuviera que responder. Era undocumento sobre Josie Carlysle.

Había actuado rápido y le había pedido un favor a la mismaagencia a la que había recurrido para investigar a Bethany, quehabía cabreado a Jace seriamente por entonces. Eran buenos y,más importante aún, eran rápidos.

Tras su encuentro con Josie en el parque, no había po-dido quitársela de la cabeza. No había podido hacer desapa-recer esa fijación que tenía con ella. No estaba siquiera se-guro de cómo llamarlo, solo sabía que estaba actuando comoJace cuando conoció a Bethany por primera vez, y Ash nohabía tardado ni un segundo en hacerle saber a su amigo desu estupidez y de la precipitación de sus acciones entonces.¿Qué pensaría Jace si supiera que Ash estaba básicamenteacosando a Josie?

Jace pensaría que había perdido la cabeza por completo. Taly como Ash había pensado que Jace había perdido la suya —yrealmente la había perdido por completo— con Bethany.

Según el informe, Josie tenía veintiocho años. Una estu-diante de arte ya graduada que vivía en un estudio en el pri-mer piso de un edificio de arenisca en el Upper East Side. Elapartamento estaba alquilado a su nombre, y no a otro hom-bre. De hecho, había poca evidencia en el informe de la pre-sencia de este otro hombre más que cuando llegaba a reco-gerla en diferentes intervalos de tiempo. El informe soloreflejaba unos pocos días, ya que era justo el tiempo que ha-

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bía pasado desde que Ash conociera a Josie e inmediatamentepidiera la información.

Pasaba tiempo en el parque con bastante frecuencia, dibu-jando y pintando. Algunos de sus trabajos estaban expuestosen una pequeña galería de arte en Madison, pero no había ven-dido nada al menos durante el tiempo que Ash había tenidogente vigilándola. También diseñaba joyería hippie y tenía unapágina web y una tienda online donde la gente podía comprarsus artículos hechos a mano.

Todas las pruebas apuntaban a que era un espíritu libre.No tenía horario fijo de trabajo; iba y venía cuando quería.Aunque solo habían pasado unos pocos días, parecía quetambién era una solitaria. Este tipo no la había visto con na-die más que con el hombre que Ash suponía que era su do-minante.

No tenía sentido para él. Si Josie fuera suya, estaba claroque él no pasaría tan poco tiempo con ella, ni ella estaría solatanto tiempo. Le daba la sensación de que Josie era otra más enla lista de ese tío y que, o bien él, o ella, no se tomaba la rela-ción tan en serio.

¿Era todo un juego?No es que Ash tuviera nada en contra de que la gente hi-

ciera lo que le diera la real gana, pero en su mundo la sumisiónno era un juego. Lo era todo. Él no jugaba juegos. No teníatiempo para ellos, y, simplemente, lo cabreaban. Si una mujerno estaba segura de lo que hacía, entonces no estaría con él. Siquerían jugar a ser sumisas, y a un juego de rol mono dondesolo lo iban a sacar de quicio para poder ganarse un castigo,cortaba la relación de raíz.

Aunque la mayoría de las mujeres con las que se habíaacostado había sido con Jace. Ellos tenían sus reglas. Las muje-res sabían dónde se estaban metiendo desde el principio. Be-thany había sido la que había cambiado el juego por completo,y la que había roto las reglas. Jace no la había querido compar-tir, y Ash lo entendía. No lo hizo al principio, pero ahora sí. Sinembargo, eso no significaba que no echara de menos esa cone-xión que tenía con su mejor amigo.

Por otro lado, con Jace fuera del mapa, Ash estaba única yexclusivamente al mando. No tenía que preocuparse de arro-

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llar a su amigo, de enfadarlo ni de jugar bajo las reglas de otroque no fueran las suyas propias.

Eso se le antojaba atractivo. Muchísimo. Siempre había sa-bido que la gente malentendía su personalidad. Al mirarlos alos tres, a Gabe, Jace y Ash, la gente asumía que Ash era el des-preocupado. Un tío al que todo le daba igual. Relajado. Quizásincluso hasta un pelele.

Todos estaban equivocados. De todos ellos, él era el más intenso, y eso lo sabía de buena

tinta. Se había contenido cuando él y Jace estaban con la mismamujer, porque sabía que él lo llevaría todo mucho más lejosde lo que Jace lo haría nunca. Así que jugaba bajo las normas deJace y mantenía esa parte de sí bajo control. Esa parte que to-maría las riendas por completo. Aunque nunca había habidoninguna mujer que lo hubiera tentado tanto como para dejaresa parte de sí libre.

Hasta ahora.Y era estúpido. No conocía a Josie. Sabía sobre ella, sí. El in-

forme era detallado, pero no la conocía realmente. No sabía si-quiera si ella respondería a lo que Ash le quería dar. A lo quepretendía tomar de ella.

Eso era lo importante. Lo que él iba a coger de ella. Porqueiba a ser mucho. Él daría mucho, pero sus exigencias podríanparecer extremas hasta a alguien bien versado en el estilo devida que él llevaba.

Volvió a mirar el informe y ponderó cuál iba a ser su si-guiente movimiento. Ya tenía un hombre vigilándola. La ideade que estuviera sola tanto tiempo le molestaba. No es que nocreyera que estuviera bien que una mujer hiciera todo lo quequisiera sola en la ciudad. Pero le molestaba porque era Josie. Ymucho. ¿Tendría una mínima idea su supuesto dominante dedónde estaba ella durante el día? ¿Le ofrecía su protección? ¿Osimplemente quedaba con ella cuando quería tener a alguien aquien follarse?

Un ligero gruñido se apoderó de su garganta y él se lotragó. Necesitaba calmarse y recuperar su concentración. Esamujer no era nada para él. Pero, incluso al mismo tiempo quelo pensaba, sabía que era mentira. Ella era algo. Solo que él notenía claro el qué todavía.

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