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Rendida

Maya Banks

Traducción deScheherezade Surià López

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RENDIDAMaya Banks

Una terrible infancia ha hecho de Silas el hombre que es hoy en día: peligroso, desconfiado, exigente. Ha vivido en unasoledad autoimpuesta, convencido de que ninguna mujer aceptaría su necesidad de control absoluto, tanto en losnegocios como en el placer… Hasta que una joven violinista entra en uno de sus edificios y en su vida al mismotiempo.

Hayley se ha esforzado por cumplir los deseos de su moribundo padre: estudiar en una prestigiosa escuela de músicade Nueva York. Pero aun con dos trabajos, es incapaz de afrontar todos los gastos que esto le supone. Entreesperanzas y lágrimas, Hayley encuentra ayuda y comprensión en Silas, quien le ofrece su protección.

Pero conforme Hayley va aceptando las demandas de Silas con amor y gratitud, él se verá sobrepasado por su bondady su pasión.

ACERCA DE LA AUTORAMaya Banks ha aparecido en las listas de best sellers del New York Times y USA Today en más de una ocasión conlibros que incluyen géneros como romántica erótica, suspense romántico, romántica contemporánea y románticahistórica escocesa. Vive en Texas con su marido, sus tres hijos y otros de sus bebés. Entre ellos se encuentran dosgatos bengalís y un tricolor que ha estado con ella desde que tuvo a su hijo más joven. Es una ávida lectora deromántica y le encanta comentar libros con sus fans, o cualquiera que escuche. Maya disfruta muchísimointeractuando con sus lectores en Facebook, Twitter y hasta en su grupo Yahoo!

@maya_banksFacebook: AuthorMayaBankswww.mayabanks.com

ACERCA DE LA OBRADespués del éxito arrollador de las trilogías Sin aliento y Rendición, llega Rendida, última entrega de Los ejecutores, lanueva trilogía erótica de Maya Banks, que se inició con Sometida y Dominada.

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Índice

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1

Hayley Winthrop caminaba de mal humor por aquella ajetreada acera de Manhattan,con el ánimo por los suelos al ver lo mucho que había tenido que andar desde suantiguo piso al lado de la escuela de música en la que estaba matriculada a tiempoparcial… de momento. Miró hacia arriba con aprensión y suspiró, pensando que lasnubes que empezaban a cubrir el cielo y arruinaban ese espectacular día de primaveraeran un reflejo de su ánimo. No había cogido el paraguas porque no tenía pensado ir tanlejos en su búsqueda de un piso nuevo en el que alojarse y, además, no habíananunciado lluvia. Era cosa de su suerte. Mala, como siempre. Ser una eterna optimistaempezaba a exasperarla, sobre todo tras haberse topado una vez tras otra con auténticasdosis de cruda realidad.

Dentro de unos días no tendría dónde vivir ni posibilidades de encontrar otro sitioque pudiera permitirse con su presupuesto ajustado. Cuando por casualidad encontró unpiso del que cuidar supo que no sería algo permanente, pero por lo menos esperabadisponer de unos meses más antes de tener que mudarse. Por desgracia, lospropietarios, una pareja de ancianos muy amables, mecenas de la escuela de música ala que Hayley asistía, habían tenido que interrumpir su viaje a Europa porque la mujerhabía enfermado y su marido quería llevarla a casa para que la atendiera el médico dela ciudad.

Se disculparon e incluso se ofrecieron a ayudarla a encontrar otro sitio en el quevivir, pero sería prácticamente imposible encontrar algo que pudiera permitirse ahora,además de que no podía —ni quería— aceptar más ayuda. Habían sido muy amablescon ella, y la idea de aprovecharse de su generosidad la ponía enferma. Tenía suorgullo. Tal vez más de lo deseable, sobre todo dadas sus circunstancias desesperadas,pero estaba decidida a salir adelante y cumplir la promesa que le hizo a su padre en sulecho de muerte: cumpliría su sueño de asistir a la prestigiosa escuela de música de laciudad de Nueva York. Un sueño que él pensó que había facilitado contratando unapóliza de seguro a un precio desorbitado para que cuando ya no estuviera, ella lotuviera todo aunque él no viviera para cuidarla.

Sentía el escozor de las lágrimas. Su padre, con la mejor de las intenciones, uncorazón de oro y un orgullo inmenso por su única hija, se dejó embaucar por unestafador que le vendió un seguro de vida con más excepciones y agujeros en la letrapequeña que un queso gruyer. Al morir, a ella solo le quedó el consuelo de que su padrenunca sintió la vergüenza y la humillación de darse cuenta de que el dinero que él nopudo gastarse no había servido para nada. Aquel despojo humano se había aprovechadode él y le había prometido que estaba haciendo lo correcto mientras, en sus narices, lesacaba hasta el último centavo de sus pocos ahorros.

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Y mientras su padre yacía enfermo en la cama, más cerca de la muerte cada día, lehizo prometer que iría a Nueva York y perseguiría su sueño de ser violinistaprofesional, aunque ella no dejaba de protestar. Le decía que se negaba a dejarlo solo,que lucharían para sobrevivir. Juntos. Ella le juró que no se apartaría de su lado y queno había nada más importante que su lucha, que superara la enfermedad y ganara esabatalla. Solo entonces perseguiría su sueño. Pero no a expensas de la salud y la vida deél. Trabajaría en dos o tres sitios, lo que fuera para proporcionarle los cuidados que supadre tanto necesitaba, pero él no quería ni oír hablar del tema. Se negó en redondo y ledijo lo que su madre hubiera querido y que le había prometido en su lecho de muerte: seaseguraría de que los sueños de su pequeña se hicieran realidad, aunque fuera lo últimoque hiciera.

Al final, ella no tuvo más remedio que acceder, aunque odiaba la idea de mudarse ala ciudad mientras a su padre lo habían trasladado al hospital de cuidados paliativos.Hayley no quería estar lejos de él, pero su padre no quería que lo viera morir, quesiguiera viendo cómo se consumía hasta quedar reducido a nada. La última noche quepasaron juntos, le pidió que tocara y ella estuvo toda la noche, tocando el violínmientras él perdía y recuperaba la consciencia, con una sonrisa en el rostro a pesar deldolor incapacitante que sabía que sentía cada vez que respiraba.

Al llegar la mañana, ella lo besó en la frente; no podía parar de llorar mientras sedespedía de él entre susurros y este, en un momento de lucidez y fuerza inauditas, laestrechó entre sus brazos y le dijo con voz ronca que la quería y que ya lo había hechosentir orgulloso, pero que era hora de desplegar las alas y cumplir sus sueños.

Dos días después de llegar a Nueva York, la enfermera de su padre la llamó paradecirle que había muerto y que sus últimas palabras habían sido dedicadas a ella, dijolo orgulloso que estaba de que por fin siguiera su sueño y que él ya podía descansar enpaz y unirse a su amada esposa ahora que su hija tenía la vida encarrilada.

Se mordió el labio para contener las lágrimas de dolor que amenazaban con caer.Recelosa, miró de nuevo al cielo y vio que las nubes cubrían lo que había empezadosiendo un día soleado, aunque, por el momento, no había caído ni una sola gota. Tal veztuviera suerte. Tenía que volver. Tenía un buen trecho hasta su piso y siempre que podíaiba andando a los sitios para no gastar. El metro no era excesivamente caro, pero debíaahorrar hasta el último centavo.

¿A quién quería engañar dedicando días enteros y las horas libres entre clases y losvarios trabajos temporales que podía encontrar, pateando las calles en busca de un pisoasequible? En Manhattan no había alquileres a precio razonable y la posibilidad debuscar piso compartido estaba descartada porque el único momento en que podíapracticar su amada música era por la noche, después de salir del último turno, y soloparaba para poder dormir unas horas antes de las clases a primera hora de la mañanadel día siguiente.

Estaba a punto de dar media vuelta para regresar por donde había venido cuando

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reparó en un edificio más bajo entre dos mucho más imponentes, de al menos treintaplantas de altura. Era un bloque de pisos que, aunque modesto, estaba muy bienconservado dada su evidente antigüedad. Tenía cinco plantas, quizá seis, si había unsótano con salida a la calle como en tantos otros edificios.

No había ningún cartel que indicara que tuvieran pisos vacíos, claro que para lamayoría de los pisos —sobre todo en las zonas más seguras de la ciudad— no hacíanfalta anuncios. En realidad, solían tener listas de espera muy largas. Pero, bueno, ¿quéera lo peor que podrían decirle que no hubiera oído ya? O no había pisos disponibles osi los había, el alquiler era tan caro que ni siquiera trabajando en seis sitios distintospodría costearse el estudio más pequeño.

Aun así, frente a la entrada en la que había un cartel que indicaba que la oficina deadministración estaba dentro, dudó; no sabía cuánta decepción más podía soportar en undía. Pero saber que solo le quedaban tres hasta quedarse sin casa la hizo reaccionar.Respiró hondo, llamó al timbre y empujó la puerta cuando abrieron.

Miró el vestíbulo vacío y se quedó perpleja ante la sorpresa que se llevó. A pesardel aspecto desgastado de la fachada, el interior tenía un aire actualizado sin pasarse demoderno. Era cálido y acogedor; un sitio en el que se sentiría a gusto enseguida.

«No te ilusiones, que recibes un chasco detrás de otro». ¿Por qué esta vez iba a serdistinto?

Cuando del despacho del vestíbulo salió un hombre mayor, Hayley esbozó su sonrisamás cálida y optimista en un intento de atenuar tanto su esperanza como sudesesperación.

Fresco como una rosa después de la ducha, Silas entró en el salón, o centro decontrol, término que parecía más apropiado. Desde allí tenía una vista de pájaro nosolo de su bloque de pisos, sino de las calles que rodeaban el edificio. Después de quemeses atrás secuestraran a Evangeline, la ahora esposa de su socio y hermano, habíaampliado la zona de seguridad instalando cámaras en la calle que abarcaban más alláde la zona que rodeaba sus dominios.

Había sobrepasado su hora de levantarse, antes del amanecer, porque un problema dela noche anterior lo había hecho trabajar hasta bien entrada la madrugada. Así pues,ahora se vestía a toda prisa para informar a Drake de que se había ocupado del asunto.Seguramente Drake ya lo sabía, pero querría los detalles de todos modos.

Se detuvo a echar un vistazo al monitor que grababa la administración y a cualquieraque entrara en el edificio.

Había una muchacha en el vestíbulo, visiblemente nerviosa e incómoda. Silas corrióhasta la cámara que enfocaba esa zona y se sentó para observar mejor a la chica.

Era imponente. Tenía un aspecto impresionante que haría que cualquiera frenara enseco y se volviera para mirarla hasta dos y tres veces. Lucía una larga melena azabachey sus increíbles ojos azules eran del color del océano un mediodía de cielo despejado.

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Y era joven. Parecía demasiado joven e inocente para fijarse en un hombre como él,como Silas. Mirando a esta bella desconocida sentía como si tuviera cien años por elpeso de todo lo que había visto y hecho en la vida.

—Mire… yo… quería saber si tenían algún piso vacío para alquilar —preguntó lamujer, indecisa.

Silas se preguntó si sería consciente de que la esperanza le encendía la mirada yllevaba la desesperación marcada en el rostro.

—Pues da la casualidad de que tenemos un piso en el sótano con salida a la calle —dijo alegremente Miles, el hombre que le administraba la finca—. Es pequeño, perotiene todos los servicios cubiertos y mucha seguridad. Además, no hay tasasinmobiliarias.

Silas vio como la muchacha contenía el aliento; parecía que intentaba reprimirsepara que la esperanza no se reflejara en su cara tan expresiva.

—¿Cuándo estaría disponible? ¿Y cuánto es? —soltó.La vio palidecer al oír la cantidad, con los hombros hundidos por la sensación de

derrota y los ojos apagados por las esperanzas frustradas; parecía totalmente perdida.—Ya veo —murmuró—. Siento haberle hecho perder el tiempo. Es mucho más de lo

que puedo permitirme, pero gracias de todos modos. Me marcho y, una vez más,perdone las molestias.

Dio a Miles una tarjetita y torció el gesto al darse cuenta de que no serviría de nada.—Si… si quedara libre algo menos caro, ¿podría llamarme?Se dio la vuelta como una anciana en lugar de la muchacha llena de vida que había

visto al llegar y se fue hasta la puerta arrastrando los pies con la cabeza gacha. Creyóver el destello de las lágrimas en una mejilla cuando ella le ofreció el perfil al abrir lapuerta para salir a la ajetreada calle.

Silas se incorporó de un salto con los puños apretados al verla caminar despacio porla acera con las lágrimas resbalándole por las mejillas. En ese momento, decidiólanzarse a la piscina, descolgó el teléfono y pulsó la tecla que lo conectabadirectamente con el administrador.

Miles descolgó al primer tono.—Diga, señor —dijo rápidamente—. ¿Qué puedo hacer por usted?—La mujer que acaba de marcharse —respondió él con voz ronca—. Encuéntrela.

Dele el apartamento que está a la derecha del mío, pero dígale que no podrá mudarsehasta pasado mañana. Es lo que tardarán los obreros en quitar la pared que lo separadel mío y amueblarlo.

—¿Disculpe? —preguntó Miles con voz temerosa.—Ya me ha oído —bramó Silas—. Ofrézcale un alquiler muy barato y dígale que

viene completamente amueblado y con los servicios pagados. Invéntese algo, me daigual. Dígale que las obras han terminado antes de lo previsto y que, justo trasmarcharse ella, le han dicho que estaría listo para un inquilino. Solo procure

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encontrarla.—Sí, señor. Ahora mismo, señor —balbució Miles.—Y que mi chófer la lleve a su casa. Ahora mismo lo aviso.

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2

Hayley esquivó las primeras gotas de lluvia y luego maldijo entre dientes cuandovolvió a mirar el cielo tan oscuro. Sí. Era ideal para el día que había tenido. La semanaque había tenido, de hecho. Al menos había tenido el suficiente sentido común paradejar el violín en casa en vez de llevarlo consigo en su búsqueda urgente de vivienda.

Como sabía que le costaría el dinero que no tenía, se apresuró hacia la parada demetro más próxima y rebuscó en el bolsillo el billete para comprar una tarjeta de metropara volver a casa.

Sonó el teléfono móvil y, por un momento, al intentar resguardarse de la lluvia,estuvo a punto de no cogerlo, pero había dejado su número en todos los sitios que habíavisitado buscando piso y no podía permitirse el lujo de pensar que se tratara de unvendedor telefónico.

Con un suspiro y regañándose por albergar vanas esperanzas, descolgó el teléfono ysaludó con educación.

—Señorita Winthrop, soy Miles Carver. Ha estado aquí hace un momentopreguntando por un piso.

Su ánimo cayó en picado.—Sí, señor. Por supuesto que me acuerdo de usted.—Por suerte, tengo buenas noticias, señorita Winthrop. Verá, se ha estado renovando

un piso de la planta superior y pensaba que no estaría listo hasta dentro de unassemanas, por lo que no se lo comenté, pero justo después de que se marchara, elpropietario me llamó y me comentó que estaría listo en breve. La llamaba para ver siestaba interesada.

Hayley cerró los ojos y se preparó para la decepción. Era como si el destino seburlara de ella presentándole oportunidades que no podría aprovechar.

—Está totalmente amueblado, con todos los servicios incluidos —se apresuró adecir el administrador—. Pero no se podría mudar hasta pasado mañana. Espero que nosea demasiado tarde para usted.

—No —respondió Hayley amablemente—. No supondría ningún problema. Elproblema es el alquiler. Me temo que no me lo podré permitir.

Entonces, el administrador la dejó atónita al decirle la cantidad tan baja que deberíapagar al mes. Se quedó boquiabierta y el corazón empezó a palpitarle tan fuerte que leflaquearon las piernas. Estaba tan nerviosa que tuvo que pedirle que se lo repitiera.Contra su voluntad, la esperanza le aceleró el pulso. Era imposible que pudiera tenertanta suerte. ¿Totalmente amueblado, con todos los servicios incluidos y dentro delprecio? Debía de ser una broma pesada… o se lo estaba imaginando todo.

—Es pequeño —dijo el administrador—. No tanto como un estudio, pero tiene un

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único dormitorio con baño integrado, un saloncito y una cocina pequeña.—Me lo quedo —dijo ella casi sin aliento.Hubo un momento de silencio.—¿No quiere venir a verlo antes?—No —dijo con firmeza—. Parece perfecto. Le seré sincera, señor Carver, solo

tengo un par de días para mudarme de donde vivo ahora, así que como dice el refrán, acaballo regalado no le mires el diente. ¿Tengo que volver ahora mismo para firmar elcontrato?

De nuevo, hubo una pausa y el hombre dijo:—Sí, quizá sea lo mejor, a menos que esté demasiado lejos. Ha empezado a llover y

podría ofrecerle que la llevaran a casa después de terminar el papeleo.Hayley se quedó boquiabierta por ese ofrecimiento tan amable y generoso.—¡Oh, no! No querría causarle ninguna molestia. Pasaré ahora a cumplimentar el

papeleo, pero no es necesario que me lleven a casa.—Insisto —dijo este con firmeza.El placer la recorría por dentro, mientras echaba a correr hacia el pequeño bloque de

pisos.—Llego en cinco minutos —afirmó sin respirar.Cuatro minutos después y tras tocar el timbre, Hayley entró con ímpetu en el

vestíbulo, con las mejillas sonrojadas y el pelo mojado en la cara. Tenía la ropaempapada, pero en ese momento nada podía aguarle la emoción. Algo menos de lo quepreocuparse, por fin. ¡Tenía un lugar donde vivir! Uno en el que no tuviera quedepender de la amabilidad o de la caridad de otros.

El administrador frunció el ceño al ver su aspecto y salió del vestíbulo para volverenseguida con una toalla grande y calentita.

—Acompáñeme a la oficina. Allí entrará en calor y estará más cómoda —apuntó.La sentó en la butaca de piel del despacho y le acercó un pequeño fajo de papeles y

un bolígrafo.—Esta es la solicitud que debe cumplimentar para el piso y también las dos copias

del alquiler que debe firmar. Verá que está todo muy claro. Es un arrendamientoestándar por un año; asimismo, incluye una garantía de que el precio actual noaumentará en los próximos cinco años tras la renovación del contrato. No se admitenmascotas sin el consentimiento expreso por escrito del propietario. No se podrásubarrendar y usted será la única inquilina del piso.

Hayley asintió, emocionada de que, sin saberlo, hubiera tenido la suerte de encontraruno de los pisos de alquiler controlado que tan codiciados eran en la ciudad; ¡con razónel precio era tan bajo! Empezó a leer el contrato. Todo estaba muy claro, como habíaafirmado el señor Carver. Sin letra pequeña. Sin un lenguaje complicado. Era uncontrato básico con las reglas que debía cumplir y un espacio en el que firmar.

—Si viene pasado mañana por la mañana, le daré las llaves y le enseñaré el piso;

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además, le daré una copia del contrato firmado. Puede mudarse cuando quiera a partirde entonces.

Hayley se puso en pie.—Le estaré eternamente agradecida, señor Carver. No se hace una idea del regalo

que esto supone. No sabía qué iba a hacer si no encontraba un lugar en el que quedarme.El administrador parecía desconcertado por su gratitud y se ruborizó.—Debo irme ya —dijo Hayley—. Tengo que empezar a hacer la mudanza.—La acompaño hasta el coche que está esperándola enfrente —le dijo el señor

Carver—. Dígale la dirección al chófer y la llevará a su casa. Está diluviando yconseguir un taxi será imposible.

Ella se sonrojó.—No es necesario, de verdad. Ya me ha ayudado bastante.—Al contrario. El propietario del piso insiste.Desconcertada por esa afirmación tan enigmática, Hayley dejó que la acompañara y

la llevara hasta un coche muy elegante y caro, cuya marca no pudo reconocer. Cuandoentró en el coche, casi suspiró cuando notó la suavidad del cuero al sentarse en eseasiento tan mullido y acogedor.

Silas descargó el archivo adjunto que le envió el administrador por correoelectrónico y esperó impaciente a que terminara de imprimirse la solicitud de la mujer.Cuando terminó, la cogió rápidamente y dejó en un segundo plano la reunión urgentecon Drake. Se recostó en la butaca de su despacho y comenzó a leer el formulario,fijándose en todos los detalles de la joven que lo había cautivado de manera taninexplicable desde el momento en que la vio por la cámara de seguridad.

Frunció los labios, divertido. Cayó en la cuenta de que a Drake le había pasado algoparecido meses antes cuando Evangeline llamó su atención al entrar en el club y él lavio por la cámara de vigilancia. No obstante, la diferencia era que Silas no creía en elamor a primera vista. Fascinación sí, pero amor, deseo e incluso interés sentimental, no.

No podía explicar por qué le intrigaba tanto o por qué el estrés o desesperación de lajoven le habían llegado al alma, a esa parte tan oscura de su alma que ni siquiera el solhabía rozado en todos los años de su existencia. Solo podía decir que el sentimientoera… excitante. Era como un estímulo que no esperaba y que recibía con los brazosabiertos. Sin embargo, no podía negarse la oportunidad de observarla sin que ella losupiera. Interiorizó hasta el último de los detalles. Era hermosa, pero lo que loparalizaba y le hacía prestar especial atención era su inocencia y su bondad inherenteque resplandecía desde el interior más profundo de su alma, a pesar de su expresiónexhausta y de su mirada derrotada que dejaban huella en los rasgos delicados de surostro.

Quizá se estaba volviendo cada vez más viejo y más blando o quizá era culpa deEvangeline por avivar en él ese instinto de protección que sintió al ver a la chica por

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primera vez. No, una chica no. Era una muchacha joven. Aunque era fácil ver aEvangeline en ella. Joven, inocente y no harta de la vida, de momento. A efectosprácticos, Hayley era Evangeline antes de que Drake entrara en su vida y la mimara y lacolmara de atenciones.

Según la solicitud, Hayley Winthrop tenía veintidós años y era alumna de una escuelade música que conocía; un centro pequeño pero prestigioso. Por lo que sabía, era muydifícil entrar y solo aceptaban a los músicos más brillantes y talentosos. No obstante,frunció el ceño al leer que, además de estudiante a tiempo parcial, tenía dos trabajos ajornada completa además de toda una retahíla de empleos temporales. No le extrañabaahora que se hubiera quedado consternada cuando Miles le dijo el precio del alquiler.No se lo podía permitir de ninguna manera.

Tampoco había apuntado ningún familiar. Ni siquiera una persona de contacto encaso de emergencia. ¿Estaba totalmente sola en una ciudad extraña? ¿Tanto comoEvangeline? Sacudió la cabeza. Sí, seguramente fueron las similitudes entre ella yEvangeline las que habían rozado una parte de su corazón que juraría que no existíaantes de conocer a su cuñada. Esa era la única explicación razonable.

Los hombres como él no se rendían ante el deseo o la fascinación y tampocomodificaban sus planes de transformar el piso de arriba en un apartamento enorme quefuera su espacio privado, al que solo él tuviera acceso.

Suspiró. Ya estaba hecho y no había vuelta atrás. No quería vecinos. Nunca habíaalquilado ninguno de los pisos contiguos libres porque quería reformarlos y hacerse sucuartel particular. Pero no podía retirar la oferta a Hayley con la conciencia tranquila.No cuando ella lo necesitaba de verdad y estaba tan asolada que no podía permitirse elprecio habitual. Podía haber pedido a Miles que dijera a la señorita Winthrop que sehabía confundido con el precio del piso de la planta baja, para tenerla lo más lejosposible, pero eso conllevaba dos problemas. Por un lado, seguramente la jovensospecharía del cambio drástico en el precio del alquiler del piso del que ya le habíahablado y, por otro, no la tendría en el apartamento contiguo, donde él pudiera seguirsus idas y venidas. Sabía que estaría muy pendiente de su nueva vecina.

Tendría que hacerlo con mucha discreción.Miró la hora y soltó una palabrota. Sabía que Drake se estaría preguntando dónde

narices estaba, impaciente por repasar los resultados del cometido que le habíaencargado hacer la noche anterior. Sería mejor no hacerlo esperar más.

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Hayley se iba hundiendo en el cálido asiento de aquel coche lujoso a medida quecirculaba entre el tráfico y sonreía, incapaz de creer en la suerte que había tenido. Quérápido habían cambiado las cosas, qué rápido había pasado de la desesperación y laresignación a la alegría y el optimismo sobre el futuro.

Las lágrimas brillaban aferradas a las pestañas.«Lo voy a lograr, papá. Como te prometí. He encontrado un lugar que me puedo

permitir. Puedo seguir con la escuela como queríais mamá y tú. Un día me verás tocaren una prestigiosa sinfónica. Todo por ti, papá. Por todo lo que sacrificasteis por mí.Ojalá estuvierais aquí para verme tocar por primera vez con la sinfónica».

Notó un dolor agudo en el pecho y se lo frotó, parpadeando con fuerza paradeshacerse de las lágrimas que le ardían en los ojos. Era difícil aceptar que su mayor—y único— apoyo se había ido. Primero, su madre, a la que perdió cuando era tan solouna niña; Hayley aún seguía anclada en los fugaces recuerdos que tenía de ella. Cadavez que miraba el espejo, veía el rostro de ella. Como solía comentar su padre concariño, era la viva imagen de su madre.

Ya era lo bastante malo perder a una madre. ¿Por qué tenía que perderlos a los dos?¿A las dos únicas personas que había tenido en el mundo?

Se inclinó hacia adelante en el asiento y vio que se acercaban a la calle en la quevivía en ese momento.

—Me puede dejar en la esquina —dijo al chófer, que no había pronunciado ni unasola palabra durante el trayecto—. Caminaré desde allí. No está lejos y ya ha dejado dellover.

El hombre la miró fijamente por el espejo retrovisor, aunque no pudiera verle losojos tras las gafas de sol que llevaba puestas a pesar de estar nublado.

—Me sentiría mejor si la dejara delante de su edificio —dijo el hombre, que lasorprendió con la firmeza de su intervención.

Hayley sonrió.—No, no se preocupe, de verdad. Me apetece caminar para aclarar las ideas. Ha

sido una mañana ajetreada.El hombre apretó los labios, pero no insistió más y se acercó a la acera en cuanto

dobló la esquina. Cuando Hayley iba a abrir la puerta para escabullirse, él le lanzó unamirada de reprimenda que la dejó helada. Salió y sin prisa rodeó el coche para abrirlela puerta que daba a la acera.

Ella le sonrió de nuevo, con remordimiento en esta ocasión y le dio las gracias,estrechándole la mano que le ofreció para ayudarla a salir. Para su asombro, esehombre tan serio y formal esbozó una sonrisa suave.

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—Un placer —dijo con sinceridad antes de volver a su asiento.Unos segundos después, el coche despareció entre el tráfico y Hayley empezó a

caminar hacia el bloque mientras sacudía la cabeza por el giro tan inesperado de loocurrido durante el día.

Estaba tan absorta en la tarea mental de hacer las maletas y gestionar las pocas horasque le quedaban antes de que tuviera que presentarse en el trabajo, que no se dio cuentade que Christopher estaba de pie frente a su edificio hasta que chocó con él.

—¡Hayley! Te estaba esperando —dijo con tono de enfado, como si diera porsentado que ella tenía que estar donde él quisiera a cualquier hora, e incómodo porhaber tenido que esperarla.

Hayley hizo una mueca y logró reprimir un suspiro de desesperación. No teníatiempo para atender a un compañero que no pillaba las indirectas, por muchas vecesque le dijera que no estaba interesada en una relación personal ni con él ni con nadie.Más bien causaba el efecto contrario, parecía que él quisiera intentarlo aún más.

—He estado ocupada, Christopher —dijo en voz baja—. Solo tengo un par de díaspara encontrar otro lugar donde vivir antes de tener que dejar este piso.

Christopher apretó los labios y su expresión se volvió triste.—Podrías mudarte conmigo, ya lo sabes. Tengo dinero. Una herencia. Además,

conseguiré la mayor parte cuando acabe esta absurda carrera de música.Atisbó un brillo de satisfacción y envidia en su mirada, como si esperara que se

sorprendiera tanto que se lanzara a sus brazos. Pero cuando dijo lo de «absurdacarrera», la aversión apareció en sus ojos como si la música fuera desagradable paraél. Se quedó estupefacta por la reacción. ¿A cuento de qué se matriculó en la escuela sila carrera, y la música en sí, eran tan abominables para él?

Negó con la cabeza; no merecía la pena perder el tiempo pensando en eso. Le traíasin cuidado. No iba a preguntarle porque no tenía intención de darle pie a nada ytampoco le importaban los motivos que tuviera. Solo le importaba que captara elmensaje y buscara a otra persona. Con suerte, alguien más receptivo.

—No tendrías que trabajar ni preocuparte por un lugar en el que vivir. Yo cuidaría deti. No seas cabezona.

Tan amable como pudo, ya que en realidad quería darle un bofetón, añadió:—No tengo tiempo para esto, Christopher, entre las clases y el trabajo a jornada

completa. Además, no tengo interés en entablar una relación. Soy autosuficiente y, si noparas de acosarme, iré a la policía e interpondré una orden de alejamiento.

Esto último lo dijo con firmeza, con un deje de advertencia en la voz que le decíaque ya había tenido suficiente paciencia y que se estaba pasando de la raya.

Christopher enrojeció. Los ojos le brillaban de rabia y de algo más que la incomodó.Sin siquiera poder analizar aquel sentimiento incómodo y antes de que él dijese algomás, lo esquivó rápidamente y se escabulló hacia su edificio, donde introdujo el códigoa toda prisa para entrar tan rápido que él no pudiera colarse.

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Al menos, no sabía dónde se iba a mudar y no pensaba decírselo. Ese hombre teníaalgo que la ponía nerviosa y hacía que temiera quedarse a solas con él. Ya teníasuficiente con tener que aguantarlo con otros. Pero, al menos ahora, solo tendría queverlo en la clase que compartían. En la que él no tuvo la oportunidad de mostrar suarrogancia abrumadora y su autoestima.

Se quitó de la cabeza la insistencia desagradable de Christopher y el pensamientoigualmente ominoso de que el muchacho no cedería con facilidad, y prefirió prestaratención a su nuevo piso y a la amabilidad del administrador. Como agradecimiento, leprepararía el postre favorito de su padre: brownies caseros de tres chocolates. Se losllevaría cuando fuera a recoger las llaves y le dieran el piso dentro de dos días. No eragran cosa, pero era un detalle hecho de todo corazón. Esperaba que le gustaran losdulces.

Su piso. El aturdimiento la embargó; por fin tenía algo suyo. Sería autosuficiente y nodependería de la generosidad y de la voluntad de los desconocidos. Hayley apreciabalo que los Forsythe habían hecho por ella. Cuando llegó por primera vez a la ciudad, notenía ni idea de lo cara que era la vivienda; si no hubiera sido por ellos, hubiera cogidoel primer autobús de vuelta a casa. Pero ahora podía labrarse su propio camino, lo quela satisfacía sobremanera. Ya estaba un paso más cerca de cumplir su sueño y lapromesa que había hecho a su padre el día que falleció.

Silas entró en el despacho de Drake, que lo miraba con sorpresa.—Llegas tarde —añadió Drake innecesariamente.Silas respondió asintiendo con la cabeza.—Ha ocurrido algo.Drake arqueó una ceja.—¿Algo malo?—Nada relacionado con los negocios —dijo Silas sin dar detalles; sabía que Drake

no indagaría, aunque suscitara su curiosidad.—¿Tuviste algún problema anoche? —preguntó Drake para pasar al tema en

cuestión.Silas se relajó y cambió el chip, tratando de dejar de pensar en aquella joven

inocente de pelo color azabache y en que había actuado por impulso, lo que nunca lehabía ocurrido antes. Pero no quería indagar en los motivos, porque su vida había sidouna clase magistral de cómo tener un control total sobre todos los aspectos.

—Todo fue según el plan. Los Vanucci están asustados y se han retirado parareagruparse. No están contentos con la alianza entre los Luconi y tú.

—Ya somos dos —dijo Drake en tono serio.Drake siempre había seguido la política de no aliarse con nadie, prefería reservar su

lealtad a sus hombres y hermanos. Pero se vio obligado a hacerlo cuando secuestraron aEvangeline y no tuvo más remedio que pactar con los Luconi para rescatarla. Su plan

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original era enfrentar una familia criminal contra otra y verlas caer. Ahora, se centrabaen mantener controlados a los Vanucci mientras tenía una relación civilizada con losLuconi a la vez que vigilaba sus negocios.

—Querrán venganza —advirtió Silas con suavidad—. No podemos limitarnos asuponer que la alianza con los Luconi los intimidará. Harán todo lo que puedan paraenfrentarnos contra los Luconi y viceversa, a la espera de una posible guerra, pero,aunque no sean unos genios precisamente, sí son lo bastante listos para no sembrar susesperanzas en esa posibilidad. Tampoco son pacientes. Tratarán de gestionar lacolaboración con otros sindicatos más pequeños para adquirir poder y aguardar sumomento, buscando cualquier oportunidad para hacernos daño cuando menos loesperemos. Por eso debemos anticiparnos y no bajar la guardia.

Drake apretó los labios y su expresión se enfrió. Lo que no dijo fue que Evangelinesería seguramente un objetivo, dado que era la única debilidad de Drake. Ahora queestaba embarazada, era más vulnerable que nunca.

Para distraerlo del miedo paralizante de perder a su nueva mujer, Silas se reclinócon una sonrisa y dijo:

—¿Cómo está? ¿Con náuseas día y noche?El hombre suspiró, de repente parecía demacrado, otro tipo de preocupación le

oscureció la mirada.—Bastante. Es una locura. Nunca me he sentido tan inútil en la vida. Se supone que

esa mierda acababa después del primer trimestre, pero por lo visto en su caso no es así;te juro que está peor que antes.

—¿Crees que estará bien para ir mañana y llevar comida preparada?Drake asignaba uno o más de sus hombres a Evangeline siempre que él no estaba con

ella. Cuando salían, al menos dos hombres los escoltaban. Las medidas de seguridaderan duras, pero necesarias dado el riesgo inherente que suponía para ella. Ya la habíansecuestrado una vez y Drake estaba decidido a hacer lo que fuera con tal de que novolvieran a hacerle daño.

En los inicios de la relación entre Drake y Evangeline, Silas entabló amistad conella. Le gustaba y la respetaba de verdad. Quedaban todas las semanas para ir a porcomida para llevar; él le compraba sus platos favoritos, la llevaba al apartamento deDrake y comían juntos. Mañana iban a quedar otra vez, pero con sus náuseas, Silasquería asegurarse de que no empeorara por escoger algo que no le sentara bien.

—Aunque no tenga ganas de comer, le gusta tu compañía —dijo Drake con unasonrisa benévola—. Le caes bien y le gusta pasar tiempo contigo. Pero te voy a dar unconsejo. Los antojos que tiene ahora son comida tailandesa, pepinillos, helado degalletas y nata y te juro que come un filete de carne de wagyu cada dos días. Hemoscreado un monstruo.

—Creía que los pepinillos y el helado eran un tópico del embarazo —farfulló Silas—. ¿Las embarazadas tienen de verdad ese tipo de antojos?

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—Eso parece —respondió Drake—. Tengo un cargamento en el piso. La muy loca selevanta cuando debería estar durmiendo y se come las dos cosas. A la vez.

—De acuerdo entonces. Comida tailandesa, pepinillos, helado y filete de wagyu —dijo Silas con una sonrisa—. Seguramente me hará ganar puntos y, al menos, unacomida casera.

La habilidad culinaria de Evangeline era increíble y los hombres de Drake, Silastambién, empleaban cualquier medio para conseguir que les preparara algo de comidacasera.

—Tú preséntate con todo eso y será tu esclava culinaria durante un año como mínimo—añadió Drake con una sonrisa.

—Hecho. Le llevaré comida suficiente, tanto para la cita de mañana como para quetenga para varios días.

Drake puso los ojos en blanco.—No la hagas trabajar demasiado solo porque te chiflen sus recetas. Es mejor que no

se pase tanto tiempo en la cocina, porque últimamente no se encuentra nada bien. —Frunció el ceño—. Solo necesita descanso, nada más, pero parece que ha declarado laguerra a las náuseas y al cansancio, y se niega a hacer reposo.

—Mañana me aseguraré de que tenga el culo pegado al asiento y de que ponga laspiernas en alto —dijo Silas frunciendo el ceño también.

Drake resopló.—Buena suerte.—Está todo demasiado tranquilo —dijo Silas, cambiando repentinamente de tema.Esa sensación llevaba semanas fraguándose en su interior, pero ahora tenía un

presentimiento que no podía ignorar.Drake levantó la vista; en sus rasgos vio preocupación. No lo cuestionaba. Nunca lo

había hecho. Él, más que nadie, confiaba en la intuición de Silas y atendería en seriocualquier cosa que le dijera su colaborador.

—¿Crees que planean algo? —preguntó Drake en voz baja.—Lo más seguro es que tengan un as bajo la manga —repuso Silas—. No son de los

que se lamentan en silencio ni de los que salen huyendo sin más. Aunque lo que mefastidia es que todavía no nos hayamos enterado de nada, que nadie nos haya sopladoningún plan o estrategia. Las calles están tranquilas y mis fuentes, en silencio. Nadiehabla y eso me pone nervioso porque siempre hay alguien que tiene algo que decir.

La expresión de Drake pasó a expresar una preocupación mayor y luego maldijo.—Ayúdame, Dios; como vengan a por mí, me los cargaré uno a uno con mis propias

manos.—Y con mi ayuda —dijo Silas.El miedo de ambos era un posible ataque contra Evangeline, pero a Silas también le

preocupaba que Drake pudiera ser el verdadero objetivo. El enemigo ya sabía en estemomento lo que Evangeline significaba para él y que estaba embarazada de un hijo

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suyo. Sabían que la seguridad sería casi impenetrable y que su esperanza sería queDrake, y sus hombres, estuvieran tan concentrados en proteger a Evangeline quedesatendiesen la protección de Drake.

No tenía por qué pasar, pero no había que desestimar que no fueran a intentarlo.—Ten mucho cuidado —dijo Silas en voz baja—. No estoy tan seguro de que no

vayan a ir a por ti.—Que lo intenten —espetó Drake.—Tienes que pensar en Evangeline y en tu hijo —dijo Silas con paciencia—. Ya no

estás solo, Drake. Piensa en lo que le pasaría a Evangeline si te ocurriera algo a ti. Tuhijo nacería sin su padre. Solo. Desprotegido. Por eso tienes que llevar cuidado. Séperfectamente que te gustaría pegarles un tiro a esos capullos, pero no puedes asumirese riesgo. Destrozarías a Evangeline y creo que es lo último que querrías hacer.

Drake se detuvo, la indignación le ardía en los ojos, pero se resignó y aceptó laspalabras de Silas. Se reclinó en la silla y soltó el aire que estaba conteniendo.

—No me gusta que me dejen a un lado —dijo con desagrado—. Es como si meescondiera detrás de mis hombres como un cobarde.

—Tus hermanos —corrigió Silas—. Eso hacemos. Lo que has hecho por nosotros eninnumerables ocasiones. Nos toca devolverte el favor, eso es todo. Por ti. PorEvangeline. Por vuestro hijo.

—Joder —farfulló Drake con eln tono que siempre solía utilizar cuando Silasafirmaba algo que no podía rebatir.

Silas sonrió.—Confío en que no tendré que preocuparme por que vayas a correr algún riesgo

innecesario, ¿verdad?—Vete por ahí, anda —dijo Drake refunfuñando.

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4

Hayley se colocó bien el bolso sobre el hombro con cuidado de no tirar el recipientede los brownies conforme se acercaba al edificio. La tensión aumentaba a medida quese aproximaba a la puerta. Rezaba para que no fuera todo fruto de su imaginación opara que el administrador no hubiera cambiado de opinión y alquilado el piso a otrapersona. Tocó el timbre y entró cuando le abrieron, pronunciando con timidez un «hola»dirigido al administrador cuando este la miró desde recepción.

El señor Carver esbozó una sonrisa al coger el juego de llaves y se apresuró alevantarse del mostrador.

—¿Preparada para ver el piso, señorita Winthrop?Madre mía, no era un sueño. ¡Era totalmente real! Había encontrado un piso en un

barrio seguro de la ciudad y el alquiler… Negó con la cabeza, segura de que se habíaequivocado, de que lo había oído mal. Pero no, el precio se había acordado en elcontrato. La posibilidad de alquilar un piso por tal precio era inaudita. Es más, elalquiler del peor alojamiento en el barrio de peor fama de la ciudad era el doble de loque iba a pagar.

Le regaló la mejor de sus sonrisas, tratando de contener la alegría desbordante quesentía.

—Por favor, señor Carver, llámeme Hayley. Nadie me llama señorita Winthrop.Bueno, solo los desconocidos y como nos estaremos viendo a menudo a partir de ahora,dejaremos de ser desconocidos.

—De acuerdo, pero solo si me llamas Miles —dijo el hombre mayor.Ella lo miró, alegre.—Pues así será.—¿Subimos? Está en la planta superior, pero solo hay cinco pisos, bueno, seis si

contamos el sótano, que es subterráneo.—Sí, pero antes tengo algo para ti.Agachó la cabeza con timidez cuando el administrador arqueó la ceja, sorprendido.

Toqueteó el plástico del envase y antes de que se arrepintiera, se lo tendió.—No es gran cosa —le dijo—, pero fuiste muy amable conmigo y como te tomaste la

molestia de llamarme pese a que estoy segura de que no hubieras tenido problemas enalquilar el piso, quería hacer algo para expresarte mi agradecimiento. Así que he hechobrownies. Era el postre favorito de mi padre: brownies de tres chocolates.

Sin embargo, el señor Carver no se los cogió de las manos, que tenía extendidas, y lamiró con aire incómodo. ¿Lo había ofendido? Entonces, suspiró y se pasó la mano porel pelo.

—No debería decirte esto, podría costarme el trabajo, pero no puedo aceptar el

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regalo. Verás, no fue iniciativa mía, fue cosa del propietario. Él insistió en que tellamara y te ofreciera el piso inmediatamente. Es el único al que le debes tu gratitud. Yosolo superviso el funcionamiento del edificio, pero él es el encargado y le gustaocuparse de sus inquilinos y de sus necesidades, o de cualquier problema que surja.

—Ah —murmuró Hayley.Pensando rápidamente tras la sorpresa que se había llevado, miró al hombre.—¿Me puedes… me dejas papel y bolígrafo? Me gustaría escribirle una nota para

darle las gracias y ¿podrías ocuparte de que reciba los brownies, ya que, según dices,es a él a quien tengo que darle las gracias?

El administrador pareció aún más desconcertado. Estaba inquieto y se lo veía muynervioso, pero finalmente cedió y asintió. Volvió al mostrador y cogió un papel y unbolígrafo.

Hayley puso los brownies en el mostrador, cogió el bolígrafo y colocó el papelcorrectamente. Se mordía el labio mientras pensaba con detenimiento qué iba a decirle.Después, empezó a escribir. Un segundo más tarde, dobló el papel con cuidado y lopuso encima del envase de plástico del postre.

—Gracias por ocuparte de esto —dijo en voz baja.—De nada, señorita… Hayley —respondió, intentando arreglarlo—. ¿Preparada

para ver el piso?Hayley sonrió de inmediato.—Por supuesto, lo estoy deseando. Ya he hecho las maletas y estoy lista para

mudarme. Solo necesito las llaves y echar un vistazo rápido. Luego vuelvo, voy a pormis cosas y me mudo hoy mismo.

Él sonrió con benevolencia y después señaló hacia los ascensores que había justo albajar por un pasillo que llevaba a la salida de emergencia. Hayley se sorprendió al verdos ascensores, cuando ni siquiera estaba segura de que hubiera uno. Algunos de lospisos que había visitado tenían más plantas, pero un único ascensor. Era como si elpropietario hubiera tenido en cuenta la comodidad de los inquilinos a la hora deremodelar el edificio. Era un edificio antiguo, pero solo su aspecto exterior, así que noera probable que el modelo original tuviera dos ascensores.

Cuando llegaron allí, se sorprendió aún más al ver que había un tercer ascensor en unlateral. Miles debió de percatarse de su perplejidad porque le dio una explicación.

—Es para uso exclusivo del propietario —explicó sin entrar en más detalles.La acompañó hasta el interior del ascensor. Tenía un aspecto tan nuevo y de última

generación que la dejó de piedra. Además, era rápido. Llegaron a la última planta en unsegundo. Hayley estaba impresionadísima por su nuevo hogar y eso que no habíaentrado en el piso aún.

Cuando salieron, Miles giró hacia la derecha, pero ella vio que había dosapartamentos más, muy separados entre sí. Al parecer, solo había tres pisos en la quintaplanta y el suyo era el del final del pasillo. El último piso. Aún más maravilloso. Así

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molestaría menos a los vecinos cuando tocara el violín. ¿No era perfecto? La verdad esque parecía demasiado bueno para ser verdad.

Miles introdujo la llave y le explicó que esa era para abrir la cerradura normal, peroque la otra era para el cerrojo. En cuanto abrió la puerta, captó el olor a… nuevo.Recién pintado. Todo nuevo. Le enseñó cómo echar el cerrojo y le mostró la cadena,que parecía fuerte y robusta, algo que agradeció mucho.

Respiró profundamente cuando se adentraron en el piso. Miles dijo que era pequeño,pero el salón era espacioso. Al menos, con respecto a lo habitual de los pisos de NuevaYork. La cocina era pequeñita, pero no le importaba. Era perfecta para una persona ypodía cocinar y hornear fácilmente dentro de los límites que tiene una cocina pequeña.En cambio, el salón era magnífico.

Caminó de la cocina al salón y observó que el suelo de madera brillaba; estaba claroque era nuevo y nada barato. Era madera de buena calidad, lo que le daba un toquecómodo y acogedor.

Sin embargo, los muebles fueron lo que más la sorprendió. Estaban totalmente sinestrenar y tenían un aspecto comodísimo. Nada que ver con los muebles destartaladosque solían decorar los pisos amueblados; quién sabía cuántas veces se habían utilizadoy de qué maneras se habían maltratado. No había olor a rancio que indicara que algoestuviera sucio o viejo. Todo olía a nuevo y no solo a nuevo, sino también a bueno, decalidad. Una calidad excelente.

Estaba desconcertada. Con un alquiler tan bajo, no esperaba que estuvieracompletamente amueblado. Pero hasta ahora, todo era muy lujoso.

Miles la contemplaba con expectación.—¿Quieres ver el cuarto de baño?Tan asombrada estaba por la cocina y el espacioso salón que se había olvidado por

completo del dormitorio y del cuarto de baño. Asintió con entusiasmo y lo siguió hastala habitación.

De nuevo, se quedó boquiabierta porque el dormitorio era opulento. Parecía…femenino. Casi como si se hubiera diseñado y amueblado teniendo en mente a unamujer. Pero eso era prácticamente imposible. ¿Cómo iban a saber si el inquilino iba aser hombre o mujer?

La cama era muy ostentosa, tamaño queen size. Se sentó en el colchón con unpequeño impulso y casi gimió de placer al ver como la suavidad se amoldaba deinmediato a los contornos de su cuerpo. Era como sentarse en una nube. No podíahacerse una idea de cómo sería dormir allí.

Repasó con la mirada el resto de los muebles hasta dar con un tocador y un armario,pero también un armario empotrado y abierto que era lo bastante grande para quepudiera considerarse un vestidor, otra peculiaridad. No llenaría el armario con laspocas pertenencias que traía.

A regañadientes, se levantó del colchón y fue al cuarto de baño. Ya nada podría

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sorprenderla, pero se equivocaba: se quedó fascinada. Había una bañera con patas enforma de garra junto a la pared del fondo y una ducha por separado, que era enorme.También había un lavabo doble y un armario alto en la pared opuesta donde podríacolocar las toallas y lo que necesitara.

Parecía que el propietario había tenido en cuenta todo lo que se podía necesitar a lahora de renovar y amueblar el piso. ¿Por qué pediría un alquiler tan bajo cuando podríacobrar cuatro veces más, e incluso así, se lo quitarían de las manos en pocas horas?

No tenía respuesta a esa pregunta, pero no pensaba cuestionar su repentina buenasuerte. Le quedaban solo tres días para quedarse sin casa y había llegado a unasituación crítica. Que le cayera esta oportunidad del cielo era una respuesta a susplegarias.

Reacia a salir del piso que ahora era suyo, pero sabiendo que tenía que recoger suspertenencias para hacer la mudanza e instalarse, volvió al salón.

—Gracias por enseñarme el piso, pero ahora debo irme. Tengo que recoger las cosaspara la mudanza.

—Fuera te espera un chófer para llevarte a casa. Te ayudará a llevarte laspertenencias del piso antiguo y traerlas al nuevo —dijo Miles—. Es el mismo chóferque te llevó a casa el otro día.

Hayley se sonrojó.—No puedo aceptar tu oferta. Es demasiado y no quiero molestar. No tengo muchas

cosas que traer, así que no tardaré mucho. Cogeré un taxi.Como antes, Miles dijo lo mismo:—Insisto. Es evidente que no tienes a nadie que te ayude y el propietario ha insistido

en que alguien te eche una mano con tus pertenencias.Hayley frunció el ceño, confundida. ¿Quién era el propietario misterioso y

benevolente cuya amabilidad la tenía tan desconcertada? ¿Por qué se preocupaba tanto?¿Por qué insistía en llevarla a casa, no una vez, sino dos, y la segunda con instruccionesde que el chófer la ayudara a realizar todas las tareas y a mudarse al piso nuevo?

Se encogió de hombros pues, de nuevo, a caballo regalado le estaba mirando eldiente. Y no era tan orgullosa para negarse a recibir la ayuda. La necesitaba. Y elpropietario misterioso había aparecido en su vida justo cuando más lo necesitaba.

—Cuando le des los brownies y la nota de agradecimiento, por favor, transmítele mimás sincera gratitud por tomarse tantas molestias para que me lleven y me traigan alpiso. Dile que nunca podré agradecérselo lo suficiente.

—Lo haré, Hayley. Vamos, que el chófer te espera en la puerta para acompañarte a tupiso.

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5

Cuando sonó el timbre, que indicaba una llamada desde la portería, Silas reaccionó alacto frunciendo el ceño por aquella interrupción indeseada. Pero al recordar que era eldía en que Hayley Winthrop se mudaba al nuevo apartamento, dejó de fruncir el ceño yse acercó con grandes zancadas al telefonillo, una línea directa con la portería y laoficina del administrador. Si había complicaciones, quería que este se encargara. Lepagaba un buen sueldo por ello. No quería que Hayley lo viera. Le desconcertaba lareacción que le suscitaba la chica; al pensar en ella o imaginársela sentía algototalmente impropio de él.

—Sí —respondió, tajante.Un breve titubeo incomodó a Silas, pero al poco el hombre encontró la voz; una voz

con un deje de incomodidad.—Buenas noches, señor. Eh… Tengo algo para usted. ¿Se lo subo? Me han pedido

que se lo entregue personalmente. También hay una nota —añadió deprisa.Silas frunció el ceño. ¿Quién narices iba a saber que el administrador era a quien se

le tenían que dejar las cosas para él? No todo el mundo sabía que él era el propietariodel edificio. No estaba ni siquiera a su nombre, sino a nombre de una de las numerosassociedades fantasma que tenía.

—¿Qué es? —preguntó Silas con frialdad.—Es un… regalo —contestó el hombre con voz temblorosa.—Súbalo.Colgó, fulminando con la mirada el teléfono, enfadado por que perturbaran su

soledad. Iba a echar la bronca al administrador, ya que sabía que no debían molestarloa menos que se tratara de una cuestión urgente. Que alguien le enviara un regalo no erauna emergencia.

Sin embargo, había despertado su curiosidad y estaba impaciente por que llegara.Luego cayó en la cuenta. Tal vez fuera de Evangeline, que siempre tenía detalles con ély los demás hombres de Drake. Pero volvió a fruncir el ceño. No podía ser ella, porquese lo hubiera acercado ella misma. Además, si Evangeline hubiera salido a pasear,seguramente se lo habrían notificado. La tenían muy vigilada, aún más por el embarazo,ahora ya próximo al parto. Sus salidas eran escasas y no muy seguidas por el miedo deDrake a que le pasara algo.

Un miedo razonable, porque la habían secuestrado justo después de Nochevieja,cuando ya estaba de más de dos meses; aunque entonces nadie sabía que estabaembarazada. De hecho, Drake estuvo a punto de perder a su mujer y a su hijo.

Quizá Evangeline había mandado que le entregaran el regalo, lo que explicaría porqué se lo habían dejado al administrador y no se lo habían dado a él directamente.

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Cuando llamaron a la puerta, Silas abrió varios cerrojos antes de ver aladministrador, que estaba pálido, sudoroso y con una mirada asustada. Pero ¿quépasaba? El hombre sostenía un envase de plástico y hacía como si hubiera una bombaen su interior.

El señor Carver le tendió el envase y puso encima un papel doblado.—Regreso a mi puesto —masculló—. Que tenga un buen día, señor. Si necesita algo,

solo tiene que decírmelo.Luego el administrador volvió al ascensor casi corriendo como alma que lleva el

diablo. Silas sacudió la cabeza. ¿Tan ogro era que hasta el administrador se quedabaparalizado por el miedo a violar su intimidad?

Sonrió arrepentido. Había sido muy tajante al exigir privacidad. No deberíasorprenderse del miedo del administrador. Siempre había infundido miedo encualquiera con quien tuviera contacto regularmente. Si le tenían miedo, trataban deevitarlo, así que nunca tenía que preocuparse de que alguien se acercara demasiado.

Las únicas personas que significaban algo para él eran sus hermanos y Evangeline, lamujer del hombre al que le había prometido lealtad. Era el sicario de Drake. Moriríapor ellos: Drake, Evangeline, sus hermanos; todos eran su… familia. Evangeline lohabía hecho por ellos: les hizo ver que eran mucho más que un simple grupo dehombres que se habían jurado lealtad y que trabajaban juntos bajo el mando de Drake.

Miró con cierta desconfianza el envase que tenía en la mano y la nota que habíaencima de la tapa. Los dejó a un lado y con cuidado echó los cerrojos de abajo arriba,abriéndolos y cerrándolos, y luego de arriba abajo una vez más, ya que era costumbrecomprobar que todos los cerrojos estaban echados y que no cometía ningún error.

Este ritual consiguió relajarlo. Era una manía obsesiva, como también lo eramantener su apartamento bien limpio y perfectamente ordenado así como su fijaciónabsoluta por ceñirse a una rutina estricta. El control era fundamental. Bueno, no, no solofundamental, lo era todo. Controlaba todos y cada uno de los aspectos de su vida y a losque lo rodeaban. Todo tenía que estar en perfecta armonía o no conciliaría el sueño.

Le echó un vistazo al envase que había dejado a un lado y decidió leer la notaprimero. Cuando vio quién era el remitente, se le aceleró el corazón, un acontecimientoatípico cuando menos. Observó la elegante letra femenina y rozó suavemente laspalabras con la yema del dedo como si fuera a absorberlas por la piel.

Algo en su interior empezó a derretirse y a calentarse cuando cogió la nota deagradecimiento de Hayley Winthrop, escrita con tanta dulzura. Con respeto, dobló elpapel como estaba y volvió a doblarlo para poder metérselo en el bolsillo. Se loguardó en los vaqueros donde estaría resguardado de cualquier daño y donde no seperdería.

Luego abrió el envase y le llegó un olor intenso a chocolate. Olió con admiración y, asu pesar, le tembló la mano cuando fue a coger una de las esquinas cortadas con esmerodel dulce de la perdición.

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«Era el postre favorito de mi padre».En cuanto dio un bocado al brownie y degustó la explosión de sabores, recordó una

de las frases de la nota. Se había referido a su padre en pasado. Entonces, ¿ya no estabavivo? Al recordar que no había mencionado a ningún familiar en el apartado decontactos de emergencia de la solicitud, se preguntaba si de verdad estaba sola en elmundo. Al igual que él.

Pero no, no estaba totalmente solo. Tenía a su familia, aunque casi siempre preferíala soledad. Ya no podía salirse con la suya, aparecer cuando lo necesitaban y luegodesaparecer durante días. Evangeline no era igual. Además de su encuentro semanal,insistía en que él y los otros fueran a cenar, almorzar y a veces a desayunar. Es decir,siempre que creía que era tiempo de estar «en familia», quedaban todos en elapartamento de Drake para que la mujer de Drake los mimara y los consintiera.

¿A quién tenía Hayley? ¿Tenía a alguien que mirara por ella y la cuidara? Con elcorazón encogido, tenía el presentimiento de que no, pero no sabía por qué deberíaimportarle. Solo sabía que le importaba muchísimo. ¿Una chica como ella sola en laciudad? ¿Una mujer cuya bondad e inocencia le brillaban en los ojos como la luz de unfaro? Debía de ser una señal para cualquier depredador en un radio de diez kilómetros.

Maldijo con ímpetu. No podía acogerla. Pero, aun haciéndose esa promesa, sabíaque no podía alejarse de ella, igual que de Evangeline o de cualquiera de sus hermanos.Bueno, no hacía falta que fueran íntimos para protegerla. No hacía falta tenerla casi atocar.

Aunque lo ansiara con todas sus fuerzas.

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6

Silas abrió la ventana del dormitorio, algo que se había convertido en una costumbredurante la semana anterior y se echó en la cama adoptando una postura cómoda ymirando fijamente al techo mientras esperaba.

Entonces comenzó. Cerró los ojos cuando los primeros compases del violín, bellos ydesgarradores, se apoderaron de la noche y entraron en su dormitorio, envolviéndolo,atrapándolo en su sensual telaraña.

Hayley tenía muchísimo talento para ser tan joven. Silas sabía de música y distinguíael talento cuando lo oía. Esta mujer estaba destinada a ser grande, estaba convencido.

Cada noche desde la primera vez que ella durmió en el piso contiguo, tocaba elviolín. Su ventana abierta permitía que la música se fundiera con los sonidos de laciudad y de la noche. Antes, Silas solo hubiera oído los ruidos del tráfico —un pocomenos a estas horas de la noche—, pero ahora solo escuchaba las exquisitas melodíasque tocaba y la emoción con la que atrapaba cada nota.

Se preguntaba si, al igual que él, Hayley apenas dormía. Solo estaba en casa a altashoras de la madrugada y luego se pasaba horas ensayando; cuanto más ensayaba, másintensidad adquiría su música. Algunas noches no dormía nada porque tocaba hasta quelos primeros rayos de luz invadían el cielo y luego la veía salir del piso en las cámarasde vigilancia que había instalado cuando compró la propiedad.

Sabía que solo asistía a clase medio día; el resto del tiempo trabajaba, al parecer.Frunció el ceño por esa distracción indeseada de la paz que le infundía cuando la oíatocar. O asistía a clase o trabajaba o tocaba el violín. ¿Cuándo dormía? ¿Cuándo teníatiempo libre para disfrutar de la vida? Parecía que no tenía vida más allá del trabajo, laescuela o el violín.

Sin embargo, le había dedicado un rato para hacerle brownies caseros, el postrefavorito de su padre.

Sintió algo raro en el corazón. Se había convertido en una costumbre coger la notaque le escribió, una de tantas veces que la había sacado desde que la recibió. La sujetócon sumo cuidado, leyó de nuevo las palabras y recorrió con el dedo cada línea y cadacurva de las letras como si la estuviera tocando a ella. Ahora mismo rozaba el papelcon los dedos. Se sentía bien al hacerlo y no sabía por qué.

Nadie había hecho algo tan desinteresado por él, salvo Evangeline, que hacía todo loque podía por mimar a los hombres de Drake. Pero aparte de ella, nadie había hechonada por él.

Pero esto de Hayley era distinto. Quería a Evangeline como a la hermana que nuncahabía tenido. Sí, le había dicho a Drake que, como la cagara otra vez con Evangeline,intervendría, se haría cargo de ella y se aseguraría de que nunca le faltara nada, pero no

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lo decía desde un punto de vista romántico. Además, la bondad de Evangeline, asícomo sus regalos hechos a mano y su comida, eran para todos los hombres de Drake.No tenía un trato preferente con nadie, aunque sabía que Maddox y él tenían unarelación más cercana con ella que el resto de los hombres.

El regalo de Hayley era solo para él, no para otros y sabía que no lo solía hacer. Erauna suposición arrogante, pero se aferraba a ella, necesitaba que fuera verdad aunqueno lo fuera. Haber dedicado tiempo a hacerle algo que decía que era el postre favoritode su padre, a escribirle una nota sincera de agradecimiento y a compartir algo tanespecial e íntimo con él, lo hacía sentir… ¿que se lo merecía?

No, se le acababa de ocurrir esa idea, pero negó con la cabeza. No se lo merecía, noera digno. Maldijeron su alma cuando era tan solo un niño, un niño que, a efectosprácticos, murió cuando tenía once años y cuyas cenizas dieron origen a un monstruo,mucho mayor que sus once años de edad, con un conocimiento de la maldad que ningúnniño debería tener. Pero ¿cuándo había sido él solo un niño, inocente y sabiéndoseseguro, protegido y amado?

Había visto más cuando era niño que muchos adultos en toda su vida y, desdeentonces, era capaz de matar cuando era preciso, sin sufrir remordimiento alguno,cuando los hombres a los que había matado no se merecían ni su piedad. Hacía sutrabajo con frialdad y sin sentimientos, sabiendo que era matar o que lo mataran,sabiendo que debía proteger a aquellos a los que había prometido proteger y sabiendoque, aunque sus acciones no estuvieran justificadas y que apenas recibiera laabsolución de sus pecados, los hombres que mataba debían sufrir algo mucho peor queuna muerte rápida.

Eran animales, no se merecían ni la vida ni el poder que ejercían sin cuidado y sinpiedad. Habían ascendido al poder pisoteando a innumerables hombres y mujeres eimponiendo sufrimiento. Cuando Silas podía dormir, escuchaba los gritos de susvíctimas implorando justicia. Se apoderaban de su mente y de su consciencia, por lanoche, en los sueños que siempre lo atormentaban, pero también durante el día, siemprepresentes como un peso del que no se podía librar.

Era como si se hubieran introducido en su mente y silenciosamente juzgasen todossus actos y lo responsabilizaran de las acciones que llevaba a cabo y de los pecadosque había cometido en nombre de la hermandad, la lealtad y la justicia. No, su justiciano es la que aplicaba la buena sociedad. Tenía su propio tipo de justicia, un código queseguía a rajatabla y del que nunca se desviaba. Vivía según sus propias reglas desdeque obtuvo la libertad de la horrible esclavitud de su niñez y de los primeros recuerdosde su vida. Nunca más se sometería a otra persona, nadie volvería a ejercer podersobre él. Primero, era él como hombre; y segundo, el esbirro de Drake. De todos loshombres, hermanos, de Drake, Silas era el único al que nunca le había dado órdenes.Sabía perfectamente el disparate que eso suponía. Silas le ofrecía lealtad y protección aDrake sin reservas y este lo sabía. También sabía que, si Silas no estuviera satisfecho

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con permanecer en la sombra como instrumento de justicia en el que creían sushermanos y él, Drake no podría detenerlo de ningún modo.

Silas dejó de pensar, se tranquilizó y volvió a las notas que provenían del violín.Estaba tocando algo nuevo, una melodía que no había escuchado aún. Un escalofrío lerecorrió la espalda por el dolor que sugerían sus notas. No se trataba de una piezaligera o melancólica, como otras veces. La música que salía de su ventana cada nocheparecía reflejar su humor en cada momento.

Se incorporó en la cama, atraído por la pena que parecía casi tangible en el aire. Lamelodía retumbaba en las paredes y en él; lo sumió en la tristeza que transmitía lacanción. Sin embargo, era la canción más bonita que había escuchado. Nada de lo quehabía tocado hasta ahora se podía equiparar a esa melodía y eso que todo lo que tocabaera perfecto. Pero esta… esta era mucho más… personal. Sí, eso buscaba, unaexplicación o una descripción de lo que la música decía —sentía— para él.

La pena y la tristeza de cada roce con el arco del violín eran pesadas y asfixiantes, yllenaban la habitación de un sonido desolador. Tenía la piel de gallina. ¿Estaba sola enel mundo, como él? ¿No tenía a nadie con quien compartir su tristeza? ¿Por quién o porqué estaba tan afligida?

También podía ser que no fuera más que una canción recién añadida a su repertorio,una que le hubiera asignado algún profesor. No había cometido ni un error de ejecución,no había ni una nota discordante que indicara un fallo.

Parecía muy fluida y muy trabajada, no como las otras canciones que solía tocarcuando ensayaba, en las que a veces se equivocaba de nota o se paraba a la mitad yvolvía a empezar hasta que estuviera perfecta, como a ella le gustaba. La admiraba porello. Hayley estaba obsesionada con la perfección, nunca se quedaba con algo que fuerasimplemente bueno. Se esforzaba por ser perfecta.

Pero la elección de hoy no tenía errores. La canción parecía emanar de su alma comosi la hubiera tocado miles de veces y hubiera memorizado todas y cada una de las notaspara no necesitar la partitura. Se la imaginaba sentada junto a la ventana, con el violínen alto, apoyado en la mejilla y con los ojos cerrados, cuando tocaba con toda la pasiónpor la música —y la vida— que parecía tener.

Era muy personal para ella. Sabía que conocía tantas otras cosas de las que no podíaestar tan seguro. No la conocía y nunca la había visto en persona. Era ridículo pensarque sabía algo de ella, pero sus instintos nunca fallaban y sabía que estas suposicionessobre ella no eran suposiciones, sino hechos.

¿Qué dolor le escondía al mundo que solo lo mostraba por la noche antes deamanecer, a solas y sin nadie que pudiera oírla ni verla? Sabía que, como se dieracuenta de que la escuchaba tocar, de que la escuchaba ensayar cada noche, seguramentese avergonzaría y se horrorizaría, o lo que era peor, cerraría la ventana y no la volveríaa abrir cuando tocara, algo que no podría soportar.

En cierto modo, la misma semana en que se mudó al lado y comenzó su serenata

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nocturna, esta se convirtió en algo necesario para él. Era vital estar cada noche a lasdos de la madrugada cuando empezara a tocar. Algunos días solo practicaba un par dehoras, luego se instalaba el silencio y él los imaginaba durmiéndose juntos yúnicamente separados por una pared. Otras noches tocaba hasta después del amanecer,para salir corriendo de su piso unos minutos más tarde para ir a clase o a trabajar.

Cuando tocaba, él se quedaba despierto y escuchaba; cuando dormía, él también. Sinquererlo, seguía la rutina de Hayley como si fuera la suya: llegó incluso a organizar susobligaciones y prioridades de negocios en torno a las horas en que sabía que estaríaensayando.

Sabía que no podría hacerlo siempre. Algo acabaría pasando que le impidiera estar aunos metros de ella mientras Hayley dejaba salir su alma de noche. Siempre habíacosas que reclamaban su atención. La seguridad de sus hermanos y, en especial deEvangeline, estaba por encima de todo lo demás. Mientras siguiera existiendo maldad—porque no se podía erradicar—, la gente que le importaba estaría en peligro. Laamenaza estaba siempre en cualquier sitio y podía venir desde cualquier dirección.

Ni él ni sus hermanos eran santos. Silas sabía que existía una estrecha línea entre elcódigo autoimpuesto de justicia y la maldad de la que protegía a los demás. Enocasiones, la línea parecía desaparecer y era cuando más cuenta se daba de que era unmonstruo como los que perseguía y a los que les imponía un castigo. No tenía sentidoangustiarse por que apenas sintiera remordimientos por eliminar tal maldad de lascalles y de la ciudad a las que llamaba hogar. Sabía qué era y cuál era su trabajo, y loaceptaba. El mundo era un lugar mejor sin hombres como los Vanucci, una familiadedicada al crimen que había machacado con tanta violencia a personas inocentes quehabían convertido hogares en regueros de sangre.

Mujeres, niños… en los ojos de los Vanucci no había ni consideración ni compasióny lo habían demostrado una y otra vez. Podía costarle la vida, pero Silas estabadecidido a hacer justicia con cada uno de ellos, así como con aquellos que se aliarancon los Vanucci. Su justicia, la bondad permanente. Sería juez y jurado y lossentenciaría a muerte, donde todo el poder, los vínculos y el dinero del mundo notendrían ni importancia ni influencia. Después de la muerte, solo los actos y acciones detu vida tienen algún mérito o valor.

Se masajeó la cabeza, agotado; sentía una fatiga extraña que hacía que le dolieranhasta los huesos. No conseguía consolarlo ni la preciosa canción de tristeza que fluíapor la noche en el piso contiguo. No cuando había sacado tanto a la superficie despuésde haber permanecido mucho tiempo enterrado. Librarse de los Vanucci no haría mellaen las amenazas que consideraba propias. Su familia. Siempre había alguien más. Lamaldad era omnipresente y traidora, y no había remedio. No había forma de destruirlapermanentemente. Los Vanucci no eran los únicos hijos de puta asesinos y violadoresde la ciudad. Solo eran en los que primero pensaba con el fin de mantener a salvo a sushermanos, a Drake y a Evangeline. Todos eran objetivos. Los Vanucci habían puesto

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precio a la cabeza de Drake y Evangeline. Se enfurecieron cuando, en un giroinesperado de los acontecimientos, Drake apoyó a los Luconi cuando preparabandesmantelar a la familia Vanucci.

Pero Silas no se engañaba, era realista, cínico; era frío, duro e impasible. Sabía quedeshacerse de los Vanucci supondría abrirle el camino al crimen organizado;aparecerían otras bandas y este predominaría más que nunca. Todos los Vanucci eranunas ratas inmundas, pero al menos tenían suficiente poder para disuadir a cualquieraque quisiera instalarse en la ciudad. Las únicas facciones que tenían tanto o más poderque los Vanucci eran los Luconi y… Drake Donovan. Ahora que Drake se había aliadocon los Luconi, los Vanucci estaban más desesperados y eran más impredecibles quenunca.

Con un gran suspiro, cerró los ojos y recurrió al bálsamo reparador que,seguramente, era la pena de otra persona. Quizá Hayley estaba de luto por la pérdida dealgún ser querido y la música era una vía de escape para su tristeza, pero la canciónhabía alcanzado los recovecos más oscuros y profundos de su ser. Durante unossegundos, se encontraba en paz, aunque la canción le susurrara amor y muerte. Queríadormirse con la música de Hayley, con su presencia en la habitación, aunque losseparara la distancia. Esa noche no se sentía tan solo porque ella estaba allí,compartiendo su tristeza y su don, consolándolo, aunque nunca supiera que lo habíahecho. Aunque se dejó llevar por la música, abrazado por la pura belleza, sepreguntaba si Hayley se sentía tan sola como él y si, también como él, no tenía más quela música para consolarla. Cuando se quedó dormido, soñó con ella, iluminada por laluz de la luna mientras tocaba la misma canción una y otra vez. En su sueño veía elbrillo de las lágrimas que salían de los ojos cerrados de Hayley y cómo le resbalabanpor el rostro. Entonces, pues solo era un sueño, acudió a ella, atraído por su dolor ysufrimiento, y le ofreció el mismo consuelo que ella le daba cada noche.

La atrajo hacia sus brazos y besó con suavidad hasta la última lágrima. La abrazóhasta que se quedó dormida, susurrándole continuamente que no estaba sola.

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7

—Ese capullo de McDuff tenía que joderlo todo. —Giovanni Vanucci estaba quetrinaba y le daba lo mismo estallar. Dio un puñetazo sobre la mesa de caoba pararecalcar lo que acababa de decir y lanzó una mirada contundente a los familiares allípresentes. Sus centinelas, sus soldados leales, estaban allí, a sus órdenes.

No era infrecuente que Giovanni mantuviera reuniones familiares en su casa deConnecticut, una de las muchas propiedades que tenía. Pero aquí, lejos de la ciudad ycon la posibilidad de tenerlo todo vigilado por cámaras, con espías y secretos quepudieran salir al descubierto, era donde organizaba las reuniones familiares. Sabía queno habría filtraciones en este despacho privado, una habitación que ni su mujer ni sushijas se atrevían a pisar.

—Se ha cargado meses de planificación y justo cuando íbamos a por los Luconi,¿secuestra a la mujer de Drake Donovan y luego se alía con ellos?

Sabía que tenía el rostro contraído por la rabia y seguramente estaba rojo como untomate, a juzgar por la expresión de inquietud de su hijo mayor, Gabriel. Se esforzó porcalmarse para que no se le disparara la tensión y le diera otra apoplejía. Los médicosle habían dicho que no sobreviviría a otra. Pero, a pesar de saber que debía recobrar lacompostura, solo sentía rabia y una sed de venganza abrumadora.

Se volvió hacia la única persona en la sala con la que no tenía lazos de sangre. Unhombre que había demostrado su lealtad y mucha más ambición y fidelidad que suspropios hijos. Ellos sabían que su padre sentía predilección por el hombre al quellamaban Fantasma y ya ni se molestaban en esconder enfado o resentimiento porqueuno de fuera les usurpara su importancia y su función dentro de la organización.

Al mirar a Fantasma, con la intención de explicarle los planes y darle órdenes, vioque dos de sus hijos fulminaban a su hombre con la mirada, mientras Gabriel selimitaba a mirar a su padre con una mirada fría e inexpresiva y los labios apretados.

Fantasma debía de notar la animosidad de los hijos, pero ni se inmutó; siguió con eseaire aburrido y despreocupado ante la pataleta de los infantiles vástagos de Giovanni.

—Tiene que haber un eslabón débil en la organización de Donovan —murmuróGiovanni—. Uno de los suyos era un soplón de la pasma y desapareció poco despuésde la redada policial en el club de Donovan. Ir a por su mujer es demasiado arriesgado.Está a punto de dar a luz y es imposible traspasar la red de seguridad que la rodea. Asípues, hay que encontrar otro agujero en su seguridad. Todos sus hombres tienen supropio talón de Aquiles; solo hay que dar con él y aprovecharlo. ¿Puedo confiarte estamisión, Fantasma?

El hombre asintió y, aunque no era precisamente un hombre de muchas palabras,cuando hablaba, los demás escuchaban. Incluso los hijos de Giovanni le tenían

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demasiado miedo para desafiarlo abiertamente.Entonces Giovanni se dirigió a sus hijos, Gabriel, Jacques y Paulo. Sabía que para

que fueran competentes y fiables para la familia, tenía que darles la oportunidad dedemostrar su valía. Solo esperaba que no la cagaran.

—Os quiero a los tres en esto. Investigadlo todo, no os dejéis nada. Seguid todas laspistas. Y sea lo que sea que encontréis, tenéis que comunicárselo a Fantasma deinmediato.

Los hijos no parecían muy conformes por tener que responder ante alguien que no erani de la familia, pero sabían lo que significaba la tarea que su padre les habíaencomendado. Era su oportunidad de mostrarse dignos de su apellido y de escalar en laorganización que algún día dirigirían en lugar de su padre.

Sin embargo, no eran conscientes de que, si le fallaban de algún modo, él seaseguraría de que no llegaran nunca al mando de la empresa. Si no podía confiar enellos para una tarea tan simple como esta, ¿cómo iba a dejarlos a cargo de la gestión ydel cuidado de la familia?

Giovanni les hizo un gesto con la mano para que se fueran, pero pidió a Fantasma quese quedara. Cuando se fueron, se recostó en la butaca y se pasó una mano por el pelo.

—Cuento contigo —dijo, cansado—. Tiene que haber alguna forma de atacar aDrake, de ponerlo contra las cuerdas. Sin su apoyo, será fácil destruir a los Luconi.Pero hasta que pueda eliminar a Donovan del mapa, tengo las manos atadas y cada díaque pasa pierdo más poder. No pienso quedarme quieto y dejar que ese hijo de puta mearrebate todo lo que yo, mi padre, mi abuelo, su padre y el padre de su padre hemostrabajado tanto para construir.

—Eso está hecho —respondió el hombre llamado Fantasma con su voz tranquila desiempre y el rostro carente de emoción.

Giovanni se estremeció. No lo admitiría nunca, pero le tenía tanto miedo como letenían sus hijos, y sospechaba que había motivos.

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8

Hayley cruzó la puerta del edificio de apartamentos y relajó los hombros al tiempoque reprimía un bostezo de los grandes. Era su primer día libre en el trabajo desde quese había mudado hacía dos semanas y se moría de ganas de echar una siesta. Llevabamuchas noches ensayando y sin dormir porque en uno de los dos sitios en los quetrabajaba tenía turno de tarde y noche. No solía llegar a casa hasta pasada la una y erancasi las dos de la mañana cuando se ponía a tocar.

Una buena siesta le vendría que ni pintada. Después se prepararía una buena cena ypracticaría, más temprano de lo habitual, antes de dormir, para la clase de la mañanasiguiente.

Pulsó el botón del ascensor, se abrieron las puertas y salió una mujer de treinta ymuchos, tal vez cuarenta y pocos. Se paró en cuanto la vio y la miró de arriba abajo.

—Tienes que ser nueva —le dijo, animada—. No nos conocemos. Soy Patricia yvivo en el cuarto.

Hayley le devolvió la sonrisa y alargó el brazo para que no se cerraran las puertas.—Yo soy Hayley y vivo en el último piso.La mujer se quedó sorprendida.—Entonces vives al lado del propietario. Que yo sepa, los apartamentos del último

piso nunca se habían alquilado. Se dice que el propietario valora mucho su intimidad.Hayley también estaba atónita. Nunca había visto a los vecinos, claro que tenía un

horario tan raro que era normal. Pero ¿el propietario vivía en el bloque? Eso no losabía.

—Bueno, me dijeron que un apartamento de los de arriba estaba en obras —leexplicó ella—. Cuando vine a preguntar si había pisos para alquilar, solo les quedabauno en el sótano. Poco después me llamó el administrador y me dijo que habíanterminado el apartamento de la planta superior y se podía alquilar. —Se encogió dehombros—. Supongo que estaba en el sitio correcto en el momento adecuado.

La mujer parecía no creérselo, pero no le dijo nada.—¿Sabes en qué apartamento vive? —murmuró Hayley—. Vivo al final del pasillo y

nunca he visto a nadie en mi planta, aunque tampoco es que esté mucho en casa.—Creo que vive en el del medio, pero no estoy segura. Como he dicho, el

propietario es muy reservado. No recuerdo haberlo visto. —Frunció el ceño—. Dehecho, creo que ningún vecino lo ha visto.

Hayley, que aún seguía dándole vueltas a eso, se despidió y pulsó el botón de suplanta cuando se cerraron las puertas. El ascensor subió rápidamente y, con el ceñofruncido, ella salió y se detuvo frente al apartamento del medio, aguzando el oído por sioía ruidos en su interior. Pero todo estaba en silencio. No se oía la televisión ni ningún

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movimiento. Sacudió la cabeza y siguió hasta su apartamento; solo quería hacerse unovillo en la mullida cama de la que apenas había disfrutado desde la mudanza y echarseuna siesta.

Sin embargo, el sentimiento de culpa la carcomía cuando, a los veinte minutos yrecién salida de la ducha, estaba acurrucada entre las sábanas. No dejaba de dar vueltasy se maldecía por no poder relajarse y dormir. Normalmente, cuando le costabadescansar, tocaba algunas piezas con el violín para tranquilizarse y entonces conseguíadormir mejor. Pero no era el violín lo que ocupaba sus pensamientos. Pensaba en suvecino, el propietario que tan amable había sido con ella, y eso le impedía descansar.

Le debía muchísimo. ¿Habría recibido los brownies que le había preparado? Cuandolos hizo para el administrador y este le dijo, nervioso, que debía agradecérselo alpropietario, no tuvo tiempo de escribirle una nota de agradecimiento en condiciones.Quizá podría hacerle otra cosa y escribirle una nota más personalizada. Incluso podríallevársela y llamar a su puerta; al fin y al cabo, era mejor agradecérselo en persona.

Entonces recordó el comentario de Patricia: que el propietario valoraba mucho suintimidad y que ningún inquilino lo había visto. Le parecía muy poco probable, peroPatricia parecía muy sorprendida de que él hubiera accedido a alquilar losapartamentos de la última planta que había al lado del suyo. Con lo poco que cobrabapor el alquiler, tal vez le vinieran bien unos ingresos adicionales.

Ahora que tenía esa idea en la cabeza, sabía que le sería imposible dormir. Con unsuspiro contrariado, salió de la cama y miró una última vez el cómodo colchón. Adiós asu tarde de relax.

Hizo una lista de las verduras que tenía y pensó en las recetas que conocía,comparándolas con las existencias. Lo último que quería era tener que hacer una visitaal mercado que había a unas manzanas de allí. Era demasiado tiempo.

Reparó en una lata de leche condensada y una bolsa de toffees y entonces recordóque los había comprado para hacer su tarta de caramelo. Solo tenía una masa y natapara hacer una sola tarta, así que no podía fastidiarla.

La leche condensada tardaría unas horas en hervir y convertirse en el relleno decaramelo que usaba en la tarta, así que empezó por eso: llenó una cacerola con agua yla llevó a ebullición. Después de colocar la lata en el agua, cogió el resto deingredientes de la pequeña despensa y la nevera; dejó la nata, la vainilla, la masa detarta y los trocitos de toffee en la encimera. Como vio que no podía hacer gran cosahasta que estuviera hecho el caramelo y se hubiera enfriado lo suficiente para noderretir las perlas de toffee recubiertas de chocolate, decidió ensayar con el violín. Enlugar de practicar de noche, podría hacerlo ahora, terminar la tarta y llevársela a suvecino. Después cenaría algo sencillo y se acostaría temprano. La idea de dormir tantodel tirón era realmente apetecible.

Después de volver a guardar la nata en la nevera, dejó la crema de queso fuera paraque se ablandara a temperatura ambiente y fue a abrir la ventana más cercana a la silla

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en la que se sentaba a tocar. Sacó el violín del estuche y acarició con ternura la maderagastada y descolorida y, de repente, notó el escozor de las lágrimas.

—Papá, te echo muchísimo de menos —dijo sollozando.Se quedó un rato estrechando el violín contra el pecho con la cabeza agachada; por

primera vez en mucho tiempo, se permitía llorar su pérdida.

Silas entró en su apartamento sin hacer ruido y sin perder un momento, se volvió yempezó el ritual necesario y tranquilizador de cerrar y abrir las muchas cerraduras quecustodiaban la entrada de su piso. Satisfecho tras comprobar su seguridad, verificó queel espacio —y el edificio— también estuviera despejado y sin peligros. Era unacostumbre muy arraigada y tan necesaria como respirar.

Se sentó en la butaca rodeado de monitores de seguridad y un sonido le llamó laatención. Se quedó totalmente quieto y aguzó el oído para captar el origen. Entoncesdistinguió el leve compás de aquella melodía evocadora que la muchacha había tocadopor primera vez hacía ya varias noches y supo al instante que estaba en casa tocando.

Se apartó de las pantallas sin haber hecho un barrido de todas las instalaciones, algomuy poco habitual en él porque siempre lo hacía, y se fue corriendo al dormitorio paraabrir la ventana y que entrara aquella música hermosa.

Antes de que llegara Hayley, nunca había contemplado abrir las ventanas de suapartamento. Era un riesgo. Alguien podía acceder a sus dominios privados y para él,su espacio y su intimidad eran sagrados. Nadie osaba invadirlos. Se arriesgabademasiado abriendo la ventana porque se volvía vulnerable, pero era incapaz deresistirse a la llamada de su violín.

Con las ventanas cerradas, el piso era impenetrable. Aquellos cristales a prueba debalas y de roturas eran de lo mejor del mercado. Solo una bomba conseguiría reventarel cristal para facilitar la entrada a un intruso. A pesar de todo, se sentó en el borde dela cama, con la fría brisa que empezaba a entrar, concentrándose en cada nota mientraslos ruidos estridentes de la ciudad se apagaban al sumirse en el sonido celestial queparecía llegarle del viento que producía el aleteo de los ángeles.

Sacudió la cabeza y se preguntó si estaría perdiendo la poca cordura que le quedaba.No era un hombre nada poético, aunque sí sentía debilidad por la buena música, labuena comida y el buen vino. Se había prometido hacía muchos años, cuando se olvidóde ser un niño normal con una vida normal, que dejaría la suciedad y la pobreza atrás.Que no volvería a pasar varios días seguidos sin comer y rebuscando en la basura, tanhambriento que le importaba muy poco lo que pudiera llevarse a la boca o que loecharan los tenderos a escobazos porque creían que les causaría problemas.

Su autoestima estaba por los suelos aunque ni siquiera supiera qué significaba esapalabra. Nunca le habían dado la oportunidad de ser persona; desde su desafortunadonacimiento había sido poco más que un animal. Y hasta a los animales los trataban conmás humanidad de la que había recibido él.

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Pero juró que nunca volvería a ser pobre como una rata ni a estar indefenso y lohabía conseguido con creces. Tenía más dinero del que podría gastar en una vida, perono tenía a nadie a quien dejarle toda esa gran riqueza. Había escogido un camino desoledad y solo se abría a los hombres a los que consideraba hermanos; hombres comoél forjados y marcados por haberse criado en unas condiciones horribles, que no sabíanqué era que alguien los amara o se preocupara por ellos. Drake era la excepción. Teníasuerte de haber encontrado a una mujer, a Evangeline, que aceptaba la oscuridad quevivía en su interior, en el de todos. No había sido fácil. Drake había estado a punto dedestruir —dos veces— a la mujer que acabaría salvándolo de la existencia solitaria enla que Silas y el resto de sus hombres estaban instalados.

Eso nunca le sucedería a él. Llevaba demasiada oscuridad dentro. Mucha más queDrake o cualquiera de sus hermanos. Sus demonios eran muy fuertes, estaban muy vivosy cada vez eran más poderosos. Su vida era demasiado peligrosa para dejar que alguiense le acercara tanto; acabaría sufriendo por culpa de él y las decisiones que hubieratomado. No se arrepentía de esas decisiones y de haber escogido una vida dedicada ala protección de Drake y los demás. Había jurado lealtad a Drake porque sabía que estenunca lo traicionaría. Eso le bastaba y con eso ocupaba su vida. Todos los minutos desus días y noches tenían un objetivo. Daría su vida por la de sus hermanos y ahoratambién por Evangeline, el ángel, como Drake la llamaba.

Seguramente un día moriría por uno o más a los que había jurado lealtad, pero era sucometido y lo aceptaba como hacía con las demás cosas de su vida: con tranquilidad ysin arrepentimiento. Drake tenía muchos motivos para vivir ahora. Tenía una esposa a laque amaba sin medida y un bebé que llegaría dentro de menos de dos meses. Porprimera vez, la vida de Drake tenía un propósito y un significado que trascendía a sushermanos y el negocio de amasar riqueza y poder. Y Silas se sacrificaría para asegurarque Drake no perdiera lo que consideraba suyo, porque sin Evangeline y su hijo, Drakeya no tendría motivos para vivir y su imperio se derrumbaría como un castillo denaipes. Mientras viviera, Silas no permitiría que eso sucediera. Drake lo necesitaba,sus hermanos lo necesitaban, Evangeline y su bebé necesitaban su protección. YEvangeline era una de las pocas personas en este mundo a quien daba su afecto y apoyoincondicional. Era la única que podía hacerlo sonreír y, antes de conocerla, norecordaba cuándo había sonreído por última vez, ni siquiera a sí mismo.

De repente se le coló un pensamiento en la introspección. ¿Podría Hayley darlemotivos para sonreír? ¿Podría estar delante de ella y no sonreír? Se quitó esa idea tanridícula de la cabeza, enfadado por estar tan sumamente obsesionado por una mujer a laque no conocía y por su recital nocturno. Tenía que terminar con esa atracción quesentía por ella. Tendría que renunciar a sus horas de ensayo porque temía perder laconcentración en un momento en el que no podía desconcentrarse.

Aun así, no soportaba la idea de no escucharla tocar cada noche tendido en la cama.Pensar incluso en escapar, en estar en otro lugar, le hacía sentir algo parecido al pánico

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y él no solía tener miedo. Era frío, despiadado y carente de emoción, ya fuera buena omala, cuando desempeñaba sus tareas. La emoción no tenía cabida en sus negocios; lossentimientos volvían a las personas imprudentes e impetuosas. Las hacía cometererrores y dudar de sí mismas. Y todas esas posibilidades podían significar la diferenciaentre la vida y la muerte, entre matar o morir, entre proteger a los que había juradoproteger o fallarles. No podría vivir sabiendo que había fallado a la gente a quien habíaprometido que no les pasaría nada malo.

No sabía cuánto tiempo había pasado allí sentado, fascinado y calmado por las notasque Hayley entretejía. Era mágica, era capaz de amaestrar a las bestias como nadie. ¿Sedaría cuenta del don que tenía? Estaba tan sumido en sus pensamientos y en la extrañezaque le provocaba sentirse, aunque fuera tan solo un instante, completamente en paz —algo que no recordaba haber sentido nunca—, que no se percató de que la música habíadejado de sonar hasta que el silencio envolvió el dormitorio y se llevó consigo lacapacidad de sentir… alegría, satisfacción y un breve respiro de la rabia que siemprebullía en su interior, muy cerca de la superficie.

Agachó la cabeza; sentía esa pérdida como si le hubieran arrancado el corazón.Apretó los puños, enfadado por dejar que ella ejerciera ese control sobre él. Sumúsica. Aun así, sabía que era inútil culparla de algo de lo que ella ni siquiera teníaconstancia. Darse cuenta de que no tenía potestad sobre lo que podía permitirle o no lehizo sentirse impotente e indefenso; dos cosas que juró que nunca volvería a ser. Pormuy furioso que estuviera o por muy cruenta que fuera la guerra que libraba consigomismo, tenía que reconocer que no tenía capacidad para romper el poder que ejercíasobre sus emociones, sus pensamientos y su humor. Y eso lo hizo sentir aún másindefenso y vulnerable, más desprotegido, que cuando era pequeño.

Se levantó de repente y salió al salón, enfadado consigo por no haber acabado elbarrido de seguridad del edificio. Era un ritual que nunca se saltaba. Cada vez que seiba y luego regresaba a casa, repasaba hasta la última zona vigilada por las cámaras.Había montado trampas dentro de su apartamento para saber si alguien entraba en suausencia y aun así lo había olvidado todo en cuanto oyó el violín de Hayley.

Soltó un improperio, muy enfadado por haberse distraído de esa forma. Lasdistracciones eran lo que mataba a la gente. Drake confiaba en él para que losmantuviera a salvo y, a pesar de todo, parecía no ser capaz de gestionar su propiaseguridad por culpa de su nueva vecina, una mujer con la que nunca tendría que haberseablandado. No tendría que haberle ofrecido el piso de al lado. Seguía perplejo por elarrebato que le había dado al ver la desesperación y la angustia en la cara de la chica.Era impropio de él dejarse llevar por sus impulsos, pero no solo le había dicho aladministrador que le ofreciera el piso, sino que también había pedido que el chófer lallevara a casa. Además, le pagó al constructor una cantidad indecente de dinero paraque reconstruyera las paredes y dividiera en dos el que en origen había sido unapartamento enorme que ocupaba toda la planta superior para que Hayley tuviera un

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sitio donde vivir.Fue idiota, impulsivo e irracional.Y estos tres calificativos eran la fórmula del desastre; algo a lo que un hombre como

él nunca debería sucumbir y nunca había sucumbido hasta ahora.La único que explicaba ese comportamiento tan raro era que ella le recordaba

demasiado a Evangeline en esa época oscura en la que Drake creía que ella lo habíatraicionado, que los había traicionado a todos, y la había echado de su vida. Tal vez nose le había olvidado ese incidente como creía. Sí, ese debía de ser el único motivo porel cual actuó de forma tan impulsiva y no pudo rechazar a una chica que parecía tanvulnerable y desesperada.

Comprobó meticulosamente los indicadores que le dirían si alguien había entrado ensu piso mientras él no estaba. Los examinó uno a uno, tres veces seguidas, y entoncesvolvió hasta las pantallas, algo incómodo por haberse desviado de la rutina. Siemprecerraba con llave primero y luego revisaba las cintas de cada uno de los monitores. Lasrebobinaba y lo veía todo hasta cerciorarse de que no había habido ningún intruso. Soloentonces comprobaba las trampas. Después de seguir esa rutina que ya se habíaconvertido en algo automático —hasta ahora—, solo entonces se ocupaba de susnecesidades personales, que atendía también siguiendo un orden estricto. Hasta ahora,joder. Soltó un buen taco para descargar la frustración que le producía la alteración dela rutina, porque cualquier desviación en sus quehaceres habituales lo alteraba yamenazaba su cordura.

A consecuencia del cambio de orden de las tareas, y porque la ansiedad le impedíarespirar y recobrar la compostura, rebobinó la grabación de seguridad una vez, dosveces y hasta una tercera vez hasta que quedó satisfecho al ver que nadie había entrado.Aún tenso, se acercó al mueble bar y se sirvió una copa para tranquilizar esospensamientos que lo atormentaban. Se sentó en la butaca de piel que había frente a laspantallas y se pasó una mano por el pelo.

Tenía que hacer algo al respecto. No podía tenerla tan cerca. Lo iba a volver loco.Era demasiada distracción; no podía permitírselo. Aun así, la sola idea de echarla ydejar de disfrutar del bálsamo reparador de su música lo hacía sentir vacío. Y solo,aunque había estado solo toda su vida, y antes nunca le había importado. Le gustaban lasoledad y el aislamiento. Lo incomodaba más la presencia de gente que estar solo,porque sabía estar solo. Lo que no sabía era cómo no estarlo.

Para su sorpresa, de repente se vio abrumado por la vergüenza y el sentimiento deculpa. Sabía perfectamente qué era sentir vergüenza, porque había vivido con ella losprimeros once años de su vida. Desde entonces, se negó a sentir vergüenza por susactos. Pero ¿culpa? Estaba atónito por haber sentido, aunque fuera solo durante unossegundos, una emoción que no solo le era ajena, sino que creía que no sería capaz desentir.

Reconocía su egoísmo, y la vergüenza y la culpa iban de la mano de esa afirmación.

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Había pensado en deshacerse de Hayley, de apartarla para poder volver a su existenciadisciplinada y ordenada, pero no podía prescindir de esos impagables momentosrobados en los que su música le daba una paz y una belleza que nunca habíaexperimentado. De no ser por eso, seguramente ya habría pedido al administrador quela hiciera salir de allí, con el pretexto de realizar unas obras. Después de ver ladesesperación y la pena en su mirada, ¿cómo podía ser tan capullo y echarla cuandoella, sin saberlo, le había dado tanto? Sabía lo mucho que la chica necesitaba aquelpiso que él le había dado. Había visto —no, joder, había sentido— su alegría y gratitudpor alquilárselo. Y a pesar de todo, de no ser por lo que ella le daba, la echaría depatitas a la calle, sin un techo y sin forma de protegerse de todo lo malo que él sabíaque existía fuera. Sí, era el monstruo por el que lo tenían.

Dio un golpe en la mesa con la copa de whisky, frustrado. Lo estaba volviendo loco yni siquiera se habían conocido. En esas dos semanas que Hayley llevaba viviendo allí,él había sentido cosas que nunca se había permitido pensar siquiera. Egoísmo,vergüenza y, lo peor de todo: el dichoso sentimiento de culpa. Tenía que hacer algo oella acabaría debilitándolo, lo dejaría inútil e indefenso como ejecutor para la genteque protegía. Porque ¿cómo podía centrarse en su objetivo principal si no dejaba depensar en una mujer que ni siquiera sabía de su existencia?

Estaba tan obcecado en odiarse que al principio no oyó que llamaban a la puerta.Cuando volvió a oírlo, levantó la cabeza y se le hinchó la nariz, preso de la rabia. Yahabía trastocado su rutina. ¿Qué capullo llamaba ahora a su puerta? Como fuera eladministrador otra vez, le cortaría la cabeza. El hombre sabía que no debía molestarloy, aún menos, subir a su apartamento sin avisar.

Como nunca dejaba nada al azar, se levantó y se enfundó la pistola en la cartucheraque siempre llevaba encima. También se puso los cuchillos en su sitio. Cuando yaestuvo completamente armado, se puso una chaqueta fina, pero sin abotonar para poderacceder rápidamente a las armas. Entonces se acercó a la puerta, intranquilo. Sinembargo, cuando echó un vistazo por la mirilla, casi dio un traspié de la impresión.

«¿Hayley?».¿Qué narices hacía allí? ¿Cómo sabía ella dónde vivía?Se obligó a respirar con calma y calmar el pulso. Tal vez no sabía quién vivía allí. A

lo mejor solo quería ser cordial, quizá tuviera algún problema o necesitaba algo…ayuda.

Mentalmente repasó deprisa todas las posibilidades, como si fuera un ordenador.Parecía un ser tan solitario como él. Hasta ahora no había visto a nadie más en su piso.No invitaba a nadie y parecía que no tenía amigos o, por lo menos, no los había llevadoa casa. Claro que ella tampoco pasaba mucho tiempo en casa. Ahora que lo pensaba,¿qué hacía allí tan temprano?

Pensar que necesitaba ayuda o que tenía un problema lo hizo actuar en contra de susinstintos y empezó a abrir los pestillos. Si hubiera sido otra persona, hubiera hecho

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caso omiso y le hubiera dejado creer que no estaba en casa.Cuando llegó al último cerrojo, se dio cuenta de que le temblaban las manos. Dio un

paso atrás, inspiró hondo para recomponerse, y entonces giró el pomo y abrió la puerta.

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9

Hayley tragó saliva para tranquilizarse, volvió a llamar a la puerta y decidió que, sino le abría, le dejaría la tarta en la puerta junto con la tarjeta de agradecimiento y leescribiría una nota para que la pusiera en la nevera inmediatamente.

Estaba a punto de agacharse para dejar la tarta en el suelo cuando oyó que se abríanlas cerraduras desde dentro. Se levantó con rapidez a la vez que se le quedaba la bocaseca. Se pasó la mano libre por los vaqueros para secarse el sudor y esperó sin dejarde oír cómo seguía abriendo cerraduras.

Frunció el ceño. Pero ¿cuántas cerraduras tenía en la puerta? ¿Estaría al tanto dealgún peligro en el bloque del que ella no tenía ni idea? Quizá era un paranoico. Debíade ser un anciano, posiblemente jubilado, que alquilaba pisos para ganar un dineroextra a su pensión. No podía culparlo por querer sentirse a salvo.

Sin embargo, cuando por fin se abrió la puerta, se quedó boquiabierta al ver la carade un hombre que ni de lejos era anciano; de hecho, ni siquiera parecía de medianaedad. Tembló ante la frialdad inescrutable de su mirada y su expresión, que reflejabairritación y sorpresa, lo que le daba a entender que no la recibía con agrado. En esemomento supo que había cometido un error al traspasar los límites de su privacidad.Podía ver el enfado escrito en su rostro. Si el miedo no le hubiera clavado los pies enel suelo, habría huido.

Era joven. O al menos más joven que el jubilado que ella había imaginado. Teníaunos diez años más que ella o puede que más. Era difícil saberlo. Tenía un aspectoatemporal, pero al observarlo de cerca se podían ver algunas arrugas que transmitíandolor y reflejaban a un hombre mucho mayor de lo que era. También era increíblementeguapo. Era alto, tenía los hombros anchos y el pecho enorme. Y sus muslos, cubiertospor un vaquero desteñido, parecían troncos de árbol. Era como si no tuviera ni un solocentímetro de grasa, y si la hubiera, la fina camiseta lo habría delatado.

Tenía el pelo del color más negro y brillante que jamás había visto y contrastaba conel verde oscuro de sus ojos que, posados en ella, no dejaron de observarla hasta queesta se avergonzó por el escrutinio. Notaba su mirada sobre ella como si fuera unacorriente eléctrica que lo arrasara todo a su paso, y cuando sus ojos se encontraron, sequedó atónita. Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo y sintió un cosquilleo incesantepor toda la piel.

Estaba claro que se estaba entrometiendo y estaba aún más claro que dichaintromisión no era bien recibida. De repente se sintió profundamente avergonzada y,para mayor humillación, empezó a notar como el calor le encendía las mejillas al darsecuenta de que él se percataría sin problemas.

—Esto, siento… siento molestarle —tartamudeó con torpeza—. Otra inquilina me

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dijo que vi… vivía aquí, junto a mi piso, quiero decir, y quería… quería agradecerle,en persona, que me lo haya alquilado. No tiene ni idea de lo desesperada que estabapor encontrar un lugar para vivir y que además pudiera pagar.

Estaba balbuceando. Sabía que lo que tenía que hacer era entregarle la tarta ymarcharse a casa y nunca, jamás, volver a molestarlo de nuevo, pero estaba eclipsada yera incapaz de moverse bajo su penetrante mirada. Se sentía desnuda y vulnerable,como si pudiera verla por dentro y supiera todo lo que pensaba. Pero ¿qué locura eraesa?

Madre mía, pero es que aquel hombre era guapísimo. Se le hacía la boca agua de loguapo que era. Ni en sus fantasías más salvajes, aunque no tenía muchas, se habríaimaginado semejante ser humano. Notó que le flaqueaban las piernas al fijarsedetenidamente en el hombre plantado con rigidez frente a ella y memorizó cada detallede su aspecto. Al menos ya tenía una fantasía que satisfacer. Joder, podría ser la madrede todas las fantasías. Durante el resto de su vida, cualquier otro hombre palidecería encomparación con él. Ni siquiera había comparación. No se sentía tan tímida y torpedesde el instituto y, sin embargo, aquí estaba, creyéndose una urbanita sofisticada quese había lanzado a una vida lejos de las montañas del este de Tennessee.

Corre. Huye. Desaparece. Antes de hacer alguna tontería más grande.Empujó la tarta hacia él y vio que arqueaba una ceja, sorprendido. Miraba con

sospecha hacia el pastel y luego de nuevo hacia ella, con cautela reflejada en esosintensos lagos verdes que parecían tan sombríos.

Hayley suspiró con exasperación; se contuvo para no alzar las manos en señal defrustración o rendición. No estaba segura de cuál de ellas quería expresar.

—No creerá que la he envenenado, ¿verdad? Es solo una muestra de agradecimiento.Un agradecimiento más personalizado ahora que sé que fue usted, y no el administrador,el responsable del alquiler de mi piso.

Mientras hablaba, sacó la pequeña tarjeta con florecitas del bolsillo, avergonzadadel ridículo que estaba haciendo. Tendría que habérselo pensado bien antes de seguirsus impulsos.

Pero de repente pasó algo fascinante. La expresión de aquel hombre, en la que ellahabría jurado que se podría romper un ladrillo, y uno bien resistente, flaqueó cuandomovió los labios ligeramente hacia arriba y esbozó una pequeña sonrisa. La diversiónremplazó a la frialdad en aquellos ojos fascinantes y no pudo hacer más que miraratontada como esa sonrisa, por pequeña que fuera, transformaba completamente su cara.¡Vaya! ¿Cómo sería verlo sonreír de verdad?

Finalmente, le cogió la tarta y la miró expectante. Al ver su expresión confusa, ladiversión en sus ojos se hizo más profunda y la sonrisa creció un poquito más. Esehombre tenía que parar de sonreír porque si seguía haciéndolo no sería capaz de volvera su casa a pie. Claro que, si no empezaba a respirar pronto, caminar iba a ser el menorde sus problemas.

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—¿La tarjeta también es para mí? —preguntó con una voz profunda que parecíaretumbarle en el pecho.

Hayley miró hacia abajo, había olvidado por completo haberla sacado del bolsillo.Se la acercó con la mano temblando considerablemente. Por suerte, le pareció que él nolo notaba, aunque seguramente se daba cuenta de todo.

—¿Para qué es esto? —preguntó con suavidad mientras la brusquedad anterior de suvoz desaparecía.

Hayley se relajó un poco.—Me llamo Hayley, pero supongo que ya lo sabe, bueno a no ser que su

administrador se haya encargado del papeleo y esas cosas.Madre mía, estaba balbuceando otra vez y ella nunca lo hacía. Estaba claro que tenía

que salir más e interactuar con la gente, porque había olvidado algo tan simple comosocializar.

—Bueno —se apresuró a decir antes de que él pudiera contestar—, comoagradecimiento he querido prepararle una cosa y darle una tarjeta. En lugar de una nota,quiero decir.

Dios, qué patética era.Él movió los labios de forma sospechosa.—Ya me lo has agradecido. Los brownies estaban deliciosos. Gracias por

hacérmelos —repuso él, tuteándola.—Lo sé, pero en ese momento no sabía que vivía aquí y tampoco sabía que fue usted

quien me alquiló el piso, así que me limité a escribir unas pocas palabras porque teníaprisa. Pensé que estaría bien volver a expresarle mi gratitud, o bueno, hacerlo de formacorrecta.

Para evitar que se le escapara un gemido de consternación, gesticuló en dirección ala tarta.

—Tiene que guardarla en la nevera para que la cobertura se asiente. Si intentacomérsela ahora, será un desastre porque se caerá por todas partes. Es mejor dejarlaenfriar durante la noche, pero si no puede esperar hasta mañana, al menos déjelareposar durante unas horas.

Volvieron a temblarle los labios; Hayley juró que intentaba evitar reírse. Entonces suexpresión volvió a cambiar y, aunque no estaba totalmente segura de lo que estaríapensando o de qué significaba esa expresión, se sintió… como si fuera una presa,recelosa pero hechizada. Al cabo de unos segundos se le relajó la expresión y los ojosle brillaron con un atisbo de calidez.

—Soy Silas —dijo con voz profunda—. Tutéame, por favor. Gracias por la tarta.Estoy seguro de que me encantará. Me gusta bastante el dulce, pero no suelo comerlo amenudo.

Sí, eso ya lo había supuesto. Estaba muy en forma.—Encantada de conocerte, Silas —dijo con una sonrisa.

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De repente él se quedó en silencio y a ella le titubeó la sonrisa. Sin darse cuenta ysin saber ni siquiera por qué, dio un paso hacia atrás.

—No me tengas miedo, Hayley —dijo en voz baja—. No te haré nada.Esas palabras le resultaron un poco extrañas. Puede que durante un momento se

hubiera asustado un poco, sin embargo, y aunque él era un extraño, la manera dedecirlas hizo que se lo creyera totalmente. Lo que la hacía parecer una loca de remateporque no lo conocía en absoluto.

—Tienes mucho talento.Hayley frunció el ceño en señal de confusión por su brusco cambio de tema.—¿Perdona?—Tocas el violín. Te escucho por las noches. Tienes mucho talento. Nunca había

escuchado nada tan hermoso.La cara se le volvió de color carmesí.—Lo siento, no tenía ni idea de que me oías. No debería abrir la ventana. Es solo

que la noche, bueno, los sonidos de la noche… me tranquilizan. Me hacen sentir menossola.

Cerró los ojos, avergonzada por lo que acababa de confesarle. Dios, tenía que volverde inmediato a casa para poder callarse y no quedar como una idiota.

—No volverá a pasar. Espero que me perdones por haberte molestado.Entonces vio como su expresión se volvió seria y estuvo a punto de dar otro paso

hacia atrás si no hubiera sido porque estaba completamente inmóvil. ¿Qué había hechopara cabrearlo?

—No —dijo él con brusquedad—. No lo he dicho porque me molestase o porquequisiera que pararas. No debería haber dicho nada. Disfruto escuchándote. Tu música…me calma, tanto como los sonidos de la noche te calman a ti. E igual que tú, me hacesentir menos solo.

Esa confesión sonaba a algo que se le había escapado de forma dolorosa, como sinunca compartiera esos sentimientos tan íntimos. En ese instante, vio en sus ojos unalma gemela. Demasiada soledad y dolor. Vio tristeza e incluso arrepentimiento.

—Por favor, deja la ventana abierta cuando toques —dijo con suavidad—, si noquisiera oírte, no abriría la mía.

Hayley se sorprendió de que él encontrara tranquilidad en su música, que significaraalgo para él, tanto como lo significaba para ella: una válvula de escape. Y no solo unaválvula de escape creativa, sino una forma de expresar los sentimientos que reprimía.Sentimientos que nunca podría compartir con nadie. Porque no había nadie.

—Entonces la dejaré abierta cuando practique —prometió con la voz tan baja comola suya.

—Solo acuérdate de cerrarla después —dijo en un tono que le sonó casi protector.Se limitó a asentir y como sabía que no podría soportar durante mucho más tiempo

ese momento extraño e incómodo, señaló la tarta.

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—Tienes que meterla en el frigorífico —dijo con voz ronca—. Y yo tengo que volvera mi piso.

—Ha sido un placer conocerte, Hayley —dijo, obsequiándola una vez más con unamago de sonrisa—. Si alguna vez necesitas algo, por favor, no dudes en decírmelo.

Ella asintió mientras intentaba encontrar la voz.—Lo mismo digo, Silas. Y ya has hecho por mí más de lo que era necesario. Gracias.

Ya nos veremos.Algo en la mirada de aquel hombre le provocó un hormigueo en la nuca y le erizó el

vello.Antes de perder el valor para alejarse, se dio la vuelta y enfiló hacia su puerta casi

corriendo, consciente de que la seguía con la mirada hasta que entró. Empujó la puertacon decisión y luego se abalanzó hacia ella para que no se cerrara de golpe, después sedio la vuelta, se apoyó en la madera, cerró los ojos e intentó que los latidos del corazónse calmaran.

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10

Silas abrió el frigorífico, sacó el pastel que le había hecho Hayley y lo dejó en laencimera. Había seguido sus instrucciones, lo había dejado reposar durante toda lanoche y se había comido un trozo para desayunar al día siguiente. Los que lo conocíanse habrían reído si supieran que comía dulces para desayunar porque muy pocas vecesse llevaba a la boca algo que no fuera completamente saludable. Se tomaba muy enserio su físico y el cuidado del mismo, pero no había podido resistirse a la tentación deprobar aquel regalo magnífico.

Estaba delicioso. Impresionante. Incluso mejor que los manjares que le preparabaEvangeline. Había esperado durante todo el día para volver a casa y poder comerseotro trozo en su habitación, mientras escuchaba el dulce sonido de las cuerdas delviolín de Hayley.

Cortó una porción y la dejó sobre un plato pequeño, cogió un tenedor y se fue a lahabitación porque sabía que Hayley empezaría a tocar en cualquier momento y noquería perderse ni un solo segundo. Al igual que él, tenía un horario muy sistemático.Sabía cuándo salía de casa y cuándo volvía, y también conocía su horario de trabajo.Frunció el ceño al caer en la cuenta de la cantidad de horas que pasaba trabajando, yque junto a las clases y las horas de ensayo apenas le dejaban tiempo para dormir, si esque dormía. Había notado el cansancio en los ojos de la muchacha, pero también habíavisto algo más, algo que lo había preocupado. Pena. Algo o alguien le habían hechodaño; como descubriera la fuente de sus problemas, la destruiría. Se merecía ser feliz yno tener preocupaciones. Era joven y, aun así, parecía cargar con todo el peso delmundo sobre los hombros.

Se paseó despacio por la habitación, se apoyó en el cabecero de la cama y le dio elprimer bocado a la deliciosa tarta de caramelo. Miró el reloj y volvió a fruncir el ceñoporque hacía diez minutos que debería haber empezado a ensayar. Negó con la cabeza.Tal vez había salido un poco más tarde del trabajo o quizá estaba haciendo cosas encasa. Era ridícula la obsesión que tenía con ella y cómo controlaba cada paso que daba.

Dejó de distraerse pensando en ella, se acabó la porción y dejó el plato en la mesitade noche. Sin embargo, la impaciencia y la tensión lo estaban poniendo de los nervios.Su ritual nocturno se había vuelto imprescindible. Era una necesidad que no podíaexplicar.

Permaneció sentado durante un buen rato, absorto en sus pensamientos, en lo quehabía pasado durante el día: el asunto de los Vanucci y la preocupación de que pudieranatacar a Drake o a Evangeline. Drake había triplicado la seguridad de su mujer, inclusohabía limitado sus paseos porque vivía con el miedo de que pudiera pasarle algo a ellao al niño. Todos los hombres de Drake tenían el mismo temor y eran muy diligentes con

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su protección.Miró el reloj y maldijo al darse cuenta de todo el tiempo que había pasado. Hacía

mucho que Hayley debería haber empezado a tocar. Sintió que el temor se apoderaba deél, pero lo dejó a un lado. Se estaba volviendo paranoico.

Pero no podía ser, Hayley era muy previsible. Nunca se desviaba del horario. Ni unasola vez se había saltado el ensayo. Se levantó maldiciendo y fue al salón donde teníainstaladas las pantallas de seguridad. Las rebobinó una hora y media y echó un vistazoal perímetro en busca de alguna señal que mostrara que Hayley había vuelto a casa.

Nada.Estaba reaccionando de forma exagerada. Puede que se hubiera tenido que quedar

más tiempo en el trabajo. O podría estar en casa de algún amigo. Quizá incluso podríatener novio y haberse quedado con él. Ese pensamiento le hizo fruncir el ceño, pero notardó en eliminar todas esas suposiciones.

Al igual que Silas, Hayley parecía bastante solitaria. Si incluso le había dicho queabría la ventana porque los sonidos de la noche la hacían sentir menos sola. Nuncatenía compañía, ni siquiera parecía tener amigos y él sabía de sobra que su horario nole daba margen para hacer vida social. Cuando no estaba en clase, estaba en alguno desus dos trabajos hasta entrada la noche y luego volvía a casa y tocaba el violín, a vecesincluso ni siquiera dormía y se marchaba corriendo a clase sin haberse acostado entoda la noche.

Su instinto le decía que algo no iba bien, y su instinto nunca se había equivocado. Sino había vuelto es que había pasado algo. Empezó a sentir una sensación extraña en suinterior. Temor. ¿Dónde estaba?

Conocía el camino que tomaba a la vuelta de su trabajo nocturno. Conocía todos loscaminos que tomaba porque la había seguido más de una vez.

Sin pensar mucho en lo que hacía, se levantó, cogió la pistola y envainó las navajasmientras se apresuraba hacia la puerta. Iba a hacer el mismo camino con la esperanzade encontrarla. Viva.

Se subió al ascensor exprés que solo utilizaba él y se lanzó a la calle por el mismocamino del que Hayley nunca se desviaba.

Hayley iba caminando con pesadez junto a la acera: deseaba no tener que pasar diezcalles más hasta llegar a casa. Había sido un día largo y frustrante. Primero habíatenido que soportar otro encuentro desagradable con Christopher, que una vez más sehabía comportado como un niño mimado y quejica, acostumbrado a que se lo dierantodo hecho. Le había preguntado, más bien exigido, que le dijera dónde vivía ahora,como si tuviera el derecho de saberlo. Se marchó de la escuela con paso firme y lasmejillas encendidas por la rabia, lo que la preocupó, ya que presentía que cuanto másse resistiera ella a sus desagradables coqueteos, más insistente sería él..

Por culpa del molesto e inesperado encontronazo, no había tenido tiempo para dejar

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el violín en casa, así que se lo había tenido que llevar al trabajo. Para más inri, habíallegado diez minutos tarde para gran fastidio de su jefe, Dan, un capullo baboso quecreía que todas las mujeres que trabajaban allí eran de su propiedad, hasta el punto dellamarlas «sus chicas».

Como castigo, se había tenido que ocupar de la limpieza y el cierre mientras lasdemás se iban a casa. Shelly, una chica más o menos de su misma edad, se habíaofrecido a quedarse y ayudarla, pero ella le había dicho que se fuera y no hicieraenfadar a Dan o sería la siguiente de la lista y este tomaría represalias.

Trabajó con toda la rapidez y eficacia que pudo, y pudo cerrar a la media hora. Alfichar resopló y puso los ojos en blanco porque sabía que no iba a cobrar las horasextra. Pero por lo menos había acabado y podía irse a casa.

No le gustaba ir andando a casa tan tarde, a esas horas de la madrugada. Pero notenía alternativa, ya que no había ninguna línea de metro o autobús que pasara losuficientemente cerca del trabajo a casa. Aunque la ciudad no dormía nunca, esa nocheestaba más tranquila, era casi inquietante: las sombras de los edificios parecían másgrandes, como si se estiraran para envolverla en su abrazo. Apretó el estuche del violíncontra el pecho y aferró con fuerza el bolso entre el codo y su costado mientras mirabade izquierda a derecha en busca de algún posible peligro.

El camino a casa por la noche no solía inquietarla tanto; no sabía por qué se sentíatan inquieta hoy. Pero había tenido un día terrible y quizá su turbación solo era elresultado de haber tenido que lidiar con dos imbéciles.

Se relajó cuando apenas le quedaban cinco calles para llegar al bloque y aceleró elritmo a pesar de lo cansada que se encontraba. Tal vez esa noche podía obviar su sesiónde prácticas y permitirse las horas de sueño que tanto necesitaba. Estaba tan perdida ensu fantasía de por fin poder dormir que no oyó a nadie hasta que fue demasiado tarde.

Unos brazos fuertes la agarraron y la empujaron contra la pared de un edificio depiedra, fuera de la luz de una de las farolas. Cuando empezó a gritar, una mano le tapóla boca y notó el olor asqueroso de la palma.

—Estate quieta, zorra —le gruñó en el oído su atacante.—Vaya, tenemos una buena joyita esta noche —dijo otro hombre con diversión.Se le cayó el alma a los pies al percatarse de que no solo había un hombre

impidiéndole marcharse, sino tres. Si apenas tenía posibilidades de zafarse de uno deellos, con tres macarras aún menos.

Tiraron con fuerza de su bolso, se lo arrancaron del hombro y uno de ellos empezó arebuscar en él. Tenía el rostro desencajado de rabia cuando le dio la vuelta y vació elcontenido en el suelo.

—¿Dónde tienes el dinero, puta? —ladró el hombre que ahora la agarraba con fuerzapor el cuello y le impedía respirar.

Se le inundaron los ojos de lágrimas.—No tengo dinero —dijo con voz ahogada—. ¿Tengo pinta de tener dinero?

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—¿Una joyita tan guapa como tú? —dijo el tercer hombre, divertido—. Si tú notienes, seguro que tu papá sí.

—Vete a la mierda —le espetó.Sintió el dolor explotándole en la cara cuando el hombre que había rebuscado en su

bolso le propinó un puñetazo. Notaba que tenía sangre en la boca en la zona donde lehabía partido el labio. Un líquido caliente se deslizó de su nariz, le llegó a los labios yel mentón para después caer en la acera.

—¿Qué tenemos aquí? —dijo el tercer hombre mientras le arrancaba el estuche delviolín de las manos.

—No, por favor —suplicó—. Es mi violín. Me dedico a la música. Lo necesito paratocar.

El hombre abrió el estuche y estrelló el violín contra la pared de piedra; cuando sehizo añicos, empezó a reírse. Hayley notó entonces como se le desbordaban laslágrimas, que empezaron a caer cuando se vio abrumada por la tristeza y el desamparo.Sin su violín no podría ir a la escuela. No podría perseguir su sueño. No podría tocarmúsica, que era casi la mitad de su existencia.

Agachó la cabeza y se inclinó. Vio como las lágrimas caían al suelo, junto a sus pies,mezclándose con la sangre que le caía de la boca y la nariz.

—No tengo nada más —murmuró—. No tengo nada. Por favor, dejad que me vaya.El hombre apretó aún más las manos alrededor de su cuello, la visión se le volvió

borrosa y empezó a ver puntitos.—Me parece que, si no tienes nada de valor que ofrecernos, entonces tendremos que

conseguirlo de otra forma —dijo con una voz enfermiza que la hizo estremecer.Bajó las manos por su cuello hasta alcanzar los pechos que empezó a toquetear con

brusquedad a través de la fina camiseta. Molesto por la barrera que suponía la prenda,la rasgó y dio un tirón al sujetador para comenzar a sobarle un pecho desnudo mientrasdejaba el otro a la vista de sus amigos.

—Joder, esto es mucho mejor que el dinero, colega —dijo el tercer hombre con unasonrisa de superioridad—. Hace mucho tiempo que no me follo a una zorrita tan macizacomo esta. Yo empiezo.

Hayley se volvió loca, empezó a forcejear frenéticamente: sabía lo que implicabanesas palabras. Preferiría morir antes que dejar que la violaran allí, en medio de lacalle. Intentó gritar, pero casi la dejaron inconsciente cuando la volvieron a golpear.

Sintió como dos pares de manos la toqueteaban con violencia, hiriendo su pielsensible. Con los dedos le apretaron y retorcieron los pezones dolorosamente hasta queempezó a llorar. Y una vez más, una mano asquerosa le tapó la boca para hacerla callarmientras los otros dos hombres se encargaban de quitarle la ropa.

Cuando estaban a punto de arrancarle el pantalón, volvió a lanzar patadas y aretorcerse en un intento de liberarse, pero recibió un puñetazo en las costillas que lequitó el aliento. La oscuridad la envolvió y quizá perdió el conocimiento durante unos

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minutos porque lo siguiente que oyó fue el terrible sonido de la furia. Como el de unanimal salvaje que ataca a su presa.

De repente era libre y cayó al suelo porque sentía las piernas demasiado débilespara mantenerse en pie. Se quedó allí tumbada, hecha un ovillo con las piernasapretadas junto al pecho en una posición de defensa, mientras escuchaba los gritos dedolor y el sonido de los puños contra los cuerpos, el sonido de huesos que se rompían.

A través de su mirada borrosa, pudo ver a un hombre que destrozaba a los treshombres que la habían atacado. Parecía intocable, se deshacía de ellos sin ningúnesfuerzo. Tendría que haberse horrorizado por la violencia que desprendía y, sinembargo, se sentía… protegida.

Entonces ese hombre se volvió y dejó al descubierto una parte de la cara losuficientemente importante para reconocerlo. Se quedó boquiabierta y al instante hizouna mueca; le dolían muchísimo los labios.

Silas.Había venido a por ella. Había venido a salvarla. Esos hombres ya no le harían

daño. ¿Cómo lo había sabido?Cerró los ojos mientras las lágrimas se le escurrían por los párpados. Notó como

unas manos suaves la tocaban con indecisión en busca de una respuesta.—¿Hayley? Princesa, ¿estás bien? Por favor, abre los ojos.El tono de súplica de Silas penetró en la neblina de dolor que la mantenía inmóvil.

Parpadeó, abrió los ojos y gimió por el esfuerzo que ese simple gesto le supuso. Lapreocupación que notó en su voz la hizo reaccionar y poco a poco parpadeó paraenfocar la vista.

Su cara transmitía una furia salvaje, pero mientras la acunaba entre sus brazos, pudover como también reflejaba alivio y pesar.

—Mi violín —jadeó.Él le dio la espalda un momento para examinar con la mirada la zona a su alrededor

y cuando se volvió hacia ella su mirada estaba cargada de tristeza y pesar.—Lo siento, princesa.Los ojos se le llenaron de lágrimas y no pudo seguir haciéndose la fuerte más tiempo.

Rompió a llorar entre sollozos desgarradores mientras escuchaba a Silas maldecircomo si estuviera muy muy lejos de allí.

—Esto te va a doler, princesa, y no sabes cuánto lo siento, pero tengo que llevarte acasa para poder cuidarte.

—El estuche —volvió a jadear antes de que él la sostuviera mejor entre sus brazos—. ¿También está roto?

Se mordió los labios en un intento de evitar decirle por qué el estuche era tanimportante. Pero este detalle no pareció importarle. Estaba totalmente concentrado enella.

—Está aquí —dijo con suavidad. Cogió el estuche del violín que se había roto un

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poco al asirlo, pero por lo demás seguía intacto—. Tienes que ser valiente, princesa. Tevoy a sacar de aquí, después voy a cuidarte y todo dejará de dolerte.

Hayley estaba tan entumecida por la angustia que ni siquiera prestó atención alhorrible dolor que le atravesó las costillas cuando la levantó con cuidado. Silas seincorporó y le sujetó con cuidado la cabeza para que la apoyara contra su pecho. Ycomo si ella no pesara nada, echó a andar a grandes zancadas hacia el edificio.

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11

Silas enfiló el camino a casa con su preciado tesoro entre los brazos. Dejó el estucheroto del violín en el sofá y envolvió y llevó a Hayley recostada sobre su pecho hasta suhabitación.

El cuerpo le temblaba por la furia; se sentía al límite. Él nunca perdía el control,pero esos desgraciados habían abusado e intentado violar a Hayley y lo habrían hechosi no hubiera llegado a tiempo. Eso había acabado con todo el autocontrol que habíatenido desde el día en que mató a sus padres. Y, sin embargo, seguía teniendo un miedoatroz de no haber llegado a tiempo. ¿Y si uno de esos cabronazos la hubiera violado?

De la forma más suave que pudo, la dejó sobre la cama y maldijo cuando la oyójadear de dolor. Sus lágrimas lo estaban matando, pero no tenía ni idea de cómo hacerque dejara de llorar. Cada lágrima era como si le clavaran un puñal en el corazón. Ledolía tanto verla así que tuvo que masajearse el pecho para aliviar el dolor, que enlugar de disiparse, se hizo más profundo.

Le apartó con ternura el pelo húmedo de la cara e hizo una mueca de dolor al ver lashorribles magulladuras que se le habían formado, además de la sangre que le caía de lanariz y la boca. Tenía ganas de volver y matarlos a todos. De hecho, tal vez loestuvieran porque no había controlado la ira. Mierda. Tenía que llamar a los chicospara que se encargaran de limpiar la zona antes de que los descubrieran. Pero esotendría que esperar un poco más mientras se ocupaba de su princesa.

—Hayley, dime dónde te han hecho daño, dónde te duele. ¿Qué te han hecho?En su voz había agonía y culpabilidad. Debería haber actuado antes. Sabía que algo

iba mal cuando no había vuelto a casa a la misma hora de siempre. Y lo había pasadopor alto al intentar convencerse de que iba a llegar tarde, que se habría entretenido enel trabajo o que estaría en casa de algún amigo cuando sabía perfectamente que nada deeso era verdad. Ella nunca llegaba a casa tan tarde y si hubiera seguido su instinto, alque siempre hacía caso, habría llegado antes de que esos imbéciles la atacaran.

Hayley abrió la boca para hablar, pero jadeó y cerró los ojos. Incluso respirarparecía una tortura.

—Las costillas —dijo con los dientes apretados—. Dios, Silas, me duele hastarespirar. Me duele todo.

Se le heló la sangre y corrió a quitarle la camiseta, que dejó al descubierto una pieloscurecida alrededor de las costillas.

¡Malditos cabrones!—Princesa, esto va a dolerte y no sabes cuánto lo siento, pero tengo que comprobar

si tienes algo roto. Joder, ¡tendría que haber llegado antes!Los ensangrentados labios le temblaron, pero asintió con valentía y eso lo hizo sentir

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orgulloso. De repente y para su total sorpresa, sin siquiera haber empezado aexaminarle las costillas, vio como levantaba una mano temblorosa para tocarle lamandíbula.

—No es culpa tuya, Silas —susurró—. No quiero que te culpes por esto. ¿Cómo ibasa saberlo? No soy tu responsabilidad. Pero gracias a Dios que has venido. Si nohubieras aparecido, me habrían vio… violado y los más probable es que me hubieranmatado.

Se le volvieron a llenar los ojos de lágrimas y empezaron a caerle por el rostromagullado. La furia le corría por las venas y ansiaba dar puñetazos a la pared sin parar,pero tenía que cuidarla y debía calmarse para no asustarla.

—Lo siento, princesa. Voy a intentar ser suave, pero tienes que ser valiente, pequeña.La vio morderse el labio y asentir.Con mucho cuidado pasó los dedos por las costillas maltrechas. Maldijo entre

dientes cuando ella se encogió y cerró los ojos hasta quedarse rígida. Sin embargo, nohizo ni un solo ruido y él admiraba esa fuerza que desprendía aun sabiendo el dolorinsoportable que sentía.

—¡Joder! —dijo al notar al menos dos costillas fracturadas. Tenía que verla unmédico, no solo por las costillas, sino por las heridas de la cara. Era muy probable quetambién tuviera rotas la nariz y la mandíbula.

Ambas estaban bastante hinchadas. Estaba hecha un completo desastre y aun así leseguía pareciendo la mujer más hermosa que había visto nunca. Esos malditos cabronesmerecían morir por haberse atrevido a tocar lo que era suyo. Y ella era suya, aunqueeso fuera imposible en el mundo real. Pero para él, era suya, aunque nunca pudieraserlo.

—¿Tan mal estoy? —dijo en un susurro mal articulado, con los labios hinchados.—Tienes varias costillas rotas. No sé si es grave o no, pero llamaré al médico para

que venga a examinarte. No estás en condiciones de ir al hospital. Tiene que mirarte lanariz y la mandíbula para asegurarse de que no estén rotas también.

—Me duele —dijo en voz baja.Silas sabía que tenía que dolerle mucho para haberlo admitido y eso le rompió el

corazón. Le dieron ganas de volver a aquella calle y acabar lo que había empezado. Esabasura callejera no se merecía vivir por haberle puesto las manos encima y aún menospor haberle dado una paliza. Pero tenía que recobrar la compostura. Ella era suprioridad ahora. Si esos capullos sobreviviesen, él mismo se encargaría dedestrozarlos para vengar a su princesa.

¿Cuándo había empezado a referirse a ella como princesa? No solía utilizar palabrascariñosas. Evangeline había sido la primera persona con la que había usado motesafectuosos, pero eran inofensivos y no significaban nada. La solía llamar «muñeca» o«cariño»; lo hacían todos los hombres de Drake y ninguno de ellos se considerabanhombres cariñosos. Pero Hayley era diferente. Era especial.

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—Te traeré algo para el dolor y después llamaré al médico para que venga. Mientrasesperamos, quiero que descanses y dejes que los analgésicos hagan efecto y no temuevas mucho hasta que venga el doctor. ¿Crees que podrías tomarte unas pocaspastillas o te las parto y las disuelvo en agua para que te las bebas?

Ella se pasó la lengua por los labios ensangrentados, hizo una mueca por el dolor ydespués lo miró con una expresión de disculpa.

—No creo que pueda tragarme una pastilla. Lo siento.Se inclinó hacia ella hasta que sus narices casi se rozaron y la miró con intensidad.—No tienes que disculparte por nada. Ahora mismo vuelvo con los medicamentos,

pero quiero que te eches un rato mientras llamo al médico.Asintió débilmente con la cabeza agachada. Silas se apresuró hacia la cocina y cogió

dos pastillas del bote que guardaba para las migrañas que sufría a veces. Con la ayudade una cuchara, las machacó, las echó en un pequeño vaso lleno de agua y las removióhasta que se disolvieron por completo.

Volvió a la habitación donde Hayley seguía tumbada con el rostro cansado y el gestocontraído por el dolor.

—Princesa —dijo con suavidad—, tienes que beberte esto y después te dejarédescansar mientras hago unas llamadas. ¿Lo harás por mí?

Se movió un poco y cuando abrió los párpados pudo ver como un dolor sordo sehabía apoderado de esos ojos tan animados y llenos de vida. Lo enfurecía saber quealguien la había atacado así y él no había estado allí para protegerla.

No volvería a pasar. Ahora estaba bajo su protección aunque ella no lo supiera.Hayley intentó incorporarse, pero él la detuvo con suavidad. La sujetó por la nuca y

la levantó lo suficiente para poder apoyarle el borde del vasito en los labios.—Bébetelo todo, pequeña. Te sentirás mejor, te lo prometo.Con gesto de dolor se lo bebió dando pequeños sorbos. Cuando acabó, la ayudó a

acostarse y recolocó las almohadas para que se sintiera mejor.—¿Estás cómoda? —Acto seguido maldijo—. Claro que no estás cómoda, pero ¿en

qué posición sientes menos presión en las costillas?—Solo quiero quedarme tumbada y no volver a moverme nunca más —masculló, y

cerró los ojos, exhausta.Cogió almohadas y mantas y la envolvió con ellas en un intento de conseguir que

estuviera tan cómoda como fuese posible.—Los medicamentos harán efecto más rápido al haberlos disuelto. Tienes que

aguantar, princesa. Pronto empezarás a sentirte mejor.—Gracias a Dios —susurró—, me duele todo el cuerpo, Silas.Tuvo que esforzarse para controlar la ira que amenazaba con explotar en cualquier

momento. Cuando se dio la vuelta para salir de la habitación y hacer esas llamadas, lasuave voz de Hayley lo detuvo.

—¿Silas?

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Se dio la vuelta con rapidez.—¿Necesitas algo, princesa?Tragó y le brillaron los ojos a causa de las lágrimas.—Gracias por venir a buscarme. Gracias por salvarme —murmuró.Su sincera gratitud no hizo más que aumentar su sentimiento de culpabilidad.—Ha sido culpa mía. Debería haber llegado antes —dijo con brusquedad.Hayley lo miró con cierto asombro.—Pero, Silas, ¿cómo ibas a saberlo? Nada de esto ha sido culpa tuya.Salió de la habitación con la total convicción de que sí había sido culpa suya.Lo primero que hizo fue llamar al médico de Drake que tenía la clínica en el mismo

bloque de pisos en el que vivía y le ordenó que dejara todo lo que estaba haciendo yfuera hasta su casa lo antes posible. Después llamó a Maddox y le contó de formaresumida los acontecimientos, le dijo que necesitaba hacer una limpieza, los detalles yla localización. Y luego dijo que necesitaba que el resto de los hombres de Drakefueran a su casa para asegurarse de que no volvía a pasar nada igual. Maddox parecíadesorientado por el comportamiento de Silas porque no solía perder la calma y hasta élmismo sabía que sonaba desesperado, pero Maddox ni siquiera lo cuestionó, sino quese limitó a decirle que lo considerara trabajo hecho y que esa limpieza estaría lista enunos minutos. No le preguntó nada a Silas. Porque así era como funcionaba ese grupotan unido. Cuando alguien llamaba con una petición o un encargo, nadie hacía preguntas.Solo hacía lo que tenía que hacer. Siempre estaban dispuestos, se cubrían la espalda losunos a los otros, listos para hacer lo que fuera necesario para ayudar.

Una familia.Eso había conseguido Evangeline de todos ellos. Y ahora Hayley era parte de todo

eso, aunque no tuviera ni idea de que ahora tenía una familia, de que cualquiera de ellosmoriría por ella. Como harían por Evangeline o por cualquier otra persona.

Mientras esperaba al médico, entró sigiloso en la habitación con la esperanza de vera Hayley tranquila después de que los medicamentos hubieran surtido efecto. Sinembargo, descubrió con asombro y consternación que sollozaba como si le hubieranroto el corazón.

Cruzó rápido la habitación hasta llegar a la cama donde se tumbó con cuidado y laacunó entre sus brazos, intentando no hacerle daño en las costillas. Mierda, ni siquierale había limpiado la sangre de la cara, pero es que no se atrevía a hacer nada por miedoa empeorar la situación antes de que el médico la pudiera examinar.

—Princesa, ¿qué ocurre? —dijo con tono de urgencia—. ¿Te sigue doliendo?¿Quieres otra pastilla?

Hayley enterró la cara en su pecho y le humedeció la camiseta con sus lágrimasmientras temblaba contra su cuerpo.

—Era lo único que me quedaba de él —sollozó—. Dios, Silas, ¿qué voy a hacerahora?

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Presionó la cara con más fuerza contra su pecho en un intento de sofocar el llanto,pero él la alejó un poco para evitar que se hiciera más daño.

—Me partes el corazón, cariño. Habla conmigo. Dime por qué lloras. Que sepas queharé cualquier cosa para arreglarlo.

Parecía una petición absurda, pero sabía que esto no solo iba sobre el ataque. Algomás la había destrozado y si alguien la había herido, iría tras ese capullo y lo mataríasin ningún tipo de remordimientos.

—No puedes arreglarlo —dijo con voz débil—. Ojalá pudieras, nada me gustaríamás, pero nadie puede. Ya nadie puede hacer que mi sueño se haga realidad. Y ahora nopuedo cumplir el último deseo de mi padre.

Volvió a echarse a llorar con unos sollozos desgarradores que hicieron que le dolierael pecho por el dolor que ella sufría.

—Cuéntamelo, Hayley —dijo con suavidad—. El médico tardará en venir unos diezo quince minutos. Dime qué te hace sentir tan mal, aparte de lo obvio.

—Han destrozado mi violín —dijo con la voz estrangulada por las lágrimas que leresbalaban por la cara—. Y ahora no tengo nada. No tengo forma de cumplir mi sueño.Ni siquiera puedo permitirme el violín más barato de todos, y aunque puedo alquilaruno de la escuela para las clases, son muy estrictos y no me dejarán sacarlo de allí, loque significa que no podré practicar en casa. Se acabó. Todo el esfuerzo que hizo mipadre para que esto fuera real se ha esfumado, y ha sido por mi culpa.

—No, cariño —protestó Silas—, no puedes culparte por lo que esos capullos te hanhecho.

Pero Hayley seguía perdida en sus amargos recuerdos.—Estábamos los dos solos cuando mamá murió y éramos pobres, muy pobres.

Hacíamos cualquier cosa para poder llevar algo de comida a casa. Él trabajaba durantehoras en una fábrica de papel. Trabajaba todas las horas extra que podía para ahorraralgo de dinero y comprarme un violín. Deseaba que cumpliera mi sueño de tocar yconvertirme en violinista profesional. Pero entonces enfermó. Cáncer. Quise dejar laescuela y conseguir un trabajo para poder ayudarlo a pagar los gastos y así poder darletodo lo que necesitaba. Quería estar con él para que no muriera solo. No podía soportarla idea de perderlo.

Rompió a llorar y Silas la acercó para abrazarla, le acarició el pelo con cuidado demantener su lado sano de la cara contra su pecho.

—Pero él no quería ni oír hablar del tema —siguió contando con la voz llena detristeza—. Recibí una beca parcial para ir a una buena escuela de música en Manhattan,pero no quería dejarlo solo, tampoco podía permitirme vivir aquí y mucho menos pagarlas tasas; antes de morir mi padre me dijo que no tenía que preocuparme, que se habíaencargado de todo. Era muy importante para él que persiguiera mis sueños. Y de hechocreo que también se convirtió en su sueño. A veces pienso que aguantó tanto tiempopara asegurarse de que mantendría la promesa de mudarme a Nueva York para

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matricularme en la escuela. Murió justo después de mudarme y no estuve con él —dijosollozando—, murió solo. Dios, lo dejé morir solo, Silas. Nunca me perdonaré por eso.

—Tranquila, cariño. —Le pasó los dedos por la maraña en que se había convertidosu pelo—. Hiciste lo que él tenía previsto. Era lo que él quería, y esperó, aguantó losuficiente hasta comprobar que estarías bien. Le diste eso, Hayley, paz. No murió solo,princesa. Murió tranquilo al saber que su hija iba a cumplir su sueño y también el suyo.

Hayley guardó silencio un momento antes de asentir despacio.—Gracias, Silas. Nunca me lo había planteado así.De repente, se le volvieron a nublar los ojos y miró al vacío con la expresión

consumida por el dolor de nuevo, pero esta vez vio algo más. No era dolor, ni tristeza,ni arrepentimiento. Lo que vio era simple y pura ira. Estaba tan sorprendido por susúbito cambio de humor que se quedó mirándola, atónito.

—¿Hayley? —preguntó con indecisión.—Mi padre deseaba con todas sus fuerzas que yo estuviera protegida, que no me

faltara nada. Quería que fuera a la escuela sin tener que preocuparme por el dinero, asíque decidió hacerse un seguro de vida y no me dijo nada.

Su voz tenía ahora un deje de amargura; el odio le brillaba en la mirada como si enlugar de ojos tuviera luces de neón.

—Cuando encontré los papeles y reclamé al seguro no podía creer lo mucho quecostaban los pagos mensuales. No tenía ni idea de cómo había podido permitírselo niqué había hecho para costeárselo. Sin embargo, ese dinero habría sido suficiente parala escuela y para cubrir mis gastos de alojamiento sin necesidad de trabajar en varioslugares.

Estaba tensa y no dejaba de llorar.—Lo odio —siseó—. Lo odio muchísimo por lo que le hizo a mi padre. Y a mí.Silas frunció el ceño, confundido.—¿A quién, cariño? ¿De qué estás hablando?—De ese agente de seguros asqueroso, mentiroso y estafador que se aprovechó del

deseo de mi padre de procurar que mi sueño se cumpliera. Le cobró recargos abusivosy después rellenó el contrato con todas esas condiciones confusas, con omisiones y todaesa letra pequeña. Fue la dichosa letra pequeña lo que les permitió no hacer los pagosescudándose en un buen puñado de razones falsas. Todo fue una estafa. El agente era unestafador profesional que le sacó hasta el último céntimo a mi padre y después se negóa pagar cuando reclamé el dinero tras su muerte. Por eso no puedo ir a la escuela atiempo completo, además de verme obligada a tener dos trabajos o más. Lo odio —dijocon la voz rota por el llanto—. Lo odio por lo que le hizo a mi padre. Por darle falsasesperanzas de que no me faltaría de nada.

Silas sintió que la rabia se apoderaba de él mientras seguía allí fingiendo calma ycompasión, aunque lo único que quería, y que haría sin ninguna duda, era atrapar a eseestafador asqueroso y hacérselo pagar. No pensaba permitir que Hayley siguiera

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trabajando sin descanso y yendo a la escuela a tiempo parcial. No con su talento.Estaba decidido a encontrar a ese desgraciado y cerciorarse de que le pagara todo lo

que le debía, además de los intereses extra por todo el dolor que le había causado, portodas las semanas que había pasado trabajando hasta la extenuación. Se esforzó porparecer tranquilo y natural al preguntarle por ese agente de seguros.

Cuando llamaron a la puerta ya contaba con información de sobra para encontrar aese hijo de puta que pagaría caro haberse burlado de Hayley y de su padre.

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12

Maddox, Justice y Zander entraron serios y en fila en el apartamento de Silas, mirandocon asombro lo alterado que estaba su amigo. Este les hizo un gesto para que sesentasen en los sofás, se excusó por un momento alegando que quería comprobar cómoestaba Hayley y asegurarse de que el doctor le estuviera haciendo un examen completo.

Entró en la habitación en silencio y vio que el médico de confianza de Drake estabacortando la ropa de Hayley. La rabia lo invadió, así como una intensa sensación deposesión. Le daba igual que el médico fuese de edad avanzada, estuviese casado yfuese un aliado leal. No quería que nadie viese lo que él consideraba suyo.

Hayley se estremeció de dolor cuando el médico comenzó su reconocimiento;mientras tanto, este le hacía preguntas para distraerla cuando la tocaba. Hayley vio aSilas de pie en la puerta y sintió un gran alivio que se le reflejó en la cara. En silencio,ella le suplicaba que se acercara, y eso hizo. Se puso al lado de la cama y se inclinó unpoco para acariciarle la frente y tranquilizarla.

Se agachó para darle un beso en la frente.—Todo irá bien, princesa. El doctor cuidará bien de ti.—¿Te quedarás conmigo? —preguntó algo desesperada y con los ojos llenos de

miedo e incertidumbre.—Estaré en la habitación de al lado mientras el doctor termina el reconocimiento que

te está haciendo. Me tengo que encargar de unos asuntos, pero estaré aquí enseguida,pequeña. No te dejaré sola.

Esto pareció tranquilizarla, aunque tenía la mirada apagada por el dolor y el efectode la medicación que le había dado. Antes de que Silas hiciese alguna estupidez comometerse en la cama y quedarse a su lado, salió rápidamente de la habitación, ya que sushermanos no tenían ni idea de por qué los había reunido en su apartamento, lugar al querara vez iban.

Sin preámbulo ni explicaciones de qué lugar ocupaba Hayley en su vida ni del cómoni por qué supo que ella estaba en peligro, fue directo a contarles lo que había pasadoesa noche. Cuando terminó, Maddox, Justice y Zander estaban enfadados y en sus carasse podía ver la rabia que sentían por dentro.

—¡Qué hijos de puta! —dijo Maddox—. Espero que hayas matado a esos cabrones.Silas se encogió de hombros.—Mi mayor preocupación era Hayley y que estuviese bien. ¿Habéis llamado a un

equipo de limpieza? No tuve mucho… cuidado, que digamos.Silas era el protector principal de Drake y su cometido era procurar que todo se

llevara a cabo de forma rigurosa y minuciosa. Admitir tan abiertamente que no lo habíahecho así decía muchísimo de él.

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—Thane, Jax y Hartley se encargarán de esto —dijo con seriedad Justice—. Detodas formas, los llamaré para decirles que terminen el trabajo y que luego echen loscadáveres al Hudson. Dudo que echen mucho de menos a esa escoria.

Silas solo se limitó a asentir. Después se quedó mirando fijamente a las únicaspersonas en las que confiaba.

—Tengo que pediros… un favor… algo personal. Quiero que alguien esté conHayley cuando yo no pueda estar a su lado o atenderla. Le di mi palabra a Drake de quevelaría por la protección de Evangeline. No puedo estar en dos sitios a la vez, por esonecesito que alguien esté con ella cuando yo no pueda estar aquí. Mantenedla escondidasiempre que sea posible y que nadie sepa el vínculo que tenemos con ella. No puedopermitir que la consideren un objetivo. Aseguraos de no ir nunca por el mismo caminodos veces y no la llevéis a los sitios que frecuentamos.

—Nadie puede saber de ella —se apresuró a decir, ya que sabía perfectamente lasconsecuencias que podría tener que sus enemigos supiesen que existía o que eraimportante… para él.

—No te preocupes, eso está hecho —dijo Maddox con calma—. Nos iremosturnando. El que no se esté encargando de Evangeline estará con Hayley, de esa forma,ambas estarán seguras las veinticuatro horas.

—Gracias —repuso Silas—, no quiero que se vuelva a repetir lo que ha pasado estanoche. —Hizo una pequeña pausa antes de seguir hablando, lo que le sirvió para tomaruna decisión repentina, aun sabiendo cuál sería su plan de acción desde que averiguóqué era lo que hacía sufrir a Hayley. Bajó un poco la voz y prosiguió con su petición—:Estaré fuera un día, dos como mucho, en cuanto sepa que Hayley está bien. Es muyimportante que esté protegida y que la mantengáis en secreto mientras yo no esté.

Zander arqueó una ceja.—¿Necesitas que te ayudemos en algo? Ya sabes que haremos lo que sea.—Es algo personal —dijo Silas con una expresión sombría—, pero sí podéis hacer

algo para facilitarme el trabajo.Sus hermanos lo miraron con expectación mientras esperaban que continuase.—Quiero que encontréis el paradero del cabronazo que jodió a Hayley y a su padre.

Se negó a pagarle a ella las prestaciones de la póliza de seguro de vida que tenía elpadre tras haberle cobrado unas cantidades desorbitadas. Por su culpa, Hayley no tienedonde caerse muerta y se las ve y se las desea para llegar a fin de mes. Va a clase soloa tiempo parcial porque tiene varios trabajos para poder comer y perseguir su sueño.

Silas respondió a la pregunta que todos se estaban haciendo sin ni siquiera darlestiempo a formularla.

—La he alojado en el piso que hay al lado del mío, el mismo en el que se quedóEvangeline durante unos días.

—Pero ¿no lo habías cambiado todo para hacerlo un único piso? —preguntó Justice.Silas asintió.

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—Bueno, ella no sabe nada. Le dije al administrador que le ofreciese el piso por unalquiler bajísimo y contraté a un equipo para que reconstruyera las paredes y que loamueblase para que ella se pudiese mudar. De lo contrario, no hubiese tenido dondevivir.

Maddox frunció el ceño y dijo:—¡Joder! Qué mal lo habrá pasado. Le ha dado un nuevo significado a lo de «tener la

suerte de tu lado».—Por eso no podía darle la espalda a alguien que estaba en apuros —dijo Silas.—¿Y por casualidad no será joven, guapa y soltera? —preguntó Zander con un tono

pícaro y esperanzado.Silas se quedó paralizado.—No te acerques a ella y no te atrevas a tocarla. Tu única tarea es asegurarte de que

nadie más le haga daño. Como le pase algo mientras esté a tu cargo, te juro que te cortola cabeza.

Zander parecía divertido por su amenaza. Miró a Maddox y a Justice, y eso hizo queSilas se enfadase aún más. ¿Tan transparente era para los demás? Joder, si le habíafaltado mear encima de la muchacha para marcar territorio.

—Prepáralo todo y luego pásamelo —ordenó Silas a Maddox—. Estaré con Hayleyal menos un par de días antes de ir a por el cabrón que dejó pelado al padre y se negó apagar a Hayley lo que le pertenecía.

—Así será —repuso Maddox mientras se levantaba de la silla; la reunión ya habíallegado a su fin.

Los tres hombres salieron en silencio tal y como entraron, dejando a Silas solo, aexcepción de Hayley y el médico que estaban en la habitación de al lado.

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13

Silas se topó con el médico cuando volvía a la habitación. Quiso preguntarle por elestado de Hayley, pero el doctor le hizo una señal para que salieran al salón. Aunque noestaba muy conforme con dejarla sola más tiempo, la miró deprisa y cedió a la peticióndel médico.

—Ahora está descansando tranquila —le aseguró—. Le he puesto un analgésico porvía intravenosa, por lo que dormirá toda la noche. También he dejado jeringuillaspreparadas con más analgésicos y recetas a tu nombre que tendrás que rellenar en unmomento.

—¿Y cómo está? ¿Qué le han hecho? —le preguntó al doctor con impaciencia einterrumpiéndole.

El médico hizo una mueca.—La joven estará bien, pero ha sufrido un fuerte traumatismo. Tenía razón con su

evaluación inicial. Tiene dos costillas rotas, pero solo son de las inferiores y no leprovocará daños internos. Creo que no hará falta vendarlas, pero sí tiene que reposar yevitar andar durante varios días para que se puedan soldar.

—No se moverá —prometió Silas.—Tiene la cara hinchada y llena de moratones, pero externamente se ve peor de lo

que es en realidad. No tiene fracturadas ni la nariz ni la mandíbula. Solo ha sangrado.Tiene el labio partido y ha recibido un fuerte golpe en la nariz, pero si le duele mañana,póngale hielo encima para reducir la inflamación. Le he limpiado toda la sangre y le hedesinfectado los cortes y rasguños de la cara, las manos y las rodillas.

—¿Podrá tocar el violín?—No veo ningún inconveniente. Deje que descanse durante unos días, pero no creo

que tenga ningún problema en seguir con sus clases. Eso sí, sin hacer sobreesfuerzos.—Yo mismo me encargaré de que no los haga —dijo con seriedad.—Si necesita algo, no dude en llamarme —dijo el doctor—. Si no me llama antes,

vendré pasado mañana para comprobar si se está recuperando bien y echar un vistazo alas costillas. Si en algún momento le cuesta respirar o su estado empeora, llámemeenseguida. Si no presenta ninguna mejoría o si aumenta el dolor, llévela a mi clínicapara hacerle una radiografía y realizarle más pruebas.

—Gracias, doctor —dijo Silas con voz áspera.El médico asintió y se marchó, y Silas entró en la habitación. Para su sorpresa,

Hayley estaba despierta y tumbada de lado con los ojos llenos de lágrimas. Se acercórápidamente, se sentó con cuidado en el borde de la cama y le tocó la parte de la caraque no tenía herida.

—¿Qué te pasa, pequeña? —le preguntó.

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Se miraron a los ojos y se fijó en su expresión de alivio.—Creía que te habías ido —dijo ella con dificultad—. ¡Ay! ¡He pasado tanto miedo,

Silas! Por favor, no me dejes sola.Se quedó desconcertado por esa reacción y por la necesidad que leía en su mirada.—Shhh, princesa, ya te dije que no iba a estar lejos. ¿Te sigue doliendo?Ella negó con la cabeza despacio y luego adoptó una expresión de súplica.—Por favor, quédate conmigo, Silas. Tengo mucho miedo. No vuelvas a irte, por

favor.—No te dejaré sola —dijo con ternura—. Ahora tienes que descansar, Hayley. Te

han hecho mucho daño.—¿Te…? ¿Querrías…? —Se mordió el labio que tenía herido e hizo una mueca de

dolor.Él le acarició el labio herido con delicadeza y le rozó la piel desgarrada con la yema

del dedo.—¿Qué quieres, princesa? Que sepas que haría cualquier cosa por ti.La preocupación enturbió sus bonitos ojos, a la vez que el miedo… ¿al rechazo?—¿Me abrazas? —susurró—. ¿Me abrazarás mientras duerma para saber que nadie

me hará daño? Sé que estoy a salvo cuando estoy contigo, Silas.Él se quedó estupefacto por la confianza que demostraba, a pesar de ser el último

hombre en quien debería confiar. Él no tenía ni corazón ni alma y, por primera vez,maldijo su suerte porque así fuera, porque si tuviese al menos una de las dos cosas, sela entregaría a ella sin dudar.

No se percató de que se había puesto tenso hasta que la vio muerta de vergüenza.Apartó la vista y hundió la cara en la almohada para que no se diera cuenta de lahumillación que sentía.

—Lo siento. No tenía que habértelo pedido. Ya has hecho muchísimo por mí.En sus palabras se percibía el dolor y se le clavaron como dagas en ese corazón que

decía no tener.—Pues claro que te abrazaré, pequeña —dijo sin ni siquiera percatarse del tono de

su propia voz—, pero no quiero hacerte daño.—Tú nunca me harías daño —le respondió.Sin perder el tiempo, se quitó los zapatos y la camisa, que seguía manchada de

sangre, y la dejó caer al suelo. Luego se quitó los pantalones y se quedó solamente conlos calzoncillos, antes de meterse en la cama a su lado. La rodeó con los brazos concuidado para no hacerle más daño.

Ella soltó un suspiro de satisfacción y, cuando quiso darse cuenta, ya tenía los ojoscerrados. Se acurrucó junto a él y apoyó la cabeza en su pecho sin dejar ni un resquiciode separación entre ambos. Se quedó dormida; su suave respiración le acariciaba lapiel.

No era un santo precisamente, pero tener a Hayley acurrucada a su lado como un

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gatito lo mandaría directo al infierno, seguro. No se lo merecía… no se la merecía deninguna manera. Tener a una chica tan perfecta, bonita y dulce entre sus brazos y en sucama. Pero pensaba disfrutar de esa noche prohibida y recordaría hasta el últimodetalle durante toda la eternidad.

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14

Silas se despertó sin la sensación de alerta de costumbre. No solía dormir a piernasuelta y casi cualquier cosa lo despertaba. Sin embargo, esa mañana se habíadespertado algo aturdido y con un sentimiento de alegría que no recordaba haber tenidonunca. Esto lo confundió tanto que estuvo a punto de levantarse de un salto, peroentonces notó el peso que tenía encima. Hayley.

Con mucho cuidado, la giró para poder verle mejor la cara. Nada más hacerlo, larabia se volvió a apoderar de él. Tenía la parte derecha del rostro muy hinchada y llenade moratones. Aunque sabía que esos cabrones ya debían de estar en el fondo del río, leentraron ganas de cargárselos de nuevo. Y esta vez de una forma más lenta y dolorosa.Hacer que cada herida que le habían hecho a su princesa les fuese devuelta por diez.Darles una muerte rápida era ser demasiado misericordioso.

Trató de controlarse. No quería despertar a Hayley, ya que el médico le habíarecomendado que descansase. Se movió despacio otra vez hasta que se puso de pie,sintiendo una inexplicable sensación de pérdida cuando ya no la tenía entre los brazos.No estaba seguro de dónde venían esos sentimientos ni qué hacer con ellos. Le habíaprometido que no la dejaría sola, pero tenía que encargarse de algunas cosas antes deque se despertase. Quizá debería…

Sacudió la cabeza, sorprendido e indignado consigo mismo a partes iguales. Nuncahabía sido indeciso, pero ahora no paraba de dar vueltas a lo que sentía por la chicaque estaba durmiendo en su cama. La determinación acabó tanto con la sorpresa comocon la indignación en cuanto salió de la habitación para prepararle algo de comer ybuscar información en internet. Pensó en entrar en el piso de ella para cogerle algo deropa limpia, pero decidió que sería más fácil si le prestaba alguna de sus camisasgrandes. Pasó por alto esa parte de él que sentía satisfacción con tan solo imaginarlavestida con prendas que le pertenecían a él, que la marcaban como su propiedad. Esaidea le gustaba demasiado.

Mientras rebuscaba en los armarios de la cocina pensó en qué le apetecería comer ycómo sería la manera más fácil de hacerlo para que le sentara bien. Al final se decantópor avena y varias piezas de fruta y lo dejó todo preparado para cuando se despertase.Después se dirigió a las pantallas para ver la grabación de las cámaras de seguridad dela noche anterior. Nadie había estado en esa planta desde que Maddox y el resto de loshombres se fueron, lo que lo tranquilizó un poco.

Abrió el portátil y empezó a buscar información sobre violines: cuáles eran lasmejores marcas y quién hacía entregas a domicilio. Ella merecía lo mejor por su talentoy no quería que lo desperdiciara con algo que no estuviera a su altura.

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Hayley abrió los ojos y notó que le faltaba el calor y el consuelo que le daba tener aSilas cerca. Gimió de dolor cuando intentó girarse. Miró hacia la ventana de lahabitación para sacar valor para moverse. A juzgar por las punzadas que le estabandando, sería insoportable, pero su vejiga no le daba otra posibilidad. Apretó losdientes y se preparó para la inevitable agonía: echó las sábanas a un lado e intentómoverse hasta el borde de la cama. Sintió quemazón en el pecho e hizo un esfuerzo porno llorar. Silas no le dio tiempo ni a secarse las lágrimas, enseguida estaba a su lado.

—¿Qué estás haciendo? El doctor dijo que tenías que descansar —la interrumpiómientras la arropaba de nuevo.

Aunque sus palabras eran secas, había un claro tono de preocupación en su voz.Ella cerró los ojos. ¿Podía ser más patética?—Lavabo —susurró avergonzada.Estar tan indefensa frente a ese hombre tan guapo y más aún después de haber estado

llorando la noche anterior, era mortificante. Y mucho peor fue cuando le suplicó que nola dejase. No le quedó otra que dormir con ella.

Sin importarle su sonrojo, la cogió con cuidado y le lanzó una mirada de disculpacuando soltó un quejido de dolor. La llevó al cuarto de baño y la bajó poco a pocomientras la agarraba del brazo para mantenerla en pie y que no se cayera de bruces.

—¿Estarás bien si te dejo sola? —preguntó con preocupación—. Puedo…—No —se apresuró a decir—. Estaré bien. Gracias —dijo con el tono más sereno.Aunque no parecía estar convencido del todo, le hizo un gesto de asentimiento.—Te esperaré aquí. Si necesitas algo tan solo dímelo, ¿de acuerdo, princesa?Ella asintió, agachó la cabeza y se metió en el cuarto de baño tan rápido como le

permitía su cuerpo dolorido. Después de ocuparse del asunto más urgente, se lavó lasmanos, respiró profundamente y reflexionó sobre su dilema. Estaba sola en un piso conun hombre al que apenas conocía, pero con el que se sentía totalmente segura, pese aque había visto su lado más violento cuando se abalanzó como un justiciero parasalvarla. Sabía que debería haber ido a la policía para denunciar lo que le habían hechoaquellos hombres, pero le preocupaba Silas. Él les había hecho daño; era difícilolvidar el crujido de los huesos al romperse y de los golpes secos que les propinó. Sidenunciaba la agresión, ¿lo pondría a él en peligro? No se perdonaría si lo metiesen enla cárcel por su culpa.

Cuando empujó la puerta para abrirla casi chocó con el pecho de Silas. Un pechofuerte y firme. Era verdad que la estaba esperando allí mismo. Era un pocodesconcertante y reconfortante a la vez. Por no hablar de lo… provocador que eratambién, pensó mirándole el pecho desnudo. Claro que ella había salido con chicos enel instituto, pero eran solo eso: chicos. Silas, en cambio, era todo un hombre. Cuando supadre enfermó, el poco tiempo que tenía para salir se evaporó y desde entonces nohabía tenido ni el tiempo ni las ganas de fijarse en los chicos. Ahora, aun magullada yhecha polvo, se dio cuenta de que empezaba a fijarse. Suspiró. Elegir el momento

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adecuado para las cosas no era uno de sus puntos fuertes.Una vez más y sin preguntar, él la cogió en brazos y la llevó a la cama. Se aseguró de

que estuviese cómoda, dio un paso atrás y con una mirada penetrante, buscó cualquiersigno de dolor.

—Te voy a traer la medicación y algo para desayunar. Te puse otra inyección anocheporque parecía que te estaba doliendo mucho, pero me imagino que se te habrán pasadolos efectos. ¿Quieres que te ponga otra o prefieres que sea oral?

Hayley sintió que el calor le subía hasta el pecho al escuchar la palabra oral y fueincapaz de pronunciar ni una sola palabra.

—Hayley, ¿estás bien? —Se le acercó más, tanto que podía contar hasta las gruesaspestañas que protegían aquellos ojos verdes e intensos—. Si todavía no te ves capaz detragarte una pastilla, te puedo poner otra inyección con analgésico.

En un intento por deshacerse por completo de esos pensamientos tan inapropiados, seesforzó por mirarlo a los ojos.

—Creo que podré tomarme la pastilla y no hace falta que te preocupes por eldesayuno. Puedo ir a casa y prepararme algo.

Una mirada intransigente se dibujó en el rostro de Silas.—No, no irás. Quédate aquí y ahora vuelvo con la comida y tus medicamentos. No te

muevas. —Y sin decir nada más, se dio media vuelta y se fue.Hayley observó sus muslos, gruesos y sensuales, y se preguntó si no habría perdido

la cabeza de la noche a la mañana.

Silas se sentó en el borde de la cama y miró como Hayley se tomaba el tazón deavena e intentó averiguar el porqué del extraño comportamiento que había tenido antes.Si no se equivocaba, juraría que era deseo lo que había visto en sus ojos cuando lallevó de vuelta a la cama, pero no podía ser. Una mujer inocente como Hayley no podíainteresarse por un hombre como él. Era demasiado inteligente para eso. Lo que entreviódebía de ser gratitud y algo de vergüenza, aunque no tenía motivo alguno para sentirninguna de las dos cosas. No con él, nunca. Si hubiese hecho caso a su instinto, ella nose encontraría ahora así.

Nada más dejar a un lado el tazón casi vacío, le dio las pastillas que le habíarecetado el médico. Se las tomó sin rechistar, ayudándose con lo que le quedaba delzumo de naranja. Se hizo un silencio incómodo cuando Silas se quedó mirándolamientras decidía qué hacer a continuación; abrazarla ahora que estaba consciente eraimpensable. Ella lo miraba fijamente, probablemente pensando cómo podría quitárselode encima. Por suerte sonó el timbre y Silas se excusó.

Después de decirle al administrador que le subiera un pedido, abrió todos loscerrojos deprisa y esperó impaciente a que llegase. Hayley se hacía la valiente, peroaún tenía la mirada ensombrecida. Esperaba que ese pedido le levantase el ánimo, almenos un poco.

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El señor Carver lo miró sorprendido al verlo en la puerta y le tendió el paquete contanto cuidado como si fuese un recién nacido. Silas lo cogió y volvió a entrar en casa,tras seguir con su ritual de cerrar todos los candados. Cuando terminó, volvió a lahabitación con la esperanza de haber acertado.

Hayley estaba sentada donde la había dejado, aunque parecía más relajada. Silassupuso que la medicación estaba empezando a hacer efecto y se alegraba de verlo.Como parecía algo aturdida, carraspeó para que supiera que ya había vuelto. Ellaparpadeó y sonrió con dulzura antes de darse cuenta del estuche que tenía en las manos.

—¿Qué es esto? —preguntó confusa.Silas se dirigió al otro lado de la cama, apoyó la funda en la cama y la abrió.—Sé que no es el mismo que te regaló tu padre y lo lamento muchísimo, pero no

permitiré que no puedas luchar por tus sueños. —Le pasó el violín a Hayley con sumocuidado.

Ella se lo quedó mirando, estupefacta, sacó el violín de la funda y se lo puso en elregazo.

—Silas, no… No sé… —Pasó los delicados dedos por la madera—. Es precioso,pero no puedo… —Cuando se le cortaron las palabras, levantó la cabeza y Silas vioque las lágrimas le brillaban en los ojos—. No puedo aceptarlo.

Frunció el ceño, confuso. ¿Habría metido la pata? Mierda, no debería haberloplanteado como una sorpresa. Tendría que haberla dejado escoger, en lugar de elegirloél.

—¿Por qué no puedes aceptarlo? ¿He elegido el que no es? Te conseguiré el quequieras. Solo dime cuál.

—Es lo más perfecto que he tocado en mi vida —dijo en voz baja, acariciando condelicadeza el lateral del violín.

—Entonces, ¿por qué no puedes aceptarlo? —insistió.—Silas, es demasiado caro. Ni me hago la idea de cuánto puede costar. —Su mirada

era sincera.El sentimiento, que se negaba a aceptar que fuese decepción, empezó a desaparecer.

No estaba rechazando el regalo y tampoco se había equivocado.Le puso la mano bajo la mandíbula magullada e hinchada y la acarició con cuidado

para no hacerle daño.—Mi regalo no es del todo altruista. No puedo ni describir la paz que me transmites

cuando te escucho tocar. Tienes que compartir ese talento con el mundo y no puedespermitir que unos gilipollas te lo quiten —dijo con ternura.

Como vio que empezaba a vacilar, aprovechó su dulce y bondadoso corazón paraconvencerla.

—Por favor, no lo rechaces. Regalarte esto me haría muy feliz, pequeña.Se le saltaron las lágrimas y le resbalaron por las mejillas mientras volvía a guardar

el violín en el estuche. Cuando levantó la cabeza, una sonrisa de pura alegría iluminó su

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cara, llena de moratones, y se inclinó hacia delante para abrazarlo por el cuello.—Gracias —susurró; con los labios le rozaba el cuello con cada palabra. Cuando lo

abrazó, apretó los pechos contra su torso y Silas notó que se empezaba a excitar.Silas maldijo por la reacción de su cuerpo y aguantó las ganas de sujetarla por el

pelo y acercar la boca a la suya. No era lo que ella necesitaba ni querría, y estabasiendo un capullo por reaccionar de esa manera a su gratitud. Se quedó inmóvil y laapartó con suavidad, pero de forma firme.

—No hay de qué, Hayley —dijo mientras luchaba por controlarse. Se odiaba ahoramismo al ver la expresión herida de su rostro—. Deberías descansar como te dijo elmédico.

Sin esperar a que respondiese, se dio media vuelta y salió casi huyendo de lahabitación y de la tentación de aquellos labios dulces y deliciosos besando los suyos.

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15

Dos días después, Hayley estaba sentada en el sofá y miraba a Silas como trabajabacon el ordenador. No sabía qué estaba haciendo, pero esa había sido la rutina desde queél le dijera que ya podía salir de la cama y moverse un poco. Ella le dijo que estaríabien en su piso, pero él no quiso oír hablar del tema. Insistió en que se quedara y ellatampoco se esforzó mucho por hacerlo cambiar de opinión. Después de su rechazo,estaba segura de que querría que se fuera, pero se equivocaba. Sinceramente, disfrutabadel tiempo que pasaban juntos. Aunque podría ser basto y mandón, era dulce a sumanera. Y ella no podía negar que cuantas más horas pasaba a su lado, más crecía eldeseo por él. Quedarse allí tal vez no fuera lo más inteligente que hubiera hecho, peroestaba dispuesta a arriesgarse para ver hacia dónde los llevaba esto, fuera lo que fuera«esto».

—¿Estás segura de que te encuentras bien para volver a la escuela mañana? —lepreguntó bruscamente, siguiendo la conversación que mantenía—. Creo que deberíasesperar un par de días más. Quédate aquí hasta que te hayas recuperado.

Notó calor por dentro al oír el tono preocupado de su voz, además de lo protector yatento que se había mostrado con ella desde que la atacaran. Nada le gustaría más quequedarse allí con Silas unos días más, pero ardía en deseos de tocar el violín nuevo yno quería rezagarse mucho en las clases. La academia era muy competitiva y podríaperder la beca por no asistir a clase.

—No puedo perderme tantas clases. Además, creo que ya me he apalancadodemasiado. —Arrugó la nariz y lo miró con aire arrepentido—. Imagino que no habrásdisfrutado mucho haciendo de niñera.

Silas se dio la vuelta en la butaca y la miró como reprendiéndola.—No eres ninguna molestia, princesa. Puedes quedarte aquí todo el tiempo que

necesites. De hecho, lo prefiero. Así me quedo tranquilo sabiendo dónde estás en todomomento y que estás a salvo y protegida. Aun así, tengo que decirte que me iré estanoche y pasaré un par de días fuera de la ciudad. He pedido a mis hermanos que vengana protegerte hasta que yo vuelva. Y ahora que has decidido volver a clase, ellos tellevarán y vendrán a recogerte. —Levantó una mano cuando vio que abría la boca paradiscutírselo—. Tu seguridad no está abierta a debate, princesa. Te atacaron. Yo nopodré estar aquí para protegerte, pero mis hermanos sí. No te dejaré con nadie más.

¿No era una bobada que se derritiera por dentro cada vez que la llamaba «princesa»?Pero la euforia pronto se esfumó cuando asimiló lo que había dicho después de llamarla«princesa» y antes de decirle que se quedara en su apartamento. Él no estaría allí, asíque no sería una molestia.

Tenía que dejar de dar tantas vueltas a la situación. Silas era un hombre decente y

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solidario. Hubiera intervenido si le hubiera pasado a otra persona. Le había dejado muyclaro que su atracción no era correspondida cuando intentó besarlo.

Suspiró y se dio por vencida, a sabiendas de que no podría ganar ninguna discusióncon él.

—¿Dónde vas? —preguntó con la esperanza de que el dolor y la desilusión no se lenotaran en el rostro ni en la voz.

—Un viaje de negocios —dijo, escueto, antes de volver a centrarse en el ordenador.No le ofendió su parquedad. No hacía falta ser científico nuclear para darse cuenta

de que Silas era una persona muy reservada. Y muy cauteloso. ¿Quizá demasiado? Sucomportamiento parecía el de alguien con un caso grave de paranoia, con todo eso delos cerrojos y su rutina inquebrantable. Sin embargo, fue su paranoia la que la habíasalvado, así que de momento agradecía esas tendencias obsesivas compulsivas.

Volvió a mirar a Silas cuando sonó el teléfono.—Evangeline —contestó con un tono cálido que hasta ahora solo había usado con

ella—. ¿Cómo te encuentras? —Se quedó un rato en silencio mientras Evangelinerespondía la pregunta—. Sí, la cita sigue en pie. Nos vemos pronto, cielo.

Fue como un puñetazo en el estómago. ¿Una cita? Aunque no hubiera dicho nada dequedar, era evidente que Silas sentía algo hacia esa mujer. Su lenguaje corporal cambióen cuanto respondió la llamada. Le habló con calidez y afecto y sonreía mientrashablaba. Silas apenas sonreía a nadie, por lo menos no lo había hecho desde que ella loconocía. Pero estaba claro que no sabía nada de él. No le extrañaba que se hubieraquedado petrificado cuando prácticamente se le abalanzó el otro día.

¿Y eso de «cielo»? El placer que le producía que usara un mote afectivo con elladesapareció. Pensaba que significaba algo, ya que no parecía del tipo de hombres queutilizan este tipo de términos. Todo este tiempo había pensado que tal vez era especialpara él.

La vergüenza y el dolor afloraron en su pecho. Lo obligó a dormir con ella aquellaprimera noche y, aunque no habían hablado del tema, Silas volvió a esa cama todas lasnoches desde entonces. Probablemente para que la pobre y desdichada Hayley notuviera que volver a rogárselo. ¿Qué debía de pensar de ella? Por mucho que insistieraen que se quedara en su apartamento hasta que estuviera recuperada del todo, sabía queno estaba siendo realista y que vivía una especie de fantasía personal. Tenía que volvera su piso antes de hacer cualquier otra cosa que la humillara aún más, cosa quesucedería. Le atraía demasiado para fingir lo contrario y nunca sería «la otra».

Se levantó con aire despreocupado y cogió el bolso, que estaba sobre la mesa al otrolado de la sala.

—Acabo de recordar que tengo que hacer la colada hoy o no tendré nada queponerme mañana para ir a clase. Tengo que volver al piso y, ya que te vas, no haymotivo para que me quede. Me sentiré mucho más cómoda en mi casa de todos modos.Que tengas un buen viaje y gracias otra vez.

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Le dedicó una gran sonrisa y se fue hasta la puerta. Había conseguido abrir tres delos cerrojos cuando notó el calor de su cuerpo a su espalda. Sintió un escalofrío en lanuca y entonces él le puso sus grandes y cálidas manos en los hombros. Le dio la vueltapara que se viera obligada a mirarlo.

—¿Princesa? ¿Por qué te vas ahora? —preguntó. Estaba tan cerca que casi notabacomo le brotaban las palabras del pecho.

Él la miraba a los ojos con el ceño fruncido; era como si le leyera los pensamientoso al menos lo intentara. Si tuviera la más mínima idea de lo que estaba pensando, talvez se apartaría rápidamente para dejarla marchar.

Ella volvió a esbozar aquella sonrisa falsa y hasta le puso una mano en el brazo paradarle un apretón cariñoso.

—Ya te lo he dicho, tonto. Tengo que hacer la colada o no tendré nada que ponermey, créeme, ir a clase desnuda no está en mi lista de prioridades.

Consiguió adoptar un tono despreocupado y algo provocador, pero sabía que noresultaba convincente. A juzgar por la expresión sombría y perpleja de Silas, éltampoco se lo tragaba.

Rezó para que no hiciera nada para impedirle la salida, o peor aún, que siguierainterrogándola. Cuando llegó al último de los cerrojos, Silas dio un paso atrás para quepudiera abrir la puerta. Hayley salió deprisa al pasillo, pero con cuidado de no echar acorrer y quedar más ridícula aún. Buscó las llaves en el bolso, abrió la puerta y cuandovolvió a mirar para despedirse con la mano, vio a Silas en el pasillo observándolapensativo.

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16

A la mañana siguiente, Hayley salió de la cama sin querer prestar mucha atención aldolor y a la rigidez que aún la incomodaban. Fue al baño arrastrando los pies y con elceño fruncido; se imaginaba la expresión petulante de Silas diciéndole «Ya te lo dije».

Tal vez tendría que haberse quedado en su apartamento unos días más, pero despuésde escuchar la conversación telefónica con su «cielo» y tras decirle que estaría fuera dela ciudad por negocios, captó el mensaje.

Pero ese mensaje la sumía en la miseria y no podía evitarlo.—Joder —murmuró cuando miró el reloj.Sus planes de ir a clase habían fracasado estrepitosamente. Después de hacer la

colada el día anterior tras huir del piso de Silas, se quedó muy cansada y dolorida. Setomó un medicamento contra el dolor para poder dormir y, por desgracia para ella, estehabía funcionado demasiado bien. Se había dormido y la primera clase ya habíaempezado.

Con un suspiro, se echó agua en la cara y se planteó darse una ducha, pero noencontró la motivación suficiente para hacerlo. Además, no había nadie allí que pudieraverla. Después de ponerse los pantalones de chándal más anchos y cómodos, barajó quéponerse en la parte de arriba. Entonces vio la camisa de Silas junto a la cama.

Se había puesto su camisa porque se abotonaba y así no tenía que contorsionarsepara ponérsela, además de que era varias tallas más grande. Tendría que habérseladevuelto, pero así sería su pequeño capricho.

Se la puso y olió la esencia de Silas. Se estremeció al mismo tiempo que sereprendía por torturarse de ese modo.

Cuando entró en el salón, vio que se había equivocado en lo de estar sola. Con laboca y los ojos muy abiertos se quedó mirando a los tres hombres, grandes eintimidadores, que estaban apoyados en el sofá.

Le entró un sudor frío y de repente pensó que no podía respirar. Empezó a retrocederhasta el dormitorio, sin dejar de mirar a aquellos hombres. Notó una punzada en elpecho y se le nubló la vista; oía el sonido apurado de su respiración.

Uno de los hombres la miró con el ceño fruncido, hizo un gesto a los demás y dijo:—Mierda.Quiso darse la vuelta y encerrarse en el baño, pero una mano fuerte la agarró por el

hombro. Superada por el pánico, se dio la vuelta rápidamente, pero acabóretorciéndose de dolor; la opresión que sentía en el pecho era insoportable.

—Hayley, respira, cielo. Tienes que respirar —le dijo uno de los hombres al oído.¿Cómo narices sabían su nombre?—Joder, ¿Silas no le ha dicho nada o qué?

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—Pues eso parece, porque le está dando un ataque de pánico.—Hombre, ¿no lo tendrías tú en su lugar? La atacaron y estuvieron a punto de

violarla en plena calle, ¿y ahora se levanta y descubre a tres neandertales en su salón?¿Esa conversación tan rara estaba teniendo lugar de verdad?Atónita, Hayley levantó la vista cuando uno le acarició la mejilla y la miró con

expresión tierna.—Perdona por asustarte. Creíamos que Silas te había dicho que estaríamos

pendientes de ti mientras él estuviera fuera.—¿Sois sus hermanos? —preguntó con voz ronca.Ellos asintieron.Ella negó con la cabeza.—Comentó algo, pero pensaba que se refería a si seguía alojándome en su casa unos

días más. Estoy bien, de verdad. No hace falta que os toméis la molestia. Iba a ir aclase esta mañana, pero me he dormido, así que no voy a hacer mucho hoy salvoensayar con el violín en casa. Mañana me levantaré con tiempo para retomar las clases.

Los tres negaron con la cabeza.—¿No? —preguntó ella, desconcertada por su reacción.—No es un no a todo —respondió el que le había acariciado la mejilla—. Solo a lo

de estar sola en casa o volver a clase sin que te llevemos. Por si pensabas en ir por tucuenta a clase.

—Pero ¿quiénes sois? ¿Y cómo habéis entrado en el piso?—Silas nos ha dado una llave. Estamos aquí para echarte un ojo y darte lo que

quieras o necesites. Me llamo Maddox, por cierto.Con el pulgar señaló a los dos hombres que tenía detrás.—Estos dos idiotas son Thane y Jax. No estaremos siempre contigo. Iremos rotando

con otro equipo. Pero te presentaré a los demás para que no vuelvas a llevarte un sustocomo el de ahora.

—Te lo agradezco —murmuró—. Voy a prepararme el desayuno.—Ya está hecho —dijo Maddox con una sonrisa—. Siéntate en el sofá y voy a buscar

tu plato. Silas ha dejado preparados los medicamentos y las instrucciones de cuándo ycómo tienes que tomártelos.

Hayley se quedó boquiabierta otra vez. Era como una niña de dos años que leencasquetan a la niñera con instrucciones detalladas de cuándo darle de comer,cambiarla y hacerla eructar.

Miró a Maddox contrariada.—¿Y esto cuánto va a durar, si puede saberse?Él se encogió de hombros.—No es cosa mía. Nos iremos cuando Silas nos diga que nos retiremos, no antes.Ella levantó las manos y se fue hasta el sofá dando pisotones.—Me alegro de ser adulta y poder tomar mis propias decisiones.

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Thane y Jax se rieron y la miraron, divertidos.—¿A qué macizo le toca hacer guardia mañana? —preguntó fríamente cuando se

hubo acomodado en el sofá. Bueno, cuando se acomodó cuanto pudo teniendo en cuentalo mucho que le dolían los músculos agarrotados.

Jax arqueó las cejas.—¿Macizo?—Venga ya, como si no supierais que estáis buenos —repuso ella poniendo los ojos

en blanco.Thane sonrió.—No, pero no te cortes y dínoslo siempre que quieras. Nunca rechazo el halago de

una chica guapa.—Ya te digo —contestó Maddox con suficiencia.—Pero, por favor, no nos llames eso delante de Silas —terció Jax, algo incómodo.Ella arqueó una ceja. Era como si Silas fuera a ponerse celoso o algo así. Tal vez no

conocían su faceta más personal. Con lo reservado y discreto que era Silas siempre,quizá no compartiera esos detalles tan personales con los compañeros de trabajo, porejemplo lo de tener novia.

—Sí, mejor —dijo Maddox torciendo el gesto.—¿Y bien? ¿Quién será el macizo de guardia que me llevará mañana al colegio como

si fuera una niña de párvulos?—No nos culpes por querer que estés a salvo —le reprochó Thane—. Te atacaron,

Hayley. Te podrían haber violado o asesinado. Ya es jodido que te pusieran las manosencima, para empezar.

Ella miró a Thane y luego a los demás con cierto recelo.—¿Os dedicáis a recorrer Manhattan cuidando de mujeres a las que han atacado?

¿Sois conscientes de lo raro que es todo esto? No os conozco de nada, entráis en mipiso y me decís que os vais a pasar el día conmigo y que me llevaréis mañana a laescuela y de vuelta a casa. ¿Soy la única cuerda de aquí?

Maddox se rio.—La cordura es discutible. Y no, no recorremos la ciudad protegiendo a mujeres que

no conocemos, pero es que tú no eres una mujer cualquiera.No tenía sentido. Empezaba a sospechar que el golpe en la cabeza la había afectado

más de lo que creía, porque estas cosas no pasaban. Y aún menos a ella.Maddox se le acercó con un plato rebosante de comida. Qué bien olía. Lo miró con

recelo y luego levantó la vista hacia él.—¿Lo has preparado tú?Los tres hombres se echaron a reír.—Ni de coña —dijo Thane—. No sabemos ni hervir agua. Por el camino hemos

parado a coger comida para llevar. Espero que no te importe, pero como no sabíamos aqué hora te despertarías, ya hemos desayunado.

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—Ah, bueno, pues entonces ya os prepararé algo después. Es lo menos que puedohacer por trastocaros así el horario.

Thane carraspeó y negó con la cabeza.—¿No? —volvió a preguntar ella, exasperada.—Lo siento, cariño —dijo Jax—. Tenemos instrucciones de que descanses y no

vayas a ningún sitio sola. Eso significa no pasarte la tarde de pie metida en la cocina.—¿Sabéis lo ridículo que suena eso? —preguntó con la boca llena—. No he ido a

clase esta mañana, pero a trabajar sí tengo que ir. De hecho, en cuanto termine decomer, tengo que llamar a uno de mis jefes para ver si sigo teniendo trabajo.

Esa idea la desanimó tanto que se quedó mirando el plato con tristeza.—Ni se os ocurra —dijo con un susurro al ver que Maddox iba a protestar—. Tengo

que trabajar. Ya he faltado tres días. No podré pagar las facturas, ni el alquiler ni lasclases que la beca no cubre. Ya fueron bastante amables al ofrecerme un plan definanciación para la matrícula. Como me salte un pago, me retirarán la beca y no puedopermitirme liquidar el importe íntegro.

Acababa de reparar en lo extremo de su situación y estaba al borde de las lágrimas.Estos últimos días en casa de Silas había estado viviendo en un mundo irreal. Era unmundo en el que ella le importaba más que cualquier otro vecino. No había caído enque pudiera perder uno o los dos trabajos. Sus jefes no eran los más comprensivos delmundo, precisamente.

—No llores —dijo Jax, desesperado.De no estar tan afectada, le hubiera hecho gracia la mirada de pánico de los tres

hombres.Thane se dejó caer en el sofá a su lado, le pasó un brazo por el hombro y le dio un

apretón cariñoso.—Silas se ha ocupado de eso, Hayley. No te preocupes. Te prometo que todo va

bien.—¿De qué se ha ocupado?—Habló con tus jefes y con la escuela el día después de que te atacaran. No estabas

en condiciones de trabajar o de ir a clase, y Silas sabía lo importantes que son ambascosas para ti. En la escuela no han puesto ninguna objeción a que te tomes unos díaspara recuperarte, y tus jefes han dicho que tardes lo que haga falta. Te pagarán los díasde baja hasta que vuelvas.

—¿Qué? No dan la baja a ningún empleado. La única baja que hay cuando enfermas yno puedes ir a trabajar es permanente y ya te digo que no viene con paga —espetó ellamordazmente.

—Pues al parecer lo harán —dijo Jax—. Le dijeron a Silas que podías recoger elcheque a finales de semana y que te pagarían el sueldo íntegro.

Ella se los quedó mirando con escepticismo, pero ni se inmutaron.—Eso significa que hoy no saldrás de casa —le explicó Maddox con cierta

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petulancia—. Y si tienes que volver a clase mañana, perfecto, pero con lo del trabajome voy a poner firme. Tienes que tomarte el día libre hoy y mañana y descansar todo loque puedas.

—¿Que te pones firme? —repitió ella—. Pero ¿quién os creéis que sois?—Cielo, si crees que vamos a plantarnos frente a Silas y decirle que no hemos

seguido las instrucciones que nos ha mandado sobre ti, es que has perdido la cabeza. Esmejor no cabrearlo —dijo Thane, animado.

Hayley volvió a levantar las manos, resignada.—Muy bien. Pues entonces tendréis que oírme practicar con el violín, porque no

tengo mucho más que hacer.—Será un honor —dijo Maddox—. Silas nos ha dicho que eres muy buena.Ella se ruborizó. ¿Por qué no podría sentirse atraída por uno de estos tipos? Estaban

más buenos que el pan y eran muy monos flirteando. Sin embargo, no sentía nada. Nadade nada. Seguro que estaban solteros, a diferencia de Silas. Parecía que empezaban aatraerle los hombres como le sucedería a cualquier mujer que viera a Silas… paradescubrir que estaba fuera del mercado.

Se le había pasado el hambre, conque se inclinó para dejar el plato en la mesita decentro. De repente, contuvo la respiración al notar un fuerte pinchazo en el abdomen.

—Cuidado, cariño —dijo Thane mientras volvía a recostarla en el sofá—. Tómatelocon calma. Esas costillas necesitan más tiempo para sanar. Tal vez deberías echarte unrato ahora y ensayar con el violín esta tarde. Además, tienes que acostarte pronto siquieres ir a clase mañana.

A pesar de que lo último que le apetecía en ese momento era dormir, dejó que Thanela ayudara a levantarse y se fue al dormitorio arrastrando los pies como una abuela. Porlo menos allí estaría sola para pensar. Además, tenía pendiente una larga conversaciónconsigo misma por prendarse del hombre equivocado.

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17

Hayley estaba sorprendida: Thane, Maddox y Jax no solo se quedaron en el salón elresto de la tarde, sino que también pasaron la noche tumbados en el pequeño sofá y enel suelo. Pero antes de desearse buenas noches y enviarla a la cama a descansar, lepidieron que les tocara algo con el violín. Después de dudar un poco por los nervios,accedió. Se quedó impresionada al verles los ojos y las expresiones de admiración.

Sabía que no debía juzgar a nadie por su apariencia, pero estos hombres no teníanaspecto de ser amantes de la música clásica. Debían de ser poco más que matones. Ymucho más sexis y más tremendos, desde luego. Pero seguramente les iba más el metalo el rock duro y no Tchaikovsky o Bach.

Cuando aplaudieron la última pieza, se ruborizó hasta las cejas y los miró contimidez cuando se inclinó para guardar el violín en su estuche. No pudo resistirse yacarició la madera pulida una vez más, maravillándose por enésima vez de que fuerasuyo.

A Silas le había costado una fortuna. Sabía lo caro que era ese violín porque habíapasado mucho tiempo fantaseando y anhelando instrumentos de alta gama, mirando perosin tocar. No hubiera imaginado nunca que pudiera tener esa perfección entre las manos.¿A qué se dedicaban exactamente Silas y sus hermanos?

Silas no era el caballero jubilado que había imaginado como propietario deledificio. Y ni siendo propietario de esa gran finca daba para desembolsar miles dedólares por capricho para sustituir el violín roto que le había costado una pequeñaparte de lo que costaba el nuevo.

Se fijó en la ropa que llevaban los hombres, pensativa. No, eran mucho más quesimples matones. No sabía por qué se le había ocurrido pensar eso. Llevaban ropaimpecable y muy cara. Al principio no se había dado cuenta de que era de marcaporque no iban llamativos como los modelos de portada de la GQ, no llevaban un estilopijo ni refinado. Eran rudos y tenían unos cuerpos grandes y musculados, pero ibanataviados con ropa cara y exclusiva de diseñadores que ella no podría permitirse ni enuna tienda de segunda mano.

Y Silas había dicho que salía de la ciudad porque tenía un viaje de negocios.Después de levantarse de la siesta, Jax se fue a comprar la cena mientras Thane yMaddox se turnaban para hacerle preguntas. Una de ellas había sido sobre suprocedencia. Thane le dijo que se había fijado en su acento sureño —como si fuera tandifícil de notar— y que él también era del sur. Le comentó que no se había dado cuentade lo mucho que echaba de menos su tierra hasta que Evangeline entró en sus vidas.

Al oír el nombre de Evangeline, Hayley se quedó petrificada. Maddox fulminó aThane con la mirada y ella hizo ver que no se había percatado, pero estaba

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intrigadísima. Entonces, ¿sabían lo de Evangeline? Esto era cada vez más humillante.Cuando, con aire inocente y despreocupado, les preguntó quién era Evangeline y si

también era del sur, Thane se limitó a mascullar:—No es nadie importante.Y Maddox siguió mirándolo con cara de pocos amigos.Nunca había tenido tantas ganas de soltar un «Pero ¿qué narices?». ¿Por qué todo

tenía que ser secreto entre estos tíos?Se sintió aliviada cuando a la mañana siguiente, entró en el salón y encontró

acampado a un nuevo equipo de macizos que la esperaba. Los saludó con timidez.—Supongo que a Maddox, Jax y Thane los han relevado. Estarán aliviados de no

tener que volver a hacer de niñeros. Soy Hayley —anunció, resuelta a no reaccionarante su presencia como lo había hecho cuando el otro grupo le dio un susto de muerte eldía anterior.

—Zander —dijo uno de ellos con voz atronadora mientras se levantaba.Vio como se incorporaba y se ponía en marcha. Qué alto era ese hombre, por Dios.

Además, tenía el pecho fuerte y la espalda muy ancha. ¡Y pensar que los otros le habíandado miedo! Zander daba miedo, pero de los que te hacen pensar «suerte que está de milado».

Para su sorpresa, este se le acercó y le levantó la barbilla con los dedos mientras lamiraba a la cara.

—Está mucho mejor —dijo—. Los otros me comentaron lo de las magulladuras. Mealegro de ver lo bien que te estás recuperando. Eres toda una luchadora.

Con una mirada de aprobación y sin decir nada más, se dio media vuelta y volvió alsofá, donde había estado tumbado. Muy bien, otro parco en palabras como Silas.

—Yo soy Justice —dijo otro cuando se incorporó, sonriendo. Le guiñó un ojo y ellaquedó prendada al momento.

—Y yo Hartley —dijo el tercero—, pero no me quedaré mucho, guapa. Solo cubro aMaddox un rato. Debería llegar cuando salgas de la escuela.

Ella frunció el ceño.—Ah, pero ¿va a volver? Me dijo que iríais rotando.Hartley se encogió de hombros.—Silas insistió en que Maddox no se despegara de tu lado, así que a menos que se

líe una gorda en otro lugar, Maddox se quedará contigo hasta que vuelva Silas.A Hayley se le cayó el alma a los pies. No había tenido noticias de Silas y se había

consolado diciéndose que seguramente tampoco hablaría con nadie. Era demasiado…solitario e independiente. Pero, evidentemente, sí estaba en contacto con sus hombresde forma regular. Al menos lo suficiente para darles órdenes.

«Supéralo de una vez. Tampoco tenías posibilidades con él de todos modos».Se libró de sus miradas cuando la puerta se abrió de repente y entró Maddox

corriendo.

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—Ah, qué bien. He llegado a tiempo —dijo él.Para su sorpresa, le rodeó los hombros con un brazo y le dio un rápido apretón

seguido de un beso afectuoso en la frente.—Entonces me largo. Tengo que ir a recoger a Evangeline —dijo Hartley.Esta vez no fue solo Maddox quien fulminó con la mirada a quienquiera que sacara a

colación el nombre de Evangeline. Justice y Zander lo miraron de tal forma que Hartleyhizo una mueca. A ella se le revolvió el estómago por los celos y eso que ni siquieraconocía a la mujer. Era muy impropio de ella. Sin embargo, parecían muy protectorescon Evangeline. Hablaban de esa mujer con un afecto que hasta se les reflejaba en lasmiradas. Bueno, salvo cuando Hayley estaba cerca; entonces cerraban el pico como siguardaran un tesoro nacional o algo parecido.

Fingió no haber oído el nombre de Evangeline. Arqueó una ceja y, con totalinocencia, preguntó:

—¿Por qué miráis al pobre Hartley de esta forma? Vaya, alguien se ha levantado estamañana con el pie izquierdo, ¿no?

Sacudió la cabeza para darle un énfasis más exagerado y entonces se dio la vuelta,sin esperar que le contestaran. Pero albergaba la esperanza de que… Por suerte no laalbergaba con mucho ímpetu y así no se decepcionó cuando vio que en la sala todos sequedaban callados mientras ella cogía el bolso y el violín.

—¿Nos vamos? —preguntó arrastrando las palabras—. Pero que conste en acta quesigo pensando que esto es una bobada. No hace falta que nadie me lleve a la escuela nime venga a recoger.

Maddox no le hizo ni caso, claro que ¿cuándo había dicho o hecho algo que ellosaprobaran?

—¿A qué hora sales de clase, Hayley? —preguntó Justice al tiempo que se poníacerca de ella con cuidado.

Se quedó maravillada al ver qué fácilmente la rodeaban los tres hombres; lo hacíande forma muy natural y nada planificada. Tal vez se dedicaran a la protección personal.Tendría sentido, teniendo en cuenta todos los cerrojos que Silas tenía en la puerta y susmuchas paranoias, aunque en su caso, la insistencia en la seguridad parecía más…arraigada. Parecía formar parte de él y no solamente algo que hacía para ganarse lavida. Todos estos hombres eran puro poder y estaban acostumbrados a tener el controlde todo, pero en el caso de Silas, imaginaba que iba mucho más allá de su trabajo: erauna necesidad. Como lo eran la comida, el agua y respirar para el resto de las personas.

—Normalmente a la una, aunque a veces salgo antes. —Se encogió de hombros—. Aveces incluso salimos algo más tarde. En realidad, depende del tiempo que pasemosensayando.

—De acuerdo, entonces ¿a qué hora deberíamos ir a buscarte? —preguntó Maddox.—Anda, ¿no os vais a quedar en la escuela? Ya sabes, por si hay una amenaza de

bomba.

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—Silas no nos dijo que era una sabelotodo —dijo Zander, divertido—. Me cae bien.Maddox puso los ojos en blanco.—Típico de ti. Y no, Hayley. No nos vamos a quedar todo el rato. Tenemos que

ocuparnos de unas cosillas, pero estaremos allí sobre las doce y media. Si por algúnmotivo sales antes, quiero que te quedes en el edificio y nos llames. Ya te he guardadonuestros números en el móvil. Úsalos. Y no vayas a ningún sitio sin nosotros. ¿Deacuerdo?

Tuvo que esforzarse para no volver a poner los ojos en blanco. En su lugar, le saludóa lo militar, lo que hizo reír a Zander.

—¿Y tengo que consultaros también si necesito hacer algún recado? —preguntómientras entraba en la parte trasera de un coche muy elegante y lujoso.

Qué pasada. Esa piel le recordaba el olor embriagador de los coches nuevos. Teníaque pertenecer a Silas porque con nadie más relacionaba tal afán por la limpieza.

Ni una sola mota de polvo en el interior. Tenía miedo hasta de tocar algo.—¿Qué tipo de recado? —preguntó Justice con recelo.—Parar en el mercado. Necesito comprar comida.Era mentira, aunque no del todo. Era cierto que necesitaba comida, pero no del tipo

que pensaba comprar. No era muy casera y a su padre nunca le había importado. Élcocinaba siempre aunque ella había intentado muchas veces que él le enseñara parapoder ayudarlo a preparar la cena, por lo menos.

Ya había oído un par de veces a los hombres de Silas —cuando estos creían que nolos oía— hablar efusivamente de lo bien que cocinaba Evangeline. Que la habíanenviado los dioses del cielo. Puaj. Ya no podía soportarlo más. Esa dichosa mujer,fuera quien fuera, era perfecta y estos hombres la veneraban y la tenían en un pedestal.

Y al parecer Silas salía con ella. Qué afortunado.El sarcasmo empezaba a quemarla por dentro. Mierda, sonaba —y actuaba también

— como una niñata celosa. Era un sentimiento que hasta ahora le era ajeno; laapabullaba la intensidad de las sensaciones que Silas le provocaba.

¿Por qué no podía sentirse atraída por alguno de sus seis socios? Seis machos fuertesy macizos. La mayoría de las mujeres mataría por verse rodeada de tanta testosteronadiariamente y, a pesar de todo, ella se quejaba y hacía mohines como una niña porque laatracción que sentía hacia el hombre que le interesaba no era correspondida.

No, tal vez no fuera una diosa en la cocina, pero al menos sabía hacer un plato quelos iba a dejar patitiesos. Entonces quizá dejaran de ir cada noche a por comida parallevar. Se sentía culpable porque le estuvieran pagando siempre la comida, ya que ellano podía permitírselo.

—Tierra llamando a Hayley. ¿Estás aquí?Volvió en sí de esos pensamientos amargos y volvió a mirar a Justice.—Preguntaba que por qué necesitabas comprar comida —dijo este con paciencia.—¿Pues porque no tengo y la necesito para comer?

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El hombre suspiró, pero cedió.—De acuerdo. Pasaremos por el mercado de vuelta a casa. Aunque, si quieres, dime

qué comprar e iré yo antes de recogerte esta tarde.Ella se lo pensó un momento. Como el plato en cuestión necesitaba un buen rato, no

estaría mal tener toda la tarde para dejar el pescado en remojo.—Te lo enviaré por mensaje —dijo ella.Justice resopló como si lo sorprendiera haber ganado una discusión con ella. Ojalá

sucediera de verdad cada vez que esos hombres se empeñaban en algo.

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18

En cuanto Hayley bajó los escalones de la escuela, vio a Maddox, Justice y Zanderjunto a un coche aparcado en una zona no permitida. Parecía importarles un bledo.Había que ser muy inconsciente para decirles a la cara que tenían que quitar el coche deahí. Antes de llegar al último escalón, Justice se puso a su lado y la asió suavementepor el codo mientras Zander le cogía el estuche del violín.

—En serio, tíos. Es un detalle que me protejáis de esta forma, pero no hace falta. Mesiento como una Barbie indefensa, como si me fuera a romper o algo.

—Sí, te has roto algo —gruñó Maddox mientras se acercaban al coche—. ¿O ya hasolvidado que esos cabronazos te rompieron las costillas y se esmeraron en partirte lacara?

—Ya. Sí, eso —murmuró ella y lo fulminó con la mirada—. ¿Alguna vez pierdes enuna discusión o no tienes la última palabra en algo?

Su sonrisa petulante le dio la respuesta sin tener que decir ni mu.—Estaréis muy buenorros, sí, pero también sois muy cargantes —dijo entre dientes.A su lado, Justice y Zander soltaron una carcajada y oyó a Maddox reír.—¿Buenorros? ¿Nos ha llamado buenorros? —preguntó Justice.—Pero no lo digas delante de Silas —terció Zander con voz grave.—¿Por qué tanto rollo con eso de que no hable de lo buenos que estáis delante de

Silas? —preguntó, exasperada—. Primero, le da igual a quién considero macizo o no y,segundo, él no decide quién me gusta o me deja de gustar.

Los tres se la quedaron mirando boquiabiertos y entonces se echaron a reír de talmodo que acabaron llorando.

—Madre mía, esto se va a poner interesante —dijo Zander, medio ahogado de larisa.

—¿Dónde está la compra? —preguntó ella mirando a Justice.—La he llevado al apartamento y lo he colocado todo.Hayley asintió y se subió al coche. Se cruzó de brazos y siguió mirándolos, seria,

hasta que llegaron a casa.En cuanto abrió la puerta, entró en la cocina e hizo inventario de lo que había para

cerciorarse de que Justice hubiera comprado todo lo necesario. Para su sorpresa, habíasido muy riguroso, tanto como ella al confeccionar la lista. Lo había comprado todo,hasta el último detalle.

Preparó el marinado de suero de mantequilla para el pescado, que le quitaría todo elolor y el sabor de la piel, y lo guardó en la nevera para que fuera absorbiéndolo duranteunas horas. Entonces sacó lo necesario para hacer las patatas fritas, las bolas de pan demaíz y la ensalada de col, sin olvidar la salsa tártara.

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Y hasta ahí llegaban sus dotes culinarias además de la repostería. Los postres se ledaban genial; las comidas en sí ya no tanto. Su padre y ella tenían un trato: él hacía lacena y Hayley se ocupaba del postre. Excepto la receta de fritura de pescado de suabuela que había ido pasando de generación en generación. Sin embargo, su padre no laconocía, así que Hayley se vio obligada a aprenderla sola y, al final, hasta laperfeccionó. Era un plato que él le pedía al menos una vez a la semana. Incluso iban asu zona de pesca favorita para coger un bagre. Con todo, se negaba en rotundo a limpiarel pescado; eso era cosa de su padre.

Repasó los ingredientes que tenía a la vista y se decantó por un pastel de Misisipi derechupete. Tendría que acordarse de preguntar si Thane volvería al día siguiente paraguardarle un trozo y comprobar si estaba a la altura de un misisipiano.

Después de meter el pastel en el horno, se fue a la ducha y a cambiarse de ropa. Hoyhabía sido un día más húmedo de lo habitual, pero para mañana habían anunciadolluvia, y después de esa lluvia, más lluvias todavía; esa humedad le recordabademasiado a la humedad constante del sur.

Pasó rápidamente frente a los hombres, apostados en el salón, y sonrió cuando lepreguntaron qué cocinaba, seguido de resoplidos y varios «sea lo que sea, huele demuerte». Eso esperaba. Aunque fuera algo pueril, por una vez le gustaba que no lerecitaran todas las virtudes de Evangeline. ¿Y si la comida no funcionaba y no lesgustaba nada? Pues los echaría del piso y, por muchas órdenes que diera Silas, no losvolvería a dejar entrar.

Satisfecha con su plan de venganza, se dio una ducha rápida, ansiosa por empezarcon la cena. Los neoyorquinos tenían fama de cenar tarde, pero ella solía hacerlo muytemprano. De donde ella venía, cenar a las seis ya era tarde: su padre y ella siemprecenaban entre las cinco y las cinco y media.

Se alegró al comprobar que hoy se movía mucho mejor sin la rigidez y laincomodidad que había sufrido desde la noche del ataque. Curiosamente, no habíatenido pesadillas. De hecho, ni siquiera pensaba en aquella noche. Aquellos primerosdías los pasó con Silas; había dormido en su cama y entre sus brazos. Se negaba asentirse culpable, porque entonces no sabía que estaba saliendo con otra mujer. Quecargara él con eso en la conciencia, porque tendría que habérselo dicho. Después deeso, Silas se había marchado a ocuparse de unos negocios y sus hombres se habíanturnado para tenerla ocupada. Se preguntaba si por eso les había pedido que le hicierande niñera, para que no estuviera completamente sola con las secuelas del ataque. Teníaque reconocer que eso le había salido bien; si ese había sido su plan desde unprincipio, había funcionado.

Sonrió a los tres hombres sentados en esos asientos tan pequeños —eran unoshombretones enormes— que estaban viendo un partido de béisbol en la gran pantallaplana montada en la pared. La televisión la había entretenido cuando se mudó, perodespués de conocer a Silas, vio que era normal que hubiera amueblado los pisos con

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cosas que le gustaban.—¿Cuánto falta? —preguntó Justice con una voz algo quejumbrosa.Ella sonrió.—Aún falta un ratito. ¿Tenéis hambre?—No hasta que hemos olido lo que hay en el horno —se quejó Maddox.Ella volvió a esbozar una sonrisa y entonces desapareció por la cocina, resuelta a

seguir torturándolos.Pasaron tres horas y estaba claro que los hombres habían decidido turnarse para

entrar en la cocina y hacerle la misma pregunta una y otra vez: «¿Cuándo estará lista lacomida?». Cada quince minutos. Y cada vez, ella se limitaba a sonreír y les decía:«Pronto».

Preparó la pequeña mesa que había en la zona entre la cocina y el salón y miró lassillas con recelo. Dudaba que pudieran acomodar a tres hombres del tamaño deMaddox, Justice y Zander. Podrían comer en el salón como habían hecho los dosúltimos días, pero preparar la cena favorita de su padre le había hecho sentir morriña;ahora mismo lo echaba muchísimo de menos. Poner la mesa para los demás le recordólas cenas familiares que solían compartir.

Mientras ponía la mesa, acarició los platos, antiguos pero aún en perfectascondiciones, que habían pertenecido a su madre y, antes de ella, a su abuela. Se leinundaron los ojos de lágrimas, que se apresuró a secar con la mano al oír que uno deellos se acercaba.

—¿Hayley? —dijo Maddox en voz baja.—No falta mucho —dijo ella alegremente—. La comida estará lista en cuanto

termine de poner la mesa; entonces la sacaré.—Cielo, ¿por qué llorabas? —le preguntó con suavidad.La ternura de su tono le hizo arrugar la nariz y entonces notó aún más el escozor de

las lágrimas.—No es nada —dijo, temblorosa e incapaz de mirarlo a la cara—. Solo pensaba en

mi… padre. Lo echo mucho de menos. Sé que es una bobada poner la mesa cuandoseguramente estaréis más cómodos en el salón, pero esto me recuerda mucho a lascenas con él. Supongo que esta noche lo echo de menos más de lo normal.

Para su sorpresa, Maddox la acogió entre sus enormes brazos y la abrazó con fuerzacontra su pecho, con cuidado de no hacerle daño en las costillas doloridas. No dijonada. Simplemente se quedó así, abrazándola hasta que ella terminó de sollozar sobresu camisa.

Avergonzada, Hayley se apartó y se secó las lágrimas.—¿Crees que a los demás les importará? —preguntó, mirando hacia la mesa.—Para nada —contestó él en voz baja—. Voy a llamarlos mientras coges la comida.

Tómate tu tiempo, cielo. No hay prisa, no nos vamos a ningún lugar.En cuanto Maddox se apartó, ella volvió a la cocina a echarse agua en la cara y

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borrar todo rastro de las lágrimas. Ya era embarazoso que la hubiera visto Maddox; noquería que la vieran los demás también.

Contenta por haber recobrado la compostura, emplató la comida con esmero en lasfuentes que combinaban con los platos que había heredado de su madre. No era unavajilla muy cara, pero le traía muy buenos recuerdos.

Al oír que retiraban las sillas de la mesa, sacó primero la bandeja de pescado yestuvo a punto de chocar con Maddox, Justice y Zander. Maddox le cogió la fuente y lehizo un gesto para que se sentara.

—Nosotros cogeremos el resto —se ofreció Justice—. Llevas toda la tarde de pie.Lo menos que podemos hacer por ti es sacar la comida.

Ella sonrió y estuvo a punto de echarse a llorar de nuevo, pero se sentó en la sillaque Maddox le ofrecía. A los pocos segundos, Justice y Zander volvieron con losúltimos platos llenos de comida, y entonces todos se sentaron alrededor de la mesa conella.

Su sonrisa iluminaba toda la estancia mientras los veía pelearse por las porciones,por ver quién cogía más. Sin embargo, también procuraron que el plato de Hayleyestuviera lleno y la miraron serios cuando ella protestó entre risas y les dijo que nopodía comer tanto.

—Esto está que te mueres —masculló Zander, extasiado.—Ya te digo —dijo Justice con la boca llena—. ¿Y habéis visto el postre que tiene

ahí? Debe de ser eso con lo que nos ha torturado todo el día.—Era la comida favorita de mi padre —explicó ella en voz baja—. Gracias a todos

por hacer que sea tan especial.Maddox le cogió una mano y le dio un apretón cariñoso.—Gracias por hacernos partícipes, cielo. Tu padre fue muy afortunado al tener a una

hija como tú.Hayley sonrió.—La afortunada fui yo por haber crecido con tanto amor.Los miró a todos; se moría de ganas por preguntar. Todos parecían muy reservados,

no como Silas, pero sí celosos de su intimidad, y aun así a ella la habían acogido conlos brazos abiertos.

—¿Y vosotros qué? ¿Tenéis familia en la ciudad o ni siquiera sois de aquí? Thane medijo que era de Misisipi, pero no me comentó qué le había traído aquí.

A los tres hombres se les ensombreció el rostro y a ella se le aceleró el pulso. Quéidiota era por fastidiar lo que estaba siendo una gran velada, por entrometerse en cosasque no eran de su incumbencia.

—La mayoría no tenemos familia —dijo Maddox en voz baja—. Solo nos tenemoslos unos a los otros. Ellos son mis hermanos, no de sangre, pero sí por elección. Y enmi opinión, poder elegir es mucho mejor. ¿Sabes eso que dicen de que los amigos seescogen, pero la familia no? Eso es aplicable en nuestro caso, aunque nosotros

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escogimos nuestra familia o, mejor dicho, crear nuestra propia familia.—Ninguno de nosotros tuvo una infancia feliz —dijo Zander encogiéndose de

hombros con aire indiferente, aunque ella se fijó en las sombras de su mirada y supoque todos tenían sus demonios. Se le encogió el corazón por lo que nunca habían tenido.

—No hablamos mucho del tema —explicó Justice—. Hemos hecho las paces con elpasado y lo hemos dejado allí, en su sitio. En el pasado.

—Fuera lo que fuera, por muy malo que fuera, os ha convertido en quienes sois hoy—dijo Hayley con ternura—. Y sois muy especiales.

Los tres se la quedaron mirando con una expresión muy peculiar. Como si nunca lohubieran visto de esa forma. ¿Acaso ellos, al igual que Silas, no se considerabanhombres buenos? ¿Qué se supone que es bueno? ¿La ausencia de lo malo? No, laspersonas buenas también tenían maldad en su interior, pero eso no las convertía enpersonas malas. Nada podría convencerla de que Silas o alguno de sus hermanos, comose hacían llamar, no fueran hombres buenos.

—Sois muy buenos —dijo ella verbalizando lo que pensaba y entonces esbozó unasonrisa amarga—. A mi padre le habríais caído bien. Ni siquiera me conocéis, no soynadie importante, y aun así lo habéis dejado todo a un lado para ayudarme a superaraquella terrible noche. Tenía mucho miedo, pero por suerte Silas estaba allí y no heestado sola desde entonces. Ni siquiera he pensado en aquella noche, gracias a todosvosotros.

Los tres negaron con la cabeza. Desconcertada por su discrepancia, frunció el ceño yolvidó lo que iba a decir después.

—¿Creéis que no sois buenos? —quiso saber—. Os equivocáis. Todos. Y no quierooíros decir que no lo sois u os daré una paliza.

Los miraba con una expresión salvaje que le ensombrecía las facciones. Entonces lostres se echaron a reír y ella se quedó boquiabierta, totalmente confundida. ¿Qué sehabía perdido?

Justice, que se apiadó de ella, le guiñó un ojo.—No decimos que seamos malos hombres, aunque eso es cuestionable. Nuestro gesto

es por esa bobada que has dicho de que no eres nadie, que no eres importante.Maddox y Zander la miraron con expresión enfurruñada y asintieron.—Eres importante para Silas y eso te hace importante para nosotros. O al menos así

era en un principio —dijo Maddox con una sonrisa que le iluminaba la mirada—.Ahora creemos que eres importante para nosotros también, por motivos que nada tienenque ver con Silas.

Ella se ruborizó y agachó la cabeza, sonriendo para sí por lo que acababan dedecirle. Se mordió el labio y se contuvo para no discutirles esa importancia que teníapara Silas. Bueno, tal vez fuera importante como vecina o como ser humano, pero nodel modo que ella quería. Como mujer.

—Creo que Silas no comparte vuestra opinión —dijo prácticamente en un susurro y

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sonriendo para quitarle hierro al asunto.Los tres se la quedaron mirando muy extrañados. Y entonces Maddox estalló en una

carcajada y no dejó de reír hasta que ella estuvo a punto de darle un puntapié bajo lamesa.

—Uy, compro las entradas de este espectáculo —dijo Zander con una sonrisaburlona—. Y voy a proponer una apuesta para ver cuánto tarda Silas en demostrarle locontrario.

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19

Hayley guardó el violín y cerró el estuche antes de levantarse y salir del pequeñoauditorio donde se hacían los ensayos del recital de primavera. Estaba contentísima depoder actuar por primera vez delante de ese público. Era una experiencia nueva paraella, eso seguro. En este último año, desde que empezara los estudios en la pequeñapero prestigiosa academia, había participado en recitales y hecho actuaciones varias,pero siempre habían sido a pequeña escala y nunca abiertas al público en general.

Pero el concierto sinfónico de verano era el mayor acontecimiento de la academia,puesto que se recogían más fondos que en ningún otro recital. Cada año a finales delsemestre de primavera, escogían a unos pocos alumnos para actuar en el Carnegie Hall.Ser elegido era un honor y aún mayor era el honor de que te seleccionaran parainterpretar un solo. Hayley se quedó estupefacta cuando, como alumna de primer año,había conseguido ambas cosas.

Le faltaba tiempo para contar esta noticia tan emocionante a Silas y a los demás.Bueno, quizá a Silas no, ya que estaba segura de que le daría todo igual y para entoncesél ya habría pasado página de ella y su relación. No obstante, la felicitaría y hasta lediría lo mucho que lo merecía. Silas admiraba mucho su talento, pero sus palabras nosignificarían lo que ella quisiera que significaran.

Suspiró y levantó el estuche, casi sonriendo por las miradas de pura envidia que losdemás alumnos le lanzaban. Se quedaron sin palabras cuando la vieron aparecer enclase con el violín nuevo, además de ponerse bastante celosos. No podía culparlos; ellatambién hubiera sentido envidia de haber estado en su lugar. No era solamente uninstrumento precioso, sino que además captaba la esencia de todas las notas. Cada vezque lo tocaba, se sumía en la belleza de la música, la dejaba fluir por su alma mientraslos dedos bailaban por las cuerdas y con la otra mano acariciaba con el arco el violín.

Al salir por la puerta y recorrer el largo pasillo que llevaba a la salida siguiendo alos demás alumnos, oyó un gran estruendo muy cercano. El ruido la sobresaltó.Entonces oyó que caía una tromba de agua sobre el tejado del edificio e hizo una muecade compasión por los que tendrían que irse a casa o a la estación de metro andando.

Maddox y compañía estarían esperándola delante, mal aparcados como siempre, ysonrió alargando los pasos. Tenía muchas ganas de verlos y contarles el notición. A lomejor hasta podría armarse de valor e invitarlos, aunque no estaba muy segura. Noquería que la rechazaran. Era de cobardes, sí, pero no le gustaba nada el rechazo. Nohabía vuelta de hoja. Lo sabía perfectamente porque ya lo había vivido con Silas,aunque su rechazo fue aún más humillante que si Maddox, Justice, Zander y Jaxdeclinaran su invitación.

Se detuvo en la entrada y miró afuera: llovía a cántaros. Le vibró el móvil y rebuscó

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en el bolso con una mano para cogerlo. Puso los ojos en blanco cuando leyó el mensajede Maddox: «No salgas. Dame un segundo y entro a buscarte».

Como si un poco de agua fuera a hacerle daño. Aun así, no pensaba discutir, no conese violín tan caro encima que no quería que se mojara. Vio a Maddox salir del coche yabrir un paraguas enorme que los cubriría a los dos sin problemas. Se movió haciadelante y hacia atrás mientras esperaba a que llegara cuando notó que alguien laagarraba por el codo con fuerza y la hacía girar.

Soltó un grito de dolor que terminó en cuanto se dio de bruces con Christopher, hoscoy sombrío.

—¿Dónde coño estabas? —preguntó—. Fui a tu antiguo piso, pero esos viejoschochos no quisieron decirme adónde te habías mudado.

—Suéltame, imbécil —siseó—. ¿Por qué crees que no quisieron decírtelo? ¿Seráporque yo no quería que lo supieras? ¿Lo has pensado?

—No seas tonta —dijo, acercándose más hasta tenerla contra su cuerpo.Ella retrocedió y casi tropezó con el tope de la puerta que sobresalía del suelo. Notó

el agua gélida en la espalda y se dio cuenta de que, con las prisas para huir deChristopher, había salido a la calle.

Christopher salió justo detrás de ella, igual de pegado que antes. Estaba furioso y tancegado por la rabia que instintivamente se encogió y puso el estuche del violín entre losdos para que no la tocara.

—Serás puta —espetó—. ¿No te das cuenta de quién soy? Nadie me dice que no.¡Nadie!

—Sé exactamente quién eres y lo que eres, capullo —gritó Hayley—. No te atrevas avolver a tocarme. No me hables o te juro que pediré una orden de alejamiento. Mepregunto qué pensarán entonces papá y mamá de su querido niñito.

Echó el brazo hacia atrás para abofetearla, pero de repente una mano mucho másgrande le agarró la muñeca y detuvo el golpe en el aire. Christopher chilló delsobresalto y de dolor. Casi al mismo tiempo que Maddox le había inmovilizado lamano, lo hizo arrodillar y gritar de dolor al retorcerle la muñeca hacia atrás.

Maddox se cernía sobre él como un ángel vengador, con el pelo mojado y la miradatan fría e intimidadora que, si Hayley no supiera que nunca le haría daño, se estaríameando en los pantalones ahora mismo. A juzgar por la cara de terror de Christopher,seguramente ya se había meado.

—¡Apártate de ella ahora mismo! —rugió Maddox con una rabia que se marcaba encada una de sus palabras—. No la toques, no la mires y ni le hables siquiera. ¿Meentiendes? Como vuelva a verte cerca, como sepa que te has acercado a menos de cienmetros de ella, te romperé hasta el último de tus malditos huesos y tiraré los restos alrío Hudson para que se los coman los peces. ¿Me oyes, chico?

Christopher puso un rictus de miedo y estuvo farfullando unos cuantos segundos hastaque por fin pudo entenderse lo que decía.

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—S… sí, se… señor —tartamudeó mientras lloraba; su cara era un poema.—Le debes una disculpa a la señorita, chico —rugió Maddox.—Lo… lo sien… siento, Hayley. —Con la mirada parecía pedirle que hiciera lo que

fuera para que Maddox lo dejara en paz, pero ella se lo quedó mirando fríamente—.¡Hayley, por favor! Dile que me suelte.

Hayley solo podía pensar en el ataque que había sufrido hacía unos días, cuando rezópara que aquellos hombres pararan. Cuando les rogó que la dejaran marchar y no lehicieran daño. De no haber sido por Silas, ¿la hubiera encontrado alguien después deque la violaran? Y ahora, ¿qué hubiera pasado si Maddox no hubiera estado aquí? Legustaría pensar que Christopher no se hubiera salido con la suya acosándola en lasinstalaciones a plena luz del día, pero estas cosas pasaban continuamente.

Las lágrimas le quemaban los párpados y estrechó el estuche del violín contra elpecho, haciendo caso omiso de la lluvia que le caía en la cabeza y la calaba hasta loshuesos.

—Venga, preciosa, vayamos hacia el coche y dejemos que Maddox se ocupe de labasura.

Oyó el acento sureño tranquilizador de Thane a su espalda y se dio la vuelta,aliviada. Se lanzó a sus brazos y casi se le cayó el violín, pero por suerte él lo sujetócon una mano y dejó el otro brazo libre para poder rodearle la cintura. Durante unminuto, y a pesar de la lluvia, estuvieron abrazados así sin más; los sollozos de Hayleyse mezclaban con la lluvia. Al final, Thane la llevó hasta el coche, sin apartar el brazode su cintura mientras se acercaban a un Jax cegado por la rabia.

—¿Estás bien, guapa? —preguntó este, preocupado, mientras le abría la puertatrasera.

Ella se limitó a asentir mientras entraba en el cálido habitáculo. Entonces agachó lacabeza, consternada.

—Estoy dejando los asientos empapados —dijo ella, y volvió a echarse a llorar.La puerta se abrió por el otro lado y Thane se sentó a su lado, tendiéndole una toalla

que parecía haber sacado de la nada. ¿Siempre estaban preparados para cualquiercosa?

Él le secó el pelo mojado y también el rostro y los ojos, con los labios apretados yrabia en la mirada.

—¿Dónde está esa manta, Jax? ¿La has cogido ya del maletero?A modo de respuesta, notó como le rodeaba los hombros con una mantita suave.

Thane recogió los extremos de la manta por la parte de delante y la atrajo hacia sí paraque pudiera apoyar la cabeza en su pecho.

—Vámonos a casa ya, joder —gruñó él—. Tiene que cambiarse de ropa. A esecapullo podemos zurrarlo en otro momento.

Como si Maddox lo hubiera oído, se sentó al otro lado de Hayley para que estaquedara protegida entre los dos, mientras Jax se sentaba al volante. Un segundo

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después, pasaban zumbando entre los demás coches y Hayley cerró los ojos; estabaagotada.

—Gracias, Maddox —susurró—. Dudo que vuelva a molestarme. Se estabaconvirtiendo en un grano en el culo.

—Pero ¿qué coño…? —dijo él.Hayley lo miró alarmada.—¿No es la primera vez que te busca las cosquillas?Ella negó con la cabeza.—¿Y por qué no nos lo habías contado? —preguntó Jax desde el asiento del

conductor.Ella los miró, desconcertada.—Cariño, como un pichafloja así vuelva a hincharte los ovarios, dínoslo. No puedes

ir a la misma academia y seguir aguantándolo —gruñó Thane.—Pienso hacerle una visita después —murmuró Maddox.—¡No! —gritó Hayley—. No quiero que os metáis en líos por mi culpa. Maddox, ya

lo has acojonado. No volverá a molestarme.—Sí, bueno, a veces hay que reforzar el mensaje —terció Jax en tono serio.—No nos meteremos en ningún lío, cielo —la tranquilizó Thane—, pero te garantizo

que no volverá a ser un problema.—Bueno, vamos a llevarte a casa —dijo Maddox con voz tranquila—. Silas ha

vuelto. El único que debería preocuparse es el capullo que quiere sacar pecho delantede una mujer.

Ella estaba desencajada. Lo último que quería oír era que Silas había vuelto. Y porellos. Ni siquiera la había llamado o enviado ningún mensaje desde que se había ido, ¿yno era capaz de decirle cuándo iba a volver? Si no se hubiera convencido ya de que élno tenía ningún interés en ella, esto hubiera sido ya la gota que colmaba el vaso.

Se quedó mirando de mal humor por la ventana y evitó mirarles a los ojos mientrasseguían abriéndose paso entre el tráfico de la tarde. A los pocos minutos, se detuvieronfrente al edificio de Silas y Jax aparcó en una de las plazas reservadas de delante. Laayudaron a bajar del coche y la llevaron rápidamente hasta la entrada. Aunque no era elchaparrón de hacía quince minutos, aún no había dejado de llover.

Subieron en el ascensor en el mismo silencio que había en el interior del coche y,cuando se abrieron las puertas, Silas los esperaba en la entrada de su piso con el ceñofruncido.

—Yo también me alegro de verte —murmuró ella para sí.—Pero ¿alguno de vosotros sabe lo que es un maldito paraguas? —espetó.Hayley se lo quedó mirando, inexpresiva.—Está lloviendo, por si no te habías dado cuenta. No esperarás que controlen a la

madre naturaleza también. Voy a cambiarme.Se giró hacia los hombres que tan buena compañía habían sido los últimos días, triste

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por no volver a verlos más.—Gracias —dijo en voz baja—. Por todo. Voy a secarme un poco. Os echaré de

menos.Se volvió y se fue por el pasillo hacia su apartamento, reparando en la mirada

desconcertada de Silas cuando pasó por su lado sin dirigirle la palabra.—¿Tienes un minuto, Silas? —preguntó Maddox cuando Hayley entró en su piso y

cerró dando un portazo.Silas los miró con el ceño fruncido.—Voy a necesitar más de un minuto para que me contéis qué narices le pasa a

Hayley.—No ha tenido un buen día —dijo Thane.—El problema no es solo ese —dijo Maddox.Silas abrió la puerta y les hizo un gesto para que pasaran. No le gustó la expresión de

Hayley. Solo lo había mirado para regañarlo. ¿Y qué era eso de «Os echaré de menos»que dijo tan bajito? Había una rotundidad en ese tono que no le gustó ni una pizca. Y ledio mucho miedo, sobre todo al ver que sus hombres lo miraban con esas expresionestan serias.

—Hablad de una vez —bramó Silas en cuanto estuvieron todos dentro.A Silas se le ensombrecía cada vez más la expresión al escuchar lo del capullo que

se había encarado a Hayley en la escuela.—Espero que le hayáis dado una lección a ese gilipollas —dijo Silas.—Claro que si. Está cagado de miedo. Pero pienso hacerle otra visita esta noche —

dijo Maddox tranquilamente—. La prioridad ha sido traer a Hayley a casa; estababastante conmocionada.

—¿Y qué más tenéis que contarme? Habéis dicho que no era el único problema —dijo Silas, impaciente.

Los tres hombres se miraron antes de volver a centrar la atención en él.—¿Ella te importa? —espetó Maddox.Silas echó la cabeza hacia atrás, sorprendido, y luego fulminó con la mirada a los

hombres que llamaba hermanos.—Antes de que nos digas que no nos incumbe, deja que te explique por qué te ha

hecho esa pregunta —dijo Thane, cruzándose de brazos en el pecho en un gestodesafiante.

—Dímelo, pues —espetó Silas.—Parece que Hayley tiene la impresión de que no es nadie para ti y que no te

importa demasiado.Silas se quedó boquiabierto. De todas las cosas que podrían haberle dicho, eso era

lo último que esperaba.—¿Que no me importa? —rugió—. ¿Que no es nadie para mí? Pero ¿qué mierdas

decís? ¿Quién le ha metido esa idea en la cabeza?

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—Tú mismo, hermano —dijo Jax tranquilamente.Silas se los quedó mirando completamente perplejo por este giro de los

acontecimientos. Su vida personal no estaba abierta a discusión. Bajo ningún concepto.Sintiera lo que sintiera por Hayley, era entre él y ella y no lo iba a compartir con nadiemás.

—Mira, es una pregunta retórica si lo prefieres —dijo Maddox, irritado—. Lo quequiero decirte es que a esa dulce chica se le ha metido en la cabeza que no te importauna mierda. Si te da igual y pasas de corregir esa idea que tiene de ti, cosa que dudo,perfecto. Haz lo que quieras. Pero no esperes que nos quedemos aquí viendo cómo lehaces daño. Si de verdad te importa lo que piense y que le hayas hecho daño con tuindiferencia, te sugiero que te pongas las pilas y hagas algo antes de que decida que yano vales la pena.

—Amén —dijo Jax antes de girarse hacia la puerta y salir.—Ya te digo —terció Thane mientras salía también.Maddox se quedó atrás hasta que solo estuvieron los dos en el piso de Silas.—No cometas los mismos errores por los que tú y yo martirizamos a Drake —le dijo

Maddox en tono serio—. Vimos lo buena que era Evangeline, lo buena mujer que era, ynos jodía ver lo gilipollas que era Drake con ella. Estuvo a punto de destrozarla. Yahora tienes a una mujer tan increíble, inocente y dulce como la mujer a la quedefendiste incondicionalmente, solo que esta vez es a ti a quien quiere y no a los demás.A nadie más, solo a ti. Si no la deseas, déjala en paz de una puta vez y no le envíesseñales contradictorias. Deja que otra persona le dé la felicidad que merece. Dios sabeque le iría bien a la pobre por la mierda que ha vivido hasta ahora. Pero si la deseas,entonces te lo diré una vez más: espabila y sácala del error, sea lo que sea que piensade ti. Cuando lo averigües, dímelo para saber si puedo tirarle la caña.

La rabia de Silas fue instantánea. Se abalanzó sobre Maddox y lo cogió por lapechera de la camisa para acercárselo a la cara.

—Ni te acerques a ella —bramó—. Ni la toques. No pienses en ella de otro modoque no sea el de una mujer cuya seguridad te han encomendado. ¿Me entiendes?

Maddox esbozó una sonrisa.—Supongo que eso contesta la pregunta, ¿no crees?Maldito cabrón. ¿Cómo había caído en la trampa? Empujó a Maddox, asqueado, y se

pasó una mano por el pelo.—Joder. Se merece mucho más de lo que puedo darle —dijo con voz ronca mientras

miraba a Maddox, el único que conocía retazos de su pasado. Un pasado con el queMaddox también estaba familiarizado porque había sobrevivido a unas circunstanciasmuy parecidas—. Ya sabes por qué no puedo estar con ella. ¿En serio crees que semerece a un hombre como yo? Un hombre tan jodido que hasta sus problemas tienenproblemas. Nunca seré bueno, ni para ella ni para nadie.

—Lo que creo es que ya es hora de que dejes de ser tan duro contigo mismo —dijo

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su amigo en un tono comprensivo—. ¿Por qué no dejas que Hayley decida lo quemerece? Sé claro con ella. Algo me dice que te sorprenderás. No es cobarde y es muyprotectora con la gente a la que quiere. Algo me dice que te quiere. O, por lo menos,que se está enamorando de ti. Sin embargo, está tan convencida de que no la deseas,que está abatida. No se siente digna de ti, Silas. Piensa en eso un momento mientras tetorturas pensando que no te la mereces. Es ella la que cree que no te merece a ti.

Silas se quedó estupefacto.—¿Que no me merece? ¿Que no es lo bastante buena para mí? Pero ¿qué narices…?—Es el colmo de lo absurdo que una mujer no se sienta digna de hombres como tú o

como yo —dijo Maddox con una sonrisa amarga.Silas lo miró a los ojos y vio el dolor que él mismo experimentaba en el fondo de su

alma negra y marchita. Un dolor con el que convivían a diario, pero con ganas de dejaratrás el pasado. De superarlo y estar por encima de todo lo que les había pasado. Perosiempre estaba allí y se cernía sobre ellos sumiéndolo todo en sombras grises.

Silas cerró los ojos y maldijo. ¿Y si no podía ser lo bastante bueno para Hayley?¿No era mucho mejor no empezar nada que arriesgarse y sufrir el horrible dolor de queella se marchara cuando se diera cuenta del monstruo a quien entregaba su cuerpo porlas noches? ¿Era justo ofrecerle falsas promesas que no sabía si podía mantener pormucho que quisiera?

—No la jodas ahora como Drake estuvo a punto de hacer —susurró Maddox conseveridad—. Ya viste lo que sufrió Evangeline. Te cabreaste tú y me cabreé yo. Nohagas daño a Hayley igual que Drake hizo a Evangeline o te odiarás el resto de tu putavida.

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20

Hayley salió de la ducha y se enrolló una toalla en la cabeza para que no la molestarala larga melena. Estaba demasiado triste, cansada y melancólica para preocuparseahora por secarse y cepillarse el pelo. Ya lo pagaría después cuando se le encrespara lamelena, pero, de todos modos, ¿a quién tenía que impresionar?

Se puso unos pantaloncitos cortos y una camiseta, pero prescindió del sujetador,aunque las heridas ya habían sanado y podía llevarlo sin dolor. Nunca salía de casa conlos pechos al aire así, pero, una vez más, ¿quién iba a verla? Además, no tenía laenergía física ni mental para el ritual de disimular las tetas. No le gustaba nada tenertanto pecho y había buscado por todas partes un sujetador reductor que realmentehiciera lo que prometía y se lo sujetara bien. No la ayudaba mucho a aliviar los doloresde espalda, pero por lo menos no le bamboleaban las tetas cada vez que daba un paso.

Maldijo cuando oyó el timbre de la entrada del portero automático. ¿Quién sería?¿Se habría olvidado algo alguno de los hombres? Seguro que no era Silas. Se fijó en laimagen en blanco y negro de la cámara de la entrada del edificio y vio que era unhombre, pero no le podía ver el rostro. Tenía que ser uno de los tíos. Pulsó el botón delpanel de seguridad que abría la puerta de la calle para dejarlo pasar. Frunció el ceño alponerse el albornoz; de repente se arrepintió de haberse dejado los pechos al aire. Seaseguró de cerrarse bien el albornoz y fue hasta la puerta; en ese mismo instante alguienllamó. En lugar de abrirla inmediatamente, optó por llevar cuidado y ponerse depuntillas para mirar primero por la mirilla.

Se quedó boquiabierta del susto y al mismo tiempo empezó a hervirle la sangre.Pasando de tomar más precauciones, abrió la puerta deprisa para vérselas cara a caracon el cabronazo que estafó a su padre miles de dólares y luego se negó a pagar laprestación por defunción escudándose en una cláusula de la letra pequeña, tan pequeñaque se necesitaba lupa para poderla leer.

—¿Qué mierda haces aquí? —preguntó con un tono tan gélido que ni se reconoció—.¿Y cómo has sabido dónde encontrarme? Haznos un favor a los dos y vuelve bajo lapiedra de la que has salido hasta que llegue alguien y te pise.

Fue entonces, a pesar de la rabia cegadora que sentía, cuando reparó en la aparienciademacrada y desastrosa del agente de seguros. Arqueó una ceja y esbozó una sonrisaburlona.

—Parece que alguien ya te ha pisado. Y más de una vez, diría.Se quedó muy corta. Tenía la cara magullada. Parecía que le habían roto la nariz y

partido los labios; aún había sangre seca en las comisuras. Se quedó allí plantado conun sobre en la mano. Temblaba tanto que se le movía el papel. Incluso juraría que le oíael temblequeo de las rodillas.

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—Señorita Winthrop —balbuceó—. Tenía que venir en persona. Era la única forma,la más justa y razonable, de hacerlo. Le debo una explicación y una disculpa. Debido aun error administrativo se le denegó la prestación de su padre por la póliza de segurocontratada. He venido a subsanar ese error y a demostrarle mi más sincera disculpa porsu dolor, su pena y sus molestias. He añadido un extra para compensar su dolor ysufrimiento, así como cualquier otro gasto relacionado con el funeral en que hayaincurrido, y también intereses por el tiempo que no se le ha pagado la prestación.

—¿Que qué? —preguntó ella con voz ronca.Se quedó mirando el sobre como si fuera un bicho asqueroso a punto de saltarle

encima. El agente se lo tendió con fuerza y se lo puso en la mano. Le sudaba la frente ycaptaba su olor corporal a pesar de la distancia. Juraría que él le tenía pavor. ¿Quécreía que le iba a hacer? ¿Que se le abalanzara y le diera una paliza? Pesaba muchomás que ella, unos setenta kilos más, y no era por el músculo.

Llevaba todo el peso en la panza. Como se le tirara encima, la aplastaría. Sinembargo, la idea de darle una paliza tenía su atractivo. Por desgracia, tendría queconformarse con imaginárselo, ya que no tenía muchas opciones de acabar con él.Aunque siempre le quedaría la patada en la entrepierna…

Lo fulminó con la mirada mientras empezaba a abrir el sobre como diciéndole que nojugara con ella. Como lo estuviera haciendo, olvidaría los setenta kilos de diferencia yse le abalanzaría. Tal vez no saliera victoriosa, pero añadiría unos moratones más a losque ya tenía.

Hayley bajó la vista lo suficiente para echarle un vistazo al cheque que había en elsobre. Se le pusieron unos ojos como platos al ver la cantidad de ceros en el cheque.Estupefacta, levantó la vista hacia el hombre sudoroso.

—Como le he dicho, he incluido una suma generosa que excede la prestación por sudolor y las molestias, a… además de los in… intereses de de… demora —tartamudeó.

El hombre prácticamente jadeaba y ella no conseguía articular palabra. ¿Qué debíadecirle? ¿«Gracias»? Y una mierda. «Que te jodan» sonaba mucho mejor. Debería estaragradecida porque hubiera enmendado el error en cuanto lo descubrió, pero le costabacreer ese giro tan radical.

—¿Qué le ha pasado? —le preguntó con brusquedad.—Pues… es… que me han atracado al llegar a la ciudad —dijo, retrocediendo un

poco más.Hayley pensó que no era posible parecer más aterrado, pero se equivocaba. Parecía

estar a punto de desmayarse en la puerta. Y entonces, ¿qué podría hacer?Y en ese momento cayó en la cuenta. Lo entendió al juntar todas las piezas. Fue la

noche que la atacaron. Contó toda la historia, no solo lo de que su padre le habíaregalado el violín, sino también que el de los seguros lo había estafado. Esas preguntasque Silas le había hecho como quien no quería la cosa y su repentina marcha en un viaje«de negocios».

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Casi se echó a reír en voz alta. No le extrañaba que el hombre pareciera a punto demearse encima. No se atrevía a imaginarse lo aterrador que había sido Silas cuando loconvenció del «error administrativo».

—Eso es lo que pasa cuando uno jode a los demás continuamente —dijo en voz bajacon un tono amenazador y nada arrepentido—. Quizá así se acordará del… atraco lapróxima vez que piense en engañar a otra persona.

Él no volvió a decir nada. Con unos ojos que se le salían de las cuencas, se diomedia vuelta y echó a correr por el pasillo tan deprisa como pudo. Ni siquiera esperóel ascensor. Bajó las escaleras corriendo; oyó como sus pasos apresurados se alejabancada vez más.

—Adiós y hasta nunca —murmuró ella.Volvió a mirar el cheque, temerosa de que no fuera negociable, pero no, todo parecía

en orden. Lo que significaba… ¡Ay, Dios! ¡Tenía que hablar con Silas! Había imaginadoque había pasado esos últimos días con aquella mujer, Evangeline. ¡Pero no! Había idoa buscar al agente de seguros.

Se abrazó y miró pasillo abajo, hacia la puerta del apartamento de Silas. Quizá sí sehabía equivocado con lo que había hecho los últimos días, podría estar equivocadasobre otras cosas. Como su presunta relación con otra mujer. En cualquier caso,merecía su aprecio y su gratitud. Sobre todo después de cómo lo había tratado antes.

Entró deprisa en su piso para poner el cheque a buen recaudo y no perderlo. Aprimera hora de la mañana, iría al banco para ingresarlo y rezaría para que no se lodevolvieran o se hubiera cancelado el pago.

Entonces, inspiró hondo para tranquilizarse, salió del piso y se acercó despacio a lapuerta de Silas. Cuando llegó, se quedó allí un buen rato, intentando armarse de valorpara llamar.

Silas andaba de un lado a otro del salón, nervioso y maldiciendo mientras trataba deaclararse las ideas, para luego cambiar de opinión por milésima vez desde que Maddoxle había dicho, en resumen, lo muy hipócrita que era. Lo triste del asunto era que no seequivocaba. Silas era lo que su amigo le había acusado de ser y mucho más.

¿Qué podía hacer con una mujer como Hayley? Era demasiado hermosa, demasiadoapasionada, demasiado… perfecta… para alguien como él. ¿Cuánto tardaría en darsecuenta del terrible error que había cometido al dejarlo entrar en su vida? ¿Cuántotardaría en huir?

Es más, ¿quién le aseguraba que ella aceptaría el tipo de relación que él requería? Sequedó quieto un momento y masculló. ¿Que «requería»? Eso lo convertía en un capulloegoísta e insensible y, una vez más, no se equivocaba. No era solo un requisito, era unanecesidad. Era como comer y respirar para el resto de las personas. No disfrutaba nianhelaba ese control, pero debía tenerlo para sobrevivir cada día.

Pero no podía decir nada, no encontraba ningún motivo para permitir que Hayley

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pensara lo que quisiera y siguiera adelante con su vida, y así borrar la imagen de esachica herida, rechazada y que se creyerea indigna de él. Indigna. No le entraba en lacabeza. Por mucho que le buscara lógica a la situación, no lograba olvidar las flechasbienintencionadas que Maddox, Jax y Thane le habían disparado al corazón. O a lo quesolía ser su corazón.

¿Cómo podía pensar Hayley que no la deseaba? ¿No la deseaba con cadarespiración? ¿Cómo podía considerarse indigna de él?

—A la mierda —dijo.Se fue hacia la puerta porque no pensaba permitir que la muchacha se sintiera indigna

de nadie. No sabía qué hacer con el tema de él y Hayley o si ella podría aceptarlo talcomo era, pero ahora no podía preocuparse por eso. Ya cruzaría ese puente cuandollegara a él.

Estaba a unos pasos de la puerta cuando sonó el timbre, lo que le arrancó un gruñidode rabia. ¿Tenía que ser ahora? ¿Ahora?

Se preparó para destrozar al capullo que decidía interrumpirlo precisamente en eseinstante, justo cuando, por fin, había tomado una decisión con respecto a Hayley, yabrió la puerta de par en par con su mirada más aterradora.

Encontró a Hayley en albornoz en el umbral y… Dios, ¿llevaba algo debajo del finoalbornoz? Ella se impresionó al reparar en el evidente mal humor de Silas y dio unpaso atrás.

—¿Princesa? —consiguió decir.—Está claro que he venido en mal momento —dijo rápidamente y se dio la vuelta a

media frase, lista para echar a correr.—¡No! No —contestó con la voz más calmada.Le latía tan rápido el corazón que se sentía algo mareado. Él, que no se había

mareado en la vida por mucho que le hubieran atizado o por mucho que deseara perderla consciencia, ahora estaba a punto de caer de morros frente a Hayley.

—Por favor —rogó en voz baja—. Pensaba que había otra persona en la puerta.¿Qué haces aquí? ¿Estás bien?

Estaba sudando, algo inaudito en él también. A ese paso pronto se quedaría sintrabajo. ¿Qué clase de ejecutor, qué clase de tío al que es mejor no cabrear sería si derepente se desplomaba sudando como un cerdo?

—Estoy bien —dijo ella esbozando una leve sonrisa.Él fue a cerrar la puerta. Al principio pensó en dejar lo de los cerrojos para después,

porque necesitaba, quería, centrar su atención solo en Hayley. Pero sintió un cosquilleoen cuanto se dio la vuelta sin repetir su ritual. Hasta se notaba las manos temblorosas.

—Cierra primero, Silas —dijo ella con una voz dulce y comprensiva—. Puedoesperar.

Él cerró los ojos y apretó los labios para que no se le escapara un gemido. Indigna.De él. Quería darse de leches por tratarla como si fuera indigna de él. Y tenía que

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descubrir la forma de convencerse y convencerla de que era digno de ella.Estaba tan aturdido que había perdido la cuenta y tuvo que volver a empezar. Cuando

terminó, había logrado aplacar los nervios para poder hablar con Hayley.Se dio la vuelta para ver dónde estaba y, para su asombro, se le abalanzó. No tuvo

más remedio que cogerla o ambos acabarían en el suelo.—¿A qué viene esto? —preguntó, perplejo.—Gracias —susurró ella contra su cuello; notaba su aliento cálido en la piel—.

Cada día eres más increíble. Cuando creo que ya no puedes superar lo último que hashecho por mí, te las apañas para sorprenderme de nuevo.

—¿Por qué me das las gracias ahora, princesa?—Como si no lo supieras —dijo ella, divertida, mientras se separaba.Silas dio un paso hacia ella; de repente no le gustaba que hubiera tanta distancia.—Me ha visitado un agente de seguros mentiroso y asqueroso que acaba de salir de

su escondite para venir a Nueva York a entregarme en persona un cheque por el importeíntegro de la prestación de mi padre más un extra sustancial por las molestias, el dolor,el sufrimiento y los costes del funeral.

Hayley lo miraba con los ojos brillantes. Joder. Lo observaba como si fuera unmaldito héroe. ¿No entendía lo que le había pasado a ese tío? Seguro que se habíafijado en la cara de ese hombre, ¿y aun así le daba las gracias?

—Y eso del viaje de negocios. Está claro que te ocupaste bien de los negocios. Solome arrepiento de no haberle podido dar un puñetazo —dijo con expresión triste—. Aúnno me puedo creer que hayas hecho algo tan increíble, tan maravilloso, por mí.

Se la quedó mirando con la boca abierta, no pudo evitarlo. ¿Le daba las gracias enlugar de condenarlo? ¿Acaso no veía el monstruo que era y de lo que era capaz? Habíavivido su vida rodeado de violencia y, además, la había adoptado de mayor. Pero consus condiciones, siempre según sus condiciones.

Pero antes de poder preguntarle nada más o averiguar qué pasaba, ella se le acercó,acortó la distancia que los separaba, se puso de puntillas y le rodeó el cuello con losbrazos. No tuvo tiempo de cambiar de opinión sobre dejarse besar. Lo deseabamuchísimo.

Hayley rozaba los labios con los suyos con tanta suavidad que él gimió. Ella le lamióla boca con delicadeza para que la abriera. Justo cuando cedía y relajaba los labios,recobró la compostura y le puso las manos en los hombros para apartarla.

La vergüenza y la humillación se asomaron a los ojos de la chica; una sombra queapagaba la alegría y la picardía que le iluminaba la mirada hacía unos segundos.

—Lo siento —susurró ella—. Me he equivocado. Otra vez.—¿En qué te has equivocado, princesa?—¡No me llames así! —Sus palabras estaban llenas de dolor—. Pensaba…

pensaba… que tú también lo sentías. Lo que hay entre los dos. Pensaba que medeseabas tanto como yo a ti. Lo siento. No tendría que haberte puesto en este brete.

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Él emitió un ruido raro.—¿Que no te deseo? Joder. Si te deseara más, sería un pobre bobo incapaz de formar

una frase coherente. ¿No te das cuenta? Te mereces a alguien mucho mejor que yo. Notengo nada que ofrecerte salvo dolor y violencia. Y…

Cerró los ojos, incapaz de articular lo siguiente.—¿Y qué? —preguntó ella con dulzura.—Control —respondió sin más—. Un control total y absoluto. Lo que no entiendes,

preciosa mía, es que mi control no se limitaría al dormitorio o cuando nos acostemos.Controlaría todos los aspectos de tu vida. No estoy orgulloso de eso, pero así soy.Tarde o temprano te alejaría de mí y no sé si soportaría perderte después de habertetenido.

—¿Quién dice que me perderás? —preguntó con tacto—. Haces como si no losupiera ya, Silas. Es cierto que nos conocemos de hace poco, pero durante este tiempohe visto que necesitas ese control. Te he visto ejercerlo hasta conmigo. ¿Qué te creesque he estado haciendo estos últimos días? Tus hombres me han escoltado a todaspartes; esos hombres de los que no me has dejado prescindir. ¿Me he quejado? ¿Heprotestado mucho? ¿Por qué no te ves como te veo yo? Pareces pensar que eres dañinopara mí, pero ¿sabes qué? Es una gilipollez. Eres muy buen hombre, Silas. Después demi padre, eres el mejor que he conocido nunca, conque déjate de excusas. Si no tegusto, solo dímelo y no volveré a lanzarme sobre ti. Pero si te gusto y tienes miedo deasustarme o de hacer que huya… mira, también es una gilipollez. ¿Y si me preguntasqué quiero yo? No lo que tú creas que quiero o necesito. Pregúntamelo.

—¿Y te quedas así de tranquila después de saber lo que le he hecho al hijo de putaque timó a tu padre? Lo hubiera matado si no hubiera querido cerciorarme de que tedaba el cheque. Puede que aún lo haga —murmuró.

—Estoy convencida de que hay mucha gente que querría hacerle lo mismo que lehiciste tú —repuso ella arrugando la nariz—. Si pretendes que te juzgue por eso, teequivocas de persona. Me dan igual los crímenes horribles que creas que has cometido.Sé la verdad y la veo cada vez que te miro, y nada de lo que me digas me convenceráde lo contrario.

—Quiero que estés segura —dijo con voz ronca—. Estate segura, porque cuando tereclame y me adueñe de tu cuerpo, serás mía en cuerpo, alma y corazón. Y todo mepertenecerá y haré contigo lo que me plazca cómo, cuándo y dónde quiera.

—Hazlo —murmuró ella mientras se ponía de puntillas para volver a rozar loslabios con los suyos.

Con un grito salvaje, la cogió en brazos y se fue derecho al dormitorio, dejándosellevar por la sangre hirviendo que le corría por las venas.

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21

A Silas le latía el corazón con tanta fuerza que solo se oía el pulso. Dejó a Hayley enla cama y dio un paso atrás; sabía que si no se daba unos minutos para recomponerse,acabaría en cuestión de segundos. Sus ganas de tenerla, de marcarla, de poseerla hastaque gritara su nombre era una necesidad casi corpórea. Más fuerte que cualquier otroimpulso irrefrenable que hubiera sentido, y su vida estaba plagada de impulsos.

Se inclinó para besarla ligeramente en los labios.—Tengo que echar los cerrojos, comprobar los monitores y encender el sistema de

seguridad. Cuando vuelva, te quiero desnuda y arrodillada en el centro de la cama.Suéltate el pelo, pero que no te tape los pechos. Quiero ver los pezones que ahora mepertenecen. Quiero poderte ver ese chochito que también es mío. ¿De acuerdo?

Ella tragó saliva y asintió; el deseo se reflejaba en sus ojos brillantes. Él la besó unavez más y se apartó. Se fue al salón y empezó el ritual mecánico de cerrarlo todo por lanoche. Tenía alarmas en cada punto vulnerable concebible y cámaras que no solocubrían toda la manzana, sino también la calle y un radio de seis manzanas en cadadirección.

Después de lo que le había pasado a Evangeline y que la secuestraran en plena callea solo unos metros de la entrada de este edificio, no eran medidas exageradas ni sedebía a su paranoia extrema. Si pudo pasarle a Evangeline, podría pasarle a Hayley. Sele heló la sangre y, al imaginársela herida, asustada, sola, por un instante no pudorespirar.

No, ella permanecería en este edificio, así sabría dónde estaba en todo momento. Yahora que ella había aceptado estar a su cargo, ya no le haría falta irse al piso que lealquilaba. Podría quedarse en su cama, en su apartamento, a partir de entonces. Tal vezpudiera seguir adelante con la renovación que quería hacer y ampliar el apartamento depared a pared en la quinta planta.

Cuando decidió que ya le había dado tiempo suficiente, volvió al dormitorio con unainaudita sensación de victoria. Hayley era muy valiente, tenía que reconocerlo. Ellahabía visto su peor cara, no una sino dos veces y sabía cosas de él que deberíaincomodarle que nadie supiera, sobre todo fuera del círculo de sus hermanos yEvangeline.

Aun así, Hayley no lo había condenado. De hecho, se cabreaba si él insinuabasiquiera ser un monstruo. Y sobre que sabía cosas de él, primero: confiaba en ella.Puede que eso lo hiciera quedar como un tonto o un incauto, pero Hayley era demasiadoleal y cariñosa para traicionar a alguien que confiara en ella. No, sin un buen motivo.Segundo: ahora ella le pertenecía, y, por extensión, también a sus hermanos. Darían suvida por ella igual que lo hacían por Evangeline. No podía ocultarle nada si ella se lo

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daba todo: su confianza, su cuerpo, su corazón.Estaba emocionado y hasta un poco abrumado por lo que veía en sus ojos cada vez

que la sorprendía mirándole. Nunca había imaginado que una mujer como ella pudieramirar de esa forma a alguien como él, con esa mirada amable y una sonrisa más amableaún, tan comprensiva y cariñosa que quería dejarse envolver por su calidez.

El sexo… bueno, el sexo era sexo. Una forma de pasar el rato y descargar algo detensión. Nada más y nada menos. De hecho, no solía hacerlo muy a menudo y cuando sedaba el capricho, procuraba que la mujer supiera exactamente en qué se metía y seaseguraba de agradecérselo como correspondía.

Se detuvo en el umbral del dormitorio y se quedó mirando estupefacto la imagen queHayley le ofrecía: arrodillada sobre la cama, de cara a la puerta. Era tan hermosa quele cortaba la respiración. Nunca había visto algo tan bello y puro. Era magnífica. Y ellalo deseaba.

¿Sexo? Tocar a Hayley, introducirse en su cuerpo una y otra vez no podría llamárselealgo tan mundano como «sexo». Decir lo contrario era insultarla. Y a pesar de todo nolograba usar las palabras con las que la mayoría de la gente se refería a ello: hacer elamor. No había visto nada que se pareciera menos al amor cuando había sexo pormedio. Había aprendido muy joven, y de la peor manera, que el sexo era sucio,asqueroso, denigrante y vergonzoso.

Ahora era adulto y lo recordaba como un adulto y sabía en el fondo de su corazónque esas experiencias fueron aberrantes. La mayoría del tiempo conseguía apartar esossentimientos para que no interfirieran con el presente. Pero de vez en cuando, eraincapaz y entonces el sexo estaba descartado. Aunque deseara lo contrario, su cuerpono respondía cuando estaba atrapado en la mente de un niño, traumatizado por lo que elniño había conocido.

Hayley lo miró a los ojos y sonrió. La sonrisa le iluminó todo el rostro y hasta losojos resplandecían en la tenue luz. Levantó la barbilla y, al mover el cuello, el pelo lecayó por la espalda como si fuera seda. Levantó también los pechos y vio que tenía lospezones duros y tiesos. Se le hizo la boca agua tan solo de mirarlos. Se moría de ganasde saborearlos.

—Qué bonita eres —dijo Silas con voz ronca.Ella agachó la cabeza con timidez y se le enrojecieron las mejillas.—Y tú —susurró.Él dio la vuelta a la cama y pasó la mano por la colcha mientras se le acercaba.

Quería tocarla. Bajó la vista y, al fijarse en los pliegues de piel rosada que seasomaban entre su oscuro vello púbico, se le cortó la respiración. Despacito, le puso lamano en el muslo y entonces, poco a poco, fue acercándose a su sexo húmedo y trémulo.

Ella gimió, pero no se movió.—Buena chica. Así se hace, perfecto. No te muevas. Voy a tocarte.Le introdujo un dedo en el sexo y lo movió primero hacia arriba, rozando el duro

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botón de su clítoris. Se detuvo allí unos instantes para juguetear y provocar, disfrutandoal verla tensarse y resoplar. Sonrió y fue bajando hasta su pequeña abertura dondeempezó a trazar círculos. Ella cerró los ojos, pero siguió inmóvil; Silas sabía lo difícilque debía de resultarle viendo lo tenso que tenía todo el cuerpo. Lo último que queríaera que estuviera incómoda. Aunque le hubiera encantado alargarlo todo lo posible yjugar la noche entera antes de llevarla al orgasmo, ni él ni ella durarían mucho. Esta vezno. Ya habría muchas más ocasiones después, cuando hubieran saciado su sed.

Retiró la mano un momento y ella protestó con un gemido. Poco a poco, se fuedesabotonando la camisa; vio que ella seguía todos sus movimientos con la miradamientras se la quitaba y la dejaba sobre la butaca que había en un rincón. Sedesabrochó los pantalones y al bajarse la cremallera que recorría su tremenda erección,vio que Hayley tragaba saliva. Cuando estuvo desnudo, volvió junto a la cama y esperóa que ella levantara la vista y lo mirara a los ojos. Se tomó su tiempo; todo un halagopara él. Cuando finalmente captó su atención, le preguntó:

—¿Sabes qué vas a hacer ahora?Ella negó con la cabeza, insegura, y de nuevo vio incertidumbre en sus ojos. Se

percató de que no era inseguridad por ellos como pareja, sino por ella misma; erainaceptable. Nunca había visto a una mujer más hermosa que la que estaba ahora mismoarrodillada en la cama esperando a que la tomara y, antes de que terminara la noche,ella sabría exactamente lo exquisita que era. Levantaría la cabeza con orgullo cuando élcontemplara la belleza de su cuerpo desnudo. Sabría que, mientras él tuviera controlabsoluto, sería ella la que tendría todo el poder sobre él.

—¿Quieres saber qué vas a hacer ahora? —preguntó con una voz ronca que noreconocía. ¿Cuándo había sido tan delicado con una mujer a la que iba a poseer?Bueno, en realidad, nunca había pensado que lo que había hecho con sus parejasanteriores era poseer. Nunca había querido hacerlo.

Cuando la vio asentir, prosiguió:—Resistirás todo lo que haga.Su mirada ardía cuando se subió a la cama a su lado. Empezó por el pelo,

acariciando sus mechones sedosos y rozando a propósito los pezones con cada caricia.—Exquisito —murmuró—. Es como la seda.Le acarició los brazos sin detenerse hasta que se le puso la piel de gallina. Le

recogió la melena con una mano y se la apartó por encima de un hombro para dejarle laespalda desnuda. No podía resistirse más a probarla. La besó en el cuello y siguióbajando por la columna. Allí la besó hasta la curva de las nalgas. Le dio un mordisquitoa una y ella soltó un gemido de sorpresa. Silas sonrió, completamente satisfecho con surespuesta. Era perfecta, joder.

Sus manos reemprendieron el camino y probó hasta el último centímetro de piel quepudo alcanzar. Ella se contoneaba y jadeaba cuando Silas apoyó el pecho en su espalday la ingle entre sus muslos, con la verga acomodada entre las nalgas de su hermoso

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culo. Bajó las manos de los pechos al coño que no veía momento de poseer. Estabamojada de las ganas y él aprovechó esa lubricación mientras trazaba círculos en suclítoris. Sus gemidos se volvieron gritos, empezó a contonearse y a estremecerse, y alfinal se apoyó en su pecho, lo que le demostró con mucho más que palabras la confianzaque tenía en él. Silas la estrechó y siguió introduciéndole y extrayéndole el dedo delsexo mientras le frotaba el clítoris con la otra mano.

—¡Silas!Ella se retorció entre sus brazos y echó la cabeza hacia atrás en su hombro. Él

recorrió con los labios la curva de su mandíbula y entonces le mordió con suavidad ellóbulo de la oreja.

El orgasmo la invadió por completo. Temblaba, se estremecía y se retorcía contra supecho mientras él la sujetaba con firmeza. La espalda de ella estaba amoldada a la suyay Silas notaba los estremecimientos que la sacudían.

«Mía».Quería rugirlo. Quería marcarla, poseerla de forma que nadie se preguntara a quién

pertenecía. Era algo primitivo y hasta prehistórico, nada progresista viniendo de él,pero a la mierda con el progresismo. Hayley le despertaba unos instintos que no sabíaque tenía. Nunca había sentido tanta desesperación por dejar su huella en una mujer.Nunca había tenido tantas ganas de que el mundo entero supiera que le pertenecía.Seguramente no era muy liberal, muy avanzado, eso de golpearse el pecho como unsimio y hablar entre gruñidos sobre poseer a una mujer y que le pertenecieraabsolutamente y de todas las formas posibles, pero no habría chica más mimada queesta preciosa mujer que se derretía entre sus brazos y gritaba su nombre. Desde que lavio, ella tuvo ese poder sobre él. Silas necesitaba control, pero ese poder recaía enúltima instancia en ella porque él haría lo que fuera por su felicidad, por hacerla sentiramada y valorada. Haría lo que fuera por esta mujer.

Cerró los ojos y ella se dejó caer sobre él; el pecho de Hayley subía y bajaba por elesfuerzo. Tenía la polla a punto de explotar; allí alojada entre sus nalgas era demasiadatentación para la erección que tenía. Si no la colocaba bien ahora, acabaría follándoleel culo en cuestión de segundos.

Incapaz de esperar más, la tumbó de espaldas, se puso un preservativo a toda prisa,le separó las piernas y la penetró hasta el fondo, sumiéndose en su calor. Ella volvió agritar, esta vez de dolor, y Silas se quedó helado. Estaba llorando y se le notaba queestaba incómoda. Mierda. Tendría que haberlo sabido; era inocente hasta la médula. ¡Nisiquiera se lo había preguntado! Nunca se perdonaría por esto. La había penetrado conla misma habilidad y la paciencia de un niñato que folla por primera vez.

—Joder, Hayley. Lo siento mucho, princesa —consiguió decir—. Soy un capullo.Mierda.

La besó para secarle las lágrimas porque no soportaba verla llorar. Las lágrimas y eldolor que había provocado él mismo, aunque se había prometido que no haría ninguna

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de las dos cosas. ¡Cabrón!—Tranquila, amor. Estoy aquí. El dolor pasará pronto y haré que te sientas mejor. Te

lo compensaré. Te lo juro.Ella se mordió el labio inferior y lo miró dudosa, pero asintió levemente.Él la besó, succionándole los labios que ella se había mordido para aliviarla.

Entonces le besó el cuello y siguió bajando hasta un pecho, donde se entretuvolamiéndole un pezón.

Silas sonrió cuando le succionó el pezón con tanta fuerza que ella le bañó la verga demiel líquida. A su princesa le gustaba que jugaran con sus pezones.

Él bajó una mano y le acarició el clítoris hasta que notó como ella le apretaba elmiembro de tal forma que estuvo a punto de correrse. Cuando ella empezóinstintivamente a levantar las caderas en un intento de acomodarlo mejor, Silas supoque había encontrado el ritmo y el dolor se estaba transformando en deseo.

Retiró la polla hasta que solo tuvo el prepucio en su dulce calidez. Siguiómasturbándola hasta que ella empezó a respirar con dificultad y a moverse inquietadebajo de él.

—¿Estás lista, princesa? —preguntó con delicadeza.La miró y le vio en los ojos un brillo de deseo cuando habló por fin desde que le

diera el control.—Sí —susurró.Había tanta confianza en una sola palabra… Notó una punzada de dolor en el pecho.

Era la única palabra que necesitaba, aun así quería asegurarse de que supiera que no leharía daño. Moriría antes de volver a hacerlo.

—Prométeme que me pararás si hago algo que te duela.Ella sonrió y asintió.Silas volvió a penetrarla y cerró los ojos por la abrumadora sensación de notarse

apresado en su sexo. Siguió moviéndose con delicadeza y se lamió los dedos antes devolver a llevarlos a su clítoris. Ella arqueó la espalda y se tensó. Él bramó cuando ellahizo fuerza con su sexo, envolviéndolo con su miel sedosa. Lo apretaba y la sensaciónera fantástica. Ella estaba al borde de su segundo orgasmo. Después de haberladesvirgado con tanta brusquedad, creía que no conseguiría que volviera a correrse ymenos tan pronto.

Aumentó el ritmo; se moría de ganas de llegar al clímax juntos. Ella parpadeó variasveces y cerró los ojos. Se le aferró a los brazos y le hincó las uñas sin dejar detensarse.

—Córrete conmigo, pequeña —la instó—. Ahora mismo. Juntos.Empezó a empujar hasta el fondo, con las caderas golpeándole el trasero con fuerza.

Y cuando ella le gritó al oído, él mismo gritó también y la penetró todo lo que pudo. Sedejó caer encima de ella y notó que Hayley lo rodeaba con los brazos y le acariciaba laespalda.

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—Eres tan guapa —le susurró contra el pecho—. Nunca he visto a una mujer tanbella como tú.

Se quedó en su interior tanto como pudo antes de retirarse para ir al baño a tirar elpreservativo. Allí aprovechó para empapar una toalla con agua caliente, que llevódespués a la cama. Hayley seguía tumbada como la había dejado, pero cuando vio susintenciones, intentó cerrar las piernas.

—Puedo hacerlo yo —susurró ella con las mejillas encendidas.Silas le agarró una rodilla y volvió a separarle las piernas.—¿Ya has olvidado a quién te has entregado? Esto es mío. Toda tú eres mía. Te

puedo tocar, dar placer y cuidar.Los ojos se le inundaron de lágrimas al mirarlo.—Soy tuya —susurró.Él le pasó la toalla por los labios hinchados e hizo una mueca al ver que salía

manchada de sangre. La tiró al cesto de la ropa sucia, volvió a la cama y atrajo aHayley hacia su pecho; no quería distancia entre ellos. No podía dejar de tocarla;tocarla era una necesidad ahora, igual que el control.

Mientras le acariciaba la espalda, se fijó en la expresión satisfecha de su rostro.—¿Por qué no me has dicho que eras virgen, princesa?Ella hundió la cara en su pecho y suspiró.—Tenía miedo —dijo en un susurro apenas audible—. No te veía muy convencido y

me preocupaba que no me desearas si sabías que era virgen. Era un motivo más pararechazarme.

Silas le cogió el cabello con una mano y le hizo levantar la cabeza para verle la cara.—¿Que no te deseara? Eso no ha sido un problema en ningún momento, preciosa, y tu

virginidad no lo hubiera cambiado.—¿Por qué un hombre con tu experiencia desearía a alguien como yo que no tiene

idea de lo que hace? Creía que un hombre de tu edad y tu bagaje lo último que querríasería a una virgen inexperta e ignorante.

El deje de amargura de su voz lo sorprendió.—Mírame, Hayley. No, a mi barbilla no, a los ojos. —Cuando su mirada triste se

posó en él, siguió—: Lo que me has dado esta noche es lo más bonito que me hanregalado nunca y no lo olvidaré. No tienes ni idea de lo emocionado que estoy de queningún hombre te haya tocado o tomado. Que sea el primero, que me hayas dado eseregalo a mí, significa un mundo. Que pueda enseñarte todo lo que quieras y deseessaber, lo que me da placer y que tú me enseñes lo mismo. Joder. Ya era un neandertalantes, pero esto me va a hacer retroceder varios pasos en la escala evolutiva.

Ella se rio y lo estrechó con el brazo que tenía posado en su abdomen.Silas le acarició la cabeza y esperó un momento antes de volver a hacer que lo

mirara.—Solo me arrepiento de haberte hecho daño —dijo apesadumbrado—. Si me lo

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hubieras dicho, no lo hubiera hecho. Prométeme que en el futuro no me ocultarás nada.Sobre todo algo que pueda hacerte daño, aunque sea sin querer. Podría haberlo hechomucho mejor, princesa.

Ella lo besó en la boca.—Te lo prometo, Silas. Pero si hubiera sido mejor aún, creo que no habría

sobrevivido. Has conseguido que me corriera dos veces. ¿Tan malo es eso?Él soltó una carcajada y la atrajo hacia sí para que se quedara tumbada encima.—Pero mejorará, cielo. Puede que no lo creas, pero confía en mí. Esto es solo el

principio de todo lo que quiero enseñarte.

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22

Hayley irradiaba felicidad por los cuatro costados. Era imposible no percibir elcambio. Le bastaba mirarse al espejo para notar la ligera sonrisa, el cálido brillo en susojos. Últimamente no dejaba de sonreír. No había parado ni un minuto durante la últimasemana.

Silas asomó la cabeza por la puerta del baño donde estaba ella embelesada, de pie,mirándose al espejo. Levantó la mirada rápidamente e intentó fingir que hacía algo enlugar de contemplarse: sentía mariposas en el estómago por lo feliz que la hacía esehombre.

—Voy a por el coche. Dame cinco minutos y te recojo abajo. Te llevo a la escuela yte paso luego a buscar para pasar la tarde juntos como planeamos.

Ella le mandó un beso y se animó enseguida al oír el repaso de Silas al programa deldía. Se habían pasado una buena parte de la semana anterior en la cama. Fuera de lashoras de clase, estuvo todo el tiempo tumbada de espaldas o a cuatro patas. Habíanestrenado hasta el último mueble de la casa, y desde que ella le dijo a la mañanasiguiente de su primer encuentro que estaba tomando la píldora, él no le había dado niun segundo de tregua, obsesionado con que podía correrse dentro siempre que quisiera.Y no es que a ella le importara demasiado.

Estaba feliz. Y Silas también lo parecía. Y hacerlo feliz la hacía a ella todavía másfeliz. Así que todo era… perfecto.

Miró el reloj y fue a por el estuche del violín y el bolso. Cuando lo tuvo todo listo,los cinco minutos ya habían pasado, conque se dirigió hacia la puerta para asegurarsede echar bien todos los cerrojos, y luego bajó directamente a la planta baja en elascensor de uso exclusivo de Silas.

Este estaba aparcado en la puerta y, en cuanto salió del edificio, se apresuró aacercarse a ella y cogerle el violín, sin despegar el móvil de la oreja. Nada fuera de locomún, teniendo en cuenta la cantidad de tiempo que pasaba al teléfono. La acomodó enel asiento del acompañante y colocó el violín detrás antes de volver a sentarse alvolante. Ya había acabado la llamada, ya que dejó el teléfono en la bandeja lateral.

Hayley lo miró con curiosidad mientras se incorporaba al tráfico. No era frecuentever a Silas o a alguno de sus hombres conducir. Solían llevar un chófer salvo queestuvieran cuidándola a ella, en cuyo caso no había sitio para un conductor adicional yalguno de los tres hombres se ponía al volante. ¿A qué se dedicaban en concreto? Habíacaptado pistas, ninguna de ellas demasiado tranquilizadora, pero conocía a Silas y laclase de hombre que era. Más de uno diría que era un alma cándida, una idiota confiadapor su inquebrantable fe en este hombre. Sin embargo, esa era su única certeza absolutaen este mundo: Silas y sus hombres eran buena gente. Y nada la haría cambiar de

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opinión.—Entonces, ¿a qué os dedicáis tú y tus hermanos exactamente? —preguntó Hayley—.

¿Tiene algo que ver con servicios de seguridad?Silas rio por lo bajo.—En cierta forma, sí, y entiendo que hayas llegado a esa conclusión. Lo cierto es que

contamos con un servicio de seguridad excelente: yo. Las amenazas y el peligroconstantes no son solo el pan de cada día de Drake, sino de todos nosotros. Mi trabajoes garantizar que no nos pase nada.

Ella frunció el ceño con cara inquisitiva.—Tal y como lo cuentas, parece que Drake es quien corre más peligro. ¿Quién es él

exactamente?Silas pareció considerar su pregunta unos instantes, apretando los labios con gesto

pensativo.—Yo trabajo para Drake; todos trabajamos para él. Pero no es nuestro jefe. Es difícil

de explicar. No somos la típica empresa. Digamos que la mejor forma de describirlo esdecir que colaboro con Drake. Colaboro con todos mis hermanos. No estamos a verquién la tiene más grande, no hay competitividad. Tenemos un trabajo que hacer y lohacemos —dijo encogiéndose de hombros—. Mi trabajo es garantizar que nadie hagadaño a Drake ni a mis hermanos.

—Y eso en concreto, ¿cómo lo logras? —preguntó, vacilante—. ¿Matas o hieres aotras personas?

Era consciente de lo estúpida que sonaba. Como una rubia tonta que masca chicle,con los ojos como platos y que exclama «¿En serio? Pero, entonces, ¿es cómo quehaces sangrar a la gente y eso?». Querría darse de tortas y luego pasarse el resto del díaescondida.

El rostro de Silas se tornó impasible, adoptando repentinamente una expresión queHayley no había visto nunca antes. Nunca la había mirado así. No podía leer nada de loque estaba pensando o diciendo. ¡Mierda! Cuando metía la pata, lo hacía hasta el fondo.

—Solo a los que se lo merecen —murmuró Silas finalmente.—Bueno, si intentan hacerte daño o matarte, entonces sí se lo merecen —respondió

Hayley.Un atisbo de sonrisa apareció en sus labios, desenmascarándolo y permitiéndole ver

una vez más al Silas de siempre. Estiró el brazo para tocarle la mano y ella le apretólos dedos con fuerza.

—Entonces, ¿quién te ha llamado? ¿Ha sido Maddox para decirte que el fin delmundo se acerca y que te toca ir a hacer de superhéroe el resto del día? —bromeó,intentando hacerle sonreír otra vez.

En lugar de eso, sus labios se apretaron en una línea adusta; todo él rezumabatensión.

—Sí, en cuanto a eso, me temo que tenemos que cambiar de planes, princesa.

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Maddox te recogerá en la escuela y te llevará a casa. Tengo que pasar el día conEvangeline, lo siento. Te prometo que te lo compensaré.

Tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para evitar quedarse boquiabierta como unpasmarote y ocultar el dolor de su mirada. Pensaba que, dado que ya habíamalinterpretado demasiadas cosas y que Silas no se había ido con Evangeline cuandose fue de la ciudad, es que no estaba con ella. Y más teniendo en cuenta que Hayleyestaba en su cama todas las noches. Ni siquiera se había planteado esa posibilidaddesde que descubrió lo equivocada que estaba sobre el motivo de su viaje de negocios.De hecho, era la primera vez que Hayley había oído siquiera mencionar el nombre deEvangeline después de su último ataque de celos e inseguridad. Joder, ni siquiera habíavuelto a pensar en esa otra mujer. Había olvidado que existía. ¿Y ahora Silas tenía quepasar el día con ella? ¿Estar con ella era más importante que cualquier plan que él yHayley hubieran hecho?

Se le hizo un nudo en la garganta, incluso a pesar de haberse regañado porprecipitarse una vez más en sus conclusiones. Se había equivocado con el viaje denegocios de Silas.

Pero ¿se habría equivocado también con todo lo demás?—¿Quién es Evangeline? —preguntó con tono seco—. Os he oído a ti y a los chicos

mencionarla, pero nunca habéis dicho quién es.O qué era para todos ellos. Qué era para Silas.El nudo en la garganta se apretó todavía con más fuerza al ver como la mera mención

de su nombre hacía que las facciones de Silas se suavizaran, mostrando un afecto másque evidente. Él, que rara vez bajaba la guardia con nadie. Ese era el Silas que Hayleyhabía esperado, por el que había luchado. Se desesperaba pensando que él nuncallegase a poner esa cara al hablar de ella.

—Es la esposa de Drake. Pensé que ya lo sabías. Seguro que te caería bien. Es unencanto. Tiene a todos los chicos comiendo de la palma de su mano. Y cocina como losángeles. —Por si fuera poco, Silas comentó eso último con un gemido de anhelo—.Cada vez que nos hace la cena, comemos hasta ponernos malos. Es una locura —añadiócon una risita.

La esposa de Drake. Muy bien, ¿se supone que eso debía hacerla sentir mejor a pesarde que estaba claro que Silas sentía tantísimo afecto, y vete tú a saber qué más, porella? Los celos eran un asco. Seguro que Evangeline era una persona maravillosa.Desde luego, todos los hermanos de Silas se llevaban de lujo con ella. No, de hecho, laadoraban. Eso era evidente. Sí, y probablemente la esposa de Drake también eraguapísima. Y aparentemente había logrado esclavizar a toda la población masculina consu arte culinario. Pero la verdad pura y simple es que Hayley no tenía el más mínimointerés en conocer a esa mujer. Aún menos si eso significaba pasarse toda la nocheviendo a los hombres babear por ella. ¿Todo un día, noche u ocasión para que a Hayleyle restregaran por la cara todas las cosas en las que no daba la talla? Después de un

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comienzo tan prometedor, Hayley lo tenía más que claro. Oficialmente, era un día demierda. Mientras Silas se iba a pasar el día con todo un dechado de perfección, ellaquedaba relegada a que se la encasquetaran al pobrecito de entre los hermanos quesacara la pajita más corta y tuviera que ir a recogerla a la escuela.

Joder, ¿la situación podía volverse todavía más vergonzosa? Se sentía como una críade primaria a la que venía a buscar su hermano mayor, sin ninguna gana, a la parada delautobús.

Tragó saliva e hizo todo lo posible para mantener la compostura y que Silas nopudiese ver la decepción y el desaliento en su rostro o percibírselos en la voz.

—Ah, entonces vas a pasar el día con ella —dijo como si tal cosa.Habría dado cualquier cosa por poder frotarse la garganta, pero dejó la mano en el

regazo, decidida a no permitir que Silas notase la inseguridad que la estaba devorandopor dentro.

Silas la miró un instante.—Sí. Lo siento, princesa. No es el día habitual en que quedamos para comer, pero ha

surgido algo y ella tiene prioridad absoluta, incluso por encima de Drake, así querealmente no me queda otra.

Hayley asintió y luego se quedó mirando fijamente a través de su ventanilla,cuidando de mantener una expresión neutra.

«No es el día habitual en que quedamos para comer».¿Un día habitual para comer? ¿Habitual en el sentido de algo que se repetía con

regularidad? Obviamente, sí. De repente, Hayley se puso a rememorar el tiempo pasadocon Silas para buscar un espacio de tiempo en el que este hubiera podido estar conEvangeline en vez de con ella. Por poco no dejó escapar un resoplido de frustración.Tres días a la semana su horario de clases se prolongaba hasta la tarde. ¿Se dedicaba aeso mientras ella estaba en la escuela? ¿A quedar con Evangeline?

¿Prioridad absoluta? ¿Y eso qué narices significaba?«Significa que ella es más importante que tú, idiota».Significaba que Evangeline siempre estaría por delante de Hayley. ¿Podría vivir

sabiendo que era la segunda en la lista de prioridades del hombre al que amaba contoda su alma? Es más, ¿siquiera llegaba a ser la segunda? ¿O la tercera?

No, de ninguna manera. Pero ¿y qué otra posibilidad tenía? Antes muerta que ser unade esas mujeres que van por ahí dando ultimátums: o ella o yo. Sí, claro. Eso siemprefuncionaba a la perfección para todos los implicados. Vamos, que no. Y encima erademasiado cobarde como para estar allí esperando cuando Silas no la eligiese a ella.

Y, además, Hayley sabía en lo más profundo de su corazón que Silas nunca laantepondría a ella antes que a sus hermanos. Ni antes que a Evangeline. Por eso,necesitaba decidir si podía aceptarlo y vivir con ello, y si la respuesta era no, tenía queapartarse antes de acabar completamente destrozada. Antes de que se le marchitaran laconfianza y la autoestima, quedándose en nada; antes de que ella misma se quedara en

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nada.Suspiró aliviada cuando se detuvieron frente a la escuela. Abrió la puerta de

inmediato, lista para salir, cuando Silas le agarró la mano. Se reclinó, poniendo losojos en blanco.

—No hace falta que me acompañes hasta dentro. Además, llegarás tarde a tu cita conEvangeline —dijo, con temblor en la voz apenas perceptible.

—Sí que hace falta —respondió él con brusquedad—. ¿Olvidas que ese niñatocomemierda que no sabe lo que significa un no todavía sigue acudiendo a estaacademia?

Suspiró exasperada.—Dudo que vuelva siquiera a acercárseme después de lo que le hizo Maddox.Sin dejarlo siquiera que insistiese, se soltó, salió deprisa del vehículo y abrió la

puerta trasera para coger su violín. Incluso consiguió despedirse agitando la manoanimadamente mientras se apresuraba a entrar antes de que Silas decidiera salir ycastigarla por su descarada desobediencia delante de toda la ciudad.

Llegaba tarde porque había salido de las prácticas un cuarto de hora después delhorario habitual de clases, pero no tenía intención de apresurarse y disculparse por sutardanza. Ni siquiera tenían por qué haberse hecho cargo de ella ese día.

Y de repente le vino a la cabeza una idea asquerosamente retorcida. No,asquerosamente no, tan solo retorcida. Porque en realidad era un argumento excelente.Si se suponía que Silas no tenía ni que estar con Evangeline hoy y pasó algo que hizo«necesario» que alguien estuviera con ella, ¿entonces por qué uno de los tres hombresque iban a recoger a Hayley no se iba a hacer de niñera de Evangeline? Salvo que Silasestuviese encantado de ofrecer su tiempo y sus servicios.

¿Y qué si era la esposa de Drake? Ni que estar colado por la mujer de otro fuera algonuevo o inusual. ¿Y qué si Silas trabajaba con y para Drake? Tampoco sería el primeroen estar enamorado de la mujer de su hermano.

Eso ya sí que iba más allá de lo retorcido. Antes muerta que dormir en la mismacama en la que Silas fantaseaba en secreto con otra mujer. Dios, qué horror. Se llevó lamano al estómago cuando notó que le daba un vuelco. ¿Imaginaría él que ella eraEvangeline mientras hacían el amor?

—Déjate de histerismos —murmuró para sí misma, asqueada—. Deja de dar tantascosas por sentado.

El problema no era que estuviera llegando, o más bien precipitándose, a unaconclusión en esos instantes. El problema era que tenía que haberse dado cuenta demuchísimas más cosas antes de decidir en primer lugar que había malinterpretado lasituación para acabar luego en la cama con Silas. Un hombre que había dejado claro elpuesto que ocupaba en su lista de prioridades.

Cuando entró en el vestíbulo circular de la entrada principal, del que partían tres

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pasillos en distintas direcciones, no pudo evitar sonreír. Maddox, Thane y Justiceestaban allí, bromeando entre ellos, y con pinta de estar totalmente fuera de lugar.

Como si percibiera su mirada, Maddox levantó la vista y le dedicó una ampliasonrisa. Cuando se acercó, la envolvió en un abrazo que por poco no acaba porromperle todas las costillas. Le plantó un beso torpón en la punta de la nariz y luego lacolocó entre él y Thane.

—¿Qué tal, cielo? —preguntó Thane, rodeando sus hombros con el brazo para darleun achuchón.

—Yo bien, ¿y vosotros?La sonrisa le vino con toda naturalidad. Por triste que estuviera antes, ver a tres de

sus personas favoritas en todo el mundo era sin lugar a dudas la cura perfecta para laautocompasión.

—¿Lista para ir a casa? —preguntó Justice mientras les abría la puerta.—Sí, pero ¿de camino podríamos parar en el mercado?Se quedaron mirando su sonrisa pícara hasta que Maddox gruñó.—¿En serio? Nos vas a torturar obligándonos a llevarte a comprar todo lo necesario

para hacer la mejor comida que haya probado nunca, cuando todos sabemos que Silasno ha salido de su jodida cueva en toda la puta semana y las probabilidades de quepodamos catarla son casi nulas.

—Sé de buena tinta que Silas no va a estar —respondió ella con su tono de voz máspícaro.

Thane y Justice se miraron con cara súbitamente seria. Incluso Maddox parecíaperplejo.

—Si no va a estar, ¿por qué no quiere que nos quedemos ahí contigo después dedejarte? —inquirió Maddox—. ¿Qué narices está pasando?

—A diferencia de lo que podáis creer, no necesito una niñera, y mucho menos unahorda de niñeros cachas.

—¿Dónde cojones está? —insistió Maddox.—Tenía un compromiso urgente e ineludible. Según él, máxima prioridad —dijo

Hayley con un levísimo mohín de amargura en los labios—. Pero, bueno, ¿dónde está elproblema? ¿Compramos comida o no?

Los tres volvieron a intercambiar miradas y Justice se encogió de hombros.—Vamos a comprarle comida.—Ah, y estáis todos invitados a cenar —anunció mientras iban hacia el coche—.

Siempre y cuando no tengáis también un compromiso urgente que sea máxima prioridad,claro está.

—Mi máxima prioridad es alimentarme —dijo Thane.—Amén —asintió Justice con entusiasmo.—Nunca rechazaría la cocina de una bella mujer —dijo Maddox con descaro.—Y esa mujer nunca rechazaría la oportunidad de cocinar para su escuadrón de

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niñeros cachas.Todos rompieron a reír y Hayley intentó con valentía dejar de lado cualquier

pensamiento sobre Silas y sobre cómo estaría siendo su día.

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23

Silas fue introduciendo una llave diferente en cada cerradura mientras las recorría dearriba abajo. Exhaló un largo suspiro cuando por fin se abrió la última y pudo empujarla puerta de su apartamento. No había dejado de pensar en Hayley en todo el día. Lahabía echado de menos. Había estado distraído, y él nunca se distraía de su objetivoprincipal. Evangeline había estado preocupadísima pensando que algo iba mal, y loúltimo que necesitaba con un embarazo tan avanzado era todavía más preocupación yestrés.

Sintió una punzada de remordimiento. Había dejado tirada a Hayley después de queDrake lo llamara pidiéndole que se quedara con Evangeline. Se lo podría haber pedidoa Maddox o a cualquiera de los otros, pero como Drake lo había llamado a él, se sintióobligado a acudir. Pero no podía seguir cagándola así con Hayley. No era justo, ymenos cuando ella era la persona menos egoísta que había conocido en su vida y,además, nunca le pedía nada en absoluto.

Hasta la fecha, toda su lealtad había sido siempre para con Drake y el resto de sushermanos, y por extensión, cualquiera que les perteneciese. Por primera vez, estabareplanteándose sus prioridades. Y justamente ahora que el riesgo y el peligro paraDrake, su mujer y su hijo y sus hermanos alcanzaban cotas máximas, no podíapermitirse el lujo de distraerse al protegerlos.

Frunció el ceño al oír voces masculinas y luego la voz de Hayley superponiéndose aellas. Escucharla hizo que se estremeciera de placer, pero luego se sacudió de encimaesa euforia transitoria para concentrarse en quién narices estaba en su apartamento, consu mujer, haciendo reír a su mujer.

Estaba llegando casi a la cocina cuando Hayley, cargada de bandejas, cruzó a todaprisa el pasillo en dirección a la mesa del comedor, al otro lado. De hecho, ni siquieralo vio hasta que no depositó una de las fuentes sobre la mesa y se dio la vuelta paravolver a la cocina.

Se detuvo de golpe y la sonrisa le iluminó todo el rostro al percibir su presencia. Elcalor invadió su pecho, llegando a regiones absolutamente enterradas bajo capas ycapas de hielo sólido. Lugares que nunca habían sentido calor en toda su vida. Madremía, ¿siempre se alegraría tanto de verlo? ¿De verlo solo a él?

—¡Ya has llegado! —susurró mientras se le lanzaba a los brazos.La apretó contra su cuerpo para recibirla y hundió el rostro en su pelo. Se quedó un

buen rato aspirando su aroma sin más y saboreando la sensación de su cálido y frágilcuerpo contra el suyo.

—¿Has tenido un buen día? —preguntó ella cuando la soltó.Él asintió.

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—¿Y tú?Ella arrugó la nariz.—Igual que siempre. He estado ensayando para el recital. Salí un cuarto de hora

tarde. Por eso, pensé en hacer la cena para compensar a los chicos. No sabía sillegarías a casa a tiempo.

Miró hacia la mesa, sorprendido de ver tantos servicios puestos. Cuando volvió amirar a Hayley, ella lo estaba observando con expresión ansiosa.

—He invitado a cenar a Maddox, Justice y Thane. ¿Te parece bien?Le puso el dedo sobre los labios, con una sensación extraña de revoloteo en el

estómago.—Que invites a mis hermanos a comer siempre estará bien, princesa. Ellos lo

necesitan. Yo lo necesito. Aunque no tenía ni idea de que sabías cocinar.Lo miró entrecerrando los ojos.—Puede que no sea tan buena cocinera como ciertas personas, pero me las apaño en

la cocina. Nunca lo habías preguntado. Los chicos pueden dar fe del plato que hepreparado, ya que lo comieron cuando estuviste fuera de la ciudad en tu viaje denegocios.

¿Había cocinado para sus hermanos mientras él estaba ausente? Tal vez dejarlos conella día y noche no había sido tan buena idea. Era joven, guapa y tan cariñosa, solícita yvital que ¿quién en este mundo no se quedaría prendado de ella en cuestión desegundos? Solo un tío sin polla podría mirarla sin que le viniesen ideas a la cabeza.Ideas por las que podría morir. A manos de Silas.

Levantó las manos en gesto de derrota.—Eh, siempre he dicho que eres una mujer con muchos talentos. Muchos, muchos

talentos —murmuró mientras se acercaba nuevamente a ella—. No me cabe duda de queme dejarás encantado.

Los ojos de Hayley brillaron con malicia.—Puedes jugarte el culo a que sí.Pero fue su culo el que recibió una palmadita cuando se dio la vuelta para volver a la

cocina. Ella le dedicó un guiño travieso por encima del hombro y luego siguióocupándose del resto de la comida.

—¡La sopa está lista! —gritó Hayley desde la cocina.Silas sonrió pensando en la vivaz diablilla y en cómo los tenía a todos enseñados a

obedecer sus órdenes al momento. Joder, él mismo se incluía en el grupo. Ya habíaadmitido para sí mismo que, aunque él tuviera el control en la relación, el poder eratodo de ella.

Bueno, al menos hasta después de la cena. La pequeña seductora todavía teníapendiente un castigo por el descarado desafío de antes, aunque estaba seguro de que éldisfrutaría del correctivo tanto como ella. Casi se le escapó un resoplido ante la ideade hacerle daño de verdad. Se cortaría el brazo derecho antes de permitir que nadie le

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causara dolor, y mucho menos él.Al oír a sus hermanos dirigirse hacia la mesa, Silas asomó la cabeza por la cocina.—¿Necesitas ayuda, princesa? No deberías estar cargando con tantos platos pesados

de una sola vez.Ella se dio la vuelta, con los brazos cargados de los platos en cuestión, y le dedicó

otra sonrisa que lo dejó derretido en el acto.—Esta es la última tanda —afirmó ella—. Ve y siéntate con los demás. Voy

enseguida.Hizo caso omiso a su invitación, se acercó a ella y tomó dos de las fuentes más

pesadas; tampoco hizo caso a su gesto de exasperación. Eso le costaría otro castigocuando los otros se hubieran marchado.

Olfateó con deleite mientras su mirada recorría las bandejas llenas hasta los topes decomida.

—Huele de maravilla, princesa. Me muero de ganas de probarla. Seguro que te hallevado horas.

Frunció el ceño un poco al decir esto último. Luego volvió a levantar la mirada haciaella.

—No creas que no aprecio que hayas preparado una cena tan maravillosa para mí ymis hermanos, pero tu día ya es lo suficientemente duro entre las clases y los ensayosextra. No hace falta que pases toda la tarde de pie cuando cualquiera de nosotros podríahaber ido a comprar algo.

Su sonrisa era tierna, y esta vez no puso los ojos en blanco.—Eres muy bueno conmigo, Silas. Pero lo cierto es que este es el único menú que se

me da bien cocinar. Por eso, no lo hago muy a menudo. De hecho, la última vez que lohice, además de cuando estuviste de viaje, fue una vez para mi padre antes de quefalleciera. Soy más bien de las que improvisa y se apaña con lo primero que pilla porla nevera.

Su corazón dio un vuelco al ver el súbito dolor en sus ojos al mencionar a su padre, ypor un instante su expresión dejó traslucir su rabia al pensar en cómo tuvo que vivir,con una mano delante y otra detrás, hasta que se mudó con él.

—Nunca más te va a faltar de nada —prometió.Tan solo de pensarlo se ponía enfermo y tuvo que hacer un esfuerzo para borrar esas

imágenes antes de que el temblor en su puño cerrado le hiciera dejar caer al suelo lacena que ella había preparado. Tenía delante a una mujer que se merecía mucho más delo que la vida le había dado. Estaba llena de amor y generosidad y el destino se lahabía jugado en cada vuelta. Pero nunca más. Se aseguraría de que siempre tuviera losmedios para vivir con comodidad y libertad. Incluso aunque fuera sin él.

—Silas —dijo ella con voz queda—, todos están ya en la mesa y no quiero que seenfríe la comida.

—Marchando —respondió él, dirigiéndose rápidamente al comedor.

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Durante la cena, Silas estuvo incluso más callado que de costumbre, escuchaba soloa medias la conversación a su alrededor. Sus sentimientos por Hayley le causaban unenorme conflicto interno, por no hablar de sus motivaciones. La lógica y el instintoguiaban cada uno de sus pensamientos y acciones, no obstante, su relación con elladesafiaba ambos. ¿Era así como Drake se había sentido con Evangeline? ¿Ese era elmotivo por el que Drake había sido un maldito desastre desde el instante en que laconoció? ¿Y por eso la había cagado una y otra vez?

No se había planteado sus motivos, ni siquiera qué quería a corto o largo plazocuando respondió a Hayley con tanta impulsividad. ¿Cómo podía ser justo con ella, queél no tuviera ni idea de hacia dónde iba lo suyo o cuánto iba a durar? Estaba tansobrepasado por la situación que se estaba ahogando, y nunca había sentido aquello entoda su vida de adulto. Era un sentimiento de indefensión que no había experimentadodesde que era niño, cuando vivía bajo la autoridad y control de unos padresmaltratadores.

¿Cuánto tiempo se conformaría ella con darle lo que él quería sin recibir a cambio lomismo? Soltó los cubiertos y deslizó las manos hasta el regazo, cerrando los puños confuerza para que nadie notara el violento temblor que los sacudía. Sintió como le brotabael sudor pegajoso de la frente y el cuello y rezó para que nadie más se percatara.

Tardó un rato en darse cuenta de que estaba mostrando las señales iniciales de unataque de pánico, algo que no había sufrido desde que era niño y se acurrucabatemblando en un escondite, anhelando con todas sus fuerzas que no lo encontraranaquella noche.

Y, a pesar de toda la culpa e incluso incertidumbre que sentía por su egoísmo contodo lo que tuviera que ver con Hayley, la mera idea de no tenerla hacía que el miedose disparara a cotas todavía más elevadas. Era algo sencillamente impensable.

Hiciera lo que hiciera, estaba hundido en la miseria: hasta el fondo.Vaya mierda de situación. Ni en mil años se habría imaginado tener que plantearse

ese dilema. Por cientos de motivos había jurado no verse envuelto en relacionesestables. Y, sin embargo, no había pensado ni por un instante ninguno de esos cientos demotivos antes de lanzarse de cabeza y sin mirar a algo que, si se lo hubieran sugeridoun par de meses antes, se habría partido de risa.

Al menos ahora podía ver con un poco más de objetividad el comportamientopsicótico e inusual de Drake con Evangeline. Incluso podía llegar a sentir un poco deempatía, mientras que hasta entonces sus dos principales juicios sobre Drake habíansido que este estaba como una puta cabra y que se había comportado de formacensurable e imperdonable con Evangeline en numerosas ocasiones.

Silas parpadeó al darse cuenta de que Maddox le había estado diciendo algo. Y,aparentemente, se lo había dicho varias veces, a juzgar por la mirada de preocupaciónde Hayley y los ceños reprobatorios de sus hermanos.

—Tierra llamando a Silas. ¿Hay alguien ahí? —preguntó Maddox con exasperación.

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—¿Qué? —respondió él, irritado.Maddox negó con la cabeza.—Estaba diciendo lo buenísima que estaba la cena que Hayley nos ha preparado.

¿No estás de acuerdo?Mierda. No solo se había aislado de todos, totalmente perdido en su mundo interior,

sino que además tampoco había intervenido en el momento adecuado para ofrecer aHayley las alabanzas y reconocimiento que merecía.

Le tomó la mano y la llevó hasta sus labios para besarle la sedosa piel.—Estaba absolutamente maravillosa, princesa. Lo mejor que he comido en toda mi

vida.Ella se ruborizó, el placer y la felicidad que le produjo su cumplido relucían

claramente en sus ojos. Se le hizo un nudo en la garganta. Haría lo que fuera para queella lo mirase así todos los putos días.

—Yo esperaba que quedasen sobras —dijo Thane, cabizbajo, ojeando las fuentesvacías—. Ya estaba babeando pensando en el almuerzo de mañana. Sin duda le daveinte vueltas a la comida para llevar o a lo que sea que tengo ahora mismo en lanevera.

Los ojos de Hayley brillaron con picardía y esbozó una sonrisa inocente. Si tuvierala más mínima idea de su efecto y de que con ella podría conseguir absolutamente todolo que le diera la gana, seguro que la usaba mucho más a menudo.

—Es posible que haya hecho de más y lo dejara aparte para que os lo llevarais acasa.

Thane cerró el puño en gesto de victoria.—Eres mi nueva chica favorita, Hayley. Tus deseos serán órdenes para mí, siempre.—Para el carro —gruñó Silas—. No serás tú el encargado de cumplir sus deseos.Maddox y Justice la miraron haciendo pucheros con pinta de no haber roto nunca un

plato, y se ganaron que Silas les pusiera cara de asco.Hayley puso los ojos en blanco y se echó a reír.—He hecho suficiente para que todos os podáis llevar sobras a casa. ¿Por qué creéis

que esta vez he tardado el doble en hacer la cena que la primera vez que cociné paravosotros?

Silas frunció todavía más el ceño al oír eso.—No tendrías que haberte pasado toda la tarde de pie en la cocina. Has trabajado

mucho últimamente practicando para tu recital.Ella dejó escapar un suspiro de exasperación.—Te olvidas de que hace no mucho tenía dos trabajos fijos, además de cualquier otro

que pudiera pillar. Créeme: pasar un par de horas en la cocina es mucho menosagotador que estar de pie en un bar abarrotado sirviendo copas a borrachos hasta lasdos de la mañana.

Silas apretó los labios al recordar lo mucho que se había visto obligada a trabajar.

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—Me alegra que ya no estés trabajando con esos horarios absurdos —respondióbruscamente—. A ese ritmo, ibas a acabar bien quemada.

—Sí, bueno, ahora ya no tengo que hacerlo gracias a que detectaron y corrigieron unfallo administrativo —replicó ella con una perfecta cara de póquer, mientras sus ojosreían con la broma íntima que compartían.

La mandíbula de Silas se tensó con el mero recuerdo del hombre que tanto daño lehabía hecho a su princesa.

Desvió la atención al notar que sus hermanos se estaban levantando de la mesa conlos platos vacíos para llevarlos a la cocina.

—Te has superado, cielo —dijo Justice con un exagerado gemido de satisfacción—.Ya es hora de que nos larguemos. Ya te hemos robado suficiente tiempo y, como diceSilas, no tendrías que haber estado toda la tarde trabajando como una esclava en lacocina si has estado tan ocupada con la escuela y los ensayos.

Desfilaron hacia la cocina, insistiendo en que Hayley se quedara sentada mientrasellos recogían la mesa. Tras acabar, cada uno le fue dando un beso cariñoso en la frentey se despidieron. Hayley sonrió y les dijo adiós con la mano según salían delapartamento. Silas los siguió de cerca para volver a cerrar cada uno de los cerrojos encuanto salieron por la puerta a su espalda.

Cuando se volvió hacia Hayley, la creciente excitación y las ganas de sexo que loembargaban eran tales, que a duras penas fue capaz de verbalizar la orden:

—Ve al dormitorio y desnúdate por completo. Quiero que te tumbes boca abajo en lacama, con los pies apoyados en el suelo. No te muevas. Espérame. Estaré ahí en cuantotermine de limpiar la cocina.

—¡Oh, pero…!Le bastó enarcar una ceja para que ella se callara de inmediato.—Haz lo que te he dicho —replicó él con un tono peligrosamente suave.Ella se estremeció y sintió como se le erizaba la piel de los brazos. Sin mediar

palabra, se levantó de la mesa y se encaminó hacia el dormitorio. Solo entonces sepermitió Silas esbozar una sonrisa, saboreando de antemano lo que tenía preparadopara su princesa.

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24

Hayley luchó contra el nerviosismo y la excitación mientras se apresuraba a cumplir laorden de Silas. Aunque la expresara con suavidad, en sus ojos y gesto no había habidonada suave. Un brillo animal había iluminado su mirada, y sus propósitos quedabanpatentes en cada uno de sus rasgos. Le había parecido casi… salvaje. El recuerdo lahizo temblar y se frotó rápidamente los brazos, intentando entrar en calor antes deadoptar la posición requerida sobre la cama.

Su amenazante intensidad tendría que haberla aterrado, pero era incapaz de temer alhombre al que se había entregado en cuerpo y alma. En el fondo de su corazón, sabíaque él nunca le haría daño. Tan solo había sido ferozmente protector con ella, ademásde hacerla sentir querida y apreciada de una forma increíble. ¿Qué mujer no sederretiría teniendo a un hombre como Silas absolutamente dedicado a colmar todas susnecesidades?

Se mordisqueó el labio. Entonces, ¿qué había visto en sus ojos esa noche y por quétenía la impresión de que estaba a punto de descubrir un aspecto de él que hasta esemomento desconocía? No es que fuera tan idiota como para creer que lo sabía todo deun hombre con más secretos y sombras que toda su ciudad entera. Si de aquí a veinteaños seguía teniendo la suerte de seguir formando parte de su vida, probablementeseguiría sorprendiéndola y mostrándole cosas nuevas sobre él.

Abrió los ojos de par en par al percatarse de lo que acababa de admitir.Permanencia. Una vida con Silas. Querría darse de tortas por idiota. ¿Por qué iba asorprenderla querer estar con él de aquí a veinte, cuarenta o sesenta años? Estabacompletamente atrapada en sus redes, pero no tenía ningún interés en liberarse. Él eratodo lo que ella siempre había soñado en un hombre. Sus únicas preguntas sin resolvereran… Evangeline y cómo y dónde encajaba ella, en concreto, en la vida de Silas y porqué la esposa de otro hombre tenía absoluta prioridad sobre la importancia y el papelque desempeñaba Hayley en su vida. La llenaba de dudas y de inseguridad, y ningunode esos sentimientos era agradable o reconfortante.

Si Silas realmente sentía por ella lo mismo que ella por él, no estaría poniendoconstantemente las necesidades de otra mujer —además, una mujer casada— porencima de las de Hayley. No estaría relegada a un puesto tan bajo en la lista de susprioridades; estaba como mucho en el cuarto lugar, o incluso más abajo. Sabía quededicaba su lealtad a Drake, Evangeline y sus hermanos por encima de cualquier otrapersona, y esos eran solo los que conocía. ¿Quién sabe cuántos más estarían por delantede ella?

Tal vez ella solo fuera una distracción. Una fuente pasajera de entretenimiento y sexo.Algo cómodo. A lo mejor, él no tenía intención de pasar con ella mucho más tiempo, y

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si ese fuera el caso, habría sido una imbécil redomada por ponerlo a él por delante detodo, por darle su más absoluta lealtad, obediencia y sumisión.

No le cabía duda de que Silas era un buen hombre. No era un capullo, al menos, no apropósito. Nunca le había dado ninguna señal de que no la valorara y siempre estabapendiente de lo que fuera mejor para ella: la protegía de todo lo que percibiera comouna amenaza. Pero si no tenía su corazón, si no contaba con su compromiso másabsoluto, ¿qué tenía en realidad?

Él poseía hasta el último fragmento de su cuerpo, mente y alma. ¿Podía decir ella lomismo de él? ¿Y realmente quería saber la respuesta a esa pregunta? A veces, la verdadpodía ser dolorosa, tan cortante como el más afilado de los cuchillos, y a veces nosaber era una bendición. Al menos, mientras no supiera la verdad, podría seguircreando su propia realidad, sin tener que asumir lo que Silas sentía realmente por ella.

Cerró los ojos, enfadada por estar arruinando lo que prometía ser una noche excitantey placentera, porque independientemente de lo que Silas estuviera planeando, o de loinflexible de su expresión, sabía que él se haría cargo de ella y de garantizar su placerantes que el suyo. Aunque no tuviera claro nada más, sabía que esa era una realidadinmutable en su relación.

Si tan solo pudiera dejar de sobreanalizar y diseccionar cada aspecto de supersonalidad y no permitir que sus inseguridades y miedos arrasasen con todo, si selimitase a relajarse y a disfrutar del momento, entonces sería muchísimo más feliz. Nopodía predecir lo que iba a suceder mañana, la próxima semana, dentro de un mes o decinco años. Pero sí podía disfrutar hasta del último minuto que pasase con Silas, sinimportar lo que le deparase el futuro. Atesoraría cada uno de los momentos que viviesecon él y se aferraría a estos. Solo podía controlar el aquí y ahora. Nada más. Así que¿para qué torturarse constantemente con preguntas hipotéticas?

Sintiéndose un poquito mejor después del rapapolvo a sus arraigadísimos miedos einseguridades, se relajó y se centró en lo que Silas había planeado para ella y en lo quele haría esa noche.

Solo de pensar en ello, una oleada de calor le recorrió todo el cuerpo, y uncosquilleo eléctrico se propagó desde sus piernas al pecho, hasta sentirlo en las raícesdel cabello. Los dedos, que habían descansado extendidos sobre el colchón a amboslados de su cabeza, se clavaron en la cama hasta cerrarse con firmeza en un puñoalrededor del lujoso tejido de la colcha.

La ansiedad invadió su cuerpo de repente, y dejó escapar un lento gemido mientrasluchaba contra el deseo de retorcerse y pasar una mano entre sus piernas paraacariciarse el clítoris en llamas. Resistió la tentación, sabiendo que eso no complaceríaa Silas, y la hacía feliz complacerlo. Adoraba ver la aprobación en su mirada cuando seplegaba voluntariamente a sus deseos. Sonaba como si fuera una niña desesperada poragradar u obtener la aprobación de un progenitor o un adulto. Sin duda, eso la haríaparecer necesitada y patética a ojos de otra gente, pero le importaba una mierda lo que

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nadie que no fuera Silas pensase de ella. Hacerlo feliz —querer hacerlo feliz— eraalgo que hacía tanto para sí misma como para él. Y si algo le resultaba satisfactorio yllenaba los vacíos de su corazón, eso era lo único importante. No le debíaexplicaciones a nadie y no tenía que justificar sus decisiones ante nadie, más que a símisma.

Inspiró profundamente y se quedó completamente quieta, aflojando el puño yrelajando los dedos, al percibir la presencia de Silas en el dormitorio. Su pulso sedesbocó y empezó a sentir un mariposeo en lo más profundo de su vientre que se fueextendiendo a la multitud de zonas erógenas de la cima de sus muslos. Su vagina secontrajo, anticipando con ansias lo que estaba por llegar.

Tuvo que reprimir un estremecimiento involuntario cuando su inmensa mano lecubrió la nalga para acariciarla con palmaditas.

—Buena chica —dijo en tono sensual; cada una de sus palabras rebosabanaprobación—. Eres una chica muy buena. Muy obediente y respetuosa con misinstrucciones.

Se sonrojó de placer mientras la calidez de sus alabanzas le recorría las venas.—Sin embargo, esta mañana no has sido tan obediente ni has tenido en cuenta mis

deseos. Mi princesa merece recibir un castigo por su desobediencia impertinente ydeliberada. No toleraré que vuelvas a pasar de las cuestiones que conciernen a tuseguridad personal.

Abrió los ojos de par en par ante la inesperada reprimenda. «¿Qué?». Evitó a duraspenas expresar su asombro en voz alta, mordiéndose en su lugar el labio justo a tiempo.Intentó recordar frenéticamente, perpleja e intentado comprender qué había queridodecir. ¿Había pasado de las cuestiones concernientes a su seguridad personal?

—Y mucho peor que no haber respetado mis deseos —prosiguió sin dejar deacariciar las rotundas curvas de su trasero— es que corriste un riesgo al ponerte en unasituación peligrosa y no permitirme estar ahí para protegerte en caso necesario. Y eso,mi niña, no lo voy a consentir nunca. Tu seguridad y que estés bien no son soloimportantes. Lo son todo. No toleraré rebeldía alguna sobre esto: me obedecerás entodo lo concerniente a tu bienestar. ¿Lo has comprendido?

—S… sí —susurró Hayley.Por fin lo entendía. Estaba enfadado porque no había esperado a que la acompañara

dentro del edificio cuando la llevó a la escuela. Ni siquiera había pensado en ello, contodo lo que había consumido sus pensamientos desde entonces. Una parte de su corazónse derritió con la brusquedad severa que no lograba disimular la auténticapreocupación en su voz.

—¿Sí, qué? —exigió.—Sí, Silas.—Prométemelo.—Te lo prometo, Silas.

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—Ahora, como castigo te quedarás justo en esa misma posición, solo que te ataré lasmanos a la espalda. Recibirás veinte latigazos con un flagelo y tras cada uno de ellosme darás las gracias por castigarte y mantenerte a salvo. ¿De acuerdo?

Pasmada, quiso responder, pero no podía articular palabra. Cuando por fin pudoformular una frase, fue entrecortada y casi inaudible.

—Lo entiendo, Silas.—Repite mis instrucciones para ver si es verdad.—Después de cada latigazo debo darte las gracias por castigarme y mantenerme a

salvo —dijo, mientras intentaba soltar el aire por la garganta.Entonces, le pasó la mano por la columna en una amorosa caricia que contradecía del

todo el acero en su voz.—Esa es mi princesa —alabó.Cuando el tacto de su mano la abandonó, estuvo a punto de emitir un grito de

protesta. Se oyeron una serie de ruidos ahogados y luego regresó. Le tomó una de lasmanos y, con mucha gentileza, la llevó hasta la parte baja de su espalda antes de cogerla otra mano y cruzarla por encima. Luego empezó a atarle las muñecas con cuerda,poniendo cuidado de no apretarla demasiado ni dañarle la piel.

Todavía no había asestado el primer golpe y ella ya estaba excitada hasta límitesinsospechados; todo su cuerpo en tensión, expectante, sus pezones erectos y el clítorispalpitando de anticipación. Cerró los ojos, clavando los dientes en el labio. Dios, noiba a poder aguantar los veinte latigazos a los que la había sentenciado.

¿Se la follaría después de acabar o denegarle el placer sería parte de su castigo?Imágenes de él abriéndole las piernas, pero dejándola maniatada e introduciéndose unay otra vez en su cuerpo bombardearon sus sentidos hasta hacerla humedecer.

Esta vez sí que lanzó un gemido mientras se retorcía con desesperación, intentandoaliviar el deseo ardiente del que era presa.

Él volvió a alejarse y ella se esforzó en procurar oír cualquier sonido que hiciera,buscando seguir sus movimientos y anticipar el primer latigazo.

Este llegó de la nada, la tomó completamente por sorpresa. El fuego estalló en lacarnosa nalga, y se le extendió por la piel, convirtiéndose rápidamente en un placerardiente que se le expandía por las venas, bañándola entera en la euforia posterior aldolor inicial.

Nunca había experimentado algo ni remotamente equiparable a la sensación delflagelo sobre su trasero desnudo. Cuando por suerte se acordó de darle las gracias porcastigarla y mantenerla a salvo —a punto estuvo de olvidarse tras el golpe inicial—, laintensa necesidad, el placer y la sensación de euforia que la envolvía como una densaniebla eran tales que casi no podía ni pensar.

Cuando llegó a la mitad, Silas paró y ella estuvo al borde de gritar de frustración,obligándose a no suplicarle que siguiera. Acarició y mimó cada centímetro de pielmarcado con el látigo para después inclinarse y cubrir de besos esas mismas zonas.

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Ella dejó escapar un suspiro de satisfacción, preguntándose cómo algo tanmaravilloso podía ser llamado castigo.

Cuando sus labios se alejaron, se tensó esperando el siguiente golpe, incluso arqueócon ansias las nalgas, como suplicando por el beso del flagelo.

—Mi bella y hermosa niña —murmuró Silas con evidente aprobación—. Tanperfecta. Tan obediente. Qué suerte más increíble tengo.

Estuvo a punto de llorar cuando estas palabras, que anhelaba escuchar, le llegaron alo más profundo del alma. Silas no era un hombre muy expresivo por naturaleza. Ella sehabía fijado en cómo era con los demás. Callado, cerrado. Y muy reservado. Sinembargo, con ella era mucho más abierto. Afectuoso. Aprobador. El poder ver una caraque muy pocos habían presenciado le proporcionaba una satisfacción incomparable anada que hubiera sentido antes.

Pegó un respingo al sentir el siguiente golpe, a pesar de que lo esperaba en cualquiermomento. Fue más fuerte que los diez primeros, y tuvo que soportar la quemazón inicialantes de sentir finalmente el éxtasis exótico que venía a la zaga. Él redobló susesfuerzos con los latigazos restantes, aumentó la intensidad con cada giro rápido demuñeca, hasta dejarla totalmente incapaz de pensar o razonar. Solo podía sentir.Experimentar. Entregarse por completo oleada tras oleada de placer exquisito yabrumador.

Al recibir el último golpe, estaba jadeando y su agradecimiento fue apenasperceptible. Una vez más, Silas se inclinó y le estampó esta vez los labios sobre laparte baja de la espalda, justo debajo de donde descansaban sus muñecas atadas. Fuecomo una bendición. Llena de aprobación, admiración y alabanza. Lo habíacomplacido, y eso le proporcionaba un placer indescriptible.

Haber aportado aunque fuera un poco de felicidad y satisfacción a un hombre quehabía experimentado tan poco de ambas en su vida gris y sombría le daba una sensaciónde paz que no había sentido desde que era una niña sin ninguna preocupación más quedecidir cuál sería el siguiente juego. Antes de los días de la enfermedad de su padre yde observar cómo se consumía poco a poco al convertirse en una sombra del hombreque había sido.

Tal vez ella daba a Silas algo que rara vez experimentaba, pero él también leaportaba a ella algo que llevaba mucho tiempo faltándole. Protección. Afecto. Sentirsenecesitada. Amor…

Parpadeó rápidamente cuando esta última palabra apareció en su mente en todo suesplendor. Oh, sí, lo amaba. Lo había amado desde el primer momento, de eso estabaabsolutamente segura. ¿Por qué otro motivo si no habría reaccionado ante él como lohizo? ¿Por qué si no le habría dado algo que nunca había dado a ningún otro hombre?Su absoluta sumisión. Control. Su cuerpo, su corazón, su alma.

Despacio y con infinito cuidado, Silas le aflojó las ataduras de las manos y se llevópor turnos sus muñecas a la boca para besar cada centímetro ceñido por la cuerda. Este

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enorme y magnífico hombre era increíblemente bueno con ella y ella era toda suya. Loúnico era que tal vez él no la correspondiera en su entrega.

Cerró de inmediato la puerta a ese pensamiento díscolo; se negaba a permitir quenada arruinara ese momento. No pensaría en Evangeline o en lo que ella significabapara Silas. No esa noche. No creería algo así de él. Era demasiado sincero y directo,siempre decía lo que pensaba, y ella no podía creer que él pudiera traicionarla de unaforma tan horrible. Tenía que estar equivocada. No había otra explicación.

Soltó sus manos y le dio la vuelta con gentileza para luego ponerla en pie y rodearlacon los brazos. La besó con avidez en la boca, hambriento de ella. Con la misma pasióndevoradora que sentía ella por él.

Ella enloqueció, la necesidad de tocarlo, de darle el mismo placer que leproporcionaba a ella la consumía, sin dejar espacio para nada más. Tiró de su ropa,desesperada e impaciente por eliminar cualquier barrera entre ellos, ya que anhelaba elcontacto piel con piel.

Él no dejó escapar ni una sola protesta o advertencia, aparentemente igual deenajenado que ella; la necesitaba tanto como ella a él. Su camisa salió volando, con almenos tres botones arrancados en el frenesí de desvestirlo. Sus vaqueros fueron detrásy luego sus calzoncillos cayeron al suelo para dejarlo desnudo con su erecciónquemando allí donde se apretaba contra su sensible carne.

Empezó por la boca, lo besó con el mismo fervor con que él la había besado hacíaapenas unos segundos. Luego siguió su recorrido bajando por el cuello, mordisqueandoy mordiendo, dejando huellas en su hermosa piel masculina. La idea de marcar suterritorio, de dejar en él una señal visible de su posesión, despertó en ella instintosprimitivos.

Besó, lamió y succionó su musculoso pecho, trabajó los pequeños pezones hastaconvertirlos en bultos rígidos bajo su lengua. Lo agarró de las caderas y siguiórecorriendo una ruta descendente con la lengua, trazando círculos alrededor de suombligo, provocándolo hasta hacerlo gruñir y rodearla por los hombros entre susfuertes brazos.

Su destino final estaba a unos pocos centímetros. Su magnífica erección seproyectaba hacia arriba, cada vena claramente marcada, y el oscurecimiento del glandeponía en evidencia la magnitud de la excitación. Quería lamerlo y chuparlo hasta que lesuplicara clemencia. Hasta entonces, cada una de las veces que había intentado darleplacer con la boca y meterse su inmensa polla tan al fondo como pudiera, él habíaestado demasiado impaciente y la había interrumpido sin que tuviera posibilidad dedarle tanto placer como él le proporcionaba a ella cada noche. Esta noche nada se loimpediría.

Bajó las manos y se arrodilló, rodeó con los dedos la imponente circunferencia, ysacó la lengua para lamer las gotitas de humedad que se le estaban formando en la puntade la polla. Antes de que su lengua pudiera tocarlo, él dejó escapar otro gruñido.

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—¡No! —exclamó bruscamente.La levantó de inmediato y la lanzó sobre la cama. Se inclinó sobre ella con una

expresión salvaje de deseo y una excitación intensa marcada en sus rasgos. Sin que ellapudiera decir ni una palabra, la había abierto por completo de piernas, dando plenoacceso a su posesión. Una única y violenta embestida que la dejó sin aliento encima ydentro de ella.

Fue demasiado. Totalmente hipersensible y excitada hasta límites insospechados,explotó en mil pedazos tras esa primera acometida brutal. Gritó, aferrándose condesesperación a sus poderosos brazos en busca de un ancla en medio de la feroztormenta de su orgasmo. Este siguió y siguió, aparentemente interminable, hasta hacerlasollozar de deseo y ansia, un poco asustada por la intensidad de su pasión y por lareacción de su cuerpo a la invasión de Silas.

—Shhh, princesa. Te tengo. Tan solo agárrate y confía en mí. Déjate ir. Nunca tedejaré caer.

Con otro grito, se deshizo por completo, asombrada y aterrorizada del poder de esesegundo clímax, tan rápido después del primero. Se sentía como si estuviera colgandodel más fino de los hilos.

—Confía en mí —le susurró Silas al oído mientras la apretaba contra su pecho.—Siempre —susurró ella a su vez.Estaba flotando en el mar de placer más exquisito que había experimentado nunca

cuando notó que Silas la acompañaba en el éxtasis. Se desplomó sobre su cuerpo,arropándola con su calor y su fuerza. Eso era lo que más adoraba y deseaba después desus tumultuosas sesiones de sexo. Cuando estaba tan laxo como ella y le hacía sentirtodo el peso de su cuerpo mientras seguía profundamente aferrado a su vientre. Lasensación de paz de esos momentos era lo más bello que había experimentado nunca.Aquí y ahora no había espacio para las dudas o la inseguridad. Solo estaban ella ySilas, y en sus brazos nada podía hacerle daño.

—Tengo que decir, princesa, que deberías desobedecerme más a menudo —dijo conaliento entrecortado—. Aunque puede que entonces yo no sobreviva.

Ella rio con suavidad, con el corazón henchido de gozo.—Si esta es tu idea de castigo, lamento tener que ser yo la que te lo diga, pero no me

estás dando un aliciente para portarme bien y ser una buena chica.Él le mordisqueó el lóbulo y luego lamió la marca para mitigarla.—Sin embargo, eres mi buena chica.

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25

Hayley se secó el pelo tras salir de la ducha que, entre risas, había pedido a Silas quele permitiera darse, y volvió al dormitorio. Clavó la mirada inmediatamente en él, queseguía desnudo, apoyado con indolencia contra el cabecero. Dios, qué hombre tanmagnífico.

Su mirada se cruzó de inmediato con la de ella y le sonrió con un brillo en los ojosque lo hizo estremecerse. Se le marcaron los músculos del brazo cuando levantó lamano al indicarle con un gesto del dedo que viniera. Rio cuando ella se acurrucó en lacama junto a él.

—No sé para qué te has empeñado en darte una ducha cuando te voy a alborotar otravez —afirmó arrastrando las palabras, con un brillo malévolo en los ojos.

Su declaración hizo que le temblara todo el cuerpo y le puso la piel de gallina deanticipación. Relamiéndose los labios, le pasó titubeante la mano por encima de sumusculoso muslo, rozándole suavemente los testículos con la yema de los dedos.Contuvo el aliento, esperando su inevitable rechazo, preparándose para el dolor y laconfusión: no sabía por qué no quería que lo tocara de esa forma tan íntima.

A lo mejor el resto de las veces había sido pura coincidencia. No era la primera vezque llegaba a conclusiones precipitadas, y en esas otras ocasiones su paciencia ycontrol habían sido escasos. Pero ahora, tras la satisfacción inicial, los ánimos estabanmás relajados y estaba decidida a demostrarle su amor y darle todo el placer del quefuera capaz.

Cuando él no se movió ni redirigió su atención a otro lado, ella se relajó, llena dealivio. Envalentonada por su aceptación, le envolvió con la mano el miembro,nuevamente endurecido, y bajó la cabeza, con el cabello cayéndole como una cascadasobre sus muslos.

Antes de que su boca pudiera cerrarse alrededor de su miembro, la agarró del pelocon una mano y del brazo con la otra, levantándola apresuradamente hacia su pecho, deforma que quedó a horcajadas sobre sus caderas.

Cuando iba a abrir la boca para preguntarle por qué, sus labios se fundieron con losde ella, mientras sus hábiles dedos le acariciaban el clítoris con una mano a la vez quela otra jugaba con uno de sus pezones. Se rindió con un suave gemido y se derritiócontra su cuerpo mientras él continuaba el delicioso tormento. Pero esta vez no seolvidaría de preguntarle después. Ya no podía decirse que no eran más que ideas suyas.

Una de sus manos se separó de ella y oyó el sonido del cajón de la mesilla de nocheal abrirse; luego sintió algo frío que le presionaba el clítoris. Jadeó e intentó separarsede esa sensación, pero Silas la sujetó por la cadera para evitarlo.

—Agárrame la polla y métela en ese coñito tan delicioso que tienes —gruñó, y

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Hayley se apresuró a obedecer—. Así me gusta —siseó mientras ella se deslizabasobre su miembro—. Ahora no te muevas hasta que yo te lo diga. Ni un músculo,princesa, o volveré a ponerte el culo al rojo vivo.

Hayley miró a Silas con incertidumbre, no muy segura de cómo interpretar laposición en la que estaban. Esbozó una sonrisa y le habló en tono provocativo.

—¡Hala!, nunca soy yo la que controla. No tengo ni idea de qué hacer aquí, Silas.La diversión era palpable en la voz de Silas:—Me parece adorable que creas dominar solo porque estás arriba. —Le pellizcó la

nariz con afecto—. Te garantizo que no vas a tener el control en ningún momento, midulce niña. Ahora, pon las manos sobre mis hombros y déjalas ahí.

Ella se inclinó para obedecer su orden, y en cuanto sus manos estuvieron en su lugar,la dura frialdad volvió a presionar su clítoris.

—Silas, ¿qué…?Dio un grito de placer y asombro cuando aquello frío empezó a vibrar. La sensación

le saltó del clítoris a los pezones y luego siguió propagándose. Le clavó las uñas en loshombros; luchaba contra la necesidad de empalarse en él una y otra vez. «No temuevas». «No te muevas». Dios, tenía que moverse.

Justo cuando sabía que estaba a punto de desafiar la orden de Silas, él movió eljuguete, trazando círculos alrededor de su clítoris. Su forzada respiración se alivió unpoco, pero justo cuando pensaba que podía soportar las sensaciones, él volvió aapretarlo firmemente contra su clítoris, dejándolo quieto. Su mundo se redujo a eseobjeto vibrante y a la enorme erección que distendía sus músculos temblorosos.

Emitió desesperada un sonido de necesidad.—P… por favor, Silas. Por favor. Necesito moverme.—¿Estás segura de eso? ¿Totalmente segura? —susurró contra sus temblorosos

labios—. Ruégamelo como una niña buena y pensaré si le concedo a mi princesa lo queme pide.

Como si fuera capaz de negarle algo. Hayley estuvo a punto de sonreírle consuficiencia, hasta que recordó que le había denegado una cosa y no tenía ni idea delmotivo. Carecía de experiencia suficiente para entender los entresijos de la sexualidadmasculina y estaba completamente perpleja por la reacción de Silas con ella. Tal vezeso de que a todos los hombres les gustaba que las mujeres se la chupasen no era másque un estereotipo.

—Por favor —dijo con su voz más sensual y tentadora—. Por favor, deja que memueva. Necesito moverme.

Bajó la mano, mirándola con ojos relucientes.—Adelante —concedió con tono brusco y ansioso mientras presionaba el juguete

contra su polla, enviándole una oleada de vibraciones a través del coño—. Fóllame amuerte, princesa.

La corriente eléctrica que hizo palpitar su henchida polla y estimular su

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increíblemente sensibilizado clítoris le hizo poner los ojos en blanco. Desesperada porel placer prometido, subió y bajó para procurar contener el orgasmo que estaba muycerca de estallar.

No, era demasiado pronto. Haciendo acopio de una disciplina y control que no sabíaque tuviese, luchó por mantener a raya el clímax. Quería que fuera tan perfecto paraSilas como iba a serlo para ella, y para eso tenía que seguir moviéndose y noterminarlo cuando apenas acababa de empezar. Aumentó el ritmo, pero sin aflojar sucontrol férreo sobre la apremiante necesidad abrumadora que la consumía. La respuestade Silas fue clavar los dedos en sus ijares mientras empezaba a arquear sus caderas, sinpoder seguir conformándose con que ella hiciera todo el trabajo. Parecía decidido aenterrarse todo lo profundo que pudiera en su cuerpo, y ella lo deseaba tanto como él.Pero cuando volvió a mover el juguete, asaltando sin piedad su clítoris inflamadomientras bombeaba con fuerza dentro de ella, no pudo seguir conteniendo lo inevitable.Arrastró los labios hasta los suyos, ahogando un grito con su boca, a la cual penetró conla lengua a un ritmo que imitaba el de su polla. Apenas un segundo después de que ellase corriera gritando y retorciéndose salvajemente en sus brazos, se le puso todo elcuerpo rígido, los músculos tensos, una expresión en el rostro que podía ser tanto deplacer intenso como de dolor, y, finalmente, se unió a ella en el torbellino caótico deléxtasis. Se le encogió el corazón cuando él gritó su nombre y la abrazó, casiaplastándola con la fuerza de los brazos, para luego susurrarle lleno de ternura:

—Mi princesa. Mi niña preciosa.Nunca se había sentido tan apreciada, como si fuera la persona más importante en el

mundo rígido y disciplinado de Silas. Podría quedarse así para siempre, bebiendo desus palabras de amor. Exhausta, completamente saciada y agotada, se acurrucó todo loque pudo entre los brazos de Silas, se apoyó sobre su pecho y dejó escapar un largosuspiro de satisfacción profunda. Silas parecía estar igual de encantado de abrazarla ensilencio. Le acarició rítmicamente la espalda mientras ella estrechaba todavía más elabrazo, hasta que ya no quedó espacio entre ellos y se unieron en cuerpo, mente y alma.Ya no eran dos entes separados, sino un solo ser. Estaba irremediablemente enamorada.Si Silas no sentía lo mismo, quedaría destrozada por completo. Cerró los ojos ydesechó esos pensamientos, sabedora de que por ese camino podía acabar con elcorazón roto.

—No creo que pueda moverme —murmuró con pesar.—No pasa nada, princesa. Me encanta tenerte justamente donde estás. Déjame

abrazarte un ratito más y luego me ocuparé de mi chica.Ella suspiró de nuevo y dejó vagar la mente para disfrutar de la nube de euforia que

parecía envolverlos a ambos. Le resultaba tan fácil imaginar que ese fuera su futuro. Sufuturo para siempre. En cuanto le sobrevino ese pensamiento, parte del regocijo seevaporó y sus labios se curvaron en una mueca de tristeza. ¿Por qué no podíaconformarse con lo que tenía? ¿Por qué abocarse a un posible desastre? ¿Por qué

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arriesgarse a perjudicar su relación con Silas siendo una imbécil dependiente einsegura? Sabía sin lugar a dudas que Silas nunca toleraría o aceptaría a una mujer queintentara plantear exigencias, poner condiciones o llevar nunca la voz cantante cuandohabía dejado perfectamente claro cuál era su postura con respecto a tener el controlabsoluto y su demanda de una completa sumisión.

Silas se movió debajo de ella, lo que la sacó con brusquedad de los pensamientos enlos que estaba sumida, y de forma totalmente refleja se aferró a él: intentaba prolongarel momento y conservar la intimidad compartida. Silas la besó con afecto en la cabeza.

—Hora de ocuparme de mi princesa.Se soltó de ella con suavidad y la depositó en la cama, donde quedó acurrucada,

todavía totalmente laxa. Le pasó con dulzura la mano por el costado antes de levantarsede la cama para coger una toalla con la que limpiarla. Hayley observó el ondular de losmúsculos de su trasero mientras se alejaba y emitió un sonido de admiración femenina:su hombre era la viva imagen de la perfección. Nunca había visto a un hombre con unfísico como el suyo. Hombros y pecho amplios, cintura estrecha, brazos y piernasmusculosos y ni un solo gramo de grasa de más por ningún lado. Adoraba su cuerpo,adoraba acurrucarse junto a él, pero lo que más adoraba era su corazón y lo entregadoque estaba a su comodidad y cuidado. Le consentía todos los caprichos y la mimabahasta el absurdo. ¿Qué más podía pedir una mujer? Lo tenía todo.

A pesar de todos los esfuerzos, la realidad se impuso cuando recordó que, una vezmás, Silas había rechazado categóricamente sus intentos de darle placer con la boca. Yno era la primera vez. Ni la segunda. Ya no podía seguir achacándoselo al calor delmomento, a la coincidencia, y ni siquiera a su imaginación. Aunque lo último que queríaera sembrar discordia entre ellos, le resultaba muy importante saber si no la deseaba osi es que sencillamente pensaba que era demasiado inexperta e inepta.

¿Acaso no había prometido enseñarle todo lo que necesitase saber? ¿Cómo darleplacer? Había parecido estar realmente encantado con su inexperiencia y le habíagarantizado más de una vez que le gustaba ser el único hombre que le había hecho elamor, de la misma forma que había expresado su entusiasmo por ser la fuente decualquier cosa que ella tuviese que saber o aprender.

Cuando Silas volvió a la cama para limpiarla, se sintió avergonzada, nerviosa y muyinsegura de sí misma de repente.

Siempre sensible a sus estados de ánimo, la miró inquisitivo mientras tiraba la toallaa la cesta de la ropa sucia. Se sentó en la cama y la atrajo a su lado para besarla en lasien.

—¿Qué pasa, princesa?¿Debía sacar el tema? ¡Dios, qué incómodo era! ¿Y qué iba a hacer si efectivamente

el problema era ella o si él no deseaba eso de ella? Silas no era de los que se andancon paños calientes. No evadiría su pregunta ni le mentiría para hacerla sentir mejor.De repente, ya no estaba tan segura de querer saber la verdad.

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Cerró por un momento los ojos e inspiró profundamente en silencio para darsefuerzas. Oh, por favor, que no estuviera cometiendo el mayor error de su vida. Se giróun poco hacia Silas e inclinó la cabeza para mirarlo desde abajo.

—¿Puedo preguntarte una cosa, Silas?Él se puso tenso al ver la incertidumbre y la incomodidad en el rostro de Hayley.

Parecía vulnerable y asustada. De inmediato estiró la mano para tocarle la cara eintentó suavizar las líneas de preocupación. ¿Por qué iba a generarle tanta ansiedadpreguntarle algo? ¿Acaso era tan rígido y temible? Quería que ella confiara en él ynunca dudara en acudir a él para lo que fuera. ¿Habría hecho algo para que ella pensaraque no podía?

—Espero que sepas que puedes preguntarme cualquier cosa, mi dulce niña —dijocon tono suave.

Ella miró al suelo un momento antes de volver a levantar la mirada con las mejillasteñidas de carmesí.

—¿Por qué no quieres que te toque… ahí… para darte placer como tú a mí? —preguntó en voz baja.

Silas frunció el ceño, confuso, sin entender de entrada la pregunta. Ella siempre leproporcionaba placer. Joder, solo estar con ella en la misma habitación ya le resultabaplacentero. Mirarla le daba placer.

—¿Por qué no me dejas tocarte con la boca? ¿No me deseas lo suficiente como paraque te haga eso? ¿Es porque no tengo experiencia? ¿Tan mal se me da?

Se ruborizó aún más y su expresión se tornó más angustiada cuando la comprensióngolpeó por fin dolorosamente a Silas. Cerró los ojos, atormentado por la idea de que lahabía hecho sentir no deseada. No lo bastante buena. Que no lo complacía: nada máslejos de la realidad. Dios, ¿cómo iba a explicárselo? ¿Cómo iba a contarle suvergonzoso y degradante pasado y por qué la mera idea de que alguien le practicarasexo oral lo remontaba a épocas oscuras del ayer que no quería volver a visitar?

Buscó desesperadamente algo que decir, una explicación. Algo que la tranquilizarasin tener que ahondar en los detalles sórdidos que la horrorizarían y cambiarían parasiempre la forma en que lo miraba. ¿Cómo podría volver a querer estar junto a él sisupiera la horrible verdad? ¿Qué pasaría si dejara de quererlo?

Bajó la mano para colocarle los dedos bajo la barbilla, tirando de ella para obligarlaa mirarlo a los ojos.

—Hayley, que hayas confiado en mí para ser tu primer amante, el regalo de tuvirginidad, es lo más valioso que nadie me haya dado jamás. Te lo he dicho ya y lo dijemuy en serio. Tu inocencia e inexperiencia no afectan en absoluto el deseo que sientopor ti. Me encanta ser el único hombre que te ha tocado de forma tan íntima, el únicoque te ha hecho el amor, y me gusta todavía más ser con el que descubras tu pasión y elhombre que te enseñe todo lo que quieras saber. Nada va a cambiar eso jamás.

Sus ojos y expresión mostraban con total claridad su confusión e incertidumbre. Su

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duda.—Entonces, ¿por qué? —susurró—. ¿Por qué no quieres que te dé placer así? Si lo

hago mal, puedes enseñarme. Quiero poder darte eso, Silas. Es importante para mí.Silas cerró los ojos mientras los envolvía un silencio incómodo y el dolor laceraba

su corazón. Ocultarle la verdad solo alimentaría su inseguridad y siempre lo percibiríacomo un rechazo hacia ella. Prefería morir antes de hacerla sentirse así.

Sin embargo, si la perdía al confesarle quién y qué era él, una parte de él tambiénmoriría. Preparándose para su inevitable espanto y rechazo, tomó aire con agonía, conuna expresión tan desolada como sus sentimientos.

—No eres tú, princesa —dijo casi susurrando—. El problema nunca has sido tú.Joder, eres perfecta y yo soy… —Cerró los ojos otra vez y apartó la mirada, preso deuna emoción y vulnerabilidad desacostumbradas.

A su lado, Hayley se puso de rodillas, puso las manos sobre las suyas y las sujetócon fuerza.

—¿Tú eres qué, Silas?—Un hombre roto. Un monstruo. Un asesino —dijo con total frialdad.Se oyó su súbita inspiración, lo que provocó que él se tensara.—Nunca creeré que seas un monstruo —respondió ella con voz enfadada—. Me da

igual lo que digas o lo que te hayan dicho. No eres un monstruo y no te consiento que lodigas.

—Maté a mis propios padres —dijo él de sopetón mientras escudriñaba su rostropara ver cómo reaccionaba.

No se le movió ni una pestaña.—Pues me imagino entonces que tendrías un buen motivo —respondió suavemente,

sin aflojar ni por un segundo el apretón de sus manos.Por un momento se quedó sin palabras, mirándola con asombro.—Cuéntame, Silas —le pidió con dulzura—. Cuéntame por qué los mataste.—Eran unos maltratadores. Estaban obsesionados con el dinero, aunque ninguno

trabajó ni un solo día en su vida. Una noche, cuando tenía nueve años, estaba escondidoen uno de los dormitorios, como siempre, mientras mis padres celebraban una de susfiestas en las que el objetivo era emborracharse y colocarse al máximo para luegopasar unos días de resaca. Aunque temía esas fiestas, yo esperaba con ganas los díasposteriores, cuando mis padres estaban demasiado colgados y resacosos para darsecuenta ni de que estaba allí. Esas eran las únicas veces que no me maltrataban. Encualquier otro momento, yo era el saco de arena en el que descargar su frustración porsus vidas patéticas y miserables.

Hayley emitió un sonido de aflicción, pero no dijo nada. Su única reacción fueapretar de inmediato todavía con más fuerza las manos de él. No era capaz de mirarla,de ver la piedad y compasión en sus ojos.

—Así que ahí estaba yo, escondido bajo una cama, consciente únicamente de los

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sonidos y olores del sexo, alcohol, drogas y música que atronaba en la mierda de casaque mis padres habían encontrado abandonada y habían ocupado. Uno de los hombrescon los que estaban de fiesta entró a trompicones en el dormitorio justo cuando habíadecidido arriesgarme a salir de mi escondite para escapar por una ventana porque lascosas se estaban poniendo mal, mucho peor que de costumbre, y yo solo podía pensaren escapar. Cuando me fijé en cómo me miraba, supe que algo iba muy mal. Estaba tanasustado que me quedé clavado en el sitio, incapaz de moverme y mucho menos correr.En ese momento mi miedo era tan intenso como el odio que sentía por mis padres, sumaltrato constante, sus fiestas cada noche, la incertidumbre interminable en la quevivía. Me arrastró hasta el centro de la habitación, me puso de rodillas y se bajó labragueta. Estaba tan aterrorizado y estupefacto que ni siquiera me resistí. Pero cuandome apretó la mandíbula con tanta fuerza que pensé que me la iba a romper paraobligarme a abrir la boca y luego me metió la polla hasta la garganta, me volví loco. Lomordí…

Silas se detuvo, los recuerdos de esa noche cayeron de golpe sobre él, arrasando sussentidos. Dios, no había pensado en esa noche desde hacía años. No se lo habíapermitido. Se arriesgó a mirar a Hayley y se encogió de dolor al ver que le caían laslágrimas. Se estremeció, decidido a soltarlo todo y luego a afrontar las consecuencias.

—Cuando le pegué el mordisco, me golpeó tan fuerte que casi me desmayo. Luegosacó una pistola que no sabía que llevaba encima y me la puso contra la cabeza. Me diodos opciones.

La vergüenza se tornó de repente tan intensa como la que había sentido esa noche, loque lo impidió continuar. Se le estaba cerrando la garganta, dejándolo incapaz dehablar. Entonces Hayley se inclinó hacia él y le puso la cara en el cuello; Silas sintió elcalor de sus lágrimas sobre la piel mientras le llenaba el cuello de besosreconfortantes. Se apoyó en su fuerza y respaldo sentimental, tomó aire varias vecespara calmar sus nervios destrozados y siguió adelante, sabiendo que era mejorquitárselo de encima y no postergar lo inevitable.

—Me dijo que o se la chupaba o me volaba la tapa de los sesos.—¡Ay, Silas, no! —exclamó Hayley con voz afligida mientras levantaba la cabeza de

su cuello.Cerró los ojos, demasiado avergonzado para mirarla mientras hacía su humillante y

cobarde confesión.—Y por Dios que me lo pensé. Estaba allí, de rodillas en esa maldita casa de locos,

pensando en negarme para que me pegara un tiro y acabara de una vez con mi existenciamiserable. Quería morir. Lo veía como una forma de escapar por fin. Entonces él se riode mí y tiró el arma a la cama y, para mi vergüenza eterna, me entró el pánico porquehabía tardado demasiado. No había sido lo suficiente hombre como para decirle que lohiciera. Así que le rogué que me matara. Le solté todos los insultos que había oído amis padres dedicarme para cabrearlo lo suficiente y que disparara. Y el muy hijo de

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puta se rio y no paró de reír todo el tiempo que forzaba su polla por mi garganta. Si nohubiera sido un cobarde de mierda, habría obtenido la escapatoria con la que soñaba acada minuto del día —dijo con amargura.

—No fuiste un cobarde —siseó Hayley con fiereza mientras las lágrimas leresbalaban a raudales—. No pienso quedarme aquí sentada y permitir que lo pienses olo digas.

Silas hizo un triste intento de sonreír al oír su apasionada defensa, pero fracasómiserablemente.

—Después de que se corriera en mi cara y me obligara a limpiarle la polla alametazos, mis padres entraron en la habitación, colocados y borrachos como monas,como siempre. Aún hoy no sé por qué durante un segundo incluso llegué a tener laesperanza de que me ayudarían. De que les cabrearía que un maldito extraño acabase deabusar sexualmente de su hijo. Fue una idea estúpida, porque nunca antes habíanmovido un dedo para ayudarme. Pero peor que estuvieran allí riendo, ¡riéndose!, fue lasúbita chispa de excitación y… codicia… en los ojos de mi viejo. Supe que la habíacagado al no conseguir que el tipo me disparara y que iba a lamentar esa decisión elresto de mi vida. Porque ahora mis padres tenían una nueva fuente para obtener eldinero que tanto anhelaban, pero por el que no estaban dispuestos a mover el culo.Empezaron a prostituirme a hombres a los que les importaba una mierda la edad del queles estaba comiendo el rabo.

—¡Los odio! —exclamó Hayley con furia, con su bello rostro todavía cubierto delágrimas—. Por Dios, me gustaría haberlos matado yo. Merecían morir.

Se volvió a inclinar, esta vez para envolverlo en sus brazos, lo apretó con todas susfuerzas mientras apoyaba la cabeza en su hombro, pero él estaba tan entumecido yhelado, perdido en el pasado, que era incapaz de sentir el calor reconfortante o elconsuelo que le brindaba.

—Aguanté lo peor durante dos años. Obligado a mamársela a cualquiera que pagaralo suficiente. Por fin, una noche, cuando tenía once años, mis queridos papaítosvinieron a casa tras reunirse con un «cliente» potencial. Me dijeron con toda la calmadel mundo que podían ganar más dinero si hacía algo más que comer pollas, y quetenían varios clientes interesados en follarse a un jovencito. Todavía hoy no sé lo quepasó. Algo dentro de mí se rompió y era como si ya no estuviera dentro de mi cuerpo,sino fuera de él, observando pasivamente cómo, por primera vez, me rebelaba. Losmandé a la mierda.

»Mis padres cogieron un cabreo impresionante. Me golpearon una y otra vez con lasmanos, puños, cinturones, un taco de billar, lo que fuera que pillaran, y una parte de míaceptaba que por fin iba a morir y lo esperaba con alegría. Solo podía pensar en quepor fin sería libre y estaría en paz.

»Pero luego fue como si volviera a entrar en mi cuerpo y no pudiera ni sentir elterrible dolor que había sentido hacía tan solo unos segundos. No sentía nada en

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absoluto excepto una rabia horrible que me abrumaba. Los maté con mis propias manos.Toda la rabia contenida, el dolor y la pena con la que había vivido desde que podíarecordar brotaron de golpe y no podía parar.

Miró hacia sus manos abiertas, ahora muchísimo más grandes que aquellas quehabían destrozado a dos adultos, y todavía podía ver el rojo brillante de su sangremanchándolas. Las cerró en un puño, negándose a sentir remordimiento por habermatado a dos monstruos desalmados.

—La policía llegó segundos después de cargármelos. Luego descubrí que un señormayor del barrio lo había visto todo, ya que los gilipollas de mis padres ni siquiera semolestaron en cerrar la puerta. Él era inválido y no podía ayudarme, pero llamó a lapolicía. Todavía puedo ver la expresión en la cara de aquellos polis. Estabanhorrorizados. No por lo que yo había pasado, sino por lo que había hecho.

Apretó la mandíbula al recordar como uno de los agentes susurró a su compañero:«Lleva la muerte en los ojos. El pobre chaval nunca ha tenido una oportunidad. Lo hanconvertido en un monstruo y parece que lo que han conseguido ha sido crear unaincontrolable máquina de matar». No estaban equivocados. Era un monstruo. No sepodía luchar contra la genética.

—No tuvieron ninguna duda de que había sido en defensa propia. Eso era evidente.Pero también habían visto de lo que era capaz, a pesar de ser tan joven, por esoconsideraron que era una amenaza. En vez de mandarme a un centro de acogida, memetieron en uno para delincuentes juveniles para que no me metiera en problemas yproteger así a la ciudadanía. Pensaron que eso suprimiría mis «tendencias violentas».Estaban equivocados, pero yo aprendí a manejarme en el sistema. Cuando cumplídieciocho, ya había aprendido todo lo necesario para crear y vivir la vida que yoquería.

Encogió los hombros con indiferencia, pero por dentro el corazón lo estabagolpeando con tal fuerza que sentía incluso vértigo.

—Así que ya lo ves, Hayley, el hombre al que entregaste tu inocencia es un asesinodespiadado que se pone enfermo si una mujer se acerca a su polla con la boca. Menudajoya fuiste a elegir.

Siguió con la vista clavada en la pared, negándose a ver el asco que seguro reflejabala cara de Hayley.

Ella levantó la cabeza de su hombro y él se quedó aguardando el juicio inevitable.—Joder, ¿me estás vacilando? —gritó ella.A pesar de que no quería hacerlo, se vio obligado a mirarla, atónito por su

vehemencia. No había asco, lástima o condena en su rostro. Tan solo pura y absoluta…rabia. Por él, no contra él.

Por un momento, la esperanza que brotó por sorpresa de las profundidades de unalma que no creía poseer más lo dejó sin aliento.

—Pero ¿qué narices le pasaba a esa gente? ¿Qué gilipollas ve a un niño

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horriblemente maltratado y lo manda a un centro de detención de menores en lugar dedarle la ayuda que merece? Joder, Silas, ¿por qué?

Apabullado por su defensa vehemente y totalmente inseguro sobre qué hacer con lamujer que había llorado por él, lo había abrazado y apoyado mientras confesaba suspecados, y luego se había desgañitado de rabia a un volumen que seguramente habíallegado a los vecinos del piso de abajo, acarició su rostro todavía húmedo con dedostemblorosos, sin tener ni idea de cómo responder. Era lo último que se habría esperado.

—Cielo, yo era un peligro para la sociedad —dijo en voz baja.Ella resopló y lo miró encolerizada.—Y una mierda eras un peligro para la sociedad. Sinceramente, el mundo necesita

más gente como tú —su tono se suavizó mientras lo rodeaba con los brazos—.Protectores. Gente que se preocupa y que defiende lo que está bien cuando nadie más lohace. Tú me salvaste, Silas. Eres mi ángel de la guarda.

Silas la abrazó con fuerza, se recostó en la cama y la arrastró con él. Un desconocidoescozor le quemaba los ojos. ¿Qué se suponía que tenía que hacer con ella? No semerecía a esta mujer maravillosa, tan enfadada por lo que el destino le había deparadoen su niñez. No se lo diría nunca, pero por primera vez no sentía arrepentimiento por sutortuoso pasado, porque todo lo que había soportado, todo el horror y la violencia, lohabían conducido a ella años más tarde. Y cualquier tormento merecía la pena si elresultado final era tenerla a ella ahora en sus brazos.

La abrazó todavía con más intensidad, abrumado y humillado por su defensaapasionada. Hundió la cara en su cabellera porque no se sentía capaz de mirarla sinsucumbir a las lágrimas que le quemaban como ácido en los ojos.

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26

Hayley no pegó ojo esa noche, acurrucada en brazos de Silas. La había abrazado conferocidad, sin aflojar ni por un momento el abrazo, casi como si tuviera miedo dedespertar y que ella se hubiera ido. Se había quedado destrozada al ver cómo la mirabacon aquellos ojos vacíos, la desesperanza tallada en piedra en su rostro mientrasrevelaba sus secretos más aterradores, esperando que ella lo condenara y se marchase.

Pasó el resto de la noche dando vueltas sin cesar a lo que le había contado, no sabíasi poner en práctica la idea que se le había ocurrido. Estaba despierta cuando élempezó a moverse, pero cerró los ojos y fingió estar profundamente dormida para queél no supiera que había pasado la noche insomne en sus brazos, sin poder decidir sobresi intentarlo o no.

Era mucho lo que dependía de su éxito. Este era uno de los casos en los que eramuchísimo mejor dejar las cosas como estaban y no intentar nada que hacerlo y que teestallara en la cara. Tenía tanto que ganar… y todo que perder.

Ella sintió sus labios en la frente, en las mejillas y finalmente en sus labios.Pestañeó, abrió los ojos y sonrió a Silas.

—Buenos días, princesa.En lugar de responder, levantó la parte superior del cuerpo y se giró sobre él para

besarlo con pasión al tiempo que lo reclinaba de nuevo contra la almohada.Sus ojos brillaron con regocijo y una sonrisa suavizaba los rasgos duros de su boca.—¿Qué es esto? —murmuró.Ella le puso la mano en el pecho para indicarle que quería que se quedara justo

donde estaba.—Tú déjame hacer —susurró contra sus labios mientras su lengua se introducía para

explorarle cada centímetro de la boca.—Que no se diga que le niego nada a mi niña. Sobre todo cuando me da así los

buenos días.Ella siguió explorándole con suavidad la boca y la cara, además de recorrerle toda

la piel. Por último, se retiró y lo miró con gesto serio: reunía el valor para afrontar elriesgo al que estaba a punto de enfrentarse.

—¿Confías en mí, Silas?Él frunció el ceño, obviamente sorprendido por la pregunta.—Claro que sí, princesa. Además de mis hermanos, eres la única persona del mundo

en la que confío sin reservas.Pareció sorprenderse por lo que acababa de admitir y el asombro se le veía en la

cara, casi como si no se hubiera parado antes a considerar la cuestión y su respuestahubiera sido automática, pero ahora se diera cuenta de que era cierta. Una intensa

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sensación de satisfacción recorrió sus venas, pero aun así, quería estar completamentesegura.

—No, Silas, me refiero a si confías en mí de verdad —dijo con total seriedad.Su ceño se profundizó todavía más y le pasó las manos por las caderas y costados

antes de atraerla hacia sí, hasta que sus caras quedaron prácticamente pegadas.—¿Qué pasa, Hayley? ¿Qué te tiene tan preocupada e insegura? Y la respuesta es sí.

Confío en ti como no he confiado nunca en nadie, incluidos mis hermanos. ¿Cómo nohacerlo si después de contarte mis secretos más vergonzosos, cosas que ni siquiera hecompartido con mis hermanos y mucho menos con cualquier otro ser viviente, tú nuncame has juzgado o condenado? Joder, si incluso querías cargártelos a todos, desde mispadres al degenerado que me violó, pasando por los polis que me mandaron al centrode menores. Tú me has hecho sentir completo, mi querida niña. Me has dado algo sin loque llevaba muchísimo tiempo viviendo: esperanza.

Las lágrimas le empañaron la vista; su respiración escapaba en jadeos entrecortadosy se le agitó el pecho con el esfuerzo de calmar la respiración. Y los nervios.

—Ahora quiero que confíes en mí —dijo acariciando su mejilla con los dedos—. Mepasé la noche despierta pensando en lo que te sucedió y en que a causa de ese terribleabuso no soportas la idea de que alguien te haga sexo oral. Y lo entiendo. Créeme quelo entiendo. No me puedo imaginar que nadie en tu situación reaccionara de maneradiferente.

Él seguía mirándola con expresión perpleja; la incomodidad claramente reflejada enlos ojos.

—Tú dime qué tienes en mente —respondió en voz baja.Ella tomó aliento.—Tu única experiencia con el sexo oral fue aberrante, humillante y degradante. Pero

nadie te ha tocado nunca así con… amor. Nada de lo que hicieron fue consentido.Déjame mostrarte la diferencia, Silas. Quiero demostrarte mi amor. Déjame ofrecerteeso. Si en cualquier momento te sientes incómodo o esto te trae demasiados recuerdosdolorosos, pararé. Nunca te obligaría a hacer algo que te causase dolor. Pero déjameintentarlo. Déjame mostrarte la diferencia entre alguien que solo te está forzando yhumillando y alguien que solo quiere amarte.

Su silencio fue tan largo que pensó que había cometido un gran error. Su expresiónera sombría, con la mirada distante, perdida a miles de kilómetros. Ella desvió la vistay se mordió el labio para contener las lágrimas.

Silas le rodeó la barbilla con su enorme mano y le deslizó el pulgar sobre la mejillaen la más dulce de las caricias.

—Mírame, princesa.Obedeció a regañadientes, y una llama de esperanza se prendió en su corazón al ver

la ternura reflejada en sus ojos.—No sé ni qué decir. Nadie me había ofrecido jamás un regalo tan desinteresado.

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Nadie ha procurado nunca rectificar los errores del pasado. Nadie se ha preocupadojamás lo suficiente. Lo intentaré, mi dulce niña. Lo intentaré por ti. Pero quiero quesepas que si no puedo…, si no puedo hacerlo, no tiene nada que ver contigo y nosignifica que te rechace. No quiero hacerte daño, cariño. No te haría daño por nada delmundo y no quiero decepcionarte si no soy capaz de soportarlo.

Ella se abalanzó sobre su cuello y lo abrazó con todas sus fuerzas.—Nunca —prometió—. Aquí la importante no soy yo, Silas. Eres tú. Solo tú. Mis

sentimientos aquí no pintan nada. Y nunca vas a decepcionarme. Ya me basta con queconfíes en mí lo suficiente para dejarme intentarlo. Solo quiero hacerte sentir feliz ycompleto.

Él hundió la cara en su pelo y la abrazó con la misma intensidad que ella.—Ya lo haces, mi hermosa niña. Ya lo haces.Ella se apartó y lo besó con pasión; volcaba su corazón, su alma y su amor en cada

beso que compartían. Le rodeó la cara entre las manos y le hizo el amor a su boca,imitando exactamente cómo pensaba hacérselo a su polla. Succionó suavemente sulengua, la acarició con la punta de la suya: le ofrecía un adelanto de lo que vendría acontinuación.

Luego se colocó a horcajadas sobre sus caderas y empezó a mordisquearle, morderley succionarle el cuello; primero a un lado y después en el otro. Extendió las manossobre su pecho mientras seguía bajando, dejando caer el cabello sobre su piel. Silasrecogió la melena con la mano para poder verle la cara mientras prodigaba su amor yatención sobre su pecho y abdomen.

Ella sentía su ardiente mirada fija en su cara, sentía la polla en el vértice de suspiernas, totalmente tiesa y rígida; un hierro candente contra su piel. Rezó con todo sucorazón porque él no volviera al pasado y perdiese todo deseo en cuanto ella secentrase en su magnífica erección.

Se tomó su tiempo trazando una pausada ruta descendente por su espléndido cuerpo.Ella quería que él se fuera aclimatando poco a poco para no desencadenar unarespuesta negativa por apresurarse. Se detuvo al llegar a la ingle, le besó el peloensortijado que nacía justo debajo del abdomen y, usando las manos, le fue separandolas piernas centímetro a centímetro hasta que se abrió a ella. Se animó al ver que suerección no había cedido un ápice, con cada una de las venas tensas y marcadas y elglande que apuntaban al ombligo.

Aun así, evitó el contacto directo con su polla y se dedicó en su lugar a lamerle ybesarle la cara interna de los muslos mientras usaba las uñas para rozarle los testículoscon mucha suavidad. Mientras alternaba besos suaves en sus muslos, recorriéndolos dearriba abajo, sus manos se iban tornando más atrevidas y le colocó los huevos en lapalma de la mano para acariciarlos.

Cada vez que intentaba algo nuevo, que llevaba las cosas más lejos, contenía larespiración esperando la inevitable rigidez y que él la apartara. Sin embargo,

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permaneció relajado, aunque podía ver el esfuerzo en su cara y su propia preocupaciónpor no ser capaz de superar los demonios de su pasado. Le partía el corazón que estehombre, tan fuerte y orgulloso, hubiera recibido un trato tan cruel precisamente a manosde la gente que tendría que haberlo protegido y defendido hasta el último aliento. Éltendría que haber sido su absoluta prioridad, no las fiestas, el alcohol y las drogas niusarlo para descargar su profunda infelicidad por las decisiones que ellos mismoshabían tomado. Se le encogía hasta el alma, porque él era el primero en no merecer lastraiciones y múltiples injusticias cometidas por la gente que debía cuidarlo.

Se le aceleró el pulso y el miedo le atenazó el pecho al pasarle la lengua sobre loshuevos, lo que reemplazaba el delicado toque de sus dedos. Conocía al dedillo cadauna de las señales de su lenguaje corporal y sabría de inmediato si iba demasiado lejos.Fue un alivio cuando él no se puso tenso al sentir su boca moverse amorosamente sobresu escroto, succionando suavemente la piel contraída justo debajo de su pujanteerección.

Siguió prodigándole sus tiernas atenciones: lamiendo, succionando y acariciando susmuslos con suavidad hasta que, para su deleite, él dejó escapar un profundo gemido deplacer. Se atrevió a levantar la mirada y lo vio con la cabeza echada hacia atrás, losojos cerrados y una expresión de éxtasis absoluto. Cautivada por el placer grabado encada uno de sus rasgos, siguió contemplándolo un buen rato, con la emociónatenazándole la garganta.

No queriendo interrumpir el momento o darle tiempo para recrearse en el pasado,volvió a ponerse manos a la obra, solo que esta vez lamió la base de su polla, animadapor su reacción ante sus actos.

Él se puso completamente rígido, tensó las caderas hacia arriba en un gesto casiviolento. Ella se maldijo, se retiró de inmediato y lo miró con ansiedad, al borde delllanto, por haberlo presionado tanto y haber ido tan rápido.

—¿Quieres que pare? —preguntó con desaliento.El abrió los ojos de par en par.—¡Dios, princesa, no! ¡Como pares ahora me muero!Su negativa fue tan apasionada, su rostro tan sonrojado y sus ojos brillaban con una

pasión tan descarnada que casi se le escapa un grito de alivio, pero hizo lo que le pedíay volvió de inmediato a colmar de amor y afecto sus partes más íntimas.

Succionó en el exterior, prestó especial atención a la gruesa vena que discurría a lolargo de la parte inferior de la polla y luego recorrió delicadamente el glande parasaborear las saladas gotas de líquido preseminal que perlaban la punta.

—Por favor —exclamó él a duras penas—. Tómame en tu boca, princesa. Hazme elamor.

Ella rodeó la base con la mano, la acarició de arriba abajo y volvió a mirarlo conincertidumbre.

—No he hecho esto nunca antes, Silas. Tienes que decirme si hago algo que no te

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gusta. Dime qué te gusta. Cómo darte placer.Él soltó un gemido torturado.—Si me das más placer, me desmayo. Cielo, es imposible que no me des placer. Y si

te sirve de consuelo, tengo tan poca idea de esto como tú. Así que aprenderemos juntos.Ella le dedicó una sonrisa tímida y bajó la boca para continuar succionando despacio

el glande y luego seguir bajando, centímetro tras delicioso centímetro. Decidida ametérsela entera hasta que no hubiera parte que no estuviera completamente rodeadapor su boca, soltó aire por la nariz y contuvo la arcada refleja. La polla chocó contra elfondo de su garganta mientras él susurraba ininteligibles sonidos agónicos.

Más líquido preseminal le cayó en la parte trasera de la lengua, y ella fue tragandocon ansia a medida que sus movimientos se volvían más confiados y agresivos. Puedeque no tuviera ni idea de lo que estaba haciendo, pero el instinto y su convicción deproporcionar a ese hombre un placer inmenso compensaban su falta de experiencia.Chupó y tragó, llevándosela hasta el fondo de la garganta y quedar con la narizpresionada contra su ingle. Luego cerró la mano alrededor de la base y la agarró confuerza, bombeando arriba y abajo al mismo ritmo que la fricción de su boca.

—Hayley, princesa, me corro —jadeó él, maravillado.Intentó apartarla tirándole del pelo, pero ella se resistió. Ni de coña rechazaría

jamás ninguna parte de Silas. Lo quería todo de él. Nunca permitiría que pensase que lerepugnaba algo relacionado con él. Por primera vez, desobedeció abiertamente y senegó a que la apartara. Se agarró con más fuerza y aumentó la fricción y el ritmo parallevarlo al orgasmo.

Aquello era todo suyo. El chorro salió disparado con fuerza en la boca hastagolpearle el fondo de la garganta y cubrirle la lengua. La llenaba tan rápido como podíatragar, y se negó a dejar derramar ni siquiera una gota de sus labios.

Le estaba dando algo que no le había dado nunca a ninguna otra mujer, y eso leproducía una sensación de satisfacción salvaje y primitiva. Ahora entendía como sesentía Silas siendo su primer amante. Por haberla tocado y llenado en lugares queningún otro hombre había visto y mucho menos tocado. Porque eso, darle eso a Silas yser la única en recibir eso de él, era todo suyo.

Continúo tragando los últimos vestigios de su clímax y luego lamió y succionóamorosamente, bajándolo de su orgasmo y limpiándole hasta la última gota de semen dela polla, todavía rígida.

Cuando por fin dejó que el pene escapase de su boca, él la agarró por debajo de loshombros y la arrastró sobre su cuerpo hasta dejarla tumbada encima de él.

Sus ojos brillaban con tanta emoción, tantas reacciones distintas, que era imposibledescifrarlas todas. Le acarició con la mano la mejilla y le sujetó el pelo detrás de laoreja a la vez que seguía mirándola fascinado.

—No tengo ni idea de qué decir ahora mismo, Hayley —dijo con voz ahogada—. Notienes ni idea de lo que esto ha significado para mí. Que hayas hecho esto por mí, que

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no estés asqueada después de oír todo lo que te he contado… No sé ni qué hacercontigo en estos momentos.

Ella sonrió.—Bueno, si tengo que decírtelo, entonces no tiene ninguna gracia.Él se echó a reír. La dejó maravillada con el sonido de su risa. Tan llena de gozo,

ligera, despreocupada. Como si le hubiera quitado un peso inmenso de los hombros.—La has jodido, querida mía —dijo con un brillo malévolo en los ojos.Ella enarcó una ceja y ladeó la cabeza en gesto interrogativo.—Me temo que has creado un adicto al sexo oral. Las mamadas son mis nuevas

mejores amigas. Vas a tener que hacerlas más a menudo ahora. Mucho más a menudo.Ella sonrió y luego rompió a reír.—¿Y eso es un problema?Él gimió, la abrazó con fuerza, introdujo los labios en su melena y la besó una y otra

vez.—¿Qué he hecho para merecerte? —preguntó casi sin voz—. Todavía me despierto

cada mañana y me pregunto si ha sido todo un sueño. Y luego te veo entre mis brazos yme maravilla que no solo eres muy real, sino que también eres mía.

—Y seré tuya todo el tiempo que tú quieras —respondió ella con absolutasinceridad.

La mantuvo así abrazada un largo rato, sin que ninguno de los dos perturbara esa paz.Hasta que él lanzó un suspiro que sonaba a arrepentimiento.

—Deberías estar ensayando hoy, princesa. No queda nada para tu recital.Ella levantó la cabeza para mirarlo.—Lo sé y estoy aterrorizada. ¡Me preocupa tanto que me entre el pánico o

bloquearme en el escenario y que todo el mundo me esté mirando mientras yo estoy ahí,incapaz de tocar!

Él la abrazó con más fuerza.—Eso no va a pasar. Tienes un talento increíble.—Tú vendrás, ¿verdad? —preguntó ella con ansiedad.Él sonrió y se inclinó para besarle la nariz.—No me lo perdería por nada del mundo, princesa.

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—¿Ahora? —preguntó Silas sin intentar disimular su irritación—. Pero ¿quénarices…? ¿No puede esperar?

Sentada a su lado en el coche, Hayley lo miró de reojo con curiosidad. Acababa derecogerla de la escuela y había planeado llevarla a comer y hacer todo lo posible paraque no pensara en la actuación de esa noche. Ahora no iba a poder ser.

Mierda.Apretó los labios, pero también sabía que no podía hacer caso omiso de la llamada

de Drake. Había dicho que era importante y que estaba llamando a todos sus hombrespara que estuvieran allí lo antes posible.

Soltó una retahíla de improperios por el teléfono y le dejó claro a Drake lo quepensaba de su elección del momento oportuno.

—Está bien. Ya voy, pero primero tengo que dejar a Hayley en casa.Dejó el móvil en el salpicadero y miró a Hayley con cara de arrepentimiento sincero.—Lo siento, princesa. No voy a poder llevarte a comer. Drake ha convocado una

reunión importante. Tengo que ir para allá en cuanto te deje en casa.Ella sonrió y le apretó la mano.—No te preocupes, Silas. Me haré algo de comer en casa. Tampoco tengo mucha

hambre y me gustaría ensayar al menos una vez más antes de la actuación de esta noche.—Está bien, pero no salgas del apartamento sin mí. Volveré a tiempo para llevarte al

auditorio. Luego nos iremos a cenar para celebrarlo. ¿Te parece bien?Ella le dedicó otra sonrisa que casi lo derrite.—Me gusta mucho más esa idea que ir a comer antes —admitió apesadumbrada—.

Al menos así no tendré miedo de vomitar por todas partes.Le brillaban los ojos de orgullo cuando le devolvió el apretón.—Lo vas a hacer genial —dijo suavemente.Condujo más rápido que de costumbre hasta el apartamento e insistió en acompañarla

hasta arriba, donde le recordó que cerrara bien todos los cerrojos. Luego se apresuró abajar con cara de pocos amigos por la maldita reunión que Drake había convocado.¿Ahora? ¿Precisamente hoy? Había prometido a Hayley que comerían juntos y luegotenía pensado pasar la tarde distrayéndola de la actuación de la noche. Cualquiera quefuera la mosca que había picado a Drake, más le valía que lo arreglara antes de la horadel recital de Hayley.

Cuando llegó a Impulse, el club nocturno propiedad de Drake, el resto de loshombres ya estaba allí y Drake lo miró con alivio.

—¿Qué es tan urgente? —preguntó al tiempo que tomaba asiento cerca de Drake.—Algo está pasando con los Vanucci —dijo Drake en tono sombrío—. Tienes que

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llamar al informante que tienes en la organización de los Vanucci para ver qué sabe ypara que esté más pendiente. Pregúntale por qué narices nos está ocultando lo que estápasando allí. Los Luconi afirman que tienen información muy urgente, noticias de unaamenaza inminente; no para ellos, pero sí para uno de nosotros. Me han pedido que mereúna con ellos esta noche.

Silas arqueó una ceja.—¿Crees que mi hombre nos ha traicionado?—Eso quiero que averigües, y si es así, que le des su merecido —respondió Drake

sin rodeos.—No vas a ir solo a esa reunión —afirmó Silas en un tono que no admitía réplica.Puede que Drake llevara la voz cantante en la mayoría de las cuestiones de negocios,

pero cuando se trataba de seguridad, la palabra de Silas iba a misa.—No lo haré —dijo Drake con mirada resignada—. Maddox, Zander y Jax vendrán

conmigo. Evangeline tiene una cita con el médico a la que no puede faltar y, después, suclase de Lamaze. Necesito que la lleves tú, Silas. Es imperativo que no reciba ningúndisgusto. No sospechará que estoy en peligro si tú no estás conmigo.

—¿Entonces vas a mentirle? —preguntó Silas, parpadeando sorprendido.—¡No! —gritó Drake. Se pasó la mano por el pelo con gesto cansado—. Solo que no

voy a darle todos los detalles y ni de coña voy a decirle que pende sobre nosotros unaamenaza desconocida y no verificada. Te quiere y se siente a gusto contigo. Si yo nopuedo estar con ella para la cita del médico y la clase de lamaze, quiero que laacompañes tú. Sé que no permitirás que le pase nada malo.

Silas cerró el puño, con el rostro desencajado por la rabia. Lo embargaba unasensación de impotencia que no hacía más que acrecentar su ira. ¿Qué cojones sesuponía que debía hacer? Nunca podría dar la espalda a Drake, o Evangeline, a ningunode sus hermanos ¿y, sin embargo, sí que tenía que hacerlo con Hayley?

—Tío, ¿qué pasa? —preguntó Maddox con voz queda.Silas se negó a mirarlos.—El recital de Hayley es esta noche y le había prometido que iría.Su declaración fue seguida por un coro de maldiciones.—Yo llevaré a Evangeline —dijo Maddox con calma, mirando a Drake en busca de

confirmación.Drake titubeó, con un gesto de remordimiento tensando sus facciones.—Joder. En cualquier otra situación no dudaría en asignarte a Evangeline. Pero tiene

que ser Silas. Evangeline conoce su función y, mientras esté con ella y no conmigo, nose le pasará por la cabeza que me estoy reuniendo con el enemigo con el que me healiado.

—No dejaré a Hayley sin protección —dijo Silas con dureza y la mandíbula tantensa que le estaba empezando a doler la cabeza.

—Por supuesto que no —dijo Drake—. No dejaría desprotegido a alguien importante

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para ti, igual que tú. Muy bien, nuevo plan. Maddox, llévate a Justice y Zander paracubrir a Hayley. No la perdáis de vista y llevadla al recital y luego de vuelta a casa deinmediato. Quedaos con ella hasta que vuelva Silas. Los demás vendrán conmigo. Elgerente del club tendrá que ocuparse de Impulse un par de horas esta noche. Es másimportante que nosotros estemos en otros lugares.

Vaciló y lanzó una mirada de arrepentimiento y disculpa de verdad en dirección aSilas.

—Sé lo que te estoy pidiendo y lo siento. No te lo pediría si no fuera absolutamentenecesario —dijo en voz queda.

Silas asintió, con la mandíbula todavía apretada. Con aquellas palabras, Drake decíaque Evangeline era lo primero. Antes de Hayley, Silas habría estado totalmente deacuerdo. ¿Pero ahora? Evangeline debía ser lo primero para Drake, sí. Pero no paraSilas. Ni para ningún otro hombre que tuviera una mujer propia a la que proteger.Evangeline no era más que Hayley y tampoco era más importante. Nunca se habíasentido tan impotente en su vida y lo enfurecía estar en una posición insostenible.

Después de esa noche, cuando todos tuvieran más tiempo y no hubiera tanto peligrorelativo a su seguridad, Silas tendría una larga charla con Drake sobre sus prioridadesde aquel momento en adelante. Por ahora, Silas debía hacer una llamada, una que temíacon todo su corazón. Debía a Hayley una explicación cara a cara, pero no había tiempo.Tan solo esperaba que fuera capaz de perdonarlo, igual que había hecho tantas vecesantes, y que le diera otra oportunidad de demostrarle que ella lo era todo para él.

Hayley estaba entre bambalinas, deseando poder sentir la misma emoción que suscompañeros por su primer recital. Había estado emocionada. La idea de subir alescenario y compartir su música con cientos de personas no la había entusiasmado tantocomo saber que Silas la vería actuar desde la primera fila, con la mirada llena deorgullo.

Pero Silas no estaba allí y no iba a estar allí, ya que, una vez más, iba a pasar latarde con Evangeline. ¿Cómo podía haberle dado plantón en el último minuto despuésde haberle prometido esa misma tarde que nada impediría que fuera?

«No me lo perdería por nada del mundo, princesa».Las lágrimas le quemaron los párpados y parpadeó enfadada, decidida a que nadie

fuera testigo de su dolor y humillación. No podía ir.¿Y cuál era el importantísimo motivo por el que no iba? Evangeline. Odiaba a la

mujer celosa en que se estaba convirtiendo, pero no sabía cómo detenerlo. Cada vezque desechaba la posibilidad de que Silas tuviese algún tipo de relación con la esposade Drake, algo sucedía que le hacía darse cuenta de lo imbécil que había sido pornegarlo.

Era una pedazo de idiota. Una idiota crédula, confiada e ingenua.—Tierra llamando a Hayley. —La profunda voz de Maddox resonó a su lado con

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tono de chanza.Ella se dio la vuelta, rezando para que sus ojos y su rostro no revelaran el dolor que

sentía.—Perdona, Maddox. ¿Qué decías?Maddox la escrutó atentamente.—Oye, ¿estás bien? Te estaba preguntando si necesitabas algo.Ella se encogió de hombros.—Estoy bien, en serio. Un poco nerviosa, si acaso.Zander y Justice salieron de entre las sombras donde estaban esperando, apoyados en

la pared.—No tienes por qué estar nerviosa —gruñó Zander—. Sal ahí fuera, clávalo y

estaremos en casa dentro de menos de una hora y media.—No pienso ir a casa justo después —afirmó tajantemente—. Una de mis

compañeras me ha invitado a una fiesta después del recital. Estoy segura de que Silasno llegará pronto en cualquier caso y es mejor que pasar la tarde sola en una casavacía.

Maldijo en silencio al notar la amargura que rezumaban sus últimas palabras.Se quedó perpleja al ver a los hombres intercambiar miradas de incomodidad.—Eh, lo siento, Hayley, pero no va a ser posible —dijo Justice con una mueca—.

Silas nos dio instrucciones estrictas de que te lleváramos de vuelta al apartamento encuanto acabara el recital. Nosotros tenemos que ir a otro sitio esta noche y no podemosacompañarte a la fiesta.

Los labios de Hayley se apretaron en una fina línea de indignación.—A ver si os he entendido bien: ¿Silas os ordenó que me llevarais directamente a su

apartamento después del recital cuando ni siquiera sabe cuándo estará en casa nisiquiera si vendrá a casa esta noche? —gritó—. Pero no importa, porque no recuerdohaberos invitado a la fiesta, así que no tenéis que preocuparos de que interfiera en losasuntos importantes que debéis resolver. De hecho, no veo por qué tenéis que estar enmi recital. No es importante, ni nada de eso; podéis marcharos a atender cuestiones másurgentes. Cogeré un taxi después de la fiesta. Llamad a Silas. Seguro que no le importa—dijo sarcástica.

Maddox carraspeó.—Eh, tampoco podemos hacer eso. Lo siento, cielo, pero no podemos molestar a

Silas salvo que sea una emergencia y esta noche están pasando un montón de cosas. Poreso, lo mejor es que te llevemos al apartamento, donde estarás segura.

Hayley se quedó boquiabierta, y esta vez, a pesar de sus esfuerzos, no pudo controlarlas lágrimas acumuladas que quemaban como el ácido. La situación solo empeoró alver la compasión evidente que reflejaban los ojos de Maddox.

Zander tenía una expresión sombría y los labios de Justice se curvaban en una muecade enfado.

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—Y una mierda —soltó Justice—. Hay un montón de cosas que no entiendes, Hayley,pero quiero que entiendas esto al menos. Eres importante para todos nosotros. Sobretodo para Silas. Y no quiero que pienses lo que estás pensando y ten por seguro que noquiero que nos mires con lágrimas en los ojos.

—Cariño, danos esta noche —añadió Maddox con gentileza—. Te juro que te loexplicará todo, pero ahora tienes que salir a bordar tu actuación.

—Como Silas no le explique las cosas esta noche, pienso hincharme a darle tortazos—gruñó Zander.

Ella giró rápidamente la cara para que no pudiesen ver el reguero de lágrimas.—Ya recibí toda la explicación que necesitaba cuando Silas me prometió que no se

lo perdería por nada del mundo y luego me llamó para decirme que Evangeline era másimportante.

—¿Qué?—Pero ¿qué narices dices?—Hayley….Saltaron todos a la vez y con tanta vehemencia que no sabía ni quién había dicho qué.—Me tengo que ir —respondió con voz ahogada, agradeciendo que uno de los

tramoyistas llamara a los músicos a ocupar sus puestos.Salió huyendo al escenario y se colocó en su silla. Cogió el violín e inspiró

profundamente para calmarse e intentar recuperar con valentía la compostura. No podíafastidiarla. No podía permitir que sus sentimientos arruinaran su actuación.Desesperada por despejar la mente y ofrecer el concierto de su vida, se centró en supadre, en lo orgulloso que estaría de ella y en su convicción de que podía estarexactamente donde estaba en aquel momento. Se sintió en paz en cuanto tocó la primeranota y la melodía evocadora de los violines destacó por encima de la orquesta. No lodecepcionaría. Ni ahora, ni nunca. Haría esto por él.

En cuanto el último eco de su violín se hubo disipado lentamente y el solo de Hayleyindicó el final del concierto, el público prorrumpió en aplausos, poniéndose en pie paraaclamarla junto con el resto de los músicos.

Hayley se levantó para hacer una reverencia con lágrimas en los ojos. En cuanto cayóel telón, abandonó el escenario a toda prisa, evitando la multitud de felicitaciones y laeufórica celebración de sus compañeros. Se detuvo al borde del escenario paraeliminar deprisa las pruebas de su emoción y se inclinó para guardar el violín.

Se tensó al sentir que una mano recia le apretaba el hombro y se detuvo un instanteantes de levantarse para mirar a Maddox a los ojos.

—Lo has hecho genial, cielo. Lo has clavado, sin lugar a dudas.Esbozó una leve sonrisa de agradecimiento mientras Zander y Justice se abrían paso

a empujones para crear una barrera entre ella y la estampida de gente que charlabaanimadamente y chocaba las manos como locos.

—Venga, vamos a casa —dijo Justice con tono suave—. Hablaremos después. Te lo

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prometo.Ella se quedó callada y dejó que Zander le llevara el estuche del violín. Siguió a

Maddox en dirección a la salida más cercana, con Zander y Justice flanqueándola.—¡Hayley!Hayley se giró un momento para saludar con la mano y lanzar una sonrisa desganada

a Kara, la primer chelo, que era la que había organizado la fiesta tras el concierto. Noquiso sacarla de su error cuando le dijo alegremente «¡Nos vemos luego!». Le dabademasiada vergüenza explicarle que no iba a poder ir y aún más la razón.

En cuanto el aire frío de la tarde le golpeó el rostro, se le hizo un nudo en la gargantay titubeó, trastabillando al inclinarse hacia delante para controlar el estallido denervios que intentaban encontrar una vía de escape. Había conseguido contenerlos,junto con el revuelo de sus sentimientos, durante la actuación, pero ahora por fin estabareaccionando y le temblaban las rodillas con violencia.

—¿Hayley? ¿Qué te pasa? —preguntó Justice, alarmado—. ¿Vas a vomitar?Se limpió la boca con el dorso de la mano y volvió a enderezarse bruscamente.—Estoy bien —dijo con voz impasible.Zander, que se había detenido justo delante de ella, se giró en su dirección justo

cuando Hayley vio, horrorizada, un coche en marcha peligrosamente cerca del pequeñogrupo que se encaminaba hacia el vehículo de Maddox. Las ventanillas delantera ytrasera del lado del copiloto se abrieron simultáneamente y asomaron dos armas. Losdisparos resonaron antes de que pudiera gritar para avisarlos.

Se lanzó contra Zander al tiempo que el estuche del violín chocaba contra el suelo.Intentó apartarlo desesperadamente, pero cuando su cuerpo impactó contra el deZander, sus brazos la rodearon como barras de acero y ambos cayeron al suelo con ungolpe sordo, quedando este encima de ella.

Ella gritaba su nombre. Sabía que lo estaba haciendo, y, sin embargo, no podía oírnada. Solo notaba la calidez de la sangre de Zander empapando su vestido y la totallaxitud de su cuerpo inconsciente.

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Hayley estaba acurrucada en una esquina de la sala de espera, cabizbaja y con lasrodillas apretadas con fuerza contra el pecho, meciéndose adelante y atrás. La policíala había interrogado sin parar, pero no tenía mucho que decirles. Todo había sucedidodemasiado rápido. Ni siquiera había podido ofrecer una descripción del vehículo,porque solo pudo ver las ventanas bajando y las armas apuntando en su dirección. Solorecordaba el terror y la certeza de que iban a matar a Maddox, Justice o Zander. Yluego a Zander, que la cubrió y recibió el impacto de la bala que iba destinada a ella.

Hayley estaba muy agobiada y se había ido poniendo cada vez más nerviosa, hasta elborde de la histeria, así que no podía recordar casi nada de los que dispararon. Soloque llevaban máscaras que les cubrían toda la cara menos los ojos. Cuando resultóevidente que su interrogatorio solo servía para alterarla más, los polis desviaron suatención hacia Justice y Maddox. Ellos, lívidos de rabia, estuvieron más preocupadospor Hayley que por colaborar con los agentes. La policía no dejó de hacerles preguntashasta que apareció un testigo presencial que dio a las autoridades una pista sobre elvehículo que conducían los matones.

Hayley, que no era plenamente consciente, ni siquiera durante su interrogatorio,estaba cada vez más encerrada en sí misma. Solo recordaba la sensación del peso deZander sobre su cuerpo y la calidez de su sangre que le cubría la piel y eso la abrumabay la torturaba.

Varias veces había notado que le daban un toquecito en el hombro o el brazo, peroella se apartaba; no quería salir de la nube de preocupación, tormento y culpa que larodeaba. No la habían dejado ir al hospital con Zander a pesar de que había gritado sunombre y luchado a brazo partido con Maddox y Justice cuando la apartaron a la fuerzadel cuerpo inconsciente y ensangrentado de este. No había permitido que nadie laexaminara, afirmaba que Zander era quien había recibido el disparo. Él era quiennecesitaba su atención. Y se había enfadado con la policía y sus repetidos intentos dedistraerla de su vigilia.

Se quedó inmóvil al oír a Maddox a un par de metros de ella hablar por teléfono conSilas para contarle lo sucedido.

—Tienes que venir ahora mismo —susurró Maddox—. Está muy traumatizada. Nodeja que nadie se le acerque. No, creo que no está herida, pero no está nada bien, tío.Te necesita ya. Se quedó destrozada porque no fuiste al recital. Empezó a comportarsede forma extraña después de que le dijéramos que teníamos órdenes de llevarladirectamente al apartamento. Quería ir a una fiesta a la que la habían invitado porquecreía que tú ni siquiera ibas a ir a casa esta noche. No era consciente del peligro ni dela amenaza, al menos hasta ahora. Joder, Silas, lo está pasando fatal y no sé qué hacer

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para ayudarla.Las lágrimas volvieron a resbalar por sus mejillas y los sollozos le estremecieron

los hombros. No quería a Silas allí. No, cuando estaba claro que ella significaba tanpoco para él. Zander no debería haber estado aquella noche en el concierto. No deberíahaber recibido un tiro.

Si moría por su culpa, nunca podría perdonárselo. No podría volver a mirar a la caraa los hombres reunidos en aquel momento en la sala de espera.

Se oyó revuelo al otro lado de la habitación y parte de ella fue consciente de lallegada de más amigos de Silas. Luego oyó una voz de hombre desconocida exigir conbrusquedad información sobre lo que había pasado y, cuando se dio cuenta de que eraDrake, las lágrimas volvieron a brotar a raudales. ¿Qué había pasado? ¿Sabía dóndeestaba su mujer y que Silas estaba con ella y no con Hayley, como había prometido?

—¿Y ella está bien? —preguntó Drake—. ¿Qué narices ha pasado? ¿Cómo ha podidopasar esto y quién cojones es el responsable?

Siguió gritando encolerizado, pero Hayley desconectó por completo de él y de todoslos demás. Todos estaban allí menos la persona que ella más quería que estuviese, ohabía necesitado que estuviese. En esos momentos no se sentía capaz ni de verlo.

—¿Quién está con Evangeline? —preguntó Drake con voz ronca.Hayley se encogió y cambió de postura para al mismo tiempo taparse con los brazos

las orejas, además de la cabeza.—Envié a Thane para que Silas pudiera venir aquí lo más rápido posible —dijo

Maddox con calma—. Le he ido informando cada pocos minutos. Ahora mismo lleva uncabreo de tres pares de cojones. La última vez que hablé con él estaba a solo cincominutos del hospital: aparecerá en cualquier momento.

Así que Drake no sabía que Silas llevaba toda la noche con su esposa, y al parecer ledaba igual. Entonces era improbable que supiera hasta dónde llegaba la devoción de suhermano por la mujer con la que se había casado.

Hayley se acurrucó todavía con más fuerza, no hizo caso al dolor, a la culpa, a suinmensa preocupación por Zander; sabía que lo último de lo que era capaz ahora era deenfrentarse al hombre que había roto su promesa y su corazón.

Silas abrió de golpe las puertas de la sala de emergencia y examinó inmediatamenteel área de espera en busca de Hayley, con el corazón en un puño por el miedo al noverla de inmediato.

—¿Dónde está? —exigió con voz áspera.Drake y Maddox fueron hacia él y luego se giraron en dirección a la figura distante y

cubierta de sangre, hecha un ovillo apenas visible en la esquina más alejada de la sala.—¡Hayley! —gritó, apartando a Maddox a un lado de inmediato.Pero Drake y Maddox lo sujetaron por los brazos.—Espera un segundo —murmuró Maddox.

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—Pero ¿qué narices…? —bramó Silas—. ¿Por qué no se han ocupado de ella?¡Suéltame, joder!

—No ha hablado con nadie salvo con la policía cuando la interrogaron, e inclusoentonces ya estaba medio desquiciada. No deja que nadie se le acerque —añadióMaddox en voz baja—. Ha dicho que no está herida y ha gritado a todo el mundo paraque se ocuparan de Zander. Intentó apartarlo de la línea de tiro de los matones, pero fuedemasiado tarde y Zander se tiró al suelo con ella para protegerla. Colega, estátotalmente fuera de sí. Vas a tener que ir con mucho cuidado con ella.

La cara de Silas era la viva imagen del tormento. Dios, esto era culpa suya. Notendría que haberla dejado al cuidado de otros. Ella era su responsabilidad. NiEvangeline, ni ninguna otra persona. Hayley era suya, y le había fallado a ella y a suhermano de forma imperdonable.

—Suéltame —balbució, soltándose por fin de las manos que lo retenían.Se apresuró hacia donde Hayley se acurrucaba en el suelo y se cubría la cabeza por

completo con los brazos. Su corazón se disparó como loco al darse cuenta de lacantidad de sangre —sangre de Zander— que manchaba su ropa.

Alargó una mano temblorosa para tocarle el pelo.—¿Princesa? —susurró—. ¿Estás bien? ¿Estás herida? Dime algo, mi niña querida.Ella reaccionó con violencia, apartándose de su tacto con la mirada enloquecida

mientras reculaba hasta chocar con la silla que tenía al lado. El dolor se reflejóenseguida en su cara, pero sus palabras lo hicieron detenerse de inmediato.

—¡No me toques! —siseó y se apartó aún más de su mano extendida—. No vuelvas allamarme así. No soy tu nada.

Se quedó boquiabierto de la sorpresa y miró a su espalda hacia donde estaba el restode sus hermanos, que lo miraban con caras de extrema preocupación. No obstante, enlos ojos de Maddox y Justice vio lástima y comprensión. ¿Qué narices estaba pasando ypor qué nadie se lo había dicho?

Justo entonces procesó algo que Maddox le había dicho al teléfono. En aquel instantehabía estado desquiciado por la preocupación por Hayley, temía que hubiera resultadoherida de gravedad.

«Se quedó destrozada porque no fuiste al recital. Empezó a comportase de formaextraña».

Cerró los ojos mientras lo embargaba la tristeza. Y un arrepentimiento inmenso.—Necesitamos que te pongas en pie, Hayley —dijo en tono suave—. Tengo que

comprobar que no estés herida. No sé si la sangre es de Zander o si podría ser tuya.No fue la frase más acertada. Se le llenaron los ojos de angustia y las lágrimas

empezaron a resbalarle por las mejillas.—¿Ha muerto? —susurró.—¡No, princesa! Se pondrá bien. Te lo juro. Lo van a operar, pero la bala no le ha

tocado ningún órgano vital. Ha perdido mucha sangre y necesitará tiempo para

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recuperarse, pero te juro que se va a poner bien.—Yo no soy tu princesa —dijo ella entre lágrimas—. Ni siquiera te importo.El corazón estuvo a punto de estallarle. Hubiera querido echarse a llorar como un

niño pequeño, pero se contuvo a durísimas penas.De repente, ella empezó a incorporarse, sin hacer caso de las protestas de sus

hermanos que le pedían que se quedase quieta. Le apartó las manos cuando se acercópara ayudarla. Pero cuando con la mano le rozó la pierna desnuda antes de que elvestido volviera a caer en su sitio, el miedo se apoderó de él y lo dejó temporalmenteparalizado.

Tenía la palma de la mano manchada del rojo brillante de la sangre fresca. El terrorle corría por las venas y le heló la sangre. La disculpa por perderse un acontecimientoal que había jurado asistir iba a tener que esperar. Todo iba a tener que esperar hastasaber a ciencia cierta la gravedad de sus heridas.

Hayley se puso de pie y se agarró de inmediato el costado, tambaleándosepeligrosamente frente a él. El dolor y la confusión se le reflejaron en los ojos, lo que lahizo parecer todavía más vulnerable que cuando la vio por primera vez hecha un ovilloen el suelo y cubierta de sangre.

—Hayley —dijo en el mismo tono tranquilizador que uno usaría para intentar calmara un animal salvaje herido—. Escúchame, pequeña. Estás herida. Creo que te handisparado. Estás sangrando, cielo. Deja que traiga a un médico para que te vea. Te juroque lo arreglaré todo en cuanto hayas recibido los cuidados que necesitas.

—Esto no vas a poder arreglarlo nunca —susurró ella con la voz ahogada por laslágrimas y la emoción.

Se le notaba la desolación en la cara y parecía no haber escuchado nada de lo quehabía dicho, excepto que iba a arreglar las cosas. Estaba tan obsesionada con Zander ysu bienestar, que no había sido capaz de percatarse de su propia herida.

Cuando dio otro paso tembloroso hacia atrás, sus hermanos lanzaron otro coroenfurecido de protestas, y Maddox apareció de repente junto a Hayley con lapreocupación escrita en la mirada.

—Hayley, cariño, escúchame —le suplicó Silas—. Cielo, estás herida. Estássangrando mucho. Tienes que dejar que te llevemos a una sala de observación.

Ella sacudió la cabeza con vehemencia y mostró nuevamente una expresiónperturbada. Estaba claro que estaba conmocionada, que solo era consciente a medias desu entorno y que no tenía ni idea del peligro que corría. Aparentemente olvidaba queSilas seguía estando frente a ella, en sus prisas por alejarse de Maddox y sus súplicaspara que dejara que la viera un médico, se lanzó corriendo hacia delante.

Silas reaccionó para cogerla al ver que le fallaban las rodillas y se venía abajo.Cayó a plomo y la atrapó por los pelos antes de que diera con los huesos en el suelo.

—¡Traedme a un médico! —aulló mientras se levantaba y aferraba a Hayley condesesperación contra su pecho.

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Observó horrorizado la sangre gotear sobre el suelo y luego miró hacia donde habíaestado ella desde que llegó a urgencias. Casi pierde la cabeza al ver el brillante charcode sangre en la zona donde había estado acurrucada.

Cruzó lleno de impaciencia las puertas batientes que conducían a la zona detratamiento. Una enfermera fue a dar con él de inmediato y lo miró atónita.

—Le han disparado —dijo con un hilo de voz—. Por favor, ayudadla.La enfermera pidió a gritos una camilla. Después de que un auxiliar trajera una a toda

prisa y Silas depositara a Hayley en ella con delicadeza, la enfermera se hizo cargo dela situación y lo apartó. Pero Silas se negaba a separarse de su lado. La enfermera leintentó explicar con gran enfado que la estaba estorbando, pero hizo falta el esfuerzocombinado de cuatro de sus hermanos para llevarlo a rastras a la sala de espera, dondeempezó su larga vigilia.

Ya ni se acordaba de la reunión de Drake con los Luconi para saber cuál era laamenaza que pendía sobre ellos o de informar a Drake sobre su conversación con eltopo infiltrado en el corazón de la organización de los Vanucci. Solo podía pensar enHayley y en que le habían disparado, y cada minuto que pasaba y nadie venía a darlenoticias sobre su estado, moría un poco más.

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29

Silas estaba sentado en la penumbra de la habitación del hospital, sujetando la manoflácida de Hayley. El agotamiento le estaba pasando factura. Había sido la noche máslarga de toda su puta vida, esperando noticias sobre su estado. Por fin el médico deurgencias había salido para informarles de que, efectivamente, una de las balas quehabía acribillado el cuerpo de Zander también le había dado a ella, y que la estabanllevando directa a la sala de operaciones para extraerla de la zona inferior delabdomen.

Maddox había relatado lleno de dolor a Silas y los demás que Hayley había visto elcoche y las pistolas apuntarlos antes que él, Justice o Zander, y que se había lanzadosobre Zander para intentar protegerlo. Maddox y Justice se habían quedado blancos ycabizbajos al enterarse de que había recibido un tiro, y Silas era consciente de la culpaque sentían al pensar que no habían sido capaces de protegerla, porque él compartía esesentimiento.

Sus hermanos habían permanecido en la sala de espera hasta que Hayley salió delquirófano y pasó a la sala de recuperación. Siguieron esperando hasta que la pasaron auna habitación privada, todavía atontada y aturdida por la anestesia. Todos fueronentrando por turnos para asegurarse de que estaba respirando.

En cuanto despertó, su respiración se agitó de inmediato, su tensión arterial sedisparó y empezó a sudar profusamente. La enfermera se había apresurado paraadministrarle analgésicos intravenosos y Hayley llevaba dormida desde entonces,descansando plácidamente y sin dolor.

Sus hermanos le habían insistido en que descansara, incluso se ofrecieron a turnarsepara esperar sentados junto a la cama mientras él dormía un par de horas, pero se habíanegado; estaba totalmente empeñado en acompañarla en todo momento y estar a su ladocuando por fin recuperara la conciencia y pudiera percibir su entorno.

Le acarició los dedos y la cara interna de la muñeca; luego agachó la cabeza paraborrar las imágenes de ella, sangrante y viniéndose abajo, y de su prisa para atraparlaantes de que cayera al suelo y se hiciera más daño. Las mismas imágenes que lotorturaron durante toda la noche.

Levantó la cabeza de golpe al sentir que se retorcía y luego oyó sus movimientosinquietos seguidos por el susurro de su respiración irregular. Se puso de pie deinmediato, se inclinó sobre la cama para poder mirarla a los ojos cuando despertase.Ella pestañeó lentamente, recorriendo con la punta de la lengua sus secos y agrietadoslabios.

Cuando por fin abrió los ojos, tenía la mirada desenfocada y aturdida. Se le escapóun pequeño grito de dolor que se le reflejó también en la mirada.

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—Princesa, ¿sientes dolor? —susurró con urgencia—. ¿Llamo a la enfermera?Aunque había hecho la pregunta, ya había pulsado el botón de llamada. Mientras

esperaba a que llegase la enfermera, acarició el pelo de Hayley y bajó la cabeza parabesarla en la frente.

Ella volvió a gemir y él vio como abría la boca para hablar. La silenció con ternura.—Espera a los analgésicos, pequeña. Ahora mismo te duele demasiado como para

hablar. Dentro de un minuto te sentirás mucho mejor —dijo para tranquilizarla.Por fin, su mirada fue enfocándose, y cuando la centró en él, sus ojos se volvieron a

llenar de lágrimas en cuanto lo reconoció. Se le puso un nudo en la garganta de laemoción.

—Por favor, princesa, no llores —dijo con voz ahogada—. Me estás partiendo elcorazón.

La puerta se abrió y Silas vio con alivio a una enfermera sonriente acercarse a lacama.

—Ya veo que está despierta, señorita Winthrop. ¿Puede decirme cómo se encuentra?—M… me duele —carraspeó Hayley.La enfermera la miró comprensiva y acopló con destreza una inyección a la vía que

le habían colocado en la mano. Comprobó las constantes vitales de Hayley y luego ledijo a Silas que el médico haría la ronda matutina enseguida y le pondría al día sobresu estado y sobre cuánto tiempo creía que debería permanecer en el hospital.

En cuanto se fue la enfermera, Silas volvió a centrar su atención en Hayley, queestaba tumbada en la cama, cerrando los ojos mientras suspiraba con alivio.

—¿Mejor? —preguntó mientras volvía a cogerle la mano.Ella abrió los ojos y lo miró con dolor. Sabía que debía apresurarse a pedirle perdón

y esperar que ella fuera capaz de perdonarle después de haberle fallado por completo.—¿Quién es ella? —exigió Hayley con amargura.Silas se echó hacia atrás, sorprendido y perplejo ante su pregunta.—¿Quién es quien, princesa? No te entiendo.—Evangeline —siseó ella.Él arqueó todavía más las cejas.—La esposa de Drake. Ya te lo he dicho, ¿recuerdas?Hayley miró hacia arriba, negándose a seguir mirándolo a la cara. Le temblaban los

labios y él podía ver como los ojos se le llenaban de lágrimas que no tenían nada quever con el dolor físico.

—No, ¿qué significa para ti? —dijo Hayley con desprecio—. No tendrías citasregulares con la esposa de un hombre al que consideras un hermano, ni te negarías a darexplicaciones a alguien que dices que te es importante, salvo que la esposa de esehermano signifique para ti más de lo que debería. ¿Por qué estás constantementedejándolo todo de un segundo para otro por Evangeline? ¿Por qué tú y tus hombres osnegáis incluso a hablar de ella en mi presencia como si fuera un maldito secreto de

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Estado y sois siempre tan protectores con vuestra preciosa Evangeline?Un sonido ahogado de dolor, que le llegó hasta el alma, interrumpió su perorata. Pero

sin que él tuviera tiempo de recuperar la compostura para responder a su profundomalestar, ella prosiguió implacable.

—Pero, sobre todo, ¿por qué me encasquetas a tus hombres y me dejas de lado,totalmente olvidada, por la mujer de otro hombre? Si es tan preciada y todo el mundo laquiere tanto, ¿por qué no podía uno de los otros hacer lo que fuera que estuvieseshaciendo tú con ella para que pudieras venir a un acto al que no solo habías prometidoque vendrías, sino que además sabías lo importante que era para mí? Me repetía queestaba siendo imprudente y celosa al precipitarme en mis conclusiones. Te he dado elbeneficio de la duda una y otra vez, cuando está claro que tenía razón desde el principioal sospechar. Anoche me demostraste con todo lujo de detalles exactamente el puestoque ocupo en tu lista de prioridades, y es francamente bajo —dijo con un hilo de vozcasi inaudible.

Pero él lo había oído. Hasta la última palabra. Y ahora miraba los ríos de lágrimascorrer sin cesar por su rostro pálido y estragado. Primero se había quedado atónito porlas conclusiones a las que había llegado. Su reacción inmediata fue ponerse a ladefensiva, enfadado incluso, y su primer instinto fue refutar todas sus opinionesnegativas sobre Evangeline, pero luego se dio cuenta de que tenía toda la razón. Nosolo eso, no conocía a Evangeline, porque tal y como había dicho, él y sus hermanos lahabían dejado siempre oculta por su sentido del deber y lealtad para con Drake yEvangeline, sin haberse dado cuenta nunca de que lo que tenían que haber hecho enrealidad era presentarlas. Y explicar su relación con Evangeline. La falta de confianzaque él y sus hermanos habían demostrado hacia ella había sido espantosa eimperdonable.

Se horrorizó al ver las cosas desde su punto de vista. «Mierda». Todas las veces quela había dejado para encargarse de la seguridad de Evangeline. Las llamadastelefónicas. Las «citas». Perderse el recital de esa noche, cuando sabía lo importanteque era para ella y, como bien había dicho, encasquetándosela a sus hombres,convirtiéndola en su obligación en vez de la de él. Había sido un gilipollas integral. Notenía ni idea de por qué no lo había mandado a la mierda hacía tiempo, pero estabatremendamente agradecido por su corazón generoso e indulgente y porque hasta ahorasiempre le hubiera concedido el beneficio de la duda.

Estaba destrozado. Había puesto su lealtad a Drake por encima de su compromisocon Hayley y, al hacerlo, había hecho daño a aquella bella mujer. Tendría que haberpedido permiso a Drake para explicarle toda la situación desde el principio. Si este sehubiera negado, debería haberle contado lo de Evangeline en cualquier caso, pero locierto es que ni en mil años se le habría pasado por la cabeza que ella fuera a creer queotra mujer era más importante para él. Todos los años de secretismo estaban grabados afuego en su ser, eran una parte muy importante del hombre en el que se había

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convertido, y casi le cuestan la única mujer a la que había revelado sus secretos másocultos. La única persona que había hecho que su pasado le resultará soportable y, porencima de todo, la única persona que había conseguido que lo olvidara y estuviera enpaz con él.

Se vino abajo por dentro, seguro de que su desolación sería tan visible en su rostrocomo lo era en la cara y los ojos de ella. La tomó con gentileza en sus brazos, poniendoun cuidado especial para no hacerle daño. No hizo caso cuando se puso rígida encuanto la abrazó, presionó sus labios dulcemente contra los suyos y luego apoyó lafrente sobre la de ella.

—Lo siento muchísimo, mi bella y dulce niña —dijo a pesar del nudo en la garganta—. Jamás querría hacerte daño ni que dudases de mí de ninguna manera, pero ahora medoy cuenta de lo desconsiderado que he sido y por qué te sientes así. No solo te debomis más sinceras disculpas, sino también una explicación que llega con mucho retraso.Espero que cuando te lo haya explicado todo, tu gran corazón sea capaz de perdonarmepor causarte tanto dolor.

Se separó lo suficiente para que ella pudiera ver en su mirada y en su corazón, yreconocer su sinceridad absoluta cuando, a todos los efectos, se pusiera de rodillas y lesuplicara su perdón.

Ella levantó la mirada para encontrarse con la suya, con la esperanza asomada en susbellísimos ojos. Parecía tan esperanzada y triste al mismo tiempo, que volvió a partirleel corazón, lo que le hizo desear con todas sus fuerzas poder volver atrás para deshacertodo el daño que había recibido esta mujer maravillosa.

La tomó de las manos y las levantó para besarle ambas palmas, sintiendo el levetemblor que la invadía bajo su boca.

—Evangeline es la esposa de Drake, que la ama con locura. La conoció hace menosde un año y fue la primera mujer en ablandar el corazón de cualquiera de nosotros. No,mi preciosa niña, no pongas esa cara —dijo al ver como se ensombrecía su mirada yapartaba la vista de inmediato al oír sus palabras—. Hayley, mírame, por favor —rogócon suavidad.

Ella obedeció a regañadientes, y él le apretó un poco más las manos.—Ninguno de nosotros se había atrevido nunca a entablar una relación con una

mujer. No con la amenaza constante que pende sobre nosotros y sobre cualquier personao cosa que nos sea importante. Drake se enamoró hasta las trancas de Evangeline desdeel principio, pero la cagó bastante con ella. Más de una vez. No confiaba en ella y porculpa de eso, ella sufrió enormemente su error. Maddox y yo forjamos una amistadinquebrantable con Evangeline, pero nunca ha habido nada ni remotamente romántico ennuestra relación. Nosotros le ofrecimos apoyo y un refugio cuando Drake la sacócruelmente de su vida y la dejó con una mano delante y otra detrás. En ese momento,aunque no lo sabíamos, ya estaba embarazada, pero cuando Drake se dio cuenta de suerror, Evangeline no estaba muy dispuesta a perdonarlo. Fue una época dura para

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ambos, y cuando ella volvió con él, yo seguí siendo una fuente constante de apoyo yamistad para ella. Mi lealtad absoluta siempre ha sido para con Drake y su protección,y por extensión para cualquiera que sea importante para él o que pueda ser usado paramanipularlo o hacerle daño.

Silas inspiró profundamente; veía que la estaba cagando.—El mundo en el que mis hermanos y yo vivimos es muy peligroso, como estoy

seguro de que ya te has dado cuenta por la cantidad de seguridad que usamos siempre yel hecho de que os cosieron a tiros a ti y a Zander hace menos de veinticuatro horas —dijo con dolor—. Por eso, parte de mi rutina es cuidar de Evangeline cuando Drake oalguno de los otros no puede. Nos turnamos, pero cuando Evangeline estaba alprincipio de su relación con Drake, empecé a presentarme en su apartamento concomida para llevar una vez a la semana, algo que siguió después de que volviera a laciudad y que hemos mantenido especialmente ahora, durante su embarazo. Pornecesidad, lleva una vida muy solitaria con pocos amigos y escaso contacto con sufamilia, a excepción de Drake y el resto de nosotros. Ha sacrificado mucho parapermanecer en la vida de Drake, por lo que los demás hacemos todo lo que está ennuestra mano para que su aislamiento sea más soportable. Hasta que te conocí, nuncame había imaginado poder estar en la situación de Drake. Que otra persona,especialmente una mujer, me hiciera vulnerable. Reconozco que he llevado fatal lasituación y que no he tenido en cuenta los cambios que supondría para mí y que hastaahora no tuviese que dar explicaciones a nadie que no fuera Drake o yo mismo por misactos o elecciones.

Tomó otra larga bocanada de aire y la miró suplicante, sabiendo que estaba llegandoa la parte de la disculpa y explicación en la que tendría que rogarle que obviara susmuchos errores y le diera otra oportunidad.

—Nunca he mirado a otra mujer, ni antes ni después de conocerte. No como te miro ati. Ninguna mujer me había hecho sentir así. Sí, quiero a Evangeline, pero como a unahermana pequeña y nada más. La cuido y protejo como un hermano, pero nunca hesentido por ella, o por ninguna otra mujer, lo que siento por ti, y lamento profundamentehaberte defraudado, princesa. Como Drake pidió específicamente que fuera yo el queacompañara a Evangeline a su cita con el médico y luego a la clase de lamaze, sentí queno podía negarme, pero debería haberlo hecho. Y nunca volveré a cometer ese error sime perdonas y me das otra oportunidad de hacerte feliz, mi hermosa niña.

Sus ojos volvieron a anegarse de lágrimas cuando levantó la vista hacia él, con labarbilla y los labios temblorosos. Él se inclinó para besar una de las lágrimas que caía,incapaz de seguir soportando verla llorar.

—Perdóname, princesa —susurró contra su húmeda piel—. Por favor, vuelve a casaconmigo para que pueda cuidar de ti y mimarte sin parar.

—Ya me mimas sin parar —consiguió decir.Remató su afirmación con un sollozo, y luego volvió a llorar mientras lo agarraba

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por el pecho y tiraba de él hacia abajo.En cuanto hubo bajado lo suficiente, lo abrazó y hundió la cara en su cuello, mojando

su piel con las lágrimas. Él le acarició la cabeza y enredó los dedos entre su melenaenmarañada.

—Lo… lo siento —sollozó.—¡No, no! Tú no tienes nada por lo que disculparte, cariño.Sintió un nudo en la garganta y la amenaza de responder con lágrimas a las de ella.

Tanta preocupación y dolor, y el alivio inmenso de saber que ella se recuperaría y quele daba otra oportunidad. Era más de lo que nunca habría esperado.

—Shhh, princesa. Tienes que dejar de llorar. No puedo soportarlo. Haría cualquiercosa con tal de que no lloraras nunca más.

—¿De verdad que Zander va a recuperarse? —preguntó temerosa, pronunciando suspalabras ahogadas contra su cuello.

—Sí, te lo prometo —le aseguró él—. No quiero que te preocupes por nada exceptopor ponerte bien y volver a casa conmigo, ¿de acuerdo?

—De acuerdo —susurró ella, abrazándose a él con fuerza.Él cerró los ojos. De repente sentía el corazón libre del horrible peso que había

soportado desde el día anterior, cuando tuvo que decir a su princesa que no podríaasistir a su recital.

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30

Hayley se despertó perezosamente sobre el lado bueno y empezó a girarse concuidado para colocarse boca arriba, hasta que su espalda agarrotada la hizo encogersede dolor. La herida estaba sanando bastante bien y el cirujano le había dicho que habíatenido mucha suerte porque la bala debía de haber impactado en alguna otra parte antesde incrustarse en el bajo vientre. Gracias a eso, no había penetrado lo suficiente paraproducirle daños en los órganos internos y, lo más importante, no había puesto enpeligro sus posibilidades de ser madre.

Lo que más la fastidiaba era que solo podía tumbarse y dormir sobre el lado bueno yella estaba acostumbrada a colocarse en la cama con libertad, que contemplaba dormirde ambos lados, boca arriba y boca abajo. Sin embargo, desde que había recibido elalta hospitalaria, y de aquello ya hacía una semana, Silas se había mostrado muyestricto y no dejaba que estuviera demasiado rato levantada, lo que significaba quetenía que pasar la mayor parte del tiempo tumbada del mismo lado, ya fuera en el sofá oen la cama.

Por suerte, Silas se había levantado antes que ella esa mañana y todavía no había idoa verla para trasladarla —sí, en brazos— a la sala de estar, donde solía desayunar conél. Esa mañana, se arrastraría sola hasta el baño y se saltaría la tortura del viajecitodiario con Silas para hacer sus necesidades. No se atrevía a darse un baño sola,porque, evidentemente, él oiría el agua, entraría corriendo, la sermonearía con dureza yla volvería a meter en la cama, y si tenía que pasar un solo minuto más tumbada en esaposición tan incómoda, se volvería loca.

Una vez calmado el dolor de la espalda, levantarse le resultó sorprendentementefácil. Se incorporó con cuidado, con la mano apoyada en el colchón por si acaso suequilibrio no era tan bueno como pensaba. Mientras avanzaba a trompicones hacia elbaño, le llegó el olor a beicon frito. Por alguna razón, la asaltó un torrente de recuerdosde la semana anterior y el optimismo temporal por haberse levantado sola de la camadesapareció de golpe.

Notó un peso en el corazón, como si se le hundiera en el pecho, y una tensiónincómoda. El sudor le brotaba de la frente mientras revivía los recuerdos del tiroteo.Zander cubierto de sangre. La agonía de no saber si sobreviviría y, después, eldescubrimiento de su propia herida de bala que, en medio del caos, había pasadocompletamente desapercibida a todo el mundo.

Las lágrimas le quemaban en el rabillo de los ojos. El recuerdo no era para nadanuevo o inesperado, pero solía asaltarla durante las horas de sueño con pesadillassobre aquella noche horrible. Desde que había salido del hospital, todas las noches, sinexcepción, se había despertado aterrorizada, ardiendo y cubierta de sudor, envuelta en

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los brazos de Silas que, con los labios sobre su pelo, la mecía y la reconfortaba delhorror de aquellas pesadillas.

Todavía no había podido visitar a Zander porque Silas insistía en que debía tomarselas cosas con calma y recuperarse del todo y, además, quería mantenerla fuera decirculación. Se suponía que los objetivos del ataque habían sido Justice, Maddox yZander, y que la relación de Hayley con ellos seguía siendo desconocida. Si se llegaraa saber que tenía algún tipo de relación con Silas o su numerosa familia, una familiasumergida en la violencia y el peligro, ella también viviría bajo amenaza constante.Hayley no ignoraba la clase de «negocios» en los que andaban metidos Silas y el resto,pero, aunque en una ocasión Silas le había admitido que hacían daño solo a quienes lomerecían cuando ella le había preguntado si se dedicaban a hacerle daño a la gente, ellahabía vivido en una burbuja de negación y jamás se había visto expuesta a los gajes deaquel oficio.

Solo sabía que, por su culpa, había un hombre en la cama de un hospital con al menostres agujeros de bala, y todo porque le habían encargado la tarea de protegerla. Nopodía vivir con eso, especialmente si Silas descubría quién había disparado contraZander y contra ella y tomaba represalias. No tenía ninguna intención de ser la causa deque hubiera otros malheridos o, Dios no lo quisiera, muertos. Y tampoco iba a permitirjamás que nadie la utilizara para llegar hasta Silas. Él ya tenía bastante sufrimiento ensu vida. Hayley se negaba a ser la causante de más dolor.

Había tomado la decisión durante su convalecencia en el hospital, al ver las caras deculpabilidad, cansancio y desesperación de Silas y sus hombres. Pero todavía tenía quecontárselo a Silas y sabía que estaba mal aplazarlo, especialmente porque lo usabacomo una muleta hasta que se recuperara para dejarlo plantado después. El tiempo eracrucial y tenía que marcharse antes de que todo volviera a desembocar en violencia.

Tuvo que esforzarse por contener las lágrimas mientras terminaba sus menesteres enel baño y, acto seguido, se dirigió a trompicones a la cocina en busca de Silas. Iba conel corazón en un puño.

Silas estaba frente a los fogones preparando el desayuno que pretendía servirle en lacama, cuando notó un cosquilleo premonitorio en la nuca. No la oyó, notó su presenciaa su espalda y, al girarse de golpe, la vio de pie a unos centímetros de él, con solo unade sus camisas de vestir que aún empequeñecían más la diminuta figura de Hayley.

La opacidad de sus ojos le preocupaba. Aunque se estaba recuperando muy rápidofísicamente, no había dado signos de su antiguo carácter alegre desde que había llegadoa casa del hospital. Y aunque la tenía allí cada día y la estrechaba entre sus brazos cadanoche, tenía la sensación frustrante de que se estaba apartando de su lado, alejándosepaulatinamente. Solo el miedo que había sentido la noche del tiroteo superaba alpresente.

No sabía muy bien por qué, pero tenía un muy mal presentimiento y sus tripas nuncalo engañaban.

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—No deberías haberte levantado, princesa —la reprendió con delicadeza—. Te ibaa llevar el desayuno a la cama esta mañana. No has descansado demasiado bien y hepensado que sería mejor que durmieras durante el día. Tal vez una siesta después decomer algo. Tampoco has comido demasiado. Tienes que recuperar las fuerzas.

Hayley se acercó despacio a la barra con un ligero temblor en los labios y unos ojosheridos que buscaban los de él.

—¿Cómo está Zander? —preguntó.Él se le acercó. Ya no podía soportar más la distancia que los separaba. La envolvió

cariñosamente en un abrazo y ella le hundió la cara en el pecho. Silas le acarició elpelo, tratando de ofrecerle el mejor de los consuelos, y se apresuró a asegurarle queZander se estaba recuperando.

—Está bien, princesa. Ya vuelve a ser el cascarrabias de siempre, insultando ygritando a todo bicho viviente. No para de preguntar cuándo podrá volver a casaporque, en sus propias palabras, está de puta madre y unas cuantas balas de mierda nobastan para acabar con él.

Lo dijo con aire teatral, desenfadado y socarrón, con la esperanza de arrancarle unasrisas o, por lo menos, aliviarla. En cambio, notó que empezaba a temblar en silencioentre sus brazos y sintió el calor de sus lágrimas en el cuello.

Maldijo para sí y, sin añadir una palabra más, se aferró a ella, estrechándola con lafuerza justa para no hacerle daño. Hayley no pestañeó ni se encogió de dolor. Silas sehabía dado cuenta de que, desde hacía días, la única molestia que parecía sufrirprovenía de los músculos doloridos de la espalda, entumecidos por el hecho de dormirsiempre en la misma posición.

Cuando por fin se separó del abrazo, tenía los ojos hinchados y la cabeza gacha, lerehuía la mirada. Lo empujó un poco para separarse de él y Silas la dejó hacer,abrumado por la sensación de impotencia. Hayley parecía haberse sumido en unaprofunda depresión sin visos de remitir por más buenas noticias que le diera sobreZander. Casi no prestaba atención a su propia herida. Su única preocupación en todomomento había sido Zander.

Hayley se colocó tras la barra, casi como si situara adrede una barrera entre ambos.Silas se volvió hacia los fogones para que ella no lo viera fruncir el ceño. Ni losprofundos surcos de preocupación que le cruzaban la frente.

Emplató las últimas lonchas de beicon, sazonó los huevos y sacó los bollos delhorno.

—¿Silas?Él se giró al son de la llamada vacilante e indecisa. La observó y no le gustaron nada

las ojeras que, aquella mañana, parecían aún más pronunciadas. De repente, le entró elmiedo a responder. No quería que le contara eso que tanto le pasaba en su interior.

—¿Sí, princesa? —logró responder, al final.Hayley permaneció con la cabeza gacha, mirándose las manos y agitándose

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nerviosamente, antes de volver a buscarle la mirada.—Antes, cuando te pregunté por lo que hacíais tú y los demás, no fuiste del todo

sincero, ¿verdad?Silas se tensó y el miedo fue arraigando en su corazón a cada nueva respiración.

Siempre había sabido que era cuestión de tiempo que, tras la conmoción inicial y elhorror del tiroteo, fuera más allá y empezara a preguntarse el motivo y la relación quepodía tener con él, o incluso el papel que había tenido en todo aquello su estilo de vida.Lo atormentaba que acabara juntando las piezas, no aceptara el riesgo inherente al quese exponía y se largara.

—Y cuando me hablaste de Evangeline, mencionaste que la habían utilizado contraél… Que todavía la podían utilizar contra él —añadió Hayley, sin dejarle tiempo pararesponder—. Es lógico pensar que si una persona que es importante para Drake o paracualquiera de vosotros puede ser utilizada en vuestra contra, existe el mismo peligro deque hagan lo mismo conmigo, ¿verdad?

Mierda.Aunque sabía que esa conversación iba a ser inevitable y que ella merecía saber toda

la cruda realidad, había albergado la esperanza de poder posponerla hasta queestuviera completamente recuperada y psicológicamente más fuerte.

—Sí, princesa —respondió en voz baja—. Así es.—Y que la razón por la que siempre tenías a tus hermanos conmigo cuando tú no

podías estar no era la necesidad vital de tenerlo todo controlado y en estricto orden,sino que intuías esa amenaza muy posible contra mí o contra cualquiera de vosotros entodo momento.

Silas asintió de nuevo.—Sí —admitió en tono grave.Contuvo la respiración y, al ver las lágrimas en los ojos de Hayley tras confirmar sus

sospechas, la cruda verdad plasmada en aquellos ojos expresivos, sus miedos semultiplicaron por cien. La sensación de estar perdiéndola no había sido producto de suimaginación o del peor de sus temores. Era muy real. En aquel preciso momento, ella loestaba viendo como el monstruo que era en realidad y él lo había perdido todo.

—No puedo con esto, Silas —dijo ella con pesar mientras las lágrimas le resbalabanpor el precioso rostro.

Él cerró los ojos, consciente de que no tenía ningún derecho a pedirle, ni siquiera asuplicarle, que se quedara. Solo por estar relacionada con él estaba siempre en peligro.¿Cómo no iba a dejar que se marchara si su vida podía depender de ello?

—Nunca dije que fuera un buen hombre, princesa —admitió él con brusquedad, conla voz llena de emoción—. He hecho cosas…

Ella levantó la cabeza con los ojos encendidos y la boca abierta de estupor.—¿Que no eres un buen hombre? —exclamó con voz ronca.Silas frunció el ceño, desconcertado por su reacción. ¿La razón de que quisiera

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dejarlo no era haber descubierto lo que él era en realidad?—Silas, eres el mejor hombre que conozco. Y tus hermanos. Todos son buenos

hombres. ¿Quieres hablarme de las cosas que has hecho? ¿Acaso te olvidas de que yosoy la razón por la que tu hermano está en el hospital y casi muere por protegerme? Soyuna carga para todos vosotros, Silas, y no quiero serlo. Nunca permitiré que me utilicencontra ti o contra tus hermanos. Ni que te hagan daño a ti o a cualquiera de ellos. Nopodría perdonarme que la próxima vez no tuviéramos tanta suerte y que alguien o, Diosno lo quiera, tú mismo, muriera por protegerme. No puedo consentirlo. No lo consentiré—gritó.

Tras su estallido pasional, Hayley se giró, salió de la cocina y desapareció en eldormitorio, dejando a Silas anonadado y sin palabras.

Pero ¿qué narices?Lentamente, empezó a asimilarlo y, cuando lo hizo, fue como recibir la descarga de

un rayo. No lo dejaba por él ni por ser quien era. Había visto su corazón, la esencia desu naturaleza, y no estaba decepcionada ni lo repudiaba. Dios. Lo dejaba por su bien.Para protegerlo.

Joder, no.Protegerla a ella era su puñetera obligación. La de todos sus hermanos. Les daría un

síncope, como a él, si la oyeran decir lo que había dicho.Entonces, reparó en que le acababa de decir que lo dejaba y que, seguramente,

estaría en la habitación haciendo la maleta cuando ni siquiera estaba en condiciones deseguir levantada. Soltó un gruñido, salió disparado tras ella y la alcanzó incluso antesde que llegara al armario.

La agarró por el brazo que tenía sano y le dio la vuelta con mucho cuidado de nohacerle daño. En ese momento, no pensaba ceder ni un milímetro. Estaba casi gruñendo,enseñando los dientes, encolerizado ante la idea de perderla porque le preocupaba seruna carga para él. Ni de coña.

Ella lo miró con ojos de preocupación.—Silas, ¿qué…?—Ni. Una. Palabra —la cortó.La cara de Hayley era un poema de confusión y sorpresa ante la reacción vehemente

de Silas, pero había despertado al depredador que tan cerca de la superficie acechaba.Si ella no podía aceptarlo de verdad, entonces, no tendría más remedio que dejarlamarchar, pero iba a luchar con uñas y dientes contra esa idea ridícula de querer salir desu vida para protegerlo a él y a sus hermanos.

Respiró hondo, mientras las palabras, las protestas y las negativas se learremolinaban como un tornado en la mente, e intentó recuperar la composturasuficiente para asegurarse de que ella entendiera de una vez por todas que no pensabatolerar que tomara una decisión tan drástica.

Le puso con delicadeza la mano en la garganta y sintió el martilleo tranquilizador del

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pulso de Hayley, que se aceleraba en respuesta a los dedos que le rodeaban el cuello.La miró fijamente con los ojos entornados.

—Estaba dispuesto a dejar que te fueras al saber la clase de hombre que soy. Dejartemarchar habría acabado con el último pedazo de mi oscura alma, pero te habría dejadoir. Ahora bien, si crees que me vas a dejar por mi bien, para protegerme a mí o a mishermanos, es que estás mal de la cabeza. Eres mía, Hayley, y no dejaré escapar lo quees mío. Yo protejo lo que es mío. Tú ni me proteges ni me protegerás nunca. ¿Lo pillas?

Hayley abrió los ojos, sorprendida, y le temblaron los labios.—S… Sí.—Sí, ¿qué? —la retó él.—Sí, Silas —susurró ella.—Desnúdate y métete en la cama. Asegúrate de ponerte bien cómoda y con las

piernas bien abiertas para que pueda ver enseguida lo que es mío y solo mío.Los ojos de Hayley se abrieron aún más y abrió la boca, pero la cerró de golpe y se

mordió el labio inferior como quien pretende restañar un derrame de preguntas yprotestas. Silas sonrió para sus adentros, cuidándose mucho de no mostrar ningún signoen la cara o los ojos. Tenía que asegurarse de que ella recibiera el mensaje alto y claro.

Le retiró la mano del cuello, incapaz de resistir la tentación de acariciarle la pielsuave de debajo de las orejas. Acto seguido, apartó la mano y señaló la cama.

—Ve —ordenó.Ella se apresuró a cumplir sus órdenes y él observó fascinado cómo ella se quitaba

la camisa de hombre y se quedaba solo con la cobertura del encaje de sus bragas, quedeslizó piernas abajo hasta el suelo. Él asintió; aprobaba que no hubiera intentadoinclinarse con el riesgo de hacerse daño en el proceso.

Una vez en la cama, tras unos cuantos movimientos cautos para encontrar unaposición cómoda, separó tímidamente los muslos y abrió las piernas para dejar aldescubierto la piel rosada y brillante de su coño.

—Más —ordenó con voz ronca.De nuevo, ella acató la orden. Satisfecho de tenerla en la posición indicada y seguro

de que no iba a ir a ninguna parte, se metió en su vestidor, se quitó la ropa y rebuscópor allí hasta encontrar lo que necesitaba. Cuando volvió a presentarse ante ella, lasmejillas de Hayley se sonrojaron y sus ojos se nublaron de excitación y deseo.

Él no se molestó en esconderle las esposas mientras se le acercaba y se inclinabasobre su cuerpo delgado. Los pezones túrgidos y erectos de Hayley clamaban por elroce de sus dedos, su boca, su lengua.

Lentamente, con extremo cuidado, le levantó los brazos por encima de la cabeza y leesposó las muñecas. Ella soltó un jadeo sofocado al comprender que ahora eracompletamente vulnerable a lo que él quisiera hacerle.

Cuando la tuvo exactamente como quería, rodeó la cama hasta el otro extremo, dondele esperaban las piernas abiertas de ella, y entonces trepó a la cama por entre sus

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muslos, se inclinó hacia delante y le plantó las manos a ambos lados de la cabeza.—Ahora vamos a tener una conversación de esas sinceras que tanto te gustan. Te voy

a hacer preguntas y solo te pido que me contestes sí o no. Nada más. ¿De acuerdo,princesa?

—S… Sí, Silas.Los ojos de Silas resplandecieron de satisfacción. Bajó el cuerpo para acercarlo más

a su piel, se metió uno de los pezones tensos en la boca y empezó a succionar hasta queella comenzó a jadear y retorcerse bajo su cuerpo.

—¿Quieres estar conmigo? —preguntó él con voz aterciopelada.Un anhelo frenético brilló en los ojos de Hayley cuando él retiró la boca del pezón

para mirarla a la espera de su respuesta.—Sí —jadeó ella.Silas soltó un rugido complacido y le llevó la boca a la sensible piel del cuello, que

acarició con los labios y succionó hasta dejar marca. Así, fue bajando por el cuerpo deHayley y le colmó de besos tiernos la herida vendada antes de seguir avanzando hastala entrepierna. Le mordisqueó el interior de un muslo con la fuerza suficiente paraarrancarle un gemido y hacer, de nuevo, que se retorciera bajo su cuerpo.

—Estate quieta —espetó, dándole una palmadita suave en el clítoris que la hizotensarse, pero consiguió que volviera a estar quieta—. Así está mejor —la felicitó—.No quiero que te hagas daño, mi niña bonita. Y, ahora, dime, ¿esta casa es tu casa?

—Ssssí —dijo ella, en un largo y pronunciado siseo.Él comenzó a hurgar entre los suculentos labios de su coño y le chupeteó con

voracidad la entrada de la vagina, metiéndole la lengua mientras ella emitía sonidos dedulce agonía.

—¿Soy tu refugio, Hayley?—¡Sí! —exclamó ella, con desesperación.De nuevo, Silas prosiguió con su festín, lamiéndola y chupeteándola con un hambre

voraz. Ella empezó a estremecerse, y las piernas le temblaban sin control a medida quese iba acercando poco a poco al clímax. Entonces, él levantó la cabeza de golpe y ellasoltó un gruñido lastimero de protesta. Silas le vio el anhelo grabado en el rostro ysupo en qué punto se encontraba. Solo necesitaba un toquecito más.

Siguió observándola con calma, interiorizando la imagen de ella allí abajo, con lasmanos esposadas por encima de la cabeza, dispuesta y sumisa a todos sus deseos.Cautiva y expuesta a lo que él quisiera hacer con ella.

—Prométeme que nunca volverás a quitarme lo que es mío, de mi propiedad —dijoen un tono seco, cargado de dominación y posesividad.

—¡Te lo prometo! —gritó ella con voz estrangulada—. Por favor, Silas —suplicó—.Acaba. Lo necesito… Te necesito… Tanto.

Al oír su voz torturada, tan cercana a las lágrimas, no pudo seguir privándola delplacer último. Se sentía satisfecho de haberle enseñado exactamente a quién pertenecía

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y haberle quitado esa ridícula idea de intentar protegerlo cuando ella era suya y élquien debía cuidarla y protegerla.

Bajó la boca y empezó a comerle el fruto palpitante con adoración en cada lametazo,chupetón y mordisquito. Tras unos segundos en acción, observó que volvía a levantar laparte baja de la espalda y a mostrar signos de un orgasmo inminente, y esta vez no paró.

Le succionó el clítoris mientras la penetraba profundamente con los dedos. Presionóel dedo contra la parte más rugosa de su vagina, donde estaba su punto G, y deinmediato sintió el calor sedoso que la inundaba.

—Dámelo —rugió él—. Ahora. Todo en la boca, princesa. Dame lo que es mío.Empezó a succionar fuerte, clavándole la lengua repetidamente en el clítoris

palpitante e introdujo un segundo dedo en la vagina para penetrarla más rápido y másfuerte. Ella emitió un sonido ininteligible y confuso y, a continuación, gritó su nombremientras él pasaba la boca por la vagina y le metía la lengua una y otra vez,empapándose de su cálida miel. Silas soltó otro rugido, la agarró con firmeza por lascaderas para que no se moviera y siguió comiéndosela sin piedad.

En cuanto la invadió el orgasmo, empezó a sentir la rigidez convulsiva que anunciabala rápida llegada de otro. Él se retiró y ella le lanzó una mirada suplicante ydesesperada que le rogaba que no la dejara a medias.

—Chis, princesa —la calmó, situando la polla a la entrada de su sexo.Empujó y, de una sola embestida, penetró profundamente su vagina hinchada. Cerró

los ojos hasta llegar a lo más profundo y, una vez allí, se detuvo y se quedócompletamente quieto.

—Silas, por favor, muévete —rogó ella—. ¡Ardo!—Mírame —ordenó él—. A mí tus ojos, dulce niña. ¿Confías en mí? ¿Sabes que

siempre busco tu placer por encima de todo? ¿Te acuerdas de que me prometiste que teentregarías absolutamente a mi cuidado, a mi voluntad sobre tu cuerpo, tu corazón y tualma?

Las lágrimas brillaron en los ojos de Hayley y su mirada se deshizo en amor yaceptación incondicional.

—Sí, Silas. Para siempre.—Quiero que te quedes muy quieta. Todavía te estás curando y no haré nada que

pueda causarte dolor o perjudicar tu recuperación. Quédate lo más quieta posible y yome encargaré de mi princesa.

Hayley comenzó a relajarse lentamente y él empezó a sentir el pálpito de su miembrocompletamente envuelto por ella. Tenía las caderas pegadas a las de ella y no habíaparte de su erección que no permaneciera dentro de lo más dulce de ella.

Entonces, empezó a rozarle el clítoris con el pulgar, dibujando círculos sobre él. Lavagina de Hayley se cerró alrededor de él con espasmos que casi le arrancan el glande.Cerró los ojos y se concentró en la respiración, pensando en la necesidad de vaciarsedentro de ella.

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Aumentó la presión y la velocidad de su dedo sobre el clítoris hasta que encontró elritmo perfecto que la llevó a jadear y abrazarlo con avidez. Hayley abrió los ojos comoplatos y luego los puso en blanco. Exclamó «oh», sorprendida.

—Esa es mi chica —ronroneó—. Córrete para mí, Hayley. Déjate llevar. Te tengo,mi dulce niña. Déjate llevar.

No dejó ni un solo momento su clítoris, alimentando cada segundo de su orgasmohasta que quedó tendida en la cama, con los ojos cerrados y una fina capa de lustrososudor que le cubría el cuerpo. Con los dientes apretados, se retiró de ella y empezó amasturbarse con fuerza para correrse sobre el coño y el vientre de Hayley, observandocon satisfacción cómo le rociaba la piel y le dejaba su marca carnal y primitiva.

—¿De quién eres, princesa? —preguntó con voz aterciopelada.—Tuya, Silas —respondió ella en tono satisfecho y soñoliento.Se inclinó sobre el lado bueno de Hayley, la tomó entre sus brazos y se estiró hacia

arriba para desatarle las esposas que le rodeaban las muñecas. No hizo ademán delimpiarla. Esta vez, no. Le venía como anillo al dedo que reposara con la marca depropiedad que le había dejado en la piel.

—Nunca vuelvas a intentar dejarme por mi bien, mi dulce niña. La próxima vez noseré tan indulgente con el castigo.

Ella se le acurrucó en el pecho como un gatito satisfecho y le dedicó una sonrisasoñolienta.

—Buenas noticias para ti, cielo. Si esta es tu idea de castigo, que sepas que vasprovocando la desobediencia deliberada.

—Ni se te pase por la cabeza —advirtió él.—Pero si me encantan tus castigos… —protestó con aire ensoñador.

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31

—Necesito todo lo que tengas —susurró Silas a través del teléfono—. Estamos con lamierda hasta el cuello, Fantasma. Llevas demasiado tiempo enterrado en ese agujero demierda de Vanucci. Es hora de que vuelvas a casa. Hazlo por mí, averigua todo lo quesaben acerca de nosotros y, sobre todo, los golpes que puedan estar planeando y tesacaré de ahí.

—Hago todo lo que puedo, Sye —dijo Fantasma en tono fatigado—. Ya sabes queestas cosas requieren tiempo. Si levanto la liebre, si le doy a los Vanucci el másmínimo motivo para desconfiar de mi lealtad, os joderé a todos. Lo sabes.

—Llámame en cuanto sepas algo —insistió Silas—. No quiero que nadie más de lafamilia acabe herido, y mucho menos muerto. Si tengo que acabar con el último de esaescoria de los Vanucci, lo haré.

—No sin mí —advirtió Fantasma en un tono incontestable—. Joder, no te vas aembarcar en una misión suicida, Sye.

La firmeza en la voz de su hermano casi arrancó una sonrisa a Silas. Le dolía queFantasma hubiera pasado los putos tres últimos años viviendo entre basura como undiligente general del ejército Vanucci. Y todo para mantener a sus hermanos a salvo. Yaera hora de que volviera a casa. Fantasma era tan obstinado y estaba tan entregado a lacausa como él mismo y era el único que se atrevía a discutirle las cosas, lo que nisiquiera Drake había hecho nunca.

—Asegúrate de que no tengamos que llegar a esos extremos —dijo Silas, antes determinar la llamada.

Se giró para comprobar si Drake había terminado de hablar por teléfono. Los dedosde Maddox volaban sobre el teclado de uno de los escritorios con tres pantallas deveintiséis pulgadas que le ofrecían las mejores perspectivas. Thane estaba despatarradoen el sofá con cara de cansado. Se había pasado la noche en el hospital, sentado junto aZander para asegurarse de que no se escapara de allí antes de que los médicos le dieranel alta. Hartley le había relevado a primera hora de la mañana y Justice había sidoasignado a la protección de Evangeline. Todos los demás estaban reunidos en lasoficinas de Drake esperando noticias y el momento de devolver el golpe a los Vanucci.

—Los Luconi están cagados de miedo porque es cuestión de tiempo que los Vanuccivayan a por ellos. Creen que el ataque contra Zander no es más que una distracción paraque piensen que la peor amenaza se cierne sobre nosotros y bajen la guardia. Metrasladarán cualquier información que reciban de sus informantes y de la gente quetienen en la calle.

Thane se incorporó. Había captado toda su atención.—¿Y confías en ellos?

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—¿En esto? Sí —respondió Drake con aire indiferente—. Quieren mantener a susfamilias a salvo y saben que nosotros podemos conseguirlo. Por ahora, no harán nadaque nos joda, o sea, que podemos esperar su plena colaboración. Han encontradomuerto en un callejón a uno de los polis que participó en la redada del Impulse durantela Nochevieja. Y eso me reafirma aún más en la idea de que los Vanucci tenían poliscorruptos en nómina y que fueron esos mismos polis los que fueron a por Evangeline. Yseguro que también son los que pillaron a Hatcher y lo hicieron cantar.

—¿El poli muerto era de los corruptos o era un poli bueno que oyó o presenció algoque no debía en el departamento? —preguntó Silas.

Sobraba decir que si se trataba de un poli corrupto, cabía la posibilidad de queestuviera a sueldo de los Vanucci y, por tanto, Silas podría intentar cargarles el muerto.Matar a un poli, aunque fuera corrupto, atraería hacia el imperio Vanucci un tremendoalud de atención. Si tenían a la poli pegada al culo a cada paso que dieran, no tendríantanto margen para ir atacando ni a los hermanos de Silas ni a sus seres queridos.

—Me pongo con ello —dijo Maddox—. Veré qué puedo averiguar y os informodentro de unas horas.

Silas vio por el rabillo del ojo que Jax se inclinaba hacia una de las pantallas deseguridad que estaba monitorizando y la observaba atentamente con el ceño fruncido.

—¡Eh! —gritó Jax—. Aquí tengo algo. Un coche negro con los cristales tintados hapasado tres veces por el aparcamiento de atrás en la última media hora y ahora seacaba de detener.

Todos corrieron a mirar por encima del hombro de Jax, pero él se levantó de un saltode la silla con expresión grave.

—¡Joder! ¡Acaban de tirar un cadáver!Silas echó a correr hacia las escaleras, sin perder un segundo esperando el ascensor.

Sus hermanos salieron disparados tras él, pistola en mano, como el propio Silas.Puñeteros Vanucci. ¿Qué acababan de hacer? Y lo más importante, ¿de quién es el

cadáver?El miedo le oprimía el pecho y el sudor le empapaba la frente. Cuando se detuvo

justo antes de la puerta que daba al aparcamiento de empleados, se dio cuenta de queestaba aguantando la respiración. Arreó una patada a la puerta y salió con Maddox a sulado. Las pistolas de ambos apuntaban en direcciones opuestas, mientras Jax, agachado,cubría el centro.

—Despejado —ladró Silas—. El coche se ha largado. ¿Alguien ve el cuerpo?Avanzó, asegurándose de ir siempre el primero. Siempre el primero. El ejecutor. El

principal protector de Drake y todos sus hermanos. Ese era él. Daría la vida porcualquiera de ellos. Como por su princesa.

Cuando vio la silueta femenina acurrucada y con la cara totalmente oculta tras unvelo de largos cabellos morenos, el corazón le dio un vuelco y echó a correr, tantorturado como el grito que oyó a su espalda. Thane pasó corriendo por su lado como

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alma que lleva el diablo.—¡Gia! —gritó Thane con agonía, con la voz rota por el peso de una emoción que

Silas jamás había oído teñir la voz de aquel hombre.Silas y el resto de los hermanos se quedaron unos pasos atrás, observando

conmocionados cómo Thane caía de rodillas para acunar cariñosamente el cuerpodestrozado de la mujer que sostenía con firmeza entre sus brazos contra el pecho. Thaneenterró la cara en el pelo de ella entre lamentos desgarrados que hicieron que hasta elúltimo de los hermanos se encogiera y torciera el gesto ante aquel quejido terrible y laimagen espantosa de la mujer apaleada y cubierta de sangre.

—Ya estoy harto de los jodidos mamones comepollas de los Vanucci y su inclinacióna pegar a mujeres indefensas porque son tan cobardes que no se atreven a enfrentarsecara a cara a nosotros —dijo Maddox, con una rabia que reemplazaba su habitualestoicismo inquebrantable.

Era evidente que Maddox tenía un rinconcito afectuoso para Evangeline y ahoratambién para Hayley: se mostraba muy amable y atento con ambas. Por lo demás, semostraba reservado y gélido, y si alguna vez había llegado a implicarse remotamentecon alguna mujer una buena temporada, nadie, ni siquiera sus más allegados, lo sabían.

Pero los sentimientos que acababa de expresar los compartían todos por igual. Enespecial Drake y Silas, puesto que las mujeres de ambos habían sido víctimas de esoscabronazos. En el rostro de todos y cada uno de los hermanos ardía la rabia y unaconvicción firme.

—Ya está bien de esperar sentados a ver cuál será su próximo movimiento —gruñóJax—. Voto por llevar la guerra a su casa y hacerlos desaparecer del puto mapa.Haremos un favor a la ciudad. Creedme, nadie, ni sus mujeres ni sus hijos, derramaráuna sola lágrima en sus putos funerales.

Drake levantó la mano para detener la revuelta antes de que se fuera de madre, peronadie pareció satisfecho con su silencioso dictado. Ni siquiera Silas, que preferíamuchísimo más la acción directa que trazar planes en la silla del despacho y jugar alpuñetero ajedrez con el enemigo. Silas lanzó a Jax una mirada cargada de significado.El hombre asintió con satisfacción al captarlo. Ni siquiera Drake se atrevía a decirle aSilas qué debía hacer, porque Silas era absolutamente leal a Drake y a sus hermanos,pero era un lobo solitario y, cuando decidía emprender alguna acción, Drake sabíaperfectamente que no podía persuadir a su ejecutor.

Silas apoyó una rodilla en el suelo, junto a Thane y casi se vio obligado a retirar lamirada del terrible dolor que halló en los ojos de su hermano. Recorrió el cuerpoinconsciente de la mujer con la mirada y la rabia creció aún más en su interior alobservar aquella figura destrozada. Parecía tener hasta el último centímetro del cuerpomagullado o ensangrentado. Metió la mano per delante de Thane para tomarle el pulsoen el cuello y, al notar el débil tamborileo, respiró aliviado.

—Traed un coche —gritó por encima del hombro, sin dirigirse a nadie en particular

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—. Tenemos que llevarla a la clínica de Drake para que el médico pueda tratarla sinque queden registros.

Entonces, volvió a centrar su atención en Thane, que seguía sosteniéndola firmementecontra su pecho, meciéndola y susurrándole al oído con avidez.

—Thane —dijo Silas en voz baja—. ¿Quién es?Thane levantó la cabeza lo justo para mirar a Silas que, al ver las lágrimas trémulas

en los ojos de su hermano, quedó estupefacto.—Es mía —dijo con voz ronca—. Mi familia. Todo lo que tengo.Silas echó un vistazo rápido a Drake y comprendió que estaba tan sorprendido como

él y el resto de los hermanos. Thane no tenía familia. O eso les había dicho siempre.Nadie había indagado más en el tema. Ninguno tenía un pasado bonito y solo secomentaban de vez en cuando algunos detalles superficiales.

Jax se arrodilló al otro lado de Gia y le apartó la cabellera de la cara para ver dóndele habían hecho daño.

—Uno de los de seguridad del club ha ido a por el coche, hermano. Nosencargaremos de que cuiden de ella. Te doy mi palabra. —Entonces, hizo una brevepausa, limpió con cuidado la sangre de uno de los ojos de la chica y volvió a levantarla mirada hacia Thane con curiosidad—. ¿De dónde ha salido? Dijiste que no teníasfamilia.

Un escalofrío sacudió el cuerpo del hombretón, que torció el gesto de forma agónica.—Es mi hermanastra. Cuando era pequeña, me seguía a todas partes. Era la niñita

más dulce que he visto en la vida. La mantuve a salvo del malnacido de mi padre y measeguré de que no le pusiera la mano encima, pero antes de cumplir yo los dieciocho, elhijo de puta maltratador se acabó metiendo con la persona equivocada y se tragó unabala que le arrancó la mitad de la cara. Después de eso, me largué, porque ella y sumadre iban a estar mucho mejor sin tenerme allí para recordarles a mi viejo. Aun así,me aseguré siempre de que tuvieran todo lo que necesitaban. Les mandaba dinero y lasllamaba cuando podía.

Calló de golpe. Le temblaban las manos y tuvo que cerrar los ojos en un claro intentode mantener la compostura.

—Hace dos años, la madre de Gia murió y la chica se quedó sola. No tenía dineropara ir a la universidad ni posibilidades de trabajar en nada que yo aprobara. Merecíaalgo más y estaba decidido a dárselo, así que la traje a la ciudad. No dije nada a nadie.La instalé en un sitio bonito, me aseguré de que entrara en la universidad y le ingresébastante dinero en el banco para que no tuviera que preocuparse por trabajar y secentrara en los estudios y en pasarlo bien. Fui un idiota —susurró, y el dolor y la culpade Thane sacudieron hasta los mismos cimientos de Silas. Joder, es tan perfecta y taninocente, y tan bonita y lista… No quería exponerla a la vida que llevo ni ponerle unadiana en la espalda si alguien se enteraba de nuestro parentesco. Quería que fuera feliz,que tuviera todo lo bueno de la vida que merece y no la mierda en que vivimos nosotros

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cada día. Mirad a Evangeline.Drake saltó enseguida, enfurecido, y dio un paso al frente con un gruñido profundo.

Thane lo ignoró y prosiguió su amargo discurso:—Evangeline vive en un aislamiento absoluto. No tiene amigos en la ciudad. Su

única familia vive a varias horas de aquí y casi nunca puede verla. Ni siquiera puedesalir a dar un mísero paseo porque nos da demasiado miedo que alguien le acabepegando un tiro. No va a ningún sitio. Se pasa el día metida en ese maldito apartamentosin rechistar y solo se relaciona con nosotros. Y tanto ella como todos nosotrosviviremos acojonados todos los días del mundo, y más aún cuando tenga al bebé, por sile pasa algo. Por eso la vamos atando cada vez más en corto y, para una mujer, vivir asíes un infierno, y todo por haberse enamorado de uno de nosotros. Yo no quería eso paraGia y, pecando de arrogante, pensé que podía actuar con la prudencia necesaria paradarle todo lo que quería darle y dejar que viviera lo bastante cerca para poder verla devez en cuando, llevarla a comer o sentarme con ella en su casa y charlar y verla reír, yya está. Pero ahora está pagando el precio de mi estupidez y de mi incapacidad paramantenerla a salvo. No tenemos derecho a meter a las mujeres en nuestro mundo, pormucho que nos amen o las amemos nosotros —ladró—. Porque si las amáramos, sirealmente las amáramos y no fuéramos unos malditos egoístas, las alejaríamos lomáximo posible de nosotros para que no tuvieran que vivir ni un solo día con miedo aser golpeadas, violadas o asesinadas. Nadie a quien amemos, nadie que nos importeestará jamás a salvo y, si pensáis lo contrario, os estáis engañando.

El coche rugió, interrumpiendo las agrias palabras de Thane y, sin volver a mirar asus hermanos, levantó a Gia en volandas y corrió hacia él. Se metió en el asientotrasero y acunó a la chica en su regazo. En cuanto estuvieron acomodados, el cochevolvió a arrancar deprisa hacia la clínica.

Los demás desfilaron en silencio hacia el interior del club. La tensión se podía cortarcon un cuchillo.

—Esto es una puta guerra —soltó Jax mecánicamente, ya de nuevo en el despacho deDrake.

Miró fijamente a sus tres hermanos como si esperara una réplica.Silas se limitó a asentir, aturdido y destrozado por la dolorosa verdad que Thane

había hecho ver a todos sus hermanos, pero, especialmente, a él.—En cuanto sepamos cómo evoluciona Gia, iré a ver qué medidas de seguridad

había tomado Thane para protegerla y les daré una vuelta de tuerca por si se puedemejorar algo para que esto no vuelva a ocurrir —dijo Maddox en tono rudo ymalhumorado—. Pero el tío es un paranoico de la hostia. Es imposible que la dejara asu suerte sin la protección adecuada. Joder, ninguno de nosotros tenía ni puta idea deque existía: ¿cómo coño la han localizado los Vanucci si ni siquiera nosotros sabíamosde su existencia?

El gesto de Drake era tan duro que si le hubieran tirado una piedra a la cara la habría

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conseguido romper.—Un solo despiste. No hace falta nada más. Evangeline no va a ir a ningún sitio

hasta que tenga a nuestro bebé y, después, la mandaré bien lejos, a unas largasvacaciones, para que pueda salir de esto y vivir como un ser humano normal. Lerepateará estar privada de libertad hasta que nazca el bebé, pero lo entenderá. No haríanada que pudiera poner a nuestro hijo en peligro. No pienso darles otra oportunidadpara llegar a ella.

—Joder —exclamó Maddox con voz fatigada—. ¡Estamos bajo mínimos! Nopodemos permitirnos dejar a Zander desprotegido en el hospital. Tenemos que tenerhombres vigilando a Evangeline en todo momento y ahora también tenemos que protegera Gia. Silas, ¿qué hay de Hayley y sus clases? ¿Cuánto falta para que acabe elsemestre? No puede salir cada día con la poca protección que le podemos poner. Mecago en todo, no tenemos bastantes hombres para proteger a Zander y a las mujeres, yya puestos, tampoco quiero que ninguno de nosotros vaya solo por ahí.

—Traeré a Fantasma en cuanto nos haya conseguido información sobre los golpesque planean los Vanucci —dijo Silas con voz tensa—. Tiene a dos hombres lealesdentro de la organización de los Vanucci que también vendrán con él. Es muy bueno ynos será útil para trazar un plan de seguridad. Nos las arreglaremos. Siempre lohacemos.

—¿Y qué hay de Hayley? —insistió Maddox.A su lado, Silas cerró los puños con fuerza.—Yo me encargaré de Hayley. Sé lo que hay que hacer.—Me voy a casa y te mandaré a Justice, Silas —anunció Drake—. Jax, ¿puedes

relevar a Hartley en el hospital y ponerlo al día de los acontecimientos? Dile que vengaa informar a Silas y que tanto él como Zander sepan que deben mantenerse alerta entodo momento. Eso va por todos.

Drake se marchó, Jax siguió sus pasos y Maddox y Silas se quedaron solos en eldespacho. Maddox se giró y miró a Silas de arriba abajo con tal intensidad que lo hizosentir completamente diseccionado y escudriñado bajo la piel.

—No me ha gustado eso que has dicho de que tú ya te encargarás de Hayley y que yasabes lo que hay que hacer —reprendió Maddox en voz baja—. No seas estúpido,Silas. No hagas nada de lo que te puedas arrepentir el resto de tu puta vida.

Silas le dio la espalda para cortar a su hermano y se llevó el teléfono al oído.—Tengo que hacer una llamada —sentenció, echando definitivamente a Maddox.Maddox soltó una retahíla de insultos que habrían hecho palidecer a cualquiera. Silas

cerró los ojos, terminó de marcar el número y se puso en marcha para darle a Hayley loque Thane quería darle a su hermana: una buena vida y no la mierda en la que él y sushermanos vivían cada día. Él tenía toda la razón. Ninguna mujer tendría que verseobligada a vivir aquella vida suya.

Cerró los ojos mientras la pena lo engullía como jamás lo había hecho. «Perdóname,

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princesa».

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32

Hayley se dirigió a la salida lateral de la escuela que Silas y los demás le habíanpedido que usara en adelante y, al sacar la nariz por la puerta, se sorprendió al ver nouno, sino dos coches aparcados en la entrada. Maddox y Justice estaban de pie al ladode uno de ellos, con los brazos cruzados sobre el pecho y una mirada francamente seriaen el rostro. Silas estaba de pie al lado del otro. Al verla, le hizo una breve señal paraque se acercara.

Hayley corrió hacia el coche y Maddox la sorprendió al aparecer de repente paraabrirle la puerta del pasajero. Y más sorprendente aún fue que, antes de que pudieraentrar en el coche, la envolvió de repente en un abrazo de oso que la dejó sin aire. Porsuerte, ya tenía la herida completamente curada y, sin saber muy bien qué otra cosahacer, le devolvió el abrazo.

—Tienes mi teléfono —le dijo Maddox en tono sombrío, mientras aflojaba el lazo—.Si alguna vez necesitas algo, llámame. ¿De acuerdo?

Ella asintió y observó con la boca abierta como el hombre se giraba y regresaba conaire indignado al coche donde lo esperaba Jax.

—Entra, Hayley —ordenó Silas, apremiándola para que se moviese.Hayley se metió en el coche, cerró la puerta, se abrochó el cinturón y miró a Silas,

llena de curiosidad.—¿Se puede saber a qué ha venido eso?Silas la miró con una frialdad que le atravesó el cuerpo como un doloroso rayo.

Aquellos ojos que siempre habían sido cariñosos y transparentes para ella mostrabanahora la misma frialdad con la que miraban a todo el mundo. Una mirada recubierta dehielo impenetrable.

—¿Qué demonios estaba pasando?Sin responder a la pregunta desconcertada de Hayley, se incorporó al resto del

tráfico y no volvió a mirarla ni a hablarle. Ni siquiera le preguntó qué tal le había idoel día. Nada.

Hayley sintió el miedo en el pecho. ¿Acaso había sucedido algo más? ¿Habríaempeorado Zander?

—¿Zander está bien? —preguntó, ansiosa.—Sí —espetó Silas.Hayley cerró la boca, incapaz de esconder su reacción ante la frialdad de Silas. Giró

la cabeza para que él no viera las lágrimas que le empezaron a brotar. De acuerdo,Silas tenía un mal día. Se las apañaría. No le hablaría hasta que se le bajaran loshumos.

Apoyó la cabeza en la ventanilla, preocupándose de mantener la mirada bien alejada

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de Silas. Estaba tan absorta en sus pensamientos que, hasta varios minutos después, nose dio cuenta de que no se dirigían al apartamento de Silas. Entonces, levantó la cabezay estudió el entorno con gran confusión.

—Silas, ¿qué ocurre? —preguntó—. ¿Adónde vamos?—Lo sabrás cuando lleguemos —fue la escueta respuesta.Vale, ya empezaba a tocarle las narices de verdad. Fuera cual fuera el problema, no

tenía nada que ver con ella ni con nada que ella hubiera hecho. ¿Cómo iba a tener quever con ella si había estado en clase todo el día y no lo había visto desde que habíallegado a la escuela por la mañana?

Lo miró fijamente, pero él la ignoró y siguió sin desviar la vista del parabrisas.Unos minutos más tarde, se detuvieron ante un rascacielos del centro. Ella levantó

una ceja, pero, visto el trato de silencio al que la estaba sometiendo Silas, no semolestó en decir nada. Silas bajó del coche y le hizo un gesto a ella para que lo imitara.Ni siquiera la tocó mientras entraban en el edificio y, cada vez que ella se le acercaba,él se apartaba adrede.

Cuando entraron en el ascensor, Hayley estaba tan cabreada que le habría arrancadola cabeza. Mientras subían, Silas no paraba de tamborilear con los dedos contra labarandilla y Hayley habría jurado que, al parar en el piso veintisiete, lo oyó emitir unsuspiro de alivio. Silas salió del ascensor y avanzó por el pasillo a zancadas hacia lapuerta del fondo. Ella le siguió y, para su sorpresa, Silas sacó una llave, la introdujo enla cerradura, abrió la puerta y la hizo entrar.

Entró con cautela y se desconcertó al ver que el apartamento contenía los mueblesdel apartamento en el que había vivido ella antes de mudarse a casa de Silas. Se volviópara mirarlo con la mente nublada por la confusión.

—¿Nos mudamos? —preguntó.—No nos mudamos —respondió él, fríamente—. Te mudas. Te he hecho traer todas

tus cosas. El apartamento está a tu nombre y los servicios están pagados.El pánico y el hastío hicieron flaquear su intento de mantener la compostura.—¿Qué? —susurró—. Silas, no lo entiendo. ¿Qué pasa?—Nada —respondió él, en tono apático—. Se acabó. Hemos terminado. Ya está.La desolación la dejó inmóvil. Solo reaccionaron temblando sus rodillas y sus

manos. ¿Qué? Era como si le estuviese hablando en chino. No entendía nada.¿Terminado? No. Habían hecho el amor por la mañana y él se había ido tan feliz. Sehabían escrito mensajes durante el descanso de la comida y tenían planes para el fin desemana. Y, ahora, ¿se había acabado?

—No lo entiendo. ¿He hecho algo mal? Silas, dime qué ha…La risotada cruel de Silas la hizo callar.—Dios, Hayley. No puedes ser tan ingenua. ¿Adónde pensabas que nos iba a llevar

esto? ¿Matrimonio, dos niños y coche familiar en las afueras? Puede que eso sea lo quepasa en un pueblecito de Tennessee perdido de la mano de Dios, pero no aquí, y menos

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conmigo. Te quería en mi cama y ahí te tuve. Y eras buena, nena, desde luego. Pero yaes suficiente.

¿Nena? La total condescendencia de su tono la sumió en la desesperación másabsoluta. No la había llamado ni una sola vez «princesa». Ni «dulce niña», «queridaniña» o «niña bonita». Solo «nena». Como si fuera una cualquiera con la que habíaflirteado y de la que se había burlado con sus amigos.

Las lágrimas le encharcaron los ojos y se convirtió en un mar de lágrimas que no hizoningún esfuerzo por ocultar ni frenar. ¿Habían terminado? Tal vez sí fuera ingenua. No,no se había imaginado un coche familiar en las afueras, pero había creído que pasaríael resto de su vida con ese hombre. Como su esposa. Como su querida sumisa. Y resultaque ¿él ya tenía suficiente?

Finalmente, el dolor y la pérdida afloraron y encontraron voz entre las lágrimas quederramaba.

—¿Qué narices te pasa? ¿Que ya tienes bastante? ¿Y yo no tengo nada que decir?¡Intenté marcharme! Lo intenté y tú no me dejaste. Me dijiste que esta era mi casa, quetú eras mi hogar. Que no tendría que volver a estar sola nunca más. Y ahora, ¿ya hastenido suficiente? ¿Qué era, una especie de juego para ti? ¿Un maldito juego? ¿Se puedesaber por qué no me dejaste ir si pensabas plantarme? ¿Para qué toda esta farsa tanelaborada? ¿O es que nadie puede atreverse a dejarte y tú eres el único que puede darplantón? —preguntó Hayley con amargura.

—Piensa lo que quieras, Hayley —replicó él, con un sonoro suspiro de aburrimiento—, pero es lo que hay. Me voy y ya no te quiero en mi vida, ni en mi cama. No tepongas en evidencia montándome una escenita, Hayley. No te quiero. ¿Quieres que te lodeletree?

Se sentía completamente aturdida; trataba de digerir la insensibilidad con que laestaba destrozando viva, como si ella no valiera nada. Nunca había significado nadapara él.

—No —susurró ella—. No necesito más humillaciones. Yo te amaba, Silas. Te lo hedado todo y nunca te he pedido una mierda y mucho menos un coche familiar, hijos yuna casa en las afueras. Solo soy culpable de haber sido tan imbécil de creer que aalguien como tú le podía llegar a importar alguien como yo. Espero que la próximamujer te haga feliz, puesto que, por lo visto, yo he fracasado estrepitosamente en eso.

Por un segundo, le pareció ver esquirlas de dolor que le inflamaban los ojos, peroinmediatamente lo vio adoptar esa mirada impávida y vacía, antes de darse la vuelta ysalir del apartamento y de su vida, dejándola deshecha en mil pedazos sobre el suelodel lugar donde pretendía que ella siguiera viviendo.

Tuvo que reunir toda su fuerza de voluntad para no llamarlo, para no salir tras él yrogarle de rodillas si era necesario, para no preguntarle qué había hecho para que latratara con tanta crueldad y desprecio. La había apartado como quien tira la basura deldía anterior y tal vez fuera porque así era como él la veía. Sin duda, nadie que

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mereciera formar parte de su vida.Se dejó caer de rodillas y se tapó la cara con las manos, mientras los sollozos

escapaban de su cuerpo totalmente entumecido.

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33

A Hayley, la semana siguiente se le hizo interminable. Pasaba los días como un robotprogramado para realizar los quehaceres principales. No comía, ni dormía. Se tirabahoras despierta en su enorme cama, sola, entre lágrimas calientes que la hacíanmoquear. Sufría un dolor de cabeza punzante que le recordaba cada momento que habíapasado al lado de Silas.

Se arrastraba hasta la parada de metro que quedaba a dos manzanas de su nuevoapartamento, bajaba en la que quedaba a una manzana de la escuela y recorría las callesatestadas de gente con la mirada ciega.

El mismo día que Silas le había destrozado tan cruelmente el corazón, se había dadocuenta de que, además de hasta el último pedacito de su alma, echaba en falta algo más.La pasión y el placer que siempre había sentido por la música habían desaparecido porcompleto. Hasta ella misma torcía el gesto ante las notas planas y sin inspiración quearrancaba inertemente del magnífico violín que Silas le había regalado.

Al cuarto día, uno de los profesores la había llamado aparte después de clase y, concara de sorpresa y preocupación, le había preguntado qué le estaba pasando. Ella nosupo qué responder. Le daba igual. Le daba todo igual. Lo único que siempre la habíahecho feliz en la vida era ahora la fuente de un dolor interminable, porque cada vez queintentaba tocar algo, solo se acordaba de Silas y de lo mucho que le había gustadoescucharla tocar.

En ese momento, había tomado una decisión y había comunicado al profesor que noquería seguir y que iba a hablar con su tutor enseguida para dejarlo. El profesor lehabía suplicado que acabara el semestre para que no tuviera que repetirlo entero otravez, pero ella no había titubeado. Había sido la primera decisión que tomaba en unasemana para encontrar algún tipo de alivio o paz.

Dos horas más tarde, se arrastraba por el vestíbulo de su bloque, exhausta despuésde una reunión de una gran carga emotiva con su tutor que, como el profesor, le habíaimplorado que meditara lo que iba a hacer porque, si dejaba las clases colgadas, sinduda, le quitarían la beca. Hayley se había limitado a encogerse de hombros, se habíamarchado y había decidido volver a casa caminando en lugar de tomar el metro.

Al salir del ascensor, avanzó, lánguida, hacia su piso y abrió de golpe la puerta quepor la mañana no se había molestado en cerrar con llave. Nada más entrar, se le tensóel cuerpo y el odio la invadió por completo. Odiaba ese sitio. Detestaba el apartamentoy todo lo que significaba. Silas la estaba comprando tras abandonarla como un desecho.

A la mierda.La había tratado como a una puta abandonada. Miró el estuche del violín que todavía

cargaba y, de repente, no pudo soportar seguir mirándolo un segundo más. Entró en la

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habitación hecha una furia, lo tiró sobre la cama impoluta y se metió en el vestidor yempezó a sacar a tirones la ropa que realmente le pertenecía, asegurándose de dejar enlos armarios, los cajones y el apartamento entero hasta la última prenda que Silas lehabía regalado.

Sí, había cometido el peor error de su joven y estúpida vida al confiar en un hombreque no merecía ni su confianza ni su amor, pero eso no significaba que tuviera queseguir pagando el error hasta el fin de sus días. Y lo primero que iba a hacer para salirde su cascarón de tristeza era cortar lazos con todo lo relacionado con Silas Goodnight.

Aquel no era su apartamento. Nada de lo que había dentro era suyo, excepto cuatroharapos y los platos de su madre. Todo lo demás se podía pudrir o reducir a cenizas.Nada de aquello le importaba una mierda.

No estaba desamparada. Todavía conservaba hasta el último céntimo del cheque delseguro y la generosa cantidad recibida además de la compensación prometida. Conprudencia, le duraría mucho tiempo. No en la ciudad, pero sí en alguna otra parte dondeel coste de la vida no fuera tan desorbitadamente prohibitivo.

Allí ya no la retenía nada. Ya no tenía ninguna beca en ninguna prestigiosa academiade música. Seguro que su padre habría entendido su decepción y que se viera incapazde seguir adelante con el sueño que él tenía para ella. En el fondo, él siempre habíaquerido verla feliz. Eso es todo. Y quedarse allí la hacía francamente infeliz.

Se mudaría provisionalmente a alguna parte y no se dejaría una fortuna ridícula enello. Y, menos aún, cuando pensaba dejar atrás ese lugar de mierda en cuanto se leocurriera un buen plan y decidiera cuál sería el mejor sitio para ir. Estaba cansada devivir del pasado y no tenía nada ni a nadie en Tennessee. Necesitaba empezar de ceroen algún lugar donde fuera solo un rostro más entre la multitud y nadie supiera nada deldolor y la traición que arrastraba.

Había muchas ciudades grandes en el sur, algunas hasta con escuelas de música. Conel dinero del que disponía ahora, podía permitirse el alquiler de un apartamentopequeño, o hasta una casa, y pagarse sola la escuela.

Animada, por fin, con su nuevo plan de acción, se puso a empaquetar sus cosas y usóalgunas prendas de ropa para proteger los platos de su madre que fue colocandoreverentemente en una de las cajas vacías que Silas se había dejado al echarla conprisas de su casa y de su vida sin pensárselo dos veces.

Cuando hubo terminado, levantó la caja en brazos y se colgó al hombro la enormebolsa del gimnasio. Echó un vistazo a la habitación para asegurarse de que no se dejabanada realmente suyo y, entonces, cogió el bolso y se dirigió a la puerta. Cuando se diocuenta de que todavía sostenía las llaves en la mano, se detuvo, se giró, las tiró contrala barra de la cocina y se quedó observando cómo se deslizaban por la superficie lisahasta el centro, donde cualquiera las vería con facilidad.

«Esto es lo que pienso de tu regalo de despedida, Silas. Tú también te puedes ir a lamierda».

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Tiraría la casa por la ventana y pasaría la noche en el hotel más barato que pudieraencontrar, y aprovecharía para buscar apartamentos libres en zonas no tan guais de laciudad, donde pudiera estirar más su dinero.

Mientras bajaba en el ascensor, sintió la amenaza del llanto y una intensa sensaciónde pérdida y dolor le invadió el cuerpo, que la perforó haciéndola sangrar más quecualquier bala. Pero lo reprimió, mordiéndose el labio con fuerza. Jamás volvería aderrochar un suspiro ni una lágrima por un hombre que no mereciera respirar el mismoaire que ella.

—¿Te aburrimos, Silas? —preguntó Drake en tono seco desde el otro lado delescritorio.

Silas levantó la mirada del teléfono, donde había estado viendo el vídeo devigilancia del rellano del nuevo apartamento de Hayley. Se había ido justo después devolver de clase, cargada con lo que parecía una caja grande, una bolsa de deporte y elbolso al hombro, y quería saber a dónde narices se dirigía.

—¿Qué has dicho? —preguntó, sin disimular la irritación de haber sidointerrumpido.

—Estábamos discutiendo la estrategia para desmantelar toda la organizaciónVanucci. Ya sabes, nada demasiado importante —murmuró Drake con sarcasmo—.¿Algo que aportar?

Silas sacudió la cabeza con aire frustrado.—Aún no. Ya te dije que, ahora que ya no necesitamos solo nombres y detalles de los

golpes que tienen planeados, sino saber si Gia era un objetivo y cómo la localizaron,tienes que darme más tiempo para Fantasma. Tiene que actuar con mucha cautela o lepodría costar la vida, y también la de los dos hombres que tiene infiltrados con él en lacloaca. ¿Qué hay de Gia? ¿Ha dicho ya algo? ¿Ha dado alguna información que nossirva?

Maddox se apoyó contra la mesa y se frotó las manos bajo la barbilla.—He hablado con Thane hace unos minutos. Me ha dicho que aún la están medicando

mucho y que, en los pocos momentos en que se ha despertado, estaba tan aterrorizadaque la han vuelto a sedar de inmediato. Está hecha un desastre. Y él también está hechoun desastre, joder. Tenemos que llegar al fondo del asunto, pero no solo para proteger anuestros seres queridos, sino para evitar que Thane queme toda la puta ciudad paravengarse.

—Si vuelven a acercarse a Evangeline, yo mismo encenderé la cerilla, hostia —espetó Drake—. Obtened la puta información. Me da igual a quién tengáis queamenazar, sobornar o matar. Hacedlo y punto.

Tras echar un vistazo a su alrededor, soltó un suspiro y dijo lo que seguramente elresto de sus hermanos estaba pensando o, por lo menos, había considerado.

—¿Tendremos otro traidor en nuestra organización? Ninguno de nosotros sabíamos

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que existía Gia, así que ¿cuáles son las probabilidades de que lo supiera alguien defuera?

La sala se llenó de gruñidos y algo muy cercano a los rugidos y Silas pensó que, pormás caros que fueran los trajes que vestían, sus hermanos estaban muy cerca de lasputas bestias. Si alguno de ellos había vendido a la familia, el resto lo despedazaría. YSilas sería el líder de la manada.

Jax rompió el silencio con una rabia que parecía tener vida propia.—No puede ser uno de nosotros, joder. Nos equivocamos con Evangeline y lo pagó

Hatcher. Aprendimos la lección de la manera más dolorosa posible. No nos volverá apasar. Encontraremos a ese cabrón, acabaremos con él y nuestra familia volverá a vivirfeliz y contenta, joder. Y se acabó la mierda esta. A menos que alguien tenga algorelevante que añadir, sugiero que nos pongamos manos a la obra y dejemos de sembrarla duda en toda la puta familia. —Jax hizo una pausa y miró a su alrededor—. ¿Nadiedice nada? Estupendo. ¿Por qué no paramos de hablar de lo que vamos a hacer ymovemos el culo para hacerlo de una vez?

Dicho esto, se levantó de golpe con una mirada salvaje y salió disparado de lahabitación, dando un portazo con tanto ímpetu que hizo temblar las bisagras.

Los demás hombres se miraron entre ellos, sin saber muy bien qué pensar de que elsiempre taciturno Jax se hubiera mostrado tan… locuaz. Silas detestó la astilla de dudaque empezó a clavársele al pensar en la ampulosidad de Jax. La traición de Hatcher loshizo dudar de la confianza inquebrantable. Y por más que odiara ese pensamiento, solole sirvió para reforzar su decisión de echar a Hayley de su vida. Si sentía que no podíaconfiar en sus hermanos, entonces, su única posibilidad era estar solo.

—Tengo que decir que tiene algo de razón, joder —dijo Maddox, con cierta aversión—. Conseguiríamos mucho más si tomáramos alguna puta medida y dejáramos deseñalarnos con el puto dedo. Esta mierda está a punto de sacarme de quicio.

Drake carraspeó.—Jax se ha pasado la mañana con Evangeline. Está disgustada. Le ha afectado mucho

que pegaran un tiro a Zander, pero le prometí no esconderle nada más, conque tambiénsabe lo de Gia. No lo lleva nada bien. Le ha subido la tensión y el médico dice que, sino se estabiliza pronto, tendrá que reposar en cama. Y os adelanto que, si eso ocurre,pienso adelantar los planes para las vacaciones, me la llevaré a una isla en medio delpuñetero océano que tenga lo necesario para que pueda dar a luz allí y no volveré hastaque ella y el bebé estén totalmente recuperados, fuertes y felices.

Los demás empezaron a lanzar preguntas sobre la salud de Evangeline, pero Silas lascortó de raíz.

—¿Es realmente grave, Drake? ¿Necesita un hospital? Tal vez deberías llevártela yay dejar que nosotros nos encarguemos de esta mierda. Si estás fuera del país, tendrásuna coartada idónea y no habrá forma de que te salpique lo que nosotros hagamos.

—Ahora mismo, el médico cree que ella y el bebé no corren peligro, pero la tiene

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vigilada. Y no pienso renunciar a mis responsabilidades para con mis hermanos, comotampoco pienso hacerlo con Evangeline y nuestro hijo —replicó, acalorado—. Así quecierra la puta boca. Ya soy un niño grande y puedo encajar las consecuencias de lo quepase.

Silas sabía que era inútil discutir con él, pero no podía resistir la tentación depincharlo un poquito más.

—Si necesita algo, dímelo. De hecho, me sorprende que lo lleves con tantatranquilidad.

La mirada oscura y ardiente de Drake cayó sobre Silas.—¿Tranquilidad? Empieza a encender las cerillas, Silas. Que Fantasma te dé la

información de una puta vez.Drake se levantó lentamente, cogió su teléfono y salió por la puerta, impertérrito,

camino de su casa para estar con Evangeline. Silas ordenó con un gesto a Hartley que losiguiera. Había dejado bien claro que, a pesar de lo que dijera Drake, no iba a ir solo aninguna parte y no iba a tener menos protección que Evangeline.

—Ya habéis oído al jefe —ladró Silas—. Traedme algo con lo que trabajar. Voy adar un toque a Fantasma, le diré que espabile y prepare su salida de la pocilga de losVanucci para ayer.

Silas tenía pensado poner en marcha sus propios planes en cuanto hubieradescubierto dónde narices estaba Hayley y por qué no había regresado todavía alapartamento.

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34

Silas estaba loco de preocupación. Hayley había desaparecido. No había vuelto a suapartamento desde la noche que la había visto marcharse con una puñetera caja y unabolsa colgada al hombro. Lo sabía porque se había quedado toda la noche despierto,esperando y vigilando las cámaras de seguridad que había instalado tanmeticulosamente para poder estar al tanto de sus idas y venidas. Para saber que ellaestaba… a salvo. Fuera de cualquier peligro. Al menos hasta que pudieran eliminarhasta el último puto miembro de la familia Vanucci. Tal vez tardarían meses. Muchomás de lo que podía pretender que Hayley lo esperara sentada, sobre todo después dehaberse deshecho de ella de un modo tan imperdonable. En cualquier caso, no habíapodido permitirse ni una sola grieta en su gélido aspecto exterior porque, de haberlohecho, Hayley se habría enterado de todo y, devota y leal como era, nunca le habríapermitido que la alejase de él. La única posibilidad que tenía de que la idea funcionaseera hacerle creer que ya no la quería.

Y una mierda.Tenía el corazón, que hasta entonces no sabía que poseía, hecho añicos, como

también lo estaban los restos ajados de un alma tan negra como la muerte y tanmancillada que no podría aspirar jamás a la redención. Ni a poseer algo tan precioso ypuro como Hayley. Ella merecía a alguien mucho mejor de lo que él era y había sido.De lo que él iba a ser jamás. Sin embargo, absolutamente nadie la iba a amar tantocomo él. Triste consuelo para Silas, sobre todo ahora que no tenía ni puta idea de dóndeestaba o si estaba bien, y única razón por la que la había sacado con tanta frialdad de suvida, pero jamás de su corazón.

Tras la rueda de informes diaria con Drake y sus hermanos, se desentendió de laradio y condujo como un loco hacia el bloque de Hayley, temblando de impaciencia ytemeroso de lo que podía encontrar al entrar en el apartamento con la copia de la llaveque se había guardado para poder acceder a él en cualquier momento.

Cuando el ascensor se detuvo al fin en su planta, corrió por el pasillo como un loco ytuvo que esforzarse para lograr meter la llave en la cerradura. No había tenido tiempopara instalar más que un cerrojo de seguridad y una cerradura normal encima del pomooriginal del apartamento, pero debería haber regresado al día siguiente, en cuantoHayley hubiese salido para ir a clase, y haberse asegurado de que estaba totalmentesegura en el lugar al que la había llevado. Sin embargo, consciente de que ella sabríaquién había sido el responsable de las nuevas cerraduras, se había obligado a noregresar por temor a que ella hubiese visto segundas intenciones en ello.

Ya no pensaba igual.Abrió la puerta de un empujón y entró gritando el nombre de Hayley con una voz

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dominada por el miedo que no reconocía. Nunca permitía que las emociones lodominasen y lo sacasen de sus casillas, como en ese momento. Las rodillas letemblaban hasta el punto que apenas podía tenerse en pie mientras se tambaleaba por lasala de estar desierta y el dormitorio, también vacío.

Su mirada dio de inmediato con el violín que le había regalado, que descansaba en elestuche abierto en mitad de su cama. Al acercarse al armario y comprobar que seguíalleno de ropa, frunció el ceño. El miedo lo atenazó. ¿Era posible que sí quisieravolver? ¿Había pasado algo que le había impedido regresar?

Mientras revisaba el resto de los objetos, alguno de los cuales todavía tenían laetiqueta del precio, entendió lo ocurrido y la idea le dolió como si lo hubieran abiertoen canal. Se había marchado de verdad. No se había llevado ni una sola cosa de las queél le había regalado o comprado. Las únicas prendas de ropa que faltaban eran lasblusas y los tejanos baratos y andrajosos que ella vestía antes de conocerlo. Se lashabía ingeniado para negarle la existencia, para que no formase parte en modo algunode su vida, tal y como él había hecho con ella.

Cerró los ojos y salió del dormitorio antes de derrumbarse del todo. Consumido porel dolor y los remordimientos, se dirigió a la cocina y vio que los platos de la madre deHayley habían desaparecido, pero el resto de la vajilla seguía perfectamente ordenadaen los armarios. Incluso la abundante comida que él se había asegurado de guardarseguía justo como la había dejado.

Entonces reparó en el juego de llaves que había en mitad de la encimera, las cogió ylas contó. Las apretó entre los dedos hasta que el duro metal se le hincó en las palmas.No faltaba ni una sola llave del juego que le había dejado. Se había marchado, y él notenía ni puta idea de a dónde había ido, ni si estaba bien, herida, dolorida; ni siquiera siseguía viva.

La ciudad era enorme y podría estar en cualquier parte… Si es que seguía en laciudad. A juzgar por lo que sabía, podría estar en cualquier parte del puñetero país.

Tiró las llaves contra la pared, se volvió y salió del apartamento dando un portazocon la fuerza suficiente para hacer temblar la madera robusta. La escuela. ¿Qué pasabacon sus clases? Su violín estaba allí. ¿Con qué estaba tocando?

Volvió corriendo al coche y condujo como un psicópata en plena crisis, zigzagueandoentre el tráfico, saltándose semáforos en rojo y esquivando a peatones por los pelos. Nodejó de pisar el acelerador hasta que el coche se detuvo derrapando frente a la escuelade Hayley.

Tras asustar a más no poder a un chupatintas timorato y con la cara llena de granos,Silas descubrió que Hayley había dejado todas sus clases apenas dos semanas antes deacabar el trimestre, lo que había provocado que le revocaran la beca. Silas dejó en paza aquel joven aterrado antes de que llegase la poli para meter entre rejas a semejantegruñón, volvió al coche, apoyó la cabeza en el volante y cerró los ojos.

Las lágrimas le abrasaban las comisuras de los ojos al darse cuenta de la magnitud

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del daño que le había causado a su preciosa y encantadora chica. Había intentadosalvarla y le había arruinado la vida. Menuda mierda de negocio. Hayley había perdidola beca, su sueño, y había roto la promesa que le había hecho a su padre, y todo porqueel hombre al que quería era un cabrón sin remedio que se merecía un tiro en la putacabeza después de que le cortasen los huevos y se los hiciesen tragar.

Era la joven con más talento que jamás había tenido el placer de conocer, y a esohabía que añadir el honor de que compartiese con él su don cada vez que tocaba paraél. Daba igual lo a menudo que se lo pidiese o la hora a la que lo hiciera, ella siempreaccedía de buena gana y lo transportaba a otro lugar sin los Vanucci, los Luconi ocualquier otra amenaza para las personas a las que llamaba familia. Ella le había dadolo único que no había conocido en toda su vida: paz. Y él se lo había agradecidohaciéndola pedazos y arrebatándoselo todo. Su talento, sus esperanzas, sus sueños y suvida entera.

«Perdóname, preciosa. Mi princesa. Te quiero tanto que duele, joder. Sin ti, medesangro. No puedo vivir sin ti y no soporto la idea de que puedas estar herida o muertapor mi culpa y por culpa de lo que soy y de la vida que llevo».

Tenía que encontrarla. No iba a dormir ni comer hasta que supiera que estaba bien.La iba a encontrar. ¿Y después qué? La había destrozado con la mayor crueldad que unhombre podía emplear contra una mujer. Como mínimo, pensaba descubrir dónde estabay poner a una decena de hombres para protegerla, si era necesario. Iba a instalarcámaras de vigilancia que cubriesen todos los ángulos de visión posibles para queninguna amenaza pudiera pasar desapercibida. Si no podía estar con ella, se aseguraríade protegerla a distancia.

Condujo hasta el Impulse con una sola cosa en mente. Estaba decidido a usar suamplia base de datos y piratear cualquier cosa que pudiera ayudarlo a encontrar aHayley. Con un poco de suerte, ella todavía estaría en la ciudad y la podría rastrear através de las empresas de servicios, las de alquileres de apartamentos, hoteles,telefónicas o cualquier cosa que se le pusiese a tiro. Hasta que estuviera seguro de queella estaba a salvo, nada más tenía importancia.

Cuando llegó al Impulse, subió al despacho a toda prisa y se sintió aliviado aldescubrir que Drake había pasado por allí pero, como no tenía ni idea de cuándo iba allegar Silas, se había vuelto a marchar para estar con Evangeline. Los dos únicospresentes eran Maddox y Justice, que ultimaban los planes para el primer movimientoofensivo contra los Vanucci.

Silas fue directo a su escritorio y murmuró a los demás que seguía una pistaimportante. No especificó de qué pista se trataba ni que se relacionaba con algo muchomás importante que los putos Vanucci.

Para aumentar su frustración infinita, tras una hora rastreando solicitudes deservicios, alquileres de apartamentos y registros de hoteles, todavía no habíaencontrado ni una puñetera pista. Perdió la concentración al sonar el teléfono de

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prepago y maldijo en voz alta, pues sabía que no podía desatender la llamada deFantasma.

—¿Qué tienes? —preguntó Silas con sequedad.—Lo tengo todo —replicó Fantasma, igual de escueto—. Voy a hacer fotografías y te

las enviaré al móvil. Puede que tarde un poco porque los archivos son enormes. Ajuzgar por parte de la mierda que he descubierto, un montón de datos procedendirectamente de una filtración en la comisaría. Algunos documentos llevan sellos deasuntos policiales confidenciales. Los muy cabrones tienen a los policías comiendo desu mano, y eso son muy malas noticias para nosotros si ponemos en marcha el ataque.

Silas ya indicaba por gestos a Maddox y Justice que se acercasen a la vez queenviaba deprisa un mensaje de texto a Drake por el otro teléfono.

—Olvídate de tomar fotos. Lo quiero todo. Puede que lo necesitemos paraprotegernos el culo. Reúnete conmigo en el Impulse lo antes posible.

—No puedo salir de aquí con un puñado de documentos privados de los Vanucci.Usa la cabeza, hombre. Muerto no te serviré de nada.

—Quiero que tus dos hombres y tú salgáis de ahí y no volváis —ordenó en tonosevero—. Las cosas se van a poner chungas y quiero estar seguro de que no caes conesos cabrones. Saca a tus dos hombres de ahí de inmediato y tráeme todo lo que tengasdirectamente a mí.

—¿Estás seguro? —preguntó Fantasma con escepticismo.—Segurísimo. ¡Muévete!—Voy para allá en cuanto informe a mis hombres de dentro. —Se hizo un instante de

silencio y después se oyó ruido de movimiento de papeles por el teléfono—. ¡Vaya,espera un momento! ¿Silas? ¿Sigues ahí?

—Sigo contigo —respondió Silas con impaciencia.—Hay un expediente abierto en el escritorio. Parece el nuevo material de lectura de

Vanucci. Puede que sea una de las tuyas. ¿Conoces a una mujer morena con aspecto detener poco más de veinte años y llamada Hayley Winthrop? En la primera páginatambién aparece una dirección. Diría que ya han escogido a su próximo objetivo.

Silas se quedó completamente helado. Su corazón chillaba, incapaz de aceptarlo.Hayley no. Dios, Hayley no. Suplicó que no fuera demasiado tarde para salvarla. Si nola hubiera alejado, todavía estaría con él y no estaría por ahí, en algún lugar donde nopodía protegerla y con los Vanucci pisándole los talones.

—Dame la dirección ahora mismo —dijo Silas con voz ronca—. ¡Después, hazte conlos documentos y sal de ahí cagando leches! Tienes que largarte, pero ya. No me hagoresponsable de lo que te pase ni a ti ni a tus hombres si os quedáis ahí más de cincominutos.

Ya estaba de pie y recogiendo todo su arsenal mientras Fantasma le dictaba ladirección, confirmando los peores temores de Silas. No vivía en su dirección anterior,sino en una que él no conocía, lo que significaba que los Vanucci la habían localizado

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mientras Silas estaba sentado con el pulgar metido en el culo revisando incontablesregistros en busca de cualquier pista sobre su paradero.

Silas tiró el teléfono y, cuando se giraba para salir corriendo del despacho, una manopoderosa lo agarró por el brazo.

Silas enseñó los dientes y rugió:—Suéltame. Ahora.—Tengo una información que debes escuchar —dijo Maddox sin soltarlo.—¡Puede esperar, joder!—No, no puede esperar —replicó Maddox en tono seco—. Es sobre Hayley.Silas se quedó petrificado. Dios. Que no hubieran llegado ya hasta ella. Miró a

Maddox con un nudo en la garganta.—Abrevia —dijo salvajemente—. Lleva días desaparecida, y si Fantasma no

hubiese encontrado un informe sobre ella encima del escritorio de Vanucci, todavía nosabría dónde está. Ya están planeando su próximo ataque contra un objetivo. ¡Ella!

—Dios —murmuró Maddox—. Te lo cuento por el camino. Vámonos. Justice, tevienes con nosotros.

—¿Vas armado? —preguntó Silas en tono sombrío.Maddox le dedicó una mirada siniestra.—¡Pues claro, joder!Treinta segundos más tarde, todos saltaron al interior del coche de Silas, que salió a

todo gas del aparcamiento mientras Maddox introducía la dirección en el GPS.—¿Qué pasa con Hayley? —preguntó Silas.—Joder —replicó Maddox, cerrando los ojos—. Zander me ha llamado

cabreadísimo desde el hospital porque antes solo podía recordar fragmentos del tiroteo.Todo pasó muy deprisa. Sin embargo, hace unas horas, lo ha recordado todo con todolujo de detalles. Dimos por descontado que el objetivo del tiroteo éramos nosotrosporque partimos de la hipótesis de que Hayley había resultado herida al intentarempujar a Zander para apartarlo del peligro, pero Zander dice que no fue así.

—Entonces, ¿qué pasó? —gritó Silas—. ¡Suéltalo de una puta vez, no tenemos todoel día!

—Zander dice que Hayley vio cómo frenaban esos tíos. Nosotros no los vimos, peroél le vio la cara a Hayley y, al volverse, también vio a los tipos, que no dispararon deinmediato. Titubearon. No abrieron fuego hasta que Hayley les ofreció un tiro limpio alsalir de detrás de Zander y correr para apartarlo. Zander consiguió volver a colocarsecasi delante de ella y absorbió la mayor parte del daño, salvo por la bala que rebotó yle dio a ella. El objetivo era ella, no nosotros, y eso significa que la ficharon hacemucho y solo habían estado esperando a que se les presentase una oportunidad.

Silas se sintió palidecer y el sudor le cubrió de pies a cabeza. Había sido unarrogante de mierda desde el principio. Había estado convencido de que podíamantener a Hayley fuera del radar y que nadie sabría que tenía una relación con ella.

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Pero aquellos hijos de puta lo habían sabido todo el tiempo. Era una suerteextraordinaria que no la hubiesen matado hasta entonces y, si no llegaba a tiempo hastaella, eso era exactamente lo que iba a ocurrir.

—Contrólate, hermano —sugirió Justice en tono sereno—. Tienes que mantener lacabeza fría o no le serás de ninguna ayuda. Entramos, hacemos las cosas como esdebido y nadie muere. ¿De acuerdo?

Silas asintió con un gesto mecánico, pero el pulso le palpitaba con tal fuerza en losoídos que no tenía ni idea de lo que le acababa de decir Justice.

—Hartley está con Evangeline y Drake se reunirá allí con nosotros. Jax también estáde camino. Vamos a buscar a tu chica, Silas. Y esta vez, procura conservarla,¿entendido? —dijo Maddox en tono tenso.

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35

Tras una nueva noche de insomnio, Hayley se obligó a incorporarse y se sentó en elborde de la cama abrazándose con fuerza la cintura. Levantó la cabeza y contempló condesazón el interior del piso cochambroso que había alquilado. No podía quedarse allíni una noche más. Lo había escogido porque podía pagar semanalmente y a la luz deldía no le había parecido del todo mal, pero el barrio era un tugurio criminal infestadode pandilleros y camellos.

La noche anterior, se había agazapado en un rincón del apartamento tras oír disparosdebajo de su ventana. Cuando miró, vio con claridad un trapicheo de drogas que sehabía torcido.

Después de aquello, había sacado el Colt que le había regalado su padre antes de quese trasladara a la ciudad, el mismo que le había enseñado a disparar en más de unaocasión desde que era niña, y lo había dejado cargado debajo de la almohada paratenerlo a mano. Su padre estaba obcecado con que su niñita supiera defenderse, pero aella nunca le había parecido necesario el revólver hasta ese momento.

Soltó una risa áspera. ¿No había sido necesario? Anda que no le hubiera ido nadamal la noche que la habían asaltado y, sobre todo, la noche del recital y el tiroteo conZander. Si lo hubiera llevado ese día, habría podido dar a esos cabrones un poco de supropia medicina sin que se enterasen de nada prácticamente.

No pensaba volver a separarse de él en ningún momento. Lo había conservado,cierto, pero siempre lo había mantenido bien guardado. Sin embargo, en ese momentono salía del apartamento sin llevarlo en el bolso y, cuando estaba en casa, no se movíani un centímetro si no sentía el tacto reconfortante del metal en la palma de la mano.

Se impulsó para levantarse. Era consciente de que era demasiado tarde, pero hastamucho después del alba no había conseguido sosegarse lo suficiente para sumirse en unsueño agitado. La aterrorizaba incluso abandonar la seguridad relativa del apartamento,pero se negaba a convertirse en una prisionera de ese lugar. Ese mismo día iba arecoger las cosas y a marcharse. No sabía cuál iba a ser su destino definitivo. Todavía.Sin embargo, para cuando lo tuviese todo a punto, como mínimo tendría una ideaaproximada.

Sacó el revólver de debajo de la almohada, lo puso a buen recaudo en el bolso e,impaciente por salir de allí y dejar atrás toda aquella odisea, ni siquiera se molestó enducharse. Recogió a toda prisa sus escasos objetos personales y, a continuación, selavó la cara con agua fría, se lavó los dientes y se recogió el pelo en una coleta.

Retiró con cautela las cortinas raídas para echar un vistazo por la ventana y suspirócon tristeza al divisar la silueta desdibujada de la ciudad en la distancia. A pesar deldolor y la desesperanza que le atenazaban el corazón, iba a echar de menos esa ciudad,

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las luces y el bullicio que la habían engullido desde el primer día que la había pisado.Era una chica de pueblo pequeño y Manhattan le había parecido rebosante de pompa

y glamur, de la sofisticación de la que ella carecía. Se había adaptado en un abrir ycerrar de ojos gracias a la amabilidad de los ancianos mecenas de la escuela, que lehabían pedido que les vigilase el apartamento mientras ellos viajaban por Europa. Allíhabía saboreado por primera vez la independencia, había prosperado e incluso habíallegado a disfrutar de su nueva vida.

Había llegado el momento de armarse de valor, de seguir adelante y convertirse en lamujer independiente y autosuficiente que su padre le había enseñado a ser. Tan solo lehabría gustado saber por dónde empezar y cómo olvidar al único hombre al que sabíaque nunca iba a dejar de amar.

Cuando terminó de empaquetar, ya vestida y dispuesta a enfrentarse al futuro, unfuturo sin el hombre que tanta esperanza le había dado, se colgó el bolso al hombro, seacercó a la puerta y apoyó la oreja contra la madera envejecida. Oyó el ruido apagadode una trifulca y los habituales gritos que sus vecinos se dedicaban a diario, así que dioun paso atrás y decidió aguardar unos minutos antes de salir. Lo último que le apetecíaera meterse de lleno en una pelea doméstica.

Tras lo que le pareció una espera interminable, los gritos se apagaron en un silenciosepulcral. Esperó un rato más para asegurarse de que habían regresado al apartamento yentreabrió la puerta para echar un vistazo antes de disponerse a arrastrar la pesadabolsa con sus cosas por la escalera y meterse en la boca de metro más cercana. Hastalos taxistas temían aventurarse por aquel barrio. Desde que se había instalado allí, nohabía visto ni un solo taxi.

Mientras sujetaba el pomo, la puerta se abrió hacia dentro con violencia,proyectándola unos metros hacia atrás hasta aterrizar, dolorida, en el suelo. Gritó y unhombre enorme se abalanzó sobre ella. En cuanto abrió la boca para volver a gritar, elhombre le propinó un revés con tanta fuerza que cayó y se golpeó contra el suelo el otrolado de la cabeza, que le daba vueltas.

Dos hombres entraron a toda prisa y la sujetaron mientras ella chillaba con vozronca, negándose a ceder a sus intentos de hacerla callar. A continuación, todo sevolvió borroso y confuso mientras recordaba a toda prisa todo lo que su padresobreprotector le había enseñado de pequeña. Todo aquello que no había utilizado lanoche que Silas la rescató porque estaba demasiado conmocionada y asustada.

Esta vez no estaba aterrorizada e indefensa. Estaba cabreada. Estaba harta de que laasaltasen, la molieran a palos y la puteasen hombres en los que no confiaba y hombresen los que había confiado. Puede que estuviera firmando su sentencia de muerte al noobedecer sumisamente aquellas órdenes, pero llegados a ese punto, le daba igual. Nopensaba ir a ninguna parte sin oponer resistencia.

Repartió patadas, puñetazos y arañazos sin dejar de gritar hasta que un puño de grantamaño se estrelló contra su mejilla y la hizo caer de nuevo. Aturdida y desconcertada

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por un instante, oyó una voz áspera que ordenó:—Haz callar a esa zorra.La misma mano de antes le tapó la boca.Decidida a no rendirse sin más y aceptar su destino, Hayley volvió a pelear. Hundió

las uñas en el cuerpo de alguien en el mismo instante en que un puño la golpeó en lascostillas y la dejó sin aliento. ¡Mierda! Eran las mismas costillas que se había rotodurante el asalto, y a juzgar por el dolor que le taladraba el centro del cuerpo, habríaapostado hasta el último centavo de su cuenta corriente a que se las había vuelto afracturar.

Buscó a tientas la lámpara barata de al lado del sofá con la mano que le quedabalibre y la descargó sobre cualquier persona o cosa que quedaba al alcance. Una mano laagarró por el pelo y le estampó la cabeza contra el suelo. El golpe le dejó la visiónborrosa y parpadeó rápidamente para intentar enfocar a los asaltantes, pero le resultócasi imposible porque el hombre la sujetaba contra el suelo y empleaba todo su pesopara retenerla.

Sintió aire frío en el pecho y supo que le habían roto la blusa. Un hilillo de sangrebrotaba de la sien del hombre que se le había sentado a horcajadas encima y lucía lasmarcas de las uñas de Hayley en la mejilla.

—A nuestro padre no le gusta que sus mujeres peleen demasiado. Tendremos queocuparnos de eso —gruñó, y le rompió el botón de los tejanos.

Ni hablar, joder. No iba a permitir que ese cabrón pichafloja la violase. Preferíamorir a dejar que la violara y le robase la poca dignidad que le quedaba.

Consciente de lo que planeaban hacer, redobló sus esfuerzos por escapar. El otrohombre, que se parecía mucho al que tenía sentado encima y que, por lo que dedujo,debía de ser su hermano, se acercó cojeando para ayudarlo a inmovilizarla. Hayleyagitaba las piernas y pateó la mesita. El cristal que la cubría cayó al suelo y se hizoañicos. A lo lejos, oyó golpes y la voz de su vecino, que gritaba:

—¡O dejáis de hacer ruido o llamo a la policía!Paradójico, ya que él hacía el mismo ruido a diario cuando discutía con su anciana

esposa.Los dos atacantes se quedaron inmóviles, intercambiaron una mirada rápida y,

entonces, el hombre que tenía encima sacó una pistola de la nada y la apoyó en la frentede Hayley.

—Me tienes harto, zorra. Si te vuelves a mover, te vuelo los sesos aquí y ahoramismo. Mi padre solo quiere hablar contigo y yo soy el hombre que te va a llevardelante de él para que vea que soy perfectamente capaz de dirigir el negocio de lafamilia. ¿Vas a ser buena chica y vas a venir con nosotros o prefieres que las cosas sepongan feas?

Hayley sabía que mentían. No se la llevaba «solo para hablar», pero también sabíaque lo de la pistola que tenía en la cabeza iba totalmente en serio. Tenía que darles lo

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que querían hasta que pudiera ser ella quien les volase los putos sesos o morir en elintento.

El hermano más joven la puso en pie mientras el mayor la apuntaba en todo momento.El dolor que le atormentaba las costillas le dificultaba la respiración y todavía veíaborroso por los repetidos golpes que había recibido en la cabeza, pero la adrenalina seocupaba de la peor parte del sufrimiento que le causaban las lesiones.

Salieron del apartamento y recorrieron el pasillo sin ver ni a un alma. MientrasHayley bajaba la escalera a trompicones, el bolso, que milagrosamente todavía llevabacolgado, le rebotaba en la cadera y le recordaba que todavía no estaba acabada. Apesar de que un ojo se le estaba hinchando rápidamente, echó un vistazo al mierdecillaque la había amenazado con una pistola y observó que ya no la llevaba a la vista.Seguramente no quería llamar la atención por si acaso a alguno de los vecinos se leocurría meter las narices. Era evidente que aquel imbécil no conocía bien esa zonaconcreta de la ciudad.

La llevaron al callejón lleno de basura de detrás del edificio donde había visto eltrapicheo de drogas desde la ventana del apartamento. Los esperaba una limusina negra.

«Nunca dejes que te lleven a otro sitio».El instructor de los cursos de defensa personal que había realizado cuando era

adolescente había inculcado esa idea a todos sus alumnos. Si subía al coche, estabamuerta. Si luchaba, probablemente también estaba muerta. En ambos casos, acababamuerta, pero por lo menos luchar le daba una oportunidad que, una vez estuviera dentrodel coche, iba a desaparecer a cada minuto que se acercasen a donde fuera que lallevasen.

Mientras los secuestradores que la flanqueaban mantenían una conversación en vozbaja, metió la mano despacio dentro del bolso y envolvió el duro acero con los dedos.La última conexión que le quedaba con su padre. Si aquello no funcionaba, no iba atardar en volver a verlo.

Hayley fingió que tropezaba para poner unos metros de distancia entre ellos. Loshombres se dieron media vuelta de inmediato y ambos se llevaron la mano al interior dela chaqueta para sacar sus armas. La espalda de Hayley golpeó un contenedor cercanojusto cuando sacó el Colt de su padre. Recordó todo lo que había aprendido al lado desu padre en una colina de Tennessee mientras bajaba la mirada al cañón, soltaba el airey apretaba el gatillo.

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36

Silas sintió la mirada de Maddox mientras el sistema de navegación los guiaba hacialo más profundo de una de las zonas más sórdidas de la parte baja de la ciudad.

—Di lo que tengas que decir —gruñó Silas con impaciencia.—¿Qué cojones hace Hayley en este barrio, Silas? Me dijiste que la habías instalado

en otra parte. ¿Te referías a esta mierda? ¿Qué narices te pasa?—¡Joder! Ya me conoces. Nunca fue mi intención que viviese así. —A pesar de sus

esfuerzos, no podía disimular el dolor intenso o el miedo abrumador en su tono de voz—. Yo la instalé en un buen sitio cerca de su escuela, pero hace días que no va ni a casani a la escuela. Yo… —Cerró los ojos y la voz se tornó en un susurro—. La he perdido.Llevo toda la puta mañana intentando localizarla. Luego me ha llamado Fantasma yespero por Dios llegar a tiempo.

Justice soltó un gruñido de disgusto y Maddox parecía cabreadísimo.—¿Y no se te ocurrió pedir ayuda en cuanto desapareció? No es solo tuya, Silas.

También es nuestra, como Evangeline. Somos tus hermanos, joder.—Esto no está bien —protestó Justice, que estaba obviamente de acuerdo con las

palabras enfurecidas de Maddox—. Sí, Hatch nos jodió y se vendió a la puñeterapolicía, pero si ya no podemos ni confiar los unos en los otros, será mejor que leentreguemos la ciudad a Vanucci, porque vamos a acabar todos de comida para lospeces del Hudson y no sé qué va a pasar con Hayley, Evangeline y Gia.

Silas sabía que tenían razón, pero en ese momento no podía preocuparse ni por ellosni por el asunto de la confianza. No cuando todo su mundo pendía de un hilo. Másadelante, cuando estuviera seguro de que Hayley estaba a salvo, ya se ocuparía dereparar lo que Hatcher había destruido.

El GPS les informó de que su destino estaba cerca, a la derecha, y en cuanto Silasparó junto a la acera oyó disparos. Los tres hombres se bajaron del coche en marcha,desenfundaron las armas y corrieron hacia la fuente del estruendo.

«Que no sea Hayley. No puede ser ella. No puedo haber llegado demasiado tarde».Derrapó al llegar a la entrada del callejón y se quedó helado. Por un instante, se

quedó inmóvil ante la escena truculenta que lo recibió. Junto a él, Maddox susurró:—Dios.Hayley estaba sentada en el suelo frente a un contenedor, ensangrentada y cubierta de

moratones. Otra vez. Sujetaba una pistola con las manos firmes y seguía disparando elrevólver descargado sobre dos cuerpos claramente inertes. Tenía la mirada vacía y elúnico sonido que interrumpía aquel silencio escalofriante, además de los clicsincesantes del arma que ella seguía disparando robóticamente, era su respiración roncay aterrorizada.

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Silas oyó que alguien corría a su espalda, pero seguía sin poder apartar la mirada delhorror que tenía delante.

Se oyó una inspiración y otros sonidos de total sorpresa hasta que la voz de Drakeahogó todos los demás ruidos.

—¿Qué cojones ha pasado aquí? —rugió Drake.La pregunta despertó a Silas del letargo y echó a correr hacia Hayley. Las piernas le

temblaban tanto que se dejó caer de rodillas en cuanto llegó a su lado y soltó un gritoatormentado:

—¡Hayley! Dios, cariño, deja que te vea. ¿Me puedes explicar qué ha pasado y sitienes heridas graves? ¿Dónde te han herido?

Hayley ni siquiera parecía ser consciente de su presencia. Seguía apretando el gatillorítmicamente, una y otra vez, con los ojos perdidos entre el dolor y el miedo, tan turbiosque Silas comprendió que era totalmente ajena a sus actos.

Maddox se inclinó hacia ella y le quitó el Colt de las manos con suavidad. A laespalda de Silas, Drake se puso a dar órdenes para la limpieza. Silas no había mirado aDrake ni una sola vez y no tenía ni idea de quién iba con él.

Silas recorrió el cuerpo de Hayley con las manos para tratar de determinar lagravedad de sus heridas. La mayor parte de la sangre parecía provenir del rostro: teníala nariz completamente aplastada y un corte en la comisura de los labios del quebrotaba un reguero de sangre que le caía por el cuello, y también tenía la blusa y lospantalones abiertos, cosa que le hizo temer lo peor. Temió no haber llegado a tiempopara ahorrarle el dolor y la degradación que había sufrido a manos de los hombres deVanucci. Por el amor de Dios, ¿qué le habían hecho a su encantadora chica?

—¿Hayley? Cariño, háblame. ¿Dónde te han hecho daño? Estoy aquí. Ya estás asalvo. Háblame, princesa. Por favor.

Silas apartó a Maddox para poder rodearla con los brazos y la levantó condelicadeza del mugriento asfalto. Pero, en cuanto la separó del suelo, Hayley seconvirtió en un gato salvaje que luchaba y se retorcía sin mediar palabra.

—¡Hayley! Para o te harás más daño. Soy Silas. Ya estoy contigo, cariño.Si sus palabras surtieron algún efecto, fue que ella se revolviese todavía más, tanto

que la tuvo que volver a dejar en el suelo. Inmovilizarla no haría más que causarle másdaño. Tendría que seguir hablando hasta que volviera en sí y se recuperase de laconmoción del ataque.

Se reclinó un poco, llevó una mano al cuello esbelto de Hayley y le acarició la pieltierna con la esperanza de que aquel gesto familiar la calmase.

—Ya ha pasado todo, princesa. Te lo prometo.Hayley levantó una mano, apartó la de él de un golpe y lo miró al fin.—¿Me lo prometes? ¿Me lo prometes? —El susurro ronco hizo estremecer a Silas—.

Los dos sabemos lo que valen tus promesas. No me toques —ordenó, apartándose de sumano.

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En esa ocasión, a Silas no le importó que unas lágrimas que le escocían como brasasamenazasen con abrirse camino a fuego por su cara. Las palabras de Hayley eran comoun cuchillo afilado que se le clavaba directamente en el corazón. Tenía toda la razón delmundo. Sus promesas no tenían valor alguno para ella. Le había hecho muchas y lashabía roto todas. Quería suplicarle perdón allí mismo, pero lo primordial era llevarla aun médico que diagnosticase la gravedad de las lesiones.

Maddox se acercó un poco más a Hayley.—Hayley, tenemos que conseguirte ayuda. Tienes un moratón brutal en la cara y por

cómo te sujetas el costado, está claro que estás herida. —Se fijó en la ropa desaliñaday en que se aguantaba la blusa para que no se le abriese y la ira y el dolor se adueñaronde su expresión—. ¿Qué te han hecho? ¿Te han…?

Dejó la pregunta en el aire, probablemente porque era incapaz de pronunciar lapalabra que Silas no había permitido que le viniese a la cabeza hasta ese momento.Violación. ¿Habían violado a su preciosa chica aquellos hombres?

—No —susurró ella con la voz entrecortada—. Lo han intentado… —Hayley mirabaa su alrededor con impotencia hasta que sus ojos vieron al fin los cadáveres a unospocos metros de distancia—. ¿Están muertos?

La voz le temblaba y las lágrimas empezaron a surcarle en silencio las mejillascenicientas. Silas quería aullar y deshacerse de aquel dolor horrible que lo consumía.Ella había sufrido lo indecible por culpa de él, y no una, sino tres veces, porque entodas ellas le había fallado cuando ella más lo necesitaba. ¿Cómo podía esperarganarse su perdón si él mismo no se iba a perdonar nunca?

Drake estaba acuclillado junto a los cadáveres, registrándoles los bolsillos con sumocuidado, cuando oyó la pregunta que Hayley apenas había susurrado.

—Sí, cariño —contestó en un tono reconfortante—. No volverán a hacerte daño, ni ati ni a nadie.

Con el pie, dio la vuelta a uno de los cuerpos.—Este es el hijo mayor de Vanucci. El muy gilipollas no sabe ni ir a cagar sin que su

padre le explique cómo hacerlo. No quiero ni saber por qué lo han dejado salir de casa,pero es un mierdecilla incompetente, y gracias a ello Hayley sigue viva. El otro es elsegundo hijo de Vanucci. Imagino que actuaban por su cuenta para intentar demostrar suvalía al viejo.

Maddox levantó el arma que había recuperado de las manos de Hayley.—No es el tipo de arma que suelen llevar estos cabrones. ¿Un revólver? No salen de

casa sin armas de asalto o una pistola con capacidad mínima de doce balas.—Es mío —dijo Hayley en tono inexpresivo—. Devuélvemelo.Los músculos de Silas se tensaron y tuvo que reprimir la necesidad imperiosa de

tomarla entre sus brazos y abrazarla para siempre. Ella no se lo habría permitido y éltampoco se lo merecía, pero el dolor lo estaba matando. Entonces captó el significadode sus palabras y el pánico que había estado tratando de contener se redobló.

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—¿Qué? —rugió, y dio media vuelta hacia Drake—. Legalmente, ni siquiera puedellevar ese revólver por aquí. Con la mitad de los putos policías comprados por losVanucci, nunca colará como defensa propia. Si junta los testigos necesarios, no tendrámucho problema para cargarle el muerto a ella y defender que ellos solo fueron lasvíctimas.

—Tranquilo, Silas. Ya viene hacia aquí una brigada de limpieza. Nos ocuparemos detodo y no habrá consecuencias para Hayley. La encubriremos, te lo prometo. Tú llévalaa nuestro médico para que le eche un vistazo. Puedes estar tranquilo por esto.

Silas intentó de nuevo ayudar a Hayley, pero se puso rígida, se separó de él y seacurrucó delante del contenedor.

—Ya has oído a Drake, princesa —dijo Silas con suavidad—. Tengo que llevarte almédico. Te juro que lo arreglaremos todo en cuanto sepa que estás bien.

Con una mano en alto para evitar que se le acercase, Hayley se ayudó del contenedorpara levantarse. Una vez en pie, se irguió tanto como pudo, sin dejar de sujetarse lascostillas, y lo miró entre lágrimas que goteaban sobre el suelo y se mezclaban con susangre.

—Tengo tres palabras para ti, Silas —replicó Hayley, que apenas podía articularsonidos porque tenía los labios hinchados y rígidos—. Que. Te. Jodan. A ti y a tuspromesas. Ya no soy responsabilidad tuya. Esa fue tu decisión. Ya habías tenidosuficiente. Ahora yo he tomado mi decisión. Yo también he tenido suficiente.

Silas encajó todos aquellos golpes verbales, consciente de que se merecía eso ymucho más. Se quedó allí plantado, con el alma hecha pedazos, mientras Maddoxempezó a hablar a Hayley en un tono comedido y a acercarse con la cautela de quientrata con un caballo desbocado.

—Escúchame, cariño, por favor. Estás gravemente herida. Mi hermano y tú no oslleváis muy bien ahora. Lo entiendo. Pero necesitas un médico. Permíteme llevarte. Sivas al hospital, puede que lo denuncien. Nadie puede saber dónde estabas, cariño.Acabarás en prisión por culpa de ese revólver. Hazlo por mí. Por favor. No puedodejarte aquí sola y herida.

Hayley dejó caer los hombros y cerró los ojos.—Iré —accedió—, pero solo si me llevas tú.En cuanto se impulsó para separarse del contenedor, las piernas le fallaron y

Maddox, que llegó a ella antes que Silas, la agarró y la sujetó contra su pecho. Lasmiradas de Maddox y Silas se cruzaron por un instante. Acto seguido, Silas lo viomarcharse apresuradamente del callejón. Se llevaba entre los brazos lo que para Silasera el mundo entero.

—¿Silas? —le llamó Drake—. Necesito que me ayudes. Los chicos están al caer.Vamos a encubrir a tu chica y después podrás empezar a salir del agujero que te hascavado. He pasado por lo mismo, muchacho. Será una de las cosas más difíciles quehayas hecho jamás, pero arrástrate si es necesario. Vale la pena. Nada es más duro que

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vivir sin la otra mitad de tu corazón.

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37

—¿Dónde narices está Hayley? —rugió Silas por teléfono—. Acabo de pasar por laclínica y allí no hay nadie.

Maddox suspiró y se produjo un silencio momentáneo que enfureció todavía más aSilas.

—Hayley se ha negado a ir a la clínica. El único modo de conseguir que permitieseque la viera un médico ha sido llevarla a una habitación de hotel y llamarlo desde allí.

—¿Dónde? —preguntó Silas con voz gélida.—Oye, no creo…—¿Dónde hostias está? —gritó Silas.Maddox suspiró y le dijo el nombre del hotel y el número de habitación. Silas

aceleró tanto como pudo y, quince minutos después, estaba en la puerta. Pasó frente a lazona de recepción, entró en el ascensor y pulsó el botón de la planta trece.

Un instante después, se puso a aporrear la puerta y gruñó amenazadoramente cuandoMaddox la abrió ocupando el umbral con todo su cuerpo para que Silas no pudieraabrirse paso de un empujón.

—O me dejas verla o lo haré a través de ti —advirtió con firmeza.—No quiere verte, hombre —dijo Maddox con expresión compasiva.—Entonces podrá decírmelo a la cara. Ahora, muévete.Maddox lo dejó pasar a regañadientes y Silas entró en la suite y clavó la mirada en

la puerta del dormitorio, que estaba ligeramente entreabierta. Se detuvo frente a ella,espió por la rendija y vio al médico de Drake terminando el examen del cuerpoapaleado de Hayley. Silas cerró los ojos: no podía soportar la visión de la sangre y losmoratones. ¿Cuánto más tendría que sufrir ella por quién era y lo que era él? ¿Por todoslos errores que había cometido con ella desde el primer día?

Empujó la puerta justo cuando el médico daba los últimos consejos a Hayley, seencaminó a toda prisa hacia la cama e hizo un gesto al médico para que se marchara.

Hayley estaba recostada sobre un montón de almohadas, sus pestañas oscurasdescansaban sobre las mejillas pálidas y cubiertas de moratones. Con sigilo, se sentóen la cama, frente a ella, le cogió la mano con ternura y se la llevó a los labios.Abrumado por la emoción que se le acumulaba en el pecho, sintió una humedadpeculiar en las mejillas.

En cuanto la tocó, los ojos de Hayley se abrieron de repente y apartó la mano tanrápido que se golpeó en el torso y soltó un jadeo de dolor. Dejó la mano sobre elpecho, se la protegió con la otra e intentó apartarse de él con vehemencia.

—Cuidado, princesa —dijo Silas en voz baja—. No te hagas daño. Tienes quepermanecer lo más quieta posible para no lastimarte más.

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—Tú eres el que me hace daño —replicó ella con un susurro cansado.Silas contuvo la respiración y apartó la mirada mientras más lágrimas le resbalaban

en silencio por las mejillas.—Tengo muchas cosas que decirte —comenzó—. Lo siento mucho, preciosa. He

cometido demasiados errores. Nunca quise hacerte daño, pero parece que no consigohacer bien las cosas. Desde que entraste en mi vida, lo pusiste todo patas arriba y teconvertiste en mi mundo.

Hayley levantó una mano temblorosa para hacerlo callar.—No te molestes —advirtió con desdén—. No quiero escuchar nada de lo que vayas

a decir. No puedo confiar en nada de lo que salga de tu boca. Yo siempre he sidosincera contigo, Silas. He mantenido todas mis promesas. ¿Puedes decir lo mismo?

—Yo…Hayley sacudió la cabeza.—No. No digas nada. No quiero oírlo.—Por favor, princesa. Deja que te lo explique —imploró—. Las cosas se estaban

caldeando y corrías… corríamos mucho peligro, y yo solo quería que estuvieras a salvoy fueras feliz. Quería que llevases la vida que deberías llevar y no una vida en la quelas cosas estuvieran tan jodidas. Por eso te hice marchar y te hice creer que ya no tequería. Y Dios, eso me mató, cariño. Esa fue la única vez que te mentí; cuando te dijeque no quería estar contigo, porque eres la única persona del mundo con la que quierocompartir mi vida.

—Eres un hipócrita —soltó, furiosa, interrumpiendo de golpe la súplica apasionada—. ¿Recuerdas cuando tu hermano se desangró encima de mí? ¿Cuando nos dispararona ambos? Intenté dejarte, porque solo quería que estuvieras a salvo. Nunca quise ser unlastre o una herramienta para que tus enemigos llegasen hasta ti. Pero no me lopermitiste. Me dijiste que me quedase y me hiciste amarte, y después tomaste ladecisión unilateral de deshacerte de mí. Nadie lo decidió por ti. Podrías haber sidosincero conmigo y contarme lo que estaba pasando. ¿Se te pasó por la cabeza? ¿Se teocurrió que puedo pensar por mí sola y que deberías haberme permitido decidir por mímisma si deseaba aceptar el riesgo que implicaba estar contigo?

Boquiabierto, Silas hizo una mueca ante la verdad sacada a la luz. Cada palabra quepronunciaba ella era una flecha con una verdad que se le clavaba con precisiónmilimétrica.

Hayley agitó la cabeza y se lanzó a hablar sin que él fuera siquiera capaz de pensaren algo, lo que fuese, que la hiciera cambiar de opinión.

—Crees que soy una mujer débil y desvalida. Piensas que soy incapaz de ir a mear sino me dices cómo y cuándo hacerlo. Pues te voy a decir una cosita, Silas. No soy débil.No soy boba ni descerebrada. Yo solita elegí entregarte mi amor y mi sumisión. Puedoarreglármelas perfectamente sin hacerlo y, para serte sincera, he vivido todo estetiempo sin que un hombre me controlase cada minuto del día. Te entregué todo eso

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porque te quería y porque te hacía feliz, y hacerte feliz me hacía feliz a mí. Pero no lonecesito y tampoco te necesito a ti.

Se quedó sentado, rompiéndose por dentro mientras miraba la expresión convencidade ella y la verdad que le brillaba en los ojos. No había vuelta atrás. Esta vez, habíaido demasiado lejos y había perdido lo único que le había importado de verdad en suvida.

—Márchate, por favor —susurró Hayley—. Ya siento bastante dolor, Silas. Porfavor, déjame tranquila. ¿Es pedirte demasiado?

Silas sacudió la cabeza lentamente y se incorporó a trompicones.—No, princesa. No es pedirme demasiado. Solo quiero que seas feliz y estés bien.

Siempre he querido eso para ti. Si quieres que me marche, me iré. Yo…Se atragantó con las palabras de amor que amenazaban con estrangularlo. No le

servirían de nada en ese momento y, además, para empezar, ¿qué sabía él del amor?Tras una última larga mirada a la mujer que tenía en su corazón y su alma, se dio mediavuelta y echó a andar, estremeciéndose a cada paso.

Hayley esperó a que la puerta se cerrase suavemente tras él para desplomarse;escondió el rostro apaleado y lleno de moratones entre las manos, y los sollozos lahicieron temblar.

—Cariño, me rompes el corazón —dijo Maddox cerca de ella y, de pronto, susbrazos la rodearon—. Llora cuanto quieras. Sé que duele.

Hayley le hundió el rostro en el hombro y todo su cuerpo se agitó presa de un dolorque no era solo físico.

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38

—He revisado hasta el último documento de los Vanucci que nos trajo Fantasma —anunció Justice—. Informes de Hatcher, una lista de todos los policías corruptos en lanómina de Vanucci y una lista de golpes. Las buenas noticias son que todo estájustificado, así que no tenemos a ningún topo en nuestra organización. Las malas sonque no tengo ni puta idea de cómo supieron de la existencia de Gia.

Silas frunció el ceño:—¿Y de Hayley?—La debieron calar desde el principio, chico. Lo siento —respondió Justice con una

mueca—. Ya sabes lo cuidadosos que hemos sido todos para que no nos viesen con ellay los rodeos que hemos dado cada vez que salíamos para asegurarnos de que no nosseguían. Nunca la hemos llevado a ninguno de nuestros lugares habituales y tú la hastenido en el apartamento la mayor parte del tiempo. Puede que tuvieran un golpe desuerte. Quizá simplemente estaban en el lugar adecuado en el momento ideal.

—Hatcher escuchó una conversación telefónica. —La voz áspera de Thane llegódesde el umbral de la puerta.

Silas y Justice se giraron y vieron a Thane abriendo la puerta en la que se habíaapoyado. Su habitual barba de un día parecía más bien de cinco, y los surcos profundosdel rostro evidenciaban una fatiga acusada y un gran estrés.

—Estaba hablando con Gia pensando que estaba solo. Hatcher se presentó porsorpresa y colgué enseguida, pero debió espiarme un rato antes de dejarse ver. Es laúnica explicación posible.

Justice maldijo y Silas frunció más el ceño. Aquel puto traidor había sido el origende un dolor interminable para todos ellos.

—Oye, tío —dijo Justice con suavidad a Thane—. ¿Qué se sabe de Gia?Thane se desplomó en el sofá, se cubrió la cara con las manos y se la frotó, agotado.—Recupera la consciencia a ratos. Cada vez que se despierta, sufre ataques de

pánico tan graves que tienen que volverla a sedar. De momento, nadie ha podido hablarcon ella, conque lo único que saben es lo que indicaron los exámenes físicos que lerealizaron —explicó con amargura.

—¿Por qué no dejas que uno de nosotros se quede con ella esta noche? —se ofrecióJustice—. Pareces exhausto. Tienes que descansar un poco. No puedes seguir a esteritmo.

Thane miró a Silas con intención.—Creo que no es de mí de quien tienes que preocuparte. ¿Cuánto llevas sin dormir,

Silas?Silas se tensó y se levantó de su asiento.

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—Tengo cosas que hacer —murmuró, haciendo caso omiso de las miradasdeliberadas de sus hermanos.

De camino a la puerta, oyó que Thane murmuraba:—Creo que voy a hacer una visita a alguien.Silas caminó mecánicamente hasta el coche y se dirigió a su apartamento pensando

en una botella de whisky… o tal vez tres. Quizá así podría olvidar el dolor y laabrumadora sensación de pérdida que lo acompañaba a todas horas. Y quizá, porprimera vez desde que había echado a Hayley de su vida, podría dormir al fin.

Hayley se acurrucó en la cómoda silla de la suite del hotel después de tomarse unode los analgésicos que le había dejado el médico, más por el pálpito que sentía en lacabeza que por el dolor del resto del cuerpo. Ni siquiera intentó aliviar el que sentía enel corazón. Había dolores que no se podían superar, dolores para los que no habíamedicamentos ni soluciones rápidas. No había curas mágicas milagrosas salvo eltiempo y la distancia. En realidad, ambas eran un asco.

Desde que Silas se había marchado por última vez dos días antes, Hayley se habíarecluido en esa habitación de hotel, atenazada por el dolor y la pena. Se había dormidollorando la mayor parte de las veces y se arrastraba por la habitación como quien haperdido toda esperanza. Las únicas personas que la habían visitado habían sido loshermanos de Silas, que habían pasado por allí en una rotación constante y, tras laprimera mención de Silas, cuando ella había insistido en que no quería que semencionase su nombre, nadie más lo había vuelto a nombrar.

Se dejó caer hacia un lado. El medicamento le estaba haciendo efecto y su cerebroprocesaba las cosas un poco más despacio. Justo cuando cerró los ojos para intentarolvidarse de todo tan solo por un rato, llamaron a la puerta con discreción.

Maldijo para sus adentros porque no quería abandonar su cómoda postura. Porsuerte, antes de tener que hacerlo, la puerta se abrió y, para su sorpresa, se asomóThane. Lo miró con los ojos entornados, incapaz de decidir si lo veía bien o si lasdrogas le habían alterado la percepción, porque su aspecto era un reflejo de cómo sesentía ella.

Thane la miró con una sonrisa torcida y cerró la puerta a su espalda.—Hola, chiquilla. ¿Quieres un poco de compañía?Hayley se encogió de hombros.—De acuerdo, si no te importa que esté un poco colocada.Las largas piernas de Thane devoraron la distancia que los separaba y tomó asiento

en la silla que había frente a ella.—¿Cómo te encuentras, aparte de colocada? —preguntó en un tono dulce.Hayley se volvió a encoger de hombros, molesta porque solo tenía ganas de llorar.—Siento no haber venido hasta ahora. No me enteré de nada hasta después de que

pasase. He estado todo el tiempo en el hospital con Gia.

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Hayley frunció el ceño.—¿Quién es Gia?—Mi hermanastra.—¿Qué le ha pasado? ¿Se pondrá bien? —preguntó Hayley, preocupada.Thane estaba boquiabierto.—¿Ese capullo no te ha contado lo que pasó?—Si el capullo es Silas, no hemos tenido gran cosa que contarnos —replicó Hayley

con la voz tensa.Thane sacudió la cabeza.—Gia es mi hermanastra, pero nadie sabía ni que existía. Tenía la esperanza de

mantenerla al margen de la mierda a la que nos enfrentamos a diario, pero los Vanuccila secuestraron y le dieron una paliza de muerte. Hace nueve días, la tiraron de uncoche en el aparcamiento trasero del club. No fue un buen día para ninguno de nosotros,y dije algunas cosas bastante desagradables sobre que ninguna de las personas que nosimportaban volverían a estar a salvo y nunca vivirían libres y felices. Silas se lo tomómás a pecho que el resto.

Hayley se quedó sin aliento al entender lo ocurrido.—Ese fue el día que me dio puerta.Thane hizo una mueca.—Sí. Ojalá hubiera mantenido la boca cerrada.La ira se apoderó de ella a medida que las cosas iban cobrando cada vez más

sentido.—Menudo imbécil —musitó—. Dios me salve de los capullos. Llamarlo capullo es

quedarse muy corto.Thane arqueó una ceja, claramente perplejo por su reacción.—Oye, chiquilla, no pretendía ponerte a cien. Solo pensé que deberías saberlo todo.—Pues ya lo sé todo —confirmó disgustada—. Créeme, lo veo muy claro. Te juro

que los hombres pueden llegar a ser increíblemente estúpidos.Dichas estas últimas palabras, se levantó con esfuerzo de la silla y se tambaleó,

insegura. Thane se puso en pie de inmediato y la rodeó con el brazo para sostenerla.—Eh, cuidado, cielo. ¿Dónde crees que vas?—Voy a meter un poco de sensatez a golpes en la cabezota de un gilipollas.—Bueno, no es que no esté firmemente convencido de que lo necesita, pero no estoy

seguro de que sea buena idea que vayas a ninguna parte ahora mismo, preciosa. Estás apunto de caerte de cabeza.

—Mira, o me llevas a su apartamento o llamo a un taxi, pero pienso ir de todosmodos —dijo Hayley con tozudez.

—Yo te llevo —respondió Thane de inmediato—, pero a lo mejor te gustaría vestirteprimero.

Hayley bajó la mirada hacia la camisa que Maddox le había abotonado para que no

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tuviera que ponerse ninguna prenda por la cabeza e hizo una mueca. A continuación, sevolvió hacia Thane con ojos suplicantes.

—Qué vergüenza, pero no tengo nada más que esto —murmuró—. Y necesito ayuda,porque no puedo levantar los brazos por encima de la cabeza. Maddox me ha tenido queayudar a ponerme una de sus camisas y no puedo ir a ninguna parte vestida solo con sucamisa y mi ropa interior. Tengo un sujetador ahí fuera.

Thane parecía haberse tragado la lengua y Hayley habría jurado que estaba un pocopálido. De no ser por lo cabreada que estaba con el idiota de su novio, la expresióndesesperada de ese hombre le habría resultado casi cómica.

Thane cerró los ojos como si rezara por su salvación.—Hagamos un trato —propuso haciendo una mueca—. Yo bajo corriendo a la tienda

de regalos del hotel y te compro unos pantalones y una blusa decente si me juras quejamás le dirás a Silas que te he ayudado a vestirte. Le tengo aprecio a mi cara.

Hayley apretó los labios y lo miró fijamente.—Está bien. Como quieras. Tú date prisa, no sea que me quede dormida.

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39

Hayley se despidió con un gesto por encima del hombro al bajar del ascensor en laplanta de Silas, dejando a Thane dentro para que volviese a bajar. Él queríaacompañarla hasta la puerta, pero ella se negó. No pensaba marcharse sin armarla yprefería no airearlo todo ante ningún testigo.

Apretó la mandíbula, desfiló hacia la puerta del apartamento y llamó con fuerza.Hizo una mueca al oír un golpe seguido del sonido de un cristal que se rompía y unapalabrota ahogada. Después se hizo el silencio. Alzó la mano y llamó con más fuerza.Si tenía que pasar la noche entera llamando, estaba dispuesta a hacerlo.

Por fin, oyó el sonido de trasteo en los cierres y contuvo la respiración hasta que lapuerta se abrió de par en par y apareció Silas frente a ella, parpadeando confundido.Hayley frunció la nariz al notar el olor del alcohol que parecía amortajarlo.

El rostro de Silas se desencajó, desconcertado, mientras sus ojos adormilados larecorrían de arriba abajo.

—¿Princesa? —dijo en un tono casi inaudible mientras la contemplaba aturdido—.Has venido.

Hayley puso los brazos en jarras y lo miró fijamente.—Estupendo, he venido a decirte exactamente lo que pienso de tu noble gesto y lo

sacrificado que eres y estás tan borracho que por la mañana ni siquiera recordarás quehe venido a hablar contigo.

Silas parecía tan triste que tuvo que esforzarse para mantenerse firme y no abrazarlacon fuerza. Entonces bajó la mirada y vio pedazos de cristal brillando en el suelo a sualrededor.

—Cuidado, Silas. Vas descalzo y hay cristales rotos por todas partes. Vamos adentroantes de que te caigas.

Silas la siguió como un perrito perdido y al ver manchas de sangre en el suelo,Hayley se dio cuenta de que no había logrado evitar todos los pedazos de cristal. Leapoyó con delicadeza una mano en el pecho, lo ayudó a darse la vuelta y lo acompañóal sofá. Silas no le quitó los ojos de encima en ningún momento.

—Apoya los pies en la mesa. Voy a por el botiquín.Justo antes de llegar al lavabo, oyó que Silas susurraba:—Te echo de menos.Hayley agarró el botiquín, se sentó en la mesita y empezó a extraer los fragmentos

minúsculos de cristal de los pies de Silas, que todavía sangraban. Él todavía seguía conla mirada cada uno de sus movimientos. La trataba como si fuera una aparición ytemiese que fuera a desaparecer si apartaba la mirada.

—Te echo mucho de menos —susurró de nuevo—. Todo el día y toda la noche. No

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hago otra cosa que echarte de menos.Hayley parpadeó para contener las lágrimas que le escocían. Silas le estaba

rompiendo un corazón que ya tenía roto. Se aclaró la voz.—Ya te gritaré más tarde, cariño. Deja que te limpie los pies. —Destapó el

antiséptico—. Esto te va a doler, lo siento —se disculpó en voz baja.Él ni siquiera parpadeó mientras ella le rociaba las heridas.—Me duele todo el tiempo. Antes no me pasaba. No sentía nada, y no era malo.

Entonces apareciste tú. Sentí paz. Me sentí feliz de cojones por primera vez en mi vida.Entonces la cagué. Ahora duele. Como debe ser, la verdad. Me lo merezco. No temerecía. Nunca te merecí. Lo sabía, pero me quedé contigo de todos modos. Y téarrastré al infierno conmigo.

Hayley perdió la batalla con las lágrimas mientras le vendaba los pies con una gasa.Dios, había demasiado dolor en la voz de Silas. No sabía lo que decía y, seguramente,se odiaría por la mañana si recordaba haberle abierto su alma hasta ese punto. Habíaido con la intención de chillarle. Pensaba embestir como un toro, dejarle claro lo quepensaba y decirle lo que le parecía que él la hubiera echado por su propio bien.

Fue al dormitorio, cogió una almohada y la llevó al sofá.—¿Te puedes tumbar, Silas? Tengo que limpiarte los cristales rotos.Silas se reclinó sobre la almohada y alargó el brazo para acariciarle la mejilla

húmeda con los dedos.—No llores, mi Hayley. Quiero que sepas que haría lo que fuera por ti.Volvió a bajar la mano y se la apoyó en el pecho sin dejar de mirarla a la cara.Hayley apartó la vista, incapaz de mirarlo a los ojos sin sucumbir a la tentación de

acurrucarse entre sus brazos, donde por fin se sentiría cobijada y segura de nuevo. Perono pensaba aprovecharse de él. Puede que ya no la quisiera cerca cuando se le pasasela borrachera. Y menos después de haberle dicho que se fuera a la mierda no una, sinodos veces.

Para cuando terminó de barrer todos los vidrios, el único sonido que se oía de dondedescansaba Silas era su ronquido suave. Tiró los cristales a la basura y, después, cogióun edredón y le tapó con delicadeza el cuerpo inconsciente. Esta vez fue ella quien leacarició a él la mejilla rasposa.

—¿Qué voy a hacer contigo, Silas? —susurró—. Los dos estamos destrozados.¿Vamos a seguir alejándonos mutuamente hasta que sea demasiado tarde?

La luz que brillaba al otro lado de sus párpados provocó que un martillo neumáticose pusiera en marcha. Gruñó, intentó darse la vuelta y estuvo a punto de caerse del…¿sofá? Entreabrió un ojo y confirmó que, efectivamente, estaba en el sofá. Yefectivamente, se había bebido la botella de whisky de la despensa. Y otra más. Estabaa medio camino de la tercera cuando habían llamado al timbre y…

No hizo caso del martilleo de la cabeza y se incorporó como un rayo. Hayley había

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estado allí. Miró a su derecha y descubrió que Hayley seguía allí. Acurrucada en el otrosofá, envuelta en su edredón y con el pelo negro desparramado sobre la almohada. Elpulso se le aceleró unas cien pulsaciones por minuto. Dios, lo dejaba sin aliento.

Se levantó con tanto sigilo como pudo y tuvo que reprimir un gemido. Joder. La mitadde la botella que había roto con las prisas por ir a abrir la puerta la noche anteriordebía de haber acabado incrustada en sus pies. Hayley debería haber estado en casadescansando y cuidando de sus propias heridas, pero había estado allí cuidando de uncapullo borracho. Deseó ser uno de aquellos borrachos que sufrían amnesia total y norecordaban nada de lo ocurrido la noche anterior, pero lo recordaba todo con detalle.Recordaba claramente que lloraba mientras le vendaba los pies. Estaba claro que era elcabrón más rastrero del mundo.

Fue a la cocina, puso en marcha la cafetera y se tomó un ibuprofeno sin agua. La ibaa dejar dormir tanto como quisiese, y, cuando se levantase, le prepararía el desayuno ydescubriría por qué había ido a su apartamento después de dejarle claro que no queríavolverlo a ver. Frunció el ceño. Le había dicho algo de que quería gritarle. Si elmartilleo de la cabeza se aliviase un poco, tal vez podría deducirlo solo, pero lodudaba. Las palabras de Hayley y la convicción que se le notaba en la cara la últimavez que se habían visto habían dejado muy claro que no podía ofrecerle nada que ellaquisiese.

Justo cuando el café estuvo listo, oyó que Hayley empezaba a moverse. Le preparóuna taza como a ella le gustaba y se la llevó. Al incorporarse, ella hizo una mueca ycontuvo la respiración.

Silas dejó la taza en la mesita tan rápido que se derramó un poco de café. Se leacercó para ayudarla a sentarse con toda la delicadeza que pudo.

—Cuidado. —Se dio cuenta de lo ronca que sonaba su voz, se aclaró la garganta y lovolvió a intentar—: Despacio, princesa. ¿Tienes los analgésicos?

Hayley se acomodó lentamente y sacudió la cabeza.—No. No pensaba que fuese a necesitarlos.Silas dejó la taza cerca de ella para que llegase con comodidad, se dirigió al lavabo

y cogió analgésicos del botiquín. Se los llevó a Hayley y los puso junto a la taza.—Tómate estas pastillas, preciosa. Ya sé que no te gusta que te dejen grogui, pero te

duele todo el rato y no soporto verte sufrir.Hayley se tomó las pastillas, dio un sorbo al café y lo volvió a mirar. Después volvió

a bajar la vista hacia la taza.—Vine a gritarte y a decirte lo que pensaba, pero ahora…El corazón se le aplastó contra el pecho e intentó con todas sus fuerzas reprimir el

súbito fogonazo de esperanza que intentaba adueñarse de él.—¿Pero ahora qué, princesa? —susurró.Los ojos de Hayley se inundaron de lágrimas y apenas logró contener el impulso de

abrazarla con fuerza y secárselas a besos.

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—Estoy muy enfadada contigo, Silas —respondió con voz ronca.—¿Cómo no ibas a estarlo? —preguntó él con amargura.—¿Por qué no me hablaste de Gia? ¿Por qué no confiaste en mí y me dejaste decidir

si valía la pena correr riesgos por ti? Porque vale… valía la pena. ¿Por qué no mepreguntaste nunca si lo eras todo para mí? Yo no te habría abandonado. ¿Por qué lohiciste tú?

Silas cerró los ojos. El corazón le dolía tanto que se sentía morir.—El problema nunca fue que no confiase en ti, princesa. En quien no confiaba era en

mí. Te fallé una y otra vez. No te he traído más que dolor y sufrimiento y me negaba aser el causante de tu muerte. Mereces mucho más de lo que yo te podré ofrecer jamás.Eres demasiado bonita, demasiado adorable, demasiado… buena. Eres todo lo que yono soy y todo lo que no merezco.

Los ojos de Hayley se volvieron turbulentos, se secó las lágrimas con rabia y lo mirófijamente.

—Yo soy la única que puede decir quién es digno de mí y de mi amor —dijo confuria—. No te adueñes de ese derecho, Silas. Nadie puede hacerlo salvo yo misma. ¿Loentiendes?

Silas parpadeó, sorprendido por su vehemencia.Hayley cerró los ojos. El dolor y la tristeza eran evidentes en sus facciones pálidas.—¿Cómo hemos llegado hasta aquí, Silas? —susurró—. ¿Cómo hemos pasado de ser

tan felices y tan perfectos el uno para el otro a estar tú tan lejos y yo tan atemorizadaque me da miedo acudir a ti? ¿Puedes prometerme que, si me acerco a ti, vendrás a miencuentro a medio camino? ¿Que si asumo el riesgo valdrá la pena? ¿Que no volverás asepararnos?

La voz se le quebró al pronunciar la última palabra y Silas no lo soportó más. ¿Si ibaa ir a su encuentro a medio camino? Ni hablar, joder. Pensaba hacer el camino entero.Ella no iba a tener que volver a moverse nunca más. En un abrir y cerrar de ojos, sesituó a su lado y la acomodó en su regazo con mucha suavidad hasta que la tuvoacurrucada entre los brazos con la cabeza apoyada en el hombro. Acercó la cabeza alcuello de Hayley y hundió la mano entre los mechones sedosos de su pelo,enrollándolos alrededor de los dedos.

—Nunca más, preciosa —susurró junto a su cuello y sintió con los labios que elpulso de ella se aceleraba—. No volverás a dudar de mi amor y la adoración que sientopor ti nunca más. Ni de mi devoción ni de mi compromiso contigo. Lo eres todo paramí, princesa. Eres mi vida, mi mundo y mi razón de vivir. Nunca sabrás lo mucho quelamento que hayas tenido que pasar por todo esto, pero si me das una oportunidad,pasaré el resto de mi vida compensándotelo.

Le acarició la espalda mientras las lágrimas de ella le empapaban la camiseta.—Al ver a la hermana de Thane tirada en la calle, solo pude pensar en ti. Pensé que

te podría haber pasado a ti y que prefería morir a consentirlo. Me dejé llevar por el

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pánico. Solo quería que estuvieras a salvo y creí que lo mejor era alejarte de mí. Meequivocaba, princesa. Joder, me equivoqué del todo. Eres lo mejor que me ha pasadoen la vida y fui un imbécil al dejarte marchar. Te quiero, Hayley. Cuando veía a Drake yEvangeline pensaba que sabía lo que era el amor, pero también me equivocaba. Estesentimiento… Dios, nena. Vale la pena luchar por él. Vale la pena morir por él. Dameuna oportunidad para demostrarlo, por favor.

Hayley levantó la cabeza y lo miró intensamente a los ojos. Silas se sintió intimidadopor lo que vio claramente reflejado en sus ojos. Amor. Perdón. Comprensión.

—Nunca he dejado de quererte, Silas. Lo he intentado. Dios sabe que lo he intentado.Tengo mucho miedo. Estoy aterrorizada. Pero quiero intentarlo. Pero solo contigo.Siempre contigo. Nunca querré a nadie más.

Silas cerró los ojos para ocultarle las lágrimas traidoras y Hayley bajó la cara paramordisquearle el cuello.

—Vivir conmigo no será fácil. —La voz le volvía a sonar ronca, pero le daba igual—. Con mis problemas de falta de control, sumados a los peligros que rodean mitrabajo, nunca llevarás una vida normal. ¿Seguro que quieres apuntarte a algo así?

—A la mierda lo normal —respondió con una risa lagrimosa—. ¿Qué nos ha dado lanormalidad?

—Nada de nada —murmuró Silas a un suspiro de sus labios.

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40

—Joder —gruñó Silas mientras la boca de Hayley volvía a cerrarse alrededor de sudura erección—. A mi princesa le encanta mi polla.

Harley sonrió, alzó la vista y le lanzó una mirada lasciva.—No es lo único que me encanta.Los ojos de Silas se enternecieron y las arrugas excitadas que le surcaban el rostro

desaparecieron mientras estiraba un brazo para acariciarle la cara con suavidad.Entonces, sin dejar de mirarla fijamente, los ojos se le encendieron por la promesa dealgo que sabía que haría estremecer a Hayley.

—Quiero comerte —dijo Silas en tono gutural.Hayley jadeó mientras recorría toda la longitud de su erección y la dejaba resbalar

fuera de la boca hasta que solo la punta se equilibraba precariamente en sus labiosantes de volver a bajar hasta el fondo, y le arrancaba otro gemido de placer. Silas ledio un golpecito de advertencia en la mejilla.

—O me acercas el coño mientras me la chupas o dejas de chuparla y te como laboca. Tú eliges.

A Hayley, le parecía que él salía ganando claramente en ambos casos, pero estabadecidida a seducirlo hasta dominarlo. Silas le cedía el control muy pocas veces y noestaba dispuesta a renunciar a él, aunque tuviera que hacer concesiones.

—Está bien, tú ganas —accedió, fingiendo estar enfurruñada.En cuestión de unos tres segundos, sintió que levantaban y rotaban su cuerpo. Acto

seguido, estaba apoyada de rodillas a ambos lados de la cabeza de Silas y su pelvisdescendía hacia la lengua maliciosa de su amante. Dios santo, ¿cómo iba a concentrarseen llevarlo al séptimo cielo si parecía que se le había derretido el cerebro?

Hayley siguió lamiéndolo y acariciándolo mientras él tampoco escatimaba enlametones y caricias, y poco después ambos emitían ligeros sonidos de intenso placermientras se lo proporcionaban mutuamente con los labios y las lenguas.

Hayley sonrió satisfecha mientras lo sentía en la garganta. Aquello era todo suyo.Algo que Silas nunca había tenido antes. Él nunca había permitido a ninguna otrapersona que le diese placer de ese modo. Aquello… como él… era todo suyo, y nadievolvería a arrebatarle lo que le pertenecía.

La lengua de Silas trazó círculos en su clítoris y después bajó y se sumergió en suinterior. Ella se contoneó sobre él y respiró por la nariz mientras intentaba con valentíalograr que él terminase antes de que ella llegara al éxtasis. Sentía la sonrisa triunfal deSilas en su zona más sensible, y redobló los esfuerzos para hacerlo terminar antes deperder el control.

Desde la primera vez que él le había permitido amarlo y usar la boca con él, parecía

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que hubiese estallado una presa. Silas parecía hambriento de su boca y la pedía amenudo. Cuando ella se despertaba por la mañana, él le guiaba la cabeza hacia abajopara indicarle lo que quería sin palabras. En la ducha, él la ponía de rodillas y seperdía en su boca antes de levantarla del suelo y follársela por detrás contra la paredde la ducha. Y a veces, ella esperaba a que llegase a casa de rodillas para ser loprimero que viese al entrar en el apartamento. Él se le acercaba abriéndose la braguetay se la metía hasta el fondo de la boca. A él le encantaba, pero a ella le gustaba todavíamás. Ella decía en broma que había creado un monstruo. Un monstruo comepollas.

Cerró los ojos y se concentró al máximo para postergar su orgasmo inminente ylograr que él terminase primero. Silas estaba cerca. Muy cerca. Ya podía saborear lasgotas minúsculas previas a la corrida y sentía que la erección le crecía todavía más,señal del clímax inminente.

Apretó la boca a su alrededor y la engulló todo lo hondo que pudo, hasta que leenvolvió con los labios la base misma de la polla. Él tembló debajo de ella y Hayleyescuchó —y sintió— un «joder» susurrado entre sus piernas. Decidida a conseguir suobjetivo, chupó, acarició y lamió, aplicando una presión firme con la boca hasta que,por fin, oyó un grito gutural y Silas se arqueó hacia arriba, estallando en su boca yllenándola de su esencia.

Ella también estaba cerca del orgasmo y, en cuanto Silas se hubo recuperado delsuyo, redobló sus esfuerzos mientras ella limpiaba con reverencia hasta el últimocentímetro de su polla antes de perder el control de sí misma.

—Dámelo todo —gruñó Silas.Silas le chupó el clítoris con suavidad y después hizo aletear la lengua sobre el botón

palpitante hasta que las piernas de Hayley temblaron sin control. Ella echó la cabezahacia atrás, gritó el nombre de él y, entonces, la lengua de Silas la penetróprofundamente. El orgasmo centelleó cálido, salvaje y casi doloroso en su intensidad,mientras ella se contoneaba y se retorcía sobre la boca de él. Silas la sujetó por lascaderas con firmeza, negándose a dejarla escapar del torbellino de su lengua.

Hayley se desplomó sobre él, jadeando suavemente con los ojos cerrados, mientrasél seguía lamiéndola y acariciándola con delicadeza. Entonces Silas le apoyó las manosen las nalgas, las acarició antes de levantarla con suavidad y darle la vuelta hastacolocársela entre los brazos y acomodarle la cabeza en el hombro.

Silas le besó la cabeza. La sujetaba muy cerca de él, posesivo, como de costumbre, ysuspiró con gran satisfacción.

—Te quiero —susurró Hayley.El cuerpo de Silas se tensó y luego tembló en respuesta a esas palabras. La misma

reacción que había tenido cada vez que ella le había dicho esas palabras durante lasúltimas dos semanas; esas dos semanas gloriosas que habían pasado atrincherados en elapartamento de Silas, totalmente aislados del mundo exterior mientras ella se reponía yambos cimentaban su relación. Él no había dejado de compensarla, deshaciéndose en

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disculpas no solo en palabras, sino también en actos, por el dolor que le había causado.—Yo también te quiero, cariño —dijo con voz ronca.Silas se incorporó un poco para sentarse en la cama con la espalda apoyada en el

cabezal y atrajo a Hayley hacia sí, que quedó sentada a horcajadas en su regazo. Losojos de él rezumaban incertidumbre y parecía… nervioso. Ella estaba asombradaporque nunca parecía nervioso.

Pasado un momento, Silas dijo:—Quiero preguntarte una cosa, princesa.Por algún motivo, Hayley sintió la imperiosa necesidad de reconfortarlo. De

recordarle que no la había perdido, que lo quería y que no iba a marcharse a ningunaparte. Le apoyó una mano en la mejilla y lo miró con todo el amor de su corazón.

—Ya sabes que puedes preguntarme lo que quieras, Silas.Silas le cogió las manos y la miró a los ojos. Ella nunca lo había visto tan vulnerable

y con la guardia tan baja.—Yo…A Silas le sonó el móvil y soltó un buen taco. Entonces la miró con expresión de

disculpa.—Lo siento, princesa. Tengo que cogerlo. Es Drake.Hayley asintió.—Por supuesto. ¿Quieres que me vaya para que podáis hablar en privado?Silas le agarró las manos con más fuerza y, de pronto, se vio apretada contra su

pecho mientras él alcanzaba el teléfono con la mano libre, sin dejar de abrazarla.Bueno, por lo visto, aquello respondía la pregunta.—Sí —dijo Silas por teléfono. Se hizo un breve silencio y después dijo:— ¿Qué?

Espera… ¿No es demasiado pronto? —Otro silencio momentáneo—. De acuerdo,Hayley y yo iremos cuanto antes.

Silas arrojó el teléfono a un lado y la miró con preocupación. El terror recorrió laespalda de Hayley, que trató de deshacer el nudo que se le estaba formando en lagarganta. La expresión de él se suavizó de inmediato y se tornó de arrepentimiento.

—Lo siento. No quería asustarte. Es Evangeline. Está de parto y Drake está a puntode perder la cabeza. Todavía le faltaba algo de tiempo para salir de cuentas, pero losmédicos le han asegurado que el bebé tiene unas posibilidades excelentes desobrevivir. De todos modos, están intentando detenerle las contracciones para dar albebé el máximo tiempo posible antes del parto.

Hayley se agitó, inquieta, y entonces se incorporó y se separó de Silas.—¿Quieres que me quede?Silas la miró como si se hubiera vuelto loca.—Princesa, tú irás donde yo vaya. Punto. No te voy a dejar sola hasta que nos

hayamos librado para siempre de los Vanucci. Y ni siquiera entonces dejaré de tenertedonde pueda verte y tocarte a todas horas.

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Hayley se ruborizó de vergüenza.—Pero pensé y dije cosas espantosas sobre ella —se excusó en voz baja y bajó la

vista hacia sus manos, incapaz de sostener la mirada de Silas—. No creo que Drake niella me quieran allí ahora mismo. Solo querrán a la familia.

La mano firme de Silas se cerró alrededor de la barbilla de Hayley.—Mírame, nena.Su voz sonó suave y tierna, cuando por fin se armó de valor y volvió a mirarlo a los

ojos, encontró en ellos comprensión. Y amor.—Para empezar, soy el único que sabe lo que pensaste o dijiste. Nunca te

traicionaría repitiendo nada de lo que dijiste. En segundo lugar, si te lo hubiera contadotodo sobre Evangeline desde el principio y no le hubiera dado prioridad sobre ti, nohabrías tenido motivos para pensar o decir todas esas cosas. Y en tercer lugar, tú eresde la familia. De mi familia. De la familia de mis hermanos y, sin lugar a dudas, deDrake y Evangeline. Evangeline te adorará. Es una mujer encantadora y más o menos detu edad. Ha llevado una vida aislada desde que conoció a Drake y se casó con él, y nome cabe ninguna duda de que querrá ser amiga tuya. ¿Quién no te iba a querer, cariño?

Hayley le dedicó una sonrisa trémula.—¿Lo crees de verdad?Silas puso la palma de la mano detrás de su cabeza y se acercó a su chica para poder

darle un beso en la frente.—Estoy seguro. Y ahora tenemos que ir al hospital antes de que Drake haga alguna

estupidez como destrozar el lugar o hacerle daño a algún médico.Hayley lo miró con incredulidad, pero se levantó de la cama a toda prisa y revolvió

el armario en busca de unos tejanos y una blusa bonita. Dedicó un instante a peinarse ymaquillarse porque no quería que pareciese que Silas y ella habían pasado las dossemanas enteras en la cama. Aunque era precisamente lo que habían hecho. Si Silas nose hubiera ido levantando a cocinar de vez en cuando, se habrían muerto de hambre.

Media hora más tarde, Silas y ella entraron con prisa en la habitación de hospital deEvangeline y, a pesar de las palabras reconfortantes de él, Hayley se vio abrumada porel nerviosismo y se quedó atrás, resguardada tras la enorme silueta de Silas.

Tragó saliva al comprobar que todos los hermanos de Silas estaban allí, llenando lasuite inusualmente grande del hospital. Era evidente que Drake podía permitirse lomejor y no se lo imaginaba permitiendo que su mujer estuviese en ningún lugar que nofuese el mejor.

Desconcertada, comprobó que, en cuanto entró detrás de Silas, todos sus hermanosdesfilaron hacia ella sin reparar en el gruñido de advertencia de él, y todos laabrazaron con afecto y le preguntaron cómo estaba, le alborotaron el pelo con cariño ole dieron besos en las mejillas.

Maddox la abrazó y le plantó un beso en la sien.—¿Qué tal estás, cariño?

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Hayley se ruborizó y una oleada cálida de placer le corrió por las venas.—Estoy bien —respondió con timidez.—¿Silas te está cuidando bien, chiquilla? —preguntó Thane al tiempo que tiraba de

ella para separarla de Maddox y le daba otro abrazo entusiasta.Hayley agachó la cabeza con timidez.—Sí —respondió con voz ronca—. Estoy perfectamente, chicos. Os lo prometo.—Quitad las manos de encima de mi mujer —refunfuñó Silas.Sus hermanos se rieron.Drake se apartó de la cama de su esposa, le apoyó las manos en los hombros y la

miró con ternura.—Me alegra que te encuentres mejor, cielo, y lamento que te vieras arrastrada a

nuestra lucha. Sentiré lo que te pasó el resto de mi vida. No debería haber ocurrido y sihubiéramos hecho mejor nuestro trabajo, nunca habrías estado a punto de morir.

El dolor marcó la expresión de Silas, se le grabó la culpa en el rostro y una miradasombría se apoderó de sus ojos.

—No fue culpa vuestra —replicó ella con voz suave.Drake no parecía muy convencido. En realidad, parecía sentirse tan culpable y

arrepentido como Silas.Hayley echó un vistazo general a los hombres y su mirada vagó hacia la mujer

recostada en la cama del hospital. Vio a Evangeline por primera vez y le llegó el turnode sentirse culpable

El rostro de Evangeline se iluminó de ternura y dedicó una sonrisa a Hayley.—Me moría de ganas de conocerte. Me llamo Evangeline, soy la esposa de Drake.Silas rodeó la cintura de Hayley con un brazo y la acompañó junto a la cama de

Evangeline.—Evangeline, quiero presentarte a alguien muy especial. Esta es Hayley Winthrop.

Debería haberos presentado mucho antes —dijo disgustado.Evangeline miró a Silas con ojos amenazantes.—Pues sí, deberías haberlo hecho. —Sacudió la cabeza—. Hombres. Os juro que

sois todos igual de tozudos y cabezones.Hayley se rio, cautivada por el aire tierno de Evangeline.—Caramba, Evangeline, te has despachado a gusto.—Estoy encantada de conocerte al fin, Hayley —dijo Evangeline de corazón. Hayley

se sorprendió al ver que a la otra mujer le brillaba la mirada de felicidad—. Noimaginas lo contenta que estoy de que Silas tenga a alguien como tú. Lleva solodemasiado tiempo. Lo has hecho feliz y te estaré eternamente agradecida por ello.

Tras esas palabras, se disipó de inmediato cualquier duda sobre la relación entreSilas y Evangeline. Era evidente que a Evangeline le importaba mucho Silas y soloquería que él fuese feliz, un rasgo que ambas compartían.

Hayley se dejó llevar por el impulso y cogió la mano de Evangeline, devorada por la

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preocupación.—¿Estás bien? —preguntó angustiada—. ¿El bebé está bien?Evangeline sonrió y se frotó la tripa con una expresión de pura alegría. Drake se

colocó inmediatamente al otro lado y la miró con tanto amor y ternura que a Hayley sele llenaron los ojos de lágrimas al presenciar algo tan hermoso.

—Sí, nuestra niñita está perfectamente. Un poco impaciente, pero la han convencidopara que se quede un poco más en el vientre de su mamá. El médico ha conseguidodetener las contracciones y cree que, si me lo tomo con calma, podré retenerla hastaque se acerque mucho más la fecha prevista.

—Y eso es exactamente lo que vas a hacer —intervino Drake bruscamente.Evangeline puso los ojos en blanco y Hayley se rio en un breve acto de camaradería

entre mujeres con hombres tan sobreprotectores y controladores.—Entonces, ¿te van a dar el alta? —preguntó Silas, con voz preocupada.—No hasta que no haya ni una contracción más —rugió Drake.La atención de todos los presentes se dirigió hacia la puerta cuando se abrió y un

hombre alto y de aspecto sereno entró en la habitación. Hayley tragó saliva y lo miróperpleja. Ese hombre, como todos los hermanos de Silas, exudaba poder en cada uno desus movimientos. Su mirada era penetrante y sus ojos oscuros y taciturnos. Era tangrande y musculoso como Silas, y eso era mucho decir.

Lo más sorprendente fue la reacción de Silas. Dio un respingo y la emoción se hizoevidente en su expresión, habitualmente ilegible.

—Hermano —susurró Silas, que salió al encuentro del otro hombre y lo abrazó conla fuerza de un oso—. Me alegro de volver a verte, joder. Bienvenido a casa —losaludó con un tono sospechosamente entrecortado.

La habitación se convirtió en un gallinero y todos los hombres se reunieron para darla bienvenida al recién llegado. Era evidente que ese hombre significaba mucho paraSilas y sus hermanos. Hayley y Evangeline intercambiaron una mirada confundidamientras aguardaban una presentación.

—Se acabó —dijo el hombre a Silas en tono sereno—. Los Vanucci son historia.Hayley y Evangeline se encogieron ante la reacción explosiva de los hombres frente

a aquel bombazo. Hayley agarró la mano de Evangeline y se la apretó, sin acabar deentender qué significaba aquello… Ni nada de lo que estaba pasando. En los ojos deEvangeline brillaban las lágrimas, pero el alivio era palpable en su expresión.

Drake alzó la mano para pedir silencio y lo obtuvo de inmediato. Hayley se asombróde que en una habitación abarrotada de machos alfa dominantes, Drake gozase detamaño poder y respeto.

—Ya no eres Fantasma, hermano —dijo Drake con la voz embargada por la emoción.A continuación, se volvió hacia las dos mujeres que seguían observando la escena entreconfundidas y consternadas, y la expresión se le ablandó en una de disculpa al percibirsu obvia preocupación—. Andre, quiero presentarte a dos mujeres muy especiales.

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Una sensación de calidez recorrió el cuerpo de Hayley al sentir de pronto quepertenecía al grupo. La aceptaban. Ya no se sentía una extraña en aquel grupo tancompacto. Las expresiones de todos los hombres presentes reflejaban lo importantesque Evangeline y ella eran para todos ellos. Tragó el nudo de emoción y parpadeó paracontener las lágrimas.

Drake acarició la mejilla de Evangeline con afecto.—Esta es mi esposa, Evangeline. —A continuación, dirigió su atención hacia Hayley

—. Y ella es Hayley, la chica de Silas.Para sorpresa de Hayley, Andre se le acercó y le sujetó las manos con delicadeza al

tiempo que los ojos se le ablandaban y perdían el aire de dureza que habían mostrado alentrar en la habitación.

—Me alegro mucho de que estés bien, Hayley. No habría podido vivir con la cargade haber descubierto demasiado tarde lo que los Vanucci te tenían preparado. Esperoque me perdones por el calvario que has tenido que pasar. Silas tiene mucha suerte dehaber encontrado a una mujer tan valiente como tú.

Hayley abrió la boca, sorprendida y sin saber qué responder.—Me parece que todos sabemos que fue culpa mía que se quedara sin protección y

tuviera que enfrentarse sola a los agresores —replicó Silas con dolor.—¡Y una mierda! —exclamó Hayley apasionadamente.Los demás se rieron entre dientes y Drake volvió a levantar la mano para que se

callaran.—Cuéntanos lo de los Vanucci —le urgió Drake.Andre miró a Hayley con admiración.—Ella eliminó a los dos hijos mayores del viejo. El hijo pequeño es un acojonado y

desapareció para salvar el pellejo. El viejo está muerto y el imperio ha quedadosumido en el caos. Las mujeres y los niños han abandonado el país porque, con laorganización destruida, son presas fáciles, y entonces llegaron los Luconi y eliminarona todos los que tenían alguna posición de poder en el ejército del viejo. En resumen: elnegocio familiar ya no existe, los carroñeros han ido a por los contactos y las alianzasde los Vanucci, y los Luconi son lo bastante listos para no venir a jodernos. Firmaríansu sentencia de muerte y lo saben.

—Se ha acabado —murmuró Silas, mirando a Drake.Drake, visiblemente aliviado, parecía de repente mucho menos agobiado. Miró a su

esposa con un brillo húmedo en los ojos. Ella le devolvió una mirada llena de alegría yalivio y alargó los brazos. Él la envolvió de inmediato entre los suyos, hundió la caraen el pelo de Evangeline y comenzó a mecerla.

—Gracias a Dios —dijo con un nudo de emoción en la garganta—. Nada nos volveráa hacer daño, mi ángel. Te lo juro por mi vida.

Silas se puso detrás de Hayley, la envolvió por completo entre sus brazos y le besóel pelo. Hayley notó que Silas temblaba al estrecharla.

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—Nada volverá a lastimarte, princesa —añadió, repitiendo la promesa que Drakeacababa de hacer a Evangeline—. Te mantendré siempre a salvo y jamás dejaré que temarches. Necesito que me creas.

Hayley se giró entre los brazos de Silas y lo abrazó lo más fuerte que pudo.—Lo sé, Silas. Te quiero. Confío en ti. Siempre lo haré.Ajeno al gentío que llenaba la habitación, Silas apretó los labios con los de ella y la

besó con vehemencia, buscándole la lengua en un juego revoltoso. Entonces, apoyó lafrente en la de Hayley y permaneció así, aferrado a ella, con una expresión de puroalivio en el rostro.

—Vámonos de aquí —dijo él bruscamente.Ella sonrió.—Llévame a casa, Silas.

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Título original: Kept

© 2016, Maya BanksPrimera edición en este formato: marzo de 2017

© de la traducción: 2017, Scheherezade Surià López© de esta edición: 2017, Roca Editorial de Libros, S. L.Av. Marquès de l’Argentera 17, pral08003 [email protected]

ISBN: 978-84-94557-07-1

Todos los derechos reservados. Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copy right, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obrapor cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamos públicos.

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