Fotografía patagónica de la actividad obrera en tiempos ...

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Fotografía patagónica de la actividad obrera en tiempos del bicentenario Aldo Enrici* y Graciela Ciselli ** Resumen El presente trabajo presenta la vinculación existente entre las fotografías de trabajadores en la Patagonia Austral,- cuyo conjunto complejo está compuesto por inmigrantes, indígenas, ferrocarriles, máquinas- y la posibilidad de reconocimiento de la concepción del tiempo que se deriva en cada uno de los centenarios. A través de la descripción fotográfica y el análisis de contextos culturales, se transita por una interpretación del tiempo, tanto del centenario como del bicentenario. En el caso del primer centenario, el tiempo aparece como conductor del progreso hacia un momento futuro que no había que desperdiciar: hay que ganarle al detenimiento y a la pesadumbre del pasado. El futurismo se “asienta” en mostrar a los trabajadores junto a maquinarias y elementos gigantescos, como ciertos artefactos de aspecto fantástico, donde el sentido de ganancia junto al de progreso predomina. Por otro lado, el tiempo del bicentenario aparece como reunión memorial de espacios sin proyecto de futuro, en una relación distante y cercana al mismo tiempo con el rescate de la memoria integral del trabajador. El pasado interesa más que el futuro, en cuanto dejó marcas que podrían componer una tradición, lo que se demuestra en la colección, el viaje hacia los elementos antiguos, el rescate de valores solidarios en tanto nostalgia de un residuo histórico. El sentido de pérdida predomina. Como premisa final, surge la necesidad de rescatar lo que queda porque es un rastro de algo que no pudo aún aprovecharse del todo. Palabras clave: fotografía obreros tiempo centenarios - Patagonia Austral

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Fotografía patagónica de la actividad obrera en

tiempos del bicentenario

Aldo Enrici* y Graciela Ciselli **

Resumen

El presente trabajo presenta la vinculación existente entre las fotografías de

trabajadores en la Patagonia Austral,- cuyo conjunto complejo está compuesto por

inmigrantes, indígenas, ferrocarriles, máquinas- y la posibilidad de reconocimiento de la

concepción del tiempo que se deriva en cada uno de los centenarios.

A través de la descripción fotográfica y el análisis de contextos culturales, se transita

por una interpretación del tiempo, tanto del centenario como del bicentenario. En el

caso del primer centenario, el tiempo aparece como conductor del progreso hacia un

momento futuro que no había que desperdiciar: hay que ganarle al detenimiento y a la

pesadumbre del pasado. El futurismo se “asienta” en mostrar a los trabajadores junto

a maquinarias y elementos gigantescos, como ciertos artefactos de aspecto fantástico,

donde el sentido de ganancia junto al de progreso predomina. Por otro lado, el tiempo

del bicentenario aparece como reunión memorial de espacios sin proyecto de futuro,

en una relación distante y cercana al mismo tiempo con el rescate de la memoria

integral del trabajador. El pasado interesa más que el futuro, en cuanto dejó marcas

que podrían componer una tradición, lo que se demuestra en la colección, el viaje hacia

los elementos antiguos, el rescate de valores solidarios en tanto nostalgia de un residuo

histórico. El sentido de pérdida predomina. Como premisa final, surge la necesidad de

rescatar lo que queda porque es un rastro de algo que no pudo aún aprovecharse del

todo.

Palabras clave: fotografía – obreros – tiempo – centenarios - Patagonia Austral

Fotografiar el Centenario en la Patagonia Austral

La reunión de fotografías de aquellos tiempos originarios nos remite a la necesidad

de evocarlas. Puestas así como están esas fotos nos derivan a una nostalgia romántica, del

tipo que Holderlin1 y Novalis nos mostraban acerca de sus vidas caóticas, como elementos

inspiradores de una poética, fundante e instauradora de una duración. El trabajador es

visto como una máquina autómata, un fantasma en la máquina, como si no usara su

mente, no es caótico salvo en su cuerpo, retorciéndose, derrumbándose, pero libre de

todo metalenguaje hasta que el trabajo se convierte en un tema recurrente, discutido

desde la filosofía del materialismo histórico. En el bicentenario no se lo verá en plena

actividad, sino reemplazado por “otras máquinas”.

Fotografía N°1 - Peones en zona de Las Heras

En el primer centenario de la Argentina las fotografías tomadas en la Patagonia

Austral abordaron una temática referida a la vida de los trabajadores inmigrantes en

vinculación con otros inmigrantes e indígenas y con actividades petroleras, ferroviarias y

ganaderas, (fotografía N°1). La explotación extensiva de la ganadería mostraba una

creencia en el progreso que, a través de los ferrocarriles, hacía posible la exportación y

alejaba cada vez más a estos inmigrantes europeos del pasado patagónico “salvaje”

vinculado al mundo indígena. Se mostraba así la categoría de pio- honorario, o “pionero”,

que luego sería una calificación de excelencia. Detrás de eso hay una imagen del tiempo.

El tiempo como progreso hacia un momento futuro que no había que desperdiciar. El

pasado no dura, desaparece, se vacía, dejando lugar a la novedad. En la representación

del pasado aparece la idea de la salvación con un secreto acuerdo entre las generaciones

pasadas y la nuestra. Hemos sido esperados por esas generaciones que nos prometieron

como una generación mesiánica. La verdadera imagen del pasado pasa súbitamente. Solo

1

Aludimos al Heidegger quien expresamente se refiere al himno de Holderlin que prefigura que lo que permanece lo fundan los poetas y que resalta Carlos Astrada (2007) en el abandono de la metafísica de la pampa, como negación del mito gauchesco.

en la imagen relampagueante de su cognición se deja fijar el pasado. Una imagen del

pasado que se desvanece si no se reconoce en ella, (Benjamin, 2007). Como herederos de

esa promesa continuamos anunciando una época de llegada de la salvación que ahora

practicamos sin memoria, acaso más bien predictivamente. Cada episodio histórico

enseña progresivamente el camino.

El lugar otorgado al mundo civilizado europeo se notaba al mostrar orgullosamente

las locomotoras y maquinarias, elementos gigantescos, de aspecto fantástico, que

prometen un bienestar general. El sentido de ganancia o de evolución predominaba sobre

la idea de pesadez del presente, de detenimiento (que Bergson traducirá a duración). El

ferrocarril atravesaba la meseta inhóspita con una impetuosa dirección que era no sólo

hacia el puerto, por ejemplo en la traslación de fardos desde la colonia de Las Heras hasta

el puerto de Deseado, sino en un avance hacia el futuro.

Entonces resultaba valioso patentar ese viaje al porvenir, un viaje angustiado

también, pues no existe un final en el viaje al futuro. Las prensas de enfardar lana, eran la

muestra de la evolución, del avance tecnológico que generaría un mayor rendimiento y

rapidez. Rapidez traducida en pasar de la lana esquilada a la dispuesta a ser trasladada y

en la mayor independencia del hombre ante el trabajo pesado. Prensas patentadas por el

alemán Severino Amelung, un descubridor, un Franklin, un Edison, que ahorra con un

invento, acelerando el tiempo en la búsqueda de independencia del hombre trabajador,

que se había declarado en 1810 como un proceso al futuro.

En palabras de Lugones (1910) “menguado y vil quien no piense con orgullo en la

colosal Argentina de aquí a cien años”. Lugones buscaba la colosal Argentina, una

Argentina monstruosa y gigantesca. En dicho sentido Argentina se había convertido en

una promesa de país descomunal, sin dimensiones posibles.

Esta fe también auguraba una esperanza de crecimiento de la libertad, rescatada

del pesimismo. El escritor español Grandmontagne -en 1911- hablaba de fe ardiente y de

la cotización de la esperanza en la Argentina del centenario. Como si no se estuviese sobre

la realidad presente sino futura. No importaba el presente sino la proyección imaginaria

sobre lo irreversible que sucederá, de manera que podíamos estar en una situación que

vislumbraba imposibilidad de cambio. No existe el presente, sino lo que vendrá, en una

suerte de paraíso en el que ya se vive.

El escritor y político español Vicente Blasco Ibáñez también es interpelado sobre la

Argentina del centenario. Para este escritor, la historia de la Argentina es la historia de su

progreso, subdividida según grandes saltos tecnológicos: ferrocarril, el fusil Remington, el

barco a vapor, el alambrado. Elementos que se ven claramente en la Patagonia Austral.

Estos elementos aseguraban ya, y para siempre el triunfo de la civilización. La civilización

estaba marcada entonces por la cercanía a Europa, la ventaja bélica respecto al indígena y

la división de la tierra determinando la propiedad privada según limites mensurables.

En el discurso al Congreso, el Presidente Figueroa Alcorta (1906-1910)

contemplaba, en 1910, dos proyectos de ley dignos de atención de los legisladores: el de

explotación de los yacimientos de petróleo de Comodoro Rivadavia y la construcción de

los ferrocarriles enmarcados en la Ley de Fomento a los Territorios Nacionales de 1908.

Desde el mítico descubrimiento en 1907, el petróleo es el nexo privilegiado entre el

pasado y el presente, y por ello bien se lo recuerda como impulsor del desarrollo regional.

La construcción de la línea ferroviaria implicaba la promesa de conectar la costa con la

cordillera. De ese modo, un viajero podría ir sin cambiar de tren desde Buenos Aires hasta

el estrecho de Magallanes. No había imposibles, sino posibilidades.

Sin embargo se estaba a cuatro años de la Primera Guerra Mundial y a siete de la

Revolución Rusa. Evidentemente no había ojos para ver la crisis que asolaba a Europa.

Sloterdijk y la oveja. Klee y el cordero

El filósofo Peter Sloterdijk presenta la evolución humana penetrada por la

desigualdad y el conocimiento como mecanismo de control que lleva a la división entre los

pastores, que han empleado técnicas de amansamiento y domesticación, y el rebaño,

condenado a la resignación. Se trata, de una dictadura de expertos en agrupar y aparear

seres humanos con el fin de conservar el orden y la pureza de la elite gobernante. El

escándalo suscitado por la idea de Sloterdijk obedece al hecho que éste presenta la

educación y la cultura como técnicas de domesticación del hombre y no como resultado,

una especie de zoológico temático para animales civilizados, donde el hombre es

domesticado a la vez que trata de hacer lo mismo con los recién llegados. El eugenismo -o

hacer nacer en términos de Foucault-, forma parte del pensamiento moderno. Es la base

misma del progresismo.

Hay un cuadro del pintor Paul Klee que se llama Angelus Novus del que Walter

Benjamín dice que en él se representa el ángel de la historia que parece como si estuviese

a punto de alejarse de algo espantoso. Ha vuelto el rostro hacia el pasado y no encuentra

el pasado, sino que es empujado irremediablemente por un viento. Este viento le empuja

irremisiblemente hacia el futuro, al cual da la espalda, mientras que los montones de

ruinas crecen ante él hasta el cielo. Ese huracán es lo que nosotros llamamos progreso

(Benjamin, 2007). El cuadro de Klee parece inspirado en un cordero con cuerpo de

barrilete. Son elementos que coinciden con la Patagonia.

La idea de que la Patagonia tiene futuro, que no tiene pasado sino una

mansedumbre sin mejora que provee el viento al producto del ovino que será llevado a

Europa para alimentar y vestir. Pero además el cordero, es el más servil de los animales. El

proyecto agroexportador en la Patagonia Austral trae el pensar ya no entre pastores y

rebaño sino entre países industriales y en productores de materia prima. Justamente el

ovino fue el animal traído a la Patagonia por ser sufrido, requerir de poca agua y pastos

duros para sobrevivir. Resulta finalmente un animal “disponible”, que se adapta a la aridez

del suelo patagónico y requiere de una tecnología simple para la producción de lana y

carne.

Tal como señala José Luis Rodríguez García, en El coleccionista de láminas:

“Nietzsche también reflexiona acerca de las ovejas. En sus Consideraciones

intempestivas, y más en concreto al inicio de la segunda "De la utilidad y la

desventaja del historicismo para la vida", el filósofo alemán pide que nos

fijemos en un rebaño de ovejas que supuestamente pace delante de nosotros.

Imaginad el rebaño, paciendo eternamente desde ese paraíso perdido que se

dio en llamar edad de oro hasta nuestros días, en cualquier prado, de sol a sol,

un día sí y otro también, animales que no saben qué significa el ayer ni el hoy,

“atado en corto con su placer y dolor al poste del instante y sin conocer, por

esta razón, ni la melancolía ni el hastío”. El hombre, nos dice Nietzsche, a pesar

del orgullo de su condición humana, mira envidioso la felicidad animal ajena a

cualquier pasión, a la constante relación que impone el mundo, lejos del fracaso

y la tristeza. Envidia el hombre al animal pero no quiere tener su vida animal,

porque ésta, atada a la inmediatez sólo es olvido- falta de la memoria- que

impide siquiera ser consciente no sólo del dolor sino también de la propia

felicidad. No hay memoria en esa vida. Por el contrario, señala Nietzsche,

“continuamente se desprende una página del libro del tiempo, cae, se va lejos

flotando, retorna imprevistamente y se posa en el regazo del hombre”, quien

“ha de bregar con la carga cada vez más y más aplastante del pasado, carga

que lo abate o lo doblega y obstaculiza su marcha como invisible y oscuro

fardo.” (Rodríguez García, 2007).

Fotografía N°2 (Arriba) – Oveja en la Rural de Puerto Deseado Angelus Novus (Izq.) – Cuadro de Paul Klee, 1920.

“El cuadro de Klee parece inspirado en un cordero con cuerpo de barrilete. Son elementos que coinciden con la Patagonia”

Definitivamente las ovejas y los trenes componen en la fotografía una articulación

que solía verse como agroindustrial, que constituye una tecnología de progreso aunque

sin secuela de culpa para este tipo de explotación. El progreso marca una ética de avance

hacia un mundo mejor y más igualitario. Más carne y lana imponen una posibilidad

concreta de que muchos seres coman y se abriguen. No se piensa en el deterioro de la

tierra, en la casi imposible recuperación de la tierra. Pero no es una actitud

desconsiderada, sino que con la idea de progreso viene la creencia en que todo será

solucionado por una endogenia del progreso. Una postura que plantea que pronto habrá

una solución si hay un inconveniente.

En la fotografía N°3 se muestra un tren de frente con una excepcional vía que se

abre, como una diagonal utilizando una fuga que arrasa con las pilas de fardos de lana,

que pacientemente yacen en la meseta. Hay una fuga de humo que sale de la boca de la

locomotora, pero no de la chimenea, como si estuviese bufando impaciente a la espera

de la salida. Pero como el tren viaja hacia aquí, viene hacia el hoy del fotovidente, no

obstante parece escaparse tangencialmente, hacia un destino que no somos nosotros,

sino un tiempo que no hemos de alcanzar. Porque lo alcanzado son los fardos de lana, la

carreta que trae la lana desde las estancias a la estación se ve en el fondo. Cabe esperar

que este tren salido de un lugar como Las Heras en esos tiempos esperara la llegada de

otro elemento. Las cosas están preparadas como para que la ganadería y el ferrocarril se

vinculen más aún, hasta la llegada futura del petróleo a la historia regional. En ese

momento el pozo reemplazaría a la pastura, o daría más ganancia que las pasturas, con

un argumento muy efectivo, como es la “profundidad”. Mucho más profundo y más

cercano al centro de la tierra era el origen del petróleo. La otra del progreso es que una

tecnología es no solo reemplazada sino destruida.

Fotografía N°3 – Tren saliendo de Las Heras

Divisar las numerosas torres petroleras (fotografía N°4) es tan emotivo como

prevenir un barco español en la época de Magallanes. Paisajes transformados, un nuevo

capítulo del paisaje, o un paisaje irrumpido por las torres. Pero son torres queridas, no

amenazantes, torres cuyo cotidiano acceso las hace cercanas, afectuosas. Posiblemente el

nuevo paisaje de nuestro tiempo, del que hay que empezar a hablar, es el que

modificamos, el que alteramos en la búsqueda del progreso.

En 1957, pleno “boom petrolero”, la empresa petrolera estatal YPF pensó en

levantar un monumento al trabajador de la industria petrolera, solicitando a un escultor la

realización de los bocetos. Asimismo se encargó a un joven topógrafo de la empresa YPF a

estudiar la factibilidad de la ejecución técnica. Finalmente el monumento fue inaugurado

el 13 de diciembre de 1969 y está representado por la figura de un hombre que abre una

válvula que pone en funcionamiento el pozo (fotografía N°5). Su torso desnudo muestra la

armonía anatómica del hombre trabajador. El frente del monumento mira hacia el norte y

la actitud del obrero expresa que la Patagonia entrega al país la riqueza petrolera.

Fotografiar el Bicentenario en la

Patagonia Austral

En el Bicentenario de la Argentina las fotografías abordan una temática distinta. La

imagen se acerca a otro concepto de tiempo. El tiempo como reunión de espacios

culturales sin proyecto futuro sino como rescate de la memoria. El pasado interesa más

que el futuro, lo que se demuestra en la lógica de la colección, el museo, el viaje hacia los

elementos antiguos, el rescate de valores. El sentido de pérdida es el más predominante.

Hay que rescatar lo que queda porque es un rastro de algo que no pudo aprovecharse del

todo. El calentamiento global es aun solucionable, existe una esperanza en torcer el

futuro, pero ahora hay que extraer conocimientos de otros tiempos, más sensibles y

menos científicos. La gran iniciativa es curar el futuro con sabidurías olvidadas o

descartadas por la soberbia progresista.

Fotografías N°4 (izq.) – Pozo petrolero en Comodoro Rivadavia y N° 5 (Arriba) – Monumento al trabajador petrolero Gorosito en Caleta Olivia

Las actuales producciones artísticas se tratan, más bien, de: “instalaciones,

performaciones, posproducciones” –o formas de im-poner, de montar o instalar el ente

tecnológico en alguna fracción-. Las producciones del arte aparecen provisoriamente con

el carácter de la “disposición”, de un prepararse, tomar medidas (Vor-richtung) del ente a

ser dominado, cuyo mecanismo se haya montado de antemano sobre una transgresión

planificada, factible de hacerse, y cuyo mecanismo, por su parte, no debiera jamás asomar

como tal, sino ser expuesto. Es el Ser “incrustado” pero “orgánico” en el paisaje de la

Patagonia Austral, en las necesidades y en las medidas de orden público, de orden

cultural, o en la intervención de un espacio político-temporal. Así, la extracción petrolera

se inscribe en un hombre sustentable, como su prótesis que extrae del barro bíblico de la

memoria de la tierra su recuerdo de una manera razonada desde el presente (ver

fotografía N°6). En términos de memoria, se recupera la memoria de la tierra extrayendo

los recuerdos de lo orgánico, aunque sin comprometer a las futuras generaciones de los

hombres quitándoles el total de ese recuerdo mediante una repetición incesante, e

incalculable, adueñándose de una contabilidad futura. El petróleo se extrae de la memoria

de la tierra pero no es cuestión de quedarnos sin esa memoria.

Fotografía N°6 – Extracción de petróleo en zona norte de la provincia de Santa Cruz

Para Benjamin, todo documento de la historia, y de la cultura, constituye un

documento de la barbarie, las estatuas aladas que representan las victorias de los países,

están representando la realidad de la guerra, el horror de la batalla, las luchas entre los

seres humanos. Las espléndidas figuras de las diosas o ángeles de la victoria, coronadas

con laurel, enmascaran los horrores de la guerra, las muertes que cada victoria conlleva. El

considerar los acontecimientos de la historia a modo de documentos culturales y de

documentos de barbarie al mismo tiempo, ha llevado a los filósofos, de principios y de

finales del siglo XX, a reflexionar sobre esa doble perspectiva aplicada a los hechos

históricos. Los artistas comienzan a trabajar con las texturas de los materiales, usan brea,

trozos de plomo, arena, hierbas secas, haciendo que las pinturas, por ejemplo, parezcan

manuscritos, que en ellas se perciban las huellas de los trazos del pasado. Son los restos

de una civilización lo que representan esos materiales. El observador de estas obras no se

vale tan sólo de su sensibilidad cuando contempla la obra, sino que requiere de un

conocimiento cultural, indispensable para entender o, al menos, descubrir, los mensajes

que el artista esconde en esa escritura. Los objetos adquieren otra dimensión temporal,

simbolizan la vida y la muerte, y se muestran como metáforas.

El pasado accede a través de la memoria para resolver el enigma de hacer presente

lo ausente, como acto de rememoración y reconocimiento posterior. Reconocer algo es

aceptar la sobrevivencia de una impresión pasada. Hay dos memorias: la memoria-hábito

que es simplemente actuada y carece de reconocimiento explícito y la memoria-

rememoración que funciona con reconocimiento declarado, asegurando que un recuerdo

puro puede acceder a la existencia comparable a la de las cosas exteriores cuando no las

percibimos. El recuerdo puro sale de su estado virtual y pasa a su estado actual aunque

nuestro recuerdo permanece atado al pasado por sus raíces profundas con impotencia

radical que se conserva en estado latente (Ricoeur, 2004). Es decir que la memoria

sobrevive pero no como un espacio, como una biblioteca, como un almacén, como un

depósito sino a la manera de un cono invertido como alude Bergson para hacer visualizar

de alguna forma a sus lectores. La base del cono es la totalidad de los recuerdos. El

extremo opuesto es el contacto puntual con el plano de la acción, donde se actúa, una

memoria-hábito, un presente que pasa sin cesar. Hay que romper mediante un salto el

círculo de la tensión a la vida para entregarse al recuerdo en una especie de estado de

sueño, como en el caso literario, de la literatura de la melancolía, de la nostalgia que en

más de una ocasión reconoce tanto en Proust (En busca del tiempo perdido) o en Borges

(“Funes el memorioso”).

El pasado sobrevive y dura en la rememoración por la cual se hace acceder el

recuerdo a un contacto de significación nuevo que permite construir el presente a la luz

de una actitud rememorante del pasado como una anterioridad que preserva lo

presente y le otorga significado. De lo contrario el presente sería pasajero e inconsciente

y no significativo.

La Gente –al fotografiar los glaciares o un paisaje- está fotografiando una rareza

natural, desde un balcón semejante a un teatro épico, desde donde percibir un

acontecimiento fundante. El viaje explorador prospera y deviene en viaje turístico, de

relajo a preocupación. El viaje inmigrante, para hacerse de un futuro económico, deviene

en el viaje hacia un interior, aunque no en el sentido de interior atrasado y pobre del país,

frente a las ciudades centrales, sino de un interior más genuino y menos dependiente de

lo que ocurre en el resto del planeta.

Fotografía N°7 – Glaciares en Lago Buenos Aires

Frente a la gigantesca imagen natural se olvidan cosas que en ese momento son

consideradas menores y se hace memoria de lo no vivido. Es así posible imaginarse sin

vida ante los milenarios hielos del glaciar que son los realmente vivientes como sobre

vivientes a la humanidad, (Ver Fotografía N° 7). Nadie piensa que los hombres sean

buenos, Incluso pensar en el hombre como un ser malo hace del hombre algo malo. En

todo caso el hombre es miserable, mezquino o ingenuo. Pero no hay bondad en el hombre

sino un proyecto inconcluso, fallado, errado, de centralidad. Hasta ha llegado a la locura

de creerse un ser bueno capaz de recapacitar su bestialidad ante el planeta.

Es plenamente eficaz reconocer que lo olvidado es la memoria. Lo olvidado no

tiene que ver con el olvido en tanto que lo precisamente olvidado es el acto de hacer

memoria, de hacer una memoria comprometida de lo intangible. Hacer tangible lo

intangible, crear un hecho cultural, que pueda visitarse. Se podrá visitar nostálgicamente

lo que ocurre con los resultados del progreso. El progreso tiene una memoria que hay que

hacer sobrevivir, es decir, el progreso ya es un pasado en el bicentenario. Un pasado que

visitamos fotográficamente. Pero para que ese registro fotográfico sea real, hay que haber

estado, haberse desplazado, hacia ese lugar como turista, aunque tomando el sentido de

turista en un modo de viajero esforzado por captar interiores. La supervivencia del

recuerdo equivaldría al olvido.

En palabras de Ricouer,

“En nombre de la impotencia, de la inconsciencia, de la existencia, reconocida

en el recuerdo, en la condición de lo virtual. No se trata pues del olvido que la

materialidad pone en nosotros, el olvido por supresión y borrado de las huellas,

sino del olvido que podemos llamar de reserva o de recurso”, (Ricoeur, 2004:

563).

Fotografía N°8 – Barco en Puerto Deseado

Al observar la fotografía N°8, ya no se ven los trabajadores, se ven máquinas, en

función autómata, un tropismo de lo robótico, y un escondite de la mercancía. No se

puede hablar de hombres y productos, por esto lo sustentable es aplicado actualmente a

toda actividad laboral como posibilidad de no dejar rastro de miserabilidad en las

generaciones posteriores. De hecho aquí la sustentabilidad esta en mantenimiento: el

barco sostiene un quinche que levanta cajas traídas por caminos depositadas en

montacargas. Un ocultamiento de algo, pero de qué sino de un hombre interior, de un

aura del hombre flotando como flota el barco carguero de contenedores, un hombre que

contiene a su copia y que no contiene al hombre mismo. El hombre en el interior lleva su

copia fiel, una trama muy particular de espacio y tiempo. Irrepetible aparición de una

lejanía por cerca que esta pueda estar. Hacer las cosas a nosotros mismos es una

superación de lo irrepetible (Benjamin, 2007). La necesidad de adueñarse del objeto en la

proximidad más cercana lleva al interior del hombre. Su objeto no es un objeto cualquiera,

es valorado.

Cualquier objeto de la historia que ha sido recuperado a semejanza como imagen

del hombre, como duplicado con valor. El duplicado de un ser interior que ya no se ve

como se viera en otra oportunidad expuesto a ser fotografiado frontalmente. También el

hombre patagónico austral ha devenido alguien que no desea que su alma sea “robada”

por una fotografía sino que hace sus duplicados, genera una arqueología contemporánea.

En la fotografía del barco no se ve al ser humano, se ve el trabajo de las máquinas y

entonces es posible que su alma esté en el agua que suspende al barco, más

espiritualmente en las vías que no suspenden ya ninguna locomotora que viaja al futuro.

La locomotora ahora está en vuelo llevada por el huracán de la historia, en fuga hacia

atrás… Se busca lo olvidado para reconstruir la memoria propia.

Bibliografía

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Benjamin, W. (2007) Conceptos de filosofía de la historia. Argentina: Terramar.

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Talleres Gráficos de la Compañía General de Fósforos

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Ricoeur, P. (2004) La memoria, la historia y el olvido. Buenos Aires: Fondo de Cultura

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Rodríguez García, J. L. (2007) El coleccionista de láminas. Zaragoza: Mira. Consultado

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Sloterdijk, P. (2002) El desprecio de las masas. Ensayo sobre las luchas culturales de la

sociedad moderna. Valencia: Pre-Textos.

Zizek, S. (2006) Visión de Paralaje. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.

* * *

* Aldo Enrici: Dr. en Filosofía. Docente de la Universidad Nacional de la Patagonia Austral

y de la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco. Ha publicado varios libros y

numerosos artículos sobre filosofía. [E-mail: [email protected]].

** Graciela Ciselli: Mgr. en Antropología Social. Docente de la Universidad Nacional de la

Patagonia Austral y de la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco. Ha

publicado varios libros y numerosos artículos. [E-mail: [email protected]].