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FILOSOFÍA DE LA ARQUEOLOGÍA; FILOSOFÍA EN LA ARQUEOLOGÍA Alison Wylie Traducción Carlo Del Razo Canuto Maestría en Filosofía de la Ciencia Campo de consentración: Epistemología Histórca Nombre de la Investigación: Inferencia a la mejor explicación en arqueología 1 . DEFINICIÓN Y POSTURA DOMINANTES La Arqueología realiza un corte transvesal en una grán cantidad de campos. En algunos contextos es tratada como una disciplina autónoma y acogida en los departamentos e institutos arqueológicos independientes, pero con mucha frecuesncia es enseñada y practicada como un componente de la Antropología, de la Historia del arte, o bien, de los clásicos. Las tradiciones intelectuales características de la Arqueología dentro de estos contextos disciplinarios difieren substancialmente uno del otro. Me enfoco en la Arqueología antropológica: el debate filosófico ha sido especialmente activo en este contexto, animado por preguntas sobre la categoría científica del campo y sus auxiliares sobre el estatus de la evidencia arqueológica. Las tradiciones humanísticas de la interpretación literaria y estética típicas del arte histórico y la arqueología clásica despiertan problemas filósóficos diferentes que quedan fuera de la extensión de este capítulo. Comienzo con una revisión sobre el intercambio entre filósofos y arqueólogos – primero, los análisis que los filósofos han desarrollado sobre la arqueología y después, los debates filosóficos en la arqueología– culminando con la formulación de un inter- campo filosófico algunas veces referido como meta-arqueología. Después considero seis temas centrales en los debates filosóficos que han tomado forma en y sobre la arqueología antropológica: explicación: razonamientos evidenciales: ideales de objetividad (incluyendo los desafíos y argumentos relativistas para el pluralismo epistémico): preguntas fundacionalistas y ontológicas (teoría social, conceptos de cultura): problemas normativos (éticos y socio-políticos de la arqueología): y preguntas metafilosóficas sobre el papel del análisis filosófico en, y su valor de, un campo parecido al de la arqueología.

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FILOSOFÍA DE LA ARQUEOLOGÍA; FILOSOFÍA EN LA ARQUEOLOGÍA

Alison Wylie

Traducción Carlo Del Razo Canuto

Maestría en Filosofía de la Ciencia

Campo de consentración: Epistemología Histórca

Nombre de la Investigación: Inferencia a la mejor explicación en arqueología

1 . DEFINICIÓN Y POSTURA DOMINANTES

La Arqueología realiza un corte transvesal en una grán cantidad de campos. En algunos

contextos es tratada como una disciplina autónoma y acogida en los departamentos e

institutos arqueológicos independientes, pero con mucha frecuesncia es enseñada y

practicada como un componente de la Antropología, de la Historia del arte, o bien, de

los clásicos. Las tradiciones intelectuales características de la Arqueología dentro de

estos contextos disciplinarios difieren substancialmente uno del otro. Me enfoco en la

Arqueología antropológica: el debate filosófico ha sido especialmente activo en este

contexto, animado por preguntas sobre la categoría científica del campo y sus

auxiliares sobre el estatus de la evidencia arqueológica. Las tradiciones humanísticas

de la interpretación literaria y estética típicas del arte histórico y la arqueología clásica

despiertan problemas filósóficos diferentes que quedan fuera de la extensión de este

capítulo.

Comienzo con una revisión sobre el intercambio entre filósofos y arqueólogos –

primero, los análisis que los filósofos han desarrollado sobre la arqueología y después,

los debates filosóficos en la arqueología– culminando con la formulación de un inter-

campo filosófico algunas veces referido como meta-arqueología. Después considero

seis temas centrales en los debates filosóficos que han tomado forma en y sobre la

arqueología antropológica: explicación: razonamientos evidenciales: ideales de

objetividad (incluyendo los desafíos y argumentos relativistas para el pluralismo

epistémico): preguntas fundacionalistas y ontológicas (teoría social, conceptos de

cultura): problemas normativos (éticos y socio-políticos de la arqueología): y

preguntas metafilosóficas sobre el papel del análisis filosófico en, y su valor de, un

campo parecido al de la arqueología.

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1.1Compromiso arqueológico con la Arqueología

Periódicamente la arqueología ha atraido la atención de los filósofos. La arqueólogía o,

más específicamente, la excavación y estratificación arqueológica figura como una

metáfora para el análisis dentro de un margen de contextos y existen las dispersas

referencias en la filosofía de la ciancia a la arqueología como un ejemplo de

investigación práctica epistémicamente interesante. Por ejemplo, Hempel considera la

dependencia tácita de la inferencia arqueológica en el Derecho (e.g., al datar

materiales arqueológicos) al final de “La Función de las Leyes Generales en la Historia”

[Hempel, 1912. 48], y filósofos de las ciencias de la vida y de la Tierra, especialmente

aquellos interesados en la teorización evolutiva, consideran la estructura y las

limitaciones de la inferencia histórica basada en el registro arqueológico: Toulmin y

Goodfield discuten la formación de los horizontes contemporáneos sobre el tiempo

geológico e histórico como una unión del problema epistémico y ontológico en El

Descubrimiento del Tiempo [Toulmin y Goodfield, 1965], y Tucker ofrece un análisis

comparativo sobre los patrones de inferencia biológicos e históricos en Nuestro

Conocimiento del Pasado [Tucker, 2004]. Ejemplos de lo anterior, análisis filosóficos

más sistemáticos sobre la arqueología incluyen, durante el siglo XIX, la discusión de

Whewell sobre la arqueología comparativa como un ejemplo de las “ciencias

paleontológicas,” las ciencias que lidian con los objetos que descienden de “una

condición más antigua, de donde el presente se deriva por causas inteligibles”

[Whewell, 1847, 637]. Y en el perido entre guerra, Collingwood confió en demasía en

ejemplos de inferencia arqueológica para desarrollar su análisis sobre razonamiento

histórico en la “lógica de la pregunta y la respuesta” en La Idea de la Historia

[Collingwood, 1946, Epilogomena]. En Una Autobiografía [1939] hace explícito un gran

número de lecciones filosóficas que había aprendido a lo largo de su búsqueda, junto

con sus intereses filosóficos, una carrera en la Arqueología de la Bretaña Romana. Esto

anticipa una complejidad de problemas que han llegado a dominar recientemente el

debate filosófico en y sobre la arqueología:

La larga práctica en la excavación me había enseñado que una condición –de

hecho la condición más importante– de éxito fue que la persona responsable de

cualqueir pieza de cavado, sin importar cuán pequeños o grandes, debería saber

exactamente qué es lo que quiere descubrir, y después decidir qué tipo de excavado le

mostraré. Esta fue el principio cntral de mi 'lógica de la pregunta y la respuesta' como

aplicado a la arqueología [Collingwood, 1939, 121–122].

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Aunque la arqueología permanece dentro de un interés minoritario entre los

filósofos interesados en las ciencias sociales, desde la “filosofía analítica de la

arqueología” de la década de 1970 [Salmon, 1993, 324] o, más ampliamente, “meta-

arqueología” [Embree, auto-consientemente positivista de los Nuevos Arqueólogos al

que volveré en un momento.

1.2Compromiso arqueológico con la Filosofía

Los arqueólogos se han actívamente comprometido con problemas filosóficos y han

sido arrastrados en análisis filosóficos sobre la investigación prácita desde que la

disciplina se estableció en la universidad y en el museo como empresa base a

principios del siglo XX. Los defensores anteriores de la disciplina arqueológica

promovieron un acercamiento científico estrechamente paralelo al influyente “método

de múltiples hipótesis” de Chamberlin, una práctica caracterizada por la prueba

comparativa enfocada en la sistemática evaluación empírica de la hipótesis

competidora [Chamberlin, 1890]. Los exponentes clave de los “métodos más sanos y

verdaderamente científicos” en la arqueología insistieron en la importancia de buscar

“preguntas definidas” en preferencia con las prácticas “afligidamente causales e

incoordinadas” asociadas con el anticuarismo [Dixon, 1913, 563, 365]. Dixon citaba

directamente a Chamberlin y, con Wissler, el abogado de una “arqueología nueva y

real,” impulsó un cambio de énfasis de la recolección de “objetos curiosos y costosos

una vez utilizados por el hombre” a preguntas históricas y antropológicas agudamente

enfocadas “adecuadas para la ciencia del hombre” [Wissler, 1917, 100].1

Los críticos de las décadas de 1930 y de 1940 quienes deploraron “a los

empiristas estrechos” las tendencias de una arqueología con la intención de establecer

su reputación como un campo de la ciencia riguroso utilizaron a Whitehead y después

a Teggart y a Mandelbaum para hacer el caso para una arqueología más extensa y

teóricamente informada [Kluckhohn, 1939: Kluckhohn, 1940: Taylor, 1948]. Liuckhohn

publicó una de estas discusiones en Philosophy of Science [Kluckhohn, 1939]. Dewey

fue una influencia muy importante para al menos uno de los que insistieron en la

décadade 1950, que los arqueólogos no pueden evitar un grado de subjetivismo en su

investigación [Thompson, 1956]. Y aquellos que reaccionaron en contra de este

subjetivismo en las décadas de 1950 y 1960 fueron influenciados por el “positivismo

1 Para la discusión sobre las especificaciones de estos argumentos tempranos para una arqueología antropológica auto-conscientemente científica, ver Wylie [2002, 25–41].

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liberal” que asociaron a Bergman, Kennedy y a Feigl [Spaulding, 1962, 507], después

llevaron a Hempel, Brodbeck y Kaplan a delinear los objetivos explicativos de una

arqueología científica que anticipaba directamente los argumentos de la Nueva

Arqueología [Spaulding, 1968, 34]. En este espíritu Meggars se apoyó en Reichenbach

para desarrollar un argumento para modelar la arqueología en la práctica teóricamente

informada que ella entendía para caracterizar lo más exitoso de las ciencias naturales

[Meggars, 1955]. Los arqueólogos británicos que compartieron estos compromisos a

una forma de práctica más ambiciosa y sistemáticamente científica llegó a tomar su

inspiración de Braithwaite [Clarke, 1968: Renfrew, 1989a].

La dinámica del debate interno en donde estas fuentes filosóficas figuran han

sido por mucho tiempo estructuradas por una problemática central, un dilema

interpretativo [Wylie, 2002, 117–126], que proviene de una ansiedad epistémica

profundamente asentada de que el registro arqueológico está tan fragmentado y es tan

efímero como para sostener un programa antropológico de investigación en la

arqueología. Las afirmaciones sobre el pasado cultural que le interesa a los

arqueólogos qua antropólogos inevitablemente se extienden más allá de lo que puede

establecerse con seguridad, sobre la basse del registro material sobreviviente con el

que trabajan. La preocupación es que, bajo estas condiciones, los arqueólogos deben

escoger entre, o haber típicamente migrado hacia, dos opciones insatisfactorias. Por un

lado, un compromiso con los ideales de la responsabilidad epistémica aconseja la

cautela epistémica, con frecuencia interpretada como un requerimiento que los

arqueólogos restringen a sí mismos a objetivos estrechamente descriptivos: los

“empiristas estrechos” hacen espavientos sobre el dilema. Por otro lado, aquellos que

se resisten a abandonar los objetivos antropológicos e históricos se sienten obligados a

abrazar el cuerno especulativo del dilema: la alternativa a la descripción empírica es el

elaborar narraciones arqueológicas que sean entendidas como una forma de ficción

interpretativa en donde las espectativas y las preocupaciones contemporáneas son

proyectadas hacia el pasado. Aquellos que tratan a estas opciones como mutuamente

exclusivas y eshaustivas –como genuinamente problemáticas– comúnmente establecen

los estándares de la credibilidad epistémica de manera alta e invocan a otra premisa:

que las conexiones entre los rastros de material sobreviviente que cubren el registro

arqueológico y los eventos o condiciones de fondo que los produjeron son todos en

conjunto extrema e igualmente ténues.

El locus classicus para un argumento así es ampliamente citado en una nota de

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discusión publicada en el British Archaelogical Newsletter en 1955 por M. A. Smith, un

arqueólogo de campo que fue influenciado por temas escépticos en el empirismo

británico. Ella insiste en que “no existe una relación lógica” entre lo social, el pasado

cultural y su registro sobreviviente, por lo que no parece referirse a ninguna relación

de vinculación deductiva: la interpretación arqueológica incorpora inevitablemente “un

elemento de conjetura que no puede se probado” [Smith, 1955, 4–5].

Consecuentemente el problema Diogesiano, como ella lo describe, es inescapable: los

arqueólogos “pueden encontrar la tina, pero en conjunto pierde Diogenes” [1955, 1–2]

y puede no tener manera de saber lo que han perdido. Lo que comienza como un

problema de subdeterminación contingente se ve de esta manera generalizado: el

potencial para un error persistente e indetectable es inferido a partir de instancias

específicas del error fortuitamente detectado o contrafactualmente proyectado. Es así

como un escepticismo de dominio amplio, si no es que completo, es inescapable: la

única alternativa a la especulación irresponsable es una arqueología caracterizada por

ambiciones severamente acortadas.

Este dilema interpretativo ha generado una serie de debates críticos que se han

suscitado aproximadamente cada veinticinco años desde principios del siglo XX. En

este contexto han sido articuladas tres estrategias de respuesta para cada uno, y se

espera con esto, que el dilema interpretativo pueda ser moderado o engañado [Wylie,

2002, 28–41].

Acercamientos de etapas secuenciales. Defendido por los conservadores

optimistas, estos se caracterizan por una insistencia de que lo arqueólogos

epistémicamente responsables deberían hacer la persecusión de objetivos descriptivos

como primera prioridad y deben evitar la especulación teórica (prematura). Las

demandas para una más ambiciosa arqueología orientada al problema desarrollada por

Dixon y Wissler en el periodo de la Primera Guerra Mundial provocó una temprana y

especialmente estridente defensa de este acercamiento a los datos de primera mano

[Laufer, 1913, 577]. Después, aparecieron argumentos más NUANCED para inferir que

las preguntas antropológicas e histórica reflejaban una convicción de que, cuando un

cuerpo lo suficientemente rico de datos arqueológicos habían sido recolectados, podría

esperarse que surgieran “verdades más amplias” [Wedel, 1945, 386]. En la primera

instancia, las regularidades temporales, espaciales y formales inherentes en el registro

deberían volverse evidentes, proporcionando así la base para esquemas

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tipológicamente comprensivas: esto debería, a cambio, producir opiniones sobre la

identidad de los grupos culturales representados en el registro, así como la dinámica

de su difusión, interacción y transformación en el tiempo. La recuperación de datos, la

descripción y la sistematización no es un final en sí mismo sino una preliminar

necesaria, una cuestión de establecer un seguro fundamento empírico antes de

aventurarse a las hipótesis históricas o antropológicas. Como un par de comentaristas

sardónicos lo señalan, el teorizar está así inferido hasta que aparezca en la escena un

“futuro Darwin de la Antropología” que pueda “interpretar el gran esquema histórico

que será erigido” [Steward y Setzler, 1938, 3].

Constructivismo. Desde su origen, los críticos de los acercamientos de las

etapas secuenciales objetaban que no era posible ninguna investigación del registro

teóricamente inocente, como un necesario preliminar o como un final en sí mismo. La

identificación del material como arqueológico, mucho menos la construcción de

secuencias cronológicas y regionales o esquemas tipológicos culturales, rquieren de

una inferencia interpretativa substancial más allá de la descripición del material

contenido en el registro (e.g., [Steward y Setzler, 1938]). E incluso si la

documentación interpretativamente neutral sobre el registro arqueológico fuera

posible, no contaría para producir los tipos de evidencia que los arqueólogos

requerirían cuando vuelven a las preguntas arqueológicas e históricas sobre el pasado

cultural [Kluckhohn, 1939]. Aunque Kluckhohn, así como Steward y Setzler, eran

optimistas en cuanto a que una arqueología teóricamente informada podría

exitosamente llevar a las preguntas antropológicas e históricas (ellos ultimadamente

defendieron una forma de la opción integrativa descrita abajo), los pesimistas

epistémicos han, en varias coyunturas, abrazado el cuerno escéptico del dilema

interpretativo. Debido a que los argumentos constructivistas para reconocer que los

datos arqueológicos son inevitablemente soportados por la teoría (para un uso más

reciente en el lenguaje filosófico), concluyeron que la descripción y la interpretación

arqueológica incorpora un elemento irreductible sobre la subjetividad [Thompson,

1956], o abrazan un pragmatismo metodológico [Brew, 1946; Ford, 1954b]. Críticos

más recientes de la Nueva Arqueología positivista han defendido un pluralismo o

relativismo políticamente informado [Hodder, 1983; Shanks y Tilley, 1987].

Acercamientos integracionistas. En toda coyuntura en donde los méritos de la

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etapa secuencial y de los programas de investigación constructivista han estado

debatiendo, los críticos internos han dicho que, más que aceptar cualquiera de estas

opciones, los arqueólogos deberían rechazar los términos del dilema interpretativo.

Comúnmente estos críticos aceptan los argumentos desarrollados por los

constructivistas; su punto de partida es el reconocimiento de que la evidencia

arqueológica es persisténtemente THEORY-LANDEN y que las extensiones

interpretativas más allá de lo empírico no puede ser inferido por etapas posteriores de

averiguación. Pero consideran a las conclusiones subjetivistas y relativistas como la

reductio de cualquier argumento de estas premisas que refuerzan la vuelta a la

especulación. Mientras que virtualmente todas las afirmaciones arqueológicas

(interesantes) sobre el pasado culturar sobre-alcanza lo que puede ser establecido con

la seguridad establecida, no implica, ellos insisten, que (todas) estas afirmaciones se

reducen a la especulación arbitraria.

Dos perspectivas rinden cuentas sobre el rechazo del dilema interpretativo.2La

primera es una apreciación de que, aunque los datos arqueológicos que se paran como

evidencia sólo bajo la interpretación y que rara vez puede esperarse que aseguren

conclusiones únicas e incontroverciales, el registro arqueológico demuestra

rutinariamente una capacidad para derrivar incluso nuestras espectativas más

fuertemente sostenidas sobre el pasado. La evidencia arqueológica puede ser

enigmática pero no es por ningún motivo completamente plástica: puede ser soportado

por la teoría pero no persistente y típicamente por las teorías que sostienen las

hipótesis reconstructivas y explicativas que se utilizan para apoyar o para evaluar. La

segunda perspectiva, por extensión, es una apreciación de que los arqueólogos

pueden, y con frecuencia lo hacen, deplorar de manera muy efectiva lo recalcitrante

del registro empírico, sistemáticamente diseñando la investigación arq elaboraron

ueológica de tal manera que las elícitas restricciones empíricas que algunas veces

hablan muy poderosa y precisamente a favor o en contra de hipótesis interpretativas

específicas. Los defensores de una “arqueología nueva y real” durante las dos primeras

décadas del siglo XX [Dixon, 1913; Wissler, 1917] bosquejeando los contornos de un

acercamiento así, y sus sucesores en las décadas de 1930 y 1940 elaboraron su

motivación crítica [Kluckhohn, 1940; Krieger, 1944; Taylor, 1948]. Ampliamente

caracterizado, lo que buscan es un acercamiento orientado al problema para averiguar

2 Los detalles de este análisis son presentados en Wylie [2002, 37–39].

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en cuáles etapas del proceso de investigación –los datos recolectados y el análisis, la

interpretación reconstructiva y la teorización explicativa– e integrados alrededor de

problemas agudamente deinidos o, en algunas formulaciones, hipótesis que pueden ser

probadas empíricamente en contra del registro arqueológico.

La Nueva Arqueología de las décadas de 1960 y 1970 (también identificada

como “arqueología procesual”) fue una intervención en este debate de larga duración

que tomó la forma de un rechazo particularmente incomprometido del dilema

interpretatativo. Aunque representado como una separación completamente nueva –

los Nuevos Arqueólogos llamaban a una revolución en donde la arqueología

propiamente antropológica y científica podría finalmente desplazar las formas de

práctica “tradicionales”– de hecho es la última nueva arqueología compartió mucho con

los intentos anteriores para articular e implementar que he descrito como

acercamientos integracionistas [Wylie, 2002, 41, 57–62]. Al igual que los abogados

defensores del problema orientado, las formas de la práctica teóricamente sofisticadas,

los Nuevos Arqueólogos estuvieron motivados por la creciente frustración de que,

aunque los arqueólogos habían acumulados grandes cantidades de datos arqueológicos

y detallados esquemas de clasificación finamente elaborados (“sistematizados en

espacio y tiempo”), sus trabajos se produjeron muy poco a la manera de la perspectiva

antropológica. Al mismo tiempo tuvieron la seguridad de que, si hicieron un esfuerzo

concertado para ponder a trabajar estos datos –para usarlos como evidencia del

pasado cultural– deberían ser capaces de hacer algo más que ofrecer historias a

medias. Al desarrollar estas últimas posibilidades, el sello distintivo de la Nueva

Arqueología fue su compromiso programático a los principios centrales del positivismo

lógico: tenían la confianza de que, si los arqueólogos implementaran un programa de

investigación rigurosamente científico moldeado en los ideales Hempelianos, se

escaparían de los cuernos del dilema interpretativista. Los tablones principales en esta

plataforma porgramática fueron los siguientes.3

3 El reconocido arquitecto de la Nueva Arqueología, Lewis R. Binford, elaboró estas tesis clave en una serie de artículos “de pelea”, como después se refierió a ellas, y que aparecieron druante la década de 1960 y principios de la década de 1970 [Blinford, 1962; Blinford, 1972; Blinford y Blinford, 1968]. Desde entonces las ha defendido vigorsosamente en contra de los desafíos anti-procesuales y pos-procesuales [Blinford, 1989]. Blinford invocó a Hempel y al positivismo lógico en muchos contextos pero fue una generación de arqueólogos más joven la que fue influenciada po él y quienes elaboraron los detalles. De hecho, el compromiso de Blinford con el positivismo es parcial y contradictorio [Wylie, 1989b]. Brinda apoyo a la función retórica en sus primeros argumentos y recibe muy poca atención y desarrollo en su trabajo posterior.

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1. El objetivo central de la Arqueología, como un subcampo de la Antropología,

debería establecer un entendimiento explicativo a largo plazo, el proceso

cultural a gran escala (de ahí el nombre, arqueología “procesual”). Este

entendimiento del proceso cultural fue nomotético: el objetivo fue el tomar un

agarre de las leyes que gobiernan la estructura y la dinámica de los sitemas

culturales, las regularidades invariantes que señalan las complejas

especificaciones de la acción humana y de los eventos históricos [Flannery,

1967]. La reconstrucción de las formas de vida del pasado y las trayectorias

históricas era el medio para este fin, no un fin en sí mismo: las leyes duraderas

del proceso cultural podrían ser vislumbradas en estos detalleys y debían, a

cambio, ser explicados por medio de la subsuposición bajo las regularidades del

nivel de sistemas de las cuales eran instancias, conforme a a la variante

nomológica-deductiva [N–D] sobre la ley de cobertura del modelo de la

explicación. Inclusive, la reconstrucción de los detalles del pasado cultural fue

entendio para requerir una “retrodicción” mediada por la ley, como Hempel

había descrito en conexción con la inferencia histórica [Hempel, 1942].

2. La práctica de la Arqueología fue el ser rigorosamente orientada al problema.

Más que formular hipótesis interpretativas o explicativas tras el hecho de servir

para los resultados de una exploración empírica OPEN-ENDED sobre el registro,

las hipótesis anticipada debería ser el punto de partida para la averiguación:

todos los aspectos de la investigación arqueológica fueron diseñados como una

prueba sistemática de sus implicaciones empíricas. Invocando la distincipon

positivista convencional entre los contextos del descubrimiento y de la

verificación, los defensores de la Nueva Arqueología insistían en que las

consideraciones inductivas, intuitivas y especulativas que dieron origen a una

hipótesis no han podido mantener su adjudicación: debería aceptarse o

rechazarse estrictamente sobre la base de confirmar o desconfirmar la

evidencia de prueba, evaluada dentro del marco conceptual presumiblemente

deductivo establecdido por el modelo hipotético–deductivo [H–D] de

confirmación de Hempel. La Nueva Arqueología estaba, entonces, caracterizado

por un programa de investigación rigurosamente deductivo tanto en los

objetivos, como en la práctica, en contraste con el inductivismo imputado de la

arqueología tradicional.

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3. El sujeto cultural de averiguación fue conceptualizado en términos

reductivamente eco-materialistas y, en algunos casos, en eco-deterministas:

para propóositos d la investigación científica, las culturas eran concebidas como

sistemas de componentes fuertemente integrados (social, ideaciona, material)

que, en conjunto, median la respuesta adaptativa de las poblaciones humanas a

sus entornos materiales [Blinford, 1962]. De esta manera se constituyó un

sujeto dominante que era dócil al análisis causal, capaz, en principio, de

sustentar la investigación para las leyes Hempelians sobre el comportamiento

humano y el proceso cultural a través de una práctica de prbar las implicaciones

(deductivas) de las hipótesis explicativas en contra del registro arqueológico.

La Nueva Arqueología provocó un intenso debate dentro de la arqueología que estaba

enfocada, en parte, en preguntas sobre la adecuación y la aplicabilidad de los modelos

Hempelianos que fueron la inspiración de su positivismo resoluto. Los filósofos

entraron al debate cuando estos modelos fueron abandonados en una cartilla

autodescrita para la Nueva Arqueología [Watson, et al., 1971], y en publicaciones

sobre la explicación arqueológica, la observación y la prueba de la hipótesis [Fritz,

1972: Fritz y Plog, 1970; Hill, 1972].4 En algunos casos los comentaristas filosóficos

simpatizaron, u ofrecieron amistosas enmiendas: R. A. Watson fue un principiante

temprano en este debate y que consistentemente defenció la orientación positivista de

la Nueva Arqueología en contra de sus críticas [Watson, 1972; Watson, 1990; Watson,

1991]: y M. Salmon publicó muchos artículos cortos para clarificar conceptos filosóficos

clave y las distinciones que fueron ampliamente leídas y bien recibidas [Salmon, 1975;

Salmon, 1976]. Pero otros fueron agudamente críticos. Dos revisiones muy hirientes

fueron la crítica marchita de Morgan sobre Watson, Leblanc, y Redman [Morgan,

1974], y la brutal revisión de Levin a Fritz y Plog [Levin, 1973], en donde los

arquelógos se encontraron así mismos siendo castigados no sólo por obtener mal los

detalles del análisis filosófico, sino también por no entender correctamente el proceso

y la historia reciene del debate filosófico. El positivismo lógico se había enfrentado a su

fallecimiento: Morgan y Levin, así como una gran cantidad de críticos arqueológicos

internos (e.g., Tuggle, 1972), señaló que la adecuación de los modelos Hempelianos

como un informe de la práctica cieentífica (en cualquier dominio) había sido

4 Para una revisión más detallada sobre los argumentos filosóficos que emergen en esta literatura altamente polémica, ver Wylie [1992; 2002, parte 3].

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decisivamente desafiado por el tiempo y fue abrazado por los Nuevos Arqueólogos.

Inclusive, este ejercicio “importado” , como Morgan lo describía, fue fundamentamente

mal entendido: no podía esperarse que las teorías filosóficas de la ciencia

proporcionaran respuestas autoritativas a las preguntas metodológicas, especialmente

en un campo tan remoto como el físico y el de las ciencias naturales que eran el foco

de interés filosófico en la Arqueología.

Estas intervenciones de marca correctiva y divisorias generaron una

considerable desafección entre los arqueólogos, algunos de los cuales rechazaron

categóricamente el filosofar de todos los tipos de fundamentos que eran

inevitablemente divisibles y ampliamente relevantes al trabajo (empírico) arqueológico

real. Estos temas predominaron en la lamentación de Plog, “¿Es un poco de filosofía

(de la ciencia) algo peligroso?” [Plog, 1982]. En la burlona revisión de Renfrew sobre

“Ismos de nuestro tiempo” [Refrew, 1982a: 8–13], y en la parodia de Flanery, “The

Golden Marshaltown,” en donde compara las pretensiones de una élite filosófica para

los pronosticos de comentadores deportivos auto-satisfechos y que han perdido su

toque cuando se trata de realidades arenosas de la práctica real [Flannery, 1982]. En

una revisión de este debate que apareció cuando las hostilidades estuvieron más

marcadas, Schiffer, de una segunda generación de Nuevos Arquólogos, hizo el caso de

que el análisis filosófico sistemático es indispensable para un campo como el

arqueológico.5Pero impulsó a los filósofos a comprometerse con los problemas

epistémicos a los que los arqueólogos se enfrentan en la práctica –los problemas que

motivaron la semejanza de los Nuevos Arqueólogos a los modelos Hempelianos– más

que disparar sus intentos por resolver estos problema mediante modelos filosóficos

apropiados que en ningún momento tuvieron la intención de este propósito [Schiffer,

1981].

5 Un argumento similar puede ser hecho en Clarke en el contexto del debate sobre las implicaciones de adoptar técnicas científicas y formas de la práctica en la Arqueología británica. Con el crecimiento de la sofisticación técnica, los arqueólogos llegaron a perder su “inociencia” más que proceder sobre la base de un marco conceptual sin examinar sobre los compromisos epistémicos y teóricos, muchos de ellos ahora obsoletos, impulsó a los arqueólogos a hacerse responsables por las presuposiciones que rinden cuentas de su práctica y las sujetan a un sistemático escrutinio crítico: lo que esto requería, afirma, no era la imposición de modelos desarrollados para darle sentido a otras disciplinas, sino una rigurosa “filosofía interna de la Arqueología” [Clarke, 1973]. En este espíritu Fitting argumentaba que, en “la Fontanería, la Filosofía y la Poesía,” los arqueólogos deberían ser muy conscientes de que deben hacer la evaluación sistemática de sus presuposiciones y tomar eso como parte integral de su práctica, pero a la vez condenó sonoramente la compulsión, en la parte de los filósofos profesionales para reforzar la “puridad ritual” de la doctrina filosófica [Fitting, 1973].

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1.3 La formación de una campo intermedio: la Meta-arqueología

A pesar de este faccionado debate, un gran número de arqueólogos desarrollaron una

sofisticación filosófica substancial, así como un creciente contingente de filósofos

inmersos en sí mismos dentro de las especificaciones de la práctica arqueológica, con

frecuencia trabajaron en colaboración con arqueólogos para desarrollar análisis

constructivos que fueron más allá de la crítica y de la corrección. El resultado es un

próspero campo intermedio en donde filósofos arqueológicamente literales y

arqueólogos filosóficamente estructurados han explorado un margen muy extenso de

recursos filosóficos, con frecuencia desarrollando modelos inovadores de explicación y

de razonamiento evidencial, ideales de objetivad, y suposiciones fundacionales que no

conforman a ninguna de las tradiciones filosóficas de pensamiento anteriormente

establecidas sobre la ciencia.

Un foco de anterior anterior fue un racimo de prácticas interpretativas y

explicativas típico de la arqueología que había sido muy poco discutido a detalle dentro

de los análisis filosóficos de la ciencia: Nickles publicó un estado de cuentas de

explicación causal singular que estuvo basada en ejemplos arqueológicos [Nickles,

1977] y, cuando Levin regresó de la crítica, desarrolló un análisis sobre las estrategias

de inferencia a los que los arqueólogos adscriben una importancia funcional a los tipos

específicos o clases de artefacto [Levin, 1976]. En la primera monografía que apareció

en este emergente subcampo, Filosofía y Arqueología [Salmon, 1982]. M. Salmon

plasmó en un rango de modelos filosóficos establecidos –e.g., modelos bayesianos de

confirmación y el estado de cuanesa de ralevancia estadística sobre la explicación de

W. Salmon– pero substancialmente re-trabajados para darle sentido a las formas de

inferencia reconstructiva y de adscribpción funcional discutida por Nickles y por Levin,

así como de gran cantidad de otros rasgos distintivos de la práctica arqueológica: e.g.,

la explicación funcional de sistema-nivel y los patrones de la teoría de la construcción

que dependen de fuentes externas. Seis años después Hanen (un filósofo de la ciencia)

y Kelley (un arqueólogo) publicaron una monografía, Arqueología y metodología de l

ciencia, la cual explora a profundidad los rompecabezas filosóficos generados por la

práctica arqueológica [Kelley y Hannen, 1988]. Influenciado por Kuhn y por Goodman,

argumentaron que un constructivismo no realista es el que captura mejor los objetivos

y la práctica inferencial típica de la arqueología, pero las especificaciones de los

modelos que expusieron (inferencia a la mejor explicación y la revisión de la creencia

de peso) deriva primordialmente de un análisis cercano a un número de caso

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arqueológicos extensos. El siguiente año apareció una tercera monografía, Explicación

en la Arqueología [Gibbon, 1989], en donde Gibbon (un arqueólogo que había pasado

por un entrenamiento substancial en filosofía de la ciencia) decía que un realismo

científico robusto es la laternativa más prometedor al positivismo de la Nueva

Arqueología. De nuevo, aunque cita a Harré, a Bunge y a Putnam como influencias

importantes, la mayoría de su análisis está especificado en la arqueología; con Kelley y

Hanen dice que si el análisis filosófico es el de tomar agarre de los matices de la

práctica arqueológica, se debe estar ricamente informado con un entendimiento de la

historia social, la cultura disciplinaria y la dinámica institucional que dan forma a esta

práctica.

Dos monografías recientes construidas en esta tradición de análisis de campo

intermedio, ambas hechas por filósofos de la ciencia cuyos análisis del razonamiento

evidencias están informados por la experiencia del campo arqueológico: Conociendo el

Pasado: Problemas Filosósficos de la Historia y de la Arqueología de Peter Kosso

[Kosso, 2001] y mi Pensamiento de la cosas: Ensayos en la filosofía de la Arqueología

[Wylie, 2002]. En Conociendo el pasado, Kosso elabora un modelo de razonamiento

evidencias que había ya puntualizado en muchos artículos previos, e ilustra cómo se

aplica a la práctica mediante el análisis sustentado de ejemplos extraidos de un

programa de trabajo de campo arqueológico en los sitios medievales de Grecia.

Argumenta que las afirmaciones evidenciales en la arqueología pueden ser

fructíferamente entendidos como una forma de observación inferencialmente compleja,

expandiéndos en los análisis multi-componentes que han probado ser necesarios para

dar sentido a la práctica observacional en la Astronomía, en la alta energía de la Física,

y en la Biología evolutiva [Kosso, 1988; 1992]. En los ensayos que ensamblan

Pensamiento de las cosas, hago un argumento complementario para enfocarme en el

papel de las suposiciones de fondo y auxiliares que sirven como intermediarios en la

inferencia arqueológica (interpretativa y explicativa, así como evidencial), inicialmente

en consideración del razonamiento análogo [Wylie, 1982a; 1985], y subsecuentemente

mediante el análisis comparativo de ejemplos del campo de trabajo tomados por los

Nuevos Arqueólogos y por un gran margen de practicantes anti y pos-procesuales. A

pesar de las diferencias programáticas, encuentro que esta ejemplifidad es un común

patrón (enmendado) de autoarranque sobre la evidencia inferencial [Wylie, 1986b;

1989a; 1992]. Una sorprendente separación de esta creciente tradición del análisis

arqueológicamente fundamentado es el caso prescriptivo de que Bell (un filósofo de la

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ciencia) hace para estructurar la práctica arqueológica alrededor de los principios de un

falsacionismo Popperiano no comprometido. En Reconstruyendo la Prehistoria: El

método científico en la Arqueología Bell propone una lista de preguntas diseñadas para

asegurar que las hipótesis arqueológicas son testables en un sentido Popperiano, y que

están sujetas a los intentos apropiadamente rigurosos para refutarlas [Bell, 1994].

Por contraste a estos análisis, mismos que presuponen un amplio apoyo a las

ambiciones científicas de la Nueva Arqueología, la mayoría de los críticos pos-

procesuales rechazan en conjunto la fascinación de los Nuevos Arqueólogos con los

modelos científicos de la práctica y buscan inspiración filosófica en la hermenéutica

filosófica [Hodder, 1982a; 1983; 1991; Johnsen y Olesn, 1992; Tilley, 1993], en la

fenomoenología [Gosden, 1994; Shanks, 1992], en la teoría crítica [Leone et al.,

1987], y en varias formas del análisis posestructrualista [Tilley, 1990]. Dos filósofos

continentalmente entrenados proporcionaron contribuciones previas a la literatura

filosófica en la Arqueología, aunque no como intervenciones en el debate entre los

arqueólogos procesuales y pos-procesuales: Embree (un fenomenólogo) realizó un

estudio basado en la recolección de las percepciones arqueológicas sobre la “teoría” a

finales de la década de 1980 [Embree, 1989], y Patrik ofreció un análisis temprano e

incisivo sobre las concepciones divergentes de un “registro arqueológico” como, por un

lado, un texto que requiere de la interpretación hermenéutica y, por el otro, como un

registro fósil dócil al análisis físico [Patrik, 1985]. Los contribuyentes a una reciente y

predominantemente europea colección de ensayos, Filosofía y Práctica Arqueológica

[Holtorf y Karlson, 2000], extendió la mira de esta creciente tradición sobre la filosofía

no-analítica de la arqueología, obteniendo su inspiración de fuentes filosfófica tan

diversas como Wittgenstein (Bintliff), Foucault y Derrida (Cornell), Feyerabend

(Holtorff), Levinas (Hegardt), Butler e Irigaray (Tarlow), Merlean-Ponty (Staaf), y

Heidegger (Thomas).

En 1992 Embree mencionó que este creciente cuerpo de trabajo había

alcanzado la madurez necesaria para ser reconocido como un subcamp que hace uso

de los modos históricos y de lo sociológicos, así como de los modos filosóficos de

averiguación (tanto analíticos como continetales) para encausar un segundo grupo de

preguntas sobre la práctica arqueológica [Embree, 1992]. Un año después Salmon

distinguió la “filosofía analítica de la arqueología” de los “acercamientos filosóficos de

la arqueología” [Salmon, 1993, 324], y caracterizó a la primera como un campo de

práctica establecido preocupado por los “problemas metafísicos, epistemológicos,

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éticos y estéticos que se suscitan en la teoría y en la práctica de la arqueología”

[Salmon, 1993, 323]. Todas estas áreas de la meta-arqueología continúan creciendo a

su paso, aunque estando en desacuerdo con las demandas para la responsabilidad

presta una particular urgencia en los análisis de los problemas normativos que

comprenden a un floreciente campo en la ética arqueológica.

2 PROBLEMAS DE FOCO Y TEMAS CENTRALES

Conforme la metaarqueología ha ido tomando forma, seis problemas siguen

persistiendo, o emergen ahora, volviéndose el foco de la atención filosófica: la práctica

explicativa: el razonamiento evidencial: las suposiciones fundacionalistas concernientes

a la naturaleza del sujeto de averiguación (conceptos de cultura, ontología social):

problemas normativos, principalmente problemas éticos suscitados en y por la práctica

arqueológica: y sobrearqueadas preguntas metafilosóficas sobre el papel de los análisis

filosóficos y en un campo como el de la arqueología (su interés intrínseco: su

relevancia práctica). Considro a cada uno esquemáticamente, con el objetivo de

delinear las posiciones clave articuladas en el pasado y dirigiendo la atención a los

debates emergentes actuales.

2.1Explicación

El punto de partida para el debate filosófico generado por la Nueva Arqueología fue la

difundida reacción en contra del argumento prescriptivo de que los objetivos de la

arqueología deben adaptarse a la extrecha plantilla del modelo de la ley de cobertura

de Hempel sobre la ley de explicación. En la ronda inicial del debate descrito arriba, los

críticos se enfocaron en la apreciación de los modelos de la ley de cobertura (en

cualquier aplicación) y su relevancia para un campo como el de la arqueología, pero la

atención se vuelve rápidamente hacia un margen de modelos alternativos de

explicación. Conforme los análisis sobre la explicación han ido proliferando, se ha

vuelto claro que los arqueólogos explican en muchos sentidos diferentes y en distintos

niveles. Un gran reto ha sido el entender cómo es que fueron producidos los

contenidos del registro arqueológico y qué es lo que representan como evidencia, una

práctica que requiere de la inferencia reconstructiva de los contenidos y de la

configuración del registro arqueológico a los eventos específicos, las condiciones de

vida, las acciones intencionales y “los procesos de formación” que producen. Conforme

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arqueólogos y filósofos han ido luchando con las complejidades de la práctica actual, se

ha vueto claro que estas reconstrucciones histórico-culturales, desacreditadas por los

Nuevos Arqueólogos como meramente descriptivas, son una forma de explicación

localizada: las explicaciones procesuales de sistema-nivel que identificaron como la

preocupación primordial de una arqueología científica que dependía y era contínua con

estas explicaciones sobre el registro más modestas y su antecedentes inmediatos

[Wylie, 2002, 86–92]. Mientras que este pundo parece ampliamente aceptado, el

índice de postura sobre cómo debe entenderse la explicación arqueológica (a cualquier

escala) es enormemente amplia y continúa proliferando.

Sistemas de explicación. Un rival previo de los modelos de ley de cobertura fue

propuesto por los críticos arqueológicos que insistían en que la dinámica de los

sistemas culturales complejo no podía ser entendido al defender las leyes de cubierta

deterministas: defendieron un acercamiento a los sistemas, inspirado por Meehan

[1968], el objetivo a cubrir era el desarrollar modelos formales que capturaran la

estructura implícita de la interacción entre las múltiples variables que constituyen

sistemas culturales particulares [Flannery, 1967; Tuggle et al., 1972]. En un debate al

que se unieron los arqueólogos en un intento por defender el modelo de la ley de

cobertura [LeBlanc, 1973] y por filósofos que promovían una postura más

sistemáticamente crítica de este modelo [Salmon, 1978a; 1989], el punto fue

rápidamente hecho en cuanto a que la explicación en el modelo de la ley de cobertura

de Hempel no es necesariamente mono-causal o determinista: en cualquier

formulación del modelo de la ley de cobertura un número de leyes causales pueden ser

invocadas en una serie de explicaciones anidadas que cuente para un complejo

expanandum y, en variantes posteriores del modelo, estas leyes pueden ser

estadísticas y la inferencia un patrón inductivo (e.g., variantes más estadístico-

inductivas que nomológico-deductivas sobre el modelo de la ley de cobertura). Incluso,

los “sistemas paradigmáticos” alternativos no se escapan a la dependencia de

proposiciones tipo ley si es para sostener la predicción y la explicación de los estados y

resultados del sistema; como caracterizado por los arqueólogos influenciados por

Meehan, esta función modeladora depende de “reglas” formales que enlazan las

variables del sistema, capturando las regularidades de la interacción y de la

interdependencia que tienen todas las características de, y no má robusto contenido

causal que, las leyes Hempeleanas [Flannery, 1967, 52]. El problema fundamental con

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los modelos de la ley de cobertura de Hempel, Salmon decía, es que sus

requerimientos formales y sintácticos no incorporan ninguno de los criterios de

relevancia para distinguir entre los casos genuinamente explicativos y los espurios en

donde una explanandum es mostrada para ser una instancia que donforma un patrón

proyectable. Este punto fue tomado por los anteriores defensoras de la ley de

cobertura y de los acercamientos de los sistemas (LeBlanc y Read, respectivamente)

quienes, trabajando con un marco conceptual ampliamente empírico, lógico y

positivista, argumentaron que el nivel más bajo de las explicaciones de la ley de

cobertura debería ser integrado en un marco teórico que tiene los recursos para

distinguir entre las regularidades accidentales y las causales [Read, 1978] .

Concibieron este edificio teórico como una jerarquía de las representaciones cada vez

más abstractas del modelo estructural que son la base de, somo subsumen, las

regularidades capturadas por el nivel inferior de las leyes empíricas; no proporcionaron

un informe de cómo la teoría, concebida de esta manera, incorporaría cualquier

contenido causal adicional más allá de las enunciaciones de la regularidad empírica que

iban a subsumir.

Modelado causal. A pesar del endoso oficial de los Nuevos Arqueólogos sobre los

modelos de la ley de cobertura de Hempel, las intuiciones causalistas figuran

prominentemente en los argumentos que dan para defender los modos científicos de

explicación en la Arqueología. En uno de los más tempranos e influyentes de estos,

Binford objeta que los arqueólogos no han, de hecho, explicado los mayores eventos

transformadores de la cultura cuando citan eventos de fondo o conjunciones de

factores que están simplemente correlacionados con el evento explanandum en

cuestión. Estas asociaciones pueden ser accidentales: un entendimiento genuinamente

explicativo requiere una cuenta de los mecanismos causales por los cuales estos

factores o eventos llevaron a la transformación en cuestión [Binford, 1968]. Estas

tensiones introducidas por la apreciación de las leyes Hempelianas en esta explicación

de JUNTURE (incluyendo, inicialmente, un acercamiento de “sistemas”). Las leyes

aceptables de un positivista lógico –leyes cuyo contenido reduce a la sistematización

de lo observable– no proporciona una opinión en los mecanismos o procesos causales

con regularidades empíricas implícitas, de hecho, Hempel evitó cualquier tipo de

“desvío por el sendero de los inobservables” [Hempel, 1958]. Incluso, se volvió

rápidamente evidente que las leyes que encajan en el informe de Hempel no figura del

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todo en la práctica arqueológica, ya sea como objetos de avertiguación, o como la base

importada para la explicación.

En la práctica, una gran cantidad de investigación arqueológica se preocupa por

construir y probar modelos de una forma, escala y contenido ampliamente variantes.

Una extensa literatura arqueológica en esta práctica incluye la consideración del

modelados descriptivos y fenomenológicos (esquemas clasificatorios sistematizantes),

simulación a varias escalas (con una medición a distancia que va desde modelos

usados del sitio local a subsistentes patrones regionales de larga duración), y modelos

explicativos, tanto realisticos como hipotéticos.6 Mientras que en muchos casos esta

práctica es heurística e instrumentallista –es una cuestión de conjunciones modeladas

de factores o eventos sin ninguna preocupación para capturar los mechanismos de

intervención– mucho es causalista y realista; el objetivo es el enterdér cómo es que

condiciones de vida específicas fueron producidas, sustentadas o cambiadas. Esta

característica orientación de la práctica arqueológica es capturada por una gran

cantidad de modelos de la explicación que han sido propuestos como alternativas a la

ley de cobertura y al acercamiento de sistemas que dominaron el debate temprano. M.

Salmon desarrolló un modelo sobre la explicación con relevancia estadística

“causalmente suplementada” , edificado en el análisi causalista desarrollado por W.

Salmon en una serie de publicacions en donde se da el caso de que la explicación debe

ser entendida, no como un argumento conforme a los requerimientos formales de una

u otra variante del modelo de la ley de cobertura, sino como un ensamble de factaros

donde cada uno ha demostrado relevancia causal al resusltado en cuestión [Salmon,

1982: 113–139: 1978b: 1984].

Un acercamiento un tanto robustamente causal fue defendido por los realistas

científicos que argumentaban que el énfasis de los positivistas y empiristas lógicos

sobre “salvar los fenómenos” debería ser considerado. Más que tratar a las

construcciones teóricas como dispositivos heurísticos que sirven al propósito primario

de sistematizar los observables, los filósofos deberían reconocer que con frecuencia el

objetivo central de la averiguación científica es la de construir modelos teóricos de

mecanismos causales inobservables [Harré, 1970: Harré y Secord, 1972; Psillos, 1999;

Wylie, 1986a]. En muchos aspectos las ambiciones de los Nuevos Arqueólogos parecen

estar capturadas más por este estado de cuentas que por cualquier refinamiento de los

6 Para una descripicón, ver Wylie [2002, 91–96]; discusiones representativas incluye a Aldenderfer [1991], Clarke [1972], Flannery [1986].

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modelos empiristas lógicos; el potencial para este análisis fue señalado por Mellor en

dos comentarios anteriores sobre los argumentos hechos para esto dentro del análisis

crítico sobre las tensiones inherentes en la Nueva Arqueología [Wylie, 1982b]. Pero el

caso más sustentado para un análisis realista de los objetivos y la práctica

arqueológicos fue desarrollado por Gibbon, quien enfatizó el papel central de la

construcción y evaluación del modelo [Gibbon, 1989, 102–133]. Esto es lo que

parecería ser un área particularmente prometedor para un trabajo posterior debio a los

paralelos cercanos y, hasta ahora, inexplorados entre los problemas con los cuales los

arqueólogos luchan en la literatura interna sobre modelos y problemas arqueológicos

que son del interés de filósofos de la ciencia que han girado recientemente su atención

a la práctica modeladora en otros campos [Morrison y Morgan, 1999].

Modelos unificacionistas. Aunque nadie ha mencionado el caso para entender la

explicación arqueológica en términos de modelos unificacionistas,7 las intuiciones

centrales para un estado de cuentas sobre la explicación como este son evidentes en el

debate interno sobre los méritos relativos para explicaciones arqueológicas específicas.

Por ejemplo, Renfrew defiende su trabajo de “difusión-démica” ampliamente influyente

sobre la difusión de los proto-lenguajes en justo estos términos [Renfrew, 1989b;

1992; Renfrew y Bahn, 1991]. He argumentado que la unificación que afirma es

espuria y que el poder explicativo de este trabajo depende de la credibilidad de las

afirmaciones implícitamente causalistas que han sido el foco primordial de la crítica

[Wylie, 1995].

Trabajos pragmáticos y erotéticos. Los temas no-realistas y ampliamente

pargmatistas han sido prominentes en gran cantidad de respuestas críticas tanto para

los modelos de la ley de cobertura como para los modelos causalistas de la explicación

en la Arqueología. Morgan tomó la posición, en el debate con Watson, LeBlanc y

Redman, de que el propósito de la ciencia no es primordialmente el de explicar, y

ciertamente no es el explicar por medio de la subsumsión de instancias regidas por

leyes. La explicación es a lo mucha heurística, un medio con la finalidad de adquirir un

sistemático conocimiento empírico sobre el mundo: “el descubrir cuáles son los

7 Estos fueron propuestos por Friedman y por Kitcher quienes endosaron un acercamiento ampliamente epistémico para entender la explicación y defendieron estos como los sucesores de los modelos de la ley de cubierta [Friedman, 1974; Kitcher, 1976; 1989]; para una descripción sobre estos argumentos, ver Kitcher y Salmon [1989], Wylie [1995, 1–3].

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hechos” [Morgan, 1973, 260]m Kelly y Hanen subsecuentemente argumentaron que es

un error el esperar que la explicación arqueológica conforme cualquier fórmula simple

sobre si especifica la estructura (sintáctica y lógica) o el contenido (causal): las

explicaciones en la arqueología son mejor vistas como respuestas a “preguntas sobre

el por qué” que deploran cualquier información científicamente creíble que sobresale en

un contexto en particular del debate o un enigma [Kelly y Hannen, 1988, 217–224].

ellos no desarrollaron los detalles de un análisis erotético de la explicación

arqueológica como tal, pero los análisis de la explicació antropológica junto a las líneas

defendidas por Risjord ofrecen ricos recursos para construir en las propuestas de Kelley

y Hannen [Risjord, 2000].

2.2Razonamiento evidencial

Un segundo tema que rápidamente se volvió dominante en el debate filosófico en y

sobre la arqueología tiene que ver con explicar las formas de inferencia por medio de

las cuales los dato arqueológicos son interpretados como evidencia y traídos para

cargar con las afirmaciones interpretativas y explicativas sobre el pasado cultura.

Inicialmente, de nuevo, la discusión estuvo estructurara por la reacción del

deductivismo defendido por la Nueva Arqueología. En evaluciones críticas anteriores el

punto era hecho repetidamente, tanto por los arqueólogos como los filósofos, que los

Nuevos Arqueólogos se equivocaban con su convicción de que, si implementaban una

metodología de prueba hipotético-deductiva; podían eliminar toda la confianza en las

formas de inferencia ampliativas e inductivas [Salmon, 1976; Smith, 1977; Wylie,

1982c]. Una buena cantidad de mdelos han sido propuestos para capturar de manera

más adecuada la complejidad inductiva de la práctica arqueológica. Incluyen análisis

sobre el razonamiento abductivo y, específicamente analógico por el cual los datos

arqueológicos son interpretados como evidencia sobr el pasado cultural; la adscripción

de las funciones para los sitios arqueológicos, las características y los artefactos; y,

crecientemente, el papel desempeñado por las hipótesis, para usar la terminología

Hempeliana; “la teoría de mediano nivel,” como los arqueólogos ahora se refieren

[Raab y Goodyear, 1984]; y lo que Kosso describe como “gap-crossers”/{CREO QUE

SIGNIFICA 'CRUZADORES DE HUECOS' O LO QUE COLOQUIALMENTE ES CUBRIR LA

DISTANCIA'} [Kosso, 1991].

Razonamiento abductivo y analógico. En una constructiva porpuesta previa a la

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nueva formación del debate sobre la viabilidad de los ideales deductivistas, Smith (un

arqueólogo) defendió un modelo “hipotético-analógico” más realista sobre el

razonamiento evidencial en la Arqueología [Smith, 1977]. Más que insistir en un ideal

intachable de la certeza deductiva en la prueba, decía, sería preferible reconocer que la

virtualidad de todos los usos de los datos arqueológico para probar las hipótesis

explicativas confían en la interpretación analógica de estos datos como evidencia. En

los argumentos filosóficos que se enfocaron específicamente en la estructura del

razonamiento analógico. Salmon y yo argumentamos que, a pesar de sus

rectificaciones, los Nuevos Arqueólogos rutinariamente confían en que la inferencia

pude ser extrechamente controlada. Es un error el igualar al razonamiento analógico

con la arbitrariedad y la proyección total de las formas de vida pasadas se prácticas

culturales etnohistóricamente documentadas en las formas de vida pasadas que

podrían llegar a tener muy poca semejanza a cualquier cosa familiar del presente o del

pasado reciente: si estos son ejemplo de una analogía del razonamiento (como

opuesto a los argumentos de una afirmación de identidad), son usos débiles o falso de

analolgía en donde no se ha hecho ninguna evaluación sistemática de peso e

importancia relativa sobre la analogía de donde el argumento es basado [Salmon,

1975; 1982, 57–81; Wylie, 1982a; 1985]. Shelley ha desde entonces desarrollado un

sofisticado trabajo sobre razonamiento abductivo en la arqueología que considera un

papel de imaginario mental y visual al momento de generar hipótesis sobre la

importancia cultural del material arqueológico [Shelley, 1996], y una buena cantidad

de arqueólogos han publicado trabajos estrechamente especificados sobre cómo las

diversas formas de inferencia analógica pueden ser controladas [Lightfoot, 1995;

Stahl, 1993].

Bayesianismo. Salmon propuso un trabajo bayesiano modificado como marco

conceptual para el entendimiento de juicios universales que los arqueólogos hacen

sobre la importancia de la evidencia arqueológica para señalar las limitaciones más

preocupants del modelos de confirmación nomológico-deductivo: su falta de criterios

de relevancia. La ventaja primordial de un esquema Bayesiano es que éste hace

explícitas las consideraciones que dan cuenta de las NUANCED evaluaciones sobre el

importe de la evidencia, específicamente, de las evaluaciones sobre el grado con el que

la nueva evidencia cambia la probabilidad de una hipótesis dada la serie de la

evidencia existente que la sustenta (una medida de probabilidad anterior), y sobre la

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extensión de cuáles elementos particulares sobre la base evidencial que proporciona

una prueba perspicaz sobre la hipótesis (una medida sobre la probabilidad de que una

prueba dada generaría la evidencia en cuestión sobre si la hipótesis era o no

verdadera) [Salmon, 1982, 49–56]. Los modelos bayesianos han desde entonces

disfrutando un poco de la moda en los contextos arqueológicos [Buck et al., 1996],

aunque ha habido muy poco compromiso con la extensa literatura filosfófica sobre la

viabilidad de los modelos bayesianos de la evaluación de la hipótesis [Earman, 1992;

Wylie, 1985].

Inferencia a la mejor explicación. Con anterioridad en los debates generados

por la Nueva Arqueología, Hanen y Kelley propusieron un acercamiento pragmático

informal para entender la evaluación de la hipótesis: descubrieron que la inferencia a

los modelos de la explicación es atractiva porque estas enfatizan la naturaleza

comparativa del razonamiento evidencial y espacio abierto para considerar un margen

de factores no-cognitivos que dan cuenta de juicios sobre el importe de diversas, y con

frecuencia contradictorias, líneas de evidencia. Hanen y Kelley caracterizan al

razonamiento arqueológico para la evidencia como un proceso eliminativo, aunque no

en el estricto sentido defendido por los Popperianos doctrinarios: el objetivo es el de

proporcionar una evaluación de los méritos relativos, específicamente, la adecuación

empírica, de alternativas hipótesis en funcionamiento, no para establecer los

fundamentos para aceptar a una hipótesis como verdadera [Hanen y Kalley, 1989;

Kelley y Hanen, 1988, 216–219]. En un argumento influenciado por el constructivismo

Goodmaniano y el holismo Quineano –específicamente, la metáfora de Quine sobre la

red de creencias [Quine y Ullian, 1970]– hacen un caso para reconocer que, además

de los requerimientos convencionales de adecuación empírica, poder explicativo y

coherencia interna, el grado con el cual una hipótesis es consistente con un “Sistema

de Núcleo” -un grupo de creencias y suposiciones sobre las cuáles existe un amplio

consenso entre los practicantes– desempeña un papel crucial en su evaluación [Kelley

y Hannen, 1988, 111–120]. Gibbon sostiene una situación similar pero, como realista,

argumenta que “las mejores explicaicones” son aquellas que permiten la explicación

causal más comprensiva y plausible de los datos disponibles [Gibbon, 1989, 83, 88–

91]. Los rasgos centrales de este acercamiento comparativo y eliminacionista tienen

profundos orígenes en la práctica arqueológico y la reflexión metodológica: están

anticipados por los defensores de principios del siglo XX de una arqueología científica

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que apelaron al “método de múltiples hipótesis en funcionamiento” de Chamberlin

(descrito en la primera sección de este capítulo) y, como Kelley y Hanen lo

demostraron mediante una serie de estudios de caso, son prominentes en una gran

cantidad de influyentes ejemplos de la práctica de investigación.

Falsacionismo. A pesa de la preminisencia de los argumentos para las

estrategias de prueba eliminacionista en la arqueología, las influencias Popperianas son

sorprendentemente mudas. Son evidentes entre los arqueólogos que rechazan el

positivismo de la Nueva Arqueología bero que acogen sus ambiciones científicas, por

ejemplo. Peeble trae selectivamente a Pooper, y también a Toulmin, en el contexto de

un argumento para una arqueología ontológicamente más rica, pero no menos

empíricamente rigurosa [Peebles, 1992, 364–367]. Como se indicó anteriormente, un

estricto acercamiento Popperiano ha sido logrado por Bell quien, en 1994, renovó el

argumento de los Nuevos Arqueólogos en contra del “inductivismo,” argumentando que

la hipótesis de prueba en la Arqueología debería ser exclusivamente una cuestión de

poner en peligro a osadas conjeturas –probándolas para exponer las debilidades y los

errores– no un proceso de construir el apoyo evidencial para las hipótesis [Bell, 1994].

Autoarranque y robustez fundada (EVIDENCIAL). A principios de la década de

1980 tanto los críticos como los exponentes del positivismo arqueológico han aceptado

los argumentos contextualistas (de Kuhn y Hanson) para el eecto de que las

afirmaciones evidenciales están inevitablemente THEORY-LADEN [Binford y Sabloff,

1982; Hodder, 1982b]. Los Nuevos Arqueólogos y sus sucesores fijaron su atención en

los programas de investigación científica –arqueología experimental, etnoarqueología–

diseñados para asegurar la serie de suposiciones auxiliares (“teoría de mediano

rango”) que establecen las conexiones causales, funcionales, y simbólicas, entre otras,

establecidas entre los elementos de cultura material que sobrevive en el registro y en

los tipos de eventos o condiciones de trasfondo que pueden ser inferidas (con grados

variantes de confiabilidad) para explicar su producción y supervivencia en los contextos

arqueológicos. El análisis metametodológio y filosófico interno se ha enfocándose cada

vez más en preguntas sobre qué tanto las suposiciones mediáticas funcionan en el

razonamiento evidencial y cómo es que la credibilidad de las afimaciones evidenciales

resultantes es establecida y evaluada. Una gran cantidad de trabajos filosóficos han

sido propuestos para incorporar componentes tanto normativos como descriptivos,

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reconstructores de los principios que sostienen la mejor práctica (evidencial) en

arqueología.

Un punto de partida para estos análisis ha sido el modelo de autoarranque de la

confirmación de Glymour: esta informa sobre las “deducciones de los fenómenos” saca

a la luz el papel central desempeñado por suposicones mediáticas y conocimiento de

fondo al momento de traer evidencia que se apoye en una hipótesis de prueba

[Glymour, 1980]. Encuentro este trabajo útil en cuanto a que muestra por qué la

confianza en los auxiliares no necesitan vincular la circularidad viciosa, incluso si estos

auxiliares son componentes de la teoría a prueba [Wylie, 1986b]. En contextos

arqueológicos, las condiciones bajo las cuales esta circularidad se vuelve amenzante

son rara vez realizadas: existen pocas teorías sobrearqueadas que incorporan a las

hipótesis en las que los arqueólogos están interesados en probar. Así como los

principios de acoplamiento necesarios para interpretar los datos como evidencia

relevante para probar estas hipótesis. Los arqueólogos comúnmente confía en un

amplio rango de fuentes de trasfondo para interpretar sus datos como evidencia, pocas

de las cuales son componentes de –o, de manera más precisa, pocas de las cuales

vinculan o están vinculadas por– las hipóesis explicativas y reconstructivas sobre el

proceso cultural presupuesto por estas hipótesis. Es esta independencia potencial de la

evidencia de las hipótesis de preuba que ayudan a lo recalcitrante del registro

arqueológico, su capacidad para derribar incluso las suposiciones más profundamente

enraizadas sobre el pasado cultural [Wylie, 1989b].

Se han desarrollado gran cantidad de trabajos sobre las condiciones bajo las

cuales la independencia epistémicamente significativa puede ser establecida entre la

evidencia (interpretada) y las hipótesis que son usadas paa evaluar. Kosso ha

propuesto un elegante análisis de independencia dentro de las cadenas de inferencia

evidencial en conexción con su trabajos sobre observación arqueológica [Kosso, 1991;

1992; 1993; 2001, 75–89]. He argumentado que la independencia epistémica es

establecida sobre dos dimensiones: verticalmente, entre la hipótesis de prueba y los

principios de acoplamiento (como el descrito arriba); y horizontalmente entre las

distintivas líneas de la evidencia donde cada una de las cuales está constituida por un

cuerpo diferente de conocimiento de fondo [Wylie, 1996a; 2000a]. La independencia

en tres dimensiones complementa las evaluaciones de la seguridad de líneas

particulares de la evidencia que es el foco de esfuerzos arqueológicos para establecer

los robustos principios experimentales y etnoarqueológicos sobre los cuales se basa la

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interpretación de los datos como evidencia. Kosso y yo hemos dicho que estos modelos

pueden ser generalizados más allá de la práctica arqueológica: están inspirados por

una extensión de los análisis de la robustes evidencial y las estrategias de

triangulación desarrollada por Wimsatt, Shapere, y Hacking, entre otros [Hacking,

1983; Shapere, 1982; 1985; Wimsatt, 1981]. Kosso enfatiza en las continuidades con

las ciencias naturales [Kosso, 2001, 39–48]; identifico similitudes con las estrategias

de la etnografía y de la interpretación histórica [Wylie, 1989a].

2.3 Ideales de objetividad; Desafíos relativistas; Pluralismo epistémico

La desilusión con el positivismo de la Nueva Arqueología provocó un agudo desafío

para los ideales del objetivismo a mediados de la década de 1980, regenerando, en

una nueva formulación, el cuerno especulativo del dilema interpretativo. Los críticos

pos-procesuales insistían en que la THEORY LADENNESS de la evidencia vincula una

circularidad viciosa. Debe cencederse, decía Hodder, que los arqueólogos simplemente

“crean hechos” [Hodder, 1983, 6], y si, en estos argumentos, la evidencia arqueológica

es “ya siempre” una construcción interpretativa, no puede entonces funcionar como un

árbitro independiente de la credibilidad de afirmaciones interpretativas o explicativas

sobre el pasado; “no existe literalmente nada que esté en contra o que sea

independiente de la teoría o de las proposiciones puestas a prueba” [Shanks y Tilley,

1987, 111]. Este “hiperrelativismo,” como Trigger lo describe [Trigger, 1989b], fue

reforzado por los resultados de detallados estudios empíricos de la “sociopolítica” de la

arqueología que demuestra qué tan profundamente el pensamiento arqueológico ha

estado implicado e influenciado por las relaciones de poder constituyentes de los

contextos en donde se practican; estos incluyen la vinculación de la arqueología con

las empresas coloniales, nacionalistas e imperialisas detalladas por Trigger, y con los

intereses de las élites intra-nacionales por Patterson, así como los análisis que han

expuesto tendencias de sexismo persistente, androcentrismo y racismo [Gero y

Conkey, 1991; Gero et al., 1983; Patterson, 1986a; 1986b; Trigger, 1989a]. En su

extremo más alejado, los críticos pos-procesuales concluyeron que los arqueólogos

deberían darse por vencidos en toda esa pretensión a las negaciones del valor de la

objetividad neutral y que candidamente resuelven “contar las historias” que necesitan

ser contadas, historias que son políticamente sobresalientes en contextos específicos

de la acción [Hodder, 1983; Shanks y Tilley, 1987]. Sin embargo, en el evento, los

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pocos que produjeron esta reacción en contra de la Nueva Arqueología han mantenido

una instancia conssitentenmente relativista, si sólo porque rápidamente prueba ser

auto-derrotista, tan política como epistémicamente [Wylie, 1992, 270–272]. Ellos

cambiaron de razón, produciendo un “cauteloso compromiso con la objetividad”

[Hodder, 1991, 10], un “particular y contingente objetividad” [Shanks y Tilley, 1989,

43], que suscribe sus reexaminaciones críticas sobre las formas convencionales de

interpretación y sus propuestas para alternativas ricamente humanísticas. En el

proceso de desarrollar estas agendas de investigación pos-procesualistas

conjuntamente críticas y constructivas rutinariamente hacen uso efectivo sobre la

capacidad del registro arqueológico para exponer el error y canalizar la teorización

interpretativa, declarando que, a pesar de ser radicalmente una construcción, puede

muy fructíferamente ser desplegada como una “red de resistencias a la apropiación

teórica” [Shanks y Tilley, 1989, 44]. Pero a pesar de estas inversiones y en las

manifiestas contradicciones que introducen, los pos-procesualistas han hecho muy

poco por reexaminar las premisas que inicialmente llevaron a conclusiones relativistas,

o por desarrollar un trabajo constructivo sobre ideales objetivistas que ahora endosan

como una alternativa al positivismo, concepciones científicas de objetividad que ellos

mismos repudian. Los análisis de independencia epistémica señalados arriba fueron

desarrollados, en parte, como respuesta a esta laguna.

Una posición mediática que se mueve en dirección de articular un rechazo de

principio sobre los extremos del objetivismo y del relativismo generado por el debate

sobre la Nueva Arqueología es el “relativismo moderado” defendido por Trigger desde

finales de la década de 1960 [Trigger, 1978: 1995]. En su defensa más detallada sobre

esta posición Trigger señala un argumento evolutivo para justificar la convicción de que

nuestro mejor conocimiento de las prácticas productoras y certificadoras rastrea la

verdad: los humanos no hubieran sobrevivido de no haber desarrollado sistemas

perceptuales y cognitivos que proporcionan una guía confiablemente precisa en los

ambientes que negociamos [Trigger, 1998]. Mientras que esto puede contar en

terminos muy generales para el éxito epistémico en el tono de habilidades cognitivas

humanas, encuentro esto carente de obligación como justificación para la confianza de

que las prácticas epistémicas específicas de la arqueología son confiablemente auto-

correctivas [Wylie, 2006]. Siguiendo la guía del propio Trigger, como promientne

analista de factores sociales, políticos y económicos que han moldeado la práctica de la

investigación, un acercamiento más prometedor parecer ser una investigación

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específica-de-la-disciplina sobre las condiciones bajo las cuales se ha suscitado el error

sistemático, y han sido identificados y corregidos, en pareja con un análisis cercano de

estrategias mediante las cuáles los arqueólogos despliegan “resistencias” empíricas en

este proceso de modelo constructor, de prueba y de revisión.

Otra respuesta más común para el conflicto bruscamente dibujado sobre los

ideales objetivistas ha sido el de aprobar una postura pluralista que promueva la

tolerancia a las divergentes tradiciones de la práctica. Confrontados con agudas

diferencias en el entendimiento interpretativo y explicativo sobre el pasado que están,

en cambio, arraigados en un desacuerdo fundamental sobre los objetivos y los

estándares de la averiguación, un ceciente número de arqueólogos rechazan la

suposición de que la averiguación epistémicamente creíble debe adherirse a un grupo

unificado de ideales regulativos y que debería esperarse que generen resultados que

converjan en un mismo informe (verdadero) sobre el pasado cultural. Este pluralismo

es especiamente prominente ente los arqueólogos anti y pos-procesuales que

defienden acercamientos más humanísticos e “interpretivistas” para la arqueología

[Hodder, 1999], y es reforzada por los desafíos de las comunidades descendientes,

especialmente comunidades indígenas y oborígenes, que insisten en que los modos

científicos de averiguación no deberían ser privilegiados en relación con su

entendimiento tradicional sobre el pasado.

Mientras que este pluralismo es atractivo en cuanto a la desactivación del

discutible desacuerdo, lo que esquiva las difíciles preguntas epistémicas que surgen

cuando las divergentes tradiciones de investigación generan substanciales desacuerdos

sobre el pasado. El pluralismo epistémico presupone una tesis cuasi-empírica para el

efecto de que estos desacuerdos con frecuencia reflejan, o deberían reflejar, ideales

epistémicos que son literalmente inconmensurables; surgen de las tradiciones de

investigación que tienen estos objetivos fundamentalmente diferentes y estándares de

adecuación donde no hay base para comparar o para adjudicar las formas divergentes

de entender lo que producen. Esta suposición rara vez es defendida explícitamente a

pesar de que hay fuertes razones para sospechar que es realizada, si a caso, en una

pequeña minoría de casos.8 Donde las diferencias entre las arqueologías auto-

conscientemente científicas (procesuales) y las deliberadamente humanísticas (anti- o

pos-procesuales) de interés, tanto los comentaristas arqueológicos como los filosóficos

8 Para un argumento paralelo que se refiere a las presuposiciones del relativismo moral, ver Moody-Adams [1997].

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han argumentado que la polarizante dinámica del debate ha obscurecido mucho de lo

que comparten; en la práctica, los adherentes a estos acercamientos

programáticamente diferentes confían esencialmente en las mismas estrategias para

construir afirmaciones evidenciales y los mismos estándares de adecuación al

momento de evaluarlas [Kosso, 1991; VanPool y VanPool, 1999; Wylie, 1992].

Considerando el caso de manera más amplia, he mencionado que los ideales de

objetividad son mejor entendidos como designando una coraza de virtudes epistémicas

[Wylie, 2000b]. Estos incluyen consideraciones de adecuación empírica, coherencia

interna, poder explicativo y diversas formas de considtencia con cuerpos de

conocimiento bien establecidos en áreas relacionadas, cada una de las cuales requiere

de interpretación y debe ser pesada en contra de otras; sus implicaciones para la

práctica están por ningún motivo arregladas y están abiertas a la continua

reexaminación y refinamiento dentro de las tradiciones de investigación. Concebidas

así, las virtudes epistémicas que constituyen a la objetividad ofrecen numerosas bases

para la comparación entre las tradiciones; estas no garantizan la resolución definitiva

de diferencias de inter-tradición, pero se enfrentan a la presuposicón de que, sin

ningún estándar (monolítico, fundacional) autoritativo puede ser identificado en cuanto

a que atraviesa por todas las tradiciones, estas diferencias no son negociables. En esto

abren espacio a lo que he descrito como un “objetivismo mitigado” [Wylie, 1996a;

2000b]. En donde los puntos cruciales de comparación son evidenciales, como con

frecuencia lo están, los modelos de razonamiento evidencial descritos arriba ofrecen un

trabajo FINEGRAINED de las consideraciones conjuntamente empíricas y conceptuales

(de independencia de seguridad y epistémica) que tienden a provocar confilicto, una

adjudicación sistemática den donde puede productivamente estabilizarse el debate en

casos de conflicto recalcitrante incluso si no constituyen un fundamento

arreglado/establecido.