fanzine BASURA #2
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Alemanes
Por Hensli Rahn
El puente 9 de diciembre se eleva sobre el río
Guaire y sobre el barrio La Coromoto. Hay unos
pliegues entre las vigas del puente y los techos de
algunas construcciones, ahí duermen los recogelatas.
Sarah no podía creer eso. Mejor dicho, le costaba
trabajo entenderlo. Ella caminaba el trayecto desde el
Teatro San Martín hasta el hotel junto a sus
compatriotas alemanes de la compañía Die Schotte.
Justo en la mitad del puente salieron un par de
indigentes del suelo. Les robaron todo el dinero, aunque
no llevaban mucho. Los alemanes más que asustados
estaban curiosos de sus atracadores que volvieron a
trepar las barandas para escabullirse en sus hogares
pliegues. Son ratas, dijo Sarah. Bueno, dije yo. Nos
comunicábamos en un inglés agugutata, acompañado de
muchas señas y morisquetas.
El Teatro celebraba su primer festival
internacional y habían varios grupos: checos, croatas,
franceses, alemanes, colombianos y cubanos. Yo fui a la
versión alemana de la obra de Lorca Amor de Don
Perimplín con Belisa en su jardín. Los brincos y
contorsiones de Belisa dibujaban sus senos con bastante
exactitud. Tenía una bata holgada y blanca. No lo pude
evitar; se me ensangrentó el palo. A la salida hubo una
suerte de fiesta en el lobby del edificio. Mucha salsa y
cerveza barata. Estaba solo pero decidí quedarme. Dos
birras después vi a Don Perimplín sentado en la
escalinata. Con unos ojos tristes como no he visto más
nunca, observaba a las parejas frotándose en clave
tropical. Hola, me le acerqué. Parloteamos un minuto y
le dije que me presentara a Belisa. Me reí de sus
verdaderos nombres porque pensé que serían
impronunciables y resultaron simplísimos: Martin y
Sarah.
Como pude aparté a Sarah en una mesa y fue
cuando me contó lo del atraco. ¿Cómo es el hotel?, dije.
Bastantes cucarachas, resumió. Bailamos un poco, no
tenía ritmo. La besé y se dejó. Al rato nos sentamos. Vi
que sólo quedaban los alemanes y un croata de dos
metros, muy blanco y muy borracho. Salió un maricón
hablando en inglés machucado. Nos invitaba a su bar,
pero quedaba un poco lejos y había que ir en carro. En
un taxi largo y roído como un barco fantasma, nos
apretujamos seis alemanes, el anfitrión gay y yo. No sé
qué pasó con el croata. El maricón me examinó con la
vista y se indignó de que fuera venezolano. Refunfuñó
algo, no quise escuchar. Ya en el bar nos brindaron
varias rondas de cerveza. En la bullaranga escuché a
Martin gritar. Me preguntaba si yo era chavista. Intenté
explicar algunos episodios de la política nacional y fue
en vano. Si no se entiende en español, menos en inglés.
Le pregunté si tenía familia nazi. Se ofendió. Me
confesó que era gay y que se había emocionado cuando
lo abordé en las escaleras. Yo sólo trataba de llegar a
Belisa, a Sarah.
Al día siguiente la cité en una panadería. Le
mostré la zona; una universidad, un zoológico y el
McDonalds. Hacía un sol africano y la invité a guarecer
en la casa. Revisé el calentador, había agua tibia. Nos
besuqueamos y ya sin ropa le pregunté si quería
bañarse. Cómo no. Prensamos un buen rato y luego me
apartó, algo le dolía. Apagué el chorro de agua que ya
tenía tiempo saliendo fría. Nos secamos y la eché en mi
cama. Todavía no me bajaba la pinga. Me preguntó de
dónde salía el agua bajo el puente.
Cañerías.
No.
Sí. El río atraviesa casi toda la ciudad.
Eso no es un río. Es una tubería destapada, algo
artificial.
Se llama Guaire, por cierto.
¿Hay un río de mierda que cruza esta ciudad?