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Yo me imaginaba la conciencia normal como un disco fijado horizontalmente a un eje. [...] El giro completo encierra la suma de esas modificaciones y, con ello, el universo espiritu- al, la figura esfØrica. Una vez que he navegado todos los mares de la ebriedad y he reposado en todas sus islas y he estado en todos sus golfos, archipiØlagos y ciudades encan- tadas, una vez que he hecho esto he conseguido el gran perip- lo, he dado la vuelta a la Tierra en mil noches me he movido alrededor de mi conciencia. sta es la gran gira, Øste es el vuelo al cosmos espiritual, vuelo en el que han desaparecido ya sin dejar rastro un nœmero enorme de aventureros. (Jünger, Radiaciones I, p. 36) El viaje es su discurso, su relato, la narracin que provoca, la leyenda que crea, la curiosidad que inspira. El viaje necesita de su vuelta, de la llegada de Ulises, del cierre de la aventura, expe- riencia iniciÆtica, trÆnsito circular que se ejerce entre dos puntos, aun cuando sean distintos. El flujo del viaje es el de la escritura, la prueba material, su fotografa, el soporte, el texto que lo documenta, la historia que lo fija. El movimiento, el desplazamiento no se producen si no se verba- lizan y bien pueden verbalizarse sin ocurrir. El imaginario del viaje es el del comercio, el inter- cambio, el contacto, la mercanca, y en sus deri- vas se trafica tambiØn con la palabra, se importan y se exportan discursos. El texto es el souvenir de la experiencia, pero es tambiØn su iniciacin, la posibilidad de repro- ducirlo, el billete hacia su lector o su postal. El texto se presenta desplazado, como fuga, trÆnsi- to, texto viajero, marchante y nmada. La lectura como transporte o Øxtasis, posibilidad de salir de uno mismo, dimensin de realidad diferente, espacio desgajado, posibilidad de la pausa, del trance, del arrebato. El viaje, es decir, su testimo- nio, su forma literaria: atlas y nomenclator. Generacin no de mundos singulares, no de maravillas, sino de formas nuevas de nombrarlo, lenguajes novedosos, capacidad de seæalar la cosa de distinta manera. Versum, prosum, decurso, races que inscriben en la forma literaria el movimiento, nombre de tØcnicas agrarias que cierran o redondean, que simplemente se suceden, que seæalan una inevi- table recurrencia entre las actividades del nom- bre y la capacidad del viaje; entre el trÆnsito, el mundo y su memoria. «Errei todo o discurso dos meus anos» (Camıes): confund el trÆnsito, la palabra, la posibilidad del nombre. El mundo, la vida como viaje, perlocutivamente como discurso, la palabra en movimiento, susceptible a la pØrdi- da, al extravo, a la errancia. Literatura que se inscribe en el intercambio: el Marco Polo de Il Milione, que sueæa desde la celda, o el de Le citt invisibili, que inventa en la conversacin los luga- res no vistos de un Imperio que crece al ritmo que se nombra. Vender o comerciar con el viaje, con aquellos viajes que incluso no se hicieron, emba- jadas diplomÆticas al pas de Num, viajes profØti- cos, de Coln o Mandeville (Kapple 120-30). «No se debe confundir nunca la ciudad con el Facttum 61 A l r e d e d o r d e u n o m i s m o l i t e r a t u r a d e v i a j e s i n t e r i o r e s GermÆn Labrador MØndez

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Yo me imaginaba la conciencia normal como un disco fijadohorizontalmente a un eje. [...] El giro completo encierra la

suma de esas modificaciones y, con ello, el universo espiritu-al, la figura esférica. Una vez que he navegado todos los

mares de la ebriedad y he reposado en todas sus islas y heestado en todos sus golfos, archipiélagos y ciudades encan-

tadas, una vez que he hecho esto he conseguido el gran perip-lo, he dado la vuelta a la Tierra en mil noches �me he movido

alrededor de mi conciencia. Ésta es la gran gira, éste es elvuelo al cosmos espiritual, vuelo en el que han desaparecido

ya sin dejar rastro un número enorme de aventureros.

(Jünger, Radiaciones I, p. 36)

El viaje es su discurso, su relato, la narraciónque provoca, la leyenda que crea, la curiosidadque inspira. El viaje necesita de su vuelta, de lallegada de Ulises, del cierre de la aventura, expe-riencia iniciática, tránsito circular que se ejerceentre dos puntos, aun cuando sean distintos. Elflujo del viaje es el de la escritura, la pruebamaterial, su fotografía, el soporte, el texto que lodocumenta, la historia que lo fija. El movimiento,el desplazamiento no se producen si no se verba-lizan y bien pueden verbalizarse sin ocurrir. Elimaginario del viaje es el del comercio, el inter-cambio, el contacto, la mercancía, y en sus deri-vas se trafica también con la palabra, se importany se exportan discursos.

El texto es el souvenir de la experiencia, peroes también su iniciación, la posibilidad de repro-ducirlo, el billete hacia su lector o su postal. Eltexto se presenta desplazado, como fuga, tránsi-to, texto viajero, marchante y nómada. La lectura

como transporte o éxtasis, posibilidad de salir deuno mismo, dimensión de realidad diferente,espacio desgajado, posibilidad de la pausa, deltrance, del arrebato. El viaje, es decir, su testimo-nio, su forma literaria: atlas y nomenclator.Generación no de mundos singulares, no demaravillas, sino de formas nuevas de nombrarlo,lenguajes novedosos, capacidad de señalar lacosa de distinta manera.

Versum, prosum, decurso, raíces que inscribenen la forma literaria el movimiento, nombre detécnicas agrarias que cierran o redondean, quesimplemente se suceden, que señalan una inevi-table recurrencia entre las actividades del nom-bre y la capacidad del viaje; entre el tránsito, elmundo y su memoria. «Errei todo o discurso dosmeus anos» (Camões): confundí el tránsito, lapalabra, la posibilidad del nombre. El mundo, lavida como viaje, perlocutivamente como discurso,la palabra en movimiento, susceptible a la pérdi-da, al extravío, a la errancia. Literatura que seinscribe en el intercambio: el Marco Polo de IlMilione, que sueña desde la celda, o el de Le cittàinvisibili, que inventa en la conversación los luga-res no vistos de un Imperio que crece al ritmo quese nombra. Vender o comerciar con el viaje, conaquellos viajes que incluso no se hicieron, emba-jadas diplomáticas al país de Num, viajes proféti-cos, de Colón o Mandeville (Kapple 120-30).

«No se debe confundir nunca la ciudad con el

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Alrededor de uno mismoliteratura de viajes interiores

Germán Labrador Méndez

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discurso» (Calvino 73) pero la más remota aspi-ración humana donde el discurso no sólo se des-place a sí mismo y a la realidad del movimiento,no sólo la sustituya, sino que la elimine, la inutili-ce. Viajes estáticos y extáticos, salir de unomismo, o entrar en uno mismo, producir el trán-sito inmóvil, el viaje parado, inscribir en la esta-tua la fuga, en la inmovilidad lo móvil. Alrededorde uno mismo: literatura de viajes interiores.Aspiración absoluta, ensueño utópico: encontrarla forma de la huida en la justa quietud de losmiembros, proyectar la quietud en el discurso.

Proyecto heurístico que necesita de poderosastecnologías, herramientas fabulosas, para conso-lidarlo: química visionaria y alucinógena, la far-macia phantastica (Levin) y la botica utópica(Ocaña).

Huiremos de una fenomenología de trip, unanálisis del molde cognoscitivo de su experiencia

y su campo metafórico en el viaje. No recorrere-mos los espacios donde éste se produce (paisa-jes, monumentos, anécdotas, imprevistos...),estudiaremos su relato a través de las postales,las cartas, las llamadas telefónicas, sus imáge-nes, el cuaderno de bitácora. Nos desplazaremoshacia la huella, a su inscripción formal en el senode una textualidad drogada (Castoldi). Viajes inte-riores, psiconáutica, turismo expansivo, trancedel yo hacia sí mismo, géneros extraños, formasextremas de la representación del mundo, de lomitológico a la simple aventura: el tigre deNietzsche burning bright según Blake.

La literatura, el viaje y el fármaco aparecenindisociablemente unidos desde la más remotaantigüedad, atravesando todo el fondo folclórico ymitológico, inscribiéndose en la primera cons-trucción literaria conocida. El poema deGilgamesh: viaje del rey de Uruk a la estepa dondemora Enkidu, amistad de ambos, viaje al bosquede los cedros donde vencer a la serpienteKhunbaba, muerte de Enkidu y miedo a la propiafinitud; es allí donde comienza la verdadera bús-queda, la de la planta psicoactiva que existe en elfondo del océano (de la muerte) y que regala lainmortalidad a los hombres. Evidente por espera-ble, fracaso de la búsqueda: el sueño, el ensueñoque rodea a este vegetal, adormidera, es aprove-chado por la serpiente para devorar el fármaco dela eterna juventud.

La literatura de estos viajes nos lleva al másallá, bajadas a mundos infernales, a realidadesterribles, a otros planos de existencia, geografíasdrogadas y psicogeografías. No exploraremosaquí las conexiones entre estas descripciones ysus modelos narrativos y los imaginarios de lasculturas chamánicas (Furst) e incluso su evidentepresencia en los relatos míticos de la Antigüedad,desde la mencionada epopeya mesopotámica alviaje homérico o al retorno al futuro delApocalipsis bíblico (Graves).

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El viaje apocalíptico es un ejemplo único demetaliteratura. El tránsito se produce sin despla-zamiento; su sujeto se precipita en el éxtasis deltiempo a través de la ingestión de un peculiar fár-maco: «Fui pues al ángel, pidiéndole que me dierael libro. Y me dijo: Tómalo, y devóralo, que llena-rá de amargura tu vientre, aunque en tu boca serádulce como la miel» (Ap., 10, 8). Escena repre-sentada una y mil veces en la iconología religiosacomo una ingestión muy poco metafórica [fig.1].Ese libro contiene justamente el relato de su viajey de la destrucción futura, su ingestión permite eltránsito de la realidad a la visión, el viaje astral ointerior hacia una realidad que, como demostróCitati, es fundamentalmente libresca, intertex-tual: un viaje literario en el interior de la Biblia, unrecorrido por sus imaginarios.

La vida como navegación y los peligros de latravesía homérica, esa es la gran metáfora queno abandona estos campos de escritura.Navegación sin cabotaje, con ese locus central,punto de no retorno, que es sin duda la isla deCirce, poderoso no-lugar, pliegue de una narcosisdimensional inmune al tiempo, estanque dondelas aguas de Heráclito fluyen detenidas. El fár-maco puede ser origen del viaje o estratagema ensu interior (como el extraño vino ofrecido aPolifemo), puede ser su búsqueda o su peligro. Elremolino Caribdis, con toda su violencia, no esmás que una anécdota en el viaje, una suerte demaleta extraviada por Iberia. El verdadero pro-blema son los ensueños de nepente de esa islamisteriosa, fármacos del olvido y del reposo.

En esas narraciones y a través de otrasmuchas (las pócimas del sueño de Medea, losbebedizos de Dido, o los ungüentos de los cuen-tos de Luciano de Samósata), se configura unageografía fantástica, que se trasladará durantesiglos a una cartografía, imago mundi, de carác-ter farmacológico. Una visión animista, iniciática

del cosmos, con sus árboles del bien y el mal, susríos infernales del olvido y la memoria (Leteo,Estigia), fuentes de la inmortalidad, jardines delas Hespérides, paraísos de la reina Sibila... Elrelato del viaje inventa el mundo, con, medianteo, incluso, a través del fármaco. La palabra escri-be en los confines de la terra incognita utopíasontológicas y otorga señoríos generosos al olvido,a la inmortalidad, a la euforia. En la distancia queel viaje ofrece, una planta, un bebedizo una redo-ma son metonimias del sentimiento humano.

Literaturas medievales de la aventura, de laquête. Dejar el espacio de la corte y salir almundo: el roman, monumento al error, resume laposibilidad de hacerse caballero a través del viajey ascender socialmente. Metáforas químicas paraexpresar los complejos juegos de equilibrios a losque está sometido el cosmos, balanzas de fuer-zas invisibles con las que debe interactuar elcaballero. Así, la búsqueda iniciática del amor deTristán atravesada por la parafarmacia gaélica(los filtros de la madre de Iseo) que es a un tiem-po la búsqueda terapéutica del remedio que curedel envenenamiento físico y existencial que leposee. Y otras búsquedas menores, la de los fár-macos milagrosos con que la nobleza europeasueña con recomponer los cuerpos heridos por laguerra o aquélla de las persecuciones de las fuen-tes del amor y el desamor de la literatura pastoril.

Y, entre ellos, el prodigioso viaje lunar que des-cribió Ariosto en el Orlando Furioso, dondeAstolfo encuentra el archivo químico en que losselenitas parecen guardar todas las cosas que sepierden en la tierra y, desde luego, la razón de unenloquecido Orlando, precioso líquido destiladoen una ampolla. En ese rastro en que parecehaberse convertido la Luna, todo aquello deinmaterial y de abstracto que concierne a la vidahumana se materializa en la forma de líquidospreciosos:

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«Lloro, suspiros férvidos de amantes; / Las horas que en losvicios se enajenan; / El tiempo inútil de hombres ignorantes; /Locos designios que la mente apenan, / Y los vanos deseos pul-ulantes, / La mayor parte de aquel sitio llenan: / En suma,todocuanto aquí perdimos, / Lo podremos hallar, si allá subimos».(153-4)

Y arquetipo de estos viajes iniciáticos y psico-trópicos debemos mencionar la búsqueda detodas las búsquedas, la Quête du Saint Graal. Apesar de la multitud de interpretaciones que lorodean, y pese a una cierta tendencia a entendereste misterioso objeto desde una perspectivaexclusivamente religiosa y desprovista de articu-lación material �¿y cuándo el fármaco no estuvotraspirado completamente por lo religioso?(Escohotado)�, es indudable el carácter farmaco-lógico de esta arquitectura textual, prodigio quemueve genealogías mitológicas de personajes,artefacto capaz de la curación y el éxtasis, enteó-geno que es sangre de dios y dios a un tiempo.Una vez más, el viaje físico es químico, el viajereal es literario, la búsqueda es la metáfora de labúsqueda, la quête es su discurso (Torodov).

Viajes iniciáticos que posteriormente serán lasCrónicas del descubrimiento, traspasadas, atra-vesadas por la fascinación ante la farmacia indí-gena, que generarán discursos de ida y vuelta ensus metrópolis e insondables polémicas, como laque se desarrolla en la primera mitad del sigloXVII en torno al Tabaco, creando flujos circularestrasatlánticos que cristalizan en imágenes hermo-sísimas de hordas de ebrios apóstatas voladoresde la pluma de jueces europeos:

Asegura De Lancre que varios viajeros ingleses llegados aBurdeos por mar habían visto dirigirse hacia Francia tropas dedemonios [...] pues como los misioneros enviados a las Indias,al Japón y a otras partes habían logrado grandes éxitos, losdemonios expulsados por aquéllos se habían visto obligados aemigrar, encontrando campo propicio en aquella tierra aban-donada. (Citado en Escohotado, I, 347).

El viaje es desde luego también su miedo, aque este transforme el lenguaje de la comunidad,a que la visión, la química del mundo, introduzcacambios fundamentales en su estructura. Es elpánico de las estructuras de poder a la emigra-ción ilegal de las ideas, al potencial subversivo delas búsquedas y las investigaciones en la concien-cia y en sus limitaciones. El viaje es ademáshuida, gimnasia de disconformidad ante un esta-do de cosas, deseo de salir del siglo y de mover-se fuera de él.

Toda esta mitología bajo influencia cifra histó-ricamente estos movimientos, los éxodos delhombre: el tránsito de la estepa a la ciudad enGilgamesh, del nomadismo a la agricultura (GilBera); del comercio helénico y la expansión de lospueblos antiguos en el mediterráneo; de la nece-sidad de la guerra externa y codificada para labaja nobleza medieval (Köhler); del nacimiento delas rutas comerciales en la Edad Media tardía y enel Renacimiento. La literatura aparece como labo-ratorio de la historia, sintetizando sus prepara-dos, sublimando los discursos, donde las proble-máticas del ahora se transforman en proyectosutópicos que inscriben en su interior el movi-miento como un síntoma y la pócima como unapromesa.

Pero debemos situarnos ya en un espacio dis-tinto, en un punto de inflexión en esta tradición.No mencionaremos aquí el discurso ilustradosobre la botica y sus trasiegos, recorridos, tránsi-tos (González Bueno), y nos desplazaremos yahasta los inicios del capitalismo industrial, lamodernidad decimonónica. El viaje y sus articula-ciones se repliega hacia los sujetos, se libera desu proyección colectiva: el individuo aislado en sudesplazamiento, en su peculiar aprendizaje de loanónimo. El periplo se hace íntimo, interior eincluso ya no se hace.

Es el momento de la emergencia de mercadoscoloniales y del opio, láudano, éter, nepente y

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hachís, de la mercantilización de la farmacia y desu consiguiente visibilización en una publicidaddel fármaco que acompaña el nacimiento de los«remedios prodigiosos». La servidumbre del tra-bajo demanda una nueva generación de tónicos ypíldoras que consume el proletariado para sopor-tar su explotación al tiempo que se extienden sususos para paliar el spleen en capas más acomo-dadas (Escohotado, II, 36-184), hastiadas en elsopor de una política del aburrimiento (Steiner).Ello configura una novedosa búsqueda del olvido(Davenport-Hines) que sustituye los anterioresproyectos farmacológicos de transformación delmundo y que acaba en un práctico olvido de labúsqueda.

El viaje se hace íntimo, interior, y no se hace.Para determinados individuos de esta sociedadtecnológica, la farmacia narcótica y visionariaaparece como la última aventura meritoria.Surgen hermandades secretas (junto con unaposterior reivindicación de lo ocultista, lo hermé-tico, lo alquímico) de intelectuales dedicados a lainvestigación del trance visionario: el club de loshaschischins en el París de 1840 será el centro dereferencia de todos ellos (Haining).

Desde la Inglaterra de De Quincey al París delos haschichins se prepara entonces, se articula,una moderna novela de viajes, un roman que uti-liza los hallazgos de la literatura romántica delmisterio, anticipa, prepara e investiga la subjeti-vidad como fábrica del yo y emplea los mejoreshallazgos poéticos de las tradiciones utópicas.Una narración distinta, una moderna miradasobre el yo, trabajos de la novela interior, pensa-miento que concibe el alma como una extensióntodavía incognita: «Tras la senda abierta porColeridge se inaugura un género literario especí-fico que es el del viaje interior �la excursión psí-quica propiciada por algún psicofármaco distintodel alcohol�» (Escohotado 185-218).

El banquete ritual de dawamesk servía deInvitation al voyage hacia una los abismos del yo.Paraísos artificiales que se configuran últimohorizonte excitante en un mundo cada vez másaburrido. Pero el movimiento interior genera,corresponde, las nostalgias de movimientos másfísicos, corporales. En el tráfico de discursos conque se saldan las primeras descripciones litera-rias de la ebriedad interna, se dispone un nuevoproyecto de viaje o, mejor, una nueva miradasobre lo viajable. Al igual que la propia interiori-dad se ha revelado como un espacio fascinante aexplorar, la realidad más próxima pasa de prontoa sentirse como algo interesante: a la vuelta delviaje, Ítaca parece haberse transformado y, depronto, las ciudades industriales devienen máqui-nas en movimiento, océanos humanos dondenavegar (Benjamin). Passantes, flâneurs, men ofthe crowd, nuevos imaginarios del viajero en lasentrañas de la poesía del capitalismo, articuladosno en vano por Poe y Baudelaire.

La ciudad como océano, el texto como laberin-to: aprendizajes, souvenires, la fascinación por lamasa urbana en movimiento. Hasta los tiemposde los modernos Ulyssis, las tribus de poetasvagarán cantando sus transformaciones como enotro tiempo al mar. Alcohols de Appollinare: laciudad como caligrama, el texto como caligrama,el caligrama como viaje. Nuevas rutas del discur-so, nuevos itinerarios, una cartografía nueva, yasí el indescriptible mapa del océano de Lewis[fig.2], una escritura traspasada por el viaje, unaescritura que es en sí misma viaje, textos enmovimientos atravesados por el fármaco, escritu-ras del yo y de la droga. Dibujos y protocolos delprimer teórico de estos imaginarios (Benjamin,Haschisch, fig. 3) que nos acompañarían hasta lasgrafologías mescalínicas de Michaux (Brun, fig.4), saludado como el último de sus conformado-res (Milner).

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¿Pero cuándo los viajes se transforman en hui-das? ¿Dónde termina la fascinación por el tránsi-to y cuándo se transforma en nomadismo? Elviaje es adictivo: la búsqueda deja de apuntar a uncentro y el texto fluye por una línea de fuga y labúsqueda se convierte en una caza (Lewis, Thehunting of the Snark). La nostalgia por el despla-zamiento se vuelve una escritura de la errancia yel Hotel Pimodan se convierte en un puerto departida. Pierre Loti investiga flores del loto en unoriente todavía exótico y voluptuoso. Tras unesaison en enfer (de nuevo la ciudad, el bebedizo,la ritual bajada a las cavernas) Rimbaud desapa-rece en Abisinia desde donde remite puntualespostales.

Las naves de la modernidad nos llevan a puer-tos desconocidos y no aseguran su llegada. En lostiempos donde mejoran definitivamente losmedios de transporte y se aseguran las rutascomerciales, los viajes extáticos se hacen suma-

mente peligrosos. La invitación al viaje es ahorala llamada a embarque de la nave de los locos [fig.5]. Pero incluso estos psiconautas añoran el con-fort de la navegación burguesa e imaginan unaeconomía que rija los mundos interiores, unalegislación del espejo y sus secretos. Alice�sAdventures in Wonderland no es sino una fábularegresiva y un tímido intento de regular el viajeinterior a través de sencillos protocolos de pasa-je: una madriguera, una puerta, una cerradura y laposibilidad de despertar después de todo y tenerasegurado el retorno de ese pays de Cocagne.

Los movimientos del viaje son pendulares y seinvierten. En el tránsito entre las dos guerrasmundiales reaparece el viaje físico revestido deuna nueva épica aventurera. El viaje de la drogapasa a ser sustituido por un viaje en busca de ladroga. Los territorios vuelven a ser los mismosescenarios de la América precolombina, o susúltimos resquicios, lo que queda de ellos

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Figura 2

Figura 3

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(Escohotado, III, 53-93). Se produce un redescu-brimiento nostálgico de la farmacología indígenay de sus potentes vegetales visionarios.Antropólogos occidentales se desplazan al inte-rior de sus junglas y son iniciados en los ritos delpeyote, la mescalina o el yagé. En 1936, Artaudconvive con los Tahumaras. Tras los descubri-mientos de Hofmann se intensifican los viajes yvemos cómo lentamente se produce una masifi-cación de los mismos. Acuden así GordonWasson, Robert Graves, Castaneda, Miguel de laCuadra Salcedo (Usó Arenal, Spanish Trip) en unaperegrinación en la que acaba sorprendiendo nohaber encontrado a Paulo Coelho.

Desde la contracultura americana se realizannuevos planes de viaje, que en ocasiones tambiénnos llevan a la América indígena. Hippies y beatsarticulan un proyecto de vida basado en la erran-cia, con sus propias peregrinaciones rituales a lossantuarios de Tánger, Afganistán, Thailandia oIbiza. Pero antes de que la psicodelia y sus fár-macos expansivos se imaginasen como las tecno-logías que cambiarían en mundo, encontramos aWilliam Burroughs agotando el mapa, flaneandolos bajos fondos de Nueva York, recorriendoMarruecos y media Europa. En Junkie (1953), esetexto que es réplica de las Confesiones de DeQuincey, la búsqueda de la identidad en la carre-tera del exceso que, según Blake, llevaría al pala-cio de la sabiduría se agota en la finitud de lasmercancías posibles. El final de Junkie nos remi-te a su segunda parte, The Yage Letters:

Decidí ir a Colombia a buscar yagé. Bill Gains se ha enrolladocon el viejo Ike. Mi mujer y yo separados. Me siento dispuestoa irme al Sur en busca del éxtasis ilimitado que se abre en vezde cerrarse como la droga. El éxtasis es ver las cosas desde unángulo especial. Es la libertad momentánea de las exigenciasde la carne temerosa, asustada, envejecida. Tal vez encuentreen la ayahuasca lo que he estado buscando en la heroína, layerba y la coca. Tal vez encuentre el fije definitivo. (192)

El fije, la fijación definitiva, el final de la lentaperegrinación de unos fármacos a otros. Salir deuno mismo, salir del propio siglo para buscar altiempo una ubicación, un proyecto de escritura,una investigación en el laboratorio corporal de laquímica perfecta de la liberación, que enBurroughs se opone sistemáticamente a los inten-tos de los totalitarismos de la guerra fría por nar-cotizar a sus ciudadanos. Liberarse, volverse másconcientes, y sin embargo evitar dolores, sufri-mientos. Marcharse a la Alta Amazonia sí, pero altiempo enviar puntuales postales al tío Ginsberg.

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Figura 5

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Simultáneamente se articulaba otro interesan-te tránsito en el interior de Norteamérica, unaexistencia On the road (1957, Kerouac). En 1966,a bordo de una furgoneta decorada como un gabi-nete de curiosidades, los Merry Pranksters almando de Ken Kesey fundaron su peculiar com-pañía de Viajes Imaginarios y recorrieron el paísde costa a costa. Su regreso a California se marcacomo el nacimiento de la contracultura, sus festi-vales espontáneos y sus producciones artísticas(Lee y Shlain). El viaje genera sus textos, se con-vierte en mito: The Electric Kool-Aid Acid Test(1968) de Tom Wolfe puede señalarse entre tan-tos.

En esos años, en el París de la posguerra y dela sociedad de consumo, actúa la InternationalSituationiste y retoma los viejos proyectos deviaje urbano del inicio de la modernidad: el flâ-neur como personaje y la psicogeografía de DeQuincey como bagaje teórico. La ciudad debe serterritorio subjetivo, dispuesto a la intervención, ala sorpresa, a la aventura. La ciudad es el espaciode la deriva, del détournement, contralenguaje,práctica de desenmascaramiento y crítica, apro-piación revolucionaria, subjetiva del espaciopúblico (Marcus, fig. 6).

Todos estos viajes convergen en un punto, enseñalar los límites sociales y económicos de larealidad y en plantear un proyecto para trascen-derla. Prácticas de escapismo, de fuga del siglo,de apertura de las puertas de la percepción convocación de arrojarse a aquello que exista al otrolado. Viajes que impregnan en esta época laspáginas de la literatura de ciencia-ficción (Torres),que se encuentran en la base de las revolucionesdel 68 y en la generación de sus imaginarios.

Si seguimos el recorrido de Ocaña por las arti-culaciones de El Dionisio moderno o la farmaciautópica veremos cómo, más allá de los pasajes dequelques personnes à travers d�une assez courteunité de temps que llevan de los movimientos

juveniles sesenteros y setententeros a la fijaciónde una economía de la droga (asumida como unamercancía más del capitalismo de ficción, genera-dora de un consumo espectral del viaje y de sufantasma con el que cerraremos este texto), sefragua, desde el mismo centro de los procesosbélicos del siglo veinte, otra tradición de explora-dores de la conciencia ebria (Benjamin, Jünger,Huxley...) que extraen de las experiencias límitesdel yo, de sus viajes laberínticos, del éxtasis terri-ble de la guerra, una moral química y una éticaestoica ante la muerte. Viajeros últimos del pro-yecto romántico, curtidos por la fatiga, no dejande expresar sus temores ante los riesgos, loslímites finales del road to the excess:

El auténtico riesgo consiste en que uno abandona el tiempo, elespacio y la lógica, a la manera de los demonios, y luego novuelve a encontrar la auténtica salida [...] Pero yo estoy con-vencido de que basta una única noche de embriaguez paramodificar la constelación de nuestro destino �convencido, portanto, de que esa noche puede tener repercusiones hasta en lasmás remotas lejanías. Eso es lo que subyace a los casos delocura que a veces vemos surgir tras un exceso en las drogas:uno ha abandonado el tren de la causalidad y ya no encuentraningún enlace. Quién sabe en qué estación del Universo se haquedado uno(Jünger, Radiaciones II, cit. en Ocaña 161).

Una reflexión sobre el viaje y sus consecuen-cias, un temor de recorrer sendas que conducen aninguna parte o la nostalgia por el lugar de parti-da, rompen con la visión utópica y proyectiva delviaje. Tiempo entonces de repliegues, de clausu-ra. La melancolía del regreso tiñe esta vía muertadel tren de la ebriedad, uno de los destinos fina-les del recorrido bosquejado. El trance psicodéli-co no ha sido capaz de liberar al hombre y la quí-mica visionaria tampoco permite a los sujetossalir de su siglo, o acceder a formas más perfec-tas de conciencia. Las psicogeografías toman laforma de una red secundaria de ferrocarriles que,a punto de ser desmantelada, carece de funciona-

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rios que atiendan en las ventanillas o revisoresque organicen su tráfico. Son imaginarios de rui-nas: los restos del naufragio con que parecencerrarse las navegaciones psíquicas de la moder-nidad.

La otra articulación nos conduce al centro deun imaginario de la cultura de masas, con susprogresivas mitificaciones y sus utopías viajeras.Las �bajadas al moro�, los viajes a Holanda,pequeñas aventuras domésticas, inserciones enuna globalizada economía sumergida, configurana nivel planetario un verdadero turismo de lasdrogas que se articula siguiendo una idéntica lógi-ca capitalista. Consumidores de sensaciones,consumidores de imaginarios, vagos lectores delos clásicos de la literatura interior, aprovechandolas facilidades de unas cada vez más accesiblescompañías de transportes, las nuevas búsquedasexteriores e interiores carecen de la mística y lautópica de los viejos proyectos (Gamella y Álva-rez). Rutas nuevas en espacios y eventos, rutas dediseño minucioso y exacto, culturas hedonistasvaciadas de todo potencial subversivo y del anar-quismo disolvente de sus predecesoras, ámbitosde turistas satisfechos de su condición. Lasmayores aventuras permitidas en el seno de estosdestinos, regidos también por sus ofertas, tempo-radas y fortunas, consisten en la decisión de for-mar parte de la maquinaria activa de dicho nego-cio y transportar peligrosos souvenires.

Surge una última figura con la que concluir elperiplo. Se trata de trabajo del cineasta JoshuaMarston María llena eres de gracia (2004) [fig. 7],viaje iniciático de una joven colombiana que ejer-ce de mula en un vuelo Bogotá-Nueva York. Laóptica de esta película no es desde luego la de lametrópoli importadora y sus imaginarios de cru-zada �Traffic (2001)�. El punto de vista es el delpaís productor, su protagonista es una menorejerciendo un papel en el proletariado de la nar-coeconomía (nada tiene que ver con el narcotu-

rismo metropolitano): no hay ideologización delfármaco, no hay moral hipócrita, hay sólo manode obra mal pagada y demanda de un producto,

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Figura 6

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explotación neocolonial y aceptación de arriesgarla propia vida un contexto de ausencia de oportu-nidades. El viaje es comercial, se inscribe conlucidez en su presente histórico y no intenta vivirde las rentas de su imaginario mítico.

Pero en esa lógica marcoeconómica inapelableel viaje vuelve a ser depósito de un proyecto vital,de una posibilidad de redención personal ya sólopor el trabajo. María, doblemente embarazada,asume el peligro del viaje en una apuesta por lapropia realización. No hay sueño americano, haydescarnada lucha por la supervivencia, dignidaddel sujeto que decide tomar las riendas de un pro-pio destino, individualidad radical en la apuestade un proyecto de realización y cambio.

Bibliografía citada

Las ediciones manejadas de los clásicos deesta literatura interior no se refieren, salvo en loscasos en los que se citan.

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Procedencia de las imágenes

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Fig. 2. Holiday, Henry, ilustración original enLewis Carroll. La caza del Snark. Trad. EugeniaFrutos y Javier Laborda. Madrid: Arlequín,2000. 39

Fig. 3. Benjamin, Walter. Haschisch. 159.

Fig. 4. Michaux, Henri «Manuscrit primordial»en Misérable miracle, 1956 en Anne Brun. HenriMichaux ou le corps halluciné. Tours : Les empê-cheurs de penser en rond, 1999. 31.

Fig. 5. Holiday, Henri. 13.

Fig. 6. Débord, Guy, The nacked city, 1957 enMarcus 390.

Fig. 7. Cartel promocional de la película.

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