Exposición Friso Atlántico, asesores de arte y programación salas de arte y Carmen Machi

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S us cuadros son como peceras fantásticas por donde flotan seres hí- bridos, palmeras, dragos y casas con un colorido bailón. Al principio dominaban los tonos pastel y las figuras estaban imbricadas en un espacio barroco que tenía horror al vacío. En los últimos años entra más luz en su poética, las figuras crean su propio espacio. Siguen viviendo en un ámbito común, desinquieto y surreal, pero cada una exhibe su singularidad y su extrañeza. Parecen figuras de un mundo en formación, donde sus habitantes van a la deriva, están desnudos y son inocentes. Casas que también son animales, hombres blandos sin esqueleto y habi- tualmente amputados, árboles sin frutos ni raíces que flotan en el mar de su pintura dejando una sensación de alegría y de misterio. No es proclive Paco Sánchez a dramatizar la existencia, prefiere mostrarla jubilosa y mercurial. En su galaxia pictórica no hay espacio para la tristeza. Su afán es mostrar la belleza, transformar la vivencia en poesía. Su pintura refresca, nos ofrece un mundo que está en otra parte, o un país que nunca existió, o que no ha terminado de formarse. Una cosmovisión mágica que, según Spengler te- nía toda la humanidad hasta que el Renacimiento la cegó. Desde entonces, "esa sensación de la maravilla insondable, del mundo invisible que existía en paralelo al mundo sensorial" es excepcional. Sólo algunos visionarios como Paco Sánchez la transitan. Los árboles aún no han enraizado, las islas van a la deriva, las casas son primitivas y la mayoría de los hombres no tienen brazos. Esto puede inter- pretarse como una reflexión poética sobre la identidad canaria, su falta de asidero y sus amputaciones. Todas las buenas obras de arte tienen muchas lecturas, pero Paco Sánchez está muy lejos de la sociología y la política. No se deja confinar en el goro de la canariedad. Su amor por la cultura aborigen de estas islas, por los desvalidos y por los paisajes de la memoria, y el que use, con dicción propia, el indigenismo y el surrealismo, los dos lenguajes más empleados por los artistas canarios de vanguardia, no son anclas que lo fijen al destino de un territorio sino alas para volar en el tiempo. Los mitos y los orígenes son los destinos que más visita. Allí encuentra su identidad atávica, corre desnudo por los campos, juega con pájaros y se llena de sol. Feliz inocencia del pintor que regresa al estudio y sueña que nació en 1947 en la isla de Gran Canaria y vive en una casa de Tamaraceite asediada por lagartos milenarios. Pero al despertar está de nuevo en su hogar, en San Borondón, la isla imaginada. Fragmentos del texto “El Jardín de los Prodigios”, de Carlos Díaz-Bertrana, publicado en el catá- logo de la exposición Iconos, de Paco Sánchez. CICCA; Las Palmas de Gran Canaria; 2011.

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Sus cuadros son como peceras fantásticas por donde flotan seres hí-bridos, palmeras, dragos y casas con un colorido bailón. Al principio dominaban los tonos pastel y las figuras estaban imbricadas en un

espacio barroco que tenía horror al vacío. En los últimos años entra más luz en su poética, las figuras crean su propio espacio. Siguen viviendo en un ámbito común, desinquieto y surreal, pero cada una exhibe su singularidad y su extrañeza. Parecen figuras de un mundo en formación, donde sus habitantes van a la deriva, están desnudos y son inocentes.Casas que también son animales, hombres blandos sin esqueleto y habi-tualmente amputados, árboles sin frutos ni raíces que flotan en el mar de su pintura dejando una sensación de alegría y de misterio. No es proclive Paco Sánchez a dramatizar la existencia, prefiere mostrarla jubilosa y mercurial. En su galaxia pictórica no hay espacio para la tristeza. Su afán es mostrar la belleza, transformar la vivencia en poesía. Su pintura refresca, nos ofrece un mundo que está en otra parte, o un país que nunca existió, o que no ha terminado de formarse. Una cosmovisión mágica que, según Spengler te-nía toda la humanidad hasta que el Renacimiento la cegó. Desde entonces, "esa sensación de la maravilla insondable, del mundo invisible que existía en paralelo al mundo sensorial" es excepcional. Sólo algunos visionarios como Paco Sánchez la transitan.Los árboles aún no han enraizado, las islas van a la deriva, las casas son primitivas y la mayoría de los hombres no tienen brazos. Esto puede inter-pretarse como una reflexión poética sobre la identidad canaria, su falta de asidero y sus amputaciones. Todas las buenas obras de arte tienen muchas lecturas, pero Paco Sánchez está muy lejos de la sociología y la política. No se deja confinar en el goro de la canariedad. Su amor por la cultura aborigen de estas islas, por los desvalidos y por los paisajes de la memoria, y el que use, con dicción propia, el indigenismo y el surrealismo, los dos lenguajes más empleados por los artistas canarios de vanguardia, no son anclas que lo fijen al destino de un territorio sino alas para volar en el tiempo.Los mitos y los orígenes son los destinos que más visita. Allí encuentra su identidad atávica, corre desnudo por los campos, juega con pájaros y se llena de sol. Feliz inocencia del pintor que regresa al estudio y sueña que nació en 1947 en la isla de Gran Canaria y vive en una casa de Tamaraceite asediada por lagartos milenarios. Pero al despertar está de nuevo en su hogar, en San Borondón, la isla imaginada.

Fragmentos del texto “El Jardín de los Prodigios”, de Carlos Díaz-Bertrana, publicado en el catá-logo de la exposición Iconos, de Paco Sánchez. CICCA; Las Palmas de Gran Canaria; 2011.

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En este análisis iconográfico de la pintura de Paco Sánchez quisiera referirme a dos símbolos cuya significación es políti-ca. Los árboles secos y los hombres que carecen de brazos.

La mutilación de los cuerpos y la muerte de los árboles introduce una ficha que a su vez remite a la condición incompleta y frustrada de la identidad canaria. Empleo consciente e intencionalmente esta categoría ideológica [la identidad] que el artista asume en su obra como un rasgo distintivo e inalienable. El primitivismo de Paco Sánchez no es arbi-trario ni se sustenta en un mimetismo formalista; sino que se inscri-be en una tradición cultural e ideológica muy precisa: la del indige-nismo canario de Felo Monzón. No hay que olvidar que este artista jugó un papel trascendental en su formación estética y política. Paco Sánchez fue en su adolescencia el «escudero» de Felo Monzón, aquel mencey del arte canario [su apariencia y ademanes así lo proclama-ban]. Durante la Guerra Civil fue encarcelado por defender sus ideas y en la posguerra desarrolló una abnegada labor de proselitismo en barrios obreros, portando siempre la bandera de la libertad y la uto-pía. A este mundo pertenece Paco Sánchez. De él puede decirse lo que Agustín Espinosa dijo de Felo Monzón: «Nos ha descubier-to nuestra ignota ficha. Nos ha adivinado lo que de nuestra alma es más nuestro, y lo que es prestado o superfluo; por primera vez, en Canarias se ha atrevido a decir: he aquí lo que somos, lo que hemos sido, lo que una nube de revueltos aires nos ocultaba» [Agustín Espinosa: «Felo Monzón, a 90° latitud Norte», Diario de Las Palmas, 2 de junio de 1933]. En este sentido, me atrevo a afirmar que su propuesta estética constituye la decantación simbólica más genuina de los postulados del Manifiesto de El Hierro, denostado documento de la izquierda nacionalista que tantos equívocos ha suscitado desde que vio la luz en 1977. ¿Por qué nadie se atreve hoy a hablar de aquel momento de la historia cultural de Canarias? ¿Por qué sólo provoca chistes fáciles y juicios despreciativos? Sobre este capítulo hay mucho que decir todavía, y estoy seguro que a Paco Sánchez no le desagradaría tomar la palabra, como él hace: pintando.Árboles secos y cuerpos mutilados. La amputación de los brazos equivale a una castración simbólica He aquí una alegoría nada ama-ble. Veo en ella un diagnóstico sin paliativos de la realidad social y política de las Islas. Pero no nos engañemos, pues lo que esta pintura plantea no es una autocomplaciente denuncia, como la que a menudo formula el discurso nacionalista más ramplón y ventajista, sino una visión amarga y autocrítica sobre el laberinto insular. Paco Sánchez es nacionalista, como Manolo Millares era de izquierdas y

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anticlerical. Ser nacionalista no es algo de lo que haya que avergonzar-se. Esa es su verdad. Respetémosla. Está ofreciéndonos su visión del mundo en el que vive, y lo hace fijando su relación con el territorio y con sus antepasados. ¿Qué hay de malo en ello? Tal vez si ese tras-fondo ideológico no existiera en su pintura, alguien podría sostener que ésta no es sino diseño de camisetas o papel de empapelar. Pero hay que establecer algunas matizaciones. El nacionalismo de Paco Sánchez no es en absoluto victimista. Y aunque pudiera parecerlo, al exhibir al hombre mutilado que habita en estas peñas, sin embargo, al negarse a atribuirle al otro la causa de su propia desgracia, está desvelando las trampas del victimismo auto-consolador y demagó-gico. Por otra parte, la autocomplacencia es lo que determina la diferencia entre la imagen que tenemos de nosotros mismos y lo que en verdad somos. El mito de las Islas Afortunadas fue la mejor coartada ideológica para aquellos isleños que carecían de sentido autocrítico (...). La pintura de Paco Sánchez rechaza esta obsesión sobre las esencias identitarias como pretexto o como negocio. No es verdad que toda reflexión sobre las raíces contenga siempre una trampa política de mala fe.El contenido mítico y poético de esta alegoría sobre los orígenes de las Islas Canarias y sus habitantes es también una meditación sobre los orígenes de la especie humana. Esto es lo que le otorga un valor universal a su pintura. Pero claro está, cuando Paco Sánchez pinta cuerpos mutilados junto a palmeras y volcanes está aludiendo a la condición manquante de la identidad canaria. Es como un graffiti cuyo mensaje despierta de inmediato la ira en quien lo lee, no tanto por su contenido como por el hecho de que no puede borrarlo. ¿Acaso no es Paco Sánchez nuestro mejor graffitero? La verdad que transmite es incómoda, como la que contiene aquella pregunta que se hizo Gauguin: “¿Qué somos, de donde venimos a dónde vamos?” No hay respuesta. El poeta Pedro García Cabrera, tan vin-culado a Felo Monzón en los años treinta, escribió su ensayo “El hombre en función del paisaje” para ahondar en esta pesquisa antropológica que hoy sigue siendo tan fascinante como entonces, a despecho de la ciénaga del capitalismo posmoderno que, como se sabe, amena-za con taponar el acceso a los pasadizos secretos que conducen a las grutas [y sigo con la metáfora espeleológica] donde los tesoros del espíritu se ofrecen sólo a los iniciados. En este sentido, nada hace pensar que las sombras dejen de proyectarse sobre el fondo de la caverna, ni que su presencia en la conciencia de los hombres deje de ser un enigma irresoluble. Esto lo sabía Manolo Millares, en quien

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la contemplación de una momia del Museo Canario de Las Palmas despertó cuando joven, igual que en Paco Sánchez, un estremeci-miento del que toda su obra se nutriría. Ya se sabe que en el fondo de la cuevas, allí donde los hombres enterraban a sus antepasados, se hallan los manantiales de aguas más puras. Es el agua del olvido y de la memoria, la que mana del río del Leteo.

Fragmentos del texto “Juego de Sombras”, de Fernando Castro Borrego, publicado en el catá-logo de la exposición Macaronesia, de Paco Sánchez; Instituto Cabrera Pinto; Viceconsejería de Cultura y Deportes del Gobierno de Canarias; La Laguna; 2010.

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Baños de color en el arco iris. 162 x 130 cm. Acrílico sobre lienzo. Año 2010.

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El sonido del mundo. 130 x 97 cm. Acrílico sobre lienzo. Año 2009.

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El tiempo nuevo II. 73 x 60 cm. Acrílico sobre lienzo. Año 2009.

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Iconografía guanche. 46 x 38 cm. Acrílico sobre lienzo. Año 2009.

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Isleños. 55 x 46 cm. Acrílico sobre lienzo. Año 2009.

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Mirada del niño africano. 46 x 38 cm. Acrílico sobre lienzo. Año 2009.

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Tángara. 146 x 97 cm. Acrílico sobre lienzo. Año 2009.