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ETICA Prof. ADELA CORTINA Filósofa Universidad de Valencia. España ETICA DISCURSIVA Y DEMOCRACIA POLITICA L al vez una de las características más interesantes de la filosofía de Apel, entiéndasela como antropología del conocimiento, como hermenéutica, como semiótica o como pragmática trascendental, consista en su intrínse- ca conexión con temas de filosofía práctica, hasta tal punto que, si recorremos detenidamente cada una de estas dimensiones, resulta inevitable la sensación de que todo este edificio filosófico, aunque no sea así de hecho, está construido ex profeso con vistas a fundamentar una ética situada a la altura de nuestro tiempo, una ética capacitada para responder a los desafíos del presente, y que utiliza para ello cuantos recursos han proporcionado recientemente, tanto el conoci- miento filosófico como el procedente de las ciencias. Semejante sospecha viene alimentada por el hecho de que la filosofía de Apel sitúe en un lugar privilegiado la consideración del lenguaje y que tal consideración le conduzca siempre a normas morales, sea cual fuere el camino emprendido. Efectivamente, tanto sioptamos por lavía hermenéutica, como si recurrimos a la pragmática o a la semiótica, venimos a concluir que es inevitable un reconocimiento recíproco de los hablantes, dotados de competencia comunicativa, si es que lo hablado entre ellos pretende tener sentido y validez. Los hablantes se ven también obligados a seguir una norma moral fundamental, si no desean caer en el sin sentido y si no renuncian a averiguar qué de lo hablado es válido. Esto significa que la hermenéutica y la semiótica trascendentales nos llevan ineluctablemente a una ética. Del mismo modo, pues, que la primera Crítica kantiana no hizo sino preparar el terreno para fundamentar racionalmente la moral, las distintas dimensiones de la filosofía de Apel parecen ir asentan- do los cimientos para construir una ética situada a la altura de nuestro tiempo. Una ética que, de igual modo que el resto de la filosofía apeliana, siga los pasos de la filosofía de la reflexión iniciada por Kant, pero transformando el planteamiento kantiano en la línea de la crítica del sentido, sugerida por Ch.S. Peirce. Una ética, por tanto, transcendental y comunicativa. JJ a ética discursiva o ética comu- ...",r nicativa nace en los años seten- ta de nuestro siglo de la mano de K.O. APEL Y J. HABERMAS Y hoy en día se encuentra ampliamente difundida; hasta tal punto se trata de una co- rriente llena de vida, que entre sus mis- mos creadores se producen vivas polé- micas. En el artículo se intenta, a partir de los trabajos de K. O. APEL, mostrar en qué medida esta ética dis- cursiva fundamenta filosóficamente una democracia política y puede pre- cisar los elementos básicos necesarios para la construcción de una ética uni- versal, REVISTA COlC».eIN\I.A. DE PSICQlOGlA 107

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ETICA

Prof. ADELA CORTINAFilósofaUniversidad de Valencia. España

ETICA DISCURSIVA Y DEMOCRACIAPOLITICA

L al vez una de las características más interesantes de lafilosofía de Apel, entiéndasela como antropología delconocimiento, como hermenéutica, como semiótica ocomo pragmática trascendental, consista en su intrínse-

ca conexión con temas de filosofía práctica, hasta tal punto que, sirecorremos detenidamente cada una de estas dimensiones, resultainevitable la sensación de que todo este edificio filosófico, aunque nosea así de hecho, está construido ex profeso con vistas a fundamentaruna ética situada a la altura de nuestro tiempo, una ética capacitadapara responder a los desafíos del presente, y que utiliza para ellocuantos recursos han proporcionado recientemente, tanto el conoci-miento filosófico como el procedente de las ciencias. Semejantesospecha viene alimentada por el hecho de que la filosofía de Apelsitúe en un lugar privilegiado la consideración del lenguaje y que talconsideración le conduzca siempre a normas morales, sea cual fuereel camino emprendido.

Efectivamente, tanto si optamos por la vía hermenéutica, comosi recurrimos a la pragmática o a la semiótica, venimos a concluir quees inevitable un reconocimiento recíproco de los hablantes, dotados decompetencia comunicativa, si es que lo hablado entre ellos pretendetener sentido y validez. Los hablantes se ven también obligados aseguir una norma moral fundamental, si no desean caer en el sinsentido y si no renuncian a averiguar qué de lo hablado es válido.Esto significa que la hermenéutica y la semiótica trascendentales nosllevan ineluctablemente a una ética.

Del mismo modo, pues, que la primera Crítica kantiana no hizosino preparar el terreno para fundamentar racionalmente la moral,las distintas dimensiones de la filosofía de Apel parecen ir asentan-do los cimientos para construir una ética situada a la altura denuestro tiempo. Una ética que, de igual modo que el resto de lafilosofía apeliana, siga los pasos de la filosofía de la reflexión iniciadapor Kant, pero transformando el planteamiento kantiano en la líneade la crítica del sentido, sugerida por Ch.S. Peirce. Una ética, portanto, transcendental y comunicativa.

JJ a ética discursiva o ética comu-...",r nicativa nace en los años seten-ta de nuestro siglo de la mano de K.O.APEL Y J.HABERMAS Y hoy en día seencuentra ampliamente difundida;hasta tal punto se trata de una co-rriente llena de vida, que entre sus mis-mos creadores se producen vivas polé-micas. En el artículo se intenta, apartir de los trabajos de K.O. APEL,mostrar en qué medida esta ética dis-cursiva fundamenta filosóficamenteuna democracia política y puede pre-cisar los elementos básicos necesariospara la construcción de una ética uni-versal,

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ETICA

l. EL ESTRECHO NEXOENTRE ETICA y POLlTICA

Laprod ucción de Apel dedica-da a temas ético-políticos es relati-vamente tardía. Si sus primeraspublicaciones datan de 1955, lostrabajos de filosofía práctica empie-zan a ver la luz a partir de 1973,concretamente a través de uno delos mejores artículos: "El a priori dela comunidad de comunicación y losfundamentos de la ética", recogido en"La transformación de lafilosofía". Apartir de este momento las aporta-ciones de Apel al campo práctico semultiplican, pero siempre dentro dela línea iniciada por este primer artí-culo, cuyo trazado podríamos resu-mir enunciando el subtítulo que enél figura: "El problema de una fun-damentación racional de la ética enla era de la ciencia".

Efectivamente, en el terreno dela filosofía moral Apel va a ponersecomo objetivo prioritario lograr unafundamentación racional-una "[un-damentación filosófica última" - de laética, pero no de cualquier tipo deética, sino de una ética universal, yaque las morales de los pequeñosgrupos no responden hoy satisfac-toriamente ni a los problemas dealcance universal que la humanidadseve obligada a afrontar, ni al carác-ter universal de nuestra razón prác-tica.

Fundamentar una ética univer-sal exigirá descubrir si junto a laracionalidad estratégica, que seplas-ma a diario en el pragmatismo im-perante, es también constitutiva delos hombres una racionalidad co-municativa, que no considera a losdemás como piezas de un juego enca-minado a obtener el propio benefi-cio, sino como interlocutores con losque es esencial llegar a un acuerdo.Sólo si tal racionalidad consensual-comunicativa es posible, existe unfundamento para el mundo moral,un mundo moral en el que no cabeestablecer un abismo entre la moralindividual y la social, como ha in-

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tentado el liberalismo tardío en lasdemocracias occidentales.

En efecto la democracia liberalparece defender lo que Apelllamala" tesis delacomplemen tariedad" entrela vida pública y la vida privada.Desde el punto de vista liberal, exis-te un abismo entre las decisiones deconciencia que efectúan los indivi-duos y la toma pública de decisio-nes, porque las opciones individua-lespueden perfectamente regirse porcriterios morales y religiosos, mien-tras que las elecciones de la vidapública quedan exentas de todoenjuiciamiento moral y se abando-nan en manos de los llamados "ex-pertas". Bien está la moralidad en lavida privada; en ella cada indivi-duo, como diría Max Weber, tienesu dios. Pero medir las opcionespúblicas por el rasero de la morali-dad carece de sentido, porque sesitúan más allá del bien y el malmorales.

Frente a semejante inmuniza-ción de la vida pública, que es eltérmino de un proceso iniciado conla separación entre la iglesia y elestado, Apel defenderá, por el con-trario, que existe un estrecho nexoentre lo ético y lo político. Por unaparte, porque el pragmatismo quenecesariamente subyace a la tesis dela complementariedad es una pobre"filosofía" desde el punto de vistapráctico, que únicamente puedetener un uso ideológico; el pragma-tismo, aparentemente neutral, legí-tima toda esa suerte de arbitrarieda-des, que han quedado inmunizadasfrente a la crítica, precisamente envirtud de tan sabia" complementarie-dad". Pero también es el pragmatis-mo una filosofía teóricamente insu-ficiente porque no alcanza a descu-brir todo un uso de la razón huma-na, por decirlo kantianamente: eluso comunicativo, dialógico de larazón, que sólo en el contexto de unacomunidad cobra sentido. De ahíque la vida pública pueda y deba serenjuiciada desde la moralidad, has-ta tal punto que el principio supre-

mo de la ética comunicativa, esanorma moral fundamental a la quecond ucen la hermenéutica y la prag-mática transcendental, constituyesimultáneamente el principio de unaética de la formación democráticade la voluntad. No hay, pues, eneste sentido, separación posible entreética y política, entre vida pública yvida privada.

a) Elprincipio supremo de laéticacomunicativa

Como veremos con mayoratención en el próximo apartado,dedicado a la fundamentación deuna ética comunicativa, la reflexióntranscendental sobre el hecho dellenguaje descubre un principiomoral supremo, que destruye de raízla tesis liberal de la complementa-riedad. Sólo el enunciado de seme-jante principio, tal como Apel loexpone, supone una palmaria des-autorización de cualquier supera-ción artificial entre las dimensionesmoral y política, porque su conteni-do reza como sigue:

"Todas las necesidades de loshombres, que puedan armonizarse conlas necesidades de los demás por víaargumentativa, en tanto que exigenciasvirtuales, tienen que ser de la incum-bencia de la comunidad de comunica-cum"?

Este principio de la ética co-municativa lo será también de una"ética de laformación democrática de lavoluntad", porque constituye el cri-terio último para discernir entretodas las necesidades de un hombrecuáles pueden plantearse como exi-gencias, de tal modo que una comu-nidad se encuentre obligada a crearuna norma para satisfacer tales exi-gencias. Elproblema, así planteado,es nada menos que el de lamoralidadde las normas por las que los hom-bres nos regimos. No es fácil,cierta-mente, determinar cuáles de entrelas normas vigentes o de las que seproponen para el futuro pueden

l. K. O. Apel, La transformación de la filosofía.Madrid, Taurus, 1985, 11, p. 404.

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presentarse como normas moralmen-te obligatorias. De ahí que el princi-pio supremo de la ética discursiva seofrezca a la vez como criterio parareconocer a una norma moral frentea la que no lo es, porque nos obligaa tener en cuenta a la hora de formu-larla todas las necesidades humanasque, al hilo de un proceso de argu-mentación, puedan conciliarse en-tre sí.

Esevidente que semejante prin-cipio no posee contenido alguno, por-que no prescribe apriori ninguna ac-ción como buena, no condena nin-guna como rechazable. Es a lasmorales vividas, a los ideales dehombre seguidos en el mundo vital(Lebenstoeii), aquienes compe-te dictaminaracerca del valormoral de las ac-ciones concretasen las situacio-

principio supremo no nos propor-cionará contenido moral alguno,sino sólo un criterio para reconocerlas normas que obligan moralmen-te; pero, en el caso de las éticas pro-cedimentales, el criterio ni siquierase aplica directamente a la formalógica de la norma, sino al procedi-miento por el que resulta fijada.

Para la legitimación moral deuna norma el principio supremo dela ética discursiva exige que, en elprocedimiento seguido para deter-minarla, se hayan tenido en cuentatodas las necesidades conjugablesen ella; lo cual sólo es posible me-diante un diálogo en el que, utili-zando argumentos, se intente conci-

liar la satisfac-ción de los in-tereses de to-dos. Sólo deeste modo losintereses indi-viduales, sub-jetivos, pue-den convertir-se en exigen-cias transubje-tivas, que sepresentan conun respaldomoral.

Esta éti-ca procedi-mental, encuyas filas sealistan algu-nas de las con-cepciones másrelevantes en

DISCURSIVE ETIlICSAND POLITICAL DE-

MOCRACY. Díscursíve ethicsor communicative ethics wereborn in the seventies fathered byK.O. Apel and J. Habermas, andtoday they are wídely known; itis a current of such lije and vi-gour that its very creators haveengaged in lívely polemícs. Thispaper, startingfrom K.O .Apel' stexts, attempts to exp lore in whatmeasure this discursive eihicsprovides philosophical [cunda-tions for polítical democracy andto determine the basic elements

nes concretas;pero la ética,como modo fi-losófico de refle-xión, no se pro-pone decir quéacciones de-bemos cumpliry cuáles debe-mos evitar, sinoseñalar uncriterio formalpara discernirqué tipo de nor-mas puedenconsiderarsemorales, cuálesno, y dar la ra-zón de ello.Tanto máscuanto que nosencontramos ante una ética que esperfectamente consciente de su na-turaleza filosófica y, por tanto, refle-xiva; hecho por el que se desconocea sí mismo como fonnal o, para decir-lo en términos de la teoría haberma-siana de la evolución social, comoprocedimental. Esto significa que su

nuestro rno-m e n t o(Rawls, éticadiscursiva, L.Kohlberg, Er-

langen), aunque con matices dife-rentes, es especialmente apropiadapara actuar de árbitro en las socie-dades democráticas a la hora de esta-blecer o justificar normas, y tambiénresulta útil en las sociedades no de-mocráticas, porque muestra hastaqué punto el procedimiento que en

necessary for the construction ofa universal eihics.

ellas se sigue para determinar nor-mas está lejos de poder considerarsecomo moralmente legítimo.

Naturalmente, no faltan quie-nes piensen que estás éticas estántrazadas ex profeso para respaldardesde la filosofía el actual procesodemocratizador. Que las teorías deldesarrollo de la conciencia moral,sea individual como en el caso deKohlberg, sea colectiva, como en elde Apel y Habermas, conducen demanera sospechosa a esos estadiosformal (60.) y procedimental (70.),que avalan desde la psicología y lateoría de la evolución social el pro-ceder democrático. Y bien puedentener razón quienes esto sospechan:es posible que éste sea el interéssubjetivo por el que los autores cita-dos se han decidido a elaborar unadeterminada filosofía moral. Perono es un juicio de intenciones lo quecabe hacer al respecto, porque deigual modo tendríamos que proce-der con las restantes concepcioneséticas y no nos ocuparíamos en dis-cernir si lo que dicen una u otras esverdad.

Precisamente porque lo queimporta a la filosofía, como su inte-rés objetivo, es la verdad, trataremosde desentrañar en el siguiente apar-tado cómo descubre Apel el princi-pio al que debe someterse toda nor-ma con pretensiones de validez ycuál es la plausibilidad de semejan-te descubrimiento. Por el momentosólo he intentado aclarar de quémodo el principio de la ética comu-nicativa es a la vez el principio moralde la vida política, con lo cual, ajuicio de Apel, pierde toda credibili-dad teórica la tesis liberal de lacomplementariedad.

b) Las dos partes de la ética: elrealismo político

Aunque Apel no es partidariode las exposiciones sistemáticas, enalgunas ocasiones sugiere pistaspara una posible organización de supensamiento. Una de ellas es ladistinción entre las partes Ay Bde laética, que pretende salvar una doble

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acusación: la de utopismo y la de"realismo" conformista o más bienpragmatismo.

En efecto, uno de los riesgosque nuestra ética intenta evitar es elde permanecer enclavado en unaGesinnungsethik de corte kantiano,en el sentido de ofrecer un principioformal como el imperativo categóri-co. A la hora de su aplicación, aun-que sea indirecta como compete a laética, comporta tal cúmulo de com-plicaciones que, en realidad, resultainaplicable. Por ello, y aún cuandoApel no tiene empacho alguno enreconocer que ha contraído conKantuna deuda impagable, tanto en elámbito práctico como en las restan-tes dimensiones de su filosofía, estambién consciente de las limitacio-nes del imperativo categórico comoprincipio formal para el discerni-miento de normas morales.

Con el objeto de perfilar taleslímites, es conveniente recurrir a laFundamentación de laMetafísica de lasCostumbres, yconcretamente a aque-lla página en la que Kant recoge eltriple criterio al que debemos some-ter una máxima, en el caso de quequeramos averiguar si es no moral.En principio, es menester compro-bar si la máxima es universal por suforma, pues entonces procederá dela razón; en segundo lugar, nosvemos obligados a discernir si sucontenido ordena el respeto y la pro-moción de seres que son fines en símismos, las personas, porque sóloen virtud de ellos tiene sentido laexistencia de normas universales ycategóricas por su forma. Tras estosdos momentos, formal y material,todavía debemos comprobar si lamáxima, convertida en norma deacción, pude conciliarse con lasdemás normas obtenidas por auto-legislación; en caso contrario, lanorma favorece solapadamente aunas personas en detrimento deotras, ordena tratar a unas comofines en sí y a otras como medios alservicio de las primeras. De ahí queKant denomine a este tercer requisi-

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to "determinación integral de todas lasmáximas".

Para considerar moral unanorma a la luz del imperativo kan-tiano es preciso, por tanto, que pres-criba el respeto y promoción de to-dos los seres racionales, lo cual nodeja de tener sus dificultades a lahora de la aplicación cotidiana. Pordesgracia, el mundo en que vivimosse encuentra inmerso en el conflictoy resulta prácticamente imposiblehallar una norma moral que promo-cione a la totalidad de los hombressin perjudicar a ninguno. Este es,sin ir más lejos, uno de los proble-mas esenciales que tienen que resol-ver, tanto los no-violentos, como losque optan por la violencia en defen-sa del pueblo; si calificamos comomoralmente correcta sólo la opciónpor la no-violencia, entonces pode-mos estar comprometiendo tal vezla vida de los débiles, porque sonellos quienes van a plantearse pro-blemas morales, y no los violentospoderosos, a quienes nada preocu-pa la moralidad; pero una opciónsemejante puede acarrearle la tortu-ra y la muerte; si, por el contrario,consagramos como moral la opciónviolenta, sea en defensa del propioindividuo o de su pueblo, entoncesla dificultad estriba en seguir tratan-do a todas las personas como finesen sí, tanto a los oprimidos como alos opresores. De ahí las sutiles re-flexiones a las que se someten losdefensores de la no-violencia activay lospartidarios de laviolencia comodefensa.

Parece, pues, que la situaciónpersistente de conflicto exija sinremedio afirmar lo particular parallegar a louniversal, pero no afirmarya utópicamente lo universal por-que tendría consecuencias nefastaspara una buena parte de seres queson fines en sí, que tienen -cornodiría Kant- dignidad y no precio. Enese caso, el imperativo kantianoadolece de exceso de universalismoactual y no resulta aplicable ennuestro mundo conflictivo; de ahí

que Apel trata de evitar este defectokantiano, trate de eludir la consa-gración de un principio ético queresulte inviable a la hora de la apli-cación concreta, aunque sea indirec-ta. Precisamente este temor explicala división de la ética en dos partes,a las que denomina Ay B,sin hacercon ello gala de excesiva imagi-nación.

La parte A de la ética se pro-pone fundamentar una ética situadaa la altura de nuestro tiempo, em-pleando para ello elmétodo trascen-dental kantiano, pero transformadodesde la pragmática del lenguaje.Valiéndose de este método pragmá-tico-trascendental, Apel intentarádescubrir el principio supremo de lafilosofía moral, que constituirá, unaversión del imperativo categórico,transformado en la línea arribaexpuesta. Laparte Btratará de afron-tar los problemas que comporta laaplicación de este principio a la reali-dad cotidiana, señalando las condi-ciones materiales que lo hacen via-ble, concretamente en el ámbitopolítico, en el que -a mi juicio- cobratodo su sentido, pero también enotros ámbitos, como muestra el tra-bajo de 1988Diskurs und Verantwor-tung.

2. UNA RESPUESTA ETICAUNIVERSAL FRENTE A UNDESAFIO UNIVERSAL

El primer rasgo de la ética deApel que pueda despertar curiosi-dad y resultar incluso llamativo es elempeño uniuersalista que anima sutarea. ¿Por qué este afán por cons-truir una ética universalmente váli-da, en una época en la que el plura-lismo moral se vive como un logro yel relativismo como una opciónobvia? ¿Por qué esta aspiración a launiversalidad moral, que hoy en díano suscita sino sospechas de preten-sión totalitarista, absolutista, e in-cluso dogmática? ¿Qué sentidopuede tener la construcción de unafilosofía moral enfrentada a tantos

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"ismos", que además parecen estarde moda?

Contestar estos interroganteses el objetivo de nuestro trabajo ensu conjunto, pro empezaremos poravanzar el motivo que se presentacon mayor inmediatez, aún cuandotenemos queaclarar que noconstituye larazón más pro-funda de estenuevo univer-salismo ético,sino el deto-nante que des-pierta la aten-ción de la filo-sofía moral yque obliga aindagar si esposible una éticauniversal, por-que lobien cier-to es que pare-ce necesaria.

En efecto,Apel iniciagranparte desus tra-bajos éticos le-vantando actade un hecho: ennuestra época,en la era de laciencia, se pro-duce una situa-ción paradójica,porque es a la

. cuencias en algunos casos han sidotales, que se hizo necesario respon-der a ellas moralmente. La razónpráctica, por tanto, lleva ya una lar-ga historia haciéndose cargo de lasconsecuencias de la razón técnica enlas ocasiones en las que han resulta-

do perniciosas.Pero en nues-tra época, queApel caracteri-za precisa-mente como"era de la cien-cia", el desa-rrollo cualitati-vo de la técni-caes tal que susconsecuenciaspueden alcan-zar a todos loshombres.

Ante undesafío uni-versal se hacenecesaria unarespuesta uni-versal, que nopuede proce-der de la razóntécnica, por-que lo que estáen juego no esel perfecciona-miento deunos mediosque no se ajus-tan al fin pre-tendido. Porel

ETRIQUE DISCURSIVEET DEMOCRATIE PO-

LITIQUE. L' éihique discursi-ve ou éthique communicativenaii dans les années soixante-dix de notre siecle, a partir desécrits de K.o. Apel et de J.Habermas, et, de nos jours, elle aété largement répandue. Il s'a-gil d' un courant tellement pleinde vie qu' il a donné lieu a devives polémiques entre ses créa-teurs mémes. Dans cet article, ilya un essai, a partir des travauxde K.O. Apel, de montrer lamesure dans laquelle cette éihi-que discursioe établit les fonde-ments philosophiques d' unedémocratie politiqueo On préci-se également les éléments fonda-mentaux nécessaires a la cons-truction d' une éthique unioer-selle.

vez necesario eimposibl efunda mentar una ética uni-versalmente válida.

Es necesaria porque las conse-cuencias de la técnica, dirigida poruna idea equivocada de progreso,amenazan ya a la humanidad en suconjunto. La racionalidad científi-co-técnica, en el momento en quenos encontramos, ha confrontado atodas las razas y culturas, con una-problemática ética común por vezprimera. En épocas anteriores, ydesde la aparición del homo faber, larazón técnica ha ido realizando unaserie de invenciones, cuyas conse-

contrario, el problema compete a larazón práctica porque son los finesque la humanidad se propone, laidea misma de progreso, lo que pre-cisa revisión. El universalismo éti-co, que según la teoría habermasia-na de la evolución social, es insepa-rable de laconciencia moral desde elestadio correspondiente a la filoso-fía griega yal cristianismo, renacede nuevo como una exigencia plan-teada por los desafíos también uni-versales de la razón científico-téc-nica.

"Por primera vez en la historia del

género humano -dirá nuestro autor-loshombres se encuentran emplazadosprácticamente frente a la tarea de asu-mir la responsabilidad solidaria por losefectos de sus acciones a escalaplaneta-ria. Podríamos pensar que a esta coac-ción a la responsabilidad solidaria debe-ría corresponder la validez intersubjeti-va de normas o, al menos, del principiofundamental de una ética de la respon-sabilidad"?

Larazón práctica debería, pues,responsabilizarse de las consecuen-cias de la razón técnica mediantealgunas normas morales, comunesa toda la especie humana amenaza-da. Y,sin embargo, no es esto lo quesucede, sino todo lo contrario: pare-ce más difícil que nunca lograr unafundamentación racional de normascomunes, universales, por no decirimposible. Ycon ello entramos en lasegunda cara de la moneda, en lasegunda vertiente de la situaciónparadójica en la que, según Apel,nos encontramos: lafundamentaciónracional de una ética universal pareceimposible.

Elprimer síntoma de tal impo-sibilidad radica en esa lentitud conla que la razón práctica camina yque la sitúa siempre detrás de latécnica. Desde la edad moderna losavances de la racionalidad técnicahan sido espectaculares, mientrasque la razón práctica, por contraste,no ha abandonado su paso cansino.Hoy en día esta asincronía entreambas racionalidades se hace máspatente porque el alcance de la téc-nica es universal y, sin embargo, larazón moral sólo a duras penas vamás allá de los pequeños grupos,quedando enclaustrada en el parti-cularismo en un doble sentido.

Por una parte, si distinguimosen el campo social entre microsfera(que coincidiría con el ámbito de lafamilia, la vecindad y los amigos),mesosfera (terreno de la sociedadpolítica) y macrosfera (campo de lahumanidad), piensa Apel que existe

2. Ibid., 11,p. 344.

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un verdadero desfase entre la razóntécnica, cuyos efectos se mueven enla macrosfera, y la razón práctica,que todavía sigue centrada sobretodo en cuestiones microsféricas. Escierto que paulatinamente vanaumentando sus incursiones en lamesosfera (paro, justicia social) y enla macrosfera (pacifismo, ecologis-mo), pero a pesar de ello tenemosuna inevitable tendencia a atribuir alos expertos la solución de los pro-blemas que se plantean en estas dosesferas. Y esta tendencia no se hadespertado por casualidad, sino quehoy en día tiene a su base esa tesis dela complementariedad de las demo-cracias liberales, a la que nos hemosreferido en el apartado anterior, yque legitima desde un punto de vistapolítico y -como veremos- teórico, elenclaustramiento de la razón moralen la microsfera, impidiendo unarespuesta universal y solidaria.

Pero también el pluralismocarente de fundamentos racionalespuede representar un obstáculo parael avance de la razón práctica.¿Cómo es posible afrontar moral-mente un reto universal desde unapluralidad de concepciones mora-les que coexisten, pero no conviven,porque nada tienen en común? ¿Escierto que no hay nada de comúnentre ellas,oexisteal menos elacuer-do básico del respeto mutuo?

Como en un simposio celebra-do recientemente indicaba IgnacioSotelo, el pluralismo aceptado su-perficialmente, como algo obvio,puede encerrar una solapada cargaideológica. A fuerza de pregonarlas grandezas de la pluralidad y elrespeto por cualquier valor quealguien considere como tal, puedeservir de cortina de humo paraocultar el verdadero valor absolutoque se esconde bajo todo ello: elpoder. Mientras la sociedad se gozaacríticamente de su pluralismo, si-guen siendo los poderosos quienesmanejan los hilos de la trama. Porello, la ética universal no pretendeen modo alguno destruir el pluralis-

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.mo au téntico, sino todo locontrario:intenta descubrir este acuerdo entrelos hombres, que existe ya siempre,y desde el cual pueden enfrentarsemancomunadamente a los desafíosde la técnica, desenmascarar loscaminos tortuosos del poder, y reco-nocerel respeto a la pluralidad comoel único comportamiento digno deun hombre. Un acuerdo semejantedesautoriza, como es obvio, cual-quier pretensión de relativismo to-tal y nos conduce a reconocer entrelos hombres algo común; no a reco-nocer una presunta identidad entreellos, sino la comunidad suficientecomo para poder afrontardesde unaperspectiva solidaria el reto de latécnica del poder.

Resulta bien sencillo plantearuna objeción frente a tales aspiracio-nes, sugiriendo laposibilidad de queentre los distintos grupos humanosno exista nada en común, que nues-tras aspiraciones sean meros deseos.La tarea de Apel y de las éticascomunicativas, consistirá precisa-mente en tratar de mostrar que lasaspiraciones descritas son realida-des descubriéndolas mediante re-flexión.

3. LA FUNDAMENT ACIONULTIMA DE UNA ETICACOMUNICATIVA

Como ya hemos apuntado enpáginas anteriores, una de las ma-yores dificultades a la hora de bos-quejar hoy en día una respuestauniversal y solidaria frente a lasamenazas universales y a favor de lohumano, es el confinamiento en lamicrosfera al que se ha visto conde-nada la razón práctica en virtud dela tesis liberal de la complementa-riedad. Creo que es ya momento deaclarar que semejante tesis no brotaoriginariamente del ámbito políti-co, sino que viene legitimada teóri-camente por dos corrientes filosófi-cas que han gozado de gran preg-nancia: el neopositivismo y el exis-tencialismo.

El neopositivismo lógico incurreen la obsesión cientificista, que con-siste en indentificar el conocimientoobjetivo con el conocimiento cientí-fico; en cuyo caso, cuantos tipos desaber exceden el ámbito científico seven privados de toda pretensióncognoscitiva. Seproduce así la céle-bre separación entre teoría y praxis,conocimiento y decisión, reservan-do para la teoría y el conocimientocientífico toda posible objetividad yracionalidad, mientras que las deci-siones morales quedan relegadas alámbito subjetivo de los sentimien-tos y las preferencias irracionales.

Por curioso que pueda pare-cer, tanto el neopositivismo como elexistencialismo están de acuerdo enestablecer una separación semejan-te en las actividades humanas, y enatribuir al conocimiento científico elmonopolio de la objetividad y laracionalidad; si bien es cierto quevaloran de modo diverso los doslados del binomio: para el existen-cialismo la racionalidad científica esexistencialmente irrelevante, mien-tras que para el cientificismo los sonlasdecisiones individ uales, basadasen valoraciones subjetivas y, portanto, irracionales.

Este amigable reparto del sa-ber entre existencialismo y neoposi-tivismo no acontece sin repercusio-nes prácticas. En general, podemosdecir que los defectos de las teorías,nacidos normalmente de la falta dereflexión, no sólo tienen importan-cia porque ello supone una menguade verdad, sino también porquepueden servir para legitimar ideo-lógicamente una praxis inhumana.y éste es precisamente el caso de latesis filosófica de la complementa-riedad que se traduce políticamenteen la tesis de la complementariedadde la democracia liberal, según lacual es menester distinguir en lavida social entre dos esferas: a) lapública, en que se reconocen comointersubjetivamente válidas las le-yes de la racionalidad científico-técnica, mientras que las normas

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ADELA CORTINA ETICA DISCURSIVA Y DEMOCRACIA POLlTICA

legales se trazan por convenciones.La filosofía imperante en este ámbi-to es el positivismo, complementa-do con un cierto pragmatismo ins-trumental; b) la esfera privada, a laque pertenecen las decisiones per-sonales prerracionales yqueseorien-ta filosóficamen te por un cierto exis-tencialismo.

Naturalmente, es absurdo ha-blar de una fundamentación inter-subjetiva, aceptable por todos, deuna moral universal, desde estadoble complementariedad, políticay filosófica. Por ello, la estrategiaconcreta de Apel, a la hora de funda-mentar una ética normativa, consis-tirá en desentrañar y rebatir aque-llos presupuestos que conducen enoccidente a la tesis de complemen-tariedad.

Tres son los supuestos, que sedesprenden de los primeros trabajoséticos de nuestro autor: (1) la llama-da "distinción deHume" entre hechosynormas, que impide ded ucir enun-ciados prescriptivos apartir de enun-ciados descriptivos, so pena de in-currir en la famosa "falacia naturalis-ta"; (2) la convicción de que la cien-cia versa sobre hechos, puesto queproporciona conocimientos con con-tenido y que, por tanto, es imposiblefundamentar científicamente la éti-ca normativa, y (3) la afirmaciónrotunda de que las ciencias mono-polizan toda objetividad posible.

Dado que objetividad y vali-dez intersubjetiva se identifican, unafundamentación intersubjetivamen-te válida de la ética normativa esimpensable.

La actitud de Apel ante talessupuestos es clara. El primero deellos -la distinción de Hume- leparece sumamente respetable, y porello tratará de evitar la falacia natu-ralista con todas sus fuerzas; el se-gundo supuesto tendrá, a su juicio,menor consistencia, pero nos remi-tirá al tercero si lo analizamos dete-nidamente. Parella, Apel se enfren-tará al tercero de los supuestos quesubyacen a la tesis de la comple-

mentariedad e intentará, no sólo de-sarticularlo, sino darle la vuelta porcompleto: la objetividad misma delas ciencias sociales ynaturales, e in-cluso el sentido de toda argumenta-ción, presuponen la validez inter-subjetiva de normas morales. Laéti-ca normativa puede jactarse de po-seer unos fundamentos intersubjeti-vamente válidos, si las ciencias pre-tenden objetividad y si nuestras ar-gumentaciones pretenden tener sen-tido. En esta dirección dará Apeldistintos pasos, que constituyen supropuesta de fundamentación últi-ma, y que vamos a tratarde sistema-tizar:

a. El acuerdo intersubjetivaElprimero de los pasos consis-

tirá en mostrar como la ciencia des-criptiva y explicativa, que pretendemonopolizar toda racionalidadposible, presupone, sin embargo, untipo de racionalidad situado "másallá de la ciencia y la tecnología", por-que entre los científicos tiene quereinar un acuerdo (Versidndigung}si pretenden llevar adelante su ta-rea. Sin entendimiento intersubjeti-va acerca de los términos que van aemplear, acerca de los métodos ycriterios de validez, mal pueden lasciencias alcanzar la objetividad y laverdad a las que aspira. Pero elloimplica exigir a los científicos quesobrepasen la relación sujeto-objeto,propia de la epistemología moder-na, y se sitúen ya siempre en elámbito de la racionalidad herme-néutica, trazada sobre el esquemasuieto-cosuieto del conocimiento.

Como mues traRoycecon surnaacierto, las operaciones cognitivasestán ligadas a signos públicamentecomprensibles, a los que es precisoatribuir un "valor nominal" para quegocen realmente de un "valor efecti-va". De ahí que podamos afirmarsin ambages que las ciencias no sonasunto de un sujeto que se enfrentaa un objeto, sino de distintos co-sujetos de conocimiento, entre losque media una comprensión comu-nicativa, un acuerdo intersujetivo.

Lo cual nos lleva a aceptar comoconclusión de este primer paso quela objetividad de la ciencia mismanos descubre la presencia de unaracionalidad no científica: la racio-nalidad del acuerdo entre sujetos.

Pero es posible llegar todavíamás lejos sin abandonar elpunto delque partimos y vislumbrar el con-torno de otra racionalidad no reduc-tible a la científica: la racionalidadética, también situada "allende laciencia y la tecnología".

Efectivamente, la presuntaobjetividad de las ciencias se cons-truye sobre la base de una estructu-ra indestructible en la que se entre-lazan las ciencias, la lógica, la her-menéutica y la ética. Porque si bienlas ciencias y toda argumentaciónracional presuponen las reglas de lalógica, éstas a su vez precisan de lahermenéutica, quien se ve obligadaa recurrir a la ética. Por esta razónpodemos hablar con P. Lorenzen de"ética de la lógica", pero aclarandoqué queremos decir con semejanterótulo, porque esta aclaración cons-tituirá el núcleo mismo del procesofundamentador.

b) El principio de la ética discur-siva

Que la lógica de la investiga-ción científica y la de cualquierargumentación presupongan im-plícitamente una ética significa quees un imposible comprobar la vali-dez lógica de argumentos sin pre-suponer ya siempre -es decir, no deun modo contingente- ciertos ele-mentos.

En primer lugar, es imprescin-dible una comunidad de pensado-res, capaces de establecer un acuer-do sobre el sentido de los términos ysobre la validez de las proposicio-nes: una comunidad real de seresdotados de competencia comunica-tiva y, por tanto, capaces de argu-mentar. Ahora bien, si los científi-cos que integran esta comunidad(en el caso que nos limitemos a lacomunidad de los científicos) pre-tenden alcanzar el objetivo propio

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ETICA

de la argumentación científica, queconsiste en descubrir la verdad,entonces tíenen que atenerse sinremedio a una norma moral funda-mental, de la que se percató por vezprimera el pragmaticista americanoPeirce. Esta es la razón por la quehemos afirmado que la ciencia, paraser racional, precisa también la ra-cionalidad hermenéutica y la razónética.

Efectivamente, Peirce se diócuenta que el científico sólo puedeacceder a la verdad, que constituyeel interés objetivo de las ciencias, siestá dispuesto a renunciar a suspropios intereses y a entrar en unproceso de argumentación con losrestantes científicos. Naturalmente,esta actitud de autorrenuncia sólotiene sentido desde la perspectivade una teoría de la verdad entendi-da como consenso, que Peirce yasugirió y que tanto Apel comoHabermas han acogido con calor,convirtiéndola en una pieza clavede sus respectivas concepciones fi-losóficas, tanto en la vertiente teóri-ca como en la práctica. Según estateoría consensual,

"estoy autorizado a atribuir unpredicado a un objeto si, y sólo si, tam-bién cualquier otro que pudiera en tablarun diálogo conmigo le atribuyera elmismo predicado al mismo objeto"?

Desde esta perspectiva, la ver-dad no se entiende como correspon-dencia sino que descansa en el con-senso al que podrían llegar los par-ticipantes en una argumentación; eneste momento, en una argumenta-ción científica. Las repercusionesque de ello se siguen para el asuntoque venimos tratando son claras.En principio, se confirma la necesi-dad de contar con una comunidadreal de argumentación para cumplircon la tarea que a la ciencia está en-comendada, porque la verdad de

3. J. Habermas, "Vorbereitende Bemerkungen zueiner Theorie der kommunikativen Kompetenz", en J.Habermes/N. Luhmann, Theorie der GesellschaftoderSOZlaltechnoligie?, Frankfurt, Suhrkamp, 1971, p.124+~

114 No 2 A.ÑO MCMXCIIIu. NACIONAL DE COLCM3I .••.BOGOTA, OC

una proposición radica en el posibleconsenso que se establecería en tor-no a ella en el seno de una comuni-dad y tras un proceso de delibera-ción. La posibilidad de que un indi-viduo solo descubra la verdad que-da, pues, descartada de raíz. Yconella queda también desautorizadadesde el punto de vista de la validezteórica toda la tradición occidentaldel pensamiento solipsista, que con-fiere al individuo el poder de acce-der a la verdad, sin necesitar paraello una comunidad real de argu-mentación.

Por tanto, quien pretenda al-canzar la verdad -y si no lo pretendecarecede sentido SIl actividad científica-debe estar dispuesto a integrarse enuna comunidad de seres dotados decompetencia comunicativa; pero nosólo esto. Podemos considerar aPeirce como el creador de una éticade la ciencia, porque afirma que elcientífico que quiera descubrir laverdad tiene que renunciar a sus inte-reses subjetivos, en aras del interésobjetivo por el que la ciencia cobrasentido, e insertarse junto a los res-tantes científicos en un proceso deargumentación en el que cada unoestará dispuesto a argumentar suspropias propuestas, a escuchar a lasde lo demás y a permitirles argu-mentarlas sin cortapisas. Esta acti-tud del científico buscador de laverdad sugiere a Peirce lanecesidadde una ética de la ciencia superado-ra del individualismo: una razónindividual es impotente ante la ver-dad; sólo una comunidad es capazde alcanzarla, pero una comunidadno finita, que se compromete a lo-grar su objetivo sólo a largo plazo. Ytambién esta disponibilidad del cien-tífico a la autorrenuncia ya la argu-mentaciónsin término sugiere aApellos trazos maestros de una ética, quese injerta en el árbol todavía rico ensavia de la ética trascendental kan-tiana. Kant y Peirce constituyen labase indiscutible de la ética comuni-cativa de Apel.

Al llegar a este punto me resul-

ta imposible renunciar a dejar cons-tancia de mi estupor ante las agresi-vas críticas que algunos pensadoresespañoles lanzan contra las éticas decorte transcendental, y muy espe-cialmen te contra las de Apel, Haber-mas y Rawls. No es que se acuse aestos autores de irrelevancia, por-que tal acusación es impensable,dado que se cuentan entre los éticosmás sobresalientes de nuestromomento. Se les acusa de buscarfundamentos incontestables, surgi-dos de "una razón absoluta capaz dedictarnos un deber ser encerrado en unafórmula definitiva".

Ante semejante ataque no cabereaccionar, a mi juicio, sino con laestupefacción. Porque, haciendo unpoco de historia, regresando al ori-gen kantiano del que partió la filoso-fía trascendental, cabe recordar quedesde la presunta razón absolutasólo se han presentado dos deberes,si es que queremos llamarles así. Elprimero de ellos, propuesto por elmismo Kant, consiste en el deber derespetar y promocionar a todo serracional por su capacidad autolegis-ladora. Los hombres pueden auto-determinarse, y por ello nadie estáautorizado para manipularles im-poniéndoles leyes que no desean,nadie tiene derecho a utilizarlos convistas a su propio juego porque sonautónomos.

El segundo principio que laséticas trascendentales han ofrecidoes precisamente esa norma moralfundamental de la que estamos tra-tando y que acepta y supera la kan-tiana: que todo ser racional es auto-legislador significa que no podemosdar por moralmente buena unanorma si, a la hora de establecerla,no se ha escuchado a todos los afec-tados por ella, reales y potenciales, ysi las condiciones bajo las que se hanexpresado no son tales que constitu-yen una garantía de que han dichocuanto realmente deseaban.

No sé muy bien qué califica-ción pueden merecer estos princi-pios; loque sí sé es que eliminarlos o

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ponerlos seriamente en duda supo-ne acabar con el derecho a la vidademocrática.

Tras este breve excursus, y re-gresando a las raíces trascendenta-listas de Apel, recordaremos quetoma de Kant sobre todo el métodotrascendental que, a partir de unpunto intersubjetiva indiscutible(para Kant el hecho de la ciencias oel hecho del imperativo categórico),trata de discernir sus condiciones deinteligibilidad; de Peirce tomará elintento de transformar la filosofíatranscendental en la dirección de lacrítica del sentido. Con lo cual ob-tendremos el siguiente resultado: elpunto de partida intersubjetiva, enel caso de Apel, será el hecho lin-güístico de las ciencias o de la argu-mentación, y la reflexión trascen-dental tratará de dilucidar las con-diciones bajo las cuales tienen sentidotales hechos. Para ello, como indica-mos en el primer apartado, es indis-pensable recurrir a elementos perte-necientes a la dimensión pragmáti-ca del lenguaje, con lo cual la lógicatrascendental se convierte -vía Peir-ce- en pragmática trascendental.

Si ésta es la tónica en el conjun-to de la filosofía de Apel, es tambiénel caso de su ética en particular. Laética de la ciencia de Peirce parte delhecho de la argumentación científi-ca y propone como condiciones desu sentido una comunidad real decientíficos, dispuestos a la autorre-nuncia y a la argumentación, cons-cientes de quena descubrirán la ver-dad como comunidad finita, y deque, por tanto, en cada acuerdo fác-tico acerca de lo verdadero han dedejarse criticar y espolear por la ver-dad que sería hallada en una comu-nidad infinita de científicos, movi-dos por el mismo interés y actitud;una comunidad, por tanto, ideal.

Esta multiplicidad de elemen-tos, que es necesario suponer paraque la actividad científica tengasentido, puede congregarse en unanorma fundamental, en un impera-tivo categórico: quien pretenda al-

ETICA DISCURSIVA Y DEMOCRACIA POLlTICA

canzar la verdad, siendo un ser fini-to, tiene que superar su egoísmomediante la autorrenuncia, parahallarla in the long runo

Precisamente esta norma fun-damental de la ética peirceana de laciencia es la que tomará Apel comonorma fundamental de su éticacomunicativa o argumentativa. Sila reflexión sobre la pretensión de laciencia a objetividad y verdad sirvepara mostrar que los mismos cientí-ficos recurren a la razón hermenéu-tica y ética, es menester reconocerque una ética universal, como la quepretendíamos descubrir, no puedered ucirse a la comunidad científica.La comunidad humana es más ex-tensa y se mueve por intereses dediverso tipo, no sólo porel interés enla verdad.

De ahí que Apel amplía la éticapeirceana de la ciencia a ética argu-mentativa: quienquiera que argu-mente y que pretenda que su argu-mentación tiene sentido, ha de su-poner una comunidad real de argu-mentantes, dotados de competenciacomunicativa. Pero no sólo eso. Esen el seno de semejante comunidady valiéndose de la argumentación,como sus miembros tienen que des-cubrir la verdad, y también -yestoesfundamental- dilucidar cuáles de losintereses de cada miembros puedenconsiderarse como exigencias quetodos deben satisfacer.

Los intereses y los deseos delos individuos, en principio subjeti-vos, pueden elevarse al grado de de-rechos respetables sólo mediante laargumentación; por tanto ,lo correctocon respecto a las normas igual quelo verdadero en relación con las pro-posiciones, sólo desde la argumen-tación puede determinarse. Pero nodesde cualquier argumentación.

De igual modo que ocurría conel cientifico peirceano, quien pre-tenda argumentar con sentido tieneque haber aceptado ya siempre lasiguiente norma fundamental, bajola forma de imperativo categórico:reconocer a todos los miembros

como interlocutores con los mismosderechos, estando dispuesto enconsecuencia a no mentir, a justifi-car las propias propuestas ya escu-char e intentar comprender los ar-gumentos de los demás. Obrar deotro modo supone sencillamentedesvirtuar el sentido de la argumen-tación, sea teórica (búsqueda de laverdad), sea práctica (búsqueda delo correcto).

Sin embargo, todavía podemosir más lejos en nuestras pretensionesnormativas. Si atendemos a la prag-mática universal de Habermas ya lapragmática trascendental de Apel,cualquier acción con sentido puedeinterpretarse como un argumentovirtual, porque las pretensiones devalidez que a ella subyacen, si resul-tan problematizadas, tienen que seren dos casos defendidas mediante eldiscurso teórico o práctico. De lascuatro pretensiones que Habermas,en conjunto, supone a la base prag-mática de las acciones comunicati-vas, la inteligibilidad es una condi-ción previa y la veracidad sólo pue-de verificarse a largo plazo, mante-niendo la interacción con el sujetoactuante; pero la verdad y la correc-ción, en el momento en que resultanproblematizadas, tiene que ser de-fendidas mediante el discurso, y poreso puede decir Apel sin ningúnempacho que cualquier acción consentido puede considerarse comoun argumento virtual.

Esto supone, como es obvio,un gran paso para nuestra éticaargumentativa, porque significa querealmente puede cobrar dimensio-nes de universalidad, y ademásconectando con aquella tradicióndel idealismo alemán, que se en-cuentra hoy en día a la base de nues-tras democracias occidentales.

Si, como proponen los análisisde las pragmáticas trascendental yuniversal podemos interpretar to-das las acciones con sentido (y lasexpresiones corporales, en la medi-da en que se pueden verbalizar)como argumentos virtuales, el reco-

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nacimiento recíproco de los interlo-cutores supone el reconocimientode todos los hombres como perso-nas, conlo cual el concepto de perso-na se convierte nuevamente en unade las piezas fundamentales de lareflexión ética.

Como es bien sabido,la idea depersonaquecobracartadenaturale-za filosófica en laética de Kant, comoreferida a seres autónomos, a serescapaces de autolegislarse, pasa en lafilosofía hegeliana por la idea dereconocimiento recíproco, que cris-taliza en estas éticas del diálogo.Concretamente en la ética de Apelun ser dotado de competencia co-municativa sólo puede acceder a laverdad y reconocer cuáles de susdeseos pueden plantearse comoexigencias si se inserta en un proce-sode argumentación jun to con otrosinterlocutores, configurando todosellos una comunidad real.

Pero en el seno de esa comuni-dad, ypara que el proceso argumen-tativo tenga el sentido, que le corres-ponde sin desvirtuarse, los compo-nentes tienen que atenerse a unas re-glas, la fundamental de las cualesconsiste en reconocer a los demásinterlocutores como "válidos"; esdecir, como seres igualmente facul-tados para intervenir en el procesoargumentativo y para defender conrazones sus propuestas. Este tipo dederechos caracteriza a lo que deno-minamos "persona" y que continúade este modo constituyendo un ele-mento clave en el seno de la tareaética.

Sinembargo ,no sólonos hemosatrevido a decir que quien se intro-duce en un proceso de argumenta-ción tiene que considerar como per-sonas a cuantos intervienen en él, si-no que hemos ido bastante más lejosen nuestras pretensiones al exten-der a todos los hombres la denomi-nación de personas. Y es que laspragmáticas universal y trascenden-tal, a la hora de considerar la lógicadel discurso, sea teórico o práctico,no pueden limitarse a quienes de

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hecho participan en él, sino que tie-nen que contar en su aspiración a laverdad y al bien con cuantas pro-puestas argumentadas sean posi-bles: descartar una sola propuestaargumentada supondría cortar laargumentación desde un criterioexterno a ella misma.

Por ello, y en el caso del discur-so práctico, para determinar si unanorma es o no moralmente correcta,es preciso contar, no sólo con losargumentos de quienes actualmen-te participan en la discusión, sinocon las propuestas y argumentos,actuales o presumibles, de cuantospuedan verse afectados por tal nor-ma. En palabras de Apel:

"Todos los seres capaces de comu-nicación lingüística deben ser reconoci-dos como personas, puesto que en todassus acciones y expresiones son interlo-cutores virtuales, y la justificación ili-mitada del pensamiento no puede re-nunciar a ningún interlocutor y a nin-guna de sus aportaciones virtuales a ladiscusión" .4

Por poner un ejemplo de apli-cación de esta norma podríamosdecir que en la resolución de la crisisecológica es cierto que sólo unnúmero reducido de personas pue-de intervenir deJacto, pero también,siguiendo la ética argumentativa,que la decisión que se adopte sóloserá moralmente correcta si se tieneen cuenta, no sólo las propuestas yargumentaciones de quienes dehecho participan en ladiscusión, sinotambién los presuntos intereses detoda la humanidad, e incluso de lasgeneraciones futuras. Ellonos auto-riza a formular la siguiente regla deldiscurso:

"quien argumenta reconoce im-plícitamente todas las posibles exigen-cias (...) justificables mediante argu-mentos racionales (...) y, a la vez, secompromete a justificar argumentati-vamente las exigencias que él mismopresenta a los demás".54. K. O. Apel, La transformación de la filosofía, 11,p.380.5. Ibid., 11,p. 403.

Para ir concluyendo este pun-to de nuestro trabajo, resumiremosbrevemente las adquisiciones quepara la fundamentación de una éticauniversal hemos ido haciendo a lolargo de laestrategia concreta segui-da por Apel.

En principio, conviene recor-dar que para delinear tal ética Apelrecurre, como método filosófico,a lareflexión trascendental y la aplica alhecho lingüístico de la argumenta-ción y de la ciencia, con lo cualdesvela paulatinamente aquellascondiciones en virtud de las cualesel punto de partida tiene sentido, ysin que las que se convertiría en unabsurdo. Tales condiciones recibenpor ello el nombre de "trascendenta-les". De entre ellas a la ética impor-tan muy especialmente la pertenen-cia de quien argumenta a una comu-nidad real de argumentación, laactitud de reconocimiento recípro-co de los interlocutores como perso-nas, y el hecho de que cualquieracuerdo sobre lo correcto y sobre loverdadero tenga que ser todavíacriticado a la luz del acuerdo queestablecería una comunidad no fini-ta de personas y, por tanto, ideal.

Todos estos elementos trascen-dentales, que dan sentido al argu-mentar humano, se congregan enese principio de la ética comunicati-va al que hemos aludido en el apar-tado La. de este trabajo. Cómo apli-car tal principio en el seno de unasociedad en conflicto como la nues-tra es un asunto propio de la llama-da parte Bde la étícae

BIBLIOGRAFIA BASICA EN ESPAÑOL1. K. O. Apel, La transformación de la filosofía,Madrid, Tauros, 2 vols., 1985.-, Estudios éticos, Barcelona, Alfa, 1986.-, Karlo-Otto Apel. Teoría de la verdad yética del discurso, Barcelona, Paidos, 1991.K.O.Apel, A. Cortina, J. de Zan, D.Michelini,Etica comunicativa y democracia, Barcelona,Crítica, 1991.A. Cortina, Razón comunicativa y responsabili-dad solidaria, Salamanca, Sígueme, 1985.-, Etica sin moral, Madrid, Tecnos, 1990.J. Habermas, Conciencia moral y acción comu-nicativa, Barcelona, Península, 1985.11