Estampa-11!2!1930 - La Virgen Del Camino

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/^jz/yistoL Grá/ÜCJOL y jOitBfKirHnL ofe j i " — • • - • ' ' ' — • " " • ' - • • " • • • — ' I i ii i i I . — — - -

Pas<¿o de Jbcn Vu^erde 2o

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8 0 etms.

PropLehxrijo:

Vücente Sanjc/iBccOca/ki

CÍ/ioB^Mím.fo9

í í^ T í P ¡? P A Á T O ^ I C^ R O ^ f ^^^ muy bello que sea su plumaje. Por muy tarabillas qae sean... Los pintorescos pajarracos están enfer= I V-7 M^ L, ¿\ í\ /f /J L^ , *^ ^""^ ^""^ ' mos, y su enfermedad, la <(p5/facosis*, es contagiosa... A pesar de ¡o cual todavía le quedan admiradores al bicho parlanchín. Vean a esa ¡oven secando con una toalla las patitas de un ¡oro azul y amariUo, al que acaba de bañar, y que su dueña ha llevado a ¡a Exposición de pájaros

enjaulados, que se celebra actualmente en Londre-s, en el Cristal Polace. (Foto Kcystone.)

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•r i i r niiii>iilMiiwi,in—ini^>M—W>i^

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e n t a d a r a J o v « n

Q con ^ uso ám on trato suave.

uno esponja; Pas ta Dens lii

y desinfecta lo boca. Sabe Es el dentífrico de confianza

menta

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MAOmO L.OtsiO^E5

BU£HOS-AÍR£S

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Especialmente enviado por ESTAMPA, mtesf-ro compa­ñero Vicente Sánchez- Ocaña ha ido a Hendaya a visitar al Sr, Unatnuno. Aunque ajena, corno es natural, a las contiendas políticas, nuestra Revista, que ha procurado hacer desfilar por sus páginas las figuras de todos los grandes españoles, se apresura a aprovechar la primera ocasión en que le es posible hacerlo—lo ka intentado va­rias veces—para incorporar a sti galería el retrato de un hombre cuyas opiniones en política pueden no compar­tirse, pero cuya grandeza moral e intelectual acata todo el mundo civilizado.

He aquí, ahora, la información de nuestro €ontpa$iero:

IX)S DE HENDAYA BABX,AN

DE DON MICUEI,

El hotel Broca, de Hendaya, es un chalet limpio y tranquilo. Una agradable casita vasca.

En el piso bajo hay un pequeño bar, en el que conversan sosegadamente, mientras beben a sorbitos su aperitivo, algunos bueitós señores del pueblo.

En este bar entré yo, al apearme del tren de España. — Monsieur Unamuno?—le pregunté a la señora

del mostrador. —Don Miguel est sorti. ^ — Vers l'Espagne, déjá? —Pas encare! 11 se proméne... Maintenaní Don Mi­

guel se proméne le tnafin... Mi interlocutora me explica que Don Miguel—^le

llama así, a la española; «Don Miguel»)—antes no salía de su cuarto hasta ía hora de comer; se estaba aUÍ leyendo y escribiendo; pero que en los últimos días se echa a callejear desde muy temprano.

—Quizá—apunta—es que la alegría de volver a España no le deja estar quieto. ¡L,e tiene tanto cariño a su España!... Se vino a vivir aquí, a Hendaya, para ver siquiera la tierra española, ya que no podía entrar en ella...

Uno de los parroquianos del bar, que está en un rincón, recostado en la pared, con ía pipa entre los dientes, se incorpora al escuchar esas palabras de la dueña.

—¡Y aun—exclama, dirigiéndose a nií—, aun le querían echar de n a ^ t f o pueblo!

Como le miro ua poco sorprendido por su inesperada intervención, el hombre se levan­ta y viene hacia nosotros, COD. SU caciiimba en la mano.

Es un gigantón, de ojos aaaúes y patillas rubias, con aire de marino.

—Señor—^me dice, haciéndome una incli­nación de cabeíKi—. nosotros, los franceses, no tenemos por qué mezclamos en los asun­tos de ustedes, los españoles. Nosotros, des­de aquí, desde Hendaya, hemos contemplado las hichas interiores de ía época de la Bicta-dura, sin pretender tomar partido, natural-mente; pero el día que hensas s í^ido que se quería que nuestro pueblo negara asilo a M. Unamuno, que se quería que echátamos de entre nosotros, como si fuera un delin­cuente, a ese gran español, que es honra no sólo de vuestro país, sino de toda Europa, entonces créame que nos hemos sentido in­juriados, .. ¿Por qué se ha imaginado a nues­tro pueblo capaz de una infamia así? jEchar a don Miguel de Un^nuno! ¡Negarle él con­suelo de ver a lo lejos la tierra de su patriaí

Ei vehemente discurso del hombrachón ha co i^egado alrededor nuestro a otros parroquianos del bar y a algunos dependien­tes del hotel.

—^Toda Heudaya—dice alguien—, toda Hendaya, con su Ayuntamiento y su alcalde a la cabeza, se opuso a la expulsión.

— j l ^ habríamos impedido a toda costa!—grita el gigante.

Un señor viejecíto y menudo, de aire tñnido, mur­mura, a media voz;

—Por las tardes, yo, desde mi ventana, lo veía pasar a don Miguel, con su garrota y su boina, la ca­beza baja, dando zancadas... Luego, de pronto, sepa­raba en medio del campo frente a la titaira de España.,.

Eí viejecilío se calla, súbitamente intimidado por e! silencio que se ha hecho a su alrededor.

—Se paraba frente a la tierra de España—le pre­gunta, impaciente, el gigantón—, y ¿qué bada.!

—XA miraba... ha. miraba... I^a miraba...

Don Miguel de Unatnuno, e¡ último verano, a la puerta de su casa de Hendaya con su señora y sus hijos.

Ei Hotel Broca, de Hendaya, donde don Miguei de Unamuno ha vi= vido durante su destierro.

UNAiíUNO. . . ijATEOi!

Aguardando que don Miguel vuelva, me salgo a la calle y me pongo a pasear por delante del hotel.

Otra persona está paseando también, con el aire de esperar a alguien. Es un cura.

Yo lo miro, intrigado. ¿Esperará a don Miguel? Pero me dura poco la duda, porque el sacerdote,

que es un navarro abierto y campechano, muy sim­pático, en seguida se me acerca y entabla conversa­ción conmigo.

Efectivamente, espera a Unamuno, de qtden es amigo. Me dice que ío considera im hombre de un entendimiento extraordinario, de gran sabiduría y de

'una austeridad ejemplar. Y que encuentra justa su actitud poh'tíca. Pero que le duele su falta de fe. Suspira:

—¡Qué lástima que un hombre así sea incrédulo! Yo, claro está, me quedo estupefacto, —¿Que no tiene fe don Miguel?... ¿Dice usted que

no tiene fe?... ¿Que es incrédulo Unamuno?... I,a aparición de Unamuno mismo cxirta nuestro

diálogo. I^ega de la calle de la Estación, trepando, rápido,

ágil, por una pina calleja. Viene sin abrigo y sin som­brero, con su cayada en la mano, un poco inclinada la frente y bella cabeza blanca.

—'jlSon Migueil

«¡ssos cmcosl»

Alrededor de una mesíta de este modesto comedor de fonda provinciana nos hemos sentado don Miguel, el sacerdote y yo.

Don Miguel está muy contento. El, siempre locuaz y expansivo, está hoy más locuaz que nunca. Mien­tras come con excelente apetito; con u apetito de

^bnen vasco, fuerte y sano, habla... habla... "¡Qué alegría que pueda volver a sonar su voz! Habla de todo: de política, de literatura, de su

vida en el destierro, de sus proyectos y sus espe ranzas...

—¿Han visto ustedes esos chicos? ¿Eh? Esos chicos: los estudiantes... ¡Qué ejemplo!... ¡Qué ejemplo!...

I,a mirada, tan viva y tan joven, íe brilla detrás de los cristales de las gafas. Y la voz le tiembla un poco.

—Esos chicos... ¿Eh? Nos mira risueño, satisfecho, con el aire de un buen _

papá, orgulloso de sus hijos. •

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Don Miguel en ¡a cama, donde se pasaba -las mañanas leyendo y esx - crihi'endo.

-—¡Siempre puse esperanzas en ellos!... Yo sabía que ellos...

Calla un instante, absorto en no sé qué remembrauíias de estos años de luchas y penas,

—Allá, en Kspaña, nunca se le olvidó, don Miguel. ¿Y aquí? ¿Cómo se han portado con usted las gentes? ¿Cómo lo ha pasado usted en estos casi seis años de destierro?

—Seis anos hará que rae sacaron de Salamanca—^puntualiza don Mi­guel—el día 21 de este mes. Me sacaron de Salamanca el 21 de fe­brero de 1924; Justamente el día en que se campKa medio siglo del comienzo del bombardeo de Bilbao por los carlistas. La segunda bom­ba que tiraron cayó en la casa de al lado de la mía. Yo estaba en el mirador de mi casa, y la TÍ caer.., Y a los cincuenta años justos de ser bombardeado por los carlistas...

Calla im instante, abstraído otra vez,

líUego sigue: —Conmigo se han portado muy /)(,„ Migue/ en el

bien en todas partes. A Paerteven- pintor Juan á tura y a las buenas gentes de Fuer-teventura nunca las olvidaré. I^o primero que haré al pisar la tierra de nuestra patria será enviar un tele­grama a aquella querida isla.

Kn Fran6ia me recibieron con ios brazos abiertos. En París todas las personas que traté fueron amables conmigo. Sobre todo Herríot, y los socialistas Raiau-del y Jouhaux.

Y aquí, en Hendaya, no puedo decir.lo cariñosos que han estado. Desde el alcalde y los concejales haata el más humilde vecino, todos, todos, han sido para mí unos amigos leales, cordiales, valientes.

—Dice usted que va a telegrafiar a Fuerteventmra en cuanto pise tierra de España,., De modo que va a volver pronto.,.

—Sf. En seguida. No tengo fijada aún la fecha, pero pronto, muy pronto... Primero iré a Salamanca, y lúe-. go a Madrid... En seguida...

UNA PARTIDA DE MUS

Después de comer hemos estado en el «Gran Cafés* el café de la plaza de la República, en que don Miguel tiene su tertulia y..: su partida de mus. Porque el autor de Del sentimiento_ trágico de la Vida, es, como buen vasco, gran jugador de mus...

La partida la formaban esta tarde, además de don Miguel, el pintor Juan de Echevarría—que está pa­sando una temporada en San Sebastián y viene lx>dos los días a ver a Fiiarauno—y dos cojnerciantes es­pañoles dos simpáticos tipos guipuzcoanos.

Durante un rato he estado viéndoles ti­rarse a la cabeza esas frases incongruentes mediante las que se relacionan los jugadores de mus: ,

—Paso a ia chica. —Ordago a la grande. —^Una porque no. —Pares, sí. —Juego, sí. Don Miguel pone tanta atención en estos

diálogos absurdos, como si estuviera hacien­do algo serio. He recordado al director de El Sol, el admirable «Heliófilo», también en­carnizado jugador de mus, que se siente mu­cho más orgulloso de ganar un envite «a pa­res», que de su mejor. «Charla*.

PASEO

Cuando acabaron la partida, don Síiguel y yo nos fuimos a dar un paseo.

ün^nuno , como Baroja, que ha corrido a pie ra.edia España, y como Valle-Indán, que una nodie, al frente de una tropa de bo­hemios, se fué andando de Madrid a Tole­do, es nn andarín formidable. Sano y v%o-X£»o, a pesar de sus sesenta y tantos años, anda kilómetros y kilómetros pbr estos quebrados caminos vascos; sube, baja, salta tan ligero y tan firme como un mozo.

—Sí. Bastante. —En los periódicos, no. —En los periódicos españoles, no. No he querido

someterme a la censura. Yo no he escrito ni escribiré en los periódicos de España mientras no pueda ha­cerlo con libertad... Pero en periódicos extranjeros si que he publicado... En periódicos franceses, alemanes, suizos, americanos,,;

—¿Y además de artículos en los periódicos, qué ha hecho usted?

—^Algunos libros: De Fuerteventura a París, \m libro de versos... Romancero del destierro, otro libro de ver­sos... Cómo se hace una novela, especie de memorias íntimas de mi vida en París, que se publicaron prime­ro en el Mercare y que después he recogido en im vo­lumen.,. Lo agonía del Cristianismo, ensayos, que apa­reció en francés y está traducido al inglés y al alemán, pero al castellano todavía no.,. Además he escrito tres obras teatrales: El otro, que la tiene la compañía de Rivelles; Tulio Montalbán y Julio Macedó, que la lle­va esa compañía que ha formado Cipriano Rivas Che-rif, y El hermano Juan, que no se lo he dado a nadie aún... También tengo escritas y sin publicar infinidad de poesías. Voy a reunir algunas en un tomo, que ti­tularé Cancionero...

—Últimamente—^sigue—casi no he hecho más que teatro y versas,.. He hecho muchos, muchfffi versos... ¡Muchos!..,

Y me recita algunos: interpretaciones Imcas de lu­gares y de paisajes castellanos, co­mo El Escorial, Eontiveros- Toledo. Avila, El Duero, Salamanca..., re­tratos de grandes castellanos: Cer­vantes, San Jtían de la Cruz, Que-vedo...

Yo le escuclM>, sin acertar a decir' nada, ganado por una honda emo, ción. ¡Cómo siente este gran vasco nuestra tierra y nuestras gentes de Castilla!... Y ¡qué angustia da ima­ginárselo hrmdido en un rincón de un café de Montpamasse, o aice-rrado en el cuartito de esta fonda de Hendaya; solo, pobre, persegui­do, injuriado, volviéndose patética­mente hacia nuestro país, hablando en voz baja, a hurto de los cuadri­lleros que le vigilan, con Santa Te-tesa y con Cavantes!

¡Perdónenos usted, don Mi­guel!... iPerdónenos usted!...

VICENTE S A N C H E Z - O C A Ñ A

(F^os Photíto, Marín y Guerequiz.)

modesto café de ílendaya, en el que tenía su tertulia, con el fe Echevarría y nuestro compañero Sánchezt^Ocaña.

Y casi siempre sin abrigo y con la cabeza descu­bierta. Sólo cuando llueve mucho saca del bolsillo una vieja boina que lleva metida en él y se la pone. Y... signe caminando tranquilamente bajo el agua.

—Don Miguel—le d icen^ , que se va a poner malo... Pero él mueve enérgicamente la cabeza. —¿Malo? ¡No! ¡No! Y repite muchas veces: tjNo!», «¡No!», «¡No!», con

tono indignado,'como si eso de suponerle a él capaz de dejarse dominar por la Enfermedad fuera ima ofensa.

Durante largo rato, mientras marchábamos, don M^nel me ha ido hablando de política. Naturalmente, la política es, y más en estos momentos, su preocu­pación fundamental.

De cuando en cuando interrumpía su discurso, se paraba en medio del camino, y descargando un fuerte golpe en el suelo con su garrote, exclamaba:

—«¡Borrón y cuenta nueva*, no! ¡Ño! ¡No! Era su estribillo, a todo lo largo de la charla: —¡No! ¡No! «Borrón y cuai ta nueva», ¡no! ¡No! ¡No! Claro está que no debo repetir lo que él decía. E n

primer lugar, no tengo su permiso, y en segundo lugar. ESTAMPA no es un sitio adecuado para polé­micas políticas.

El* TRABAJO DE SEIS AÑOS

De literatura también hemas hablado mucho. —¿Ha trabajado usted bastante en estos años de

"expatriación? Don \ligae¡ en la playa de Headayu mirando la tierra

española.

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L} homenaje a Oarrai y Rívero Oí l por el éxito de su reportaje l^OS O T R O S

El sábado se celebró en el hotel ^Gran Via» el homena¡e a nuestros queridos compañeros Ignacio Carraí y Francisco Rivero CU por el éxito de su reportaje «Los Otros», que viene publicando ESTAMPA. Asistieron al acto cerca de doscientos comensales, y, con su adhesión, miles de personas, que de toda España enviaron su saludo a nuestros camaradas, por el acierto con que han sabido descubrir los secretos de los bajos fondos madrileños: el horror de sus miserias y la angustia de las vidas de eses pobres gentes qae viven al margen

de la ley. Nuestra foto muestra a los homenajeados después del banquete, con un grupo de asistentes al mismo. <Poto Zapata.)

Ua nevada del sábado en AAadríd t i momento político y LX 1 rancisco C am ^

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t /na copiosísima nevada ha caído sobre Madrid durante veinticuatro horas. Del aspecto fantástica qae ofrecía la ciudad da una idea esta foto obtenida ea el Parque del Oe^e.

(Foto Contreras y Vilaseca.)

El Husfre político catalán D. Francisco Cambó, con los periodistas a quienes el sábado hizo declaraciones de gran interés acerca del porvenir político de España.

(Poto Beaítez=C»aiix.)

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estompa

vézala

¿Un chico? ¿Una chica? Josefina Bas ker, nada

más.

^ tMjrta cena. eu^aicL atuh t^edactci^ de

^^ n íc^efíiJcdu^más :falientef de Mi tdda^

¡ ^ NIEVE ME TRAE SUERTg

—^¿Pero es que ustedes, los españoles, n o comen? Oh, my dearf

Esto me dice Josefina Baker, porque me niego enér­gicamente a servirme una segimda pechuga de poüc^ P a r a compensar mi desgana, ella ataca la tercera. ¡ Buen apetito f

—¿Recibió ESTAMPA mí carta? E» Hamburgo me en­señaron OTi número de esa revista en que aparecía mi retrato, j Me puse content íama al ver que en España se ocupaban de m í ! Y o tengo un abuelo español, soy casi española. ¿Verdad, Pepito?

Pepito Abatino, su manager, un italiano fino, sonríe.. . —Seguramente, chérte. —Por eso acepté sin vacilación el contrato que me

propu^> Roncero pM;a, actuar unx>s cuantos diás en et teatro Metropolitano. H e tenido siempre la ilusión de conocer España. Me figuraba un país tibio, perfumado, de cielo azul muy luminoso

Y Josefina mira por la ventana., l^a nieve cae lenta, apretada, y todo Madrid está blanco, b lanca

—¿Una desilusión?

-—¡Oh, n o ! ¡AI contrar ió! Y o soy un JMJCO supersti­ciosa. ¿ N o lo sabía usted? U n poquiím n a i ^ mas, y h e observado que cuando una ciudad me recibe toda neva­da, el éxito es seguro.

VO NO HE APBENBIDO A BAII,AR

—Nunca, se lo aseguro a usted, he estado en una aca­demia de baile. Cuando tenía ocho años instalé un tea-tri to en !a cueva de mí' casa, al que asFstían todos los chiquillos del barrio. Los "espectadores" hacían la or­questa cantando y batiendo las manos, y yo ejecutaba una danza a mi manera, mezcla de payasadas y postu­ras extravagantes. Algunas veces me sorprendía mi ma­dre en plena "representación", y me increpaba, furiosa: "i Eres iiíl" mono!"

"Yo me marchaba.con las orejas gachas,, pensando: "Mi madre tiene razrá , soy un mono."

"Pero en cuanto la pobre daba media vtieíta, volvían ias canciones coreadas, el ritmo de las palmas, ¡ el char-Icsión de mis abuelos negros! Y yo bailaba y bailaba hasta no poder más. Bailaba por intuición, por instinto, piir lo que usted Quiera, que yo no ¡o sé. Lo mismo b ^ -lo ahora. Entonces cF p r e a o de la entrada al teaírito de mi casa era un alfiler.- Ahora supongo que será algo más caro. . .

Josefina Baker disfrazada de negra de 9masic^hath peora bailar el iBlak=Batom^ de los europeos.

E t PBIMEK " C H A R L E S T Ó N "

QUE SE BAII^ EN EUROPA

—i Si hablo yo solamente, me que quedo sín comer! ¡ Y tengo hambre!

Josefina Baker se n o s ' e n f a d a ; pone una ca ra . t e r r i ­ble para asustamos y come sin decir jstiabra.

Mientras tanto me dedico a recordar. Fué el año 1^2^ en el t e ^ r o de íos Campos Elíseos, de París, cuan­do debutó una mulata adolescente llamada Josefina Ba­ker. La había contratado RoSf para l a famo«í Revista Negra, y como anundó en grandes carteles que bailaría, por primera vez en Europa una tlanza llamada Char-¡estón, p u d i m o s a su debut cuantos estudiantes tenía­mos siete francos en el bolsillo. A l tercer charleston, el . público, ctmtagiado,- empezó a mover las. piernas y a sa­cudir eí cuerpo. Dftrante el entreacto se vieron señores muy serios, con bigote y todo, haciendo movimientos ra­ros por los pasillos, mientras tarareaban:

"Yes, sir, thafs my boby,.."

En nuestra pensión, madame tuvo que llamamos al o r ­den, porque todos ensayábamos delante de los espejos:

"Yes, sir, thafs my boby,.." AI día sigmente madame también bailó ctm n t^o t ros :

"Yes, sir..." Y a los cinco días todo Pa r í s bailaba el charleston.

jOSKPlfiA BAKER, TERROR m i,os wKEcrOTK m ESCESA

Josefina ha comido bien, y su buen humor reaparece instantáneamente. Ríe, enseííando unos dientes blanquí­simos y muy largos. Unos dientes de tigre,

—^¿Y continúa usted jugando a tenfant terrible, co mo en el MouJm Rouge?

' •

Jjosefinaoa...!—gritaba eí pobre director de escena—, mien" tras el público se cansaba de esperar. V Josefina, escondida

detrás dé ana decoración^ reía como ana loca.

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• ^

Josefina Baker se ha quedado pen= sativa. mPobre Córdoba/», saspi= ra ¡a Venus muJata... V eaenta a nuestro compañero Lais C. de Li= nares la hMoria del pama que le regalóla Dirección de ana Casa de

fieras argentina.

—¿ Supongo que no habrá traído usted a Madñd sus animalitos, Josefina?

—i Pe ro no está usted viendo que ya soy una persona formal! Yo le aseguro que estoy arrepentida de todas las travesuras, y especiaimente de todas las rabietas que he causado a Dental, e! director del Foües Bergeres. ¡El pobre! Figúrese usted que cada vez que tenía que salir a escena, me escondía detrás de cualquier decora­

ción. Se alzaba el telón, y aparecía al público e! obligado cuadro de la selva, pero sin el salvaje, que era yo. Entonces Derval, loco, gri taba:

—"i Josefina!" Y yo, muy escondídíta,

—"i i Josefinaaa! ' "—voc i fe rad toda la eompaííra "éníoqnecida.

—AI fin me encontraban, a cuatro patas, jugan­do con mis perros. í Menudas broncas me he ga­n a d o !

•ft^i

V I-ííí

"CÓBDOBA", El* I^eONCíTO AMSKICANO

Josefina Baker se ha quedado pensativa. P ^ r -to Abatino se inquieta.

—¿Qué te pasa? —Pobre "Córdoba"... — susjHra

ta Venus mulata. -Pobre, pobre... — repite, co­

mo ún eco, Abatino.

—Un recuerdo triste de mi tournée por la República Argent ina . C u a n d o üegíunos a Córdoba, la Dirección de la Casa de Fieras

^ ^ , ^ * * ^ m | H H H m^ regaló ttn puma re ­

cién nacido. ¿Sabe us­ted lo que es un puma ? U n l e ó n americano.

i ^ fj^^^ i Precioso!

/

r"i t

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Entonces, le m^cia en mis brazos durante un rato, y luego lo metía en mi cama.

—Non, mon vieux, ya soy tma mujer formalíta. En­tonces tenia diez y nueve años. M e moría de tristeza, y, para distraerme, se me ocurrió t raer mi perro al came­rino. Lo presenté:

—"My friend." "Mi amigo."' El director se puso como una fiera. Dos días

más tarde traje otro perro. p£ —"My friend." \ Luego compré un mono y dos gatos." —"My friends." Cuando mis compañeros, se dieron

dienta (le la casa de fieras que había instalado en mi camerino, hubo »in pá­nico general. I,as camareras, aterroriza­das, no querían entrar y los tramoyis- í tas pasaban al trote por la zona peli- fj grosa. No sé qtiién aseguró que,, escon- í (litios, también tenía un cocodrilo de : pocos meses y dos serpientes.boas. ¡ L o ' • • • i que yo me pude reír! •

A los qainee días, cuando llegamos a

Chile, murió. Yo pasé días y días

llorando.

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^ '

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—-I,c iiabíamos ¡ i in a d o l a s uñas—dice Abalino.

—i Y tan cariñoso! Todas las nocíies se j)onía a l lorar; ¿ra una mezcla de rugido y de maullido que se oía a cien metros a la re-díjnda. Entonces lo mecía en mis brazos durante un rato, y luego lo metía en mí cama. Se dormía así, junto a mi pecho, mientras yo le daba su biberón. El único in­conveniente era que, a media no­che, hacía tranquilamente eso que llaman..., ¿cómo lo llaman us­tedes ?

—Pipí—explica, sonriente, Aba-tino.

—j Pobre pumita!—suspira otra vez Josefina^-. Le ilaraábamos "Córdoba", porque allí nació, A los quince días, cuando llegamos a Chile, murió. Yo pasé días y días Dorando, ¿t^e extraña a us­ted ? A mí me gustan más los bi­chos que las personas. En la sel­va nunca encontré tanta fiera co­mo entre los armiradores con smoking que me mandan flores en París, en Berlín, en Viena...

ÍSINÉ REDIVIVA

El mozo' sube ios postres y unas botellas de champagne.

—No hablemos de cosas tris­tes—dice Abattno—. Acuérdate de Budapest, Josefina.

—Oh, mon vteux, rigola comme tout! Fui a Buda­pest, no sé si lo recordará, en mayo de 1928. Tenía uu contrato para actuar en e¡ "Royal Orpheum", y el em­presario había preparado un cuerpo de "girls" vienesas, cuya misión era explicar, en verso y con música, ios bailes que iba yo a ejecutar.

Una «pose» de la Baker, en la que la danzarina mulata muestra sus dientes blanquísimos y ¡a expresión sonriente que alegra sa rostro cuando no se acuerda del «pumita^ a quien daba el biberón.

"¡Unas vieaesas rubias, de ojos azules, con unas cari­tas inocentes!... Parecían colegialas.

"Pues verá usted... El Ministro del Interior y tres per­sonalidades, temiendo que mis bailes feran un peligro para ía juveutud de Budapest, suspendieron el espec­táculo. El empresario estaba desesperado, porque tenía

todo el teatro vciuiido a muy

bueJí precio. Entrevistas, delibe­raciones, y el Ministro del Inte­rior que propone, al fin, una exhibición privada y gratis, claro está, para q u e d o s hombres vir­tuosos juzgaran mis números.

—Gratis, ¿oye ustedÍ*—me ha­ce observar Abatíno con rencor.

—Esa misma noche bailé, des­nuda, todas mis danzas de la ne­grada delante de los hombres vir­tuosos. ¿Sabe usted lo que pasó? Pues que el Ministro del Interior me aplaudió frenéticamente y exi­gió que repitiera los números. Ai día siguiente todos esos caballe­ros llevaron sus familias al tea­t ro para que me vieran bailar.

—¿No suprimieron ningún ni5-mero?

—Sí, uno. El de las "girls" vienesas de ojos inocentes. Sus cuplets eran de un verde..-

lA ESTRELLA TISNE SUEÑO

Josefina" Baker tiene sueño y tiene frío. El viento y la nieve azotan los cristales de su habi­tación.

—¡España, país tibio y perfu­mado !—murmura la estrella—. Y su cuerpo de amazona mulata se estremece como una palmera.

Poco a poco sus ojos se cie­rran y su cabeza se i n c l i n a .

¿Quién reconocería ahora la bailarína trepidante?

La estrella tiene sueño. Ahora Josefina Baker es una muchachita cansada, muy cansada.

Pe ro mañana.. .

L U I S G . D E L I N A R E S .

(Potos Benftez=Casa((x.)

ELIXIR ESTOMACAL

\ ,

% . \ m

VENTA PRINCIPALES FARMACIAS DEL M U N D O •

l^^^m

•'%

Cura las enfermedades del e s t ó m a g o e n o s aunque sean de muchos años de anti

hayan fracasado otaros ta-atamientos.

Indicadísimo en los casos de

DOLOR DE ESTÓMAGO, ACEDÍAS, DE BOCA, VÓMITOS, DISPEPSIA RROS INTESTINALES EN NIÑOS I

^

Page 9: Estampa-11!2!1930 - La Virgen Del Camino

iHUini%Hi

KMOS entrado .stgilosamen-te en la. saia. cuando el

ihistre doctor Barlrina habla a su auditorio de ciegos de la apli­cación del masaje en casos de íractura de huesos. Casi de pun-tíMas, para no intermnipir hi charla, avauzanvos Coiitreras, el chico carj;ado con la niáquiíia y vo- Pero el educ;ado oído de estos 3Íni;ulare.s alunmos nos ha senlÍ<lo. Cuando unos momentos después de pronunciar ias con­sabidas palabras: ftT'n momento quietos, señoresii estáu- al cabo de la calle... i'¡(Tna información para KSTAMP.\S> Y han dicho EsTAMi'A como cosa faniiliar, conocida...

Tüílas las tardes, desde los priuuTos días del año, congrega el doctor B;irtrina en su clínica a más fie un centenar de ciegos... .\,spira a hacerles masajistas; a {jue sean auxiliares rennniera-dos, tan expertos como el que más, de luédicos. clínicas, hos­pitales \ eníerinos jjarticulares. Y los prepara pacientemente eon lecciones elementales de anatotuía, tisiología. patología, aplicada a la kinesiterapia, y meítiaute sesiones prácticas de masaje sobre uuembros enfer­mos. ,

" - -.Mire -nos dice - , este ami­go. Miguei !'<'rraróns, que es es-eultor, \a a iiacenne en relieve lo-, modelos d,e los músculos principales, para <[ue aprendan a e<morerios por e! tacto...

I*"¡ masaje figura de antiguo en el programa de rc<ÍencÍón de ios cicuos. Pero sin llevarse a

£/ doctor Barlrina exn plkando unas de ius

lecciones de! Curso pos, fc ciegos masojisfas

solicitada; y cou eí ciego r ue aprieta contra ei pecho, amoro-samente, ese víolín, que es su pan, y al que hará sonar ai de­jar la clase; j con tres simpati-quísijnos jóvenes, de excelente y cautivadora presencia, que es-tiidian piano y armonía; y con el ciego presidente del Centro Instructor de Ciegos de Madrid, que facilita muchos datos inte­resantes, y con varios ciegos «de la callen, (pie viven de la cari­dad de las buenas almas, y <¡iie exponen queja.sy miserias, en su triste ansia de remediarías...

Todos nos hacen algimos en­cargos. «Diga usted..,j "Hable nsteci,..» Todos esperan algo de líSTAMFA,

!,a obra grande y Immanita^ ria de redimir al ciego fué ini­ciada en V771 con !a ¡aíx>r de apé)stí)! de Vaíentín Haüy.,, Es­ta obra hennosa, seguida con notoria fortnua por ei ciego ¡,uis Braille, de!)e ser Ínteu,saniente continuada en todos los países,,

Yo me atrevo a terminar estas líneas pidiendo ai (iobitrno, a las Jnntas de Damas, a las Aso­ciaciones benéficas, a los indus­triales, a los mimados }K>r la fortuna, iniciativas, empleos, fundaciones, (¡ue dulcifiquen la situación délos pobres ciegos y les procuren medios no sólo para vivir con decoro, sino para ser útiles a su patria... Que seamos en España "tiflófiios»—amigos de los ciegos--toflos los espa­ñoles.

• A-XTON-io G A R C Í A KOMI-R( i

(Fotos Contreras y Vüaíuca.)

/;/ S. Britnett, •! priiner dugo que arudió o in'^ri ihirse paro ífíiuir ai cursn di-! doctor Barfnna.

Una alumna ciega haciendo sus primeros ensayos de masaje.

la práctica su enseñanza mediante cursos meditados,.. I,a Asociación «Yalentín Haüy*. de París, una de

las obras más hermosas e interesantes para la protec­ción del ciego, se preocupa d t hacer obreros hábiles en detenninados trabajos; de facilitarles ocupación, y de dar utilitaria salida a cuantos artículos confeccio­nan. Pero no tienen, que sepamos, escuelas de masaje...

Acabada la clase, ya en e! jardín, Bartrina nos pre­senta a algunos de sus nnís destacados discípulos.

Y_estrec¡ianios, no sin emoción, varias manos. Ea de D. Hugenío Prieto Rodríguez, abogado, t:x juez mu­nicipal suplente de his distritos de la fvatbia v de Pa­lacio, liste Sr. Prieto es ahora un aspirante a literato. Justamente lleva en el bolsillo dos cuentos: «.Sombras» y -dCl hada mágica)), que van a leer las enfermeras...

—IJig^ usted—añade a! terminar su breve ciiarla— que entre hvs personas que han aliviado nd infortmiio está D. í.uis Montiei, compañero mío. de chicos, en el Colegio Hispano-Romano...

Hablamos con D." Petra IvsU'lian, profesora de en-señan/,a primaria en ei Colegio Xacional de Sordo-r.uídos. Y con 1>. í'vaneísco Brimete, cnito [H-rito nier-canti!, <(ue hace tres años pevoiu !a vista; v con (.ion iL;inuel Alea/,ar ÍUTLO: , que 'JIÍ; tuncionario ile I-la-cjeuda en i'y¿<. y (¡ue pide nuestro ;i";odestís!iuo auxi-íio pura eonseyuír ana J'üiisiún. 1'.;Í-Í.- \urÍos años

f:i ahogado ciego, D. tugenio Pnciu Domínguez l<j lectura de bu cuento ''liada má'^ica'K

lyjndr.

Page 10: Estampa-11!2!1930 - La Virgen Del Camino

6f l t l Í I I |HJ

Parte de un cargamento de elefantes desembarcado en el

puerto de Londres.

Desde el Estuario hasta Teddiagfon se extienden ¡os centenares de hectáreas que forman el laberinto del puerto de Londres.

|ÓNDEestáelpuer= to de Londres?

¿En qué consiste? ¿Es mayor que el de Chica= go, o que el de Liver= pool, o que eí de Amss terdara?

Ni los mismos ion= dinenses podrían cons testar a estas preguntas de un modo concreto, porque el puerto de Londres no está en lu= gar ninguno determiís nado por un solo nom= bre; consiste en una infinidad de cosas y tiene extensiones insospechadas.

Para describir el laberinto de ciudades, pueblos, ais deas, fuertes, arsenales, fábricas, dársenas, ^ canales, vados, callejones, avenidas, terren pantanosos, faros, hospitales de cua= rentcna, astilleros, parques, |ardines y hasta campos de fútbol que forman el conjunto del puerto casi inexplorable, haría falta mucha resistencia física para recorrer a pie, en bote, en ómnibus y en vapor los lOO kilómetros que hay desde la desembocadura del Támesís hasta Teddington, ya pasado el puen= te de la Torre; habría que recorrer centenares de millas cuadradas a am= bos lados de las orillas de un río con= vertido en laberinto.

No hay manera de escapar ai hecho de que en estos loo kilómetros del puerto de Londres hay una docena de puertos secundarios, más río arriba de Gravesend, y otros muchos en el enor= me estuario. Desde Teddington hasta el mar recibe el Támesis la visita de varios tributarios, algunos de los cuas les son ríoa perdidos en la inmensidad de Londres. Ríos que han sido traga= dos por la entraña de la urbe, por entre cuyos cimie ntos van dando sus revueís tas bajo bóvedas que datan ya de cens tenares de años, hasta que por descms bocaduras ignoradas mezclan sus lims pías aguas con el fango del gran

puerto. ¡Qué pocos son los que saben que bajo el Río de Tinta, que es Fieet Street, donde se hallan Is mayoría de las redac= Clones e imprentas de los periódicos londinenses pasa un río, el Fieet, cuyas aguas nacen entre prados, muy lejos de la catedral de San Pablo! Hacia el puer= to de Londres van también las aguas de uno de estos ríos perdidos bajo la planta de los londinenses, y este río se permite, de vez en vez, salir de las profundidades para atravesar por el aire partes de la ciudad, porque va en inmensas tuberías de hierro allí donde hubo necesidad de abrir las enormes trincheras por las que pasa el ferrocarril metropolitano.

Sobre el río, y dentro del recinto del puerto, cabalgan infinidad de puentes; y Kipling, en sus Cuentos del Río, dice:

Twenty brudges from Tower to fiew Wanted to know what the river knew.

Según el poeta, «¡os veinte puentes que hay desde la Torre de Londres hasta el jardín botánico de Kew quieren' saber todo lo que sabe ei río». Pero el río sabe demasiado; se lo cuentan las noches de misterio de las dársenas, los navios que llegan de tos cuatro puntos cardinales para descargar los tesoros que van a pa­rar a las cuevas de Aladino que rodean los muelles.

Nos hace falta un aeroplano para dar= nos cuenta de ¡o que son esta clase de docks. La mejor manera de describirlos es decir que son lagos artificiales de di*

fcrentes tamaños y cu=i ya profundidad se man= tiene a un nivel sobre

^ el natural por medio d= bombas. Estoslagosarc tificiales, de los que hay varias decenas, es» tan rodeados por cen= tenares de millas de muelles y a su aírede»; dor se levantan alma= cenes, depósitos, co= bertizos y oficinas.

Cuando llega Navi= dad, las compañías de seguros de Londres

Page 11: Estampa-11!2!1930 - La Virgen Del Camino

envían a ios puestos de poiicía de! gran puer to mu= chas botellas de buen whisky y muchas Cajas de mag= níficos cigarros, como ofrenda de agradecimiento a quienes han estado alerta sobre los millones de libras esterlinas que representan ¡as mercancías de que están sembrados ios muelles y que se encierran en los centenares de a lmacenes colosales y de cuevas inmensas del puer to , a !o largo y a ¡o an= cho de las 70 millas que hay desde cí estuario a Tcddington, T á m e s i s arriba.

Una visita a los princi= pales depósitos deí puerto de Londres deja al cur ios so asombrado ante la mag= nitud de las existencias que allí se encierran y ante la variedad de las mercan!^ cías que alÜ hay.

Poca pimienta es la que se gasta en las casas, ¿no es eso? Apenas si, por tér= mino medio, cada cocinera consumirá una libra al aíio. Pues en el depósito corres= pendiente entran al cabo de los trescientos sesenta días mil toneladas de pi^ mienta para salir y repar= tirse por entre las cocinas de Inglaterra y del m u n d o entero, por lo visto.

Desde que los que fues ron a Australia en busca de pepitas de oro se con= >.encicron de que ci verdadero oro del país estaba en los pastos V se llevaron allí los mer inos de rica lana, cuya raza tanto se ha afinado en Inglaterra desde que se importó de España, Londres ha sido el mercado por excelencia para las lanas de esa colonia.

Yo he estado en estos depósitos ea un día de venta y he visto cómo les compradores de todas partes de Inglaterra y de muchas partes de Europa, vestidos con guardapolvos blancos, hundían sus manos en las balas para sacar un puñado de lana y examinar los vellones grasicntos, p robando la resistencia, la suavidad, e! olor y hasta el sabor antes de hacer unos signos caba= lísticos en sus cuadernos de notas, que les han de guiar cuando llegue el momento de la pública subasta.

En mi visita me voy acercando ahora a un enorme edificio en el que se encierran mercancías como aque= Has qu« ios trajinantes de Ti ro , de Babilonia y de Car= tago acarreaban hace centenares de siglos. En el fron­tispicio de una inmensa nave se lee: <'Entrada a los al= macenes de marfil, de canela, de especias y cortesas.*

Antes de pasar a estas vcrda= deras cuevas de Aíadino enseño al que guarda la entrada la tar= jeta especial que me franquea el paso. Se llama el que va a ser mi acompañante John Bel! y lleva más de treinta años en este de» partamento del puer to ,

^ A l g u n o s de los colmiilo's de mastodonte que vienen de Sí= beria—dice John Bell—miden hasta cuatro y cinco metros . Va parecen al exterior madera fo= silizada más que otra cosa; pero después de! raspado se convier= ten en el mejor marfil que exis= te, aunque t iene ci defecto de presentar pequeñas grietas. Abos ra tenemos en este depósi to se^

• tenta colmiilcs de mastodonte , que valen unas dos mÜ libras esterlinas (setenta mil pesetas). Hay más elefantes en c! m u n d o de lo que la gente se imagina, porque aquí se reúnen a! año unas trescientas toneladas de cois millos, y para obtener una to= nelada hace falta matar lo menos veintiún elefantes. Aquí se exa= minan los colmillos para descus brir las art imañas de los que los

Telas, cuernos de reno, pa godas de marfil... de

iodo ¡lega a ios almacenes del

1 puerto.

a{gúi\ inmienso zoco de Kerhusn . Ei comercio de cspe= cías V cortezas olorosas y medicinales se hacía hace si ^ glos por tierra hasta Bagdad, y luego a través del desiei = to , por medio de caravanas que llevaban las cargas a Alejandría. Pero en realidad «los perfumes de la Ara= bia» vienen a Londres de ía India.

A Londres llegan al año 30.000 toneladas de t3pe= •,cias. La vista se pierde a lo largo y a ¡o ancho de

estos a lmacenes .

Hay una novela inglesa para niños, Alicia en el país de las maravillas, y en ella se tnencio= na cómo des de

l^j^ los personajes ha= y blan de infinidad

de cosas: • -y '

para aumentar el peso inser tando piedras v pedazos de metai en las cavidades. Yo me encont ré dentro de un enorme colmillo de elefante africano una rana peíri= ficada incrustada en el fondo de ía cavidad, que ocu= pa, por regia general, la mitad del colmillo. ¡Imagínese usted los años que tendr ían les indígenas enterrado ese ítesoro' '!

—Pero estos ci l indros de marfil que te rminan de pronto en una punta afilada no parecen colmillos de

elefante. — N o ; esos son dientes del lado izquierdo de ía boca

del narval . Algunos de ellos llegar, a una longi tud de dos metros y con ellos se acometen en sus lachas , produciendo un ruido característico que denuncia su presencia a los pescadores.

En esta par te del edificio que visito no hay n ingún olor que anuncie el Or ien te ; pero al subir al piso donde están almacenadas las especias que vienen de Ceilán, de Malaya y de las Indias Orientales, se creería uno en

De botas, de elefantes, de {perdices,

coronas, calabazas y tapices.

De todo eso y de mucho más se podría hablar al dar una descripción niás am= plia de las cuevas de Aia= d i ñ o , porque aquí hay a!= macenadas a l f o m b r a s orientales por valor de t res millones de libras cs= ter i inas, tan grandes aigxi= ñas de ellas, que para en= senarias a-los compradores hay que sacarlas a los pa= tios y a los mismos mue:-iles; y hay en las bodegas,

que miden muchas decenas de ki lómetros, un tesoro de vinos y licores de Jerez, de Opor to , de Francia. de Tokay , de Italia y de Alemania; y existen por valor de millones de libras esterlinas, en pieles magníficas, y mon tones de té, .que valen un dineral .

He estado resistiendo la tentación de dar algunas ci= fras para indicar las toneladas de bananas que llegan de Canarias y de Jamaica, 1,;S miles de barriies y cajas de uva y de naranjas que llegan de España; pero yo dejo a la imaginación del lector esas y otras cifra;: v cantidades, porque se supondrá todo lo que se neccsiío para llenar hectáreas y más hectáreas de espacio d^ todo cuanto el m u n d o produce . La cope de té de In^ glaterra, o la par te de esa copa que liega a Londres , pesa 300.000 toneladas al año y vale, en la equivalen= cia de nuestra moneda , mil millones de pesetas; al puer to de Londres llegan anualmente tomates por va= lor de 40 millones de pesetas; medio millón de ba= rriies de cerveza, o sea un t rago de más de 40 millones de pesetas. . . , y el papel y el cartón que pasó por estos

almacenes vale, en doce meses, cerca de 300 millones de pesetas.

—¿Quiere usted comprar una buena pie! de boa para hacer de ella bolsas de señora, zapatos y ca r te ras?¿Un juego de ajedrez de marfil tallado a m a n o ? ¿ U n sala= cot? ¿ U n ídolo de bronce?

• —Cosas caras han d e ser esas —digo yo a mi acompañante , que me responde;

—No,"baratísimas- Venga cone migo al depar tamento de objetos abandonados que no han sido reciamados por nadie y verá las gangas que le ofrecen.

En efecto; aqu í se puede coms pra r on t emplo budista por cinco chelines, aqu í está la piel de boa a !a disposición de quien la quic= ra por una übra , una cornaincn= ta de ant í lope por media corona. ¡Aquí, ai barato , ai barato'.. . . Pero ¿será posible calcular ci valor de todo lo que cont ienen estas maravillosas cuevas de Aladino?...

L. DE BAEZA

brir las art imañas ae íos que ios venden, porque se las ingenian £-os dos colmillos de mastodonte más largos del mando, almacenados en el inmenso puerto.

Londres , 1950.

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• - :

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C i l « Í I Í 1 | M {

El apretado grupo de los obreros que trabajan en los talleres de la Fabrico de Aeroplanos, de Geiafe.

^ eoTVi> t^r^uxr^ LA MUSFiR V LAS MAQIÜNAS

NTRU t a n t o c h i r r i d o m e t á l i c o , so i i a r d e p o l e a s y m a r t i l l a ­

z o s , e s t a s m u c i í a c h í í s t i e n e n u n a i r e i n g e n u o d e n i ñ a s ,

Mo i m p o r t a q u e s in a s u s t a r s e , s e n c i l l a m e n t e , a n d e n e n t r e

co r r eas , m á q u i n a s , a r m a t o s t e s d e h i e r r o y a p a r a t o s pe!igvo=

sos . ! ' o r e n c i m a d e t o d o c o n s e r v a n e s e r a r o o p t i m i s m o comi j=

n ica t ivo q u e i r r a d i a d e u n g r u p o d e m u j e r c ' , .

A l g u n a s l levan el b í u s ó n a z u l c o n gVandes n i a n c h s s d e gra=

sa, ¡a cara t i z n a d a : o t ra í . t i e n e n las m a n o s y ei t r a j e p i n t a r r a =

j cados d e r c i o y a m a r i l l o . . . P e r o q u e d a s i e m p r e u n a m i r a d a d e

m u c h a c h a fel iz , u n a a t m ó s f e r a a g r a d a b l e .

C l a r o e s t á q u e e s t a m u c h a c h a t r a b a j a d o r a y s e n c i l l a n o s a b e

¡o q u e r e p r e s e n t a n i !o q u e s u p o n e su a n i i e l o d e i r i d i ;pendcn=

cia. l i d s id es p o s i b l e q u e n o s e p a q u e q u i e r e i n d e p e n d i z a r s e .

N o i m p o r t a . La s e m i l l a , ba jo la t i e r r a , c r e c e r á f á c i l m e n t e

L o d e r i ícnos es la g e n e r a c i ó n q u e r e c o l e c t e el f r u t o .

tN GETAFl\ SE CONS=

TRUVIJN A E R 0 P L A > 4 0 S

E n e! a ñ o 1924 comGn=

z 6 a edificarse, en t o d o s

los s e n t i d o s d e ¡a p a l a b r a ,

el ed i f ic io m a t e r i a ! y mo=

ral d o n d e , p r o n t o , h a b r í a n

d e f a b r i c a r s e e s t o s p á j a r o s

r a r o s y m a g n í f i c o s , q u e

son los a e r o p l a n o s .

L u e g o e m p e z a r o n a lle=

g-ar h i e r r o s , m á q u i n a s ,

a c e r o s . . . V m u c h o s h o m =

b r e s , con s u s m a n o s d e

o b r e r o s y s u s t r a j e s d e

m e c á n i c o .

Y e n t r e los h o m b r e s , a

la ho ra de l t r a b a j o , t im i=

d a m e n t e al p r i n c i p i o , c o n

i n d i f e r e n c i a d e s p u é s , co=

m e n z a r o n a v e r s e t r a j e s

d e m u j e r e s , m e l e n a s d e

r n u c h a c h a s -

Hüs ta q u e , a l c a b o d e

u n o s m e s e s , s e a b r i e r o n

u n a s p u e r t a s g r a n d e s v

g r i s e s y s u r g í a , c o m o e n

un c u e n t o i n v c r o s i m i l , u n

a e r o p l a n o .

Esta linda operario so^ he manejar ¡os alicates y trabajare! acero ¡o mis=

" CERCA DE CfE:N...

fi! jefe d e t a l l e r e s va c o n t a n d o la o r g a n i z a c i ó n ;

- — C u a n d o s e m o n t ó la F á b r i c a i n g r e s a r o n ía mayo--

ría d e las m u j e r e s q u e t e n e m o s h o y . N o c r ea u s t e d ,

n a t u r a l n i e n t c , q u e e l l as h a c e n t r a b a j o s r u d o s . S e p ro=

c u r a — y p a r a e l l o e s t á n d e s t i n a d a s - • q u e i n t e r v e n g a n

s o l a m e n t e e n t r a b a j o s s e n c i l l o s , d o n d e se n e c e s i t e m á s

d e la p a c i e n c i a .que d e la i n t e l i g e n c i a y d e la fuerr^a.

N o e s p o r q u e e l las no s e a n c a p a c e s d e h a c e r l o , s i n o

p o r q u e a u n n o t i e n e n esa p r e p a r a c i ó n y a d i e s t r a m i e n t o

n e c e s a r i o s p a r a p r e d o m i n a r en la c o n s t r u c c i ó n d e u n

a p a r a t o d o n d e v a n a !u =

g a r s e ia v i d a los h o m b r e s .

A c t u a l m e n t e s o n cerc^

d e c i e n í ü . S e g ú n U s exi--

g e n c i a s d e l s e r v i c i o , e s t á n

s o l a s o e n t a l l e r e s c o n ios

o b r e r o s .

C a s i t o d a s v i v e n a q u í

m i s r n o e n G e t a f e . P e r o

t a m b i e n h a y b a s t a n t e s

q u e r e s i d e n e n M a d r i d .

E s t a s v i e n e n a G e t a f e en

t r e n , c o n u n p e r m i s o es=

p e c i a l q u e l e s d a e s t a casa .

Sin asustarse, sencillamente, estas muchachas andan entrt. máquiítas, 'armatostes de hierro y aparatos peligrosos.

OCHO HOHAS

DC TKABAJO

- - T o d o s , t a n t o o b r e r o s

c o m o o b r e r a s , e n t r a n a

t r a b a j a r a las o c h o m e n o s

d i e z d e ia m a ñ a n a . Sa=

l e n a c o m e r a las d o c e y

ve in te , .

A q u í m i s m o , e n la Fá=

b r i c ñ , h a y u n e g r a n can^^

t i n a , d o n d e p u e d e n co=

m e r , b i e n lo q u e t r a i g a n

d e s u s c a s a s o lo q u e

p i d a n ,

- ¿ P a g á n d o l o , n a t u r a l =

m,en tc?

— S í , d e s d e l u e g o . P o r

!a t a r d e e n t r a n a la u n a e n

p u n t o y s a l e n a las c u a t r o

y m e d i e . O c h o h o r a s j u s -

Page 14: Estampa-11!2!1930 - La Virgen Del Camino

t a s . L u e g o u n a s s e v a n a s u s casas d e G e t a f c y o t r a s

a tomar eí tren de Madrid.

SECCIONES DONDE TRABAJAN MUfERES

— L a í n d o l e d e l t r a b a j o — p r o s i g u e e l jefe d e taUe=

r e s — o b i i g a a q u e l a s o b r e r a s t e n g a n q u e t r a b a j a r , e n

la m a y o r í a d e Jos c a s o s ,

e n t a l l e r e s i n t e g r a d o s cas i

t o t a l m e n t e p o r b o m b r c s .

E n t r e e s t a s s e c c i o n e s ,

l a s m á s i m p o r t a n t e s s o n :

¡a s e c c i ó n d e t o r n o s , la

d e m o n t a j e d e l a r g u e r o s ,

a j u s t e , p r e n s a s , m o n t a j e

d e a l a s , m o n t a j e d e cos=

ti Has...

E n i o d o s e s t o s t a l l e r e s

las m u j e r e s t r a b a j a n ba jo

las i n m e d i a t a s ó r d e n e s d e

u n jefe d e s e c c i ó n , q u e , a

s o vez, o b e d e c e a u n j e fe

d e t a l l e r . A s í , e n e s t e es»

c a l o n a m i e n t O f S e Heg^ has=

ÍA e l d i r e c t o r d e !a Fá=

b r i c a .

EL SALARiO QUE GANAN

M i e n t r a s c o m e n e n la

C a n t i n a , s a c á n d o l o d e u n o s

e n v o l t o r i o s g r a s i e n t o s , l a s

f i a m b r e s y l a s t o r t i l l a s , m e

h e a c e r c a d o a u n a m u c h a *

c h a m o r e n i t a y d e l g a d a .

— G a n a m o s m u y p o c o ,

cas i n a d a . N o m e a t re=

v o a d e c í r s e l e -

C o m i e n z o e sa l a b o r p e n o s a n e c e s a r i a p a r a q u e h a b l e :

— ¡ N o , n o ! iQue n o s e lo d i g o !

I n s i s t o s i n d e s a n i m a r m e . A l c a b o d e u n r a t o :

— S e lo d i r é ; p e r o c o n u n a c o n d i c i ó n : q u e n o io

d i g a e n el p e r i ó d i c o . . .

L a c o n v e n z o a i f i n .

— [ U n a m i s e r i a ! E n t r a m o s g a n a n d o d o s c i n c u e n t a .

C o n e s t e s u e l d o e s t a m o s b a s t a n t e t i e m p o . N o n o s lo

s u b e n h a s t a q u e , p a s a d o s m u c h o s m e s e s , d e m o s t r a s

m o s s u f i c i e n c i a , c a p a c i d a d , a p l i c a c i ó n . L a m a y o r o

m e n o r p e r m a n e n c i a e n la c a s a t a m b i é n ¡ n f l u ^ m u c h o

e n e l s u e l d o .

—No. Únicamente que sepamos leer, escribir y muy pocas cosas de números.

SOCORROS PARA LAS QUE

VAN A SER MADRES

C u a n d o u n a o b r e r a d e e s t a f á b r i c a va a s e r m a d r e ,

c e s a , n a t u r a l m e n t e , d e i r

al t r a b a j o . Y e n t o n c e s p u s

d i e r a o c u r r i r q u e , c o n el

s u e l d o d e l m a r i d o , n o tu=

v i e r a n s u f i c i e n t e p a r a sa=

t i s f ace r las n e c e s i d a d e s d e

la c a s a . E n p r e v i s i ó n d e

e s t o , la F á b r i c a t i e n e ase=

g u r a d a s e n u n a C o m p a ñ í a

a t o d a s las o b r e r a s .

E s t a C o m p a ñ í a , c u a n d o

l l ega la o c a s i ó n , p a s a a la

e n f e r m a t r e s p e s e t a s dia=

r í a s d u r a n t e t r e s m e s e s .

L a d a n , a d e m á s , u n a can=

t i d a d , c o m o g r a t i f i c a c i ó n

o a y u d a .

Y l u e g o , r e s t a b l e c i d a la

e n f e r m a , p u e d e v o l v e r

o t r a v e z al t r a b a j o .

A estas laboriosas muchachas no les importa mucho mancharse de pintara. Etlas saben que el trabajo, en ciertos momentos, está por encima de la coquetería.

E s t a e s la v i d a d e e s a s

c í e n m u c h a c h a s q u e s e

g a n a n e l p a n a y u d a n d o a

lo s h o m b r e s a c o n s t r u i r

a e r o p l a n o s . V i d a v u l g a r ,

p e n o s a , m o n ó t o n a . . .

P e r o ¿ n o e s e s t a v i d a ,

i g u a l y c a n s i n a , m a g n i =

f ica c o m o s í n t o m a d e u n a

r e a l i d a d ?

D e m i s c o m p a ñ e r a s , la q u e m á s g a n a a c t u a l m e n t e ,

c o b r a c u a t r o p e s e t a s . Y lo m á s q u e p o d e m o s l l e g a r a

g a n a r s o n se i s p e s e t a s .

— ¿ Y s e l e s e x i g e m u c h o s c o n o c i m i e n t o s p a r a i na

g r e s a r ?

L a r e a l i d a d d e l s i g l o d e l a s m á q u i n a s , d e la mecá^:

n i c a y d e l f e m i n i s m o . . .

J O S É D Í A Z M O R A L E S

(Fotos Contreras y Vilaseca )

P R E C I O S r ú b f l v n BBVE^PPIt

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F O R D M O T O R I B É R I C A B a r c e l u n a

Page 15: Estampa-11!2!1930 - La Virgen Del Camino

esfampa

(Chele, despíiés de fu­garse de-«Sania Rila», saca a Marisa del internado; y la colegiala, con atavíos de tanguista, se ve arrastrada en el vértigo de tina vida fantástica y alucinante.)

—^Marisa , . . Chele . . . ¿Querrá usted decimos algo sobre estos mucha­chos? — preguntamos a Valentín de Pedro.

—¡líombre! I ^ que yo sepa de ellos...

—¿Novios? —No. Camaradas. Mo­

dalidad de relaciones en­tre chico y chica, que la n u e v a generación h a aprendido en películas.

— ¿ Por consiguiente , dos buenos aficionados del «cine*?

—¿Podría ser de otro modo, tratándose de mu-ih-ichos de hoy? Marisa, singularmente , es u n a

criatura seducida por el canto de las sirenas que se le­vantan en los ma­res de luz de las pantallas. Del mis­mo modo que las heroínas de Ibsen, en el siglo pasado, querían vivir su vida, ella quiere vi­vir su película. Bn

vez de explorar su interior, vive haci^ fuera, en su ansia de gozar de todas las cosas bellas que hay en la vida,.. y le interesa más que poseer una personah'dad, poseer un automóvil... Su colegio le parece una cárcel cuando lo compara con esos colegios norteamericanos 'que se ven en las películas, donde hacen de las suyas Marión Dawies y Bebe Daniels...

—¿Y es eso lo que la impulsa a fugarse? — Eso y otras cosas... Quizás ella sola no se hubiera

atrevido. Pero ahí está Chele, que pone en marcha el motor de sus secretos deseos; y que no contento con fugarse él de «Santa Rita», saca a Marisa del in­ternado. ..

^ ¿ Q u e se fuga de «Santa Rita»? Eso es de una dificultad insuperable...

—No para él, por lo visto. Es claro í|ue recurre a un ardid sorprendente, que pudiíra parecer inverosí­mil; píTO no io es tanto, puesto que él no hace más que repetir una hazaña que ha visto relatada en un periódico; un recluso, de no recuerdo qué país, usa aquel singular recurso de su astucia para salir de su prisión, y él lo imita, además, con sus cómplices...

—¡Ah! -—Pero aun así, crea usted que sólo Chele es capaz

de semejante cosa. En su fuga arrastra a Marisa hacia su mundo. Y así pasa la colegiala, de la vida casi claustral de un internado de monjas, a una exis­tencia desorbitada; esa misma existencia que ha he-

Marisa, la muchacha que ha vi= vido t>24 horas fuera del colegio», una existencia prodigiosa, de s/n» guiares aventuras, vista por Ri=

vero Gil.

cho necesaria la camisa de fuerza del correccionai para Chele. Este proporciona a la muchacha ios ata­víos de una tanguista, para que entre adecuadamente en su mundo.

—¿Y juntos corren las mismas aventuras? •—^No. Sólo en parte. Juntos aparecen en determi­

nados momentos, y nada más. El tiene su ^'^da, ya

polvo puede ser la peña; en un dia una batalla pérdida o victoria ostenta; en un dia tiene el mar tranquilidad y tormenta; en un dia nace el hombre y muere...

Las veinticuatro horas de este día de Marisa están cargadas de la vida de muchos años; cada hora le trae una sorpresa; cada hora es una puerta que se, abre para ella a determinadas zonas de la ciudad, que para muchas gentes permanecen cerradas durante toda la vida; puede decirse que cada hora que pasa conoce un mimdo distinto, que ella va trastornando con su presencia de virgen arriscada, hasta llegar a horas de pesadilla y de crimen...

Esto es lo que nos ha contado Valentín de Pedro de los protagonistas de su nueva novela 24 horas fue­ra del colegio. Ahora, vamos a le«"la.

El notable escritor Valentín de Pedro, autor de la inferesantísima novela 024 horas fue=

radel cokgio». - (Foto Zapata.)

de suyo complicada y borrascosa; y ella se ve arrastrada por el torbellino de los hechos que se suceden a su alrededor. Chele es ese tipo de muchacho al que sólo interesan la satisfacción de sus ape- , titos, en una frenética anticipación; cuyo instinto es potro sin brida; que se cree nacido para disfrutar del mundo y carece de otras preocupaciones que la de agen­ciarse los medios para ello, sean lícitos o no. En cambio, Marisa marcha deshim-brada, y todo en ella son vagos sueilos, que ia llevan, insensiblemente, a las más feroces realidades, a estupendas aves-turas.

^ ¿ N o serán muchas, sin embargo, ya que su existencia fuera del colegio es sólo de veinticuatro horas?

—(Que no? Recuerde usted aquellos versos de El Alcalde de Zalamea:

En un dia el sol alumbra y falta; en itn dia se trueca un reino todo; en un dia

(Dibujos de Rivero Gil.)

Marisa y Chele, los dos cámaras das—ella fu^ gada del coles gio y él de > Sania Rin

fa^—que cul=

L. M.

fivan esa moda= Udaá de relacio= nes entre chico.y chica, que la núes va generación ha ^prendido en pes

lículas.

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Page 16: Estampa-11!2!1930 - La Virgen Del Camino

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Page 17: Estampa-11!2!1930 - La Virgen Del Camino

En realidad, Claudina no se había marchado nunca (entiéndese que me refiero a! traje típico de Claudina,

y no a Claudina niña o mujer, o mujer-niña, o niña-mujer) desde gue ella, allá por las postrimerías de! si­glo pasado, hizo su aparición en la literatura e inmedia­tamente después en la moda.

Ei típico traje aclaudinado (descartando el pelo cor­tado a media melena, a !o Colette o a To Pelaire, semilla que no había de fructificar hasta muchos años más tar-{le) ha venido perdurando por encima de todas las mo­das, si bien sometiéndose, naturalmente, a sus oscilacio­nes sucesivas.

Lo mismo que hace un cuarto de siglo, con talle de avispa y falda hasta los pies, subsistía e! tipo de la he­roína de Villy hace cinco años, con la falda por la rodilla y el traje de hechura "seco".

Un detalle basta siempre para marcarlo con sello in-

TALCO IDEAL PARA TODOS tOS USOS PERFUME ORJEMTAt-KAC/^RYOCRE-ROSE

coníundible, y ese detalle es el insuperable cucüo que lleva el nombre de Claudina, redondo \ liso, completado casi siempre con una corbata chalina; ese cuello impe-

Vestido de «flamenga>>, g cuadritos negros y blancos, con cuello y puños blancos y cinturón y corbata negros. fCrea=--

ción «Jenny».)

recedero, de una gracia inmutable, que es una de las más deliciosas formas que puede lomar la "nota blan­ca", de la cual me ocupé, hace ocho días, en estas mis­mas columnas.

Desde su creación (creación que vale ciertamente por

toda ia obra del Sr. Villy y alcanzará quizá la inmor­talidad) hasta hoy, el cuellecito Claudina ha sufrido bien pocos eclipses; ha sido compatible, con el impeno

de lo "deportivo" y de lo "masculino", porque resultaba práctico y muy "a lo chico"; hoy es compatible también con la feminización actual d^ la moda, porque resulta

"de chiquilla" y porque favorece.

Y después de todo, el cuellecito claudinesco está más

en su lugar en los trajes de ahora que en los de hace cinco años, porque estos trajes actuales, más largos, con

más vuelo y con el cinturón más alto y el talle más del­gado (o que lo parece por estar situado entre dos cur­

vas), son ya un primer paso en el retorno hacia los de la época de su creación.

Alguna tímida fantasía apuntó siempre en muchos cue-llecitos Claudina: un bordado, unos vivos de color, un piquülo de encaje; pero hoy precisamente, al lado de

estas variaciones, que respetan, desde luego, la consabi-

El tónico de la mujer. Evita e] Jolür, normaliza los trastofnos Farma'ias.

da forma redondeada, resurge con vigor e! cuello clau­dinesco en toda su piireza; para mayor fidelidad, hasl'i se hacen en pj<]ué y se completan con los puños blancos,

Page 18: Estampa-11!2!1930 - La Virgen Del Camino

Cttompo

Áv£Nf0A DE LA LiBEiaAq,25 S A N SEBASTIAN

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.!-,Tr_ í " ' - . •

Page 19: Estampa-11!2!1930 - La Virgen Del Camino

Vestido de noche, de *crépe satial^ negro, con ¡a falda en forma y fruncida. (Crea=

ción <tCbar!otte Apperfst.)

el cinturón estrecho y la posible corbata chalina.

Gracias a estos cuellecitos, cualquier nm-jer (abolidas ya las barreras de la edad fe­menina, mucho más fácilmente que las.di­ferencias sicuales) puede darse íioy el gus­to dé componer, si no el tipo de la colegia­la perversamente ingenua de otra época, al menos el de la chica cstudianta, sanamente sabia, de hoy.

La pegadura desigual

No recuerdo en este momento (¡ Cuán­tas lagunas tiene mía en su pequeña cultu­ra!) si en la historia de nuestra-moda hay antecedentes de la désiguakiad en pl largo de las faldas que venimos

Vestido de noche, de crespón de China amas rillo, ron el cuerpo anudado por detrás y la falda fruncida. (Creación iÁlice Bernard*.)

más o monos acentuados; a veces, sola­mente cuatro grandes picos o cuatro an­chas ondas, o una sola por detrás o por delaníero; o la pegadura es oblicua por una sola parte.

V estas pegaduras desiguales vienen a ser la nota más saliente, en todo caso !a más característica, de los vestidos de esta temporada, lo mismo en ¡os de noche que en los de tarde.

S/ fableado en forma de aban/co

V I N O B L A N C O

luciendo..., o padeciendo, desde hace varias temporadas. En un principio, los vestidos se alargaron solamente

por detrás; luego se intentó alargarlos por delante, si bien con menos éxi to ; luego, por lui lado ¡ luego, por los dos ; luego, alrededor.

AI llegar a este punto ía desigualdad dejó de serlo y pareció que los arbitros de la moda habían realizado así el misterioso objeto que venían persiguiendo; o sea el acostumbrarnos a !a falda larga, cotí las debidas precau-

Vestido de tarde, de tGeorgettei» azul f&mie, con panos tableados, formando abanicos a ambos lados. (Creación

*lvíar¡ial et Armando.)

go se ha propagado ahora a la pegadura de la falda con el cuerpo.

Muchos son hoy los vestidos de hechura princesa que carecen de toda interrupción horizontal; pero muchos

¿Qué creador genial inventará una ma­nera completamente nueva de disponer el vuelo en los vestidos femeninos?

' 7 .

V I U D A D E R U E T E

E S P 0 2 Y N A , 17

HJii^millk Maoíafena. 17: Precjarios. lO; Bravo Kurilto. 107 y Mv<nU-ra. 34 (esqtiina'a Jarfliiifis),

son también los que, con o sin cinturón, llevan una fal­da "en forma" o fruncida pegada aS cuerpo; y esta pe­gadura se hace casi siempre irregular.

P o r esta causa, a veces forma ondas, o picos o almenas

Esta es «na preocupación de la que nos hemos visto libres mucho t iempo.. . : todo el tiempo que hemos esta­do llevando vestidos sin vuelo.

Entre los mil y pico de procedimientos que emplea­mos, algunos no son del todo vulgares; entre ellos el de los amplios canelones, surcados verticalmente por jare­tas horizontales, y el del paño tableado, en forma de abanico, que se coloca a un lado o a los dos-

(Potos Isabey.)

No existirán usandq PILOSERVATOR Abrótano Macho MARCOS

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Page 20: Estampa-11!2!1930 - La Virgen Del Camino

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Page 21: Estampa-11!2!1930 - La Virgen Del Camino

Desde eí Santuario hasta el HumiUadero van, en penitente adoración, las novenarios

O ütrAen del no abandone sus tierras y las salve de la condenación de la sequía.

Desde e! Santuar io hasta el Humil ladero , van, en penitente adoración, Jas noven arias—unas de rodillas, otras descalzas^—haciendo el Viacrucis; en más de un grupo va algún viejo, en cuyo arrugado rostro quedaron graba = dos los surcos de la dura tierra que se niega a producir , y también eí po^ bre viejo llora y reza, implorando del cielo el envío del agua vivificadora.

En un día de julio de les t iempos aquellos del decimosexto siglo en que gobernaban Doña |uana la Loca y Felipe el Hermoso, se hallaba apacentan= do , no lejos de la ciudad de 'León, sn rebaño un pastor flamado S i m ó n G6= mez Fernández, natural de Velilla de la Reina, y—según describe Viliafa= ñe—-se le apareció ia imagen de la Virgen, que le dijo: *Ve a la ciudad y avisa a! Obispo que venga a este sitio y coloque en lugar deferente esta mi imagen, la cual ha quer ido mi Hijo aparezca ei» este lugar, para bien d e toda esta tierra»; poseído de admiración o de sorpresa, pudo al fin balbucear eí pastor: «Señora: ¿Cómo me creerán si no doy alguna señal de que vos sois \t

Santuario de la Virgen del Camino, de León.

CADA imagen de la Virgen tiene peculiar adoración: a una recurren las mujeres, Como la guardadora de sus grandes secretos; es otra la acogedora de todas sus

penas, de todos sus dolores; se postra la gente moza ante una tercera, en demanda de protección para un desdeñado amor. A la Virgen de ! Camino llega frecuentemeñ= te una compacta muchedumbre hambrienta , que eleva sus manos huesudas , sarmen* tosas, hacia la imagen; ¡los campos tienen sed!; ¡los labriegos se mueren de hambre !

La Virgen del Camino es i a protectora d e los campes inos : as tur ianos , leoneses y gailegos ponen en ella frecuentemente una oración, pidiendo que

que me enviáis?» A lo que replicó la Virgen: «Dame esta honda que t ienes en la mano*, y, tomándola , arro= jó ana piedra ccn eila, y dijo: «Di al Obispo que venga y encontrará aque= lia piedra tan grande que será s e ñ a i d c que yo te en vio, y en el mismo sitio en que estuviese, es voluntad d e mi Hijo y mía q u e s e coloque mi imagen.*

Trasladados el Obispo y prelado a aquel lugar, vieron una enorme piedra q u e an tes nú existía, y acordaron inmediatamen= te levantar u n a ermita, que después se convirtió en ei actual Santuar io , y que se denominó de l Ca mino, porque la aparición fué cerca de! camino reaí, en ei lugar donde , según antigua creencia, está ci Humi l ladero .

M I G U E L M O R A N

D E L V A L

Cam pesi= no de la tierra leonesa, des voto de la Virgen del Camin

Ermita erigida en el lugar donde se le apareció la Virgen al pastar Simón Gómez. (Fotos H. Puenfe.)

Page 22: Estampa-11!2!1930 - La Virgen Del Camino

arfisíbisíde ííinesierian muif ^

m tuvieratfque mnle^ar retfibetL

iRieníos la p luma, pidiéndote por favor man= I darme una fotografía que sea la perfecta imagen de esa cara y esos ojos de los cuales yo me he envelesado.

^Además (de no ser ya molesto) desearía q u e en él iría la siguiente dedicatoria; *AI sol= dadito de 17 años que me quiere en silencio.»

»P. D . N o mando sello para la respuesta

Marina Torres, ta gran creadora de la hetoiaa nacional <sAgusiin€i ds Aragón^, ha recibido una carta de un admirador, en la que, eaire otras co= sas, la dice: ^Destnaciadas» líneas necesitaría para expresaros ¡a admiración gue siento hacia 4fáz».

LOS COLECCIÓN fSTAS DE FOTOS

UANDO una damisela o u n caballerete padece ia monomanía de coleccionar se -•

líos, impor tuna a todos sus amigos con sú plica de guardarle cuantos puedan caer en sus manos; pero no se lé ocurre dirigir una carte al Director general de Comunicaciones d e I^^ga o ai Presidente de la República de Liberia, por e jemplo, d ic iéndoles : «Siendo esc mi país fa^ vorito le agradeceré tenga la amabil idad de enviarme la colección completa de sus sellos, y, si no le es demasiado molesto, su autógra= fo también >

En cambio, si su capricho le lleva a co= leccionar fotografías de artista'í c incmatográ = fieos, le parecerá más que suficiente su t í tulo de aficionado para recibir , completamente gra= tis, la imagen d e sus fevoritos. Genera lmente escribirá cartas, plagadas de -extraños elogios, con una sintaxis y ana ortografía tan pintos rescas como las que disfruta ésta, dir igida a-Mar ina Tor res , la gran creadora de la heroí= na nacional Agustina de Aragón:

«Al dtrijiros ias presentes lineas, t e m o ina currir en el más grande de los errores, pues t e m o enojaros y t e m o ridiculizarme ante voz.

»Desinaciadas líneas necesitaría para cxpre= saros la admiración que siento hacia voz, vues" tras dotes artísticas, no encuentran en mi 03= pacidad palabras para ensalzarla, y en fin señorita. . . , para que continuar describiendo lo que tantos cientos de veces habéis oído, y q u e mi poca capacidad me impide repetírosla como voz os la merecéis?

^Al dirijirme a voz impulsado por el entusiasmo que en mí brota su n o m b r e , lo hago para ver de con= seguir la más grande de mis ilusiones actuales, y ello es. . . ver de conseguir u n autógrafo y una foto de su divina persona.»

O como ésta, no menos pintoresca, que recibió hace poco ia gentilísima imperio Argentina:

«Admirador ferviente de vuestro arte y hermosura , y acordándome mucho de la luz de vuestros divinos ojos, por haber te contemplado en persona y en unas películas, es por io que mi corazón guíe en estos mo=

les basta el regalo d e una foto lo más grande posible y autografiada: necesitan que el actor o la actriz con= sagrados les ayuden para llegar a ser sus rivales. Eso sí, generalmente, toman la precaución de dirigirse a un consagrado del sexo contrario, quizá con la cspe» ranza de adular en ellos el inst into de «descubridores».

Véase la muestra:

«Ecmo. Sr. Kuindós , Empresario y pr imer actor de la película Esperanza.

«Señor. *Como no se si recordará Ud. de mi , le

envío un re t ra to mío dedicado y le suplico me mande otro suyo: no tema al hacerlo, [>orque si bien actualmente la posición de mi familia es modesta (siempre m u y decente) hemos te« nido cuat ro criadas.

»He trabajado por tercera vez en mí vida c p n ^ conjunto en su peKcula y ya en ninguna otra lo haré si en ella usted no participa. Ya le conocía por fotografías de periódicos espas ñoles y extranjeros, pero había admirado únl camente (y perdone) al caballera bien pare= cido de t ipo chic y elegancia natural ; pero ahora he admirado al gran actor dramát ico y me maravillan sus gestos y acti tudes tan ve^ races. Yo quiero que usted me enseñe a llo= rar, m e haga artista. ¡Perdone el atrevimicna to Comprendiendo que entre almas y arte no pueden existir prejuicios sociales!...»

Otra muestra verdaderamente característica: «Señorita Elisa Ruiz Romero. »Extimada y dist inguida señorita. Cuanto siento tenerla que molestar por

tan poca cosa, mi gusto es el de comunicarle que teniendo deseos desde hace muchísimo t i empo el querer ser artista cinematográfico, pero no haber podido ser antes por ser me^ ño r d e edad , hoy día cuento 17 años; y me encuent ro bien quisiera ver si podría entrar en alguna casa española d o n d e pronto aprendiera lo que debe saber una artista del gran cine= ma, por lo q u e se lo comunico a Ud. Yo a su lado sería feliz, Ud, señorita Ruiz la mujer

porque ¡pobre d e m i ! no me IIega> Estos, a l menos , pagan en elogios el

favor que solicitan; pero ¿qué pensar de quienes escriben cartas como ésta?:

sSrta. Elisa Ruiz Romero. »Le agradecería infínito enviase su

fotografía a ia dirección.. . »Le d las gracias anticipadas su ad=

mirador.. .»

LOS PRÁCTICOS

Pero algunos van más lejos en sus peticiones. N o

" A Elisa Ruiz Ros mero, en cambio, le ha salido un admirador que le ha pedido el retrato, y apenas si le da las gracias.

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más guapa, más simpática y bella como ningxina de las mujeres es la única que podría interesarse por mí.

»Soy listo y más en lo que se quiere, mi afán es el ser artista y sería capaz de dar la vida por i rme a su lado, por aprender de Ud . y de sus compañeros (pero no tengo quien me ayude y por eso me atrevo a escribirle esta carta mal redactada) ya que Uds . son felices y más feliz sería yo si estuviera a su lado, qué alegría el sólo pensar que mi corazón t iene fe en Ud. y me dice que nunca jamás olvidaría de que tengo el gusto en llegar a ser artista y que con su ayuda llegaría a serio...»

Bueno, vamos a dejarlo. ¿A qué perder el t i empo comentando esa carta que su autor reconoce mal re» dactada? Su humildad le salva, pero ¿en qué cono= cerán estos pobres diablos que t ienen vocación ar= tístlca?

LOS ENAMORADOS

En el correo de las fiestrellas» y «ases», el mayor contingente corresponde a las declaraciones amorosas. Tan grande y extendida se halla entre los aficionados al «cinc» la cos tumbre d e ofrecer c! corazón y la mano a los artistas favoritos, que sobre ella podría escribiree un largo libro de muy sabrosa y divertida lectura. Muchos son ios casos que Conozco de pasiones flcinc=> máticoamorosas* más o menos duraderas ; pero, entre todos ellos, descuella el que tuvo por protagonista a Suc Carol, la joven actriz rea cicntcmentc incorporada al cinema americano.

Entre los numerosos admiradores descono= cidos de la linda estrella había uno de l estado de Ohío par t icularmente asiduo; la escribía diariamente y, aunque ella jamás había cons testado, él la t ra taba como si verdaderamente hubiera recibido el dulce sí. F ina lmente , u n día, envió una especie de contrato, redactado en términos abos^descos, en el cual se esta* blecía que si, dos semanas más tarde, ella no había contestado nada, quedaría tác i tamente entendido su compromiso de casarse con el hombre de Ohío antes de un año. Tampoco esta vez se tomó Sue Carol la molestia de cons testar y al cumplirse el plazo recibió el siguíens te telegrama:

«¡Hurra! N o ha contestado y d e aci^erdo con nuestro contrato es mi promet ida . Legalmcntc no puede casarse con otro.»

Terrible amenaza d e la q u e se habrán bur» lado muy l indamente Sue Carol y su novio oficial, el simpático galán r u m a n o Nick Stuar t .

EL ESPEJISMO DE HOLLYWOOD

¡Ir a California, trabajar en u n o de esos magníficos estudios ' popularizados po r fas re=. vista» de todo el m u n d o , ver a los «astros» rutilantes que el oro americano supo reunir en el pequeño perímetro ocupado por Los Angeles y su arrabal Hollywood! Sueno que .

acariciado por millones de c a b e c i t ^ locas _en

los r incones de la t ierra, es como u n viento c

menta que empuja hacia las playas califomianas a lud h u m a n o condenado a perecer entre los de la realidad.

Dígalo, si no , Jacit Castello que , decide su a España, sólo recibe cartas por este estilo:

«Usted que ha estado en Hollywood sabe seguramente muchas cosas relacionadas con si cine y les art istas.

^También no ignora que en España Hallar trabajo es cosa difícil, por lo tan to los q u e tenemos intención d e p roba r fortuna ya en Norteamérica , u otro país, queremos y nca cesitamos al mismo t iempo la ayuda de ais guien, ya con su influencia o consejos.

»Yo quisiera saber h vida que en Holly» wood llevan los extras; p o r q u e p o r m & que yo m e lo imagine de u n mo d o más o m e ­n o s exacto, no podré hacerme nunca capaz de su realidad. Lo que yo ansio sabet es : qué horas son las de t rábalo en eJ estudio; cuánto cobran aproximadamente por sema na; si hacen además d e esto algún otro oficio; si es difícil hallar una oportunidad para el que no es muy hermoso, y por úU

También Isabel de Varona hareci=

bido cartas piatores» cas en ¡as que se /e hacen

fanfásficas proposiciones..

Sue Carol y su novio Nick Staart, A Sae Carol le salió an admirador que ¡a escribía diariamente, aunque ella no le contestaba, y que la trataba en sus cartas como si ella le hubiera dado el dulce sí.

t imo , si es verdad lo que dicen del gran n ú m e r o de extras que hay en Hol lywood.

*Con lo que ha oído quisiera se formara un concepto de mí ; no sí teri t go ta lento; esta es una cosa q u e Ud . no puede adivinar, o si s irvo para ar t i s ta ; s ino si mi acc ión es pura, verdadera

y no como la d e muchos jóvenes, que £é llaman afi= Clonados al cine; que sólo t ienen que están medio enamorados d e a r t i s t a s más o menos hermosas.

Jack Castello, desde sa regreso a España, después de sa estancia en Hollywood, recibe numerosas cartas de aficionados que le hacen toda suerte de preguntas acerca de la vida en la gran sede de la

cinematografía norteamericana.

^Espero pues que me contestará, d á n d o m e .fuerzas para esta lucha e n caso d e q u e m í dest ino esté en ella, o me desan ime si n o h e nacido para ella.

»P. D . Perdóneme, ^ a b e si a través del m a -qirillaje se nota si u n o se pone colorado?*

Toda la carta es un poema de ingenuidad que culmina en ta última frase. ¿Qué puede Contestar a esto lack Castello? Lealmente, debe^ ría decir a sus consultantes que las camare= ras , las dependientas , las manicuras , de Hollys wood—ir.ás bellas q u e ías d e cualquier otra ciu« dad del planeta—podrían contar su trágica odís sea hasta conseguir esc puesto después de ha= ber agotado sus recursos y su resistencia frente a las puertes inaccesibles de los estudios cines matográficos; q u e por cada extra que llega a convert irse en par t iquino hay cien que apenas t i enen lo necesario para vivir y mil a pun to de tallecer por inanición. Debería decir esto y otras muchas cosas, pero, ¿a qué des t r i r los sueños dorados de tan to i l so?

LOS PlNANCfEROS

Q eda todavía otro t ipo d e aficionado más peligroso q u e todos los demás : es el arbitrista que pone cerco a la fortuna—real o imaginas r ía—de los artistas, y escribe constantemente cartas con proposiciones tan fantásticas como esta que recibió Isabel de Varona:

«Conociendo su simpatía por el ar te cinema» tográfico y sus deseos de actuar en él como actr iz

y editora, me t omo la libertad de dir igirme a usted para exponerle las condiciones en que yo trabajo.

»A/e comprometo a realizar un pequeño film, de la mi tad de metros aproximadamente de u n film ca= r r iente , por la cantidad de seis mi l q u í n i e n t ^ pésetes, en e l plazo d e cuarenta días»...

¡Los dioses tutelares velen por nuestra [Hibre cine= matografía! ¿Qué nuevo esperpento amenaza a nues= tras salas de proyección si alguna incipiente «estrella» se deja seducir por tan miríficas promesas? Conven» dría pone r de moda , para evitarlo, entre los artistas de la pantalla, esta súplica ferviente: «De los «finan= cieros», líbranos, Señor.»

A M P A R O V E R A R D I N Í

mimmm

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CONplriSTA rytL VAH

(Vea asted las fres primeras informaciones de este reportaje en hs números de ESTAMPA del 21 y 28 de enero y del 4 de jSrero.}

IV

HAMBRE Y SUENO

MA Carrera precipitada hasta e! Puente de Se^ govia. Aquí nos detenemos para tomar aliento.

Y, sin ponernos de acuerdo, nos sentamos en el pretil. Es noche cerrada.

¿Qué hora será? Imposible, en un régimen así de vida, seguir la pista de las horas. Sólo sabemos con certeza que tenemos dos pesetas. Y esto es un motivo de alegría. Por seis reales podemos dormir los dos én un iecho, a cubierto de la intemperie, y sobran aún cincuenta céntimos. Nos hemos informado perfecta^ mente.

El caso es que, además de suefío, tenemos un hambre canina. La comida del mediodía fué tan ligera como la generosidad del Andoval. ¿Se podrá comer algo por cincuenta céntimos? Naturalmente que sí. Si no fué» ramos unos principiantes en esta vida de la miseria, no se nos hubiera ocurrido pensar semejante tontería. Este hombre que hay cerca de nosotros, ¡unto a un tenderete que arroja un humo espeso y maloliente, tiene delante unas cosas que parecen comestibles.

-'¿,Qué es esto? -—Rosetas valencianas. ^¿Cuánto valen? —Quince céntimos cada una. Comemos una cada uno. Y nos quedamos como en

éxtasis ante el tenderete, mientras yo acaricio la una setenta que me queda en ei bolsiÜo. Están superiores.

Pero no podemos ya dilapidar más que veinte céntimos si no queremos quedarnos sin dormir. Y el sueño que tenemos lo domina todo y nos «la fuerzas para resistir la tentación. ¡Pero bien sabe Dios que, menos el que nos dejen dormir tranquilos esta noche, hubiéramos sacrificado todo por comer de estos pedazos de ojaldre con azúcar hasta hartarnos!

LA CASA DE DORMIR

Yo duermo aquí, en la tercera alcoba, según se entra en ei dormitorio del piso bajo, a mano derecha. Hay oíros cinco durmientes en las cinco camas que se amontonan en tan pequeño espacio: dos paralelas a la mía y tres perpendiculares.

Para llegar a la cama que me han destinado he tenido que rozar con la chaqueta las barbas de un hombre que duerme panza arriba, con medio cuerpo fuera de las sábanas, lanzando estridentes ronquidos. Si quisie= ra, con sób alargar ia pierna podría darle un puntapié; de lo cual confieso que me sobran las ganas, porque no va a haber manera de dormir con este estruendo. ¿Y qué menos puedo hacer que sacar el pie por debajo de la ropa y sacudirle la cama todo io fuerte que puedo? Pero es inútil. Se diría que ahora ronca más fuerte, como los niños cuando se les mece. Le veo a la claridad de un reflejo que entra por la ventana sin ma= deras, panza arriba siempre y roncando con un estré= pito intolerable.

Entonces me incorporo en busca de una de mis botas. ¡Pero ya no me acordaba de que mi calzado son

Yo duermo aquí, en ¡a tercera alcoba, según se-e/dra en el dormitorio del piso bajo, a mano derecha. Hay otros cinco durmientes en las cinco camas que se amontonan en tan pequeño espacio: dos paralelas"a (a mía y tres perpendiculares-

Gracias a que la gente tiene la

?enerosidad de dejar os braseros en la calle,

para que los desgraciados sin hogar, como nosotros, puedan calentarse. (Fotos Benítez-Casaux.)

unas tristes zapatillas de goma, incapaces de hacer ruido aun dando una patada sobre un suelo de madc= ra con ellas puestas! Me incorporo otro poco y logro atrapar una de las botazas fuertes, claveteadas de ta chuelas, del estrepitoso durmiente. La cojo con las dos manos y la tiro con todas mis fuerzas contra el entarimado, debajo de su cabecera.

Ahora el recurso ha surtido efecto. El ronquido cede unos momentos. Mueve un poco ia cabeza, abre y cic= rra la boca, como saboreando algo.

Tranquilo ya, me acuesto de nuevo. Pero, ¡oh do«" lorl Comienzo a oír, en una extraña sinfonía, los dos ronquidos de las camas paralelas a !a mía y los tres de las camas perpendiculares. Y, un poco más débi= les, de las otras habitaciones, vienen infinitos ronqui» dos más, en todos los tonos, de todos los matices, desde uno que parece un continuo gargajeo, a otro que lanza un sibilante zumbido, como el de algún gran mosquito que volase por la habitación.

Trato de dormir, sin embargo. Mi sueño atrasado me pesa en los párpados, como si fuera a realizar el tránsito en seguida, y mis miembros cansados sienten la Caricia del reposo, Pero, cuando parece que voy sumergiéndome en eí sueño, un ronquido más fuerte que ios otros, una tos, la entrada de la dueña que da la luz en algún dormitorio de al lado, para dar paso a un nuevo huésped, )^e despierta.

Es uno de ios primeros días fríos de la temporada, y la gente se ha apelotonado aquí, sin dejar apenas sitio. Yo he tenido que venir a esta alcoba y Rivero se ha debido quedar en otra.

Estoy a punto ée desasosegarme y perder para toda ia noche la esperanza de dormirme. ¡Si lo lograra!... ¡Cómo duelen ahora las rosetas que me he dejado de comer con los tres reales que me he gastado en la camal Siguen oyéndose los ronquidos, ásperos o suaves, fuer= tes o débiles, cortados o sibilantes, de todos los dur= mientes de las cinco alcobas, que están separadas de ia mía sólo por un vano sin hojas y sin cortinas de nin: guna clase. Y sigue, sobre todo, el zumbido de mosquil to que viene del punto más lejano, al parecer, pero que se mete dentro del oído, como sí estuviese cn= cima.

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Gracias a que este buen amigo, cuya cae becera coincide con mis pies, a quien yo be he= cho cejar en su faena en Un irlal pensamiem: to, comienza ahora de nuevo su estrépito. Ya dejan de oírse todos los demás ronquidos de to^ das las alcobas, incluso los de las camas más cercanas a !a mía. Ya só!o se le oye a é¡. Y gracias a este arrullo monótono, de una ad= mirable constancia, sin alternativas y sin fili» granas, puedo, al fin,

entregarme a Morfeo después de haber oído a un reloj dar las once-

Les aseguro que es un bien triste despertar, tras dormir hasta saciarse, y sintiendo este débil y agrá» dabie apetito que da el sueño, saber que no se va a poder desayunar como uno querría.

Ahora, a la luz grisácea que entra por la ventana, contemplo esta sucesión de dormitorios en que he pa= sado la noche: unas sábanas patentemente sucias, como si cinco o seis parroquianos—¡y qué parroquianos!—me hubiesen precedido en el reposo sobre ellíis después de su última lavadura. Un espantoso olor a carne humana, a sudor, a algo indefinible, envuelve la estancia.

Aquí, en la sucesión de alcobas de este piso, hay hasta veinte camas. Ua casa tiene otros tres pisos más, en cada uno de les cuales parece que hay otras tantas, En total ochenta camas. A tres reales cada una, dos» cientos cuarenta reales, o sean sesenta pesetas; doce duros de ingresos todos los días en un negocio cuyo sostenimiento diíícilmente llegará al duro diario. ¿No sería cosa de que los vagabundos formáramos una

cooperativa para no dejarnos ex» plotar?

Busco en seguida con la mirada al vecino de mis pies, al de los ca= tastróficos ronquidos, que está to= davía panza arriba, como anoche, aún inmóvil, con los ojos abiertos, fijos en el techo. El me devuelve ¡a mirada con una perfecta indife» rencia y arroja dos o tres gargajos ruidosos sobre el pavimento. Luego saca ia mano, e inclinando el cuer= po hurga debajo de la cama bus» cando sus botas. Pero solamente encuentra una, la única que per» manecc en el sitio en donde él dejó las dos al acostarse. La otra, la que yo arroje contra el suelo car sus ronquidos, está pl te al otro lado de por do busca. Es preciso que mire debajo de la cama para que dé con ella. El hombre hace un gesto de extrañe* za; pero en seguida se encoge de hombros, como a quien no le sor* prende demasiado que las botas to* men decisiones autónomas durante la noche y se vayan donde quieran por su cuenta.

Mis otros vecinos de cama ya se han vestido y se marchan, sin cui* darse de decir adiós. Nos miramos, ya solos, con un poco más de cor­dialidad, como los dos únicos pac sajeros de un barco que se cstu» viera hundiendo.

—¿Usted sabe de algún sitio donde se pueda ganar algún dinero?

—^¿Trabajando? —Claro. — ¡Pchs! ¡Lo que es

trabajando! ¡Está muy malo eso ahora!... ¿Tú eres de la soga?

-¿Cómo? Por toda aclaración

me muestra la cuerda que tiene Colgada a la ca­becera de la caá ma.

—No, no pera tenezco a la cofradía—le digo son­riendo—. Pero quisiéramos traba* jar en algo. Somos otro compafíe» ro y yo...

^—¿Sabís algún oficio? —No.

¡Pues sus vais a ver negros! ¿No hay por aquí ningún sitio donde se pueda ganar aunque sea sólo una peseta, por hacer lo que sea?

— ¡Hombre, como haber, claro que lo habrá! ¡El caso es encontrarle!... Con esto de la soga todavía puede uno de­fenderse... ¿mal, eh?... ¡pero uno se defiende!...

Es que nosotros no tene= mos soga.

• —Tres reales cuestan las

Les aseguro a ustedes 90* ao es negocio éste de trabajar. Eran

¡as siete de ¡a mañana cuans do hemos etnpezado, y a

¡as once todavía está'' hamos Con ¡as banas=

tas de verdura de un lado paro

otro, ¡y cómo pesan las malditas!

Se ¡evanta, da unas vudtas por entre ¡as banastas que están en el suelo, se agacha dos a tres veces y vuelve con

las manos ¡lenas de colillas, una de un puro.

más baratas. ¡Y aun se puén tener por menos! jPero si no tenis pasta!.,,

Hay una larga pausa embarazosa. El hombre ha terminado de vestirse y yo estoy listo también. Doy una voz a Rivero, que me contesta a través de las alcobas, y pronto se une a nosotros. Poco después estamos los tres en la calle. No tenemos idea de la hora que es, pero" debe ser muy temprano.

—Podríais ir a la Cebada. Allí siempre hay algo que hacer, a lo mejor...

—Pero el caso es que no conocemos a nadie... El hombre se queda meditando unos momentos; — jSi estuviese ahora!...—dice como hablando con»

sigo mismo-r. Bueno, venir conmigo. Tengo yo un paisano que acaso os pueda encontrar algo...

Enternece la encantadora solidaridad de este hom­bre, que acaba de conocernos y ya está dispuesto a sacrificarnos unos minutos, que a él pueden serle preciosos en su trabajo. Bajamos b Ribera de Curtidon res. Se para ante ia puerta de una taberna y nos dice:

—Entrar aquí un momento, si queréis esperar a que desayune.

Entramos. Saca del bolsillo un pedazo de queso y un pedazo de pan y se pone a comerlo sin ofrecernos, ni por cumplido. Luego pide un vaso de vino en el mostrador.

Rivero y yo nos consultamos. Tenemos veinte cén= timos. Justamente el precio de unos bocadillos de sardinas y pimientos—exquisito bocado, para mí des» conocido hasta entonces-^—que nos saben admirable" mente.

Salimos de nuevo a la calle.

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Hace mucho frío. Gracias a que la gente tiene la generosidad de poner los braseros en ias aceras para que los desgraciados sin hogar, como nosotros puedan- eaíenfarse".

EL HORROR AL TÍlABAjO

Les aseguro a ustedes que no es negocio este d trabajar. Eran las siete de la mañana cuando hemos empezado, y a ías once todavía estábamos con las ba» nastas de verduras de un lado para otro. ¡Y cómo pesan las malditas! El paisano de mi compañero de alcoba es^un carretero fornido y grandote que, para hacer honor al oficio, no dice dos palabras seguidas, sin in= tercalar, entre éstas y las siguientes, unas cuantas blíis» fcmias. Cuando no blasfema es para decirle a uno:

— ¡No seas idiota, que vas a tirar eso!... O también: —¡Ahí va, hombre, ahí va, que te doy dos patas

que te troncho! V se viene hacia uno y, so pretexto de ponerle la

banasta bien, se la restriega sobre la espalda y la cabes za, procurando hacer todo el daño posible.

Lo único que consuela es la buena camaradería de este muchacho que trabaja con nosotros. Cuando nos ve hacer un gesto de protasta, ante ¡a brutalidad del stniy, él nos tranquiliza, dándonos el ejemplo de su sonrisa humilde, de perro fiel.

—Es muy brutote, pero bueno—nos asegura de vez en cuando.

Hace tres meses que trabaja con él y está contento. Le da una peseta por ayudarle en esta faena de la í^escarga todas las maiianas, y esto le sirve para tener un punto de apoyo en su vida. Después, por la tarde, se dedica a mozo de cuerda, por la noche a avisador de «taxis», y, entre unos y oíros trabajos, realiza todos los servicios que se le presentan: allí

, donde están haciendo algo él acude y ayuda: si le dan algo, bueno, y si no, otra vez será...

— ¡De esta manera hay d á que salgo por cinco pesetas !-~nos dice.

Todo esto nos lo cucnts coando hemos terminado el trabajo, sena tados al sol, mientras esperamos al amo que ha de pagarnos.

—¿Queréis que echemos un cigarro? Le miramos sorprendidos: ^Nosot ros no tenemos tabaco. —^No importa, por aquí hay siempre. Es un buen

sitio. Se levanta, da unas vueltas por entre las banastas

que están en eí suelo, se agacha dos o tres veces y vuelve con las manos llenas de colillas, una de un puro.

Rivero y yo nos miramos maravillados. ¿Querrán Ustedes creer que no se nos había ocurrido, ni por un momento, una cosa tan sencilla? ¡Y eso tratándose de una cosa que uno ha oído tantas veces referir! Fuma= mos este extraño tabaco, mezcla de las más variadas clases, sin ningún escrúpulo. ¡Cuando se llevan veinte horas sin fumar no se tienen los menores escrúpulos en fumar lo que sea! ¡Y qué bien se saborea, qué bien sabe este cigarrillo, bajo el sol dulce que cae sobre nosotros, descansando de estas fatigas de la mañana!...

CÓMO SE PUEDE ALMORZAR BARATO

Nos han dado una peseta por barba. ¡Una peseta por cuatro horas de trabajo rudo, de bestia de carga! Pero no sólo no hemos protestado, sino que hasta hemos dado las gracias efusivamente a quien nos la daba. ¡Con una peseta!... no podemos ahora precisar bien las cosas que podrán hacerse, pero se deben poder hacer muchas cosas. A medida que avanza el tiempo que se lleva viviendo así, se va perdiendo la noción del valor que uno daba antes al dinero.

Por de pronto, con una peseta se puede comer, lo cual ya es una suerte. jPero lo que es esta ve» leidosa divinidad que llaman Suerte! Precisamente ahora, que tenemos dinero para comer, se nos prcs senta, inesperadamente, una ocasión miagnífica de ha= cerlo sin gastar un céntimo.

Estábamos aún en la plaza de los Carros, decidiendo adonde dirigirnos, cuando oímos junto a nosotros:

— ¡Hola, muchachos, qué tal vais! Era el Rubio. AI principio me sobresalté un poco,

porque creí que nos iba a decir algo por lo de ayer,. pero me tranquilicé en seguida. £1 Rubio nos habló de! suceso, pero casi felicitándonos por lo que habíamos hecho. £ / Chafo y el Andoval estaban en la cárcel.

Cruza frente a nosotros un muchachito con una cara aguda, que ¡leva las manos en los bolsillos. Detrás viene otro muchacho coa una hogaza de pan debajo del brazo-

de resultas de nuestro chasco, y él había decidido dejar aquella compañía...

—^¿No estabas contento con ellos? —¿Contento? ¿Se puede estar contento viviendo

así? Siempre en ascuas, pensando en ir a la trena. ¡Y luego siempre pensando que haces mal!

—¿No te gusfci el oficio? —No, no me gusta. No consigo hacerme a la \¿ea

de que soy un... Se caWa, como horrorizado ante la idea de pronnn=

ciar el calificativo debido. Yo me alegro de esta buena disposición del Rabio, porque desde el momento que le vi me pareció el muchacho más apreciable de la pandilla, tan modosito, con una cara de tan buena persona.

—Pero ya veis—continúa—, ¡parece como £i no quisieran que uno dejase esta vida! Anoche mismo, cuando iba a mi casa a dormir^ dispuesto a hacer una vida honré, ipaf!, me encuentro con que la patrona me había echado el cerrojo de la puerta pa que no entrara. Ya me lo había dicho varias veces que lo iba a hacer. ¡Claro, como hacía tres meses que no cobra= ba! Además, anoche no he cenado, ni he comido nada desde ayer por la mañana...

Se calla sno» momentos, luego aprieta los puños y ruge:

— ¡Pero maldita siá la!... hoy no me quedo sin ¡alar, por estas... (y se besa una cruz que hace con los dedos).

Yo me enternezco: —Nosotros tenemos dos pesetas. ¡Quizá pudiéramos

comer los tres!... El Rubio nos mira con un poco de maravilla en los

ojos. Pero reflexiona: —No, con dos pesetas nos quedaríamos los tres sin

comer... Aguardar aquí, que voy a por un repoHo y alguna cosilia más.

Tratamos de disnadiríe. Pero é! está furioso: — ¡No, no me quedo más sin comer, aunque se

hunda el mundo! ¡No pue ser!... Y desaparece. Le esperamos un poco por curiosi=

dad, y otro poco por la simpatía que este muchacho nos inspira. Todavía tenemos la ilusión de verle volver y venirse con nosotros a compartir las dos pesetas de comida con que nos vamos a obsequiar. No tarda­mos en verle reaparecer. Nos mira sonriendo y se queda parado, como quien toma sencillamente el sol. hn seguida le da una patada a algo que viene rodan= do hasta las banastas que hay junto a nosotros: es un gran repollo. El Rubio se acerca lentamente, con e! aire de indiferencia de quien da un paseo sin objeto,

y se limita a decir, para explicarnos el origen de aquello que coge del.sucio y se pone tran= quilímente debajo del brazo, como si to aca=> bara de comprar:

— ¡Encontré unos amigos por ahí!... Empezamos a comprender: —¿Y ellos fueron los que te echaron e! re;;

pollo? •—Claro, Hay <\i¡z saber un poquito de fútbol

también. Uno le dio una patada con disimulo, al pasar por el puesto, y sé le combinó a otro que estaba más allá, y éste me le combinó a mí. Son dos amigos. Ahora vendrán. Han ido

a por un poquito de longaniza... —¿También se juega al fútbol con la longaniza? El Rubio sonríe:

No; se afana. Luego se pone melodramático y da un suspiro:

¡Y que uno tenga que seguir haciendo esto!... ¿Por qué no buscas trabajo? ¿Dónde? Estás tres días buscándolo, y luego, si

mano viene, te matan a trabajar y te dan dos pesetas. a eso!...

De pronto estalla un griterío ensordecedor en el creado. Se oye, sobre todo, chillar a las mujeres: A esc, a ese!» El Rubio atiende al vocerío un poco inquieto:

Será el Ratón. Nos explica que el Ratón es uno de los

migos encargados de arrear con la Iongani= . Todavía Continúa el vocerío y allá en el

n;uercado se ve correr a la gente de un lado tfefSf—otft)' cuando cruza, frente a nosotros, un mut chachito delgado y pequeño, con una cara aguda, que lleva las manos en los bolsillos. Al pasar mira lcvc= mente hacía nuestro grupo:

— ¡Ahí va el Ratón—dice el Rubio—. Vamos. Y ncs vamos tras él, que ha echado por la calle de

Don Pedro. Detrás de nosotros viene otro muchacho con una hogaza de pan debajo del brazo.

—¿Por qué lo lleváis así, al descubierto?—pregunto, cuando más tarde estamos todos reunidos en las Vis= tillas. .

—Tema, porque si lo llevamos escondido, en segni= da ven que lo hemos quitado. ¡Miá tú éste!... Bueno, venga un poco de ese embutido, que parece que tie buena presencia.... Toma un poco tú...

Nosotros nos negamos terminantemente a comerlo. Nos despedimos. ¡Pero, al marchar, volvemos cons* tantemente los ojos, prendidos en el metro y pico de longaniza con que se quedan para ellos solitos!

(Dibujos de Rivero C.il.) iGNACío CARRAL

- ^ La quinta información - ^ de este emocionante reportaje se lítala

U n ex nombre y otro que

no ¡legará a nombre ntinca y aparecerá en el próximo número de ESTAMPA He aquí los títulos de sus interesantísimos episodios:

UNA CASA DE COMIDAS UNAS JUDIAS

LA SIESTA EN UN BASURERO ¡LOS POBRES DESGRACIADOS

QUE SOMOS! EL CONMOVEDOR SUPLEMENTO

DE UNA CENA JUANITO EL TONTO

y LA fílSTORiA DE DON NICOLÁS

Page 27: Estampa-11!2!1930 - La Virgen Del Camino

Fernando de Castro, capitán del ^Real Vigo Sporfing» durante seis años y hermano del ex seleccionador na"

' cional gallego.

LA BRILLANTE HISTORIA DE LOS «ONCES» DE VIGO Y LA CORUÍJA

ÜTBOLÍSTICAMENTE Galicia cstá dividida en dos _- ciudades: Vigo y La Coruña. De esas dos cans

t e r a s gallegas han salido notabilísimos jugadores, que

EL FÚTBOL VIGUÉS

Los pr imeros part idos d e fútbol jugados en Vigo tuvieron tugar en el ano 1896, entre un team formado por ios oficiales del cable ingiés, residentes en aquella población y dist intos equipos de la escuadra inglesa, cada vez que un barco bri tánico bacía escala en aquel pue r to . Estos encuentros fueron sujetando ia a tens ción de los jóvenes vigueses, que en 1904 y sumados a los ingleses del cable, consti tuyeron varios «onces», en t re los que se destacaban por su potencia el eVigo» y el «Fortuna».

Al siguiente año se d isputó ya el pr imer campeonato gallego, y en 1907 el «Vigo» t omó par te , por pr imera vez, en el campeonato de España, disputado en Ma= drid, y en el que el club vigués obtuvo merecidas y difíciles victorias sobre conjuntos tan poderosos como el «Vizcaya F . C » , representante de las tres provin= cias vascongadas.

dríguez y Pancho Estcvez, después afiliados al *F. C. Barcelona», con el que actuaron en una final del cam= peonato, en la q u e también obtuvieron el codic 'ado tí tulo nacional.

De aquellos t i empos son también Luis García, Fernando de Castro, Raúl López y otros muchos aún residentes en Vigo y entusiastas admiradores del equi= po vigués.

LA LUCHA INTERIOR

Duran te muchos años Vigo se dividió en dos ban= dos, por la reñida competencia del «Vigo» y el «For= tuna».

Cada vez que se enfrentaban los dos teams la ciudad palpitaba apasionadamente , y mientras los equipos se disputaban el t r iunfo, los partidarios d e Cada '-h^^ oponían a los d e l o t r o el ceño adusto y el ademán hostil y agresivo.

El "Real Club Fortuna», de Vigo, campeón de Galicia y Asturias en 1909, con los trofeos ganados en años anteriores. De izquierda a derecha y de,pie: Juan Rodríguez Vázquez (Choni), Highans, Templemant, Raúl López, Rafael Tapias (presidente del Club), L. García, Manolo Lago y Jacobo Conde; sentados: Moran, Pancho Estévez, Paco Lago,

F. Artigas y Alfredo Ruiz.

Equipo del Wige Foot=BaH Club» durante la temporada 1906=1907. De izquierda a derecho y de pie: M . Ocaña, Vidales, /esas Rodríguez Vázquez y Gonzalo Aranoz (delegado); sentados en segundo término: Baraja, R. Alonso Cuenca y A. Ocaña; sen= tados en primer término: m. Alonso Cuenca, Nieto, A, Alonso Cuenca, Pepito y

José Valderas.

en diferentes club españoles y en el mismo ^once» nacional se dist inguieron extraordinar iamente .

Dentro de una región es difícil que el fútbol haya encendido tan apasionadas hogueras como en Galicia cuando sobre el terreno de juego se disputaban la vics toria los club titulares de dos poblaciones fraternas: La Coruña y Vigo. Dos grandes potencias del de= porte ; dos valores futbo listicos casi iguales... Y sin embargo, entre ambos existen diferencias de t éc nica y de táctica

Vigo es una c iudad d e espiritualidad británica, de cos tumbres bri tánicas, d e británica fisonomía. El coruÉcs, por el contrario, está lleno de vehemencias y de espontaneidad. Así, Vigo tenía que ser en el fútbol gallego el depor te científico V La Coruña el entusiasmo y !a impuls i ­vidad deportiva.

De los eqnipiers del «Vigo» de 1905 era Antonio Alonso, luego campeón de España en fas filas de l «Madrid Foot Ball Clubs—hoy olvidado del depor te para a tender a la fabricación de conservas—. Pepe Ro=

Vista general del Stadium de Balaidos, campo actual de! üCelta^. Las gradas de preferencia, que sé ven a la derecha, han sido mejoradas recientemente con una gran cubierta para preservar al público de la lluvia.

(Fotos Pacheco.)-

De aque l -encuent ro , en el que los dos «onces» de= bían pone r en juego todas sus fuerzas, el vé^ncedo»-salía s iempre maltrecho, disminuido en su potenciali= dad, mermado en su efectivo valor, para acabar con

frecuencia recibiendo una derrota al c h o q u e con otros equipjos, que no tc= nían rival considerable en su locahdad.

EL «CELTA»

AI fin la lucha de ios dos equipos vigueses tuvo el t é rmino lógico y razo^' na ble.

El «Vigo» y el «For>-t u n a <« comprend iendo— aunque ta rde — que de aquella competencia in^ ter ior no sería nunca su c iudad la que obtuviera frutos, se fundieron en un solo c lub, el sCelta*. qyc bien pronto consi= guió victorias señaJadísi= mas, no alcanzadas hasta e n t o n c e s p o r n i n g ú n «once» vigués.

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estampa

El último equipo del <,<Fortuno» antes de la fusión <fVigo=Fortuna^. De izquierda a El a/timo equipo del «Vigoy> antes de la fusión. De izquierda a derecha: Siscate, Jacobo Torres, López, Reigosa, Posada, Polo, Lilo, Cordubo, Dimas, Moncho Gil, Hermida, Pío, Chirroni, Ramón González,

Correa v Balbino. Ouerait e Isidro. Queralt e Isidro.

derecho: Penilla, Otero, Encinas,

LA ASISTENCIA DE LOS JUGADORES DE

VIGO A LOS CAMPEONATOS DE ESPAÑA

Unas veces el <<Vigo»; otras el «Fortuna*... Después ííi «Celta*. Ei caso es que n ingún año ha faltado la rea presentación de! fútbol vigués en t i campeonato de España.

t:! año 1908 ei equipo de Vigo disputó el título al íMadrid», con iíl que sostuvo un encuentro fina! de campeonato interesantísimo, re:' n ido y bril lante.

EL PRIMER CAMPO DE JUEGO

Como en casi todas las poblacio= nes de España, el pr imer campo de fútbol vigués fué un velódromo: el enclavado en los terrenos del Malecón.

Allí recibió Vigo la visita de los pr imeros combinados de la escua­dra inglesa, que si ai principio pus dieron ser como los maestros de los vigueses, no tardaron en cono­cer la derrota. Pronto los jóvenes de Vigo aprendieron la lección de= portiva de los sajones.

V ya aleccionados, dueños de un estilo de juego peculiar, ei fútbol vigués abandonó el velódromo de! Malecón para establecerse en tcrre» nos de Coya, donde el deporte local tuvo una culmi= nación magnífica.

LA SALIDA PARA AMBERES

Fué en Coya donde se congregaron nuestros pri= meros crojos*; los primeros olímpicos, ios de la «furia» -SiíMsa, de Coya salieron. Y en aquella expedición icrn.aban vigueses como Moncho Gii, Luis Otero V Raüi'Jr: González, que enlazaron a ios primeros triunfos mundiales del fútbol españoí el nombre de su ciudad.

VIGO Y EL FÜTBOL SUDAMERICANO

Los grandes jugadores olímpicos de los combina= dos sudamericanos encontraron en c¡ fútbol vigués el adversario más temible . Fué en Coya también donde el í'Boca ¡unicr* argentino sufrió su primera derrota en España, y donde el campeón olímpico, que se líevó ei título de Coiombcs al Uruguay, sólo consiguió ante ei equipo de club, del ^Celta», un empate logrado m u y apuradamente .

En Coya se ha jugado el match internacional H u n s gría=España, que terminó con la victoria de nuestros colores; y el encuentro Lisboa=Ga¡icia, en e! que los portugueses alinearon su team nacional y e! equipo gallego hallábase consti tuido por jugadores vigueses exclusivamente.

ELEMENTOS INTERNACIONALES

De Vigo han salido varios jugadores iníernaciona= les: Balbino, Polo y Pasarín, además de Moncho Gil,

Ramón González y Otero, citados ya anter iormente . También es de Vigo ei ex seleccionador Manolo de

Castro, uno de los más competentes directivos que ha tenido ei deporte en España; periodista deportivo que ha rodeado de prestigio su firma Handicap.

El «Rea! Club Celtas, campeón de Galicia en la temporada I929¡-30 De pie derecha: Vega, Cruset, Paredes, Cabezo, Lilo y Hermido; de rodillas: Reigosa,

Polo y Piñeiro.

y de izquierda a Losada, Rogelio, (Fotos Pacheco.)

EL «CELTA» DE HOY

Pocos clubs pueden alegar merecimientos históricos tan rcsísctables, como e¡ «Celta*, para figurar en lugar

D. Federico Fernández A. Calvet, entusiasta deportista, a cuya iniciativa se debe !á fundación del <iReal Club

Deportivo de La Coruña».

preferente en ios cuadros de honor de nuestro fútbol. Sus jugadores no llegaron a las filas de! «Celta» «caza= dos a lazo». Gallegos todos ellos, cuando se vistieron el maillot vigués lo hacían y lo hacen empujados por sentimientos de cariño a su tierra. Vigo dio jugadores

a Barcelona, a Santander , a Sevi= Ha, a Madr id , pero nunca salió de Vigo esa sirena que va de población en población murmurando prome­sas en los oídos de los futbolistas, para arrancarlos de sus c lubr . . .

EL FÚTBOL EN LA CORUNA

El año 1905 se consti tuyó en La Coruña el «Corunna Foot=Bali Club» —primer equipo ¡ocal-—, de cuya vida fué iniciador D. José María Abalo Abad, que acababa de res gresar de Inglaterra, donde practi= có bril lantemente el deporte apasio= nante y popular.

— ¡Lo que trabajó aquel hombre hasta conseguir que en La Coruña se lleg^ara a jugar al fútbol!—me dice un veterano equípter del «Co^ runna*—. Su emoción cuando ei club coruñés jugó oficialmente el p r imer encuentro , el 20 de marzo de 1904, contra un team de! vapor británico Diligent, no puede des^ c r ib r se . . .

—¿Vive aún ei introductor del fútbol en Coruña? —Sí, sí... Actualmente es profesor de lengua ín=

lesa en la Escuela de Comercio de Guipúzcoa.

LOS DOS PRIMEROS CLUBS

— G r a n parte de ios jugadores de! *Ccruni a» eran a lumnos de la «Sala Calvete, gimnasio y sala de armas t^ue dirigía -y dirige aún - don Federico Fernández Amor Calvet, en la que se cultivaban !a mayoría de los deportes , y de allí nació un grupo denominado marí t imo, que fué' más tarde el «Club Náutico", del que luego tendría origen el «Real Club Deportivo», Medio en broma y medio en serio, una tarde los aium= nos de la «Sala Calvet», que no pertenecían al «Co= runna», desafiaron a éstos a un partido de fútbol. Aceptado el reto se celebraron dos encuentros ios días 9 y 10 de diciembre de 1906, con ios resultados de una victoria y un empate, a favor de los jugadores de la «Sala», Y este favorable tanteo animó a los del «Gimnasio Calvet» para fundar, el 9 de enero de 1907, el «Ciub Deportivo' ' ; formando su primera directiva con los nombres de don Luis Cornide Quiroga, don Rogelio Fernández Conde, don Emilio Alba, don }osc Longueira, don Gonzalo Villanueva, don losé María Urioste, don Juan Long y don Salvador Fojón.

EL PRIMER CAMPO, EL PRIMER

«TEAM'> Y LOS PRIMEROS COLORES

¡El corralón de la Gaitera! En el Corralón de la Gaitera se disputaron aquellos partidos entre el «De

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portivo» y el <'Corunna», en los que los entusiastas amigos de uno y de otro ciub llegaban con frecuencia a las manos .

Como en Vigo el «Vigo* y ci «Fortuna*, en La Coruña el «Coa runna>> y el «Deportivo» se gasa taban en luchas interiores, que favorecían s iempre a los clubs de fuera de la localidad.

Comprendiéndolo así, poco a poco ei «Corunna» fué perdien=' do energías, y al fin quedó solo el «Deportivo''

EL PRIMER TÍTULO DE

CAMPEÓN REGIONAL

El «Real Ciub Deportivo de La Coruña», enemigo temible para cuantos aquipos visitaron la capital gallega, no pudo , sin embargo, conquistar el campeo^ nato de la región hasta la fem= porada 1926=27, clasificándose en aquel torneo en pr imer lu=

gar y con cinco puntos de ventaja sobre el «Celta». Defendían los colores del «Deportivo^: Isidro, Otero,

Rey, Viar, Redondela, Fariña, Gui l lermo, Vázquez, Ramón, Chaco y Alonso.

Partido «EspañoleDeportivo» de las finales del Campeonato de España en ¡910. nota pintoresca la dan ¡os jugadores madrileños, algunos de los cuales jugaron,

. el sombrero puesto.

Península varios encuentros , logrando en todos ellos la victoria... Hasta que llegó a La Coruña, donde la aco= mctividad del «Deportivo» logró dar a Inglaterra la primera lección de !o que puede ser el depor te

encuentros sobre el «Kácingw, de i rún, potentísimo en aquella fe cha, y sobre el «Internacional'), de Lisboa, campeón de Portugal.

191?: Gana la «Copa España» en torneo nacional de la «Pede ración Española de Clubs de FootsBall» y se clasifica de nuc= vo como Campeón provincial.

Desde 1914 el «Deportivo» pa­sa hasta 1918 por una difícil 51= tuación interior. Los elementos «deportivistas» se dividen en va ríos grupos, y el í ub ve descen­der su potencial idad.

Luego vuelve a recuperar sus energías de otros t iempos y llega a obtener tr iunfos tan difíciles y meritorios como los alcanzados sobre el íDundee», de Glasgow, invencible hasta entonces en su visita a España, al que hizo el «Deportivo» coruñés cinco tantos por un se lo goal áe los profesión nales escoceses.

Con los Campeones de! m u n d o de l torneo de Colombes disputó dos encuentros, en los que los uruguayos sólo lograron vencer por la di= ferencia de un goal... ¡y esto ayudados eficazmente por el re/eree—7uruguayo también—-señor Mignoli! . . .

En este encuentro la como pueden ver, con

El equipo del «Real Club Deportivo» en 1908, época en que la nueva agrupación se dio a conocer fuera de La Coruña. (Foto Pardo Resucra.)

Equipo del <(DeporfÍvoi> que en 1911 dersotó a una formidable selección de la Escuadra inglesa, victoria comentadísima por los críticos deportivos de toda España.

PAGINAS BRILLANTES DEL

FÚTBOL CORUÑÉS

Traigamos a estas páginas el recuerdo de las más afortunadas actuaciones del fútbol coruñés, Ctasifie cadas por orden cronológico, son las siguientes:

1907=1908; Se clasifica para el campeonato regional.

1909: Con el título de «Real Club" el «Deportivo» coruñés inau= gura el bello campo de Riazor, oro ganiza un campeonato provincia! y se adjudica la copa aGabino Buga= Ilal», que dio lugar a interesantisi= mos matches. Posteriormente juega la «Copa Compostela», empa tando a' dos goals con el «Real Club For= tuna», de Vigo,

1910: Representando a Galicia acude al campeonato de España, que se disputa en Madr id . Celebra su primer par t ido con ei «Español*, madrileño, y c! segundo con el «F. C. Barcelona»

Para premiar la actuación nota= bilísima del «Deportivo» la Federa= ción Nacional creó un segundo pre^ mió, consistente en 500 pesetas y once medallas de plata.

1911: La escuadra inglesa que vis sitó la mayoría de los puertos cspa= fióles, constituyó un fuerte equipo de fútbol, que jugó en nuestra

popular británico ejercitado por jugadores iberos. ¡Diez V ocho años antes del t r iunfo nacional español sobre el equ ipo de selección inglesa, ya supo e | fútbol coruñés imponer nues t ro brío 3 la mejor técnica sajona!

1912: Campeón del Noroes te , ganador de la Copa del Ayuntamiento de Lugo y vencedor en dis t intcs

El actual equipo del <fReal Club Deportivo de La Coruña)). De izquierda a derecha: Esparza, Fariña y Otero, arrodillados; de pie: Puentes, Rodrigo (este en ti puesto de Isidro), R. González,

Pérez, Hilario, Eguia, Torres y Alejandro.

— L o s gastos del club en los pr imeros t iempos , se satisfacían con la cuota de D I E Z C É N T I M O S SE= M A N A L E S . . . — m e dice el actual secretario del «De= portivo».

Hoy se pagan por la Caja del club unas doscíen= tas mil pesetas anuales. . .

UNA ANÉCDCT-\

El actual secretario del club co= ruñes nos cuenta el episodio, que tanto p u d o influir en el torneo de fútbol de los Juegos Olímpicos de Colombas, Antes de trasladarse a Francia el equipo del Uruguay jugó en España algunos encuentros . Con el «Celta» empató en Vigo... A! acs tuar por primera vez en La Coruña sólo pudieron vencer al «Deportivo* por u n goal. V en ei segundo ens cuent ro , auxiliados por el arbitro, lograron ganar, pero también por un tan to únicamente . . . Aquella ta rde pasó verdaderas angustias el «once» que luego lograba e! campeonato mundia l . . . porque la noche anter ior los sudamericanos habían recibido un cable de Montevideo, ordenán= doles regresar a su país si no gana= han en La Coruña. Un c/iuí certero del gran Ramón González estuvo a p u n t o de costarles a los uruguayos el tr iunfo de los juegos Olímpicos. . .

JOSÉ R O M E R O C U E S T A

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doncíiliaoíora a e o Sbler

LA reciente Exposición de Rigobcrto Soler en el Salón del Museo Moderno ha sido para niu=

chos una sorpresa. Para bastantes una paradoja. ¿lm= presionista? ¿Clasicista? ¿Soroliista? ¿^uíoaguísta?

Quienes sepan que Rigobcrto Soler es valenciano y estudió con ¡osé Mongrell, el más aventajado y con= secuente discípulo de Joaquín Soroüa, tal vez no se expliquen la evolución desordenada de su arte. Si se exceptúan algunos apuntes y los cuadros playeros, donde el so! juega un pape! principal, poco queda, en efecto, del sorollismo; por !o menos del sorollis= mo a ia manera que nos lo presenta la tradición im= presionista.

El salto, por ejemplo, desde ePcscadores del mar de Ibíza» a los retratos del marqués de Legarda, Ma= ría Rita y la señora de D, R. S., es cosa que no puede justificarse normalmente en la historia de núes» tra pintura.

Hay que hablar, pues, de evolución desordenada. Estamos habituados a la linea recta, sin más relie=

ve que la lucidez momentánea de algún genio fugaz. Y nos cuesta cierto trabajo acomodar nuestro equili^ brio a los vaivenes con que se agita el Arte contem= pcráneo en todos los países. Habíamos' hecho la cla= sificación-—ahora se ve que prematuramente—del im« presionismo español en dos trayectos: pintoresco y lu? minista, o, por otros nombres, vasco y levantino. Ene tre los dos cabían matices intermedios; mas no ten= dencias conciliadoras. ¿Cómo hemos de aceptar a un pintor cual Rigobcrto Soler que no sólo participa de ambas corrientes, sino que adopta formas y técnicas que las relacionan y unifican?

Parecía más cómodo y, sobre todo, más dentro de las normas pictóricas españolas, que procediendo por contacto directo de la pintura de Sorolla, hobie^ se continuado la rígida disciplina soroHista. Mus

chos que se precian de conocer a fondo la obra de Sorolla, demuestran ignorar el verdadero tem •• peramento del gran artis • ta valenciano.

Hijo de su época, se contrajo a los rigores de la actualidad: el naixiraiis=-mo, el aire libre, la luz... Cotirbet, BastÍen=Lepa e, Manet... Pero no renegó de su condición privile giada de espaiiol. Tam bien por Courbet y Manet se filtraban las sombras gi= gantescas de Velázquez y Goya.

Cuando, en 1902, Sa= lomón Rcinach, en sus lecciones de la Escuela dei Louvrc, desentrañaba el misterio de! impresionismo francés, trasladando su nacionalidad 2 España y su origen a ia§ dos citadas grandes figuras, ya {caquín SoroUa había anticipado la explicación plástica de aquel fenómeno que conmo • vio los últimos años del siglo xifí.

La obra de Sorolla arranca de Velázquez. Más exacto: sin Velázquez que vio la atmósfera y vaioró el aire y la luz, Sorolla no hubiersi sido posibíe. No lo hubiera sido antes Goya, el otro precursor dei ima presionismo naturalista.

¿Qué sorpresa puede haber, por lo tanto, en que otro pintor moderno, interpretando inteligentemente la pintura de Sorolla, recorra a la inversa.su camino?

Rigobcrto Soler, en quien se juntan ia maestría

•iMaría Rita^, cuadro de Rigoberto Soíer.

técnica y !a aforturada inspiración, ha comprendido 3 Soioila con sa sagacidad de que carecen cuantos consideran su obra como la simple importación de nn movimiento artístico extranjero. Lo ha comprendido, lo ha estudiado y, valga la imagen, ío ha vuelto del revés.

Todo el Arte actual tiene un palmario carácter de vuelta al revés. En definitiva las mayores evoluciones no sen sino reacciones evidentes. Mudios siglos de pro reso artístico y de perfeccionamiento técnico nos conducen de nuevo a !as ingenuidades primitivas y a las formas técnicas rudimentarias.

Rigoberto Soler nos ha enseñado cómo puede des= doblarse una tendencia para volver, por evolución, a su lugar de origen. Practicando el impresionismo, y, más concretamente el sorollismo, alcanza en su re= troceso—que es avance a la vez—hasta los aledaños de Velázquez.

En la Exposición del Museo Moderno descubrimos el itinerario: «Pescadores de Ibiza^, «En la azotea», «Día de marzos, «Retrato de Mará Ritaft— luz, aire libre, naturalismo... Manetj Bastien^Lepage, Courbet.

Es as! como la tendencia luminísta o levantina, que se ere a divergente de la pintoresca o vasca, llega a concillarse con ésta sin forzar demasiado las fronteras del impresionismo. En U pintura de Rigoberto Soler parece que se dan la mano Zuioaga y Sorolla. Ambos sienten de la misma manera el arraigo de la tradición y el estimulo de ia actualidad. Ambos, en apariencia sensibilidades dispares en cuanto a la expresión, aca= ban por reconcitiarse ante Velázquez. Al uno le inte= resa sini^larmente el carácter, la robustez del trazo veiazqueño, la sabiduría y la emoción un poco vio­lenta de la realidad. Al otro le tientan sobre todas las cosas, la atmósfera y !a luz, ese aire impalpable que sin embargo, se hace casi tangible en los cuadros de! glorioso maestro del siglo XVii. Pero, ai término, los dos se encuentran.

¿Cómo siendo tan clara la 'ección no la había veri tido a un lenguaje vulgar ningún pintor de los acrc= ditados como representantes de las tendencias vúsca y levantina?

Lo cierto es que hasta conocer la pintura concilias dora del valenciano Kigcberto Soler, tampoco nos= otros lo habíamos visto con esta claridad.

«Recogiendo las redes», óleo de Rigoberto Soler. GíL FÍLLOL

(Fotos Moreno.)

J l .

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^MnSL í*slíiinfMí

DESDE LnjOS

A boticaria, envuelta en su blanco uniforme, se asoma a la puerta de su despacho para dar ale

gún descanso a los ojos. Recostada en el quicio de la puerta, deja que su mirada se pasee por las paredes enjalbegadas de las casas, que se enrosque en las fIo= ridas rejas meridionales, que se anegue de azul, allá lejos, sobre las casas^ iñs rejas y el pueblo. . . Pasan ios mocitos morenos con su sombrero de alas anchas sobre la frente, y su reposado andar . Pasa un auíomó= vil, de matrícula nostálgica, cubierto de polvo. Pasan reatas d e caballerías...

La boticaria sale hasta el centro de la calle y se vuelve a contemplar la fachada de su casa- Sobre el dintel de la puerta=vidriera luce este rótulo:

F A R M A C I A

L I C E N C I A D A J U S T A B E R M E J O

La acción ocurre en una calle de Almendraicjo, provincia de Badajos.

La boticaria es una mujer ¡oven, una muchacha todavía. Tiene la tez morena, los ojos vivos, y el pelo bravamente peinado, con gracia simpática. Contem= pía su nombre y su t í tulo y sacude ios hombros con un gesto llene de energía. Sería ofenderla tomarla como pretexto para contar aquí el aria lánguida y triste de las señoritas de provincia que han vivido en Madr id y se al imentan con los perfumes morbosos del recuerdo. ¡No, por Dios! Ella no es mujer para de= jarse ganar a traición por embelecos. Acaso un momento se ie quiebra en los ojos una llama lejana, pero nada más. Ella t iene la absoluta responsabilidad de su vida

i^Wc y no Ja pueáe perder en revivir quimeras .

— ¡Señorita Justa, esta receta, p ron to ! —¿Cómo está tu madre? — igual, — ¡Vaya por Dios! La señorite Justa entra en su laboratorio

y comienza a preparar el pedido. Un poco de esto, un peco de aquello, balanza, matraz, almirez, todo con una precisión, una segu= ridad y un tino perfectamente femeninos. La receta está despachada.

—-Toma, y que se alivie tu madre . Llegan nuevas recetas. La clientela es niic

merosa. En algún descanso, otra vez al quicio de la puerta a mirar el cielo azul y las casas blancas y los mocitos morenos de pausado andar . En otros descansos, una vuelta por la cocina y por las habitaciones de la casa, para que las criadas no se duerman y esté todo en orden y a pun to .

Al finalizarla jornada, cuando caen los cie= rres de la Farmacia, la boticaria abandona su bata. No le pesa su oficio y, sin embar= go, siente siempre como un alivio, como una liberación, como si se recobrara un poco a sí misma. La señorita Justa entra en su rincón de mujer, tema un bastidor, borda y sueña.

DESDE CERCA

La señorita Justa, farmacéutfca, es una mus chacha cordial, franca, r isueña. A los diez mis ñutos habla conmigo, con una libertad encan= tadora de su vida antigua, de su vida de hoy.

La boticaria, envuelta en su blanco uniforme, se asoma a la puerta de su despacho para dar algún descanso a los ojos.

de sus planes, áe sus esperanzas, abiertamentey sin reparos ñoños .

—Vivo sola aquí , con una hermana mía. Mis pa= dres están lejos, en mi pueblo. Yo soy de Scrradilia, en ia provincia de Cáccres.

— ¿Dónde estudió us ted? —En Madr id : Toda la carrera la hice en Madr id .

Mejor dicho, las dos carreras, porque soy maestra también . Te rminé la carrera de maestra muy ¡oven, a los diez y ocho años. N o tenía edad para hacer opo= sir ioncs. M e aburría sin saber qué hacer, pero no se me ocurrió jamás pensar en esto. Fué mi padre el que me puso en cantar. ¿Por qué no te haces licenciada en Farmacia?—me dijo un día—. Pegué un salto. ¿Yo? ¿Para qué? Es muy tarde—contes té—. Tenía ya veinte años . Pero mi padre' míe cogió por su cuenta, me ex=

i

La señorita juss taenfraen su ¡a= borotorio y eos wienza a prepa^

rar el pedido.

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Pstonipo plicó punto por pun to lo que había de hacer y cómo lo debía tiacer. Seguí su consejo, y todito, todi to ha salido como él decía. En tres años hice lo que me faltaba del grado de bachiller y la licenciatura con preparatorio, que entonces existia aún. En cada con^ vocatoria aprobaba un año.

— ¡Pero es usted muy lista! — ¡Oh, muchís imo ' . -vepl ica ella, r iendo.

DRAMÁTICO 1-RÍNClPiO

—¿Qué t iempo lleva usted establecida? - D o s años hizo en sept iembre , A los dos meses de

terminar la carrera.. .

Hace una pausa. Agrega, sonr iendo: -"Ya puede usted echar !a cuenta de la edad que

tengo. Comencé a los veinte años, estudié t res , llevo dos establecida, total . . . ¿Qué vieja soy, verdad?

—Pero yo no se lo di ré a nadie. Pierda usted cui= dado—digo siguiendo la broma.

—Estaba yo en c! pueblo descansando cuando mi padre se enteró de la proposición de este t raspaso. Esta Farmacia era de un señor viejecito que se retís raba. La tomó a-mi nombre y me vine aquí .

—¿Sola? —Sí . —Dramát icos días ¿no? —Figúrese. N o conocía a nadie, absolutamente a

nadie en Almendraiejo. Además yo había sido, ¿por qué no decirlo?, una chica estudiosa; pero ¿qué qu€= rian decir mis lecciones bien aprendidas en los libros ante la realidad terrible de una receta de verdad paia curar a un enfermo de verdad? Encerrada en t re estas paredes, paseando de! laboratorio al despacho, con= templando todos estos artefactos herméticos, hostiles, que me decían palabras en un idioma desconocido, me daba cuenta de que había dicho a todo que sí, de que me había dejado llevar con una inconsciencia total. Me sentía como una náufraga en una isla, como una Robinsona. ¡De qué modo pesaba t odo ! ívlí angustia no tenía otro amparo que las cartas alentadoras de mi casa. ¿Ve usted este pueblo tan blanco, tan ' impío, tan lleno de luz? Es absurdo, pero muchas veces piens so que lo han debido cambiar. Lo contrasto con !a imagen que me ha dejado de aquellos días y me pa= rece imposible qut- sea ct mismo. En mi recuerdo es un pueblo de aguafuerte, sombrío, con tas casas ncc ^ras recortándose sobre un cielo sucio, gris, frío, en el mes de sept iembre, que hace aquí tanto calor.

LA PRIMERA BCCfcTA

• Se reiría usted si le contara mi emoción ante la primera receta. Me la eche ávidamente a ios ojos y...

Llegan nuevas recetas. La dientela es numerosa y hay que atenderla bien, para que no se vaya, y por el prurito de mujer de hacer=^

¡o mejor que los demás.

ino la sabía leer! N o se puede usted imaginar mi es= panto. Estuve tentada de apretar a correr y abando= narlo todo. Aunque no lo aparente , yo no soy una mu= jer débil y tengo una gran conciencia de mi responsa= bilidad. Su |e íé mis nervios, me fui serenando y poco a peco la descifré. Per otra parte , la letra del médico no era de las más enrevesadas, pero es que s iempre , desde que empecé la carrera, había tenido ye la preocu^ pación pueril de la letra de los médicos. . . jY lo que me cesto componer la ! ¡Las veces que pesé y sopesé y mcJ í les ingredientes! Si todas me costaran igua!, peco caldo echaríamos al puchero.

EOTiCARlA Y BOTICARIA

" A los pocos dias comenzaron a visitarme las mu= chachas de mi edad. T U V Í amigas. Dejé de sent i rme

sola y como perdida en el desierio. Y llovieron los clientes.

¡Cá, ni mucho me.nos! Esto de la farma= cia es demasiado serio para que la gen •-

te se confie sin inás ni más. ¿Qué le diría yo? Si hubiera puesto un

establecimiento cualquiera de aríículiiS de fantasía, el pú=

biico, por novelería, ha= bría venido a mí; sobre

todo los pr imeros días, hasta que dejara de ser

novedad. Pero de una farmacéutica desco= npcida, profesional y par t icularmente , ¡no Hñy quién se fie! Hasta que no se hacen muchas cosas y se ve que no se mata a nadie no se t ranquil izan,

A mí no me cxtra= ña, porque creo que

me pa s a r ía to misa m o . Es una lucha t res

m e n d a , porque el pú= blico e s receloso y m u y

difícil de atrapar, Claro que se hace todo lo posible, pero

Ai finaiizar la jornatla, cuando caen los cierres de la Farmacia, laba^

ticaria abandona su haia, entra en su Tin= coa de mujer, ioma un bastidor, borda y sueña.

hay gentes i r reduct ibles . Por nada del m u n d o pon­drán su salud en manos de una mujer. Lo gracioso es que van a casa de un boticario porque les ofrece más garantía y no saben qu?, en muchos casos, es la mujer quien prepara las recetas,

ASPIRACIONES SEÍJTIMtNTAtJ ..

—¿Qué espera usted dei porvenir, señorita?---pre; gunto de pronto ,

- Un marido replica ella graciosamente, "—¿Para dejar la botica? —Nunca. Seria un cr imen. Aunque me casara con

un hombre que no necesitara lo que yo gano.

—¿Usted cree que la mujer debe contr ibuir a!

sostenimiento de la casa con su trabajo? - N a t u r a l m e n t e . Es demasiado pedir que el ma=

r ido cargue con todo . Y, además, que si él gana lo necesario, yo puedo ganar lo superfluo y s iempre cs= ta ra mejor, ¿no? Todo esto, claro, sin la menor in= tención de achicar al hombre .

— Lo raro es que esté usted todavía soltera. ¿No es aliciente t ener una botica?

- N o sirve, no sirve - repl ica. ella irónicamente

desconsolada. — A lo mejor lo que pasa es que le t ienen a usted

miedo. N o es lo mismo pretender a una mujercita m u y mona , muy de su casa, muy buena chica, pero que se la sabe esperando a un marido como ai ángel salvador, que a una mujer como usted que , cuando menos , ha demos t rado que camina por la vida s in ~ ayuda de nadie. A los hombres nos gusta hacer el papel de áncora salvadora, y con usted no hay caso.

— E s posible que sea así. ¡Pero crea usted que es un

fastidio! Hace ana pausa y agrega ser iamente : — N o había pensado nunca en es to . Tiene usted

razón. Yo me gano muy bien mi vida y n ingún honi= fare puede venir a des lumhrarme con algo que no sea su s imple cariño. Las mujeres van a! matr imonio por elevar su condición social o por comodidades mate= ríales. Aun€|uc exista amor sincero, estos ot ros deseos lo en turb ian . T o d o esto lo he conseguido ya por mí -misma. Puedo decir; Yo me caso con ése porque !e quiero y nada más. . .

— Sí , y esto e s !o único que los hombres no podemos tolerar . Señori ta , vaya usted pensando en dejar !a botica. . .

— ¡Antes mor i r soltera!—grita la boticaria con una

Carcajada, P A U L I N O M A S Í P

(rotos Bcfl>te2:Cas&Uv.)

Page 34: Estampa-11!2!1930 - La Virgen Del Camino

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Page 35: Estampa-11!2!1930 - La Virgen Del Camino

<!« Ostontpo

des, según del lado de que caemos en ella... En mi hora dé autor o novelista en auge, tas mujeres más lindas, y... al= gunas no sólo bellas, sirio con fortuna, vendrán a mí. Románticamente, histéricas mente, pero... vendrán. «Es usted mi lite rato preferido^. «¡Es usted un brujo para quien no guarda secretos nuestro cora= zón!» «¡Es usted, escribiendo al menos...

el hombre ideal, único, irresis= tibie, cuando se propone fascis; narnos con esas bellezas que us= ted solo sabe sentir y expresar»....

sTodo eso — pensaba P a c o Góngora^-íc lo escriben «ellas» a los triunfadores, a los que

han llegado, a los que han salido del nion= ton, de ese inmenso montón en que todos somos unos. Y enton= ees, cuando yo tam= bien salga, será mi bo= ra..., la hora de casar* me con una mujer bo» nita y con dinero. En= tre tanto, a trabajar, y nada de impaciencias. Sobre todo, ¡cuidado Con un tropiezo, con una caída absurda. Con... enamorarse de una de esas infelices «todo corazón* nada más... Eso se queda para mis novelas; la vidu, aun siendo la novela de cada uno de nosotros, no es posi -ble escribirla así...

SEÑORITO Paco: vive usted muy solo, y así no está usted bien.

Debía usted casarse... Eso le había dicho muchas veces Nati, la portera. Paco Góngora la escuchaba Con una sonrisa, y, ens

cogiéndose de hombros, respondía: —-¡Quién sabe!... ¡Ya veVemos!... Tras de esas palabras, Góngora recataba un pen=

Sarniento. Luchando con su carencia de aptitudes y supliéndolas con el esfuerzo de una voluntad indo= mable, había conseguido hacerse un cierto nombre.

—Necesito—se decía en sus noches de insomnio y de planes para el porvenir—la novela o la obra de teatro de «gran éxito*, el empujón para alcanzar la cum= bre de la popularidad..,, aunque en ella no pueda mantenerme más que un día. ¿Qué importa que mi triunfo sea efímero si consigo aprovecharlo?... Este será el momento de vencer, no en la literatura, que es algo nada más que glorioso y bello, sino en la vida, que es... una suma de tristes o encantadoras realida=

— O i ^ , Nati, ¿t€= nemos otros vecinos? —interrogó Góngora a. la portera.

Sí; los del tercero... ¡Cla= ro, como usted no para en ca= sa, no se ha enterado que hace dos meses se marchó aquel comandante de la Guardia ci • vi!, que vivía en ese p'so con su señora y su cuñada!... Por cierto, que la cunada iba «al óleo*. ¡Bendito Dios, qué de

pintura y de ojeras con lápiz!... ¡Y no se vaya usted a figurar, que los cuarenta no los cumple; pero hay mujeres!...

—¡Bien, bien! ¿Y los vecinos de ghora, quiénes son? —Pues... verá usted. Una viuda de uno de tropa,

con tres hijos. Dos pequeños y una chica de diez y siete o diez y ocho arios... A la chica la tiene usted que haber visto. Se la habrá usted encontrado en la esca= lera cuando usted vuelve al anochecer. Tienen ustea des la misma hora... Usted de venir y ella de bajar a la calle.

El escritor, recordando, dijo: — ¡Ah..., sí! Ya sé quién es. Efectivamente, nos

hemos encontrado en la escalera... ayer, sin ir más lejos. Es alta, rubia, con los ojos muy grandes y muy ruborosa, muy tímida. Oiga, ¿cómo se llam^ esa señorita?

—El nombre me parece que es Mercedes... — ¡También el nombre es bonito!... La portera sonrió. —jY lo que se azora Cuando lo encuentra a usted!... —¿A mí?... ¿Y por qué?—repuso Góngora, in=

trigado.

— ¡Pues... porque como baja tan de trapillo cuando va por la cena!...

—¿Por la> cena? Pero, ¿va esa señorita a la compra? —Naturalmente. No ve usted' qae no tienen scrs

vidumbre. ¡Buenos están los tiempos, señorito Paco! ¡Hay que arreglarse en cada casa como se puede!...

— ¡Qué pena!—murmuró Góngora, evocando el lindo perfil de la hacendosa vecinita.

-—¡Señorito Paco..., señorito Paco..., que me parece que... le está a usted dando demasiada pena, y que!...

— ¡Qué!... ¿Que iba usted a decir?—le interrumpió el novelista, riendo y despidiéndose.

—Pues le iba a usted a decir... lo de otras veces: qae vive usted muy solo. Que así no está usted bien, y...

—Que debo casarme, ¿verdad? — ¡Ni más ni menos!... —¡Vaya..., basta la tarde, Nati!

Paco y Mercedes se siguieron encontrando en la escalera casi todos los días. En una ocasión entraron en el portal a un tiempo. Ella, que traía unos paque= tes y un capacho, se puso coloradísima...

—-¡Pase usted, y si me permite que la ayude,,. Lleva usted demasiadas cosas, y hay tanta escalera!... exclamó él, galante.

-—¡Oh, de ningún modo!... ¡Gracias, muchas gra» cias!^—dijo ella balbuciente y confusa, echando o co= rer escalera arriba...

Góngora sonrió y comenzó a subir... En uno de los descansillos halló, en un pequeño envoltorio, unos filetes de vaca como obleas...

— i La, cena!—murmuró compasivo el literato. Jadeando y azoradísima, volvió la muchacha en

busca del prosaico y extraviado paquetín. Góngora, misericordioso, lo dejó rápidamente en uno de los escalones, y, como si nada hubiera visto, continuó subiendo la escalera...

Unos meses después, Paco Góngora estrenaba, con fortuna, en un teatro de Madrid.

Aquel éxito grande, y el no menos grande de una novela suya, le proporcionaron su hora, la hora tan anhelada y esperada... Pero las beldades con mucho oro, las admiradoras con que él soñó, no aparecían...

Por fin, hubo de recibir una postal insinuadora... ¡Era de una viuda sin dos pesetas, y con unos locos deseos de contraer segun= das nupcias! Al cabo de dos meses recibió otra carta perfumada y miss teriosa. Decía así:

«Adoro e! teatro. Usted puede ayu= darme. Ayúdeme, que yo le juro que soy agradecida».

Góngora hizo un gesto de desagrado al concluir de leer esas tres líneas. ¡Aquello no era lo que él había soñado!... Por úU timo, se entrevistó en Rosales con otra admiradora.

—Cómo; ¿pero es usted?—c clamó la dama—. ¿Usted es Gón=, gora, el novelista, mí autor fa vorito?

—Yo soy...—replicó él, des» concertado.

— ¡Qué lástima!... ¡Qué pe= na!... ¡Me lo había figurado a us= ted... de otro modo!... ¡Qué des» ilusión!... ¡Ay, perdóneme; se me ha escapado!... Quería decir...

La escena resultó lamenta= ble. Paco Góngora volvió a su casa humillado y vencido... — ¡Soy un imbécil!—^se dijo a solas—. La vida es nuestra novela más hermosa, y yo la voy a es^^ cribir como lo que soy: un poeta, un \ sentimental, no un negociante..,

Y dejándose mecer en espíritu por un lecuerdo y por una esperanza, Góngora, entornando le» párpados, murmuró dulcemente: "ÍS?

— ¡Es tan buena...,están hunüide..., es tan bonita..., es tan digna de ser di= chosa!... ¿V po»" Qwc no?... ¿Por qué?...

" ¡Sí; mañana..., mañana he de decírselo!... «¡Mercedes; usted es la elegida de mi corazón^..

Page 36: Estampa-11!2!1930 - La Virgen Del Camino

/"í-i^tev

Cflompa

SUAVE iCOMODASlMPERMtABLL^ DURADERA»

UELÁ CREPÉ

mujeres con-

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No corte nt arranque sus callos. Es peligroso y por demás inútil. Actuaimente toda mujer puede deshacerse rápidamente y por completo de cUos, por más dolorosos (jtie sean, poniendo Saitratos Kodei! en e! agiia, en can­tidad suficiente hasta que eí oxígeno que exhala le dé un aspecto lechoso.

Ai introducir los jñes en semejante baño, se experi­menta un alivio inmediato a las punzadas, quemazón o mordeduras de sus callos, de! sufrimiento de sus pies fatigados, hinchados y doloridos. Las durezas y los ca­llos se reblandecen debido al oxigeno que penetra en ellos, hasta tal punto, que se pueden extirpar, sin dolor, de cuajo hasta la raíz. No se reproducen más si periódi­camente se toma un baño con Saitratos Rodell.

En todas las farmacias, droguerías y Centros de espe­cíficos venden y recomiendan ¡os Saitratos Rodell. Su coste es insignificante.

Contra el dolor nervioso o reu­

mático, neuralgias, o dolor de cabeza, d<

muelas, nervioso y molestias de ta m u l ^ ^

T 0 M A D ? l a e s p e c i a l i d a d n a c t o n a i c o n s a g r a d a p o r m é d i c o s

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Que desde el año 1694 ha llevado su fama siempre en aumento ha­biendo adquirido supremacía como medicamento de éxito seguro.para

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V cir accidentes de ninguna clasej^ya que solo por la acción manco­

munada de los medicamentos í que integran su fórmula se logra obtener grandes resulCa-

^ dos con una mínima cantidad g ' de substancias activas

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Sentíxse craosada sin motivo es un síntoma peligroso de debilidad. Otros síntomas son dolores de cabeza, hastío de la vida, malestar continuo. Todos ellos envejecen a usted antes de tiempo. Para reco­brar la vitalidad, tome un tó­nico eficaz.

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i

Page 37: Estampa-11!2!1930 - La Virgen Del Camino

y^~r/K/-\'P/\ V^/\ NT/A. M D-e RI M/<\

LLEGA UN BARCO

OR ia canai arriba 'lega perezosamente un barco mercante. Viene, panzudo, hundido hasta la

línea de flotación, cargado, agobiado por el peso de sus entrañas. Enfila hacia las viejas machinas de madera, donde permanece quieto el re-baño de cetáceos negros que tienen clavado un srpón con !a bandera inglesa, sueca, danesa, alemana... l ian venido de los mares del Norte, V traen en su seno carbón, madejas, minerales, chatarra, ciiarsto España, por necesidad, importa. De otros- -llenos de! acento desmayado de América - salen miles de toneladas de maíz argentino, de abonos de Chile, de maquinaría yanqui... Están indolentemente recostados frente a ios cdocks» de Maliaño.

E! buque, al conjuro de la campana del puente, se detiene; garrean estridentemente las cadenas del ancla y ésta rompe la quietud del agua deslizándose con albototo hasta el fondo. Atado el monstruo, salta sobre su íomo una legión de hombres rudos y vigo= rosos. Son íos coraceros.

El coracero va desapareciendo. Las grúas modernas han ido suplantando sus actividades y pronto su desaparición será total de los muelles santanderinos.

Desde aquellos tiempos en que en «el puerto de Castilla* se volcaba la casi totali» dad de los productos coloniales, el coracero era ia fuerza animal imprescindible, pors que ia bahía de la vieja puebla de traficantes no contaba con medios mecánicos para realizar las operaciones de carga y descarga de buques.

Cuando se anuncia la llegada de un barco se produce en los muelles una curiosa escena, que tendría la gracia y el color de lo pintoresco si un sentido de humanidad no lo emborronara con una tinta sombría: es el mercado del músculo, ia selección de los coraceros, que se presentan voluntariamente ai traba)o. Se alinean como en formación militar en una fila que a veces llega a ciento o ciento cincuenta; el capataz del muelle pasa revista y escoge los hombres que necesita, l-os elegidos - ¡un día más de pan!- estarán al costado del buque y, apenas éste ha terminado sus mani?. obras de atraque, unos subirán a bordo, para descender a los fosos- - los sollados—; otros empuñarán las palancas de las maquiniilas que pondrán en movimiento las plumas de los mástiles; otros son destinados a las ostas y amantes, y eí resto carrea teará las mercancíes hasta los vagones o a ios docks.

¿De dónde proceden estos hombres? Son obieros sin trabajo, artesanos que en las crisis cambian el escoplo, la mandarria, la piqueta, por la almohadilia del cora^ cero. Algimos proceden de tierra adentro: son labradores de '<is pueblos cercanos a la ciudad, que madrugan con el alba y, tras de trabajar la tie.'ra, vienen a gan¡!r un jornal. Pero la gran mayoría forma ia colectividad dcnonimada f IVabajíidores, del niuelic*.

EL CANTO AL TRABAJO

Va eston en faena. Los muelles se pueblan de mU rukios dist intos, Chirr,m> las £/ p^er/o de Santander es uno de íos pocoi puertos españoles en que la muf^f se detiica grúas y ias garruchas. El boyero aguijonea ¡a cansina pareja que arrastia interRuna= al dar^ trahaja de los muelles.

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Cttompa ble fila de vagrones. Las pla« Cas giratorias de la ferrovfa expulsan las unidades que irán .hasta el costado mismo del buque.

Este concierto ensordeces dor es el canto al trabajo, a las veces humanizado por una copla sentimental que fluye del pecho de alguien no re= signado enteramente a ser bestia de carga.

—¿Qué coraceros emplean ustedes c o n preferencia? —preguntamos a un capataz.

—Según la clase de traba= io a que se destinen. Pero casi siempre escogemos a los marítimos — antiguos pcsca= dores, Jóvenes que sirvieron en !a Armada o tripulantes desenroiados—, pues tienen más práctica y conocen me= jor el interior de los buques. Además, no se marean. Tams bien Jos preferimos para el goéarreo—carga o descarga de los trasatlánticos anclas dos en la bahía—-que se hace sobre e I mar. Los otros, los terrestres, para los mue= Hes.

—¿Cuánto gana un obrero? — Trece pesetas diacias. Si el trabajo es nocturno,

o en día festivo, se les abona doble jornal. —¿Trabajan todo el año? — ¡Oh!, desgraciadamente, no. Hemos observado muchas veces en los coraceros

niiradas rencorosas contra aquellos rivales de acero que levantan hacia el gris del ciclo sus brazos con músculos calculados por la Ihgcnicría. Son conio una amenaza contra su pan...

Va están en faena. Los muelles se putbian de mil ruidos distintos.

TOS - TOBERCDLOSiS - TOS FERINA

JARfiBES DEL DR. VILLEGAS Recordad los c o m o in fa l ib les

OTROS RIVALES DEL HOMBRE

Este es uno de los pocos puertos españoles en que !a mujer se dedica al duro trabajo de los muelles.

Son también seleccionadas por ios capataces, especiáis mente las jóvenes, que proce» den en su mayoría del barrio pescador de Pucrtochico. Se las destina a la descarga de mercancías a granel—maíz, abonos químicos, potasa, car= bón, etc.—y se las denomina con el genérico de las del mi= neraí. Cuando las leyes del trabajo no habían dulcifica= do aún los procedimientos, podía verse con angustia có= mo una mujer en vísperas de ser madre desfilaba como un eslabón de la humana cadena, aplastada por el pes so de cargas inverosímiles. Hoy la mujer está más am= parada, y se la dedica a las faenas menos fatigosas.

AI llegar el sábado, hom= bres y mujeres—entre corace= ros y las del mineral, unos mil quinientos—se dirigen a las tabernas que circundan la 20= na marítima, donde aguarda el capataz para entregarles sus jornales, linos traguetcs de lo tinto nivelan las diferencias del oficio. Y los grupos de mujerucas, en pintoresco des=

file tienen humor para reintegrarse a la vida cantando, procurando que el guindilla no actúe de maestro descon^ certador:

« Ya se va el Peña Sagra», ya le están desamarrando: ¡as chicas del Astillero solas, se quedan llorando...

(Fotos Samot.) í. SIMÓN CABARGA

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Page 39: Estampa-11!2!1930 - La Virgen Del Camino

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ja de un soberbio cabezazo. A la derecha, Vidal pierde el equilibrio y la gorra.

B¡ partido termita t^n el empate a dos goals. fíe aquí al portero madrileño Vidal, Aa» tido por primera vez. (^joto Corte.)

La selección ae Vigo venció a U de Oporto

BAOALOHA

Antes del pariido, que terminó con la victoria de los vigueses por dos tantos a uno^ los capitanes cambian los regalos tradicionales.

Lih sale a interceptar un avance de It^ Siska, goaUkeeper de Oporto, arrebata ei delanteros portuenses. , balón de ios pies de Rogelio, y evita_ un

(Fotos Gonsalves, Oporío.) tanto.

Page 42: Estampa-11!2!1930 - La Virgen Del Camino

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hecno ia siguiente maniíestación refíriéRdosc a las canas que tas feo hacen en muchas cabelleías:

"Está al alcaocc de cualquiera de poáet hacer que su3 canas o cabellos descoloridos vuelvan a sa color natuial, Rtcd'ar.í.? el empleo úe un remedio preparado par sí mismo^ taxiy senctUamentc, en su casa.

"Eo una botella ár, ^ de l i t ro ' s e echarán 30 gramos de agua de Cotocua (3 cucharadas de las de sopa), 7 gramos de gHccrtna {! cucharadita de las de café), una cajita <iei producto "Oríex" y se terminará de llenar el frasco con agua. Dichos productos pueden comprarse en cualquier far­macia a un precio módico, los cuales, mezclados por usted misma y dicha, mezcla, ijne se aplicará sobre su «abeSo- dos Teces por semana hasta que se obteusa el tono apetecido.

Con este medio se rejuvenecerá en unos 20 ' suios toda persona canosa. Dicho compitesto no es una tintura, ao tiSe el cuero cabelludo par delicado que sea. no es tampoco gra­sicnto 7 queda mdeSnidameiite. Hace desaparecer la cssi^ y los cabellos se vuelven suaves y brillantes, faverecíeiido, además, su desarrollo.

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Page 44: Estampa-11!2!1930 - La Virgen Del Camino

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He aquí las señoritas que se han disputado en París el reinado de la belleza del viejo continente. No son las mismas del ano pasado. Podemos asegurárselo a nuestros lectores, a quienes suponemos que siempre les resultará agradable conocer fotográficamente las gracias de las guapas muchachas que han acudido al gran torneo parisino. Quien sigue siendo

el mismo es el periodista francés Maurice de Waleffe, organizador de estos concursos que le han valido el título, entre enfático e irónico, de «apóstol de la belleza*. (Poíos Reportajes, K ystonc, Vidal y Meurisse.)

Miss Inglaterra,

La reina de la belleza española, Elena Pía Mompó, a su llegada a París, Aa= ciendo una pregusta a na guardia, que se muestra encantado de contestar a la

hellisima valenciana. Miss Rumania.

Page 45: Estampa-11!2!1930 - La Virgen Del Camino

Miss Francia. Maurice ice de Waleffe en el acto de presentar tas reinas de la belíeza al Jurado, prononeia o » discurso entusi^ta para justificar su título ée mpóstol de la belleza*.

Miss Alemania.

Miss Polonia. Esta es Miss Grecia, la reina de la belleza europea de

este año, una paisana de Venizelos. Miss fíungfia.

Miss Italia. Miss Yugoeslavia. Miss Turquía. Miss Bélgica. Miss Bulgaria.

Page 46: Estampa-11!2!1930 - La Virgen Del Camino

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Page 47: Estampa-11!2!1930 - La Virgen Del Camino

iNotas graneas de la actualidad en A/ladríd y en las provincias españolas

LOS ARTILLEROS RECLUIDOS EN PAMPLONA~Los artilleros de Ciudad EL ESTUDIANTE SBERT EN BARCELONA—El estudiante Sherf {X) después Rea! a su llegada a la Estación del Norte de Madrid, donde fueron recibidos por sus de su desembarco en el puerto de la ciudad condal, procedente de Palma de Mallorca, es

familias y un público numeroso. (Poto Luque.) acogido con entusiasmo por los estudiantes barceloneses, (Foto Badosa.)

Araña de cristal de Bohemia, 1rabet}o^eJa~^asa Elias Palme, .de Mamenidky Sedov (Checoes= lovaquia), obsequio del Sindicato de Periodistas checoeslovacos a la Asociación de la Prensa de

Madrid.

MADRID.—La bella xñorita Aaiía López del Arco, bija del director de ^Economía» y de ia ^Revista de Ambos Mundos*, D , Antonio, firmando el acta de su enlace con el ingeniero D. Emilio Arias. La ceremonia religiosa

tuvo lugar en la iglesia de San José, el sábado último. (Foto Scgovia.J

BARCELONA.- Patio de una vetusta casa se= norial, en la calle de Mercaders, de Barcelona, precioso y raro ejemplar de arquitectura góti'^ ca civil, que, por un lamentable caso de incuria.

se está desmoronando^

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MADRID.—El ministro de Instrucción Pública, Sr. Duque de Alba, en el acto inau= gural de la Exposición de bordados segovianos, en la gae pueden admirarse trabajos de

una gran belleza. ' íFíito Zapata.)

SEVILLA.—Grupo de se&oritas que asistieron a la reunión previa para la fundación del Ateneo femenino, cuyo inauguración se proyecta para una fecha próxima.

; •. (Foto Sánchez dd Pando-)

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Page 48: Estampa-11!2!1930 - La Virgen Del Camino

Cstompo

a / guardidiS estudidLiites

Juan Antonio Gracia Barrif, en sus dos aspec" tos de estudiante de Mee-dicina y guardia de cira

ealación.

Nuestros lectores recordarán una información titulada «£1 estudiante que se hizo guardia de la porra», y que se publicó en uno de ¡os más recientes números de £ 5 * TAMPA.

El caso de ese simpático muchacho que en Madrid olx terna con la regularización del tránsito los estadios acas démicos, ha puesto de actualidad en Zaragoza a dos es». tudiantes, que también son guardias de circulación.

Uno de estos muchachos, Pedro Royo Pola, es alumno de la Escuela de Veterinaria; vino a Zaragoza para cuf sar sus estudios y, en la necesidad de ganar algún dinero para sostener a sus hermanas, ingresó en la Guardia mw nicipal el pasado ano; ha sido en su pueblo, Aguilón, í/e= pendiente de farmacia, y hace la Carrera de Veterinaria; sus dos heriñanas son alumnas de la Facultad de Letras. Pedro Royo Pola pertenece a la sección de guardias en* cargados de regular el tránsito y presta servicio como i al diariamente.

En la misma sección hay otro estudiante, Juan Antonio Gracia Barril, futuro doctor en Medicina, hijo de fami* lia muy conocida en la ciudad; heredó, a la muerte de su' padre, una regular fortuna, pero la gastó, antes de termis aar sus estudios. Actualmente, para atender a los gastos de su carrera, es guardia municipal, plaza que desempeña desde hace algún tiempo. La necesidad, después de haber conocido el regalo de una vida muelle y grata, le ha oblis gado a alternar con sus obligaciones académicas las de guardia de circulación.

, (Fotos A. de la Barrera.)

Pedro Royo P'ota, en sa do= ble personalh dad de estu= diante y dp

guardia.