Ernesto Che Guevara Recuerdo Rafaga Orlando Borrego

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    Al considerarlo un libro de cierto nivel cientfico, apreciaba queen l deban aparecer los aportes fundamentales del Che a la ciencia dedireccin dentro del complejo esfuerzo desarrollado por l para cons-

    truir una nueva sociedad en el hemisferio occidental; y, en las com-plejas condiciones que se vivieron durante la segunda parte delcontrovertido y atribulado siglo XX.

    Todos los que han incursionado, de alguna forma, en la economao, en las ridas tareas de direccin, conocen que cuando se leen obrassobre esas materias no siempre aparece el hombre en toda su dimen-sin de ser social en comunicacin cotidiana con sus contempor-neos. O sea, el ser humano que trabaja, sufre, re, suea y disfruta delas cosas naturales en el entorno donde existe. El propio Che refi-

    rindose a ciertas obras cumbres de la historiografa o de las cienciassociales en general, adverta que la rigurosidad de algunas de ellashaba convertido a sus autores o protagonistas en dolos de piedra.

    La vida del Che, por otra parte, estuvo colmada de los ms diver-sos acontecimientos, la mayora de ellos sucedidos en estrecha vin-culacin con su cautivante personalidad.

    En su corta pero intensa existencia, el Che pas por las ms varia-das experiencias personales: mdico, motociclista, fotgrafo, alpi-nista, guerrillero, piloto de aviacin, periodista, escritor, banquero,Ministro y diplomtico.

    Smese a todo lo anterior que como trabajador voluntario desem-pe las ms diversas labores: operador de cosechadoras de caa,machetero, tornero, minero, obrero portuario, empalmador de libros,obrero de la construccin, textilero y muchas otras ms.

    Durante el tiempo que realiz todos esos trabajos, comparti conobreros, campesinos, estudiantes y muchas otras personas pertene-cientes a las distintas esferas de la sociedad cubana.

    Persona culta, observadora, analtica y con gran facilidad de co-municacin supo integrarse al carcter de los cubanos sin ningunadificultad. Sin embargo, sobresalan en l ciertos hbitos y costum-bres de su natal Argentina y del seno familiar donde se educ desdesu niez.

    Al contar con evidente sentido del humor, disfrutaba del tempera-mento de los cubanos, de sus chistes y de determinadas formas decomportarse. Dentro de ese medio dejaba aparecer su tpica y refina-da irona que lo caracteriz durante toda su vida.

    Un hombre que vivi en lucha con los rezagos de la sociedad ante-rior, tratando de consolidar nuevos valores para la formacin delhombre nuevo, era lgico que profundizara en la sicologa humanaen funcin de aquellos nobles objetivos.

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    Todas estas caractersticas tan particulares del Che, hicieron quese mantuviera en permanente superacin personal, pero trasmitiendosus enseanzas a cada paso.

    En los primeros aos de la Revolucin vivamos en constante apren-dizaje. La realidad de esta situacin, ms los rasgos tpicos de loscubanos fueron caldo de cultivo para que sucedieran cosas inslitasque a lo mejor nunca hubiesen ocurrido en tiempos normales.

    Muchos de aquellos acontecimientos, hoy nos hacen rer y aoraraquellos tiempos juveniles, donde lo comn era el entusiasmo des-bordante, la alegra, la seguridad en nuestro futuro y el desinters porlas cosas personales; todo lo caracterstico de una revolucin que

    comienza.Luego vendra un proceso de institucionalizacin que lo fue orde-nando todo; proceso que avanzaba en lucha con los hbitos de lapoca guerrillera como deca el Che. As fuimos respondiendo auna nueva disciplina, a ser ms cuidadosos con el lenguaje, a escribirtratando de no revelar cosas que pudieran ser utilizadas contra nues-tra causa por los enemigos de siempre.

    Pareci que hasta el humorismo criollo estaba en retirada, no por-que lo deseramos, sino por las propias condiciones adversas delentorno. En realidad el humor estaba guardado en caja fuerte, paracuando llegara la oportunidad de expresarlo.

    Quin puede negar que las situaciones o los hechos humorsticosnunca se olvidan y, por el contrario, se aejan como el buen vino ydespus de muchos aos se disfrutan con ms gusto que en la oportu-nidad en que sucedieron.

    Una verdadera revolucin lucha por la felicidad de su pueblo, peroesa aspiracin suprema no implica solamente la satisfaccin de losbienes materiales. Lo ms importante en un proceso de ese tipo esque se alcance la ms plena realizacin espiritual, junto al amor porel trabajo, por el estudio, por alcanzar una amplia cultura, y disfrutarde una vida sana con todo lo que tiene de hermoso y divertido.

    En los duros aos de trabajo, de logros, de xitos y de fracasos, elpueblo cubano nunca ha perdido la oportunidad para divertirse enun carnaval, en una fiesta domstica o en una festividad colectiva en uncentro de trabajo.

    All se canta y se baila, se discute de poltica y se hacen bromasde todo tipo. Todo eso lo conoci el Che, aunque por su capacidad desacrificio no siempre lo disfrut como deba. Aun as, no dejde participar en varias actividades festivas, organizadas por su propia

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    iniciativa para estimular a los trabajadores. Si para algo tena limita-ciones importantes era para la msica y el baile, ya que posea unpsimo odo musical, confundiendo el ritmo de una guaracha con el

    de un bolero o un danzn.Muy pocas de esas vivencias del Che han aparecido en los librosque se han escrito sobre l. No hacerlo en extenso puede implicarque algunos lo conviertan en el dolo de piedra, que l tanto critica-ba, cuando se refera a sus lecturas sobre algunas grandes personali-dades de la historia.

    Con esa amalgama de recuerdos en mi mente, me he hecho el pro-psito de trasmitirle a los lectores algunas ancdotas vinculadas a la

    fecunda estancia del Che en Cuba; todo con el inters de acercarloms a todos los hombres y mujeres del mundo que lo admiran ylo respetan. Presentarlo para que conozcan cundo rea y por qu lohaca; cundo sufra y cules eran las razones; cundo temblaba deindignacin contra cualquier injusticia en el mundo; cmo queraa su familia y a sus amigos, y los cuidaba. Su amor por la naturalezay todo lo que representa en lo inmenso de su biodiversidad.

    Tambin, cmo amaba la poesa y era capaz de disfrutar de loschistes, con la excepcin de aquellos que de alguna forma discrimi-naran a una persona o que por su vulgaridad atentaran contra los mssanos valores humanos.

    Ese Che, que pocas horas antes de morir conservaba su optimismoy haca correcciones ortogrficas frente a una pizarra de la escuelitade la Higuera para que los nios bolivianos de aquella recndita re-gin pudieran apreciar las palabras sin pugnar con las bellezas de laescritura y de la vida.

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    Se ha escrito mucho a travs de la historia sobre los actos heroi-cos llevados a cabo por determinadas personas. Los escenarios ylas circunstancias en que esos actos se han realizado resultan muyvariados.

    Desde la antigedad hasta hoy, las guerras han servido de referenteparticular para destacar actos excepcionalmente heroicos realizadospor los combatientes que han participado en ellas y, en ocasiones,ese mismo escenario ha servido para significar los casos en que cier-tas personas, al encontrarse en situaciones extremas, han reaccionado

    con actitudes cobardes sin ser capaces de sobreponerse al miedo entales circunstancias.Durante la guerra de liberacin en Cuba se produjeron innumera-

    bles acciones heroicas por parte de muchos combatientes revoluciona-rios, que han pasado a la historia como ejemplos de extraordinariavalenta personal o colectiva. Tambin el recuento histrico seala casosde cobarda y actitudes donde prevaleci el miedo por encima del co-raje demostrado en el combate, tanto en la lucha clandestina en las

    ciudades como en las acciones guerrilleras llevadas a cabo en las mon-taas.

    Terminada la guerra se da paso a los recuerdos sobre esos momen-tos extremos en el fragor del combate. Al reunirse los combatientesque participaron en determinadas acciones no siempre predomina launidad de criterios sobre los hechos sucedidos y, en ocasiones, noson todos los que aceptan o reconocen el haber sentido miedo endeterminadas circunstancias. Con ms frecuencia se destacan los

    hechos heroicos sucedidos en el combate.Entre las virtudes ms reconocidas del Che se encuentra su hones-

    tidad a toda prueba y ese rasgo de su personalidad estuvo siemprepresente en todas las acciones de su intensa y fecunda existencia.

    La valenta y el miedo

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    Inmediatamente despus de culminada la guerra de liberacin enCuba, el comandante Guevara se preocup por escribir sus recuer-dos sobre los principales hechos sucedidos durante la campaa

    guerrillera. En esos escritos puso de relieve otra vez su honestidad ydej para la historia un valioso legado acerca de su actitud personaldurante la lucha revolucionaria.

    Personalmente recuerdo, cmo el Che, antes de dar por terminadocada uno de aquellos escritos, se reuna previamente con todos los quehaban participado en cada una de las acciones combativas para verifi-car, en detalles, con la mayor precisin, todos los hechos narrados.

    De aquellos pasajes histricos pueden extraerse algunos momen-tos donde se pone de manifiesto lo ya sealado acerca de la honesti-

    dad personal del Che.En uno de los captulos de sus pasajes, titulado Interludio el

    Che narra los principales acontecimientos sucedidos durante los mesesde abril a junio de 1958 en la Sierra Maestra. La insurreccin habatomado fuerza en todo el pas y, muy especialmente, en la parte orientalde la isla, se haba producido una importante incorporacin de com-batientes a la Sierra Maestra poniendo en aprietos al gobierno de latirana de Batista.

    El 9 de abril de ese ao se llev a cabo un intento de huelga gene-ral, organizada por las fuerzas revolucionarias de la ciudad, la cualtermin en un fracaso y estimul al ejrcito reaccionario a llevar acabo una gran ofensiva contra los revolucionarios que combatan enlas montaas de la Sierra Maestra, encabezados por Fidel.

    Uno de esos das, el Che sali de su campamento en direccin a unlugar llamado El Jbaro para una entrevista con Fidel. Lo acompa-aba un gua durante aquella larga caminata que dur todo un da. Laentrevista con Fidel tambin fue prolongada y al da siguiente el Che

    retom la ruta que lo haba llevado hasta su jefe, para regresar a sucampamento en otro lugar llamado La Otilia. Por razones desco-nocidas el gua que lo acompaaba lo abandon en el trayecto, por locual, ste tuvo que hacerse acompaar por otro que cumpliera esamisin.

    Despus de varias horas de camino los dos hombres se enfrenta-ron a un raro escenario el cual es narrado por el Che con ciertosmatices humorsticos:

    En esta ltima etapa, cerca ya de la casa, se present un raro espectcu-lo, a la luz de una luna llena que iluminaba claramente los contornos,en uno de esos potreros ondulados, con palmas diseminadas, apareciuna hilera de mulos muertos, algunos con sus arreos puestos.

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    Cuando nos bajamos de los caballos a examinar el primer mulo yvimos los orificios de bala, la cara con que me mir el gua era unaimagen de pelcula de cowboys. El hroe de la pelcula que llega con

    su compaero y ve, por lo general, un caballo muerto por una fle-cha, pronuncia algo as como los siouxs, y pone una cara especialde circunstancias, as era la del hombre, y, quiz, tambin la mapropia, pero yo no me preocupaba mucho de examinarme... El guase neg a seguirme, aleg desconocer el terreno y simplemente su-bi a su cabalgadura y nos separamos amigablemente.Yo tena una Beretta y, con ella montada, llevando el caballo de lasriendas me intern en los primeros cafetales. Al llegar a una casa

    abandonada, un tremendo ruido me sobresalt hasta el punto que porpoco disparo, pero era slo un puerco, asustado tambin por mi pre-sencia. Lentamente y con muchas precauciones fui recorriendo losescasos centenares de metros que nos separaban de nuestra posicin,la que encontr totalmente abandonada. Tras mucho rebuscar, encon-tr un compaero que haba quedado durmiendo en la casa.Universo, que haba quedado al mando de la tropa, haba ordenadola evacuacin de la casa previendo algn ataque nocturno de ma-drugada. Como las tropas estaban bien diseminadas defendiendo ellugar, me acost a dormir con el nico acompaante. Toda aquellaescena no tiene para m otro significado que el de la satisfaccin queexperiment al haber vencido el miedo durante el trayecto que se meantoj eterno hasta llegar, por fin, solitario, al puesto de mando.Esa noche me sent valiente.

    Esta primera parte de la narracin que nos ofrece el Che noslleva a una definicin no pocas veces expresada por la sicologa

    popular: la verdadera actitud valiente de una persona se expresa demanera elocuente cuando es capaz de vencer el miedo en situacio-nes extremas. O sea, que no sentir miedo en esas circunstancias nosiempre constituye un mrito y cualidad natural de una persona. Lonatural es sentirlo, pero vencerlo; y, de esta forma se cumple lo ex-presado por el Che sobre la actitud valiente que pudo apreciar enaquella oportunidad.

    Luego contina con su narracin en medio de la dura confronta-cin con las tropas del connotado asesino Snchez Mosquera. Noscuenta que se encontraba con uno de sus frecuentes ataques de asmae iba montado en un caballo con el cual haba hecho buenas migas.La lucha se extenda en diferentes direcciones y tuvo que abandonarla cabalgadura.

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    preocupacin era la de cobrar los adeudos pendientes ante el temorde que el Ejrcito Rebelde le fuera a ajustar cuentas por su colabora-cin abierta con la tirana batistiana.

    No saban aquellos personajes que la poltica del Gobierno Revo-lucionario era la de continuar la vida normal de sus instituciones ycumplir con todos los compromisos de pago que estuvieran legal-mente justificados. La nica instruccin que yo haba recibido porparte del Che, como jefe del regimiento, era la de revisar con el ma-yor celo aquellas obligaciones.

    Un da lleg a mi oficina un asustado comerciante que era el sumi-nistrador exclusivo de caf al Regimiento. Sin ningn escrpulo se

    interes por los pagos que tenamos pendientes con su empresa. Alyo contestarle que estbamos revisando nuestros adeudos para suliquidacin, me ofreci un treinta por ciento de descuento si le hacael pago de inmediato. Interpret su propuesta como una forma desca-rada de soborno e insult al personaje sin el ms mnimo reparo.

    El hombre se aterr ante mi reaccin, pidiendo cuantas excusas levinieron a la cabeza. Pocos das despus orden los pagos pendientesal comerciante sin deducir ningn descuento de los ofrecidos.

    Al informarle al Che lo sucedido, hice hincapi en el intento desoborno a que haba sido sometido. Me pareca que haba actuadocon la ms alta profesionalidad administrativa y esperaba un oportu-no reconocimiento moral de mi jefe.

    Para mi sorpresa, el Che me dijo que haba actuado totalmentefuera de lugar. Consider que estaba muy bien que no aceptara undescuento para mi beneficio personal, ya que de lo contrario caeraen manos de la justicia revolucionaria, pero en trminos comercialeshaba actuado como un tonto. El comerciante, segn l, estaba ac-

    tuando dentro de sus leyes y yo lo que haba logrado era encarecer elcaf que estbamos consumiendo en el Regimiento. Como comer-ciante, me dijo, arruinaras cualquier negocio capitalista.

    A partir de aquel da trat de ser ms eficiente en trminos co-merciales, los esfuerzos fueron muchos, pero hasta ahora no he te-nido xitos significativos en tal sentido, y ya es demasiado tardepara lograrlo.

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    Para el Che, la primera condicin que deba plantearse un dirigenterevolucionario era practicar con el ejemplo personal. Para formar hom-bres integrales no slo es necesario aportar la simiente, hay que saber-la abonar con la savia del ejemplo por parte del lder. Y aunque nuncahabl acerca de su liderazgo personal, estaba muy consciente de susaltas responsabilidades como hombre de Estado y de su pertenencia ala alta direccin de la Revolucin Cubana.

    Involucrado y comprometido con la causa a la que dedic su va-liosa existencia, fue consecuente con su prdica educativa. No prac-tic, como han tratado de demostrar algunos de sus detractores, unascetismo rampln y extremista. Ms de una vez insisti en que lofundamental para un dirigente revolucionario era tener un verdaderosentido del lmite a la hora de recibir de la sociedad determinadascompensaciones por el cumplimiento de su deber social.

    En su concepcin acerca de cmo deba vivir un dirigente, reco-noca que ste tena el derecho a recibir un salario decoroso y otrasprestaciones y servicios, acorde a sus responsabilidades y en corres-pondencia con la situacin econmica del pas y las condiciones

    medias de su poblacin. Lo que no se poda permitir era que por elhecho de ocupar determinado nivel de direccin se contara con pri-vilegios desmedidos que pudieran herir la sensibilidad popular.

    Todos los valores proclamados por el Che dentro de su concep-cin de la tica que practicaba, trataba de trasmitirlos a los dems atravs de su ejemplo personal. Y ya l conoca lo suficiente al pueblocubano como para orientarse hacia donde deba conducir su prdicay la forma prctica de llevarla a cabo en cada situacin concreta. En

    tal sentido comenz a enfrentarse a las ms dismiles situaciones,sin caer en extremismo alguno, pero tampoco aceptando actitudesque no se correspondieran con los pilares bsicos de la tica y de losaltos valores humanos que sustentaba.

    Nueva tica: primera leccin

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    Como el objetivo esencial de esta narracin no es profundizar enaspectos conceptuales, sino de presentar al Che cotidiano que cono-c; tratar de resaltar aquellos hechos ms significativos observados

    por m o en los que particip por razones de mi trabajo.Estos hechos estn muchas veces asociados a casos anecdticosocurridos durante los aos en que el Che ocup distintos cargos en elEstado cubano y especialmente a la etapa en que estuvo al frente delMinisterio de Industrias.

    Precisamente, a los pocos meses de creado el Ministerio de Indus-trias recib una de las primeras lecciones sobre la tica y la forma enque deba comportarse un funcionario pblico con responsabilida-

    des de direccin.Como he narrado en otras ocasiones, siempre aspir en mi juven-tud a tener un automvil propio y de una marca ms o menos recono-cida. Ese era un sueo bastante generalizado en los de mi edad y unaforma inconsciente de expresar el grado de enajenacin de que ra-mos objeto dentro de la sociedad en que vivamos.

    Lo cierto es que en aquellos primeros tiempos yo mantena anmuy latentes esos rezagos del pasado, y slo recin empezaba a

    comprender, gradualmente, que todo haba cambiado radicalmenteen mi pas.Digo gradualmente, porque an teniendo muy cerca el ejemplo

    personal del Che, no lo haba asimilado con la rapidez necesaria.Una demostracin es que ya haba satisfecho en parte mi ilusin porlos automviles, al haberme asignado el Che uno estatal para mi traba-jo, pero lo de la marca reconocida era tan tentador que todava no lohaba olvidado. Por lo menos, eso fue lo que demostraron los hechos.

    Al nacionalizarse una de las fbricas de cigarrillos ms importan-tes de la Ciudad de La Habana, sta contaba entre sus activos con unautomvil marca Jaguar prcticamente nuevo.

    En verdad yo no andaba a la caza de otro automvil distinto al quese me haba asignado, pero ocurri que el administrador que se habanombrado al frente de la fbrica era Santiago Riera, quien conocade mi devocin por los autos y del esmero con que cuidaba el queestaba usando en aquellos momentos.

    Mi amigo administrador me llam por telfono y me anunci laexistencia del Jaguar sugirindome que yo hiciera uso del mismo, yaque segn l, en la fbrica no le era de ninguna utilidad dada suscaractersticas tcnicas. Adems, me explicaba que su apariencia era

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    ms de auto deportivo que de otra cosa. Me insisti en que como yoera tan cuidadoso! con los autos, seguramente lo iba a conservarcomo ningn otro compaero.

    Pues nada, que ca en el error de aceptar la sincera solicitud, parano decir oferta, que me hiciera mi amigo el administrador. Me trajeel Jaguar para el Ministerio, y a cambio, tal como habamos conveni-do, le entregu el auto asignado por el Che.

    A los dos das de estar tripulando el poderoso Jaguar, llegu alMinisterio, realic mi maniobra de parqueo, y cuando estaba ba-jando de la mquina, arrib el Che a la zona de parqueo en elmodesto auto Chevrolet 1960, que era la marca usada por l en

    aquellos momentos.El Comandante avanz haca m y mirando despectivamente alJaguar, me grit, Chulo! (proxeneta) y repiti el ofensivo calificati-vo. Como no entend absolutamente nada del por qu me ofenda deesa manera, le pregunt cul era el problema. Entonces me respondicon cierta irona reflejada en el rostro: T si me entiendes y te advier-to que tan slo dispones de una hora para que devuelvas ese auto-mvil al lugar de donde lo sacaste. Entonces ca en la cuenta delerror cometido y, por supuesto, tom las medidas inmediatas para ladevolucin del controvertido Jaguar.

    Pero, lo peor de todo fue que no pude recuperar el automvil asig-nado anteriormente, ya que le haban dado una utilizacin en la f-brica de cigarrillos y ste no admita retorno alguno a mis manos. Asque me qued varios das pidiendo el auxilio de algunos amigos paramis traslados de rutina.

    Continu trabajando como si nada hubiera sucedido, hasta queel Ministro me llam una maana y me ofreci una extensa expli-cacin sobre la razn del por qu me haba ordenado la devolucindel Jaguar.

    En esencia me convenci de lo improcedente que resultaba queun viceministro del Gobierno utilizara para su trabajo un auto tanostentoso.

    Fue tal la argumentacin sustentada por el Che, que no slo meconvenci, sino que ms nunca he olvidado aquella enseanza.

    Para remate, al final de su razonamiento, totalmente amistoso y

    educativo, me inform que me haba asignado un auto Chevrolet,rplica exacta del usado por l, y que llamara al Ministro del Trans-porte que ya tena instrucciones suyas para que me hiciera entregadel mismo.

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    Como en verdad yo era cuidadoso con los autos, a veces me pedaprestado el que yo usaba para determinados recorridos. Cuando medeshice, muchos aos despus, del ya viejo Chevrolet, lo hice con un

    poco de dolor; pero, para entonces, ya no tena derecho alguno parausarlo como auto del Estado y, por otra parte, ya haban desapareci-do todas mis apetencias acerca de los tipos y marcas de automviles.Lo que s seguan, muy de cerca, eran los recuerdos y las enseanzasdel Che.

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    El primer teniente Alberto Castellanos era el segundo jefe de laescolta personal del Che. Cubano alegre y al decir de sus amigos,capaz de enamorarse hasta de la sombra de una mujer, cumpla conla mayor disciplina la alta responsabilidad que se le haba encomen-dado para la seguridad del comandante.

    En aquellos primeros aos, las escoltas de los lderes de la Revo-lucin estaban sometidas al mismo horario de trabajo de sus jefes.En razn de su trabajo tenan programado horarios de descanso,pero deban estar permanentemente localizados ante cualquier even-

    tualidad.Un da que le tocaba el descanso a Alberto, el Che lo autoriz paraque utilizara un automvil del trabajo y que a las ocho de la noche deese da trasladara a su oficina a unos invitados extranjeros quienesdeban entrevistarse con l.

    El primer teniente descans hasta la puesta del sol y considerandoque an dispona de tiempo suficiente hasta la hora indicada paratrasladar a los visitantes, invit a una amiga muy allegada para quelo acompaara a la playa de Santa Mara del Mar, en las proximida-des de La Habana.

    Todo sali a pedir de boca, la muchacha acept la invitacin y lapareja se fue a refrescar sus cuerpos y sus espritus a la mencionadaplaya.

    Alberto situ el automvil bien cerca del lugar que haba seleccio-nado, y tom la precaucin de dejar la planta microonda del autom-vil encendida ante la eventualidad de cualquier llamada a travs deese medio de comunicacin.

    Los dos jvenes disfrutaban de un refrescante bao bien merecidoa la luz de la luna, cuando de pronto se escuch el aviso de lamicroonda del automvil. Alberto sali corriendo, bien mojadito, yse puso a la escucha del inoportuno aparato. Era el Che.

    Qu haces en la playa?

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    Se escuch la voz un tanto imperativa de su jefe:Alberto, Alber-to, me escuchas, es el Che. Alberto mir su reloj, eran las siete ytreinta de la noche; contestando de inmediato con voz entrecortada:

    S, Comandante, lo escucho; dgame; qu desea?Le respondiel Che: Dnde ests en estos momentos?. Entonces, le inform,Alberto: Estoy en la playa de Santa Mara. El Che, sorprendidopregunt: Y qu ests haciendo a estas horas en la playa? Rpi-damente, Alberto, contest: Y qu usted cree que se puede estarhaciendo en una playa a estas horas?

    Se hizo una breve pausa y se escuch la siguiente advertencia: Tsabes que a las ocho en punto deben estar las personas que te indi-

    qu en mi oficina, est claro? Alberto: S, Comandante, lo escu-cho alto y claro, a esa hora estarn en su oficina.Cuando verificaba este dilogo, Alberto me contaba que al termi-

    nar de hablar con el Che, se puso el uniforme sin secarse el agua demar, dej a su amiga, inmediatamente, y a partir de ese momento seconvirti en Juan Manuel Fangio, el famoso as del volante argentino.Ms que correr, casi vol con su automvil y a las ocho en punto dela noche estaba haciendo su entrada con los ilustres visitantes en laoficina del Che.

    Agrega que su jefe salud a los invitados con la mayor cortesa ypasaron a desarrollar la anunciada entrevista. El segundo jefe de laescolta se retir para terminar su descanso y otro compaero lo sus-tituy, como estaba programado, para encargarse de retornar a losinvitados al lugar donde estaban hospedados.

    Alberto esperaba que al da siguiente su jefe lo llamara al orden,pero no sucedi nada. Actualmente considera que si no hubiese lle-gado con los invitados a la hora indicada, no se escapaba de alguna

    medida disciplinaria por parte del Comandante. Haba cumplido consu deber y comprobado una vez ms la sicologa de su jefe, que enaquella ocasin fue capaz de perdonar sus arrestos juveniles.

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    Hasta finales del ao 1962 el rgimen de trabajo diario del Cheterminaba normalmente a las dos o tres de la madrugada. Ademsdel cmulo de trabajo, por razones elementales de lealtad y compa-erismo, algunos de nosotros permanecamos hasta esas horas ennuestras oficinas. Llegado un momento empezamos a percibir cier-to cansancio fsico, aunque la mayora ramos muy jvenes, inclu-so el Che.

    A principios de 1963 me coment que consideraba que habamosestado sometidos a un ritmo de trabajo muy agotador el cual ya se

    poda modificar, de acuerdo con el nivel de organizacin alcanzadoen el Ministerio. Entonces decidi que, como regla, nuestra jornadade trabajo terminara a la una de la madrugada. Aquello lo considercomo una feliz concesin de su parte.

    Como es conocido, adems de las intensas labores administrati-vas, el Che haba hecho del trabajo voluntario uno de los principa-les elementos forjadores de la conciencia, tanto para los que sedesempeaban en labores burocrticas como en las distintas esfe-

    ras de la produccin social y los servicios. Para l constitua, ade-ms, una de las formas ms efectivas para acercar los dirigentes alos trabajadores sin la formalidad de los discursos o de las instruc-ciones ministeriales.

    Para responder en la prctica a esas concepciones, cada domingorealizbamos trabajo fsico en distintas fbricas, en el sector de laconstruccin, en los puertos o en las ms diversas labores agrcolas.Cuando llegaba la zafra nos convertamos en asiduos asistentes a los

    cortes de caa en los campos de los distintos centrales azucareros.En ocasin de uno de estos trabajos, cerca del central Orlando

    Nodarse en la provincia de Pinar del Ro, compartimos junto al Cheuna de aquellas experiencias inolvidables.

    Una cerveza bien fra

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    Si la recuerdo con particular significacin es porque aquel da es-tuvo marcado por ciertos hechos que se grabaran para siempre en mimemoria en unin indisoluble con nuevas enseanzas del Che.

    El corte se llevaba a cabo en un campo de caa quemada bajo unsol abrasador el cual haba elevado la temperatura a niveles casi in-soportables para nuestras huestes burocrticas. Los rostros de loscortadores se haban convertido en irreconocibles, debido al tizne dela caa quemada. Ese tizne se mezcla con la miel, que a causa delcalor recibido sale de la caa, y causa verdaderas molestias para tra-bajar, tanto en las manos como en todo el cuerpo.

    Cerca de nosotros se escuchaba la respiracin entrecortada delChe y, tanto su uniforme militar como el de algunos de nosotros esta-

    ban empapados de un sudor picante y pegajoso. Todos mirbamoscon frecuencia nuestros relojes en ansiosa espera para que llegara elfinal de la jornada de trabajo.

    Cuando se escucharon los ltimos machetazos, alguien exclam:Qu bien nos vendra una cerveza bien fra! El Che, que no erabebedor de cerveza, secund la exclamacin, y como si le saliera demuy adentro expres: No vendra mal, no vendra mal! Mientras sesecaba el sudor con sus manos embadurnadas de miel y tizne.

    Debo confesar que me sent un poco conmovido por aquella lti-ma expresin y me pareci que igual le haba sucedido a otros corta-dores que la haban escuchado.

    Tomamos nuestros vehculos y salimos del campo rumbo a LaHabana. El auto del Che me segua de cerca, y cuando entrbamos alpoblado del Mariel observ que frente a una tienda del lugar se aglo-meraban varios trabajadores dedicados a tomar cerveza plcidamen-te. Sin pensarlo mucho detuve el automvil y le hice una seal al queme segua para que hiciera lo mismo. Me dirig al Che, que no enten-

    da bien el por qu de la parada, y le dije: Lo voy a complacer conuna cervecita bien helada. Reaccion automticamente y me advir-ti que no se me ocurriera hacerlo ya que andbamos con uniformemilitar (ya en esa poca se encontraba vigente una disposicin lacual prohiba ingerir bebidas alcohlicas en lugares pblicos cuandose estaba de uniforme).

    Le insist al Che en que nuestros tiznados uniformes nunca seranreconocidos como de color verde olivo. Me pareci haberlo conven-cido y me dirig a la tienda en busca de las cervezas. No haba termi-

    nado de pedirle al tendero que me despachara cuatro botellas deldelicioso lquido, cuando ste poniendo cara de fiscal me respondinegativamente aduciendo que estaba prohibido venderle cervezas amilitares en uniforme.

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    Sent como si me hubieran derramado un tonel de cerveza heladaen la cabeza y avergonzado retorn al auto donde me esperaba elChe. La expresin de su rostro tiznado me pareci anunciadora de

    un huracn. Tan pronto me acerqu recib las primeras rfagas:Metom el trabajo de esperarte, me dijo , para que te convencieraspor ti mismo que estabas cometiendo una indisciplina imperdona-ble. Me alegro que te haya sucedido, las disposiciones hay quecumplirlas y listo.

    Despus de celebrar la actitud del tendero, por haber cumplidocon su deber, segn l, puso en marcha su vehculo, se despidi conuna sonrisa burlona y se me adelant en nuestro recorrido hacia laCiudad de La Habana. Mientras lo segua, meditaba sobre el nuevo

    responso recibido de su parte, convencido que si bien no me resulta-ba fcil seguirlo, mucho ms difcil me resultara alcanzarlo.

    El Che en un trabajo voluntario en el Puerto de La Habana.

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    El Che y Orlando Borrego en un trabajo voluntario (1960).

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    Todava hoy se discute por algunos en Cuba, acerca de cul fue ellugar donde se realiz el primer trabajo voluntario organizado porel Che.

    Los fundadores del Departamento de Industrializacin tienen bienfresca en su memoria la fecha de ese acontecimiento, pues ha pasadoa ser histrico en la vida del comandante Guevara.

    En realidad el trabajo voluntario se empez a conocer como tal apartir de la fecha en que el Che fue nombrado al frente de la industriadel pas. Eventualmente l particip en otras actividades de ese tipofuera del sector que diriga, como fue el caso de una jornada de tra-bajo fsico realizada en la Ciudad Escolar Camilo Cienfuegos, enel Caney de las Mercedes, en la antigua provincia de Oriente, el da26 de noviembre de 1959.

    Fue precisamente en el Departamento de Industrializacin el da23 de noviembre de ese mismo ao donde por primera vez se organi-z, a iniciativa del Che, una jornada de trabajo voluntario. Para esafecha dicha actividad ya era considerada por l como un elementofundamental en la educacin de los trabajadores y en el desarrollo de

    la conciencia revolucionaria.El lugar escogido para aquel trabajo fue el Reparto Jos Mart, unbarrio obrero de la Ciudad de La Habana, con psimas condiciones devida, donde se decidi realizar un conjunto de nuevas edificacionescon el fin de hacer desaparecer las ya inhabitables que all existan.

    Casi todos los trabajadores de nuestro departamento partimos parael Reparto Jos Mart a fin de dar comienzo a aquellas labores, quepara muchos era la primera vez que las realizaban.

    Por constituir aquel trabajo el primero en realizarse por los com-

    paeros de nuestro departamento, careca de la ms mnima organi-zacin. Llegamos muy temprano al lugar ya mencionado y nosencontramos con algunos trabajadores que estaban al frente de laconstruccin y quienes nos ayudaron a organizar un poco el trabajo.

    Represalia en la brigada

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    Ocurri un hecho muy particular y propio de aquellos tiempos,que hasta hoy conocen muy pocos de los que participaron en aquellainolvidable jornada.

    A los pocos minutos de nuestra llegada, los compaeros pertene-cientes a la escolta del Che y un reducido grupo de nosotros fuimosadvertidos de un posible intento de atentado que se estaba tramandocontra nuestro jefe por parte de las fuerzas contrarrevolucionarias deentonces. La advertencia significaba que debamos de estar alerta,pero sin hacer comentario alguno sobre la informacin recibida.

    El Che fue el primero en tratar de organizar el trabajo de aquel day para ello nos llam a quienes, casualmente, estbamos ms cerca

    de l en esos momentos e improvis una brigada transportadora deprefabricados, compuesta por siete de nosotros, con l al frente.Entre los compaeros integrantes de la brigada se encontraban el

    soldado Sergio Cubas (Cubita), el compaero dison Velsquez, tresde las escoltas del Che y yo. El trabajo consista en trasladar unospaneles de concreto de aproximadamente trescientos kilogramos depeso hasta un lugar que se encontraba a unos doscientos metros, don-de deban ser instalados en las estructuras de las edificaciones prepa-radas al efecto.

    Result que el peso de aquellos paneles era de tal magnitud queslo podan ser transportados manualmente sobre unas parihuelas(artefacto compuesto de dos varas gruesas, con unas tablas atravesa-das en medio, donde se coloca la carga para llevar entre dos) lascuales fueron improvisadas con tal objetivo. En lugar de dos varas demadera, hubo que colocar tres, para que los siete hombres encarga-dos de la transportacin pudiramos manipular el peso de aquellosprefabricados.

    El Che se puso al frente de la brigada, por lo que ocupaba el pues-to delantero conjuntamente con Cubita, pues ste por ser un pocoms alto que l lo sobrecargaba, an ms, por la inclinacin de laparihuela.

    El caso fue que la manipulacin de aquellas piezas se complic detal forma que en medio del trayecto nuestros brigadistas delanteroscomenzaron a protestar. El Che se quejaba, bien molesto, de que ade-ms del peso insoportable, l senta que los que estaban situados

    detrs estaban empujando la carga hacia adelante.Lleg un momento en el cual la protesta se convirti en un insulto

    hacia m por no poner orden, y le tuve que explicar que el que empu-jaba era dison, quien estaba ubicado en la parte trasera, entre los

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    dos miembros de la ltima pareja. dison respondi a gritos, con lafrase siguiente, dirigida a nuestros queridos delanteros: Est buenoya de tantas protestas, los que quieran quejarse que vayan al Hospital

    de Maternidad Obrera, aqu hay que venir a trabajar.La risotada fue casi general, pero el Che no asimil para nada elchiste. As llegamos al final del trayecto a punto de soltar al suelo ladichosa parihuela. Fue entonces cuando el Che tomara una justarepresalia contra el empujador de la brigada: En el prximo trasla-do a realizar y en todos los dems hasta el final de la jornada de eseda, decidi, sin derecho a apelacin alguna, que dison ocupara ellugar delantero de nuestra sufrida brigada de constructores.

    A partir de aquella fecha, el trabajo voluntario se convertira en unritual de todos los domingos para los trabajadores del Departamentode Industrializacin y ms tarde, con la prdica del Che sobre suimportancia y el apoyo de los sindicatos, se generaliz a todos losdems sectores del pas.

    El Che junto a varios compaeros del Departamento de Industrializacin en elReparto Jos Mart el da de la Represalia en la brigada.

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    El Che fue el primer impulsor de la mecanizacin agrcola en Cuba.

    Desde los tiempos del Departamento de Industrializacin priorizaquella tarea, comenzando por prestarle una atencin especial a lamecanizacin del corte de la caa de azcar.

    Tal prioridad al corte de la caa obedeca a una necesidad impe-riosa para el desarrollo econmico de Cuba. En los primeros aosdespus del triunfo de la Revolucin se abrieron nuevas fuentes detrabajo en diversos sectores y no era fcil cubrir las necesidadesde mano de obra para cumplir anualmente con los requerimientos de

    la cosecha de la caa.Para garantizar la zafra azucarera en aquellos aos era necesario

    movilizar cerca de trescientos mil a cuatrocientos mil trabajadorespermanentes durante, aproximadamente, cinco o seis meses al ao.

    Adems del ahorro de fuerza de trabajo por el aumento de la pro-ductividad, el hecho de mecanizar el corte de la caa significabahumanizar, apreciablemente, el rudo trabajo de los cortadores de caa,el cual constitua una de las labores ms agobiantes y peor pagadas

    en el pas. Por todas esas razones, el Che se entreg en cuerpo y almaal impulso de la mecanizacin caera.

    Como Ministro de Industrias, el comandante Guevara cre todaslas condiciones organizativas, incluyendo la seleccin del personalde toda confiabilidad para encargarse del proyecto de mecanizacin.

    El Ministro segua a diario los trabajos del Departamento de Asun-tos Especiales, el cual era el encargado de dirigir todo lo relacionadocon el diseo, construccin y puesta en marcha de las mquinas

    alzadoras y cortadoras de caa.Cuando las primeras mquinas cortadoras (combinadas) estuvie-

    ron listas, el Che me ret a una competencia para ver cul de los dosera capaz de cortar ms caa en una jornada de 12 horas.

    El canuto en la frente

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    El lugar seleccionado para aquella emulacin fue en los camposcaeros aledaos al central azucarero Cuba Libre en la provincia deMatanzas.

    Aceptado el reto nos trasladamos en la fecha indicada al CubaLibre donde nos esperaban el administrador del central y otro nume-roso grupo de compaeros.

    Inmediatamente nos dirigimos a los campos caeros donde esta-ban situadas nuestras respectivas combinadas, junto a una dotacinde mecnicos para cada una de ellas, quienes seran los encargadosde su reparacin cada vez que se produjera una interrupcin en laslabores de corte.

    Se establecieron determinadas normas de trabajo, como: el esta-blecimiento de un horario de media hora de descanso a la mitad de lajornada para almorzar y recuperar energas. Para calmar la sed tena-mos garantizado el suministro de agua, pero no era necesario pararlas mquinas, por lo que lo hacamos sobre la marcha.

    Se seleccionaron las reas de corte, que contaban con caa sufi-ciente para toda la jornada de trabajo. La ubicacin de los campospermita que con frecuencia los competidores se encontraran muycerca uno del otro y aprovecharan aquellos encuentros para retarse

    con gritos de entusiasmo sobre las ventajas mutuas que cada uno seadjudicaba, o para burlarse sobre las frecuentes roturas de cada unade las combinadas.

    El corte empez a las seis de la maana y a las cuatro de la tarde elChe llevaba cierta ventaja, quiz debido a la alta eficiencia de losmecnicos reparadores de su combinada, quienes en un dos por tresarreglaban las frecuentes roturas.

    El trabajo era agobiante a causa del calor y de la gran cantidad

    de polvo y otras impurezas que despedan las cuchillas cortadorasde las combinadas. El Che sufra tremendamente aquellas condi-ciones, producto del asma que haca de las suyas en medio de lagran polvareda.

    Cerca de las 5 de la tarde, cuando la competencia estaba en su fasems encarnizada, nuestras dos mquinas se encontraron a una cortadistancia y entonces se produjo un incidente, aquello por suerte nofue grave, pero sent un precedente inolvidable como para que ahorase recuerde: De la cuchilla cortadora de la mquina que yo tripulaba,

    se dispar un canuto (parte que media entre nudo y nudo de la caade azcar) a velocidad supersnica y fue directamente a proyectarsecontra la frente del Che, golpendolo con tal fuerza que de inmediatole hizo un hematoma.

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    Los ayudantes del Comandante quisieron prestarle servicios deprimeros auxilios, pero l se neg rotundamente y continu a todamquina, profiriendo los peores insultos por la agresin de que

    haba sido vctima.Al final de la contienda el Che me haba ganado la emulacin,pero, adems, me haba dejado en tan males condiciones fsicas quetuve que acudir a un hospital cercano, en el pueblo de Coln, paraaplicarme un tratamiento de aerosol, producto del ataque gripal quese me haba desatado a causa de la gran cantidad de polvo que habaaspirado durante la fatigosa jornada.

    El autor en plena faena el da de la competencia.

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    Contino con mis recuerdos y esta vez haciendo referencia a esanecesidad vital de todo ser humano que es la de alimentarse con re-gularidad para recuperar sus energas fsicas y mentales. Tal enun-ciado no debe considerarse, a los efectos de estas notas, como unadefinicin extrada de un manual de economa poltica, sino comouna forma de decir algo, que en lenguaje cubano no tiene otra inter-pretacin que: hay que comer todos los das y hacerlo de la mejorforma posible.

    Pues bien, tan pronto el Che tom posesin como Ministro de In-dustrias dict las instrucciones pertinentes para que los dirigentesdel organismo recibiramos la misma alimentacin que la del restode sus trabajadores. Por razones de nuestro horario de trabajo, tantoel Ministro como nosotros, no podamos asistir al comedor generalen las horas que lo hacan los dems trabajadores, por lo cual sehabilit un local para ese fin. Lo nico que distingua a nuestro co-medor era el retraso de los comensales a la hora de comer, y por elloera necesario calentar de nuevo la comida todos los das.

    En cierta oportunidad que estuvo enfermo, atacado por sus fre-

    cuentes crisis asmticas, rechaz una dieta reforzada que se le ofre-ci, aduciendo que lo consideraba un privilegio inaceptable enmomentos en que el pas sufra determinadas limitaciones alimenti-cias producto del bloqueo econmico que ya haca sentir sus efectossobre la poblacin.

    Por aquella misma poca se encontraban en Cuba sus dos entraa-bles amigos argentinos, Jos (Pepe) Gonzlez Aguilar y Alberto Gra-nado. Uno de ellos le propuso festejar el encuentro con un asado queprepararan ellos mismos en el propio edificio del Ministerio. Ante

    la insistencia de sus amigos el Che acept cortsmente, pero pusodos condiciones: que adquirieran la carne de su peculio personal yque limitaran su oferta gastronmica a unas pocas costillas de res yno a carne de ms alta calidad.

    El asado y otras lecciones

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    Surgi otro inconveniente imprevisto; encontrar el lugar en el edi-ficio con la suficiente ventilacin como para que no se arruinara eldisputado asado argentino con costillas cubanas. Al final se decidi

    que se hiciera en el techo del edificio; lugar al que fui invitado porlos amigos del Che.Cuando calcul que ya estaba preparado el festn, sub con no po-

    cas dificultades al techo del edificio. Era una noche ventosa y meencontr a los experimentados asadores tratando de controlar la fo-gata que ya haba chamuscado una buena parte de las infortunadascostillas.

    Estuve observando la ventilada maniobra y aduje que aquello ter-minara en un buen amasijo de huesos calcinados. Finalmente subiel Che, fatigado por el asma y por la risa.

    Ms por entusiasmo que por otra cosa comenzamos a roer aque-llas costillas casi desprovistas de carne, pero bien adobadas por laproverbial austeridad del Che y por el clido ambiente de amistadimperante entre los participantes de aquella divertida aventura.

    Debo agregar una coletilla a este pasaje sobre algo sucedido pocotiempo despus con uno de los participantes del chamuscado asado,el cordobs Alberto Granado. En este caso el chamuscado fui yo.

    El Che se encontraba platicando una noche con su querido amigoen su oficina, cuando tuve que hacer mi entrada para informarle so-bre un asunto de rutina en nuestro trabajo. Trat de retirarme paravolver luego, pero me invitaron a participar en la conversacin. Losdos se deleitaban, pasndose una bombilla de mate a lo argentino.Como me encontraba sentado entre los dos, me pasaron la bombillapara que sorbiera de la infusin, que acababa de salir de la boca deGranado.

    Mi reaccin inmediata fue la de no someterme al inslito inter-cambio bucal, tan desconocido en Cuba, pero me quise hacer el edu-cado y sacando mi pauelo lo frot con fuerza por donde habaabsorbido el ltimo mateador. A no dudar haba cometido una faltade educacin y una verdadera ofensa a los dos amigos presentes.

    El Che fue el primero en atacar. Se burl de m todo lo que quiso,criticando mi reaccin, mientras que Granado se ahogaba de risa,secundando a su entraable compaero de aventuras juveniles. Medefend como pude, pero al final, opt por no sacar otra vez el paue-

    lo y tuve que aceptar el intercambio salival con Granado.Tiempo despus, un poco ms compenetrado con los hbitos ar-

    gentinos, aprend a tomar mate sin los reparos higinicos de aquellanoche, donde hice uno de los ms grandes ridculos de toda mi vida.

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    Otro hecho que ejemplifica la probidad del Che y su sentido delcompaerismo, fue lo ocurrido durante una visita a la planta de n-quel de Nicaro. Ese da ocupamos prcticamente toda la jornada de

    la maana en funciones de trabajo y luego fuimos invitados a almor-zar en dicho lugar.Segn conocimos, uno de los compaeros que nos atenda haba

    sido informado de que el Che senta cierta predileccin por los melo-cotones en almbar. El hecho fue que a la hora de los postres, nuestroamable anfitrin le sirvi un recipiente con melocotones. El Che mirextraado a su alrededor y pregunt si le haban servido a todos losdems. Al informarle que no se contaba con melocotones para todos,

    solicit retirar el que le haban servido, y advirti con mucha delica-deza, que el hecho no deba repetirse porque l no tena derecho acomer nada especial cuando no alcanzaba para todos. Ese da recibi-mos otra leccin ejemplarizante por parte del Che, la cual nos haraadmirarlo y respetarlo, an ms, como maestro y patrn a seguir ennuestras vidas.

    Esos patrones de conducta los seguira practicando con sistemati-cidad, tanto en su vida pblica como privada. La firmeza de sus con-vicciones se manifestaba en cada una de sus acciones cotidianas comopor accin refleja, junto a una frrea autodisciplina personal.

    En otro orden de cosas, el Che se caracteriz por ser en extremoriguroso y exigente consigo mismo. No acept cobrar el sueldo deMinistro y se limit a recibir el que le corresponda como comandan-te del Ejrcito Rebelde, aunque ste representaba prcticamente lamitad del primero. Ese modesto ingreso lo dedicaba a sus gastos do-msticos y nunca lo vimos disponer de dinero alguno en sus bolsillospara otros dispendios personales.

    Como ya es bien conocido, el Che siempre demostr un gran amore identificacin con su madre. En funcin de ello propiciaba el queviajara a Cuba regularmente y compartiera su vida familiar. Para ello,trataba, por todos los medios; de sufragar de sus propios recursos elboleto de avin, desde y hacia la Argentina; en evitacin de que elpresupuesto del Estado asumiera ese gasto.

    Sus dems familiares argentinos deban pagar sus pasajes si de-seaban viajar a Cuba para visitarlo, ya que l no dispona de ingresos

    suficientes para hacerlo.

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    Reitero que el Che no era un asceta extremista como algunos lo

    han calificado. En sus relaciones con los dems compaeros tampo-co exiga sacrificios o actitudes fuera de la realidad. Mucho menospretenda que otros hicieran lo que l no fuera capaz de hacer.

    Tambin reafirmo que era ms exigente con los colaboradores mscercanos que con otros ms alejados, aunque excepcionalmente sa-ba mostrarse clido y afectuoso con los primeros.

    La primera vez que me encontr con el Che en las montaas delEscambray me observ fumando unos cigarrillos norteamerica-

    nos. Me calific de burguesito por practicar ese hbito. Muchosaos despus me sorprendera con una compensacin sobre aquelcalificativo.

    Por esa poca varias lneas areas obsequiaban como propagandaa sus pasajeros en vuelo, unas pequeas cajitas con cinco cigarrillosdentro. Al regreso de un viaje suyo al exterior, guard dos cajitas deKent en el bolsillo de su chaqueta y a su llegada me las obsequi,acompaadas del siguiente comentario:Aqu tienes para que disfru-tes de tus hbitos burgueses.

    Efectivamente, disfrut con el mayor gusto aquellos cigarrillos,que aunque no eran de una marca preferida por m, tenan la cualidadparticular de haber sido obsequiados por el Che.

    Como contrapartida de esas excepcionales muestras de afecto, tam-poco era dado a recibir halagos excesivos por parte de sus allegadoso de otras personas.

    En relacin con este rasgo tan especial de su personalidad tambintuve una experiencia personal no muy agradable que digamos.

    El Che no daba muestras de parecer muy ordenado en la manipu-lacin de los documentos de su oficina. Encima de su mesa de traba- jo era frecuente observar un montn de papeles en aparente totaldesorden. Sin embargo, l saba dnde estaba situado cada uno y losubicaba con la mayor rapidez y facilidad.

    Un halago y un desaire

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    El autor en su primera comparecencia en televisin en el ao 1961.

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    La mayora de los que tuvimos que asumir determinadas responsa-bilidades en la administracin del Estado revolucionario en los pri-meros aos despus de la liberacin del pas, no tenamos experienciaalguna acerca de las funciones que se nos asignaron. Hubo que apren-der sobre la marcha y estudiar lo ms posible para lograr realizarnuestras tareas con eficiencia.

    Conscientes de la profundidad de los cambios que se producanacorde con el programa revolucionario concebido por Fidel desde elasalto al Cuartel Moncada, tampoco rehuamos esas responsabilida-

    des ante la evidencia de la falta de personal calificado para realizar-las. Buena parte de los directivos de las empresas y tcnicos de lasindustrias nacionalizadas se marcharon del pas, respondiendo a susintereses de clase.

    Personalmente me encontraba entre los tantos inexpertos con quecontaba nuestra administracin pblica, y por lgica me sum a lamayora a sabiendas de mis grandes limitaciones.

    El magisterio permanente del Che jug un papel fundamental paraadentrarnos en ciertos conocimientos elementales acerca de la direc-cin de la industria nacional la cual se nos haba confiado adminis-trar. Nuestro jefe tampoco posea conocimientos especializados detipo industrial, aunque contaba con una conocida vocacin para esosmenesteres. Desde la poca de la guerra se haba dedicado a organi-zar pequeas industrias en las montaas para la subsistencia del Ejr-cito Rebelde. Como varias veces afirmara el Che, fuimos aprendiendoa tropezones en busca de lo que todava era una intuicin apenas.

    De todas formas, cualquier ser humano con el mnimo de honesti-

    dad, debe ser consciente de determinadas barreras que le resultaninfranqueables de acuerdo a sus capacidades. Mis barreras eran mu-chas, pero exista una para lo cual me consideraba totalmente inca-pacitado. Se trataba de la imposibilidad de sobreponerme al miedo

    Miedo escnico

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    escnico que me provocaba el slo pensar en que deba situarmefrente a un micrfono para pronunciar tan slo dos palabras.

    Ante esa realidad, me las arreglaba para rehuir cualquier presenta-

    cin pblica donde tuviera que hacer uso de la mencionada tecnolo-ga de comunicacin. Si me aterraba esa eventualidad, resulta obvioque si se trataba de la televisin, el miedo se converta en pnico,muy superior al que puede sentir un enfermo de claustrofobia cuan-do lo encierran.

    Como la aventura burocrtica guarda muchas sorpresas, un da melleg la hora de dar el salto sobre la barrera del miedo escnico y sincontar con ningn entrenamiento previo.

    A los pocos meses de creado el Ministerio de Industrias, el Che

    fue invitado a un canal de televisin para explicar la organizaciny las tareas principales del organismo recin creado. La compa-recencia inclua una informacin al pueblo sobre las lneas de de-sarrollo industrial que planteaba llevar a cabo la Revolucin.

    Durante ms de una semana todos los viceministros del organis-mo desarrollamos una maratnica jornada de bsqueda de informa-cin a requerimiento del Ministro para su conferencia televisiva. Yosera el encargado de controlar y ordenar los datos solicitados pornuestro jefe.

    Debo agregar que todos los trabajadores del Ministerio estabanmuy entusiasmados ante la expectativa de ver al Che ante la televi-sin explicando las mltiples tareas que estbamos desarrollando.

    Lleg el da anunciado para la conferencia y conocamos que elMinistro estaba concentrado en su oficina dando los toques finales asu elaborada exposicin. Sucedi entonces otro de los hechos insli-tos que con frecuencia se presentaban en aquellos tiempos.

    Justo a las doce del da, el Che me llam a su oficina y con la

    mayor tranquilidad del mundo me inform:Preprate para que vayas a la televisin esta noche, acabo de serllamado de urgencia para una reunin importante del Gobierno y nopuedo ir a la comparecencia.

    Al escuchar al Ministro, pens que era una broma ms de las que aveces usaba con sus colaboradores. Le pregunt si le hacan faltadatos adicionales y ni por asomo cre lo que acababa de decirme.Tom pose de mayor formalidad y me contest que no era ninguna

    broma, que tomara la montaa de documentos que tena sobre la mesa yme fuera inmediatamente a preparar mi conferencia. Me di cuentaque estaba hablando en serio y, por primera, vez me negu rotunda-mente a cumplir sus rdenes.

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    Mis argumentos se pueden suponer. Estir la dialctica al mximoque pude, pero el Che pareca sordo a mis reclamos. Tom los pape-les de la mesa y me los entreg, manifestndome que me quedaba

    poco tiempo para prepararme y que todo me saldra bien. Sal de suoficina y me encamin a la ma como si me llevaran directamente alpatbulo.

    Me encerr en la oficina y comenc a revisar aquel cmulo decifras, tratando de controlar el nerviosismo. Lo que ms deseaba eraque se suspendiera la anunciada reunin de Gobierno de que me ha-ba hablado el Che. A las seis de la tarde culmin mi azarosa labor derevisin, completamente atiborrado de datos sobre la industria cuba-

    na. Me quedaban dos horas para presentarme ante las tenebrosascmaras de la televisin.Me march a mi casa con precipitacin y despus de tomar una

    ducha bien fra, hice acopio de serenidad para ponerme en forma.Nunca he sido bebedor, salvo en das de fiesta u ocasiones excepcio-nales, pero en aquellos momentos sent que algo me faltaba para elsalto final de la barrera. Me tom media copa de ron blanco y salpara la televisin. Aunque no le recomiendo a nadie el uso de esa

    medicina, debo confesar que me caus mejor efecto que el ms efec-tivo de los ansiolticos conocidos hasta entonces.Por primera vez voy a revelar otro recurso que utilic cuando ya

    me encontraba ante las cmaras. Me acord de una conocida frasede Fidel donde afirmaba que lo peor que uno puede hacer cuandoes amenazado por una fiera es demostrarle miedo. No pretendacomparar a los periodistas que me iban a entrevistar con las fierasaludidas por Fidel, pero para m aquellas circunstancias me pare-

    cieron similares y decid utilizar el recurso sugerido por el Jefe dela Revolucin.No voy a someter a los lectores al aburrido relato de las cifras y

    los datos, ya aejos, de la industria cubana que me toc exponer, ni alas agudas preguntas de mis entrevistadores. Slo puedo decirles,que al final de la conferencia, mi preocupacin mayor era lo queopinara el Che sobre aquella improvisada comparecencia. Al otroda le pregunt su opinin sobre la tortura a que me haba sometido.

    Me mir, como si nada hubiera pasado y me contest: Pasaste elexamen y me parece que no te mereces un suspenso.Todava hoy le temo ms a las cmaras y a los micrfonos, que los

    gatos al agua fra.

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    Al decir del Che, la Seccin de Supervisin, Inspeccin y Auditoradel Departamento de Industrializacin representaba los ojos y odosde aquella institucin. Si bien exiga a todos los jefes que debanpracticar con el ejemplo como va para hacer valer la tica revolucio-naria, en el caso especfico del jefe de la seccin ya sealada, suexigencia era mucho mayor. Al crearse el departamento ocup elcargo de jefe de esta seccin dison Velsquez.

    Por esa poca, solamos solicitar el traslado de algunos trabajado-res administrativos de las fbricas o las empresas para reforzar eltrabajo en el Departamento de Industrializacin recin creado.

    En una oportunidad hicimos ese tipo de pedido a la empresa textil,solicitando el traslado de una empleada para trabajos como secretaria.

    Un da de tantos, se apareci al departamento una muchacha muyjoven para ocupar el puesto ya sealado. La joven, adems de sutrabajo habitual, perteneca a un grupo de ballet. Comenz sus labo-res de rutina y con frecuencia se le vea a altas horas de la nochecaminando por los pasillos de nuestras oficinas, trasladando docu-mentos de un lugar a otro.

    Como detalle imprescindible hay que sealar que la grcil joven-cita caminaba haciendo valer lo observado en el ballet; cabeza ergui-da, y como haciendo flotar su figurita a cada pisada.

    Muy pronto nuestra trabajadora comenz a ser muy admiradapor algunos jvenes pertenecientes al departamento y no pocos delos aludidos hacan un giro, no muy discreto, cuando la vean pasar.Entre aquellos mirones hubo algunos que le llamaban a la joven lasirenita.

    Entre esos asiduos observadores se encontraba nuestro jefe de su-

    pervisin, precisamente el funcionario ms comprometido con elcalificativo de ser ojos y odos del departamento.Si bien no faltaban los pescadores que estaban muy interesados

    en tirarle el anzuelo a la muchachita para ver si lo picaba, ninguno

    El supervisor desaforado

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    embarque en ella y que permanecer all por espacio de seis meses,para que rectifique sus mpetus juveniles y el mal uso que ha hechode su cargo y que si cumple con toda disciplina ese mandato, cuando

    regrese ser reintegrado a su puesto de jefe de supervisin.Hice uso de mis no muy amplias prerrogativas, y, trat de ayudar a

    mi amigo, solicitndole al Che que suavizara la sancin que acababade imponerle; pero fracas desde los primeros intentos.

    De inmediato llam a dison y lo impuse acerca de las instruccio-nes de nuestro jefe. Utiliz todos los argumentos para justificar susacciones de pesca, haciendo buen uso de su profesin; pero sin resul-tado alguno. Por ltimo, tuvo que aceptar la medida y fue por susenseres personales para embarcarse en la primera oportunidad paraCayo Largo.

    A estas alturas de mi relato, resulta imprescindible una breve refe-rencia sobre el tan mencionado cayo.

    Se trataba en ese entonces de un solitario paraje al sur de la isla,que por su inters estratgico para la seguridad del pas, se comenza-ba a poblar con compaeros, en su mayora del Ejrcito Rebelde, conel objetivo de llevar a cabo una serie de construcciones que asegura-

    ran parte de la proteccin ya sealada.Todo estaba por hacer en el lejano lugar y, para garantizar la vida

    de sus nuevos pobladores, se les enviaban provisiones de agua y otrosalimentos en una patana que haca el viaje dos veces al mes, aproxi-madamente. Nuestro supervisor tendra que unir sus pocas habilida-des manuales a la de los compaeros que se encontraban all parahacer un buen uso de las palas y los picos y llevar a cabo las nuevasconstrucciones. Contaba con una sola ventaja: se haba desempea-

    do como profesor de Educacin Fsica en un reconocido plantel de laCiudad de La Habana; el Candle College.

    Como aclaracin, y no como promocin de turismo, debo decirque en la actualidad aquel cayo se ha convertido en una de las reasms importantes para el desarrollo turstico, con un aeropuerto inter-nacional y varios hoteles de alta calidad.

    Pues bien, como encargado de darle seguimiento a las instruccio-nes del Che, me mantena al tanto peridicamente del comportamiento

    de nuestro eficiente supervisor en el Cayo.Debo decir, en honor a la verdad histrica que, todas las informa-ciones que me llegaban eran altamente favorables al querido sancio-nado, e inmediatamente que las reciba se las haca conocer al Che.

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    Pasados cuatro meses de la sancin, se me acerc Enrique Oltuski,que en aquel entonces ocupaba el cargo de jefe de la Seccin deOrganizacin, y que tambin estaba al tanto de la actitud positiva de

    dison, y me exigi que hablara con el Che para dar fin a la sancindel compaero. Me repeta con insistencia que ya era suficiente conla estancia pasada en Cayo Largo y que debamos retornarlo a susfunciones en La Habana.

    Trat de convencer a Enrique de lo improcedente de su propuestay me negu rotundamente a trasmitrsela al Che. ste no me hizo elmenor caso y me respondi que l hablara con el Comandante, segu-ro que lo convencera para que diera por terminada la sancin.

    Sali de mi oficina y se dirigi a la de nuestro jefe para discutir elcontrovertido asunto.El Che lo recibi como siempre y se dedic a escucharlo atenta-

    mente. Oltuski se convirti en un buen abogado de defensa y echmano a todas las argumentaciones posibles en favor del sancionado,convencido de que el Che aceptara sus reclamos.

    Terminada su exposicin, su jefe lo mir fijamente y sin inmutar-se pas a expresarle lo que sigue:

    Me has dado una magnfica oportunidad para felicitarte por unacualidad que hasta ahora desconoca sobre tu persona. Acabo dedarme cuenta de tu espritu solidario con los dems compaeros, yen consideracin a ello te propongo que maana mismo partas paraCayo Largo y as te sentirs muy feliz, acompaando a dison hastaque termine su sancin, que por otra parte no estoy dispuesto a reti-rar hasta que no la cumpla totalmente. As que te deseo un buenviaje y que la pases bien en el Cayo.

    Oltuski se dio cuenta que haba perdido la pelea y de inmediatorindi sus armas, notificndole que ni por asomo se ira para el Cayo,por ms amigo que fuera de dison. Dej constancia de su desacuer-do con el Che y le pidi permiso para retirarse.

    De esta forma, nuestro supervisor cumpli con honor su sancin yel mismo da que sta lleg a su fin, el Che me pregunt cundollegaba dison a La Habana. Pasaron tres das y nuestro amigo nohaca acto de presencia en el departamento, ni en su casa.

    El Che me volvi a preguntar por l y no pude darle ninguna res-puesta satisfactoria. Por fin, al cuarto da, dison se apareci en misoficinas con el rostro muy descansado; y, como siempre, maletn enmano en pose de supervisor.

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    Cuando le pregunt acerca de su demora en llegar, me contestque haba aprovechado el buen ambiente reinante en el puerto deBataban, donde haba desembarcado, para echar una ojeada por el

    entorno; bien justificada segn deca, dado el tiempo de abstencinque haba pasado en el Cayo.Por su respuesta y por el lugar de su desembarco en la isla, pude

    deducir que en esa ocasin haba tenido mejor suerte y ms habilidaden el uso de sus artes de pesca.

    Despus de presentarse a su jefe y ste felicitarlo por su actitud,comenz otro va crucis para dison, ya que el Che le exigi quedeba ofrecerle una detallada explicacin a sus subordinados acerca

    de las razones de la sancin, antes de ocupar, nuevamente, su cargo.Muy a su pesar, el Jefe de Supervisin dio cumplimiento a lasindicaciones del Che, y de esta forma pudo recuperar el atributo devolver a ser: ojos y odos del Departamento de Industrializacin.

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    El pensamiento de Jos Mart fue la gua poltica y espiritual deFidel Castro desde que dio sus primeros pasos en la lucha revolucio-naria. En su defensa en el juicio por el asalto al Cuartel Moncadadeclarara con toda firmeza que el autor intelectual de aquella accinera Jos Mart.

    Durante toda la etapa de lucha, hasta el triunfo de la Revolucin,las ideas de Mart presidieron todas las acciones llevadas a cabo porFidel y los principales lderes revolucionarios. Entre esas ideas esta-ba la concepcin martiana de la unidad revolucionaria.

    En fecha tan temprana como 1887 ya Mart haba enunciado comoobjetivo fundamental del programa revolucionario el de unir con es-pritu democrtico, y en relaciones de igualdad, todas las emigra-ciones, y el de impedir que las simpatas revolucionarias en Cuba sedesviaran, por algn inters de grupo.

    Terminada la Guerra de Independencia y durante toda la etapa dela seudo repblica, poco se hizo por los polticos de turno por lograrla unidad nacional y evitar la divisin en la sociedad cubana. Eran

    elementos naturales del propio sistema poltico imperante.La propaganda poltica en manos de los defensores de los peoresintereses, hizo todo lo que estuvo a su alcance por denostar a lasorganizaciones polticas de izquierda. El anticomunismo se entroni-z en el pas y el solo hecho de ser calificado de comunista implicabael peor rechazo por todos aquellos que no tuvieran cierta educacinpoltica o que, por otras razones, contaran con alguna concienciarevolucionaria.

    Al triunfo de la Revolucin, la mayora de los jvenes que haba-mos participado en la lucha en montaas y ciudades arrastrbamosaquellos prejuicios, al extremo de sentirnos ofendidos si alguien co-meta el atrevimiento de calificarnos de comunistas.

    El anticomunista

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    A pocos meses de encontrarnos en el Regimiento de La Cabaa enLa Habana se decidi la creacin de las Fuerzas Tcticas del Centro, y todos los integrantes de nuestro regimiento nos trasladamos

    disciplinadamente para la provincia central a ocupar nuestras nuevasresponsabilidades en el Regimiento Leoncio Vidal en la ciudad deSanta Clara.

    El cambio desde La Habana para Santa Clara result muy bruscopara la mayora de los oficiales y dems integrantes de nuestro movi-lizado regimiento, especialmente al tener que abandonar ciertas dis-tracciones nocturnas que eventualmente nos estaban permitidas en lacapital de la repblica.

    Tan pronto llegamos a Santa Clara, muchos de nosotros nos lasarreglamos para encontrar nuevas distracciones en aquella ciudad.Unos de los lugares elegidos y ms visitado con cierta frecuencia,fue el Cabaret Venecia, quizs el centro nocturno ms cotizado porlos villareos.

    Una noche que haca mi entrada al famoso cabaret, acompaadode varios oficiales de nuestro regimiento, observ que sentados fren-te a la puerta de entrada y casi obstaculizando el paso, se encontra-ban dos jvenes con caractersticas de boxeadores o practicantes dekarate, que nos miraron muy despectivamente. Inmediatamente, es-cuch que uno de ellos; dirigindose al otro, en alta voz, le deca:Mira al tenientico comunista de mierda que va entrando.

    En verdad lo de mierda era algo imperdonable como irrespeto ami uniforme de oficial del Ejrcito Rebelde, pero lo que ms mehaba ofendido era lo de comunista, y de inmediato me abalanc con-tra el sujeto, que saltando de donde estaba se me enfrent de lo msconfiado.

    Desgraciadamente, no sal muy bien parado de aquel incidenteporque en efecto mi contrincante se defendi de mi ataque haciendouso de sus artes marciales y de un tirn me reg por el suelo conpistola y todo. Gracias al inmediato auxilio de los dems oficialesque me acompaaban, aquella ria no pas a males mayores, y a lospocos minutos estbamos disfrutando del show del Venecia sin sermolestados.

    Pasaron los aos y en 1961, se crearon las Organizaciones Revo-

    lucionarias Integradas (ORI) primer paso para la organizacin delPartido Unido de la Revolucin Socialista de Cuba (PURSC) y mstarde Partido Comunista de Cuba (PCC). De esta forma se comenza consolidar oficialmente nuestra unidad revolucionaria.

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    Al crearse las ORI, pronto fue designado una suerte de delegado ocomisario que atendera a nuestro Ministerio de Industrias por partede la direccin nacional de la organizacin. Para esa fecha ya empe-

    zaban a sufrirse los primeros indicios negativos del sectarismo den-tro de aquella naciente organizacin poltica y todos en nuestroMinisterio, estbamos preocupados y en posicin de alerta acerca dequin sera el delegado o comisario que nos sera asignado.

    Muchos no entendamos el por qu de un delegado para nuestroorganismo, si el Che era el Ministro y formaba parte de la direccinnacional.

    Todas esas preocupaciones se convirtieron en comidilla entre

    nosotros pero no se nos ocurra ni plantearlas al Che ni comentarlascon otras personas fuera del organismo. Lo consideramos un peca-do de alta indisciplina y aguantamos calladitos hasta la llegada delesperado delegado o comisario poltico de las ORI.

    Por fin conocimos el nombre del tan esperado compaero que nosatendera polticamente a partir de entonces: Se trataba de ManuelLuzardo, viejo militante del Partido Socialista Popular y miembro dela Direccin Nacional de las ORI

    Pronto supimos que el Che se haba encargado de acompaar aLuzardo a cada una de las oficinas de los dirigentes del Ministeriopara hacer personalmente las presentaciones de rigor.

    Efectivamente, un da lunes, muy temprano, se me anunci por elsecretario del Ministro que a las nueve de la maana mi jefe estaraen mi oficina con Luzardo para la anunciada presentacin.

    A la hora sealada hizo su entrada el comandante Guevara segui-do de Manuel Luzardo. Sin tomar asiento, el Che se dirigi a su

    acompaante y procedi a la presentacin, pronunciando, con lamayor seriedad, las siguientes palabras:

    Pues bien, Luzardo, ya te he presentado a los dems viceministros,este es el teniente Orlando Borrego, viceministro primero del orga-nismo y el ms anticomunista de todos con los que tendrs que coor-dinar tu trabajo a partir de hoy.

    Yo no conoca a Luzardo y no encontraba cmo salir del aprieto.

    l, por su parte, pareca visiblemente apenado y opt por mostraruna risita nada espontnea. Luego, el Che y su acompaante, toma-ron asiento y hablaron unos minutos acerca de las funciones que yodesarrollaba en el organismo.

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    Cuando los dos se marcharon de mi oficina, de lo primero que meacord fue del insulto recibido por el karateca de Santa Clara alllamarme comunista de mierda. Cmo haban cambiado los tiem-

    pos! Ahora con quien me ofenda era con el Che por usar la broma depresentarme como anticomunista. As eran las cosas en nuestra Re-volucin en los primeros aos.

    Debo decir con toda honestidad, que durante casi dos aos tuveque coordinar mltiples actividades polticas con el compaeroLuzardo y nunca tuve la menor queja de la forma en que trat aque-llos asuntos. Su trato fue siempre afectuoso y comprensivo, frente auna que otra expresin de inmadurez poltica producto de nuestra

    extremada juventud y de los rezagos del pasado que nos toc vivir ennuestra querida isla de Cuba.

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    Jos Manuel Manresa fue el secretario personal del Che durante lapoca en que ste ocup el cargo de Jefe del Departamento de Indus-trializacin, Presidente del Banco Nacional de Cuba y Ministro deIndustrias.

    Manresa, como todos empezamos a llamarle, trabajaba como sol-dado mecangrafo en las oficinas de la jefatura del regimiento de LaCabaa en La Habana cuando las tropas al mando del comandanteGuevara ocuparon dicho regimiento, inmediatamente despus deltriunfo revolucionario.

    Pocos das despus del arribo de las tropas rebeldes, el soldadoManresa, siguiendo con todo rigor las normas del conducto reglamen-tario, le solicit una entrevista personal al nuevo jefe del regimiento.El Che recibi a su subordinado al da siguiente, preguntndole deinmediato cul era el objetivo de la solicitud.

    Manresa se mantena en posicin de atencin, esperando a que sujefe lo autorizara a sentarse. Cuando el Che, sin mucha circunspec-cin, le seal el asiento, el soldado atendi a su llamado, situndose

    de tal forma que pareca estar presenciando un desfile militar. Surespuesta fue la siguiente: Comandante, yo soy soldado mecangra-fo de esta oficina, como usted conoce. Considero, que existiendomuchos revolucionarios pertenecientes al Ejrcito Rebelde como losque han llegado a este regimiento, no es justo que yo contine en elcargo que ocupo, por lo que vengo a solicitarle mi licenciamiento.

    El Che escuchaba con la mayor atencin a Manresa. Pens queaquel hombre sera ms explcito en su exposicin, pero no result

    as, ya que el joven soldado no articul una palabra ms. Entonces elChe le pregunt: Qu piensa hacer usted cuando abandone el regi-miento de La Cabaa? a lo que Manresa contest con una ms de-tallada explicacin: Bueno, Comandante, yo tengo un hermano que

    El secretario personal

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    tiene una finquita por all, cerca de Cienfuegos, y pienso que quizpudiera trabajar con l y as ganar unos pesos para mantener a mifamilia.

    El comandante Guevara se reclin en su asiento y mordiendo sutabaco, sonrisa de por medio, le pidi a Manresa que le mostrara susmanos. El soldado sorprendido se puso de pie y con evidente timidezse acerc al Che mostrndole las manos sin entender absolutamentea qu se deba el examen. El Che ri y, mirndole de lado, le pregunt:

    Y usted cree que con esasmanos de oficinista se podr ganar unospesos en la finca de su hermano?Pero, adems, por qu se marcha

    si a usted nadie lo ha despedido ni hemos desmovilizado todava aninguno de los miembros del ejrcito anterior.

    Entonces Manresa exterioriz otra idea, que al parecer llevaba re-servada por si se le presentaba una ocasin propicia: Mire, Coman-dante, yo me alegro que usted me haya tratado de esta forma, porqueyo he pensado que si no me va bien en la finquita de mi hermano, a lomejor puedo venir a verlo, si usted me lo permite, y quiz me puedaayudar a buscar otro trabajito.Est bien, le contest el Che,y ojalque tenga xitos, despidindose de esta forma del soldado Manresa.

    Pasaron dos meses aproximadamente y encontrndome yo despa-chando con el Comandante en la casa de Tarar, en ocasin de en-contrarse enfermo, entr uno de sus escoltas y le anunci que all seencontraba el antiguo soldado Manresa y que solicitaba hablar conl. El Che le comunic que esperara y que cuando terminara nuestrodespacho lo recibira. Yo me march al final de mi reunin, aunque

    confieso que me fui muy interesado en cul sera el resultado deaquella entrevista, ya que el Che me haba puesto en antecedentessobre el curioso caso de Manresa.

    Luego ste ltimo me contara que el Che lo haba recibido muysonriente y de nuevo le pidi que le mostrara las manos. CuandoManresa le mostr el mal estado de las mismas, el Comandante echuna carcajada dicindole: Se lo advert, pero usted no me quiso ha-cer caso. Y qu se le ofrece ahora? A lo que l respondi: Bueno

    usted se acuerda que yo le dije que si me iba mal, vendra a verlo denuevo para lo del trabajito.El Che se qued pensativo, pero no encontr una respuesta satis-

    factoria para Manresa en aquellos momentos. Le dijo que hasta que

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    Para ser fiel a la verdad histrica debo agregar, como en otrospasajes sobre el Che, que ste sola ser ms exigente con sus colabo-radores ms cercanos que con los dems.

    El caso de Manresa no fue una excepcin de esa regla. Le exiga almximo en su trabajo y le reclamaba ante la ms mnima falla en sulabor administrativa.

    El abnegado secretario cumpla con el mayor celo cualquier ins-truccin del Che y no era en absoluto de su agrado cualquier interfe-rencia en ese terreno.

    Cuando el Che sala de recorrido por el interior del pas, por loregular lo haca en el avin ejecutivo, un pequeo Cessna de dos

    motores tripulado por su piloto el capitn Eliseo de la Campa. Eliseocuidaba de la seguridad de su jefe con el mayor esmero ya que casisiempre le corresponda a l ejercer las funciones de copiloto. Adi-cionalmente, tomaba ciertas notas que su jefe le indicaba en aque-llos viajes para que luego se las trasmitiera a Manresa para suejecucin. En tales circunstancias, el piloto haca de intermediariode aquellos mensajes y, en algunas oportunidades Manresa le pre-sent algunas quejas al Che por la forma en que le llegaban algunas

    de sus instrucciones.En una de las tantas oportunidades en que se encontraba colmadode trabajo, Manresa se le present con uno de sus reclamos en rela-cin con un mensaje entregado por Eliseo. El Che no dispona delmenor tiempo para atender el asunto; pero, adems, estaba interesa-do en dar fin a las disputas entre el secretario y su muy estimadopiloto.

    De acuerdo a mis funciones en aquella poca, me correspondaatender las tareas ms dismiles por delegacin del Che, lo cual in-clua, lgicamente tambin asuntos secundarios o de menor impor-tancia administrativa.

    Haciendo uso de sus prerrogativas, el Ministro me llam a su des-pacho y me trasmiti la siguiente informacin, seguida de las corres-pondientes instrucciones (cito literalmente):

    Entre Manresa y Eliseo han surgido ciertos malos entendidos que tudebes aclarar y poner en orden para que se termine la putera

    (palabra vulgar que puede ser entendida como discusin entre doshombres por asuntos balades y sin la menor importancia) que setraen entre los dos. Despus me informas. Yo estoy con mucho traba-jo en estos momentos para ocuparme de tonteras.

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    Cumpliendo las instrucciones recibidas cit a los dos contendien-tes a mi oficina y les trasmit, exactamente, las orientaciones dadaspor el Che. Ambos se miraron sorprendidos y trataron de interrum-

    pirme muy respetuosos, para hacer aclaraciones. Los mand a callar,inmediatamente, y les orden que solicitaran la palabra de forma in-dividual y no a do como lo acababan de hacer. Manresa, que ya paraesa poca tena bastante confianza conmigo como para llamarmeBorre en lugar de Borrego, en esa ocasin solicit la palabra diri-gindose a m como compaero teniente. Las cosas se iban poniendoen su lugar.

    Autoric a Manresa para que hiciera sus descargos, pero he aqu

    mi gran sorpresa; se puso de pie, volviendo a su pose militar de anta-o y sin ms prembulo, me recit, muy firme, lo siguiente: Puedeusted comunicarle al Comandante que acepto totalmente sus califi-cativos acerca de mis relaciones con Eliseo. Tales puteras son ab-solutamente ciertas y yo me hago totalmente responsable de todo losucedido. Por mi parte estoy en la mayor disposicin de aclarar di-rectamente con Eliseo estas boberas para que ni el Comandante niusted tengan que perder su valioso tiempo en algo que debemos re-

    solver nosotros.A partir de ese momento estuve seguro de que la reunin iba a ser

    muy corta y me dirig a Eliseo para que me expresara sus opinionesdel asunto.

    El piloto le sigui la rima al secretario y masticando las palabrasafirm que: Comparta totalmente lo expresado por Manresa, que apartir de ese momento se comprometa a estrechar su colaboracinde trabajo con l y a ser ms cuidadoso en la transmisin de cual-

    quier mensaje del Comandante.El encuentro termin en medio de un mar de sonrisas fraternales y

    a partir de aquel momento ms nunca conoc de conflicto algunoentre el secretario y el piloto del Che.

    Ms tarde slo me tomara unos segundos para informarle alMinistro el resultado de aquella feliz reunin de arbitraje, queresult ser la ms corta de todas las que he realizado en mi largavida administrativa.

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    Jos Manuel Manresa, el secretario personal del Che.

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    en el bolsillo derecho de su chaqueta. Manresa, que se encontraba asu lado, observ con cierta preocupacin la delicada maniobra, perono chist.

    Entraron a la solemne sala y ocuparon sus respectivos asientos, elsecretario, como siempre, situado detrs del Presidente de su Dele-gacin. A los pocos minutos se respiraba un aromtico olor a tabacocubano en el recinto.

    El secretario tuvo un mal presentimiento, el Che sinti un fuertecalor en el bolsillo de su chaqueta y con la mayor discrecin sac supreciado habano y se lo pas por debajo de la silla a su diligentesecretario.

    La angustia se apoder de Manresa. Sostena el humeante puro ensus recuperadas manos de oficinista, pero no encontraba el momentopropicio para darle otro destino. Esper impaciente y justo en elmomento en que todos los asistentes ofrendaban sus aplausos a unode los delegados en uso de la palabra, se levant de su silla con lamayor dignidad y tom rumbo a la primera puerta de salida.

    Una vez recuperado del inoportuno incidente Manresa mir condesdn el tabaco y procedi a apagarlo con la mayor delicadeza.

    Deba conservarlo con esmero para devolverlo al final de la sesinal Che, seguro que de no hacerlo, tendra que soportar una seria re-primenda por parte del Comandante Guerrillero; convertido enton-ces en ilustrado diplomtico de nuestra rebelde isla caribea.

    Manresa continu al lado del Che y llegado el ao 1965 conocide la partida del comandante Guevara a otras tierras del mundo. Co-menz entonces un nuevo perodo de su vida en el cual, su nico, yms preciado deseo, era el reencuentro con su jefe para acompaarlo

    en la nueva guerrilla.Despus de culminada la campaa del Che en el Congo y conoci-do el nuevo proyecto en Bolivia, Manresa insisti en partir para re-unirse con el Che. Lo embargaba una sola preocupacin personal;sufra de una sensible dolencia en las piernas producida por una in-suficiencia circulatoria.

    Se someti a una prueba fsica por medio de una larga caminata enlas montaas de la Sierra Maestra. Al decir de un entraable acom-

    paante, lo salv la tcnica, ya que no pudo soportar el rigor de lacaminata, y un helicptero tuvo que venir en su auxilio para trasla-darlo a la ciudad. Convencido de sus limitaciones no insisti en elatrevido intento de combatir junto al Che.

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    Dada la intensidad de trabajo a que estaba sometido el Che, JosManuel Manresa dedicaba la mayor parte de su vida a su tarea comosecretario. Su esposa mostr en ms de una ocasin su disgusto porel poco tiempo que dedicaba a la atencin de la familia. El Che fueinformado de la situacin y aunque no poda hacer grandes concesio-nes en cuanto a la jornada de trabajo de su secretario, opt por unasolucin remedial; poco ortodoxa. Con frecuencia invitaba a la seo-ra para que visitara las oficinas de su marido y de esta forma podapermanecer ms tiempo con su esposo.

    En esas visitas nocturnas o de fin de semana de la seora de Manresaa sus oficinas, el Che conversaba con ella a menudo y aprovechaba laocasin para bromear con sta acerca del trabajo de su esposo y otrascosas de la vida cotidiana de aquel entonces. El caso es que estable-ci amistad con la seora de su secretario y con su pequeo hijo quesiempre la acompaaba.

    El hijo de Manresa tena aproximadamente diez aos en aquelentonces y se nombraba como su padre, con la sola diferencia que le

    llamabanManolo oManolito. A partir de entonces todos en el Mi-nisterio hicimos amistad con el muchacho, que frecuentemente me-rodeaba por nuestras oficinas en el momento menos esperado.

    Ocurri otro hecho digno de mencin. El Che haba organizado unaula anexa a su oficina, con un profesor altamente calificado paraelevar la escolaridad de los miembros de su escolta. EntoncesManolito se incorpor, a sugerencia del Che, para terminar su ense-anza primaria en la escuela de las escoltas del Ministro.

    Junto a esas atenciones del Che por el muchacho, decidi ensear-