Entrega 12 b Proceres de mi tierra

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Conclusión “… Respecto a mi permanencia en la vicepre- sidencia, he hablado a usted infinitas veces. Ocioso me parece recordarle las protestas sinceras que le he hecho sobre el deseo de separarme y aun de salir por algún tiempo de Colombia. Creo que usted no puede dudar de mi patriotismo, desinterés y desprendimiento, supuesto que me conoce muy a fondo y desde tiempos lejanos, y por lo mismo tampoco debe dudar de que en todas las ocasiones he estado pronto a hacer en las aras de la unión y de la verdadera felicidad de Colombia cualquier es- pecie de sacrificio, y con mucho gusto de ale- jarme de toda función pública, como que nada me cuesta. Pero toda esta buena disposición de mi parte se altera desde que la facción se obstina en clamar por mi separación, porque yo he meditado mucho, y convienen conmigo muchos excelentes patriotas, en que una se- mejante complacencia sería el ejemplo más funesto para el futuro, y daría muy mala idea de la firmeza del Gobierno y aun de mi propio carácter. Desde que unos pocos descontentos lograran intimidar a un funcionario público y lo sacasen del puesto en que lo ha colocado la voluntad de la nación o la de sus legítimos y verdaderos representantes, ningún magistra- do se creería en adelante a cubierto de los perniciosos efectos del descontento, y la Re- pública sería un semillero de facciones y de cambios de funcionarios… Aparte de esto, hoy complaceríamos a los facciosos de Venezuela que se desesperan por apartar de sí los efec- tos de mi permanencia en el Gobierno; mañana tendría que complacerlos si solicitaban que se erigiese una monarquía; al otro día si querían que se degollase a todos los bogotanos, y, en una palabra, el gobierno cualquiera que fuese sería el juguete de las voluntades caprichosas de estos perturbadores o de otros. ¿Podría to- lerarse un estado semejante de cosas? …Seré vicepresidente hasta que, o voluntariamente dimita el destino ante la autoridad que prefija la ley, o que por los términos constitucionales me destituya el Senado, previa la correspon- diente causa; y entre tanto, en el Consejo de gobierno o en cualquier otra función opinaré contra la insurrección del general Páez, sos- tendré la Constitución y pediré en favor de la República y de la estabilidad del sistema el condigno castigo para quienes nos han causa- do tantos males, empleando vías de hecho, y la violencia, y la fuerza, y las calumnias.” Es difícil comprender, a casi dos siglos de distancia, la situación poco menos que anárquica que vivió nuestra patria a partir de 1825, debido a diferencias conceptuales sobre el origen de la autoridad del mandatario en ejercicio y de la manera de ejercer esa autoridad. Personas interesadas más en crear caos que en ayudar a establecer y apoyar un buen gobierno colocaron la nación en situación de crisis con acusaciones a los dirigentes militares y civiles; para dar solución a las dificultades, Santander se apoyó en la legalidad y para casos específicos, como el de Páez en Venezuela, acudió a la autoridad de Simón Bolívar. De una carta a Bolívar el 8 de octubre de 1826. “Soy amigo de las leyes, sin reparar sino en el origen de donde emanan y soy amigo de usted por gratitud, por convencimiento, por cuantos motivos pueden crear una amistad sincera y fiel. Usted me ha llamado el hombre de las leyes, y juro que no seré nunca desmerecedor de tan bello y hermoso título; usted me ha llamado siempre amigo, y mil veces protesto que no seré infiel a esta expresión tan satis- factoria, ocultándole la verdad.” Mucho se ha escrito sobre la amistad y la enemistad entre Bolívar y Santander y si este último participó o no en la conspiración septembrina que pretendía acabar con la vida del Libertador. Es célebre la frase de Bolívar, en 1830, casi al final de sus días: “El no habernos compuesto con Santander nos ha perdido a todos". Carta a Bolívar, abril 29 de 1827. “Mi muy respetado General. No puedo menos que agradecer a usted mucho su carta del 19 de mar- zo, en que se sirve expresarme que le ahorre la molestia de recibir mis cartas y que ya no me lla- mará su amigo. Vale más un desengaño, por cruel que sea, que una perniciosa incertidumbre, y es cabalmente por esto que estimo su declaración. No me ha sorprendido su carta, porque hace más de un año que mis encarnizados enemigos están trabajando por separarme del corazón de usted; ya lo han logrado; ya podrán cantar sus triunfos. Mi conciencia, sin embargo, está perfectamente tranquila; nada me remuerde de que haya falta- do en un ápice a la bondadosa amistad de usted; por lo contrario, estoy persuadido de que en las delicadísimas circunstancias de que he estado rodeado, he sido fiel a mis deberes y fiel de la amistad de usted y siempre celoso defensor de su reputación. No escribo más a usted, y en este silencio a que me condena la suerte, resignado a todo, espero que en la calma de las pasiones, que son las que han contribuido a desfigurar las cosas, usted ha de desengañarse completamente de que ni he sido pérfido, ni inconsecuente. Gané la amistad de usted sin bajezas y solo por una conducta franca, íntegra y desinteresada; la he perdido por chis- mes y calumnias fulminadas entre el ruido de los partidos y las rivalidades; quizá la recobraré por un desengaño a que la justicia de usted no podrá resistirse. Entre tanto, sufriré este último golpe con la serenidad que inspira la inocencia. Debo sentir el más vivo pesar al verme defrauda- do del título de amigo que he sabido cultivar con una larga serie de hechos y pruebas irrefutables de que ninguno otro ha tenido ocasión de darle… Mis votos serán siempre por su salud y prosperi- dad; mi corazón siempre amará a usted con grati- tud; mi mano nunca escribirá una línea que pueda perjudicarle, y aunque usted no me llame en toda su vida, ni me crea su amigo, yo lo seré perpetua- mente con sentimientos de profundo respeto y justa consideración.” Somos producto de una Historia y gran parte de ella, la de los últimos 200 años, fundamenta- da en la lucha por la independencia. De las ideas de libertad, de la guerra por obtenerla y de los proyectos para “manejar” esa libertad, tomamos a sus protagonistas como los hombres modelos en quienes se encarnaron valores que debíamos imitar. Estudiados los próceres con ánimo des- apasionado podemos deducir que en ellos no hubo intención de conformar grupos que se odiaran o bandos que tuvieran como propósito descalificar al contrario. Todos ellos vivieron, batallaron, po- lemizaron en tertulias o en congresos, en función de Colombia, en función de patria y del bienestar de todos los ciudadanos. Es reprochable el hecho de que muchos compatriotas de hoy entronicen a uno o algunos próceres en la sala de su casa y a otros los manden al cuarto de san Alejo. Es una herencia no plausible de los patrioteros del si- glo diecinueve que colocaron pregones partidis- tas sobre la tumba de quienes nos libertaron, sin prever las consecuencias desastrosas que hoy su- frimos. Santander y Bolívar dejaron con- signadas en alguna parte de sus escritos notas de reproche a quienes divulgaban la des- unión tomándolos a ellos como bandera. Un home- naje de nuestra parte a su memoria puede ser el apoyar a todo ciudadano que honre y engrandezca a Colombia sin miramien- tos de color, religión, par- tido o estrato social a que pertenezca.

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Santander, el Hombre de las Leyes

"Colombianos, las armas os han dado la independencia, las leyes os darán la libertad" Santander, por José María Espinosa, óleo de 1853.

Alcanzada por fin la Independencia, la Nue-va Granada, hoy Colombia, necesitaba un hombre con facultades extraordinarias para ponerla a marchar y ser reconocida como nación autónoma por los estados repu-blicanos de la época. Para cumplir esa tarea estuvo el rosarense o cucuteño Francisco de Paula Santander. Uno de sus biógrafos

escribe: “A partir de la revolución de 1810, aceptar la dirección del gobierno deman-da no solo grandes aptitudes intelectuales y políticas para encauzar y dirigir un mo-vimiento incoherente y desarticulado, sino también gran valor y decisión para enfren-tarse a los sanguinarios agentes del gobier-no colonial”.

Santander asumió el gobierno de un estado incipiente, constituido por gente ignorante, desconocedora de todo tipo de mandato distinto al monárquico, en el que habría que establecer institucionalidad reuniendo corporaciones que fueran soporte y apoyo del nuevo sistema y proveyendo, por demás, lo indispensable para continuar la guerra, bajo la presión insistente de Bolívar. Su labor se orientó hacia los numerosos frentes que exigían las circunstancias, desde los elementales de alimentación y vivienda hasta los complejos de presupuesto, relaciones diplomáticas, industria y comunicaciones. Qué mejor testimonio que esta carta escrita por Bolívar en 1825:

Tarea digna de ser subrayada, entre las cumplidas por ese mandatario, fue la de sentar las bases para sacar a los colombianos de la ignorancia, mediante la creación de escuelas normales para preparar a los maestros y escuelas de primeras letras para niños en las que debía moldearse el perfil del futuro ciudadano.

...Es un gigante que marcha al nacer, combate y triunfa. Este gigante es Usted. Es una gloria que dos de mis amigos y segundos hayan salido dos prodigios de entre las manos. La gloria de Usted y la de Sucre son inmensas. Si yo conociera la envidia los envidiaría. Yo soy el hombre de las dificultades, Usted es el hombre de las leyes y Sucre es el hombre de la guerra. Creo que cada uno debe estar contento con su lote, y Co-lombia con los tres. Feliz madre que nunca pudo dejar de tener un hijo que le sirva de báculo […] me habla de retirarse del servicio público a causa de sus cólicos. No, amigo: usted no debe ni puede retirarse. Us-ted es el necesario para la marcha de la República. Usted debe morir en el tribunal, como mi destino es morir en el campo de batalla. Sin Usted qué sería de Colombia, qué sería de nuestro ejército y qué sería de mi gloria. ¡Diré a Usted francamente que si yo no hubiera tenido a Usted para defender con sus talentos y con su energía mi obra, ya habría sido arruinada. Yo creo más, sin Usted y conmigo no se hubiera perfec-cionado bien. Yo no soy administrador, y además soy poco sedentario para sufrir el bufete. Por lo mismo yo hubiera destruido la obra de mis compañeros de armas por falta del carácter de Usted y de su capaci-dad para manejar los negocios públicos. Así repito: Usted es el hombre necesario de Colombia!".

Bolívar

(De su mensaje al congreso el 16 de febrero de de 1836)“La educación pú-blica es asunto de-masiado importante y delicado para que en ella pueda dejar-se el señalamiento de textos, que es su parte esencial, al arbitrio y tal

vez al capricho de cada uno de lo preceptores o institutores. Ella ejerce una influencia demasiado constante y eficaz en los destinos del país, para que pueda abandonársela al acaso en aquello que precisamente la constituye, como son las doctri-nas. Si un padre que pone a su hijo un preceptor privado para darle educación, no solo designa los

ramos o materias a que esta ha de contraerse, sino que examina en todos sus pormenores el método del maestro para hacerlo reformar en lo que no le acomoda; podrá el legislador adoptar el cami-no opuesto, dejando que los institutores públicos enseñen lo que quieran y como quieran? Conceder semejante libertad sin otra restricción que la del artículo 229 del plan de estudios, de que no se enseñe, nada contrario a la religión, a la moral, a la tranquilidad pública, o erróneo por cualquier otro método, sería introducir una espantosa anar-quía en las aulas de las universidades y colegios, sería dar al sistema de educación pública el golpe de muerte que le falta, después de tantas heridas de gravedad que ha recibido y que lo tiene en un estado valetudinario.”

Textos: Demetrio Quintero Quintero.

Conclusión

“… Respecto a mi permanencia en la vicepre-sidencia, he hablado a usted infinitas veces. Ocioso me parece recordarle las protestas sinceras que le he hecho sobre el deseo de separarme y aun de salir por algún tiempo de Colombia. Creo que usted no puede dudar de mi patriotismo, desinterés y desprendimiento, supuesto que me conoce muy a fondo y desde tiempos lejanos, y por lo mismo tampoco debe dudar de que en todas las ocasiones he estado pronto a hacer en las aras de la unión y de la verdadera felicidad de Colombia cualquier es-pecie de sacrificio, y con mucho gusto de ale-jarme de toda función pública, como que nada me cuesta. Pero toda esta buena disposición de mi parte se altera desde que la facción se obstina en clamar por mi separación, porque yo he meditado mucho, y convienen conmigo muchos excelentes patriotas, en que una se-mejante complacencia sería el ejemplo más funesto para el futuro, y daría muy mala idea de la firmeza del Gobierno y aun de mi propio carácter. Desde que unos pocos descontentos lograran intimidar a un funcionario público y lo sacasen del puesto en que lo ha colocado la voluntad de la nación o la de sus legítimos y verdaderos representantes, ningún magistra-do se creería en adelante a cubierto de los perniciosos efectos del descontento, y la Re-pública sería un semillero de facciones y de

cambios de funcionarios… Aparte de esto, hoy complaceríamos a los facciosos de Venezuela que se desesperan por apartar de sí los efec-tos de mi permanencia en el Gobierno; mañana tendría que complacerlos si solicitaban que se erigiese una monarquía; al otro día si querían que se degollase a todos los bogotanos, y, en una palabra, el gobierno cualquiera que fuese sería el juguete de las voluntades caprichosas de estos perturbadores o de otros. ¿Podría to-lerarse un estado semejante de cosas? …Seré vicepresidente hasta que, o voluntariamente dimita el destino ante la autoridad que prefija la ley, o que por los términos constitucionales me destituya el Senado, previa la correspon-diente causa; y entre tanto, en el Consejo de gobierno o en cualquier otra función opinaré contra la insurrección del general Páez, sos-tendré la Constitución y pediré en favor de la República y de la estabilidad del sistema el condigno castigo para quienes nos han causa-do tantos males, empleando vías de hecho, y la violencia, y la fuerza, y las calumnias.”

Es difícil comprender, a casi dos siglos de distancia, la situación poco menos que anárquica que vivió nuestra patria a partir de 1825, debido a diferencias conceptuales sobre el origen de la autoridad del mandatario en ejercicio y de la manera de ejercer esa autoridad. Personas interesadas

más en crear caos que en ayudar a establecer y apoyar un buen gobierno colocaron la nación en situación de crisis con acusaciones a los dirigentes militares y civiles; para dar solución a las dificultades,

Santander se apoyó en la legalidad y para casos específicos, como el de Páez en Venezuela, acudió a la autoridad de Simón Bolívar.

De una carta a Bolívar el 8 de octubre de 1826.“Soy amigo de las leyes, sin reparar sino en el origen de donde emanan y soy amigo de usted por gratitud, por convencimiento, por cuantos motivos pueden crear una amistad sincera y

fiel. Usted me ha llamado el hombre de las leyes, y juro que no seré nunca desmerecedor de tan bello y hermoso título; usted me ha llamado siempre amigo, y mil veces protesto que no seré infiel a esta expresión tan satis-factoria, ocultándole la verdad.”

Mucho se ha escrito sobre la amistad y la enemistad entre Bolívar y Santander y si este último participó o no en la conspiración septembrina que pretendía acabar con la vida del Libertador. Es célebre la frase de Bolívar, en 1830, casi al final de sus días: “El no habernos compuesto con Santander nos ha perdido a todos".

Carta a Bolívar, abril 29 de 1827.“Mi muy respetado General. No puedo menos que agradecer a usted mucho su carta del 19 de mar-zo, en que se sirve expresarme que le ahorre la molestia de recibir mis cartas y que ya no me lla-mará su amigo. Vale más un desengaño, por cruel que sea, que una perniciosa incertidumbre, y es cabalmente por esto que estimo su declaración. No me ha sorprendido su carta, porque hace más de un año que mis encarnizados enemigos están trabajando por separarme del corazón de usted; ya lo han logrado; ya podrán cantar sus triunfos. Mi conciencia, sin embargo, está perfectamente tranquila; nada me remuerde de que haya falta-do en un ápice a la bondadosa amistad de usted; por lo contrario, estoy persuadido de que en las delicadísimas circunstancias de que he estado rodeado, he sido fiel a mis deberes y fiel de la amistad de usted y siempre celoso defensor de su reputación.No escribo más a usted, y en este silencio a que me condena la suerte, resignado a todo, espero

que en la calma de las pasiones, que son las que han contribuido a desfigurar las cosas, usted ha de desengañarse completamente de que ni he sido pérfido, ni inconsecuente. Gané la amistad de usted sin bajezas y solo por una conducta franca, íntegra y desinteresada; la he perdido por chis-mes y calumnias fulminadas entre el ruido de los partidos y las rivalidades; quizá la recobraré por un desengaño a que la justicia de usted no podrá resistirse. Entre tanto, sufriré este último golpe con la serenidad que inspira la inocencia.Debo sentir el más vivo pesar al verme defrauda-do del título de amigo que he sabido cultivar con una larga serie de hechos y pruebas irrefutables de que ninguno otro ha tenido ocasión de darle… Mis votos serán siempre por su salud y prosperi-dad; mi corazón siempre amará a usted con grati-tud; mi mano nunca escribirá una línea que pueda perjudicarle, y aunque usted no me llame en toda su vida, ni me crea su amigo, yo lo seré perpetua-mente con sentimientos de profundo respeto y justa consideración.”

Somos producto de una Historia y gran parte de ella, la de los últimos 200 años, fundamenta-da en la lucha por la independencia. De las ideas de libertad, de la guerra por obtenerla y de los proyectos para “manejar” esa libertad, tomamos a sus protagonistas como los hombres modelos en quienes se encarnaron valores que debíamos imitar. Estudiados los próceres con ánimo des-apasionado podemos deducir que en ellos no hubo intención de conformar grupos que se odiaran o bandos que tuvieran como propósito descalificar al contrario. Todos ellos vivieron, batallaron, po-lemizaron en tertulias o en congresos, en función de Colombia, en función de patria y del bienestar de todos los ciudadanos. Es reprochable el hecho de que muchos compatriotas de hoy entronicen a uno o algunos próceres en la sala de su casa y a otros los manden al cuarto de san Alejo. Es una

herencia no plausible de los patrioteros del si-glo diecinueve que colocaron pregones partidis-tas sobre la tumba de quienes nos libertaron, sin prever las consecuencias desastrosas que hoy su-frimos. Santander y Bolívar dejaron con-signadas en alguna parte de sus escritos notas de reproche a quienes divulgaban la des-unión tomándolos a ellos como bandera. Un home-naje de nuestra parte a su memoria puede ser el apoyar a todo ciudadano que honre y engrandezca a Colombia sin miramien-tos de color, religión, par-tido o estrato social a que pertenezca.