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entre el vacío y la nada.

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I Diálogos

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– Dios, ¿a qué estamos jugando? [Contrario al imaginario popular, Dios encarnaba una lamentable condición humana. Sentado en un sofá, se debatía entre comer sus frituras sin interés alguno en cuidar su atuendo, y catar sin regarse la cerveza babeada que sostenía entre su sudorosa entrepierna. La camisa sin mangas, que en algún momento era de su talla adecuada, ahora perdía su color entre el vaho corporal que exudaba el melenudo hombre de mediana edad y la forma amoldada del mancillado sofá. La tenue luz evitaba que pudiese detallar con exactitud su mirada, pero oía sus suspiros despiadados mientras hacía zapping en la televisión, viendo entre “reality shows” y noticias. Sin piedad ni misericordia, soltaba, esporádicamente, estridentes carcajadas vejadoras. Su aguda escasez de higiene personal y desatención de sí mismo coincidía con el importaculismo de quien se ha resignado.] - ¿A qué jugamos de qué? - Estás ahí sentado, con un tremendo complejo de Diógenes. - Es que ya no tengo espacio para guardar todo lo que tengo.

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- A ver Dios, todo lo que tienes es mierda. ¿Para qué quieres guardar empaques de pastillas? ¿Publicidad para una multinacional? - Son recuerdos. - ¿Es en serio? - ¿Qué cosa? - Tú me has privado de la libertad de ser y de decidir. Me has obligado a seguir tu camino, con reglas y una cierta rectitud espiritual que sólo busca reducirnos a la esclavitud. Me has obligado a seguir un camino que sólo tú crees correcto, basándote en una estabilidad y comodidad que nos está apaciguando. Y es que tu camino nos iguala y nos despoja de la posibilidad de apreciar por nosotros mismos. Tu pasiva agresividad nos obliga a vivir de cierto modo, conduciéndonos por tu mandato. Me condenaste a ti y a tus egoístas deseos. Porque dentro de tu vacía prepotencia, crees tener las respuestas para llegar a un edén inexistente. ¿Éste es el edén? -Perdón, ¿tú quién eres? ¿Una teleóloga más?

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- ¿Este es tu trabajo? Te sientas en tu solitario trono a juzgarnos, a conmensurarnos. Porque tú crees que tu inmortalidad y omnipotencia atesoran la razón última, y sabes que lo que todos buscan es encontrarle un sentido a la trágica experiencia de vivir. Y como eres un hedonista hostil, te vanaglorias con que todos te alaben, te busquen: se entreguen a ti. -Hedonista hostil es algo exagerado, ¿no crees? -Si no, ¿cuál es la reciprocidad a ti? ¿Que todos vivamos bajo tus principios? ¿Reduciéndonos a lo igual? La única verdad es que, tú, querido Dios, eres un egoísta, cuya deplorable megalomanía no acepta la diversidad. - No te sobreestimes, muñeca. A mí me sabe a mierda lo que hagas por mí. - Linda tu complacencia. ¿Sabes yo qué creo? - Por favor ilumíname. - Que tú odias tu vida y estás completamente aburrido. No soportas el tedio que te consume día tras día tras día de vivir en este vertedero.

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- Sí. Qué psicoanálisis tan sustancial y perspicaz. Sobretodo original. Es más, creo que gracias a tu sagaz ingenio, acabas de cambiar el rumbo de la humanidad. - ¿Pero, qué pasa con el amor, Dios? ¿Te rompieron el corazón o el resentimiento es cotidiano? - Qué va, yo soy sólo amor. - No. El amor es recíproco. Lo tuyo es indulgencia. [Se levanta, apaga la televisión. Pone un disco viejo de boleros y saca dos latas de cerveza de la nevera. Me pasa una sin mirarme y vuelve a sentarse, contemplando el vacío donde antes resplandecía la televisión prendida.] -¿Entonces qué? ¿La verdad es que eres un resentido falsamente egotista y nunca superaste que alguien no te amara y por eso mismo condenaste a la raza humana a compartir tu miseria? O es que eres un cobarde y por eso, optaste por obligarnos a todos a compartir tu desesperanza. ¿No? Para no sentirte tan solo, creando un ejército de miserables esclavos en vez de voluntarios aliados. -Pero con poder. Y en últimas, palabras más palabras menos, soy Dios. Dios. No sé si lo entiendas bien; no

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dios, no: Dios. ¿No es eso lo que todos quieren? ¿Tener poder, infinitud? ¿No caer en las apocalípticas garras del olvido? -No lo puedo creer; tu altruismo es misantropía. Y el único consuelo que encuentras en saber que tu existencia es miedosamente solitaria y un poco inútil, y que tu predicamento es prescindible, es en condenarnos a todos a la misma desdicha. Yo también te hubiera cagado encima, Dios. También te habría roto el corazón antes de aguantarme tu tiranía. -Y aquí sigo. -Sí, chimba tu vida, Dios. Chimba.

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La vida, que es informulable; la vida que vive y quiere vivir siempre, no acepta fórmulas. Su única fórmula es: o

todo o nada. El sentimiento no transige con términos medios.

La trágica historia del pensamiento humano no es sino la de una lucha entre la razón y la vida, aquella empeñada

en racionalizar a ésta haciéndola que se resigne a lo inevitable, a la mortalidad, y ésta, la vida, empeñada en

vitalizar a la razón obligándola a que sirva de apoyo a sus anhelos vitales.

Miguel de Unamuno

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[Se encontraban las dos amigas en un café en pleno centro de la ciudad cuando empezaba a caer la noche. Una vestía todavía su uniforme de trabajo y traía sus gafas en la punta de la nariz. Era tímida, a veces dejaba de participar en la conversación y parecía entrar en un estado de ensoñación. Realmente es que estaba digiriendo todo lo que transitaba a su alrededor; siempre estaba íntegramente presente, a veces demasiado. Era imparcial, cautelosa, pero dubitativa. Testaruda. Sentada al frente, estaba su compañera quien parecía haber salido de un entierro; vestía toda de negro salvo por los accesorios. Era serena y hablaba con un tono de voz que arrulla. Sin embargo, sus palabras eran premeditadas y cargaban con todo el peso lingüístico. Nunca fue impulsiva ni riesgosa. Le gustaba conocer las cosas y a la gente y, con paciencia, formarse una percepción de ellos. Cuando les pasaron el menú, ella leyó todas las posibilidades, evaluó sus intereses, pensó en todos los posibles escenarios de su decisión; escogió lo sano y pidió un jugo natural. Su amiga, por el contrario, pedía todo para luego arrepentirse por varias veces hasta que se decidió por lo mismo de siempre, un tinto. Cuando terminaron de pedir, llegó corriendo una mujer de pelo mono largo y vestido largo rojo y chaqueta de cuero. Se sentó en la mesa, pidió un coctel y empezó a hablar con frenesí. Era extrovertida y ruidosa. Se reía por todo y

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cometía múltiples indecencias sociales con sus temas de conversación mientras irradiaba confianza y seguridad.] - Bebé, bájale un poco al voltaje, por favor. Por fa, no es mucho pedir. - No me quiero aburrir. - ¿Aburrir de qué? No te puedes aburrir, hay demasiadas cosas para hacer y demasiado tiempo como para aburrirte. - Ese es el punto. No hay demasiado tiempo. Es poco, corto y tenebrosamente efímero. Y quiero hacerlo todo, pero lo quiero ya. - Pero linda, estás permanentemente en el abismo al incendio. No puedes con tanta temperatura sin llegar a quemarte. Las dos: o se incendian o se congelan. Tiene que haber un balance. - [Las dos al tiempo] No. -Yo ni siquiera te entiendo a ti. Por lo menos nosotras dos tenemos nuestros deseos y necesidades claras. Pero tú eres imposible: eres una contradicción. Eres la glándula pineal: donde se une lo que es con lo que no es.

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Tú sí que estás en oposición contigo misma. Tú no dudas, conciencia, tú eres una duda. - [Ignorándolas, sigue con la conversación] Ese balance es una comodidad falsa. Es desligarse de todo lo que la vida tiene. Es asumir que hay tiempo, y eternidad. - Es encontrar consuelo en la promesa de que la tranquilidad pasmada es un camino. Pero, ¿un camino a qué? ¿Hacia dónde me va a llevar? - ¿Hacia dónde te va a llevar el paroxismo? - Más aún, ¿por qué tienes que palpar el abismo? ¿Por qué sólo te satisfaces en cruzar límites? - Tú eres igual. - Pero tú lo haces en la carne y en la inmoralidad, y ahí te debates. - ¿Y a ti qué te ha dado la elevación y el intelecto? ¿Qué ha hecho por ti renunciar a la experiencia sensorial? ¿Qué consigues cuando vulneras tu sensibilidad? - Jamás la vulnero. La adoctrino. - Osea que la aleccionas. La adiestras.

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- ¿Cuál es el fin último de todo esto? ¿Cuál es la meta? Tú no lo piensas y eso te condena. ¿Es la muerte? Llegar a ella. ¿Por qué vivimos para llegar a la nada? ¿Cuál es la lógica de hacerse con el propósito de deshacerse? No puede ser sólo eso. Toda esta parafernalia tan innecesaria para caer en el no-ser. ¿Se es para ser parafernalia? Pero por otro lado, ese no-ser es sublime y noble. Es tocar lo anhelado, para aniquilar el vacío que sentimos con la inutilidad de esa parafernalia. Es abrazar el ser vacío. No padecerlo ahí, puyando sin misericordia, carcomiéndonos y mostrándonos la seducción del abismo, sino serlo; devenir vacío. - Pero pensar así es no ponerte en la misma mundana y terrenal naturaleza del hombre y querer vivir más elevadamente. Es querer conocer suprahumanamente. Acuérdate que eres una más; que morirás y con ella tú, supuesta conciencia. Buscas dominar lo incognoscible porque sólo se comprende en la conciencia que se irá con nosotros. Conocer esos límites es inconcebible. - Entonces, ¿qué? ¿Me dedico a hacer esfuerzos sin tregua para desterrar el sufrimiento? Vivir para huir del hastío. Y qué, ¿me vuelvo insensible? ¿Con qué mato el tiempo hasta que eso pase? - No sé, distráete. Compra un tamagochi. Haz arte.

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- Claro. Después de que mi morada sea el mismo infierno del hastío, sólo queda aburrirme. Qué bien. - El hábito ya no es placer. - Pero tienes que dejar de querer placer. Tu deseas pasionalmente. ¿Qué tal si adviertes el destino donde estaba ese deseo? - Esa estabilidad define. Es previsible. Carece del fuego que produce la incertidumbre. Creo que es la única forma de tolerar el hastío: no dejar que la lógica erradique la fogosidad de la duda. Tener siempre una vocecita que me haga cuestionarme ese sutil “pero, quizás, no sé.” Una exhalación de inconformidad. De no asentarme para no tener que resignarme a la norma y a la estabilidad en la que estoy inmersa. Porque, ¿por qué tendríamos que tolerar la imposición? - ¿Imposición de qué? Tú eres libre. Si bien la muerte acaba con la posibilidad de más y se vuelve nuestra única certeza, por eso mismo es que tienes la volición de acatar ese intermedio como tuyo. - Pero sí es una imposición. Llenar de terror y miseria sin tener una razón; tener que ser ahogada en la tragedia para nunca llegar a un algo. ¿Por qué he de aceptar ser

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condenada? Es como un chiste patético. De esos que uno se ríe por pesar. - Ay bueno, bájale a la anarquía cínica. Puedes no querer llegar a la iluminación y vivir la belleza de la agonía. Ser tus placeres. Devolverte del mundo de las ideas y volver a lo vano y lujurioso. Dejarte atraer por el placer y lo efímero. Déjate seducir por el vicio de no renunciar a la carne. - O puedes crearte por elecciones conscientes. No renunciar a la posibilidad de ser por ese fatalismo seductor.

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II Confesiones Derrotistas

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Lo contrario al suicida es, cabalmente, el condenado a muerte.

Albert Camus

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La Libertad y yo

Mi deseo último es ser libre. Libre de todas las ataduras. Quiero ser dueña de mí misma dentro del calabozo de la vida. Nuestra existencia es fortuita e inútil, y dentro del desagradable hecho de haber sido arrojados al mundo sin una razón de más, sólo ansío poder dejar a mi espíritu por la vastedad que el mundo tiene para mostrarnos. Quiero encontrarle una razón a la existencia: una razón que trascienda a la mundaneidad del mundo. Porque no creo que tanta miseria y tanta belleza sea en vano. Porque tiene que haber algo más. No considero el más allá producto de fenómenos antropológicos que obligan al creyente a tener un sentido parcial y subjetivo. Tiene que haber una razón que nos libere de este cautiverio. Pero querer encontrar una razón más allá de mi existencia no sólo es imposible sino que es querer comprender en términos suprahumanos. Más allá de eso, buscar ese más allá es enfrentarme a cuestionarme si tengo un amo. Y si sí, la libertad es imposible. Pero si no, soy esclavo de mi libertad. Entonces, en últimas, la libertad, como la vida, es una imposibilidad. Y en eso yace mi peor castigo: tener conciencia de la imposibilidad. Esa es la peor tragedia. Pero dentro de mi naturaleza terrenal y efímera, que se me presenta sólo en el respiro entre el nacimiento y la muerte, puedo decidir. Esa es la única forma de tener libertad: porque

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atribuirme una razón y un más allá, es atribuirme la capacidad de tener rasgos inmortales. Es, verdaderamente, creerme un dios. Todo esto para volver al inicio: soy efímera, soy mortal, estoy condenada a la muerte y al no ser. Soy una insignificante parte del gran cosmos en el que estoy inmersa. No soy más que un miserable humano más a pesar de que mi instinto de supervivencia me dicte tomarme como el centro del universo. Así encuentro que sólo puedo hacer de mi destino un asunto humano. Asunto que debo arreglarlo y recrearlo como humana. Pero ésta realidad ya es desdichada y desesperanzadora. Me obliga a ser esclava de la vida, pero “libre” en mis decisiones. Es un poco irónico y absurdo realmente: puedo hacer lo que quiera dentro de mi calabozo. Sin embargo, hay un destello de esperanza de este absurdo y adversidad que es la vida: el mundo es indiferente a nosotros. Esta indiferencia nos da la posibilidad de encontrar una razón por y para nosotros mismos. La indiferencia del mundo nos absuelve de lo definitivo y lo totalizador. Es un poco resignación: resignarse al sinsentido y matizarlo para no sucumbir a la única y real libertad que tenemos para salvarnos de la prisión que es la imposibilidad de la vida. La muerte. Porque la única certeza que tenemos en una vida de dudas e inconclusiones, es que en algún momento, dejamos de ser. Es el único estado inherente a la vida y

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es nuestra única realidad cognoscible. Y darle al hombre una opción, es tentarlo.

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Las alegrías, las penas del hombre, de los pueblos, se hallan detrás de las inscripciones, de los cuadros, de los

templos, de las catedrales y máscaras, detrás de las obras musicales, de las obras de teatro y de las danzas.

Donde no están, donde las formas se toman vacías e infundidas, allí tampoco hay arte.

August Macke

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El Arte y yo

Estoy gastándome la fortuna familiar en ser desheredada. Esa no es una ironía. Porque lo necesito: porque el arte es inútil. El mundo está jodido y se está derrumbando: porque estamos inmersos en un caos deplorable, sin solución ni salida. Porque hay perros muertos en la calle y niños pidiendo plata, alimentándose de la miseria y la polución. Porque no puede haber ni paz, ni tranquilidad, ni redención. Y dentro de toda esta agonía, prefiero salvarme a mí. Y porque, resguardándome en la fatal inutilidad del arte, puedo dejar de sentir el peso de la humanidad. Vacía, degradante y atormentada humanidad. Porque me duele el mundo, pero es ese mundo supurante el que me apasiona. Es la belleza del caos, de la imperfección, de lo imposible lo que me subyuga. Por eso necesito al arte: porque es una imposibilidad. Porque sé que si bien nada puede salvarnos y que los gritos en búsqueda de la exoneración son vacíos y nunca podrán ser respondidos, el arte me permite exudar mis preguntas y encontrar respuestas (respuestas: contestaciones o réplicas, nunca soluciones) en el mundo que yo busco crear. Porque es el arte el que me salva del absurdo vacío y nihilista y me da la voluntad para crear todo aquello que el mundo me niega. Porque crear es vivir dos veces, y si no puedo ser mi propio dios, puedo ser el dios de mi obra.

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III Fragmentos Solipsistas

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Las variadas sensaciones que se completan y se

contrastan, o mejor, las representaciones y los conceptos que surgen en forma visionaria en nuestra conciencia

como reflejos de tales sensaciones están en constante lucha entre sí: la sensación de Dios contra la del Diablo;

la sensación del hambre contra la de lo bello, la sensación de Dios tiende a vencer a la del Diablo y, al

mismo tiempo, a la del cuerpo y trata de “hacer creíble” la decadencia de los bienes terrenales y el eterno señorío

de Dios.

El conjunto de los reflejos de las varias sensaciones en la conciencia determina la concepción del mundo del ser

humano.

Kasimir Malevich

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Mis Arquetipos

Sería como un niño de 5 años, preguntando por qué por todo, pero por cosas insignificantes; sólo porque en verdad no entiende nada y también porque se le volvió costumbre y tiene ganas de joder. Que además es muy inquieto y muy amotriz. Que se cae y se pega con todo por perder el equilibrio y rompe todo pero igual sigue pegándose sin aprender. Y a veces para, se pone a llorar, pero a la mitad se le olvida porque ya está más interesado en la pelusa que hay debajo del sofá. Y cuando ya la tuvo, busca algo más, a pesar de que corrió hacia ella, magullándose con todas las esquinas de las mesas, y de que la vio como un diamante que brillaba en la lúgubre penumbra de debajo del grisáceo sofá. Y que se asusta con nada por su ingenuidad y se abraza a la cobija en las noches por pensar en todos los monstruos que hay debajo de la cama. Pero igual el cansancio lo noquea en medio de sus temores y al otro día, ni se acuerda. Pero cuando cae la noche, el volverá a tener conciencia de esos monstruos que lo acechan, separados de él sólo por la delgadez del colchón; aprendiendo a habitar los dos, noche tras noche acechándose en la tenuidad del cuarto vacío. Pero sería un niño de 5 años mezclado con un hombre típico de 50 años que tiene una tardía crisis de mediana

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edad y siente la necesidad de formular y recrear su vida y hacer cambios drásticos: de sentirse libre, emocionado por la nueva conquista de la intensidad de la vida. –¿Por qué mis arquetipos son hombres? ¿Será que creo que estoy condenada a ser mujer y lamentables e infortunadas criaturas no tenemos control de nada por ser tan marginadas y desventuradas por nuestra vulnerable y delicada condición de ser mujer? ¡Ja! Seré faloresentida.– De renacer de una etapa a otra. Y es súper impulsivo y desmedido; se compra un Ferrari California rojo –que en mi caso, sería una Hummer negra mate con diamantes y taches, con cojinería de cuero negro y terciopelo y siempre tendría modelos muy latin lovers en calzoncillos de látex, regándose champaña encima.– pero ya tendría la experiencia de saber que correr carreras a lo James Ballard y entrometerme en un escándalo mediático por amarrar a los modelos con esposas y espuelas, no deriva en algo positivo. –Aunque, fijo, como soy yo, alguien publica fotos como a los diez años, cuando ya ni me acordaba. Igual todo el mundo ya se lo veía venir, era cuestión de tener evidencias.– Sí, sería un impulsivo con conciencia. Impulsivo cauteloso. En el fondo, sabría que es una etapa, pero ese derrochar es liberador. Igual lo haría y quedaría cansado al rato: el cuerpo ya no tiene 23 años. No está para esos trotes perpetuados.

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Pero los dos siempre están en la frontera del abismo. Uno se abre la cabeza por subirse al techo para tirarse a la piscina y darse con el borde a pesar de que le dijeron mil veces que no lo hiciera; que no fuera terco e irresponsable, que se iba a matar por bobo. Pero si quiere, hágalo. Que lo retan con terrorismo y psicología inversa, pero él lo toma como un permiso por sentado. Y se tira, adulándose en su momento triunfal, mientras vuela por el cielo, sintiendo su corazón palpitar con vehemencia. Y corra para urgencias. Pero él sólo piensa en el hechizo de su instante de gloria, saboreando el dulce y tentador sentimiento de lanzarse al vacío sin mirar al piso. Y después de recuperaciones y malestares, vuelve a esa piscina y mira al techo con cierta picardía. De pronto ésta vez sí. Y el otro, que cuando acelera siente la adrenalina correr por su cuerpo, como un adicto chutándose heroína después de sentir el síndrome de abstinencia apoderarse de él: de palpar ese hastío por la vida que tiene el no estar bajo el apacible amor de su dama blanca, y quiere un poco más. Cada vez un poco más. Pero sabe que va muy rápido, que en cualquier momento aparece un hueco nuevo en la calle. Tiene una voz diciéndole eres un maldito y execrable drogadicto. Pero no se resiste a sentir el acelerador más profundamente. Dejar que este penetre hasta que ya no pueda más; de calar hasta el final. Porque siente el mayor goce al acariciar con

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determinación y ternura la palanca de cambios. Son las 4 de la mañana; las calles está solas. Hay espacio para no interceder con nada. Y entonces, al fondo, vislumbra un semáforo en verde y se debate entre acelerar sin piedad o frenar y mirar de los dos lados de la calle. A esa hora hay mucho borracho. Finalmente decide desacelerar sutilmente, de mirar que no viene otro carro del túnel sombrío. Y la noche sigue oscura y el semáforo sigue en verde, entonces acelera con una sumisión a su dócil resistencia, con una fogosidad devota. Y cuando por fin desacelera en el parqueadero de su casa y frena en seco, se devuelve a la realidad. Pone el carro en neutro, freno de manos y sonríe mientras reclina su cabeza para atrás. Cierra los ojos y acaricia el timón caliente aún el cuero de sus manos aferrarse a él.

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Si Yo fuera dios

Si yo fuera Dios y creara a la humanidad, sería una de dos. O sería un Dios muy parchado y muy todo bien, o sería un Dios muy déspota y visceralmente cruel sin razón alguna. Sería un man ahí todo calmado que no quiere que nada ni nadie lo joda y cree que todo es bien. Saldría en un comunicado oficial en jeans y sisa, con el pelo despeinado como “Oigan, pues, no sé. Hagan lo que quieran, a mí me vale güevo. Si quieren ser monjas o sadomasoquistas, háganlo. Sólo sean simpáticos y no maten. Si se quieren matar, sí, pero dejen en paz a los que no. Todo es válido.” Y me bajaría del podio a caminar por ahí, pasear por la noche oscura sin afán ni preocupaciones. Andaría por ahí viendo a la gente con una cierta nostalgia. Como si las ventanas de las casas nos apartaran. Por alguna razón, o sin ningún motivo, yo seguiría siendo Dios, y ese es un recordatorio, muy solitario. Mi humanidad sería levemente ineficaz, pero todo funcionaría, así fuese a una paupérrima velocidad. Habría bebederos de agua y pola en toda la ciudad y los árboles tendrían decorados de Cannabis sativa. Ush no, esperen. Podría irse al otro lado y volverse re hippie y sería una sociedad de mierda; de marihuaneros que no

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se bañan y tocan tambores en los parques mientras venden pulseritas y promesas vacías después de haber hecho rituales de iniciación y devoción a la Pachamama. Ush no; todo olería a chucha y rasta sudada. No no no. Más bien sería como un importaculismo pero limpio y con olor a perfume. Tenga sueños, ambiciones, deseos, etc., etc., etc., pero hágalo con calma y corazón. Sólo relájese con la vida y sea zen. Esta no es una tortura, disfrútela que acá no hay impedimentos ni infiernos. Usted está acá porque lo quiere, no está en obligación de nada. –Ahí pondríamos al atormentado frente a una vendedora de los 60’s, mona y con una gran sonrisa, vendiéndonos el producto.– Menos mal ésta no es una humanidad consumista que se deja comprar. No. Ésta es una humanidad donde importan los humanos. Pero por otro lado, sería una malparida cabrona. Estaría siempre vestida de negro y rojo, con encaje, cuero y terciopelo. Con el pelo negro y los labios carmín: fría y distante. Que infligiría sumisión por medio de terrorismo y miedo. Yo lo tendría todo y mis cautivos nada, salvo su patética miseria. Además sería demasiado mórbidamente incorrecta. Tendría esclavos negros y enanos que me llevarían cargada a todas partes mientras me abanican. Pagaría por mucho sexo y tendría gente hermosa como estatuas vivas. Sólo por el placer de hacerlo; porque quiero mirarlos. Porque sí, porque puedo. Por algo soy Dios.

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Mientras tengo bacanales y orgías, –y es que acá no existirían las enfermedades de transmisión sexual y las mujeres servirían para algo más que producir embriones, así que la fertilidad sería voluntaria– mi pueblo lloraría por mi desamparo. Pero ninguno de ellos merecería el paraíso del poder y la omnipotencia. Malditos mortales, ustedes sólo sirven para mi deleite y divertimento. Y sería muy sadista. –No sé por qué dejé de ser un dios hombre y ahora me imagino como una femme fatale recién salida de un film noir parafílico.– Andaría por el mundo buscando a la siguiente presa de mi coliseo romano. Sería sublimemente cruel y despiadada. Vería al hombre más feliz; jugando con su hija, mirándola como si fuera una estrella en una noche nublada, y me quedaría viendo como la esposa los abraza, y son tan felices dentro del fastidio que es mi mundo y, no bebé. Demasiada felicidad para ti: tú eres el próximo. Y al viernes siguiente me arreglaría, emocionada por la belleza de ver a mis pequeños pelear hasta la muerte para volver a ese miserable lugar que tan obstinadamente existe para hacerlos padecer una tragedia en vano. Y los pobres ingenuos dejan su alma peleando, pensando que les toca y que su regreso es mejor. Son divinos. Sería muy morbosa, de hecho, creo que ese sería uno de mis muchos fetiches: me excitaría un poco con cada golpe. Y con cada artimaña y táctica, gemiría. Y cuando

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empezara a ver la sangre correr, y el sudor agotar su enorme motivación, me acariciaría. Cada vez más frenética y animalmente. Y cuando, por fin, dieran esa última apuñalada, me temblarían las piernas, sentiría la sangre de mi cuerpo llegar a punto de ebullición, se me irían las luces y justo antes de perder la conciencia en el más profundo éxtasis, agh. La petite morte. Sí. Obviamente me daría morbo verlos morir.

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IV Del Concepto y otros Demonios

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El suicidio como respuesta a un cuestionamiento ontológico

Muchas corrientes filosóficas han tratado el tema de la realidad para así comprenderla y darle una razón. Los existencialistas tomaban la existencia como un evento fortuito y desamparado de razón alguna. Evento fortuito que por su naturaleza accidental le daba libertad al individuo de hacerse a sí mismo sin pretensión de un más allá. Es decir que la existencia en la que se está inmerso se consolidaba como el único centro pertinente a tener en consideración. El pesimismo trataba a la realidad y al mundo como el peor mal impuesto y el escepticismo se basaba en la duda e incertidumbre de una verdad universal. Todas estas corrientes tienen como propósito encontrar teorías ontológicas y teleológicas que, más que servir como doctrinas, sirvan como consuelo al individuo en su propia realidad. Tomo estas corrientes como base por su inherente intención pesimista. El pesimismo –no excluyente a la corriente per se, sino su tono–, lejos de ser netamente negativo, tiene un fundamento enraizado sumamente sugestivo, y es la subversión a lo establecido. No quiero decir que estas sean filosofías anarquistas o revolucionarias, sino que no toman por sentada la realidad de la manera complaciente y conformista del

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pensamiento optimista. Quiero, con exactitud, dejar explícita esta teoría, para no caer en tergiversaciones lingüísticas. En primer lugar y en un plano más racional, tomar al optimismo como el matiz de la vida es alentador y tranquilizante. Es, ante todo, tener la certeza de que el mal y lo perverso son condiciones transitorias. Esta esperanza y esta tranquilidad mental, le permiten al hombre no cargar con el padecimiento en la espalda; le evitan enfrentar ciertas carencias del espíritu que podrían ser perjudiciales. El riego yace en la ceguera y la resignación. Siendo las cosas, en un trasfondo, buenas, termina por erradicar una aspiración de más. No lo digo como posesión o progreso, lo digo como una necesidad vital e interna. El sí es permisivo, transigente, complaciente. El sí es una afirmación a lo propuesto. Por otro lado, en un plano más emocional, el sí es efusivo y apasionado. Es revitalizante. Éstos efectos que brotan del optimismo son cómodos; sí son gratos y satisfactorios. Pero son pasivos. El pesimismo, por el contrario, es activo. Está constantemente en una indagación. Tiene la necesidad de ser inquisitivo con su realidad; con lo establecido y con lo incognoscible. El pesimismo nace de ver una injusticia en la humanidad y su dolor para establecer que el sí no es porque sí. El sí es por necesidad, para combatir a la agonía y al dolor. Y es melancólico y, a veces, desgarrador. Porque el corazón del pesimismo es

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de derrota porque comprende la contrariedad del mundo y esa impotencia que genera, destroza la inocencia complaciente y la lleva al desespero. El pesimismo no es indiferente al pensamiento; éste se subleva a él. Y esa actitud es cínica y austera; es preferir abrir el infinito mundo interno del sufrimiento y la sublevación, que establecerse a la serenidad y al silencio ameno. Pero este tono dramático del fundamento pesimista no tiene por qué ser desesperanzador. Es esta misma guerra, la que nace de la imposibilidad y del ser consciente de ella, la que constituye el eje de la existencia. Cuando se comprende que el todo de la existencia está conformada por oposiciones, contradicciones e imposibilidades; cuando se es consciente que la existencia es opuesta a sí misma y por eso la desintegración de lo imposible es lo único posible, la batalla se vuelve el supremo valor. Es comprender que sí estamos inmersos en el caos, y que éste sí se opone al orden, pero ese es el ahí de la belleza y la inspiración para el vivir. Quietud dentro de la incertidumbre y la imposibilidad que somos. Cuando la guerra se vuelve ensordecedora, cuando el desespero ya no trasciende a su inutilidad, el hombre vuelve a caer en la única realidad que tanto busca indagar para luego tapar: el mundo sí es imposible y con esa imposición y encadenamiento, es el hombre quien no

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puede trascender a su inutilidad. Más aún, no puede desligarse de esa verdad; ya fue asentada. La única solución que existe en medio de esa verdad es su completo acabose. Que la existencia no tenga una finalidad más que su propia extinción y que su propia realidad es una esclavitud, el hombre sólo puede sino lanzarse al hastío y a la duda, suspirando por su muerte. A sabiendas, cada día, que como él mismo es creado, puede sublevarse. Siempre tendrá la opción.

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La lascivia del óleo La infinitud de la pintura no yace en querer dominarla sino en llegar a entenderla y conocerla para así poder comunicarla. Pero, ¿en qué momento deja de ser sólo un medio de comunicación para ser una comunicación en sí misma? La pintura se autoabastece. Ella, si bien es afectada por su entorno, por el espacio y el espectador, puede prescindir perfectamente de una lectura externa. Es una relación vivencial y presencial entre la pintura y el espectador. Y es que la pintura no miente: ella está completamente descubierta y expuesta. Genuinamente está viva y colgada para el deleite del espectador y puede, o ser un deleite netamente estético y visual, o permitir que su materialidad y atractivo apele también a la emoción y a lo intuitivo. Es decir, que la pintura sea atractiva por las propiedades intrínsecas de su plasticidad de modo que pueda develar lo que subyace. Lo oculto; lo que no se ve. [Y es que ella hace sus propios óleos. Uno ni siquiera tiene tiempo para ir a comprarlos, ¿ella cómo logra tener la paciencia de hacer todo el proceso? No es tan sencillo como parece. Teniendo en cuenta su proyecto y sus bases conceptuales, las obras van a morir eventualmente. No tiene intención de que estas se perpetúen. El proceso químico en sí, es completamente empírico y experimental. Ella comprende la base de

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mezclar pigmento con su aglutinante respectivo y de ahí parte de ceros. Va haciendo mezclas aleatorias y, a veces, irracionales como “quiero que los cuadros huelan rico entonces voy a echarle aceite de almendras. A fin de cuentas, es aceite.” Pero cuenta con la astucia de que los químicos son inestables y tienen que ser milimétricamente calculados para que las piezas del rompecabezas casen. Un mal movimiento y se derrumba la torre. Y eso mismo hace: le da vida a unos cuerpos, suspendidos y etéreos dentro de su peso y rigidez natural, que, eventualmente se desharán. Los pintó para que se murieran.] Para poder trasmitir eso; para que la pintura tenga esa capacidad de comunicación sensible y sensorial, el artista tiene que haber sentido legítimamente las emociones que busca suscitar. Es por esto que no puede mentir: porque la pintura carga además con toda la energía de las emociones del artista. Sin embargo, las emociones del artista son sólo un lugar común de la humanidad misma, y no pueden ser sino honestas y transparentes. De esta forma, se tornan en activas imágenes con el poder inquietar y conmover diferentes lugares del alma humana con tanta intensidad que puedan llegar a aturdir y embriagar. La pintura sí puede ser paroxística si se le tiene paciencia. Poder experimentar el éxtasis que ella puede llegar a inspirar, requiere de tiempo.

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[Los cuadros, con los años, se irán deshaciendo por la fragilidad y la naturaleza de las mezclas; de ésta forma, su obra es el ritual de prepararse y crearse en vida para luego morir por su realidad efímera. De cierta forma, no es sólo un producto terminado; sino una acción performática donde el gesto de darle vida a rostros gigantes no sólo ayuda a la gente a enfrentarse con el vacío absoluto a través del gran formato, cuyo propósito es hacer sentir ínfimo y perecedero al espectador, sino que también es recrear y darle vida a un cuerpo que va a morir. De ésta forma, los cuadros no sólo se vuelven una representación pictórica del concepto, sino que se vuelven cuerpos temporales –y humanos– por sí mismos.] La pintura tiene un modus operandi de seducción. El primer plano es un atrapar inmediato. Tiene un atractivo superficial lo suficientemente fuerte para llamar la atención. Cuando ya se atrapó al espectador con la primera impresión, dejar entrever un algo más sustancial: que se planteen cuestionamientos. A partir de esos cuestionamientos, se devela lo oculto para luego devolverse al principio y así develar siempre algo más. La pintura tiene autoridad: es fluida y sinuosa. Tiene presencia; ella recorre y es recorrible. Todas sus propiedades y su manejo son percibidas. Por eso tiene que ser carnal. Para llegar a lo espiritual, tiene que hacerse por la vía que conecta lo vital con lo material. El

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único camino es el corporal, porque eso es, tanto la pintura, como el espectador: carne. Y ella es biológicamente intuitiva. Es animal y salvajemente instintiva.

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Epílogo

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27 de Septiembre de 2014 Bogotá, Colombia.

Hola Pati, ¿cómo estás? Te cuento cómo ha sido mi vida últimamente. (Estoy en semana de receso) Como ya te habías dado cuenta, estaba algo melancólica y oscura y cínica. El domingo antepasado no salí de mi cama en todo el día porque ya no le veía razón a nada. Caí tan profundamente en la nada y en el vacío, que hasta lo que más amo –por mí– que es la pintura, era una muestra más de lo poco que amaba el mundo y de lo mucho que me quería ir. Ya lo tenía decidido. Y de alguna forma, como siempre me pasa con el arte. La línea entre mi vida y el arte se empezó a desligar y no sabía qué era qué porque las dos están inexorablemente unidas. Entonces, decidí matar mis cuadros. A fin de cuentas mi tesis sí es suicidio y sí es mi voluntaria muerte. Iba a hacer una instalación donde los cuadros se murieran en el periodo de tiempo de la expo (con thinner y disolvente). Hice pruebas y ya lo tenía decidido. Estaba pintando con odio. Con rabia. Con mucho, mucho dolor. Y por eso no quería pintar. Porque pintar sólo era la

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muestra de lo doloroso que me resulta el mundo; de todas las apuñaladas que siento con cada respiro. A todas éstas, no había salido de la casa. Estar acá me deprimía más, pero a la vez, había algo que me obligaba a hacerlo. Como un gusto morboso por estar deprimida. Y más que deprimida, en verdad me estaba enloqueciendo. Pensaba demasiado y no pintaba. Leía cada vez cosas más intensas que me enajenaban. No quería ver a nadie. Todo se empezó a volver una misma cosa: ya no estaba discerniendo entre la vida, mis pensamientos, mis cuadros, mis lecturas, la gente, nada. Todo era lo mismo y, aún así, nada de eso me interesaba. Además, le empecé a coger miedo a la gente. Ya no es que no me interesaran, sino que genuinamente le tenía miedo a todo el mundo. Hasta a mis propios amigos. Fui al cumpleaños de Dani y me la pasé pegada a Mario como un chicle porque de resto me moría del miedo de hablar con alguien, de mirar a alguien. No sé, tenerle miedo a todo hasta el punto en el que no le salen las palabras de la boca a uno, es muy feo. Es un sentimiento de impotencia y de desesperanza, y sobretodo de enajenamiento; es sentir que a uno nunca nadie lo va a entender entonces es mejor ni intentarlo. (LH vino y debió pensar que yo no tenía 2 dedos de frente: no pude decirle ni un 5% de lo que eran los cuadros.)

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Estar rodeada de miradas, y de miradas cuyo propósito es representar la muerte, y de tamaños enormes, es algo muy duro, Ma. Es crear la mirada de la muerte, pero que a la vez es MI mirada porque es una producción mía: es lo que yo estoy creando. Estoy creando una mirada que me mira, pero es realmente, mi mirada. A uno lo obliga a mirarse y a ser honesto. A ser honesta conmigo misma. A mirar tanto a la muerte como a mí misma, mientras la creo, sin poder huir, es ponerlo a uno contra la espada y la pared y a encarar las cosas; todas. De mi vida, la vida, la muerte, mi muerte, las decisiones que he tomado, las actitudes que he escondido y que he tomado. Es desnudarme completamente a mí misma y decir (y perdón por las palabras) "Jueputa, esto es. No hay ni más, ni menos. Es esto." Y "esto", usualmente no es bonito, ni estético. Mucho menos perfecto. Al domingo siguiente –malditos domingos, van a ser mi perdición–, me puse a escribir el texto y explicar ya puntualmente por qué me iba a suicidar. Porque sí... Si no me suicidaba en el arte, me suicidaba en vida. Y tenía que hacerlo, tenía que hacerlo para ver si dejaba de sentir este vacío tan horrible que siento día tras día. Que me consume al punto que siento que tengo que llenarlo con lo que sea: sí, con excesos, con perjurios a mí misma, con lo que sea. Porque a veces se vuelve tan opresivo el vacío que tengo adentro, que tengo que combatirlo con algo igual de abusivo.

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Porque destruirme es creer que también se va a destruir el vacío. Eran las 6pm, un domingo lluvioso como siempre y empecé a escribir. No me salía nada entonces me puse a ver estupideces en internet a ver si me desbloqueaba. Y me puse a escribir. Y todo empezó a fluir: y escribí y escribí y escribí. Y me salían todas las palabras que tenía estancadas. Me había tomado un par de cervezas y ya estaba borrachita. Y seguí escribiendo. En algún momento, que no logro saber específicamente cuál fue, se me olvidó cuál era la razón por la cual me iba a suicidar. Me tocó volver al principio del texto (que ya va en 20 páginas) para recordarme cuál era puntualmente la razón por la cual no iba a ceder. Por qué prefería morir antes de ceder. No quiero serle fiel en la infidelidad a la vida. A la vida no. No puedo estar realmente enamorada de la vida si le pongo los cachos con la muerte a cada rato, así vuelva a ella después. Yo más que nadie sé que no voy a estar en una relación donde no sienta con todas las venas de mi cuerpo que es un buen amor y que es el que me merezco y el que la otra persona merece de mí. La vida no está para pelearme ni para hacerme miserable. La vida está única y exclusivamente porque yo quiero que esté ahí. Entonces tengo –y quiero– amarla con todo mi ser

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porque ésta es la relación en la que estoy. Y quiero darle todo lo que pueda de mí porque, la verdad, es que ese vacío no se va a ir nunca. Pero el vacío no pide de mí una guerra o una lucha. El vacío no está ahí para que nosotros peleemos con él; a fin de cuentas él va a ganar, y lo sabe. Eventualmente sí lo hará. Él está ahí para que coexistamos y cohabitemos. Porque, y a esto sí se reduce todo, el amor no es lo único, pero sí lo es todo. No puedo seguir peleándole a la vida porque es una guerra perdida; la muerte sí es mi única certeza. No existe posibilidad alguna de zafarme de ella, entonces no quiero dedicarme a pelearle, en vano, a la vida para que triunfe algo que está predestinado a que gane. Sin escapatoria, es una guerra sin adversario. La vida no es una imposición o una condena, no la volvamos una tragedia si somos nosotros los que decidimos estar acá. Y ésta sí es la única vida: quiero enamorarme perdidamente de ella y vivirla con cariño y amor porque sí tiene fecha de caducidad. Supongo que ahora me toca a mí enamorarme de ella. Yo también me merezco perder los ojos del amor por ella. No me voy a resignar a estar en una relación de mierda porque sé demasiado bien que quiero la mejor posible: a la que sí consiga, genuinamente, serle fiel. Y eso, como todo, es decisión mía.

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He estado llorando mucho. No con tristeza, ni dolor, sino con sensibilidad y emoción. Empecé a pintar a la Cogollos y hace mucho no sentía esa pasión por algo. Paso todos los días pintado, con gozo, con amor. La pintura y mis cuadros sí son mis bebés, tengo que cuidarlos y protegerlos y ayudarlos a ser. Salieron de mí, son innegablemente mis hijos. Cómo podría no estar enamorada de ellos y ser su incondicional admiradora. Te amo mamá. Me haces mucha falta, pero precisaba que te fueras para poder tener todo esto para mí: para querer ser, no limitarme a sobrevivir mientras anhelo desesperadamente que llegue la muerte.

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V De la Infidelidad

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El Infiel

Trasciendan al lenguaje que no es mi medio de expresión. ¿Ustedes creen que el que es infiel siempre lo será? ¿Por qué? Nunca he puesto cachos, no sé lo que se sentirá. No soy muy apta para las relaciones estables. Lo más cercano fue a los dieciséis años que hice algo similar por rabia. “Estábamos en un tiempo” decíamos; es decir, no importa. En teoría y factualmente, bajo los fundamentos de la entonces actual convención social, estábamos en libertad de disponer de nuestras pasiones como voliciosa y voluntariamente deseáramos. En otras palabras; “Usted la cagó, jódase. No me vuelva a llamar, marica.” Y la rebeldía de estar en una finca sola con mis amigas, con alcohol y, encima, el hermoso y pecador despertar hormonal –ese fulgor sexual de ingenuidad en el deseo adolescente– contribuyó a lo que hice. Pero lo hice por rabia, por vengarme porque él me había insultado. Pero, ¿si no? Si no es sólo eso, ¿qué es? ¿Qué siente la persona justo antes de hacerlo, o al hacerlo?, ¿qué es eso tan suave y seductor que siempre vuelven por más? Nunca se rehabilitan. Los infieles no se rehabilitan porque siempre se convencen de que es cosa de una sola vez. – Busqué en internet y sí hay centros de

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rehabilitación para infieles; se siguen los mismos pasos de A.A. pero que “en el caso del sexo, es necesario que se aprendan a evitar las conductas compulsivas sin renunciar definitivamente a él.” Perdón por la información errónea del principio.– El caso, ¿quién carajos va a rehabilitación por ser infiel? Ese es el punto, un alcohólico nunca dejará de ser alcohólico; por eso tiene que renunciar al alcohol con la convicción de que es para siempre porque o sino recaen y cada vez se va acumulando el deseo y la adicción. Y en ciertas situaciones reveladoras e inspiracionales donde pega la razón, o choca muy duro contra el mundo, la agonía que él mismo causa se vuelve tangible e indomable: cuando ya ni siquiera el alcohol es lo suficientemente fuerte para apaciguar la tormenta. Muy mexicana y poéticamente lo dijo Frida Kahlo –lo suficiente para volverse frase de imán de nevera–: Quisiera ahogar mis penas en el licor, pero las condenadas aprendieron a nadar. –Uno hasta se la imagina diciéndola: al oído, con el vaho caliente distintivo de la sudoración leporina que padecen las mujeres con su misma condición bigotuda. Esa mujer tan idiosincrática, con convicciones y posturas, con tornillos que la mantienen de pie, con esa dureza de rostro y cicatrices. Pero que por sus ojos se ve la fragilidad del que ha sufrido; del que ha sido víctima del mundo arrebatarle su felicidad mientras ella yace erguida de impotencia y desamparo. Y mientras lo dice, suelta toda su ternura y cariño y añoranza por la vida. Y se toma otro

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tequila más, mientras la risa y la felicidad inundan donde antes estaban sus autorretratos pintados con dolor y rabia.– El asunto es, por tan austeramente presente que lo tenga el ahora ex-alcohólico, por el resto de su vida, el alcohol sí se puede erradicar. Se puede quitar ese deseo, ese objeto del deseo. Pero, ¿el infiel? ¿Cuál es ese oscuro –y ciertamente, salvajemente hermoso– objeto del deseo del infiel en el amor? Más aún, ¿es un instante de voluptuosidad y lujuria que los cautiva o es un proceso premeditado y racionalizado bajo todas las mejores capacidades de inapelable desglosamiento de las cuales tan envidiosamente presume la lógica? El infiel sí puede ser ese que, hastiado de su entorno, crea un alter ego para tolerar su desespero. La infidelidad se vuelve un secreto para sentir la picardía y la complicidad que necesita para amar lo que le es considerado que ame. Que muy probablemente sí lo ame, pero no está completamente enamorado de su pareja. ––Pero es que su pareja a veces exige demasiado.– Y es que cómo podría estar enamorado si aún prescindiera de alguien más o algo diferente a la persona a quien uno le da la eternidad en el monosílabo usado con mayor vehemencia y sinceridad de legitimación.

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Pero ese no es el infiel que me corresponde. El que me cautiva es Héctor Lavoe sonando en algún sótano ya casi vacío a las 4am en Queens. Lleno de latinos nostálgicos. Bailando entre la calidez del sahumerio y del sudor de su gente. Es ese mulato queriendo entregarle el alma a su devoción; a esa que carga adentro el poder de sentirse en casa estando a kilómetros de distancia. Pero ella no es tan fácil de atrapar. Ella es nostálgica por su patria, sí. Pero ella llegó ahí por voluntad propia. Porque quería, no recordar la familiaridad de su patria, sino de sentir la sazón y el sabor de su misma gente. No, ella lo que va es a bailar. A olvidarse momentáneamente de ese hueco que tiene en su estómago cada vez que abre la puerta después de un extenuante día más y huele su casa de infancia, y se ilusiona de volver a abrigar las flores de su juventud y de su inocencia ahora perdida, sólo para recordar que ese olor es su memoria que sí decidió largarse con ella. No, ella va a soltar esa nostalgia con risa, baile y alcohol. A sabiendas de que algunos la miran, sólo algunos pocos se han intentado acercar. Todo esto en vano, claramente. Ella no va a buscar amor ni romance. Pero si por error, alguno la consigue cautivar y la incita a la sutileza del erotismo y la sensualidad, ella se entrega al juego. Y es que ella pierde la cordura cuando la provocan con un poco de seductora perversidad; cuando la dejan iniciada. Yo ya te busqué y te dejé la duda de mí. Tú sabes en el fondo que yo quiero, pero ahora te toca venir a mí y seducirme con la

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misma tenacidad del tenue cortejo. Coquetéame, con una inocente picardía mezclada con la más voluptuosa sensualidad. Y es que eso a ella la trastorna: cómo osa alguien sacarla de su lascivo y melódico edén para hacerla perder su tiempo. Y ahí es cuando más se le sale la inocencia; corre detrás sin importarle nada: ella sólo quiere recuperar su juguete. Y así empieza el encantamiento. En algún momento, cuando ella se olvide que esa noche sólo iba a bailar –es una milésima de segundo, toca estar pendiente–, esa infidelidad, esa que sólo iba a bailar para dispersarse un rato, fue presa de esa seducción; ese embrujo que llama a la carne y le pica el ojo al alma. Y es que así pierde la lucidez esa infidelidad; con que la consuman con toda la pasión y aguda delicadeza de la fascinación y del ineludible amor. [Palabras más palabras menos, el infiel volvió a ser infiel y sólo buscó apaciguar la tormenta de su perfidia.]

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VI Ritual de Paso del Suicidio

y el Suicidio como Ritual de Paso

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Da pudor. Yo que me pretendía tan sombría; con complejo de súcubo desapegado y distante, y terminé haciendo cuadros de superación personal. Pronto mis títulos serán frases de autoayuda. Voy a hacer Oda a

Verónika. [Quien fue tan estúpida de suicidarse mal. En lo único que tienes que ser victorioso, es al suicidarte. Es

tu obra final. Entiéndelo: deja que cale profundamente para que trasciendas a la magnitud del asunto. Este es tu

supremo acto de existencia. Es éste preciso y puntual momento. Entonces no, Verónika, no seas tan holgazana

de dejarle algo al azar. Esta es tu exhalación de gloria, de estar en el útero del universo: esa entrega altruista y

sincera a la nada, sí es estar acobijado por las estrellas y la sincronía de los planetas alineados. Todo tiene que ser

perfecto y devotamente minucioso. Esta es la plenitud cósmica. Después de esto, no hay más. Aquí no hay

papelera de reciclaje. Llegar a la iluminación absoluta, y adiós. Te fuiste, que estés muy bien.

Y hasta donde tú sabes, nunca jamás.]

Anónimo

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Creo que cuando uno va a adentrarse a un ciclo nuevo, tiene que prepararse desde antes. Es algo intuitivo. De cierta forma, uno presiente que se avecina un renacer. [No quiero usar la palabra renacer, va en contra de todo lo que he dicho. Pero sí es una excelente metáfora para lo que es el resurgir del abismo de la muerte.] Como un ave de fénix o como el mismo Jesús. Ellos no sólo resucitan, sino que lo hacen con un muy marcado matiz de sacrificio. Su muerte no es en vano: ellos se ofrendan por algo que, no es precisamente externo a ellos, sino que es en pos de una entrega –tal vez– mutua y recíproca. Pero en cualesquiera de los casos, es autoimpuesta. Fuese cual fuese la razón de ser de su cesión; que las lágrimas son curativas, inmortalidad, purificación espiritual, o que murió por nuestros pecados, por nosotros, para salvarnos. El punto final es que así lo decidieron: voluntariamente regalaron, o vendieron, o intercambiaron su vida. Sí se suicidaron. Y toda muerte preestablecida: cuando se es consciente que se va a morir, no una muerte espontánea y completamente aleatoria, va acompañada de un ritual de despedida. Tenga la connotación que tenga, positiva o negativa, el adiós es la cúspide de la existencia. Colgaste el teléfono y, en sentidos prácticos, no sabes absolutamente nada de la otra persona. Fácilmente podría estar en Puerto Rico bailando con un desconocido, o en Islandia mirando

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paisajes gélidos e infinitos. [Aquellos paisajes donde el horizonte desconoce límites y los colores se funden perfecta y delicadamente frente a sus ojos hasta el punto que lo único que discierne la demarcación –con nuestra limitada visión– del globo terráqueo, es su propio cuerpo.] Por eso cuando uno va a colgar, se despide. Para prepararse para sumergirse en la nada que deviene de ese colgar. En los libros Morir en Occidente desde la Edad Media hasta nuestros días de Philippe Ariés y La Soledad de los Moribundos de Norbert Elias, se muestran las actitudes en el tiempo frente a la muerte. El cambio, resumido y tratado superficialmente, yace en la higienización de la muerte en la época contemporánea. Antes el cuerpo no sólo seguía un ritual, sino que se preparaba en un círculo cercano de personas. Se versaba a la muerte como un tema completamente terrenal y lógico. Ahora la muerte se aísla: la medicina gira en torno a la prolongación de la vida y en ocultar la muerte porque ésta, vista socialmente, es contagiosa. Ahora la gente muere en hospitales limpios y desinfectados, segregando a los pacientes en cuartos para que la enfermedad, que deriva en la muerte, no salte de cuarto en cuarto como una peste. Es decir que la muerte no se ve; por eso hay un fuerte recelo a mirarla a la cara. Literalmente, la muerte se convirtió en el más execrable sino existente.

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Anteriormente, la muerte era cercana a la gente y se tenía presente como, sin connotaciones ni juicios de valor, su única realidad. Por eso había una aura de emocionalidad y armonía alrededor de ella. Una armonía que emana de conciliar con la idea de que la muerte camina de nuestra mano a cada segundo. Aún así, la necesidad de dar esa despedida, sea en un hospital frío y austero, o en un funeral lleno de lugares comunes y demostraciones actuadas, persiste.

Cristina Gaviria Beltrán Proyecto de Grado 2014

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Hay dos cosas que el suicidante comprende mejor que el hombre que muere de "manera natural", aquel que sólo

pide mejoría y consuelo, y que aleja de sí la muerte: el ocaso del mundo y su persistencia. Es el único, entre

muchísimos – un fenómeno tan extraño como el genio, aunque se trate de un pobre diablo por quien nadie

derramará una lágrima – que, enviando un mensaje al vacío, comprende el mundo: perteneciéndose sólo a sí

mismo, ha firmado un contrato con aquello que, tanto en el lenguaje cotidiano como en el de la ciencia, se llama

realidad.

Jean Amèry

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VII Bibliografía

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VIII Notas

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