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EL ÚLTIMO PENSAMIENTO 15 de una pequeña República para que ]os que en ella se r- man sean aptos á vivir luégo, con disciplina y co· n honra, en el seno de la Patria grande. Y el Dr. Carrasquilla predica con la palabra y con el ejemplo; única manera de que la doctrina tenga eficacia; . pues si como dijo Horacio, nada valen las leyes sin las cos- tumbres, ¿qué precio podría darse á una doctrina preconi- za'da en la c·átedra y contradicha luégo en la conducta? Pero la vida del Dr. Carrasquilla tiene la unidad que dan la ciencia y la v!rtud ; y no sé qué pueda i fluír más po- derosamente en vuestros ánimos, jóvenes alumnos del Co- legio del Rosario, s i las sabias lecciones de vuestro Rec- tor, ó el ejemplo de sus actos como sacerdote y como ciu- dadano. He dicho. ANTONIO GOMEZ RESTREPO Octuhre 23 de I 906. EL ULTIMO PENSAMIENTO I Razón sobrada tenía James _D. Mac Teaneth al adop- tar aquella resolución. Quinto hijo de] pastor presbiteriano de la parroquia de Wortstworth, vio cerrados ante sí, por haberlos empren- dido sus hermanos myores, los únicos caminos que se le. hubieran podido ofrecer para medrar en el mundo. El bondadoso cura haba leído ]a obligación que tie- nen los ministros de la divina palabra de aumentar el nú-.. mero de ]os creyentes; y como en su feligresía no había in- fieles que convertir, cumplió su c'ometido dándole á su igle- sia doce: individu,)s más, entre hijos é hijas, amén de dos para el cielo, porque murieron en la cuna después de bau tizados. '

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consagrar nuevamente ese santuario al servicio de un cul� to que él personalmente no practicaba. ¡ Hermoso homenaje que debemos recordar en honor del Colegio y en honor también de] que lo realizó l

Señores: el retrato del Dr. Carrasquilla, obra de un renombrado artista, figura ya en esta Aula Máxima al lado de los de tantos varones beneméritos que ocuparon el si­llón rectoral. Pero no es en esa tela que fácilmente puede degradarse por la acción del tiempo, donde se conservará más indeleble el recuerdo del actual Reétor: lo guardarán los muros que él ha levantado con constancia y actividad admirables para completar la traza de] edificio, y que son los primeros que se añaden al claustro colonial; y vivirá también en los ana!es'de ]a cultura en Colombia, por la obra de elevación moral y de�arrollo intelec,tual que llevade frente con la habilidad propia de un conductor de al-

· mas. Este.Instituto vive dentro de la atmósfera de la Igle­sia, que todo lo penetra y vivifica, pero en su calidad decentro científico, no ata los entendimientos con cadenasopresoras, antes bien educa y fortifica sus alas, para quepuedan levantarse con vuelo más firme y seguro; aquí sepractica ·1a religión del respeto y s� miran con justo temoresas tendencias iconoclastas que, empezando por descono.:cer ó depreciar el valor . de la autoridad, la importanciadel estudio de los grandes modelos, en materias literariasy artísticas, atacan luégo los fundamentos de la sana filo­sofía, perturban el criterio político, dando pábulo al ins­tinto revolucionario, ·maldición dé nuestro país, y lleg�nhasta el santuario de los dogmas religiosos; pero no se·pretende educar á los jóvenes en el temor ni en el apo­camiento, y se les infunde el sentimiento de su propia dig­nidad, como hombres, y de sus derechos y autonomía comociudadanos; aquí se' procura robustecer los vínculos deraza que deben ligarnos á la madre España, al propio tiem­po que se mantiene vivo el fuego sagrado que animó á los.próceres de la Independencia; aquí se bosqueja la traza

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de una pequeña República para que ]os que en ella se for­man sean aptos á vivir luégo, con disciplina y co·n honra, en el seno de la Patria grande.

Y el Dr. Carrasquilla predica con la palabra y con el ejemplo; única manera de que la doctrina tenga eficacia; . pues si como dijo Horacio, nada valen las leyes sin las cos­tumbres, ¿qué precio podría darse á una doctrina preconi­za'da en la c·átedra y contradicha luégo en la conducta? Pero la vida del Dr. Carrasquilla tiene la unidad que dan la ciencia y la v!rtud ; y no sé qué pueda i(lfluír más po­derosamente en vuestros ánimos, jóvenes alumnos del Co­legio del Rosario, si las sabias lecciones de vuestro Rec­tor, ó el ejemplo de sus actos como sacerdote y como ciu­dadano.

He dicho. ANTONIO GOMEZ RESTREPO

Octuhre 23 de I 906.

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Razón sobrada tenía James _D. Mac Teaneth al adop­tar aquella resolución.

Quinto hijo de] pastor presbiteriano de la parroquia de Wortstworth, vio cerrados ante sí, por haberlos empren­dido sus hermanos m<}yores, los únicos caminos que se le. hubieran podido ofrecer para medrar en el mundo.

El bondadoso cura haba leído ]a obligación que tie­nen los ministros de la divina palabra de aumentar el nú-.. mero de ]os creyentes; y como en su feligresía no había in­fieles que convertir, cumplió su c'ometido dándole á su igle­sia doce: individu,)s más, entre hijos é hijas, amén de dos para el cielo, porque murieron en la cuna después de bau tizados.

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James, pues, se amparó al heroico partido de enrolarse en el Cuerpo de voluntarios que, al mando del Coronel Wilson, había de marchar á América, en auxilio de los pa­triotas que en Venezuela y Nueva Granada andaban empe­ñados en sacudir el yugo de la madre patrla española. Dióle su padre cinco libras esterlinas, que era harto más dar de lo que consentía su pobreza, la doble bendición pa­ternal y pa�toril y no pocos rectos y saludables conseJOS; y con tan buen bagaje, salud completa, la alegría de los diez y ocho años no cumplidos, el gozo de conocer tierras y mares y un mundo de ilusiones dentro del pecho, se em­barcó con rumbo á Venezuela.

Contra el común sentir de que todo inglés ó escocés ha de ser alto de cuerpo, blanco de cutis, serio de rostro, tieso en el andar, de ojos azules y rubios cabellos, James era pe­queñín, vivaracho; locuaz como un marsellés, ojinegro y pe­lioscuro. Tenía lo que en la Gran Bretaña llaman humour,

que es un brote del espíritu regocijado y agudo, muy dis­tinto de lo que apellidan esprz't los franceses; así como en-:­trambos se diferencian del gracejo ó chiste español. En suma, que al soldadico aquél no le cabía el alma en el cuer­po, ni la imaginación en el cerebro, ni el corazón en el pecho.

No llegó á marearse ni un minuto; fue el gozo de sus compañeros: y de· los tripulantes del buque ; y mientras sus camaradas y los pocos pasajeros que iban al Nuevo Mundo se estaban tendidos sobre cubierta, fumando y so­ñando despiertos, él andaba con los grumetes, aventaján­dolos -en agilidad y vigor, trepado en las gavias, desde don­de dirigía graves saludos á los oficiales, apenas les veía

. volver el rostro ó fas espaldas. En fin, tras larga y penosa navegación, desembarcaron

en Angostura, á principios de r 818. El joven l\Iac Teaneth se halló en gran número de aceiones de armas, y vencedor unas veces,·vencido ó rechaza :io otras, logró distinguirse por su arrojo extraordinario entre aquella legión de héroes

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á quienes tanto debió Ja Independencia, y cuya memoria es sagrada para todo colombiano amante de las glorias de su Patria. Tánto brilló, que en 1821 había alcanzado el grado de Alférez; y cuidado que entonces cada ascenso no se logra­ba sino por alguna proeza distinguida.

En los llanos de Apure le enviaron una noche, con veinte hombres, á reconocer el enemigo. Avanzó con la ma­yor cautela posible algo así como una legua, á la luz incier­ta de una luna apenas creciente,y topó con tmbatallón espa­fiol. Los vencedores de Bailén · saludaron á nuestro Alférez con una descarga cerrada, y se vinieron sobre el grupo pa­triota como el rayo, con movimiento envolvente por el cos­tado izquierdo. James ten_ía orden de no combatfr en ningún caso, y emprendió rápidamente la retirada por til límite de un espeso bosque que á la derecha le quedaba. Un cuarto de hora habría andado sintiendo el zumbido de las balas peninsulares, cuando el caballo cayó en uno de los esteros pantanosos del llano. Creyó el jinete -que se trataba de algún zanjón de tolerable latitud; puso espue­las á la cabalgadura, que era un potro apureño de brío; pero sólo consiguió que el bruto avanzase unas pocas yar­das, dando dos ó tres tumbos poderosos, donde quedó sepul­tada hasta la cruz en el cieno espeso y pegajoso. Entre tanto

• la luna se había escondido; gruesas nubes eJ¡l.volvieronel firmamento, que se cubrió de tinieblas palpables.·

Un relámpa�o que brilló en el cielo, seguido del frago­roso estallido del rayo le dejó ver el sitio en que se hallabap'reso y lo irremediable de su situación; pero le mostró tam­bién delante y un poco á la izquierda de las orejas del caba­llo, una breve eminencia ó mogote, como allí la llaman,cubierta de grama, y s::ibresaliente en unas pocas pulgadasde la superficie del pantano. Zafó, no sin trabajo, los piesde los estribos, y con esfuerzo mayor todavía desprendió ,las piernas de aquellos grillos de novísima invención ; pú­sose de pie sobre la silla, que apenas se levantaba mediopalmo del fango, y esperó á otro relámpago par� dar elsalto á la minúscula isla. 2

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No tardó el nuevo resplandor; el Alférez brincó con tino y buen suceso, y ayudándose de las manos se sentó en el mogote, que no tenía f!ledia yarda de diámetro, con los pies encogidos y las rodillas dobladas. Forzoso era aguan­tar el resto de la noche en aquella posición tan poco ele­gante y có�oda hasta el amanecer del día siguiente. Cuan­do saliera el sol, ya se vería lo que conviniera hacer.

Pasó media hora, que á nuestro héroe se le hicieron cua­tro, y durante la cual cambió hasta tres veces de postura, un rato en pie, con ambos juntos como estatua en su base;

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otro en cuclillas como ídolo muisca. De esta última manera se hallaba, con las manos en las espinillas, cuando sintió• á orillas del estero pasos y ruido de armas. Tornóse á ilu­minar el espacio, y se oyó una 'descarga de fusilería. Que­dó otra vez el cielo como bayeta negra y volvió á reinar el silencio. Mac Teaneth sintió en la mano algo caliente que­corría por ella; llevósela á los labios y el seutido del gusto le persuadió que aquello era sangre. A poco uri escozor­más y más vivo, seguido de dolor agudísimo, le hizo saber que le' habían herido en la pierna izquierda, abajo de la rodilla. Empezó á sentirse sin fuerzas, parecíale que aque-lla esfera negra que lo en vol vía estaba dando vueltas al re­dedor suyo; bajó las piernas y las metió entre el lodo, el cual tapó mecánicamente fa herida, é impidió que conti- • nuara la hemorragia; se aferró con las manos de la grama que tapizaba su rústico asiento, y á poco no volvió á saber-de sí, ni de lo que estuviera sucediendo en rededor suyo.

. Despertó de día en la tolda del cirujano de la Legión, que estaba haciendo los preparativos para cortarle la

pierna, hinchada, adolorida, con puntos ya d'e gangrena. No se conocfa'n entonces ni antisepsia ni cloroformo; sen­táronfo en una silla, con las piernas colgando, y el impá­vido galeno le hizo la amputación ayudado por un sargento y un cabo, sin que, durante ella diese la víctima, no digo un grito, pero ni un suspiro siquiera.

Sanó, más por los pocos años y lo recio de su com­plexión, que por los cuidados que tuvieran con él, que fue-

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ron ningunos; y reemplazó la pierna cortada con un trozo de palo, que le acomodó un ingenioso soldado venezolano, carpintero en tiempos mejores. Aún no había sanado el he­rido por completo, cuando se,dio la gloriosa batalla de Ca­rabobo, que selló la Independencia de Venezuela. Bolívar, que oyó referir á los Oficiales de la Legión Británica la aventura de James, quiso verlo. Entró á la choza donde estaba el herido medio acostado en una hamaca. Se acercó á él rápidamente, sin darle tiempo de incorporarse, y, poniéndole la mano en la frente, le dijo:

-¿ Cómo va esa pierna? Teniente.-Alférez solamente, Excelencia.-No se diga que el Libertador de Colombia ignora los

grados de sus Oficiales, Tenie,o.te Mac Teaneth. Diga usted á Briceño, añadió mirando á su edecán, que extienda hoy mismo el nombramient? y expida los despachos.

El pobre mutilado quiso responder, pero la voz' se le anudó, dos lagrimones de gratitud rodar:m por sus nieji­llas, J tomando la mano del Libertador la llevó respetuo­sa y tiernamente á los labios.

-Si usted no estuvo en la gran batalla de ayer, no fuepor culpa suya, _añadió Bolívar. Así es que_tendrá usted la medalla de Carabobo.

Unos meses después, emprendió James viaje á la capi­tal de la República, á rec�amar sus sueldos no devengados y la recompensa pecuniaria que le correspondía conforme á las le¡es. Largo y penoso fue el tránsito, pero por fin se halló en Bogotá, tan sano y regocijado como había salido de Inglaterra, con una pierna menos y una charretera más, la cruz de Carabobo en el pecho, veintiocho reales en el bolsillo, y un loro alborotador y parlachín en el hombro.

Diéronle como haber militar ochocientos: pesos en di­nero, pagáronle harto mermados sus atrasados sueldos y raciones; y como advirtió que el frío de las llanuras altas

. le hacía doler la cicatriz más de lo que él quisiera, compró en una de las tierras calientes menos lejanas de Bogotá,

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unas fanegadas de terreno á medio cultivar, con su casita pajiza en el centro y algunos árboles frutales ajenos al

riego y á la podadera y medio ahogados por la maleza. Limpió y pintó de nuevo la habitación, adornóla con

grabados de periódicos ingleses, menos la salita, donde no había más pinturas que un retrato del Libertad,or Bolívar; con los brazos cruzados, y otro del Duque de W ellington, · con capa y sombrero de copa alta; amuebló los cuartos con seis sillas de paja, una hamaca de lino, mesa amplísi­ma, que así servía de escritorio como para comer en ella todos los días y para aplanchar la ropa una vez· á la sema­na. El huerto se cercó con guadua picada, mon<láronse los árboles, que alternaron con arbustos de rojo y jazmín, y una bellísima envolvió con sus profusas florecillas rosadas las columnas del corredor y trepó hasta la cumbr� del techo pajizo.

Los demás habitadores de la granja aquella eran un perrazo lanetas que respondía al nombre ·de Turk� unos toches en sus jaulas de caña, y, en el pesebre, una yegua rosada sin una oreja. No enumero, por decoro, una doce­na de gallinas y dos cerdos que andaban sueltos en los al­.rededores de la casa. He dejado aposta para lo último los dos vivientes principa�es de la casa, por ser los que des­empeñan papel principal en esta verídica historia. Uno era el loro, que no cesaba de vociferar, llamando las ga­llinas, arriando las mulas, llorando y riendo y formando las más enrevesadas combinaciones de inglés y castellano :

-Thrice welcome Death ! Ave María Purísima. Oh dearme! Piu, piu, piu. God save the king ! Patojito real, daca la barca. Encarnación!

La otra individualidad era la criada del Teniente, mu­chacha calentana de color de guayaba madura, grandes ojos rasgados, trencitas. de pelo negro que no le alcanzaban ni á los hombros, desmedrada de cuerpo, pero garbosa en los meneos y el andar.

Con aquella inquietud que le distrnguía, James no pa­raba más de tres dias en casa. Andaba de uno· en otro

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pueblo, tratando y contratando para lucrar el pan de cada día; y más que el pan, se ganaba las simpatías y volunta­des de cuantos le iban conociendo. Un día salió tempra­no de un pueblo ribereño del Magdalena, y anduvo sin parar por . aquellos lla�os con un solazo que derretía las piedras. A la caída de la tarde, se nubló de repente el cie­lo y empezaron á descender unos goterones como pesetas; á poco se convirtieron las gotas en chorros de agua y se desató una lluvia desaforada. El Teniente, bien defendido con su impermeable, no aflojó el paso, hasta que llegó .á una de aquellas corrientes que son, en verano, un hilito de agua medio escondido en un lecho hondo y pedregoso; y en in­vierno son torrentes invadeables. Bien advirtió él que la quebrada iba crecida, pero no hasta qué punto. Acercó su cabalgadura á la orilla; la yegua bajó la cabeza, olfateó el agua y resopló con violencia; animóla el jinete con un toque en las riendas y una caricia con los talones, y el va­liente animalito se lanzó al torrente. Dio tres ó cuatro pa­sos con el agua á la cincha, y al avanzar uno más, se halló sin fondo y empezó á nadar hacia abajo, impelida por la corriente. Por fortuna el caballero era ágil como un mono, y no obstante la pierna que le falta�a, no perdió la silla ; y la yegüita, á pesar de su mezquino a�pecto, era vetera­na en semejantes aventuras. Total : que salieron. la rosada y el inglés media cuadra abajo, á la ribera opuesta; el irracional, qué no lo pareció entonces, con una herida en la pata; y el racional, que no lo estuvo mucho, empapado hasta los huesos.

Dos horas más tarde, 1ª cerrada la noche, llegó á su casa; apeóse con harto trabajo, porque sentía el cuerpo molido como m;ia alheña; mudóse ropa, pero no quiso pasar bocado. Se acostó, temprano con un dolor dilace­ran te en, las sienes; le sobrevino un violento calofrío, se.; guido de intensa calentura, y á eso de las nueve quedóse como un leño, sin movimiento, sin habla y, al parecer, sin conocimiento ni sentido.

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Así se estuvo cinco días, durante los cuales la criada no se apartó, ni á sol ni á sombra, de la cabecera del enfer­mo, salvo los ratos que pasaba en la cocina preparándole el caldo que _ le ·daba A cucharaditas, y los remedios case­ros que le administraba según su leal saber y entender. Médico__, no se llamó, ni se habría podido tampoco; que no lo había en ningún pueblo á la redonda. Zumo de pelá y limonadas con azúcar, volvieron al inglés á la vida. Una mañana sudó copiosamente, la frente y las manos se re­frescaron, y el enfermo abrió los ojos como quien despierta.

Miró asombrado en rededor suyo, y luégo, con voz apenas perceptible, dijo:

-Encarnación, usted ha cuidado mucho á mí. Gracias.-No hay de qué, míster, contestó ella.Un minuto después, ensayó una sonrisa y añadió:-¿Por qué ha cuidado usted á mí ? Encarnación.

-¡ Mire qué cosa! Porque me da lástima verlo malo,y porque es obra de caridad, y también ....

-¿Por cuál otra cosa? Encarnación.-Porque le he cogido cariño, míster.-Y o también tengo cariño á usted. Y o quiero casar-

me con usted, Encarnación. A esta declaración y propuesta de matrimonio, que

sería inverosímil si no hubiera sido cierta, no respondió lainteresada, sino el loro, soltando una risotada y prorrum­piendo: Ja ! ja ! qué risa me da. God save the King ! ¡ Que_toquen bonito que quiero bailar!

Encarnación se refugió en la cocina, y.al pasar por laestaca del loro, le dijo :

-Patojo, te doy parte de que me voy á casar con elmíster.

-¿ Ya ve? contestó el animal con imperturbable serie-d�.

El casorio no se llevó á cabo sino casi un año después, porque hubo que mandar hasta Roma por la dispensa.

El Teniente Mac Teaneth no recobró jamás su antigua envidiable salud : quedó resentido del hígado, y de c;uándo

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�n cuándo tenía ataques de lo que entonces llamaban ca­lenturas tercianas, y en la novísima lengua científica se llama paludismo. Además, cuando andaba largo á caballo ó á pie sentía violentos dolores en el dedo gordo d�l pie .que estaba enterrado con su media pierna C(Jrrespondiente en los Llanos de Apure.

Trabajába poco, viajaba menos y leía más: periódicos ingleses que recibía un su compatriota en Bogotá, y que después de estudiados por él y por otros tres ó c�atro súb­ditos británicos, llegaban á poder de James diez meses cuando menos después <le haber salido de las prensas. Lo que hubiera hecho mermar la hacienda la r��ati va_ ociosi­dad del marido, lo compensó con creces la diligencia de la mujer, que era una hormiguita para esto de ganar el pan .con el sudor de la frente; maldición que nos cumple á los · varones, pero que la calen tan ita había tomado para sí co�ola mayor de las bendiciones celestiales. A cuadra y mediade la casa, á la vera de un sendero que ligaba unas conotras varias de las haciendas más ricas de aquellos con­tornos, formó una barraca consistente en cuatro palos re­cios hincados en el suelo, con techo de palma, paredesde lata de guadua, puerta de lo mismo, estante de tres ta­blas superpuestas y mostrador de cañabrava. Aquel gas�o,como lo llamaban los peones, atraía á los de cuatro ó crn­co trapiches vecinos, que dejaban los sábados en la noche,y los domingos de aurora á ocaso, todos � casi todos_ lossalarios semanales en manos de Encarnación, á camb10 'desancocho, rosqmllas de maíz, guarapo fuerte y aguardiente nada flojo. ¡ Las marimorenas que se armaban allí! ¡ Yqué palabrotas! ¡Y cuando zumbaba el garrote y brillabanlos cuchillos cabiblancos ! Encarnación, amparada por sumostrador, como torero que ha tomado el olivo, veía y oíaaquellos zipirapes tan impávida como su marido delantede los tercios de la infantería española.

Si James D. Mac Teaneth había perdido un tercio de,su salud y dos de su diligencia, en nada veía mermado suhumo:c regocijado y picaresco, ni la permanente alegría de

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su espíritu, ni aquella filosofía práctica que le hacía tomar las cosas y los casos por donde menos queman. Era queri­dísimo de todos sus vecinos y popularísimo en el pueblo, donde aparecía de cuán<lo en cuándo los días de mercado. Le estimaban no sólo por el buen carácter, sino porque era rectísimo y veraz, honrado hasta el escrúpulo, delicado en sus procederes �asta la nimiedad, generoso ·hasta rayar en pródigo.

Sólo era mal humorado y hasta agresivo, cuando se trataban asuntos de religión ó de política. Presbiteriano intolerante, no transigía con quien pensara de manera di­ferente de la suya; lo que no obstaba para que fuese buen amigo del Cura, quien se cuidaba de tocarle en la conver­sación materias religiosas. En política fue boliviaqo entu­siasta, ministerial más tarde, conservador al fin de sus días. Detestaba á Santander, á Obando, y más tarde á Mosque­ra; pero era, amigo y defensor de López. Cuando delante de él se nombraban juntos á López y á Obando, en són de elogio ó de censura, decía :

-Por mí, Obando y López son la misma cosa; con es­ta diferencia que son todo lo contrario.

Para conclufr, y porque no se crea que soy parcial á favor de mi héroeJ confesaré que algunos domingos por la tarde se encerraba en su aposento con una botella, que las gentes mal informadas suponían ser ·de whiskey, pero que la verdad sea dicha, era de puro anisado. Ni puedo callar que el lunes amanecía el Teniente triste y desmirriado y la botella completamente vacía.

La gente tradujo el nombre James, no por Jaime·, ni aun por Jacobo, sino por la españolísima forma de Santiago;

'y el mismo vulgo, abusando de su carácter dejus et norma

loquendt� convirtió el apellido Mac Teaneth en Martínez, cosa que lejos de enfadar al , eterano, le hacía muchísima gracia. D. Santiago Martínez, ó el cojo Martínez, vino á ser el nombre del a.tttiguo soldado de Bolívar, y en esa forma heredaron sus hijos el apellido y con ella firma su biznieto, los presentes· recuerdos.

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De aquel matrimonio, si jamás cariñOso nunca mal aveni­do nacieron con intervalo de cinco años, dos hiJ" os: varón

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y mujer. El primogénito, que fue mi abuelo, era de chic� · un muchachazo moreno, rollizo, de cabello cerdoso que casi

lindaba por delante con las cejas. Se crió en camisa, prime­ro en cuatro y después en dos patas, mocoso, mugriento,en compañía de las gallinas y los cerdos. A los dieciochoaños sabía leer á tropezones, contar en los dedos, firmarcon unas letras tamañas; pero en cambio, enlazaba un to­ro á treinta yardas de distancia, domaba un muleto bravíohasta convertirlo en manso cordero, nadaba como un pez,

y daba un bofetón, cuando la ocasión era llegada, que si

diera el segundo, no habría quien. contara el cuento mástarde.

Debajo de aquellos exterior:s espinosos como de higo

chumbo, tenía un corazón sanote y dtilce como la pulpadel precitado fruto.

La mujercita, que respondía al nombre de Nelly, encumplimiento de ley de atnismo era rubia, pero de unrubio pálido como lino al natural, ojiazul, blanca y rosadacomo concha de caracol marino, de facciones irregulares,dientes espléndidos, carácter de paloma. Le dieron mejor,ó digamos menos mala educación que al hermano. Tuvié­ronla un año en la escuela de la villa, y de allí pasó al Co­legio de La Merced, donde los merecimientos �e su padrepara con la Patria le alcanzaron una beca gratmta. Apren­dió á leer bien, escribir pasablemente, las cuatro reglas de aritmética y alguito de geografía; de historia profana lo suficiente para saber quién fue César, qué ciudad enervó al grande Aníbal, cúyo era el caballo Bucéfalo, Y_ cuál elprimer emperador cristiano. Cosía que era maravilla, ca­laba y bordaba lindamente y hacía encajés. como una fla­menca. Piadosa, buena, tímida en demasía, se sonrojaba

f de la brisa, cuánto más de las gentes.

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Algunas frases que le aprendió á su padre, diez leccio­nes que le dio una inglesita su amiga en vacaciones, y un texto de Robertson que ella estudiaba por sí, le comunica­ron un mediano caudal de lengua inglesa, pero con una pronunciación tan netamente granadina y después colom­hiana, que ni el más perspicaz de los súbditos de su Gra­ciosa Majestad Je habría entendido ó adivinado una pa­labra.

Un dia que Mr. James convidó á almorzar á dos com­patriotas suyos recién llegados á la comar�a y ayunos de toda palabra castellana, la maritornes de servicio hizo, al pasar los platos, una barbaridad de padre y señor mío. Nelly enrojeció como la grana y miró á su padre.

-"-Diga usted, le observó James, diga usted á este ani­mal lo que ella debe hacer, pero dígalo usted en inglés, porque estos señores no le comprendan.

Con lo sonrojada que vivía con las chanzonetas del papá, sin mimos de la 1:11adre, que no tenía espacio sino para atender á la hacienda y los negocios: en aquel cam­po retirado de toda amistad y trato, la pobre Nelly con­centró toda la ternura de su alma en el loro, en aquel loro bilingüe que el Teniente había traído de sus campañas gloriosas. Lo acariciaba, lo cubría de besos, le confiaba gozos y pesares; y preciso es ser justo al r-econocer que el confidente aquél jamás reveló los secretos d� su señora, á pesar de la intempe�ancia de lenguaje que lo distinguía. Cada mes enriquecía su léxico alguna nueva frase que Nel­ly le enseñaba, desmintiendo el proverbio de que loro viejo no aprende á hablar. Aunque ahora advierto que, atendi­da la longevidad de esos animalitos, el de casa no era loro viejo, sino loro maduro, lo que no impedía que fuera per­fectamente verde.

Lo que más agradaba á Nelly en boca, ó digo mejor, en pico del loro, era una balada inglesa que.Mi:. James can­tuneaba con frecuencia, y cuyo estribillo era

My last thought for him.

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Que en castellano significa : Para él mi último pensa­miento.

Con su poquito de inglés granadinizado, la sangre bri­tánica que tenía de su papá, el color de los ojos y del cabe­llo y s.1 nombre de Nelly, la excelente criatura se persua­dió que era inglesa de cepa, súbdita de la Reina Victoria, y tan auténtica anglosajona como el duque de Norfolk. No pasó por la traducción de su apellido, como el vulgarote de su hermano, que firmaba Emeterio Martínez, sino que ponía al pie de sus cartas Nelly Me. Teaneth; y á pesar de su buen natural, tuvo un berrinche tremendo un día que recibió una carta á la Srita. Elena Martínez. Sacrifica­ba con frecuencia al honor de su nombre la jícara de espu­moso chocolate que le llevaban de desayuno y de merien­da, apechugando con la taza de sutilísimo té que ella mis-

,. ma fabricaba. Y, no teniendo mejor empleo que darles, malbarataba sus frases inglesas dirigiéndolas á la cocinera ó á los peones del trapiche.

-Filomena, un poco de agua! Son uota, plis.-¡ Adiós, Mateo! Ai bi yu feruel.Sucedió, pues, que arribó por aquellas tierras un inge­

niero mozo y buén mozo, enviado por una compañía in­

dustrial de Mánchester, á ver de averiguar por unos yaci­

mientos de hulla que se suponía existir por allí. Era alto,

recto y delgado, sin pelo de barba y con aspecto de niño

el rostro� valiente ante fatigas y riesgos, pero casi tan cor­

to de genio como Nelly, para esto de las sociales relaciones.

Como lo que voy narrando no es noveia, sino historia que

pretende ser verídica, abreviaré diciendo que al inglesito

le gustó mi tía N ell y, que él fue de todo el agrado de ella;. . . . . .

que se comumcaron sus 1mpres10nes, y que convrn1eron

en que Peak, que este era el nombre del mancebo, �abla­

ría con D. Santiago. La conferencia estaba fijada por los

dos cuasi nov10s para el r. 0 de Enero, día en que Peak

estaba convidado á comer en casa de Mac Teaneth. Ni este

último ni su mujer sabían, ni maliciaban jota del idilio.

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Resolvió el ingeniero aprovechar la mañana de aquel día en recopocer un abandonado socavón, situado entre malezas tupidas en la falda d�l opuesto cerro, y que, se­gún tradición de la comarca, había sido entrada á un rico yacimiento de carbón. Partió, acompañado del dueño del terreno donde la supuesta mina demoraba y de dos peones avezados á aquellos trabajos. El socavón tendría unas no­venta yardas 1e largo, y no más de una de alto. Entró adelante, á gatas, un trabajador con un cabo de vela en la mano; seguíaJe Mr. Peak, doblado como una f, y portador de una piqueta de . hierro. Los otros dos hombres quedá­ronse en expectativ'.1, en la entrada de la galería. Alcanza­ron á oír los golpes del pico sobre la roca, y en seguida UD estruendo semejante al redoble de UD trueno lejano. El segundo obrero, sin vacilar, encendió luz y penetró _en el antro. Minutos después el patrón lo vio salir gateando de espaldas. El zocavón se había derrumbado en el último tercio de su longitud, dejando sepultados á los dos explo­radores.

Nelly había estrenado aquel día un blanco traje de gasa, ceñido con ancha cinta azul y se había adornado los cabellos con un hermoso jazmín del cabo. Acodada á la barandilla del corredor frontero, estaba po� la tarde, so­ñando despierta y . mirando el camino por donde debía llegar el ingeniero, cuando vio que adelantaba hacia la casa un hombre á caballo, seguido de cuatro peones que llevaban á hombros una camilla rústica, cubierta de hojas verdes. Dióle eJ corazón un vuelco ; los caminantes llega­ron, subieron las, gradas, y sin explicación 1 alguna, pu­sieron casi á los pies de la infeliz muchacha, el cadáver ensangrentado y enlodado de bizarro Peak.

A Jos gritos con que el de á caballo llamaba á D. San­tiago, acudieron todos los habitantes de la casa. La pobre Nelly se quedó clavada en su sitio, b!anca como un papel, con los ojos saltados é inmóviles. Unos minutos después rompió én sollozos, seguidos de llanto copiosísimo. ·sus

EL ÚLTIMO PENSAMIENTO

padres atribuyeron aquella crisis al espanto que ocasiona á una mucha�ha tímida la vista inopinada de un difunto.

Aquel día terminó para la cuitada la modesta felicidad de su vida, presa como quedó de un dolor tanto más pun­zante cuanto no se consolaba revelándose, ni se aliviaba c�n lágrimas, ni se mostraba con un vestido de l_pto. Si­guió. la valiente niña con su cruz á cuestas, sostenida por la honda piedad cristiana que le había infundido, en la época del colegio, un fervoro;o y docto sacerdote.

Pero algo había que conceder á la flaca naturaleza ; y Nelly reconcentró todos los afectos de su corazón en el loro, en quien parece que hubiera imaginado transmigrada el alma del ingeniero malogrado. Bautizó al pájaro con el nombre de Peak, cosa que á nadie chocó en la casa : tan inadvertidas así habían pasado las pretensiones del inglesi­to, tan en poco le habían tenido, tan sin pena los había de­jado su muerte. Nelly acariciaba el pájaro con más ternura que antes, le contaba á solas sus quebrantos. Lo que más le repetía era estp: "Peak, óyeme bien: my last thought for you."

Y Peak solía repetir: "My last thought for him." En 1861, en lo más crudo de la guerra civil, D. San­

tiago se acostó una noche tan bueno y sano. Cuando por la mañana fueron á llevarle el té y el agua caliente para afeitarse, lo encontraron cadáver. La mujer le siguió en breve al sepulcro.

No voy á narrarte, lector amigo, el matrimonio de mi abuelo, ni el nacimiento y casorio de mi padre, ni mi ve­nida al mundo. Cosas todas fueron que nada tuvieron de. extraordinario, y por lo tanto, si interesantes para mí, son para ti absolutamente indiferentes.

Bástete saber que á los ·diez años quedé huérfano, sin padres, sin abuelos, sin más deudo que la excelente tía Nelly. Ya su cabello no era rubio como lino nativo, sino blanco 1 brillante como plata; ya no tenía frescas y son­.rosadas mejillas como concha de caracol marino, sino ros-

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tro surcado de- arrugas, como manzana marchita; pero conservaba sin mengua la inagotable bondad el amor á todo lo �ritánico, la fidelidad á la memoria del ingeniero y el cariñ� entrañable al loro, símbolo y encarnación para ella del pnmero, último y único amor de· su vida.

Mi tía me sirvió de madre y de la más cariñosa y tierna de la<; madres; enseñóme lo que sabía me costeó más tar-

- de educación en un Colegio de la ca;ital ; y llegó su ter­nura conmigo hasta confiarme una tarde de vacaciones la

, historia que yo acabo de narrar á mis lecÍores. Me permito faltar_� la modestia, declarando aquí, como lo hago, queno fm rngrato con mi benefactora, y procuré aprovechar

, lo mejor que supe el tiempo de mis estudios. Empezado el año de 1895, tomó mi tía la cuerda resolu­

ción de vender Ia hacienda paterna, y venirse á vivir á Boao­

t�. Viejecita y con salud cada día más quebradiza y preca;ia, m le estaba .bien Ia soledad de aquellos campos, ni ya le alcanzaban las fuerzas para beneficiarlos. Cuarenta mil pe­sos obtuvo de la venta, que impuestos á interés en manos probas y seguras, le daban con qué pagar los alquileres de la habitación, comer y vestir sin ostentación y tenerme

. como alumno interno en un colegio.Pero sobrevino la última contienda civil,_ la que duró

tres años y medio, la que hizo de Colombia un yermo inun­dado de sangre, la que renovó los horrores de la. antigua guerra á muerte de Venezuela, la que hizo blanquear los campos con las osamentas i�sepultas de cien·mil colom­bianos. Qufaose apagar el incendio con un diluvio de mo­neda de papel, perdió ella su valor, subieron las cosas de precio á las cumbres, y los cuarenta mil pesos aquellos,

· fruto del trabajo de tres generaciones de ho�brcs honrados,quedaron reducidos á cuatrocientos ! Los dolores del alma

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la flaqueza de. la ancianidad se sobrecargaron para mi bue-na tia con el peso de escaseces y miserias.

Llegó para ella la enfermedad postrera, breve p�ro dolo­rosísim11, sobrellevada sin una sola queja. Recibió los sacra-

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mentos con angelical fervor, y perdió á poco los sentidos. La estábamos acompañando la vieja doméstica de confianza y yo; el Cura de la parroquia la exhortaba á bien morir con blandas palabras.

De repente, abrió los ojos; girólos en rededor del apo-sento, y murmuró dulcemente:

-Peak, my last thought for you.-¿ Qué dice la señdra? preguntó el sacerdote.Oyó ella la pregunta; con un ademán Je pidió al Cura

el crucifijo, lo tomó con las manos trémulas y exangüesr llevóio á sus labios, y dijo con voz perceptible y clara:

-Perdón, Señor .... Para ti, Jesús mío .... para ti solo .... el último pensamiento de mi vida l

Reclinó l¡i cabeza en las almohadas y exhaló el alma. El Joro gritó en ese momento desde su estaca : -God save the Queen ! Pobrecito el patojito !

Tengo veinticuatro años, ánimo para el trabajo, excelen-. te forma de letra; sé de cuentas y entiendo bien y hablo el inglés no tan mal. Si el lector sabe de algún puesto vacan­te, le agradeceré me lo indique. Puede escribirme á Bogotá, Hotel Universal, calle 29, número r74.

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OSCA� E. MAR TINEZ

LECTURAS SOBRE EL ARTE. DE EDUCAR LAS POTENCIAS HUMANAS

Conocida la naturaleza del alma; estudiado el esqu�le­to, sostén de los órganos corpóreos, tiempo es ya de entrar en el estudio de las potencias humanas, el más sutil y deli­cado de la Filosofía, aquel en que la ciencia de las cau­sas últimas ha adelantado menos, como si Dios hubiera querido descubrirnos lo que está fuera de nosotros, para revelarnos nuestra grandeza, y velarnos lo que dentro de

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