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En septiembre del año 1833 la Academia del Cuerpo Ingenieros se instaló en la ciudad de Guadalajara. Dentro del plan de estudios del Centro, a pesar de las revisiones y cambios para adecuar la docencia a las necesidades de cada momento, siempre se considera- ron fundamentales todas aquellas materias que hací- an referencia a: los materiales de construcción, los procedimientos constructivos, la mecánica aplicada a las construcciones y la arquitectura. En 1877 se pu- blicaron las Lecciones de Arquitectura explicadas por el profesor de la Academia Bernardo Portuondo y Barceló. La obra, según se expone en la introduc- ción, pretendía desarrollar un sistema racional para la enseñanza de la arquitectura, y por ello prevenía a los alumnos, antes de explicar el método, acerca de las dificultades y la complejidad de tales estudios por la variedad de las ciencias que les habían de servir de apoyo. Se inicia el tratado con unas reflexiones en rela- ción con los conocimientos que consideraba debían poseer quienes pretendiesen dedicarse a la creación arquitectónica: la historia, la geografía, los cálculos, la mecánica, la física, la mineralogía, la geología, las sombras, la perspectiva y todas las aplicaciones de la geometría descriptiva, la estadística, la administra- ción, la estética, hasta las leyes y la economía políti- ca. Todas las ciencias son necesarias para alcanzar la máxima perfección posible, sin embargo no es nece- sario poseer la doctrina científica de cada uno de los saberes, es suficiente con los resultados prácticos que debemos aceptar con la fe en la sanción de los pro- pios científicos y la experiencia universal. Al mismo tiempo Portuondo consideraba que cuando se trata del bello ideal, ni los conocimientos que aporta la ciencia, ni los principios o reglas enunciados para alumbrar el camino a seguir son suficientes. La sabi- duría es únicamente el complemento de aquella fa- cultad imposible de transmitir fuera de las propias creaciones. Animado por un espíritu que buscaba en todo mo- mento la justificación racional a cualquier propuesta arquitectónica, y el concurso de la ciencia para deter- minar el proceso de su expresión formal, consideraba la razón «facultad poderosa» (Portuondo 1877,1: V) como la base que sustenta la creación artística, den- tro de la cual se incluye la Arquitectura «. . . que es, ante todo y sobre todo, eminentemente racional», de- finición tomada del Traité d´Architecture de Leonce Reynaud (Reynaud 1867, 15). Después de afirmar que la arquitectura es el arte de construir, asumía la condición utilitaria que presi- día Las Lecciones de Arquitectura de Durand «. . . ya sea que se consulte la razón, o sea que se examine los monumentos, es evidente que el agradar no ha podido ser nunca el objetivo de la arquitectura ni la decoración arquitectónica ser su objeto. La utilidad pública y privada, la dicha y la conservación de los individuos y de la sociedad, son como hemos visto desde el principio, el objetivo de la arquitectura» (Durand [1819]1981, 14). Portuondo, ante la debili- dad del hombre frente a la Naturaleza, consideraba la construcción como un medio de defensa frente a las El tratado de Portuondo Andrés García Bodega Fernando Da Casa Martín Actas del Cuarto Congreso Nacional de Historia de la Construcción, Cádiz, 27-29 enero 2005, ed. S. Huerta, Madrid: I. Juan de Herrera, SEdHC, Arquitectos de Cádiz, COAAT Cádiz, 2005.

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En septiembre del año 1833 la Academia del CuerpoIngenieros se instaló en la ciudad de Guadalajara.Dentro del plan de estudios del Centro, a pesar de lasrevisiones y cambios para adecuar la docencia a lasnecesidades de cada momento, siempre se considera-ron fundamentales todas aquellas materias que hací-an referencia a: los materiales de construcción, losprocedimientos constructivos, la mecánica aplicada alas construcciones y la arquitectura. En 1877 se pu-blicaron las Lecciones de Arquitectura explicadaspor el profesor de la Academia Bernardo Portuondoy Barceló. La obra, según se expone en la introduc-ción, pretendía desarrollar un sistema racional para laenseñanza de la arquitectura, y por ello prevenía alos alumnos, antes de explicar el método, acerca delas dificultades y la complejidad de tales estudios porla variedad de las ciencias que les habían de servir deapoyo.

Se inicia el tratado con unas reflexiones en rela-ción con los conocimientos que consideraba debíanposeer quienes pretendiesen dedicarse a la creaciónarquitectónica: la historia, la geografía, los cálculos,la mecánica, la física, la mineralogía, la geología, lassombras, la perspectiva y todas las aplicaciones de lageometría descriptiva, la estadística, la administra-ción, la estética, hasta las leyes y la economía políti-ca. Todas las ciencias son necesarias para alcanzar lamáxima perfección posible, sin embargo no es nece-sario poseer la doctrina científica de cada uno de lossaberes, es suficiente con los resultados prácticos quedebemos aceptar con la fe en la sanción de los pro-

pios científicos y la experiencia universal. Al mismotiempo Portuondo consideraba que cuando se tratadel bello ideal, ni los conocimientos que aporta laciencia, ni los principios o reglas enunciados paraalumbrar el camino a seguir son suficientes. La sabi-duría es únicamente el complemento de aquella fa-cultad imposible de transmitir fuera de las propiascreaciones.

Animado por un espíritu que buscaba en todo mo-mento la justificación racional a cualquier propuestaarquitectónica, y el concurso de la ciencia para deter-minar el proceso de su expresión formal, considerabala razón «facultad poderosa» (Portuondo 1877,1: V)como la base que sustenta la creación artística, den-tro de la cual se incluye la Arquitectura «. . . que es,ante todo y sobre todo, eminentemente racional», de-finición tomada del Traité d´Architecture de LeonceReynaud (Reynaud 1867, 15).

Después de afirmar que la arquitectura es el artede construir, asumía la condición utilitaria que presi-día Las Lecciones de Arquitectura de Durand «. . . yasea que se consulte la razón, o sea que se examinelos monumentos, es evidente que el agradar no hapodido ser nunca el objetivo de la arquitectura ni ladecoración arquitectónica ser su objeto. La utilidadpública y privada, la dicha y la conservación de losindividuos y de la sociedad, son como hemos vistodesde el principio, el objetivo de la arquitectura»(Durand [1819]1981, 14). Portuondo, ante la debili-dad del hombre frente a la Naturaleza, consideraba laconstrucción como un medio de defensa frente a las

El tratado de Portuondo

Andrés García BodegaFernando Da Casa Martín

Actas del Cuarto Congreso Nacional de Historia de la Construcción, Cádiz, 27-29 enero 2005, ed. S. Huerta, Madrid: I. Juan de Herrera, SEdHC, Arquitectos de Cádiz, COAAT Cádiz, 2005.

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hostilidades del ambiente exterior, «. . . las construc-ciones, que son, desde las primeras formas más sen-cillas hasta las más complexas, el resultado de la dis-posición de los materiales que la naturaleza encierrapara hacer los edificios y procurar a los hombres, alas familias, a los pueblos, el bienestar, y evitarles elsufrimiento» (Portuondo 1877, 1: VIII).

La influencia del profesor de l´École Royale Poly-technique es evidente en la obra de Portuondo. Comoél consideraba la conveniencia y la economía mediosque en todo momento había que tener presentes y, enconsecuencia, fuentes de principios que determina-ban la misma esencia de la arquitectura. Su defini-ción de la arquitectura, de forma general, como elarte de construir, intentaba no limitar su objeto, ni in-cluir en la definición lo que únicamente son propie-dades, ya que consideraba la construcción el resulta-do de una determinada manera de colocar losmateriales que la naturaleza ofrece, y que el arquitec-to elige por razones de necesidad y de belleza. Eraobvio, para él, encarecer la importancia del conoci-miento de los materiales, principalmente de la propialocalidad, y las distancias y medios de transportepara los menos próximos, por su incidencia en laeconomía. En cuanto a las determinaciones implica-das en el proceso constructivo, afirmaba «. . . la ra-zón, apoyada en la ciencia, cuando no en la observa-ción, dicta las formas y las dimensiones del objetoque el arte crea» (Portuondo 1877, 1: VIII).

El objeto de la construcción, «. . . la comodidad yel bienestar del hombre» (Portuondo 1877, 1: IX),imponen, por otra parte, una serie de condiciones, enrelación con el sujeto y el entorno, que deben ser te-nidas en cuenta y a las cuales es necesario que seajuste la construcción, «. . . a la manera de ser, a lamanera de vivir de cada edad y de cada pueblo, y enellas deben naturalmente reflejarse sus usos, sus le-yes, sus creencias, su clima, el grado de cultura o elpoder de su civilización y hasta los gustos que deellas proceden» (Portuondo 1877, 1: IX). Tales con-sideraciones se resumían en la conveniencia, comoprincipio, como concepto moral, que imponía el res-peto a determinadas reglas establecidas por la cos-tumbre, y por ello conformes a la razón. La normasancionada por el común sentir de los hombres deter-mina la expresión para cada tipo de edificio que le espropia, le sienta bien, y únicamente la razón ostensi-ble puede justificar el quebranto de la norma; en otrocaso «. . . si se falta a las conveniencias deliberada-

mente, bajo cualquiera de los tres aspectos indicados,por el afán de novedad, de invención, y por espíritude necia presunción, entonces la arquitectura searrastra por el lodo, pierde toda su dignidad» (Por-tuondo 1877, 2: 378).

Los criterios económicos, aplicados a la arquitec-tura, se establecen en correspondencia con los cam-bios sociales que han llevado a considerar el trabajocomo un derecho del hombre, y la arquitectura comola respuesta a una necesidad humana, «. . . los tiem-pos han cambiado y con ellos las costumbres; elobrero no es ya un esclavo: es un hombre libre y tie-ne derecho a exigir la justa retribución de su trabajo;los monumentos que la industria y el arte hoy levan-tan son, más que alardes de la vanidad, la expresiónde una necesidad o de una utilidad pública» (Por-tuondo 1877, 1:XI). Entonces las inversiones tienenque estar en relación con el efecto útil, y el concursode los conocimientos aportados por la ciencia supo-nen, desde ese punto de vista, una ayuda inestimable.

Se interrogaba Portuondo, al tener en cuenta esoscriterios, por las relaciones entre las leyes de la cien-cia y la inspiración, en el proceso creador, para deter-minar realmente la ayuda que aquellas podían pres-tar, y cuales eran las consecuencias de hacer «. . .pasar por el crisol de sus leyes, de sus preceptos y desus fórmulas las inspiraciones del artista» (Portuondo1877, 1: XI); que se aportaba en relación con lasgrandes obras del pasado. En este punto es clara lainfluencia de Léonce Reynaud, racionalista que norenunciaba a la expresión, y que mantenía «. . . la ar-quitectura es un arte eminentemente racional, que almismo tiempo exige mucha imaginación; la bellezaes su objetivo más alto, aunque únicamente se alcan-za cuando se atienden las conveniencias de ordenmaterial; sus formas deben satisfacer a la razón, perosólo la sensibilidad puede determinar si están dotadasde expresión y de armonía; la ornamentación no esuna necesidad del arte, pero es un auxiliar importan-te» (Reynaud 1867, 6). Reynaud, en su tratado, yahabía respondido a esa cuestión «. . . no debemos ex-traer la conclusión de que es apropiado someter todaslas partes de la construcción a las leyes de la mecáni-ca, porque es evidente que las prescripciones de laciencia pueden llevarnos a grandes dificultades en laejecución, y no siempre serían conciliables con lasexigencias del propósito del edificio» (Reynaud1867, 36); no obstante Portuondo advertía que plan-tear la cuestión dentro del campo de la estética sería

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un error, «. . . si por mejor se entiende más bello, selleva la cuestión fuera del terreno en que debemosconsiderarla, porque el problema de la construcciónen nuestra época es esencialmente distinto del queresolvieron los antiguos arquitectos» (Portuondo1877, 1: XII). El ideal de la construcción moderna,que él considera, desde el punto de vista de la funcio-nalidad, de la utilidad, y del rendimiento económico,en relación con el de épocas pasadas, más noble, másgrande, más generoso, más humano, era llegar a con-seguir en cada realización «... no menos de lo nece-sario ni más de lo suficiente» (Portuondo 1877, 1:XIII) de acuerdo con los criterios económicos y lasposibilidades de los conocimientos científicos.

Portuondo consciente de las reducciones que podí-an deducirse de tales afirmaciones, se sumó al deba-te, iniciado el siglo anterior por los críticos de Lau-gier, frente a la severidad de sus principios basadosen la simple naturaleza (Vilder 1997, 40), acerca delas posibilidades de la expresión artística cuando lanecesidad y las leyes de la naturaleza determinan elobjeto arquitectónico. Prevenía frente a interpretacio-

nes rigoristas, y aportaba su visión acerca de la cien-cia y sus principios, que no debían considerarse, enningún caso, como un límite insuperable a la inspira-ción, «. . . en esta dirección no hay más trabas ni máslimitaciones al sentimiento y al gusto que las im-puestas por la razón» (Portuondo 1877, 1: XIV), y laeconomía, en consecuencia, no podía imponer elimi-naciones a expensas de necesidades desatendidas ode conveniencias olvidadas o suprimidas . La cienciaindica, únicamente, unos límites racionales dentro delos cuales el arte puede y debe moverse con libertadpara dar a luz sus objetos específicos. El sólo ideal—Nada menos de lo necesario y nada más de lo sufi-ciente— elevado al absoluto, o expresado como“ . . . basta la verdad y la bondad; no necesitamosmás en materia de arte” (Portuondo 1877, 1: XXVII),era considerado, por Portuondo, como una afirma-ción arrogante, que se olvidaba de la belleza, cuando«. . . lo bello, es en efecto, el esplendor de la verdad,es el lenguaje, digámoslo así, con que ella habla anuestra razón, haciendo vibrar las fibras sensibles denuestra naturaleza impresionable» (Portuondo 1877,

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Figura 1Lámina 1 de Portuondo. Lecciones de Arquitectua. Atlas. Primera parte.

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1: XXVIII). La construcción, cuando satisface todaslas necesidades y responde a todas las conveniencias,necesita además de la expresión de los símbolos en laarquitectura para concluir su carácter, y participar suobjeto, su destino. La negación de toda decoración«. . . supone que las ideas en el arte no necesitan deun signo, de una manifestación sensible para llegarhasta nuestra razón y hasta nuestro sentimiento»(Portuondo 1877, 1: XVII).

Por otra parte subrayaba la importancia de la visiónhistórica, para completar el análisis de la creación ar-quitectónica, que nace del «. . . espíritu de investiga-ción, alentado por el amor a la ciencia» (Portuondo1877, 1: XVI) y que aporta, todo el caudal de conoci-mientos necesarios para comprender «. . . la expre-sión razonada, esencialmente filosófica, de las causasque han motivado esas transformaciones, de las nece-sidades físicas y morales que las han impuesto» (Por-tuondo 1877, 1: XVII).

Portuondo expresaba su admiración por el arqueó-logo, y al referir las útiles lecciones ocultas en losrestos sepultados recurría al esquema clásico utiliza-do por Winckelmann, relación entre las formas artís-ticas y desarrollo cultural de las sociedades con unperíodo de apogeo entre un origen sencillo y un finaldecadente «. . . y allí, en medio del silencio y de lassombras, arranca del seno del misterio que las en-vuelve, las páginas de la variada historia de aquelimperio poderoso. Aquí sus virtudes, allí su fuerza,allá su saber y su opulencia; ya son las costumbresde severa austeridad de los primeros tiempos, ya esla molicie y el lujo que marcan el principio de su de-cadencia, o ya en fin la vergonzosa degradación delos postreros, con todas sus miserias y repugnantestorpezas. La historia recoge cuidadosamente todoslos matices y perfiles de ese imponente cuadro y lotransmite a las nuevas generaciones, para que en élaprendan las leyes providenciales que rigieron susdestinos antes ignorados. . . Y todo eso, cuya impor-tancia sería torpe desconocer, ha salido de la piedra,del monumento, de las ruinas, en una palabra, de laarquitectura, porque ella ha reflejado siempre todoslos caracteres distintivos de las edades y de los pue-blos». (Portuondo 1877, 1: XVI)

Portuondo, aunque se movía dentro del eclecticis-mo propio de la época, valoraba el Renacimientocomo la salida a una larga época de la historia de laarquitectura «. . . que comienza en la decadencia delarte romano, y concluye a mediados del siglo XVI, y

que abraza más de once centurias, durante las cualesreinan por todas partes el desorden y la licencia máslamentable en el arte de construir» (Portuondo 1877,1: 32). Las formas y las proporciones del mundo gre-corromano, rescatadas de las ruinas o de los princi-pios de Vitruvio, «. . . sirvieron para las construccio-nes del Renacimiento y han sido transmitidas hastanosotros, que las aplicamos con generalidad en lasobras de piedra o de mampostería». (Portuondo1877, 1:36). De nuevo aparecen en las Lecciones deArquitectura las coincidencias con las tesis de Rey-naud. En la apreciación del lenguaje renacentista yen las relaciones que establecía entre la arquitecturade ese período y los modelos compositivos griegos,Portuondo tomó de su Tratado de Arquitectura, obraque calificó de excelente, los dibujos de los órdenes,y se sitúo frente a Durand en la defensa del origen delos mismos de acuerdo con la teoría de Vitruvio y lavisión de la cabaña primitiva de Laugier, «. . . nosatreveríamos a calificar de triviales los argumentoscon que se combate la teoría de Vitruvio, y se la con-sidera como una fábula, porque ni el ser el pie delhombre la octava parte de su altura es una verdadpara los tipos de todas las razas, ni es tampoco ciertoque los griegos jamás emplearan columnas de seisdiámetros: las de Sunium tenían doce módulos. Cree-mos que la composición de un orden, mejor dicho,del dórico, que es el más antiguo, ha nacido de laimitación de la cabaña, imitación tal como la enten-demos y como debe, en nuestro concepto, entenderseen arquitectura, y cabaña tal como el arte griego laencuentra y la conoce, es decir, perfeccionada, trans-formada en construcción de madera, en verdaderaedificación, y no bajo la forma del grosero alberguedel cazador que vive en medio del bosque». (Por-tuondo 1877, 1:51).

Si para Durand los órdenes no eran imitación delcuerpo humano, ni de ninguna cabaña, como objetonatural, y en consecuencia no suponían la esencia dela arquitectura, Portuondo estableció un clasicismoecléctico, con unos principios absolutos y fuera de lahistoria, al afirmar que «. . . la arquitectura imita ensus disposiciones a la naturaleza; busca, primero, enlas leyes que rigen la materia, las formas y las pro-porciones del objeto que va a crear, no sólo para quesu existencia sea posible, sino para que, existiendo,responda al fin a que lo destina; después se inspira enotros principios morales, relativos unos a los caracte-res propios del objeto en si, y otros a la época, a los

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lugares, a las costumbres, a las creencias, etc. Estasdisposiciones, en que hay algo que es fijo, absoluto,invariable, necesario, y algo accidental y en ciertomodo arbitrario, son lo que llamamos órdenes en ar-quitectura.» (Portuondo 1877, 1:47)

Consecuente con su visión de la arquitectura, erapartidario de la ortodoxia compositiva y los sistemasconstructivos que manifiestan al exterior la razón desu expresión formal. Condenaba los alardes de atre-vimiento basados en necesidades y dificultades ficti-cias; en ese caso, para defender sus tesis, acudía a laautoridad del secretario de La Academia francesa,Quatremère de Quincy: «. . . Diremos, con Mr. deQuatremère, que quien así procede, quien así practicael arte, desciende al nivel de un prestidigitador o deun saltimbanquis, y no respeta la dignidad del arte, nilos derechos de la razón». (Portuondo 1877, 2:358)

El ingeniero interesado por las propiedades de losmateriales, su calidad, su solidez, su duración, enningún momento olvidaba las posibilidades de losmismos desde el punto de vista estético: «. . . no cier-

tamente para oponerse a las indicaciones que nacende la necesidad y de la utilidad, sino para ver hastaque punto y de que modo pueden cooperar al efectoartístico». (Portuondo 1877, 2:346). Tales considera-ciones le situaron en una posición ambigua frente alhierro como nuevo material de construcción; por unaparte creía en sus posibilidades, afirmaba su utilidaden la restauración de obras del pasado, —alude, en suobra, a la solución de atirantado de Poleni para la cú-pula de San Pedro del Vaticano— y reconoce en ellalas ventajas que ofrece a la arquitectura moderna:«. . . Ya la piedra, ya la mampostería han pedido, ypiden todos los días, desde que las dimensiones delas obras exceden un poco de las proporciones habi-tuales, auxilio del hierro, sin cuya poderosa y eficazintervención la gran cúpula de San Pedro, asombrode todo el mundo y gloria del Renacimiento, hubieracaído en pedazos, y estaría reducida a escombros;multitud de arcadas, de bóvedas, de pórticos, de gale-rías, no habrían podido sostenerse en Italia; y enFrancia otras construcciones no habrían podido ser

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Figura 2Lámina 6 de Portuondo. Lecciones de Arquitectua. Atlas. Segunda parte.

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levantadas; y de tal modo es así, que hoy no se haceun dintel, ni un arco de piedra de regular abertura sinfiar su principal resistencia a barras, anclas, tirantes,estribos de hierro» (Portuondo 1877, 1:166), inclusopropone varios tipos de bóvedas de hierro tomadosde los artículos publicados por el ingeniero civilfrancés, Mr. Mathieu, en el Propagateur des travauxen fer de Oppermann, como alternativa a las bóvedasde crucería medievales que él considera arcos combi-nados sobre los que descansa la plementería: «. . .pues bien, sustitúyase esos arcos de piedra de gran-des espesores y de difícil ejecución, por arcos de hie-rro, tan fuertes, tan resistentes o más que los prime-ros, de menos peso, de menor grueso, y cuya formacurva no crea dificultad alguna de ejecución, porquela materia se presta admirablemente a recibir las quela industria quiera darles; sosténgase dichos arcospor apoyos de hierro, y no por esos pilares de piedrao mampostería de enormes dimensiones; y dígasedespués de considerar este conjunto sólido, resisten-te, delgado, ligero y elegante, y de compararlo con el

otro, pesado, grueso, difícil y costosísimo, si la apli-cación del hierro presenta un solo inconveniente, ysi, por el contrario, no están a su favor todas las ven-tajas» (Portuondo 1877, 1:167), sin embargo cuandoconsidera los materiales como recursos poderosospara producir determinados efectos se lamenta de«...las dificultades que halla el arte moderno, el denuestros días, para obtener expresiones bellas y ca-racterísticas del hierro, de ese material, cuya inmensautilidad no es acaso tan apreciada como debiera, porel aspecto negruzco, sombrío, feo, verdaderamenterepulsivo que a los ojos presenta su superficie» (Por-tuondo 1877, 2:347). Concluye, no obstante, su obraconsiderando la aparición del hierro como un aconte-cimiento dentro de la historia del arte que supondráel advenimiento del nuevo estilo arquitectónico.

La obra de Portuondo, concebida como un tratadopara la enseñanza de la arquitectura, se desarrolla endos partes, más un atlas de láminas con dibujos rela-cionados con los contenidos teóricos. El método, queél denomina sintético, consiste en proponer en pri-

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Figura 3Lámina 9 de Portuondo. Lecciones de Arquitectua. Atlas. Segunda parte.

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mer lugar los elementos integrantes de la edificación,«. . . que son a la arquitectura lo que las letras al len-guaje» (Portuondo 1877, 1:XXXV). A ello dedica laprimera parte de sus lecciones, nueve en total. Se ini-cian con el estudio de los muros de carga dentro de lahistoria de la construcción; desde los egipcios hastalos modernos entramados de madera, incluso de hie-rro: clases de piedras utilizadas; tipos de aparejo máscaracterísticos; acabados superficiales decorativos.Incluye al final, como en cada uno de los restantestemas, un formulario con los valores ordinarios delas proporciones de los distintos tipos de muros. Losapoyos aislados son los elementos analizados en se-gundo lugar. Pilares, pies derechos, incluso pilastras,se incluyen en este apartado, donde de nuevo se haceuna revisión histórica de su empleo, así como de suscaracterísticas formales y de los materiales utiliza-dos. Esta lección se relaciona con la siguiente dedi-cada al estudio de los órdenes arquitectónicos. Losapoyos aislados deben tener unas proporciones deter-

minadas que deben responder a dos tipos de conside-raciones: en primer lugar a las prescripciones de laciencia, que fijan unos valores límites que han serrespetados, y en segundo lugar a «. . . los preceptosdel arte, que han sido, son y seguirán siendo los queimpriman a las obras un carácter, una significación,en armonía con los gustos, las tendencias, los hábitosy las condiciones todas de una época» (Portuondo1877, 1:48).

Tales consideraciones le llevan a concretar su par-ticular visión del tema, «. . . estas disposiciones, enque hay algo que es fijo, absoluto, invariable, necesa-rio, y algo accidental y en cierto modo arbitrario, sonlo que llamamos órdenes en arquitectura» (Portuon-do 1877, 1:48). En este punto Portuondo hace una si-nopsis de las opiniones que teóricos y constructorestienen en relación con la utilidad de los órdenes ar-quitectónicos, y prevé las consecuencias derivadas demantener determinadas posturas extremas: unos con-sideran los cánones griegos y romanos como leyes

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Figura 4Lámina 14 de Portuondo. Lecciones de Arquitectua. Atlas. Segunda parte.

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inflexibles, como moldes precisos donde ha de servaciada toda opción formal, estos son para Portuon-do los responsables de la muerte del arte «. . . matan-do la inspiración con la regla, condenan el arte a uneterno silabeo» (Portuondo 1877, 1:69). Otros prefie-ren la libertad, la independencia y los caprichos de laarquitectura medieval, estos «. . . autorizan con unaindiscreta admiración la anarquía de que tantos ejem-plos se ven hoy por desgracia» (Portuondo 1877,1:69). Se refiere, también, a quienes consideran lamoldura y el perfil como algo ocioso que debe serproscrito, para ellos lo verdaderamente importante ala hora de levantar un edificio es atenerse a las reglasde la economía y las impuestas por las necesidades,solidez, comodidad, y salubridad; los que así razonan«. . . debieran haber pensado en crear hombres nue-vos, de una naturaleza y condición distinta de las quehan tenido nuestros antepasados, de las que tenemosnosotros y de las que seguramente tendrán los de lasgeneraciones siguientes» (Portuondo 1877, 1:69). Yconcluye exponiendo su postura, inicialmente, basa-da en el discernimiento racional, el alejamiento delos sistemas y la moderación en el afán de novedad,pero abierta a un futuro que se adelanta poniendo adisposición de arquitectos e ingenieros nuevos mate-riales que demanda un leguaje diferente, «. . . nuestraépoca, sin embargo, que ha sido creadora de materia-les e industrias antes desconocidos, podrá tal vez cre-ar un nuevo orden mejor acomodado que los del arteantiguo a esos nuevos elementos de la construcción,que cambiando los procedimientos, las formas y lasproporciones, parecen llamados a cambiar también lafisonomía y el carácter de la arquitectura» (Portuon-do 1877, 1:70).

Continúa la relación de elementos integrantes dela arquitectura con la lección dedicada a las arcadas.Cuando la solución adintelada, por la distancia delos apoyos, no es posible se recurre al arco, conside-rado como un arquitrabe de directriz curva. El estu-dio de estos elementos se realiza atendiendo, casiexclusivamente, a los aspectos formales, únicamentese hace una referencia a los empujes después de des-cribir la forma de las piedras que constituyen elarco, «. . . así también se comprende, sin apelar a laciencia, que siendo cuñas las piedras, y actuandocomo tales, tenderá cada una a separar las dos conti-guas, y el conjunto producirá sobre los apoyos, nosólo una presión vertical, sino además una acciónhorizontal, contra la que deben presentar suficiente

resistencia» (Portuondo 1877, 1:72). El arco de me-dio punto se considera la forma más natural del ele-mento.

Siguiendo un orden paralelo al del Tratado deReynaud, después de las arcadas estudia los huecospracticados en las fachadas para facilitar el paso delas personas y objetos, y de la luz y el aire. Aunqueel título de la lección es Puertas y ventanas, el conte-nido se extiende en la descripción de las proporcio-nes de los huecos, de los sistemas constructivos, din-teles o arcos, utilizados en cada caso, y en cadamomento de la historia, y de la decoración de los pla-nos que determinan la abertura.

Las siguientes lecciones, de la primera parte, sededican a exponer los distintos sistemas utilizadospara cubrir el espacio habitado: techos y bóvedas.Dentro de los techos se incluyen los suelos, planoshorizontales que dividen y separan las plantas de losedificios, cuando estos tienen más de una: puedenser de piedra, madera, hierro, o mixtos; las azoteasformadas por el último plano horizontal que debellevar además una capa de protección contra las in-clemencias atmosféricas, el terrado; las cerchas ocuchillos, triángulos isósceles delimitados por trespiezas, dos pares y un tirante, a las que se suelenañadir otras, pendolones y tornapuntas, para preve-nir la flexión de las primeras; y por último los teja-dos, partes superiores de las cubiertas que recibendirectamente el agua de lluvia para evacuarla lo an-tes posible.

El estudio de las bóvedas es más amplio y máspreciso, además de su historia y clasificación, seanalizan los problemas de estabilidad y resistencia,los modos de rotura, y se incluyen una serie de re-glas y fórmulas empíricas para su proyecto. Es ne-cesario tener en cuenta, a la hora de valorar la am-plitud con que se tratan los problemas estructurales,que afectaban a los elementos explicados, que susclases se complementaban con otras de mecánicaaplicada a las construcciones. Portuondo considera-ba que las ciencias auxiliares, complementarias dela arquitectura, debían tener su lugar en otros trata-dos específicos, diferentes a las lecciones de arqui-tectura.

Portuondo, en la segunda parte de su obra se ocu-pa de la forma de combinar los elementos arquitectó-nicos para así formar «. . . las diferentes partes de losedificios, que, siguiendo la anterior comparación, sonlas palabras» (Portuondo 1877, 1:XXXV). Pórticos,

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escaleras, vestíbulos, salas, patios, son los temas ini-ciales de esta parte del método, para concluir con losprincipios generales para proyectar y disponer unaobra de arquitectura, «. . . finalmente, con las pala-bras se completa la expresión de un pensamiento»(Portuondo 1877, 1: XXXV).

En el desarrollo del primer tema de la segundaparte de sus lecciones, los pórticos, Portuondo expo-ne, una vez más, su posición dentro del pensamientoarquitectónico del momento. Aceptaba el eclecticis-mo de la época «. . . nosotros, que entre ciertos lími-tes defendemos el actual eclecticismo en arquitectu-ra, no podemos dejar de ver con pena la frecuenteinobservancia de los sanos preceptos del arte» (Por-tuondo 1877, 2: 34); se alineaba con la opción neo-rrenacentista, donde perduraban las reglas compositi-vas clásicas, opción que consideraba generalizada«. . . si existe una arquitectura moderna, si hay algúnestilo en nuestros días, que no sea la continuación delRenacimiento o las reminiscencias de los anteriores»(Portuondo 1877, 2:34); creía conveniente el conoci-

miento de los principios de Vitruvio «. . . pero lo quees muy importante y esencial es dar a conocer lospreceptos de Vitruvio sobre las combinaciones de es-tos elementos, porque, como vamos a ver, son losque generalmente observa y aplica la arquitecturamoderna» (Portuondo 1877, 2: 6) , y suspendía el jui-cio cuando el hierro era el material principal de laconstrucción, la arquitectura moderna no estaba encondiciones, todavía, para señalar preceptos artísti-cos en relación con el carácter de las nuevas cons-trucciones, aunque reconocía las cualidades expresi-vas del material, utilizado en estaciones deferrocarril, grandes almacenes, mercados, galerías ypasajes cubiertos en las ciudades, «. . . verdaderosmonumentos de nuestros tiempos» (Portuondo 1877,2:42). No obstante valora los órdenes y los estiloscomo bases indispensables, pero insuficientes, paraasumir con garantía la creación arquitectónica. Losprincipios no determinan de un modo absoluto la ex-presión artística, es necesario conocer las circunstan-cias que afectan al objeto arquitectónico: el destino

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Figura 5Lámina 16 de Portuondo. Lecciones de Arquitectua. Atlas. Primera parte.

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de la obra, las necesidades y conveniencias. Hace in-cluso una reflexión acerca de las facultades innatasque debe poseer el arquitecto para ser capaz de dar aluz una auténtica obra de arte, «. . . a nadie puede ex-trañar que en arquitectura suceda lo que en la pintu-ra, en la escultura, en la misma poesía...Se aprende larima, el metro, el acento, etc. . . ;se llega a saber ha-cer versos correctos, doctamente limados. . . ; pero¡cuanta distancia media desde esto a ser poeta!»(Portuondo 1877, 2:57).

En ese proceso, el pensamiento arquitectónico, laidea, como respuesta al estímulo de una necesidadconcreta, antes incluso de cualquier configuracióngráfica, debe precisar su relación con el fin últimodel edificio «. . . un estudio profundo de todas ycada una de las necesidades, de todas y cada una delas conveniencias, y una concepción clara de lascondiciones que el destino del edificio exige, son lagarantía más firme y el medio más seguro de formarun programa bueno, completo, bien ordenado»(Portuondo 1877, 2:362). El establecimiento de un

programa de necesidades y conveniencias debe ser,por tanto, el primer paso para ordenar y relacionarlos usos que se traducirán a espacios, cuando la idease dibuje primero, y se construya después, y «. . . labase de un buen proyecto» (Portuondo 1877,2:361).

En el método, Portuondo, es también deudor deDurand. Las dificultades que surgían cuando sepretendía formar arquitectos capaces de dar res-puestas adecuadas a los nuevos problemas que lamultiplicación de los objetos arquitectónicos plan-teaban, se analizaban minuciosamente por Durand,en el Précis des leçons d´Architecture, refería, encada caso, las ventajas e inconvenientes de los po-sibles métodos a utilizar, consideraba, «. . . deacuerdo con lo que nos indica la razón, de acuerdocon los métodos en uso en las escuelas de cienciasy de artes, donde se enseña a los alumnos a caminardesde lo simple a lo complejo, de lo conocido a lodesconocido» (Durand [1819]1981, 20), que se de-bía partir, después de haber expuesto los principios

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Figura 6Lámina 21 de Portuondo. Lecciones de Arquitectua. Atlas. Segunda parte.

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generales, del conocimiento de los elementos de losedificios, en relación con los distintos materialesque pudiesen ser utilizados en su construcción, y delas formas y proporciones de los mismos. «Cuandonos hayamos familiarizado bien con estos distintosobjetos, que son a la arquitectura lo que las pala-bras son al discurso y las notas a la música, . . . ve-remos: 1º como se deben combinar entre ellos. . .2º como, por medio de estas combinaciones, se lle-ga a la formación de las diversas partes de un edifi-cio. . . 3º como a su vez hay que combinarlas alcomponer el conjunto de los edificios» (Durand[1819]1981, 21). El método se completaba con laconsideración de las exigencias generales de la ar-quitectura y el análisis del mayor número posiblede edificios.

De nuevo el aspecto utilitario o funcional se ponede relieve, en la obra de Portuondo, al considerar lafinalidad específica del edificio en el momento deiniciar el proceso de su definición, que comienza enla fase denominada composición en la práctica o elejercicio de la arquitectura, como proceso inverso almétodo de aprendizaje, «. . . la razón natural así loindica: el niño aprende primero las letras, las sílabasy las palabras después, y llega al fin a la gramática yla lógica; pero cuando ya tiene su razón ilustrada, alescribir, al hablar, al expresar sus ideas, no pasa dela palabra al pensamiento; que del pensamiento sa-len naturalmente las palabras que lo retratan: estoaplicado a la arquitectura, es lo que se llama “com-posición”» (Portuondo 1877, 1: XXXV). La utiliza-ción que se presupone de cada construcción debe serpormenorizada en cada fragmento del espacio queacota como propio. «. . . el programa ha de expresarel número y los respectivos usos de cada una de lassalas, piezas o habitaciones que el destino del edifi-cio reclama» (Portuondo 1877, 2: 361), para facilitarla expresión formal de la idea y «. . . el alejamientode toda cuestión accesoria, y la postergación de todolo que sea más dibujo, más novedad y efecto pura-mente artístico, que posibilidad práctica de ejecu-ción económica, y de satisfacción del objeto princi-pal, esencial, íntimo de la obra» (Portuondo 1877, 2:VII). La confección del programa de necesidades yconveniencias es el momento en que las ideas se or-denan, se jerarquizan, se relacionan. El número y laextensión aparecen como un paso intermedio entreel concepto y la representación gráfica. Es el mo-mento de establecer el principio de armonía «. . .

imitemos a la naturaleza en sus procedimientos, yaque es esta la verdadera imitación que debe hacer laarquitectura» (Portuondo 1877, 2:401), para que to-das las partes del edificio, subordinadas unas a otrasy todas al fin esencial del mismo, manifiesten suunidad orgánica.

Portuondo no fue ajeno al debate más caracterís-tico de la arquitectura del siglo XIX, que se centra-ba en la búsqueda del estilo de la arquitectura mo-derna. Entendía el estilo como una cualidadintrínseca de la arquitectura, que sólo es auténticacuando esta responde a las necesidades que la hanhecho posible, cuando refleja el carácter de la so-ciedad concreta en cuyo seno se ha gestado. «...Nose puede desconocer que existe siempre una miste-riosa ley de correspondencia entre las condicionesmateriales, las cualidades físicas de un objeto y laspropiedades morales y facultades intelectuales delhombre que lo ha creado, y generalizando la obser-vación, podríamos decir, del pueblo y de la época aque pertenece. Diríase que aquellas son la expresióny la fisonomía que retratan a estas» (Portuondo1877, 2:401).

Los cambios de estilo, por consiguiente, se operancuando se producen transformaciones sociales im-portantes que afectan al modo de ser y de expresarselos pueblos, circunstancias, que según Portuondo, nose dan en su momento, en su siglo, cuando «...lasmudanzas son tan frecuentes como efímeras y pasa-jeras» (Portuondo 1877, 2:404). No existe, por tanto,un estilo moderno, se imitan los estilos conocidos, yse justifica la elección en motivos diversos. LucianoPatetta, refiriéndose al medievalismo afirma «...eneste revival alcanzan la máxima claridad dos órde-nes de problemas tendentes siempre a las recupera-ciones de expresiones del pasado llevadas a cabo porla cultura burguesa: la de cargar las elecciones esti-lísticas de motivaciones ideológicas, y a veces polí-ticas, sociales, religiosas, nacionalistas etc.; y la dedar vida a una Arquitectura nueva y moderna, queresponda a las exigencias de sinceridad y utilidad ya las concepciones de progreso de la época» (Patetta1997, 359-60). Portuondo optaba por el modelo queofrecía la arquitectura griega, y justificaba su elec-ción en la racionalidad: si en la arquitectura griegabrilla la verdad y la pureza y todas las cualidadesque la razón y el gusto exigen a las producciones ar-tísticas, la imitación de lo esencial de aquella formade expresión, adaptada a las circunstancias del espa-

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cio y tiempo presentes, no es falta de imaginación niservilismo, «. . . pues qué ¿se querría acaso que nosopusiéramos al espíritu de la verdad?» (Portuondo1877, 2:404).

La opción por el leguaje clásico, que ya se poníade manifiesto en la Disertación de Zarco del Valle,que se mantiene en Portuondo, volverá a ponerse enevidencia cuando se realice el proyecto de la fachadade la Academia en 1905.

LISTA DE REFERENCIAS

Durand, J.N.L. [1819] 1981. Compendio de lecciones de ar-quitectura. Madrid: Pronaos.

Patetta, Luciano. 1997. Historia de la arquitectura [Antolo-gía crítica]. Madrid: Celeste ediciones.

Portuondo y Barceló, Bernardo. 1877. Lecciones de arqui-tectura. Madrid: Imprenta del Memorial de Ingenieros.

Reynaud, Léonce. 1867. Traité d´Architecture. París.Vilder, Anthony. El espacio de la Ilustración. Madrid:

Alianza Forma.

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