El Tiempo y mis Paranoias

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El tiempo y mis paranoias Iñaki Errasti Muñoa

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El tiempoy mis paranoiasIñaki Errasti Muñoa

A mi madre,que ama las 11:11 casi tanto como yo.

El tiempoy mis paranoias

Iñaki Errasti MuñoaCeinpro, 2012

Antes de nada, échale un vistazo al reloj. ¿Qué hora

es? Probablemente se te haya hecho tarde, o aun

queda un ratillo, o no hay manera de que avancen los

minutos. Probablemente esté cerca la hora de comer,

o de cenar, o de pasear con el crio, o de limpiarse los

dientes y salir pitando de casa, que el autobús no

espera.

Sin las horas, los minutos y los segundos, los días

serían un caos. Y la vida también, que no es más que

un gran saco repleto de ellos. No concebimos una

jornada sin mirar el reloj, ni siquiera cuando estamos

de vacaciones y le decimos a nuestra cabecita “hoy

sin prisas”. El tiempo es orden, y sin orden nos

cuesta vivir.

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1 Las cosasen orden

Sería realmente interesante que nos pudiéramos

sentar, café en mano, y charlar sobre el tema, “a ver

qué sale, a ver a dónde nos lleva”. Desgraciadamen-

te, ni se dará la ocasión, ni me siento con la capaci-

dad necesaria para activar mi lado filosófico; es un

momento de mi vida en el que mi fábrica de pensar

trabaja de manera exclusiva en el diseño de logoti-

pos, envases, carátulas de CD, bolsas… No damos

abasto, a pesar de la crisis.

Además, estoy aquí por otra cosa. Es interesante

esto del tiempo, la vida, la esclavitud y el cosmos.

Pero no voy por ahí. El tiempo, como término a tratar,

es la excusa perfecta para contar algo que me pertur-

ba desde hace algunos años, y aunque no tiene

mucho que ver con la parte más profunda del térmi-

no, lleva como protagonistas a las horas y a los minu-

tos.

Tómate un descansito antes de pasar la página. En

un rato estamos.

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¿Ya de vuelta? Me alegro. ¿Podrías volver a mirar la

hora? ¿Qué hora es? Estoy seguro de que no ha

pasado mucho tiempo desde la última vez. No pien-

ses que te intento marear, solo trato de explicar lo

que me pasa de la manera más práctica posible. Ya

lo verás.

No te voy a engañar, miro la hora muy a menudo. Y

quizás esto mismo sea la explicación más racional a

mi paranoia. Es lo que concluirás tu también: “Es

que, con todas esas veces que miras la hora,

normal”. No pretendo ser creíble, ni creído, ni mucho

menos comprendido. Probablemente tampoco lo

comprenda yo mismo, no se a qué me enfrento, o si

realmente esto es un enfrentamiento.

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2 Casualidadesde la vida

No puedo más que suponer.

¿Casualidad? Eso llegué a pensar, hace años ya,

cuando aún no imaginaba que la cosa se alargaría en

el tiempo. Y por variar, también ha variado en intensi-

dad, en frecuencia, y en claridad. Y ya no creo tanto

en las casualidades. Sería una casualidad tanta

casualidad. Valga la redundancia. Vivo estas sensa-

ciones con prudencia, expectación y aún con algo de

escepticismo. Es cuanto menos curiosa la forma en

la que las horas y los minutos llegan a mi, y me

avisan, o me advierten, o juegan, o yo que sé.

Y es la primera vez que lo plasmo sobre un papel. Lo

he hablado con conocidos e incluso con desconoci-

dos. Me han tomado por un estúpido y un farsante,

aunque los hay quienes han visto y vivido mi historia,

aunque fuese de manera paralela.

A pesar de ello, no me han dejado de considerar el

hombre “paranoias”, pero lo cierto es que en algunos

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casos me han pedido que zanjase el tema y callase.

Y no por hastío, sino por miedo.

En fin, las cosas que requieren un mínimo de sentido

hay que contarlas desde su origen. Seré honesto y

claro, y me arriesgo a que cambies tu percepción

sobre mi, para bien o para mal.

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Ya llevaba la mosca detrás de la oreja unos cuantos

meses. Miraba al reloj, y lo percibía. Lo miraba minu-

tos más tarde, y volvía a percibirlo. “Manda cojones”

pensaba entre mí. Incluso se lo llegué a comentar al

que, por aquel entonces, era mi pareja: “ala ala

flipado, no me seas paranoias”.

Una odiosa mañana de verano, de esas en las que te

levantas cuando tu cuerpo lo decide, me vestí y me

acordé que en el armario pequeño de la cocina aun

quedaban cruasanes de chocolate. Me teletransporté

hasta allí con un pequeño temor a que mi hermana,

astuta y veloz, hubiese dado muerte al último bollito

superviviente. Por aquel entonces la fortuna me

sonreía en el amor, pero me daba pataditas en el

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3 Despertarescon sorpresa

resto de cosas: Mi gozo en un pozo. Vislumbré la

mitad del cruasán flotando en un cuenco de Cola

Cao. Pero la traidora no era mi hermana sino su

madre (y la mía, obvio). Observé la escena del

crimen y ella me lanzó una mirada que fusionaba

lástima y venganza.

“Es que chico, vaya horas”. -Deduje que debían ser

más de las doce. – “Vaya pelos me llevas”. Me froté

el cuero cabelludo y le di una palmadita de buenos

días en el culo mientras alcanzaba el frigorífico.

“Oye Iñaki no sabes lo que me pasa

últimamente”-continuó- “Chico, debo de tener el reloj

biológico de puta madre porque día si y día también

me levanto a las 11:11”.

Palidecí.

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Llevaba pasándole ya desde hace unos meses,

exactamente igual que a mí. Ella lo percibía a la hora

de acostarse y levantarse: 23:23 por las noches,

11:11 por las mañanas. “El reloj del cuarto le anda de

culo” decía su chico.

Y lo cierto es que funcionaba a la perfección.

Mezclé en un bol el yogur de soja y unos All bran.

Intenté ordenar ideas y hacer una especie de resu-

men mental de mis experiencias. No le había dado ni

un ápice de importancia hasta esa misma mañana, y

no sabía muy bien como explicárselo. Ni siquiera se

como contarlo en estas líneas.

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4 Paranoia

No se si lo habrás hecho, pero te he pedido que mira-

ras la hora un par de veces. Si quieres, puedes volver

a hacerlo. Imagínate que en ambas ocasiones la hora

fuese par, mismo número en horas y en minutos. O

en su defecto, un número capicúa. Imagínate que

fuesen las 12:12 la primera vez, y las 12:21 la segun-

da. Probablemente no haya sucedido así, y de haber-

lo sido, dudo que te hubiese llamado la atención.

Y es que las primeras veces pasa desapercibido.

Pero cuando en un mismo día sucede constantemen-

te, cada vez que un impulso instintivo y cuasi incons-

ciente te hace mirar la hora y se repite la coinciden-

cia, día si y día también, uno se para en seco y le

empieza a dar vueltas al asunto.

La paranoia nació en el momento en que mi madre

me contó que a ella le sucedía exactamente lo

mismo.

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No estamos locos. Ni somos fanáticos de los temas

esotéricos, ni conocemos la numerología, ni nada por

el estilo. Es más, me considero algo escéptico ante

temas de carácter poco científico. Y mi madre

también. Nos lo tomábamos a cachondeo y lo contá-

bamos como anécdota. El misterio de la casualidad

extrema es un tema que encanta, sí o sí.

Pronto comenzamos a percibir que la frecuencia de

“casualidades” variaba: Había días en que las horas

y minutos pares y capicúas venían a mí constante-

mente, y otros en los que llegaba a olvidarme com-

pletamente del tema. La mujer de mi padre, psicóloga

ella, opina que he formado un complejo mecanismo

psicológico con el cual potencio estos sucesos:

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5 Subconsciente

simplemente, miro la hora inconscientemente como

lo hace todo el mundo, solo que al percibir una hora

de las características de las que he hablado, algo en

mi cabeza salta, como un fusible, y hace que me fije

en ella. Es una explicación racional que acepto.

Ahora bien, deduzco que mi maquinaria cerebral no

distingue entre épocas. Quiero decir, un auto reflejo

es permanente, está o no está, pero no va y vuelve.

Lo mio es como un catarro; viene, se queda unos

días, y adiós. O hasta la próxima. Además, si se trata

de un producto de mi subconsciente, ¿por qué mi

madre también?

Decidimos investigar.

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Mi madre tiene el trabajo que yo jamás desearía

desempeñar: es domadora de fieras preadolescen-

tes. Desde hace más de treinta años, amaestra y

enseña a pequeños seres inestables y energéticos.

Es un medio de vida infravalorado en mi opinión, que

estresa y exprime. Y el estrés y el agotamiento no los

puede uno dejar dentro del aula a las cinco de la

tarde como hace un mecánico con la llave inglesa o

un contable con su calculadora.

En el caos y la guerra diaria, mi madre combate

mano a mano junto a otros muchos profesionales.

Una de sus compañeras tiene un gran papel en la

historia que trato de contarte en este relato. Es una

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6 Señora M

mujer. En mayúsculas. Una de esas tías con poderío,

a pesar de que no pasará del metro y medio de

altura. Tiene la virtud –en mi opinión lo es- de tener

una personalidad y un carácter arrolladores, es

sincera por naturaleza y su sentido del humor, entre

picante y gore, me aplasta.

La llamaremos “Señora M”.

Señora M, además de todo lo anterior, tiene una

especie de sexto sentido. Ella cree en asuntos de

energías y poderes que escapan a la razón. Y mi

familia ha sido testigo de algún que otro relato de

esta índole. Sobretodo mi madre, a la que el estrés y

el agotamiento del que hablaba hace un rato la

acabaron devorando.

Señora M la ayudó de una forma que aun a día de

hoy no podemos entender. Le dejo un casete de

relajación, de esos que intentan que el individuo se

teletransporte a un paraíso con olas del mar, brisa

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fresca, aroma a salitre y una sensación celestial.

Puso la cinta y siguió los consejos de la voz orgásmi-

ca que escapaba de los altavoces del aparato de

música.

De repente sintió paz.

Paz, tranquilidad, un nudo imposible que se deshace,

toneladas de peso sobre los hombros arrojados al

vacío. La forma de llamarlo es lo de menos. Según

acabó la cinta, Señora M, como si hubiese estado

observando el instante desde un agujerito, llamó a

casa. “¿Qué? ¿Mejor?”.

Lo gracioso es que el casete se había borrado com-

pletamente.

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No puedo hablar de sucesos que no he vivido en

primera persona. Aun así, podría narrar decenas de

experiencias acerca de Señora M que no servirían

más que para ponerte en antecedentes de lo que

describiré en las próximas líneas. Yo creo que ya te

has hecho una idea, y seguro que opinas que me he

ido por las ramas y que he dejado mi paranoia a un

lado para narrarte un episodio de escasa credibilidad,

como si de un capitulo de Cuarto Milenio se tratara.

Todo tiene un porqué.

Y es que, quiero presentarte a una persona. La cono-

cemos como Chantáll, aunque dudo de que ese sea

su verdadero nombre. Es intimísima de Señora M.

Seré honesto: ni mi madre ni yo sabemos apenas

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7 Chantáll

nada de esa mujer, de hecho, la tememos en cierto

modo. Pero debo dedicarle un espacio en mi relato,

tal y como lo he hecho con M.

Chantáll es bruja. En su concepto más empresarial,

claro. Echa cartas, lee manos, prepara conjuros… y

cobra por ello. La estrecha relación que mantiene con

Señora M hace que, de rebote, sepamos de sus

hazañas, logros y triunfos esotéricos. Se dice que en

la vida conviene tener un amigo informático, otro

fontanero y otro electricista. Pues nosotros contamos

con Señora M, semi-bruja e íntima de una profesional

de las artes místicas. Ahí es nada.

Preocupados –ligeramente- con nuestro peculiar

duelo con el tiempo, mi madre decidió consultar a

Chantáll por medio de Señora M. No teníamos nada

que perder. Supimos que el mensaje había llegado a

su destino, pero, por hache o por be, no tuvimos una

respuesta en mucho tiempo. De hecho, era un tema

que, al parecer, a señora M no le agradaba en

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exceso. Esquivaba cada conversación, cada pregun-

ta. Hasta que por fin, la insistencia de mi madre, en

parte presionada por la mía propia, nos trajo la tan

ansiada respuesta.

“No te preocupes, es bueno. Tenéis cerca a personas

que os quieren mucho”

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Odio la ambigüedad con todas mis fuerzas. Está bien

eso de vivir la vida con un cierto toque misterioso,

pero en ocasiones el misterio te desconcierta. ¿Qué

narices significa eso de que tenemos cerca a perso-

nas que nos quieren mucho? Es obvio que sí, vamos,

eso quiero pensar. Pero mi pregunta es, ¿qué tiene

que ver eso con mis vivencias paranoicas?

En un acto de reflexión y contextualización, mi maca-

bra mente llegó a barajar la posibilidad de que habla-

se de personas que ya no están entre nosotros, de

familiares o amigos que partieron, de ángeles de la

guarda. No creo en el cielo y el infierno, ni en puertas

de oro sobre nubes custodiadas por guardianes con

aspecto viejo y desaliñado, ni mucho menos en

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8 Fantasmas

demonios de patas de cabra y lanza de tres puntas.

Pero siempre he fantaseado con la idea de que

puedan existir energías que nos ayuden a dar pasitos

en la vida, que sean causa de esos arrebatos con los

que, sin saber muy bien por qué, cambiamos a última

hora una idea o intención que habíamos decidido tras

un largo proceso de meditación. Guías espirituales,

o, valga la redundancia, ángeles de la guarda. Suena

mejor esto último.

Y, ojo. Hablo de fantasear. El simple hecho de imagi-

nar seriamente que puedo tener entes místicos pulu-

lando alrededor mio, por muy benévolos que fueran,

me pone los pelos de punta. Y si los tengo, por favor

pido a quien se le tenga que pedir, que nunca se me

presenten o algo por el estilo. Menudo patatús.

La cosa es que Chantáll, más que arrojar luz sobre el

asunto, lo nubló, lo enredó e incluso le dio un aire

oscuro y tétrico que no nos hizo demasiada gracia.

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Mi paranoia empezaba a escapar a la razón y se

acercaba a lo desconocido. Casualidad por mistici-

dad.

Ahora existía la posibilidad de que el tiempo, las

horas y los minutos, fueran señales, advertencias,

consejos encriptados. Ayudas. De vete tu a saber

qué o quién.

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Y como tal me lo tomé. Eso si, le resté todo el peso

mágico a la historia. Nada de entidades de universos

paralelos ni fantasmas de ultratumba. Descubrí que

mis batallitas con las horas y los minutos iban intensi-

ficándose exponencialmente hasta que desemboca-

ban en algún suceso importante.

No se si debería contar con detalle y por escrito el

episodio que marcó un antes y un después en mi

paranoia. Es un pasaje de mi vida que prefiero guar-

dar bajo llave. Pero, de alguna forma, le dio la vuelta

a la historia y forjó el significado que tanto ansiaba

encontrar. Haré un resumen de ideas.

El episodio del que hablo se alargó durante dos

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9 Lecciones y autocontrol

semanas intensas en las que, cada vez que miraba el

reloj, ya fuese premeditadamente o inconsciente-

mente, chocaba de frente con números par o

capicúas. Como nunca antes había sucedido.

Frecuente y descarado. Si se trataba de una casuali-

dad, rozaba el límite con lo extraño. Tras trece días,

habiendo sido el día previo el más intenso de todos,

algo sucedió que le dio un vuelco a mi vida y la sacu-

dió. Y acto seguido, las horas y minutos me dieron un

largo periodo de tregua. Pararon.

Tenía dos opciones: o seguía derritiendo mis sesos

intentando entender lo que no tenía explicación, o le

daba un significado personalizado. Al fin y al cabo,

nadie podría rebatírmelo. Y eso hice. Lo cogí como

un sistema complejo e irracional de advertencia, un

“mira que todo este en orden, Iñaki”. Hice que me

pudiera ayudar a mantener un orden interno, a estar

en paz conmigo mismo y con lo que me rodea. Un

post-it en la frente que me recuerda –por tempora-

das, ya lo sabes- que no puedo permitir que las cosas

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escapen de mis manos.

Transformé mi paranoia en una poderosa herramien-

ta de autocontrol.

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No sé qué opinarás tú de todo esto, seguro que

podrías darle mil vueltas e interpretaciones que yo ni

siquiera he barajado. El tiempo era el tema, y me ha

venido como anillo al dedo. Esta es mi historia, conta-

da con pelos y señales.

Si, de alguna forma, tuviese que materializar todo

esto, si tuviese que darle una forma tridimensional,

quisiera expresar la conclusión y no la causa. Me

gustaría dar forma a ese significado personalizado

del que hablo, dejar lo par y lo capicúa como antece-

dentes y centrarme en lo que ha supuesto para mi, en

como me ayuda.

Y lo hago simulando mi mente y las piezas que

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10 Peleasy escudos

forman mi vida. Una bola con el interior en obras, en

construcción, en un proceso de caos a orden. Un

orden que lo voy formando, poco a poco, gracias a

esas señales del tiempo que actúan como mensajes

de advertencia, que han marcado, de cierto modo, mi

manera de hacer frente a las cosas. Que me cubren,

como cubren también la gran bola que simula la

coraza que protege mi interior.

Expreso con formas todo lo relatado, mi historia, su

contexto práctico. Y es, ya de paso, un pequeño

homenaje a Chantáll. Esta bola habla de la herra-

mienta más poderosa que poseo. Pero también es la

herramienta más poderosa de nuestra bruja particu-

lar, con ella trabaja, con ella descubre lo que convie-

ne, se anticipa.

Quizás no haya tanta diferencia entre mi casualidad y

su magia.

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Por cierto, es la 01:01.

Iñaki Errasti Muñoa

Ceinpro, 2012