El populismo la noción de pueblo y de nación

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1 EL POPULISMO. LA NOCIÓN DE PUEBLO Y DE NACIÓN 1 Miguel Ángel SÁNCHEZ FUENTES Facultad de Ciencias Políticas y Sociología Universidad Complutense de Madrid [email protected] n gran número de intelectuales tienden a remontar la primera manifestación del populismo en la versión rusa de los años cuarenta del siglo XIX. Y esto, aunque pueda ser una convención académica comúnmente establecida tiene un gran inconveniente, el basarse de mayor manera en una idea o construcción teórica que en la emergencia de una práctica política cuyos orígenes los encontramos a finales del siglo XVIII en Francia. En el contexto de la Revolución Francesa los defensores de la democracia o del ideal democrático, representados en ese momento por la burguesía, tuvieron muy poco tiempo para construir un discurso ideológico hegemónico que sirviese como legitimador de sus actuaciones por lo que comenzaron a movilizar en base a una gamma bastante amplia de seducciones que se podrían empezar a llamar populistas. De lo que se trataba, en definitiva, era de disciplinar a la gente, otorgarles cierta maleabilidad en sus configuraciones políticas y establecer un sentimiento lo suficientemente fuerte como para lograr una legitimación perpetua, el sentimiento patriótico o nacional. 1 El siguiente artículo es un trabajo voluntario de la asignatura Sistemas Políticos Europeos (prof. Jorge Verstrynge) que tenía la idea de construirse como una reseña literaria del capítulo 8, con título Du populisme de l’État-nation au national-populisme del libro Repenser le nationalisme. Debido a la coincidencia del capítulo con uno de los temas tratados en la asignatura, el artículo se ampliará yendo más allá del citado texto y se mostrará, además, como un trabajo con el objetivo de subir nota en el segundo parcial de dicha asignatura. U

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Miguel Ángel Sánchez Fuentes, estudiante de Ciencias Políticas en la Universidad Complutense de Madrid. Investigador junior en Teoría Política

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EL POPULISMO. LA NOCIÓN DE PUEBLO Y DE NACIÓN1

Miguel Ángel SÁNCHEZ FUENTES

Facultad de Ciencias Políticas y Sociología

Universidad Complutense de Madrid

[email protected]

n gran número de intelectuales tienden a remontar la primera manifestación

del populismo en la versión rusa de los años cuarenta del siglo XIX. Y esto,

aunque pueda ser una convención académica comúnmente establecida tiene un gran

inconveniente, el basarse de mayor manera en una idea o construcción teórica que

en la emergencia de una práctica política cuyos orígenes los encontramos a finales

del siglo XVIII en Francia.

En el contexto de la Revolución Francesa los defensores de la democracia o

del ideal democrático, representados en ese momento por la burguesía, tuvieron

muy poco tiempo para construir un discurso ideológico hegemónico que sirviese

como legitimador de sus actuaciones por lo que comenzaron a movilizar en base a

una gamma bastante amplia de seducciones que se podrían empezar a llamar

populistas. De lo que se trataba, en definitiva, era de disciplinar a la gente,

otorgarles cierta maleabilidad en sus configuraciones políticas y establecer un

sentimiento lo suficientemente fuerte como para lograr una legitimación perpetua,

el sentimiento patriótico o nacional.

1 El siguiente artículo es un trabajo voluntario de la asignatura Sistemas Políticos

Europeos (prof. Jorge Verstrynge) que tenía la idea de construirse como una reseña literaria

del capítulo 8, con título Du populisme de l’État-nation au national-populisme del libro

Repenser le nationalisme. Debido a la coincidencia del capítulo con uno de los temas

tratados en la asignatura, el artículo se ampliará yendo más allá del citado texto y se

mostrará, además, como un trabajo con el objetivo de subir nota en el segundo parcial de

dicha asignatura.

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La nueva legitimidad comenzaba a alegar una concepción de soberanía

popular absoluta que se encuentra inscrita dentro de un Estado, rebautizado Estado-

nación sin que haya cambiado considerablemente su base terrestre ni su poder

coercitivo. Cuando Sieyès declara que los representantes tienen derecho a reclamar

el título de ‘Asamblea de representantes conocidos y elegidos de la Nación

francesa’2 aparece el populismo como un componente central para hacerse

depositarios de la soberanía nacional. El cuerpo físico del pueblo se ha convertido

entonces en un cuerpo angelical que se escapa del su propio control. El pueblo, en

cierto modo engañado, se ha dado a entender la obligación de aceptar el sentido

más eminente de pertenecer a un país gobernado por una autoridad reinante en su

nombre, en un espacio que desde entonces será presentado como algo natural,

intangible y superior a los propios hombres.

Con todo esto vemos que la operación política por excelencia va a ser

siempre la construcción de un pueblo que dejará de ser una idea circunstancial para

convertirse en algo eterno, dotado de legitimidad y soberano. Lo político en ese

momento se ha convertido en sinónimo de populismo. Este pueblo, en una dirección

recíproca, se invita a creer que la soberanía nacional ejercida por sus representantes,

en cuanto que emana de él, resulta infalible. Pero este ideal populista no es

entendido así por la élite y, aunque es utilizado de esa manera, es ejercido al

contrario en su propio beneficio.

« Puisque c’est le peuple (la nation) qui seul est en droit de

gouverner, le pouvoir est aux mains de ceux qui parlent en son nom »3.

François FURET. Penser la Révolution française. 1978.

Todos estos regímenes liberales burgueses han basado su legitimidad y

soberanía sobre un principio flagrantemente populista. Pero con todo esto, han

2 En francés las palabras de Sieyès son : « Assemblée de représentants connus et

vérifiés de la nation française » 3 “Puesto que es el pueblo (la nación) el único que tiene el derecho de gobernar, el

poder está en las manos de aquellos que hablan en su nombre”. François Furet, Penser la

Révolutión française. 1978, citado en Alain DIECKHOFF, Repenser le nationalisme:

Chapitre 8. Du populisme de l’État-nation au national-populisme, [completar].

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utilizado la ignorancia del pueblo y se han preocupado de establecer y programar

un sistema educativo que convierta a la escuela en un cuartel y la vida en una guerra.

Robert Putnam concluye que la brillante idea de pueblo o de alma de un pueblo está

consistentemente determinado por un elemento cultural, más allá de la voluntad

política y, bueno o malo, el funcionamiento del sistema político depende de la

cultura cívica que se aplique a su población, a la nación. Esta visión hipócrita de

falso universalismo se ha conseguido hacer con la etiqueta de la “auténtica

democracia” en las sociedades europeas. La respetable concepción de la

interpretación cívica se muestra a sí misma como un antídoto para el populismo,

asentando una radical separación entre las identidades nacionales y las identidades

populistas de un mismo territorio.

Parece que todo gobierno democrático nace, se construye y se mantiene

esencialmente como una democracia nacional y como señala el filósofo Jacques

Rancière, el problema político moderno está en hacer coincidir el pueblo con su

propio concepto:

“¿Cómo hacer coincidir el pueblo de la soberanía con el sujeto del

contrato, si este se presenta siempre acompañado de su doble, el pueblo

pre-político o fuera de lo político, población o populacho, agotador por el

trabajo o marginalizados por él, masa reducida a la ignorancia, multitud

encadenada o desorbitada?”4.

Jacques RANCIERE. Les philosophes et ses pauvres. 1993

El populismo coincide más con una lógica política que con un régimen en

sentido estricto. Debe entenderse como una categoría política que genera un

instrumento conceptual que permite interpretar una realidad histórica determinada.

Suele entenderse como un argumento halagador para persuadir al pueblo, a las

masas, reconvertidos ahora en acores políticos decisivos y a través de ese

4 En Susana VILLAVICENCIO. “El pueblo de la democracia. Forma y contenido de

la experiencia populista”, Revista de Ciencias Sociales, segunda época, año 1, Nº 17,

Bernal, Universidad Nacional de Quilmes, 2010, p. 29.

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significante pueblo, con significado de nación soberana, se permite disputar la

hegemonía a las clases dominantes, los representantes, pero yendo más allá de una

concepción exclusivamente clasista. El movimiento político dirigido por el general

Boulanger, entre 1887 y 1889, el boulangisme, posee rasgos que podrían ser

caracterizado de populistas como son el antielitismo, confianza en el pueblo, figura

carismática5, ideología de la unidad nacional y discurso policlasista.

Este es el sentido del concepto de populismo que va más allá de la utilización

peyorativa de mismo. Se entiende como clientelismo, demagogia6, autoritarismo,

pero estos son definiciones de coyunturas y estilos políticos interesados. La

‘violencia’ verbal no es un elemento exclusivo del populismo por lo que no

podemos incluirlo dentro de un núcleo definitorio diferenciado. La principal

operación populista es la de generar procesos de inclusión de sectores sociales que

hasta entonces quedaban excluidos de la dinámica socio-política, entendidos como

un ‘otro’ externo.

La ‘democracia moderna’ surgida en el siglo XVIII articula dos tradiciones

diferentes la democrática y la liberal, conduciendo ello a una tensión entre estas

lógicas irreconciliables. Estamos ante la llamada paradoja democrática. La

democracia moderna que universaliza el sufragio y cumple exitosamente el objetivo

de consagrar el sistema de representación construye así mismo un recurso para la

perpetuación de la hegemonía de las élites dominantes. La soberanía popular,

traducida en soberanía nacional, fue una apropiación o expropiación de la voluntad

popular por parte de los políticos. El populismo aflora en regímenes democráticos

y, aunque es prestado a mucha manipulación, expresa malestares muy diversos e

importantes como la indiferencia de los representantes ante los problemas del

pueblo, o la brecha entre las promesas electorales y la realidad política.

5 Existe bastante controversia en relación con la figura carismática. Puede ser

entendido como una especie de personalismo autoritario, dictatorial, pero la diferencia es

que, el ‘líder carismático’ no es una figura con ‘cualidades superiores’ que justifiquen su

dominio sino que se trata de un dirigente surgido de la misma base social que el pueblo

pone voz y que está vinculado a él por algo más que un contrato. 6 La demagogia trata de deformar, resignificar y transfigurar las convulsiones y las

pasiones negativas de las coyunturas específicas a fin de explotarlas simbólicamente con

un objetivo engañoso para el pueblo, que aunque se sienta identificado no verá realizado

sus objetivos. Esto está lejos de denotar un rasgo del populismo.

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Democracia y populismo coinciden cuando se considera su principal

referente, el pueblo y el gobierno del pueblo, pero se oponen cuando se considera

el cómo se realiza este gobierno del pueblo. El término representación se muestra

como demasiado limitado y acotado, significando estar o actuar en lugar de otro, y

despojando de autonomía al hecho mismo de la representación política. El gobierno

representativo debería implicar un sentido más complejo del concepto, en la medida

en que el acto de representar no consiste en un mejor cumplir de instrucciones de

alguien que haya tomado una decisión en nombre de la nación sino que se debe

empoderar a los sujetos representados otorgándoles capacidad creativa y realización

de la voluntad. El populismo reclama la profundización de la democracia

institucional, pero busca canales alternativos porque reclama la inclusión de

aquellos que han sido excluidos por esa misma democracia y sus instituciones.

En la Constitución Francesa de 1791 se indicaba que la soberanía “no puede

ser ejercida sino a través de la delegación y que la Constitución es representativa,

siendo los representantes el cuerpo legislativo y el Rey” (Tít. III, Art. 2). Más

adelante aclara que “los representantes designados en los departamentos no serán

representantes de un departamento, sino de la Nación entera y a ellos no podrá ser

conferido mandato alguno” (Tít. III, Cap. I, sec. III, Art. 7). Ante esta

descorporeización del pueblo para asimilarlo a los intereses de los poderosos está

abonado y sembrado el camino para la aparición del populismo.

En la visión populista el pueblo existe con representación o sin ella y no se

representa la unidad de la nación, sino del pueblo identificado con la nación. El

sentimiento nacional-populista quedó inscrito erróneamente en Europa occidental

en una identidad cívica individualista que relega a las características y los vínculos

del pueblo a un segundo plano, al contrario de lo que hace el populismo oriental

que centra su discurso en un argumento etnocultural reclamando el derecho de un

pueblo a disponer de su propio gobierno. En definitiva, el nacional-populismo es el

deseo e ilusión de un pueblo de gobernar los destinos de su nación de manera

autónoma, y es la canalización de la necesidad de mayor democracia.

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BIBLIOGRAFÍA

- Humberto CUCCHETTI. “El debate intelectual sobre la relación

populismo/democracia en Francia: Pierre-André Taguieff”, Revista de

Ciencias Sociales: segunda época (2010), Nº 17, Bernal, Universidad

Nacional de Quilmes, pp. 81-99.

- Alain DIECKHOFF. Du populisme de l’État-nation au national-populisme

por Guy HERMET en Repenser le nationalisme, Presses de Sciences Po

(2006), Paris, pp. 313-329.

- Guy HERMET. El populismo como concepto, Revista de Ciencia Política

(2003), vol. XXIII, Nº 1, Chile, Pontificia Universidad Católica de Chile,

pp. 5-18.

- Diego Martín RAUS. “Situar (una vez más) el debate en torno a la cuestión

del populismo. Notas y fundamentos”, Revista de Ciencias Sociales:

segunda época (2010), Nº 17, Bernal, Universidad Nacional de Quilmes,

pp. 65-79.

- Jorge VERSTRYNGE. Rebeldes, revolucionarios, refractarios. Sistemas,

subsistemas y antisistemas, El Viejo Topo (2012), Barcelona, pp. 540.

- Susana VILLAVICENCIO. “El pueblo de la democracia. Forma y contenido

de la experiencia populista”, Revista de Ciencias Sociales: segunda

época (2010), Nº 17, Bernal, Universidad Nacional de Quilmes, pp. 29-

43.