El Pensamiento en La Historia, Fernando Vallespin

30
EL PENSAMIENTO EN LA HISTORIA: ASPECTOS METODOLÓGICOS Fernando Vallespín Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid «En el lenguaje se contiene el pasado de modo inextricable, frustrando todo intento por desembarazarse de él de una vez por todas» (Hannah Arendt). 1. DE LA NUEVA INSEGURIDAD METODOLÓGICA EN LA HISTORIA DE LAS IDEAS Si exceptuamos los momentos de euforia positivista de las primeras décadas de nuestro siglo, no ha habido ninguna de las así llamadas ciencias humanas que no se haya encontrado en una crisis de identidad permanente. No en el sentido de que pudieran peligrar sus respectivas autonomías académicas, que generalmente se mantienen de modo más o menos mecánico, sino en el más estrictamente metodológico. El punto culminante de la inseguridad metodológico se produce, sin em- bargo, a partir de los años sesenta, cuando la «crisis de civilización» que aquejaba a esa época encuentra una traducción inmediata en la forma en la que desde las ciencias sociales y humanas se plantean los problemas epistemológicos. Es el momento en el que se produce la conocida «disputa del positivismo» en la sociología alemana, pero tam- bién cuando comienzan a aparecer —sin provocar grandes sobresaltos, todavía— las grandes obras de autores como Foucault y Derrida, que luego conformarían lo que se ha dado en llamar el postestructuralismo. Sin ignorar tampoco, desde luego, la recepción de la obra de Thomas Kuhn y del último Wittgenstein, cuya repercusión sobre la Historia de las Ideas (HI, en adelante) —de la mano de Q. Skinner y J. Pocock, fundamentalmente— va a ser casi inmediata y liberará a esta disciplina de su autocomplaciente letargo metodológico. Hoy, y como consecuen- cia en gran medida de la obra de estos autores, nos encontramos, por tanto, ante una creciente toma de conciencia y sensibilización respecto Revista del Centro de Estudios Constitucionales 151 Ni'im. 13. Septiembre-diciembre 1992

description

Lenguajes políticos, escuela de Cambridge

Transcript of El Pensamiento en La Historia, Fernando Vallespin

  • EL PENSAMIENTO EN LA HISTORIA:ASPECTOS METODOLGICOSFernando VallespnCatedrtico de Ciencia Poltica en la Universidad Autnoma de Madrid

    En el lenguaje se contiene el pasado de modo inextricable, frustrandotodo intento por desembarazarse de l de una vez por todas (HannahArendt).

    1. DE LA NUEVA INSEGURIDAD METODOLGICAEN LA HISTORIA DE LAS IDEAS

    Si exceptuamos los momentos de euforia positivista de las primerasdcadas de nuestro siglo, no ha habido ninguna de las as llamadasciencias humanas que no se haya encontrado en una crisis de identidadpermanente. No en el sentido de que pudieran peligrar sus respectivasautonomas acadmicas, que generalmente se mantienen de modo mso menos mecnico, sino en el ms estrictamente metodolgico. Elpunto culminante de la inseguridad metodolgico se produce, sin em-bargo, a partir de los aos sesenta, cuando la crisis de civilizacinque aquejaba a esa poca encuentra una traduccin inmediata en laforma en la que desde las ciencias sociales y humanas se plantean losproblemas epistemolgicos. Es el momento en el que se produce laconocida disputa del positivismo en la sociologa alemana, pero tam-bin cuando comienzan a aparecer sin provocar grandes sobresaltos,todava las grandes obras de autores como Foucault y Derrida, queluego conformaran lo que se ha dado en llamar el postestructuralismo.Sin ignorar tampoco, desde luego, la recepcin de la obra de ThomasKuhn y del ltimo Wittgenstein, cuya repercusin sobre la Historia delas Ideas (HI, en adelante) de la mano de Q. Skinner y J. Pocock,fundamentalmente va a ser casi inmediata y liberar a esta disciplinade su autocomplaciente letargo metodolgico. Hoy, y como consecuen-cia en gran medida de la obra de estos autores, nos encontramos, portanto, ante una creciente toma de conciencia y sensibilizacin respecto

    Revista del Centro de Estudios Constitucionales 151Ni'im. 13. Septiembre-diciembre 1992

  • Fernando Vallespn

    de los problemas epistemolgicos en la HI; en un momento tambin enel que stos se hacen cada vez ms intrincados y difciles, pero quiz yano, y esto es lo paradjico, ante una crisis de identidad. Puede que ellose deba a que hemos sido contagiados por el espritu de este sorpren-dente fin de siglo donde nada nos conmueve, pero sobre todo a quenuestra identidad, en tanto que ciencias sociales y humanas, esindesligable ya de la pluralidad metodolgica y del incesante replan-teamiento de nuestros fundamentos epistemolgicos. Esta es la princi-pal enseanza que debemos extraer de la trayectoria de todas y cadauna de ellas. Pero, asimismo, y esto es un dato previo, que participamosde un comn destino terico y, por tanto, debemos saber asimilar lascontribuciones avances o retrocesos que se producen en cada disci-plina en particular; que siempre hemos de estar abiertos a la colabora-cin interdisciplinar.

    Ello debe ser especialmente significativo para la HI, ya que, por sumismo objeto, se ve implicada en el devenir de lo que son dos o msdisciplinas distintas: la historia y la filosofa, cuando no la mismaliteratura. Y su identidad depende, pues, no slo de la forma en la quesepa sintetizar los problemas de ambas, sino, sobre todo, de cmo seacapaz de encontrar su propio espacio entre ellas. Esta es, a nuestrojuicio, la cuestin clave a la que debe responder la HI, que, por otraparte, no parece tener una fcil respuesta. En relacin con este espino-so tema, y en un artculo que lleva el grfico ttulo de Qu estpasando con la HI?, Donald R. Kelley, director ejecutivo durantevarios aos del Journal of the History of Ideas, seala:

    Creo que la historia de las ideas debera representarse a s mis-ma siguiendo una convencin reciente como "historia inte-lectual", aunque solamente sea para dejar reposar los fantasmasde un idealismo anticuado, as como dejar a un lado, a efectoshistricos al menos, las aspiraciones imperialistas y las odiosaspretensiones de la filosofa como "ciencia rigurosa" en el senti-do de Husserl. La historia intelectual no es "hacer filosofa" demodo retrospectivo (igual que no es hacer crtica literaria); supo-ne hacer un tipo, o distintos tipos, de interpretacin histrica enlos que la filosofa y la literatura no figuren como mtodoscontroladores, sino como creaciones humanas que sugieren lascondiciones de la comprensin histrica (1990: 18).

    En cierto modo, pues, lo que seala Kelley como el mbito propiode la HI es la comprensin histrica de la produccin intelectual en susentido ms extenso. Y los objetos de los historiadores intelectualesson textos, o sus anlogos culturales; el campo de estudio inteligible,de modo ms general, es el lenguaje o los lenguajes; y la historia de lafilosofa no es el modelo, sino ms bien una zona de este ms ampliomarco de interpretacin (1990: 19). Su sugerencia es clara: la HI sposee un objeto autnomo los lenguajes en los que se expresa la152

    sonyResaltado

  • El pensamiento en la historia: aspectos metodolgicos

    produccin intelectual, as como un mtodo propio, ms cercano alpropiamente histrico que al filosfico (o literario). Esto es, ms prxi-mo a la narracin del despliegue de las ideas que a las convencio-nes del discurso lgico-formal. Sin olvidar que debe guiarse por uninters de conocimiento dirigido a dilucidar lo que conforma nuestratradicin, aquello que subyace a la comprensin de nosotros mismos.Un proyecto histrico similar al recientemente recomendado porA. Mclntyre: la concepcin de una inquisicin racional comoentroncada en una tradicin (1990: 24). Con ello no hace sino acercar-se a los planteamientos originarios de la HI, de un Lovejoy, por ejem-plo, y mantiene sus reservas frente a una excesiva filosofizacin de ladisciplina, a la vez que la salvaguarda frente a algo peor, la crticacultural y literaria.

    Sin embargo, estas manifestaciones han perdido hoy casi todo susentido. Entre otras razones, porque la filosofa no se presenta ya ennuestros das como un cuerpo de verdades evidentes. El girohermenutico, el giro lingstico o el giro esttico o esteticista (elpensamiento potico) son bien expresivos de ese desplazamiento cons-tante de la filosofa hacia reductos ms seguros; y la seguridad se mideaqu por el distanciamiento de la filosofa respecto de una teora de laverdad, por la asuncin de un falibilismo radicalizado y por la peticinde ayuda, muchas veces pattica, a otras disciplinas cercanas. De ahque la sugerencia de Kelley de apoyarnos en el mtodo histrico yretrico en general ms que en el propiamente filosfico, en susentido de slrenge Wissenschaft (Husserl), coincide a grandes rasgoscon el propio posicionamiento de los sectores ms relevantes de lafilosofa actual. De otra parte, la misma historia o, mejor, lo que hayade entenderse por enfoque histrico, se encuentra hoy sumido en unacrisis tan importante al menos como la de la propia filosofa tradicio-nal. Lo que para sta supuso el abandono de un concepto enftico derazn, anclado en nociones de universalidad, totalidad y reconcilia-cin, es perfectamente equiparable a la puesta en cuestin de la objeti-vidad histrica, ese noble sueo en palabras de P. Novic (1988)de la historiografa. No en vano, ambas sufren por igual el descalabrodel proyecto moderno y hoy ms que nunca parece necesaria su coope-racin mutua.

    No pretenderemos, desde luego, intentar resolver aqu el problemade la definicin del lugar propio de la HI. Ya hemos dicho que es unacuestin espinosa y a nuestro juicio sin solucin a menos quereifiquemos los respectivos objetos de la filosofa y la historia, ademsdel de la propia HI. Pero tampoco va a ser eludido y para ello entrare-mos en un tema en el que se entrecruzan todas estas disciplinas. Setrata de un problema que es estrictamente metodolgico y trata deofrecer una respuesta a la siguiente pregunta: cmo hacer inteligibleel devenir histrico de la produccin intelectual? No ya slo en elsentido de ver cmo por ponerlo en palabras de John Toews deter-minados significados aparecen, se mantienen y colapsan en determina-

    153

  • Fernando Vallespn

    dos momentos y en situaciones socioculturales especficas (1987: 882),sino en el ms amplio de indagar sobre la historicidad del pensamiento.En otros trminos, qu significa el que una determinada obra, untexto y, por supuesto, los conceptos que incorpora estn enmarcadosen un espacio temporal concreto? De ah el ttulo de este trabajo elpensamiento en la historia, que busca invertir la designacin clsicahistoria del pensamiento para subrayar este aspecto metodolgico.Se trata de una cuestin general que remite, como es obvio, a unamplsimo abanico de problemas que no pueden ser abordados en sutotalidad. Aqu nos limitaremos a desbrozar este extenso campo sugi-riendo una posible lnea para hilvanar la reflexin sobre estas cuestio-nes. Vaya por delante tambin que la forma en la que vamos a afrontar-las aspira a hacerlo desde la perspectiva de la teora poltica y no desdela produccin intelectual general. Esto por un lado. Por otro, y antes deentrar en las peculiaridades de la interpretacin del discurso polticopropiamente dicho, es necesario, sin embargo, aludir a consideracioneshermenuticas ms generales que afectan a la propia labor interpretativade los textos del pasado, a cmo nos apropiamos de la herencia intelec-tual.

    2. GIRO LINGSTICO E HISTORIA DE LAS IDEAS:LOS SUPUESTOS COMUNES A LOS DISTINTOS ENFOQUESLa mayora de los enfoques metodolgicos ms relevantes de los

    ltimos aos coinciden en centrar el objeto de la HI en el lenguaje olos lenguajes como la sede natural en la que se constituyen los signi-ficados. Pasan as a un segundo plano otros enfoques ms sociolgicoso ideolgicos, donde el lenguaje o los textos en general eran vistoscomo meramente derivativos de una realidad anterior: el escenario msprofundo de las relaciones socioeconmicas. Pero tambin aquellosque, como apunta Skinner, podramos seguir calificando de textualistaso tradicionales, con su insistencia en un estudio filosfico sistemtico ydescontextualizado de los textos. Con esto no se pretende decir queestos ltimos enfoques no se sigan practicando, sino nicamente cons-tatar que quienes los aplican apenas asoman en el debate metodolgicoactual. Este se ha decantado ya totalmente hacia aquello que Rortycalificara, en una expresin feliz, como el giro lingstico1.

    La referencia al giro lingstico sirve para remitirnos a diferentesteoras lingsticas o, si se quiere, a tradiciones tambin distintas den-tro de la filosofa del lenguaje (vase M. Jay, 1988: 18). Entre stas, ypor su influencia posterior sobre la HI, habra que mencionar la tradi-

    1 Como el propio Rorty reconoce en la introduccin al libro que porta, precisamente,

    el ttulo de The Linguistic Turn, el termino fue acuado en realidad por GustavBergmann en Logical Positivism, Language. and the Reconstruction of Metaphysics,reproducido en parte en dicho libro (vase 1969: 9, n. 10). De ah que tan emblemticaexpresin se asociara desde entonces a aquel autor.

    154

    sonyResaltado

    sonyResaltado

    sonyResaltado

  • El pensamiento en la historia: aspectos metodolgicos

    cin anglosajona, influida por Wittgenstein, J. L. Austin y G. Ryle; lafrancesa, que parte de Saussure y llega hasta Derrida; y la alemana,representada por la tradicin hermenutica, que culmina en Gadamery, en cierto modo, tambin en Apel y Habermas2. Sucintamente sepuede afirmar que todas ellas tienen en comn el abandono del paradigmade la filosofa de la conciencia para centrarse en el signo como nicopunto de referencia del significado y el sentido. En trminos deHabermas, supone el convencimiento de que el lenguaje constituye elmedio de las manifestaciones histrico-culturales del espritu humano,y que un anlisis metdicamente fiable de la actividad del espritu, envez de aplicarse inmediatamente sobre los fenmenos de la conciencia,debe hacerlo sobre sus expresiones lingsticas (1988: 174). Como essabido, esta idea, que supone una sustitucin implcita de la filosofatrascendental por la semiologa o teora de los signos, se encuentra enla desembocadura de un largo proceso abierto por Schleiermacher,Humboldt, Nielzsche, Heideggei, Freud y otros, dirigido a romper conla filosofa del sujeto tradicional. Entrar en una descripcin de esteproceso excede con mucho los lmites de este trabajo. Baste recordarahora que, para aqulla, la conciencia constitua la condicin de posi-bilidad que facultaba al sujeto para percibir los objetos del mundo,delimitarlos y ponerlos en relacin entre s. La forma en la que contem-plamos el mundo era concebida entonces como la actividad propia dela consciencia, la facultad originaria de un sujeto soberano que lepermita leer la realidad como si de un libro abierto se tratase. Eslgico colegir entonces que el lenguaje se entendiera aqu como merarepresentacin de pensamientos, imgenes o ideas; la palabra es unarepresentacin del proceso psquico, algo derivativo de pensamientospreexistentes.

    El rechazo de esta idea va a suponer la afirmacin de que no es elojo de la conciencia quien contempla el mundo en el sentido deAnschauung, sino que ste en cierto modo se in-ocula en ella. Comosealara Heidegger, existe una primaca del Ser sobre la conciencia;nuestra iluminacin del Ser se despliega en nosotros, pero no a travsnuestro (1957: 6 y ss.). En otros trminos, es la preexistencia de uncampo simblico ya organizado, una estructura de significados, loque nos faculta para articular nuestros pensamientos y percepciones.No tenemos, pues, un acceso inmediato a la conciencia, como sostenala fenomenologa, sino que sta ya se halla inmersa en una red designificados previamente codificados el regar deja cod de que hablaFoucault, el orden a partir del cual pensamos (1969: 12). En estavisin va a insistir toda la filosofa postmetafsica (Habermas), aun-que quiz encuentre su plasmacin ms acreditada, que no ms clara,en el proyecto de destruccin de la historia de la ontologa queemprende Heidegger, que viene a coincidir en sus consecuencias con el

    2 Para una visin general del giro lingstico y su repercusin sobre las distintas

    tradiciones de la filosofa contempornea, vase Muguerza, 1980 y 1990, caps. III, IVy VII.

    155

    sonyResaltado

    sonyResaltado

  • Fernando Vallespn

    propio descentramiento del sujeto implcito en la crtica freudiana dela subjetividad: la percepcin del Yo como un extrao en su propiacasa.

    Lo que nos interesa resaltar en este punto es, en suma, cmo todasestas corrientes convergen sobre la idea tan grficamente expresadapor Gadamer de que en realidad, la Historia no nos pertenece, sinoque nosotros pertenecemos a ella (1965: 261). Que es una forma dedecir que el mundo est ya siempre en nosotros al ser conformadosculturalmente. Pero tambin, y siguiendo al mismo autor, que el Serque puede ser comprendido es lenguaje (Sein, dass verslanden werdenkann ist Sprache) (1965: 450). Que, en definitiva, esta inmersin delsujeto en la historia est lingsticamente mediada y slo devieneinteligible a travs de una decodificacin del lenguaje. Y a estos efectosva a ser secundario el que hablemos del Ser, la estructura, elsistema, el contexto, el paradigma, los discursos o epistemes.Cualquiera que sea la denominacin escogida, se trata en todo caso demarcos de la constitucin histrica del significado cuya urdimbre eslingstica. Como seala Pocock, cada uno de nosotros habla conmuchas voces, como un chamn tribal a travs del cual los espritusancestrales hablan todos a la vez. Cuando hablamos no estamos segu-ros de lo que se dice, y nuestros actos de poder en la comunicacin noson completamente nuestros (1984: 29). En esta afirmacin del len-guaje como integrado en una estructura y conformador de realidad,en el sentido de que no existe una objetividad independiente del len-guaje, se encuentra la coincidencia de base de las tres principalescorrientes de la filosofa lingstica a las que antes hemos hecho refe-rencia. Coincidencia que no excluye muy importantes diferencias entreunas y otras a la hora de definir, precisamente, la forma en la que debaestudiarse el lenguaje en la historia.

    Una de las principales conclusiones del relativismo historicista aque antes hemos hecho mencin reside en la negacin implcita quecomporta de la tradicional visin unitaria del acontecer histrico; elrechazo de toda instancia capaz de reconstruir objetivamente el hiloque enlaza el pasado con el presente y el futuro. R. Koselleck hallamado recientemente la atencin sobre el hecho de cmo la constitu-cin de la Historia, en singular, que pretenda unificar las distintashistorias (en plural), presupona ya de alguna forma la idea de que lahistoria era disponible, poda ser pensada como realizable (1979:264). Y apuntaba hacia una concepcin de la razn que, aun afirmandosu dependencia temporal, permita aprehender algo as como una lgi-ca de la historia. Su unidad, la existencia de una historia, slo devienecomprensible si pensamos que puede ser doblegada en su totalidadbajo la perspectiva de su posible unidad de sentido, como un procesoque se despliega de modo significativo. Tanto la filosofa de la historiahegeliana como la marxista comparten esta intuicin bsica de que larazn no puede emanciparse de sus distintas manifestaciones histri-cas; se niega la posibilidad de toda instancia racional ajena al procesot56

    sonyResaltado

  • El pensamiento en la historia: aspectos metodolgicos

    histrico. Pero es la toma de conciencia de este proceso lo que, a suvez, libera su posible interpretacin unitaria y permite suracionalizacin teleolgica. De ah que, como sostiene Koselleck, laaparicin de esta nueva expresin (la Historia, en singular) pueda serdescrita como una especie de categora trascendental: las condicionesde la posible experimentacin de la historia y las condiciones de suposible conocimiento se subsumieron bajo un mismo concepto (1979:265).

    La ruptura de esta idea, y la correlativa afirmacin de que todoconocimiento y significado se halla ligado al tiempo y a la cultura, nosenfrenta ante una historia descentrada sobre la que ya no cabe posaruna mirada globalizadora. Y este relativismo historicista nos sita,como dice Habermas, ante el triunfo de las historias sobre la filosofade la historia, de las culturas y formas de vida sobre la cultura comotal, de las lenguas nacionales sobre la misma base gramtica del len-guaje (1988: 170). La cuestin reside entonces en ver si poseemos o noun metalenguaje capaz de trascender la supuesta inconmensurabilidadde juegos de lenguaje que hacen acto de presencia en la historia. Esuna cuestin heurstica que nos enfrenta a la necesidad de inquirir porlas condiciones de posibilidad que nos permitan interpretar, desde loslmites de nuestra propia perspectiva, la produccin intelectual pretri-ta. Desde luego, una respuesta satisfactoria a esta cuestin exigiraadentrarse en la discusin filosfica sobre el relativismo y el objetivismoen la filosofa contempornea, que por razones obvias excede nuestrasposibilidades. Aqu nos limitaremos a pasar revista a las opciones queemanan de las corrientes tericas ya mencionadas. Y lo haremos, delmodo ms sinttico posible, al hilo de dos cuestiones principales. Laprimera que, a falta de un mejor trmino, podra calificarse como elproblema de la temporalizacin de la actividad interpretativa. Es decir,el modo en el que se afronta la comunicacin hermenutica entre elhorizonte temporal del intrprete y el perodo de texto o los textosanalizados. Esta nos conducir a otro aspecto fundamental del debate:el problema de la agencia o mediacin subjetiva; la cuestin de larelevancia o irrelevancia del autor. En segundo lugar, y una vez conoci-das cada una de estas propuestas en sus trminos generales, confronta-remos el problema de la pertinencia o, en su caso, la inadecuacin destas para el estudio ms especfico del discurso poltico.

    3. EL ENFOQUE CONTEXTUALISTA DE Q. SKINNERY J. G. A. POCOCK

    Como ya aventurara Q. Skinner (1975: 214), la nueva ortodoxiametodolgica parece residir ahora en la ya no tan .nueva historia delos historiadores de Cambridge, liderados por este mismo autor y otroscomo J. G. A. Pocock y J. Dunn. La imparable penetracin de la crticaliteraria de estirpe derridiana en la HI ha hecho que este enfoque, al

    157

    sonyResaltado

    sonyResaltado

    sonyResaltado

  • Fernando Vallespn

    que en sus inicios se tachara de hertico, aparezca hoy como el estereo-tipo del academicismo historicista. Al menos presenta un mtodo ms omenos pulido, que ha dado lugar tambin a un buen nmero de exce-lentes trabajos, sobre todo en el campo de la historia de la teorapoltica. Puede considerarse tambin si hacemos abstraccin deGadamer, cuya influencia en el mundo anglosajn es, en todo caso,tarda como el iniciador del giro lingstico en esta disciplina, queluego ha abierto la puerta al estudio del lenguaje de los textos delpasado. En un apresurado resumen diremos que las directrices bsicasde su enfoque derivan de una gil e inteligente adaptacin de la tradi-cin britnica de la filosofa del lenguaje a la HI. Sin ignorar tampocola influencia de la obra de Thomas Kuhn o de la propia tradicinhistoricista anglosajona de un Collingwood u Oakeshott. De estos dosltimos autores extraen la idea de la singularidad o uniqueness(Oakeshott) de cada teora dentro de su marco histrico. Ningunateora o enunciado terico puede desconectarse de las cuestiones a lasque pretenda ofrecer una respuesta; las preguntas a las que se venconfrontados los filsofos del pasado no son entidades permanentes,sino que pertenecen a distintos complejos de preguntas-respuestas cla-ramente contextualizados (vase Collingwood, 1969: 72 y ss.; 1970: 61y ss.). Esta nocin bsica se extiende, en el caso de Pocock, incorpo-rando el concepto de paradigma de T. Kuhn, que este autor disearapara comprender el desarrollo de las teoras cientficas. El contexto enel que cobran su significado las obras del pensamiento se ampla as allenguaje paradigmtico que se halla a su disposicin y lo encierradentro de moldes que determinan su capacidad para expresar la reali-dad. La historia del pensamiento deviene entonces en historia de losdiscursos, que sera la nica forma de obtener el autntico significadode las obras individuales, as como de la trayectoria de conceptos msamplios3.

    Skinner, por su parte, se apoya en una percepcin del anlisis dellenguaje ms claramente guiada por la filosofa del lenguaje del ltimoWittgenstein, que complementa con la teora de los actos del habla deJ. L. Austin, Strawson y Searle. En cierto modo, unas y otras fuentesson complementarias, y no es posible negarle a Skinner el mrito dehaber sabido combinarlas en un original enfoque metodolgico.

    Como es conocido, Wittgenstein rompe en sus Investigaciones filo-sficas (1988) con su anterior concepcin de la verdad semntica,segn la cual la funcin del lenguaje se consuma fundamentalmente enla descripcin y constatacin de hechos, y pasar a fijarse ahora en sudimensin pragmtica, en las reglas de su uso El significado es eluso (Gebrauch) que hacemos de la palabra, 138. Es decir, elsignificado del lenguaje no se agota en su funcin representativa,sino que se halla inmerso en un contexto de significados del que parti-

    3 El concepto de republicanismo, por ejemplo, que este mismo autor analiza :>

    partir de su estudio de Maquiavelo (vase Pocock).158

    sonyResaltado

    sonyResaltado

    sonyResaltado

    sonyResaltado

    sonyResaltado

  • El pensamiento en la historia: aspectos metodolgicos

    cipan los hablantes. Pero tambin que el lenguaje, precisamente porpresuponer para su comprensin una determinada praxis intersubjetivaen la que se refleja y reproduce una forma de vida especfica, sirvetambin para realizar acciones (dar rdenes... hacer un chiste... su-plicar, maldecir, saludar, rezar; 1988: 23). Aqu es donde enlazarcon Austin para desarrollar su teora de los actos del habla, segn lacual la comprensin de un determinado aserto no slo exige captar susignificado locucionario lo que se dice, sino tambin su fuerzailocucionaria, lo que su emisor estaba haciendo al emitir dicho aserto(vase 1962). Es fcil imaginar que la incorporacin por parte de Skinnerde estos presupuestos tericos bsicos a sus propios estudioshistoriogrficos lo faculta para alcanzar una mayor sofisticacin a lahora de realizar el objetivo hermenutico tradicional que l compar-te - de buscar la intencin del autor de los textos. Esta bsqueda, elconocimiento de tales intenciones, es para l indispensable (1975:211) si queremos extraer el significado de una determinada obra. Enesto sigue a Searle, cuando afirma que comprender un aserto equivalea reconocer de modo ms o menos exacto cules son las intencionesque se expresan en l (1977: 202; vase tambin 1981). Combinandoentonces sus dos fuentes de inspiracin, nos encontramos con que a lahora de interpretar los textos de la historia del pensamiento es precisodecodificar esa fuerza ilocucionaria de las palabras, expresiones y con-ceptos que contienen. Pero tambin, y para hacer realidad la prescrip-cin wittgensteiniana, que ello exige imperativamente conocer las con-venciones lingsticas de una determinada poca, sociedad o grupoconcreto.

    Nuestra comprensin de un texto depender, pues, de la capacidadque tengamos para desentraar su fuerza ilocucionaria, y sta slopodr mostrarse tras su inmersin en el universo de significados dentrodel cual acta. Si conseguimos identificar este contexto con la sufi-ciente exactitud, eventualmente podremos descifrar lo que el hablanteo el escritor en el que estamos interesados estaba haciendo al decir loque estaba diciendo (1985/: 275). Esta inmersin en el vocabulariogeneral de la poca, en su contexto lingstico, nos permite acceder asa las intenciones del autor. Pero y esto es algo en lo que Skinner hainsistido en sus ltimos escritos (sobre todo a partir de 1985i4) no seacaba aqu la labor hermenutica. Desde luego, para este autor, laactividad de extraer el significado de un texto debe dirigirse a recupe-rar las intenciones contenidas en l, pero esto no implica afirmar queel significado de un texto se agote en la intencin del autor5. Es perfec-

    4 Si bien, y para simplificar las referencias, citamos de los artculos contenidos en

    Meaning and Context (1985), ed. de James Tully, no puede olvidarse que stos abarcanun importante lapso de tiempo, que se inicia ya en 1969.

    5 Todo texto debe incluir un significado intencional; y la recuperacin de tal

    significado constituye ciertamente una precondicin para la comprensin de lo que suautor pueda haber significado. Pero todo texto de alguna complejidad contendrsiempre un significado bastante mayor lo que Ricoeur ha denominado el excedente

    159

    sonyNota adhesivaCmo trabaja Skinner

    sonyResaltado

    sonyResaltado

  • Fernando Vallespin

    tamente posible que una determinada accin lingstica tenga unafuerza ilocucionaria mayor de la pretendida. Lo que en todo caso tratade resaltar Skinner es cmo el uptake la percepcin de dicha fuerzaslo deviene posible a partir del conocimiento de las convenciones de lapoca. Es en esta interaccin entre intencionalismo y convencionalismodonde Skinner nos muestra su versin del crculo hermenutico: elcontexto sirve para dotar de significado a sus partes constitutivas, a lapar que ste obtiene su propio significado de la combinacin de suspartes constitutivas (1975: 216). En suma, un texto slo puedeinterpretarse a partir de la complicidad existente entre las intencionesdel autor y el tejido lingstico en el que est entrelazado.

    La originalidad y debilidad a la vez del enfoque skinneriano reside,a nuestro juicio, en la forma en la que se combinan sus presupuestosrelativistas a un enfoque que, de hecho, tiene aspiraciones objetivistas.Su relativismo deriva de la propia limitacin de su anlisis a un univer-so de significados restringidos, a un paradigma discursivo libre de laimposicin de ideas o prejuicios presentistas. La historia del pensa-miento no es para l, en consecuencia, un mbito en el que flotanlibremente ideas, sino que stas se hallan siempre situadas en unmarco de referencia lingstico. Slo as puede hacer realidad su pre-tensin de recuperar su identidad histrica. Su relativismo se mani-fiesta tambin en su propia incorporacin de la teora de los actos delhabla de Austin y Searle, para la cual la argumentacin se compone deacciones que no pueden ser articuladas bajo las categoras de verdado falsedad, sino bajo las de fuerza o debilidad. Algo similar a loque hacemos en el lenguaje corriente cuando decimos que un determi-nado argumento es flojo o dbil o, en su caso, convincente oaplastante. No existe un concepto de verdad externo frente al cualpoder medir su mayor o menor adecuacin al mismo, sino, por ponerloen trminos de Rorty, nicamente los cnones compartidos dentro decada modo de vida. La labor del historiador del pensamiento residira,pues, exclusivamente en sacar a la luz los criterios de racionalidad ocongruencia terica que se manifiestan en unas determinadas conven-ciones del pensamiento propias de una poca dada, pero sin pronun-ciarse sobre su verdad o certeza respecto a nuestros propios valores oconvicciones filosficas. Pero aqu reside precisamente el problemaque asla a este enfoque, ya que, de un lado, se piensa que s es posibleobjetivar un contexto para hacer inteligible un determinado discurso;y, de otro, de ser posible tal objetivacin, sta se hace desde nuestropropio lenguaje o forma de ver el mundo, sujeto por igual, se supone, auna serie de supuestos o prcticas culturales. Luego implcitamente seafirma la posibilidad de romper el crculo hermenutico, al igual quepor la va de hecho se niega la supuesta inconmensurabilidad delas distintas concepciones del mundo. Quiere esto decir que existe

    de significado del que incluso el autor ms vigilante e imaginativo pudiera haberpretendido incorporar en l (1985/": 271-272).

    160

    sonyResaltado

    sonyNota adhesivaLos problemas del enfoque de Skinner

    sonyResaltado

    sonyNota adhesivaCrtica a Skinner

  • El pensamiento en la historia: aspectos metodolgicos

    algo as como un metalenguaje capaz de traducir en nuestros trminoslas peculiaridades de los juegos de lenguaje y las formas de vida pret-ritas? Vemoslo un poco ms de cerca.

    Parece llevar razn J. Tully (1985: 19 y ss.) cuando afirma queSkinner nos ofrece, en efecto, una pragmtica histrica. No se aspiraaqu, como ocurre en la pragmtica universal, a establecer las condi-ciones universalmente vlidas bajo las que es posible pronunciarsesobre los criterios de verdad en las teoras polticas analizadas, sinonicamente aquello que dentro de distintas ideologas y contextos sir-ve como polticamente justo y verdadero. As es como funciona elengarce contextual, que permite captar la racionalidad de las formas depensamiento a la luz de las circunstancias y convenciones en las que seinscriben sus agentes, no a partir de lo que es racional para nosotros.El problema sigue siendo el de su traducibilidad a nuestros trminos.Y aqu el mismo Skinner confiesa sostener una versin de la tesis de lainconmensurabilidad no dramtica (1985/: 252), que a nosotros senos antoja ciertamente dbil. Rechaza, eso s, la idea de que la labor delhistoriador se reduzca a explicar conceptos extraos tratando de bus-car la exacta contrapartida de sus trminos en nuestro lenguaje; igualque no tiene ms remedio que reconocer que nunca podemos llegar aestar absolutamente seguros respecto a un supuesto significado finalde las expresiones analizadas6. En todo caso, aunque el estudio delcontexto de una determinada obra no nos permita afirmar con exacti-tud lo que en ella se dice, lo que s parece claro es que establece, almenos, un lmite negativo respecto al posible alcance de su significado.

    Por otra parte y con igual conviccin, afirma que existe el suficien-te solapamiento entre nuestras creencias y aquellas que tratamos deinvestigar (1985f: 252) como para permitirnos llegar a ver las cosas asu manera. La comprensin histrica exige, en consecuencia, un pro-ceso de aprendizaje de diferentes estilos de razonar, que nos facultapara llevar a cabo ese desvelamiento del significado de los textos delpasado, sin necesidad de tener que recurrir a ese misterioso procesoemptico que propugna una hermenutica pasada de moda (1985f:279). Y ello gracias al carcter intersubjetivo del lenguaje, que haceque todo acto de comunicacin deba ser ex hyphotcsi, pblicamentelegible (ibid.). Pero tambin, en la lnea de Davidson y Quine, quehemos de presuponer a nuestros antepasados algunas de nuestras ideassobre consistencia o coherencia lgica (vase 1985/": 257). Suracionalidad no tiene por qu ser tan distinta a la nuestra como parahacer impensable una objetivizacin de su pensamiento desde nuestrospropios recursos racionales. Y es, por tanto, posible la traducibilidadde sus lenguajes sin necesidad de recurrir a un metalenguaje formal.

    6 A este respecto es bstanle explcito en el clarificador trabajo de respuesta a sus

    crticos: Mis preceptos, en suma, son slo meras pretcnsiones respecto a cmoproceder mejor; no son pretensiones respecto a cmo garantizar el xito (1985/": 281).

    161

    sonyResaltado

    sonyResaltado

    sonyResaltado

  • Fernando Vallespn

    4. EL ENFOQUE HERMENEUT1CO: H. G. GADAMEREstos mismos problemas van a recibir una respuesta distinta en la

    hermenutica filosfica de Hans Georg Gadamer, donde desapareceya cuanto pudiera haber de pretensin metodolgica objetivista enQ. Skinner. Su innegable dependencia de la fenomenologa hermenuticau ontologa existencial de Heidegger va a propiciar una visin ontolgicadel acto interpretativo reida a todas luces con el nfasis intencionalistaque nos encontrbamos en el autor ingls o, aunque desde otros presu-puestos, en aquella hermenutica pasada de moda, la hermenuticaromntica, dirigida a revivir la experiencia mental del autor a travsde un proceso emptico de comunicacin entre creador e intrprete. Lamens autoris es irrelevante para llegar al significado autntico (1965:xvii). Comprender no consiste, pues, en recuperar la intencin delautor rastreando el horizonte simblico en el que el autor escribi suobra. Se percibe ms bien como un rasgo ontolgico de nuestra existen-cia, un atributo de nuestro Dasein o estar-en-el-mundo; como un acon-tecimiento o encuentro que permite el desvelamiento del Ser. Ellenguaje deja de percibirse ya como instrumento a la disposicin dela voluntad, el deseo, la conciencia o la subjetividad del autor o delmismo intrprete. El comprender debe pensarse menos como una ac-cin de la subjetividad que como un desplazarse de uno mismo hacia unacontecer de la tradicin (berlieferungsgeschehen), en el que el pasado yel presente se hallan en continua mediacin (1965: 274-275; nfasisdel autor). O, lo que es lo mismo, nunca lograremos comprender larealidad abstrayendonos del lenguaje de la tradicin, mediante el dise-o de algo as como una metodologa de investigacin rigurosa, forma-lizada y ahistrica.

    De esta idea se pueden extraer ya algunas de las consecuencias msinmediatas de la teora gadameriana. En primer lugar, la negacin delmtodo y aqu es bien perceptible la influencia de la crtica de Heideggera la epistemologa metafsica y sus implicaciones sobre la racionalidadtecnolgica. Gadamer coincide con Heidegger en que la comprensinno consiste en un enfrentamiento sujeto-objeto mediado por laformalizacin de un mtodo capaz de filtrar algo as como su represen-tacin autntica. Lo que as se consigue objetivar no es sino el reflejode los mismos presupuestos implcitos en el mtodo, que necesaria-mente conducen a una manipulacin violenta de la realidad observada.El Ser deviene prisionero de las categoras con las que se le pretendeatrapar, del mismo modo que ideas tales como el sentido acabanreducindose a un acto de la subjetividad, cuando en realidad ocurre locontrario: es el objeto el que nos libera la posibilidad del sentido.Comprender no es, por tanto, un proceso subjetivo con relacin a unobjeto, sino un encuentro dialctico en el que son las cosas las quesuscitan las preguntas y se abren a nosotros. Desde esta perspectiva,esta teora presupone una ruptura total con los presupuestos funda-mentales de la subjetividad moderna (vase Heidegger, 1951).162

  • El pensamiento en la historia: aspectos metodolgicos

    En segundo lugar, el papel central del lenguaje como medio paraacceder a la comprensin. Toda comunicacin humana se centra en ellenguaje, o, lo que es lo mismo, lo inefable, lo indecible, es tambin lono comunicable. Por tanto, slo a travs del lenguaje accedemos almundo; ste no posee una entidad anterior, ya que sin su mediacin elmundo sera absolutamente ininteligible. Esta idea hay que ponerla enrelacin con lo que acabamos de sealar arriba respecto a la compren-sin como un acontecimiento en el hombre y no como un acto de l.Resulta as que, por ponerlo en trminos de Heidegger, el lenguaje noes en su esencia ni una expresin ni una actividad del hombre. Ellenguaje habla (1959: 19). O, por recurrir al mismo Gadamer, en ellenguaje deviene inteligible la realidad ms all de cada concienciaindividual (1965: 425)7. Por el lenguaje adquirimos un sistema derelaciones comprensibles que nos permiten dotar de sentido a lo exis-tente. Ahora bien, la pura lgica del lenguaje, su carcter de signo oconjunto de signos que se corresponden con una realidad dada (vase1965: 383 y ss.), es incapaz de desvelarnos el sentido; ste slo seadquiere en la conversacin que somos (Hlderlin), en la in-corpora-cin de lo ajeno a lo propio que nos faculta la universalidad ytranslatividad del lenguaje. Este encuentra su esencia en el aspectocomunicativo, en su siempre renovada capacidad diagica.

    Adems de la imposibilidad de acotar metodolgicamente el objetoque se pretende interpretar y de la lingisticidad (Sprachlichkeit) de laexperiencia hermenutica, habra que destacar, en tercer lugar, la im-portancia de que Gadamer dota a la dimensin histrica de toda con-ciencia, su dependencia de la historia efectual (Wirkungsgeschichte).Este es un concepto cargado de ambigedad, como reconoce el propioGadamer: consiste en que con l se designa por una parte lo producidopor el curso de la historia y a la conciencia determinada por ella, y porla otra a la conciencia de este mismo haberse producido y estar deter-minado (1965: xix; vanse, asimismo, 284 y ss.). Esta idea tiene variasimplicaciones inmediatas: por un lado, sirve para complementar lo yadicho sobre la naturaleza del lenguaje; y, por otro, nos permite introdu-cirnos de lleno en el problema de la aplicacin de la actividadinterpretativa, el acto de apropiacin hermenutica propiamente di-cho, que nos remite a aquello que arriba calificbamos como latemporalizacin. Ambos aspectos podemos tratarlos conjuntamente.

    Est claro que, para Gadamer, el lenguaje es el medio en el que sesedimenta y cristaliza la experiencia histrica de la comunicacin hu-mana. Por tanto, estar necesariamente cargado de prejuicios, o pre-

    7 Gadamer reconoce aqu su deuda con Heidegger. As, en Verdad y mtodo seala:

    (...) He retenido el concepto de "hermenutica" que emple Heidegger al principio,aunque no en el sentido de una metodologa, sino en el de una teora de la experienciareal que es el pensar. El juego no se agota en la conciencia del jugador, y en estamedida es algo ms que un comportamiento subjetivo. El lenguaje tampoco se agotaen la conciencia del hablante y es en esto tambin algo ms que un comportamientosubjetivo (1965: 19).

    163

  • Fernando Vallespn

    concepciones (vase 1965). Es ms, contrariamente a las pretensionesdel racionalismo ilustrado, estos prejuicios no slo no nos impidenconocer la realidad, sino que constituyen la misma posibilidad de expe-rimentarla a partir de algn sentido. Conforman algo as como unaobjetividad mediada lingsticamente, que podemos alterar, pero nun-ca anular. O, en otros trminos, el lenguaje contiene una especie depre-comprensin de las significaciones que se han ido posando en sudespliegue por la historia. Esto es lo que nos faculta para extraer elsentido de la actividad intelectual pretrita. Slo podemos descifrar laspartes de un texto, por ejemplo, si somos capaces de anticipar(vorgreifen) de alguna manera el todo; y esta anticipacin, generalmen-te difusa e incorrecta, slo puede ser corregida en tanto en cuantopodamos explicar dichas partes. Esta es, en sntesis, su concepcin delcrculo hermenutico. A travs de este intercambio comunicativo o con-versacin hermenutica con el texto conseguimos alcanzar gracias aesa previa naturaleza del lenguaje como depositario de significadoscomunes entre pasado y presente la comprensin buscada. De ahque cuando Gadamer se enfrenta a la filosofa de la Ilustracin nobusque con ello negar la posibilidad del pensamiento crtico, sino ni-camente denunciar que pueda existir algn tipo de pretensin cognitivacapaz de aislarse de la tradicin. Y el lenguaje, como ya sabemos, esesencialmente comunicacin, un incesante dilogo en el que la plurali-dad de los juegos de lenguaje de que hablaba Wittgenstein se fundenen un horizonte nico donde el pasado se media con el presente.

    La idea de fusin de horizontes es otra de las grandes aportacio-nes de Gadamer a la teora hermenutica, que en cierto modo sirvepara eliminar o, mejor, reinterpretar ese molesto factor que Ricoeurdenomina distancia y alude a la discontinuidad del acto de apropiacintemporal. Ciertamente, cuando afirmamos que un texto est en la histo-ria, damos a entender que est sujeto a una estructura de significadosdentro de la cual cobra su sentido. La operacin de desvelar esaestructura se encuentra ante el problema de que slo puede ser recupe-rada desde el momento presente, con todo lo que ello implica de pro-yeccin sobre ella de las preconcepciones o prejuicios culturales denuestra propia situacin histrica. Resulta as que, contrariamente a loque sostiene Ricoeur para quien la apropiacin supone, en definitiva,la recuperacin de un significado ya producido8, para Gadamer es lamisma apropiacin la que genera el significado o el sentido; en laconversacin entre presente y pasado surge una nueva dimensin nopresente entre ninguna de las partes del mismo cuando la tradicinvuelve a hablar, emerge algo que es desde entonces, y que antes no era(1965: 437-438).

    Parece obvio que, por la misma naturaleza de este proceso de com-prensin y en esto coincidira con Derrida, la interpretacin estllamada siempre a ser abierta. No hay interpretaciones definitivas; la

    8 Vase su artculo Apropiation, en ibid., 1981.

    164

  • El pensamiento en la historia: aspectos metodolgicos

    comprensin es un proceso esencialmente inabarcable: el hombre nopuede atrapar conceptualmente, en la finitud de su capacidad racional,la totalidad de lo comprensible. Adems, si no hay criterios ahistricosni certezas apoyadas en mtodos formalizados que nos ofrezcan inter-pretaciones fiables, y si, a la vez, como de hecho ocurre, nos encontra-mos ante una multiplicidad de interpretaciones muchas veces contra-dictorias y equvocas, cmo podemos tener la certeza de que aquelloque creemos comprender puede ser efectivamente sustentado en razo-nes? Desde luego, Gadamer se distancia de una visin de la interpreta-cin como techn y se refugia en la idea, ciertamente aristotlica, deque slo el recurso a una moral prudencial, a la phronesis, puederesolver nuestras posibilidades de comprensin contradictorias, ponde-rando en cada momento las fuentes histricas de nuestra auto-comprensin y las necesidades del presente (vanse 295 y ss.)- Perotambin, y aqu se hace bien perceptible su aspecto moral, presuponela permanente incorporacin del otro, en un dilogo no mediado porconstreimientos ni reglas tcnicas, siempre predispuesto al entendi-miento. Pero la ambigedad sigue ah. Todas las referencias a supues-tas verdades reconducibles a la totalidad del Ser del hombre tienen laventaja de abrirnos a una visin de la comprensin como acto genera-dor de sentido. Y, acertadamente, apunta al hecho de que ese sentidono nos puede ser imbuido por la pura inteleccin pretendidamenteobjetivista del anlisis cientfico. De otro lado, su visin del lenguajecomo acontecimiento de la tradicin impedira, como bien ha obser-vado Habermas, la posibilidad de adoptar un distanciamiento crticofrente a la realidad, con lo cual su teora es fcil presa para cualquierimputacin de conservadurismo. No hay, en efecto, cabida para unaconsideracin de las distorsiones sociales introducidas en la comunica-cin, que aqu se conciben como meras faltas de comprensin lingstica;no como el producto del poder, la manipulacin u otras mediacionessociales y econmicas9.

    Aun as, uno de los aspectos ms interesantes del enfoque metodo-lgico gadameriano puede que resida, a la postre, en la especial consi-deracin de que dota a la repercusin que los textos del pasado hantenido sobre pocas posteriores; en la necesidad de proyectar surelevancia al papel que han jugado en nuestra historia intelectual comoun todo. Por tanto, nuestro inters por un determinado texto clsicodel pasado deriva no ya slo de su significado dentro de un determina-do contexto claramente delimitado, sino ante todo de su efecto dentrode una Rezeptionsgeschichte. Comprenderlo presupone, pues, tam-bin el incorporar al estudio el anlisis de esta repercusin, la con-ciencia de su memoria histrica, su Wirkungsgeschichte o historiaefectual, que lgicamente forma parte del sentido que tiene para noso-tros hoy. Y, a este respecto, es importante tener en cuenta las

    9 Para una visin general de este debate entre Habermas y Gadamer es

    particularmente til el trabajo de M. Jay (1988).

    165

  • Fernando Vallespn

    implicaciones que ello tiene cara a evaluar el papel de la mediacinsubjetiva, el lugar del autor. Skinner, a pesar de no creer en losclsicos, no tiene ms remedio que atribuir un papel decisivo al autor,ya que, dentro de las convenciones del discurso de una determinadapoca, lo imagina realizando una importante labor de manipulacindel lenguaje con el fin de lograr determinados objetivos o intenciones.Esto est menos claro en Pocock, pues su nfasis sobre la evolucin,expansin y ruptura de los marcos paradigmticos a lo largo de ampliosperodos de tiempo parece oscurecer, ms que resaltar, la labor creativaindividual y subraya, por el contrario, la mayor objetividad del tipo dediscurso en el que se engloban10. En Gadamer, y esto le aproximatambin a Derrida, nos encontramos ya con un absoluto desdn por lapresencia del autor. Este desaparece detrs de la comunicacinintersubjetiva que su texto ha contribuido a desarrollar. Como diraDerrida, sus significados se esparcen y son recogidos aqu y all en esapermanente comunicacin que somos. Esto presupone tambin, y esimportante tenerlo en cuenta, que aunque para Gadamer y en estocoincide con Wittgenstein el lenguaje incorpora tambin una serie dejuegos o prcticas cuyas reglas slo pueden ser conocidas por laexperiencia, por su inmersin en una realidad dada, esto no tiene porqu significar que no sea posible la continua traducibilidad de unos aotros.

    5. EL ENFOQUE DECONSTRUCCIONISTA DE J. DERRIDAComo acabamos de ver, por sus mismas premisas metodolgicas, y a

    pesar de su indudable relevancia filosfica, la obra de Gadamer no sepresta precisamente a servir de base a un disciplinamiento hermenutico.Esta situacin se va a hacer ya, sin embargo, autnticamente desespe-rante en la teora de J. Derrida, admirado y denostado por igual, perocuyos presupuestos interpretativos no pueden ignorarse en una discu-sin como la que aqu estamos presentando. Aplicada en un principio ala crtica literaria, sera vano no reconocer su creciente influjo sobrelos estudios de la ms reciente historia intelectual. Lo que no se nosescapa, desde luego, son las implicaciones que muchas de sus premisastericas tienen para la labor interpretativa en general. En lo que sigue

    10 Esta evaluacin obedece ms a las consecuencias implcitas de su teora que a lo

    que el mismo Pocock estara dispuesto a reconocer. Aunque, y en esto coincidira conSkinner, ve al autor habitando un universo de langues que dotan de significado a lasparoles que en ellos realiza, de ningn modo habra que colegir de esto que el autorse reduce a un mero portavoz de su propio lenguaje. Y en este mismo texto seala:cuanto ms complejo, incluso cuanto ms contradictorio, es el contexto lingsticoen el que est situado, tanto ms ricos y ms ambivalentes sern los actos del hablaque sea capaz de realizar, y tanto mayor ser la posibilidad de que estos actos acten(perform) sobre el mismo contexto e introduz.can cambios y transformaciones en l(1985: 5).

    166

  • El pensamiento en la historia: aspectos metodolgicos

    nos limitaremos, pues, a una presentacin de la misma, donde son susefectos los que, por as decir, iluminan y desbrozan la seleccin de lospresupuestos tericos derridianos que esta apresurada sntesis nos obli-ga a destacar.

    Aun a riesgo de caer en una simplificacin excesiva, hemos optadopor penetrar en el corazn de esta teora resaltando la significacin detres conceptos centrales de la misma, que se corresponden tambin contres palabras: deconstruccin, texto o, si se prefiere, criture y dife-rencia. Estas tres ideas estn ntimamente relacionadas; unas remiten aotras, y no parece que sea posible algo as como una presentacinanaltica de las mismas; entre otras razones, porque Derrida nos ofrecede todo menos una filosofa sistemtica. Empezaremos por la primerade ellas: deconstruccin. Este trmino ha pasado a adquirir ya unindudable valor emblemtico y, muy a pesar de su creador, ha servidopara bautizar a este enfoque como un todo. Puede decirse que persigueel mismo fin que la destruccin de la metafsica de Heidegger: re-construirla o superarla (Aufhebung, berwindung) sin caer en susimplicaciones extrasensoriales y atemporales, y poniendo al descubier-to sus supuestas falacias y contradicciones. Es un empeo que, sinembargo, se limita a eso: a des-montar y des-hacer, desentendindosede ulteriores internos re-constructivos o res-tauradores. Deconstruir undiscurso consistira entonces en una labor dirigida a disolver su su-puesto orden de sentido, a mostrar cmo el mismo texto socava lossignificados pretendidos, las oposiciones jerrquicas sobre las que sesustenta. Esto se hace identificando en el texto las operaciones retri-cas que generan el supuesto fundamento de la argumentacin, su con-cepto o premisa terica bsica. Pero, a la vez, enfrentndose a lapotencialidad inmanente a sus mismos recursos textuales y contextales,que se escapan a toda delimitacin del significado a partir de criteriostales como la intencin del autor, las convenciones lingsticas queoperan en el campo de una determinada prctica social o la mismapercepcin subjetiva del lector. Como dice el mismo Derrida, deconstruirla filosofa consiste en abrirse paso por la estructura genealgica de susconceptos del modo ms escrupuloso e inmanente, pero al mismo tiem-po en determinar, desde una cierta perspectiva externa, que no puedenombrar o describir lo que su historia puede haber encubierto o exclui-do (1972: 15). Ms que de un mtodo se trata, pues, de una es-trategia tanto intra como intertextual de aproximacin a lostextos.

    Dejemos aqu ahora provisionalmente esta idea para luego volversobre ella. Por texto se quiere hacer referencia a la inversin queDerrida hace de la visin del lenguaje phonocntrica esto es, quedota de prioridad al habla, la phone sobre el lenguaje escrito, comode hecho ocurre no ya slo en la tradicin metafsica a la que se quiereoponer este autor la as llamada metafsica de la presencia, sinoen las otras dos teoras que aqu hemos analizado, tanto en las de laNueva Historia montada a partir de una teora de los actos del ha-

    167

  • Femando Vallespn

    bla como en la de Gadamer, con su nfasis sobre la Sprachlichkeitcomo la manifestacin superior del lenguaje. El paso del fonema algrafema lo har Derrida, sobre todo, alterando algunos de los supues-tos bsicos de Saussure. Aqu merece la pena detenerse un poco, yaque es a partir de su interpretacin de la obra de este autor donderecobraremos el concepto de deconstruccin y presentaremos el dediferencia.

    Como es bien conocido, segn Saussure, el lenguaje no es ms queun sistema de signos, en el que los sonidos forman parte de l en tantoque sirven para expresar o comunicar ideas. La cuestin central resideentonces en buscar cules son los ingredientes bsicos de la naturalezadel signo, sus reglas fijas, lo que le dota de identidad y le permitefuncionar como tal. La conclusin a la que llega no es otra que elreconocimiento de su carcter arbitrario y convencional, as como elque cada uno de ellos no se define respecto de los dems mediantepropiedades esenciales, sino a travs de sus diferencias. En consecuen-cia, un lenguaje habra que definirlo como un sistema de diferen-cias". Una lengua se puede descomponer as en una ilimitada gama designos lingsticos, pero lo que la conforma como estructura y la con-vierte en sistema lingstico es el mantenimiento de reglas fijas y lasdiferencias entre esos pares opuestos, de forma que, por ejemplo, en ladistincin entre significante/significado, a cada significante se le atri-buya un nico significado, que es lo que permite la diferenciacin entrelos signos, as como su recombinacin.

    La labor de Derrida va a consistir, precisamente, en adaptar todoeste esquema conceptual, pero con la clara intencin de subvertirlo. EnDe la gramatologa nos ofrece una argumentacin ciertamente admi-rable, por cierto de las aporas en que incurre Saussure a la hora deconcebir la escritura como mera representacin del habla, cuando enrealidad todo el sistema lingstico, que se vincula a las ideas de fijeza,de permanencia y duracin, anticipa en cierto modo esta prioridad dela escritura12.

    Si "escritura" significa inscripcin y ante todo institucin durablede un signo (y ste es el nico ncleo irreductible del concepto deescritura), la escritura en general cubre todo el campo de los

    " Esto nos lleva a las clsicas distinciones del estructuralismo y la semitica: de unlado, las diferencias entre langue o lenguaje como sistema de diferencias que no se venafectadas por los hablantes, y parole o el habla que hace posible dicho sistema y s sesomete a la soberana de los hablantes (el aspecto ejecutivo del lenguaje); lasdiferencias entre el estudio de un lenguaje tal y como se presenta en un momentodado, su descripcin no histrica (aspecto sincrnico), y el estudio del lenguajefijndose en la correlacin de sus elementos a lo largo de distintos perodos histricos(diacrnico); las diferencias dentro del sistema de signos, esto es, las relacionessintagmticas y paradigmticas; y, por ltimo, entre los dos elementos constituyentesdel signo, el significante y el significado.

    1! A decir de Saussure, lengua y escritura son dos sistemas de signos distintos:

    la nica razn del ser del segundo es la de representar al primero (cfr. en Derrida,1971: 41).

    168

  • El pensamiento en la historia: aspectos metodolgicos

    signos lingsticos. En este campo puede aparecer luego una cier-ta especie de significantes instituidos, "grficos" en el sentidolimitado y derivativo de la palabra, regulados por una cierta rela-cin con otros significantes instituidos, por lo tanto "escritos"aun cuando sean fnicos. La idea de institucin vale decir de loarbitrario del signo - es impensable antes de la posibilidad de laescritura y fuera de su horizonte- (1971: 58; nfasis nuestro).

    Derrida no va a romper con el concepto de estructura saussuriano,pero s discute el que se articule en un sistema abarcable, delimitabletericamente en una taxonoma; propone una reconceptualizacinde la estructura que la muestre como un sistema abierto, susceptible deaceptar un nmero ilimitado de transformaciones; aboga por renunciara su control, al dominio formal de eso que Derrida conoce como eltexto general. De lo que se trata, en suma, es de fomentar la entropa.Y qu mejor forma de hacerlo que negando el nexo entre significante ysignificado? El significante no se va a ver ya sometido a su dependenciarespecto de un significado, sino que apunta a otros significantes; espreciso abandonar la idea de que hay un significado trascendentalque aloje de una vez por todas el sentido y la significacin. Comoreconoce el mismo Derrida, esto equivale a destruir el concepto designo y toda su lgica (1971: 12). Uno de los medios de que se valepara llevar a cabo este fin va a ser, precisamente, y como decamosantes, su nfasis sobre el lenguaje escrito. En la escritura se dara unamejor ilustracin de la diferencia. No slo en el sentido, que ya habaobservado Saussure, de que cualquier letra puede escribirse de diferen-tes formas; lo que importa, a la postre, es que sea distinta a todas lasdems (vase Saussure, 1980: 199-203); sino por su mayor capacidadpara dejar rastros; por su carcter diferido todo grafema es deesencia testamentaria (1971: 89). Esta es la nocin bsica que subyacea su concepto de diferencia o diffrance (vase 1989: 37-62) con a, envez de la e que le corresponde ortogrficamente, que incorpora tantoel sentido de diferencia o diferenciar como el de diferir. Lo quese busca con ello es atacar la idea del habla con su implcita simultaneidadde forma y significado, pero tambin como la ms pura expresin deuna estructura de reflexin que se dirige sobre s misma nosis noseos(el pensarse a s mismo del pensar, en Aristteles). En la versin deHusserl que es la que Derrida ms a fondo estudia se encarnara ensu concepcin de la conciencia como espontaneidad interna que tomaconsciencia de s, y halla su correlato casi ideal en la voz, en el lenguajehablado. Como bien ha observado Habermas, en la obra de Derrida seproduce, en efecto, una reversin del fundamentalismo husserliano(1985: 206).

    Sintetizando, podemos decir entonces que, para Derrida, no es lasemiologa como ciencia de los signos, sino la gramatologa o cienciade la escritura, lo que constituye el marco ms amplio dentro del cualdeba ser desarrollada la ciencia del lenguaje. Pero que esta ltima a lo

    169

  • Fernando Vallespin

    ms que puede aspirar, en todo caso, es a sembrar rastros. La escritu-ra no puede seguir entendindose como signos que representan algo,sino como rastros que remiten a algo que no est estticamente presen-te y, a su vez, siguen revirtiendo sobre una urdimbre de remisiones.Diferencia como polisemia y rastro, pero tambin como diseminacin.Un texto diseminado sera algo as como un texto que no puede serabarcado desde lo que la hermenutica tradicional llamaba su horizon-te de sentido, ni desde una perspectiva global; es un texto en el queacontece eso que Derrida denomina, siguiendo a Mallarm, el pliegue(pli) del texto sobre s mismo (vase La doble sesin, en 1975: 263-428). Y esto, a su vez, remite al concepto de indccibilidad: no hayningn criterio en el que apoyarse para delimitar la identidad delsignificado de una expresin.

    De lo anterior se puede colegir que de lo que se trata, en esencia, enel proyecto de Derrida es de captar la estructura interna de los textos yde ver su interrelacin con otros textos. Pero siempre con la intencinde renunciar a la interpretacin de su supuesto sentido. La decons-truccin debe operar necesariamente desde dentro, servirse de todoslos medios subversivos, estratgicos y econmicos de la antigua estruc-tura, valerse estructuralmente de ella (1971: 18), para al final si esque hay un final liberarla de su pretensin de verdad. El objetivo noes, pues, la comprensin en el sentido de una fusin de horizontes a loGadamer, ni, desde luego, el rastreo de su significado en las convencio-nes del habla de una determinada poca. Reside en la actividad dedesentraar las diferencias que luego no se pueden volver a reconducira una unidad.

    6. IMPLICACIONES DE LA ADOPCIN DE LAS DISTINTASESTRATEGIAS METODOLGICAS: DE LA INTERPRETACINDE LA POLTICA A LA POLTICA DE LA INTERPRETACIN

    A continuacin pasamos a abordar el ltimo punto al que nos refe-ramos arriba: la cuestin en torno a la posible relevancia de estosenfoques para el anlisis concreto de la teora poltica, as como susimplicaciones. Si aqu se subraya esto de teora poltica, se hace desdela conviccin de que la reflexin sobre la poltica como tal tiene pecu-liaridades propias que la distinguen de otros objetos de la produccinintelectual. El terico poltico (no el historiador de las ideas en senti-do estricto) debe tener en cuenta no ya slo una visin de la polticaque se consuma en el estudio de su objeto (las obras de los clsicos delpensamiento poltico, la historia de los conceptos polticos, etc.), sinotambin una concepcin de la misma como actividad, que necesaria-mente debe acoger tambin las consecuencias derivadas de adoptaruna determinada estrategia metodolgica. Alude a una exigencia porinquirir sobre las consecuencias tico-polticas implcitas en dichasestrategias. O, lo que es lo mismo, que una cosa es la interpretacin de

    170

  • El pensamiento en la historia: aspectos metodolgicos

    la poltica y otra distinta la poltica de la interpretacin; es decir, lasrepercusiones polticas derivadas de optar por un determinado enfoquemetodolgico.

    La primera cuestin que habra que abordar a este respecto es si,efectivamente, est justificado ese inters casi obsesivo y excluyemepor el lenguaje que nos muestran los enfoques hasta aqu analizados.Como dijera Epicteto, no son los hechos los que estremecen a loshombres, sino las palabras sobre los hechos (cfr. en Koselleck, 1979:107). Es una forma muy grfica y hasta bella para referirse alpoder del lenguaje para conformar la realidad. Los hechos se objetivizanal ser nombrados; de eso no cabe la menor duda. Pero igual de obvioparece pensar que aquello que se articula en un cuerpo lingstico-expresivo no puede explicarse del todo, no se puede comprender, comoya apuntaba Otto Brunner, si no se conecta a un determinado marcopoltico, social y econmico. Esto es vlido para explicar cualquier tipode produccin intelectual. Pero en el mbito de las teoras polticasresulta inevitable preguntarse por el papel que juegan en el manteni-miento, reproduccin o ruptura respecto a un determinado modo dedominacin, del ejercicio del poder o, ms simplemente, de la confor-macin de una determinada constelacin de intereses; por su funcincomo mecanismo encubridor de intereses o, por el contrario, emanci-pador o liberador respecto de tales discursos. El mundo de la argumen-tacin poltica ha constituido y constituye el mbito natural de laocultacin y tambin de la denuncia de las relaciones de poder y desus formas. Por seguir con el ejemplo de Epicteto, esto supondraplantearse cuestiones tales como: cul es la naturaleza de esos hechosa que se refiere?; por qu se describen de tal modo que provocan elestremecimiento de los hombres?; era sa la intencin o, por el con-trario, los hechos eran en verdad estremecedores? Y podramos prose-guir las preguntas. Tantas, y ste es un punto decisivo, cuantas nossugiera el conocimiento del contexto histrico-poltico-social en el quese desenvuelven, pero tambin el del discurso o convenciones polticasde la poca. Pretender vincular la historia del discurso poltico a lahistoria social, que es lo que con esto se pretende sugerir, no implica,sin embargo, que ambos estudios deban ser excluyentes, sino comple-mentarios; que cada uno de ellos se apoye en el anterior para as, desdesu sntesis que siempre ser provisional, poder acceder a un marcode explicacin ms amplio. El problema estriba, sin embargo, como sehan encargado de resaltar estas teoras que hemos venido presentando,en que carecemos de un instrumental capaz de atrapar esa supuestarealidad ms profunda que no sea el lenguaje mismo. Ya se presentebajo forma documental o amparado en formulaciones discursivas mscomplejas, hay siempre un punto cero, una infraestructura, que es deurdimbre lingstica. No hay una realidad que pueda ser representa-da y respecto de la cual el lenguaje funcione como un espejo; ellenguaje es ya la realidad ltima no hay fuera-del-texto (hors-du-texte) (Derrida, 1971: 202).

    171

  • Fernando Vallespn

    Qu ha quedado entonces del concepto tradicional de ideologa?Como es conocido, el presupuesto bsico sobre el que se sustentaba al menos en su versin marxista era la existencia de una realidadms profunda que la que en cada caso era objetivada. Ello se derivabade la previa distincin entre conciencia y base material, que permitavalerse de un rasero frente al cual medir las distorsiones introducidaspor los distintos lenguajes y, en ltimo trmino, desvelar los intere-ses que a travs de ellos se encubran. Consegua satisfacer as dosfunciones distintas: una explicativa y otra crtica. Desde luego, estalabor de demarcacin entre realidad y apariencia, que nunca estuvoausente del horizonte de toda la filosofa en general, conform ya demodo pleno todo el proyecto ilustrado. Pero, como ya dijramos en uncomienzo, sta es precisamente la perspectiva que se nos va cerrandoms y ms a medida que se diluyen los presupuestos de la filosofamoderna. Por volver a las teoras de las que nos venimos ocupando,aquella que sigue ms dependiente de muchos de los presupuestos deldiscurso ilustrado es, sin duda, la skinneriana. Y no deja de seresclarecedor que utilice una versin dbil del concepto de ideologa,que contrariamente a su versin marxista se reduce a la idea deracionalizaciones subjetivas de acciones intencionales. Para Skinner,est claro que la mayora de los textos polticos fueron escritos bajo lainfluencia de la poltica prctica y pertenecen a distintas tradicionesdel discurso poltico; del mismo modo que, como bien seala J. Tully,hay en l una visin de la poltica dirigida a subrayar el factor conflictual,la permanente argumentacin a favor o en contra de determinadosintereses, la guerra y la batalla (1988: 23-24). Lo curioso, y de ah lanovedad del enfoque, es que la necesaria contextualizacin, aquelloque permite adivinar o. definir el funcionamiento ideolgico de cadadiscurso, no baja a su supuesta base material, sino que se limita alestudio de otros textos. No hay, pues, ms contexto que otros tex-tos13, si bien stos, en contra del enfoque derridiano, se percibenfundamentalmente como actos".

    Ms ambicioso ya es el enfoque que aqu no hemos tratado delgrupo alemn de la Begriffsgeschichte, liderado en un principio por OttoBrunner y Werner Konze, pero bajo la permanente supervisin deReinhard Koselleck (1972). Y la ambicin no reside slo en la difcilpretensin de realizar un amplsimo diccionario de trminos histrico-polticos15. Obedece ms bien a los propios presupuestos metodolgicos

    13 En su puesta en prctica de estos presupuestos metodolgicos, Skinner no

    puede evitar traicionarlos de cuando en cuando. Un buen ejemplo de ello es sumonumental Los fundamentos del pensamiento poltico moderno.

    14 Si bien Derrida no entra nunca en un debate directo con Skinner, consideramos

    que es perfectamente legtimo extrapolar sobre su obra algunas de las crticas queDerrida dirige a la teora de los actos del habla de Austin y Searl en su discusin coneste ltimo (vanse Derrida, 1977; Searl, 1977).

    15 El resultado es realmente espectacular: seis extenssimos volmenes cargados de

    erudicin, el ltimo de los cuales apareci en 1990, que se han convertido ya no sloen una obra de referencia fundamental, sino, en el caso de muchos artculos, enautnticas monografas especializadas.

    172

  • El pensamiento en la historia: aspeaos metodolgicos

    que informan la obra: compaginar un estudio lingstico de los concep-tos con una perspectiva de historia social. De lo que se trata, en defini-tiva, es de ver la evolucin de los mismos, su aspecto diacrnico, a laluz de un enfoque de lingstica estructural inspirado en Saussure, queno renuncia a contrastar el concepto con la cosa. La premisa central, adecir de Koselleck, estriba en presuponer que la historia se posa endeterminados conceptos y slo llega a convertirse en historia segn seaconceptualizada cada vez (1972: xxiii); se afirma as la existencia deuna convergencia discontinua entre concepto e historia. Todo conceptose encontrara en la interseccin producida por los distintos procesosde cambio entre significante y significado, entre las transformacionesde la situacin objetiva y la tensin por crear nuevos trminos. Enltima instancia, el objetivo no sera la elaboracin de una nuevarealidad objetiva a partir de fuentes lingsticas preexistentes; ni tam-poco el restringirse al anlisis de los discursos o las ideas de autorespasados a espaldas de la experiencia que les subyace. La comprensinlingstica apunta (...) hacia procesos que estn ms all del movimien-to lingstico, pero que slo pueden ser suficientemente reconstruidosy comprendidos cuando se tematiza la misma transformacin de losconceptos (1972: xiv). O, lo que es lo mismo, no es posible una historiaconceptual si no es desde una perspectiva lingstica capaz de satisfa-cer la dimensin diacrnica; pero, a la vez, sta es incapaz de darcuenta de la realidad en s misma si no es amparndose en una historiasocial: en su permanente enfrentamiento con la cosa.

    Ninguna de las teoras que hemos presentado aqu mencionan estadimensin, que es central en el estudio de las ideas polticas. Su mayormrito quizs resida en esta llamada de atencin sobre los lmites delanlisis textualista tradicional, as como en la desconfianza hacia todointento de comprensin que implcita o explcitamente se apoye en unafilosofa de la historia; pero, ante todo, en la importancia de aplicar unenfoque metodolgico riguroso, aunque, en el caso de la teora derridiana,sirva slo a la postre para socavarlo. Todas ellas, a pesar de su relativismo,o precisamente por l, contribuyen as a afianzar el proceso de ilustra-cin de la Ilustracin que caracteriza a la actividad intelectual denuestros das. Como ha dicho Habermas, la modernidad est a labsqueda de las huellas de una escritura, que ya no descubre, como ellibro de la naturaleza o el Libro Sagrado, la totalidad de una relacinde sentido (1985: 195). Todos los autores de que nos hemos ocupadoy hay muchos otros que podamos haber incorporado tambin anuestro anlisis nos muestran, de un lado, cuan ardua es esta bs-queda; pero, de otro tambin, que no podemos dejar de emprenderla.Algunos de ellos la Nueva Historia y Gadamer consideran que sibien no nos es posible recomponer el texto en su unidad, que segura-mente nunca la tuvo, al menos s nos es dado conocer algunas de suspartes, por muy deshilvanadas y fragmentarias que sean. Ms complejoes ya el caso de Derrida, donde es esta bsqueda precisamente lo quepara l carece de sentido.

    173

  • Femando Vallesprt

    Desde luego y sta es la segunda cuestin que brevemente desea-ramos abordar, el problema parece que habra que centrarlo en unareflexin sobre la potencialidad del lenguaje mismo para, a partir desus mismos recursos, ofrecer un horizonte de sentido y, sobre todo,para sustentar un anlisis crtico capaz de constituir un criterio deevaluacin de la realidad. Renunciar a esta ltima empresa, comoimplcitamente hacen tanto Gadamer como Derrida, ya sea en nombrede una ontologizacin del lenguaje el lenguaje como la morada delSer heideggeriana o de la esencial indecibilidad y multiplicidad desentidos que el autor francs otorga a la escritura, puede revertir a lapostre en una visin del mismo capaz de ocupar el lugar dejado vacantepor Dios o la Idea algo misterioso, imposible de ser descrito en losmismos trminos en que describimos mesas, rboles o tomos (Rorty,1991: 4)'6. Se trata, sin duda, de una exageracin, pero no podemosdejar de soslayar una de las cuestiones de fondo que implcitamentesuscita el examen de estas teoras: hasta qu punto es posible escapar-se a los presupuestos metafsicos de la filosofa occidental? Comobien dice Barbara Herrnstein Smith, la metafsica del pensamientooccidental es pensamiento, toda ella, de la raz a las ramas, en cual-quier lugar y siempre, y a medida que la envoltura y el fundamentocambian de lugar, el deshilvanamiento de la metafsica occidental vatejiendo otra metafsica occidental17.

    Es obvio que Gadamer y Derrida no pueden colocarse en el mismocarro a pesar de algunos puntos en comn y de la mutua admiracinque se profesan. Buena muestra de ello es el resultado de la confron-tacin terica que mantuvieron en un encuentro en Pars (vasePh. Foret, 1984). All el punto central de la discusin acab versandosobre el potencial comunicativo del lenguaje y sus presupuestos norma-tivos. Como es fcil imaginar por lo ya dicho, Gadamer centr suintervencin argumentando a favor de la inescapable esencia comu-nicativa de todo acto de comprensin, la naturaleza intersubjetiva dellenguaje, su calidad de puente, que contrasta radicalmente con la visinderridiana, donde el lenguaje aparecera ms bien como barrera para lacomprensin.'Texto, para Gadamer, es un concepto semntico ohermenutico, y no el resultado de reglas gramaticales o sintcticas. Enesto no se distinguira de la comunicacin oral, ya que ambas presu-ponen la "buena fe" de los participantes para alcanzar una compren-sin recproca. De hecho, la buena fe est ya implcita cuando quieraque se busque la comprensin comunicativa (1984a: 35); constituye lapremisa normativa de toda comunicacin, aun en supuestos de com-prensin distorsionada. La intervencin de Derrida amparndose enla hermenutica de la sospecha de Nietzsche fue dirigida, precisa-mente, a resaltar sus ya conocidos argumentos a favor de la indecibilidad,

    16 Rorty. de quien nos hemos valido para enunciar esta idea, slo la suscribe para

    referirse al ltimo Heidegger.17

    Contingencies of Valu, Cambridge: Harvard Univ. Press; cfr. en Rorty (1991:128).

    174

  • El pensamiento en la historia: aspectos metodolgicas

    la polisemia y la ruptura. Pero, como luego le reprochara Gadamer,esto equivala a caer en la contradiccin performativa. Derrida dealgn modo tuvo que aportar razones que justificaran su propiaposicin. Y a partir de ese momento someta, lo quisiera o no, supretensin de validez a la prueba de la intersubjetividad. Son ya bas-tantes conocidos a este respecto los argumentos, que compartimos,aportados por Apel y Habermas18. No viene al caso reproducirlos aqu;nos bastar a estos efectos con recurrir a una de las frases que a esterespecto le dirigi el anciano Gadamer a Derrida, y que qued sinrespuesta: quien abre la boca desea ser comprendido, si no no habla-ra ni escribira. Y sigue: Derrida me dirige cuestiones y con ello debepresuponer que estoy dispuesto (o debo tener la buena fe) de compren-derlas (1984>: 59).

    Entremos ya ms detenidamente en eso que arriba calificbamoscomo la poltica de la interpretacin. No es posible negar que la obrade Derrida tiene una importante dimensin poltica, y que comosubraya Rorty puede verse ofreciendo armas con las que subvertir el"conocimiento institucionalizado" y, as, las instituciones sociales (1991:120). Es evidente que el mayor nfasis de la prctica terica derridianava dirigido a atacar la filosofa de la identidad con sus pretensiones deexcluir las diferencias; aquello que Adorno llamaba lo no-idntico.Ello revierte en una denuncia ms o menos explcita de las prcticasacadmicas convencionales, con su pretensin por afirmarse a partirde una metodologa pulida y elaborada, que no sera ms que unaforma de control dirigida a delimitar lo que haya de entenderse porconocimiento. Los textos se perciben as como los lugares donde selibran fieras batallas entre distintas interpretaciones que aspiran a lavictoria, a imponerse sobre las dems y desterrarlas. Su objetivo expl-cito al negarse a participar en esta lucha se plasma en su denuncia delconocimiento al modo foucaultiano como una forma de domina-cin. Pero, por el mero hecho de denunciarlo, lo que est haciendotambin es abrir la posibilidad de luchar contra esta forma de domina-cin. Traducido a otros trminos, y desde la perspectiva que nos intere-sa: la historia es un objeto del que nos servimos para poseerlo, domi-narlo, disciplinarlo y someterlo a nuestras preconcepciones tericas.Lo violentamos as de modo ilegtimo, ya que impedimos que aflore loheterogneo, lo soterrado, el mundo de la experiencia, lo distinto que

    18 Es, sin duda, Habermas quien ha aportado las mejores razones para argumentar

    el porqu estamos condenados a la comprensin intersubjetiva (Apel, 1976, I: 60).El presupuesto del que parte, por ponerlo en una sntesis de urgencia, se apoya en lacompetencia comunicativa ofrecida por el lenguaje.

  • Fernando Vatlespn

    est ah a la espera de ser recuperado. Las consecuencias de esta crticaal academicismo hermenutico no se han hecho esperar, y en muchoslugares han dado lugar a una autntica anarco-hermenutica dirigida areinterpretar sin criterios metodolgicos claros, ya que esto equivalea participar del discurso del poder el papel de la mujer o las mino-ras, pero tambin el del cotnic, los grafities o los panfletos, en lahistoria intelectual. Frente a la historia elitista convencional surgenas multitud de historias alternativas. La interpretacin de la historiay esto no es nuevo deviene, pues, en una forma de lucha polticaalternativa con un halo emancipatorio.

    El problema, una vez ms, estriba en que desde sus mismas premisastericas sa no sera sino una lectura ms entre otras posibles de supropia obra. A sus textos les espera el mismo destino que a cualesquieraotros: la negacin de un significado ltimo, la supresin y suspensinde toda certidumbre. A este respecto parece relevante referirse, porltimo, a una breve pero certera crtica de Skinner a Derrida. El autoringls comienza reconociendo cmo, efectivamente, es muy posibleque nunca logremos alcanzar la certeza respecto de nuestras interpre-taciones. Ahora bien, si insistimos, como hace Derrida, en una talidentificacin entre establecer que algo es el caso y la posibilidad dedemostrarlo "con seguridad", entonces hay que admitir que nunca po-demos aspirar a definir las intenciones con las que un texto puedehaber sido escrito. Pero igualmente resulta que nunca podremos espe-rar demostrar que la vida no es un sueo (1988/": 280). Desde luego,Descartes est enterrado y bien enterrado, pero eso nos exime acasode la necesidad de aportar razones a la hora de, por ejemplo, tener queatribuir la culpabilidad por un delito, o tener que enjuiciar la prcticapoltica? El nuevo relativismo tiene la indudable virtud de haber sabidosituarnos ante los lmites de la racionalidad; no ha conseguido, sinembargo, librarnos de nuestras responsabilidades pblicas. Muy proba-blemente haya conseguido domar nuestro etnocentrismo ilustrado ynos haya acercado as a apreciar con nueva luz otras culturas o formasde vida (al otro, las diferencias); pero no nos exime de la decisin.Y ninguna teora poltica puede permanecer insensible ante todas estascuestiones.

    Si he trado este ltimo tema a colacin lo he hecho con el nimo deenfatizar la importancia de la interpretacin en el mundo de las cien-cias sociales. Llevaba razn A. Giddens (1984: 284) cuando deca queen las ciencias sociales funciona el principio de la doble hermenutica:que los tericos sociales deben ofrecer interpretaciones con sentido delo que ya tiene sentido; pero que estas interpretaciones, a su vez,revierten sobre la comprensin que los actores sociales tienen de supropia realidad social.

    Es preciso tener presente que las interpretaciones que hacemos delpasado conforman tambin la realidad de hoy. Esta es nuestra respon-sabilidad y nuestro reto.

    176

  • El pensamiento en la historia: aspectos metodolgicos

    BIBLIOGRAFA CITADAAPEL, K. O. (1976): Transformation der Philosophie, 2 vols., Frankfurt: Suhrkamp.AUSTIN, J. L. (1962): How lo do Things With Words, ed. de J. O. Urmson y M. Sbis,

    Cambridge, Ma.: Harvard University Press.COLLINCWOOD, R. G. (1969): An Essay on Metaphysics, Oxford: Clarendon Press. (1970): An Autobiography, Oxford University Press. (1973): The Idea of History, Oxford Universily Press.DF.RRIDA, Jacques (1971): De la gramatologa, Buenos Aires/Madrid: Siglos XXI. Trad.

    espaola de la francesa editada en Pars: Minuit, 1967. (1972): Positions, Pars: Ed. du Minuit. Trad. espaola en Valencia: Pre-textos,

    1977. (1975): La diseminacin, Caracas: Ed. Fundamentos. Trad. espaola de La

    dissemination, Pars: Ed. du Seuil. (1977): Signature Event Context, en Glyph, 1, pp. 172-197. (1984): Guter Wille zur Macht (I y II), en Ph. Forget (ed.). (1989): Mrgenes de la filosofa, Madrid: Ctedra. Trad. espaola de Carmen Gonzlez

    Marn a la ed. francesa en Pars: Minuit, 1972.FORGET, Philippe (ed.) (1984): Text und Interpretation, Munich: Fink.FRASER, Nancy (1984): The French Derrideans: Politicizing Dcconstruction or

    Deconstructing the Political, New Germn Critique, 33.GADAMER, Hans Georg (1965): Wahrheil und Methode, Tubinga: J. C. Mohr (2.a ed., que

    revisa la Introduccin de la 1 .a, de 1960, e incluye un nuevo apndice, Hermeneutikund Historismus). Hay traduccin espaola en Salamanca: Ed. Sigeme. 1977.

    (1984): Text und Interpretation, en Ph. Forget (ed.). (1984b): Und dennoch: Macht des guten Willens, en Ph. Forget (ed.).GIDDENS, A. (1984): The Constitution of Society, Cambridge/Oxford: Polity Press.HABERMAS, Jrgen (1981): Theorie des kommunikativen Handelns, Frankfurt: Suhrkamp. (1985): Der philosophische Diskurs der Moderne, Frankfurt: Suhrkamp. (1988): Nachmetaphysisches Denken, Frankfurt: Suhrkamp.HEIDEGGER, Martin (\95\): Kant und das Problem der Metaphysik, Frankfurt: Klostermann. (1957): Sein und Zeit, Tubinga: Max Niemeyer. (1959): Unterwegs zur Sprache, Pfullingen: Neske.JAY, Martin (1988): Should Intellectua) History Take a Linguistic Turn? Reflections

    on the Habermas-Gadamer Debate, en Fin-de-sicle Socialism and other Essays,B,erkeley: Univ. of California Press, pp. 17-51.

    KELLEY, Donald R. (1990): What is Happening to the History of Ideas?, Journal of theHistory of Ideas, 5 1 , 1 , p p . 3 -25 .

    KOSELLECK, Reinhart (1972): Einleitung, en O. Brunner, W. Conze y R. Koselleck(eds.), Geschichtliche Grundbegriffe. Historisches Lexikon zurpolitischsozialen Sprachein Deutschland, vol. I, pp. XIII-XXVII.

    (1979): Vergangene Zukunft. Zur Semantik geschichtlicher Zeiten, Frankfurt:Suhrkamp.

    Novic, Peter (1988): That Noble Dream. The Objectivity Question and the AmericanHistorical Profession, New York.

    MUGUERZA, Javier (1980): La sociedad como lenguaje, Prlogo a Ral Gabs,J. Habermas: Dominio tcnico y comunidad lingstica, Barcelona: Ariel.

    (1990): Desde la Perplejidad, Madrid/Mxico: Fondo de Cultura Econmica.POCOCK, J. G. A. (1975): The Machiavellian Moment, Cambridge University Press. (1984): Verbalizing a Political Act, en M. Shapiro, Language and Politics, Oxford:

    B. Blackwell, pp. 25-43. (1985): Virtue, Commerce and History, Cambridge University Press.RitoEUR, Paul (1981): Hermeneutics and the Human Sciences, Cambridge: Cambridge

    Universily Press.RORTY, Richard M. (1967): Introduction: Metaphilosophical Difficulties of Linguistic

    Philosophy, en ib id. (ed.), The Linguistic Turn. Recent Essays in PhilosophicalMethod, Chicago/Londres: Univ. of Chicago Press.

    (1991): Essays on Heidegger and Olhers, Cambridge: Cambridge University Press.

    177

  • Femando Vallespin

    SAUSSURE, Ferdinand de (1980): Cours de linguistique general, ed. preparada por C. Bally,A. Sechehaye, A. Riedlinger. Ed. crtica de Tullio de Mauro, Pars: Payot (1.a ed. de1972). Hay trad. espaola de M. Armio en Barcelona: Planeta Agostini, 1985).

    SEARLE, John (1977): Reiterating the Differences, en Glyph, 1, pp. 198-208. (1981): Intentionality and Method, The Journal of Philosophy, 78, 11, pp. 720-

    733.SKINNER, Quentin (1975): Hermeneutics and the Role of History, en New Literary

    History, 1. (1985): Ed. de The Return of Grand Theory in the Human Sciences, Cambridge:

    Cambridge Univ. Press. (1988): Meanig and Context, ed. de James Tully, Cambridge/N. York: Polity Press. (1988a): Meaning and Understanding in the History of Ideas, en Meaning...,

    pp. 29-67. (1988&): Motives, Intentions and the Interpretation of Texts, en Meaning...,

    pp. 68-78. (1988c): Social Meaning and the Explanation of Social Action, en Meaning...,

    pp. 79-98. (1988o1): Some Problems in the Analysis of Political Thought and Action, en

    Meaning..., pp. 97-118. (1988e): Language and Social Changc, en Meaning..., pp. 119-131. (1988/): A reply to my critics, en Meaning..., pp. 231-288.TOEWS, John (1987): Intellectual History After the Linguistic Turn: The Autonomy of

    Meaning and the Irreducibility of Experience, American Historical Review, 92,879-907.

    TULLY, James (ed.) (1988): Meaning and Context, Cambridge/New York: Polity Press. (1988a): The pen is a mighty sword: Quentin Skinner's analysis of politics, en

    ibid., 1988, pp. 7-25.VALLESPN, Fernando (1990): Aspectos metodolgicos en la Historia de la Teora

    Poltica, en ibid. (ed.), Historia de la Teora Poltica, Madrid: Alianza Ed., vol. I,pp. 19-52.

    WITTGENSTEIN, Ludwig (1988): Investigaciones filosficas, edicin bilinge de A. GarcaSurez y U. Moulines, Barcelona: Crtica.

    178

  • II. DOCUMENTACIN