EL OM

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EL OM Esta mañana me levanto distinto. Un zumbido me acompaña al incorporarme, como si un enjambre de abejas anidara en mi cerebro. Necesito deshacerme de este molesto ruido. Pienso en otra cosa, me muevo continuamente pero el zumbido persiste. Acaso sea la secuela de una noche de sórdido desenfreno. Hay mucho silencio en mi casa, no se oye otro sonido aparte del que lentamente va incubando esta larva, este nuevo insecto que se ha alojado en mi cabeza. Ideas descabelladas me asaltan. Pienso que quizás sea el OM, esa suprema nota que los budistas entienden como la concreción de lo perfecto transferido al mundo auditivo. El OM del nirvana, el que se afanan en modular en su ser los espíritus más levitantes de oriente. También pienso que el ruido estaba antes que yo, y que si existo es porque soy un apéndice, una costilla de ese OM . El OM suena como en una tinaja vacía; la tinaja es mi cabeza. Por eso he salido a la calle, para llenarla con otros fluidos, parar confundir este monótono som que amenaza con tomarme por entero. Las estridencias de la ciudad me parecen música celestial. El ronroneo de los motores, la altisonancia de los cláxones, el discordante griterío en el mercado. Acaso jamás haya reparado en la perfecta conjunción de ruidos que el mundo nos oferta para olvidarnos del maldito OM, para olvidarnos de que existimos. He ido al médico. Le he explicado lo del OM y me ha dicho que me tome unas pastillas y que vuelva dentro de una semana. ¿Dónde estaré dentro de una semana? 7

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Cuento del libro "Hagas lo que hagas te arrepentirás", de Tomás Mañas Rabaneda

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EL OM

Esta mañana me levanto distinto. Un zumbido me acompaña al incorporarme, como si un enjambre de abejas anidara en mi cerebro. Necesito deshacerme de este molesto ruido. Pienso en otra cosa, me muevo continuamente pero el zumbido persiste. Acaso sea la secuela de una noche de sórdido desenfreno. Hay mucho silencio en mi casa, no se oye otro sonido aparte del que lentamente va incubando esta larva, este nuevo insecto que se ha alojado en mi cabeza. Ideas descabelladas me asaltan. Pienso que quizás sea el OM, esa suprema nota que los budistas entienden como la concreción de lo perfecto transferido al mundo auditivo. El OM del nirvana, el que se afanan en modular en su ser los espíritus más levitantes de oriente. También pienso que el ruido estaba antes que yo, y que si existo es porque soy un apéndice, una costilla de ese OM . El OM suena como en una tinaja vacía; la tinaja es mi cabeza. Por eso he salido a la calle, para llenarla con otros fluidos, parar confundir este monótono som que amenaza con tomarme por entero. Las estridencias de la ciudad me parecen música celestial. El ronroneo de los motores, la altisonancia de los cláxones, el discordante griterío en el mercado. Acaso jamás haya reparado en la perfecta conjunción de ruidos que el mundo nos oferta para olvidarnos del maldito OM, para olvidarnos de que existimos. He ido al médico. Le he explicado lo del OM y me ha dicho que me tome unas pastillas y que vuelva dentro de una semana. ¿Dónde estaré dentro de una semana? Sería más fácil desprenderme de mi sombra que del jodido OM. En mi desesperaciom, pienso en arrojarme por el balcom; pero me da miedo cambiar el OM por el ¡plaf! Sobre todo cuando acepto la peregrina idea de que pueda haber un plano perfecto donde vayan las almas piadosas tras el trance de la muerte. Y que ese supremo estado de gracia sea algo parecido al OM. Ha venido María, hacía mucho tiempo que no estaba con ella. No le he dicho nada. Hicimos el amor. Por fin ha cesado la omnipresencia del OM. No he debido alarmarme tanto. Al despertar, María me ha dicho que le zumbaban los oídos, que un ruido interno la estaba molestando.

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