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EL ÉMULO DE REGINALD PERRIN

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El émulo dE REginald PERRin

Marcelino Fernández Mallo

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© Marcelino Fernández Mallo, 2017© Ediciones Dauro, 2017

Primera edición, Abril del 2017

«Reservados todos los derechos de conformidad con lo dispuesto en el Código Penal vigente del Estado Español, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes reprodujeren o plagiaren, en todo o en parte una obra literaria, artística, o científica, fijada en cualquier tipo de soporte sin la preceptiva autorización.»

Editorial [email protected]

Depósito legal: GR XXX-2017ISBN: 978-84-XXXXX-XX-X

Impreso en España — Printed in Spain

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Prólogo

Camilo López, un prohombre hecho a sí mismo que ha llegado a dirigir su propio grupo empresarial, comienza a sufrir importantes lagunas de memoria y otros síntomas de padecer una dolencia mental. Su médico le recomienda trasladar sus experiencias a un cuaderno en el cual irá revelando aspectos de su vida y de su personalidad. El texto, que se desarrolla en un aparente caos, no es tan veraz como el empresario lo quiere presentar. Poco a poco, la enfermedad de Camilo provoca que la narración se vuelva difícil de entender. La continuación del diario por su hermana Inés, descubrirá la realidad genuina al tiempo que desvelará ciertos episodios desvirtuados y los secretos que Camilo trató de ocultar.

El émulo de Reginald Perrin quiere reflejar la evolución de un hombre supuestamente exitoso y palpablemente despótico que guarda en su interior un trauma generado en su adolescencia y una debilidad inconfesable. Lo hace a partir de una narración desordenada, indudable aportación estilística, que consigue trasmitir al lector la angustia que provoca la degeneración mental que sufre el protagonista de la historia.

La novela no se ciñe a un personaje, su deterioro y su secreto. Es una obra que trata los múltiples temas que rodean al poder: la soledad del triunfador; la deformación de la realidad de quienes se

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apoltronan en su atalaya; la sombra que la imagen del poderoso proyecta sobre su entorno; las debilidades humanas que subyacen bajo la imagen del éxito... Camilo no es solo un personaje de ficción; es una proyección, una metáfora, que describe la ascensión y el declive de los hombres aparentemente invulnerables. Su enfermedad mental representa una excusa para reflexionar sobre la capacidad de distorsión que la soledad del poder produce, una mirada sesgada de quien se halla en su burbuja de cristal sin una voz genuina capaz de plantarle cara y hacerle recapacitar.

Nuria Ostáriz

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Noviembre 2012-Enero 2013

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Será un ejercicio que hará retrasar los síntomas de la enfermedad, dijo mi médico, y me impartió una serie de instrucciones. Lo cual resultó la primera contradicción. Demasiadas instrucciones para alguien en tal supuesto estado, pensé. Quizás con ello empezaba el ejercicio. Decidí asumir su plan, darle un voto de confianza. No siempre representan un problema, en ocasiones permiten, las contradicciones, extraer alguna conclusión interesante. La medicina es una ciencia plagada de contradicciones, o más bien de contraindicaciones. Mi médico actúa como una máquina expendedora de instrucciones, las cuales no hacen más que limitar mi margen de maniobra. Tengo la impresión de que intenta confinarme en un universo diminuto y aislarme de cualquier estímulo exterior. Una cámara acorazada, una celda, una jaula. Aquel SEAT 600 blanco que compré cuando trabajaba en la notaría. Enclaustrado en mi SEAT 600 apenas dispondría de nada que olvidar. Esa parece ser la preocupación principal de mi médico. Me dijo: escoge un cuaderno y ponte a escribir, desde la primera página hasta la última. Todos los días varias veces. Como las pastillas que he de ingerir en distintos tramos horarios. Añado yo el comentario, mi médico nunca utiliza alegorías ni metáforas. Es un científico, así piensa. Yo suelo emplearlas y visibilizar de este modo las ideas, hacerlas palpables. Tal vez por tal motivo me haya animado mi médico a escribir. Le haré caso únicamente a modo de prueba. A veces conviene ver lo que produce una opción aunque en un principio no creas en ella. Un cuaderno cualquiera donde pudiese compendiar mi vida hasta hoy. Debería calcular bien las extensiones y las equivalencias a fin de acoplar las memorias al taco de folios que conforman el cuaderno. Esa había sido una de sus instrucciones. Otra, que no dejase ningún folio sin contenido. Y mejor un cuaderno rayado antes que cuadriculado o en blanco. Yo le contesté que también prefería los cuadernos rayados aunque

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lo mejor sea una hoja en blanco donde además puedas plasmar un dibujo, pero esto último no lo llegué a manifestar. Digamos que me mantengo a la expectativa por ahora. Le concedo que presuponga: lo tengo en mis manos, jugaremos con mis reglas. Y siguió impartiendo instrucciones, que decidió anotar con esa letra típica suya, lenta, que uno no espera en un médico. Que relatase acontecimientos de la realidad y que procurase ser fiel al suceso, evitar irme demasiado por las ramas. Prohíbe las fantasías, o sea los fantasmas, este ha de ser un ejercicio de memoria y realidad, no de imaginación. Debemos asumir nuestra finalidad desde el principio, él y sobre todo yo, comienzo, trayectoria y término. Memoria limpia, la imaginación sería una mancha. Habré de ir hilando los acontecimientos a modo de historia única y, aunque podré repasar lo escrito, las correcciones están vedadas. Esto supone una nueva instrucción, la de conservar los textos originales. La perfección no nos interesa en absoluto, no es un objetivo. El objetivo es recordar y disponemos de un tiempo incierto que procuraremos ir alargando por medio del propio ejercicio. Así que cualquier nuevo matiz o recuerdo exigirá un texto nuevo a incorporar al final de lo redactado hasta ese instante. Otra contradicción, ésta respecto a aquel otro requisito de hilar los acontecimientos. Me guardo el pensamiento igualmente. No deseo polemizar con mi médico por el momento aunque él me quiera confinar en los límites del cuaderno y sus múltiples instrucciones. De manera que salí de la consulta y al llegar a casa le pedí a mi secretaria un cuaderno de tapas amarillas y un bolígrafo de tinta fina negra y un rotulador azul. Me siento de medio lado rozando una esquina de la mesa del salón y escribo, azul sobre amarillo: SEAT CUADERNO. Y un poco más abajo: Libro de memorias para vencer al tiempo.

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1 Noviembre 2012, jueves

Llegué tarde a mi primer día de trabajo en la notaría pero nadie pareció darse cuenta. Entré y como si hubiese aparecido el revisor de la luz. Era extremadamente joven, ya lo creo, imberbe como un roble que se acabe de plantar. No lo hice a propósito, llegar tarde, pero una vez sucedió, decidí ir a por todas. No ganaba nada callando, agachando la cabeza y pidiendo perdón a través de un estúpido silencio, culpable a la manera de casi todos los silencios. Pergeñé una buena respuesta, eso fue lo que hice, y allí me quedé esperando la ocasión. Mentiría para recomponer la situación. Les diría: llegué hace una hora. Como nadie me abrió, supuse que tomaban el horario con relajación. No quería perder el tiempo así que regresé a leer los periódicos de la mañana. Y aquí estoy de nuevo, preparado para empezar y perfectamente informado. La explicación funcionaría tal que tarjeta de presentación. Cuidado con el chico nuevo, no se deja amedrentar, circularía el mensaje por la oficina. Y HABRÍA GANADO SU RESPETO. Fue una lástima que nadie se animase a reprenderme aquella mañana. Serían más de veinte empleados, o más de treinta, cada uno en su nivel correspondiente. Me habían colocado en el escalón inferior, al nivel de la recepcionista y el chico de los recados a quién no llamaban así aunque esa fuera su función básica, hacer recados y

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hacer fotocopias. En aquellos tiempos, la máquina fotocopiadora se tenía en alta estima, tecnología punta, lo que son las cosas y el efecto que causa en ellas el paso del tiempo. Yo empezaría como asistente de oficiales. La distribución de mi trabajo la habría de decidir uno de los dos coordinadores, que tampoco se conocían por ese título, creo recordar o, más bien, creo olvidar. Me planteé como primera meta desbancar a uno de ellos y acceder a su puesto pues un tercer coordinador se me antojaba un exceso. Esa fue mi primera ambición por tanto: llegar cuanto antes a coordinador de asistentes, que no se cumplió. Enseguida alteré los planes. EL PRIMER SALTO HABRÍA DE SER YA UN GRAN SALTO. Los asistentes no estábamos especializados por lo cual tanto podíamos colaborar con el oficial de mercantil como, al día siguiente, estar auxiliando al de transmisiones, por poner un ejemplo. Así fue como adquirí un conocimiento completo del funcionamiento de la notaría y de las particularidades de las distintas áreas. Ya no me interesaba llegar a coordinador, ni siquiera a oficial. Un asistente con alto poder de percepción era quién tenía todas las de ganar.

El mundo de una notaría es tedioso e irritante, los corredores, gente pasando, y una sala de espera, y sillas de skay y un tipo con una carpeta que llaman expediente, y una enciclopedia en los estantes y cosas así. En ocasiones provocativo. Tú no has venido al mundo para llevar textos de un papel a otro, para poner el mismo sello cuarenta veces en la misma esquina, para fotocopiar, grapar, encuadernar, registrar y archivar. Tú no has venido al mundo a certificar que la vida se encuentra al otro lado de la puerta. Ahí está la provocación.

Salía de la notaría con el propósito de cambiarlo todo al día siguiente, de propiciar algún tipo de catarsis que modificase por completo la posición que hasta ese momento ocupaba en la sociedad. Me repugnaba jugar el papel de funcionario aprendiz a disposición de quien deseara utilizar mis servicios. Ya mismo aquel término, mis

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servicios, que se tomaba por descontado. Quería demostrarles su error, ponérselo claramente de manifiesto a todos ellos. Que no les quedase la menor duda: yo no era quien ellos creían, ni mucho menos. Pero no podía suceder de la noche a la mañana, debería esperar el instante que me permitiese asegurar el triunfo. El momento justo, ese es uno de los elementos que determinan tu camino en la vida. Visión y paciencia, o visión y constancia mejor.

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2 Noviembre 2012, viernes

También quiere mi médico que ponga fechas en el cuaderno. Esta es otra instrucción y creo que va a provocar confusión. Los sucesos datados en el presente habrán acontecido en el pasado, en algunos casos, más de 50 años atrás. Hoy es 2 de Noviembre de 2012, y lo que recuerdo son circunstancias del año de 1972. Cuarenta años, el núcleo de una vida. Apunto la fecha tras preguntarle a mi hermana pues en este instante no soy capaz de calcularla. No hay que darle más vueltas. Pregunto lo que no recuerdo y asunto resuelto. Si mi médico me intenta impedir hacer consultas a mi hermana, lo despediré sin mayores miramientos. Mi médico, en el fondo, es un antiguo. Un cuaderno habiendo como hay todo tipo de aparatos electrónicos hoy en día. Antes, al morir un individuo, se mataba la nostalgia volcándola en los álbumes de fotos, bien lo sé. Ahora se hará contra los ordenadores. Se entierra o se incinera a un familiar y al llegar a casa se enciende su ordenador y se navega por sus ficheros, y sus escritos, y sus vídeos y también por sus fotografías. Quizás se encuentre algo que resultará el gran secreto de su vida. En una carpeta titulada, por ejemplo, eliminar. O las pruebas de una traición. Mi intención es ser preciso. Tengo dos hermanas y tuve un hermano que se murió de un infarto fulminante. Asistí a su cremación en primera

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fila. Dejé que otros llevasen su ataúd para no perderlo de vista. Mi hermano no merecía vivir más, suficientes los años que le fueron concedidos. Mi hermana Inés es quien me ayuda cuando me falla la memoria. Es la pequeña. Se lo di todo a mis dos hermanas pero solo ella se siente en deuda conmigo. Les creé una Fundación, con una retribución elevada, reconocimiento social, magnífica casa, buenos coches. Inés supo valorarlo pero la otra no. No importa que no pueda recordar a veces su nombre.

Cuando entré a trabajar en la notaría, compré un SEAT 600 de segunda mano, al oficial de mercantil. Dudé sobre la conveniencia de aquella compra, que había de pagar a plazos y que se llevaría buena parte de mi sueldo durante varios años. El oficial de mercantil estaba muy endeudado según supe después. Para convencerme, me llevó a dar una vuelta y me invitó a un club con una copa roja en neón que se veía a larga distancia. Salí del club muy contento y propietario de un SEAT 600 blanco. Se me caló varias veces y lo monté sobre la acera pero el oficial de mercantil me animó a encenderlo cada vez y a rehacer la maniobra. A pesar de los plazos del coche, decidí independizarme y alquilé una habitación en un hostal que estaba a dos pasos del puerto y no tenía baño. Entonces mi padre me ayudó a quitar el asiento del copiloto y cada fin de semana me llenaba el coche de productos de la huerta que cultivaba y de los árboles frutales de la finca, y yo los regalaba a los oficiales de la notaría porque no sabía cocinar y comía siempre en la tasca que estaba al lado de una iglesia. Lo que me gustaba del SEAT 600 es que no tenía asiento del copiloto. No me acuerdo por qué no usábamos el maletero para meter en él los productos de la huerta. El oficial de mercantil también me vendió unas monedas de plata antiguas, para que empezase mi colección de monedas. Me convenció porque decía que la numismática era una afición propia de los oficiales de notaría y que

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siempre resultaba rentable, más incluso que la filatelia. Recuerdo bien lo del oficial de mercantil porque después de venderme las monedas, lo despidieron de la notaría. El motivo fueron las deudas y que tenía el sueldo embargado y el notario ya no aguantó más. No me acuerdo del resto de oficiales pero sí que el notario se apellidaba Del Castillo. La notaría se disponía en dos plantas, el notario ocupaba la superior donde se firmaban los contratos y las operaciones y los demás estábamos en la inferior. Cuando despidieron al oficial de mercantil y escuché lo que hablaban de él, me quedé preocupado. Un día le pregunté a la recepcionista y me contestó convencida: esas monedas de plata son falsas como un judas. Aquello me puso furioso. Busqué por todas partes al oficial de mercantil para obligarle a devolverme el dinero que me había estafado. Quería cobrarle intereses además, era mi derecho. Pero se había desvanecido así que tuve que mantener las monedas en mi propiedad como señal y recuerdo de una inocencia en la que nunca volvería a caer. El dinero lo puede todo, es preciso tenerlo en cuenta ante cualquier situación.

No quiero que los párrafos queden cortados en el cuaderno. Quiero que cada fragmento de texto se localice en un espacio integral de manera equilibrada y ecuánime, que nada quede como olvidado de la mano de Dios. Que cada recuerdo conserve la relevancia que tenía cuando surgió de mi mente. Quizás incluya algún texto de relleno con esa finalidad, la distribución equitativa de los espacios. Es importante saber otorgar a cada cuestión el sitio que merece o, cuando menos, el que debe ocupar en función de su transcendencia. Después está la otra cuestión, ¿transcendencia para quién? Todo es relativo, eso ya lo sabemos.

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3 Noviembre 2012, sábado

El dinero lo puede todo pero antes has de conseguir una suma inicial. Y ahí es donde algunos papeles lo pueden todo. En la notaría vi pasar cientos de papeles que otorgaban y retiraban poder o propiedades, lo cual es parecido. Bastaba con unas palabras justas y una firma en el papel oficial de la notaría para que el mundo supiese quiénes eran sus dueños plenipotenciarios. Todo es observación además de dinero. Observas, aprendes y extraes conclusiones. Eso fue lo que hice sobre todo en la notaría. En el exterior igualmente procuré seguir la misma fórmula pero a veces me falló. Me falló con mi hermano y mi hermana mayor. Los observé pero no extraje conclusiones hasta que era demasiado tarde. No debo irme por las ramas. Estaba en la notaría viendo pasar papeles que representaban cómo el poder y la riqueza cambiaban de manos. Los clientes llegaban unos minutos antes, se juntaban en la entrada hasta que los llevábamos a una de las salas de espera y los subíamos después a la firma del notario. Se percibían diferencias entre los clientes habituales y los esporádicos. A éstos se les leía un cierto temor en el rostro, el recelo ante la burocracia.

Acabo de recordar por qué mi padre había retirado el asiento del copiloto de mi SEAT 600. Para transportar el material que empleamos en la construcción del alpendre. Yo le dije: ¿y entonces

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mamá? Y él me contestó: tu madre nunca más entrará en este coche. Mi padre trabajaba en una tienda de efectos navales cerca del puerto y su sueldo no daba para nada que no fuese casa, abrigo y comida. Las necesidades básicas. La finca la habían heredado de mi abuela que se había casado con un hombre enfermo. Cuando lo recuerdo, él se limita a consumirse bajo las sábanas. Tocaba el clarinete en la banda municipal hasta que le faltaron las fuerzas para soplar, la boca se le llenaba solo de asombro. La banda tocaba los domingos por la mañana. Mis padres nos llevaban a escucharla y esas eran las alegrías que se podían permitir. Pero un buen día dejó de tocar, se metió en la cama y ahí terminó su historia. Eso es lo que recuerdo de él, tapado hasta la boca mirándonos con cara lánguida y emitiendo un sonido ahogado que era su respiración. Y unas contras que abría mi padre al llegar para dejar entrar la luz y que hacían un ruido estruendoso. Y unas escaleras angostas con el pasamanos vencido y los escalones cóncavos y las paredes rugosas. Además de casa y vestido y comida, mi padre gastaba su sueldo en las pinturas para mi madre. En el dormitorio de mi madre había instalado un caballete donde ella pasaba mucho tiempo pintando zapatos de tacón. En un lienzo podía llegar a pintar cien pares de zapatos de tacón. Esto tendría que corregirlo porque la mayoría eran sandalias, con tiras de colores vivos y algunos tacones tan altos y tan delgados que simulaban bayonetas. Creo que las pinturas las adquiría mi padre en la misma tienda de efectos navales donde trabajaba. Quizás fuese para cubrir las aficiones de los marineros. Algunos matarían el tiempo libre en alta mar con los pinceles y el caballete. Pintarían marinas sobre todo y ya me estoy yendo por las ramas otra vez. A mi médico esto no le gustará nada, contradecir sus instrucciones, lo cual me trae sin cuidado. Escribiré lo que quiera tal y como quiera. Y además me cuesta concentrarme en el recuerdo de mis padres. Ella terminó internada en una residencia

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para ancianos incapaces y él se murió como mi hermano, de un infarto fulminante poco después de concluir el alpendre donde guardamos los cuadros de zapatos y sandalias de mi madre.

Salí a ver el temporal. Anunciaban olas de nueve metros. Había expectación pero enseguida llegó un policía local con su silbato y ordenó que nos retirásemos. El mar estaba aún lejos pero mejor hacerle caso al hombre del silbato. Los temporales resultan imprevisibles, temporales porque duran solamente un tiempo, su perennidad implicaría el caos y nuestra desaparición. A poco que te descuides, son capaces de engullirte sin miramientos. Se alzan, te abrazan, te envuelven, te arrastran y ya no tienes nada que hacer. Aparecerás, si apareces, dos semanas más tarde, hinchado y cetrino, entre unas rocas, a kilómetros de distancia. Una ola de nueve metros es como un edificio de cuatro plantas. En alta mar, un edificio de cuatro plantas que se mueve de aquí para allá, acechando, embistiendo. En la orilla, un edificio de cuatro plantas que se derrumba de golpe. Navegar entre olas de nueve metros está al alcance de pocos. Por eso selecciono los mejores patrones para mis buques. La tripulación es secundaria, lo importante es el patrón. Si no cuentas con un buen capitán, el barco puede tronzarse subido a una ola de nueve metros. Lo que supondría una grave pérdida para mi grupo de empresas, el barco y su carga. Están las compañías de seguros, ya, pero mejor nunca tengas que tratar con una compañía de seguros. Tienen todas las de ganar, todas las bazas. Bailas al son que te tocan.

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4 de Noviembre de 2012, domingo

Hasta que no contratasen un nuevo oficial de mercantil, yo me ocuparía de las tareas que correspondían a esa función. Entonces el notario cayó enfermo, del riñón o del páncreas, y sus operaciones las debería firmar el notario sustituto. Esa fue la oportunidad de mi vida que no podía desaprovechar. Analicé los clientes habituales de la notaría y las operaciones en marcha. Observar siempre ha sido una de las claves. Elegí a un armador pálido y cerril que proyectaba la construcción de un mercante demasiado ajustado de fondos con otros dos socios de poca monta. Le ofrecí un 20% del capital necesario y él aceptó porque no tenía nada que perder y yo trabajaba en una notaría. Podía interrogarme sobre el origen de los fondos pero no recuerdo que lo hiciese. Entonces publiqué una escritura de crédito por el doble del importe que necesitaba y otra simultánea con la constitución de la empresa mixta. Preparé una copia simple manipulada de la escritura de constitución falsificando el porcentaje de mi participación en la sociedad. Obtuve además duplicados de la documentación técnica sobre el buque y de esta manera conseguí el crédito con el aval de la embarcación. Me cuidé de gestionarlo en un banco distinto al que financiaba a mi futuro socio. El expediente del préstamo nunca llegó al archivo notarial, yo me quedé con todos aquellos papeles. Nadie descubrió ninguna

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irregularidad. Una vez recuperado y reintegrado, el notario mostró su extrañeza por mi participación en la nueva empresa naviera pero de ahí no pasó. Los notarios se limitan a acreditar la veracidad de los deseos de sus clientes y no se meten en líos. Pronto pedí la liquidación en la notaría. Con el dinero liberado del crédito, ingresé el anticipo que me correspondía del capital de la sociedad que se iría completando a medida que avanzase la construcción del barco. Alquilé además un despacho pequeño en las instalaciones del puerto. Desde el ventanal del despacho podía asistir a la estiba de cada jornada. Me fui introduciendo poco a poco en las interioridades del transporte marítimo. Con la ayuda de algún soborno conseguí mis primeros fletes. Alquilé a mi socio un par de buques viejos y empecé a mover mercancía. Yo no hacía ninguna pregunta y cobraba por debajo de las tarifas habituales. Mientras tanto avanzaba la construcción del nuevo mercante y la ruina de mi socio. Yo recibía nuevos fondos del crédito, la mitad de los cuales habría de dedicar a la sociedad, y también varias subvenciones con las que no contaba. Mi socio era un hombre justo y honesto lo cual explica su final. Una vez concluido el barco, le compré la mitad de su parte y me hice con el control de una embarcación que me introdujo de lleno en la industria de los grandes fletes. Compré dos pisos encima de la tienda de efectos navales donde trabajaba mi padre. Enseguida me hice con una de las principales flotas de la ciudad. Cuando llegaba a la notaría, las aguas se abrían a mi paso. Mi secretaria estaba bien aleccionada y no tenía yo que esperar ni un segundo. Entraba y me dirigía inmediatamente al piso superior; el notario me aguardaba puesto en pie. EL PRIMER DÍA QUE NO FUESE ASÍ ME PERDÍA COMO CLIENTE.

El temporal ha amainado. Igual que vino, se largó. El mar disimula y quien lo viese hoy por primera vez, pensaría que no mata una mosca. En la calle ya no huele a sal sino a carburante. El

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mar es el gran jefe, el gran juez, es Dios, solo él puede decidir si un barco se ha construido correctamente.

El maletero del SEAT 600 estaba en la parte delantera y el motor en la trasera. Y las puertas se abrían de una forma ilógica que te obligaba a dar un paso atrás para acceder al vehículo. Dentro te sentías como se deben de sentir los conductores de un tanque, estrujados. Pero en un tanque se sabían rodeados de mecánica avanzada y tecnología armamentística. Eran personajes heroicos en un mundo grande y hostil. Dentro de un SEAT 600, poco más eras que un payaso torpe en un universo diminuto y grotesco. Por eso les exigí a mis coches posteriores sobre todo habitabilidad, amplitud para poder estirarme holgadamente después de cerrar una buena operación. Un automóvil es un elemento importante en la vida de un hombre. Tú eres tú mismo, tu ocupación, o sea, tus logros, y tu automóvil, eso y la gente de la que te rodeas también. Cuando llegas, todos deben saber que llegas y eso lo consigues por medio de tu coche. En función de tu coche, así te atenderán cada vez que abras la boca.

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5 de Noviembre de 2012, lunes

Soy un industrial y un hombre de negocios. MI ESPECIALIDAD ES EL ÉXITO. Soy propietario de un grupo de empresas que operan de manera global. Mi flota de barcos mueve mercancías entre los cinco continentes. Navega por los océanos y los mares del planeta, surca sus canales y sus estrechos, ocupa sus puertos y sus varaderos. Firmamos pólizas de fletamiento en castellano, inglés, francés, alemán, portugués, ruso y japonés. Dos tercios del planeta están cubiertos de agua salada, en ellos actúa mi grupo de empresas las 24 horas del día los 365 días del año. No hay un segundo en que algún buque de mi flota no esté cruzando el mar. El transporte marítimo es la principal actividad del comercio internacional y el comercio es la actividad que mueve el mundo. Mi flota está formada por buques graneleros, portacontenedores, frigoríficos, de carga rodante y de cabotaje. Si hay una mercancía que mis barcos no pueden transportar es porque no nos ha interesado, nunca por falta de capacidad. Tengo un director comercial, un director de operaciones, un director financiero, un director administrativo, un director jurídico, un director de personal y una secretaria. También uno para las relaciones con la prensa, aunque ese no me dura. El periodista es una especie que necesita un tratamiento particular; es preciso en todo momento identificar el foco de interés y ahí concentrar la

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actuación, lo cual mis jefes de prensa no terminan de comprender. Los otros directores forman mi equipo nuclear, son mis hombres de confianza. Les pago generosamente y les exijo profesionalidad y lealtad. La lealtad es el principal valor de un directivo, LA LEALTAD A SU LÍDER. Quien no lo entienda de este modo, mejor que trate de desarrollar su carrera fuera de mi grupo de empresas. No hablo del hombre todo obediencia, no hablo de perros, hablo de hombres lealtad y hombres eficacia, has de apreciar la diferencia. También tengo tres guardaespaldas, un vehículo blindado, dos chóferes y varios peones. Y un equipo de traders que se dedican a obtener beneficios de las oscilaciones de precios de las materias primas en los mercados financieros. Somos agentes de varios mercados de cereales y de metales. El volumen de negocio que movemos en commodities multiplica por cien, o por mil, el procedente del transporte de mercancías. Si el precio de un producto tiende a subir, compramos. Si su tendencia es a bajar, vendemos. Es así de fácil. Seguimos las cotizaciones del trigo, del maíz, de la remolacha, de la cebada, del petróleo, del hierro, del zinc, del cobre, de la plata y del oro. Para obtener un mayor beneficio, apostamos a futuro. Por eso operamos principalmente en los mercados de derivados. Tenemos posiciones en las bolsas de Chicago, Londres y Amsterdam. Durante un tiempo, decidía yo mismo las principales posiciones de inversión o desinversión y ganamos cantidades ingentes de dinero. Yo fijé los principios y entonces les permití ampliar el negocio a nuevas operaciones. Ahora utilizan unas pantallas inescrutables que solo ellos entienden. Podríamos haber construido una flota de petroleros y gaseros pero no lo hicimos porque el futuro de la energía está en la energía nuclear. Y no me hables de accidentes, los accidentes son para los perdedores. Llevo, ¿cuántos años? Décadas y décadas en el negocio. Tengo tanto que contar que no me bastarán ni veinticinco cuadernos.

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Construir un buque es un proyecto descomunal, digno de grandes organizaciones. Al principio alquilaba los barcos de otros pero enseguida decidí construir los míos propios. Uno podría pensar que la construcción de un gran mercante requiere sumas importantes de dinero pero se equivoca. No es así. Requiere una cuidada planificación de pagos y un esquema complejo de financiación. Esto no me lo enseñó mi catedrático. Mi catedrático se movía en el mundo de las ideas, para la vida real se precisan otro tipo de colaboradores. Otros armadores, por ejemplo, que compartiesen el proyecto y te introdujesen en los círculos precisos, los hombres adecuados. Esos fontaneros de los gobiernos con acceso a las claves de seguridad de los fondos públicos. Financieros y abogados que sepan transformar los deseos de uno en documentos y contratos a negociar en los mercados. Y traders ávidos de ingresos complementarios a los directos de la gestión ordinaria de rutas y mercancías. Algunos fondos son lodos y ahí es donde todo se mueve con dificultad. Y en la dificultad es más fácil esconder las obligaciones. Ya desde el primer carguero, retrasaba los pagos meses y meses, aguantando con las excusas que me aportaban mis hombres de confianza, en cada ocasión una distinta. Eran muy buenos en eso. Mis abogados, tan serios habitualmente, celebraban con sonoras carcajadas cada nueva orden de bloquear un pago, cada rechazo de un pagaré. En caso de extrema necesidad, utilizábamos el argumento conocido. Denúncianos, los retábamos. Se lo decían mis abogados, a quienes tendrían que enfrentarse en caso de denuncia. Y si porfiaban, sacábamos de la chistera un nuevo recurso. Ahí te dejo en el muelle el barco a medio construir y lo terminas tú. Nuestra gestión financiera era óptima. Por supuesto, rechazábamos cualquier intento de cobro de comisiones, recargos o penalizaciones. Al primer intento, aplicábamos la táctica convenida. Mando parar el barco, que acabamos de botar, y a alta

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mar lo vais a buscar, es vuestro. Esa es la función de un presidente, lograr el máximo beneficio para su corporación. El resto ya es cosa de los ingenieros.