El milagro español - Trasversales

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Trasversales 53 / diciembre 2020 Espacios 61 José M. Roca El "milagro español" Este artículo es parte de un capítulo dedicado a la etapa de indus- trialización y desarrollo, conocida como "el milagro español", de un libro aún no publicado sobre la situación económica, pero, sobre todo, política y social de España en los años sesenta. ¡Viva Franco! ¡Arriba España! Pero ¿qué hay de lo mío? La célebre frase de Marx y Engels en el Manifiesto del Partido Comunista sobre la rela- ción de la burguesía con el Estado -El gobierno del Estado moderno no es más que una junta que administra los negocios comunes de toda la burguesía- alude a la burguesía en general, como clase universal en abstracto y formando un aparente bloque homogéneo, pero en la realidad, en cada país, la burguesía, la clase propietaria de los medios de pro- ducción y cambio, localmente concreta, es diferente a las demás, dista de ser homogénea y actúa bajo circunstancias históricas dadas, aunque por su objetivo -obtener el máximo rendimiento del capital- se ajuste a la definición general. El modo de producción capitalista tiende a igualarse para ser un sistema mundial, pero no existe un modelo único y estable de capitalismo, aunque hay versiones en disputa que aspi- ran a hegemónicas. Tampoco existe un solo modelo de burguesía como clase dominante. En cada país la alianza de clases que se constituye en dominante es distinta, más aún la facción dirigente de esta alianza. Lo cual depende de la historia del país, del tránsito desde el Antiguo Régimen a la moderna sociedad de clases, de cómo la burguesía aparece como clase económica y cómo desplaza del poder político a los viejos estamentos privilegiados o lo comparte con ellos, de cómo se aborda la revolución industrial y de cómo y cuándo, en definitiva, se realiza la revolución burguesa, que asienta política y económicamente el capitalismo como su modelo de civilización y de cómo evoluciona éste, impulsado por unas u otras facciones del capital. En España, país de economía agraria, tradición clerical y gobierno autoritario hasta entra- do el siglo XX, la revolución burguesa ha sido un proceso largo y con frecuencia interrum- pido por las fuerzas partidarias de restaurar las instituciones del Antiguo Régimen: la monarquía absolutista, la Inquisición eclesiástica, el predominio señorial, el mayorazgo, los estamentos y, sobre todo, la plebeya condición del súbdito. Políticamente, la revolución burguesa comenzó a principios del siglo XIX, en Cádiz, cuan- do España se sumó al primer ciclo de revoluciones atlánticas -Reino Unido (1688), Estados Unidos (1776), Francia (1789), Haití (1802), España (1810)-, que señala el adve- nimiento de la modernidad (1) política en Occidente, y concluyó bien entrado el siglo XX, cuando la burguesía, perdido ya el impulso revolucionario, devino conservadora y se vin- culó a las clases reaccionarias para presentar un frente común a las demandas del movi- miento obrero organizado y a las facciones democráticas de las clases subalternas.

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José M. Roca

El "milagro español"

Este artículo es parte de un capítulo dedicado a la etapa de indus-

trialización y desarrollo, conocida como "el milagro español", de

un libro aún no publicado sobre la situación económica, pero,

sobre todo, política y social de España en los años sesenta.

¡Viva Franco! ¡Arriba España! Pero ¿qué hay de lo mío?La célebre frase de Marx y Engels en el Manifiesto del Partido Comunista sobre la rela-ción de la burguesía con el Estado -El gobierno del Estado moderno no es más que unajunta que administra los negocios comunes de toda la burguesía- alude a la burguesía engeneral, como clase universal en abstracto y formando un aparente bloque homogéneo,pero en la realidad, en cada país, la burguesía, la clase propietaria de los medios de pro-ducción y cambio, localmente concreta, es diferente a las demás, dista de ser homogéneay actúa bajo circunstancias históricas dadas, aunque por su objetivo -obtener el máximorendimiento del capital- se ajuste a la definición general.El modo de producción capitalista tiende a igualarse para ser un sistema mundial, pero noexiste un modelo único y estable de capitalismo, aunque hay versiones en disputa que aspi-ran a hegemónicas. Tampoco existe un solo modelo de burguesía como clase dominante.En cada país la alianza de clases que se constituye en dominante es distinta, más aún lafacción dirigente de esta alianza. Lo cual depende de la historia del país, del tránsito desdeel Antiguo Régimen a la moderna sociedad de clases, de cómo la burguesía aparece comoclase económica y cómo desplaza del poder político a los viejos estamentos privilegiadoso lo comparte con ellos, de cómo se aborda la revolución industrial y de cómo y cuándo,en definitiva, se realiza la revolución burguesa, que asienta política y económicamente elcapitalismo como su modelo de civilización y de cómo evoluciona éste, impulsado porunas u otras facciones del capital.En España, país de economía agraria, tradición clerical y gobierno autoritario hasta entra-do el siglo XX, la revolución burguesa ha sido un proceso largo y con frecuencia interrum-pido por las fuerzas partidarias de restaurar las instituciones del Antiguo Régimen: lamonarquía absolutista, la Inquisición eclesiástica, el predominio señorial, el mayorazgo,los estamentos y, sobre todo, la plebeya condición del súbdito.Políticamente, la revolución burguesa comenzó a principios del siglo XIX, en Cádiz, cuan-do España se sumó al primer ciclo de revoluciones atlánticas -Reino Unido (1688),Estados Unidos (1776), Francia (1789), Haití (1802), España (1810)-, que señala el adve-nimiento de la modernidad (1) política en Occidente, y concluyó bien entrado el siglo XX,cuando la burguesía, perdido ya el impulso revolucionario, devino conservadora y se vin-culó a las clases reaccionarias para presentar un frente común a las demandas del movi-miento obrero organizado y a las facciones democráticas de las clases subalternas.

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Tal situación condujo a la guerra civil, má -xima expresión de la lucha de clases, cuyore sultado determinó la forma en que la bur-guesía y las tradicionales clases altas recu -pe raron el gobierno y configuraron el Esta -do nacional para imponer su dominaciónpor medio de un régimen político de excep-ción.Paradójicamente, la última fase de la revo-lución burguesa (la industrialización, laracionalización y la planificación, la dota-ción de infraestructuras, la reforma del a -gro, la migración interior, la urbanización,la extensión del mercado y el crédito a es -cala nacional y la inserción en el mercadoin ternacional), con la que España se aseme-jaba en el campo económico a los paísescir cundantes, se concluyó a la prusiana, porarriba y de modo autoritario, durante elman dato de Franco, militar reaccionario,pero con la orientación y el impulso de lafa cción hegemónica de la burguesía de seo -sa de sumarse al neocapitalismo occidental.El propósito modernizador se concretó enel Plan de Estabilización de 1959, comoprograma de saneamiento, racionalizacióny puesta a punto del aparato económicopara adaptarse al sistema competitivo euro-peo, y tuvo continuación en los tres Planesde Desarrollo Económico y Social (1964-1967; 1968-1971; 1972-1975), que combi-naban incentivos a la economía de mercadocon la planificación indicativa del Estado,según una hispánica imitación del modelofrancés, en una especie de moderado Gos -plan soviético en la clerical versión deCamino.No obstante, el intento racionalizador ymodernizador en el ámbito económico ade-cuado a tal propósito, chocaba, por un lado,con los modos y los hábitos del Régimeninstaurados como tal dictadura; con losusos propios, suscitados por la relaciónentre las clases y grupos sociales que for-maban la alianza vencedora, y con usos yabusos recibidos del pasado, en particularde la etapa de la Restauración (1875-1931)y aún de antes, no sólo respetados sino esti-mulados por el nuevo Estado.

Y, por otro, chocaba con los usos de lapoblación surgidos de la respuesta social ala dictadura, sumados a la vieja "sabiduría"popular para burlar las normas del poder,que las clases subalternas, en particular susestratos más bajos, habían generado a lolargo de años de vivir en precario, para sor-tear la presión del poder político de las cla-ses altas y las carencias del sistema econó-mico mediante una subcultura de la disi-dencia, de disimulada resistencia, de tram-pear la ley o de vivir al margen de ella. La"picaresca", reflejada en la literatura delSiglo de Oro como una cultura de las clasesmenesterosas para sobrevivir a la pobreza ya los abusos de la nobleza y el clero en losaños centrales del imperio español, nohabía desaparecido como subcultura deresistencia.El franquismo actualizó viejas concepcio-nes políticas y restauró costumbres de lanobleza absentista y de la oligarquía, comola endogamia, el nepotismo, la nociónpatrimonial del poder, el gobierno sin con-trol, los cabildeos cortesanos, el proteccio-nismo, el caciquismo, el clasismo, el espí-ritu de cuerpo, la renuencia a pagar impues-tos, el apego al monopolio, a ganar sininvertir y a mantener usos casi feudales enel campo, que el régimen de la II Repúblicaintentó vanamente desterrar, a las que seunieron los usos suscitados por la dictato-rial organización del poder por el bandovencedor.Y llevó, claro está, al extremo una visiónjerárquica de la sociedad y una forma auto-ritaria de ejercer el poder, que recorrían dearriba abajo, en escala, la España franquis-ta, desde el palacio de El Pardo y las supre-mas instancias de las cámaras y los minis-terios, las capitanías, secretarías y subse-cretarías, los altos cargos de diputaciones,ayuntamientos y gobiernos civiles, magis-traturas, juzgados, sindicatos, sedes episco-pales, comisarías de policía y cuartelillosde la guardia civil, cátedras, púlpitos, des-pachos de directores y gerentes, jefes denegociado, de sucursal, de sección y capa-taces, hasta ventanillas de ministerios o

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ayuntamientos, y acabando en serenos ypolicías municipales, porterías de casas devecinos o vigilantes de parques públicos.El país estaba lleno de grandes y pequeñas"autoridades" -políticas, militares, econó-micas, religiosas, académicas, empresaria-les, profesionales, familiares, sindicales,deportivas, culturales o vecinales- y todo elque podía ejercía de algún modo su poderen la parcela, grande o pequeña, de suscompetencias, actuando como un caciquesobre su territorio y concediendo jugosas omodestas mercedes a su clientela. Favorespagados con dádivas, propinas, aguinaldos,"astillas" o con otros favores, en una red derelaciones viciadas, servilismo y corrup-ción general.De dos instrumentos se han servido las oli-garquías, las camarillas y sus fuerzas deasistencia para llegar a destruir toda vidacivil en España. El primero ha sido la vio-lencia represiva, esto es, el terror. El se -gun do ha sido la corrupción metódica. Enciertas ocasiones ambos métodos han sidosimultáneamente empleados y aún no hayrazones para creer que se haya renunciadoenteramente al primero, aunque se debeadmitir que sus formas son ya sumamentetenues y su uso excepcional (DionisioRidruejo, 1961, Escrito en España).El franquista era un régimen político conmucha normativa vertical, exceso de leyesy reglamentos y muchas prohibiciones, queencajaba bien con la definición que Ionescohizo de las dictaduras -regímenes dondeestá prohibido todo lo que no es obligato-rio-, pero la sociedad, para poder sobrevi-vir a ese corsé, generaba sus propios anti-cuerpos, que se unían al largo aprendizajede sortear las normas del poder y burlar susleyes sin rebelarse ni alzar la voz.Según López Pina y Aranguren (La culturapolítica de la España de Franco. 1987, p.22), en una España ramplona, mediocre ysumisa, se imponía lo funcional, que erasometerse: Lo funcional era la doblez elacatamiento, la adulación, la esclavituddel espíritu, el fraude; lo funcional, ¿paraqué abundar en la trivialización?, era tra-

ducir personalmente la pauta generalizadadel envilecimiento colectivo dictada por eldespotismo (…) No es que la sociedadhubiera enmudecido, sino que, habiendosido mutilada en la Guerra Civil, primero,se vio forzada al mutismo o al servilismocuando no seducida por la corrupción,después. Que nadie se admire, pues, de losecos que despertó nuestro vuelo por lasmentes de los españoles: sólo podían serlas reacciones de una pobre sociedad queno sólo nunca ha conocido lo que sea jus-ticia, sino a la que durante cuarenta añosse la privó de la emancipación y del airerenovador de la libertad.Esta red de relaciones viciadas, que dificul-taba el funcionamiento "racional" de losPlanes de Desarrollo, se sumaba a las ten-siones entre los diversos sectores del apara-to productivo y a las diferencias entre las"familias" del Régimen no sólo por laorientación política del Gobierno -más omenos escorada hacia cierta tendencia ide-ológica, más o menos tecnocrática- y por elcontenido y la velocidad de las reformas -ladiscutida "apertura"; para unos insuficien-te, innecesaria para otros, peligrosa para losinmovilistas-, sino por el prosaico repartodel botín.Desde la fundación del Régimen, Francohabía utilizado los aparatos del Estado y elextenso sistema económico público pararepartir el botín de la victoria entre las"familias políticas" -militares, falangistas,monárquicos, carlistas y católicos propa-gandistas y opusdeístas y otros muchosadvenedizos- y reservado plazas y recursospara que los adeptos, sus familiares y ami-gos pudieran disfrutar de las oportunidadesde medrar destinadas a los leales. Una vez atendidas las demandas de las éli-tes que lo componían, el Régimen debíarecompensar los apoyos recibidos de lalegión de estómagos agradecidos que espe-raban el premio a su "lealtad inquebranta-ble", atendiendo el insaciable apetito de laslevas de oportunistas, buscadores de gan-gas y negociantes salidos de la victoria, sinmás arte para los negocios que ser diestros

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en el arte de adular y contarse entre los ven-cedores reclamando su parte del pastel,pues, tras presiones de las "familias políti-cas" y los grupos económicos, confesiona-les o profesionales en defensa de sus inte-reses, llegaban las incesantes demandas delas familias biológicas, de los parientes,amigos y conocidos, insertos en las redesdel caciquismo y el clientelismo, ampara-das en la ritual invocación de lealtad parasolicitar el favor o la prebenda: VivaFranco, Arriba España, pero, ¿qué hay delo mío?El abominable dictador que gobernaba asu antojo estaba apoyado en una extensabase social adoctrinada por la Iglesia másregresiva; aterrada por un ejército depacotilla que sólo servía para recordarpasadas glorias y reprimir las ansias delibertad de los vencidos y de los muchosque habían sido vencedores; y encuadradaobligatoriamente por una nutrida multitudde hombres del Movimiento, que se queda-ban con puestecillos de medio sueldo y lospequeños cargos en sindicatos y en laadministración del Estado a cambio deejercer el matonismo ideológico en cadapueblo. Con ellos, una clase empresarialacostumbrada al dinero fácil, a los obreroshumillados y al favor del Estado (JorgeMartínez Reverte: Presentación de Ecos deMunich).Había, pues, que remunerar los apoyos delRégimen: a las víctimas de la guerra civildel bando vencedor y a sus parientes -caí-dos de la cruzada, excautivos, huérfanos,viudas y caballeros mutilados-, que tam-bién merecían su retribución dependiendode cual fuera su categoría social y buscabanuna "colocación".Había buenos cargos -"cargazos"- en lasinstituciones y en la administración delEstado, del partido o del sindicato único, enconsejos de administración de empresaspúblicas o privadas -tanto daba- para losgrandes prebostes; puestos de segundo ytercer orden bien remunerados, y "chollos"y puestecillos para los adeptos humildes,merecedores también de sinecuras en

dependencias del aparato administrativo,en la burocracia sindical o en la multitud de"enchufados" del Instituto Nacional dePrevisión (2), en la Renfe, en la Tabacalera,en Iberia, en la CAMPSA o en la Fosforera;en un banco público o privado a través delimprescindible "conocido", o en una cajade ahorros o beneficiados con una plaza dechupatintas, de ujier o de ordenanza en unaempresa del INI o en un ministerio, debedel en una universidad o en un ayunta-miento, o empleado en la portería de uninmueble, en la guardería de una finca rús-tica o, mejor aún, regentando un estanco,una administración de lotería o un urinariopúblico.El Régimen, sembrando la desigualdad deoportunidades, repartía el botín entre lashuestes de los vencedores, colocando y re -co locando a los suyos, por categorías so -ciales, claro está, y marginando a los desa -fectos. Así opinaba, en Escrito en España,1961, Ridruejo, que conocía el Régimendesde dentro: Para el gran negocio apare-cieron militares de alta graduación y per -so nalidades de influencia política impor-tante en los consejos de administración.Pa ra el negocio medio, bastaba el sobornodiscreto, en forma de asociación confiden-cial, o indiscreto en forma de pago al con-tado. Pero, naturalmente, el juego era de -masiado atrayente para que pudiera que-dar limitado a una parte de los industria-les, agricultores y comerciantes, y de otra agestores burocráticos, subalternos o prin-cipales, de la política. Y surgieron los in -ter mediarios o correveidiles, esto es, losven dedores de influencias, los que podíanpre sentar el asunto al ministro o hablarcon el fiscal de Tasas o "marcar" al funcio-nario.Era un sistema atrabiliario, paralizante ycomplejo, que reunía pesadas herencias ynuevos vicios, multiplicados por la opaci-dad de la dictadura, entre ellos el hábito deburlar la ley (el que hizo la ley hizo la tram-pa; luego, había que buscar la trampa envez de cumplir la ley), la búsqueda del pri-vilegio grande o pequeño, la excepción a la

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norma, el camino directo de recurrir a lasamistades para sortear el laberinto de regla-mentos, permisos y licencias; solicitar yconceder favores, recurrir al "enchufe", aun "conocido", a un "cuñado de alguien" -quien no tiene padrino no se bautiza- paraobtener un permiso cualquiera o una licen-cia para hacer algo, que ahorrase los enojo-sos trámites propios de una burocracia concriterios, hábitos y medios del siglo XIX.La respuesta del funcionario -satirizado enlos dibujos de Forges- con ínfulas de rábu-la provinciano, dada desde la ventanilla decualquier negociado del Estado -vuelvausted mañana- al sufrido ciudadano quepre tendía realizar una gestión, mostrabaque el mundo de Larra seguía vivo en elsiglo XX.La larga hilera de personas ante una venta-nilla, aguardando ser atendidas por un fun-cionario desganado, portando cada una lainstancia de rigor por triplicado o la fotoco-pia compulsada, el papel de pagos delEstado, el documento nacional de identi-dad, el certificado de nacimiento, el certifi-cado negativo de penales, el de buena con-ducta expedido por el cura párroco y laimprescindible póliza de tres pesetas, paga-da como una tasa especial al Estado por elbenemérito gozo de perder el tiempohaciendo cola en un edificio oficial, recor-daban las ácidas crónicas de Fígaro o lascartas de Andrés Niporesas, en el país delas Batuecas.Así, pues, los objetivos económicos racio-nales, necesarios para obtener el mejor ren-dimiento posible del aparato productivo,eran debilitados por el logro de otros finesparticulares y por el piélago de prácticaspoco ortodoxas y los usos sociales que lasacompañaban.Hay que añadir un ingrediente importanteen este estado de cosas, y es la cultura osubcultura empresarial, que revela la pree-minencia del capital sobre el trabajo comoconsecuencia de la derrota de las organiza-ciones obreras en la guerra civil.Los empresarios, grandes, medianos ypequeños, pero sobre todo los grandes, dis-

ponían legalmente de un gran poder sobresus empleados, que carecían de medios dedefensa propios de su condición -asociacio-nes, sindicatos y partidos de clase-, por loque la dominación económica, que era tam-bién ideológica, por la aversión patronal alas teorías colectivistas, era despótica. Elempresario era una figura fundamental nosólo en el sistema productivo, sino en elrégimen político corporativo y en el ámbi-to privado de la empresa, donde aparecíacomo representante del Estado, de partidoy del sindicato único, en una economíapuesta, presuntamente, al servicio del inte-rés general de la patria.A las competencias del empresario comogestor de un negocio privado, se añadíanlas conferidas por el Estado como miembrodel vertical sindicato único, en los fines quela Organización Sindical perseguía, queeran: eliminar los sindicatos de trabajado-res y evitar el choque entre los intereses delcapital y del trabajo, reemplazando las rela-ciones directas entre patronos y empleadospor la regulación estatal de las relacioneslaborales. En consecuencia, los trabajado-res quedaban encuadrados obligatoriamen-te y en posición subordinada en la mismaorganización que sus patronos. De estemodo se pretendía evitar los conflictos enel ámbito laboral, o paliar sus efectos, esdecir, impedir la lucha de clases y unirempresarios y "productores" (así denomi-naba el lenguaje del Régimen a los trabaja-dores) en un supuesto esfuerzo común porel bien de la nación.La guerra civil tuvo un marcado carácter declase y, durante toda la dictadura, Franco ylos voceros del Régimen, aun negando elconflicto de clases entre el capital y el tra-bajo, insistían en ella arremetiendo contralas ideas de la izquierda que defendían losderechos y la dignidad de los trabajadores.Razón por la cual, uno de los ejes principa-les de la propaganda fue el anticomunismo,que se convirtió, en unos casos, en el pre-texto para rechazar y denigrar cualquierreclamación obrera, aunque estuviera muylejos de tal ideología, y en otros, en el sus-

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tento ideológico del particular frente de ba -talla que empresarios fanáticos del Régi -men libraban dentro de sus empresas contrasus propios empleados, a los que conside-raban enemigos y como a tales los trataban.La perspectiva, desde el punto de vista delos vencedores, de la guerra civil dentro delas empresas, las cuales, sobre todo en losaños inmediatos al fin de la guerra, podíanemplear a presos comunes y prisionerospo líticos, daba sustento a una clase patro-nal con hábitos cuarteleros, no acostumbra-da a escuchar y mucho menos atender lasdemandas de los empleados y a negociar,sino a mandar y a imponer disciplina; aven cer. Y con ello llegamos a otras caracte-rísticas del capitalismo español. Miles deempresarios sin preparación alguna -salvolos muy grandes eran raros los que poseíanformación técnica superior o si quiera me -dia, y mucho menos formación humanísti-ca- componían una patronal ignorante ypolíticamente afín al franquismo, que, pro-tegida por leyes de excepción en ma terialaboral y por la normativa proteccionistaante la competencia extranjera, con fiaba enla acción del Estado para hacer prosperarlos negocios y en que las fuerzas de ordenpúblico resolvieran los conflictos con susempleados, en el hipotético caso de quedesbordaran la estricta legalidad vigente.Era una patronal con mentalidad medieval,que imponía largas jornadas de trabajo, conla obligación de hacer horas extraordinariaspor lo general impagadas, y ejercía una vi -gilancia directa sobre empleados conmina-dos a pasar largo tiempo en fábricas, talle-res y oficinas. Patronal dada también al or -deno y mando, más que a dirigir y coordi-nar, a señalar los objetivos y los métodospara alcanzarlos; el mando, que buscaba lain mediata obediencia a una orden, era unaimposición de la voluntad o del capricho depatronos que funcionaban con ventoleras -según el humor del día o de la hora-, másque una consecuencia de su saber y de lasen satez de sus decisiones. En los resulta-dos, la intensa explotación de los emplea-dos suplía la deficiente gestión de los

empresarios. La racionalidad weberiana, laracionalidad instrumental que dicta la con-cordancia entre los fines y los medios másadecuados para alcanzarlos, era práctica-mente desconocida para una buena parte dela patronal española, avarienta en los resul-tados económicos y temperamental y confrecuencia irascible, en el trato con losempleados. Otras "virtudes" empresariales eran la aver-sión a la innovación y a la inversión en re -cursos humanos y materiales, el enfermizoahorro en medios y, sobre todo, en sueldos,la atención al corto plazo y a la ganancia fá -cil e inmediata, y la ausencia de planifica-ción y previsión, con sus lógicos efectosco mo las prisas de última hora, la eternaimprovisación y el incumplimiento de pla-zos, calidades y precios, con un continuodes bordamiento de los acuerdos alcanza-dos. Una palabra definía el estilo de traba-jo que imperaba en extensas áreas econó-micas y administrativas del país: chapuza.Gobernado por un "espíritu capitalista" co -modón, despótico y veleidoso, tuvimos unpeculiar modelo de desarrollo capitalista "ala española", no sólo por la desequilibradaestructura de un reducido grupo de grandesempresas vinculadas a la banca y una mi -ría da de pequeños negocios y micro empre-sas, carentes de capital y tecnología, apenasunidos por un menguado grupo de empre-sas de tamaño mediano; era un capitalismoproteccionista, en el que coexistían la pla-nificación con la obstrucción atrabiliaria, elrégimen vigilante con la falta de control, laeconomía regulada y la economía sumergi-da, el exceso de normas con la irregulari-dad, el crecimiento acelerado con la buro-cracia paralizante, la virtud cristiana con lavenalidad, la competencia con el cabildeo,la racionalidad económica con el fanatismoideológico, el interés de la burguesía diná-mica con los hábitos de la burguesía trapa-cera y el trabajo intenso con los chanchu-llos, sin olvidar el capítulo de la asentadaco rrupción, difícil de conocer y evaluar ensu dimensión real en un régimen tan opaco,y casi imposible de investigar y castigar.

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Salvada la etapa del "mercado negro", loscasos más flagrantes de corrupción fueronla operación del millonario Juan Marchpara comprar a precio de ganga la empresaBarcelona Traction (conocida como LaCanadiense), la quiebra de ManufacturasMetálicas Madrileñas por la mala gestiónde Nicolás Franco, hermano del Caudillo,que también estuvo implicado en la "eva-poración" de 4.000 toneladas de aceite deoliva, de los depósitos precintados deREACE en Redondela, valorados en 200millones de pesetas, y al parecer vendidosde manera clandestina a los conserveros deVigo. Otros casos de "desaparición" fueronlas viviendas de la cooperativa inmobiliariaNueva Esperanza y los apartamentos turís-ticos de SOFICO, sociedad cuyo consejode administración estaba atestado de gene-rales y altos cargos del Estado.En MATESA, empresa textil dirigida por elempresario Vilá Reyes, el pufo estuvo enlos créditos concedidos para exportar unostelares, que finalmente no se exportaban.Casos de corrupción, que, salvo el deNueva Esperanza, montada por unos esta-fadores de medio pelo, judicialmente que-daron en nada, costumbre que no hemosperdido del todo. Con eso encima, el llama-do "milagro económico" parece realmenteobra de la Providencia.Todo ello explica los vaivenes, los desequi-librios, los incumplimientos, las renunciasy las demoras de las reformas del "milagroespañol", y la dificultad de avanzar porparte de los grupos políticos y económicosempeñados en llevar adelante la moderni-zación del país, ante la pertinaz resistenciade las facciones ideológicamente másretrógradas, pero con decisiva influencia enlos círculos más altos del poder político.El ímpetu inicial no sólo no progresa demodo continuo y se afianza a lo largo delos años sesenta, sino que se reduce y sefrena. Con el doble resultado de mermarlas posibilidades que una más decididapolítica de liberalización interior y exteriorofrecía para un crecimiento quizá mayor, yde introducir elementos de distorsión que

revelarán toda su carga de disfuncionali-dad e ineficiencia al generalizarse la crisiseconómica de los años setenta. En todocaso, el itinerario de la política económicaen este período no es un avance sostenidohacia objetivos liberalizadores, sino unatrayectoria titubeante e irregular, incapazde sobrepasar ciertos límites. Dicho deotra forma: las presiones involucionistasse hacen pronto patentes, tanto en el frenteexterior como en el interno (...) El manteni-miento de las trabas que dificultan la crea-ción de nuevas industrias y la ampliaciónde las existentes, la rigidez del mercado detrabajo y la intervención en el sistemafinanciero adquieren o conservan la sufi-ciente fuerza, desde mediados del decenio,como para dar pie a que se hable de <vuel-ta a la economía corporativa> (GarcíaDelgado & Jiménez (1999): Un siglo deEspaña. La economía). El intervencionis-mo financiero de los años sesenta, discre-cional hasta casi el capricho, es, sin duda,uno de los grandes pasivos de la décadadorada del franquismo, al forzar la asigna-ción de los recursos en unas direcciones nopocas veces arbitrarias y al margen delmercado, convirtiendo además el abundan-te crédito oficial de la época en una gra-ciosa dádiva de quienes lo concedían. Sufruto más envenenado -hasta provocar uncataclismo político dentro del régimen- eslo que se llamó el <caso Matesa>, quemucho dice de toda una época y de su final(García Delgado & Jiménez, ibid.)Las múltiples disfunciones del modelo dedesarrollo económico español, como elgigantismo de unos sectores y el enanismode otros, algunos inviables crematística-mente, la presión monopolista, la depen-dencia financiera respecto del oligopoliobancario, la pléyade de pequeñas empresascon escaso capital y pobre tecnología, laescasa investigación privada y pública, lastrabas a la iniciativa particular, el centralis-mo patológico, el ordenancismo, la dificul-tad para fundar empresas, el régimen deconcesión de autorizaciones, los innumera-bles permisos y licencias a obtener en la

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paralizante selva burocrática; la dependen-cia de ciudadanos y empresarios de unalegislación abstrusa por exceso de normasy reglamentos de aplicación arbitraria, queel BOE publicaba de modo incansable, seharían evidentes a lo largo de la etapa dedesarrollo y sus efectos aparecerían confuerza en los primeros años setenta, con lacrisis provocada por el fin de la convertibi-lidad del dólar (el shock de Nixon), la subi-da de precio del petróleo y las materias pri-mas y el agotamiento general del modeloproductivo occidental instaurado tras la IIGuerra Mundial. Crisis que mostró todacrudeza en 1974 y se agudizó en 1975,cuando Franco agonizaba.octubre 2020.

Notas1. Término que alude a procesos de cambio,cuyos rasgos más significativos son el tránsitode la sociedad rural a la urbana, de la agrícola ala industrial, la extensión del transporte y elmercado, la ideología tradicional es reemplaza-da, al menos en parte, por el culto a la ciencia yla técnica, la religión pierde importancia, apare-cen la movilidad social y la opinión pública;cambia la legitimidad del poder; desaparece elsúbdito y emerge el ciudadano, que exige racio-nalidad en la gestión de los bienes públicos yparticipar en las decisiones políticas.2. Los chistosos decían que en el sótano del INPvivía un león desde hacía 20 años, cuya presen-cia no había sido advertida, a pesar de que cadadía se comía a un "enchufado".

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