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EL LIBRO DE MERMELADA

Jorge Jolmash

El libro de mermelada.

Tomado de JOLMASH, Jorge. El libro de mermelada. Ediciones Sementerio. 2007. 70 pp.

De esta digitalización: Diseño de portada: Froy-Balam.

Imagen de portada: Fotografías:

Nebulosa de Caballo, IC434 disponible en: <http://www.astronavegador.com/Nebulosas.htm>.

Mermelada de Piña Colada disponible en: <http://blocderecetas.blogspot.com/2011/01/mermelada-de-pina-colada.html>

Digitalizado en Estridentópolis, la vieja.

¿Cómo citar este documento? JOLMASH, Jorge. El libro de mermelada. «colección Simionterio» [en línea] Estridentópolis, la vieja. AL FIN LIEBRE EDICIONES DIGITALES «Nueva época» 2012. 90 pp. [ref. –aquí se pone la fecha de consulta: día del mes de año-]. Disponible en Web: <www.alfinliebre.blogspot.com>

AL FIN LIEBRE EDICIONES DIGITALES 2 0 1 2

ÍNDICE

01. EL MUNDO DE MERMELADA ........................... 5

02. PALABRAS PREVIAS ................................ 8

03. LA HISTORIA DE LEANDRO ......................... 11

04. UN DUENDE ES UN PLATO DE MANTEQUILLA ........... 13

05. CONSIDERACIONES ACERCA DEL TEST DE KREENLING ... 16

06. 966 END ........................................ 19

07. CANTAR DE ENAMORADOS ........................... 22

08. EL RECURSO A LA LOCURA ......................... 24

09. CASTIGO ........................................ 28

10. EL JARDÍN PERVERSO DE LA EMBRIAGUEZ ............ 31

11. DE PRISIÓN (CIVITAS NOVA) ...................... 35

12. TRATADO DE LA VERDADERA HISTORIA DEL INFIERNO, OBRA HERMOSA Y AGRADABLE DE ARMAS Y AMORES, IMPRESA DE NUEVO Y CORREGIDA CON LA RELACIÓN DE LOS HECHOS ESPANTABLES QUE LE OCURRIERON A MAESE LAGARTIJA QUE NO APARECE EN LAS EDICIONES ANTERIORES, COMPUESTA POR EL ARCHIDIÁCONO DE LAS GAFAS .......................................... 37

13. LEANDRO Y SUSANA ............................... 43

14. EL ESPÍRITU DE LA ANARQUÍA ..................... 48

15. PLAYING GOD (PARTE I) .......................... 52

16. SIETE PERLAS DE BILIS .......................... 55

17. REAL EDICTO DEL ESCALPELO ALGEBRÁICO ........... 58

18. HIMNO A SUSANA ................................. 60

19. EL MONJE QUE JUGABA BILLAR ..................... 63

20. DESTINO ........................................ 65

21. MOLE SIN FUTURO, ATISBANDO A LA OSCURIDAD ...... 67

22. EL MITO DEL CAOS Y LA RAZÓN TRIUNFANTE ......... 73

23. PLAYING GOD (PARTE II) ......................... 77

24. EL ARTE DE LA PACIENCIA ........................ 81

25. ACERTIJO (S.O.S.) .............................. 85

EL MUNDO DE MERMELADA

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En algún momento u otro, todos nosotros

coqueteamos con la locura. Algunos, los más decididos, optaron por negar de plano el mundo exterior. Los demás nos limitamos a mantenernos tímidamente alejados de él para no hacerle ni hacernos daño. Al final resultó ser un enfoque equivocado, pero nadie puede culparnos de pusilanimidad, pues nos lanzamos sin considerar las consecuencias y sin la menor intención de hacer trampas.

Y es verdad que abril, con sus lilas podridas, es un mes terrible, pero también hay que reconocer que con ese estado de ánimo ninguno de los otros meses es mucho mejor. En fin, lo que había que pagar se pagó y no creo que nadie haya sufrido inmerecidamente, aunque claro, algunos la pasaron más mal que otros. Nosotros, por lo menos, no nos podemos quejar pues nos hicimos de un par de secretos banales que, esperamos, nos sirvan en épocas de dificultad y perros rabiosos en la calle.

Por ejemplo el secreto de la falsa revelación. Por lo general nuestras explicaciones no se corresponden con la realidad, lo cual da una cierta sensación de inadecuación al mundo exterior por demás inevitable. Sin embargo, cuando por un esfuerzo voluntario de la percepción logramos confundir la realidad y los sueños, las explicaciones pueden corresponder exactamente a ese tipo de realidad, dejando la impresión de una revelación metafísica que por otra parte no es más que una perogrullada. El mapa coincide perfectamente con el territorio por que, por definición en este caso especial, el mapa es el territorio. Es a eso a lo que en otro lugar hemos llamado «el efecto equis igual a equis».

Además descubrimos el secreto de la prosa polisémica automática, que parece decir a todos los lectores un mensaje nuevo cada vez y que puede interpretarse siempre como una profecía. El truco es bastante sencillo y consiste en aparear en la misma frase, palabras sugerentes con otras totalmente

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independientes desde el punto de vista semántico, sin dejar de observar siempre ferozmente las leyes de la sintaxis. Cuando el que escribe tiene un poco de talento (ni siquiera es necesario mucho), las oraciones aparentan significar muchas cosas distintas y a veces contradictorias, algunas de las cuales dejan una impresión imborrable de sabiduría. Este efecto polisémico se debe de hecho a una ausencia total de significados intrínsecos. Aún así, en condiciones ideales, la libre interpretación de estos textos, al igual que la de las manchas de tinta de los psiquiatras, además de ser definitivamente divertida puede desencadenar revelaciones que no por falsas son menos útiles.

Tal hemos observado mientras nos apegábamos al obsoleto programa contenido en la carta del vidente. No somos, por cierto, las mejores mentes de nuestra generación, pero sin duda tampoco somos las peores. Ahora que ha llegado el momento inaplazable en que nos vemos obligados a transigir con el mundo exterior, aunque sólo sea por el afán de transformarlo en algo más parecido a nuestros sueños, haciendo uso de toda nuestra sobriedad ofrecemos los siguientes apuntes de nuestro cuaderno de campo. Saque cada quien sus propias conclusiones.

PALABRAS PREVIAS

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No pretendemos fatigar al lector con dudosas

interpretaciones, decimos las cosas tal como sucedieron en verdad, sin agregar ni una coma que no hubiese existido. Si no quieres creernos es tu elección, pero luego no digas que fuiste inducido por señales engañosas, mejor asume la responsabilidad por tu mala fe como un adulto.

La historia que vamos a contar, involucra en términos generales a Leandro, a quien después conoceríamos como el Archidiácono de las gafas, a dios y a Susana, además de a una multitud de personajes menores como Lagartija y el doctor Kreenling. Y sobre todo a la Razón y la Locura.

Podemos decir que todo este texto que te invita a perderse en él como en un bosque ignoto, es al fin y al cabo una alegoría más o menos elaborada de la interminable lucha entre el raciocinio y la irracionalidad1

Y procura, si puedes, traer de vuelta una joya cada vez que te sumerjas en sus salobres aguas. Porque de su fondo brotan perlas de bilis como leche del túrgido globo del seno materno. Porque cada travesía conduce a la fuente de la cual salió la vía láctea. Porque ya descubrirás tú mismo la respuesta a todos los porqués.

. Como tal fue por lo menos redactado nuestro mundo de mermelada, aunque no por eso queremos limitar tu soberana lectura. Paséate pues con toda libertad (o como diríamos «como Juan por su casa») por este libro que con ese efecto hemos concebido.

Dejemos entonces de posponer el disfrute de este disparatado festín que presentamos a tu exigente paladar.

1 Querríamos hacer notar que, como resulta evidente, quienes presentamos los siguientes argumentos no lo hacemos desde el punto de vista de los amigos del caos. Por el contrario, se necesita tener mucha fe en la razón para tratar de medir cualquier clase de armas mentales contra un campo de jitanjáforas.

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Ojalá tus dientes sean suficientemente fuertes para masticar estas ostras y te permitan chuparles todo el jugo que tienen para ti. Aunque la verdad lo dudamos bastante…

LA HISTORIA DE LEANDRO

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Cansado de no poder llegar a donde quería,

Leandro descreyó de la magia que le enseñaron sus ancestros y se volvió seguidor absoluto de la noble ciencia que no tardó en decirle qué camino debía seguir. Necesitaba ahora comprender el mundo, no sólo con su cerebro, sino con cada una de sus vísceras. Trascender de una vez por todas ese estado de vaga enajenación de las capacidades humanas. Vencer el sórdido abatimiento del ángel de la cotidianeidad. Golpear, en fin, las redes de los dragones lóbregos y los cazadores de metáforas.

Y como lo único que se le ocurrió fue convertirse en otra persona, eso fue lo que hizo en verdad. Aunque otros creerían que dimitir a su propia individualidad fue una ineludible cobardía que lo transformó una especie de traidor ontológico, nosotros no estamos de acuerdo, sería una hipocresía de nuestra parte. Simplemente lo contamos como sucedió. Decidió transformarse en un personaje oscuro: el ultra racionalista Archidiácono de las Gafas, (nosotros) un paladín del intelecto que creía sinceramente en que estaba ejerciendo su inalienable derecho de modificar al mundo a su antojo. Si el sueño de la razón produce monstruos —pensaba el Archidiácono— más nos vale mantener a la razón despierta y trabajando.

Y que nadie diga que no hacen falta pantalones para jugar a ser dios, y luego matar a dios.

UN DUENDE ES UN PLATO DE MANTEQUILLA

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Un duende es un plato de mantequilla;

un amasijo de contradicciones que se estrellan en la pared del vecino y no dejan de chisporrotear sobre árboles y reservas;

una estratagema del ocaso, de esa dulce introspección que se arrodilla cuando soñamos temas que nadie se atrevería a entender en todo su esplendente horror;

un beso (frío) en el filo (helado) del bolígrafo;

un poderoso cuento para dormir a los indios y venderles arañas del tamaño de una cancha de futbol;

un deseo por siempre insatisfecho de cristal cortado y sopa y descanso los fines de semana y feriados;

yo con mis manos de hueso, vos con tu vientre de pan;

un libro cuyas páginas están pegajosas por el sudor de un muerto, y el muerto eres tú o, si acaso, un familiar cercano;

un vacío hambriento en la boca del estómago;

la sorprendente autoridad de los anfibios en cuestiones de tradición;

la Real

Academia

de las Pulgas;

un pez globo con los cachetes inflados y aire de magnate;

el rechinar de las calles bajo nuestros zapatos bien aceitados;

un placentero afinador de la memoria;

una probadita de lo que sería pasar el resto de tu vida en el manicomio;

una frase sin sentido como podrían serlo (por dar un ejemplo): «¿dónde fuiste anoche?», «te quiero

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mamá», «ponte el suéter», «y el ganador es…», «estás despedido», o «hay una aspirina de colores en el cajón de la cómoda»;

la única forma de cultivar ilusiones que brotan de un suelo humeante y —hasta cierto punto— repulsivo;

un inofensivo pasatiempo de la clase dominante;

una forma de ir al cine, aunque bastante distinta de las habituales;

o el guiño cargado de paciencia, de serenidad y de perdón recíproco que un acuerdo involuntario permite a veces intercambiar con un gato;

un duende, en fin.

CONSIDERACIONES ACERCA DEL TEST DE KREENLING

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No todo el mundo toma la vida de la misma manera.

Algunos la toman tal y como viene. Recién desempacadita del envase, cuando aún conserva su color y aroma, y sobre todo, su temperatura. Podemos afirmar sin temor a equivocarnos que lo que conserva la atención de los jóvenes en la vida, es justamente su temperatura.

Algunos sujetos, acudiendo a nuestro llamado, han permitido que se les incluya en este estudio. Los experimentos que se llevaron a cabo en ellos son extremadamente sencillos, prácticamente indoloros, y lo que es más importante, muy reveladores.

Una de las pruebas más hermosas, el test de Kreenling, consiste en suspender indefinidamente el suministro de vida de cada uno de los sujetos de estudio. En estos casos, el paciente suele reportar un descenso en la temperatura que nos hace sospechar que existe cierta conexión entre la vida y el calor, si bien aún es muy prematuro precisar de qué tipo. Lo cierto es que tras una suspensión muy prolongada de vida se han llegado a presentar casos de congelamiento.

Otro problema muy común provocado por la suspensión en la ingesta de vida es la intoxicación por mariscos. Se ha sugerido que la digestión de los productos marinos inhibe el metabolismo de la vida, lo cual causa su acumulación patológica en las inmediaciones de la glándula pituitaria.

En todos los casos la privación del suministro de vida conlleva eventualmente a la muerte, sin embargo, en ciertas condiciones puede mantenerse al organismo con dosis muy pequeñas de vida, aunque no sin presentar ciertos efectos secundarios que, a la larga, pueden ocasionar necrosis del tejido vascular.

Por otra parte, la vida en dosis muy elevadas provoca cuadros poco recomendables, caracterizados en su mayoría por un exceso de actividad nerviosa y un incremento notorio de la temperatura. En algunos sujetos se ha detectado incluso una cierta propensión

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a dormir en el piso y beber agua del retrete, si bien se trata de casos aislados (al respecto véanse las interesantes observaciones de Sánchez et al, 1998 a y c).

Cabe aclarar que hoy por hoy, el metabolismo concreto de la vida es prácticamente desconocido, aún cuando se conocen la mayor parte de sus agonistas y antagonistas específicos, e incluso ya se ha logrado sintetizar a algunos de ellos.

Una corriente de pensamiento que ha tomado fuerza en los últimos años, postula que el catabolismo de la vida está relacionado con el ciclo del ácido tricarboxílico. Otra escuela que, a pesar de haber perdido muchos adeptos aún conserva a la mayoría de los especialistas en la materia, propone que la vida es simplemente un mensajero químico que interactúa con los receptores dopaminérgicos que se encuentran en las membranas celulares de las células glía. Ambas tendencias son mutuamente excluyentes, sin embargo, su yuxtaposición ha generado una tercera escuela que bien poco comparte las opiniones de sus predecesoras. Esta última sostiene, simple y llanamente, la inexistencia de la vida.

966 END

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La idea era hacer las cosas lo mejor posible,

progresar. Permitir el innoble avance de nuestra horda de simios vanidosos. Mostrar la casta, nuestra dotación genética de suerte. Desarrollarnos, pues.

Y eso fue lo que intentamos hacer, buceando en nuestros sueños, intentando llegar a donde nadie había llegado antes; altius, citius, fortius, o algo así. Y logramos amasar fortunas inconmensurables sin caer en las trampas del viejo moloch de torcidos dientes. O al menos eso hemos creído siempre.

Pero tampoco podíamos confiarnos demasiado, y eso nos hacía oscilar en ciertas ocasiones como una veleta de papel periódico. Es decir, también dudábamos, o más bien, simplemente dudábamos, de todo y de todos (incluidos nosotros mismos, claro está). Esto último, por demás está decirlo, rara vez nos sirvió de gran cosa pero nos hacía sentir realmente bien.

Y la verdad mucho nos faltó para ser como el mejor artesano, que tronaba sus trompas contra la usura y luego acababa como aliado de los nazis. Y mucho nos faltó para ser como el miope que se masturbaba en Dublín. Y mucho para ser como el exquisito cubano, como el colombiano con voz de encantador de serpientes, como el argentino neurótico que le temía a los espejos, como el otro argentino que nunca se cansó de perseguir, como el italiano que hablaba todos los idiomas del mundo, como el inglés que estaba enamorado de las niñas, como el mugroso yanqui que sabía que era infinito, como el protoredneck alcohólico que amaba al deep south, como el niño santo que veía el futuro, como el académico francés que tenía la nada en la cabeza, o como su compatriota que se montaba sobre la multitud con un rifle ardiente con el cual abatía a la mitad de la población (quizás debí hablar primero de él).

El caso es que hicimos lo que pudimos.

Preguntamos al oráculo en el día Kuei sze

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¿Habrá lluvia?

¿Vendrá la lluvia del Oeste?

¿Vendrá la lluvia del Este?

¿Vendrá la lluvia del Norte?

¿Vendrá la lluvia del Sur?

Y Kung dijo: «They have all answered correctly that is to say, each in his nature».

El mundo como un palimpsesto (yo estoy vivo y ustedes están muertos ustedes los que fueron eliminados por la explosión que debió haberme eliminado a mí son los medio vivos los difuntos en hibernación en el moratorio donde creen que hiberno yo estaba antes que el universo existiera hice los soles hice los planetas engendré la vida y los sitios que los habitan soy el verbo y nunca se dice mi nombre el nombre que nadie conoce que mutará en aparato eléctrico en cerveza en café en aderezo para ensaladas en antiácido en navaja de rasurar en revestimiento para cocinas en institución bancaria en acondicionador para el pelo en desodorante en somnífero en jalea en brassier en bolsas para conservar comida en remedio contra el mal aliento en cereal y por fin en entidad omnipotente para al final morder el anzuelo y caer en la trampa).

CANTAR DE ENAMORADOS

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El agua era negra dentro de las ramas ¿Quién dirá

mi niño lo que tiene el agua?

Y cuando con una sonrisa en los labios quiso ahuyentar a los fantasmas de sus antepasados purulentos, no encontró mejor manera que sumergiéndose de golpe en un océano de nostalgias bárbaras, y corrigiendo la dicción secreta de las estatuas. Su carne recordaba la de un santo por su palidez, pero su salud era fuerte. Nadie hubiese dudado en encargarle semejante tarea.

«La razón de la sinrazón que a mi razón se hace,» sus labios se movieron de memoria «de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura».

Con la túnica a medio amarrar dio un trago diabólico al bebedizo de las mujeres de lúbrica cintura (casi sin respirar vio como las cosas se deformaban a su alrededor). Las caras habían cambiado todas y los ojos de las damas centelleaban en busca de un final feliz. Un gemido de placer se ahogó en su garganta, mientras constataba la luminosidad de sus párpados. Sacar de mi sistema a todos los hijos de la locura.

La recordada curvatura de una fiesta perfecta desparramaba los tentáculos en un salón de paredes gastadas y roñosas. Un tambor de plástico tocado por un niño disfrazado de nomo inundaba el ambiente como un millón de enredaderas apareándose. Tras otro sorbo del licor de las brujas, Leandro descubrió que su garganta había adquirido un sabor a la vez dulce y grave. De golpe le asaltó la idea de que había llegado al manantial de todas las emociones. Todo era posible (y deseable) a partir de ahí.

Entonces comenzó a escupir el alma, con las rebabas de los planetas abortados cubriéndole las lágrimas. Poco a poco se le fue desmoronando el acuerdo y los pájaros volvieron a cantar.

Duérmete rosal, que el caballo se pone a llorar, su belfo caliente con moscas de plata.

EL RECURSO A LA LOCURA

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El recurso a la locura debería ser, después de

todo, un recurso extremo. El último refugio de nuestra maltrecha humanidad en contra de las garras del absurdo mundo de mermelada. Como una zarpa enorme que acaricia la arena, una marejada gigante inunda el viejo barrio en donde coquetos poetas jugaban sus juegos inútiles. Pero no por eso voy a llorar. Peores serán las madrugadas del hambre.

Un deseo de recuperar las sinfonolas y trombones de la infancia nos ahoga lentamente. Tragando saliva echamos un vistazo a la eternidad, nuestra peor enemiga. Y aún hay algo más, aunque no acierto a explicarme.

Nadie sabía mejor que nosotros que al aceptar el imperio de la razón nos volvíamos menos sensibles, pero en cierto sentido orgulloso, más humanos. PORQUE SIMPLEMENTE HEMOS DECIDIDO NO ESCUCHAR AL DOMINGO de hoy en día. Muera la metafísica y viva la metodología mitológica en su recinto famoso. Y viva de una vez por todas la locura. Muera para siempre la hermana locura.

Y después de todo es por una cierta debilidad ante las aristas del paisaje que decidimos recurrir a sus alados pies. Sea la locura un intenso descanso del bastón. Pero un descanso fértil, al fin y al cabo. Sus áridas esquinas contienen la violencia del universo entero y una lámina de carbono. Imperio fatídico de leche cortada.

Poco a poco permitimos a nuestros ojos color púrpura interpretar la pálida línea que divide a los 2 grandes mares del odio y la sabiduría. Acorazada revancha del sentido que a fuerzas de exasperar la polisemia, termina rayando en lo unívoco.

Brillan las luces fluorescentes en las carreteras. Out, out, brief candle! Tal parece que te encontrarás finalmente gracias al turismo. No lo olvides, Life’s but a walking shadow, a poor player, pobre, pobre. Placer en la punta de la lengua. That struts and frets his hour upon stage, elevándose en

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un augurio pasajero. And then is heard no more. It is a tale, y mira ni más ni menos que contado por un idiota. Told by an idiot, full of sound and fury, te lo digo, by an Idiot Faulkneriano. Pon atención, si te fijas detrás del árbol verás a Benjy, el idiota; más para allá a Quentin, el desesperado, y junto a la casa grande a Jason, el amargado. Pero al final ni siquiera entenderás de qué se trata porque resulta que no significa nada.

Signifying nothing.

Las verdaderas palabras proféticas son las que no se dicen pero se intuyen en los silencios de la casa de huéspedes. Sir Francis Bacon era inocente de los cargos que se le imputaban y eso debe bastarnos. Reflexiones cíclicas infinitas. Revelaciones falsas de mi Xiyouji privado. I celebrate myself, and sing myself. Yo nací de un huevo de piedra, creado a partir de una roca tan antigua como el tiempo y las esencias del cielo y de la tierra. Sólo yo puedo retar a unas vencidas al poderoso Emperador Jade. Sólo yo me atrevo a orinar el dedo del Buda. And what I assume you shall assume, for every atom belonging to me as good belongs to you. Sólo yo fui castigado por comer los duraznos de la inmortalidad. Analogías Darwinistas y Judeocristianas.

Y Estragón y Vladimir que siguen esperando en vano.

El psicoanálisis de una tetera oxidada. Presa del insomnio ideal de Giacomo Joyce.

Algo así como esa sensación de provocar impunemente un efecto.

Y hacer auto referencia, sin duda. (Tarde o temprano todos acaban hablando de la misma lata de SOPA Campbell’s). Supongo que ya te diste cuenta de que varias de las pistas eran falsas. Signifying nothing.

POSDATA AL RECURSO A LA LOCURA

Pero también hay días en que la droga sabe a orines y nada acierta a hacer salir a los vientos de su madriguera. Entonces, una tristeza rancia que recuerda el olor de los viejos libros de amarillentas páginas, se instala para quedarse en la funda de nuestros abrigos. Y puede haber sol en las mañanas,

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no digo que no, pero hay también una preocupación medio enfermiza por llegar a tiempo a la escuela o al trabajo. Como si al fin y al cabo no termináramos pasándonos las mañanas ociosos, entre una visita al cine del barrio (dos películas por el mismo boleto) y yacer tumbado en el pasto del patio. Junto a la piedra redonda tan chistosa (obviamente).

Pero a la vez existe un transformador que se consume lo mejor que tenés (ayer soñé con los hambrientos, los lobos, los que se fueron, los que están en prisión). Hay golpes en la vida tan tristes (yo no sé).

En el fondo sospechas que el problema es que el tiempo se congeló en un punto cristalino sobre el medio día y todos los seres vivientes padecen de unas vacaciones interminables. Algo así, cuando menos, aunque luego te retractas por haber pensado lo que pensaste (y después de todo ¿qué pensaste?). Sabiendo que no es tu día te quedas horas observando a las hormigas como Edward Wilson, sólo que entiendes menos su comportamiento. Y bueno, a quién le importa.

(signifying nothing)

CASTIGO

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Yo era, hace tiempo, un dios bueno. Inventé de la

nada una curiosa raza de seres humanos capaces a la vez de un incipiente raciocinio y de la insolente pretensión de saberlo todo.

Bien vistos, mis hijos eran algo ridículos. A pesar de que siempre estaban imaginando historias acerca de mí, era obvio que me querían. O por lo menos que sabían que les convenía quererme, da igual.

Yo me pasaba los siglos pendiente de sus actos, les impulsaba a alcanzar cada vez nuevos y mayores logros tecnológicos y, de vez en cuando, hasta les reprendía con desgana cuando hacían cosas que no me parecían apropiadas.

Un mal día —no sé por qué, los designios del destino son inexpugnables hasta para mí— uno de aquellos pobres diablos hizo algo que me molestó. En honor a la verdad ya ni siquiera recuerdo qué fue lo que me enfureció, así de absurda encuentro ahora la causa de mi ruina. El caso es que arremetí contra el impertinente a maldiciones, le vaticiné la muerte a todos los de su estirpe y, no contento con eso, lo aplasté de un manotazo.

Muy tarde comprendí hasta que punto había llegado mi locura. Al causar la muerte de ese insignificante ser, había desencadenado la tormenta que me arrastró hasta mi purgatorio actual. Había privado a una partícula de mi voluntad divina de la posibilidad de vivir, había apartado de su entendimiento el soplo que le permitía concebir todas las cosas del mundo, le había, en fin, clausurado el universo que yo mismo le ofrecí mendazmente.

Arrepentido por mi injusticia, juré que me castigaría por cada uno de los momentos que le había arrebatado a ese ser. Siendo su muerte tan infinita como mi propia inmortalidad, procedo a penar por cada uno de los segundos que caben en la eternidad.

Por eso ya no bajo a la tierra tan seguido como antes. El otro día, oí que uno de los parroquianos

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del café de la esquina creía que estoy muerto. Hay que ver las cosas que tiene uno que soportar.

EL JARDÍN PERVERSO DE LA EMBRIAGUEZ

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Susana decidió internarse un día en el jardín

perverso de la embriaguez. Lentamente se había ido cubriendo de hastío y supo que era el momento de ejercitar su locura o resignarse a perderla del todo. Como sabía que nadie iría a molestarla, se encerró toda la tarde sola en su casa, apenas acompañada por dos caguamas y una botella de tequila barato. Primero pensó en preparar una botana, pero luego, la urgencia de perder el control le aconsejó tener el estómago vacío y susceptible para lo que pudiera suceder.

Con gesto tembloroso por el deseo (aunque realmente no lo acostumbraba, justo entonces necesitaba una borrachera terrible que le hiciera convulsionar el aburrimiento y la rutina) destapó una caguama perlada de rocío y se colgó de su boca como si la cerveza fuera oxígeno para sus pulmones. Hubiera deseado acabársela de un solo trago, pero no le alcanzó el aire y tuvo que empinársela otra vez. Luego, con un escalofrío metálico dejó la botella, vacía e inservible sobre la mesa. Con una sonrisa torcida comprobó que comenzaba a marearse.

Sacó entonces de la bolsa del supermercado la botella de tequila y tomó un vaso de la alacena. Como no tenía caballitos a mano, se sirvió lo que en ese momento consideró el equivalente en líquido dentro de uno de los vasos y se lo bebió de un trago. Tras una mueca y un par de toses fuertes, sintió entumidos la nariz y los labios. Luego repitió la operación un par de veces, sólo que en cada una era más difícil calcular el tamaño del caballito que en la anterior, por lo que la última vez, el trago era casi de medio vaso. La sonrisa torcida se le convirtió en carcajada y reconoció que ahora sí estaba plenamente borracha.

Sin embargo, algo que pujaba por salir de su interior le dio a entender que no era el momento de detenerse. Le costó trabajo encender el cigarrillo sin filtro, pero en cuanto lo hubo hecho, aspiró el humo con todas sus fuerzas. El tabaco la mareaba un poco más, pero también le permitía sentirse más dueña de sí, como si la nicotina fuera el sintonizador fino

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del alcohol. Trastabillando, se levantó de la mesa y fue por el otro envase de caguama y un limón. Aunque jamás había oído hablar de semejante coctel, se le antojó mezclar el tequila con la cerveza, limón y un poquito de sal. Como le supo sabroso, se lo fue bebiendo poco a poco mientras se quitaba la ropa.

Primero se desprendió de la blusa sintiendo como se erguían sus pezoncitos por el frío y la travesura, y luego se desabrochó el ajustado pantalón de mezclilla y se lo bajó mientras el vientre se le volvía líquido. Cayéndose, pero sin soltar su vaso (que para entonces era verdaderamente delicioso) se dirigió al escusado a expulsar un grueso chorro de orina.

Mientras orinaba se dio cuenta de cuan deseable era. Si algún hombre la estuviera espiando en ese momento (y la idea no le disgustaba tanto) hubiera enloquecido irremediablemente por su carne pálida y jugosa. Pero entonces no había ningún hombre cerca y Susana descubrió que no le hacía falta, con el puro deseo que sentía por sí misma, por su cuerpo semi adolescente, le bastaba y sobraba. Se levantó del escusado y comenzó a palparse las nalgas enormes y redondas. Aunque efectivamente tenía un poco de celulitis (que normalmente hacía todo lo posible por esconder pero que en esas circunstancias la hacía sentir aún más sexy) se sabía muy atractiva. Sin dejar de amasarse las nalgas, se limpió la vulva con un pedazo de papel y al hacerlo se frotó el clítoris, que respondió a su llamado con mansedumbre.

Al sentir levantarse su clítoris, Susana comenzó a acariciarlo, al principio con desgana, pero después cada vez con mayor fuerza y ritmo. Un gemido bovino de placer se le escapó cuando empezó a introducir los dedos en su vagina dulcemente lubricada. En ese momento sólo pensaba que era una hembra en celo, buscando una verga enorme, una auténtica tranca, que la partiera a la mitad y la traspasara hasta que las últimas fuerzas abandonasen finalmente su cuerpo. Con la mano que no tenía ocupada dentro de su vagina, se manoseó, lúbrica y pura, las tetas de duro estaño, pero al apretarlas le dolieron un poco, lo cual paradójicamente aumentó su excitación.

Entonces, algo sucedió. Un chopo de cristal, un sauce de agua. Los gritos brotaban de su boca como salidos del más refrescante de los manantiales. El

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placer le desbordaba por cada poro, haciendo que se le olvidara que era Susana, completamente ebria y tirada en el baño, y sintiéndose un bulto feliz. Luego comenzó a vomitar. Un sauce de cristal, un chopo de agua.

DE PRISIÓN (CIVITAS NOVA)

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La ciudad es el universo, me atrevería a pensar que más allá de sus confines no hay nada, o si acaso, un conjunto de ilusiones mal orquestadas. La ciudad (esta ciudad, que al fin y al cabo es la única) es infinita e hipnotiza a sus habitantes con sus fuegos de artificio. Hoy tuve la sensación de que moriría antes de abandonarla, y juro por lo más sagrado que no hay nada que deseé más que alejarme de ella.

Odio sus casitas, todas iguales, pintadas de color caramelo, con una sala de estar comprada en el súper y afiches colgados de las paredes mugrientas. Odio sus calles olorosas a caño y gatos muertos, donde el sol revienta como una sandía bomba, generando con sus rayos el musgo que infecta las banquetas. Pero sobre todo, odio a su gente —incluidos yo mismo y todos mis amigos cercanos— que deambula por ella como ratones en la nevera, odiándola como sólo se puede odiar a una mujer muy hermosa que no deja de despreciarnos, pero al mismo tiempo incapaces de inventar una ciudad nueva donde los millones de ojos de un árbol de liquidámbar nos protejan del salitre y la arena que poco a poco se va filtrando en nuestros pobres riñones.

Mientras tanto, la ciudad —la única— nos golpea con un millar de relojes de litio y se estanca sobre nosotros como amenaza de un inminente atentado.

En verdad desearía largarme hacia una casa enorme y solitaria, cuyas paredes estén hechas de bloques de harina y sal, pero temo que me fallarán las fuerzas como siempre que planeo la retirada. Lo peor de la ciudad es que es tan inevitable…

TRATADO DE LA VERDADERA HISTORIA DEL INFIERNO, OBRA HERMOSA Y AGRADABLE DE ARMAS Y AMORES, IMPRESA DE NUEVO Y

CORREGIDA CON LA RELACIÓN DE LOS HECHOS ESPANTABLES QUE LE OCURRIERON A MAESE

LAGARTIJA QUE NO APARECE EN LAS EDICIONES ANTERIORES, COMPUESTA POR EL

ARCHIDIÁCONO DE LAS GAFAS

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I

El infierno —contrariamente a lo que casi todos creen— no es un lugar aislado del mundo, cerrado de puertas y ventanas, donde una guardia de infames diablejos se encarga de cuidar que los internos no se escapen. El verdadero infierno tiene las puertas abiertas todo el tiempo y la gente entra y sale cuando quiere. El truco consiste en que la mayoría de las almas que están ahí en realidad no quieren salir, y por lo tanto se quedan hasta que su eternidad viviente se transforma en una eternidad reseca y estéril.

Algunos porque esperan recibir una ganancia (que, adivinen qué, jamás llegará), otros más porque no tienen noticias de una forma distinta de pasar los días, y aún otros porque con el tiempo han llegado incluso —faltaba más— a profesarle cariño. Casi nadie sale del infierno. Si acaso alcanzan a sacar la cabeza por la ventana (con expresión de cocker spaniel en un volkswagen) y medio vislumbran horrorizados lo que hay más allá.

Y es entonces cuando empiezan a recriminarse y desean arrancarse los ojos y piensan: «Si seré bruto, mira que tener a la Belleza sentadita aquí en las piernas y a la mera hora encontrarla amarga e injuriarla. Y ahora ya jamás me perdonará ni querrá saber más de mí, ¿por qué serán las damas tan quisquillosas con los ingenuos? ¿Por qué me habré dejado llevar por ese esnobismo de admirador de papel tapiz con bigotito y boina? ¿Qué no puedo volver al momentito en que todo se dañó, y reparar mis actos? Debí haberlo pensado dos veces».

Pero entonces es demasiado tarde y el pellejo de los internos se secó y les da una apariencia de pequeño súcubo desdentado y maloliente. Y ya nadie quiere salir del infierno cuando eso pasa, porque ese aspecto vergonzante es demasiado para andar exhibiéndolo por ahí y hasta los menos vanidosos se sienten ridículos.

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Y hay otros que han llegado a perder todo rastro de orgullo y ya no pueden vivir sin que alguien los torture. Tal vez sean una bola de pervertidos que necesitan que los golpeen para obtener una erección, en cuyo caso tampoco hay nada que hacer. El paciente preferirá quedarse en el infierno aún a sabiendas de que es el lugar más miserable en el universo.

II

Otra cosa que la mayor parte de la gente no sabe es que el infierno no es un concepto absoluto, sino uno relativo. Trataré de explicarme mejor.

Supón que hay una cierta alma torturada en el infierno que, para efectos del presente texto, llamaremos Equis. Equis, como su nombre lo indica es un sujeto promedio sin ninguna característica especialmente notoria, al cual uno podría estar viendo durante horas y horas sin poder distinguirlo de su propia sombra. Un perfecto mediocre, si se me permite el oximorón.

Equis sufre mucho por esa situación y es en parte por eso que se encuentra en el infierno, pero no puede hacer nada al respecto, por lo que trata de sobrellevar su existencia de la mejor manera posible.

Un buen día, el demonio lujurioso del licor seduce a Equis a buscar consuelo en el fondo de una botella, en compañía de dos de sus más olvidables camaradas, los señores Ye y Zeta. Aunque al principio la borrachera entumece la profunda sensación de futilidad de Equis, poco a poco, según va transcurriendo la noche, un intenso remordimiento se va apoderando de él. De pronto comprende que la intoxicación no lo individualizará, sino por el contrario lo hará parecer más ordinario. Sumido en tales pensamientos, Equis se queda dormido sobre la roja barra del bar, perdido en el más oscuro de los infiernos oníricos.

Al día siguiente, cuando despierta en su cama (aunque la verdad no recuerda cómo llegó ahí), Equis se siente fatal. Casi puede imaginarse su cara de baboso promedio, completamente idéntica a las fotos del resto de los idiotas que salen en el periódico. Imposible de distinguir de la masa informe de monigotes llamados Juan Pérez que pululan en cualquier ciudad. Casi deseando que un rayo lo

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fulmine, Equis se arrastra fuera de la cama y se dirige al espejo a saborear su desgracia.

Pero ¡Oh, sorpresa!, cuando llega hasta el baño y se mira en el cristal empañado, lo que descubre lo deja en un estado de indescriptible felicidad. Su rostro ya no es igual al de la oscura legión de burócratas como el día anterior. Ahora su frente y sus mejillas, su boca y sus cejas, los huecos de su nariz y sus rizadas pestañas, su cara en fin, es de un brillante color rojo como la barra del bar donde se quedara dormido.

A partir de hoy, Equis será reconocido por todo el mundo gracias a su peculiar color, y con el tiempo hasta su nombre se borrará de sus facciones y adquirirá el más apropiado apodo de Rojo y, por momentos, llegará hasta a ser feliz.

De esta forma irá construyendo una barrera que acabará por debilitar al infierno, transformándolo de un concepto absoluto e infalible, en uno real y latente pero limitado, y lo que es más importante, susceptible de ser vencido.

III

El mar como una bestia de diez mil lenguas, cuyo salitroso aliento todo lo corrompe, me trae a la memoria el recuerdo de Phlebas el fenicio (pobre marinero ahogado, mirando al infinito desde su infierno de salmuera).

Lamen las olas los pies de los bañistas como si quisieran comprobar su sabor antes de engullirlos, y en el cielo las fragatas —enormes y negras como moscardones antediluvianos— ensayan los giros de su danza, esperando el momento propicio para abalanzarse sobre nuestras frentes insoladas.

¿Cuál es el secreto de la arena?

¿Cuál es el secreto

de la arena2

2 … miedo en un puñado de polvo.

que vuela ante la más leve provocación de la brisa y se infiltra en los más recónditos huecos?

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De la arena que se incrusta en los lagrimales y en los bikinis, y lo mismo engendra dunas que polvaderas.

¿Cuál es su secreto?

Eso sólo Satanás lo sabe y tal vez Phlebas (y Tiresias).

IV

«¿Cuál es el secreto de la arena?» se preguntaba Lagartija.

Lagartija es un pobre diablo que vive en Infierno (Unreal City) y que gusta de ir todos los domingos y días festivos a la playa del Océano de Fuego. Él cree que la violencia de su oleaje y las intensas concentraciones de sal en la brisa han terminado por curtirle la piel, protegiéndola del daño causado por el paso del tiempo.

Lagartija vive en una alcantarilla con aire acondicionado por la que paga más de la mitad de su salario y su única pertenencia es una chamarra de cuero gastada por el (mal)uso. Cuando no come las inmundicias que le sirven en el comedor de empleados de su trabajo, Lagartija se la pasa cazando moscas y hormigas que más tarde bañará en chocolate para atenuar su sabor agrio. De hecho, para él los días de fiesta son cuando se decide a vencer la pena y buscar en el tacho de la basura los restos de algo que alguna vez haya tenido carne. Lo cierto es que su empleo eventual lavando baños con la lengua no le permite darse más lujos que ese y, cada fin de semana, una damajuana de alcohol de madera para olvidar y un paseo por la playa.

Un buen día, Lagartija abordó el diabólico autobús que, semana con semana, lo conducía a su tan ansiada excursión. Ese día no se sentía muy bien; el corazón se le ahogaba en un alboroto de palpitaciones a causa del medio kilo de hojas de lechuga envueltas en papel periódico que se acababa de fumar, y un discreto dolor de cabeza comenzaba a picotearle la sien (media damajuana de alcohol metílico se balanceaba en algún lugar entre su pecho y su espalda, provocándole algunos calambres casi agradables). No es de extrañar, pues, que entonces se

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ocupara de la pregunta que eternamente le atormentaba: «¿Cuál es el secreto de la arena?».

Distraído por el curso de sus pensamientos, Lagartija dio un brinco al notar la presencia de una mujer atractiva, como de cuarenta y tantos años de edad, con brazos de músculos marcados y un soberbio par de tetas operadas.

De pronto, una potente chispa se generó entre ellos, haciéndole comprender a Lagartija toda la futilidad de la vida que antes llevara. Poco a poco (es decir, con aparente lentitud, pero en apenas una fracción de segundo), Lagartija comenzó a ser consciente de cuál debería ser su próximo paso.

Tomó a la ardiente arpía de la mano y se lanzó corriendo afuera del camión, y corriendo llegó a la playa, todo el tiempo con la bruja entre los brazos. Sus labios se trenzaron siete veces (cada una en honor a un pecado capital distinto) y conteniendo la respiración se lanzaron al mar en llamas.

En una de las casas vecinas, un estéreo aullaba el sonsonete cansado de una vieja canción yanqui:

«Where do bad folks go when they die? They don’t go to heaven where the angels fly They go down to lake of fire and fry Won’t see’em again till fourth of july»

LEANDRO Y SUSANA

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Con la cabezota hinchada de enciclopedias y

reglas de tres no tan simples como hubiese querido, Leandro abandonó a las bacantes de lengua estéril a fuerza de alcohol y juró no volver a sucumbir ante sus encantos. Como hasta el más lerdo de los lectores podría imaginarse, no lo consiguió, pero hay que aclarar que no fue por inconstancia, sino porque entonces conoció a Susana.

— Y ¿tú crees saber, lo que se dice saber?

— Yo creo que los golpes abollan las ideologías más respetables y que la realidad lame mi cerebro como haría una osa con sus cachorros.

— Presumes entonces de un bien que no te pertenece, guapetón.

— Ni a mí, ni a nadie si a esas vamos. Pero dudar de lo que se duda no puede más que ser una buena señal.

Finalmente lo que los unía era la sed insaciable que en ambos era un ardor ontológico.

* * *

a) texto encontrado en el cuaderno de la fiebre

Lanzarse a la aventura. Inventar la calle. Encontrar esos breves resquicios por donde se cuelan las oportunidades y apropiarse de ellos. Batallar como cada día de infatigable noche por apagar la sed. Esa sed de ácido sulfúrico que nos devora la garganta y nos obliga a salir de nuestro escondite en busca de quién sabe qué cosas.

Aspirar el último aliento de la jornada a través de un popote y una gaseosa, cuando parece que ya las horas se cubren de melcocha. Sentir el dolor del polvo que se queja bajo el golpeteo de nuestras plantas. Mirar los sitios cotidianos como si jamás

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hubieran sido pasto de ningún ojo humano o animal. Apagar —como ya dijimos— la sed.

Leandro salió como todos los días a comprobar que el pavimento no se había evaporado con el rocío. Sus ojos estaban algo resecos por el desvelo, pero su pensamiento no estaba cubierto por ninguna gasa. Respiró con cierto alivio el aire de la mañana.

¿Qué decir? ¿Cómo demostrar que esa voluntad de cuerpos impulsados por discretos engranes y conciencia absoluta no estaba contaminada por la falsa esperanza? Sus manos dejaron sin que él se diera cuenta de ser guantes, mientras montado en sus zapatos, alcanzó la posición de un arbolillo. Tras unos instantes su avance lo transformó en un punto en el camino y terminó por sepultarlo en la ávida memoria del olvido.

Sin embargo, ese árbol en el pasado inmediato de Leandro, estaba destinado a ser su árbol. Ese árbol había sido plantado por Susana, quien lo regaba sin falta todas las mañanas después de soñar cada noche que ese árbol era su hijo. Leandro era bastante más grande que Susana y por lo tanto no podía haber sido su hijo, y sin embargo lo era, porque aunque ni él ni ella lo supieran el árbol era una representación de Leandro. Era el Árbol-Leandro.

Susana tenía, aunque tampoco se había dado cuenta, una planta de sí misma, sólo que no era un árbol sino una enredadera que crecía en el techo de su casa. La Enredadera-Susana era como Susana misma, a la vez blanda y áspera y con una vocación invencible de abrazar al mundo entero. Sus ojos —los de Susana, por supuesto— se habrían empequeñecido de insatisfacción al creer que nadie la deseaba. Su único contacto real con otro ser se limitaba al riego de aquel arbolito que crecía en su jardín y que era en realidad el hijo que nunca tuvo: Leandro.

Leandro, por su parte, jamás se fijó en la casita de un sólo cuarto donde vivía Susana, su falsa madre. Él estaba ocupado como siempre en cambiar el rumbo de las veletas a soplidos y tratar de apagar aunque fuera por un ratito esa sed que le inflamaba las entrañas.

Susana también tenía su sed, pero no era la misma. La de ella era una sed de comunión, olvido de su cuerpo y deseo de ser otra cosa, un bebé o una

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madre pródiga. La sed de Leandro era en cambio una sed de crecimiento, conquista y comprensión. Un deseo irrefrenable de llenarlo todo con su cuerpo, un ansia de movimiento perpetuo. Aunque ninguno de los dos lo sabía, ambos eran víctimas de la sed.

* * *

b) conversación

— Y bueno, ¿tú que sabes, hembra de nutritivas caderas?

— Sé de cierto que el contacto de mi piel cura la malaria y el desconsuelo. Y sé también que soy la prostituta y la santa, la Sophia mitológica.

— Lo cual me da la razón, pues entonces yo soy ni más ni menos el demiurgo.

— Pobrecito Yaldabaoth, anorgásmico y con mal aliento.

— No quieras jugar a la freudiana conmigo, che.

— Como dijo Lía: «Pim, los arquetipos no existen, sólo existe el cuerpo. Dentro de la barriguita todo es bonito, porque allí crecen los nenes, allí se mete, feliz, tu pajarito, y allí se junta la comida rica y buena».

— ¿Y eso?

— Es una cita.

— Ok, pero no faltes.

Serán cenizas más tendrán sentido, polvo serán más polvo enamorado.

* * *

c) conclusión

Y primero había sido, como ya se sabe, el caos informe de seductoras formas. Ningún Titán ofrecía todavía su luz al mundo, ni Febo renovaba sus cuerpos con el crescendo, ni la tierra, entregada a su propio peso, estaba suspendida en el aire dando vueltas, ni Anfitrite había extendido sus brazos a lo largo de las riberas de la Tierra. Y a partir de ahí, el oro de los alquimistas. El cálido bautismo del semen, ¿encontraría a la Maga? Por supuesto, vaya que si la

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encontraría. Y después Hermes Trismigesto, rojo mensajero de los dioses, dejó de asistir al llamado de Oberón, Rey de las Hadas. Y Susana dijo hágase la luz y la luz fue. Y el Archidiácono de las Gafas pudo jugar al fin a ser dios.

Serán cenizas más tendrán sentido, polvo serán más polvo enamorado.

EL ESPÍRITU DE LA ANARQUÍA

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ka tangi te kivi kivi ka rangi te mobo moho...

Y luego todas esas razones prestadas que se nos filtran como gotas de agua en una galería subterránea, cultivando estalactitas y estalagmitas en nuestra bóveda craneana.

O el miedo de los dolientes. El inolvidable mundo que se abre de tanta incongruencia. El sólido grito de un siglo envuelto en papel aluminio y ríos de ostras que van glaseando los gases de la aurora. ¡Como si así se pudiera llegar a algún lugar! Tan sólo el brillo de las azoteas y cierto anfiteatro de ballenas de rubicundas mejillas.

Si es verdad que todo el aire apesta, no por eso deja de ser amarillo el camino. Una nueva literatura hecha por frases viejas masticadas una y otra vez por la misma pluma. A la mejor aún es posible crear cosas nuevas (¡Santo cielo, Billy! ¡Tal parece que la máquina de golpes se quedó encendida!)

En este supremo vacío anticuerpos de la noche suero de mandarina negaentropía zapato.

Campos enteros sembrados con semillas fosforescentes que gritan como esqueletos. Apocalipsis de poca monta nos miran y quiebran las estructuras del razonamiento. Hache intermedia. Hordas de motociclistas borrachos golpeando a las mujeres y violando a los infantes. Un tiro de gracia contra El Sueño. La depresión fingida de los estudiantes.

(saludos a la familia)

Peces distantes en arbitrarios océanos. Juguetona lengua contra nuestras encías. Sarcófago de incienso puro. Sed de estrellas y de rimas de romancero.

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Rebelión de los internos en el cementerio. Pánico combinado con hambre.

El plan es el siguiente:

disolver las estructuras,

ablandar el cerebro con baños ácidos de saliva y voces superadas por soldados empíricos. Abolir el continuum espaciotemporal, aún cuando sólo sea en el menor de los cuadrantes. Romper la regla de la paciencia. Desarmar el sentido de las frases. Trastocar de las frases el sentido. Ley de fluidos y mordiscos.

El futuro que nos disecciona con su abrazo de rayos equis. Insoportable deseo de un perfume fuerte como bebida de moderación. Azúcar, dos onzas de ginebra, la ralladura de un limón y una yema de huevo. Rampa desdoblada.

El mero azar, nuestro poder.

Nuestro principal poder.

Pirámide.

Absurdo personificado por la guerra.

Simulacro de tablas cuyo orden puede ser descifrado por un observador atento. Sindicato de outsiders al servicio de la revolución bolchevique. Flor de lumpen. El reflejo religioso del mundo real únicamente podrá desvanecerse cuando las circunstancias de la vida práctica, cotidiana, representen para los hombres, día a día, relaciones diáfanamente racionales, entre ellos y con la naturaleza.

Bautizo de sangre en la popular sabana. Pócima amarga, pero de impredecibles consecuencias.

La última oportunidad de volver ha quedado atrás. Todas las barreras se desbaratan entre nuestros potentes dedos. Turbulencia de mantras apócrifos.

Cápsula de harapos de civilizaciones extintas. No las necesitamos para nada, sólo nuestros pies dejan una huella hermosa, el resto son tonterías. Tal vez algún día, un grupo de inadaptados que de seguro ni son nuestros descendientes, sino los de nuestro peor enemigo, descubre donde reposa el carbono catorce de nuestros pobres huesos.

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Yo sueño que estoy aquí, de estas prisiones cargado (y el mayor bien es pequeño).

(Yo, tú, odio, violencia, lápida)

stop)

PLAYING GOD (PARTE I)

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Pues señor, este era… —¡Un Rey!, dirán enseguida

mis pequeños lectores— Pues no muchachos; nada de eso. Esta vez no era un rey sino un dios, pero no uno de esos dioses barbados y de dientes perfectos, que presumen de omnipotentes para ganarse el favor de las diosas de grandes pechos, sino un niño dios pequeñito y temeroso.

De hecho, era un diosecillo tan insignificante, que el resto de los dioses de su barrio lo golpeaban casi todos los días y le robaban su divino lunch. Claro está que nuestro dios hacía unas rabietas terribles cuando esto ocurría, pero como no quería pasar por quejica, nunca acusaba a los dioses abusivos con sus mayores y soportaba con mansedumbre bíblica cuanto tormento inventaban sus compañeritos para él. Finalmente, una tarde lluviosa después de sufrir una tunda particularmente fuerte, el pequeño diosecito decidió que ya estaba harto de aguantar a sus vecinos y comenzó a crear un universo nuevo para él solito, un universo de polvo estelar y antimateria donde no lo pudieran alcanzar los dioses vándalos.

Lo primero que hizo nuestro dios, fue juntar toda la masa que pudo conseguir en la mercería de la esquina, en un espacio no mayor que la cabecita de un alfiler. Obviamente, la atracción gravitacional en esas condiciones era tremenda, y francamente, el universo no se veía muy espectacular que digamos, pero el diosecito no se amedrentó ante la dificultad de su tarea. Aguantando la respiración por los nervios, tendió tres dimensiones espaciales —una a lo largo, otra a lo ancho y la tercera a lo alto de su universo— con lo cual generó una buena cantidad de vacío y por consiguiente un horror atroz en la materia apelmazada en su cabeza de alfiler. Y luego, como sentía que aún le faltaba algo, tendió una cuarta línea dimensional, pero esta vez se le habían acabado las espaciales, por lo que uso una dimensión temporal.

El problema es que al crear el tiempo lo hizo tan rápido y con tan poco cuidado (no olvidemos que era

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un dios inexperto), que no fue capaz de contener a la materia que, para vencer su horror ontológico al vacío, corrió a llenarlo en todas direcciones provocando una enorme explosión. Entre las secuelas de ese descuido aparentemente tan intrascendente, se encuentra el constante aumento de la entropía o cantidad de desorden, que constituye una de las peculiaridades de este universo.

Pero nuestro dios no se daba fácilmente por vencido y, no contento con sacarse un universo de la manga, se propuso dotarlo de formas de vida diseñadas a su imagen y semejanza. Para lograr esto se tomó un poco más de tiempo, tratando de cumplir su labor lo mejor posible, y cuando hubo terminado se sintió verdaderamente satisfecho consigo mismo. Y es que el nuevo ser era tan perfecto y tan parecido a su creador que merecía reproducirse y llenar el universo entero. Y nuestro dios llamó «bacterias» a sus hijos predilectos. Sin embargo, no contó con que sus criaturas sufrirían a través de millones de años la acción de la selección natural sobre ellas, transformándolas en organismos de lo más extraño, ya fuesen poderosos como las sequoias, evolucionados y hermosos como las garrapatas o primitivos y vagamente ridículos como los monos antropoides.

Y viendo concluida su labor, nuestro dios contempló su creación y se echó a descansar. Entonces, su madre inmaculada lo llamó para ir a comer y nuestro buen diosecito abandonó su universo de juguete que no tardó en terminar en el bote de la basura, entre cáscaras de naranja y periódicos del día anterior.

SIETE PERLAS DE BILIS

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1) El Qwertyuiop es un ave fantástica con plumas

líquidas. Dicen aquellos que la conocen, que su aleteo provoca rubor en las mujeres que se encuentren en un perímetro de treinta y seis yardas de distancia. Su orina tiene un penetrante aroma a sandía. Aunque no ha podido sobrevivir ningún ejemplar en cautiverio, todas las sociedades de naturalistas del mundo saben que se alimenta principalmente de chícharos y sopa fría.

2) En el país de Falkapán crece un arbustillo cuyas ramas tienen la peculiar propiedad de emitir gritos semejantes a los de los delincuentes al ser colgados. Muy pocos viajeros se atreven a viajar por este país durante las noches, aunque no se ha registrado ningún suceso importante desde mil seiscientos treinta y uno.

3) La tribu de los furetesos pretende comunicarse con los espíritus de sus ancestros mediante la realización de pequeñas escisiones en las yemas de los dedos de los ancianos. Según sus creencias, cada corte les provee de una nueva boca para hablar con aquellos cuya ausencia les protege.

4) Cuando era niño, mis padres me regalaron un pastel de cumpleaños. Mi madre, incapaz de molestar a su bebé, fingió que era una delicia a pesar de estar hecho de pestañas amasadas. Mi padre no pudo contener su rabia y cantó las mañanitas durante los siguientes doce días.

5) Se estima que ocho de cada diez varones mayores de treinta y cinco años, han deseado alguna vez transformarse repentinamente en paraguas y ser arrastrados por un huracán, a cientos de kilómetros de distancia de su lugar habitual de trabajo.

6) Según algunos estudiosos, durante las primeras décadas del siglo III de nuestra era, una secta herética afirmaba tener una lista detallada de

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todas las almas que cabrían en el paraíso. Después de una serie de análisis minuciosos de los manuscritos dejados por esta secta, nadie ha podido encontrar tú nombre en la lista.

7) Para quien vive dentro de un terrón de azúcar, el hombre del guardapolvos blanco es como el archipámpano de los tontos.

8) Una moneda cae accidentalmente al pozo mágico. Un deseo de nadie cobra vida repentinamente.

REAL EDICTO DEL ESCALPELO ALGEBRÁICO

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El omnisciente narrador arqueó sus omnipresentes

cejas y, abriendo su omnívora boca, soltó un discurso omnipotente:

«Finalmente, nuestro soberano juicio nos ha llevado a considerar una nueva forma de entender, no sólo al mundo que nos rodea, sino también —y muy especialmente— a la idea que nosotros mismos nos hacemos de dicho mundo. Sabed que hemos llegado al revolucionario punto en que la realidad y las imágenes que ella genera se han confundido en una promiscuidad, que sólo nuestro tradicional relativismo evita que califiquemos de absoluta. Fondo y forma navegan unidos ahora bajo una bandera de desdibujados contornos e imprevisibles consecuencias. La única opción posible ante semejante arrebato conceptual, es abandonarse a un completo estado de arrobamiento y constante auto contemplación.

Luego de interminables consideraciones y teóricos debates con nosotros mismos, gracias a la majestad que nos inviste, hemos llegado a la irrefutable conclusión de que la esencial casualidad —que no causalidad— del universo debe generar una filosofía y por ende una literatura, profundamente comprometidas con el verdadero proceso creador y jamás creado: el puro azar.

A partir de la promulgación del presente juicio, la poesía y todas sus actividades tributarias se verán obligadas a ir destruyendo gradualmente sus obsoletos estilemas, hasta transformarse en una serie aleatoria de frases sueltas, finalmente liberadas del sentido que tanto las tiranizara en el pasado, o mejor aún de simples palabras apiladas sin ton ni son. Luciérnaga, cinco dromedarios. Rimbombante. Pape Satán, Pape Satán, Alepe. Ininteligible placer de no comprender nada. Tal hemos dicho».

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HIMNO A SUSANA

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I

¡Ah, querida Susana el error me guía hacia tu camino! Entiendo, según parece, que abrazarme a tu culto de fertilidad antigua no hará más que traerme problemas. Y sin embargo me es imposible dejar de remar hacia el océano de tu pubis y tus manantiales de leche. Es difícil de explicar, pero intuyo que en gran parte eres tú quien hace que yo sea verdaderamente yo. Como si yo existiera también en virtud de ti, como si mi cuerpo hubiese sido creado sólo para definir por oposición al tuyo.

Y Susana habló, y esto fue lo que dijo:

«Yo soy tu Susana, oh Rex Nemorensis. Árbol sagrado, bendita por contagio con la feroz Diana Selvática; patrona de los bosques, de los animales salvajes, del ganado doméstico y de los frutos de la tierra. Yo, que procuro a los humanos y a las terneras con abundante descendencia y ayudo a las futuras madres a tener un buen parto. Mi fuego sagrado es atendido por cuatro vírgenes (que a pesar de su olor a santidad son preñadas por mi infinita gracia) y arde perpetuamente en un templo redondo situado dentro del recinto de la ninfa Egeria.

Yo te nombro a ti, Leandro, Archidiácono de las Gafas, mi sumo sacerdote en Nemi y Rey del Bosque. Podrás hacer uso del título cuantas veces juzgues prudente, mientras no aparezca un joven rival mejor dotado para la batalla y te haga perecer. Yo que tú no volvería a dormir.

Yo no soy el que está enterrándole es Gabriel el que le está enterrando.»

Y aún después sus labios se volvieron a abrir, gritando a los cinco vientos:

«Länger als einen Tag ohne einen guten harten und saftigen Schwanz in meiner Möse halte ich’s nicht aus”. Dulce carcajada purpúrea.

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II

La ardua noche aparece ante nosotros en su fatídico esplendor. Brillan los ojos de las estrellas como farolas de la antigüedad. Caminamos teniendo a la marea como música incidental.

La arena de la playa se pega a nuestros pies apenas humedecidos por el beso de las olas. Esa arena finita (y a la vez, en otro sentido, infinita), cuyo secreto se escapa de nuestras manos y nuestro entendimiento, es al mismo tiempo molesta y bellísima, según se le mire. Todo es tan hermoso que parece que ocurriera en televisión (Prime time sitcom).

Está claro que los ojos del recuerdo seguramente maquillarán lo que pasó en verdad, pero hoy podría jurar que la ocasión es perfecta. Incluso un coqueto brillito en nuestros labios al unirse. Nuestras manos parecen estar atornilladas en aprehensivo abrazo.

Aparte de eso no hacemos gran cosa. Con un paquete de seis latas de cerveza en nuestro poder, nos sentimos preparados para hacer frente al ocaso. Nos encomendamos al benévolo consuelo de nuestra santa patrona, Susana. Jag njuter så av mitt arbete. Nada nos preocupa ahora, ya habrá tiempo.

EL MONJE QUE JUGABA BILLAR

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Hubo una vez un monje que, tras varios lustros de

riguroso estudio de cuanta tradición se cruzó por su camino, decidió que jamás alcanzaría la iluminación final a menos que aprendiera a jugar billar a la perfección. Consciente del esfuerzo que esta nueva práctica implicaría para él, se dispuso a sufrir un largo proceso de entrenamiento.

Efectivamente, al principio sus manos, más hechas a sostener un libro abierto que un taco, eran demasiado torpes, y sus ojos bizqueaban al enfocar las bolas rodando sobre el paño. Pero poco a poco, el monótono golpeteo de su tenacidad fue desgastándole la impericia, hasta que finalmente logró dominar el juego.

El día que con un simple toque fue capaz de meter todas las bolas en las buchacas, descubrió que comprendía la voz interior de las cosas que pueblan la tierra. Cuando su inquebrantable tesón le permitió concertar carambolas tan sólo con el pensamiento, supo que con un parpadeo podría pulverizar las piedras y se alejó volando.

DESTINO

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Para derrocar la horrible paz del estercolero,

Leandro tuvo que practicar miles, aún diría millones, de experimentos pecaminosos y contra natura. Y al final, cuando ya las décadas teñían su cabello del color del armiño, Leandro detuvo unos instantes su labor y pudo ver como sus manos estaban tintas en sangre de araña.

Con un suspiro de resignación, retiró la marmita llena de potaje hediondo del fuego del hogar y removió la asquerosa mezcla con una pala de madera (el hervor parecía más propio del chapopote que de un caldo).

Qué importaban ahora todos los sacrificios que había tenido que hacer para lograr esa medicina repulsiva. Si a pesar del asco conseguía comerla, finalmente sería capaz de decidir su propio destino con total precisión, sin tener que volver a pagar tributo a las fuerzas del caos. Si por el contrario, el vómito le impedía probarla, todo su esfuerzo y dedicación habrían sido en vano. Luego de varias horas de duda, una mueca de desagrado fue la única seña de que Leandro había preferido esperar a que el brebaje se cubriera de hongos para tirarlo al bote de la basura a bienpodrirse entre una constelación de latas de sopa instantánea.

MOLE SIN FUTURO, ATISBANDO A LA OSCURIDAD

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I

No se puede simplemente tenerlo todo, no sería justo. Inevitable como el fuego, el subconsciente destino busca alejarnos de la completitud, como si el mayor crimen que se pudiera concebir, fuese ese llano bienestar estúpido que nos obliga a repetir su sonrisa. Como si de veras.

Reconocemos la Ilusión que nos embarga, debilitando las opciones y aún así, apenas escuchamos un insulto y saltamos a ladrarle a los transeúntes. ¿Es verdad o me engaña la memoria?

Látigos apagados reciben la visita de un infinito hecho de narcisos y edredones. Cuando la incomprensibilidad calculada horma los gustos de propios y ajenos, hipócritamente subimos a las obsoletas peñas de la nocturna aldea. Una vez ahí, nos detenemos durante más de una vida humana, a probar terribles desdichas que —de haber querido— hubiésemos podido evitar.

Duras son las palabras con las que nos condecoran las escobas, pero casi ni nos importan. Arduas salamandras recompensan nuestra inquebrantable voluntad. De la locura los hijos, de mi sistema sacad.

¡Ah! ¡Mira que sencillo es ver a una indefensa idea hundirse en el escuálido abismo de la experiencia cotidiana! Pie de inmensas montañas que se desmoronan. Crecimiento y devastación de las nubes. Por consiguiente, veamos, Filosofía, Jurisprudencia, Medicina... ¡ay! y tú también Teología. Todo lo he aprendido, todo lo he estudiado con infinito esfuerzo; y después de tantas y tan prolongadas vigilias, heme aquí, pobre loco, tan sabio como antes. Pero si insisto, sé muy bien que lo conseguiré.

Sea pues el pérfido clima, alimento de nuestra atolondrada e inútil vocación. Norte hambriento de lo

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que sea, sur de menores expectativas. Que la perezosa ruta florezca en la conciencia de las nuevas generaciones. Y al fin ¿para qué?

Porque sabemos que la característica principal de nuestros tiempos es justamente la certeza de que toda afirmación que se haga de la realidad, termina siendo inevitablemente una mentira.

II

Lejos de mí, el tibio orgullo de las piedras se lanza contra los besos de las quinceañeras. Sobre el éter se escucha un ruido de fondo ensordecedor; el azaroso hígado de los cerdos que su dulzura alimentaran. Ya habrá tiempo de arreglar este hueco, todos los huecos que colman la frase Ya otro día cubrirá nuestra cabeza con el oro gratuito de las harpías. Sólo lectura.

El receptor debe ser capaz de descifrar el código, los muertos vivientes (y a quién le importa su supuesta exquisitez) pasaron de moda, pero sus métodos aún prefunden las arterias de las nuevas generaciones. En este mundo posttodo, con el arte de vanguardia más podrido que un salchichón radioactivo, todas las frases tienen un tufillo agrio a serie de televisión gabacha. It’s understood that Hollywood sells californication.

El track 0 consta de un archivo de audio que te hará experimentar la gloria.

¿Qué es la vida? Un frenesí, una ilusión, una sombra, una ficción (y el mayor bien es pequeño).

Sólo uno de cada tres experimentos es exitoso. El resto carece completamente de sentido, pero una cierta fidelidad a los deseos de la infancia nos obliga a permanecer en esta zona tan poco iluminada. A veces se tiene miedo, un miedo algo más que atroz sobre la viabilidad del futuro. Nuestros huesos tiemblan tan rápido que obligan a nuestros dientes a castañetear. Sin embargo, al poco tiempo ya hemos sorteado las dificultades ontológicas y nos abandonamos a un torrente de imágenes sin orden ni coherencia. Pero bueno, la coherencia ya vendrá después, seguida por la prudencia y la honestidad.

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La aleatoriedad no es absoluta, los eventos están unidos aún por un hilo conductor que, sin embargo, se achicla como si estuviera soportando el más intenso de los calores. Una nube de colores surcó el cielo rosado y las violentas extensiones de pasto color helado de limón. Quince años después.

Las ideas se van agarrotando. Vienen muy de tarde en tarde y casi ni se acuerdan de uno. Ingratas le digo, señito.

— Ah —dijo la boca con dientes contráctiles— exigimos nuestro derecho a romper platos.

— Nunca volveré a mirarte —respondió el anciano sollozando y se alejó del lugar sin mirar atrás.

— Ya nunca más.

Y aunque no lo quieras, la neblina se cuela hasta los cimientos mismos de tu cuerpo como una enfermedad sin nombre. Y sabes que esta noche podrás finalmente dormir porque tu acto creativo —falso o no— ha hecho que este mundo sea un poco menos horrible. Como si todavía dudaras de aquello que ya estás seguro (porque por otro lado está fuera de tu control). Pero no, no debes dejar que ese hábito inveterado te arrastre a la banalidad. Tuyo es el mundo de los Hombres (obligada mayúscula nominal), tuyo es el laurel ancestral que cegara a Tiresias. No reniegues de lo que las furias te deparan.

— Ya más nunca —dijo el archiduque, mi primo, tratando de contener la carcajada.

Solo las avispas se ríen de nuestros chistes. Nuestro destino tiene la paradójica condena de Heracles. No diré más para no delatar un estertor popular de asco.

* * *

Fiera caída de la que te levantas a duras penas y tratas de volver al trabajo, pero ya es tarde y están a punto de cerrar, y los ecos de los cementerios se escuchan hasta la cocina, y un pato orada un túnel en una rebanada de pan ácimo, y un soberano tiránico como nosotros mismos nos obliga a responder de nuestros actos. El fin, como se verá es siempre el

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mismo, sólo que no tiene final (sucesión ininterrumpida de ruidillos de hojarasca quebrándose bajo unas botas de cartón y acero).

III

Yo vivo en un mundo de ciencia ficción, torturado por espectros eléctricos de largos dedos fulgurantes. Atrofiado como un enorme muñeco, duermo los acontecimientos de mi vida toda y el mayor bien es pequeño. Al fin y al cabo, sangre no nos ha de faltar. Digo yo, no sé tú.

En el medio de mi día, un camino hermoso me incita a recorrerlo. Probablemente todo se deba a la frecuente iluminación que tu cara irradia en mis cosechas.

Y si después de todo es cierto que nos estafaron, es peor deprimirse en un cabaña en la selva que en un hotel de cinco estrellas en Tokio, Dublín, Londres o New York. Quizás lo peor sea no poder decidirse a intentar lo que debería ser nuestro recurso de todas maneras. Cinco gorilas y medio transitan por el reino de las caricaturas. Algún día volverán, algún día volverán. Algún día.

Y el prudentísimo Cide Hamete dijo a su pluma: «aquí quedarás colgada desta espetera y deste hilo de alambre, ni sé si bien cortada o mal tajada péñola mía, adonde vivirás luengos siglos, si presuntuosos y malandrines historiadores no te descuelgan para profanarte». Vale.

IV

El destino es un mal hábito que adquirimos en los tiempos anteriores a la curvatura del espacio. Entonces aprendimos a leer la trayectoria de la caída de las aves en extensiones ridículas de pastel de frambuesa. Los pollos de goma caían de nuestros abultados bolsillos y nuestros enormes zapatos rosados se tropezaban por los pasillos.

Pero todo eso ya no importa. Pronto las cadenas-tenaza golpearán las cabezas del senado y habrá que abandonar todas nuestras pertenencias. La única y verdadera igualdad (como en el paraíso previo a la existencia) nos será revelada, aunque no creo que sea

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agradable. Azules serán los relámpagos que bailoteen en las manos del padre del rubio Apolo. Toda esa gente tarada que tiene grasa en la piel no se entera ni que el mundo da vueltas.

Y supongo que bajará también el Otro de su escondite y por un momento luz y oscuridad serán lo mismo. Y una pálida sonrisa se dibujará en los labios de la muerte. Si apenas ayer era el tiempo de las papagenas y los papagenos y Ein Mächen oder Weibchen. Pero ya no. Lamento dedicado a Carl Solomon (y a veces a Mick Jagger). Triste, muy triste, pero a la vez capaz de despertar una vieja alegría dormida. «There’s something wrong with the world today & I don’t know what it is».

Por otro lado, no debemos olvidar que aún hay semillas germinando, aún hay huellas sobre la nieve. Aún descansan los manuscritos en el escritorio del viejo editor de la realidad. El cerebro interpreta como quiere, pero de todos modos la cosa no tiene mucho sentido (Y en el futuro sólo el vacío nos espera).

(Y en el futuro sólo el vacío nos espera).

( sólo el vació

sólo nos espera

en espera

futuro ).

EL MITO DEL CAOS Y LA RAZÓN TRIUNFANTE

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En el principio, según nos dijeron, fue el caos.

Es por eso que, recorriendo en reversa la trayectoria del universo, nuestra vieja mente se pierde en el movimiento browniano de las partículas de un gas ideal. La eternidad es un corto circuito de neurotransmisores. Salvar los resultados de nuestras experiencias de la irreversible incoherencia, requiere de una buena dosis de trabajo mecánico pero, creemos, bien vale la pena. Para lo cual habrás de leer entre líneas, mon semblable, mon frère.

Testimonio fidedigno: «El viernes pasado, 16 de abril de 1943, me vi obligado a suspender mi trabajo en el laboratorio a la mitad de la tarde, e irme a casa, pues me vi sorprendido por una peculiar inquietud asociada con una sensación de mareo leve». Palabra del señor.

Lo más extraño de todo es que el comensal gordo quería, en efecto, un castillo sangrante. Sofía, la última deidad en ser creada, tuvo un hijo ilegítimo, ignorante, feo, estúpido, arrogante y de mal carácter llamado Yaldabaoth. Como cualquiera puede comprobar, Madame Sosostris dice puras sandeces (y el Ars Magna por ahí anda). Más nos vale emplear la gillette de Guillermo.

La brújula, que otros llaman método, nos evita perdernos en el aparente desorden de los fenómenos aunque sólo sea porque nos indica como no plantear los problemas y como no sucumbir al embrujo de nuestros prejuicios predilectos. Y todo eso sin necesidad del ruido infernal de falsos Filifores y Antifilifores con todo y su suculento niño envuelto.

Después de todo, y si me apuras mucho, el quid del asunto estriba en sumergirse de golpe en el mar pegajoso de los hechos y tratar de darles un sentido lo más comprensible que se pueda. Y es que si no habría que conformarse con la simple intuición que rara vez pasa del oximorón común: «¡Oh suma de todo, primer engendro de la nada! ¡Oh pesada ligereza, grave frivolidad! ¡Informe caos de seductoras formas!

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¡Pluma de plomo, humo resplandeciente, fuego helado, robustez enferma, sueño en perpetua vigilia, que no es lo que es!»

— A fe mía Gregorio, que no soportaremos más la carga.

¡Bien dicho Billy!

Y luego los abuelos nos obligaron a levantar esa máquina enorme, pero cada vez me convenzo más de que fue por nuestro propio bien. O al menos así nos conviene creerlo (aunque bueno ¿creer nosotros? Ni en sueños).

El caso es que es que cuesta trabajo decidir si vivimos en un isla de estabilidad en medio de un mar de desorden o viceversa. En ciertas circunstancias lo contrario de una verdad profunda es otra verdad profunda. Y en otras circunstancias cualquier cosa que digamos suena estúpida. En fin, qué le vamos a hacer, así es esto de jugar al khuniano.

La única objeción posible frente a ese argumento es la esbozada por el profeta del habano y que a continuación me permitiré transcribir: «One morning I shot an elephant in my pajamas. How he got in my pajamas I don’t know». Me temo que has dado finalmente en el clavo y ya no hay más que replicar al respecto.

— ¿Qué es lo que ves tú, oh viejo Tiresisas, anciano de tetas arrugadas?

— Veo que el estagirita se equivocaba de medio a medio, pero eso ya lo había dicho el Siderius nuncius (HURRY UP PLEASE IT’S TIME). Veo también que Clausius no estaba tan equivocado y el desorden es la espada de Damocles del cosmos.

En conclusión, y sacando cuentas claras y chocolate abuelita, todos estos eones de evolución han sido estropeados por el infatigable esfuerzo de la entropía. Así que al final, también está el caos (sólo que ahora aderezado con la muerte térmica del universo, dura lex sed lex).

— Todo eso está muy bueno, mi querido Pangloss, pero lo que importa es no disertar, no argüir y cultivar la huerta.

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— Ta güeno pues.

Good night

Good night

Good night

PLAYING GOD (PARTE II)

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LLENO DE MÍ, sitiado en mi epidermis por un dios

inasible que me ahoga. He descubierto como revivir el milagro de la carne a partir de lo más estéril del inframundo. Y heme aquí, pobre loco, tan sabio como antes. Todo lo he estudiado —por consiguiente, veamos— todo lo he aprendido, con infinito esfuerzo; y después de tantas y tan prolongadas vigilias (Filosofía, Jurisprudencia, Medicina… ¡ay! y tú también Teología). Lo importante, supongo es que fui capaz de dejar de hablar en primera persona del plural y volví al singular yo. Finalmente el delirio está disociando mis múltiples personalidades, y más pronto que tarde he de despertar. Tengo miedo, ay de mí, que este vino nocivo sea y en mis venas cual duende vengador sus dientes clave. Justo cuando la telaraña del sueño parece mejor tejida es cuando la mañana se apresta a liberar el velo de nuestros ojos. Así que supongo que si mantengo el flujo de palabras podré alcanzar la omnipotencia (bueno, no sé si tanto así, pero por lo menos esa sensación de ubicuidad y comprensión absoluta que hace que el tiempo se detenga y los pasteles de cumpleaños exploten como si tuvieran una bomba de neutrones dentro). Ahora sé que no soy (no somos) Mahood ni mucho menos Worm. En una época fui conocido como Leandro, pero hace ya un buen rato que abandoné esa forma de vida y me transformé en el Archidiácono de las Gafas, el espíritu más eléctrico que ningún ojo viera. Habitante de un mundo que hubiese podido ser imaginado por DeChirico (aunque de hecho fue imaginado por un aprendiz de Walt Disney medio incompetente y pretencioso). Todas las palabras acuden ahora a mi boca, que ya siento como miles de bocas unidas por una sentencia entrecortada. No sé qué decir, pero sé que no es el momento de callar. No por ahora. Por lo pronto un torrente estúpido de imágenes corre ante mis ojos y no me dejan enfocar la atención en mi labor: Construirme un mundo de mermelada enorme y lleno de sangre. Sí, presiento que se acerca el final del trayecto y, la verdad, no estoy muy seguro si me agrada o no la perspectiva. Por un lado la vida eterna es un vigoroso premio, pero por el otro, aún

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lo sublime termina por hartarnos, y la vida no es una excepción. Pero bueno, me estoy desviando para no decir lo esencial, si no es que ya lo he dicho y ya no tiene importancia. Lo esencial supongo, es hablar del dios falso que me tiene atrapado entre sus etéreas garras. Ese dios enojado, iracundo, ciego como él mismo, como no puede ser más que dios, que cuando baja tiene un solo ojo en mitad de la frente, no para ver, sino para arrojar rayos e incendiar, castigar, vencer. Tendría que decir que, sin importar sus absurdas pretensiones, él no creó el universo ni mucho menos hizo al hombre a su imagen y semejanza. El universo ya estaba de por sí y el hombre es apenas un insecto que habita en las partes pestilentes y rojas del mono y del camello. Más bien, y ahora que lo pienso con detenimiento, fue el Hombre (yo, Leandro, el Archidiácono de las Gafas) quien creó al dios a su imagen y semejanza, y lo hizo pequeño y torpe y sin gracia. Y el pobre dios que me ahoga como el vaso al agua (aunque está claro que primero fue el agua y sólo para contenerla un ocioso inventó al vaso) ni siquiera tiene el valor de aceptar su papel subordinado en la trama del universo y se engaña dudando —aunque en el fondo lo sabe, debe saberlo— y se anestesia preguntándose qué será más noble y más elevado para el espíritu, si sufrir los golpes y los dardos de la insultante fortuna o armarse contra un piélago de calamidades y haciéndoles frente acabar con ellas. Pero como dije, él lo sabe y nomás dice que duda para eludir la aterradora certeza que lo acongoja. Porque lo que no existe no tiene la facultad de desear la existencia ni de creer en ella. No existe ergo no piensa. Sin embargo no concibo que él, con todo y las fallas con las que lo criamos, sea tan insensible que ignore su propia inexistencia. O a lo mejor es solamente que se confunde. O claro, que quiere engañarnos (engañarme a mí, Leandro, el Archidiácono) para seguir cobrando la pensión de desempleo a pesar de su flagrante irrealidad. Finalmente, así como su creación fue obra nuestra, también su desaparición es prestada. Y es que, estúpido de mí, escuché al buen Françoise Marie que me decía al oído que si no existía convendría inventarle. Lo que no me dijo y yo tardé todas estas edades en descubrir es que una vez decretada su realidad, lo único decente era matarle. Y así lo hice, y no niego que algo perdí con el trueque, pero

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insisto en que la ganancia fue infinitamente mayor. Ahora, mientras desgrano entre mis labios el sabor a fruta podrida de la confesión, comienzo a sentir como se aflojan los nudos de las corbatas que me amarran a este potro. Porque la causa de mi castigo ha sido la insolencia de jugar a ser dios. Si con un retruécano reconozco mi paternidad sobre él —ahora lo veo claro— eso significa que automáticamente me transformo en su creador. Creador del creador del creador (es una rosa es una rosa es). Caída circular. Té, chocolate, café, hojas y hojas y nada de té chocolate, café, hojas y hojas y nada de té chocolate, café, hojas y hojas y nada de té chocolate, café, hojas y hojas y nada de… Pero basta. El absurdo libro de mermelada pronto llegará a su final. Aquí llega la hermosa Ofelia.

?

EL ARTE DE LA PACIENCIA

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Es absolutamente indispensable seguir las

instrucciones en el orden en que se indica, de otra manera, los resultados serán impredecibles (y muy probablemente desastrosos).

Lo primero es ir al desván donde se encuentran guardados los utensilios de limpieza y tomar una escoba. Es necesario observarla cuidadosamente, con plena conciencia del misterio que representa, y levantarla con ambas manos para sentir su peso. Tan pronto como estemos familiarizados con cada una de sus astillas podremos pasar al siguiente punto, pero no antes.

Una vez que nos acostumbramos a nuestra nueva herramienta, podemos comenzar a barrer. El proceso de barrido es muy sencillo, pero no por eso debe ser tomado a la ligera. La operación ha de llevarse a cabo de la siguiente manera: En primer lugar se empuña la escoba, manteniendo la parte a la que van unidas las cerdas hacia abajo —lo más cerca del piso que sea posible— y agarrando el mango de madera a modo de palanca, con el fin de maniobrarla cómodamente. A continuación se procederá a deslizar la porción inferior de las cerdas sobre el suelo, a modo de que arrastren consigo la basura y las partículas de polvo que se encuentren en su camino. Es preciso dejar pasar un par de segundos entre cada movimiento de la escoba y el siguiente, para inhalar y exhalar tres bocanadas de aire y apreciar todo el trabajo que aún falta por hacer. Este ejercicio ha de repetirse cuantas veces sea necesario, hasta que toda la mugre se encuentre apilada en un montoncito cerca de una esquina de la habitación. En cuanto hayamos llegado a ese punto, debemos empujar con la escoba el montoncito de desperdicios rumbo al recogedor, para después echarlo al bote de la basura. Es de suma importancia revisar que quede limpia la porción de suelo que se encuentra bajo la plataforma del recogedor, y si no es así, volver a pasar la escoba hasta que no queden rastros visibles de polvo.

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Este procedimiento ha de realizarse con riguroso orden en todas las habitaciones de la casa antes de proseguir con las instrucciones.

En cuanto se ha terminado de barrer hay que comenzar a trapear, lo cual debe hacerse como se explica a continuación. Primero que nada, se toma el mechudo (o en su defecto, la jerga) de forma similar a la escoba y se sumergen sus dreadlocks de estambre en una solución previamente preparada de agua con detergente de pino. Posteriormente se tuercen para quitar el exceso de agua jabonosa, y se friegan con ellas los mismos lugares sobre los que se acaba de barrer.

El siguiente paso consiste en lavar un poco de ropa (si hay sol) o trastes (si las nubes amenazan con soltar un aguacero). La primera de dichas actividades ha de realizarse al aire libre, mientras que la segunda puede ser llevada a cabo tranquilamente en la tarja de la cocina.

Para lavar ropa es necesario, antes que nada, tener ropa sucia, lo cual por ser tan común no representará mayor problema. Una vez que se tiene a mano la ropa sucia, se moja pieza por pieza y se le unta jabón. Después se restriega contra el lavadero para sacarle lo percudido, poniendo especial cuidado en el cuello y las mangas de las camisas, así como en las valencianas de los pantalones. A continuación se enjuaga cada prenda hasta que deje de hacer espuma, se exprime para quitarle tanta agua como sea posible, y finalmente se tiende de un mecate para que termine de secarse al sol.

Lavar trastes, por su parte, suele ser muy parecido a lavar ropa, con la notable diferencia de que los trastes rara vez están hechos de tela, por lo que no hace falta tenderlos de un mecate. En este caso, la operación se efectúa de la siguiente forma: Se toman los trastes sucios y se friccionan con una fibra remojada en agua de detergente. Acto seguido, se procede a quitarles la espuma bañándolos en el chorro del agua (si hace mucho frío se puede usar agua tibia, o cuando esto no es posible, guantes de hule). En último lugar, se colocan boca abajo, en una superficie especialmente destinada para que se les escurra el agua que pudiera haberles quedado.

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Tan pronto como se han llevado a cabo los preparativos antes mencionados, se encuentra uno listo para realizar la tarea principal. Entonces, y sólo entonces, se toma el lápiz y el cuaderno y se escribe el poema.

*****

ACERTIJO

(S.O.S)

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Lo primero es

cerrar los ojos, aporrear las teclas,

instalarse en el estado de ánimo, y volver a abrir los ojos.

(Se sienta uno frente a la máquina de escribir, sin siquiera sospechar las intenciones de la musa. Poco a poco, casi sin que se dé uno cuenta, su cotidiana verborrea se va adueñando de uno y eso es todo. Ya no es posible evitar ser tacleado por ella).

Mira hacia allá. Quien podría decir que me necesitas. No,

Y ¿a quién le preocupa la incoherencia? Si al fin y al cabo, algún día nos alcanzará.

[No hay mucho que hacer al respecto, está matemáticamente comprobado que esta vida no tiene más sentido que el que se puede leer en el intestino de un perro muerto.]

tOdO eSo EsTá BiEn, PeRo SaCa De UnA bUeNa VeZ a LoS hIjOs De La LoCuRa dE mI sIsTeMa!!!!!!.

Tengo en mi closet una camisa nueva que fue muy barata. Yo, como era de esperarse no quería comprarla, pero Susana insistió. La verdad lo que pasó fue que quiso probarse un vestido y al ponérselo, se le rompió. Estaba tan apenada que trató de llevarse algo para que la dependienta de la tienda

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no se fuera a enfurecer con ella, pero lo único que encontró fue una falda horrenda y una camisa barata de mi talla. Me preguntó «¿Quieres la camisa?», y yo «No, gracias». «Pero si te hace falta ropa nueva, Leandro». «Pero no tengo dinero». «No le hace, yo te la disparo». «No, creo que mejor no. Gracias». Y se llevó la falda.

A los dos días la fue a cambiar por mi camisa barata.

¿A qué planeta llevará ese camino? ¿Qué estados de ánimo desencadenará en mí? ¿Hacia dónde se dirige el torbellino que siempre nos arrastra de vuelta aquí?

Dicen los libros de texto burgueses, que todos los seres humanos mantenemos una importante porción de nuestro cerebro sin usar. Yo la verdad no sé en qué se basan para hacer semejante afirmación. ¿A poco han visto de cerca cómo funciona mi cerebro, o el de cualquier mugrosa gaviota?

mil pares de ojos observan mejor que uno

durante la oscuridad de la madrugada!

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A veces parece mentira nuestra capacidad para cortar la vida en rebanadas, y después servirla de tal modo que la podamos digerir. Cada fracción parece dotada de vida propia, pero si las lees de corrido, se puede adivinar un sentido oculto.

Y no será que en realidad los hechos brotan como burbujas, sin causa racional y somos nosotros los que las interpretamos como un continuum.

Confesión:

Es cierto lo que ustedes piensan, lo confieso. Muchas veces tengo la impresión de que los distintos momentos que componen un segundo, no tienen todos un peso idéntico al de sus congéneres. De ahí a admitir una concepción idealista de la vida, aún hay mucho trecho.

Una piedra viaja por el espacio a cierta velocidad que hasta hace poco tiempo nos parecía inconcebible. ¿Cuántos de ustedes habrían sido lo suficientemente listos como para imaginarlo?

Una palabra se liga a la otra, despejando incógnitas que ni siquiera imaginábamos que existían, e iluminando trocitos de otras palabras que reflejan la luz en todas direcciones. Algún día, más pronto o más tarde, alumbrarán lo trascendental. Mientras tanto, el camino vale tanto como la meta.

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¡Oh bestia que vives en mi espina dorsal! destroza el sentido de cada verso, no lograrás evitar que un lector ingenuo o mal intencionado, descubra el secreto de la vida en mi canción.

«De este modo, los mismos iones pueden actuar positiva o negativamente en la absorción de otros. Con esto la tendencia de la acción puede cambiarse según las condiciones. El fenómeno de antagonismo y sinergismo en la absorción de macro y microelementos puede ser condicionado por la reacción que presenta el medio, el nivel de contenido en el medio y en la planta de otros elementos de nutrición mineral, sus correlaciones, especie de plantas, temperatura del medio ambiente y otros factores».3

El comienzo de todo puede ser explicado por el principio de ιµβεχιλιδαδ una extraña fuerza que se encuentra presente en todas las cosas. La consecuencia principal de la ιµβεχιλιδαδ es la εστυπιδεζ.

Supón que por alguna razón eres el único testigo de un asesinato que todavía no ocurre. El cómo sucede ese acontecimiento es algo que no debe interesarnos, por cuanto se encuentra fuera de la trama de nuestra historia. Supón además que estás obligado a pedir auxilio, pero no quieres que el asesino se entere, porque aún no se le ha ocurrido la idea del crimen y si no se la sugieres puedes ganar

3 ¿Pero qué está pasando? ¿Qué sentido tiene citar un libro de B. A. Yágodin, y especialmente su «Agroquímica»? Debe querer decir algo, porque el párrafo copiado no pertenece a la página dos ni a la cuatrocientos. Seguro que el mensaje es tan importante que no puede ser escrito llanamente. La Verdad ha de ser encontrada aquí por ojos adecuados.

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tiempo precioso para detenerlo. ¿No sería entonces lógico emplear una forma de escritura criptográfica que pueda ser comprendida por la policía, pero que resulte totalmente esotérica para el delincuente?

¿Entiendes lo que te digo? Tú, sí, tú, lector hipócrita, mi igual, mi hermano. ¿Has entendido algo

o estoy hablándole a la pared?

… poco a poco, como quien no quiere la cosa, los fragmentos separados van cobrando sentido en la danza dentro de tu cabeza. Te esfuerzas, enfocas la vista y lo que antes te parecía un tremendo caos, demuestra ser una enorme y absurda metáfora de nada.

¿Nada?

Nada.

Out, out, brief candle! Signifying nothing.

(aplausos)

Fin.

Esta obra se terminó de digitalizar el 2 de enero de 2012 bajo la supervisión, formación y cuidado editorial de

AL FIN LIEBRE EDICIONES DIGITALES.

«Por una libre redistribución de textos.» Lugar de la culminación de la digitalización.

2 0 1 2

La historia que vamos a contar, involucra en términos generales a Leandro, a quien después

conoceríamos como el Archidiácono de las gafas, a dios y a Susana, además de a una multitud de personajes menores como Lagartija y el doctor Kreenling. Y sobre todo a la Razón y la Locura.

Podemos decir que todo este texto que te invita a perderse en él como en un bosque ignoto, es al fin y al cabo una alegoría más o menos elaborada de la interminable lucha entre el raciocinio y la irracionalidad. Como tal fue por lo menos redactado nuestro mundo de mermelada, aunque no por eso queremos limitar tu soberana lectura. Paséate pues con toda libertad (o como diríamos «como Juan por su casa») por este libro que con ese efecto hemos concebido.»

Ediciones Sementerio 2007.

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