El Liberalismo Moderado Jocelyn Holt

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 Estudios Públicos, 69 (verano 1998). DOCUMENTO EL LIBERALISMO MODERADO CHILENO SIGLO XIX * Alfredo Jocelyn-Holt ALFREDO JOCELYN-HOLT. D. Phil. (Oxford). Investigador del Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile. Autor de  La Independencia de Chile: Tradición, modernización y mito (Madrid 1992), y de  El peso de la noche, nuestra frágil  fortaleza histórica,  Premio Consejo Nacional del Libro y de la Lectura 1996 (Buenos Aires: Ariel, 1997). INTRODUCCIÓN I  l gran acierto de la política chilena del siglo XIX, en especial de su segunda mitad, fue haber sido liberal y moderada, haber auspiciado progreso sin que ello significara inestabilidad, haber permitido grados cre- cientes de pluralismo en el seno de una sociedad todavía tradicional, en suma, haber sabido congeniar tolerancia y orden. Un orden sensato, que se alejaba de medios autoritarios, no impuesto por la fuerza ni derivado del marasmo de las costumbres, en definitiva, un orden equilibrado que procu- ró apartarse de posibles desórdenes que podrían haberse enseñoreado de haber prosperado posturas extremas. Quien mejor expresa esta moderación liberal es Andrés Bello, con- cretamente cuando, al culminar su discurso inaugural de la Universidad de Chile en 1843, postulara como ideal: E

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  • Estudios Pblicos, 69 (verano 1998).

    DOCUMENTO

    EL LIBERALISMO MODERADO CHILENOSIGLO XIX*

    Alfredo Jocelyn-Holt

    ALFREDO JOCELYN-HOLT. D. Phil. (Oxford). Investigador del Instituto de EstudiosAvanzados de la Universidad de Santiago de Chile. Autor de La Independencia de Chile:Tradicin, modernizacin y mito (Madrid 1992), y de El peso de la noche, nuestra frgilfortaleza histrica, Premio Consejo Nacional del Libro y de la Lectura 1996 (Buenos Aires:Ariel, 1997).

    INTRODUCCIN

    I

    l gran acierto de la poltica chilena del siglo XIX, en especial desu segunda mitad, fue haber sido liberal y moderada, haber auspiciadoprogreso sin que ello significara inestabilidad, haber permitido grados cre-cientes de pluralismo en el seno de una sociedad todava tradicional, ensuma, haber sabido congeniar tolerancia y orden. Un orden sensato, que sealejaba de medios autoritarios, no impuesto por la fuerza ni derivado delmarasmo de las costumbres, en definitiva, un orden equilibrado que procu-r apartarse de posibles desrdenes que podran haberse enseoreado dehaber prosperado posturas extremas.

    Quien mejor expresa esta moderacin liberal es Andrs Bello, con-cretamente cuando, al culminar su discurso inaugural de la Universidad deChile en 1843, postulara como ideal:

    E

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    La libertad, como contrapuesta, por una parte, a la docilidad servilque lo recibe todo sin examen, y por otra a la desarreglada licenciaque se rebela contra la autoridad de la razn y contra los mas noblesy puros instintos del corazn humano [...]1

    Libertad concebida como distancia de toda desproporcin. Ni autoritarismopor un lado, ni excesos libertarios por el otro; un medio camino que aspira-ba esquivar tanto la obsequiosidad a la tradicin como los trastornos deri-vados de una crtica contumaz e indisciplinada.

    Ecos de esta frmula los encontramos una y otra vez en Chile a lolargo del siglo, en especial a partir de la dcada de 1860. Cabe hablar, portanto, de una sensibilidad compartida, que hace de la moderacin su marcadefinitoria, en un perodo histrico que, adems, ir develando escenarios ydesafos inditos, con su cuota de posibilidad y desgarro a la vez.

    Pero volvamos a Bello a fin de apreciar mejor el origen y sentidohistrico de esta moderacin. Esta estrategia poltica viene indudablementede antes. Es incomprensible sin una concepcin ilustrada dieciochesca delorden su antecedente ms remoto y dilatado en que cada cosa tiene sulugar pero ya no en un sentido atvico sino fundado en la razn y elclculo. El tipo de orden que salta a la vista, por ejemplo, en una construc-cin neoclsica digamos, La Moneda, o en el enciclopedismo filosfi-co de autores, tambin emblemticos, como Juan Egaa o Manuel de Salas,en que los parmetros tradicionales que organizan la sociedad, hasta enton-ces corporativos y escolsticos, son sustituidos por un ideal de decoro ymesura de carcter normativo, regular, armnico, donde predominan lneaspuras, desprovistas de ornamentos excesivos tan caros a cierta naturalidadespontnea y orgnica de tipo barroco. En fin, el tipo de sensibilidad queuno asocia con la Amrica borbnica; la de un Bello, por ejemplo, an enCaracas, antes de su exilio europeo2.

    Evidentemente los orgenes de esta moderacin no se agotan slo enesta preferencia por patrones clsicos. Cabe contextualizarla con precisinya adentrado el siglo XIX, cuando el aspecto poltico cobra un mayorrelieve. En efecto, se trata de un espritu moderado, receloso frente a laradicalizacin generada por la Revolucin Francesa y sus principales se-cuelas: el personalismo napolenico y el romanticismo. De ah que se nutradel modelo francs posterior, el de un liberalismo cauto, sospechoso de losexcesos de la democracia plebiscitaria. Liberalismo que si bien reconoce

    1 Andrs Bello (1885), p. 318.

    2 Vase Emir Rodrguez Monegal (1969), pp. 19-40; los artculos compilados enBello y Caracas (1979); y tambin Antonio Cussen (1992), pp. 3-26.

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    que el Antiguo Rgimen ha desaparecido, admite que ciertos valores aristo-crticos siguen siendo vlidos; modelo que aspira en lo posible arecuperar parte del orden perdido, no necesariamente mediante restaura-cin, reputndose esta ltima un exceso ilusorio. Es decir, la monarqua deJulio, Constant, Guizot, de Tocqueville3. La versin poltica continentalque evolucionara paralelamente a la prolongada estada londinense deBello.

    Por ltimo, este liberalismo moderado tiene tambin como trasfondola cristalizacin de una institucionalidad poltica contempornea, cuyo msaclamado exponente fue el modelo ingls. Institucionalidad fundada en lalibertad de asociacin, en el derecho a participar libremente en elecciones,y en la idea que de no haber una oposicin legtima no se est frente a unorden debidamente constituido. Todo lo cual presupone niveles mayores dealfabetizacin requisito bsico de ciudadana y libre circulacin deideas que apuntan a algo incluso ms profundo: a conductas responsablescapaces de sublimar agresividad4. En fin, una sensibilidad burguesa queauspicia un mbito pblico confiable que asegure tranquilidad, permitaretirarse al mundo privado a fin de exponenciar productividad y ahorro, a lavez que disfrutar de goces domsticos sin derroches, sin desbordes5. Ensuma, el orden que florece durante la paz de fin de siglo en Europa entre1871 y 1914.

    En el contexto latinoamericano esta moderacin liberal cobr unsentido distinto porque los extremos envueltos eran otros. Estamos hablan-do de un continente altamente convulsionado, marcado por el colapso delimperio espaol con su saldo de sorpresa, orfandad y consiguiente imprevi-sin, aturdido por prolongados perodos blicos de alcance continental,aunque crecientemente expectante si es que no ilusionado por influenciasnovedosas, no espaolas, a menudo asociadas a un flujo significativo deemigrados e ideas provenientes de Europa y del resto de Amrica. Enresumidas cuentas: la trayectoria que, mejor que nadie, el mismo Belloencarnara personalmente.

    De modo que esta moderacin, extraordinariamente difcil de alcan-zar en Hispanoamrica dadas las condiciones anteriores, hay que visuali-zarla en un escenario disgregativo, poco proclive a que cundieran institu-

    3 Respecto a esta variante del liberalismo, vase Douglas Johnson (1963); StephenHolmes (1984); Irene Collins (1967), pp. 103-127; Andr Jardin, (1989); Pierre Manent(1990).

    4 Cfr. Peter Gay (1994), p. 214.5 Cfr. Guy Palmade (1985), pp. 152ss.

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    ciones slidas. Con todo, esta moderacin liberal constituy una aspiracinconcordante con el anhelo inicial, posterior a la Independencia, de forjarestados-naciones autnomos; ste ltimo, paradigma sine qua non a la horade querer participar de un mundo progresivamente interconectado en trmi-nos polticos, culturales y econmicos6. Y si bien la suerte que corri estepropsito inicial fue desigual suele hablarse de un temprano xito chile-no al respecto se vuelve a percibir ms tarde en cierto afn moderado yserio, aunque con desiguales resultados, una vez que las vas autoritarias,en algunos casos caudillescas y otras apoyadas en equilibrios cvico-milita-res frgiles (el mejor ejemplo es el chileno), demostraron su fracaso. Lovemos en el propsito de regeneracin que orienta la trayectoria polticareformista de Benito Jurez en Mxico y, tambin, en la influencia quetiene Juan Bautista Alberdi en la Argentina con posterioridad a Rosas7.

    II

    En el caso chileno el fracaso del autoritarismo se volvi evidentehacia fines del decenio presidencial de Manuel Montt (1851-1861). Diver-gencias en el ncleo ms conservador a causa del ejercicio de prerrogativasregalistas por parte del Ejecutivo en asuntos eclesisticos llevaron al quie-bre entre conservadores laicos (montt-varistas) y clericales en 1856. Lesigui la coalicin fraguada entre estos ltimos y la oposicin liberal, lallamada Fusin Liberal Conservadora, todo ello en medio de una atmsferasobrecargada por motines y conspiraciones que culminaron en la guerracivil de 1859. Ante lo cual, Montt claudic y se desisti de perpetuar aAntonio Varas, su delfn, como candidato a sucederle, posibilitando de estemodo la opcin por el liberalismo moderado que se volvi dominante des-de los dos gobiernos de Jos Joaqun Prez (1861-1871) en adelante.

    Con todo, este liberalismo moderado se anunciaba de mucho antes.Hemos citado el texto de Bello de 1843. Valga de ejemplo tambin lapermanente campaa que emprendi el venezolano en El Araucano encontra de la censura a la internacin de libros, especialmente entre los aos1832 y 18348. La creacin misma de la Universidad de Chile, que inicial-mente despertara oposicin ecos oscuros de declamaciones antiguas al

    6 Sobre el nacionalismo durante el perodo de Independencia en Chile, vase A.Jocelyn-Holt (1992).

    7 Cfr. A. Jocelyn-Holt (1993), pp. 278-279.8 Sobre esta campaa, vase Miguel Luis Amuntegui (1962), pp. 269-276. Cfr. Julio

    Csar Jobet (1970), pp. 165ss; Arturo Fontaine Aldunate (1982), p. 33.

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    decir de Bello tambin lo confirma. De igual modo el tantas veces citadoplanteamiento de Portales en que sin descartar el gobierno plenamenteliberal, lo posterga para cuando se cumplieran las debidas condiciones devirtud pblica que l estimaba indispensables9. Por ltimo, es liberal ymoderada la temprana crtica de 1849 formulada por el liberal-conservadorAntonio Garca Reyes acerca de los intendentes quienes, a su juicio, sofo-caban despticamente el espritu pblico e impedan el ejercicio de losderechos constitucionales10.

    Pero es en la dcada de 1860 y en el quinquenio inmediatamenteposterior cuando se perfil cabalmente lo que he denominado liberalismomoderado. Hitos cruciales son la ya aludida Fusin Liberal Conservadora,seguido del dramtico vuelco que hiciera Fedrico Errzuriz Zaartu en elperodo presidencial siguiente, terminando con la anterior coalicin y ges-tando un nuevo acuerdo, la Alianza Liberal (1875), una vez ms a causa dedivisiones frente al conflicto teolgico, pero en esta ocasin excluyendo albando ultramontano y eventualmente formando gabinete con liberales yradicales.

    Estos son los antecedentes estrictamente coyunturales que posibili-taron esta variante del liberalismo. En el fondo, sin embargo, el catalizadorfue el cambio que comenzara a operar desde la dcada de 1840. El descon-tento inicial con el autoritarismo presidencial, a la par con el fracciona-miento creciente del espectro poltico al interior de la elite, en torno acuestiones valricas, fue lo que termin por consagrar al liberalismo mode-rado.

    En efecto, el panorama poltico chileno a partir de la dcada de 1840revela una progresiva fragmentacin centrfuga que amenazaba con quebrarla coherencia del grupo dirigente debilitando, por ende, el dispositivo cen-tral del orden poltico a la fecha. El liberalismo, desde luego, se vuelve msdoctrinario y radical; Lastarria y Bilbao, entre otros, extremaban el discursoprogresista alienando a la sociedad tradicional. A su vez, el aparato admi-nistrativo comenzaba a generar sus propios cuadros y a promover a funcio-narios burcratas sumamente celosos de las prerrogativas de un Ejecutivopotencialmente omnmodo; los ms destacados, por cierto, fueron Montt yVaras. Surgi tambin el tradicionalismo al amparo de la jerarqua eclesis-tica. Por ltimo, se perfilaron dos nuevos centros econmicos: el Norte

    9 Este planteamiento est consagrado en la carta de Portales a Jos M. Cea de marzode 1822, en Ernesto de la Cruz (1936), volumen I, pp. 176-178. Para una discusin msextensa sobre esta visin de Portales, vase A. Jocelyn-Holt (1997a), pp. 75-98; tambinA. Jocelyn-Holt (1997b).

    10 Citado en Enrique Brahm Garca (1992), p. 112.

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    Chico y Valparaso. Evidentemente este nuevo escenario vino a tensionarel ambiente. Ninguno de estos grupos por s solo era capaz de representar ala elite toda no obstante albergar pretensiones de querer dirigir o amorti-guar el proceso de cambio.

    As y todo, se salv la situacin. Cmo? Por de pronto, recono-ciendo la creciente pluralidad y complejidad, e instituyendo mecanismos yespacios donde dirimir conflictos. El parlamentarismo permiti el librejuego de las crecientes diferencias, el que se expresaran abiertamente, y elque pudieran perseguir sus propios objetivos autnomos, sin que ningunose impusiera al otro, y sin que, por ltimo, el grupo dirigente dejara dehablar con una sola voz.

    Ayud tambin que el parlamentarismo sirviera de marco transac-cional. Estamos frente, desde luego, a partidos muy precarios, mquinaselectorales que fuera de los perodos eleccionarios actuaban inarticulada eindisciplinadamente, salvo el bando clerical; el resto del tiempo girabanalrededor de tribunos polticos, los verdaderos artfices de la nueva poltica,a quienes vemos una y otra vez dispuestos a desdramatizar los conflictos ya bajarles el tono a los antagonismos doctrinales a fin de lograr las apeteci-das combinaciones y alianzas. Es ms, el marco parlamentario permita nosolo discutir proyectos sino tambin dilatarlos y eventualmente acordarsoluciones de parche. De ah que en ms de una ocasin se postergarandiscusiones claves durante los perodos de elecciones11. En fin, predomina-ba la conviccin de que las diferencias se zanjaban en el Parlamento, suertede club de notables, sin tener que, por lo tanto, apelar al electorado.

    El liberalismo moderado amn de parlamentarista fue ante todopragmtico. Ello se debi no poco a que el partido Liberal, el ms informe,colmado de figuras personalistas, constituyera el eje o bisagra de un siste-ma polivalente dividido en liberales, conservadores, nacionales, radicales ydistintas otras subcorrientes menores. Tambin incidi que el electoradofuera reducido y cautivo, lo anterior a causa de la intervencin electoral porparte del Ministerio del Interior a la que, por muy repudiada que haya sido,se recurri siempre una vez que se llegaba al gobierno12. Y si bien elcomponente doctrinal en las discusiones teologales pas a ser crucial, no esmenos cierto que en dichos debates no se atacaron nunca las creencias

    11 Un buen ejemplo es la postergacin de las reformas constitucionales durante el ao1866 a causa de la guerra con Espaa, la reeleccin de Prez y las elecciones parlamentariasde 1867. Vase Agustn Edwards, (1932), volumen I, p. 27.

    12 Sobre la naturaleza de las elecciones y su evolucin, vase J. Samuel Valenzuela,(1985); del mismo autor, (1997), pp. 215-257; vase tambin, Timothy R. Scully, c.s.c.(1992), pp. 73ss.

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    catlicas fundamentales; a lo ms lo que se pretenda era disminuir el rolsocial de la Iglesia institucional y de los clrigos que la administraban13.Por ltimo, tendramos que aadir el que no se dieran conflictos econmi-cos intra elite.

    Hay otros aspectos que explican esta moderacin. Prima en la clasepoltica de la poca una disposicin anmica conciliadora, ponderada, ajenaa todo aquello que resultara fogoso, extemporneo o destemplado. En figu-ras como Miguel Luis Amuntegui esto pareciera deberse a factores de tipotemperamental, aunque seguramente influy tambin cierto ideal retrico.Leemos en un manual de oratoria forense contemporneo, redactado porBarros Arana, para alumnos del Instituto Nacional: la elocuencia modernaes menos vehemente [...]. Los modernos buscan sobre todo el convenci-miento por medio de la razn. De querer persuadir, se recomienda nomostrar demasiada pasin14. En definitiva, ser moderado era simplementeuna manera de estar a tono con los tiempos; era ser liberal en un sigloliberal.

    No se malentienda; esto no significaba ser consensual como lo con-cebimos hoy. Desde luego, se admita el disenso, el conflicto, de lo contra-rio no se explica el debate valrico. Con todo, en lo sustancial no habadiscusin. El orden social era un hecho. El carcter seorial, rural, jerrqui-co, proclive a cooptar, que define a esta sociedad tradicional y que habrade asegurar la preeminencia oligrquica, no estaba en juego. Por consi-guiente, lo que aqu encontramos es otra cosa: es transaccin, conflicto enla discusin, seguido de negociacin y acuerdo sobre asuntos puntuales,coyunturales, sin que por ello se cuestionen las bases esenciales de lasociedad.

    Esto por cierto exasper a muchos en su momento. Fue objeto decrtica y stira, como se aprecia en algunos de los textos aqu reproduci-dos15. Incluso, en ms de una ocasin se intent ponerle fin. La candidaturade Vicua Mackenna a la presidencia en 1876, su deseo de aliar el progre-sismo con el conservadurismo amparndose en cierto vago populismo, fueuno de estos tantos casos. Esta tctica, sin embargo, fracas por ser antioli-grquica. Se prefiri a Anbal Pinto, personaje opaco, pero que contaba,

    13 Timothy R. Scully (1992), p. 35, nota 60.14 Diego Barros Arana (1908), pp. 181, 186 y 187.15 Un temprano ejemplo es el retrato satrico que hace Alberto Blest Gana en Martn

    Rivas (1862) del acomodaticio independiente, Dmaso Encina, quien ansioso por lograr unsilln senatorial se vaivenea ya sea hacia la oposicin o bien hacia el gobierno, segn elinterlocutor con quien habla, o las cambiantes circunstancias polticas que peridicamente seposesionan de su voluble estado anmico.

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    como se dijo entonces, con el apoyo de los elementos conscientes delpas. Es ms, la propuesta, planteada en varias ocasiones por Isidoro Err-zuriz, de que existieran slo dos grandes tiendas contrapuestas, a fin determinar con el fraccionamiento poltico, tampoco prosper16.

    A qu se opona este liberalismo moderado? De lo anterior quedaclaro que al autoritarismo presidencial y al tradicionalismo ultramontano.El primero fue objetado por la Fusin, el segundo fue contrarrestado por lasalianzas posteriores. Pero tambin se opuso al doctrinarismo liberal. Enotras palabras, quera alejarse lo ms posible de los factores que durante eldecenio de Montt haban amenazado con dividir gravemente al pas. Poste-riormente habra de oponerse al positivismo; en efecto, nada ms distante elliberalismo moderado y su tenor pragmtico del cientificismo dogmtico.

    III

    Curiosamente, no existe acuerdo respecto a la naturaleza de estamoderacin liberal. La mayora de los historiadores soslayan el tema y enms de algn caso confunden el fenmeno.

    Segn un argumento que se ha planteado, todas las corrientes ideo-lgicas, inclusive el catolicismo ultramontano, participaron de un consen-so favorable a la libertad. Los conservadores chilenos habran sido igual-mente liberales, en cuestiones econmicas y polticas, que sus opositoresexpresamente liberales17. De lo cual se infiere supuestamente, por tanto,que ni la moderacin ni el espritu libertario habran sido privativos de ungrupo especfico.

    Esta hiptesis, sin embargo, no se compadece con el tenor fuerte-mente antiliberal expresado por la Iglesia y el grueso del conservaduris-mo clerical. Las ms de las veces la actitud y pronunciamientos de estebando en el contexto de la discusin pblica sobre polticas secularizadorasv. gr. regalismo, matrimonio civil, Estado docente, etc. asumi untono defensivo cuando no angustiado. En lo ms profundo, los conservado-res sintieron amenazadas las bases mismas de la sociedad. Alentados porlas nuevas directrices y encclicas romanas que visualizaban a la sociedadmoderna como anticristiana y perversa, condenaron al liberalismo como unerror, conducente al caos social, calificndolo, por ende, como intrn-secamente incompatible con la tradicin, y es ms, con el catolicismo mis-

    16 Vase Isidoro Errzuriz, La libertad electoral y la intervencin [1875], (1910,volumen I), pp. 92-93; y Elecciones en Cauquenes [1876], (1910, vlumen I), pp. 204-205.

    17 Vase Ricardo Krebs Wilckens (1981).

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    mo. De ah tambin, el repudio que sufriera la lnea ms contemporizadora,ms cercana a lo que podra haber sido una postura autnticamente modera-da el denominado catolicismo liberal que en Chile tuvo alguna reso-nancia por la destacada elocuencia de los personeros que la auspiciaron,aunque sus efectos al interior del mundo catlico a la larga fueron magros,siendo silenciados por el oficialismo poltico y eclesistico conserva-dor18.

    Suele tambin confundirse el alcance supuestamente liberal dealgunas posturas asumidas por el conservadurismo ultramontano; estoypensando, por ejemplo, en la defensa de la autonoma de la Iglesia frente alEstado, o, ms especficamente, en el tema de la libertad de enseanza.En realidad, el sentido ltimo aqu es distinto. Si para los conservadores launin entre Iglesia y Estado era una cuestin de principios, lo que exiga unapostura intransigente de sus partidarios, para el liberalismo moderado, encambio, el asunto era un asunto prctico, no doctrinal, que requera pruden-cia y tolerancia, segn palabras de Isidoro Errzuriz19. De ah que a final decuentas el liberalismo moderado no auspiciara la total separacin, comotampoco instituyera medidas radicales como el divorcio vincular. Ocurrealgo similar con el tema educacional. En ltima instancia, el sector conser-vador antes que una libertad de enseanza propiamente tal, lo que propicifue el mantenimiento irrestricto del carcter religioso de la educacin. Chi-le o era un pas exclusivamente catlico o simplemente no era libre yestaba condenado a sucumbir como nacin, afirmaba el conservadurismo20.

    En definitiva, la diferencia estriba en un matiz aunque sutil no porello insustancial. El tipo de libertad en que estaba inspirada la corrienteultramontana responde a una concepcin de corte tradicional y no moderna.La lucha por la libertad que emprendi la Iglesia y sus partidarios fue unalucha por su propia sobrevivencia institucional en un mundo que devenasecular. En sntesis, a lo que obedece ms bien esta posicin es a la idea delibertad como fuero, como defensa de privilegios, y no en un sentido pluraly amplio propio del liberalismo21.

    18 Vase Sofa Correa Sutil (1997), pp. 387-426; tambin Sofa Correa Sutil (1981),pp. 75-118.

    19 Isidoro Errzuriz ([1876] 1910), p. 239.20 Ricardo Krebs Wilckens (1981), p. 22.21 Por lo mismo, tampoco termina por convencer la tesis recientemente esbozada por

    Sol Serrano (1994) p. 19. Al igual que Krebs, la seora Serrano sostiene que habra habido unconsenso, ella lo califica de modernizador, en que confluiran liberales y conservadoresultramontanos. Afirma, adems, que tal consenso fue posible porque el catolicismo permane-ca como un universo comn. Fuera de que habra que fundamentar dicha aseveracin,resulta un tanto difcil admitir este supuesto universo comn toda vez que se est discutien-do nada menos que la naturaleza secular del orden poltico e institucional. Una cosa era seguirmanteniendo el rgimen de unin entre Iglesia y Estado, posicin que se acept, otra muydistinta, sin embargo, que la sociedad siguiera siendo conceptualizada como catlica, cuestinque el mismo proceso de secularizacin encaminado desmiente.

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    Pero se podra insistir en que los ultramontanos eran liberales en loeconmico y poltico. Efectivamente, solan ser liberales en estos mbitos apesar de su ideologa no liberal o incluso antiliberal. En otras palabras: noporque hayan sido conservadores es que eran liberales, sino porque siendoliberal la hegemona poltica de la poca, la praxis tambin lo fue. En lamedida que deseaban tener algn peso poltico, no les quedaba otra alterna-tiva que ser liberales; en fin, tanto la conveniencia y sobrevivencia polticacomo simplemente su propia confusin doctrinaria los haca liberales22. Deigual modo, no es que hayan sido en s moderados sino que se moderan.

    Es precisamente este efecto abarcador, envolvente, lo que motiva aGonzalo Vial Correa a afirmar en franco contraste, dicho sea de paso,con lo planteado por los autores antes citados que con posterioridad a ladcada de 1870 el liberalismo termin con la imago mundi catlica de laelite, rompi el consenso doctrinario, gener una atmsfera de guerrareligiosa y por ltimo quebr la unidad nacional. Segn Vial, si biendurante el mismo siglo XIX muchas naciones conocieron, igual que Chile,el quiebre de la antigua unidad religiosa, pero consiguieron parchar larotura, bien que mal, y siguieron su camino [...]. No fue as por desgraciaen Chile. La trizadura religiosa lleg a ser un abismo, la unidad nacionalpereci y el pas se detuvo23.

    Esta tesis es insostenible. Desde luego, durante tres dcadas al me-nos, hasta llegar a 1891, no se produjo ningn quiebre al interior del siste-ma poltico o de la elite dirigente. Y eso que hubo dos guerras internaciona-les, se sobrevivi la crisis econmica de los aos 70, la ms aguda hasta lafecha, se transit a una sociedad marcada por crecientes niveles de urbani-zacin, migraciones internas y expansin territorial. Se experiment ungran cambio en el sistema econmico a causa del salitre, alcanzndose lasms altas tasas histricas de crecimiento. Por ltimo, se produjo una secu-larizacin comparativamente pacfica si es que no favorable a la Iglesiamisma.

    En este ltimo punto, que tanto obsesiona a Vial, cabe sealar queen Chile no se constata ninguna de las pautas extremas que cobra el fen-meno, con frecuencia, en otros pases latinoamericanos. La Iglesia siguisiendo oficial. Sus propiedades y bienes no fueron desamortizados, subas-tados o restringidos legalmente. Obispos u rdenes religiosas no fueronexpulsados. Monasterios, conventos y colegios no fueron abolidos. No sedecretaron prohibiciones al clero para acceder y ejercer cargos pblicos, o

    22 Cfr. Mario Gngra (1997), pp. 186-187.23 Gonzalo Vial (1981), volumen I, tomo I, pp. 39-40.

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    para manifestar devocin pblica, como tampoco los prelados fueron con-minados a jurar lealtad a la Constitucin. De hecho, esta ltima sigui sinconsignar la libertad de culto y de conciencia. Y nadie, por supuesto, pre-tendi legalizar el matrimonio de clrigos o fundar una Iglesia nacionalindependiente de Roma, como de hecho intentara Guzmn Blanco en Ve-nezuela.

    En suma, en Chile la Iglesia no sufri persecucin. Es ms, el con-flicto entre Iglesia y Estado no gatill guerras civiles como ocurriera enColombia, Ecuador y Mxico. Tampoco dej de existir, que es lo que enbuena medida tuvo lugar en Uruguay. El conflicto religioso, entre nosotros,no se vincul con el problema tnico ni involucr a otras potencias, excep-tuado el Vaticano por supuesto. Por ltimo, se termin zanjando el aspectoms espinudo la separacin de Iglesia y Estado luego de un acuerdonegociado cuarenta aos despus del momento ms convulsionado en lasrelaciones entre los dos poderes.

    Incidi en todo esto, por cierto, que la Iglesia chilena fuera, en elsiglo XIX, comparada con la de otros lugares de Amrica, relativamentedbil y pobre24, aunque con una no despreciable presencia pblica, factorque obviamente la protegi. A ello habra que aadir que la variante liberaly moderada que aqu predomin result ser ms secularizante que radicalen su anticlericalismo. Incluso, es muy posible que la Iglesia chilena en elsiglo XX lograra fortalecerse precisamente gracias valga la paradoja adicha secularizacin25.

    IV

    Sucintamente, el principal acierto del liberalismo moderado radicaen haber congeniado cambio y orden, haber logrado tolerancia y pluralismodentro una sociedad todava tradicional. Por eso no hubo quiebre y lasociedad no sigui siendo igual.

    Me explico. Lo doctrinario no dividi socialmente al grupo dirigen-te. El conflicto valrico fue intenso pero circunscrito a lo poltico. Se

    24 La prdida de poder de la Iglesia chilena data de la expulsin de los jesuitas en1767. A modo de ilustracin, entre 1750 y 1845 el nmero proporcional de sacerdotes porhabitante se redujo en un ciento por ciento; Cfr. F. C. Turner (1971), pp. 189-190. A estohabra que aadir el hecho de que la Iglesia no es especialmente gravitante ni en la Indepen-dencia, ni en los quiebres polticos de 1829, los de la dcada de los 50 y tampoco en 1891. Asu vez, se debe tener en cuenta la secularizacin cultural que opera a lo largo del siglo XIX.

    25 Respecto a la relacin entre debilidad, secularizacin y fortalecimiento de la Igle-sia, para Chile y otros casos latinoamericanos, vase John Lynch (1991), pp. 65-122.

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    avanz hacia un orden ms contestario pero sin que ello implicara alterarlas bases tradicionales. De hecho, este momento coincide histricamentecon la consolidacin plena de la elite, toda vez que el protagonismo militarfuerte ya haba desaparecido con Montt. Pero es ms, la elite termina porconfiar absolutamente en el sistema poltico puesto que se trataba de unmodelo oligrquico26.

    Oligrquico y todo, admita grados significativos de contestacin ypluralidad, o lo que es lo mismo, diversidad al interior de la elite. Eso sque con topes muy claros. El modelo deba articularlo un centro moderadocapaz de equilibrar fuerzas centrfugas mediante alianzas pragmticas. Sepoda auspiciar desarrollo o progreso si esto era una manera de estar a tonocon los tiempos modernos que se vivan. Y, por ltimo, el cambio no habrade suscitar temor siempre y cuando se respetara el orden, o bien, la estruc-tura social tradicional.

    En sntesis, se trataba de un esquema oligrquico fundado en lmitesmuy conscientes. Es decir, ms que claridad respecto a lo que se quera, loque prima aqu son fortsimas convicciones respecto a lo que no se quera,o lo que es lo mismo, lo que produca desconfianza: un presidencialismoenrgico, una Iglesia tambin fuerte y, peor an, autnoma, populis-mos, doctrinarismos rgidos, en definitiva, cualquiera alternativa no prag-mtica que amenazara con desbordar el frgil equilibrio alcanzado.

    No es de extraar, entonces, que los conservadores hayan sido losprimeros en automarginarse. En la medida que los embarg una mentalidadde ghetto, como lo ha puntualizado el mismo Vial27, son ellos los que sesalieron del esquema. No fueron desplazados. En cuanto fuerza contestariafueron siempre admitidos; en cuanto pretendieron construir un orden para-lelo al establecido fueron ellos, en realidad, los que optaron por desviarse28.

    Otro de los aciertos del liberalismo moderado es haberse constituidoen una coyuntura propicia, antes de que el cambio social que se va produ-ciendo silenciosamente durante la segunda mitad del siglo XIX fuera capazde manifestarse con toda su potencia acumulada. En ese sentido, el libera-

    26 Sobre el carcter progresivamente oligrquico que asume el sistema poltico en lasegunda mitad del siglo XIX, vase Gabriel Marcella (1973), pp 110, 114ss; Mara RosariaStabili (1996), y Alfredo Jocelyn-Holt (1997b).

    27 Gonzalo Vial (1981), pp. 58-63.28 De hecho, en un plano estrictamente poltico, Benjamn Vicua Mackenna y los

    conservadores promovieron y luego bajaron en la eleccin presidencial de 1881 a ManuelBaquedano, general victorioso en la Guerra del Pacfico, como alternativa al candidato liberal,Domingo Santa Mara. Sin embargo, una vez que Santa Mara triunf, gracias a la interven-cin electoral, los conservadores optaron simplemente por no presentarse a las eleccionesparlamentarias al ao siguiente. Slo volvieron a participar en 1885. Vase C. Walker Mart-nez (1889), tomo I, pp. 399-401.

  • ALFREDO JOCELYN-HOLT 451

    lismo moderado supo aprovechar muy bien un parntesis histrico nico.Con posterioridad el cambio se dio no slo al interior de la elite sino queabarc a toda la sociedad. En verdad, hacia 1891 el escenario era otro; conmayor razn se trastoc, an ms, despus. La agitacin social aument,las condiciones econmicas ya no fueron tan auspiciosas, las posturas doc-trinarias se radicalizaron. Por ltimo, de atenernos a testimonios de poca,al mudar de siglo, se comenz a vivir en medio de un ambiente marcadopor decaimiento, duda, falta de asertividad, en fin, tibieza, lo dicen inclusovoceros lcidos al interior del grupo dirigente29. En este nuevo contexto, lafrmula liberal moderada se percibi como meramente instrumental y, portanto, dbil. Ser moderado tena mucho sentido cuando se estaba dejandoatrs un sistema poltico altamente restringido y represivo, como lo fuehasta fines de la dcada de 1850. Ser moderado vino a ser mucho menosatractivo, sin embargo, cuando la sociedad comenz a expresar tensionesestructurales graves. La moderacin, en este nuevo momento histrico,devino una postura quietista, insensible, autista, recalcitrante, reaccionariafrente al cambio social. En definitiva, perdi prestigio.

    La historiografa suele ser an ms condenatoria en este punto. A lapar con la crisis del modelo, se habra producido supuestamente una crisisdel grupo dirigente y del liberalismo. De hecho, leyendo a Vial Correa setiene incluso la impresin de que se est frente a una crisis que remontn-dose a la dcada de 1870 habra perdurado hasta nada menos que 1973. Enotras palabras, cien aos de crisis (!)30.

    Si bien es cierto que los actores de los distintos perodos hablan decrisis, llama la atencin cmo tambin en distintos momentos stas sesuperan y no impiden llevar a cabo grandes transformaciones. La Guerradel Pacfico, la bonanza econmica que trae el salitre, el desarrollo institu-cional de las ltimas dos dcadas del siglo confirman esta capacidad desuperacin. Es ms, la guerra civil de 1891 a pesar de su saldo altsimo deviolencia diez mil a quince mil muertos en una poblacin total de dos ymedio millones de habitantes no dividi a la elite; de hecho, el gruesodel grupo dirigente milit en el bando triunfante. Es ms, la recomposicinfue rpida, el balmacedismo derrotado se erigi en pieza poltica clave muypocos aos despus, y el parlamentarismo no sufri alteracin alguna. Porltimo, cabe sealar que el sentimiento de crisis se da tambin en Europapor la misma poca. Lo que no es de extraar; los procesos de moderniza-

    29 El mejor ejemplo de lo anterior es el discurso de Enrique Mac Iver sobre la crisismoral (1900), reproducido en Sergio Grez Toso (ed.) (1995), pp. 519-528.

    30 Gonzalo Vial ha reconocido que lo que l apunta es a un fenmeno ms profundoque admite calificarlo como decadencia. Vase su artculo Decadencia, consensos y unidadnacional en 1973 (1984), pp. 145ss.

  • 452 ESTUDIOS PBLICOS

    cin en sus fases ms aceleradas suelen ir acompaados de este sentimientode malestar cultural, lo que pudiera estar apuntando ms a una crisis deparadigmas que a una crisis sistmica total31.

    Ahora bien, en cuanto a que la elite de fines y principios de siglo fuedecadente e incapaz de asumir los nuevos desafos sociales porque fueoligrquica, es un argumento que admite matices. Desde luego, se corre elriesgo con esta tesis de caer en una falacia muy frecuente entre los historia-dores: el suponer que pudo haber otra historia que no se dio, la historia queel historiador advierte retrospectivamente y que lo motiva a aconsejar expost facto. Si la elite no fue ms progresista es porque se segua dentro de losparmetros de una sociedad tradicional y eso aseguraba tranquilidad social.Que fue demasiado oligrquica, s, por cierto, a qu otro modelo polticosino al oligrquico podran haber recurrido? La solucin propuesta porBalmaceda que implicaba un Estado ms activo haba sido rechazada32;la revolucin mexicana se producira en 1910, la bolchevique en 1917.

    Otra variante de este argumento consiste en criticar a la elite porhaber dejado atrs la tradicin ms autoritaria, el tantas veces aludido rgi-men portaliano; de ah la decadencia33. Sin embargo, qu hace pensarque esta tradicin podra haber prosperado inclume con posterioridad a1859? Ms an cuando los que se identificaban con esta lnea autoritaria seacomodaron perfectamente a este nuevo orden de cosas; es el caso delmontt-varismo, del mismo Varas, y tambin del grupo vinculado al Club dela Reforma. En fin, el juicio histrico inspirado en estos dos sentidos pecade ucrnico. Lo notable del liberalismo moderado no es lo que pudo ser yno fue: sino lo que fue, pudiendo no haber sido.

    Cundo, entonces, termina el liberalismo moderado? Lo que escierto es que durante el siglo XX el liberalismo moderado se debilita. Sepuede argumentar que casi todas las grandes innovaciones del siglo enmateria poltica atentan en su contra: el populismo a partir de 1920, elcreciente protagonismo militar, la recomposicin ideolgica de la dcadade 1930 es decir el socialismo y socialcristianismo, el Estado benefac-tor y una Iglesia ms poderosa y adems protagnica en hitos crucialespensemos tan slo en la influencia de sta en la reforma agraria. As ytodo, la frmula moderada persisti al menos como padrn regulador delsistema poltico hasta la dcada de los aos 60 en este siglo, y eso que para

    31 Sobre este otro ngulo interpretativo, vase H. Stuart Hughes (1958); Eugen Weber(1989); Daniel Pick (1989); Stephen Kern (1983).

    32Sobre el dilema que plantea Balmaceda a la elite, vase A. Jocelyn-Holt (1991),pp. 23-35.

    33 Esta lnea se percibe ntidamente en Alberto Edwards Vives (1927), y tambin enMario Gngora (1981).

  • ALFREDO JOCELYN-HOLT 453

    ese entonces estaba plenamente desvirtuada. Mientras el Congreso siguisiendo el mbito poltico por excelencia, esta frmula continu siendo cru-cial. Es ms, se podra sostener que en la medida en que la derecha polticano pierde las bases de su poder, auspicia posturas modernizadoras, no seatrinchera en el tradicionalismo, el corporativismo o el populismo, ni recu-rre a la carta militar, cabe hablar de liberalismo moderado34. De consi-guiente, no es del todo disparatado sugerir que la historia del siglo XXatestigua tambin una cuota no despreciable de moderacin liberal.

    V

    En la recopilacin que sigue se ha atendido a una amplia gama defuentes, ello a fin de mostrar cmo el liberalismo moderado fue una sensi-bilidad variada. La mayora de los textos provienen del foro pblico, parti-cularmente de debates parlamentarios, que es donde se fragu y cundi estasensibilidad, pero tambin se reproducen editoriales de prensa, libros, dis-cursos presidenciales, epistolarios. Se incluyen miradas de los actores, notodos ellos liberales moderados, por cierto, pero que igual dan cuenta deesta sensibilidad. Hay autoevaluaciones retrospectivas y juicios emitidospor viajeros extranjeros. Se ha dado cabida incluso a expresiones crticas,como tambin a documentos que reflejan algunos dilemas que planteaba laopcin por la moderacin.

    La seleccin privilegia y cubre cuatro aspectos. En primer lugar, elespritu de moderacin, sensatez y concordia, vinculado principalmente alos orgenes histricos del liberalismo moderado a fines del gobierno deMontt y durante el gobierno siguiente de Prez. En segundo lugar, se desta-can algunos perfiles biogrficos de prominentes polticos de las dcadas del70 y 80, por considerar decisivo el factor personal; insisto, ms que unapostura terica o doctrinal, la variante liberal en cuestin corresponde a unsentir, una actitud, una forma de comportamiento pragmtico. La terceraseccin trata la intervencin electoral, tema clave que evidencia la crticaque se hace al poder presidencial. Por ltimo, se aborda el conflicto entreIglesia y Estado, centrado en debates parlamentarios. Se incluyen, sin em-bargo, miradas retrospectivas de quienes participaron en el conflicto o quelo llevaron a feliz trmino. Ejemplo notable de lo anterior es una cartaprivada de un padre a su hija monja; documento extraordinario ya que setrata del hijo y de una nieta del presidente Domingo Santa Mara. Suinclusin quiere dar cuenta tambin del desgarro interno que el tema susci-t no obstante la sensatez y humanidad que se desprende del texto.

    34 Vase Sofa Correa Sutil (1994).

  • 454 ESTUDIOS PBLICOS

    SELECCIN

    1. Espritu de moderacin, sensatez y concordia

    En medio de la ms completa paz, la nacin designar en breve elciudadano que ha de sucederme en el honroso cargo que desempeo. Todoanuncia que al ejercer sus derechos, al expresar su voluntad soberana, elpueblo chileno no desmentir la sensatez que le es propia y que consultarcon acierto el bien de la Repblica.

    Pronto tendr yo tambin la inestimable satisfaccin de transmitirileso, el depsito sagrado de las instituciones al elegido del pueblo, con lantima satisfaccin de haber hecho cuanto estaba de mi parte, para corres-ponder a la confianza con que mis conciudadanos me han favorecido.

    Promoviendo el bien del pas en el vasto campo sealado a la accindel Gobierno, infructuosos habran sido mis esfuerzos, si no hubiera encon-trado cooperacin en los buenos ciudadanos, sin el activo e inteligente celode los diversos funcionarios que me han ayudado en las tareas de la admi-nistracin y sin el decidido apoyo que vosotros, legisladores, me habisprestado. Todo lo hecho en favor de la Repblica, es fruto de esos esfuer-zos comunes. A ellos, particularmente, se debe la consolidacin del ordeninterior, el afianzamiento y estabilidad de las instituciones, fuentes primor-diales de la prosperidad pblica.

    Mas es menester no olvidar que esas adquisiciones preciosas, esamarcha de constante progreso que tanto nos complace, slo pueden conser-varse y desarrollarse bajo la influencia de una marcha poltica basada enprincipios moderados. Ni un espritu exagerado e indiscreto de reforma, nila apocada timidez que mira de reojo toda innovacin por que cambia loexistente, harn jams la felicidad de pueblo alguno.

    Esos principios de prudente progreso me han servido de gua paratrabajar en bien del pas, y ahora que, prximo a descender a la vidaprivada se estimar mejor el espritu que dicta mis palabras, no vacilo enrecomendarlos a mis conciudadanos, como los nicos que pueden asegurarel verdadero adelantamiento de la Repblica.

    Abrigo la confianza de que ellos prevalecern siempre entre noso-tros; que aleccionados por la experiencia, vosotros os conformaris a ellosen vuestras tareas y que dando a la libertad su justa y merecida importan-cia, le daris tambin al orden, sin el cual aqulla slo produce amargosfrutos. (Manuel Montt, ltimo mensaje presidencial al Congreso Nacional,1 junio 1861, citado en Agustn Edwards, Cuatro presidentes de Chile,Valparaso, 1932, volumen I, pp. 205-206.)

  • ALFREDO JOCELYN-HOLT 455

    * * *

    Hay quienes dicen que el pueblo de Chile es manso.Otros pretenden que es indolente, y otros que es egosta.No es lo uno ni lo otro.Quien recorra la historia nacional encontrar por desgracia en ella

    gran nmero de pginas sangrientas: 1822, 1829, 1851, 1859. Y slo citolas principales.

    Visitad los osarios que se llaman Lircay, Loncomilla, Cerro-Grande.Id a consultar las tradiciones de Copiap, de la Serena, y de San

    Felipe, y de Santiago, y de Valparaso, y de Talca, y de Chilln, y de cadauna de nuestras ciudades, y sabris que todas ellas han visto algn da suscalles ensangrentadas y sembradas de cadveres.

    El pueblo que esto hace no es sumiso ni indolente.Por qu est entnces quieto y pacfico?Porque es libre y prospera bajo el amparo de la libertad.El seor Gallo (interrumpiendo). Porque los conspiradores de en-

    tonces estn en el poder.El seor Amuntegui (Vice-Presidente continuando).Indudable-

    mente el iniciador de esta grande obra es S.E. el Presidente de la Repblica.Pero sus cooperadores en ella han sido, no uno ni tres, no doce

    hombres, sino un partido entero, que no tiene un nmero determinado deafiliados sino que admite en su seno a todos los ciudadanos de buenavoluntad, con la nica condicin de que no quieran imponer ni an el bienpor la violencia; que espera para operar las reformas, an las ms prove-chosas, a que sean admitidas por la opinin pblica.

    Me complazco en declarar que este beneficio lo debe el pas, no sloa los actuales Ministros, sino sin excepcin, a los que han formado parte detodos los ministerios del seor Prez desde el 18 de septiembre de 1861hasta la fecha. Son muchos los individuos que han contribuido ms omenos a este grandioso resultado. (Miguel Luis Amuntegui, discurso en laCmara de Diputados, 9 julio 1867, en Amuntegui, Obras de Miguel LuisAmuntegui, Santiago, 1906, volumen I, pp. 78-79.)

    * * *

    El honorable seor Diputado por la Serena ha dicho que el partidodenominado por l ministerial o gobiernista se compone de individuos detodos los otros partidos.

    ste, lejos de ser un motivo de reprobacin, forma un ttulo degloria.

  • 456 ESTUDIOS PBLICOS

    Uno de los ms decididos propsitos del partido a que ha atacadocon tanta acritud el seor Diputado por la Serena es la desaparicin de lospartidos. No se avergenza de que sigan su bandera individuos de todos losque ha habido en el pas. Lo que l anhela es que la nacin entera forme unsolo partido.

    El seor Lastarria (interrumpiendo). Eso es imposible. Adamsdeca: desgraciado del pueblo republicano que no tiene partido.

    El seor Amuntegui (continuando). Si, como lo sostiene el seorDiputado que acaba de interrumpirme, es completamente imposible que nohaya partidos, desearamos al menos que la mayora de los ciudadanos, lainmensa mayora, los ms que se pudieran marchasen unidos.

    Por eso el principal artculo de nuestro credo poltico es el respeto ala opinin, el respeto a la libre discusin que permite a los individuosentenderse unos con otros sin recurrir a las violencias.

    [...]El territorio de Chile es materialmente muy estrecho, muy angosto;

    pero todava es demasiado espacioso, suficientemente ancho para que que-pan en l los servicios, las ambiciones legtimas, las glorias de sus habitan-tes, sin excepcin, sin exclusin. Hay ocupacin para todos; recompensastambin para todos.

    No hay motivos para que estemos renovando las fratricidas y encar-nizadas luchas de los gelfos y gibelinos de la Edad Media.

    Por desgracia en los campos de la poltica, como en los de batalla,se levantan densas polvaredas que impiden a los combatientes conocerse yestimarse; pero con la diferencia de que la polvareda de la batalla es prontodisipada por el viento, mientras que la de la poltica va espesndose con eltiempo, porque es de odios y de rencores que ofuscan el entendimiento. Ases siempre urgente evitar por todos los medios que tales polvaredas selevanten o que duren.

    Si obramos de buena fe, como lo creo, debemos fijarnos en que losabusos y las imperfecciones se corrigen ms bien por el consejo del amigo,que por la acriminacin del adversario.

    Comnmente escuchamos lo que dice el uno, desomos lo que alegael otro. Las discusiones acres y acaloradas no pueden conducir a ningnresultado provechoso.

    Por eso, el partido a que tengo la honra de pertenecer desea conardor que todos tengamos indulgencia para las faltas, que nos perdonemosnuestros agravios recprocos, y que trabajemos por la unin de todos parael bien comn.

  • ALFREDO JOCELYN-HOLT 457

    Varios seores Diputados. Bien! muy bien! (Miguel Luis Amun-tegui, discurso pronunciado en la Cmara de Diputados, 23 julio 1867, enAmuntegui, Obras de Miguel Luis Amuntegui, Santiago, 1906, I,pp. 117-118.)

    * * *

    Es perfectamente concebible que los ciudadanos de una Repblicatengan diversidad de opiniones en las cuestiones de inters social.

    La uniformidad de las ideas en materia de tamaa importancia, so-bre imposible, sera perjudicial.

    Pero la diversidad de las opiniones, conveniente y necesaria, nojustifica de ningn modo la existencia de odios, y mucho menos, la deodios profundos y encarnizados entre los individuos de una misma nacin,entre hermanos, que deben trabajar por la prosperidad de la patria comn.(Miguel Luis Amuntegui, discurso pronunciado en la Cmara de Diputa-dos, 14 diciembre 1868, en Amuntegui, Obras de Miguel Luis Amunte-gui, Santiago, 1906, I, p. 218.)

    * * *

    [L]a originalidad en las ideas o en el estilo es una calidad muyestimable en las producciones del ingenio; ms casi siempre ser un defec-to en las determinaciones de un Gobierno.

    Los Ministros deben proponerse por blanco, no la novedad, sino larealizacin de las buenas ideas ya discutidas y aceptadas por la opininpblica.

    Francamente, no me gustan los gobiernos originales. Original fue elGobierno del doctor Francia en el Paraguay; original fue el gobierno deldictador Rosas en la Repblica de Argentina; originales son otros gobier-nos que todos conocen, y que no quiero nombrar.

    Los gobiernos que me gustan son los que se limitan, en vez deentregarse a los arrebatos de su fantasa, a ejecutar las indicaciones de losciudadanos probos e ilustrados, los dictados de la mayora de la nacin.(Miguel Luis Amuntegui, discurso pronunciado en la Cmara de Diputa-dos, 24 agosto 1869, en Amuntegui, Obras de Miguel Luis Amuntegui,Santiago, 1906, I, p. 272.)

  • 458 ESTUDIOS PBLICOS

    * * *

    Esas manifestaciones de partido se hacan entonces con un concursomuy general, pues provenan de un enorme fondo de fuerza poltica, que noha vuelto a ser conocido despus: Prez y Errzuriz representaban la uninde las dos corrientes ms poderosas. El conservantismo y el liberalismovenan marchando juntos desde haca tiempo, no declaradamente, pero sen el espritu de la poltica dominante. Eran slo exigencias de los extremo-sos de uno y otro campo, las que producan movimientos y dislocaciones:pero siempre los fines de Gobierno y de administracin eran perseguidoscomo de mancomn, resultando de ello tal armona beneficiosa, que el pasprosperaba a paso seguro, y que el prestigio de sus instituciones lleg a lamayor altura entre los dems de su origen.

    El Gobierno era fuerte, y la mayora de los chilenos se senta biengobernado. (Ramn Subercaseaux, Memorias de 50 aos, Santiago, 1908,p. 182.)

    * * *

    Si el chileno no nace orador, se hace, como el romano abogado, y espor eso por lo que tiene adoracin por la poltica. El estudioso de las leyestiene la propiedad de desenvolver en aquellos que a l se entregan aptitudesde negocios. Catn era ms ladino que un normando y un chileno lo es msque Catn. Nunca se avanza sino a sabiendas; marcha con precaucioneslentas sobre las espesas matas de los negocios, y sabe dejar para el dasiguiente las decisiones urgentes. Es un gran temporizador. Siempre corts,de una urbanidad exquisita, escucha a su adversario, quiero decir, al vende-dor o comprador, y nada traiciona sus impresiones en la impasibilidad desu fisonoma. El europeo querra proceder a marchas forzadas, pero suinterlocutor lo detiene, lo rodea, lo domina y vuelve a poner victoriosamen-te en prctica la tctica de Fabio. Me extraara mucho que los chilenos nofuesen en el extranjero excelentes diplomticos.

    [...]Las luchas polticas son, sin embargo, ardientes en Chile, pero ellas

    interesan slo a las altas clases sociales. Todas ellas estriban, no en laforma de gobierno, sino en el problema religioso. Los conservadores sonrepublicanos catlicos; los liberales son republicanos que temen al desbor-de del catolicismo y que quieren ponerle diques; en cuanto a los radicalesellos piden netamente la separacin de la Iglesia del Estado. Exceptuadoesta disputa religiosa, los programas de los diversos partidos no tienenentre s diferencias apreciables. (Andr Bellessort, Los Romanos de laAmrica del Sur, apareci en El Mercurio, 12 febrero 1895, reproducidoen Hernn Godoy Urza, El carcter chileno, Santiago, 1976, pp. 281-282.)

  • ALFREDO JOCELYN-HOLT 459

    2. La personalidad moderada

    No es un Len X, ni un Mdicis, ni un Luis XIV; no es ni una graninteligencia, ni un gran carcter, ni un gran propsito. Es uno de esos tiposque forma muy frecuentemente el roce de los hombres y de las cosas eneste siglo indiferente y positivo por excelencia; ni entusiasmo, ni creenciasfuertes, ni convicciones activas; una suprema tolerancia nacida de indife-rencia an ms suprema.

    El Presidente Prez no ser jams ni un mrtir ni un sacrificado;pero, andar muy tranquilo ya entre los unos o ya entre los otros. Nacido enFrancia y en los das del terror, si Siyes no hubiese descubierto la fuga delsilencio, l la habra descubierto. Nacido en Chile y en la era del granautoritarismo, ha formado en las filas de la represin sin ser represivo, enlas de conservacin sin ser conservador. Entonces era un pelucn forradode liberal. Hoy es un liberal forrado de pelucn; ha dado vuelta al traje.Siempre es el mismo traje y el mismo hombre. (Justo Arteaga Alemparte,El Presidente Prez, 1868, citado en Agustn Edwards, Cuatro presiden-tes de Chile, Valparaso, 1932, I, p. 211.)

    * * *

    Don Jos Joaqun Prez enteraba en aquel tiempo sus ltimos mesesde presidencia; en mi familia todos lo sentamos, porque ramos partidariosde su poltica, y celebrbamos su destreza y oportunidad para solucionartodas las dificultades. La oposicin no dejaba de oponerle obstculos que lsalvaba muchas veces mediante su inalterable sangre fra y decidida volun-tad de no exacerbar el nimo de nadie. (Ramn Subercaseaux, Memoriasde 50 aos, Santiago, 1908, p. 179.)

    * * *

    Estamos en presencia de una figura difcil de trasladar. Uno noencuentra en el seor Errzuriz ni contornos firmes ni lneas acentuadas.

    Habla en el parlamento, manda en el cenculo de sus fieles, hadominado en los consejos de gobierno, ha sido el centro del movimiento dela poltica oficial, y sin embargo, nada hay en l que lo haga presentir [...].

    De dnde vino su imperio?

  • 460 ESTUDIOS PBLICOS

    Es un orador? Es un hombre de estado?No.Jams ha sabido organizar tolerablemente una arenga. Ni tiene el

    lenguaje de los negocios, ni las formas del arte, ni siquiera las exteriorida-des del buen tono. Su diccin es desgreada y angulosa. Hay en ella brus-quedad, destemplanza, clera, ausencia de apariencias distinguidas, unavulgaridad a veces increble. Dispara contra sus enemigos una pedrada o unmachetazo, nunca un golpe delicado o ingenioso. Siempre lleva al debateelementos explosivos; se complace en la borrasca. No se bate, rie; no esun espadachn sino un pugilista enteramente entregado al mpetu de susinstintos naturales. Cuando va a hablar, uno sospecha que siente tentacio-nes de despojarse de su levita. Es un orador de presa [...].

    [...] Es l quien, despus de declarar, en pleno parlamento, que sehara la guerra sin volver la cara atrs, declar, en seguida, que se habaentrado en guerra defensiva, y concluy por hacer declarar al ministroVargas Fontecilla, que estbamos en paz de hecho y en guerra de derecho.

    El seor Errzuriz deca todo eso con el aire ms natural del mundo.Se manifestaba sorprendido y hasta indignado de que sus adversarios nohayasen tales cosas perfectamente lgicas ni perfectamente honorables.Peor para ellos! Nada escuchaba, resuelto a seguir imperturbable mientrasla nave se mantuviera a flote y el timn estuviera en su mano.

    Hay en el seor Errzuriz uno de esos jugadores polticos sin escr-pulos, a quienes nada importan las maldiciones con tal de hacer saltar labanca.

    Es una audacia. Tiene la ardiente voluntad de su propsito.[...]El seor Errzuriz, ministro, tuvo un squito que no le ha hecho

    compaa en su cada. Era el squito del ministro, no era el squito delhombre.

    Debi su prestigio a haberse hecho el ejecutor de las cleras de supartido. Gan sus espuelas de hombre de Estado, destituyendo en masa alos adversarios que cayeron bajo su autoridad [...]. Desde ese da se revela los suyos hombre necesario, casi hombre providencial.

    Fue l quien se encarg de todas las persecuciones que se iniciaronfrancamente en 1864. No hay un solo acto de venganza que no lleve sufirma o se deba a su inspiracin. Era el bravo de su banda. En la Indiahabra sido estrangulador; en Turqua se habra encargado de llevar elcordn de seda a los bajes en desgracia.

    Nada lo detiene en el camino del buen suceso. El buen suceso estoda su moral. Esto ejerce una verdadera fascinacin sobre sus camaradas.

  • ALFREDO JOCELYN-HOLT 461

    Cada vez que se encuentran en apuros vuelven instintivamente los ojoshacia l.

    [...]La vida poltica del seor Errzuriz cuenta numerosas retractacio-

    nes. Ha sido, alternativamente, liberal y conservador, revolucionario y con-trarrevolucionario; pero en el fondo, no ha sido sino el hombre de un finque no se preocupaba de los medios. Opositor, ha conspirado. Gobiernistay ministro, no habr conspirado tambin un poco?

    [...]Vencido, dio rienda suelta a sus tendencias de conspirador. Echn-

    dose a la espalda los principios, se consagr a explotar los descontentos, losdespechos y los rencores que el gobierno de Montt iba levantando en sucamino.

    El metropolitano se aleja del palacio: he ah al seor Errzuriz quees el primero en las antesalas del prelado. Ve en l un caudillo y le hacesquito.

    Los conservadores se alejan a su vez: he ah al seor Errzurizhecho intermediario entre ellos y los elementos dispersos de la legin delos vencidos.

    Hombre opaco y que se desliza ms que anda, su personalidadno se puso en escena en aquella poca; qued casi siempre entre bastidores.Iba y vena, haca la propaganda de bufete, de saln, de concilibulo;trabajaba en la sombra y hera en la sombra en las columnas annimas de laprensa; pero en realidad, era uno de los obreros ms infatigables de lafusin que deba organizar la oposicin estril y el desastroso movimientorevolucionario de 1859.

    [...]Desde 1859 la fisonoma del seor Errzuriz queda perfectamente

    caracterizada. Dobla la hoja de su pasado, la arroja por la ventana y seentrega a la poltica del buen suceso. El buen suceso es su creencia, supensamiento, su bandera, su fe, su Dios [...].

    [...] La libertad est de alza? Hle ah liberal. Baja? El seorErrzuriz jams se ha permitido frecuentar a tan peligrosa seora.

    No cree sinceramente sino en la autoridad. Es la nica adoracinque nunca abandonar. Puede aparentar todava que la desdea; sern des-denes de amante burlado.

    [...]Necesitamos un gran moralizador. Esa sera entre nosotros empresa

    digna de un hombre de genio.

  • 462 ESTUDIOS PBLICOS

    Trabajando para consolidar la autoridad, nuestros gobiernos han idodemasiado lejos, y han creado la servidumbre. Tenemos agradecimientosde sbdito, no tenemos altiveces de ciudadano. Vemos en el derecho que senos respeta, una concesin del gobernante, no un deber.

    El respeto a la autoridad es un hecho consumado. Hacer arrancar del ventajas para el reinado definitivo de la libertad, he ah la nica empresadigna de un hombre de Estado capaz de elevarse a un propsito glorioso ynacional. Si ese hombre de Estado no halla la omnipotencia que pasa,hallar la grandeza que dura.

    He ah lo que no ha acertado a comprender la ambicin del seorErrzuriz. Activo, emprendedor, audaz, capaz de atraerse y de dominar alos hombres, no hay en l nada de lo que forma el brillo, la fascinacin, elpoder de un hombre de Estado parlamentario, del ministro de un gobiernolibre. Abajo no ha comprendido sino la poltica del motn. Arriba no com-prende sino la poltica que provoca al motn. Arriba y abajo parece conde-nado a pertenecer a la escuela de los implacables [...].

    [...]Despus de todo, qu es el seor Errzuriz?Algunas cndidas admiraciones y algunos fogosos reconocimientos

    han llegado a compararlo con Portales. Comparacin imposible! Portalestena un propsito nacional: consolidar la autoridad. Cul es el propsitonacional del seor Errzuriz?

    En vano pedimos un rayo de luz para alumbrar su fisonoma vaga,obscura, siempre cabizbaja y hasta siniestra en ocasiones. Trabajo perdido,no lo encontramos.

    Por un momento se pudo creer que era la reforma. Engao! Vedledando aliento a las columnas del retroceso.

    Por un momento todava, se pudo creer que era el engrandecimientoexterior del pas. Nuevo engao! Fu l quien se encarg de clavarlo en lapicota.

    Nada se acenta en el seor Errzuriz sino su ambicin. Slo en ellacree. Su ambicin manda y l obedece. Manda perder a un hombre? Lepierde sin vacilar. Manda aplastar un principio? Le aplasta. El buen suce-so es una absolucin. (Justo Arteaga Alemparte, Don Federico Errzuriz,en Justo y Domingo Arteaga Alemparte, Los Constituyentes de 1870, San-tiago 1910, pp. 134-146.)

    * * *

    Quin es el seor Pinto?Todo lo que hasta hoy se sabe de l, es que lleva un nombre ilustre y

    ocupa una alta situacin social. Si ha podido llegar a la celebridad, al

  • ALFREDO JOCELYN-HOLT 463

    estrpito, formarse una elevada personalidad en las letras, en la ciencia, enla poltica, no ha tentado, sin embargo, ninguna de esas rudas jornadas ninada permite sospechar siquiera que hubiese ascendido con fortuna la mon-taa escarpada. Su existencia ha corrido durante largos aos casi ignorada.

    [...] He aqu un hombre precioso para el gobierno de 1861. Le hizointendente de Concepcin. El acontecimiento ha probado que eligi bien.

    Aquella provincia turbulenta, que haba hecho revoluciones y habahecho presidentes, es hoy la ms obediente de la repblica. Hace peniten-cia, se cubre de ceniza, adora en la Iglesia y en el Estado, vota como unsolo hombre por los candidatos gubernativos. En vano todo se conmueve asu alrededor. Ella permanece impasible. Reza, comercia, obedece, duerme.La ciudad cuartel ha sido barrida por la ciudad monasterio.

    Su intendente, mientras tanto, lee, dormita, deja correr las horas enese fastidio encantador para la pereza y el egosmo, que se llama vida deprovincia.

    Su obispo, por su lado, hace feligreses.Obispo e intendente se han organizado as en pocos aos un pueblo

    esencialmente dcil.Esto se explica. El seor Pinto, liberal por deber de nacimiento, es

    conservador por carcter, por temperamento, por hbito. Hay en l uno deesos hombres que andan la jornada de la vida en una somnolencia descui-dada. No comprenden ni al mrtir, ni al hroe, ni al sectario. Cuandosimpatizan con ciertas ideas, tienen una sonrisa para sus victorias, pero notienen ni una lgrima para sus derrotas. Aguardan muy tranquilos quelleguen para ellos das mejores. Si el egosta de Chamfort era capaz deincendiar el mundo para asar un huevo, ellos se guardaran bien de comercastaas, si han de sacarlas del fuego por su propia mano.

    Desde que el seor Pinto es intendente de Concepcin, Concepcinya no cuenta en la vida poltica [...]. En las campaas electorales el inten-dente se deja estar, pero el hombre va y viene en la sombra. Si el gobiernode 1861 hubiera tenido catorce jefes de provincia como el seor Pinto,indudablemente hoy todava estara desplumando a la gallina sin que dieragritos [...].

    Se acaba de llevar al seor Pinto al Senado [...]. Aunque cuenta yaseis aos de vida parlamentaria, la voz del seor Pinto no se ha dejado oren nuestra asamblea. Ha aparecido poco en la Cmara y siempre en losbancos de la mayora. El seor Pinto no es un orador. Es un administra-dor? Nada lo revela hasta ahora. El funcionario no ha hecho hablar ms del que el diputado. Se acepta su inteligencia y su instruccin un poco sobrela palabra de sus amigos [...].

  • 464 ESTUDIOS PBLICOS

    Para resumir al hombre poltico, diremos que el seor Pinto es unconservador liberal muy respetuoso con las preocupaciones fuertes y conlas ideas recibidas. Jams har estrpito ni har escndalo. Sabe que as sellega, y se deja llevar. Su apellido le ayuda. Sin l, quien sabe qu sera hoyel seor Pinto. (Justo Arteaga Alemparte, Don Anbal Pinto, en Arteaga,Los Constituyentes de 1870, Santiago, 1910, pp. 101-104.)

    * * *

    Alimentado de profundos y variados estudios, de lecturas slidas yabundantes, aleccionado por una larga experiencia de los negocios pbli-cos, su espritu ha dominado todas las cuestiones de la ciencia poltica yadministrativa, ha adquirido una ilustracin tan vasta como general.

    El seor Varas es un verdadero hombre de Estado.Es un hombre de Estado conservador?Es un hombre de Estado liberal?Ni lo uno ni lo otro.Gobernante, fue un defensor celoso e inflexible del principio de la

    autoridad. Opositor, se ha reconciliado con las ideas liberales.Semejante reconciliacin no ha sido una simple maniobra de parti-

    do, incompatible con la entereza y rectitud del nimo del seor Varas. Hasido exclusivamente el resultado de los progresos polticos de nuestro pas,de la observacin atenta de nuestra historia en los nueve aos que acaba-mos de vivir bajo la administracin del seor Prez.

    Cuando el seor Varas vino al mundo de la poltica, encontr a lalibertad armada de casco y lanza, tramando conspiraciones, azuzando a laguerra civil, amenazando el orden pblico, amedrentando a las gentes pac-ficas.

    Durante el actual gobierno, ha visto a esa misma libertad sembrandolas semillas de la paz y de la confianza, oponiendo su cordura y su fuerza ala debilidad e indiscrecin de la autoridad, conjurando con la tranquilafirmeza del derecho los peligros de las provocaciones y petulancias depequeos ambiciosos.

    La leccin era elocuente, y el seor Varas ha sabido aprovecharla.Su conviccin ha dado cordial acogida al principio liberal, aunque

    no se haya rendido a l sin condiciones, sin ciertas reservas.Poltico prctico antes que terico, apegado a la tradicin, cauteloso

    de las innovaciones, se ha reconciliado con la libertad, pero no se ha entre-gado a ella en cuerpo y alma.

  • ALFREDO JOCELYN-HOLT 465

    Mientras que otros hombres de la poltica militante se afanan encambiar de nombres sin cambiar de ideas, el seor Varas ha modificado susideas sin cuidarse de modificar su fe de bautismo poltico.

    No ha abjurado de su pasado, no rehuye la responsabilidad que porl le afecta. Reivindica solamente el derecho de progresar y de respirar enla atmsfera de los tiempos que atravesamos.

    Bajo ms de un aspecto, la vida del seor Varas es un reflejo de lastransformaciones de la vida nacional.

    [U]n hombre que mostr tanta energa para conservar el poder p-blico como para renunciarlo, que en el gobierno despert profundas clerasy profundas adhesiones, y que fuera del gobierno ha visto desaparecer lasprimeras y crisolarse las segundas. (Domingo Arteaga Alemparte, DonAntonio Varas, en Arteaga, Los Constituyentes de 1870, Santiago, 1910,pp 197-210)

    * * *

    Salido de una estirpe pelucona, ligado por los vnculos de la sangre,el cario y del respeto a un alto personaje cantorberiano, el seor Irarrza-val estaba llamado por sus tradiciones de familia a ser una de las columnasms fuertes del partido conservador bajo la forma teocrtica que ha tomadodurante la administracin actual [...].

    Colocado en otro crculo social y poltico, habra sido un ultramon-tano? Es muy probable que no. Su organizacin moral carece de ese ardor,de esa vehemencia, de esa tenacidad implacable, de ese spero fanatismoque acompaa al secretario de los partidos extremos.

    Y el partido ultramontano es en Chile, es en nuestra poca un parti-do extremo, que navega contra la corriente de los votos y necesidades de lacivilizacin actual [...].

    Ello no obsta a que el partido ultramontano tome los aires del libera-lismo, se pretenda reformador y demcrata. Dado el punto de partida, acep-tada la legitimidad de la tutela de la religin sobre la poltica, los ultramon-tanos no tienen inconveniente para admitir y hasta para pedir todas laslibertades polticas imaginables. Bien saben ellos que esas libertades, so-metidas al criterio de la autoridad inviolable e infalible, no aprovecharnsino a ellos mismos. (Domingo Arteaga Alemparte, Don Manuel J. Ira-rrzaval, en Arteaga, Los Constituyentes de 1870, Santiago, 1910,pp. 117-118.)

  • 466 ESTUDIOS PBLICOS

    * * *

    Entre los setenta y siete individuos de ambas Cmaras que no hatocado nuestra pluma, se cuentan hombres que han adquirido en la industriao en ejercicio de las profesiones liberales notoriedad, nombrada, riqueza,como se cuentan otros que no son en el parlamento ms que un voto dcil yuna adhesin obscura. Los segundos por la opacidad de su carcter, losprimeros por la condicin subsidiaria de su mandato legislativo o su retrai-miento de los negocios polticos, no parecen llamados a ser, en el seno delCongreso Constituyente, luz, influencia, palabra, iniciativa, actividad. (Jus-to y Domingo Arteaga Alemparte, en Arteaga, Los Constituyentes de 1870,Santiago, 1910, pp. 463-464.)

    * * *

    El seor Ministro de Interior se considera y titula representante delliberalismo en el Gabinete. No se ha descubierto, todava, cul es la cate-dral en donde Su Seora fue ungido jefe de ese partido. Lo que s todosrecordamos, es que figuraba en 1871 como Ministro de una coalicin deliberales y conservadores, que aceptaba y defenda con calor las ideas queel partido conservador logr implantar en algunos ramos de la administra-cin. Todava resonaba en la Cmara el eco de los discursos que consagrel Ministro del Interior a sostener la obra ministerial del seor Cifuentes,cuando Su Seora se presentaba como miembro de un Gabinete puramenteliberal. A poco andar, era Ministro de una coalicin de liberales puros yliberales del partido nacional; y unos cuantos das despus era jefe de unGabinete de liberales puros y de liberales radicales coaligados. (IsidoroErrzuriz, en la Cmara, 2 septiembre 1875, en I. Errzuriz, Obras deIsidoro Errzuriz, Santiago, 1910, I, pp. 86-87.)

    * * *

    Mis Honorables colegas saben demasiado que en este pas de autori-tarismo sin valla, en donde la autoridad es todo y los ciudadanos nada, endonde la sumisin, respeto y miedo a las autoridades, es el carcter quedistingue al pueblo; saben muy bien, digo, que en este pas hay una diferen-cia inmensa entre los propsitos y los hechos, entre las palabras y los actos;que si las protestas y las manifestaciones de palabras ms enrgicas que lospartidos llegan muy a menudo a lanzar, valieran algo ms que palabras,ningun pas sera teatro de ms revoluciones sangrientas que Chile. Pero no

  • ALFREDO JOCELYN-HOLT 467

    es as, aqu no pasan las cosas ms all de lo que hizo el clebre hidalgoque se calo el chapeo, requiri la espada, fuese y no hubo nada. (IsidoroErrzuriz, en la Cmara, 11 julio 1876, a propsito de una acusacin alIntendente de Valparaso, en I. Errzuriz, Obras de Isidoro Errzuriz, San-tiago, 1910, I, p. 161.)

    * * *

    Junto con Vicua Mackenna, he sido uno de los hombres que halevantado en Chile ms admiradores incondicionales y los ms fervorososcontradictores. Se me ha acusado de falta de lnea, de doctrina, de versatili-dad, de incoherencia en mis actos. Es cierto; he sido eso porque soy unhombre moderno y de sensibilidad, capaz de elevarme sobre las miseriasdel ambiente y sobreponerme a la poltica de crculo y de intrigas. Peronadie ni el ms enconado de mis enemigos puede acusarme con sinceridadde que no he trabajado, como el que ms, por mi Chile, por elevarlo, pormagnificarlo y colocarlo a la altura de gran nacin que le reserva el destinoy un porvenir cercano. Tampoco mis enemigos pueden decir de m que nohaya dejado ni un momento de servir, con el mismo cario con que hetrabajado por mi patria, la causa liberal hasta convertirla en una escuela dedoctrina. (Domingo Santa Mara, Apuntes redactados a peticin de PedroPablo Figueroa para su Diccionario Biogrfico de Chile, reproducido enF. A. Encina, Historia de Chile, volumen XX, pp. 452-456, tambin enMario Gngora, Ensayo histrico sobre la nocin de Estado en Chile enlos siglos XIX y XX, Santiago, 1981, pp. 20-23.)

    3. Intervencin electoral

    Ved, si no lo que ha sucedido en las elecciones sin influencias. En1851 y en 1858 las influencias fueron sustitudas por el gendarme, por lasmesas rodeadas de fusiles, por el boleto de entrada, por el fraude de lascasas, y el resultado fue que de esas urnas en que el Gobierno crea haberencontrado una victoria, se desencadenaron dos veces todas las furias de laguerra civil. En 1853 y 1861 las influencias, al contrario, fueron sustitudaspor el silencio mortuorio de las rdenes secretas; las elecciones en esetiempo se hicieron por un gesto de la Moneda. Y cul fu el resultado parael pas? El nombramiento de Congresos que otorgaron a manos llenas las

  • 468 ESTUDIOS PBLICOS

    facultades extraordinarias al Ejecutivo, que autorizaron entre sus propiosmiembros la reparticin del emprstito y que a la postre hicieron una guerrasistemtica y sin patriotismo a ese mismo Gobierno, cuyo personal se habaregenerado por un acto, ms bien, por un milagro poltico, enteramenteindependiente de ese mismo Gobierno [...] las influencias son legtimas,son democrticas, son necesarias, son el derecho de todos [...] la presin esel abuso, la violacin del derecho, la tirana [...].

    Lo que vemos en todas partes son influencias: influencias de Go-bierno e influencias de oposicin; influencias ministeriales, influencias ro-jas, influencias nacionales, influencias clericales, influencias peluconas, in-fluencias pipiolas, el pas todo, en una palabra, poderosamente influenciadopor sus convicciones y sus simpatas para ejercer bajo la gida de la liber-tad, el ms precioso de los derechos de soberana. (El Mercurio, editorial,marzo 1864, citado en Agustn Edwards, Cuatro presidentes de Chile, Val-paraso, 1932, I, pp. 258-259.)

    * * *

    Por mucho que se acuse de venalidad a las turbas, por mucho que serecrimine de intrigas y vedados manejos a los hombres del Poder, pormucho que se delaten los abusos de la autoridad provincial, jams nospersuadiremos que toda una Repblica de dos millones de habitantes, sedeje dominar y envilecer por un puado de tiranuelos y reaccionarios,como se llama todava a los que han obtenido tanta ventaja.

    [...] Puede don Federico Errzuriz tener antecedentes que no le favo-recen, cualidades que le afean sus mritos, no ser adornado de las virtudesque se requieren para un Mandatario tal como apetecen los descontentadi-zos; todo esto y ms puede ser verdad, pero esto no quita que con todos susdefectos y nulidades a cuestas, sea hoy el verdadero elegido del pueblo, elhombre a quien debemos respetar en virtud del mandato de que ha sidoinvestido por la soberana de la Nacin.

    Lo ms oportuno y conveniente, en vez de negar la legitimidad desu elevacin, sera que los partidos, penetrados de la necesidad de dar porconcluidas sus aspiraciones inmediatas, se empeasen en barrerle el caminode los obstculos con que lo han obstrudo, para que as, el que ha degobernarnos por cinco aos, pueda hacer algo de provecho.

    La Patria merece este sacrificio; ella es superior a todo afecto, atodo compromiso. (El Mercurio, editorial, 29 junio 1871, citado en AgustnEdwards,Cuatro presidentes de Chile, Valparaso, 1932, II, pp. 119-120.)

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    * * *

    Reducidos espontneamente a la impotencia todos los bandos polti-cos y, de consiguiente, aletargada la actividad moral del pueblo, la inter-vencin gubernativa que tanto deploramos es un hecho necesario. No seabdican derechos sin que la fuerza se los apropie. Esta verdad se hallacomprobada por la historia de todas las naciones. Reconocida la abdica-cin [...] no nos queda otro recurso que lastimarnos de nuestra indolencia.(El Mercurio, editorial, 24 marzo 1873, citado en Agustn Edwards, Cuatropresidentes de Chile, Valparaso, 1932, II, p. 213.)

    * * *

    Se interviene empleando la fuerza y ejerciendo violencia contra lasopiniones contrarias.

    Esta clase de intervencin ha sido repudiada en Chile por todos losGobiernos, an por los que ms se han hecho culpables de abusos e inter-vencin electoral.

    Creo ms: que diez meses antes de las elecciones, el empleo de lafuerza y de la violencia no han entrado jams en los propsitos de losgobernantes intervencionistas. Pero andando el tiempo, la fuerza y la vio-lencia vienen como resultados de la resistencia popular, y como consecuen-cia de la otra intervencin de que voy pronto a ocuparme.

    Es decir, que cuando el seor Ministro declara que el Gobierno noemplear la fuerza ni quebrantar la ley, ni ejercer violencia en favor deun partido o una candidatura, no dice nada nuevo, no promete nada que nohayan prometido los peores de los anteriores gobiernos intervencionistas.

    Hay otro gnero de intervencin que los gobernantes se han consi-derado generalmente con derecho para emplear, y es la que consiste enponer en juego las influencias que proporciona la autoridad a los que estnrevestidos de ella, en favor de un partido y una candidatura, y en contra delos dems partidos y de las dems candidaturas. (Isidoro Errzuriz, ante laCmara sobre libertad electoral e intervencin, 2 septiembre 1875, enI. Errzuriz, Obras de Isidoro Errzuriz, Santiago, 1910, I, pp. 71-72.)

    * * *

    Se me ha llamado autoritario. Entiendo el ejercicio del poder comouna voluntad fuerte, directora, creadora del orden y de los deberes de laciudadana. Esta ciudadana tiene mucho de inconsciente todava y es nece-

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    saria dirigirla a palos. Y esto que reconozco que en este asunto hemosavanzado ms que cualquier pas de Amrica. Entregar las urnas al rotaje ya la canalla, a las pasiones insanas de los partidos, con el sufragio universalencima, es el suicidio del gobernante, y yo no me suicidar por una quime-ra. Veo bien y me impondr para gobernar con lo mejor y apoyar cuantaley se presente para preparar el terreno de una futura democracia. Oigabien: futura democracia.

    Se me ha llamado interventor. Lo soy. Pertenezco a la vieja escuelay si participo de la intervencin es porque quiero un parlamento eficiente,disciplinado, que colabore en los afanes de bien pblico del gobierno.Tengo experiencia y s a dnde voy. No puedo dejar a los teorizantesdeshacer lo que hicieron Portales, Bulnes, Montt y Errzuriz. No quiero serPinto a quien falt carcter para imponerse a las barbaridades de un parla-mento que yo sufr en carne propia en las dos veces que fui ministro, en losdas trgicos a veces, gloriosos otros de la guerra con el Per y Bolivia. Esafue una etapa de experiencia para m en la que aprend a mandar sindilaciones, a ser obedecido sin rplica, a imponerme sin contradicciones y ahacer sentir la autoridad porque ella era de derecho, de ley y, por lo tanto,superior a cualquier sentimiento humano. Si as no me hubiese sobrepuestoa Pinto durante la guerra, tenga usted por seguro que habramos ido a laderrota. (Domingo Santa Mara, Apuntes redactados a peticin de PedroPablo Figueroa para su Diccionario Biogrfico de Chile, reproducido enF. A. Encina, Historia de Chile, volumen XX, pp. 452-456, tambin enMario Gngora, Ensayo histrico sobre la nocin de Estado en Chile enlos siglos XIX y XX, Santiago, 1981, pp. 20-23.)

    * * *

    [...] Chile es tambin el nico pas sudamericano que se toma uninters tan culto en su mecanismo electoral que hace bastante tiempo ide yadapt un sistema de representacin proporcional que parece dar satisfac-cin y que por cierto merece ser estudiado por investigadores cientficos enotros pases. Bajo este sistema presenci una eleccin en Santiago. El resul-tado era sabido con anticipacin, pues haba habido un arreglo entre losgrupos liberales por el cual se aseguraba el triunfo de los candidatos en quehaban convenido, y as haba poca agitacin. Todo pareca funcionar fcil-mente. (James Bryce, La Repblica de Chile en La Amrica del Sud.Observaciones e impresiones, Nueva York, 1914, citado en Hernn GodoyUrza, El carcter chileno, Santiago, 1976, p. 320.)

  • ALFREDO JOCELYN-HOLT 471

    4. Conflicto entre Iglesia y Estado

    [...] Hace un instante uno de los seores Ministros que se sientan ami derecha me deca: Estamos en pleno concilio!, y deca una espiritualverdad. El Honorable seor Diputado por Rere, haciendo esfuerzos supre-mos, ha elevado el debate a las regiones msticas de la teologa; y por suparte el Honorable Diputado por Itata, remontndose a los principios abs-tractos y absolutos, ha llegado a establecer uno de los mayores absurdosque pudieran orse en un Congreso como el de Chile; a saber: el de quehaba religiones ms dignas de respeto que el cristianismo porque habannacido en pocas ms antiguas [...]!

    Pero la verdad, seor, es que sta no es una cuestin de dogma, nide teologa, ni de principios absolutos, ni de historia siquiera. Es una cues-tin esencialmente prctica, de aplicacin, de actualidad. La libertad decultos es un principio aceptado en la Carta Fundamental de casi todos lospases civilizados. Conviene o no adoptarla en nuestra Constitucin comoprincipio poltico? Es practicable o no esta gran reforma? He aqu la nicacuestin que este Congreso, asociacin poltica y no religiosa, est llamadoa resolver, la nica que le compete, la nica que puede ser verdaderamateria del debate. Por esto, a nuestro entender, el Honorable seor Minis-tro del Culto es el que ha estado ms cerca de la verdad cuando ha dichoque la tolerancia de cultos es una cuestin de practicabilidad, y cuando eneste sentido ha apoyado su opinin en la luminosa de Macaulay.

    La cuestin en debate, es, pues, poltica, es constitucional, es cues-tin de hecho.

    [....]Y acaso el mismo Honorable seor Ministro no lo ha estado pro-

    bando en su luminoso discurso? No ha demostrado hasta la evidencia queen Chile el disidente extranjero tiene los mismos derechos civiles y andomsticos que el catlico, hijo del pas? No ha manifestado que esaigualdad de derechos llega hasta la prctica pblica de su religin, como seobserva en las capillas protestantes de Valparaso? Y cmo niega enton-ces, Su Seora, la practicabilidad de tolerancia de cultos, si de hecho estestablecida, si los cultos disidentes estn de hecho tolerados?

    [...]Yo tambin he sido intolerante, como todos los que nacen en nues-

    tro suelo. Yo era de los nios que iban a las procesiones a escupir a losjudos y cuando divisaba un protestante por la calle corra con mis herma-nos a esconderme en el ltimo patio de mi casa, porque esas son las ideasque flotan en la cuna de todos los nios que nacen bajo los techos de la

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    catlica capital de Chile. Pero cuando crec y medit, y sobre todo, cuandosal de mi patria y v en California la pagoda de los chinos al lado de lacapilla de los catlicos y asist en New York, alternativamente, a la catedralprotestante de la Trinidad y a la catedral catlica de San Jorge; y vea enPars, en Londres, en Viena, en todas partes la tolerancia de cultos estable-cida como un hecho pacfico, tranquilo, constitucional y acatado por todos,y cuando en la misma Roma, en la capital del orbe catlico, y en uno de sussitios ms prominentes, en la plaza del Popolo, casi frente a frente de lacatedral de los cristianos, de San Pedro, visit la humilde capilla de losprotestantes, cmo!, exclam, es esta la terrible tolerancia de cultos deque oa hablar en nuestra niez? Cmo! Po IX, ese hombre santo, por lavirtud, por la resignacin y la energa sublime, que sostiene lo que l juzgasus derechos inalienables, mantiene un cementerio protestante o regala elmrmol para la estatua del protestante Jorge Washington y se glora, comolo escriba el ao ltimo el obispo de Orleans, de dar asilo a los judosperseguidos en su sinagoga del Ghetto, en el centro del barrio ms populo-so de la ciudad santa; mientras sucede todo esto en Roma, en Santiago, quepretendemos llamar la Roma de Amrica, se declare impo al que enunciasolamente la proposicin de tolerancia de cultos?

    He aqu, seor, como me hice yo tolerante por la contemplacinmisma de la tolerancia, la ms bella y la ms sublime cualidad del cristia-nismo.

    Pero an sin haber salido jams de Chile estoy seguro de que afuerza slo de las revelaciones de mi conciencia, yo habra llegado a sertolerante, an sin el ejemplo de la tolerancia. Pero yo oigo que se dice: S,pero con la enseanza y el auxilio de los malos libros. No, seor, yo tengobastante franqueza y bastante modestia para declarar que nunca he ledo unlibro prohibido. Yo no he ledo a Voltaire ni a ninguno de los filsofos delsiglo XVIII; yo no he ledo a Lamennais, sin embargo de haber escrito estesacerdote eminente el libro ms grande del presente siglo en materia dereligin, pues se contrae en l a combatir la verdadera enfermedad quepadece el mundo cristiano, la indiferencia religiosa. Ms dir, no he ledosiquiera un libro que muchos de los seores diputados que se sientan enestos bancos habrn devorado con avidez; no he ledo a Renan.

    Y cmo entonces me he hecho tolerante?Voy a decroslo. He aprendido a ser tolerante leyendo a Bossuet y a

    Feneln, que hace ms de ciento cincuenta aos aconsejaban a Jacob II deInglaterra adoptase en su pas la tolerancia de cultos; he aprendido a sertolerante leyendo las conferencias filosfico-religiosas del Padre Lacordai-re y escuchando los admirables sermones del jesuta Ravignan; he aprendi-

  • ALFREDO JOCELYN-HOLT 473

    do a ser tolerante, en fin, estudiando los escritos de los ms esforzados yms ilustres sostenedores de la causa del catolicismo en Europa; de Monta-lembert, cuyo admirable discurso sobre tolerancia religiosa se tradujo ypublic en Chile por mis cuidados hace dos aos y del obispo de Orleans,ese grande hombre del siglo por la inteligencia y la piedad cristiana.

    Ahora bien, ese gran prelado de la Iglesia afirma en su ltimo admi-rable opsculo sobre la Encclica, a nombre suyo, a nombre de la Iglesiacatlica y a nombre del Pontfice de Roma, que acepta para el dogma ypara la comunidad catlica la tolerancia de cultos. Od sus palabras: Serforzoso repetirlo por la centsima vez? Lo que la Iglesia, lo que el Papacondena es el indiferentismo religioso, en otros trminos el indiferentismoen materia de religin, ese absurdo ms absurdo todava que impo, en cuyonombre se nos repite hoy por todos lados y en todos los tonos que laReligin, Dios, el alma, la verdad, la virtud, el Evangelio y el Korn, Buday Jesucristo, lo verdadero y lo falso, el bien y el mal, todo es igual, y parajustificar tales aberraciones, ha llegado hasta decirse que el hombre es elautor de la verdad en que cree y de la santidad que adora. Pero acasorechazar este insensato y culpable indiferentismo y las consecuencias deabsoluta licencia que de l se derivan, es rechazar la tolerancia para conlas personas y la libertad civil de cultos? Jams se ha dicho esto y todos lostelogos dicen lo contrario.

    En efecto, jams los Papas han condenado a los Gobiernos que hancredo deber consignar, en sus constituciones, segn las necesidades de lostiempos, esta tolerancia, esta libertad qu digo? El mismo Papa lapractica en Roma.

    [...]Pero los impugnadores de esta santa doctrina en Chile, vuelven a

    repetir: El pueblo no est preparado; la inmensa mayora la rechaza, comodeca el Honorable seor Diputado por Rere; los hbitos del pas la hacenimpracticable, como lo declara el Honorable seor Ministro del Culto. Yoabrigo, empero, una opinin muy diversa sobre el carcter y el modo de serde los chilenos. Yo creo que nuestro pueblo es sensato, liberal y al mismotiempo dcil. Por qu, entonces, habra de rechazar una reforma constitu-cional que de hecho acepta en la prctica? Por qu habra de cerrar losojos para no ver escrito en nuestra Carta el mismo dogma que est leyendotodos los das en los templos protestantes de Valparaso? Ah!, seor, sea-mos francos. El pueblo no tolera porque hay sobre l clases exclusivistasque desean gozar en paz de sus privilegios y que le gritan: No toleris!Ah! si esas mismas voces le dijeran Tolerad!, estoy seguro de que no selevantara una sola voz ni de sorpresa siquiera en todo el pas. (Benjamn

  • 474 ESTUDIOS PBLICOS

    Vicua Mackenna, discurso sobre tolerancia religiosa en favor de la refor-ma del artculo V de la Constitucin, 16 junio de 1865, en BenjamnVicua Mackenna, Obras completas. Discursos parlamentarios, Santiago,1939, I, pp. 17-25.)

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    Como catlico muy sincero, siento en el alma no poder dar a Ud. tansatisfactorias noticias respecto a los intereses religiosos de nuestro catlicopas, gravemente comprometido por la marcha imprudente de sus obispos yuna parte del clero, que estn tomando una participacin activa y muycompromitente en las cuestiones de poltica interior.

    Hace das el pblico fue sorprendido por la publicacin de unapastoral firmada por el Arzobispo de Santiago y los obispos de La Serena yConcepcin, diciendo que haban incurrido en excomunin latae sententiaetodos los magistrados de la nacin que hubiesen intervenido en la aproba-cin del Cdigo Penal. De suerte que de una plumada declaran excomulga-dos al Presidente de la Repblica y sus Ministros, a los Consejeros deEstado, a los senadores y diputados, etc. Podra concebirse un acto demayor demencia? Podran los enemigos de la religin haber realizado algode ms fatal a los intereses del catolicismo en Chile. (Carta del PresidenteFederico Errzuriz a Monseor J. Ignacio Eyzaguirre, 14 octubre 1874, enRevista Chilena, Ao III, tomo IX, No. XXVIII, p. 307.)

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    [H]aba otro orden de conocimientos que en mi tiempo no iba tanmal; la enseanza religiosa era hecha, si bien de un modo somero, conmtodo regular y con apoyo de libros bien apropiados. Lo primero quevena era la Historia Sagrada, despus el catecismo y por fin el ramollamado Fundamentos de la Fe. Los alumnos se formaban as conciencia desu religin personal y nacional, que tambin fue de sus padres y antepasa-dos, y de la madre patria, desde muchos siglos antes que nos diera ser yorigen. Me parece que el tema era interesante.

    No s qu criterio ha presidido a la supresin posterior de estosramos; pero si fue para proteger la libertad de pensamiento, estoy seguro deque nadie quedaba obligado a ser buen catlico por el slo hecho de haberrendido esas tres pruebas ante una comisin oficial; al contrario, los futuros

  • ALFREDO JOCELYN-HOLT 475

    enemigos de la religin oficial aprendan antes de la supresin lo necesariopara no incurrir durante los debates futuros en vulgaridades e ignorancias.(Ramn Subercaseaux, Memo