Debate Gabriel salazar Alfredo Jocelyn-Holt- Rolf Lüders - Centro de Estudios Públicos de Chile

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ESTUDIOS PÚBLICOS Harald Beyer ¿Qué veinte años no es nada...? Una mirada a la desigualdad de ingresos a partir de las encuestas Casen José Miguel Valdivia Alcances jurídicos del Convenio 169 Andrés Fernández y Cristhian de la Piedra Implementación y evolución de los derechos contenidos en el Convenio OIT 169: Aporte de la jurisprudencia y pronóstico de desarrollo futuro de sus implicancias ambientales y regulatorias Santiago Montt y Manuel Matta Una visión panorámica al Convenio OIT 169 y su implementación en Chile C E N T R O D E E S T U D I O S P Ú B L I C O S Nº 121 VERANO 2011 Elina Mereminskaya El Convenio 169 de la OIT sobre pueblos indígenas y tribales: Derecho internacional y experiencias comparadas Jorge Zanelli Dilema energético: La energía nuclear Renato Cristi La independencia de Chile y el republicanismo (La Creación de la República, de Vasco Castillo) Alfredo Jocelyn-Holt Mercaderes, Empresarios y Capitalistas (Chile, Siglo XIX), de Gabriel Salazar Rolf Lüders Comentario al libro de Gabriel Salazar Mercaderes, Empresarios y Capitalistas (Chile, Siglo XIX)

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ESTUDIOSPÚBLICOSHarald Beyer¿Qué veinte años no es nada...?Una mirada a la desigualdad deingresos a partir de las encuestasCasen

José Miguel Valdivia Alcances jurídicos del Convenio 169

Andrés Fernández yCristhian de la Piedra Implementación y evolución de losderechos contenidos en el Convenio OIT 169: Aporte de la jurisprudencia y pronóstico de desarrollo futuro de sus implicancias ambientales y regulatorias

Santiago Montt y Manuel Matta Una visión panorámica al Convenio OIT 169 y su implementación en Chile

2011ESTU

DIO

S PúBLIC

OS

vEranO

C e n t r o d e e s t u d i o s P ú b l i C o sCEP

nº 121 vEranO 2011

nº 121

CEnTrO dE EsTUdIOs PúblICOswww.cepchile.cl

Monseñor sótero sanz 162C. Postal 7500011 Providencia

santiago de Chile

Elina Mereminskaya El Convenio 169 de la OIT sobre pueblos indígenas y tribales: derecho internacional y experiencias comparadas

Jorge Zanelli dilema energético: la energía nuclear

Renato Cristi la independencia de Chile y elrepublicanismo (La Creación de larepública, de Vasco Castillo)

Alfredo Jocelyn-Holt Mercaderes, Empresarios y Capitalistas (Chile, Siglo XIX), de Gabriel salazar

Rolf Lüders Comentario al libro de Gabriel salazarMercaderes, Empresarios y Capitalistas (Chile, Siglo XIX)

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Estudios Públicos, 121 (verano 2011).

libro

Mercaderes, eMpresarios y capitalistas(chile, siglo XiX) de gabriel salazar

alfredo Jocelyn-Holt

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Paradójicamente son de izquierda y no de derecha los histo-riadores más interesados en hacer una historia del capitalismo en Chile. Según el reciente libro de Gabriel Salazar, Mercaderes, Empresarios y Capitalistas, esto tendría una explicación. ocurre que, desde la inde-pendencia, lo que entendemos por institucionalidad política no habría sido más que un Estado dictatorial —creado por Portales— concebido para mantener militarmente el orden, explotar a las clases populares y dedicarnos como país a lo único que el patriciado local sería capaz: constituirse en mero intermediario mercantil, importar y comerciar bie-nes a cambio de exportar materias primas de menor valor. Portales lo entendió muy bien; Portales era comerciante, el patriciado local también lo fue. Nada, sin embargo, que pueda reconocerse abiertamente porque nos desprestigiaría como nación autónoma.

la tesis, como se puede apreciar, es una carambola perfecta. Niega el potencial local para modernizarnos a no ser que sea promovi-do por intereses económicos foráneos (palo a los nacionalistas). resta

Alfredo Jocelyn-Holt. Historiador; D. Phil., oxford. Profesor de la Universi-dad de Chile.

Gabriel Salazar, Mercaderes, Empresarios y Capitalistas (Chile, Siglo XIX)(Santiago: Edit. Sudamericana 2009), 794 páginas.

Palabras clave: historia general de Chile; historiografía; capitalismo; dependen-cia; orden portaliano; historia del pueblo.

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valor a los pocos empresarios que podrían demostrar algún grado de empuje y capacidad de capitalización (palo a los neoliberales actuales o retrospectivos). Niega cualquier mérito al desarrollo institucional alcan-zado salvo haber cumplido tareas puramente disciplinarias y coercitivas (palo a los liberales auténticos). tacha de mitómana al grueso de la his-toriografía nacional porque siendo más conservadora que de izquierda, ¿de qué ha servido si no para cegarnos frente a nuestra única y pérfida realidad estancada? (palo a los conservadores).

Un solo poder —el capital extranjero— ha reglado nuestro devenir histórico republicano, afirma Salazar. Siempre hemos sido lo que somos: un país subdesarrollado y dependiente. Fue así durante la Colonia (palo a los colonialistas), siguió siéndolo durante el siglo XiX, y aunque en el XX nos autonomizamos quizá un poco gracias al Estado interventor entre 1938-1973 (guiño a los desarrollistas), qué le vamos hacer, hemos vuelto al modelo estructural desde que la dictadura recien-te —obvio que “portaliana”— nos devolvió a la lógica que no ve otra lógica posible (palo al pinochetismo y al concertacionismo, por separa-do y coludidos en mortal abrazo).

Evidentemente, la tesis es insostenible. Se pega demasiados saltos anacrónicos. Presume continuidades que no pueden ser (la historia regis-tra algo más que inercia estática). Abusa del monocausalismo. Peca de simplista cuando da a entender que los únicos patricios que vale atender son los con plata. Es más, suena “dependentista” en exceso, y eso que el dependentismo como tesis dejó de convencer hace rato1. Debe demasiado

1 Disiente Cristián barros de esta opinión en su reseña del libro en El Mercurio, 21 febrero 2010, p. E 13. A su juicio, la tesis del libro no sería monocausal (“todo haría pensar que Salazar reedita una versión de la teoría de la dependencia en clave foucaultiana, pres-tando una atención nostálgica y cómplice a los sujetos marginales, y brindando un villano fácil al martirologio popular. incluso, una lectura epidérmica podría inducir a tacharlo de monocausal. Nada menos cierto. Salazar ha construido un relato complejo, rico en oposi-ciones; en suma, dialéctico. No hay causalidades simplistas ni maniqueísmos. De hecho, Mercaderes, Empresarios y Capitalistas... reivindica parcialmente el rol modernizador del capital extranjero”). Yo insistiría en el punto. la dialéctica, aspecto que barros concede, es por definición monocausalista. Es más, Salazar admite haber sido fuertemente influido por André Günder Frank, creador de la tesis dependentista; fue su alumno y lo reconoce como uno de sus cuatro principales “maestros”, siendo los otros Héctor Herrera Cajas, Mario Góngora y Juan rivano. Para una visión general del capitalismo en Salazar, véanse los si-guientes títulos de su autoría: “El Movimiento teórico sobre Desarrollo y Dependencia en Chile. 1950-1975” en Revista Nueva Historia, Asociación de Historiadores Chilenos en el reino Unido, University of london, londres, 1982; Algunos Aspectos Fundamentales del Desarrollo del Capitalismo en Chile (Santiago: 2003); y también su otro libro al respecto, Historia de la Acumulación Capitalista en Chile (Apuntes de Clase), Curso Dictado en el Campo de Prisioneros Políticos Tres Álamos, 1976 (Santiago: 2003).

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a las erradas interpretaciones de Alberto Edwards, Francisco A. Encina y Mario Góngora que se obsesionaron con la figura de Portales, aunque es mérito indiscutible de Salazar —chapeau— haberle agregado este nuevo giro económico al cuento de siempre. Desvaloriza la autonomía de lo político que el marxismo en su versión más heterodoxa (¡cómo olvidar a Gramsci!) terminó por admitir; no todo es economía, no a menos que se quiera uno adscribir a esa fauna neoliberal simplista que materializa todo. tampoco se conceden cambios, esenciales a veces, en el mismo capitalis-mo y que explican su capacidad de adaptación y persistencia2. En fin, a esta tesis se la puede refutar desde tantos o más ángulos que los múltiples que abre legítimamente a discusión.

Dicho lo anterior, es notable haber escrito un libro de casi 800 páginas (¿quién lo hace en Chile en un solo tomo?); haberle dedicado 34 años a la investigación; haber comprendido directa e indirectamente periodicidades formidables, desde la Colonia a nuestros días; haberles seguido la pista a numerosos comerciantes, sus negocios, nexos coetá-neos y generaciones posteriores; haber explicado complejísimas ope-raciones mercantiles —agotadoramente aburridas, así al menos pueden parecer a algunos lectores— a fin de develar un sistema intrincado, su propósito y blanco.

Y, eso que, alabando este tratamiento titánico de dimensiones no menos monumentales, ni siquiera estaríamos dando cuenta de sus muchos otros méritos más sutiles. Como cuando Salazar pareciera hablar en parábolas; cuando deja a un lado el análisis y simplemente narra; cuando volviendo al pasado pareciera referirse subliminalmente al presente; cuando tipifica y acuña términos; cuando se confirma por lo que es, magistral en su rescate de sujetos en su contexto no sólo real y material, también ideal, filosófico y sociológico. De todos nuestros his-toriadores, Salazar es el que mejor calza con lo que, en su momento, se denominó y aspiró a ser “historia total”. Por último, ¡qué desafío el que ha legado a los historiadores del capitalismo, no de izquierdas, que se atrevan a recoger el guante! Chapeau de nuevo3.

2 Véase por ejemplo el libro de luis ortega Martínez, Chile en Ruta al Capita-lismo. Cambio, Euforia y Depresión, 1850-1880 (Santiago: 2005). Conste que luis or-tega es el otro fundador, junto a Salazar, de la Asociación de Historiadores Chilenos en el reino Unido, y editor de la Revista Nueva Historia, influyente medio de renovación historiográfica en el exilio. De más está señalar que las posturas entre Ortega y Salazar en este sentido no son coincidentes.

3 Hasta aquí el texto reproducido de la reseña del libro titulada “Una obra Ma-yor” que hiciera para la tercera del 29 de noviembre de 2009, p. 91, salvo las notas al pie agregadas y uno que otro ajuste para esta versión. la ampliación restante que sigue a continuación es inédita.

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Con esta publicación Salazar recapitula una obra maciza, im-ponente, que abarca una variedad de ángulos y aciertos. Ya antes, su primer libro (Labradores, Peones y Proletarios de 1986, entre los hitos historiográficos chilenos más sobresalientes de los últimos treinta años), al centrar su atención en sectores populares silenciados —“masas” mar-ginales a la hacienda, a las ciudades y focos industriales—, propinó un notable doble golpe revisionista. Contra la historiografía clásica porque las miradas políticas “desde arriba” ocultaban una historia más propia-mente histórica-representativa, la de un pueblo sufrido y solidario “en-tre sí” al que se le expropia y exilia del agro tradicional, debiendo vagar tierras e ingeniárselas como puede. Contra también de la vieja escuela sociológica marxista (v. gr. Julio César Jobet, Hernán ramírez Neco-chea), no menos prejuiciosa y verticalista, según Salazar, interesada en destacar únicamente al proletariado urbano industrial en desmedro de otros desposeídos. Posteriores trabajos suyos han explicitado, incluso, lo que él percibe como un “proyecto político” auténticamente popular, auto-gestual que, si bien ha sido castigado una y otra vez por las hege-monías dominantes impuestas, se mantiene todavía vivo en sus costum-bres, cultura, memoria testimonial, reivindicaciones y praxis rebelde. Justamente, el meollo de su indagación, o mejor dicho, de su rescate histórico.

lo último, bastante más ambicioso que una mera evocación de un pasado de atropellos, desplazamientos y postergaciones. Al contra-rio, Salazar a lo que aspira es a elaborar una “Ciencia Histórica Popu-lar” que —como vuelve a reiterar en este nuevo libro— “traiga a la luz todas las fealdades ocultas, todos los fantasmas intersticiales de nuestro pasado y nuestro presente, a fin de que la ciudadanía pueda tener una conciencia histórica más limpia y una memoria cultural más llena de verdad” (p. 12). otro de sus propósitos es que esta “ciencia del pue-blo”, en oposición dialéctica a la presión contraria por “alienar” a los grupos desposeídos, rescate y devuelva su “compulsión humanizante” al mundo subalterno, en el fondo, su historicidad intrínseca. De ahí su prolífica obra (una docena de libros en las últimas tres décadas) y las numerosas coincidencias con un conjunto de otros historiadores que se autodenominan la “Nueva Historia Social” (Armando de ramón, Julio Pinto, María Angélica illanes, Mario Garcés, Pablo Artaza y otros) es-

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parcidos en distintas instituciones académicas y oNG (organizaciones no gubernamentales) en nuestro atomizado espectro universitario. No una escuela “salazarina” propiamente tal, aunque Salazar, por cierto, es su indiscutible punta de lanza en cuanto a producción, impacto de cátedra y visibilidad pública. Digamos que, más bien, una perspectiva crítica compartida, que se ha expresado en algunas obras colectivas, manifiestos, y con una considerable llegada a estudiantes de pedagogía en historia, muchos de cuyos trabajos de título y grado se orientan en esa dirección4.

¿Una “nueva historia” como, a menudo, se le tilda? Pienso que no por varias razones. Salvo Salazar, quien dispone de estudios forma-les en filosofía y sociología, amén de intereses profundos en historia económica que datan de antes de su tesis doctoral en inglaterra en la Universidad de Hull (1984), ninguno de los demás exponentes de esta corriente historiográfica posee una predisposición teórica igual de sóli-da o cultivada. En eso Salazar pertenecería, más bien, a una generación anterior de cuño estructuralista. Fue ayudante de investigación de Ma-rio Góngora para su trabajo Origen de los Inquilinos de Chile Central (1960), y claramente su tesis doctoral (Labradores, Peones y Prole-tarios) debe mucho a la variante analítica británica asociada a Past & Present, influyente revista, la versión sajona de los Annales franceses y que, desde los años 1950, renovara los estudios sociales en Gran bre-taña, contando entre sus filas a investigadores de la talla y prestigio de lawrence Stone, Eric Hobsbawm, y E. P. thompson5. Este último, un modelo en varios sentidos. Desde luego, se ha dicho muchas veces que Salazar es su versión o equivalente chileno; las conexiones temáticas y temporales entre Labradores, Peones y Proletarios y The Making of the English Working Class (1963), el clásico texto de thompson, son evidentes. también, el hecho de que ambos no hayan renegado entera-mente de la “tradición marxista”, no al menos para efectos analíticos,

4 Sobre la obra y propuesta de Salazar, véanse luis Moulian Emparanza, Ga-briel Salazar: 6 Asedios a la Historia. La Historia desde Abajo (Santiago: 1999); Sofía Correa Sutil, “Historiografía Chilena de Fin de Siglo” en Revista Chilena de Humanida-des, Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad de Chile, Nº 21, Santiago, 2001, pp. 47ss.

5 Sobre esta escuela, consúltese Jim Sharpe, “Historia desde Abajo”, en Peter burke (editor), Formas de Hacer Historia (Madrid: 1994 [1991]); José Andrés-Gallego, Recreación del Humanismo desde la Historia (Madrid: 1994); Gertrude Himmelfarb, The New History and the Old (Cambridge, Massachusetts: 1987), especialmente el capítulo 4.

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aun cuando su propio distanciamiento de la vieja ortodoxia de izquierda procomunista, lo que suele denominarse “old left” en el mundo anglo-parlante, es muy anterior a su exilio en Europa; recordemos que Salazar fue militante del Mir en los años 19706.

En efecto, no debiera exagerarse esta supuesta única veta teórica, la estructuralista. ideológicamente hablando, Salazar responde a una trayectoria complejísima con variadísimos componentes tanto exter-nos como locales que hacen de él un caso muy singular. Desde luego, por tradición familiar desciende de un tronco fuertemente católico-conservador; Salazar ha contado, muchas veces, que en su casa paterna se leía el Diario Ilustrado y que en la elección de 1964 votó por Frei7. Hizo clases en el Colegio de San ignacio y en la Universidad Católica. Su militancia política más radicalizada es relativamente tardía en com-paración con la de muchos de sus contemporáneos generacionales. Es más, últimamente, le ha dado por destacar a figuras socialcristianas y por desempolvar cierto corporativismo atávico, algo añejo —los cabil-dos y fueros coloniales en tanto depositarios de la “democracia de los pueblos”—, temas que hasta ahora sólo parecían preocupar a historia-dores de veta ultraconservadora, seguidores de Jaime Eyzaguirre y/o historiadores del derecho, uno que otro abiertamente franquista8. Por último, habría que resaltar una línea aun más profunda y persistente: cierta impronta historicista diltheyana, la insistencia aquella que sostie-ne que los sujetos históricos son clave y que para efectos de entenderlos hay que hacer una historia “desde dentro” conforme a la lógica propia del mismo sujeto en cuestión9. Este último, aspecto muy marcado, sos-

6 María Angélica illanes, a propósito de la Historia Contemporánea de Chile (1999-2002) en cinco tomos, escritos en colaboración con Julio Pinto, ha calificado la perspectiva ideológica de Salazar como “marxismo disidente” toda vez que estaría consciente del peligro “del entronizamiento en el poder de una clase que, a nombre de los trabajadores, se encargaría de hacer la transición (revolucionaria)”; María Angélica illanes, “la Nueva Historia de Chile”, en Cuadernos de Historia , Nº 19, Universidad de Chile, Facultad de Filosofía y Humanidades, Departamento de Ciencias Históricas, 1999, p. 266.

7 Sobre el entorno familiar de Salazar, véase la autobiografía de su padre, benito Salazar orellana, Memorias de un Peón-Gañán (1892-1984) (Santiago: 2008).

8 Cf. Gabriel Salazar, “la Gesta Profética de Fernando Vives, S.J., y Alberto Hur-tado, S.J.: Entre la Espada teológica y la Justicia Social” en CED, Patriotas y Ciudadanos (Santiago, 2003), pp. 125-199; y Construcción de Estado en Chile (1800-1837). Democra-cia de los “Pueblos”, Militarismo Ciudadano, Golpismo Oligárquico (Santiago: 2005).

9 Véase, por ejemplo, su colección de reflexiones teóricas, La Historia desde Abajo y desde Dentro (Santiago: Facultad de Artes, Universidad de Chile, 2003).

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pecho que debido, no poco, a la influencia ejercida por Mario Góngora quien, dicho de paso, también tuvo un recorrido ideológico curioso. Una diáspora intelectual la de Góngora, a primera vista accidentada —fue filofalangista, comunista, apoyó y luego renegó de la dictadura militar, hasta terminar siendo un integrista católico furiosamente crítico del neoliberalismo— si no fuera que Góngora no cejó ni varió nunca de su único norte o común denominador que suele devolverlo siempre a cierta consistencia ideológica inamovible: su constante crítica y recha-zo, a lo largo de toda su vida de estudioso, para con el liberalismo y sus distintas variantes. Salazar tiene mucho de esa misma tenacidad firme, anti-ilustrada, anti-dieciochesca, en el fondo una suerte de romanticis-mo incondicional anti-moderno que también se percibe en una persona dura y recalcitrante como Góngora, su antiguo maestro.

En lo que respecta al método de trabajo que emplea, el rastreo exhaustivo de fuentes archivísticas, en sí, no es particularmente no-vedoso. En eso Salazar se entronca claramente con la vieja tradición positivista decimonónica aunque con dos variantes que cabría destacar. Por un lado, rescata el actuar de sujetos raramente estudiados, lo que antiguamente se denominaba “bajo pueblo”, desde fuentes judiciales por ejemplo; y, por el otro, no menos importante, suele recurrir a pre-sentaciones o cuadros emblemáticos, con gran destreza narrativa, que lo aproximan a la escuela de las mentalidades. Un tratamiento, en ese sentido, bastante original de fuentes, frecuentemente con alcances más metafóricos que literales a modo de viñetas ilustrativas capaces de re-tratar momentos y constantes históricos de manera dramática, ocasio-nalmente de índole coral, versión brechtiana. Aciertos que uno no está acostumbrado a ver a partir de evidencia positiva (salvo de la mano de esa notable excepción que siempre fue Vicuña Mackenna), dado nuestro sesgo positivista exageradamente ponderado, aséptico y árido, legado de barros Arana. Su máxima expresión: el notable ensayo “Ser Niño Huacho en la Historia de Chile”, pieza obligada en cualquiera antología de historiografía chilena10. también, en este nuevo libro, el capítulo primero: “Peones, mercaderes y dictadores: Entierro y desen-tierro del tesoro mercantil de Juan Antonio Fresno (Santiago de Chile, 1772-1837)”.

10 “Ser Niño Huacho en la Historia de Chile. Siglo XiX”, revista Proposiciones, Sur Profesionales, N° 19, Santiago, 1990, pp. 55- 83; hay edición en libro publicado el 2006.

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Salazar es también conocido por un “estilo” de razonamiento muy suyo, tanto escrito como oral11. Exposiciones largas y tendidas, brillantes diría, y con efectos indiscutiblemente carismáticos, que re-cuerdan cierto asambleísmo muy de los años 60 y 70. De ahí, quizá, con algún grado de populismo, aunque esto último sea, ante todo, un efecto discursivo, cifrado en las “masas”, el actor épico protagónico, depo-sitario de una historicidad cómplice, de “compañero” a “compañero” con el público, que ningún otro sujeto puede arrebatarle, no al menos, mientras Salazar habla. Nunca de manera insultante o frontal respecto al supuesto contrincante que comparte la mesa; por lo general, más grave y solemne que irónico; tampoco agrio o resentido aun en las ocasiones en que los motivos pudieran sobrarle (Salazar lo pasó muy mal durante la dictadura). Por el contrario, yo diría que es hasta desapegado, como suponiendo a priori que a su discurso se le acepta o no, se comparten sus lógicas o simplemente se está en otra parada y punto. Para nada engreído, engolado, soberbio o burdamente demagógico, sino más bien, como por sobre las circunstancias; como si la Historia, “su historia”, hablara a través suyo y por encima del resto. El efecto, obviamente, es un tanto oracular, mesiánico e iluminado y, cuando le resulta, es porque invariablemente así es como el público que lo escucha quiere que sea. No deja de ser impresionante, a veces, simplemente presenciar la sinto-nía que se produce entre el público y Salazar. De manera más elegante y sobria que histriónica, él es todo un personaje, ciertamente, un orador de primer nivel.

Cuánto de esto se presta para mistificaciones es curiosamente una pregunta con que no se le encara, y eso que su “estilo” da como para pensarlo. la distancia y admiración que genera, quizá, tiende a absolverlo; también, el grado de convicción y solvencia ética con que expone sus puntos de vista. Con todo, algunos argumentos que esgrime son insostenibles. Lo afirmábamos anteriormente al reseñar la tesis prin-cipal de este nuevo libro. ocurre lo mismo cuando argumenta que ha-bría existido un período, un illo tempore indefinido, en que campesinos

11 Salazar es invitado frecuente de foros, mesas redondas, e intervenciones en seminarios, a las que se me suele también convidar para que nos enfrentemos —él to-mando el partido por los “de abajo” y, yo, supuestamente, el de los “de arriba”— lo cual, sin embargo, rara vez ocurre, y cuando llega a producirse, es sin sangre. El segundo se-mestre de 2002, ofrecimos conjuntamente un curso de formación general para estudian-tes de pregrado de la Universidad de Chile titulado “Memoria Social, Historia Oficial: Conflictos en Chile”, que tuvo más de cuatrocientos alumnos inscritos.

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autónomos (“labradores”) vivían con holgura produciendo un excedente significativo, hasta que se crean las haciendas. Estas últimas les arreba-tan sus pequeñas propiedades productivas y el otrora “labrador” autosu-ficiente se vuelve inquilino o vagabundo, comienza a “rodar” tierras o convertirse en un peón-gañán sin Dios ni ley12. Una suerte de caída fatal del paraíso convertido en utopía pretérita; en el fondo, como todas las utopías pretéritas, al decir de Karl Mannheim, útiles para terminar con-feccionando y esgrimiendo un argumento ultra-conservador. operación a la que, de nuevo, vuelve Salazar cuando da a entender que existiría un sustrato inmemorial, un sentir soberano popular, de raíces medievales y forales, que habría operado en los cabildos coloniales, manteniéndo-se después de la independencia a través de un anhelo latente por una “democracia de los pueblos”13. ¿Una “democracia” y una “soberanía” antes y después de que la idea nos llegara de la revolución Francesa y se le condicionara mediante el liberalismo republicano? En efecto, eso precisamente es lo que Salazar está tratando de diluir y reemplazar por esta otra interpretación. ¿Convincente? Yo, al menos, pienso que no. En ninguno de los casos provee Salazar suficiente prueba al respecto como para desbancar las tesis clásicas, por lo mismo, todavía válidas. Es más, suenan efectivamente a mistificaciones retrospectivas, aunque eso no debiera extrañarnos; los mejores historiadores suelen incurrir, conscien-te o inconscientemente, en ese tipo de hipérboles.

iii

Volviendo a este nuevo texto que nos ofrece, Mercaderes, Em-presarios y Capitalistas, ¿por qué Salazar, de repente, cruza la trinchera que él mismo ha cavado y sienta sus reales justo en medio del campo enemigo? Su fuerte historicismo, hasta ahora, lo llevaba a asumir sólo aquellos temas y sujetos por los que tenía empatía (Einfühlung) social, la única manera —“desde dentro” del fenómeno— que le permitiría lle-gar a comprender (Verstehen). Mi impresión es que ese ángulo Salazar,

12 Por cierto esta tesis pretende ser una falsificación y alternativa a la clásica te-sis de Mario Góngora en Origen de los Inquilinos de Chile Central (1960), libro en que él mismo, repito, fuera ayudante de investigación. Sobre mi propia refutación a Salazar en este punto, véase Alfredo Jocelyn-Holt letelier, Historia General de Chile. 3. Amos, Señores y Patricios (Santiago: 2004), capítulo iV, nota 29, pp. 128-129, 244.

13 Véase Construcción de Estado en Chile… (2005), capítulos ii y iii.

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hace rato, lo agotó. Por mucho que sostenga y crea que es el pueblo el único sujeto auténticamente histórico, después de un rato, el argumen-to, también la evidencia, comienzan a dar vueltas en banda, se tornan reiterativos de más, y como que sus lectores y oyentes, incluso, pueden hasta adivinar el cuento de antemano. la “Señora Peta”, con sus cuatro vacas, su puesto en la feria libre, su ramada convertida en chingana en los extramuros de la ciudad o aldea, con sus siete hijos de cuatro o más gañanes distintos que van y vienen, sus hijas que caen en la prostitu-ción, o ella misma, cambiando de rubro por enésima vez para seguir sobreviviendo (“Ña Peta” es por sobre todo “empresaria”, “micro-empresaria” según el lenguaje un tanto anacrónico al que, a menudo, recurre Salazar), y así, una y otra vez el mismo asunto, tiene un límite. obviamente estoy exagerando, caricaturizando el argumento, pero no el sentido general, la recurrencia ni tampoco el universo finito, limitado, de posibilidades que abarcan y ofrecen también los archivos judiciales, policiales, etc., en que se basa Salazar y que dan cuenta de las “Ña Pe-tas” de este mundo. Análogamente, El Chacal de Nahueltoro pinta una realidad dramática, tremenda, hasta convertir dicha existencia y su re-producción en obra maestra, pero hasta Miguel littin se dio cuenta que eso no daba para más secuelas. Un Chacal de Nahueltoro versión II, III y IV… son inconcebibles. Pasa lo mismo con el “Canto Nuevo”; llegado un punto, aunque nos encante oír la misma balada, el repertorio, la am-bientación, las peñas, y el mismo vinito o chacolí de siempre conducen, a la larga, más temprano que tarde, a un callejón temático sin salida. De repente, ya no es tan “nuevo”, ay sí sí sí / aay sí sí sí, es el mismo canto, el canto de todos, que es mi mismo canto… Quizá la poesía lo soporte. En el caso de la historia, sin embargo, ésta se termina por convertir en letanía y lamentación autoconmiserativa, más poesía y épica que reali-dad historiable. De la mano de Salazar —concedo— en bastante más que eso, pero el peligro es real, incluso en un brillante maestro como él.

Por eso, el giro que viene haciendo, de un tiempo a esta parte, es tan lúcido y acertado. Salazar toma el toro por las astas y opta curiosa y paradójicamente por hacer una historia más de corte convencional. Ya ha postulado la historia de “su pueblo”, lo ha hecho hablar, le ha recobrado su noble e indiscutible dignidad, ahora viene una segunda gran arremetida frontal contra la historia oficial y tradicional. La histo-ria oculta, esta vez, develando el supuesto retrato verdadero de “Dorian Gray”, el que guardamos (me incluyo entre los historiadores aludidos)

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en el sótano, como gráficamente sostiene en el “Prefacio” a este nuevo volumen.

la construcción (dictatorial) del célebre “orden portaliano” (1829-1860) engendró la más nutrida galería de héroes y hom-bres ejemplares que haya tenido la historia de Chile: los que, ali-neados como generación fundadora, han permanecido rampantes y apolíneos, por más de un siglo y medio, en el partenón histó-rico de la nación. En un gesto inmortal por la obra que legaron —para siempre— a todos los chilenos […].Al considerar ese conjunto desde lejos —que recorta en el ho-rizonte como un Arco de triunfo— no aparenta ser menos que el pórtico de entrada a la historia oficial de Chile. Pues alude y recuerda el origen esencial, solemne, del “alma política” de la nación. El que define su identidad de una vez y para siempre. Contra todo. Contra el avance agreste y tumultuoso de la historia cotidiana y la insolencia de los que traicionan, subversivamente, su “alma nacional” […]. Por eso, el “origen” del orden porta-liano ha renacido y renace como el Ave Fénix, una y otra vez, siempre como “origen”, nunca como “fin” […].la repetida esencialización (o monumentalización) de ese “ori-gen” —la que puede rastrearse en la gráfica de los textos escola-res, en la cartografía estatuaria de cada Alameda, en la señalética callejera de cada ciudad— plantea, sin embargo, algunas dudas. Problemas de no poco fondo, ya que, al monumentalizar el “origen” del orden portaliano, deteniendo el tiempo en la fase constructiva 1829-1860, se anula el proceso histórico posterior. No se asume, por ejemplo, su vida adulta, su madurez. tampoco su envejecimiento. Ni su esclerotización y muerte. Esenciali-zar —embelleciendo— el origen, equivale a deshistorizar el conjunto, y a esconder el retrato realmente histórico de Dorian Gray, con todos sus cambios, deformaciones y fealdades. A fin de cuentas, monumentalizar el “nacimiento” de un determinado orden social produce, ipso facto, el ocultamiento de su “muer-te” histórica, si la tuvo. Y eso puede ser efecto del triunfalismo ingenuo de los vencedores —con la complicidad ingenua de los vencidos—, o de su maquiavelismo político para ocultar las feal-dades reales producidas por su triunfo (pp. 7-8).

Podríamos detenernos largamente en algunos alcances y estra-tegias deconstructivas con que Salazar pretende llevar a cabo su actual propósito de demolición en este libro. Me llama la atención desde luego que acepte, de plano, la existencia del supuesto “orden portaliano”. Por eso se propone contarnos la degradación vital y fin o muerte de este or-

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den de cosas, sin reparar en lo obvio, que dicho “orden portaliano” no es más que un constructo historiográfico posterior —fundamentalmente de Edwards Vives, vulgarizado magistralmente por Encina y otros de bastante menor calibre— y, por tanto, se puede estar cayendo en la misma trampa, en las mismas lógicas, que pretenden denunciarse. El contraargumento, pues, que invalidaría el esfuerzo de Salazar ha sido planteado ya varias veces, pero no es ésta la oportunidad de volver a di-cho fascinante debate14. lo que importa resaltar, en esta ocasión, es que nuestro autor se adentra, de este modo, justamente en la supuesta lógica vertebral de la historia de Chile. Mario Góngora, como es bien sabido, afirmó ya una vez que ésta, la tesis de Edwards, es la principal tesis interpretativa de nuestro pasado republicano15; y por lo visto, Salazar, otrora fiel discípulo de Góngora, se ha creído el cuento para efectos de dilucidar el camino que lo conducirá, también supuestamente, a escribir su eventual epitafio. Vale el propósito, aunque dudo que le resulte. Una cosa es enterrar un muerto de verdad, otra muy distinta es sepultar un fantasma.

Con todo, lo que me interesa destacar es el giro que, aquí, Sala-zar ha dado. En el fondo, Salazar se ha tirado al río, y traiga o no agua éste, piensa nadar mucho más con la corriente que lo que ha estado, hasta ahora, dispuesto a reconocer. Su propósito desmitificador, por tanto, es relativo, nada muy novedoso. De hecho, en varias otras pu-blicaciones anteriores —en Violencia Política Popular en las Grandes Alamedas: Santiago de Chile, 1947-1987 (Una Perspectiva Histórico Popular) (1990) por de pronto— aceptó también la terminología y pe-riodificación “portaliana”, cuestión que se le hizo ver en su momento, pero, evidentemente, ha querido seguir insistiendo. Si seguimos con cuidado lo que dice literalmente en su notable prefacio a este nuevo libro, el mensaje es claro. Él asume la línea argumental convencional, con la salvedad, a lo sumo, que nos va a llevar al mismo edificio, pero conduciéndonos detrás de bambalinas, a sus sótanos y buhardillas, hasta que encontremos el retrato fidedigno que registra la cara oculta. De ahí, también, que en otras publicaciones recientes —la producción de Sala-zar estos últimos años es prodigiosa— se haya adentrado en aspectos

14 Cf. Alfredo Jocelyn-Holt letelier, El Peso de la Noche. Nuestra Frágil Forta-leza Histórica (buenos Aires: 1997).

15 Mario Góngora, Ensayo Histórico sobre la Noción de Estado en Chile en los Siglos XIX y XX (Santiago: 1981), p. 13.

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y figuras que, en otros momentos, insisto, habría desdeñado de plano. En Construcción de Estado en Chile (1760-1860): Democracia de “Los Pueblos” Militarismo Ciudadano Golpismo Oligárquico (2005), se hace cargo de la “construcción de Estado”, cuando antes, lo que le interesaba era preferentemente la sociedad civil; enfoca su atención en los militares (concedo que “pipiolos”) y en figuras específicas —Ramón Freire— cuando antes sus análisis eran fundamentalmente estructura-les, ajenos al papel del sujeto individual, no colectivo, en la historia. Y, por último, en su libro aún más reciente que el que estamos reseñando —Del Poder Constituyente de Asalariados e Intelectuales (Chile, Siglos XX y XXI) (2009)— se adentra nada menos que en ángulos jurídicos, es decir en la superestructura misma. obviamente todo esto obedece a una lógica.

Mi impresión es que responde nada más y nada menos que a confeccionar una “historia general” del Chile contemporáneo, una lí-nea interpretativa, argumental, de largo aliento, de acuerdo a un viejo y probado género que, en Chile, amén de cultores del género, convoca y congrega lectores, actuales y futuros. Si ése es el caso, Salazar no se equivoca. intentos similares —los de barros Arana y Encina por nom-brar los más destacados y clásicos en nuestra época republicana— han sido clave para ordenar y difundir la historia, a nivel ilustrado, erudito y también general. Cuestión que no se logra escribiendo monografías puntuales, por muy meritorias que sean, si es que lo son. reitero, Sala-zar da en el clavo.

El punto es que esta opción le acarrea una insalvable contradic-ción. Porque, si al final lo que verdaderamente cuentan son estos grandes frescos panorámicos en que volvemos necesariamente a los mismos temas, a las mismas tesis historiográficas de siempre (al mismo cuento “portaliano”), a los mismos personajes, a la misma estructura de poder elitario, a la misma oligarquía y estatuaria todavía en pie en las grandes Alamedas de Chile, ¿en qué queda ese otro proyecto anterior de Salazar? ¿El de los sujetos populares que asaltan la calle y arremeten contra el or-den institucional establecido (Violencia Política Popular en las Grandes Alamedas: Santiago de Chile, 1947-1987 (Una Perspectiva Histórico Popular) (1990), el de los microempresarios que trabajan en los márge-nes del orden económico (Ferias Libres: Espacio Residual de Soberanía Ciudadana (Reivindicación Histórica), 2003), el de la sociedad civil (La Sociedad Civil Popular del Poniente y Sur de Rancagua, 2003), en fin, la

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historia “desde abajo” y “desde dentro”? ¿Es que no se puede hacer una “historia general” a partir de estos otros sujetos, de esta otra dimensión popular?16 ¿En qué quedó su proyecto de una Ciencia Histórica Popular? ¿Es que no es posible una “nueva historia” conforme a estos otros derro-teros teóricos, alternativos al mundo político y superestructural?

Personalmente, me inclino por pensar que no lo es, y de eso se ha dado cuenta Salazar quien ha terminado por darles la razón a los viejos parámetros historiográficos y a las viejas coordenadas políticas. Por cierto, nuestro autor no lo va a reconocer. De hecho, plantea esta nueva estrategia, en este volumen, orillando el asunto. Se va por el lado económico y pone el acento en el capital extranjero y sus agentes, a lo sumo en el carácter mediador de los sujetos elitarios tradicionales. los terratenientes, según Salazar, no logran réditos económicos tan altos como los mercaderes, ergo, a la larga, no valen, no “pesan”. Estrategia que le permite, a fin de cuentas, ningunearlos. Una vez más, se resiste a aceptar su papel real, político, que explica por qué son tan protagó-nicos a lo largo del siglo XiX y buena parte del XX. No se hace tam-poco cargo del colchón rural que es el que le da potencia más social y eventualmente electoral y política, que económica al Chile oligárquico tradicional. Por el contrario, opta por adentrarse en la minucia contable, en el va y viene del capital mercantil, materia que es de enorme interés para economistas, historiadores económicos, pero que uno se pregunta ¿qué tan crucial si lo político es lo que termina dando sustento, gravita-ción y solvencia social a sociedades todavía jerárquicas y premodernas, no enteramente capitalistas? Por último, en su afán por no hacerse cargo derechamente del mundo político, pasa por alto la larga bibliografía his-toriográfica que insiste en que la elite chilena tradicional es siempre una sola, altamente endogámica y oligárquica, no se divide como en otros lugares de latinoamérica entre productores y exportadores; y, es más, desde muy atrás, desde la Colonia, tiende a diversificar sus intereses, pero siempre en aras de obtener influencia y peso político17.

16 Sergio Villalobos rivera, autor de una Historia del Pueblo Chileno, multi-volumen, que no pasó más allá del siglo XVii y eso que pretendía llegar a nuestros días, terminó por abandonar su proyecto; según sus propias palabras, a modo de excusa, por-que “estas obras demasiado grandes no tienen éxito ahora”. Cf. Óscar Contardo, “Sergio Villalobos: Hoy los historiadores no tenemos ninguna importancia”, entrevista en El Mercurio, 22 de mayo, 2007.

17 Una línea argumentativa que, de hecho, proviene, una vez más, de las investi-gaciones clásicas de Mario Góngora que se remontan a una primera época, a los orígenes

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Está por verse cómo va a resolver el entuerto. Salazar es infati-gable, está produciendo a un ritmo extraordinario, y, por lo visto, no ha perdido ingenio, inventiva, ni sus magníficas antenas. Un historiador tan provocador, además, augura una vigencia a sus argumentaciones para buen rato. Por tanto, aunque sea desde la trinchera del frente, cha-peau igual.

mismos de la elite terrateniente tradicional, de ahí su carácter estructural y persistente. Sostienen la unidad de la elite tradicional: Mario Góngora en Encomenderos y Estancie-ros: Estudios acerca de la Constitución Social Aristocrática de Chile después de la Con-quista, 1580-1680 (Santiago: 1971); del mismo autor, “Urban Social Stratification in Co-lonial Chile” en Hispanic American Historical Review, 55, 3, pp. 421-448, August 1975; Arnold J. bauer, Chilean Rural Society from the Spanish Conquest to 1930 (Cambridge: 1975), hay trad. La Sociedad Rural Chilena. Desde la Conquista Española a Nuestros Días (Santiago: 1994); luis barros y Ximena Vergara, El Modo de Ser Aristocrático: El Caso de la Oligarquía Chilena hacia 1900 (Santiago: 1978); José bengoa, “Una Hacien-da a Fines de Siglo: las Casas de Quilpué”, Proposiciones N° 19, 1990; Sofía Correa Sutil, Con las Riendas del Poder. La Derecha Chilena en el Siglo XX (Santiago: 2004); Alfredo Jocelyn-Holt letelier, La Independencia de Chile. Tradición, Modernización y Mito (Madrid: 1992); Henry Kirsch, Industrial Development in a Traditional Society. The Conflict of Entrepreneurship and Modernization in Chile (Gainsville: 1977); ricar-do lagos Escobar, La Concentración del Poder Económico. Su Teoría. Realidad Chilena (Santiago: 1965); thomas F. o’brien, Jr., The Nitrate Industry and Chile’s Crucial Transition: 1870-1891 (New York: 1982); María rosaria Stabili, El Sentimiento Aristo-crático. Elites Chilenas frente al Espejo (1860-1960) (Santiago: 2003); Maurice Zeitlin y richard ratcliff, Landlords and Capitalists. The Dominant Class of Chile (New Jersey: 1988).

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Estudios Públicos, 121 (verano 2011).

libro

Comentario al libro de Gabriel Salazar MErcadErEs, EMPrEsarios y caPitalistas

(chilE, siglo XiX)

rolf lüders

El libro Mercaderes, Empresarios y capitalistas del historiador Gabriel Salazar es el complemento natural de su obra labradores, Peo-nes y Proletarios. Formación y crisis de la sociedad Popular chilena del siglo XiX (1985). En la última Salazar describe con gran elocuencia las condiciones de trabajo y vida de las clases populares chilenas en el siglo antepasado, que tilda como “el desgarramiento histórico inmi-sericorde de la clase popular”1. En el prólogo al libro acá comentado Salazar se pregunta “cómo un orden político tan célebre, apolíneo y pa-triótico como el portaliano”2, al mismo tiempo que tan alabado por las clases dirigentes durante gran parte de nuestra historia, “pudo producir ese desgarrador resultado”3.

la anterior es la pregunta principal que el autor pretende respon-der en las casi 800 páginas siguientes, en que —más que relacionar las características que en la actualidad se le atribuyen al orden portaliano

Rolf lüdeRs. Ph. D. Economía, Universidad de Chicago. Profesor titular del Instituto de Economía, Pontificia Universidad Católica de Chile (PUC). EHClioLab, PUC.

Palabras clave: historia económica; economía; historia.

1 Salazar (2009), p. 10.2 ibíd.3 ibíd.

Gabriel Salazar, Mercaderes, Empresarios y capitalistas (chile, siglo XiX)(Santiago: Edit. Sudamericana 2009), 794 páginas.

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con los resultados del quehacer económico para las diferentes clases sociales del país— relata una serie de historias, varias de ellas extraor-dinariamente interesantes, que sugieren las nefastas consecuencias del desmedido afán de lucro del empresariado, especialmente del local pero también del foráneo, sobre el desarrollo de la economía y, en particular, para los artesanos y otros pequeños empresarios.

El libro es una historia económica del siglo XiX. Evidentemente es una historia incompleta, como lo son en estricto rigor todas las his-torias. En este caso el relato se centra en el desarrollo de las grandes empresas y los empresarios, pero sin descuidar las interrelaciones con otros actores: los empresarios pequeños, las autoridades de gobierno y los trabajadores.

la aproximación de Gabriel Salazar a la historia económica es, naturalmente, muy distinta a la de un economista. No explicita el “modelo” económico que subyace en los juicios que emite —y vaya que éstos son fuertes, como quedará en evidencia a lo largo de este co-mentario— y, en general, no pretende medir el fenómeno económico. En efecto, su tesis y sus opiniones generalmente no concuerdan con los datos agregados existentes para el período que estudia.

En especial, en el siglo XiX la economía chilena creció a una tasa mayor que la del resto del mundo, mayor que la de EE.UU. y mayor que la de cualquier otro conglomerado de países. Al mismo tiempo y a partir de 1850, desde cuando se obtienen los primeros datos que permiten hacer estimaciones al respecto, la pobreza parece haber disminuido espectacular y constantemente, hecho que es co-herente con la tasa de crecimiento económico relativamente elevada, pero contradice el cuadro que nos pinta Salazar en su libro. El anterior resultado se obtuvo a pesar de que la distribución del ingreso se hizo más desigual, fenómeno que es coherente con la experiencia histórica de otros países cuando alcanzaron los niveles de ingreso per cápita que Chile tuvo entonces4.

En las próximas secciones se describirá la obra de Salazar, se hará un breve análisis de las diferencias metodológicas entre historiado-res y economistas y se inspeccionará la información relevante disponi-ble, se analizarán algunos pasajes escogidos del libro y se concluirá.

4 Prados (2005)

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1. estructura y contenido del libro

Mercaderes, Empresarios y capitalistas describe —en siete capí-tulos— ciertos procesos y/o episodios históricos que el autor considera claves, pero que no necesariamente se suceden uno al otro en el tiempo. En general, hay superposición entre ellos y en un caso incluso uno de los procesos se desarrolla íntegramente dentro de un subperíodo de otro.

El primer capítulo, que es absolutamente fascinante, se refiere al entierro y desentierro del tesoro mercantil de Juan Antonio fresno y busca relatar el ambiente existente en los alrededores de Santiago entre 1772-1837. Pinta un cuadro en que deja en evidencia los valores de los empresarios de la época como de la clase dirigente en general (caballe-ros, dispuestos a pagar por pertenecer al círculo dirigente), el pésimo trato (abuso) que recibían los trabajadores (peones), las aparentemente enormes rentabilidades del capital (éste se triplicaba cada tres años), el gran diferencial de rentabilidad entre las actividades comerciales y las “productivas”, y la inseguridad existente. Salazar refiere a la es-casez de dinero, que atribuye al atesoramiento que hacían del mismo los capitalistas, que literalmente enterraban el dinero y las joyas para evitar que se los robaran y/o que el Estado se los confiscara directa o indirectamente. Concluye Salazar: “Fue este pavor (se refiere al pavor político producido por el militarismo patriota y el desorden público) que despertó en ellos el nervioso afán por construir un sistema político de seguridad nacional para proteger sus actividades comerciales y sus respectivos tesoros. Sería el pensamiento base y la obra política del mercader Diego Portales”5.

El segundo capítulo relata la transformación económica de Chile después de 1810, en que el país se abre al intercambio internacional. Para ello describe, con gran lujo de detalles, la institución de los consig-nees (consignatarios) y su evolución hacia subsidiarias de casas comer-ciales extranjeras y empresas exportadoras de minerales, desplazando en estas funciones a los agentes locales. En particular, sugiere, sin ex-presarlo, que: (a) las empresas inglesas vaciaron sobre América latina los bienes que no podían colocar en sus mercados tradicionales, (b) para hacerlo negociaron acceso de mercado con las autoridades nacionales logrando su objetivo a menudo bajo presión, y (c) las negociaciones se

5 Salazar (2009), p. 53.

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hicieron con el apoyo de la royal Navy, estacionada frente a nuestras costas. Salazar hace referencia al fracaso de varias iniciativas manufac-tureras —generalmente locales— que sucumbieron frente a la compe-tencia extranjera. Destaca que “gobernantes como Bernardo O’Higgins, Agustín de Eyzaguirre, Diego Portales o Manuel Montt […] no sólo permitieron, sino que alentaron y aún protegieron a los comerciantes extranjeros en desmedro de los intereses estratégicos del país”6.

En general, a pesar de la forma en que Salazar presenta la infor-mación en este capítulo, pareciera que existió entre nacionales y extran-jeros un ambiente muy favorable a una política económica liberal. Ya en 1821 se formó “una Comisión mixta para el reestudio del reglamento de libre Comercio”7, comisión que trató “de conciliar las ventajas del comercio y menores trabas del comerciante con el cobro proporcionado […] de los derechos que exige el sostén de la república”8. El mismo Salazar señala que en aquella época “todos los mercaderes concordaron —chilenos y extranjeros— en que el principio que los regía de modo supremo era el ‘liberalismo’”9. Agrega: “los gobernantes criollos […] no pudieron menos que asumir el discurso librecambista […] evidente durante la dictadura de Bernardo O’Higgins, dudosa durante los go-biernos liberales, se volvió franca e institucional desde que se instaló el régimen portaliano”10. En efecto, durante los años 1930 y posteriores se firmaron tratados de libre comercio con EE.UU. e Inglaterra.

Salazar termina ese capítulo citando un escrito que un comer-ciante importante —José de trucíos— envió en 1819 al Senado de la república, en que denuncia la forma en que los extranjeros, ingleses y norteamericanos llevaron el país al librecambismo y estarían arruinando a los agentes económicos locales. No obstante, la evidencia anterior su-giere que la visión de trucíos fue más bien la excepción.

El tercer capítulo se refiere al problema de la escasez de dinero en Chile en el período 1810-1846, que Salazar atribuye al “intercambio desigual”, que se tradujo en la exportación de metal y —sostiene— la consiguiente “contracción y sequía” del sistema monetario. Es un ca-pítulo lleno de estadísticas sobre comercio y dinero, que sin una teoría

6 ibíd., p. 133.7 ibíd., p. 145.8 ibíd.9 ibíd., pp. 146-147.10 ibíd., p. 155.

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para respaldar el análisis, carece de interés. Sus conclusiones —que “la sequía monetaria afectaba principalmente a los productores del merca-do interno que no exportaban su producción y a la clase asalariada en general”11— no tienen sustento alguno en el texto. El problema de la escasez de monedas divisionarias, que es de interés, será analizado más adelante.

El cuarto capítulo, que abarca gran parte del libro y cubre el pe-ríodo 1823-1885, relata el conflicto que —según Salazar— se produjo entre los micro-empresarios y el patriciado mercantil y que terminó por aniquilar a los primeros. Entre 1843 y 1910 alrededor de 250.000 peo-nes emigraron del núcleo central del país en búsqueda de mejores opor-tunidades. otros pobres, sin embargo, optaron por crear empresas y ge-neraron el primer proceso industrial del país. Se trataba, en realidad, de actividades artesanales, que utilizaban tecnologías localmente desarro-lladas. Salazar sostiene —basado en cifras de importaciones de maqui-naria— que las políticas librecambistas, impulsadas por los extranjeros y los mercaderes locales asociados a los anteriores, alentaron la impor-tación de bienes y las actividades industriales basadas en tecnologías modernas, especialmente después de los años 186012. Es esta moderna industrialización basada en maquinarias de alta tecnología la que habría destruido a las actividades artesanales, transformando a los maestros en operarios de las nuevas industrias. El fenómeno del estancamiento arte-sanal fue efectivo: según los datos proporcionados por Salazar, en 1854 el 26,5 por ciento de la clase trabajadora popular estuvo constituida por artesanos, en 1875 este porcentaje cayó a 16,1 por ciento.

El mismo capítulo relata detalladamente y en forma plausible la interesante historia del affair del estanco del tabaco otorgado a Portales, Cea y Cía. Antes de la concesión del estanco a la mencionada empresa y mientras estuvieron en discusión los términos del contrato, algunos presionaron por lo que Salazar llama una solución “productivista”, fa-vorecida por el presidente ramón freire, que otorgaba el estanco de la importación de tabaco, pero permitía la libre producción, manufactura y comercialización del cultivo interno del tabaco, a la sazón en manos de un gran número de pequeños productores. otros, entre ellos los futuros

11 ibíd., p. 208.12 Salazar destaca que en otros países se produjo en vez una alianza entre los ar-

tesanos locales y los mercaderes. En cambio en Chile se produjo un divorcio entre estos dos tipos de agentes, que eventualmente condujo a la destrucción de los primeros.

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estanqueros, sostenían que el negocio solamente podía rentar lo que exigía el fisco, si el estanco controlaba todo el negocio (importaciones, producción y manufactura interna, comercialización) y el Estado ponía a disposición del estanco los medios para hacer respetar los derechos correspondientes. Salazar sostiene que el Presidente Freire finalmente fue inducido a firmar el contrato que satisfacía a Portales, Cea y Cía. No obstante lo anterior, esta empresa no fue capaz de controlar a los pequeños productores y manufactureros de tabaco, que se rebelaron masivamente contra las disposiciones del estanco, y tampoco a los con-trabandistas extranjeros. Como resultado el negocio produjo pérdidas y dos años después de iniciar sus operaciones se declaró en quiebra. Ése, sin embargo, nos es el final de la historia: los cigarreros locales igual desaparecieron durante la operación de los “estanqueros de recambio”, Eyzaguirre Hermanos y Cía. Éstos recibieron la concesión durante la “dictadura de Portales”13, pero más adelante no fueron capaces de com-petir con una empresa mercantil extranjera que, según Salazar, hacia fines del siglo terminó monopolizando la fabricación de cigarrillos, aho-gando las plantaciones nacionales y destruyendo a los “cigarreros”.

En otras dos secciones del capítulo cuarto Salazar describe ex-tensamente acciones entabladas por las autoridades para sanear urba-namente secciones de Santiago y otras zonas urbanas. Estas acciones, sin duda, afectaron principalmente a los sectores más populares y en particular al artesanado. No obstante lo anterior, no presenta evidencia convincente que sugiera que el saneamiento descrito —tal como regula-ciones que se dictaron con el mismo fin— se hiciera con la finalidad de perjudicar al artesanado en beneficio de la clase mercantil o de la mo-derna industria. Más adelante se refiere a las “cadenas” del sistema, la guardia cívica y las patentes, ambas usadas por las autoridades —según el autor— como armas en la supuesta “guerra” entre los intereses mer-cantiles y el artesanado. Es cierto que de pasada se refiere a la impor-tancia que le daba la clase mercantil al respeto por los derechos de pro-piedad y el orden público. Pero también es cierto que el servicio en la guardia civil era obligatorio para las clases de ingresos más bajos, que según Salazar percibían a la guardia como un instrumento de represión, en cambio las clases más pudientes lo evitaban. tampoco cabe la menor duda que la reforma al régimen de patentes en los años 1860 —que

13 Salazar (2009), p. 296.

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pretendió igualar el tratamiento para todo tipo de empresas— perjudicó relativamente a los artesanos y lo hizo en un momento en que el sector ya estaba en dificultades.

finalmente, en este cuarto capítulo, Salazar analiza el surgimien-to y las ideas del proyecto que denomina “social-productivista”, asocia-do en sus comienzos al artesanado y a la figura de Ramón Freire. Los “social-productivistas” partían de la base de un campesinado y un arte-sanado pobres, de “monopolistas chilenos acumulando su fortuna a cos-ta de la miseria general, pero subordinados a los mercaderes extranjeros y, por tanto, a la necesidad de proteger las actividades productivas del país”14. Más tarde la Sociedad Chilena de Minería, formada en 1844, también se identifica con los intereses productivos, a pesar del origen patricio de sus miembros. En particular, Pedro félix Vicuña, socio de la mencionada sociedad, impulsor capitalista del “social-productivismo” y redactor de El Minero Nacional, se declaró partidario de no hacer cari-dad, pero en vez fomentar la producción, y a partir de allí desarrolla una serie de ideas que sugieren la conveniencia de industrializar el país y de terminar con la “aristocracia del dinero”, que Salazar recoge amplia-mente. tanto así que este último privilegia las ideas de Vicuña por sobre las de francisco bilbao, Antonio Arcos y Victorino lastarria, a quienes cataloga como “grandes precursores del pensamiento socialista o revo-lucionario en Chile” y cuyas ideas centrales —a veces más radicales que las de Vicuña— también describe en el libro15.

En todo caso, reconoce Salazar que alrededor de 1850 el arte-sanado no contaba con un programa alternativo al liberal existente. Es entonces fermín Vivaceta rupio quien propuso “mejorar la condición de los trabajadores mediante sus propios recursos” y sugiere hacerlo desde el mutualismo. Ello le habría permitido al “social-productivismo” mantenerse vivo, hasta que 50 años después luis Emilio recabarren “transfigura” al socialismo las ideas que surgieron en los años 1820. Pa-ralelamente, nos dice Salazar, “por encima de ese proceso (doméstico) campeaba, blandiendo a diestra y siniestra, impertérrito, su autoritaris-mo (pelucón primero y liberal después) el Estado que el patriciado mer-cantil había impuesto en 1830. No era ese un Estado de paz, sino uno de guerra, como apuntó el historiador Góngora. Hacía noticia. Intervenía, era injusto, prepotente, se hacía sentir […] Controlaba sin disputa el

14 ibíd., p. 397.15 ibíd., pp. 414 y siguientes.

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cofre de los tesoros públicos y privados, y por esto, administraba la des-igualdad y la injusticia”16.

El quinto capítulo caracteriza brevemente el desarrollo del patri-ciado mercantil en América latina y en Perú y Chile, en particular. En unas pocas páginas resume también el tratamiento que se les dio a los pueblos indígenas. Concluye que, junto con el proceso liberalizador, este patriciado mercantil —en cierto modo protegido durante la colo-nia— debió adaptarse a las condiciones imperantes en mercados compe-titivos abiertos internacionalmente. Su tesis es que —al revés de lo que sucedió en el caso de inglaterra— los mercaderes chilenos no fueron ca-paces de generar una economía dinámica en que todos —productores e intermediarios, capitalistas y trabajadores— prosperaran. En cambio lo que sucedió —según Salazar— es que los mercaderes chilenos “atrapa-dos” entre los consignees extranjeros y los productores, sin poder frente a los primeros, optaron por extraerles rentas a los productores y lo hi-cieron a tal punto que los “ahogaron”, con todas las consecuencias que eso tuvo para los ingresos y empleos de los trabajadores. Escribe: “la parálisis no pudo sino concluir en la aguda crisis social y en la politiza-ción de los actores sociales vinculados a la producción para el mercado doméstico, que terminaron, hacia 1910, uniéndose para luchar, no tanto contra el capital extranjero instalado en el país, sino contra la oligarquía criolla (el viejo patriciado, ahora embotellado y decadente) que no halló en el mercado mundial lo que tampoco había encontrado en el mercado virreinal: su propia transformación en burguesía capitalista”17.

El cuerpo del capítulo lo dedica Salazar a analizar diversas for-mas que utilizaron los mercaderes chilenos para extraer las rentas de productores y trabajadores. Destaca la habilitación de inquilinos (se inició con cobro de arriendo por tierras, que se tornaron expropiado-res), la habilitación de labradores (avances en dinero contra entrega de productos y con castigos en caso de no cumplimiento), habilitación de pirquineros (ídem a la anterior, entre otras), el monopolio del crédito público y los mecanismos de extracción monetaria (que iban desde el préstamo realizado por un mercader a tasas “usureras” financiado con

16 ibíd., p. 444. En materia política, Salazar relaciona, por supuesto, al “social-productivismo” con ramón freire y con la democracia liberal (los pipiolos) y al régimen imperante durante la mayor parte del siglo XiX, con Diego Portales y los pelucones (conservadores y luego liberales).

17 Salazar (2009), p. 503.

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la hipoteca de una propiedad en alguna institución de crédito “oficial”, hasta la “creación” de dinero en base a “fichas” y más adelante, en la época de la banca libre, por intermedio de la emisión de dinero). El re-lato de estos casos sugiere —al referirse a ejemplos concretos— el ca-rácter normalmente abusivo de estas prácticas y concluye: “El conjunto de estos mecanismos operó como un poder “fáctico”, no-constitucional, que retrasó por un siglo la aparición de un sistema bancario y una tasa de interés regulada; por casi dos siglos la aparición de una legislación social capaz de neutralizar el sesgo esclavizante de la plusvalía total, y que suspendió a plazo indefinido la consolidación de un verdadero ‘em-presariado industrial’ en el país”.

El capítulo seis analiza el evidente proceso de industrialización chileno a partir de mediados del XiX, promovido en parte importante por mercaderes extranjeros. Corresponde a la evolución natural de las actividades de las casas mercantiles extranjeras, facilitada por el arte-sanado existente, y se caracterizó por ser diversificada y pujante. Hacia 1885 se instalaron incluso industrias productoras de bienes de capital. Salazar sostiene que esta industrialización se basó, inicial y principal-mente, en la importación de maquinaria extranjera (el principal nego-cio de los mercaderes extranjeros). Agrega que “el aprovisionamiento comercial de maquinaria devino en el talón de Aquiles del movimiento industrial chileno, pues […] erosionó letalmente la rama de fundiciones & ingeniería, motor central del desarrollo industrial”18. Este capítulo presenta también un interesante y detallado relato del desarrollo de cua-tro ramas industriales en Chile: vestuario y confección, madera y mue-bles, imprenta y papeles, y fundiciones metal-mecánicas.

finalmente, en el séptimo capítulo Salazar analiza la relación entre el conglomerado extranjero y la oligarquía nacional. Sostiene que a raíz de la crisis de 1824-1825, que indujo a las empresas inglesas a intensificar su esfuerzo exportador, éstas reemplazaron los consignees por subsidiary houses, lo que generó la oportunidad a los empresarios nacionales de producir bienes exportables, sobre todo agrícolas y mine-ros, para ser comercializados por estos mercaderes extranjeros. Afirma que “A comienzos del siglo XX el conglomerado capitalista extranjero constituía, de hecho, el verdadero motor del capitalismo chileno, y sus socios residentes, la verdadera burguesía modernizadora del país”19.

18 ibíd., p. 669.19 ibíd., p. 674.

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Agrega que los capitales de estas empresas extranjeras “en una medida importante, se formaron teniendo como base las utilidades obtenidas dentro del país”20.

En este último capítulo Salazar describe también el auge y ocaso de los merchant bankers chilenos. Si Salazar describe las operaciones del conglomerado extranjero basado en la descripción de las operacio-nes de varias de las más importantes subsidiary houses, caracteriza a los merchant bankers chilenos centrándose en la trayectoria del grupo Edwards. No obstante lo anterior, pasa también rápida revista al caso de otras familias, haciendo notar que en general su rol empresario no ha perdurado en el tiempo. Atribuye esta decadencia a que los empresarios nacionales privilegiaron “la banca y las especulaciones financiaras y políticas” por sobre la “producción manufacturera-industrial y la comer-cialización externa”, inclinándose por “la vida opulenta y la degustación plena de su elitismo”21. otra característica de los merchant bankers chilenos que destaca y describe Salazar en este capítulo es el constante acoso que éstos hicieron sobre el Estado. Se refiere explícitamente a “los constantes pedidos de prórroga del pago de deudas con institucio-nes oficiales (Casa de Moneda, Aduana), pedidos de autorización de instalación de muelles propios en desmedro de los oficiales y del uso de trabajadores del Gremio de Jornaleros, simulación o elusión de las nor-mas legales de la emisión de billetes, solicitudes de suspensión de la ley para no pagar impuestos o facilitar el comercio de importación o expor-tación, solicitando préstamos en oro y/o libras esterlinas con cargo a los empréstitos externos gestionados por el gobierno y a devolverse en mo-neda nacional, y gestionando préstamos al Estado (en billetes de banco) a ser reembolsados por él en londres (en oro y/o libras esterlinas)”22.

El libro termina con una breve revisión del juicio crítico que hi-cieran algunos historiadores, economistas y empresarios, principalmente extranjeros, sobre la economía chilena durante el siglo XiX y comien-zos del siglo XX. Naturalmente dichos juicios coinciden con la posición del autor en la existencia de una burguesía que no invirtió lo necesario y en la falta de una adecuada política monetaria y de industrialización. El autor concluye responsabilizando —en último término— al ideario portaliano de tales falencias.

20 ibíd., p. 694.21 ibíd., p. 747.22 ibíd., pp. 748 y siguientes.

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2. metodologías y hechos: ¿fue realmente tan malo elcomportamiento económico de Chile en el siglo XiX?

El comentario sobre el libro de Gabriel Salazar requiere una re-flexión, aunque sólo sea muy breve, de carácter metodológico, dado que el libro fue escrito por un historiador y lo comenta un economista, pero sobre todo porque las percepciones de uno y otro difieren.

En la actualidad en ambas disciplinas el investigador debe plan-tear una tesis. El historiador podrá preguntarse, como lo hizo Salazar, cómo un orden político tan célebre, apolíneo y patriótico como el porta-liano, al mismo tiempo que tan alabado por las clases dirigentes durante gran parte de nuestra historia, pudo producir un resultado económico y social tan desgarrador como el que se observó a comienzos del siglo XX en Chile y puede luego sostener que fue consecuencia del régimen portaliano. El economista, en cambio, tenderá a plantear su tesis en base a la teoría económica y con una fuerte carga causal. Por ejemplo, sos-tendrá que la tasa de inflación que se observa en Chile a partir de 1878 y hasta 1925 se originó en el importante déficit fiscal financiado con emisiones.

El historiador, habiendo articulado su tesis, acopia hechos que, en principio, puede clasificar en aquellos que soportan su tesis y en otros que rechazan cualquier conjetura alternativa23. Una característica del trabajo histórico es el uso de datos obtenidos de fuentes primarias. recopilados los hechos, el historiador debe hacer el relato más convin-cente posible. Como norma no hay una “prueba” rigurosa, en el sentido en que se hace en las ciencias exactas, sino el trabajo será juzgado por sus pares en base a la calidad, profundidad y cobertura de los datos y hechos aportados y por la forma —más o menos convincente— de rela-tar la historia.

El economista, en cambio, al hacer historia económica formulará un modelo, generalmente de carácter algebraico, en que relaciona las variables pertinentes en base a la teoría económica. Con ello se logra hacer en cada caso una proposición lógica, formal y rigurosa, que luego se puede someter a una prueba estadística. En el caso de la inflación, podría ser por ejemplo que (1) ∏=µ+v-ρ, es decir, la inflación es igual

23 Podría también tener hechos contundentes que refutan su tesis. En la práctica ello rara vez ocurre, dado que generalmente el investigador —historiador o economis-ta— acopia los datos antes de formular su tesis en forma precisa.

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a la tasa de emisión de dinero más el cambio relativo en la velocidad de circulación del dinero y menos la tasa de crecimiento del ingreso, y (2) (T-G)/M=µ, es decir, que el déficit fiscal —impuestos menos gasto público— como porcentaje de la cantidad de dinero es igual a la tasa de emisión. Luego, utilizando series de datos de inflación, emisión, veloci-dad de circulación del dinero, tasa de crecimiento del ingreso, impues-tos y gasto fiscal, que generalmente provienen de fuentes secundarias, se verifica si la tesis no es rechazada estadísticamente. Si no lo es, se tiene una buena explicación del fenómeno.

Por lo anterior, la tendencia natural del economista es someter cualquier juicio a un test estadístico. Por ejemplo, ¿fue tan desastroso el comportamiento de la economía chilena en el siglo XiX como sostiene Salazar? Si no fuera así, se invalida su tesis. Nadie discute que a fines de ese siglo hubo mucha pobreza en el país —por algo es la época en que surgió la “cuestión social”—, pero eso no significa que el sistema haya sido inadecuado. Por ejemplo, un sistema alternativo podría haber dado aun peores resultados.

Una manera útil de evaluar el comportamiento económico de un país es compararlo con el de otros. Es eso lo que hizo lüders (1998), en que no sólo comparó la evolución del Pib per cápita de Chile con el de otros países individualmente, sino que —utilizando análisis determinan-te aplicado al comportamiento de tres variables simultáneamente (Pib per cápita, exportaciones a PIB, y tasa de inflación)— verificó que el comportamiento económico de Chile en los sub-períodos identificados fue estadísticamente distinto —en algunos “mejor” y en otros “peor”— a pesar de que para todo el período 1810-1995 no resultó serlo.

Acá simplemente rescatamos la comparación del Pib per cápita de Chile con aquel de EE.UU. en un gráfico actualizado (Gráfico Nº 1). Un resultado similar se obtiene en una comparación del Pib per cápita de Chile con el del “resto del mundo” o el agregado de una muestra de países de Europa o incluso de América latina24.

Es evidente que la tendencia del crecimiento económico de Chile en el siglo XiX y hasta 1910 fue al menos satisfactorio, considerando que —si algo— el Pib per cápita de tendencia de Chile creció a una tasa mayor que el de los EE.UU.

¿Podría haber crecido más con una política de fomento a la in-dustrialización como la que sugiere Salazar en su libro? la teoría dice

24 lüders (1998).

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lo contrario, dado que se estarían mal asignando los recursos. Y la expe-riencia chilena es lapidaria. Cuando se aplicó una política de sustitución de importaciones, y tal como lo muestra el Gráfico Nº 1, el PIB per cá-pita de Chile creció mucho menos que el de los EE.UU.

Pero ¿no habrá aumentado la pobreza? la evidencia tentativa que se muestra en el Gráfico Nº 2 —en adelante con datos de 1850 de leandro Prados de la Escosura— sugiere lo contrario. la pobreza en Chile ha caído en forma persistente, lo que es —desde el punto de vista teórico— coherente con un país que crece en forma relativamente rápi-da en lo económico.

Si el país tuvo una evolución satisfactoria del Pib per cápita y una rápida reducción de los niveles de riqueza, ¿cómo explicar entonces el descontento social existente a fines del siglo XIX y comienzos del XX? Una posible explicación es la desigual distribución del ingreso (ver Gráfico Nº 3). Medidos por el coeficiente de Gini, los niveles de desigualdad de ingresos en el período de entreguerras llegaron a su máximo histórico. Esto es coherente con un nivel de ingreso promedio creciente y salarios reales estancados o incluso decrecientes, ambos observados en Chile durante las últimas décadas del siglo XiX y los pri-meros años del siglo XX.

GRáFICO Nº 1: PIB POR PERSONA DE CHILE EN RELACIóN CON EL DE LOS EE.UU. (Porcentajes)

Fuente: J. Díaz, r. lüders y G. Wagner, la república en cifras, 2010. EH Clio Lab-Iniciativa Científica Milenio. URL: http://www.economia.puc.cl/cliolab.

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Como conclusión de esta parte, la evidencia empírica más siste-mática no parece avalar los juicios de Gabriel Salazar. Al contrario de lo que este último sostiene implícitamente en su libro, en el siglo XiX Chile creció a una tasa razonable y la reducción de la pobreza fue signi-ficativa —es decir, se produjo una mejora generalizada de bienestar— a pesar de que la distribución del ingreso se hizo más desigual. Es posible —pero no probable— que otra política económica distinta a la de una economía de mercado abierta al comercio internacional podría haber

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GRáFICO Nº 2: CHILE: PORCENTAjE DE LA POBLACIóN CHILENA DEBAjO DE LA LíNEA DE PobrEzA

Fuente: l. Prados (2005).

GRáFICO Nº 3: CHILE: DISTRIBUCIóN DEL INGRESO (Coeficiente de Gini)

Fuente: l. Prados (2005).

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dado mejores resultados. De ser así, la misma evidencia empírica chile-na sugiere que en ningún caso tal política habría sido el proteccionismo y la industrialización forzada.

Algunos comentarios específicos

El libro de Salazar representa un esfuerzo notable de acumula-ción de antecedentes, de ordenamiento de los mismos y de articulación de una interpretación histórica de la experiencia que representan. la in-formación que contiene el libro es además muy útil para futuras inves-tigaciones. Aunque en algunas secciones hay quizás datos superfluos, innecesarios para el trabajo de interpretación que se hace en el texto. Esto sucede por ejemplo en el capítulo iii, sección 2. El libro contiene también una serie de “cuentos”, relatos o episodios interesantísimos, ya señalados en una sección anterior del comentario y, para el lector no profesional, tienen la virtud de estar bien escritos y ser de lectura fácil.

A medida que se avanza en la lectura del libro se tiene la sensa-ción de que éste fue escrito a partir de un marco conceptual y valórico no explicitado y mucho menos analizado, que sin embargo pudo haber sesgado los resultados de la investigación. En particular, pareciera que para el autor, por ejemplo, (1) el librecambismo es malo y la indus-trialización es buena, y (2) los mercaderes son malos y los artesanos son buenos25. Algo así como “the good guys against the bad guys”. la historia entonces se teje en torno a estos valores, pudiendo haber sido mucho más fructífero para el objetivo declarado de la obra, destacar las fuerzas o variables económicas que pueden explicar el comportamiento económico observado. Por ejemplo, el autor inserta en la página 75 un párrafo que no puede sino reflejar su opinión y que se entrega sin el necesario respaldo de hechos. Dice: “El oro mercantil no era más que oro robado. robado ayer, hoy, mañana, todos los días. En su origen pro-ductivo, en su traspaso comercial, en su atesoramiento final. Al punto que ya no parecía metal, sino robo permanente. Cubierto por la endémi-ca miseria de todos los que le codiciaban y tocaban.”

25 Salazar es igualmente tajante en sus opiniones políticas, que expresa con gran fuerza en el libro, sin dejar lugar a dudas sobre sus simpatías. Por ejemplo, no habla del gobierno de O’Higgins sino de la dictadura de O’Higgins. También se refiere a la dicta-dura mercantil o a la dictadura de Portales. Véase p. 280.

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El libro no es completo, en el sentido que ignora para todos los efectos prácticos —o los trata en forma muy indirecta— episodios ab-solutamente claves de la historia económica de Chile en el siglo XiX. resalta en especial la falta de al menos una sección sobre la Guerra del Pacífico y la anexión de los territorios calicheros. La riqueza del salitre tuvo efectos profundos en nuestra sociedad. Acentuó el carácter “rentista” del chileno, cambió marcadamente la estructura productiva del país, contribuyó a exacerbar los problemas sociales ya existentes, y produjo “enfermedad holandesa”. Es posible argumentar que esta últi-ma a su vez generó las presiones proteccionistas que explican el declive relativo de la economía chilena después de 1910.

Hay varias partes del libro que requieren —y en que se hace— un análisis técnico-económico. No obstante, queda en evidencia que el autor —un historiador— no posee, ni tiene por qué poseer, las compe-tencias necesarias. Describiremos acá sólo algunos ejemplos:

(1) El caso de la escasez de dinero, que es representativo del tipo de análisis monetario que se hace en el texto. El autor sostiene que mien-tras más dinero atesoraban los mercaderes, menos dinero metálico había para circulación interna26. Esto no fue cierto en el caso del sistema mone-tario bi-metálico chileno, dado que la escasez inicial de metálico por aca-paramiento redujo marginalmente los precios de los productos y servicios en Chile, y entonces se importó menos y se exportó más, y la diferencia la pagaron los extranjeros en metálico. Mediante este proceso la oferta de metálico (dinero) se ajustó a su demanda27. En realidad el problema en esos años fue la escasez de monedas de plata —que eran las divisiona-rias que se utilizaban para las transacciones diarias— y dicha escasez se produjo porque Chile tuvo un sistema monetario bi-metálico. Eso obligó a fijar una relación de precios del oro y la plata en las monedas y cuando cambiaba el precio del oro expresado en plata en el mercado, se genera-ban los incentivos para exportar, ya sea oro o plata.

(2) El caso de los pasajes del libro en que se habla de rentabili-dades, tasas de interés, etc. En la página 679 del libro, Salazar expresa:

26 Salazar (2009), p. 46.27 En el libro Salazar, al referirse al atesoramiento de metálico por parte de los

pudientes en sus casas, sostiene que “rodeadas —las casas— en sus cuatro costados por una sociedad empobrecida y a la vez enardecida, precisamente por la escasez monetaria que esas casas generaban en ella”. Como el atesoramiento de metálico en esos años no podía generar escasez de metálico excepto muy transitoriamente, la causa del empobre-cimiento mencionada hay que buscarla por otro lado.

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“las ventas anuales de acuerdo a la sucinta información que hay al res-pecto, solían ser equivalentes al capital pagado, ya que era frecuente que alcanzaran cifras de 70% del mismo. tal margen de utilidad era incom-parable con la de un Hacendado del Valle Central, por ejemplo, cuya tasa de ganancia agrícola oscilaba entre 4% y 5% anual del valor de la pro-piedad” (cursivas agregadas). En este caso obviamente el autor confunde ventas con utilidades, que son cosas distintas. la confusión, no obstante, genera en el lector no experto la sensación de que los mercaderes hacían enormes utilidades. lo más probable es que la competencia entre merca-deres haya generado tasas de retorno del negocio compatibles con aque-llas de otros sectores, ajustadas por riesgo por supuesto.

(3) El caso del monopolio que supuestamente habrían tenido los merchant bankers chilenos sobre el crédito y la moneda28, que tam-bién se repite en el libro. tal monopolio nunca existió, ni siquiera en la época de la banca libre (1865-1878). Ciertamente hubo competencia mientras el país se encontró bajo el patrón bi-metálico y todos tuvieron acceso a la acuñación de monedas; la competencia aumentó cuando los comerciantes emitieron fichas y siguió existiendo luego que se creó la banca de emisión.

(4) Y El caso de los incentivos y el mercado, en que Salazar sos-tiene que: “Fue el tiempo en que el capital comercial-financiero estaba subsumido, alienado y personalizado en el patrimonio familiar. Es decir, una forma de capital-dinero (de comercio) que se regía sobre todo por un afán privado (subjetivo) de enriquecimiento, más que por la ciencia (objetiva) del mercado”. Cuesta realmente entender el párrafo, pero Salazar pareciera horrorizarse por el afán de lucro de esas familias, pero ¿no es lo normal —además de deseable— que los agentes económicos traten de maximizar beneficios y lo hagan en el ámbito de los mercados competitivos? Si eso sucede, lo más probable es que estemos en presen-cia de una economía eficiente y próspera.

3. Conclusiones

Gabriel Salazar nos deleita una vez más con uno de sus libros, esta vez con Mercaderes, Empresarios y capitalistas. El libro respeta la tradición de sus principales obras previas, pero realiza ahora su análisis

28 Salazar (2009), pág. 760.

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de la sociedad chilena desde la óptica de la clase mercantil. Se propone entender por qué Diego Portales —ícono de esa clase durante la prime-ra mitad del siglo XiX— es un personaje tan respetado y alabado por la clase dirigente chilena ahora y en el pasado, a pesar de haberle impri-mido su particular sello a la economía chilena, que la llevó al fracaso a comienzos del siglo XX.

Salazar no contesta con su libro toda la pregunta que se hizo, pero sí nos “pinta” un cuadro coherente con la idea de fracaso del mo-delo portaliano. De acuerdo al autor, la apertura de la economía después de la independencia atrajo a mercaderes extranjeros, que se asociaron formal o tácitamente con mercaderes chilenos. Muy grosso modo, los primeros realizaban el comercio exterior e importaban bienes indus-triales, mientras que los segundos se responsabilizaban del acopio de bienes mineros y agrícolas. los mercaderes chilenos, sin embargo, no produjeron estos últimos bienes sino que los encargaban o acopiaban, ni tampoco fueron capaces de generar las condiciones que permitieran al país tener un crecimiento económico autosostenido alto, dedicán-dose principalmente a la intermediación financiera y comercial. Para poder obtener márgenes interesantes, se vieron “forzados” —nos dice el autor— a extraer las rentas de las personas que trabajaron con o para ellos, destruyendo en el proceso puestos de trabajo y fuentes de creci-miento económico. los mercaderes utilizaban además todas las mañas posibles para extraer rentas del Estado. Salazar diría que el librecambis-mo y la represión portaliana no produjeron en el siglo XIX la suficiente industrialización —a pesar de un brote interesante que hubo hacia final de siglo— para generar condiciones sociales aceptables en el país.

Pero lo que Salazar constata en realidad es que bajo las condi-ciones institucionales que describe, Chile no se había desarrollado en el siglo XiX y que en cambio había estallado la “cuestión social”. Sin embargo, para juzgar el grado de desarrollo alcanzado y así también al modelo institucional y de política económica de la época, se requiere un patrón de medida. Ése es el ejercicio realizado en lüders (1998) que, actualizado, muestra que el país probablemente tuvo en el siglo XiX un comportamiento económico incluso algo superior al de los EE.UU. Si a eso se agrega que la pobreza se redujo muy significativamente, el aumento del bienestar en Chile debe haber sido muy significativo. Es decir, los datos agregados rechazan la parte medular de la hipótesis de Salazar.

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A pesar de lo anterior, a pesar del sesgo conceptual y valórico con que el autor encara el tema, y a pesar de la evidente ausencia del uso de teoría económica que pudiera haber podido orientar el trabajo de investigación y análisis, Mercaderes, Empresarios y capitalistas es una obra monumental que hace un importante aporte al entendimiento de la sociedad chilena en el siglo XiX.

RefeRencias

Lüders, R. (2008) “Crecimiento Económico de Chile: Lecciones de la Historia”. “Revista de Economía y Administración”, Pontificia Universidad Católica de Chile.

———— (1998). “the Comparative Performance of Chile 1810-1995”. Estudios de Economía, Vol. 25 Nº 2, Santiago.

Prados, L. (2005). “Growth, Inequality and Poverty in Latin America: Historical Evidence, Controlled Conjectures”. Universidad Carlos III Working Paper Nº 05-41(04).

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réplica

Reflexiones históRicas en toRno a lasReseñas de alfRedo Jocelyn-holt

y Rolf lüdeRs sobRe el libRoMercaderes, eMpresarios y capitalistas

(chile, siglo XiX)*

Gabriel salazar Vergara

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las ciencias Sociales y Humanas están constituidas, en lo esencial, por trabajos cognitivos realizados sistemáticamente (con arre-glo a principios epistemológicos y metodológicos adecuados) tendien-tes a responder e iluminar las preguntas existenciales que los múltiples actores que componen la sociedad se hacen sobre sí mismos (como

Estudios Públicos, 123 (invierno 2011).

Gabriel Salazar (1936). Doctor en Historia Económica y Social en la Universidad de Hill (reino Unido). premio Nacional de Historia 2006. profesor de historia en las facultades de Derecho y ciencias Sociales de la Universidad de chile, Santiago ([email protected]).

* respuesta de Gabriel Salazar a los comentarios que alfredo Jocelyn-Holt y rolf lüders le hicieron a su libro Mercaderes, Empresarios y Capitalis-tas (Chile, Siglo XIX) en Estudios Públicos Nº 121 (verano 2011). (N. del E.)

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individuos, grupos, clases o comunidad) y sobre sus relaciones recípro-cas, con tiempo detenido, o en movimiento. No estudian, pues, ‘objetos’ (como las ciencias naturales) sino ‘sujetos’. Y sujetos, además, ‘socia-les’ (esto es: racionales, interactivos, deliberantes e interdependientes entre sí). por tanto, lo que las ciencias Sociales y Humanas estudian son seres que viven interactuando en sociedad. los unos de cara a los otros. De este modo, las ‘verdades’ que van surgiendo de esos estudios forman parte orgánica de esa interacción, del diálogo permanente que sostienen entre sí. Y les son útiles para comprender la cambiante reali-dad concreta que los envuelve, las dificultades que los unen o los sepa-ran, la convergencia solidaria que los promueve, o el conflicto que los contrapone y desbarata. Y comprendiéndose a través de esas verdades ‘laboriosamente construidas’, pueden aspirar, eventualmente, a lograr un nivel superior de convivencia y bienestar común. las ciencias So-ciales y Humanas forman parte, pues, del diálogo cívico (oral y escrito) que toda sociedad tiene y mantiene consigo misma para administrar, perfeccionar y humanizar sus relaciones internas.

como se sabe, en la antigüedad clásica y neoclásica, algunos sabios postularon la divisa idealista de ‘la ciencia por la ciencia’. la majestad del conocer por el conocer mismo. la intelección de verdades últimas, válidas en sí y por sí mismas. El conocimiento humano apo-sentado a la diestra del de los dioses. tan suprema divisa convirtió el objetivismo científico-social, de hecho, en una suerte de ritual sacrali-zado, y a sus ‘académicos’, en monjes virtuales del elevado monasterio (universitario) de la Verdad. El conocimiento, así purificado (la suma impoluta de todo eso), configuró una esfera superior, auto-contenida (la Epistéme de los griegos), retenida por su lenguaje esotérico, sostenida por una jerarquía vertical, aristocráticamente refinada y categóricamente diferenciada del saber vulgar del barro, el estiércol y la calle: el de los ilotas, de los esclavos, gladiadores y plebeyos de toda la tierra (como la Dóxa, de los griegos); o sea: ese engañoso saber del fondo ciego de la caverna (platón).

En el vertiginoso vientre de la historia, sin embargo, “todo lo sólido se disuelve en el aire” (Karl Marx). E irrumpió sobre el mun-do, desde el siglo XViii, la atronadora locomotora del capitalismo industrial, que acosó y acribilló por igual a patricios y plebeyos, inyec-tándoles uno a uno su interminable elixir de “cosas nuevas” (“¡rerum

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novarum!”, exclamó, sorprendido, león Xiii). Y fue así como retejió, tensando hasta el límite, el cordaje social, la vieja textura de la comu-nidad humana. Y pulverizó las enhiestas monarquías de origen divino para construir, sobre las arenas movedizas que quedaron, el Estado moderno. Y al hacer eso y mucho más fue revolcando, sobre los salinos malecones portuarios, bajo la herrumbre de los tranvías urbanos, entre las pocilgas proletarias y el alto humo de las chimeneas, las prístinas verdades de la cultura clásica… Y fue entonces cuando todas las pre-guntas cambiaron. cuando la marmórea academia fue ametrallada con preguntas salpicadas de barro, sangre y dinero. preguntas en el límite profundo de la vida: sociales, urgentes, angustiantes. la Filosofía, en-vuelta en tráfago, vio agrietarse su clásica majestad, acotó su ilimitada universalidad y eliminó la escalinata de su olimpo tradicional. Y a tra-vés de sus grietas y fisuras saltaron a la vida, uno a uno, sus vástagos modernos: la Sociología, la Economía política, la psicología, la Esta-dística, la Planificación, la Historia Oral… La modernidad, jineteada por la tecnología industrial, materializó la vida de todos, tensionó las diferencias, desacopló el lazo comunitario, enloqueció los procesos e hizo explotar, no una sino una seguidilla de veces, las sociedades mo-dernas. todo en menos de un siglo (el XX): dos guerras mundiales, una guerra fría global, una docena de extremas revoluciones nacionales y, al menos, dos colapsos catastróficos de la economía capitalista. Por todo eso, ya en el umbral del incierto siglo XXi, la humanidad no está segura sobre qué piso histórico camina, dónde la llevan los procesos globales que la arrastran. Y ha sido por lo mismo que, desde la primera Guerra Mundial hasta la crisis financiera actual (iniciada el 2008), ha brotado y se ha expandido la filosofía reversa de la humanidad, la antítesis del olimpo clásico, el cisma de la fe ancestral: oswald Spengler, Gustave le bon, Karl Jaspers, José ortega y Gasset, Vladimir lenin, etc. (pri-mera generación), Michel Foucault, Jean baudrillard, zigmunt baumer, Ulrich beck, etc. (segunda generación) quienes, en conjunto y en di-versidad, han proclamado la decadencia de la civilización, la explosión de las masas, la negación y muerte del sujeto social, el colapso de las utopías (crisis de los “grandes relatos”), la expansión del sin-sentido, la individuación infinita bajo el Mercado, la competitividad a muerte por el estatus y el confort, la sociedad inflamada por el riesgo, la mercantili-zación contable de la educación (paideia a la venta), etc.

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El contexto histórico del ‘clasicismo’ ya no existe. la huma-nidad extravió el mármol de su edad clásica. por eso, todos los seres humanos, todos (patricios y plebeyos, sobre-valorados empresarios y sub-valuados “flaites”), encadenados hoy a la humanidad damnificada que dejó en herencia la irracionalidad galopante del siglo XX, tienen derecho a saber quiénes son, dónde están, quién los domina, cómo pue-den humanizarse, a quién dominan, a quién dañan, a quiénes aman o a quiénes torturan, a dónde los lleva el sin-sentido de la historia actual, qué pueden hacer por sí mismos, etc. Y tienen derecho a construir res-puestas apropiadas a cada una de sus inquietudes; tanto los consorcios empresariales que necesitan toneladas de saber técnico para construir cinco represas en una región lejana y agreste, como los hip-hoperos de una población de la Granja, que necesitan toneladas de historia popular para fundar sólidamente el sentido social de sus canciones, para darles la proyección liberadora que necesitan los destinatarios a los que van expresamente dirigidas. Todos tenemos derecho a un saber científico-social porque, primero, todos somos seres cognoscentes y racionales (podemos por nosotros mismos investigar y construir verdad) y, segun-do, todos tenemos preguntas urgentes que derivan del mismo tiempo “licuado” en que vivimos (zygmunt baumer), porque se ha perdido la trascendencia utópica, la consistencia solidaria, la transparencia ética de las iglesias, el impulso formal de humanización y la armonía vital con la naturaleza. ¿por qué pretender que las ciencias Sociales y Humanas son, todavía, el coto privado de los herméticos monasterios del saber, del esotérico sabio pre-moderno o de los infatuados seres palaciegos del pasado? ¿por qué desconocer la capacidad y el derecho de la plebe a construir sus propias verdades históricas, sociales y políticas? ¿por qué no aceptar, potenciar y perfeccionar el carácter social de las preguntas y el destino social de las respuestas?

Estamos sobre el vacío de sentido histórico dejado como heren-cia por el “corto” (y acelerado) siglo XX (Eric Hobsbawn). por eso, yo necesito investigar “mi yo y mi circunstancia” (ortega y Gasset). por eso, tú necesitas lo mismo. Y puedo también —si lo necesito— inves-tigarte a ti, y, tal vez, tú a mí. Quiero saber, por ejemplo, por qué razón humana y social me has maltratado, no sólo hoy, sino ayer y antes de ayer. Y a mis padres y a mis abuelos. Y tú querrías o deberías saber, su-pongo, por qué desconfío de ti, por qué me rebelo, te critico y conspiro contra ti por las calles. Deberíamos saber por qué dominas y por qué me

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libero. las ciencias Sociales y Humanas nacen desde todos y cada uno de los sujetos sociales, como un coro de voces, de salida y de venida. como una asamblea en diálogo entrecruzado. como una conversación tensa pero rigurosa hasta las últimas consecuencias. Sincera. Sin ta-pujos. Es absurdo que algunos intelectuales se nieguen a aceptar que la ciencia social es, a todo nivel, socialización. interacción. Derecho humano fundamental. Y que pretendan mantenerse en el olimpo clásico pontificando como el viejo Zeus: urbi et orbi. con desdeñosa ‘objetivi-dad’ (mientras, por dentro, bajo sus bronces, les corroen y traicionan los intereses y angustias de su irrenunciable condición de sujeto de carne y hueso). porque, hoy, cada cual necesita construir ‘su’ ciencia social y ‘su’ proyección histórica hacia otros y hacia todos, pero también la ciencia de los otros y su respectiva proyección sobre cada uno. Este ‘cada uno’ (que incluye la red social propia y su circunstancia) es hoy, para los efectos del conocimiento socialmente eficiente, tanto o más im-portante que la abstracta ‘totalidad sistémica’. Si la humanidad quiere realmente salir del estado de irracionalidad, conflictividad e incertidum-bre que hoy la aqueja e inmoviliza, no tiene más remedio que estudiarse a sí misma, en diálogo permanente, “hasta que duela” (alberto Hurtado S.J.).

Por eso, ser científico-social, en la actualidad, conlleva el im-perativo epistemológico y ético de reconocer públicamente ciencia de quién estoy haciendo, para qué la estoy haciendo y a quiénes otros necesito estudiar para entender bien lo que soy (somos) y lo que quiero (queremos), entre todos, ser en conjunto. los que niegan la socializa-ción transparente de la ciencia social, la democratización de la misma y se escudan tras principios supremos y sacerdotes custodios de alguna supuesta verdad absoluta, objetiva y eterna, u ocultan lo que realmente hacen (¿para qué?) o están jugando, por lealtad a algún lejano ancestro nobiliario, l’enfant terrible del sempiterno patriciado.

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los vencedores en la liza combatiente de la historia —se ha di-cho— no sólo escriben para sí mismos la historia de ‘su’ triunfo, sino que también la imponen, para la posteridad, como la historia ‘general’ de todos. como la verdad suprema (epistéme), a la vez, de la ciencia y la nación. operación compleja que, de paso, sepulta en el olvido pú-

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blico y, al mismo tiempo, en el resquemor privado, la memoria de los perdedores (dóxa). Y lo mismo que en el mito de la caverna (platón), los vencidos quedan encadenados —condena perpetua— a ‘la sombra’ de los vencedores. Sujetos, además, a la prohibición oficial de convertir la memoria de su derrota en ciencia, y su resquemor en política. por eso, mientras los vencedores generalizan y totalizan las letanías de su victoria al extremo de olvidar y desconocer la particularidad y especifi-cidad de su real condición social de origen (porque, vencedores y todo, no dejan de ser ‘uno entre otros’ en la sociedad real), los perdedores (que por origen y naturaleza son también ‘uno entre otros’) deben, por los siglos de los siglos, como maldición ontológica, perseverar en la a-historicidad de su derrota y la a-cientificidad de su resquemor. De modo que hacer ciencia e historia desde lo particular (el fondo de la caverna) a lo general (la luz que irradia ‘la’ verdad) queda vedado y penado: sólo se permite el tránsito inverso: de lo general a lo particular. Petrificando en estatua de ceniza el gesto triunfal del vencedor sobre el vencido. ¡la sombra no produce luz!... así, la historia como proceso y la Historia como ciencia se constituyen como un coto reservado, exclusivo y ex-cluyente, de la elite vencedora (no trespassing!): es el condominio de su ‘residencia’ platónica.

Es lo que se puede observar, casi en calco, en la historia real de la Historia de chile: Diego portales y su minoritario patriciado mercan-til, con la ayuda eficaz de un ejército mercenario, derrotaron a Ramón Freire y su mayoritario pipiolaje democrático en la batalla de lircay (1829). Los vencidos fueron arrojados sin más del Estado y de la Ley. En ese contexto, Diego barros arana (hijo de un gran mercader socio de portales) escribió la ‘historia general’ de chile en clave de ‘ese’ triunfa-lismo, heroificando a los vencedores y denostando a los perdedores. Así, mitificando el ‘orden portaliano’, la ‘ciencia clásica’ de Chile (fundada por Andrés Bello y el dicho historiador) se mitificó también, por osmo-sis elitista, a sí misma. Y devino, por tanto, en el gran mito de la patria: supino y bello, desafiante, indestructible. Ante él, los vencidos, como es natural, no se atrevieron a ‘generalizar’ sus recuerdos, y si llegaron a hacerlo —lo hicieron—, fue entre bambalinas, en puntillas, cuchichean-do y reconociendo, obsecuentemente, la indudable “genialidad política” del líder vencedor: don Diego portales (es lo que hicieron Federico Errázuriz, Victorino lastarria, Domingo Santa María, benjamín Vicuña Mackenna, medio siglo después de Lircay). pero esos tímidos recuerdos no pudieron (o no quisieron) salir de la caverna: sobre ellos cayó la obra

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lapidaria de otro apologista, ramón Sotomayor Valdés, que consolidó la epistéme oficial, en caso de haber grietas en ella. Y sobre ella estucaron, en añadidura (por si hacía falta), Francisco antonio Encina y alberto Edwards Vives, que agregaron, a la mole clásica, escorzos emblemáti-cos de ingenio, estilo y renovación… Así, desde 1830 hasta 1949, nadie pudo o quiso desafiar y contravenir en serio, arrostrándolo todo, la luz suprema de la verdad: ningún prisionero salió airoso de la caverna. Y ninguno pudo refutar el libelo acusatorio que tipificaba su delito caver-nario: ser ontológicamente pipiolo, peón-gañán, roto apestoso, china, puta, sirvienta, conventillero, anarquista, subversivo, comunista, socia-lista, chusma, indio, obrero, preceptora, siútico, etc.

Al fin, los que sí se atrevieron —¡a medio siglo XX!— a desafiar la luz oficial (Julio César Jobet, Marcelo Segall, Hernán Ramírez, Fer-nando ortiz, luis Vitale) tuvieron que hacerlo inspirándose en los pri-sioneros que se liberaron en otras latitudes, y en los científico-sociales que denunciaron la caverna en general (Karl Marx, Federico Engels, rosa luxemburgo, Vladimir lenin, etc.). por eso, los “ensayos” e “historias” publicados por aquellos historiadores se abrieron paso con dificultad. Entre resquicios. A contra-corriente. Las universidades los miraron con sospecha pues portaban un virus letal: la “ideología totali-taria” (es decir, la ciencia del tránsito prohibido: el de la particularidad encarcelada a la liberalidad de los sistemas). Y fueron fichados como subversivos, agitadores y revolucionarios (para efecto de “seguridad del Estado”) todos los comunistas, castristas, maoístas, anarquistas, guevaristas, miristas, ultra-izquierdistas, termocéfalos, humanoides, etc. “¡proscritos escapados de la caverna: se buscan! ¡bajo orden de arresto y permiso para matar, de ser necesario!”, pensó en sus adentros más de algún político de fachada demócrata… por eso, ante la amenaza que rondó las altas tradiciones del país, ‘la luz’ de las alturas fulminó su rayo celestial: el “terrorismo de Estado”. Todos los historiadores ‘marxistas’, todos, fueron exonerados, aprisionados, perseguidos, tortu-rados, desterrados (el ‘rayo celestial’ no es un chiste). Y Fernando ortiz letelier —uno de ellos— fue salvajemente asesinado. Sin embargo, en añadidura, encima de esa generación ya ‘derrotada’, la historia oficial decidió, todavía, ejecutar ‘otro’ re-estucamiento monumental, y advino Gonzalo Vial correa, gran historiador, que re-escribió con mano moder-nista —y clásica soltura señorial— la historia ‘general’ de chile, mien-tras disparaba, con mano conservadora, desde las casi bi-centenarias

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troneras de El Mercurio (y de su clon: La Segunda), saetas ‘ideológicas’ contra todos los proscritos del país.

Y fue así como los proscritos y sospechosos fueron encerrados, de nuevo, en el fondo de la Caverna. Sin saber por cuánto tiempo (“¡fin de la historia!”, dijo Francis Fukuyama). pero esta vez, en ese fondo, con su mismísima sombra a perpetuidad, los ‘prisioneros’ han sabido (fue sólo ayer) construir memoria, sociedad y ciencia. Una ciencia reclusa de re-humanización. Una verdad íntima, inter-subjetiva. Una auto-educación en amistad. Solidaridades subterráneas. razón histórica de particularidades, memorias e identidades en expansión. con gritos de ayer (terror) y cánticos de hoy (vida). Y de aquí ha surgido una nueva e inundante ‘cultura popular’: ancha y profunda, propia y coral. De don-de han brotado numerosos vástagos ‘legítimos’: la Educación popular, la nueva Música popular, la nueva Historia Social de Chile, la nueva política popular (la de los “pingüinos”, punks, hip-hoperos, okupas, ciudadanos, etc.) y otras ‘disciplinas’. Sobre todo, desde 1980 en ade-lante (“¡fuerza de los ‘80s!”, rugieron Los Prisioneros). Y nada de eso se dedujo de la cenital ‘ciencia clásica’, sino de la sombra, la memoria y la camaradería, reptando en todas direcciones, por capilaridad (“el topo de la historia”, dijo Karl Marx), desde el bajo fondo de la ya ‘querida’ caverna. Haciendo luz entre todos al caminar, aquí, allí y allá, desde abajo, en lateral y, si es necesario, también, hacia arriba. para iluminar la caverna, sí, pero también para guiarse fuera de ella… Y es dentro de este tropel donde hoy marchan nuevos historiadores, dialogando ciencia social con propios y con ajenos, a diestra y a siniestra (Julio pinto, an-gélica illanes, Sergio Grez, pablo artaza, igor Goicovic, Mario Garcés, leonardo león, Daniel Faure, etc.). Estudiándonos y estudiándolos, a nosotros y a ustedes: necesitamos la verdad de todos. Queremos cons-truir, social, democrática y racionalmente —sin torturadores ni tortura-dos, en razón social pura— la realidad que queremos (todos). That’s it. Es nuestra identidad, y por tanto, también, nuestro derecho.

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El comentario del profesor alfredo Jocelyn-Holt al libro Mer-caderes, Empresarios y Capitalistas se compone de un texto y un pre-texto, donde este último es, por paradoja, la reseña propiamente tal del

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libro de marras. El ‘texto’ (corpus) central de su escrito, en cambio, es un retrato hablado (ad hominem) de su autor, en tanto que ‘autor’. No cabe sino reconocer el gesto de haber escrito tal retrato (no es usual en nuestro medio), con una sutil mezcla de empatía y resabio crítico, como un fichaje bio-historiográfico del autor que —es preciso decirlo— a ra-tos, es de penetrante y notable factura. casi un modelo... Chapeau!

En esta reflexión, sin embargo, no nos extenderemos sobre el ‘texto’, sino, más bien, sobre el ‘pre-texto’, dado que la tarea consistía en debatir en directo sobre el libro mencionado. con todo, comenta-remos los aspectos tratados en el ‘texto’ que hagan referencia a las coordenadas epistemológicas o hermenéuticas que enmarcan el libro reseñado en el ‘pre-texto’. En algún futuro, próximo, o no tan próximo, replicaremos la pintura bosquejada en el ‘texto’ mediante el contra-retrato hablado del ‘pintor’.

En síntesis, el profesor Jocelyn-Holt señala que Mercaderes, Empresarios y Capitalistas es un libro de “tesis” que, en función de ésta, da “palos” a los nacionalistas, “palos” a los liberales de todos los tiempos, “palos” a los conservadores, “palos” a los colonialistas, pi-nochetistas y concertacionistas, etc. Sólo el capital extranjero se salva de los palos, mientras a los desarrollistas se les hace, sólo, un guiño de ojos. por eso, concluye, esta “tesis es insostenible”, “se pega demasia-dos saltos anacrónicos”, “presume continuidades que no pueden ser”, y es “monocausalista”, “dependentista” y “simplista”. Y que “desvaloriza la autonomía de lo político”, etc.

Es evidente que el reseñador, en las tres páginas de su ‘pre-texto’, redujo Mercaderes, Empresarios y Capitalistas (“resumir es ridiculizar”, escribió oscar Wilde) a una tesis no sólo “simplista”, sino, además, histérica, que se va de paliza (“a garrotazos”, aconsejaba Die-go portales en sus epístolas políticas) con todos los actores relevantes de la historia de chile, menos uno: el capital extranjero. De acuerdo a esta operación reseñadora, la tesis (que, se implica, es pre-concebida y, por tanto, aplicada) es resumida del siguiente modo: la modernización en chile no fue promovida en el siglo XiX por la elite local, sino por empresarios extranjeros —en consecuencia, por vía económica— y con la complicidad de un Estado autoritario (cuyas bases plantificó Diego portales), lo cual dibuja una situación estructural de dependencia que, a todo lo largo del siglo XiX, no fue alterada.

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Es preciso decirlo: las conclusiones de las investigaciones reali-zadas para el libro que se comenta pueden reducirse, en último análisis, a ese esquema. El comentarista —inteligente como es— captó esa po-sibilidad de reducción. Y si captó ‘esa’ posibilidad, es porque los datos que se exponen en el libro no conducen a otra posibilidad. por tanto, pese al lenguaje que alfredo utilizó para exponer su ‘reducción’ (algo resentido, algo caricaturesco y sin correspondencia con el lenguaje em-pleado en el libro), la reducción, en sí, es una imagen que podría operar como ‘la’ conclusión final del trabajo.

Distinta situación es la reacción del comentarista ante esa ‘reduc-ción’: la rechaza como “evidentemente insostenible”. pero no entrega datos ni argumentos historiográficos concretos para refutarla. Sólo plan-tea adjetivaciones impresionistas. Dice, por ejemplo: “se pega saltos anacrónicos”, es “monocausalista”, “simplista”, “desvaloriza la autono-mía de lo político” y “no acepta cambios esenciales en el capitalismo”.

En verdad, es difícil debatir con adjetivaciones que no ponen sobre el tapete nuevos datos o razones probatorias de algo. pero es po-sible, de todos modos, comentarlas trayendo a colación los encuadres epistemológicos y los objetivos específicos que presidieron la investiga-ción realizada:

1) Mercaderes, Empresarios y Capitalistas no fue pensado para ser un libro que siguiera, en línea mecánica, un desenvolvimiento cro-nológico, sino para investigar (con rigurosidad empírica) los engarces neurálgicos del sistema económico-social sobre el cual reposó el siste-ma político establecido dictatorialmente en 1829 y ‘cambiado’ un siglo después: en 1925. Engarces que, si bien reconocen un orden cronoló-gico y un emplazamiento estructural, tuvieron y tienen una raíz expli-cativa propia, razón por la que giraron críticamente sobre sí mismos en momentos, lugares y períodos determinados, influyendo decisivamente en la marcha económica global del país. por eso el capítulo i exami-na, primero que nada, el ‘engarce’ doméstico y familiar de los sujetos sociales de carne y hueso que promovieron la acumulación mercantil a comienzos del Siglo XiX, para conocer sus fortalezas y debilidades humanas. Y por eso mismo el capítulo ii examina, también a nivel de acción social y económica los mercaderes extranjeros (consignees, etc.) que inmigraron al país entre 1810 y 1850, logrando establecer en corto plazo una fuerte supremacía en la economía nacional. El capítulo iii

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estudia, utilizando las únicas fuentes nacionales y extranjeras disponi-bles, el impacto de esa inmigración en el plano del comercio exterior y en el sistema monetario, donde la supremacía de los consignees se tradujo en fuertes desequilibrios de las variables económicas involu-cradas. El capítulo iV enfoca el mercado interno, a efectos de analizar el comportamiento del ‘gran empresariado nacional’ (en realidad, la “aristocracia castellano-vasca”), en el contexto crítico reseñado en el capítulo anterior, respecto a las ‘clases productoras’ naturales del país (labradores, inquilinos, pirquineros y artesanos), comportamiento que no fue precisamente de alianza e integración, sino de expoliación y conflicto. El capítulo V se detiene de nuevo en el ‘gran empresariado nacional’, para examinar, esta vez, su genealogía histórica (que lo iden-tificó profundamente con el mundo europeo), sus ancestros mercantiles, su transformación empresarial y los medios (sobre todo especulativos) de que se valió para flotar, como elite dirigente, sobre el tenso y desme-drado mercado interno. El capítulo Vi se vuelca a estudiar la política adoptada por la elite nacional del siglo XiX frente a los dos movimien-tos pro-industrialización de ese período: el de los artesanos criollos y el de los ‘mecánicos’ extranjeros; donde el análisis probó que la naturaleza empresarial de la elite dirigente no era compatible con la industrializa-ción en sí, lo que impidió que surgiera en el país una auténtica burgue-sía industrial. El último capítulo (Vii) examina el desarrollo en chile del conglomerado mercantil extranjero (de nuevo con fuentes internas y externas) y su poderosa influencia en la modernización del país en el período 1880-1930, sobre todo… Siendo ésa la estrategia de inves-tigación y exposición del libro reseñado (es decir: múltiples biopsias aplicadas al interior de un mismo proceso), puede ser comprensible que, a una lectura rápida, el reseñador haya creído ver estrambóticos “saltos cronológicos”, impensables e ininteligibles para un enfoque historiográ-fico tradicional... Y que, por lo mismo, siendo un libro que examina de modo confeso los engarces económicos de la estructura social chilena del siglo XiX (¡de eso se trataba!), el reseñador haya sospechado que el autor ‘siempre’ investiga aferrado a una sola tabla explicativa (“¡mono-causalismo!”), como diciendo que no hace sino seguir las líneas vulga-rizadas del materialismo histórico…

2) El libro fue concebido como un conjunto de investigaciones empíricas múltiples que, eventualmente, podían converger y encontrar una lógica explicativa de lo ocurrido en chile, en sus planos profundos,

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en el siglo XiX. la posibilidad de que esas pesquisas convergieran y articularan ‘una’ explicación histórica dependía y dependió de que los datos mismos fueran construyendo esa posibilidad. Y nadie podría afir-mar —suponemos que alfredo tampoco— que el esfuerzo por acopiar toda clase de datos fue nimio, o que el acopio siguió nerviosa e ilus-trativamente la senda trazada de antemano por la ‘tesis’ que se quería probar. las fuentes fueron casi exhaustivamente revisadas. Y nadie se toma 34 años para probar una tesis ‘política’. Y menos ‘ideológica’. Es por lo mismo que el libro no incluyó un sistemático acápite de ‘conclu-siones’, sino, sólo, un prefacio de tipo ensayístico y literario, que invitó y sugirió (provocativamente) a que el lector extrajera las conclusiones. Es cierto, sin embargo, que el remate convergente y conclusivo de va-rias pesquisas archivísticas que concurrieron sobre un mismo proceso histórico pueden ser resumidas como ‘tesis’. Verdad. pero, en este caso, esa tarea no la hizo el autor, sino el reseñador1.

3) El reseñador plantea que en el libro, debido al mono-causalis-mo (económico), no se considera la “autonomía de lo político” y que no se considera, tampoco, la capacidad de “transformación esencial del ca-pitalismo”. a este respecto cabe señalar que lo que la crítica dialéctica ha planteado al marxismo vulgar (su economicismo unilateral) no con-siste en afirmar categóricamente la autonomía relativa de ‘lo político’, sino la autonomía relativa de ‘lo cultural’. pues, si bien es demostrable en la historia del capitalismo que la “existencia (material) determina la conciencia (social)”, lo que constituye la “clase en sí” (frases del viejo Marx), la historia de los movimientos revolucionarios demuestra, por su lado, que el cambio estructural por el que se lucha está determinado por el desarrollo cultural de la conciencia popular, plano en el que opera el marxismo científico, la memoria, la teoría histórica y la auto-educación (“clase para sí”, agregó el mismo viejo). por eso en la historia social del capitalismo hay enajenación y liberación, dominación y revolución. Y por eso mismo el capitalismo tiende al cambio y la transformación, lo

1 Ninguno de mis libros lleva un capítulo de ‘conclusiones’, porque nin-guno es ‘de tesis’, sino de procesos históricos abiertos. tal vez el libro Merca-deres, Empresarios y Capitalistas por su naturaleza especial (no se refiere a un ‘nosotros’ sino a un ‘ustedes’) pudo haberlo necesitado. pero tres operaciones quirúrgicas que tuvo que realizarse el autor entre 2008 y 2009 impidieron, de un lado, incluir toda la información de que disponíamos para los capítulos Vi y Vii y, también, quizás, redactar algunas conclusiones. Fue preciso acelerar la redacción…

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mismo que hacen sus críticos y revolucionarios. todos cambian, dialéc-ticamente. Sería absurdo negar la capacidad de transformación del capi-talismo. precisamente, Mercaderes, Empresarios y Capitalistas muestra los cambios y transformaciones del empresariado ‘capitalista’ chileno a partir de su origen colonial y, además, confirma que la elite del siglo XiX (la mítica “aristocracia castellano-vasca” & co.) no avanzó de su fase mercantil-especulativa post-colonial a la fase industrial-financiera en que se hallaba el capitalismo nor-atlántico a fines del mismo siglo. o sea, la crítica que el libro hace a la elite chilena del siglo XiX es que, precisamente, no se transformó como debió haberlo hecho… respecto a ‘lo político’, cabe hacer una precisión: es un grave error pensar que lo político es uno, homogéneo, indiviso y, además, convencional y que, en esta condición ‘es’ autónomo. la historia social de chile muestra con claridad que hay dos niveles políticos de relevancia: a) el de la repre-sentatividad (el de los regidores, diputados, senadores, presidentes, mi-nistros, funcionarios), que está sujeto a la ley constitucional y gira por dentro y en torno del Estado (dando figura y estampa a las ‘clases polí-ticas’), y b) el nivel de la soberanía (que radica inherente e irrenuncia-blemente en la ciudadanía), que no está sujeta a ninguna legalidad, que trasciende la ley, el Estado y a los políticos, y cuya actividad fundamen-tal es fiscalizar a sus representantes, revocar y juzgar sus mandatos y, sobre todo, ejercer el poder constituyente para cambiar y/o reconstruir el Estado. Se deduce de esto (esencial en la teoría política de la verdadera democracia republicana) que la política ‘de los políticos’ (o del Estado en sí) nunca puede entenderse como plenamente autónoma, puesto que la soberanía, y sólo la soberanía ciudadana, es la única que lo es. Es por esta razón que el libro Mercaderes, Empresarios y Capitalistas (y todos los otros que hemos escrito) se concentra, de preferencia, en los sujetos sociales de carne y hueso, puesto que éstos, y sólo éstos, constituyen la residencia natural y permanente de la soberanía. Una interpretación opuesta a lo anterior ha implicado e implica que los derechos y princi-pios de la soberanía ciudadana son o pueden ser (y para algunos, deben ser) usurpados violentamente por alguna elite (es, lamentablemente, lo que puede leerse en la historia profunda, real, de chile).

4) En cuanto al ‘texto’ (corpus) del comentario jocelyniano, cabe aislar algunas referencias de interés general para hacer, sobre ellas, algunas precisiones. En primer lugar, sobre el ‘supuesto’ de que este autor (junto con otros exiliados en inglaterra) habríamos sido discípulos

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y seguidores de la revista Past & Present y de autores como Edward palmer thompson (fundador de la nueva historia social inglesa). im-plicando de paso que nuestro enfoque no es sino la versión chilensis de una perspectiva abierta en aquel país europeo. lamentablemente —debemos decir, en bien de la verdad y de una cuestión epistemológica general—, no fue así. En mi caso, al menos, la perspectiva ‘histórico-social’ (sujetos de carne y hueso, pobres y ‘prisioneros’ del campo y la ciudad, etc.) la tenía indeleblemente sellada en mí desde mucho antes que tomara el avión a inglaterra. Es que nací, me crié y viví hasta los 21 años de edad en la población Manuel Montt que, junto a la población Los Tranviarios, fue una solución habitacional diseñada, gestionada y financiada conjuntamente desde 1926 por dos sociedades mutuales: la de los choferes de taxi y la de las obreras tranviarias, en coope-ración con la caja de Habitación barata que presidía a la sazón Jorge alessandri rodríguez. tales poblaciones (12 manzanas en total) fueron construidas en el centro de una antigua chacra (“El pino”), en la ribera norte del río Mapocho2. poco después de ser entregados, ambos conjun-tos habitacionales fueron rodeados, en sus lados poniente, norte y sur, por densas poblaciones callampas. Hacia el este deslindaban, además, con el viejo callejón de las Hornillas (hoy Fermín Vivaceta) y un barrio antiguo (cañadilla) plagado de conventillos. a poca distancia se hallaba la “isla” y tres puentes del río Mapocho (bulnes, Vivaceta e indepen-dencia), donde se había instalado el ramal norte del “bajo fondo” de la capital (lanzas, pelusas, prostíbulos y hampones). además, dentro de la zona estaban la Vega, el Mercado, y el “barrio bravo” (remate norte de las calles bandera, Hurtado de Mendoza, San Martín, bulnes y Maipú), etc. Huelga decir que la esquina adoquinada de mi casa (calles los Án-geles y cuatro Norte) se convirtió en ‘la’ plaza pública de toda clase de personajes populares: borrachos, delincuentes, niños huachos, mujeres solas, vagabundos, mendigos, etc. Mi madre, que colaboraba con la acción católica y la Hermandad de Dolores, visitaba todos los ranchos, conventillos, bajo los puentes y cárceles de la zona. Yo solía acompa-ñarla. Y cuando yo mismo salía a la calle a jugar o iba a la escuela, me entremezclaba con ese abigarrado ‘bajo pueblo’, con toda su variedad de viviendas provisorias y todas sus miserias e indestructible ‘huma-nidad’. Y durante los 21 años que me empapé el alma con todo eso,

2 ambas poblaciones, por su singularidad arquitectónica y de origen, han sido recientemente declaradas “zona típica”.

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nunca pude ver en los periódicos o en mis textos de estudiante lo que constituyó, para mí, la real memoria objetiva y subjetiva de mi infancia y primera juventud. De modo que, alfredo, cuando llegué a inglaterra, llevaba más conocimiento social del siglo XX chileno (remachado por la experiencia de los métodos de pinochet) que todo el conocimiento que Edward thompson pudo recoger de los archivos ingleses relativos a los siglos XVii y XViii. por eso, ni estudié a thompson, ni leí Past & Present, ni quedaron incluidos en la bibliografía de mi tesis doctoral. Y que yo sepa, ni leonardo león ni luis ortega (que también hicieron sus postgrados en U.K.) los incluyeron en sus respectivas bibliografías. Y fue irónico que, ya de vuelta al país (1985), todos los historiadores que se reunían fuera de la Universidad ya habían leído a thompson y, convencidos de que yo había sido (¡obvio!) discípulo de él (también leyeron mi libro Labradores, Peones y Proletarios…), me solicitaron, con gran naturalidad, que les diera una conferencia sobre ese autor. Debo decir que fue José bengoa el que me prestó los libros pertinentes para que yo preparara (mejor dicho: improvisara) esa impensada char-la3… la moraleja de estos recuerdos es que la memoria y la ciencia de los ‘prisioneros’ de la caverna de chile también pueden hacer historia autóctona y rivalizar con la ciencia foránea. a contrapelo de la mayoría de nuestros historiadores de elite, que han dicho siempre que, en chile, la ciencia crítica viene de Europa. Y que lo hecho aquí a ese respecto es extranjero: es el “comunismo internacional”... Sin otro comentario... auto-chapeau.

5) En segundo lugar, Jocelyn-Holt plantea que la Historia Social (que ‘reduce’ al caso ficticio y sin duda burlesco de “doña Peta”) ha ter-minado siendo (o es) una “letanía y lamentación auto-conmiserativa”. Sin tomar en serio el dejo señorial (típico de algunos “futres” del siglo XiX) que conlleva el fraseo de ese aserto, creemos que, de nuevo, en un aspecto fundamental, el reseñador intuye correctamente. pues la Histo-ria Social popular de chile (que a juicio de todos los analistas serios de dentro y fuera del país ha sabido rescatar del olvido, en tres décadas y media, a la mayoría de los ‘seres cavernarios’ que la historia general de las elites ha mantenido por siglo y medio en sus mazmorras) ha debido, primero que nada, demostrar que los seres humanos marginales y derro-tados también somos racionales, cognoscentes, sociales, pletóricos de

3 Véase nuestro trabajo La Historia desde Abajo y desde Dentro (Santia-go: Facultad de artes, Universidad de chile, 2003), capítulos i y ii.

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cultura-sujeto, y, por tanto, tan soberanos e históricos como los “futres” (que, ufanos, demasiado ufanos, creen monopolizar todo para sí), sobre todo, para nosotros mismos. Y para eso hacemos historia científica (po-sitivista, sí, pero, además, dialéctica), a efecto de que ella no sólo no nos olvide, sino que, además, no nos mienta. la auto-historia de los perde-dores y victimados tiene, sin lugar a dudas, dosis altas de conmiseración (¿por qué no?), pues ella es —también sin duda— el punto de arranque, fundamental, de nuestra dignidad y altivez ciudadanas. por eso mismo, la historia social es, a nuestra dignidad cívica, lo que la historia general es al narcisismo de los ganadores y victimarios. Y es bueno que sepas, alfredo, que “doña peta” lloró de orgullo cuando se dio cuenta, en un taller de historia popular realizado en el resort de punta de tralca del Arzobispado, allá por 1986 (plena dictadura), que su larga y tortuosa vida de conventillo era también parte natural y legítima de la Historia de chile… la Historia Social, pues, en 35 años, ha completado ya la mayor parte de la descripción humana, histórica y cívica de los sujetos derrotados. Y tras la conmiseración, vino la altivez. o sea: el sentido de soberanía. a eso vamos. Directamente, sin rodeos. pero es claro que la soberanía popular necesita más ciencia que la mera auto-descripción histórica (“conmiserativa”) de lo que fuimos y somos. porque la ver-dadera soberanía necesita actuar, hacer historia, legislar, ejercer poder social y cultural sobre todo el país, y para hacer eso requiere conocer todo el entorno y estudiar, también científicamente, a todos los otros. En este caso, a ‘usted’ (quienquiera que sea). No estamos solos. No se trata de imitar burdamente la Historia General de los vencedores, en la que se ven, en su espejo cartesiano, sólo a sí mismos. la Historia Social ha entrado, por eso, a una segunda etapa: la del estudio de ‘los otros’. Es que es imprescindible que nos conozcamos todos, tal como somos, por dentro y por fuera, para comprendernos y tratarnos en conformidad a las perspectivas y lógica de todos. aquí no se trata de ‘reducir’ al otro a una condición de derrotado, arrestado y torturado, para luego amorda-zarlo en alguna caverna, de por vida. No estamos esgrimiendo el mismo totalitarismo unilateral de los vencedores (“el garrote” de portales, o el “corvo” y la “picana eléctrica” de pinochet), no: lo que la Historia Social totaliza es su aspiración a la humanización de todos; porque, digámoslo claro: somos socialistas o comunitaristas, en el sentido pro-fundo, por supuesto, de la palabra. “No temas, pues, fiero cicambro, que sigues adorando lo que siempre has adorado” (diría en este momento,

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debidamente traducido y actualizado, algún reyezuelo merovingio). por eso alfredo intuyó bien: si nos hubiéramos quedado reconociendo y lamiendo nuestras heridas a perpetuidad, estaríamos incurriendo en una esterilizante “letanía conmiserativa” o, lo que es peor, en una a-histórica ‘contemplación estética’ de nuestra marginalidad. Y por esto mismo es que el “topo histórico” (científico) de los ‘prisioneros’ avanza también en dirección al barrio alto, para escrutar por fuera y por dentro las ca-bezas peluconas de “los notables” (dijo barros arana). E insistimos: lo nuestro no es totalitarismo ‘á la pelucona’ (o á la neoliberal): no estamos excluyendo a los notables de nuestra historia, ni estamos sepul-tándolos en las espesas sombras del olvido: sólo los estamos estudiando en serio (¿me permite?), incluso reviviéndolos (“¡levanta tu verdadero cuerpo, Lázaro, y anda!”, dijo, probablemente, Jesús) en su auténtica desnudez humana e histórica, para poder tratarlos como corresponde, en una relación nueva, cruda, esencialmente humanista, efectivamente social (dialéctica) Y esto no significa, pues, que nos estamos mudando (medrando) a una Historia General de chile, para imitar (siúticamente) las genialidades de barros arana, pancho Encina, Frías Valenzuela, Gonzalo Vial y otros próceres de la Historia Oficial. ¡No somos arribis-tas, ni seamos ingenuos!... So: no chapeau!

6) cuando denunciamos el carácter ilegítimo del Estado cons-tituido violentamente entre 1829 y 1833 por el patriciado mercantil liderado por Diego portales, y cuando examinamos empíricamente los nudos económicos que sustentaron ese Estado hasta 1920 (más o me-nos) no hemos estado haciendo eso para tomarnos de la cola del ‘mito’ portaliano levantado por barros arana y sostenido hasta el día de hoy por, al menos, cuatro generaciones sucesivas de historiadores a-patricia-dos. Entendemos —y en esto parece concordar nuestro amable reseña-dor— que los dichos historiadores construyeron sólo el mito del orden portaliano, no el orden portaliano mismo. porque, entendemos también, aquél fue impuesto por el cuarteto (“cuatreros cívico-militares”, dicho en solfa) formado por Diego portales, Joaquín prieto, Manuel bulnes y Mariano Egaña; consolidado por el tándem Manuel Montt-antonio Varas; defendido a sangre y fuego en 1837, 1848, 1851 y 1859, y re-acomodado a sangre y fuego también (¿por qué, oh, mercaderes, milita-res y banqueros, por qué?) en 1891. Si el ‘mito’ fue levantado sobre ese proceso y sostenido perseverantemente por algo más de un siglo… por algo fue. “No por bolitas de dulce” (dijo Miguel Henríquez, explicando

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la lucha armada). Sospechamos que había que exagerar un poco por aquí, mentir otro poco por allá y edulcorar lo de acullá, a efectos de po-der legitimar lo i-legitimable, disimular cinco guerras civiles y 16 ma-sacres, y esconder una crisis que se profundizaba día a día (económica, política, social) bajo los feéricos fastos patrióticos del centenario (“cri-sis moral de la república… oligarca”, masculló entre dientes el senador Enrique Mac-iver en 1901; “¡no!: ¡nuestra inferioridad económica!”, le corrigió Francisco Encina diez años más tarde). Nuestra intención, ho-nesta a más no poder, era, es y será descolgarnos de los mitos, para aco-meter el toro por las astas. E “investigar hasta que duela”, no importa a quién (repitió alberto Hurtado S.J.). Chapeau disponible.

7) ¿por qué postular con tan obsesiva contumacia que el ‘sistema de haciendas’ ha sido la única placenta parturienta de la nación? ¿por qué insistir en que la elite dirigente (“aristocracia castellano-vasca”) de fines del siglo XVIII es la misma del XiX, del XX y del XXi? ¿Qué afán de perpetuar, como crespón de la patria, dudosos recuerdos de grandeza? ¿por qué suponer que las elites nos han auto-modernizado y descolonizado hasta las últimas consecuencias, que han y hemos sido creadores, innovadores, capitalistas de tomo y lomo, estadistas ejempla-res y demócratas de exportación? ¿para qué maquillarnos frente a no-sotros mismos, que nos conocemos taanto?... pienso, entre otras cosas, que debemos cercenar el cordón umbilical que, sobre todo en el magín elitista, nos ha amamantado desde nuestro origen —lo mismo que la loba romana a rómulo, pero no a remo— desde el Viejo continente. Nuestra clase dirigente (que ha sido ‘circulatoria’, alfredo, pero no eter-na: los Errázuriz, los irarrázaval o los Edwards no fueron ni son lo mis-mo que los paulman, los cueto, los luksic o los angelini, aunque todos han sido y son, desgraciadamente, sólo, mercaderes especuladores, no industriales) no ha terminado aun de nacionalizarse por completo. pues, al principio, se identificaron con su genealogía hispánica e imperial, con sus mayorazgos y títulos ‘de castilla’. Después, se embriagaron hasta la última gota con las luces de parís, la cultura clásica renacentista, la cultura gótica, romántica y la corte imperial de Napoleón iii. No hace mucho, imitaron el American way of living (¡oh, los emprendedores!), y hoy vuelan por cancún, Miami, Shangai, Silicon Valley, etc., paseando y comprando tecnologías digitales y modelos educativos (de Singapur, Taiwán o Finlandia), de modo que, al final, su verdadera nación ha sido y es el globo completo. pero sin perder nunca, claro, ese aire selecto

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copiado del british spleen o de l’esprit parisien, ni ese tenaz senti-miento de superioridad atávica que chorrea sobre esa siempre chata, gris y oscura masa de rotos, indios, flaites y torrejas del bajo pueblo (doña peta), tan parecidos siempre a lo que no son ellos… Sin duda, ha sonado la hora, caballeros, de desprenderse de esa mono-obsesiva ‘añoranza patronal’ (letanía equivalente a la rutinaria “conmiseración” de los marginales) por las haciendas, sobre todo por esa escena pasto-ril, bucólica, casi becqueriana, donde “el patrón”, la misiá matriarca y 30 o 40 primos de traza endogámica retozaban en “el fundo”, entre los maizales, los trigales y los cerros, a caballo y en tílburi, en la más ab-soluta confianza de que estaban siendo servidos a perpetuidad (égloga social, paz rural) por unos 100 o 200 inquilinos, amén de sus mujeres y sus ocho o nueve hijos; los que —sabemos—, para no ser expulsados a la intemperie, preferían mantener, siempre, baja la cerviz, humilde la actitud, dispuesto el servilismo, callada la boca, desnudos los pies, en espera el estómago, mientras, dentro de sí mismos y a flor de su callosa piel, maldecían a sus patrones y a toda su emperifollada parentela (testi-monios de Eduard poeppig, claudio Gay, charles Darwin y de mi padre —que fue hijo de inquilino—, todos del largo siglo XiX). ¿para qué re-ducir la larga y tortuosa historia de la hacienda a ‘ese’ recuerdo puntual, y olvidar su estrepitosa crisis económica posterior a 1910, o el incesante bandidaje rural que asoló impunemente los campos y ciudades chilenas desde 1780 a 1940, aproximadamente? ¿Por qué, si resultó un impe-rativo categórico realizar la reforma agraria (que eliminó la hacienda) desde 1962, a petición expresa de un alarmado Estados Unidos (guerra fría), y crear el cuerpo de carabineros (militarizado) en 1927, ante la desesperación histérica de los terratenientes frente al peonaje rural alza-do y delincuente? los victimados lamen (lamemos) maniáticamente sus (nuestras) heridas. De acuerdo. Vale. En contrapartida, los victimarios masturban las (dudosas) grandezas de su pasado. ¿o.K.?… Es preciso situarse en el tiempo presente. además, poco a poco, en el futuro. Y en chile, por supuesto. Of course.

iV

El comentario del profesor y economista rolf lüders revela, a primera vista, que leyó el libro capítulo por capítulo, con bastante apa-rente concentración. El resumen que realizó del mismo así lo revela. lo

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cual no cabe sino agradecer: no siempre los reseñadores leen con detalle libros como el citado, de 800 páginas. Nos hemos beneficiado, pues, de su probidad y seriedad académicas.

lo sorprendente, en todo caso, al leer sus comentarios, es que da la impresión, a ratos, de que no lo hubiera leído; o mejor dicho: que hizo caso omiso de lo que allí leyó. pues se trata de un libro de Histo-ria y, por añadidura, de Historia Económico-Social. Y la Historia, en general, estudia ‘movimientos humanos’ en su composición factual, en la que actúan e interactúan variables de múltiple calidad y espesor (sociales, políticas, culturales, económicas, etc.), escurridizos eventos superficiales (“humo histórico”), fluctuantes procesos de mediana dura-ción (coyunturas), y magmas lentos, profundos, casi invisibles (trends), según Fernando braudel. Y todo eso, además, al interior de un mar hu-mano de sujetos de diversa edad, clase, recursos y color. Y por si fuera poco, llevados y traídos por torbellinos de ideas, recuerdos, discursos, memorias profundas, verdades y mentiras, hechos y utopías. la histo-ria es el intrincado mundo de lo cualitativo, el apretado remolino de la vida, donde todo se mezcla, donde todo gira y se revuelve, donde hasta el azar dice e influye más de lo que se cree o lo que se quisiera. Es la compleja naturaleza y la complejísima sociedad de los hombres y las mujeres (con sus niños y parientes).

la Historia no pretende ni quiere reducir ese mundo a una fór-mula algebraica, de laboratorio. los historiadores estudiamos los pro-cesos o tendencias que sobresalen ‘de hecho’ entre todo eso, tal como vienen (o van), y los significados que los sujetos y grupos sociales les asignan; como también los sentimientos y valores que, positiva o nega-tivamente, resultan de la dirección que llevan o traen. No nos importan sólo los hechos y datos ‘objetivos’, sino también las intenciones, los significados, las emociones, los valores, la alegría y el dolor que los acompañan y que, en última instancia, es la coloratura y esencia misma de la historicidad humana. la Historia es el instrumento por medio del cual los grupos sociales toman conciencia de los procesos (o tendencias) dentro de los cuales existen, precisamente para intencionar y hacer po-sible su cambio, su rectificación, su mejor orientación. Nada de esto es, por supuesto, exacto. preciso. Mecánico. Matemático. pero todo es pro-babilidad. apuesta. acción. riesgo. “Desafío y respuesta”, dijo el muy inglés arnold toynbee, historiador, medio siglo atrás. El ser humano, felizmente, no es una máquina, ni un reloj, ni un arma de precisión: va

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siempre a todo evento con un grado elevado de ‘ventura’, y la Historia nos revela que, al final, llevaba un grado alto de ‘equivocación’ (para él o para otros). por esto, la Historia describe, recuerda: ¡téngase presente! (magistra vitae), pero también sugiere, critica, anima y se vuelve ella misma vida real y proceso. acompañante. orientación. Meta. porque todo en historia son acciones y relaciones sociales, unas y otras libre-mente significadas y ejecutadas por millones de individuos diferentes. las mismas que pueden ser orientadas en un sentido (dando vida, por ejemplo, a la política), o en otro sentido (y crean el arte y la poesía), o en otro (y echan a andar la Economía), etc. todos esos ‘sentidos’ cons-tituyen campos cognitivos derivados de las acciones y relaciones so-ciales. por eso, ‘lo económico’ no es sino un tipo de acción social (o de un tipo de relación social), y todo su significado real e histórico deriva, en última instancia, de una intención, subjetiva o inter-subjetivamente condicionada. la economía (lo mismo que la política o la sociología) está hecha de sujetos racionales, de actores de carne y hueso, estúpidos o geniales, ambiciosos o modestos, patricios o plebeyos, etc.

por eso, cuando rolf critica el libro porque no hicimos en él lo que el economista hace en su escritorio (“formulará un modelo, gene-ralmente algebraico, en que relaciona las variables pertinentes en base a la teoría económica. con ello se logra hacer en cada caso una pro-posición lógica, formal y rigurosa, que luego se puede someter a una prueba estadística… así se tiene una buena explicación del fenómeno”), simplemente no leyó un libro de historia económico-social: sólo se leyó a sí mismo. Y por supuesto, no encontró casi nada de lo que buscaba. No hay duda que, en todo caso, el libro lo sorprendió, en un aspecto u otro (los procesos cualitativos suelen asomar su expresiva cabeza por intempestiva irrupción en medio de las ecuaciones algebraicas, alteran-do factores, restas y divisiones), pero no lo suficiente como para darle un mínimo de credibilidad, porque, a final de cuentas, carece en lo ab-soluto “de una tesis” o de un “modelo” que lo respalde. “los problemas existen sólo cuando la ciencia toma conciencia teórica de ellos”, dijo una vez, inspirado, Joaquín brunner.

lo cual es comprensible, porque el prisma que emplea rolf para leer y comentar Mercaderes, Empresarios y Capitalistas es un cuadro estadístico (más bien tres gráficos) de su confección, en que compara el PIB por persona entre Chile y Estados Unidos desde 1810 a 2010, con el resultado de que: a) el pib chileno “creció a una tasa mayor que

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el de los EEUU”; b) mientras la tasa de pobreza decreció en chile de modo consistente desde 1849 en adelante, la distribución del ingreso (según coeficiente Gini) mejoró de modo significativo desde esa fecha hasta 1913 y c) en chile la economía liberal ha permitido incrementar de modo neto el pib por persona, mientras el modelo iSi del período 1938-1970 (desarrollista, sustitución de importaciones) produjo un re-sultado inverso.

Notable. Sorprendente. Y para todo historiador que se precie de tal, increíble. Y esto último porque, entre otras cosas, podríamos agregar un cuarto gráfico para completar el cuadro, esta vez tomando como base una variable estadística distinta (perfectamente validada): la tasa de niños huachos (TNH) en el país. En efecto, entre 1850 y 1930, aproximadamente (economía liberal), de cada 100 niños que nacieron en chile 37,4 fueron huachos (sin padre o sin madre o sin nadie), que era una de las tasas más altas del mundo. Entre 1938-1973 (economía desarrollista), esa tasa bajó a un 14,3%. Y desde 1973 en adelante (economía neo-liberal), la tNH está sobre el 56%, que es récord mun-dial absoluto, superior, incluso, a Suecia (que sí es desarrollado). Y no vamos a dar las fuentes precisas, porque rolf tampoco las dio. Hasta alfredo conoce este dato. la cuestión que plantea la Historia Social es: ¿de qué nos sirve conocer el optimista modelo teórico PIB 1810-2010 patentado por rolf lüders si todavía no sabemos qué hacer con nues-tros niños? ¿Y para qué la Historia Social se va a enfrascar en construir un modelo algebraico con el fin de explicar la economía del siglo XIX (y todas las que vengan) si lo que le preocupa es responder por qué la sociedad chilena ha generado y genera tantos niños huachos y no ha sido ni es capaz de educarlos e integrarlos plenamente a una sociedad realmente humanizada? ¿Puede el modelo (PIB 1810-2010. RL) expli-car este fenómeno y, sobre todo, ayudar a resolverlo?

Un problema no menor es también cómo, sobre qué fuentes con-fiables, se construyen los modelos algebraicos de la Economía cuando se trata de historia pretérita. los historiadores sabemos de sobra que para la economía del siglo XiX chileno esas fuentes son escasas, disper-sas y poco confiables. Sobre todo, las que se refieren a la producción de bienes y servicios (base del pib). Hay series estadísticas continuas para el comercio exterior a partir de 1844 (donde las cifras de exportación no son confiables, porque allí sumaron, en una misma columna, el valor de las mercancías exportadas y el del dinero con el que se pagaba el

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excedente de importaciones). No hay cifras, salvo aisladas y sólo para algunas regiones, de la producción agrícola. las cifras del diezmo, que gravaban la producción agrícola campesina (no la terrateniente) están falseadas por los subastadores del ramo. De la producción minera sólo hay cifras de algunos distritos, para períodos cortos. No existe registro alguno de la producción artesanal, salvo de algunos rubros (el textil, por ejemplo) y para algunas provincias en un período corto. Y menos de la producción artesanal de las mujeres campesinas. por otro lado, los impuestos fueron, normalmente, indirectos, de tasa cambiante. El pre-supuesto estatal —bien sistematizado desde 1810— no permite calcular producción. por otro lado, es imposible calcular el ingreso real de los mercaderes nacionales y extranjeros. los censos industriales aparecen sólo en los últimos años del siglo XiX, etc.

al revés, las fuentes cualitativas, de índole social, cultural, po-lítica y económico-social (las mismas que, al parecer, en el modelo de rolf no prueban nada), abundan, desde todos los ángulos, en todas las perspectivas, aunque —claro— no están seriadas, y concurren con entu-siasta unanimidad a probar lo que demuestra Mercaderes, Empresarios y Capitalistas, a saber: que existieron potentes déficit en la balanza comercial; que el sistema monetario, por décadas, sin liquidez real, se llenó de “fichas-salario”, “señas” y bolsones monetarios locales, mo-nopólicos, de dinero ficticio; que la ley de bancos de 1860 y los billetes de banco (tan vilipendiados y malditos por los economistas liberales que han estudiado el período) permitieron un aumento de la liquidez en el mercado interno, la monetización de los salarios, el aumento de la demanda y un desarrollo industrial que permitió ganar la guerra del Pacífico (el desarrollo industrial precedió a la guerra, no al revés, como piensa rolf); que fue la desmonetización mundial de la plata y las con-siguientes especulaciones monetarias en oro de los banqueros (y no el déficit presupuestario) lo que desencadenó el proceso inflacionario de fines de siglo (que creció en espiral después de 1910), etc. Y esas fuentes prueban por todos lados, hasta el hartazgo, la “letanía conmise-rativa” detectada astutamente por Jocelyn-Holt; esto es: la existencia de una pobreza abrumadora y una desigualdad abismal entre los chilenos… etc. Que algún empresario por ahí tenía o no tenía un “afán desmedido de ganancia”, ante la presencia abrumadora de ese fenómeno, es un de-talle baladí.

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En Historia Económico-Social los procesos económicos reales no son reducidos a un modelo único, universal y matemático que fun-cione solo, como robot. No. En esta disciplina, el historiador describe el proceso económico atendiendo por igual a los factores cualitativos (subjetivos, sociales, culturales, de intereses, etc.) y a sus reducciones cuantitativas (estadísticas sectoriales, locales, epocales, específicas), tanto causales como secuenciales. lo que interesa aquí es la ‘razón histórico-social’ que está operando en los hechos. Y esa lógica obedece a motivaciones y genera resultados. las motivaciones sólo es posible examinarlas en fuentes cualitativas; los resultados, en cambio, pueden medirse o explicarse cuantitativamente, pero también cualitativamente, pues, si para algunos esos resultados significan satisfacción y placer, para otros, pueden significar exactamente lo contrario. Por eso, para la investigación de Mercaderes, Empresarios y Capitalistas se echó mano a todas las fuentes disponibles al alcance (chilenas y extranjeras) y al máximo posible de variables concurrentes a los procesos económicos y sociales bajo estudio. lo que explica la densidad empírica y la exten-sión del trabajo realizado.

ahora bien, si toda esa masa organizada de fuentes prueba que los empresarios y capitalistas de este país no han sido ni óptimos em-presarios ni genuinamente capitalistas (razón por la cual no desarrolla-ron el país como debió ser y generaron, al contrario, enormes bolsones de pobreza), mala suerte para los modelos matemáticos de la econo-metría liberal. tendrán que re-considerar, al menos, el peso real de ‘lo cualitativo’ en las cuestiones humanas. Y la Economía es una cuestión humana. Y porque muchos economistas no entienden, desafortunada-mente, eso, es que nunca sus modelos matemáticos han podido predecir (y por tanto, explicar) las grandes crisis de la economía mundial. todas las crisis los han atacado por sorpresa, por el reverso de su modelo, y siempre han debido correr, tras el estampido de la crisis, a sus escrito-rios, para corregir las ecuaciones... pero no aprenden. Si no ¿por qué alan Greenspan, por décadas el máximo gurú del mercado mundial, publicó un enorme libro para decir que todo estaba bien, justo una o dos semanas antes que estallara la impensada e incontrolable crisis fi-nanciera que se inició el 2008, de la cual no previó nada? ¿Y qué están diciendo hoy los modelos matemáticos: habrá que salvar el Mercado, o el Estado, ya que la crisis no se va?

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los sujetos sociales de carne y hueso, que son los que estudia la Historia Económico-Social, están en chile sobre-endeudados con el Mercado (hasta nueve veces su ingreso anual, según El Mercurio) y sobre-descuidados por el Estado (pues es el Mercado y no el Estado el que rige su trabajo, su educación, su salud y su futuro) y no parecen interesarse mucho en salvar al uno o al otro, pues prefieren, por ahora, salvarse a sí mismos, como ciudadanos y como sujetos solidarios. por eso, hasta el momento, salen y desfilan: lo hacen por sí mismos. Maña-na decidirán por sí mismos lo que harán con el Estado y el Mercado.

No sé si eso lo prevé algún modelo matemático. pero, ténganlo por seguro: sí se lo dice un viejo historiador.

***

No resta sino agradecer al centro de Estudios públicos (cEp) y a su Director, arturo Fontaine, la realización del seminario en el que se comentó el libro Mercaderes, Empresarios y Capitalistas (Chile, Siglo XIX), el cual se desarrolló en un ambiente de alto nivel académico e, in-cluso, cívico, de lo cual es preciso dejar constancia. agradezco también la simpatía y amistad de alfredo Jocelyn-Holt, su ‘retrato hablado’, y la responsabilidad académica de rolf lüders. lo mismo por la posibilidad de publicar estas reflexiones sobre los comentarios críticos a mi trabajo. Gracias.

la reina, Santiago, 10-12 de junio de 2010.