EL LENGUAJE, EL DESEO Y LA MUERTE · 2019. 6. 26. · EL LENGUAJE, EL DESEO Y LA MUERTE Miguel...

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Los Cuadernos del Pensamiento EL LENGUAJE, EL DESEO Y LA MUERTE Miguel Cereceda E n el diálogo de Platón que se ocupa del lenguaje hay una bella historia acerca · de la muerte, con la que Sócrates le ex- plica al bueno de Hermógenes cómo es que Plutón, el dios de los infiernos, nos mantie- ne perpetuamente encadenados a su morada, y por qué no se le debe tener miedo. Según él, los hombres no retornan de la muerte porque se les retenga allí por la erza, sino porque se entre- gan a ella enamorados, seducidos por el deseo: Sóc.-Voy a decirte lo que a mí se me an- toja. Dime: de las trabas que retienen a un viviente cualquiera en un lugar cualquiera, lcuál te parece que es más erte, la necesi- dad o el deseo? Herm.-Es superior con mucho el deseo, Sócrates. Sóc.-lNo piensas entonces que muchos huirían de Hades, si éste no retuviera a los que van allí con la traba más poderosa? Herm.-Claro (1). Sin duda es superior el deseo, pues es la cade- na que nos ata de buen grado y de la cual noso- tros mismos no nos queremos liberar. Además, es evidente que si se nos retuviera en las mora- das de Hades por la erza, haríamos lo imposi- ble por escapar. Si, por tanto, permanecemos vinculados a la muerte, no cabe duda de que es porque lo deseamos. Pero el examen de Sócrates prosigue para tra- tar de esclarecer qué clase de deseo nos ata de este modo. Pues, en ecto, deseos hay muchos y variados, pero lcuál hay tan poderoso que sea capaz de atarnos así, permanentemente? No es este deseo, para Sócrates, ningún stín con be- llas azatas semidesnudas que nos oezcan hi- dromiel en los cráneos de nuestros enemigos - voritos, tampoco es un paraíso de manjares ex- quisitos y bellos adolescentes, ni tan siquiera ese lugar inocuo que nos promete el cristianis- mo, obnubilándonos con la contemplación del Sumo Bien. No, lo que Sócrates nos dice es que los muertos permanecen muertos, scinados por las bellas historias que les cuenta el dios de los infiernos: Sóc.-Diremos entonces, Hermógenes, que nadie de los de allí desea regresar acá por esta razón, ni siquiera las Sirenas, sino que tanto éstas como todos los demás están hechizados. iTan hermosos son, según pa- rece, los relatos que sabe contar Hades! Y, de acuerdo al menos con este razonamien- 32 to, este dios es un cumplido sofista y un gran bienhechor de quienes con él están. iEl, que tantos bienes envía a los de aquí: tan numerosos son los que le sobran allí! Conque, en razón de esto, recibió el nom- bre de Plutón (2). Lo que sorprende en esta historia es com- prender que los muertos permanecen muertos, sometidos por la scinación del lengue. Pero lcómo puede el lenguaje seducir y hechizar, hasta el punto de no dejarnos escapar de la muerte? Sabemos que, en algún sentido, la muerte es- tá relacionada con la memoria. Decimos así que los artistas y los poetas, los héroes y los santos, los grandes hombres en general, se inmortalizan, en cierto modo, por medio de su obra. Este «en cierto modo» alude claramente a que, a pesar de su muerte, los grandes hombres permanecen vi- vos en la memoria y en el recuerdo de los sim- ples mortales. Mas la memoria, que perpetúa el recuerdo, necesita de la transmisión oral, del discurso y del lenguaje, para no desaparecer. Roland Bart- hes reflexionaba sobre esto, a propósito de la muerte de André Gide: La vejez y la muerte de Gide estuvieron rodeadas de testigos. Pero, lqué ha sido de estos testigos? La mayoría, seguramente, ha muerto también. Llega un momento en que los testigos mueren a su vez, y sin testigos. La Historia está hecha, pues, de pequeños reventones de vida, de muertos sin relevo.

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Los Cuadernos del Pensamiento

EL LENGUAJE, EL DESEO Y LA MUERTE

Miguel Cereceda

En el diálogo de Platón que se ocupa del lenguaje hay una bella historia acerca

· de la muerte, con la que Sócrates le ex­plica al bueno de Hermógenes cómo es

que Plutón, el dios de los infiernos, nos mantie-ne perpetuamente encadenados a su morada, y por qué no se le debe tener miedo. Según él, los hombres no retornan de la muerte porque se les retenga allí por la fuerza, sino porque se entre­gan a ella enamorados, seducidos por el deseo:

Sóc.-Voy a decirte lo que a mí se me an­toja. Dime: de las trabas que retienen a un viviente cualquiera en un lugar cualquiera, lcuál te parece que es más fuerte, la necesi­dad o el deseo?

Herm.-Es superior con mucho el deseo, Sócrates.

Sóc.-lNo piensas entonces que muchos huirían de Hades, si éste no retuviera a los que van allí con la traba más poderosa?

Herm.-Claro (1).

Sin duda es superior el deseo, pues es la cade­na que nos ata de buen grado y de la cual noso­tros mismos no nos queremos liberar. Además, es evidente que si se nos retuviera en las mora­das de Hades por la fuerza, haríamos lo imposi­ble por escapar. Si, por tanto, permanecemos vinculados a la muerte, no cabe duda de que es porque lo deseamos.

Pero el examen de Sócrates prosigue para tra­tar de esclarecer qué clase de deseo nos ata de este modo. Pues, en efecto, deseos hay muchos y variados, pero lcuál hay tan poderoso que sea capaz de atarnos así, permanentemente? No es este deseo, para Sócrates, ningún festín con be­llas azafatas semidesnudas que nos ofrezcan hi­dromiel en los cráneos de nuestros enemigos fa­voritos, tampoco es un paraíso de manjares ex­quisitos y bellos adolescentes, ni tan siquiera ese lugar inocuo que nos promete el cristianis­mo, obnubilándonos con la contemplación del Sumo Bien. No, lo que Sócrates nos dice es que los muertos permanecen muertos, fascinados por las bellas historias que les cuenta el dios de los infiernos:

Sóc.-Diremos entonces, Hermógenes, que nadie de los de allí desea regresar acá por esta razón, ni siquiera las Sirenas, sino que tanto éstas como todos los demás están hechizados. iTan hermosos son, según pa­rece, los relatos que sabe contar Hades! Y, de acuerdo al menos con este razonamien-

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to, este dios es un cumplido sofista y un gran bienhechor de quienes con él están. iEl, que tantos bienes envía a los de aquí: tan numerosos son los que le sobran allí! Conque, en razón de esto, recibió el nom­bre de Plutón (2).

Lo que sorprende en esta historia es com­prender que los muertos permanecen muertos, sometidos por la fascinación del lenguaje. Pero lcómo puede el lenguaje seducir y hechizar, hasta el punto de no dejarnos escapar de la muerte?

Sabemos que, en algún sentido, la muerte es­tá relacionada con la memoria. Decimos así que los artistas y los poetas, los héroes y los santos, los grandes hombres en general, se inmortalizan, en cierto modo, por medio de su obra. Este «en cierto modo» alude claramente a que, a pesar de su muerte, los grandes hombres permanecen vi­vos en la memoria y en el recuerdo de los sim­ples mortales.

Mas la memoria, que perpetúa el recuerdo, necesita de la transmisión oral, del discurso y del lenguaje, para no desaparecer. Roland Bart­hes reflexionaba sobre esto, a propósito de la muerte de André Gide:

La vejez y la muerte de Gide estuvieron rodeadas de testigos. Pero, lqué ha sido de estos testigos? La mayoría, seguramente, ha muerto también. Llega un momento en que los testigos mueren a su vez, y sin testigos. La Historia está hecha, pues, de pequeños reventones de vida, de muertos sin relevo.

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(La muerte, la verdadera muerte, tiene lu­gar cuando también muere el testigo. Cha­teaubriand, hablando de su abuela y de su tía-abuela, dice: «Quizá yo soy el único hombre en el mundo que sabe que esas per­sonas han existido»: sí, pero, como él mis­mo lo ha escrito, y bien, también nosotros lo sabemos, al menos en la medida en que se sigue leyendo hoy a Chateaubriand (3).

Sabemos, pues, que mantener vivo el recuer­do de alguien, conservar su memoria, equivale a no haberlo perdido por completo. Por ello, sin duda, conmemoramos a los muertos. En vez de deshacernos de sus restos, en lugar de arrojarlos a la basura, nosotros erigimos monumentos fu­nerarios y trazamos inscripciones sobre lápidas, con la pretensión de que sean imborrables. Mo­numentum es justamente la obra de la memoria, el producto de la conmemoración y del recuer­do. El monumento pretende ser el signo más es­table, el menos perecedero, de los que el hom­bre ha inventado.

Reflexionando sobre estas cosas Rilke, el poe­ta de las Elegías de Duino, comprendió que no son los muertos los que permanecen vinculados a los vivos, sino, por el contrario, los vivos los que necesitan de los muertos.

En torno al día de difuntos del año 1908 escri­bió Rilke dos de las más hondas reflexiones que se hayan podido formular acerca de la muerte. Ambas tienen la forma de un réquiem, de un canto funerario. Una elegía es el producto de un llanto, es el lamento poético por la desaparición

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de un ser querido. Pero el réquiem es el canto musical que se oficia ante los difuntos. Mientras que este tiene la forma de una oda, aquélla nos parece más vinculada al dolor. La forma que Ril­ke elige, el día de difuntos del año ocho, es un doble canto de alabanza y de meditación ante la muerte. El primer Réquiem está dedicado a su amiga la pintora Paula Moderson-Becker, muer­ta de parto un año antes y de la que Rilke, al pa­recer, estuvo enamorado cuando la conoció, junto a la que luego sería su mujer, Clara West­hoff. El segundo Réquiem está destinado a W olf, el joven conde de Kalckreuth, quien, poco des­pués de cumplir los diecinueve años, pidió in­gresar voluntariamente en el ejército y, a los po­cos días se suicidó metiéndose el cañón de su fusil por la boca. El Réquiem para una amiga co­mienza así:

Yo tengo muertos, que dejé partir, y me asombraba verles consolados, tan pronto acostumbrados a la muerte, tan

üustos, distintos de su fama. Sólo tú retrocedes; me acaricias, me rozas, quieres chocar con

[algo, para que suene a ti y pueda revelarte. Oh, no me quites lo que lento aprendo ...

[( 4).

«Tan sólo tú retornas ... » Es curioso, pues lo propio de los muertos es que se vayan, que de­saparezcan y se acomoden poco a poco a su des­tino. Lentos, sin sobresaltos, ellos se resignan a su muerte. Pero tú, lpor qué retornas? lPor qué

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algunos nos vuelven, como �i necesitasen de _no­sotros, o como si su propia soledad les diese miedo?

Que tu morir nos asustara, o más: que tu fuerte morir nos destrozara desgarrando el después del hasta entonces,eso es asunto nuestro, y ordenarlo será nuestra labor a hacer en todo. Pero que te asustaras tú, y que ahora temas donde el temor no vale nada ( ... ); esto, �orno un ladrón, me sobresalta ... (5).

Algunos muertos, pues, retornan y nos lla­man. Asaltan temblorosos la memoria y nos convocan a su miedo. Pero el poema concluye de este modo:

No vuelvas si lo aguantas. Permanece, iay!, muerta entre los muertos. Ellos tienen su propia ocupación. Ayúdame, sin que ello te disuelva, como a veces me ayuda la distancia: en mi interior (6).

La poesía en este caso el Réquiem, llama a los muertos'a su muerte y los mantiene en ella, encadenados a su sino. El mismo que retorna por boca del poeta, es mantenido allá en la muerte por el acto mismo de la invocación. El réquie� cumple así una doble función: a la vez que conmemora a la persona muerta, impide que retorne al mundo de los vivos. La añoranza de los muertos es la manifestación de un deseo que, en cuanto tal, sólo se consuma en el len­guaje: como oración fúnebre, como elegía o co­mo réquiem.

Por su parte, el poema dedicando al )oven conde de Kalckreuth, comienza preguntandole por su suicidio:

¿ Te alivió eso tanto como creías, o acaso estaba el dejar de vivirtodavía lejos del estar muerto?

Acaso no era la muerte lo que aquel poeta prematuro buscaba, sino tan sólo la h�ida de la vida. Y acaso estas dos cosas sean diferentes. Por eso el Réquiem de Rilke continúa con un tono de reproche:

lPor qué no esperaste a que la pesadumbre se hiciese del todo insoportable? Entonces

[se invierte y pesa porque es auténtica. Ves tú, eso era quizá tu instante más próximo, se acercaba ya tal vez a la puerta con la corona en el pelo cuando la cerraste

[de golpe ... Y este reproche va creciendo, lento y severo, hasta tratar de mostrarle al poeta suicida dónde se encontraba la salvación:

Oh antigua maldición de los poetas, que se lamentan cuando debieran dejar oír

[su voz. que siempre opinan sobre el sentimiento

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en vez de configurarlo; que siempre creen que lo que en ellos es triste o alegre lo sabían y les era dado declararlo o celebrarlo en el poema. Como los enfer­

[mos usan quejumbrosos del idioma para señalar donde les duele, en vez de transformarse implacables en pa­

[labras. como el cantero de una catedral, que tenaz se identifica con la impasibilidad de la

[piedra. Aquí estaba la salvación. Si de pronto hu­

[bieras visto cómo el destino penetra en los versos y allí se queda, cómo se hace figura en su

[interior, y nada más que figura ... (7).

Así mientras la canción para Paula muestra que 1� que en principio nos parecía la n?stalgi_ade los muertos por la vida, no es en reahdad si­no la nostalgia de los vivos por la muerte, o por lo que Rilke llama die Feme, la lejanía, la ausen­cia o la distancia; por su parte, la canción para W olf nos enseña a consagrarnos en la palabra y a través de la palabra. Sólo así los muertos per­manecen muertos en esa seducción de la que nadie desea escapar. La salvación reside en transformarse en palabras, pero no para cantar el placer o lamentar el dolor, sino para hacerse uno mismo verso y poesía, como el cantero se trans­forma en piedra.

En el Crátilo, Platón relaciona el cadáver, el cuerpo (soma), con el signo (serna) ( Crát. 400 b, c). En efecto, los cuerpos son signos que noso­tros conservamos como signos. Mantenemos su memoria con inscripciones indelebles, no por­que los muertos necesiten de los vivos, sino porque los vivos mismos no sabrían vivir sin la comparecencia de los muertos. Por ello ..ia.. también los muertos se mantienen atra- �pactos en las redes del lenguaje. �

NOTAS

(1) Crátilo 403 c; traducción de J. L. Calvo.(2) Crát. 403 d, e.(3) «Deliberación» en lo obvio y lo obtuso. Paidós, Bar­

celona, 1986, pp. 368-69. (4) Traducción -bellísima, por cierto- de Federico Ber­

múdez Cañete en su Rilke de la colección los poetas de edi­ciones Júcar, Madrid, 1984, p. 71. (5) Esta vez la traducción es de José María Valverde en

Obras de Rainer Maria Rilke, Plaza y Janés, Barcelona, 1971, p. 725.

(6) Aunque no demasiado afortunada, esta vez la tra­ducción es mía. Pido disculpas al lector por esa multiplici­dad de traductores para un solo poema.

(7) Toda la versión del Réquiem para Wo(f está sacadade la antología de Jaime Ferrero Alemparte en la colección Austral de la ed. Espasa Calpe; 4." edición, Madrid, 1982, pp. 93-96.