El Jardín de Las Pelucas

2
“Ha llegado la hora de quitarte lo salvaje” Pequeña escuchó tronar la voz de su abuelo y se le ensombreció bruscamente el corazón. Inútil sería rebelarse ante su decisión. Por un instante su cuerpo captó el impulso de la huida; sin embargo, sus pies permanecieron rígidos, y se resignó ante la inminente tortura. Pequeña cerró los ojos. Una vocecita escondida en su interior le susurró un mantra de consuelo. Ya había pasado por esto otras veces y había sobrevivido al dolor del despojo. Sabía que debía mantener la calma y, de ese modo, todo sucedería rápidamente. “Me sobrepondré” pensó, como otras veces. Las manos gruesas del abuelo sostenían las tijeras. Las manos gruesas del abuelo sostenían los cabellos. Mechón tras mechón, como hojas secas. Pequeña sentía cómo los cabellos lloraban por sus mejillas. Se estremecían las hebras al deslizarse por el aire. “Ojalá volaran” pensó. “Ojalá tuvieran alas para volar” Pequeña deseó que no muriera su cabellera, deseó que se transformara en pájaro, en mariposas, en luciérnagas…cualquier cosa menos morir. Se negaba al inútil destino del cesto de la basura. Mientras, el chasquido de la tijera enredada entre los dedos del abuelo se confundía con la carcajada cruel. Y cuanto más retumbaban esos sonidos en los oídos de Pequeña más deseaba la libertad para sus cabellos…la libertad, el vuelo infinito… Y entonces, ocurrió el milagro.

Transcript of El Jardín de Las Pelucas

Ha llegado la hora de quitarte lo salvaje Pequea escuch tronar la voz de su abuelo y se le ensombreci bruscamente el corazn. Intil sera rebelarse ante su decisin. Por un instante su cuerpo capt el impulso de la huida; sin embargo, sus pies permanecieron rgidos, y se resign ante la inminente tortura.Pequea cerr los ojos. Una vocecita escondida en su interior le susurr un mantra de consuelo. Ya haba pasado por esto otras veces y haba sobrevivido al dolor del despojo. Saba que deba mantener la calma y, de ese modo, todo sucedera rpidamente. Me sobrepondr pens, como otras veces.Las manos gruesas del abuelo sostenan las tijeras. Las manos gruesas del abuelo sostenan los cabellos. Mechn tras mechn, como hojas secas. Pequea senta cmo los cabellos lloraban por sus mejillas. Se estremecan las hebras al deslizarse por el aire. Ojal volaran pens. Ojal tuvieran alas para volar Pequea dese que no muriera su cabellera, dese que se transformara en pjaro, en mariposas, en lucirnagascualquier cosa menos morir. Se negaba al intil destino del cesto de la basura. Mientras, el chasquido de la tijera enredada entre los dedos del abuelo se confunda con la carcajada cruel. Y cuanto ms retumbaban esos sonidos en los odos de Pequea ms deseaba la libertad para sus cabellosla libertad, el vuelo infinitoY entonces, ocurri el milagro. Un breve temblor la estremeci. Un cosquilleo incipiente emerga de su cabezaPequea abri los ojos. Centenares de semillas se arremolinaban, daban giros, saltos en el aire, recorran las paredes de la habitacin, se elevaban hacia el cielorraso y descendan en picadas para, luego, elevarse otra vez. Pequea no podra asegurar cunto dur aquella fiesta. El abuelo tampoco. Haba quedado con la boca abierta observando con estupor el espectculo de la transmutacin, al mismo tiempo que sus ojos acompaaban el alocado recorrido de las semillas. En un instante, puertas y ventanas se abrieron simultneamente, y las semillas hallaron su camino hacia la libertad. Esparcidas por todo el jardn, entre las hierbas, las margaritas, los geranios y los jazmines, encontraron su hogar. Desde entonces es natural ver cmo crecen cabelleras de variados colores, texturas y aromas . Pequea las riega, las protege de los vientos inquietos y del exceso de sol. Pequea sonre, con su cabello corto y su jardn de salvaje de pelucas vivas.