El Jardín de Las Delicias L

66
1 EL JARDÍN DE LAS DELICIAS EL JARDÍN DE LAS DELICIAS de Fernando Arrabal DRAMA EN DOS ACTOS PERSONAJES Lais: actriz, muy guapa Teloc: un hombre Miharca: compañera de infancia de Lais Zenón Frankestein y nueve ovejas vivas muy jovencitas

description

Gran obra del TEATRO PÁNICO de Fernando Arrabal.

Transcript of El Jardín de Las Delicias L

Page 1: El Jardín de Las Delicias L

1

EL JARDÍN DE LAS DELICIAS

EL JARDÍN DE LAS DELICIAS de Fernando Arrabal DRAMA EN

DOS ACTOS

PERSONAJES

Lais: actriz, muy guapa

Teloc: un hombre

Miharca: compañera de infancia de Lais

Zenón

Frankestein

y nueve ovejas vivas muy jovencitas

Page 2: El Jardín de Las Delicias L

2

ACTO I

Gran espacio poblado hasta el infinito por columnas que forman una especie de laberinto.

Balconcillos, muy espaciados entre sí, sostenidos en las partes medianas de las columnas,

entre una y otra. Dispositivo, plataforma circular móvil, que permite realizar con toda rapidez la

entrada y salida escénicas de las ovejas vivas. La plataforma semeja un pequeño redil cuya

cerca impide que se marchen las ovejas.

Oscuridad.

Un proyector va iluminando lentamente a Lais hasta dejarla definitivamente visible. El resto del

escenario permanece en la penumbra. Lais aparece como en una estampa romántica: los

brazos desnudos, un gran escote, una falda de volantes, un sombrero barroco.

Canta con mucha dulzura y sentimiento.

Lais.—(Cantando.) «Muda la pena me cerca como agrio disparate. No escapo siquiera de los

contrasentidos cuando la delación me acusa con su corazón negro de electrólisis, de

miércoles y tempestades. Un millón de limones, en vez de gloria, esparzo, y siento una

burbuja que trepa en mi cerebro desde mi corazón, que pena gritando el despropósito.»

Otro foco ilumina de pronto a las nueve ovejas vivas que, en el redil, balan inquietas. Lais se

dirige a ellas.

(Con mucho amor y dulzura.) Callaos, mujercitas. Estoy con vosotras, no estáis solas.

(Algunas ovejas balan.) No temáis nada. El lobo feroz no existe. Nadie os va a degollar. Eso

son inventos de los hombres. ¡Pobrecitas! (Canta de nuevo para ellas o, más bien, les susurra

una canción.) ¿Estáis ya más tranquilas? Tenéis que cenar, es muy de noche. Mañana os

compro lo que queráis. Os voy a ofrecer un reloj de pulsera a cada una, así sabréis cuándo

vuelvo. ¡Pobrecitas! ¡Hala!, a cenar tranquilas. No tengáis pesadillas. ¡Pobrecitas mías,

chiquititas mías! Y también os voy a comprar la televisión, si queréis... ¡Hala, a cenar!

Salen de escena gracias al dispositivo, mientras Lais susurra su canción. Se oye, de pronto, un

ruido bestial, enorme. Es como un lamento que emergiera del pecho de una fiera gigantesca y

feroz. Lais corretea por el escenario y enciende la luz. Parece muy inquieta.

El escenario queda iluminado.

En lo alto se atisba una jaula, y dentro de ella, el ser del que, sin lugar a dudas, proviene el

rugido.

Page 3: El Jardín de Las Delicias L

3

La jaula está izada, a cinco metros de altura, en el centro del escenario, por medio de una

soga accionada por alguna polea. Lais coge la soga para hacer bajar la jaula.

Suena el teléfono en ese preciso momento.

Rugido desde la jaula.

Duda: Lais no sabe si bajar la jaula o acudir al teléfono.

Se decide por el teléfono.

Lais: ¿Diga?

Voz del presentador.—Buenas tardes, soy el presentador... de la televisión.

Lais.—¡Ah!

Voz del presentador.—La emisión va a dar comienzo dentro de unos minutos. ¿Está preparada?

Lais.—Sí, aquí estoy.

Voz del presentador.—Sucederá de la siguiente manera: primero haremos un rápido resumen

filmado de su extraordinaria carrera de actriz. Créanos que va a ser muy difícil hacer

comprender a los telespectadores que usted se niega a venir al estudio para ofrecer unas

secuencias en directo mientras responde a las preguntas. Por cierto, si ha cambiado de

opinión estamos dispuestos a enviarle a buscar inmediatamente o incluso a mandarle, ahora

mismo, un equipo de urgencia a su casa para que la filme mientras responde a los

telespectadores.

Lais.—No, por favor.

Rugido desde la jaula.

Voz del presentador.—Respetamos su parecer, pero, créanos, la emisión, sin su presencia, perderá

mucho...

Lais.—(Dura.) Entonces quizá sea mejor que no la haga.

Voz del presentador.—(Muy amable.) No, por favor, no me haga caso. No he dicho nada. Bueno,

entonces, como hemos convenido: yo la llamaré por teléfono cuatro o cinco veces durante la

emisión y uno de los telespectadores, desde nuestro estudio central, le hará las preguntas a

las que usted responderá desde el silencio de su casa.

Lais.—Es la única posibilidad.

Voz del presentador.—Hasta ahora mismo.

Page 4: El Jardín de Las Delicias L

4

Rugido de impaciencia proveniente de la jaula.

Lais acude a la cuerda, a toda velocidad, y baja la jaula. En ella hay un ser, parecido a un

hombre, pero con ademanes y pelambre de animal: Zenón. Está en estado salvaje, medio

desnudo. Gruñe feliz.

Cuando la jaula toca el suelo, Lais abre la puerta. Zenón ríe enseñando todos sus dientes. Sale

de la jaula, feliz.

Lais.—(Con todo su cariño.) ¡Hala, hombrón! Dame la mano. ¡Sal! Dame la mano.

El ser, Zenón, salta feliz a su alrededor, de forma exagerada, e intenta medio abrazarla.

Cuidado, que me espachurras.

En efecto, parece que la aprieta en exceso. Zenón gruñe feliz y salta por las columnas, de una a

otra. Desde lo alto de una dice:

Zenón.—Ver... ver... te ver... ser... gua... gua... guapa.

Habla con mucha dificultad, tartamudeando. Por lo que se oye, parece que solo sabe algunas

palabras.

Es ostensible que siente un gran amor por Lais.

También Lais parece profesarle una gran ternura.

Lais.—(Desbordante de ternura.) ¡Hala!, bájate de ahí. A tus años y jugando como un niño.

Zenón trota por las alturas saltando de columna en columna y diciendo, entre risas de felicidad,

pero casi de modo incomprensible.

Zenón.—Mu... mu... mu... ser... gua... guapa, muy... guapa.

Lais.—Cálmate, ven a mi regazo y te contaré la historia de la princesa que tenía su corazón

lleno de rascacielos.

Page 5: El Jardín de Las Delicias L

5

Zenón salta desde lo alto y cae sobre Lais abrazándola con todo cariño, pero, en realidad, la tira

al suelo haciéndole sin duda mucho daño.

(Enfadada.) Mira lo que has hecho. ¡Me has dado un golpe en el pecho! Me puede salir un

cáncer. Mira lo bruto que eres. No te puedo dejar libre ni un momento. Todo lo destrozas y me

haces daño. Debería tenerte encerrado todo el día.

Zenón se acurruca, se hace muy pequeño, sabiendo que tiene la culpa, y rasca el suelo,

cabizbajo.

Zenón.—Yo... malo... (Recoge algo del suelo.) Toma... ahora... yo...bueno... regalo.

Le ofrece algo que tiene entre sus dedazos.

Lais.—(Asqueada.) Una mosca. ¿Y esto es tu regalo?

Zenón.—Mosca... bonita...

Al ver que Lais se la rechaza, Zenón la toma entre sus dedos, la mira con alegría y, finalmente,

se la come.

Lais.—¡No te comas eso!

Zenón.—(Riendo.) Ya... comido...

Lais.—¡Cómo eres!

Suena el teléfono.

(A Zenón.) Y ahora calladito, sin hablar, sin hacer ruido. ¿Me has oído?

Zenón.—(Riendo.) Sí.

Lais.—No es una broma. Cuando hable por teléfono te callas de una vez.

Zenón.—(Riendo como un niño.) Sí.

Lais coge el teléfono.

Lais.—¿Diga?

Page 6: El Jardín de Las Delicias L

6

Voz del presentador.—Aquí los Estudios de Televisión.

Lais.—Buenas tardes.

Voz del presentador.—(Muy artificial.) Lais, la mejor y más secreta actriz de nuestro siglo, va a

responder a las preguntas de los telespectadores aquí presentes. ¿Está preparada?

Lais.—Sí.

Voz del presentador.—Muchas gracias. Una espectadora muy mona, con unas trenzas muy

saladas, le va a hacer la primera pregunta.

Lais.—Sí.

Voz de la telespectadora.—(Parece muy nerviosa.) Primero quiero decirle que la admiro muchísimo.

Lais.—Gracias.

Voz de la telespectadora.—Quisiera preguntarle, si no le molesta, cómo vive usted. ¿Es cierto, como

se dice, que vive sola, menos cuando actúa, en una especie de gigantesco castillo aislado?

Lais.—No, sola no, la verdad.

Voz de la telespectadora.—¿Con quién vive?

Pausa prolongada.

Lais.—Pues... con mis recuerdos, con mis fantasmas. Hablo con ellos, y viven conmigo como si

fueran de carne y hueso.

Voz del presentador.—Muchas gracias por su respuesta. Hasta Pronto.

Lais.—Hasta pronto.

Cuelga.

Se oye el balar de las ovejas.

Pequeñitas. Pero, ¿qué os pasa? ¿Que no habéis cenado? (Lais mueve el dispositivo y entra

en escena la plataforma con las ovejas.) ¡Qué tonta soy! No os había puesto la cena. (Coge

una horca y se va a un rincón donde estará el pienso. Echa pienso a las ovejas, que balan

contentas. Lais en medio de ellas.) ¡Qué guapitas sois! (Las acaricia, las besa. Zenón gruñe,

furioso.) Cállate tú. (A las ovejas.) ¡Hala, a comer! Mujercitas mías, mis tesoros más bonitos.

Sois mis esperanzas redondas y móviles como el paroxismo.

Pausa.

Campanillas.

Page 7: El Jardín de Las Delicias L

7

Oscuridad.

Desaparece el dispositivo con las ovejas.

Campanillas.

Se hace en escena una iluminación muy distinta.

En escena Miharca (Monja) y Lais (Jovencita).

Miharca (Monja).—Es usted una rebelde.

Lais (Jovencita).—¡Madre!

Miharca (Monja).—Todas iguales, y usted peor que las demás. Es usted carne de presidio.

Lais (Jovencita).—Pero, ¡Madre!

Miharca (Monja).—¿Qué lleva en la mano?

Lais (Jovencita).—Nada.

Miharca (Monja).—¿Cómo nada? Ábrala.

Lais (Jovencita).—No, por favor.

Miharca (Monja).—Ábrala, Celestina.

Lais (Jovencita).—¡Madre!

La Monja le arrebata el papel que lleva en la mano. Lais cierra los ojos.

Miharca (Monja).—¿Qué pone aquí? ¿Qué dibujos son éstos? ¿Y este texto? (Leyendo.) «Juro

que un día seré libre, juro que Dios no existe, juro que no me llamo Celestina sino Lais, juro...»

Queda usted castigada en celda baja.

Lais (Jovencita).—No, Madre, por favor.

Miharca (Monja).—Mire, lo que hace contra nosotras. Usted que no tiene ni padre ni madre, y que

fue recogida por nosotras...

Lais (Jovencita), en celda baja. Llora. Cesa al poco de llorar, y con gesto huraño.

Lais (Jovencita).—Me vengaré... Juro que seré libre, juro que no me llamo Celestina sino Lais...

Golpes del otro lado de la pared.

Voz de Miharca (Jovencita).—Lais, ¿estás bien?

Lais (Jovencita).—Sí.

Page 8: El Jardín de Las Delicias L

8

Voz de Miharca (Jovencita).—Mira, quita la tabla que hay en la pared y podré pasar a verte.

Lais quita la tabla. Aparece Miharca, una de sus compañeras.

Miharca (Jovencita).—Pobrecita Lais, siempre castigada.

Lais (Jovencita).—Me vengaré, me vengaré...

Miharca (Jovencita).—Cálmate, toma. Bebe.

Le da un cuenco con agua.

Lais (Jovencita).—Las monjas me odian. Nadie me quiere.

Miharca (Jovencita).—No seas boba. Un día saldremos de aquí y seremos felices. ¡Yo te quiero!

Lais (Jovencita).—Cuando salga de aquí lo tendré todo: seré infinitamente libre. Lo tendré todo:

huevos transparentes llenos de arpas y de triciclos, cucarachas y cebras amaestradas con las

que me pasearé por jardines de ajedrez; campanas de pensamientos como sombrillas y... y...

(furiosa) un gigantesco caldero de mierda hirviendo para meter dentro de él a todos los que

hoy me hacen sufrir.

Miharca (Jovencita).—Y yo te regalaré un lápiz que escriba mi exaltación, con su gomita que borre

pesadillas. (Pausa.) ¿Has hecho nuevos experimentos?

Lais (Jovencita).—Sí, mira. (Con gran unción.) Mira mi mano.

En su mano cerrada brilla una luz intensa, concentrada enteramente en la mano.

Miharca (Jovencita).—¿Qué es?

Lais (Jovencita).—No sé. Pero date prisa en mirarlo que va a desaparecer.

Miharca (Jovencita).—¡Vaya luz! A lo mejor es Dios que se esconde en tu mano para quererte.

Lais (Jovencita).—Dios... ¿Tú crees que Dios no me odia ni me olvida? (Ensoñadora.) Dios... ¿Tú

crees que Dios me mira y me cuida como si fuera un lobito de naranjas y contrasentidos?

(Desaparece definitivamente la luz de su mano.) Se ha marchado.

Miharca (Jovencita).—Es verdad. Ya no tienes nada en la mano. ¡Eres formidable! Te quiero

mucho.

Se abrazan con cariño.

Page 9: El Jardín de Las Delicias L

9

Lais (Jovencita).—Yo también.

Miharca se remanga las faldas mostrando su trasero.

Miharca (Jovencita).— Si me quieres tanto, bésame el culo.

Lais (Jovencita).— ¿Yo...?

Momento de duda.

Suena el teléfono.

Oscuridad.

La acción vuelve a su decorado «habitual».

Luz «normal».

Lais, adulta, descuelga el teléfono.

Voz del presentador.—Una de nuestras telespectadoras, admirada Lais, va a hacerle otra pregunta.

¿Está preparada?

Lais.—Sí.

Voz de la telespectadora.— Se ha hablado de un crimen que usted habría cometido... Se ha dicho

que, de un modo atroz, usted habría...

Voz del presentador.—Rogamos a nuestros telespectadores que se abstengan de hacer preguntas

que no vengan a cuento y que tan solo se basan en los odiosos chismorreos de ciertos

periódicos, indignos de su labor de informadores.

Voz de la telespectadora.—Oh, discúlpeme. ¿Puedo hacerle otra pregunta?

Voz del presentador.—Hágala.

Voz de la telespectadora.—Se ha dicho que usted es hija de padres desconocidos. ¿Es cierto?

Lais.—Sí, es cierto.

Voz de la telespectadora.—Me imagino lo mucho que esto le habrá hecho sufrir.

Lais.—Siento defraudarla, pero la verdad es que, para mí, mis padres han sido un mito

maravilloso. Veo con cierta tristeza y hasta me compadezco de aquéllos que los conocen; que

tienen que soportar la ramplona realidad de ver que sus padres, como ocurre en la inmensa

mayoría de los casos, son seres sin interés, banales y aburridos. Yo, por el contrario, me he

imaginado que mis padres pudieran ser los seres más extraños y fascinantes. ¡Ser una

bastarda de Einstein, o una hija de Neptuno y una esclava romana, o un ser nacido con toda

mi vida de la mente de un poeta loco y maldito!

Page 10: El Jardín de Las Delicias L

10

Voz del presentador.—Muchas gracias por su respuesta (cursi) tan poética. Hasta ahora mismo.

Lais cuelga el teléfono.

Zenón.—Yo... yo... yo... ser... papá... y tú... mamá... (Zenón coge a Lais con sus manazas y la

arrulla como si fuera su hija. Con una linterna, que se encuentra junto a él, intenta darle

biberón.) Biberón... para... hija... ma... ma... mala.

Lais.—(Escapándose de él.) ¡Qué bobo eres!

Zenón.—Azotes... para... niña... mala.

Se persiguen entre las columnas.

Oscuridad.

Cambio de luz.

Aparece la religiosa.

Miharca (Monja).—No creas, hija mía, que no te queremos. Dios nos enseña que tenemos que

amarnos los unos a los otros, y nosotras queremos hasta a los más depravados y

desgraciados. Un día saldrás de aquí, ya que Dios no parece llamarte, por medio de la

vocación religiosa, a la vida del claustro. (Lais-jovencita la escucha.) Te colocaremos en una

buena casa y serás una criada ideal, pues lo sabes hacer todo. Y, entonces, no olvidarás

nuestras oraciones, que dedicarás a todos los objetos que utilices. Reza conmigo. (Rezan

juntas.) La nevera.

Miharca (Monja) y Lais (Jovencita).—(Juntas.) Bendito seas, Señor, por mi hermana la nevera que

conserva intacta la vida frágil de las hermanas vitaminas. ¡Ah, si yo viviera tan atenta como

ella a conservar la vida, siendo tan poco permeable a las ideas de corrupción, y tan

conservadora en honrar las santas tradiciones!

Miharca (Monja).—El termostato.

Miharca (Monja) y Lais (Jovencita).—Bendito seas por mi hermano el termostato, obediente aparato

de ambientación, que me aconseja desde su humilde y discreto oficio: ser la que dé el tono,

sin premeditación, por la vía de la sola intuición; dar lo justo y no más.

Page 11: El Jardín de Las Delicias L

11

Mientras se sigue oyendo el murmullo de la plegaria, Lais (Jovencita) se nos muestra corriendo

por el campo, con flores en las manos.

Parece muy feliz. Se revuelca por la hierba. Grita ahora.

Lais (Jovencita).—Bendita sea yo una y mil veces, que tengo la cara más bonita de la tierra, que

diez mil caimanes diminutos, blancos y brillantes, salgan de mi cuerpo para iluminarme

radiante de gozo. Bendita sea yo una y mil veces.

Revolcándose por la hierba va a dar a los pies de un hombre —Teloc—, que está con las

piernas separadas, riéndose a carcajadas, con una trompeta en la mano. Lais intenta huir. Teloc

la retiene con la mano.

Teloc.—¿Adónde vas corriendo por este bosque?

Lais (Jovencita).—No se lo diga a las monjas.

Teloc se ríe.

Teloc.—(Con mucha seriedad.) Siéntate aquí, a mis pies. (Se ríe a carcajadas.)

Lais (Jovencita).—No dirá a nadie que me he escapado...

Teloc.—Tranquila, jovencita. Cuéntame. ¿Qué te pasa?

Lais (Jovencita).—Las hermanas me han pegado y yo me he escapado.

Teloc.—¿Ves este campo?

Lais (Jovencita).—Sí.

Teloc.—¿Ves las montañas?

Lais (Jovencita).—Sí.

Teloc.—¿Ves los pájaros que vuelan?

Lais (Jovencita).—Sí.

Teloc.—Pues tú eres tan libre como ellos. Y, como ellos, cantas tu libertad por tus ojos.

Lais (Jovencita).—¿Sí?

Teloc.—Sí. De modo que límpiame los zapatos con tu falda, que los tengo muy sucios.

(Lais se queda un poco aturdida, pero lo hace, luego, con mucho mimo.) Mira mi pecho.

Lais (Jovencita).—Es muy raro.

Teloc.—Tiene pelos y el tuyo no. (Ríe.)

Page 12: El Jardín de Las Delicias L

12

Lais.—Y no solo eso. ¿Por qué tiene esas escaleras?

Teloc.—Ya las has visto. Mira, esta escalera sirve para que mis pensamientos suban de mi

corazón a mi cabeza, o bien para que mis deseos bajen de mi cerebro a mi vientre.

Lais (Jovencita).—¡Qué bien! (Silencio. Lais lo mira intensamente.) Y estas maromas... Y estas

repisas con libritos... Y estos tarros.

Teloc.—Cuidado con ellos, son muy diminutos.

Lais (Jovencita).—Hay uno muy brillante, con una etiqueta que pone: «Compota de pera».

Teloc.—(Violento.) No lo toques, dentro está mi alma.

Lais (Jovencita).—¿Su alma es una compota de peras?

Teloc.—Y la tuya, ¿qué es?

Lais (Jovencita).—Pues, no sé. Pero no importa. Las monjas me dicen que mi alma, como soy tan

mala, irá al infierno.

Teloc.—No lo creas. (Se saca un tarro del bolsillo. Es de tamaño natural.) Mira este tarro. Te lo

regalo, y, en cuanto puedas, metes dentro tu alma.

Lais (Jovencita).—¡Qué tarro tan bonito, y qué grandote! ¡Y qué dibujos tan extraños y tan bellos!

Teloc.—Ahí meterás tu alma.

Lais (Jovencita).—Pero yo no sé si la mía es compota de peras o de qué.

Teloc.—Ya lo sabrás. Yo, todo lo que le pido a mi alma lo hace.

Lais (Jovencita).—A ver. (A toda velocidad.) Que caiga ahora mismo del cielo un paracaídas de

color rojo con franjas moradas, y que lleve una esfera de cristal, y, dentro de la esfera, un pez

con alas.

Teloc.—Ahora mismo.

Cae del cielo el paracaídas.

Lais queda muda de emoción al comprobar que tiene todo lo que pedía.

No digas nada. Esto es normal. Pero, como eres una mujercita muy sensible, voy a hacer para

ti algo muy poético que la gente no sabría comprender.

Lais (Jovencita).—¿El qué?

Teloc.—¿Cuál es la canción que más te gusta?

Lais (Jovencita).—A mí me entusiasma el Ave María de Schubert, que me han enseñado las

monjas y que canto en el coro.

Teloc.—Pues, ¡hala! Canta muy bajito para que yo te acompañe.

Lais (Jovencita).—¿Con la trompeta?

Page 13: El Jardín de Las Delicias L

13

Teloc.—No, eso es muy banal. Mucho mejor. Solo tú podrás comprenderlo...

Dúo de un hondo sentimiento y de gran exaltación lírica. Lais canta el Ave María y Teloc la

acompaña tirándose pedos, logrando dar las notas convenientes en cada momento.

Lais (Jovencita).—Pero...

Teloc.—Sí, te acompaño con pedos.

Lais (Jovencita).—¡Ah, pero eso es maravilloso!

Lais canta el Ave María y Teloc la acompaña como queda dicho.

Los dos se contemplan felices, extasiados.

Finalmente, Teloc se acerca la trompeta a los labios, y en un solo, con un ritmo muy vivo, toca

el Ave María.

Se oye largo rato este solo.

Oscuridad.

La acción vuelve a «su curso» normal.

Voz de Lais.—¿Dónde están mis mujercitas?

Balar de ovejas.

El dispositivo las hace aparecer.

No os impacientéis, mujercitas. Ya voy.

Zenón gruñe y se agita.

Zenón.—Yo... yo.

Voz de Lais.— Estáte quieto, no seas bruto.

Zenón.—Solo... ovejas... yo... nada.

Aparece Lais. Lleva la cabeza llena de hilos eléctricos.

Zenón va a verla.

Page 14: El Jardín de Las Delicias L

14

Lais.—Déjame. Estoy haciéndome un encefalograma. (En efecto, los hilos van a dar a un

aparato. A Zenón.) Ayúdame. (A las ovejas, acariciándolas.) Pobrecitas, mujercitas mías.

Mañana os daré sardinas, para desayunar, que os gustan tanto. Hala, a dormir un rato. (Les

distribuye almohadones. Hace que desaparezca el dispositivo con las ovejas.) ¡Pobre de mí!

Me estoy volviendo loca... Almohadones y sardinas a las ovejas...

Y... ¿por qué no?

Zenón, enfurecido al ver lo bien que trata a las ovejas, coge un almohadón y lo destroza. Va por

más.

¿Qué haces? Cálmate.

(Zenón está furioso)

Zenón.—Solo... ovejas.

Sigue destrozando los almohadones y las plumas revolotean.

Lais.—Cálmate o te meto en la jaula. (Sigue destrozándolos furioso.) ¡Hala, a la jaula! (Lais lo

amenaza con un palo. Zenón se encoge y se tumba a sus pies. Intenta lamérselos.) Te he dicho

que no me lamas los pies. (Zenón se queda humilladísimo, a sus pies.) Y, ahora, ayúdame, que

quiero saber cómo estoy. Tú me dirás, cuando yo te lo pida, lo que sale en el encefalograma.

(Zenón va a la máquina.) Bueno. (Se recuesta en una tumbona y cierra los ojos.) Vamos a ver...

Eso es: voy a pensar en Miharca.

Silencio prolongado.

Parece que Lais está en profunda meditación.

Ahora parece agitada, de mal humor.

Zenón, muy interesado, va de un sitio para otro, contento.

Lais.—¿Qué has visto?

Zenón.—¿Dónde?

Lais.—En el papel del encefalograma.

Page 15: El Jardín de Las Delicias L

15

Zenón.—Rayitas... rayitas...

Lais.—Pero, ¿cómo? ¿Muy agitadas o poco agitadas?

Zenón.—No, rayitas, muy bonitas. (Salta feliz.)

Se levanta Lais y va a ver ella misma el resultado.

Lais.—Pues parece... Voy a pensar en Teloc. (Silencio, prolongado, de meditación. Parece

embelesada, en éxtasis. Sonríe. Dice:) ¡Teloc!

Zenón observa muy interesado la máquina.

¿Qué es lo que da?

Zenón.—Rayitas... rayitas...

Lais.—(Quitándose furiosa todos los hilos de la cabeza.) Pero, ahora que lo pienso, ¿para qué

sirve un encefalograma?, que yo sepa. No voy a parir, ni van a operarme de un riñón, ni me

van a hacer ministra. ¿Qué me importa...? ¿No me estaré volviendo loca? Mañana se lo

haremos a las ovejas. (Lloriquea. De pronto:) Señor y Dios mío. Aquí estoy, sola, en esta

tierra... Lo abandonaré todo. Dejaré de ser actriz. Me retiraré. Pero, vuelve a mí tu mirada; a

mí, la más humilde, la más triste de los mortales. Aquí estoy, intentando pasar lo menos mal

posible esta vida que me aterra, que me asusta, y para la que no estoy preparada. Haz, Dios

mío, que sea como los demás, que pueda estar tranquila, que me conforme con mi suerte...

Señor, no te olvides de esta tu indigna sierva. Ahora veo con claridad que todo lo que hago no

tiene sentido, que mi vida es un fracaso absoluto, que no merece nada la pena, y que no he

conocido el amor de nadie. (Llora.) Me pondré un cilicio en una pierna, un traje de arpillera, y

me iré a hacer penitencia. Y, si tú me lo pides, con una cucharita de café me arrancaré un ojo

y te lo ofreceré.

Mima la escena de una forma horrible, insoportable.

De pronto, fuera de sí:

Lais.—¡Basta! ¡Soo! Idiota y estúpida Lais. Idiota, idiota, idiota. ¡Una arpillera!, ¡arrancarte un

ojo! Pero te has vuelto loca... Eres una actriz famosa, la mejor. Dios te trajo al mundo por

distracción, con ayuda de cuatro nalgas taladradas por un dardo. (A Zenón.) Ven. He de

rehacer mi vida... contigo. Nos casaremos tú y yo. (Zenón acude, feliz.) Nos casaremos.

Page 16: El Jardín de Las Delicias L

16

Llevaremos una vida normal. Daremos recepciones, iremos a las carreras; yo tendré queridos;

nos compraremos la televisión y una residencia secundaria; practicaremos el yoghi y la

acupuntura... Se acabó esta vida en secreto: no tengo nada que ocultar. Abriré, por fin, mi

puerta para que todos puedan conocer mi existencia. (Gritando desaforadamente.) Soy feliz...

Trae los trajes, que nos vamos a casar ahora mismo. (Zenón va por los trajes.) Las ovejas serán

nuestros testigos. Firmarán dando una lamida. (Vuelve Zenón, rudimentariamente vestido de

novia. Al verle, Lais se ríe con una risa falsa, inquieta, atroz.) Tú, ¿de novia?

Zenón.—(Feliz.) Sí, sí, yo la novia. Tú, el novio.

Lais se coloca por encima una chaqueta de esmoquin y un sombrero de copa.

Se oye, a lo lejos, la marcha nupcial, entre balidos de ovejas.

De una manera muy bella y grotesca, los dos avanzan hacia una columna, cogidos del brazo.

Zenón se asemeja fielmente a un gorila con velo de novia. Esta escena debe ser grandiosa,

llena de música y ruidos.

Lais (Cura).—Señora Zenón, ¿acepta usted por esposo al señor Lais, y promete honrarle,

servirle y ofrecerle su vientre de llamas y miel todos los días de su vida hasta que la muerte

los separe?

Zenón.—(Muy feliz.) Muuu.

Lais (Cura).—Diga: «Sí, lo juro».

Suena el teléfono.

Lais acude a él mientras se quita el esmoquin.

Voz del presentador.—¿Está usted preparada?

Lais.—Sí, diga.

Voz del presentador.—(A la telespectadora invisible).—Haga su pregunta.

Voz de la telespectadora.—Primero quiero decirle que me encantó su interpretación en Fando y Lis.

Lais.—Gracias.

Voz de la telespectadora.—A pesar de que no me gusta nada la pieza, que me parece sin

sensibilidad, fría y copiada directamente de Romeo y Julieta... hasta en el título.

Voz del presentador.—Dispense, no estamos aquí para hacer críticas literarias.

Page 17: El Jardín de Las Delicias L

17

Voz de la telespectadora.—Pero en aquella pieza usted representaba el amor, a la mujer

enamorada... y de qué manera. ¿No se ha enamorado nunca?

Lais.—He tenido amigos.

Voz de la telespectadora.—Se cuenta que un hombre, en su infancia, cuando estaba recluida... y

luego desapareció para siempre...

Lais.—Es... era... un ser excepcional, con mil poderes que se me escapaban, mágicos... Puedo

decir el tópico de que todo lo aprendí de él... incluso en teatro. Todo me lo enseñó él.

Voz del presentador.—Muchas gracias por su respuesta, que estoy seguro habrá satisfecho a

nuestra espectadora.

Voz de la telespectadora.—Me gustaría...

Se ha cortado la emisión.

Lais queda pensativa unos instantes. Sale.

Cambio de luz.

Voz de Lais (Jovencita).— ¡Miharca! ¡Miharca! (Silencio.) ¡Miharca! ¡Miharca!

Salen MIHARCA y luego LAIS , jovencitas.

Lais (Jovencita).—Tenemos que escaparnos, tenemos que huir.

Miharca (Jovencita).—Aquí estamos bien. Las hermanas nos quieren. Estamos juntas.

Lais (Jovencita).—Vámonos. Quiero recorrer el mundo, ser libre.

Miharca (Jovencita).—Pero, ¿qué te pasa?

Lais (Jovencita).—Tú eres la única persona que me comprende. Ven aquí conmigo.

Miharca (Jovencita).—¿Qué quieres decir con «aquí»?

Lais (Jovencita).—Pues aquí.

Miharca (Jovencita).—¡Aquí! ¿Conoces a alguien fuera?

Lais (Jovencita).—No se lo dirás a nadie...

Miharca (Jovencita).—No, te lo prometo.

Lais (Jovencita).—Me he encontrado con un hombre; un ser maravilloso que tiene escaleras en el

pecho y su alma encerrada en un bote de conserva.

Miharca (Jovencita).—¿Estás loca?

Page 18: El Jardín de Las Delicias L

18

Lais (Jovencita).—Ven conmigo y verás. (Recorren juntas las columnas, salen del colegio entran y

salen, gritando como dos jovencitas traviesas.) ¡Teloc! ¡Teloc! Se llama así. ¡Teloc! (No

aparece nadie.) ¡Teloc! (Vuelve a llamar.) ¡Teloc!

Miharca (Jovencita).—Lo ves, son tus fantasmas, no existe nada de lo que dices.

Lais (Jovencita).—Estoy segura de que sí. ¡Teloc!

Miharca (Jovencita).—Me has hecho salir del colegio, escaparme, correr un riesgo por nada.

Lais (Jovencita).—Entonces, escapémonos definitivamente.

Miharca (Jovencita).—No, mira.

Lais (Jovencita).—Vámonos, escapémonos.

Miharca (Jovencita).—Quédate conmigo.

Lais (Jovencita).—Entonces Teloc no existe. Era falso. (Pausa.) Me siento muy mala, me da

mucho miedo... ¿Crees que voy a morir?

Miharca (Jovencita).—No, tonta.

Lais (Jovencita).—Sí, siento que me voy a morir. No quiero morir, aunque tenga que vivir como un

bisteck podrido toda mi vida... ¡No quiero morir, no quiero morir!

Miharca (Jovencita).—No tonta, estaremos juntas toda la vida. Haremos circo para divertirnos.

Miharca, en mimo, toca la flauta para Lais.

Lais (Jovencita).—No quiero hacer circo. Quiero meterme en una jaula pequeña con un tiesto de

flores y que tú vengas todos los días a regarnos.

Miharca (Jovencita).—Mira: los leones.

Miharca hace restallar el látigo imaginario. Los leones rugen.

Pero Lais no toma parte en el juego.

Lais (Jovencita).—Miharca, ¿crees que somos Adán y Eva en el Paraíso o que somos dos

vírgenes de Boticelli? Me gustaría pasar toda mi vida con una paloma en la cabeza y un

pañuelo de muchos colores al cuello.

Miharca (Jovencita).—¿Te pongo una inyección?

Lais (Jovencita).—¡No!

Miharca (Jovencita).— Súbete las faldas por detrás, que te voy a vacunar contra el mal de ojo.

Lais (Jovencita).—No, no quiero.

Page 19: El Jardín de Las Delicias L

19

Miharca (Jovencita).— ¿Te das cuenta de cómo me tratas? Todo lo hago por ti y tú me rechazas.

Adiós, me voy.

Se va corriendo.

Lais (Jovencita).— ¡Miharca! ¡Miharca!

Llora, sola y desconsolada.

Entra Teloc, vestido mitad de jugador de rugby, mitad de leñador.

Teloc.—Jovencita de poca fe...

Lais (Jovencita).—Estabas ahí, estaba segura.

Lais quiere limpiarle los zapatos con su falda.

Teloc.—No me toques.

Lais (Jovencita).—Me habría gustado que te conociera mi amiga Miharca. Nos hemos escapado

del colegio para verte.

Teloc.—Dime que me quieres más que a nadie.

Lais (Jovencita).—Soy muy feliz... Átame a un árbol y dame miedo.

Teloc.—¿Quieres que juguemos al rugby?

Lais (Jovencita).—Sí, vamos a jugar.

Se echan el balón y juguetean. Se lo disputan por el suelo. Teloc oprime a Lais con su

cuerpo.

¡Cuánto pesas, me oprimes!

Teloc.—¡Pobrecilla!

Lais (Jovencita).—¡Qué daño me haces con el casco!

Teloc.—Pues me es muy útil.

Lais (Jovencita).—¿Para qué?

Teloc.—Con este casco puedo viajar por el futuro y por el pasado.

Lais (Jovencita).—¡Yo quiero viajar!

Page 20: El Jardín de Las Delicias L

20

Teloc.—¿Adónde quieres ir?

Lais (Jovencita).—¿Al futuro? Al pasado. Quiero ver a Cleopatra, a Cristo con la Magdalena,

quiero ver a Brueghel, quiero ver a los cosmonautas de dentro de mil años, quiero ver a Buda,

y a Jerónimo Bosco.

Teloc.—A todos los verás; pero, antes, dime cuántas palomas caben en un deseo.

Lais (Jovencita).—(Pensando.) Siete y once. Pero en mis deseos, ahora, solo cabes tú.

Teloc.—Muy bien. Entonces, si tan bien se te dan las matemáticas, vas a poder llegar muy

lejos... serás actriz.

Lais (Jovencita).—¿Actriz?

Teloc.—¿No te gusta?

Lais (Jovencita).—Oh, sí, me encantaría. Pero no tengo memoria y me daría muchísima

vergüenza enseñar las piernas y los muslos.

Teloc.—Tú harás lo que quieras.

Lais (Jovencita).—¡Ah!, bueno.

Teloc.—Pero, ¿tanta vergüenza te daría enseñar las piernas?

Lais (Jovencita).—Oh, sí, muchísima. Las monjas me han dicho que Dios siempre ve cuando

hacemos acciones feas y que ni siquiera para ir a la cama tenemos que desnudarnos porque

Dios nos vería. Y por eso nos bañamos con grandes camisones que tienen una abertura en

los lados para darnos jabón por allí.

Teloc.—Entonces, enséñame tus muslos.

Lais (Jovencita).—(Asustada.) ¿Mis muslos?... Pero eso es pecado.

Teloc.—(Enfadado.) ¡Ah!

Lais (Jovencita).—Pero si quieres, por ti... (Se levanta un poco las faldas.) ¿Vale así?

Teloc.—Pero eso no es ni siquiera las rodillas.

Lais (Jovencita).—Pero es que más...

Teloc.—(Enfadado.) Ah, bueno.

Lais (Jovencita).—No te enfades.

Teloc.—Si no me enfado.

Lais (Jovencita).—Me había parecido.

Teloc.—Yo lo que te digo es que si fueras mi amiga...

Lais (Jovencita).—Bueno, mira.

Se levanta rápidamente las faldas y descubre un momento sus muslos.

Page 21: El Jardín de Las Delicias L

21

Teloc.—Pues no he visto nada.

Lais (Jovencita).—¿Hay que enseñar más tiempo?

Teloc.—Pues, claro, quiero ver tus muslos.

Lais (Jovencita).—Pero es que eso va a ser muy malo.

Teloc.—Tienes que enseñarme los muslos hasta que yo diga basta y cerrar los ojos.

Lais (Jovencita).—Bueno... pero luego voy a tener que confesarme... Diré que hizo viento y que...

pero no puedo mentir... Bueno.

Como quien se tira de lo alto del trampolín, Lais enseña sus muslos largo rato. Teloc se le

acerca y con un lápiz de color escribe la palabra Esperanza en sus piernas: espe en una

pierna, ranza en la otra.

¿Qué haces?

Teloc.—Ya puedes abrir los ojos y bajarte las faldas.

Lais (Jovencita).—¿Qué has hecho?

Teloc.—Te he pintado un letrero.

Lais (Jovencita).—Píntame otros... me ha dado mucho gusto.

Teloc.—Silencio, que ahora vamos a viajar en el tiempo.

Lais (Jovencita).—Pero me habías dicho que iba a ser actriz.

Teloc.—Claro, serás actriz, y así serás la reencarnación de Dios en la tierra, serás el Mesías,

asumirás todos los dolores y los goces del mundo entero. Te pegarán, te darán suplicio, te

amarán... y, luego, te quitarás la máscara, como en la vida.

Lais (Jovencita).—Oh, sí, dame suplicio enseguida.

Teloc.—¿Qué suplicio quieres?

Lais (Jovencita).—No sé.

Teloc.—Entonces...

Lais (Jovencita).—Sabes que, de vez en cuando, me vuelvo muy religiosa y creo mucho en Dios y

le hablo y me pongo por la mañana un cilicio, y voy desde mi cuarto hasta la iglesia con mi

cilicio hecho de puntas de alambre en lo alto de la pierna y siento un gran dolor y, cuando

estamos en la misa, yo veo que hago eso por Dios y Dios me sonríe y siento muy bien a Dios

en mi pierna, y cómo me da las gracias y cómo seremos amigos Dios y yo toda la vida. Y

cuando termina la misa, vuelvo a mi habitación impaciente, y entonces llega el momento más

terrible: cuando tengo que quitarme el cilicio; porque es muy doloroso y, como la pierna está

inflada, al arrancar las púas incrustadas en la carne, sale sangre y un dolor infinito, y entonces

Page 22: El Jardín de Las Delicias L

22

veo cómo Dios me rodea por todas partes y me tiene sobre sus rodillas contra su vientre, y yo

estoy allí llorando, calentita, junto a él, y ni temo al infierno, ni al purgatorio, ni a los mil

castigos que voy a recibir por mis infinitos pecados y por escaparme del colegio, y por

rebelarme contra las hermanas y por no agradecerles que, siendo una simple hija de padres

desconocidos, ellas me acojan con todo amor...

Teloc.—¡So burro!

Lais (Jovencita).—Te ríes de mis cosas, ¿verdad?

Teloc.—No quiero que, en mi presencia, abras tu álbum de familia.

Lais (Jovencita).—Y, ¿qué clase de actriz seré?

Teloc.—¿No querías viajar?

Lais (Jovencita).—Oh, sí.

Teloc.—Pues ponte el casco.

Lais (Jovencita).—Dime, ¿cantaré, bailaré?

Teloc.—No, solo serás actriz.

Lais (Jovencita).—¿Me dejas que baile para ti?

Teloc.—Pero, ¿también sabes bailar?

Lais (Jovencita).—Oh, sí. Yo me hago mis bailes para mí sola, y mis canciones; y cuando nadie

está conmigo me imagino bailando en un palacio. Mira, mira.

Lais baila de una manera que nada tiene que ver con el baile: una convulsión histérica.

Comienza a toda velocidad y luego se hace lento. Con las manos, con mucha inocencia, frota

su vientre, y se echa hacia atrás como una loca.

Todo cobra un aire loco y convulsivo. Lais acaba cabeza abajo, de un modo absurdo.

Teloc.—Bueno. ¿Es este tu baile?

Lais (Jovencita).—Baila conmigo. Ven.

Teloc.—No, ya cantamos juntos el otro día. Y no tengo vocación de equilibrista.

Lais (Jovencita).—¡Ah, sí, qué bonito! ¿Sabes que eso, y lo de nuestra canción, no se lo he dicho

a nadie, ni siquiera a Miharca?

Teloc.—Bueno, te besaré en la frente. (La besa en la frente.)

Lais (Jovencita).—¡Otra vez!

Teloc.—Pero, ¡qué hambrona que eres!

Lais (Jovencita).—Mira, me pongo el casco. (Se pone el casco.)

Teloc.—Y viajarás por el tiempo.

Page 23: El Jardín de Las Delicias L

23

Lais (Jovencita).—Mira... ¡Ay! ¡Ay!... Mi cabeza da vueltas... ¡Ay! ¡Ay!

Cae sobre Lais una especie de cono transparente, de luz giratoria.

En una pantalla situada entre dos columnas, que acaba de bajar del techo, empiezan a verse

unas imágenes borrosas.

Teloc.—Aprieta en los botones del casco y podrás viajar por el futuro y por el pasado.

Lais aprieta los botones. Como en una linterna mágica, aparecen ahora, y desaparecen, unas

proyecciones, según vaya Lais apretando o no los botones.

Todo el escenario está bañado en una atmósfera extraña provocada por las luces, verdaderos

fuegos artificiales.

Música rara.

Al fondo, ruido de botas militares, de bombas.

De pronto, surgen las imágenes sobre la pantalla:

—Supermán corriendo con su amada en los brazos.

—El perro, de Goya (uno de sus últimos cuadros).

—Campo de batalla de la última guerra: imagen desoladora.

—Una Alicia gigantesca.

—Aviones negrísimos en pleno bombardeo.

—El profesor y la cabaretera de El ángel azul.

—Desolación guerrera del tiempo de la guerra de los Cien Años.

—Dos enamorados de Chagall.

—Un gran letrero de publicidad.

—El cuadro El nacimiento de Arrabal.

—El jardín de las delicias, de El Bosco.

Vuelven a pasar las mismas imágenes, a toda velocidad, hasta que Lais se quita el casco.

Vuelta a la «normalidad».

Lais (Jovencita).—No sé usarlo. Todo ha ido muy deprisa.

Teloc.—Con los botones puedes ir hacia adelante o hacia atrás.

Lais (Jovencita).—Me ha dado mucho miedo.

Teloc.—Pero, mujercita...

Lais (Jovencita).—Es horrible, es horrible... la guerra.

Page 24: El Jardín de Las Delicias L

24

Teloc.—Es que no sabes hacer funcionar el casco. Es muy sencillo: tienes que apretar el botón

rojo para ir al pasado, y esa agujita que movías sin control te marca el sitio, el siglo. Luego, si

quieres ir al futuro, aprietas el botón negro. Pero tú movías la aguja sin sentido.

Lais (Jovencita).—No lo sabía: pero no quiero ver el pasado, tengo mucho miedo.

Teloc.—¿Por qué?

Lais (Jovencita).—Hay muchos muertos, muchas guerras, muchos sufrimientos.

Teloc.—¿Pero no querías que te diera suplicio?

Lais (Jovencita).—Eso es diferente. Si me das suplicio es porque me quieres, y así estás junto a

mí, y siento cómo vives.

Teloc.—Entonces tiraremos el casco.

Lais (Jovencita).—¡Oh, no! Quisiera ver otras cosas; quisiera volver a ver algunos de los ritos de

mi vida: la ceremonia de mi primera comunión. Y las que vendrán: mi boda, mi muerte...

Suena el teléfono.

Oscuridad.

La acción «vuelve a su curso normal».

Luz «normal».

Sigue sonando el teléfono en la escena vacía.

Entra Zenón, intenta descolgarlo; tira por el aire los anuarios y rompe las hojas mientras ríe.

Las ovejas balan.

Voz de Lais (Adulta).—Pobrecitas mías, callaos. Esta noche os contaré el cuento de Alicia. Pero

ahora callaos, que me llaman.

Las ovejas balan.

Entra en escena Lais.

Lais.—Mira, bruto, lo que has hecho. (Lais está nerviosísima, queriendo responder al teléfono

que la llama y reñir, al mismo tiempo, a Zenón, y atarlo.)

No te puedo dejar tranquilo ni un solo instante. No haces más que tonterías. Todo lo

destruyes. Me has roto los trajes, los zapatos y, ahora, mis libros. (Lais está a punto de llorar.)

Pero, Dios mío, ¿qué he hecho yo para merecer este castigo? ¿Qué he hecho yo que no

puedo ser nunca feliz? Y, ahora, cállate. Te ataré para que estés tranquilo. Y si te portas peor

te meteré en la jaula, y estarás ahí encerrado día y noche.

Page 25: El Jardín de Las Delicias L

25

Zenón está ahora cabizbajo, como muy enfadado consigo mismo.

Zenón.—Yo... malo... Yo... te quiero. (Intenta besarla, abrazarla.)

Lais.—Estáte quieto. ¿No ves que me llaman? Déjame tranquila. Te voy a llevar a un zoo, a

una perrera, a un asilo. No sé por qué tengo que sacrificarme por ti. (Lo ata a una columna.

Zenón intenta besarla.) Y, ahora, cállate, y no te muevas.

Sigue sonando el teléfono. Lais lo coge.

Voz del presentador.—Estamos otra vez con usted. No quisiéramos importunarla.

Lais.—No me molestan, al contrario.

Voz del presentador.—Una de nuestras telespectadoras quiere formularle una pregunta.

Lais.—La escucho.

Voz de la telespectadora.—Creo que es usted la mujer más bella que conozco...

Lais.—No diga usted esas cosas. Hay muchas mujeres bellísimas, y yo...

Voz de la telespectadora.—Precisamente, esto de ser la mujer más bella, ¿no le causa una

impresión extraña?

Lais.—Nunca me he encontrado bella. Por el contrario, de niña siempre supuse que era fea. En

los lugares donde pasé mi infancia, las personas que me educaron decían que no era bella. Y,

durante muchos años, pensé que era uno de los seres más horribles de la tierra. Me

imaginaba que nunca podría... tener un novio. Y que si un día quería... «ser mujer» solo podría

lograrlo con un monstruo, o con un hombre anormalmente feo al que pagara sus servicios.

Durante mucho tiempo... (Duda.)

En ese momento se oye claramente que Zenón dice, aprovechando el silencio, y con mayor

claridad que de costumbre:

Zenón.—Quiero... darte... por el culo.

Lais tapa con su mano el micrófono y, con gesto de violencia, dice a Zenón que se calle.

Lais.—(A Zenón.).—Me las pagarás.

Voz del presentador.—¿Le pasa algo? ¿Se encuentra mal?

Page 26: El Jardín de Las Delicias L

26

Lais.—Oh, no, nada... Decía que...

Voz del presentador.—En cualquier caso, ya ha contestado suficientemente.

Voz de la telespectadora.—Muchas gracias, y sepa que la admiro muchísimo.

Lais cuelga el teléfono. Va a Zenón, medio llorando de rabia y vergüenza.

Lais.—Mira lo que has hecho. ¿Qué pensará todo el mundo de mí? ¡Oh, Dios mío, qué

vergüenza la mía! ¡Qué suplicio! Pero, ¿por qué a mí?, ¿por qué a mí? Desgraciada... (Coge a

Zenón, lo mete en la jaula y lo iza en medio del escenario.)

Y no te volveré a sacar de ahí. Ahí te vas a quedar encerrado para siempre. Me olvidaré de ti.

Eres un monstruo. Solo buscas mi perdición.

Zenón.—Yo... te... quiero.

Lais.—Déjame de monsergas. Si me quisieras, si me quisieras de verdad...

Zenón llora de una manera muy animal, dando unos enormes silbidos.

Sí, eso es, llora, llora; más tendría que llorar yo, y me callo.

Mucho más. Es un calvario mi vida por tu culpa. Y, ahora, me quedaré siempre con mis

ovejitas.

Las ovejas balan. Lais se va con ellas desapareciendo de la vista de

los telespectadores. Se oye cómo les dice:

Voz de Lais.—¡Pobrecitas mías! Solo os quiero a vosotras, mujercitas mías. Vosotras sí que sois

adorables. A vosotras os querré siempre. Voy a escribir para vosotras un centenar de sonetos

y os los leeré antes de dormirme. ¡Hala, un besito a cada una!

Se escuchan los besitos.

Oscuridad.

Cambio de luz.

Entra Miharca (Jovencita).

Miharca (Jovencita).—Lais, Lais, ¿dónde te escondes, Lais? (Sale Miharca.)

Page 27: El Jardín de Las Delicias L

27

Se oye el murmullo de una oración.

Se diría que es Lais la que reza. En efecto, está de rodillas. En

realidad, está ante un Frankestein de tamaño casi normal, pero de juguete.

Cuando la luz se concentra sobre ellos, Lais se levanta, pone unas

velas alrededor de Frankestein y las enciende con mucho mimo.

Lais (Jovencita).—(A Frankestein.) Y yo sé que tú me comprenderás,

que tú sí me querrás, por muy horrible que sea... Sé que a ti no te puedo dar asco,

como estoy segura de que se lo daré a los demás hombres. Tú serás mi novio secreto.

Y, un día, si no te repugno demasiado, me dejarás que me haga mujer y que

haga el amor contigo. Sabes que soy muy fea y muy sucia. Voy al váter por lo menos una

vez al día, y es muy sucio; me da mucha vergüenza. Creo que por eso es por lo que los

demás hombres no querrán nada de mí. Y, además, una vez al mes... Y huelo, a

veces, muy mal... creo que incluso por la boca; nadie me lo dice, ni mis compañeras ni las

monjas, para no darme disgustos, pero estoy segura de que huelo como la madre

Concepción; y que yo misma no me huelo, pero es porque como estoy día y noche con

mi olor me he acostumbrado a él. Además, estoy muy mal formada,

tengo huesos que me salen por todas partes en vez de tener la carne redondita que hace

tan bonito, y yo creo que mi nariz no es normal. Yo creo que en cuanto la gente me ve dicen:

«Qué barbaridad, qué nariz tan horrible, tan deforme», y me da mucha vergüenza y no sé en

dónde meterme, pero sé que tú me comprendes y me quieres a pesar de lo monstruosa que

soy. ¿Sabes?, como veo que soy tan fea y tan sucia, de vez en cuando me digo que

quiero ser una digna novia de mi novio Frankestein, y entonces me paso una semana o dos

sin lavarme ni siquiera las manos. Y al final tengo las uñas negras y la cara llena de churretes

y me damucho gusto pensar que tú así me querrás, y solo tú...

Voz de Miharca (Jovencita).—Lais, Lais, ábreme.

Lais le abre tras haber apagado las velas y tapado a Frankestein con una sábana.

Miharca (Jovencita).—¿Por qué te encierras?

Lais (Jovencita).—Estaba aquí... aquí...

Miharca (Jovencita).—¿Sabes que he soñado contigo?

Lais (Jovencita).—¿Sí?

Page 28: El Jardín de Las Delicias L

28

Miharca (Jovencita).—He soñado que me matabas. Pero, después de muerta, venía a verte y tú

me dabas de comer un pedazo de pan blanco. ¡Qué horrible!

Lais (Jovencita).—¿Cómo puedes soñar esas cosas?

Miharca (Jovencita).—Era horrible verme muerta y estar comiendo tu pan blanco. ¡Qué atroz!

Lais (Jovencita).—Pero, ¿por qué te mataba?

Miharca (Jovencita).—Me matabas para poder triunfar, para entrar en el Jardín de las Delicias. Era

un sacrificio. Júrame que me odias.

Lais (Jovencita).—¿Odiarte a ti? (Suena la campana.) Escucha, tocan a dormir.

Miharca (Jovencita).—Vamos.

Lais (Jovencita).—No, quédate.

Miharca (Jovencita).—Pero está prohibido.

Lais (Jovencita).—No importa, vamos a hacer como que somos libres.

Miharca (Jovencita).—¿Jugamos?

Lais (Jovencita).—Sí, ¿a qué?

Miharca (Jovencita).—¿Sabes? Me gustaría hacer de Casto José, y tú de Jesús.

Lais (Jovencita).—Eso es muy difícil.

Miharca (Jovencita).—Mira, acuéstate, yo te acuno. Pobrecito, hijo mío adorado, que vas a redimir

al mundo, con tantos dolores, con clavitos en las manos...

Lais (Jovencita).—Pero voy a hacer milagros, a lograr que los paralíticos anden, que los ciegos

vean.

Miharca (Jovencita).—Ahora que ya vas a ser un hombre, mira lo que he traído.

(Miharca saca un cuchillo muy grande y reluciente)

Acuéstate

Lais (Jovencita).—Pero eso me da mucho miedo.

Miharca (Jovencita).—Acustate así, en el suelo.

Lais se acuesta con mucha aprehensión. Miharca la besa en la punta de los dedos, en la frente,

en los pies.

Lais (Jovencita).—¿Qué haces?

Miharca (Jovencita).—Cállate, es un rito. (Miharca actúa como en un rito: alza muy alto el cuchillo)

Grita muy fuerte ahora. (Lais grita sin convicción.) ¡Más fuerte!

Page 29: El Jardín de Las Delicias L

29

Lais grita con todas sus fuerzas mientras que Miharca hace como que le corta con el cuchillo en

el vientre.

Miharca (Jovencita).—Ya está. Míralo. (Miharca muestra feliz un trocito de algo que brilla entre sus

dedos.)

Lais (Jovencita).—Pero, ¿qué has hecho?

Miharca (Jovencita).—Te he hecho la circuncisión.

Cañonazos, muchos cañonazos, seguidos de una música de violín.

Oscuridad.

El escenario se transforma en una prisión; proyecciones; sobre la escena en sombras, de

barrotes y rejas.

Se escucha el llanto de LAIS sola en escena.

LAIS – (Como en un susurro.) No quiero vivir en la cárcel, quiero que me liberen… ¿qué he

hecho yo, pobre de mí? ¿Por qué tengo que estar sola, día y noche, con esta luz eléctrica en

los ojos? (Gritando.) ¡Quiero ser libre! (Pausa) Estoy encerrada, incomunicada en la cárcel,

olvidada de todos. Sólo vienen a verme una vez al día los carceleros para traerme pan, agua y

rancho. (Alborozada.) Pero, ¿qué es esto? (Coge algo del suelo, feliz.) Una cucarachita, una

cucarachita… ¿Serás mi amiga? ¡Oh, qué feliz soy! Mira que grandota es mi celda para ti.

Toda para ti. Estás llena de polvo. No te preocupes, cuando me den la sopa cogeré el trozo de

tocino y con él bien reseco te daré brillo. Vas a ser la cucaracha más guapa del mundo. Ya

puedes estar contenta. Ya ves, yo no puedo dar nada más que tres pasos arriba y tres pasos

abajo. Pero tú puedes hacer hasta una carrera de fondo. Y si quieres te ataré un hilo en la

pata y pasarás por debajo de la puerta para ir de exploración… Y luego me cuentas cómo son

los pasillos. Y cuando venga el carcelero por las noches, y para fastidiarme y que no pueda

dormir me eche un cubo de agua en la celda, pues tú y yo nos pondremos en cuclillas sobre el

retrete, y nos quedaremos allí hasta que el agua se seque. Lo vamos a pasar muy bien. Y

cuando yo llore no te preocupes; no lloraré por ti. Lloraré porque soy muy desgraciada; y

cuando grite y parezca desesperada, entonces dime algo a la oreja porque es que quiero

suicidarme bebiéndome mis orines o dándome con la cabeza en los barrotes.

Cañonazos y música de violín.

Oscuridad.

Cambio de iluminación.

Page 30: El Jardín de Las Delicias L

30

Lais.—¡Teloc! ¡Teloc!

Teloc.—Cálmate, cálmate. Estoy aquí esperándote.

Lais (Jovencita).—¡Hazme actriz! ¡Hazme actriz! Quiero ser la mujer más bella del mundo. Quiero

ser actriz, triunfar, no ser siempre la huerfanita castigada por las monjas y a la que el corazón

se le vuelve ciego y lleno de agujeros.

Teloc.—¡Ser actriz...! Y, ¿para qué?

Lais (Jovencita).—Para... no sé... para poder vivir mil vidas que no tengo, para poder ser alta, y

guapa, y femenina, o fea, pequeña y adorable; o para subirme en un trapecio, y saber que no

soy nada más que yo y poder ser los otros, y así hacer más humanos a todos los héroes y

heroínas del mundo, y para convertirme a mí misma en un caleidoscopio salvaje y ordenado.

Teloc.—Serás la mejor. ¡Conquistarás el mundo!

Lais (Jovencita).—Entonces quiero ver la noche de mi mayor triunfo. Haz que la vea. Ponme el

casco sobre la cabeza y haz que la vea.

Teloc.—¡Sabes que los objetos hablan! (Pausa.) ¿Para qué ir hacia tu futuro? Deja mejor que la

sorpresa te inunde con su tempestad y sus guijarros.

Lais (Jovencita).—No, no. Ponme el casco, quiero ver la noche de mi triunfo.

Teloc.—Pero si es muy sencillo: puedes hablar con los objetos y éstos te responderán.

Lais (Jovencita).—Ponme el casco.

Teloc.—Voy... Mira, ¿has visto la barca en el pantano?

Lais (Jovencita).—Sí, sí, la he visto.

Teloc.—¿Has visto sus remos solitarios y su soledad?

Lais (Jovencita).—Sí, pero ponme el casco.

Teloc.—La barca lleva la muerte. Puedes hablar con ella y preguntarle lo que quieras.

Lais (Jovencita).—No quiero morir, quiero ser libre y vivir siempre, siempre...

Teloc.—¿Y el río?, ¿y la calle?, ¿Quieres hablar con ellos?

Lais (Jovencita).—Ponme el casco.

Teloc le pone el casco.

Oscuridad.

Iluminación muy extraña.

Ambiente tétrico.

Del techo cuelgan infinidad de ramos de flores boca abajo y, junto a ellos, cintas con el

nombre de Lais. Todo un canto tétrico y fúnebre.

Page 31: El Jardín de Las Delicias L

31

Una voz.— Lais, soy un viejo productor. Créeme, no he visto en toda mi vida un éxito tan

portentoso. Ha estado usted divina. Nadie puede igualarla; tendrá a la prensa a sus pies. Las

personalidades del mundo entero que han venido para verla se van a deshacer en elogios. He

oído a los mejores hablar de usted. Todos tenían la misma palabra en la boca: genial.

Permítame que se lo diga: ha estado usted genial, sin parangón.

Voz de Lais.—Gracias, muchas gracias.

La voz.—No me dé a mí las gracias. Yo sí que se las doy a usted en nombre del arte dramático.

Adiós, que tenga un feliz sueño.

Portazo.

Lais entra y da varias vueltas, al parecer muy contenta, en el centro de la habitación.

Mira después las flores, un poco asustada.

Se detiene, de pronto, junto al espejo. Se mira en él con recelo. Hace unas muecas grotescas

y se vuelve feísima.

Finalmente se da a sí misma un violento bofetón.

Lais.—¿Quién eres tú? ¡Tiparraca! Ya los has engañado a todos. ¡Pobre de ti! (En otro tono.)

Mañana mismo abandono el teatro y me marcho lejos, muy lejos: a cazar a la selva. Y viviré

sola con las fieras. (Se coloca un casco colonial en la cabeza y una serpiente al cuello. Toma

un rifle y mira el efecto en el espejo, adoptando una pose extremadamente marcial.) Eso es,

seré exploradora. Hablaré con los monos. Me aplastaré los senos, me pondré un taparrabos y

saltaré de liana en liana gritando: (Grita y mima la acción.) «¡Aah, aah, soy Tarzán».

Descubriré el estructuralismo... (De pronto, se vuelve inquieta y descubre algo entre las flores:

un catafalco en el que yace un busto de mujer y, más alejadas, las piernas en alto.) ¡Miharca!

¡Miharca! ¿Qué haces? ¿Estás muerta...? ¿Quién te ha hecho esto? Y tus ojos... ¿Quién te ha

matado de un modo tan salvaje? Miharca. Soy yo, Lais... ¿Cómo es posible?

Lais corretea por la habitación.

Cañonazos.

Música de violines.

Oscuridad.

Proyecciones:

Page 32: El Jardín de Las Delicias L

32

—Cuadro de Brueghel.

—Cuadro de El Bosco.

—Cuadro de Goya.

—Barrotes de prisión.

—Tomas de ciudades destruidas.

—Prisioneros.

—Niños hambrientos.

—Aviones: bombardeos.

—Cuadro de Brueghel.

—Cuadro de El Bosco.

—Cuadro de Goya.

—Barrotes de prisión.

Oscuridad.

Cañonazos.

Música de violines.

Silencio.

Lais intenta quitarse la máscara. Solloza.

Teloc.—¿Qué te pasa?

Lais (Jovencita).—¡Otra vez!

Teloc.—Has vuelto a ver...

Lais (Jovencita).—La muerte... Es una pesadilla.

Teloc.—Mi pobre Lais.

Lais (Jovencita).—¿Me quieres?

Teloc.—Te odio con todas mis fuerzas.

Lais (Jovencita).—¡Qué gusto me da cuando me lo dices así de bien! No podré ya querer a nadie

que no seas tú.

Teloc.—Vete.

Lais (Jovencita).—¿Me echas de tu lado?

Teloc.—Tienes que acostumbrarte a vivir sin mí.

Lais (Jovencita).—Prefiero estar muerta.

Teloc.—¡Vete! Corre a tu triunfo.

Lais (Jovencita).—Méteme en un bolsillo de tu pantalón, que me pierda allí con la calderilla y que

cuando tengas que comprar una caja de cerillas me des como moneda.

Page 33: El Jardín de Las Delicias L

33

Oscuridad.

La acción vuelve a su «curso normal».

Iluminación «normal».

Zenón, encerrado en la jaula, en lo alto, se remueve con impaciencia.

Zenón: Lais... Libé... rame.

(Lais se quita los zapatos con mucho mimo)

Mírame.

Lais, sin mirarlo, canta su canción muy tiernamente.

¡Lais! (Zenón ruge.)

Lais se quita el vestido, vaporoso, de tul; y un corsé muy moderno. Luego, juntando las manos,

canta su canción con todo el mimo y amor de que es capaz; se diría que vuela por los aires.

Zenón: Ven... bájame.

Lais: Has sido malo.

Zenón.— No... yo... no... malo... yo... quiero... tú. (Lais sigue cantando como si no le hiciera

caso.) Bájame.

Lais.—Ya solo quiero a las ovejas, canto para ellas, todo mi dinero se lo dejaré en herencia, y

para ti nada; ellas tendrán derecho sobre todos mis discos, mis fotos...

Zenón.—Ovejas... malas... yo... odio.

Lais.—Las ovejas son buenecitas, están siempre calladas, salvo cuando balan. Y pronto

hablarán como tú, y les pondré alas para que vuelen por la casa, y a alguna le pondré aletas y

se convertirán en ovejas tiburones, y serán la admiración de todos.

Zenón.—Yo... mejor.

Lais.—Tú... imposible.

Zenón.—Me odias... Solo ovejas... para ti.

Page 34: El Jardín de Las Delicias L

34

Lais.—Y les pondré cuernos. Sí, les pondré cuernos en el lomo para que embistan de lado, y

luego les compraré castillos, uno a cada una para que, desde las terrazas, puedan contemplar

el mundo mientras pacen. Y a las que se pongan enfermas no las llevaré al hospital de los

incurables, sino a una ciudad con canales para que se curen bañándose con las cigüeñas. Y

para ti, nada. Y canto para ellas.

Zenón.—Canta... para mí.

Lais.—No, canto para ellas.

Zenón.—Ellas... no oyen.

Lais.—Sí, sí, oyen. (Lais canta para las ovejas.) Y les compraré gafas de sol, y a cada una le

traeré un novio bronceado. Y las ovejas balarán tan alto que la gente se tendrá que poner

medias de todos los colores; y por la noche todas las ovejitas estarán en su dormitorio con sus

cabecitas sobre el almohadón soñando con los angelitos.

Zenón.—Ovejas malas... ovejas putas.

Lais.—Te prohíbo que las insultes. ¡Pobrecitas! (Canta para las ovejas.)

Zenón.—No te oyen.

Lais.—Sí me oyen.

Zenón.—Déjame... te aplaste... la nariz.

Lais.—Solo piensas en hacerme daño.

Zenón.—Déjame... un poquito... Te aplasto un poquito... no te haré sangre.

Lais.—Ya ves. Hago bien en tenerte encerrado.

(Zenón, desde lo alto, le echa una cuerda)

¿Qué es eso?

Zenón.—Átate... la cuerda... al pie. Puedo... tocarte... cuando... la cuerda... te toca.

Lais.—Eres malo.

Zenón.—Di... que... me quieres... más... que a las ovejas.

Lais.—No.

Zenón.—Di... que me quieres... más... que... a la amiga... que mataste... cruelmente.

Lais.—¿Quién te ha contado eso? (Fuera de sí.) Te odio con todo mi corazón. Ya no te sacaré

nunca más de la jaula. (Lais sube aún más la jaula de Zenón.) Creía que contigo estaría

tranquila, y tú... tú también. Pero, ¿cómo se te ha ocurrido? Eres un monstruo. Dime, ¿es que

sales de vez en cuando? ¿Es que los vecinos te hablan?

Zenón.—(Informando con toda claridad.) He matado... a las ovejas.

Lais.—(Fuera de sí.) ¿Has matado a mis ovejas? Ovejitas, ovejitas, ¿dónde estáis? Soy yo.

¡Bee! ¡Bee! (Recorre el escenario llamándolas. Sale del escenario.)

Page 35: El Jardín de Las Delicias L

35

Voz de Lais.—Ovejitas, ovejitas mías.

Silencio prolongado.

Se oye un murmullo, como un quejido, y, después, un grito.

¡Me has matado a las ovejas! ¡Has degollado a mis ovejas!

Silencio.

Entra Lais con una oveja degollada en los brazos.

La deposita en el centro del escenario, exactamente bajo la jaula de Zenón, y se arrodilla junto

a ella —parece que solloza— y pone su cara pegada a la oveja. Solo se escucha un susurro

entrecortado de gemidos.

Zenón.—Solo... para mí... ahora.

(Lais continúa llorando)

Llora... por mí.

Sigue Lais en la misma posición, llorando.

De pronto, un líquido cae de la jaula.

Lais.—Pero, ¿qué estás echando desde ahí arriba?

Zenón.—Eso... eso... hazme caso... háblame.

Lais sigue recibiendo, junto con la oveja, el mismo goteo.

Lais.—Pero, ¿qué haces?

Zenón.—Cago... en ti. Para que me... hagas caso.

Lais mira con odio hacia arriba.

El telón cae con toda rapidez mientras se produce un grito entrecortado de histeria.

TELÓN

Page 36: El Jardín de Las Delicias L

36

ACTO II

Lais, en escena al alzarse el telón, canta su canción, como en el primer acto, de una forma

muy romántica. Oculto al público, Zenón la acompaña con ruidos de satisfacción.

En el escenario, mientras continúa la canción y los ruidos, el proyector ilumina solamente a

Lais.

Al término de la canción, Lais salta de gozo. Vemos, entonces, a Zenón que, en cuclillas, servía

de asiento a Lais.

El escenario se ilumina por completo.

Sobre nueve tenderetes, situados a distintas alturas, están las ovejas, es decir, lo que queda

de ellas: sus esqueletos (tres de ellos llevan pegados aún pedazos de cuero, de piel

putrefacta).

Lais.—(Correteando tras Zenón.) A pesar de haberme matado a mis adoradas ovejas, te quiero,

Zenón.

Zenón corretea muy contento, se sube por los andamios, se cuelga de uno de ellos boca abajo.

En esta posición, le tiende los brazos a Lais.

Se abrazan. Zenón aplaude satisfecho.

Zenón.—¡Huevo! ¡Huevo!

Corretean por la escena, felices.

Lais.—Eres mi cucarachita de menta. ¡Mi tesoro de ciénaga y sombrillas, y mi corazón

desarbolado de hachas!

Zenón.—Te... quiero... te quiero...

Siguen correteando.

Escena delirante de amor morboso.

Zenón trae un huevo gigantesco con una abertura, en el que se ven dibujos de El Bosco.

Page 37: El Jardín de Las Delicias L

37

Lais.—Nadie sabe que eres superior a todos los hombres de la tierra, que solo tú te alzas hasta

las nubes con tus manos como águilas reales y como tiburones submarinos.

Zenón.—¡Huevo! ¡Huevo!

Corretean por el escenario.

Zenón juguetea torpemente con el huevo.

De pronto, Lais se detiene, se inmoviliza en el centro, con las manos juntas, en actitud de

plegaria.

Zenón la mira.

Lais.—Sabes, Zenón... he rezado por ti. He rezado por ti a Dios.

Zenón.—(Riendo.) Tú... atea.

Lais.—Sí, pero he rezado a Dios por ti para que seas muy feliz, aunque yo deba sufrir por ti;

para que tengas todo lo que quieras, para que te salves, cuando te mueras, y vayas al cielo.

Dios y el cielo tienen que existir, tienen que existir para ti que eres tan bueno.

Mientras dice todo esto, Zenón, con toda unción, le levanta las faldas y le besa las rodillas.

Zenón.—¡Huevo! ¡Huevo!

Se persiguen de nuevo.

Zenón la alcanza y la arrastra por los pelos.

Lais.—Cuidado, Zenón, que me haces mucho daño.

Zenón ríe feliz hasta que logra meterla en el huevo.

Los dos en el huevo; no puede verse lo que hacen.

Mientras tanto tiene lugar la celebración un rito maravilloso de amor.

Caen flores sobre este inmenso huevo.

Música.

De pronto, el huevo revolotea por todas partes, como llevado en volandas, mientras se

escucha la canción de Lais cantada por un coro.

Atraviesa el escenario, de derecha a izquierda, un personaje de Brueghel: un inválido

cojeando, con una pierna en ángulo recto en un extraño cabestrillo. Tira de una barca con

Page 38: El Jardín de Las Delicias L

38

ruedas en la que crece un árbol sin hojas ni flores, pero con un ave negra completamente

inmóvil que lleva un candado atravesándole la boca.

La escena queda en silencio, con su luz normal, durante un instante.

Comienza, tras esto, a sonar el teléfono, que seguirá sonando largo rato.

Lais sale del huevo. Lo empuja hasta hacerlo desaparecer en los bastidores.

Va al teléfono.

Lais.—¿Diga?

Voz de la policía.—¿Señorita Lais?

Lais.—Sí, dígame.

Voz de la policía.—Aquí la policía. ¿Conoce usted a Miharca?

Lais.—Sí, desde luego.

Voz de la policía.—Al parecer fueron ustedes compañeras de orfanato.

Lais.—Sí.

Voz de la policía.—¿Hace mucho que no se veían?

Lais.—Sí, hace años, muchos años, pero...

Voz de la policía.—Pero, ¿qué? (Silencio.) ¿Iba usted a decir algo?

Lais.—No.

Voz de la policía.—Me pareció que quería añadir que la había visto de nuevo.

Lais.—Sí... (Silencio.) Sí, ayer por la noche, una hora antes de ir al teatro para...

Voz de la policía.—Permítame que la felicite: ya sé el triunfo que tuvo en el estreno. Hasta mí han

llegado los comentarios. Dicen que nunca hubo nadie mejor que usted.

Lais.—(Cortándole.) Sí, ayer estuvieron aquí.

Voz de la policía.—¿Estuvieron? ¿Quiénes?

Lais.—Ella con Teloc.

Voz de la policía.—¡Teloc!

Lais.—Un hombre que conocimos en el orfanato de niñas.

Voz de la policía.—¿No estaban internas?

Lais.—Sí, pero nos escapábamos para verlo... Cosas de la juventud.

Voz de la policía.—¿Usted no había vuelto a verlo?

Lais.—No, nunca... hasta ayer, en que oí su trompeta, mientras me preparaba para ir al teatro.

Su trompeta... Él tocaba la trompeta de una forma tan especial...

Page 39: El Jardín de Las Delicias L

39

Cambio de luz en el escenario.

La acción «retrocede» al día anterior.

De pronto, oye a alguien que toca la trompeta se, que sonará un buen rato.

Entra luego Lais, corriendo de un lado para otro, a medio vestir, con su traje de escena

extremadamente barroco. Parece loca de felicidad, buscando de dónde procede el sonido de

la trompeta.

En el escenario se proyecta ahora la sombra de Teloc tocando la trompeta. La sombra,

gigantesca, lo ocupa todo, se pierde por las columnas (por el laberinto de columnas) hasta el

infinito.

En ese momento, Lais, que está en una especie de balconcillo, en un primer piso, deja de

corretear. Contempla desde allí, en silencio, al trompetista.

Canta Lais como en el primer acto. Luego chilla la canción, de una forma histérica.

Proyección, alternante, de El jardín de las delicias de El Bosco y de cómics actuales

Lais.—Aquí estoy, sola, como el girasol y el estiércol, precipitada en mis pesadillas de ciruelos

y cerrojos.

Teloc.—¿Dónde está el corazón y el pulso?

Vuelve poco a poco la luz. Teloc sigue con la trompeta en la mano, y Lais con el traje de escena.

Lais.—Aquí estoy, diminuta y enjaulada entre los barrotes de la noche y del miriñaque.

Teloc.—Pobrecita Lais. Estás sola y no puedo verte ni ayudarte. Todos se ríen de ti, te

condenan; y yo también te abandono. Eres la irrisión; todos habríamos preferido que

abrazaras tu castigo, sin piruetas finales.

Lais.—¿Puedo llorar?

Teloc.—Llora, llora entre el mar y la noche. Pero no olvides que estás vestida de gala, que te

han vestido para el teatro, y que...

Lais.—No puedo llorar. No quiero ni la maleta ni el escombro. Te abrazo con mi alma desde mi

cuerpo encadenado.

Teloc.—Pero, ¿cuánto tiempo hace que no nos vemos?

Page 40: El Jardín de Las Delicias L

40

Lais.—Hace ya tantos años... ¿Te acuerdas de cuando me enseñabas las escaleras que había

en tu pecho? ¿Te acuerdas de cómo me hacías viajar por el futuro y por el pasado... y yo,

luego, en la cama, diminuta, como el solitario, recorría besándolos los mil y un peldaños de tu

cuerpo? Déjame que bese tu pecho.

Teloc.—No, Lais.

Teloc se quita la chaqueta para dejarla maquinalmente en un gancho.

Lais coge la chaqueta con avidez y la besa apasionadamente.

Lais.—¡Quiéreme!

Teloc.—No te quiero. Estás sola y abandonada. Ya no eres la pequeña niña indefensa que

salía a escondidas del orfanato; hoy eres el centro de un espectáculo y de tus concesiones.

Lais.—¡Me lo merezco!

Teloc.—Mira mi mano: te envía diez mil imágenes de confusión.

Lais.—Ven conmigo. Lo abandonaremos todo. Nos iremos juntos. Tomaremos una barca y

bogaremos juntos, yo sentada a babor, y tú en el centro, con tu sombrero de copa. Y

manejarás una cámara de proyecciones de cine. Mira cómo remo.

Lais rema. Teloc se pone el sombrero y maneja la cámara de cine, colocada sobre un trípode.

Teloc.—No remes tan fuerte que me caigo.

Lais.—Mira, la película se proyecta sobre la pantalla que hace la penumbra del lago.

Teloc.—Cuidado, nos conduces por un camino lleno de pulpos gigantescos, y con sus mil patas

nos pueden coger y llevar a lo más profundo de los abismos.

LAIS – Ahora veo la película. Es una pastora que está enamorada de los insectos.

TELOC- No son insectos.

LAIS – Ah, sí, ya veo, son robots. Y, mira, junto a ella duerme un segador vestido con traje

cruzado, y sueña que ve a la pastora desnuda como si fuera solo una estatua.

TELOC – Pero, detrás de la estatua está la imagen de la muerte.

Lais.—Te quiero, Teloc.

Abandonan «la barca», «el proyector» y «los remos».

Teloc.—¡Lais!

Page 41: El Jardín de Las Delicias L

41

Lais.—Ponme un lazo y seré tu cucaracha amaestrada; o échame una correa de púas por el

cuello y seré tu perro lobo para defenderte.

Teloc.—¡No me toques!

Lais.—Sí, como cuando estaba en el colegio. No te toco. No te toco. Sé que no soy digna.

Pero, si quieres, seré tu jirafa sumisa y me estaré todo el día asomada a la ventana para

decirte cuándo pasan las nubes en forma de memoria y de mes de enero.

Teloc.—¿Te acordaste de mí?

Lais.—He estado buscándote todos estos años.

Teloc.—Encerrada.

Lais.—Cuando vi que no te encontraba.

Teloc.—Y esa jaula...

Lais.—No es nada...

Teloc.—¿También viajabas?

LAIS-No… Pero… llévame adonde quieras, al tiempo en que me perseguían…

Cambio de luz.

LAIS está tendida sobre un potro de tortura.

TELOC se pone un capuchón.

LAIS (Acusada) – Pero, ¿qué quieren de mí? Yo no he hecho nada. No puedo acordarme

TELOC (Verdugo) – Recuerde lo que ha hecho.

LAIS (Acusada) – Yo solo soy una débil mujer que ha cambiado de región y que quiere ser

infinitamente libre.

TELOC (Verdugo) - ¿Qué insinúa?

LAIS (Acusada) – No soy una bruja, ni una hechicera; no he hecho nada malo.

TELOC (Verdugo) – Recuerde lo que ha hecho.

LAIS (Acusada) – Le juro que…

TELOC (Verdugo) - ¿Sobre quién lo jura, apóstata? ¿Sobre Dios o sobre el diablo?

LAIS (Acusada) – Pero, ¿por qué este martirio? ¿Qué he hecho yo?

TELOC (Verdugo) – Insinúa que la martirizamos…

LAIS (Acusada) – No he querido decir…

TELOC (Verdugo) – Entonces, si la hemos detenido y arrestado, por algo será, usted nos lo

dirá.

LAIS (Acusada) – De verdad que no, que no sé.

Page 42: El Jardín de Las Delicias L

42

TELOC (Verdugo) – Esto es muchísimo más grave. Usted está afirmando de una forma

velada, pero clara, que nosotros la arrestamos sin motivo; es decir, usted se permite hacer la

prueba evidente de que <<somos injustos>>, de que la verdad no guía a nuestro tribunal.

LAIS (Acusada) – No, no he querido decir nada de eso. No, compréndame.

TELOC (Verdugo) – (Cambiando de tono, tras un largo silencio. Suave.) Es usted nuestra

amiga, considérenos como sus verdaderos amigos; abra su corazón ante nosotros; díganoslo

todo. Somos verdaderos hidalgos, verdaderos caballeros. Confíe en nosotros.

LAIS (Acusada) - ¡Qué alegría me proporcionan sus palabras! Suélteme un momento y podré

hablarles con mayor claridad.

TELOC (Verdugo) – No puedo, hija mía. No soy yo quien manda aquí. Estoy solo para

ayudarla, para pedir clemencia a quien la tiene a su disposición. Hábleme con claridad.

Dígame por qué y cuántas veces ha…, por ejemplo, blasfemado…, si es por eso por lo que la

han detenido.

LAIS (Acusada) – No, se lo aseguro. No he blasfemado. ¿Cómo iba a hacerlo? Yo,

¿blasfemar?

TELOC (Verdugo) – (Duro.) Entonces, si no has blasfemado, habrás hecho otras cosas más

graves…

LAIS (Ac) – No, nunca. Pero, en el caso… sin libre albedrío. ¿Cómo se puede amar? Si

ustedes me castigaran por blasfema ¿cómo podrían premiarme por amar?

TELOC (Ver) - ¿Reconoce, entonces, que ha blasfemado?

LAIS (Ac) – No, no lo reconozco. Yo sólo reconozco que Dios es un Ser que nos enseña el

Amor y el Perdón, y no la delación y el castigo. Porque, sino, entonces, en nombre de Dios

usted…

TELOC (Ver) – El diablo habla ahora por su boca. He aquí la prueba de que blasfema. ¡Y no

sólo blasfema contra Dios sino que, además, quiere condenar su religión y a los que con

humildad la servimos! Es usted un pozo de orgullo.

LAIS (Ac) – No, repito que nunca he blasfemado, repito que nunca he blasfemado… sólo

intentaba hacerle comprender…

TELOC (ver) – Orgullosa, víbora emponzoñada de orgullo ¡Bruja!ç

LAIS (Ac) – Piedad, yo no soy nadie. No quería irritarles; sepan que no puedo ser orgullosa,

porque tengo miedo, tengo mucho miedo y me aterra pensar en el castigo.

TELOC (Ver) – Con que tuvo miedo, ¿eh? Y, a la hora de injuriar a Dios, de insultarle

¿también tuvo miedo?

Page 43: El Jardín de Las Delicias L

43

LAIS (Ac) – Pero, ¿cómo un hombre va a poder insultar a Dios? ¿Cómo una simple criatura va

a poder injuriar o herir al Creador?

TELOC (Ver) – Por su boca habla el diablo. Confiese lo que ha hecho.

LAIS (Ac) – No puedo saberlo. ¿Cómo voy a adivinar por qué me han detenido ustedes?

TELOC (Ver) – (Airado.) ¡Guardias! Que la lleven a un calabozo subterráneo y que quede

rigurosamente incomunicada.

La acción vuelve a su curso normal.

Lais.—Quédate a vivir conmigo. (Teloc niega con la cabeza.) ¡Haz

lo que quieras de mí! (Teloc vuelve a negar con la cabeza.) ¡Quiéreme!

(Íd. Teloc.) O déjame que te quiera.

Teloc.—¿Puedo decapitarte?

Lais.—Puedes. Mira, yo me tumbo sobre esta mesa y tú puedes

rajarme el pecho y sacarme trocitos de carne y luego derramar

cera ardiendo por las heridas abiertas.

Teloc.—No.

Lais.—O hazme un agujero en el cráneo y me chupas los sesos con una paja.

Teloc.—Cosas así me pedías cuando eras niña.

Lais.—Sí... hazme sufrir.

Teloc.—No puedo.

Lais.—Dejaré el teatro, lo dejaré todo si lo deseas.

Teloc.—¿Quieres que vivamos juntos?

Lais.—Sí.

Teloc.—Mira mi corazón.

Proyecciones en las columnas, sobre un ruido de tic-tac:

—Una multitud.

—Un loco en un asilo psiquiátrico.

-—Cómics.

—Los niños de la escuela, de Brueghel.

—La Primavera, de Boticelli.

Lais.- Te quiero.

Page 44: El Jardín de Las Delicias L

44

Corretea por la escena hasta colocarse en lo alto de una escalera. Desde allí se cuelga de los

pies; su cabeza queda bocaabajo, junto a la cara de Jerónimo.

Se besan.

Baja LAIS de la escalera. Coloca a Teloc en medio de la habitación, obligándolo a tener los

brazos en cruz, en actitud dignísima. Con mil reverencias le coloca una capa en la que figura,

entre objetos barrocos clásicos, el dibujo de un apuesto boyscout que en actitud marcial, tiene

enroscada a su cuerpo una serpiente.

Luego, ella se pone en la cabeza los arreos de un caballo y le pasa las riendas a Teloc.

LAIS – Señor, tu humildísima esclava no es digna de unirse a vos por la eternidad. Dime que

te limpie los pies y te los bañaré con mis cabellos; dime que te dé de beber y te traeré un

cántaro de agua sobre mi cabeza; dime que escriba y me abriré las venas para mojar la pluma

en mi sangre.

TELOC – Que venga el coche y la voluntad.

TELOC se sube en el coche –una especie de carro gallera con las ruedas de goma- que le

trae LAIS. Esta se unce al carro como un caballo. TELOC lleva las riendas.

De pronto, LAIS se detiene y se lo quita todo.

Lais.—¡Bésame! (Se besan.) Cuando te sienta débil te arrullaré.

Teloc.—¿Sabes que por las noches saco el compás y me pongo a

medir la distancia entre dos estrellas?

Lais.—Yo la mediré contigo.

Teloc.—Y, ahora, hazme un cocido con mucho tocino, con una sopa

muy espesa y con mucho ajo y cebolla, que así es como me gusta.

Lais.—Uy, sí, lo haré como dices.

Teloc.—Comeremos juntos.

Lais.—Comeremos con los dedos.

Teloc.—Eso es, incluso la salsa y la grasa nos resbalarán por las

comisuras de los labios.

Lais.—¿Sabes que, de niña, siempre soñé con tener un marido al

que le haría unos platos muy grasientos?

Teloc.—Y nos bañaríamos en la azotea derramándonos, por nuestros

Page 45: El Jardín de Las Delicias L

45

cuerpos desnudos, sopa de fideos, sardinas en aceite, zumo de piña y ungüento de orgullo.

Lais.—Entonces, ¿me aceptas?

Teloc.—¡Ven!

Lais.—¡Qué felicidad! ¿Me acariciarás antes de dormir?

Teloc.—¡Ven!

Lais.—Me dará mucho gusto que me aprietes las nalgas con tus

manazas sin hacerme demasiado daño, solo un poco. ¿Lo harás?

Teloc.—Lo haré con tacto.

Lais.—Y, al ir a la cama, te diré que no quiero desnudarme, y tú me harás trampas y

me dirás que me encuentras mal y que si tengo algo enfermo en la espalda; y te harás

el médico, y me desnudarás a traición o bien como un bruto; como si fueras un soldado,

me rompes el vestido y así quedo desnuda ante ti.

Teloc va al balcón y da un silbido.

Teloc.—(Gritando.) ¡Sube!

Lais.—¿Qué pasa?

Teloc.—¡Nada!

Lais.—¿A quién llamas?

Teloc.—A mi compañera.

Lais.—¿Vives con una mujer?

Teloc.—Pues, claro.

Lais se sube en un santiamén a lo alto de la escalera y se queda allí, en cuclillas,

en actitud extraña y silenciosa.

Pausa.

¿No me hablas? ¿Estás enfadada?

Lais se da la vuelta.

Silencio. Por fin dice, haciendo un esfuerzo:

Lais .—(Muy triste.) El tarro de mermelada encierra mi alma. Aquí

está. Míralo.

Page 46: El Jardín de Las Delicias L

46

El alma de Lais (el tarro) pende colgada de una cinta.

Teloc.—El tarro que yo te regalé... lo guardas aún.

Lais.—Le pido un sinfín de cosas.

Teloc.—¿Por ejemplo?

Lais.—No morir de hambre ni de sed.

Teloc.—¿Y nadie lo ha tocado aún?

Lais.—¡Nadie!

Teloc.—Pero no crees en él.

Lais.—Es tu recuerdo.

Teloc.—¿Estás triste?

Lais.—Me quedaré sola con mi tarrito... y tú te irás con tu...

Teloc.—Si no crees en él... ¿Puedo meterle mi dedo?

Lais.—No, por favor... aunque siendo tú...

Teloc.—Mira, lo tomo en mis manos. Abro la tapadera. ¿Sientes algo?

Lais.—(Transportada de gozo.) Siento como si un aire nuevo invadiera

mi vida, y mi cabeza; tengo todo mi cuello y mi cerebro lamidos por infinitos pétalos,

como si sobre ellos anduvieran mil moscas sin alas.

Teloc.—Meto mi dedo...

Lais.—¡No!

Teloc.—Un poco. (Parece como si Lais sintiera un gran dolor.) Mira, lo acerco.

Lais.—Siento como un dolor terrible que planea sobre mi cabeza.

Teloc.—Meto el dedo.

Lais.—No... Hazlo si te place.

Teloc.—(Cierra la tapadera.) Sí, tu alma está aquí encerrada.

Lais.—Tómala. Para ti. Quédate con ella. Ponla en una rebanada

de pan, y cómetela; y si no está dulce te daré un poco de miel

para que se la eches por encima.

Llaman a la puerta.

Teloc.—Abre, es ella.

Lais.—¿Quién?

Page 47: El Jardín de Las Delicias L

47

Teloc.—Mi compañera.

Lais abre la puerta y aparece Miharca, con un vestido muy grotesco.

Una cascada de luz baña a Miharca.

Un camión de juguetes, de dos pisos, pasa a toda velocidad de derecha

a izquierda del escenario, perseguido por un enanito.

Gran ruido de batería.

Momento de histeria.

Sobre la pared se proyectan, rápidamente:

—Un pez raya.

—Colores.

—Un pez distinto del anterior.

—Un ojo descomunal.

—Colores.

—La piedra de la locura, de El Bosco.

Miharca se nos presenta ahora como una loca, con gestos desbarajustados

y dementes. Ríe, durante un buen rato, histéricamente,levantando mucho las rodillas.

Finalmente se echa a los pies de Lais.

Miharca.—¡Oh, Lais! (Falsa.) Mi bienamada, mi tesoro fiel y diminuto...

Lais.—¡Miharca!

Miharca.—Oración de la nevera... ¡Oh, Señor...!

Lais.—Miharca..., ¿te acuerdas...?

Miharca.—No me hagas caso. ¡Oh, Lais!, corazón de mi corazón.

Súbitamente se pone a correr en todos los sentidos, por el escenario, loca de remate.

Entretanto, Teloc se ha colocado en una especie de sillón muy elevado.

Está como ausente. Como un anciano. Parece como si dejara de improviso de oír.

No le hagas caso. Ten cuidado con él. Está loco. Loco de remate.

Loco de atar. Es un ser peligroso, te lo aviso: por el cariño y la

fidelidad que te guardo. Es un loco rabioso.

Page 48: El Jardín de Las Delicias L

48

Miharca está frenética. Sus gestos son los de una demente.

Lais.—Nos está escuchando.

Miharca.—(Gritando.) No, qué va, el pobrecito es medio sordo.

(Muy bajo.) ¿Verdad, amor mío, que estás sordo?

Teloc.—(Inmutable en su sillón.) Sí, vida mía.

Miharca.—¡Es admirable! Quién me iba a decir a mí que llegaríamos

a amarnos tan locamente, que él y yo... Siempre se pensó

que erais vosotros los que os entendíais... Y ya ves...

Lais.—Hace tanto tiempo...

Miharca.—Dime solemnemente, como amiga..., ¿es que te gusta?

(Lais va a responder, pero Miharca se lo impide.) Porque si te gusta, si te agrada,

aunque solo sea físicamente, estoy dispuesta a dejártelo... ¿Qué me dices?

(Lais intenta de nuevo responder, y de nuevo Miharca se lo impide.)

No me digas nada. Sé que te has dado cuenta de lo que es. Un pobre ser impotente,

inmóvil... que ya ni habla ni dice nada. Parece como si hablara pero, en realidad, está

dormido. Ven, vas a ver. (Miharca, histérica, se acerca a Teloc.) Cu-cu. Escúpele.

Verás cómo no dice nada.

Teloc permanece sentado, completamente inmóvil.

Lais.—Déjalo, por favor.

Miharca.—¡Escúpele! Le gusta. Dale una patada en sus partes.

(Ríe como una loca.) Además, no se da ni cuenta.

Lais.—¿No se da cuenta o le gusta?

Miharca.—Uy, cómo eres. Siempre la misma. La más inteligente.

Lo comprendías todo siempre antes que nadie. Por eso has triunfado

en la vida y nosotras no.

Lais.—Yo, ¿triunfar?

Miharca.—Sí, calla, no seas modesta. Tú has triunfado porque

te lo mereces, porque eras más lista, más sensible; y yo y él no

somos más que un par de burros. Unos pobres burros.

De un modo soez Miharca abraza y besuquea a Teloc, lo magrea por todo el cuerpo.

Page 49: El Jardín de Las Delicias L

49

Teloc permanece inmóvil, como si con él no fuera la cosa.

Amor mío, bésame, bésame. (Lo besa a la fuerza.) ¡Bésame! Mira

cómo nos mira Lais. Está riéndose de nosotros. Bésame para demostrarle

que sabemos besarnos.

Lais.—Pero, ¿qué dices?

Miharca.—No te andes con rodeos. Sé de sobra que nos desprecias.

Lo sé. Nos lo hemos ganado.

Lais.—No digas esas cosas. No os desprecio. Al contrario...

Miharca.—¿La oyes, amor mío? (Corre, histérica, dando vueltas alrededor

de Teloc. Lo magrea, lasciva, loca.) Lo hace de buena fe.

Quiere ser cariñosa con nosotros, quiere favorecernos. No se lo

tomes a mal, no ha querido insultarnos. ¿Verdad que lo comprendes?

(Teloc chasca la lengua.) ¡Pobrecito mío! ¡Pobre corazoncito

mío! (Estrecha contra su pecho la cabeza de Teloc, amorosa

y casi maternalmente.) Es un niño, hay que tratarle con mucho mimo.

Es un verdadero niño. Susceptible y gracioso como un niño. Te ruego que no hagas

nada que pueda contrariarle. ¿Verdad que me lo prometes?

Lais.—Pero... Miharca...

Miharca.—No me digas nada. Lo comprendo. Mira, acércate. Es un secreto. Aprovéchate.

Mira, está como dormido, pero con los ojos abiertos; ni oye, ni entiende, ni ve.

Lais.—Ya veo.

Miharca.—Mira. Coloca tu oído contra su corazón, ya verás qué

ruido tan divertido se oye.

Lais.—Pero... déjame.

Miharca.—Hazlo.

La fuerza. Lais pone el oído.

Ruido tremendo de locomotora. Lais se retira asustada; Miharca ríe a carcajadas (risa estridente

Niña-Miharca)

¿Has oído? ¡Casi te quedas sorda! ¡Qué bromas tiene! Nadie lo

diría viéndolo así, tan pacífico.

Lais.—Déjalo en paz.

Page 50: El Jardín de Las Delicias L

50

Miharca.—Ven, mira qué guapo es, y qué distinto de los demás.

Ya verás, levántale las cejas. (Miharca se las levanta. Urga a Teloc, lo examina como si fuera un

ser inanimado.) Levántaselas tú. (Lais se resiste.) Venga, venga. Hazlo. Y estírale los labios

para verle la boca.

Lais lo hace. Teloc grita.

(A Teloc) Oh, no te enfades, pobrecito mío. Te ha hecho daño,

te ha estirado como una bruta, te ha hecho sangre. Pobrecito mío...

Le limpia la sangre con un pañuelo.

Lais.—Pero yo no quería...

Miharca.—Lo sé, no tienes que excusarte. Le has estirado mucho

y le has hecho sangre. No tiene importancia. Él sabe de sobra

que ha sido por torpeza, sin mala intención. (Miharca se acerca

al oído de Teloc y como susurrando le dice:) Ya ves cómo es, te ha hecho sangrar.

Ya ves cómo nos trata. Lo ha hecho aposta.

Lais.—Pero, ¿qué puedo hacer yo?

Miharca.—No te preocupes. Si a él todo esto le gusta... Siempre me pide que le pegue.

¡Mira! (Le da unos latigazos muy fuertes con una correa.) Mira la cara que pone.

Le gusta. ¡Le entusiasma!

Miharca corretea por el escenario. Luego se sienta en un rincón llorando.

Se calma su histeria.

Se le acerca Lais. Miharca la espera dulce y tranquila. Parece que ahora le habla en serio.

Lais, perdóname por todo esto. No sé cómo...

Lais.—Pero Miharca...

Miharca.—Sí, Lais, soy una histérica, lo sé.

Lais.—Todos somos iguales.

Miharca.—Háblame, cuéntame cosas; soy muy desgraciada.

Lais.—¿Qué quieres que te cuente? Eres tú quien tienes que contarme.

Hace tanto que no nos vemos...

Miharca.—Hemos estado al corriente de tus éxitos, de tus triunfos;

y nos hemos alegrado.

Lais.—¿Por qué no vinisteis antes?

Page 51: El Jardín de Las Delicias L

51

Miharca.—Nosotros somos tu infancia. Tú estabas viviendo tu

aventura de adulta.

Lais.—Si supierais hasta qué punto os buscaba...

Miharca.—¿Te acordabas aún de tu infancia, del colegio, de las monjas?

¡Has debido de vivir aventuras tan extraordinarias!

Lais.—Mi infancia está presente más que nunca. Y mi juventud.

Miharca.—¿Te acuerdas del día en que estabas encerrada en un calabozo,

y las monjas te habían desnudado para que no te escaparas,

y yo fui a robarte una gran bata, y con ella te escapaste, y cómo nos reíamos al verte

con aquellas faldas tan largas, tan de anciana, tú, tan niña...?

Ríen.

Lais.—¿Y cómo fue que Teloc...?

Miharca.—Teloc era para ti, ¿te acuerdas?

Lais.—Me parece estar viviendo un sueño. Tengo la impresión de

que alguien va guiando mi vida hacia mi destino. No sé quién.

(Miharca llora.) ¿Qué te pasa, Miharca?

Miharca.—Lais, yo quiero que tú triunfes más y más cada día,

de un modo extraordinario, y que luego entres en el Jardín de las Delicias. ¿Qué puedo hacer

por ti? Estoy dispuesta a todo, y Teloc también.

Lais.—Pero... tú...

Miharca.—Yo creo que tu triunfo, tu felicidad, se han de obtener

por mediación de un sacrificio. Si lo deseas, me gustaría sacrificarme por ti.

Lais.—¡Qué cosas dices! Eso no lo aceptaría jamás.

Miharca.—Ya sabes que... de niñas... yo solo pensaba en ti. Déjame que te bese las manos.

(Lais le tiende las manos y Miharca se las besa.) ¿Sabes? Me gustaría ser un militar, un soldado,

para que tú me miraras de otra forma.

Lais.—¿Cómo quieres que te mire?

Miharca.—Como si yo no fuera...

Lais.—¿El qué?

Miharca.—Bésame en la boca.

Lais.—¿Por qué?

Miharca.—Sí, bésame en la boca. (Lais la besa rapidísimamente.)

Page 52: El Jardín de Las Delicias L

52

Ya veo que me odias.

Lais.—No comprendo.

Miharca.—Bésame mejor.

Lais accede de mala gana. Se besan, despacio, hasta que Lais se retira gritando mientras

Miharca ríe.

Lais.—Me has mordido.

Miharca ríe a carcajadas.

En este momento, Teloc se acerca, «transformado».

Teloc.—Muy bien, chicas. ¡Muy bien! Eso ha estado muy bien.

Vamos a ver qué más sabéis hacer. (Saca una fusta y la chasquea en

el aire.) ¡A relinchar! A ver, ¡que os oiga! (Miharca relincha. Lais parece inmóvil. Teloc, furioso.)

¿Cómo? ¿Tú no relinchas? Amá- rrala. (Miharca le coge las manos y Teloc la azota una vez.

Muy duro.) Y la próxima vez será peor. (Con tono de domador.) Vamos

a ver, mis yeguas. Otra vez. ¡A relinchar! (Chasquea el látigo. Las dos relinchan.)

Vaya, vaya, esto progresa. Ahora tenéis que trotar como yeguas. Vamos. (Chasquea el látigo

y ambas dan un pequeño trote y relinchan.) Perfecto. Besadme las suelas de los zapatos.

(Miharca se precipita y se las besa. A Miharca, refiriéndose a Lais:)

Parece poner reparos. Amárrala. (Antes de que Miharca la agarre, Lais le besa los pies.)

Muy bien, así está mejor.

Música circense: Miharca y Lais dan vueltas a la pista como caballos.

Más difícil todavía. Saltando ahora por el aro de fuego.

Teloc agita un aro de fuego. Pasan por él Miharca y Lais.

Fuegos artificiales.

Proyecciones:

—Inquisición.

—Bosco.

—Cómics.

—Jardín de las delicias.

Oscuridad.

Page 53: El Jardín de Las Delicias L

53

Miharca y Lais, jovencitas.

Sombras de rejas en el escenario.

Miharca (Jovencita).—¡Pobrecita Lais, siempre castigada!

Lais (Jovencita).—Tengo mucha hambre y mucho frío.

Miharca (Jovencita).—¿Cuánto tiempo llevas en el calabozo?

Lais (Jovencita).—Cuatro días.

Miharca (Jovencita).—Pobre Lais. Habla más bajo, que no nos oigan.

Lais (Jovencita).—Por las noches me dan un plato de judías, y

le pido a la carcelera que me deje el plato, que no se lo lleve tan

pronto, como está ordenado, y así las judías en el agua, en el caldo,

se hinchan y tengo la impresión de comer más.

Miharca (Jovencita).—Pero no estás sola, yo estoy contigo.

Lais (Jovencita).—Hay ratas que...

Miharca (Jovencita).—Yo estoy contigo.

Violines.

Cañonazos.

Oscuridad.

Luz débil.

Balidos.

De nuevo, Lais y Miharca, jovencitas, en escena.

Lais (Jovencita).—Ven, deprisa, toma mis estampas. Repártelas

entre todas las amigas, me voy a morir.

Miharca (Jovencita).—No digas eso.

Lais (Jovencita).—Sí, me voy a morir, y he sido muy mala. Me voy a morir en pecado.

Miharca (Jovencita).—¿Que vas a morirte? Pero, ¿por qué piensas eso de pronto?

¿Cómo te vas a morir a los trece años?

Lais (Jovencita).—Sí, sé que me voy a morir. Y no he hecho nada

de lo que es bueno. No he cumplido los preceptos: este mes me

he bañado sin el camisón. Me he bañado desnuda y he visto mi cuerpo.

Miharca (Jovencita).—Pero Dios te perdonará.

Page 54: El Jardín de Las Delicias L

54

Lais (Jovencita).—La hermana dijo que era un pecado muy grande.

Miharca (Jovencita).—No te preocupes, ponte un cilicio.

Lais (Jovencita).—¿Con un cilicio Dios me perdonará?

Miharca (Jovencita).—Seguro.

Lais (Jovencita).—No tengo.

Miharca (Jovencita).—Yo te dejo el que me regaló la hermana el día de Reyes. Se lleva en la

cintura muy apretado hasta que te entre en la carne.

Lais (Jovencita).—¿Y Dios me perdonará?

Miharca (Jovencita).—Seguro.

Lais (Jovencita).—Pero todo lo que he hecho son pecados. Me he tocado la cara.

Es una falta de modestia.

Miharca (Jovencita).—¡Pobrecita Lais!

Lais (Jovencita).—¿Sabes? Además, no llevo la venda para aplastarme los pechos.

Miharca (Jovencita).—Lais, anímate.

Lais (Jovencita).—Me voy a morir... y me llevaréis al cementerio que hay debajo de la iglesia,

aquí, en el colegio.

Miharca (Jovencita).—Mira, no te pongas así, te voy a revelar un secreto: yo sé que Dios me

quiere mucho y le voy a pedir que no te mueras.

Lais (Jovencita).—¿Y cómo sabes que Dios te quiere?

Miharca (Jovencita).—(Mirando de un lado para otro, temerosa.) Se me ha aparecido, mientras

rezaba, Moisés.

Lais (Jovencita).—¡Moisés! ¿De verdad?

Miharca (Jovencita).—Sí, de verdad. Y me ha hablado.

Lais (Jovencita).—¿Y qué te ha dicho?

Miharca (Jovencita).—Que me tiene cerca de su corazón, y que tengo que hacer todo lo que me

piden las monjas: ir de tres en tres en el recreo y no de dos en dos; no lavarme los dientes

antes de comulgar; que nunca hable con hombres, porque todos son malos...

Lais (Jovencita).—¡Qué suerte tienes de haber hablado con Moisés! Con su barba...

Miharca (Jovencita).—Ya verás, le pediré que no te mueras y no te morirás.

Lais (Jovencita).—Pero ya no podrá hacer nada. Ya me estoy muriendo,

en este momento. Toma las estampas, repártelas entre todas las niñas.

Miharca (Jovencita).—¿Y por qué sabes que te estás muriendo?

Lais (Jovencita).—Pues porque me está saliendo sangre, mucha sangre, de entre las piernas.

Mucha sangre, mucha sangre.

Page 55: El Jardín de Las Delicias L

55

Cañonazos.

Luz roja.

Ovejas balando angustiadas. Una de ellas se aproxima riendo.

Proyecciones.

Luz «normal».

La acción vuelve a «su curso».

Miharca y Lais están besándose y acariciándose.

Silencio prolongado.

Teloc.—Eso es, aún un poco más. (Siguen besándose. Teloc, al

tiempo que da un latigazo en el aire:) ¡Basta! ¡Basta ya! (Dejan de besarse.)

¿Te ha mordido?

Silencio.

Teloc.—Lais, te pregunto si te ha mordido. Si te ha mordido, dímelo y la castigaré.

Lais.—No, no me ha mordido.

Teloc.—Muy bien, tócale la cara tú, Lais. Tócasela, acaríciasela con amor. (Lais obedece.)

Más cerca de ella, con tu frente en su regazo. Así. A ver, dile algo bonito, romántico.

Lais.—(Falsa.) Miharca... las nubes... y los cuchillos...

Latigazo de impaciencia de Teloc.

Miharca.—(Muy sincera.) Lais, amor mío...

Lais.—(A punto de llorar.) Miharca, deja que caminemos juntas, como el primer día.

Miharca.—Dime, Lais. (Le acaricia la cara.)

Lais.—Cuando los domingos tenía que pasar la tarde castigada contra un árbol, y no me

dejaban ver el partido de fútbol que se desarrollaba a mis espaldas, tú, Miharca, ibas y te

ponías también contra otro árbol para que viera que no estaba castigada yo sola.

Teloc parece satisfecho del cariz que todo va tomando.

Page 56: El Jardín de Las Delicias L

56

Miharca.—Pero un día conociste a Teloc... y entonces soñaste con otros mundos, con otros

espacios, y viajabas por el pasado y por el porvenir, y te olvidaste de mí, Lais.

Lais.—Átame si quieres a una cuerda y revolotearé a tu lado como una mariposa en torno a

una gallina.

Miharca.—Tu cabeza se me aparece en sueños como si estuviera

cortada; tu cabeza flotando sobre un río...

Lais.—Y yo te imagino desnuda en un parque de flores, con una larga melena y una paloma

que se te posa en la cabeza mientras un tren eléctrico circula entre tus pies.

Miharca.—Tienes que romper tu embeleso por Teloc; estás maniatada por él, has perdido tu

libertad.

Lais.—Dime.

Miharca.—Libérate de él, rompe una y mil veces su imagen hasta quedar libre por completo.

Lais.—¡Miharca!

Latigazo de Teloc.

Teloc.—(A Miharca.) Se acabó. Confiesa. ¿Para qué has venido aquí?

Miharca.—¿Qué haces?

Teloc.—Se acabó la comedia. Dime para qué has venido a ver a

Lais después de tantos años de ausencia.

Miharca.—Porque quería estar con ella, porque siempre tuve una gran pasión por ella.

Teloc.—¡Mentirosa!

Miharca.—¡Calla, Teloc!

Teloc.—Has venido para humillarla, para sacarla de sus casillas.

Miharca.—No digas eso en su presencia.

Teloc.—¿No tiene derecho a conocer la verdad?

Miharca.—¿Qué verdad?

Teloc.—Que la odias, que la envidias.

Escena de histeria por parte de Miharca.

Miharca.—(Mostrando su trasero.) Bésamelo.

Teloc.—Eso ya se lo dijiste una vez a Lais.

Miharca.—Me estoy volviendo loca.

Page 57: El Jardín de Las Delicias L

57

Teloc.—Eso es, vuélvete loca.

Miharca.—¡Cómo me humillas! ¡Cómo me maltratas en su presencia!

Lais.—Te perdono.

Miharca.—(Cesa la histeria, y muy solemne de pronto y muy incisiva.)

¿Quién eres tú para perdonar? ¿Quién te crees que eres tú, especie

de guiñapo? ¿Te crees que porque subas a un escenario para

lanzar cuatro bobadas ya tienes derecho a...?

Lais.—No quería...

Teloc.—(A Lais.) Tendrías que rebelarte contra ella. Está buscando tu perdición.

Hoy ha venido, cuando solo faltan unas horas para tu consagración, para que fracases

estrepitosamente; y todo lo anterior lo ha hecho para perderte. Yo he representado la

farsa que ella me había pedido.

Lais.—No es posible.

Teloc.—Pero tú te vengarás.

Lais.—No.

Teloc.—Lo harás. ¿Quieres verlo?

Lais.—¿Cómo?

Miharca.—¡No se lo muestres!

Teloc.—¿Te acuerdas de nuestros viajes por el tiempo?

Lais.—Sí.

Teloc.—Te haré viajar, pero muy modestamente. Tan solo verás lo que sucederá dentro

de un par de horas. ¡Mira!

Miharca.—(Gritando.) ¡No, no!

Oscuridad completa.

Balidos de ovejas.

Proyecciones.

Cambio de luz.

Grito de Zenón. Su jaula se mueve por los aires, de derecha a izquierda.

Zenón.—(Desde su encierro.) Mata... mata... mata...

Page 58: El Jardín de Las Delicias L

58

En el centro del escenario hay una especie de tarima en la que está instalado un gigantesco

cuchillo con la hoja afilada (parecido a los que se usan para cortar el bacalao y al que va

subido La Niña-Miharca). Se diría una variante de guillotina.

Acostada sobre la tarima aparece Miharca, atada de manos, con la cabeza boca abajo. De

presionar sobre este gigantesco cuchillo, a Miharca se la podría cortar en dos pedazos.

Mata... mata... Mátala... Sácale los... ojos...

Miharca da unos gritos horribles.

Aparecen en escena Teloc y Lais.

Teloc hace de caballo, y Lais de jinete.

Ríen histéricos, fuera de sí.

Dan vueltas en torno a Miharca, que no deja de dar gritos de horror.

Teloc pasa una vez por encima de ella al trote.

Miharca ruge.

Zenón.—Mátala... Sácale... los ojos...

Teloc y Lais caen por el suelo y se revuelcan junto a Miharca.

Esta ruge.

Sácale... los ojos.

Lais sube de nuevo a caballo sobre Teloc y siguen trotando por el

escenario. Ahora, Lais coge una lanza y «pica» a Miharca.

Risotadas de Lais y de Teloc.

Los ojos... los ojos...

Balidos de las ovejas.

Breve silencio.

Se escucha la respiración entrecortada de Zenón y los insultos de Miharca a Lais.

Teloc, de rodillas, parece que reza, recogido en sí.

Lais se dirige al cuchillo, lo coge en sus manos y se dispone a cortar

en dos a Miharca tomado el manguillo en sus manos.

Page 59: El Jardín de Las Delicias L

59

Miharca.—No, no, ¡puta!, ¡pendón!

Lais parte en dos a Miharca, por el vientre.

Luz intermitente, roja.

Miharca muere.

Queja leve de Zenón en lo alto.

Balar de las ovejas.

Cañonazos y rezos entrecortados, durante un buen rato, en la oscuridad más completa.

Proyecciones.

Luz «normal».

La acción vuelve a «su curso».

Lais.—(A Teloc.) No es posible, no es posible.

Teloc.—(A Lais.) ¿Has visto al rencor y a la noche apoderándose de tu soledad?

Lais.—No es posible

Teloc.—El futuro te sorprende, es su misión.

Lais.—¡Miharca! ¡Miharca!

Voz de Zenón.—¡Lais!

Lais.—Calla. (A Teloc.) ¿Dónde está Miharca?

Teloc.—Ha desaparecido.

Miharca avanza desde el fondo, como ajena a cuanto le rodea,

meditando y delirando.

Miharca.—Soy la princesa adúltera que amaba las serpientes. Mira mi pecho.

Lais.—(Mirando su pecho.) No veo nada.

Miharca.—Mira mi pecho y verás el bonzo tuerto, la mujer desnuda,

los buitres, y, si miras más de cerca, verás la inutilidad de tu vida.

Lais.—Lo veo por completo; y veo, además, dos niños jugando al

aro con mis pensamientos.

Page 60: El Jardín de Las Delicias L

60

Miharca.—Ya no serás la Virgen ni el Demonio.

Teloc.—(Saca otra vez el látigo.) Dile que la odias.

Miharca.—(Muy sentidamente.) ¡Te odio!

Lais.—¡Miharca!

Miharca.—Te odio con toda la fuerza de mis entrañas. Te odio

como si fueras un recién nacido muerto que no deseara.

Lais.—Calla, Miharca.

Teloc da un chasquido con el látigo.

Cambio de luz. Relinchos imantados. Se proyecta secuencia de cine en súper 8 de

Frankestein y Lais como reflejada en el agua del lago (aparecen distorsionados por el

moviento del agua)

Frankestein: Pero ya hemos alcanzado el sosiego.

Lais: El mar me habla de ti.

Frankestein: Hasta este momento, hasta hoy, vivíamos la parodia.

Lais: Es el recuerdo perdido.

Frankestein: Y la preparación.

Lais: Fue el tiempo del grito y del crimen.

Frankestein: Y del diablo.

Lais: Y del mar.

Frankestein: Cubrete con este velo.

Los dos se cubren con un velo

Lais: Ya no hay interrogación.

Frankestein: Ni gallina ciega, ni tiburón de espuelas.

Lais: Ni celda olvidada, ni mar cerrado y negro.

Frankestein: Ciérrame los ojos.

Lais: Y tú a mí.

Los dos se colocan un pañuelo sobre los ojos

Page 61: El Jardín de Las Delicias L

61

Frankestein: Te veo mejor y te quiero.

Lais: Te miro y te siento. Eres mi decisión.

Frankestein: La alambrada se retira y llega la góndola y el paisaje.

Lais: Bésame.

Frankestein: Bésame.

Se besan durante un gran espacio.

Relinchos imantados, sonido del látigo de Teloc, cambio de luz.

Luz «normal».

La acción vuelve a «su curso».

Teloc está instalando en escena una gran caja cubierta por un lienzo.

Teloc.—(A Lais.) ¿Quieres saberlo todo?

Lais.—Dime.

Teloc.—Miharca me ha pedido que viniera a hacer todos los papeles

que he representado; quería sacarte de quicio, demostrarte que no eres nada ni nadie,

que tu única verdad era el mundo de tu infancia. Y que hoy todos tus triunfos y tus glorias

no son sino mentiras e ilusiones.

Lais.—Lo sé.

Teloc.—Me ha obligado a ofenderte.

Miharca baja la jaula e intenta hablar con Zenón. Le echa cacahuetes.

Lais.—No es posible.

Teloc.—Su mundo parece sin sentido; pero lo tiene. ¿Te acuerdas

de cómo yo era capaz de realizar todas las maravillas? Pues bien,

ella me ha privado de todas mis facultades. Mírame, créeme.

(Como en un susurro.) Y yo solo te quiero a ti.

Lais.—Pero, ¡Teloc!

Teloc.—Cállate, que nos va a oír; habla más bajo.

Lais.—Está entretenida con Zenón.

Teloc.—Me somete continuamente a horribles torturas. Mira mis brazos: son una llaga.

Mira mis tobillos, mira mis piernas. ¿Ves estos aros con pinchos? Son los cilicios que

Page 62: El Jardín de Las Delicias L

62

ella me pone y que me los arranca cuando están metidos en la carne, y que me hacen

saltar la sangre. Es una víbora.

Lais.—¿Cómo toleras...?

Teloc.—Estoy a su merced. Ella conoce mi vida; puede hacer de mí lo que quiera,

me pueden condenar a la menor palabra suya.

Lais.—Teloc, ¿tú me quieres de verdad?

Teloc.—Estoy dispuesto a todo por ti.

Lais.—Huyamos juntos.

Teloc.—Mírala. Como sabe que te interesa Zenón se ha propuesto

robártelo. Ella solo ha querido a una persona: a ti. Es un amor y un odio en mezcla delirante.

Lais.—Huyamos.

Teloc.—Escucha.

Miharca juega con Zenón.

Zenón.—Tú... puta... puta...

Miharca.—Cállate, grandullón.

Zenón.—Tú... puta... yo... Lais...

Miharca.—Lais mala, Lais te encierra. Yo te libero, mira, con esta llave. Yo te libero.

Zenón.—Lais... buena.

Miharca.—Yo te libero... Lais mala.

Lais.—(A Teloc.) Haz algo.

Teloc.—(A Miharca.) Estáte quieta. Se acabó tu dominación sobre mí.

Eres una pérfida. Lais y yo estamos de acuerdo y vamos a arreglar las cuentas contigo.

¿No es así?

Lais.—Sí.

Teloc.—No volverás a torturarme ni intentarás soliviantar a Zenón contra ella.

Miharca.—Cállate, tú eres más monstruo que Zenón. Ella ya está harta de Zenón, y ahora

quiere irse contigo para cambiar. Es una víbora. Siempre lo ha sido.

Teloc.—¿Cómo te atreves a tratar así a Lais?

Miharca.—La trato como quiero. Ya habrás descubierto todas las baterías. Díselo todo, dile que

has venido...

Teloc.—Tú, tú eres la que has venido para matarla en el que ha de ser el día de su triunfo.

Miharca.—No, dile la verdad; dile que he venido para sacarle los ojos y matarla después.

Page 63: El Jardín de Las Delicias L

63

Teloc.—La odias, la quieres matar y has representado toda esta comedia para que, antes,

se vuelva loca.

Miharca.—Así es, pero tú estabas de acuerdo.

Teloc.—Porque me obligas con torturas; pero ahora me libero.

(La coge, la tira al suelo y le agarra las manos.) Ponle un pañuelo en la boca para que no

chille.

Lais se acerca. Combate épico. Miharca intenta morder a Lais.

Lais.—Me quiere morder. Casi me arranca la mano.

Teloc.—Ten cuidado, no te acerques. Lo que quiere es arrancarte los ojos. Quita ese lienzo.

Quita el lienzo que cubre la caja y aparece el aparato del cuadro

precedente, con un gran cuchillo.

Miharca.—Te arrancaré los ojos.

Teloc.—Mírala cómo se debate. Se acabó tu dominación. Sufre, perra.

De pronto, inexplicablemente, Miharca se libera, se dirige a Lais y le muerde

brutalmente en una oreja.

Miharca.—(Hablando de un modo casi ininteligible, con los dientes en

la oreja de Lais y estrechando fuertemente a su presa.) Si das un paso

más, Teloc, le arranco la oreja a Lais y, luego, le saco los ojos.

Lais.—No te muevas, no te muevas, que es muy doloroso.

Teloc.—¡Miharca! Te lo suplico, déjala. Nos iremos, no te hará nada.

Miharca.—Os mataré a los dos. A ti por traidor.

Lais.—Suéltame, me destrozas la oreja. No puedo soportar el peso de tu pecho encima de mí.

Miharca.—Aguanta.

Teloc.—Mátame a mí si quieres, pero libérala a ella.

Miharca.—Os quiero matar y sacar los ojos a los dos.

Teloc.—Mira mis cilicios, míralos, me los hinco si quieres.

Desde arriba, Zenón lo contempla todo, moviendo la jaula de derecha a izquierda.

Page 64: El Jardín de Las Delicias L

64

Miharca.—Eso es, híncatelos mientras le rompo el brazo a Lais y

le arranco la oreja. (Le arranca la oreja. Tremendo alarido de Lais.)

Mírala, aquí tienes tu oreja, cómetela ahora mismo, cómetela si

quieres que la libere. Y, si te acercas, ahora mismo le arrancaré

la otra y le sacaré los ojos. (Lais gime.) ¡Puta!

Teloc.—(Con la oreja en la mano.) Me comeré la oreja si la liberas;

haré lo que tú quieras.

Miharca.—Ahora, más que nunca, os tengo a mis pies.

Teloc.—Lo que tú quieras.

Miharca.—No os saldréis con la vuestra.

Desde su jaula, Zenón le arroja una piedra a Miharca.

Miharca cae desvanecida.

Teloc y Lais se echan rápidamente sobre ella. La agarran con fuerza y la atan a la tarima,

debajo del gigantesco cuchillo. Tras esto, Miharca se «despierta» dando un rugido.

Zenón.—(A Lais.) Sácale... los ojos... Sácale... los ojos..

Cañonazos.

Oscuridad.

Proyecciones:

—Bombas.

—Aviones.

—Comics.

—Goya.

—Bosco.

El escenario está como al comienzo del segundo acto.

Lo coge Lais, sola en escena.

Voz de la policía.—Oiga, aquí la policía.

Lais.—Diga, le escucho.

Page 65: El Jardín de Las Delicias L

65

Voz de la policía.—Hemos dilucidado el caso de su amiga Miharca:

se ha suicidado. Ha dejado una carta en la que declara:

Voz de Miharca.—Con ayuda de Teloc voy a ofrecer mi vida en sacrificio.

La mano que cometa el crimen estará dirigida por mí.

Celebraré mi propia muerte con botellas negras, con éxtasis y tirabuzones.

Cuelga el teléfono.

Muy lentamente, da una vuelta por la escena y besa el suelo.

Canta, con mucha melancolía, su canción.

Vuelve a besar el suelo, aturdida.

Balidos de ovejas.

Lais.—Zenón, ¿dónde están los esqueletos de las ovejas muertas?

¿Por qué han desaparecido?

Zenón.—Yo... te quiero.

Lais baja de la jaula a Zenón. A mitad de la bajada, entran en

escena las ovejas, en su redil. Están vivas.

Lais.—Mis ovejitas... Pero, ¿cómo es posible? Mis ovejitas han revivido.

(Las abraza.) Mujercitas mías... cómo os he echado de menos.

Zenón.—Yo... ovejas... no.

Lais.—Espera un poco, impaciente. (Baja por fin la jaula.) No te

muevas, Zenón, quédate conmigo, sé bueno. Sal de la jaula.

Zenón.—Ven... conmigo... tú.

Lais.—¿Por qué?

Zenón.—Ven al huevo. (Entran los dos en el gigantesco huevo, que

tiene una puertecita con cerrojo.) Sube... huevo... tira... llave.

Lais.—¿Tirar la llave? Pero... ¡nos quedaríamos encerrados!

Zenón.—Tira... llave.

Lais.—Sí, tiro la llave; que tú eres mi tesoro y mi felicidad y mi

noche. Pero antes, Zenón, toma este tarro de mermelada.

(Le alarga el tarro en el que va su alma.)

Page 66: El Jardín de Las Delicias L

66

Zenón.—(Comiéndoselo feliz con los dedos.) Mermelada... rica...

(Una vez consumido el tarro, Zenón habla con toda normalidad, se

«humaniza».) ¡Qué sabor tan delicioso!

Se instalan los dos en el huevo y arrojan la llave.

Lais.—Ze... nón... Ovejas... vivas.

Zenón.—(Hablando perfectamente.) Las ovejas viven para ti, balan

para ti; tú eres nuestra vida y nuestra esperanza. Lais, te quiero con locura.

Lais.—(Hablando, en efecto, de un modo animal.) Yo... yo... te... quiero...

Zenón canta la canción de Lais sin ninguna dificultad.

El huevo comienza a revolotear por los aires.

En este momento, entra Teloc: acompaña a Zenón con la trompeta.

El huevo se pierde en las alturas; se sigue oyendo la risa animal

de Lais y la canción, muy bien modulada por Zenón. Teloc continúa tocando,

rodeado de ovejas mientras cae el…

TELÓN