El ideal democrático y la contención del poder. Friedrich A. Hayek

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El Ideal Democrático y la Contención del Poder Friedrich A. Hayek* *Premio Nobel de Economía, 1974. Profesor distinguido de la Uni- versidad de Freiburg (Alemania). Fundador de la Sociedad Mont Pelerin. Doctorado en Derecho y Doctorado en Ciencias Políticas, (Universidad de Viena); Doctor en Economía, Escuela de Econo- mía de Londres. Doctor Honora- rio de las Universidades de Salz- burgo, Rikkyo, Santa María. Miembro de la Academia Britá- nica. Autor de 14 libros y más de 140 artículos.

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El Ideal Democrático y laContención del Poder

Friedrich A. Hayek*

*Premio Nobel de Economía, 1974.Profesor distinguido de la Uni-versidad de Freiburg (Alemania).Fundador de la Sociedad MontPelerin. Doctorado en Derecho yDoctorado en Ciencias Políticas,(Universidad de Viena); Doctoren Economía, Escuela de Econo-mía de Londres. Doctor Honora-rio de las Universidades de Salz-burgo, Rikkyo, Santa María.Miembro de la Academia Britá-nica. Autor de 14 libros y más de140 artículos.

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I. La pérdida del ideal democráticoFríedrich A. Hayek

An nescis, mi fili, quantillaprudentia regitur orbis?Axel Oxenstjerna (1648)*

La pérdida del ideal democrático

Ya no es posible ignorar el hecho que cada vez más personasreflexivas y bien intencionadas están, lentamente, perdiendo sufe en lo que alguna vez fue para ellos el ideal inspirador de lademocracia.

Esto sucede al mismo tiempo —y quizás en parte como con-secuencia de— que se extiende constantemente el campo deaplicación de los principios de la democracia. Estas dudas cre-cientes no están confinadas a los abusos obvios de un ideal políti-co: tienen relación con su misma esencia. La mayoría de aquellosa los que preocupa la pérdida de fe en una esperanza que por tantotiempo los guió, sabiamente tienen sus bocas cerradas. Pero laalarma que produce esta situación me exige hablar.

Me parece que la desilusión que tantos experimentan no sedebe a la falla del principio democrático como tal, sino a quenuestro uso de él ha sido erróneo. Como estoy ansioso de rescataral verdadero ideal de la mala reputación en la que está cayendo,intento encontrar el error que cometimos y cómo evitar las desgra-ciadas consecuencias del proceso democrático que hemos obser-vado.

*Conde Axel Oxenstjerna (1583-1654) en una carta a su hijo en 1648:"¿No sabes tú, hijo mío, con cuán poca sabiduría es gobernado el mun-do?" Tiempo atrás he publicado el argumento principal de este capítulo.Por ello, inserto este breve resumen que es una versión ligeramenterevisada de un esbozo publicado en Encounter de marzo de 1978.

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Para evitar desilusiones, por supuesto, cualquier ideal debeser enfocado con un espíritu sereno. No debemos olvidar en elcaso particular de la democracia, que la palabra sólo se refiere a unmétodo especial de Gobierno. Originalmente, no se refirió másque a un cierto procedimiento para llegar a decisiones políticas; yno nos dice nada sobre cuáles deben ser los fines del gobierno.Pero, por ser el único método de cambio de gobierno pacífico queel hombre ha descubierto hasta ahora, es, a pesar de todo, preciosoy vale la pena luchar por él.

Una democracia de "negociación"

Con todo, no es difícil ver por qué el resultado del procesodemocrático, en su forma actual, ha de desilusionar amargamentea aquéllos que creyeron en el principio según el cual el gobiernodebiera estar guiado por la opinión de la mayoría.

Aún cuando hay algunos que sostienen que esto correspondea lo que ahora sucede, es tan obvio que ello no es cierto que ya noengaña a las personas observadoras. De hecho, nunca en la histo-ria estuvieron los gobiernos tan presionados por la necesidad desatisfacer los deseos particulares de numerosos intereses especia-les, como lo están hoy en día. Quienes critican la democraciaactual la califican de "democracia de masas". Pero si los gobiernosdemocráticos estuvieran realmente limitados a lo que las masasacuerdan, habría poco que objetar. La causa de las quejas no esque los gobiernos estén al servicio de una opinión aceptada por lamayoría, sino que éstos están destinados a satisfacer interesesdistintos de un conglomerado de numerosos grupos. Al menos esconcebible, aunque improbable, que un gobierno autocráticoejerza la autorestricción; pero un gobierno democrático ilimitadosimplemente no lo puede hacer. Si sus poderes no son limitados,simplemente no puede restringir su acción al acatamiento de lasopiniones acordadas por la mayoría del electorado. Estará forzadoa reunir una mayoría y mantenerla, para lo cual deberá satisfacerlas peticiones de una cantidad de intereses especiales, cada unode los cuales aceptará los beneficios especiales otorgados a otrosgrupos sólo al precio de que sus propios intereses sean igualmen-te considerados. Tal democracia de negociación no tiene relaciónalguna con los conceptos usados para justificar el principio dedemocracia.

El juego de los intereses de grupo

Cuando hablo de la necesidad de limitar el gobierno demo-crático o más brevemente de una democracia limitada, no me

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refiero, desde luego, a limitar únicamente aquella actividad degobierno que se conduce democráticamente: digo que todo elgobierno, especialmente si es democrático, debería estar limita-do. La razón es que el gobierno democrático, si es nominalmenteomnipotente, como resultado de sus poderes ilimitados, se con-vierte en excesivamente débil por el juego de todos los diferentesintereses que debe satisfacer para asegurar el apoyo de la mayoría.

¿Cómo se ha desarrollado esta situación?Por dos siglos, desde el fin de la monarquía absoluta, hasta el

surgimiento de la democracia ilimitada, el gran propósito delgobierno constitucional ha sido limitar todos los poderes guber-namentales. Los principios más destacados que se establecierongradualmente para prevenir todo ejercicio arbitrario de poder,fueron la separación de poderes, la regla o soberanía de la ley, elgobierno bajo la ley, la distinción entre ley pública y privada, y lasreglas del procedimiento judicial. Todos ellos estaban destinadosa definir y limitar las condiciones bajo las cuales era admisible lacoerción sobre los individuos. Se pensaba que la coerción erajustificada sólo por el interés general Sólo la coerción acorde conreglas uniformes, igualmente aplicables a todos, se justificabaen pro del interés general.

Cuando se comenzó a creer que el control democrático delgobierno hacía innecesario cualquier otro tipo de resguardo encontra del uso arbitrario del poder, todos estos grandes principiosliberales fueron relegados a un segundo plano y algo olvidados.No fue tanto que los viejos principios hayan sido olvidados, comoque se despojó de significado a sus expresiones verbales tradicio-nales mediante el cambio gradual de las palabras claves usadas enellos. El más importante de los términos cruciales cuya transfor-mación llevó a cambiar el sentido de la fórmula clásica de laconstitución liberal, fue la palabra "ley"; todos los viejos princi-pios perdieron su significado cuando se alteró el contenido deeste término.

Leyes versus directrices

Para los fundadores del constitucionalismo, el término "ley"tuvo un significado muy preciso y limitado. Solamente si se limi-taba al gobierno por la ley se lograba la protección de la libertadindividual. Los filósofos del derecho en el siglo diecinueve ladefinieron finalmente como las reglas que regulan la conducta delas personas respecto a los demás, aplicables a un número desco-nocido de casos en el futuro y que contiene prohibiciones que

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delimitan (pero, por supuesto, no especifican) las fronteras de lasoberanía de las personas y los grupos organizados. Después delargas discusiones, en las cuales particularmente los jurisconsul-tos alemanes elaboraron finalmente esta definición de lo que ellosllamaron "ley en el sentido material", repentinamente se le aban-donó, por una objeción que ahora debe parecer casi cómica. Bajoesta definición las reglas de una constitución no serían ley en elsentido material.

Las reglas de una constitución no son, por supuesto, reglas deconducta sino que reglas para la organización del gobierno, ycomo todo derecho público están propensas a cambiar frecuente-mente, mientras que el derecho privado (y criminal) puede per-manecer.

La ley estaba destinada a prevenir la conducta injusta. Justi-cia referida a principios igualmente aplicables a todos, en contras-te con cualquier mandato o privilegio específico que afectara a unindividuo o grupos particulares. Pero ¿quién cree aún hoy en día,como lo hacía James Madison hace doscientos años, que la Cáma-ra de Representantes estaría incapacitada para dictar "leyes queno tendrán efecto sobre ellos mismos y sus amigos, pero sí lotendrán sobre la gran masa de la sociedad"?. Lo que sucedió con laaparente victoria del ideal democrático fue que el poder de dictarleyes y el poder gubernamental de promulgar directrices se depo-sitaron en las manos de las mismas asambleas. Su efecto fue,necesariamente, que la autoridad suprema de gobierno tuvo lalibertad de dictar cualquier ley que la ayudase a alcanzar lospropósitos particulares del momento. Pero ello necesariamentesignificó el fin del principio de gobierno bajo la ley. Si bien erasuficientemente razonable exigir que no sólo la legislación mismasino que también las medidas gubernamentales debieran ser de-terminadas por el procedimiento democrático, poner ambos po-deres en las manos de la misma asamblea (o asambleas) significa,en efecto, volver al gobierno ilimitado.

También invalidó la creencia original que una democracia,por el deber de obedecer a la mayoría, sólo podría hacer lo que erade interés general. Esto habría sido cierto con un cuerpo legislati-vo que pudiera aprobar solamente leyes generales o decidir sobreasuntos que sean verdaderamente de interés general. Pero esto nosólo no es cierto, sino que es completamente imposible para unaasamblea que tiene poderes ilimitados y debe usarlos para com-prar los votos de intereses particulares, incluyendo los de algunospequeños grupos o incluso de individuos poderosos. Tal cuerpolegislativo, que no debe su autoridad al hecho de demostrar su

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creencia en la justicia de sus decisiones, sometiéndose a sí mismoa reglas generales, está constantemente bajo la necesidad de re-compensar el apoyo de los diferentes grupos concediendo venta-jas especiales. Las "necesidades políticas" de la democracia con-temporánea están lejos de ser todas ellas demandadas por la ma-yoría.

Leyes y el gobierno arbitrario

El resultado de esta evolución no fue sólo que el gobierno yano estaba más bajo la ley. También dio lugar a que el conceptomismo de ley perdiera su significado. El llamado poder legislativoya no estuvo limitado (como John Locke había pensado que de-biera estar) a la aprobación de leyes, en el sentido de reglasgenerales. Todo lo que resolviera el "poder legislativo" pasó a serllamado "ley", y ya no fue llamado poder legislativo porque dicta-ra leyes, sino que "leyes" empezó a ser el nombre para cualquiercosa que emanara del "poder legislativo". El reverenciado térmi-no "ley" perdió así todo su antiguo sentido, y se convirtió ennombre para los mandatos de aquello que los padres del constitu-cionalismo habrían llamado un gobierno arbitrario. La principalpreocupación del poder legislativo llegó a ser gobernar y la legis-lación se subordinó a ello.

El término "arbitrario" perdió igualmente su sentido clásico.La palabra había significado "sin reglas" o determinado por lavoluntad particular, en vez que de acuerdo a reglas reconocidas.En este verdadero sentido aún la decisión de un gobernanteautocrático puede ser lícita, y la decisión de una mayoría democrá-tica enteramente arbitraria. Incluso Rousseau, quien es el princi-pal responsable de llevar al uso político el infortunado conceptode "voluntad", entendió al menos ocasionalmente que, para serjusto, este deseo debe ser general en intención. Pero la decisiónde las mayorías en las asambleas legislativas temporales, desdeluego no tiene necesariamente este atributo. Todo es permitidosiempre que incremente el número de votos que apoya las medi-das gubernamentales.

Un parlamento soberano y omnipotente, que no está confina-do a dictar reglas generales, significa que tenemos un gobiernoarbitrario. Lo que es peor, un gobierno que no puede, aún si lodesea, obedecer ningún principio, sino que debe mantenerse a símismo entregando favores especiales a grupos particulares, debecomprar su autoridad con discriminación. Desafortunadamente elParlamento Británico que había sido el modelo para la mayoría de

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las instituciones representativas también introdujo la idea de so-beranía (i. e. omnipotencia) del Parlamento. Pero la soberanía dela ley y la soberanía de un Parlamento ilimitado son irreconcilia-bles. Aun hoy, cuando el Sr. Enoch Powell alega que "una Decla-ración de Derechos es incompatible con la constitución libre deeste país", el Sr. Gallegher se apresura a asegurarle que él loentiende y está de acuerdo con el Sr. Powell.1

Los norteamericanos tenían razón hace doscientos años alpensar que un Parlamento omnipotente significa la muerte de lalibertad del individuo. Aparentemente una constitución libre yano significa la libertad del individuo sino una licencia para que lamayoría del Parlamento actúe tan arbitrariamente como le plaz-ca. Podemos tener o un Parlamento libre o un pueblo libre. Lalibertad personal requiere que toda autoridad sea restringida porprincipios permanentes que sean aprobados por la opinión delpueblo.

Del tratamiento no igualitario a la arbitrariedad

Tomó tiempo para que aquellas consecuencias de la demo-cracia ilimitada se hicieran evidentes.

Por algún tiempo las tradiciones desarrolladas durante elperíodo de constitucionalismo liberal operaron como una restric-ción sobre la expansión del poder gubernamental. Cuando seimitaron estas formas de democracia en lugares donde no existíantales tradiciones, invariablemente, como es lógico, se derrumba-ron pronto. Pero en los países con una más larga experiencia degobiernos representativos, las barreras tradicionales al uso arbi-trario del poder fueron derribadas inicialmente por motivos com-pletamente caritativos. La discriminación para ayudar a los menosafortunados no pareció ser discriminatoria; pero para poner enuna situación material más igualitaria a personas que son, inevita-blemente, muy diferentes en muchas de las condiciones de lascuales depende su éxito material, es necesario tratarlos en formadesigual.

Además, quebrar el principio de igual tratamiento ante la

1 Cámara de los Comunes, 17 de mayo de 1977. De hecho no habríanecesidad de un catálogo de derechos protegidos, sino meramente unarestricción única a todos los poderes gubernamentales para que la coer-ción no sea permisible excepto para exigir la obediencia de las leyes talcomo se definieron antes. Esto excluiría todos los derechos fundamenta-les reconocidos y aún más.

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ley, si bien con un objeto caritativo, abrió inevitablemente lascompuertas a la arbitrariedad. Para encubrirla se acudió a la más-cara de la fórmula de "justicia social"; nadie sabe exactamente loque significa, pero por la misma razón sirvió de varita mágica quederrumbó todas las barreras a las medidas arbitrarias. Distribuirfavores a expensas de algún otro, quien no puede ser fácilmenteidentificado, llegó a ser la manera más atractiva de comprar elapoyo de la mayoría. Pero un parlamento o un gobierno que setransforma en una institución de caridad se expone a un chantajeirresistible. Y pronto dejan de ser los "méritos", pasando a serexclusivamente las "necesidades políticas", las que determinancuáles grupos serán favorecidos a expensas generales.

Esta corrupción legalizada no es culpa de los políticos; ellosno pueden evitarla si quieren obtener posiciones desde dondepueden hacer algún bien. Pasa a ser una característica estructuralde cualquier sistema donde el apoyo de la mayoría autoriza medi-das especiales que buscan mitigar descontentos particulares.

Sólo un cuerpo legislativo confinado a dictar reglas generales,y una agencia gubernamental que puede usar la coerción sola-mente para hacer cumplir reglas generales que no puede cambiar,pueden resistir tal presión; una asamblea ilimitada no puede.Privado de todo poder de coerción discrecional, el gobierno po-dría todavía discriminar en los servicios que presta, lo que seríamenos nocivo y podría evitarse más fácilmente. Una vez que elgobierno central no posee poder de coerción discriminatorio, lamayoría de los servicios podrían ser y probablemente debieranser delegados a corporaciones regionales o locales que compitanpor los residentes otorgando mejores servicios a costos menores.

Separación de poderes para evitar un gobierno ilimitado

Parece evidente que una asamblea representativa nominal-mente ilimitada ("soberana") será guiada progresivamente a ex-tender constante e ilimitadamente los poderes del gobierno. Pa-rece ser igualmente claro que esto puede evitarse sólo dividiendoel poder supremo entre dos asambleas distintas elegidas democrá-ticamente, i.e., aplicando el principio de la separación de poderesen el nivel más alto.

Estas dos asambleas, distintas por supuesto, tendrían queestar constituidas de distinta forma si la legislativa va a represen-tar la opinión del pueblo sobre qué tipo de acciones gubernamen-tales son justas y cuáles no lo son, y la otra asamblea, gubernamen-tal, fuera a estar guiada por la voluntad del pueblo sobre las

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medidas particulares a ser tomadas dentro del marco dictado porla primera. Para este segundo objetivo —que ha sido la ocupaciónprincipal de los parlamentos existentes— las prácticas u organiza-ción de los parlamentos han resultado adecuadas, especialmentesu organización en cauces de partidos, lo cual es realmente indis-pensable para la conducción del gobierno.

Pero no sin razón los grandes pensadores políticos del siglodieciocho, sin excepción, desconfiaron profundamente de las di-visiones partidistas en un verdadero cuerpo legislativo. Difícil-mente puede negarse que los parlamentos existentes son muyinadecuados para una legislación apropiada. Ellos no tienen ni eltiempo ni el estado de ánimo para hacerlo bien.

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II. Opinión de la mayoría ydemocracia contemporánea

Pero la gran mayoría (de la Asam-blea ateniense) exclamó que eramonstruoso que se les impidiera alas personas hacer lo que ellas de-searan... Entonces los Pritaneos,agobiados por el miedo, acordaronsometerlo a votación —todos ellosexcepto Sócrates, el hijo deSophroniscus, quien dijo que encaso alguno actuaria sino de acuer-do a la ley.

Xenophon*

La progresiva desilusión con la democracia

Cuando las actividades de los gobiernos modernos producenresultados agregados que pocas personas han deseado o previsto,esto comúnmente se considera como una característica inevitablede la democracia. Difícilmente se puede pretender, sin embargo,que tales desarrollos correspondan generalmente a los deseos deun grupo determinado e identificable de personas. El procesoparticular que hemos elegido para averiguar lo que llamamos lavoluntad del pueblo, da origen a resultados que tienen poco quever con algo que merezca el nombre de "voluntad común" decualquier parte importante de la población.

De hecho, tanto nos hemos acostumbrado a considerar comodemocrático sólo el conjunto particular de instituciones que pre-

*Xenophon, Helénica, I, vii, 12-16. Una traducción alemana de unaversión anterior "Anschauungen der Mehrheit und zeitgenössische De-mokratíe" en 1965 en Ordo XV/XVI (Düsseldorf y Munich, 1965) y fuereimpreso en mi Freiburger Studien (Tübingen, 1969).

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valecen hoy en día en las democracias occidentales, y en el cualuna mayoría del cuerpo representativo dieta la ley y dirige elgobierno, que lo consideramos como la única forma posible dedemocracia. Como consecuencia, no nos preocupamos de fijarnosen el hecho que este sistema no sólo ha producido muchos resul-tados que a nadie agradan, incluso en aquellos países en los cualesen general ha funcionado bien, sino que también ha probado serimpracticable en la mayoría de los países donde estas institucio-nes no estaban restringidas por fuertes tradiciones sobre las tareasapropiadas de las asambleas representativas. Debido a que cree-mos rectamente en el ideal básico de democracia, nos sentimosobligados generalmente a defender (específicamente) las institu-ciones que por largo tiempo han sido aceptadas como su personi-ficación, y vacilamos en criticarlas porque ello puede debilitar elrespeto por un ideal que deseamos preservar.

A pesar que prosiguen las alabanzas e incluso las demandaspara que se extienda aún más la democracia, ya no es posible, sinembargo, pasar por alto que recientemente ha surgido una seria ycreciente inquietud acerca de los resultados que ésta con frecuen-cia produce. ¹Esto no toma en todas partes la forma de ese realismocinico que es característico de algunos cientistas políticos con-temporáneos quienes consideran la democracia solamente comootra forma de la lucha inevitable en la cual se decide quienobtiene qué, cuando y cómo.2

1 Un síntoma significativo fue un artículo de Cecil King en The Times(Londrés) del 16 de septiembre de 1968, titulado "La Reputación Decre-ciente de la Democracia Parlamentaria", en el cual argumentaba:

Aquello que más me perturba es la declinación producida a nivelmundial, de la autoridad y el respeto por las autoridades democráticas.Hace un siglo en los países avanzados del mundo había un acuerdogeneral que el gobierno parlamentario era la mejor forma de gobierno.Pero hoy, el descontento con el gobierno parlamentario es generalizado.Nadie puede argumentar en forma seria que los parlamentos en Europa oAmérica están aumentando su prestigio... La reputación del gobiernoparlamentario ha caído tan bajo que ahora se lo defiende en el terreno deque, malo como es, otras formas de gobierno son peores.

De la siempre creciente literatura sobre este tópico, algunos de lostítulos más recientes son: Robert Moss, The Collapse of Democracy(Londrés, 1975); K. Sontheimer, G. A. Ritter et al., Der Überdruss an derDemokratie (Colonia, 1970); C. Julien, La Suicide de la Democratie(París, 1972); y Lord Hailsham, The Dilemmia of Democracy (Londrés, 1978).² Harold D. Lasswell, Politics —Who get What, When, How (Nueva York, 1936).

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Sin embargo, escasamente puede negarse que prevalece unahonda desilusión y duda acerca del futuro de la democracia, cau-sadas por una creencia en que esos desarrollos, que es difícil quealguien apruebe, son inevitables. Ello encontró su expresión va-rios años atrás, en el conocido argumento de Joseph Schumpeterde que, si bien un sistema basado en el libre mercado seria mejorpara casi todos, está condenado más allá de toda esperanza, mien-tras el socialismo, que no puede cumplir sus promesas, está desti-nado a surgir.3

Parece ser el curso regular del desarrollo de la democraciaque después de un primer período glorioso en el cual se la entien-de y efectivamente ópera como un salvaguardia de la libertadpersonal, porque acepta las limitaciones de un nomos superior,tarde o temprano llega a reclamar el derecho a resolver cualquiercontroversia particular en la forma que acuerde una mayoría. Estoes lo que ocumo a la democracia ateniense a finés del siglo quinto,como lo mostro el famoso acontecimiento al cual se refierela cita que encabeza este capítulo; y en el siguiente siglo Demós-tenes (y otros) se lamentaban que "nuestras leyes no son superio-res a meros decretos; más aún, se encontrará que las leyes quedeben observarse al redactar los decretos son posteriores a losdecretos mismos".4

En tiempos modernos un desarrollo similar se inicio cuandoel Parlamento Británico reclamo poderes soberanos, esto es ilimi-tados, y en 1766 rechazo explícitamente la idea que en sus deci-siones particulares estuviese restringido a observar cualquier re-gla general que no fuese de su propia creación. Por un tiempo unafuerte tradición acerca del imperio de la ley impidió abusos seriosdel poder que se había arrogado el Parlamento. En el largo plazo,sin embargo, se probo la gran calamidad de los desarrollos moder-nos y después que se logro el gobierno representativo, todas

3J. A. Schumpeter, Capitalism, Socialism and Democracy (NuevaYork, 1942; 3.a ed., 1950).

4 Demóstenes, Against Leptines, 92, ed. Loeb Classical Library, tr. J.H. Vince, págs. 552-3. Véase también, en relación al episodio al que serefiere el pasaje de Xenophon al comienzo de este capítulo, Lord Acton,History of Freedom (Londrés, 1907), pág. 12:

"En ocasión memorable los atenienses reunidos en asamblea decla-raron monstruoso que se les impidiera realizar cualquier cosa que desea-ran; ninguna fuerza existente podría restringirlos; resolvieron que ningúndeber debía restringirlos, y que no se verían sometidos a ninguna ley queno hubieran dictado ellos mismos. De este modo el pueblo emancipadode Atenas se convirtió en un tirano."

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aquellas restricciones al poder supremo que se habían erigidopenosamente durante la evolución de la monarquía constitucio-nal, fueron sucesivamente desmanteladas por no ser ya necesa-rias. Que en efecto esto significó el abandono del constituciona-lismo, que consiste en la eliminación de todo poder por principiospermanentes de gobierno, ya había sido apreciado por Aristótelescuando afirmaba que "donde las leyes no son soberanas... ya quelas mayorías son soberanas, no como individuos sino colectiva-mente... tal democracia no es en absoluto una constitución"5; y fuerecientemente señalado de nuevo por un autor moderno quehabla de "constituciones que son tan democráticas que, hablandocorrectamente, ya no son más constituciones".6 Por cierto, ahorase nos dice que la "concepción moderna de la democracia es unaforma de gobierno en la cual no se impone restricción alguna alcuerpo gobernante",7 y, como hemos visto, algunos ya han con-cluido que las constituciones son un sobreviviente anticuado queno tienen lugar en la.concepción moderna de gobierno.8

El poder ilimitado, defecto fatal de la forma prevaleciente dedemocracia

Fue trágica la ilusión que la adopción de procedimientosdemocráticos hacia posible prescindir de todas las otras limitacio-nes sobre el poder gubernamental. Promovió también la creenciaque el "control del gobierno" por la legislación elegida democrá-ticamente reemplazaría adecuadamente las limitaciones tradicio-nales.9 De hecho, sin embargo, la necesidad de formar mayorías

5 Aristóteles, Politics, IV, iv, 7, ed. Loeb Classical Library, tr. H.Rackman (Cambridge, Mass. y Londrés, 1932), págs. 304-5.

6Giovanni Sartori, Democratic Theory (New York, 1965), pág. 312.La sección 7 completa del capítulo 13, págs. 304-14, de este libro es muypertinente al presente tema.

7 Richard Wollheim, "A Paradox in the Theory of Democracy", enPeter Laslett y W. G. Runciman (eds.), Philosophy, Politics and Society,2.a serie (Oxford, 1962), pág. 72.

8 Véase George Burdeau, "Une Survivance: la notion de constitu-tion", en L'Evolution du droit public, études offertes a Achille Mestre(Paris, 1956).

9 Pareciera, y es confirmado por M. J. C. Vile, Constitutionalism andthe Separation of Powers (Oxford, 1967), pág. 217, que James Mill fue eneste aspecto el principal culpable, aunque es difícil encontrar en su Essayon Government una afirmación precisa en este sentido. Pero podemosclaramente rastrear su influencia en su hijo, cuando, por ejemplo, J. S.

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organizadas para apoyar un programa de acciones particulares enfavor de grupos especiales introdujo una nueva fuente de arbitra-riedad y parcialidad y produjo resultados inconsistentes con losprincipios morales de la mayoría. Como veremos, el resultadoparadojal de poseer un poder ilimitado es que resulta imposiblepara una cámara de representantes hacer prevalecer aquellosprincipios generales en los cuales está de acuerdo, porque bajo talsistema la mayoría de la asamblea representativa, para permane-cer como mayoría, debe hacer lo que pueda para comprar el apoyode los distintos intereses concediéndoles beneficios especiales.

Así aconteció que junto con las preciadas instituciones degobierno representativo, Inglaterra también le dio al mundo elpernicioso principio de la soberanía parlamentaria,10 de acuerdoál cual la asamblea representativa no sólo es la autoridad superiorsino también una autoridad ilimitada. Esta última se considera aveces una consecuencia necesaria de la primera, pero esto no esasí. Su poder puede ser limitado, no por otra "voluntad" superior,-sino por el consentimiento de las personas, en el cual descansatodo el poder y la coherencia del estado. Si ese consentimientosólo aprueba el dictamen y la ejecución de reglas generales deconducta justa, y a nadie se le otorga poder para ejercer la coerciónexcepto para la ejecución de estas reglas (o temporalmente duran-te una interrupción violenta del orden por algún cataclismo),incluso el más alto poder constituido puede ser limitado. Porcierto, la demanda de soberanía del Parlamento en un comienzosólo significó que no reconocía ninguna voluntad superior a él;sólo gradualmente liego a significar que podía hacer cualquier

Mill argumento en su On Liberty que "la nación no necesitaba estarprotegida de su propia voluntad". (Everyman ed., pág. 67).

10 En tiempos de la revolución, los americanos entendían perfecta-mente este defecto de la Constitución Británica y uno de sus más agudospensadores acerca de cuestiones constitucionales, James Wilson (comoinforma M. J. C. Vile, op. cit, pág. 158):

"rechazo la doctrina de Blackstone de soberanía parlamentaria comopasada de moda. Los británicos no comprenden la idea de una constitu-ción (argumentaba) que limita y supervigila las operaciones de la legisla-tura. Esto fue un progreso en la ciencia del gobierno reservado a losamericanos."

Véase también el artículo "An Inevitable Freedom" en The Eco-nomist, 2 de abril de 1977, pág. 38:

El sistema americano puede presentar lo que podría haberse desarro-llado si Gran Bretona no se hubiera encaminado a la doctrina de soberaníaparlamentaria absoluto, con su corolario, ahora principalmente mítico,

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cosa que deseara. Ello no sigue necesariamente de lo primero,porque el consentimiento sobre el cual se apoya la unidad delestado y por ende el poder de cualquiera de sus órganos sólopuede restringir el poder, pero no conferir poder positivo paraactuar.

Es la obediencia lo que crea poder y el poder así creado seextiende sólo tan lejos como lo permita el consentimiento de laspersonas. Debido al olvido de esto último, la soberanía de la ley seconvirtió en lo mismo que la soberanía del Parlamento. Y mientrasla concepción del imperio de la ley presupone un concepto de leydefinido por los atributos de las reglas, no por su fuente, hoy lasasambleas legislativas ya no se llaman así porque hacen las leyes,sino que las leyes se llaman así porque emanan de las asambleaslegislativas, cualquiera sea la forma o contenido de sus resolucio-nes.

Si se pudiera afirmar justamente que las instituciones exis-tentes producen resultados que han sido deseados o aprobadospor una mayoría, el creyente en el principio básico de democraciatendría desde luego que aceptarlas. Pero existen razones podero-sas para pensar que el producto de esas instituciones es en granmedida un resultado involuntario de un tipo particular de institu-ción que hemos establecido para averiguar lo que creemos es lavoluntad de la mayoría, más que una decisión deliberada de lamayoría o cualquier otra persona.

que el ciudadano abusado puede mirar hacia el parlamento para la vindi-cación de sus derechos.

Pero dudo que ellos hayan teñido éxito en resolver el problema demejor forma. De hecho, al examinar cuidadosamente ambos paradigmasde gobierno democrático, Gran Bretaña y Estados Unidos, aparece querealmente son dos monstruosidades y caricaturas del ideal de la separa-ción de poderes. En el primero de ellos, el cuerpo gobernante inciden-talmente también legisla cuando persigue sus metas momentáneas, peroconsidera como su labor principal la supervisión de la conducta corrientedel gobierno, mientras en el segundo de ellos la administración no esresponsable ante la mayoría de la asamblea representativa, principalmen-te interesada en problemas gubernamentales, y el Presidente como jefeejecutivo durante toda su estadía en el poder puede no tener su apoyo.Durante un largo tiempo se pudo hacer abstracción de estos defectos conel argumento de que los sistemas "funcionaban", pero difícilmente losiguen haciendo. El poder del Parlamento Británico puede ser ilustrado,hasta donde conozco el Parlamento, por el hecho que podría, si meconsiderase suficientemente importante, confinarme en la Torre de Lon-drés por lo que estoy diciendo en este texto, alegando mi desobediencia aél.

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Parecería que donde quiera que las instituciones democráti-cas cesaron de estar restringidas por la tradición del imperio de laley, se liego no sólo a una "democracia totalitaria" sino, a sudebido tiempo, incluso a una "dictadura plebiscitaria".11 Estociertamente debiera hacernos comprender que lo que es valiosono es un conjunto particular de instituciones que son fácilmentecopiadas, sino algunas tradiciones menos tangibles; y que la de-generación de estas instituciones puede incluso ser un resultadonecesario donde quiera que la lógica inherente de la instituciónno esté limitada por el predominio de los conceptos generales dejusticia prevalecientes. ¿Puede ser cierto, como bien se ha dicho,que la creencia en la democracia presupone una creencia en cosassuperiores a la democracia?12 ¿Y realmente no existe para laspersonas otra manera de mantener un gobierno democrático queentregando poder ilimitado a un grupo de representantes elegidoscuyas decisiones deben estar guiadas por las exigencias de unproceso de negociación, en el cual ellos sobornan un númerosuficiente de votantes para apoyar un grupo organizado de ellosmismos lo suficientemente numerosos como para derrotar al res-to?

El verdadero contenido del ideal democrático

Aunque se ha dicho y se continua diciendo una gran cantidadde insensatez acerca de la democracia y de los beneficios que sumayor extensión asegurará, estoy profundamente inquieto por larápida declinación de la fe en ella. Esta aguda disminución de laestima que las mentes críticas le tienen a la democracia, debealarmar incluso a aquellos que nunca compartieron el entusiasmodesmedido y sin crítica que solía inspirar hasta hace poco, y quehizo que el término describiera casi cualquier cosa que era buenaen política. Como parece ser el destino de la mayoría de lostérminos que expresan un ideal político, "democracia" ha sidoempleado para describir varias cosas que tienen poco que ver conel significado original del término, e incluso ahora se lo emplea amenudo cuando lo que se quiere decir es realmente "igualdad".Estrictamente hablando se refiere a un método o procedimientopara determinar las decisiones gubernativas, y no se refiere a

11 Véase J. L. Talmon, The Origins of Tatalitarian Democracy (Lon-drés, 1952) y R. R. Palmer, The Age of Democratic Revolution (Princeton,1959).

12 E. Heimann, "Rationalism, Christianity and Democracy", Fest-gabefürAlfred Weber(Heidelberg, 1949), pág. 175.

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algún bien o propósito substancial de gobierno (tal como un tipode igualdad material), tampoco es un método que puede ser signi-ficativamente aplicado a organizaciones no-gubernamentales (talcomo educacionales, médicas, militares o establecimientos co-merciales). Estos dos abusos privan a la palabra "democracia" decualquier significado claro.13

Pero incluso una consideración del todo sobria y no senti-mental que contempla la democracia como una mera convenciónque hace posible un cambio pacífico de quienes detentan elpoder, debiera hacernos comprender que es un ideal por el quevale la pena luchar hasta el final, porque es nuestra única protec-ción contra la tiranía (aun cuando en su forma actual no da certezade protección).14 Aunque la democracia misma no es libertad(excepto para ese agregado indefinido, la mayoría del "pueblo")es uno de los más importantes salvaguardias de la libertad. Comoel único método de cambio pacífico de gobierno descubierto hastaahora, es uno de esos valores superiores que se definen negativa-mente, comparable a las precauciones sanitarias contra la plaga,de las cuales difícilmente nos enteramos mientras son efectivas,pero cuya ausencia puede ser mortal.

El principio que la coerción sólo es permisible con el propó-sito de asegurar obediencia a las reglas de conducta justa aproba-das por los más, o a lo menos por una mayoría, parece ser lacondición esencial para evitar el poder arbitrario, y por lo tantocondición esencial de la libertad. Este principio ha hecho posiblela coexistencia pacífica de los hombres en una Gran Sociedad y elcambio pacífico de quienes detentan el poder organizado.

13 Véase Wilhelm Hermis, Demokratisierung: Zur Problematic einesBegriffs (Colonia, 1970); también J. A. Schumpeter, op. cit., pág. 242.

14 Véase Ludwig von Mises, Human Action (Yale University Press,1949; 3.a ed. rev., Chicago, 1966), pág. 150: La democracia "provee unmétodo para el ajuste pacífico del gobierno a la voluntad de la mayoría";también K. R. Popper, The Open Society and its Enemies, (Londrés, 1945;4.a ed., Princeton, 1963), vol. l, pág. 124: "Sugiero el término "democra-cia" como el nombre abreviado para referirse a... gobiernos de los cualespodemos deshacernos sin derramar sangre, por ejemplo, por la vía deelecciones generales; es decir, las instituciones sociales proveen losmedios con los cuales los gobernantes pueden ser despedidos por losgobernados"; también J. A. Schumpeter, op. cit., pássim; también lasreferencias en mi The Constitution of Liberty (Londrés y Chicago, 1960),pág. 444, nota 9. Siento que en ese libro (pág. 108), entusiasmado con deTocqueville, haya descrito como el argumento "más poderoso", al tercerode los tres argumentos que mencioné en apoyo de la democracia, es decir,

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Cuando es necesaria una acción común, ésta debiera estarguiada por la opinión de la mayoría, y ningún poder de coerción eslegítimo a menos que el principio que lo guía es aprobado almenos por una mayoría. Esto, sin embargo, no implica que elpoder de la mayoría debe ser ilimitado, o incluso que deba haberuna forma posible de averiguar lo que se llamó la voluntad de lamayoría en cualquier asunto que uno pueda concebir. Hemoscreado inconscientemente una institucionalidad que hace posibledemandar la ratificación de una supuesta mayoría para medidasque de hecho no son deseadas por una mayoría y que inclusopueden ser desaprobadas por una mayoría de las personas; y queesta institucionalidad produce un agregado de medidas que nosólo no es deseado, sino que no podría ser aprobado como un todopor cualquier mente racional porque es inherentemente contra-dictorio.

Si todo el poder coercitivo debe descansar en la opinión de lamayoría, entonces no debiera extenderse más allá de lo que lamayoría puede genuinamente acordar. Esto no significa que debaexistir aprobación específica de la mayoría para cualquier acciónen particular del gobierno. Tal demanda seria claramente imposi-ble de cumplir en una sociedad moderna compleja en cuanto serefiera a la dirección corriente del detalle de la maquinaria degobierno; esto es, para todas las diarias decisiones acerca de cómodeben usarse los recursos puestos a disposición del gobierno.

La justificación fundamental del acto de conferir un poderpara ejercer la coerción es que tal poder es necesario para mante-ner un orden viable y que por lo tanto todos tienen un interés en laexistencia de tal poder. Pero esta justificación no se extiende másallá de la necesidad. Claramente no hay necesidad que alguien, nisiquiera la mayoría, deba tener poder sobre todas las acciones ocosa en particular que están ocurriendo en la sociedad.

El paso de la creencia que sólo aquello que es aprobado por lamayoría debiera ser obligatorio para todos, a la creencia que todolo que la mayoría apruebe deba tener esa fuerza, puede parecerpequeño. Sin embargo es la transición de una concepción degobierno a otra enteramente diferente: de una concepción en lacual el gobierno tiene tareas definidas y limitadas que son necesa-rias para dar origen a la formación de un orden espontáneo, a la

que es el único método efectivo de educar a la mayoría en asuntospolíticos. Es muy importante, pero desde luego menos importante queaquello que había mencionado como el primero: su función como uninstrumento de cambio pacífico.

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concepción según la cual sus poderes son ilimitados; o una transi-ción de un sistema en el cual decidimos cómo se resolverándeterminados asuntos publicos a través de procedimientos reco-nocidos, a un sistema en el cual un grupo de personas puededeclarar que cualquier cosa que ellos deseen es un motivo depreocupación pública y en este terreno someterlo a esos procedi-mientos. Mientras la primera concepción se refiere a decisionespúblicas necesarias, requisitos para la mantención de la paz y elorden, la segunda permite a algunas secciones organizadas de laspersonas controlar todo, y fácilmente se convierte en el pretextode la opresión.

Sin embargo, no hay mayor razón para creer que la mayoría,por desear algo en particular convierte este deseo en una expre-sión de su sentido de justicia, que creer que lo mismo es cierto enel caso de los individuos. En este último caso sabemos demasiadobien que el sentido de justicia de los individuos frecuentementese verá dominado por el deseo de objetivos particulares. Perogeneralmente, como individuos, hemos sido enseñados a frenarlos deseos ilegítimos, aunque algunas veces debamos ser restrin-gidos por la autoridad. La civilización descansa principalmenteen el hecho que los individuos han aprendido a reprimir susdeseos de objetivos particulares y a someterse a reglas general-mente reconocidas de conducta justa. Las mayorías, sin embargo,aún no han sido civilizadas de esta manera porque no debenobedecer reglas. ¿Qué no haríamos todos si estuviéramos genui-namente convencidos que nuestro deseo de una acción en parti-cular prueba que ella es justa?

El resultado no es diferente si las personas están persuadidasque el acuerdo de la mayoría sobre las bondades de una medidaparticular demuestra que ella es justa. Cuando a las personas seles enseña a creer que aquello que acuerdan es necesariamentejusto, sin duda pronto dejarán de preguntar si ello es cierto. Sinembargo, la creencia que todo aquello que una mayoría puedeacordar es por definición justo, ha estado grabada en la opiniónpopular por varias generaciones. ¿Necesitamos sorprendernosque, convencidos que aquello que resuelven es necesariamentejusto, las asambleas representativas existentes hayan cesado in-cluso de considerar en instancias concretas si esto es realmenteasí?15

15 Estos peligros del gobierno democrático fueron muy bien com-prendidos por los Old Whigs. Ver, por ejemplo, la discusión en las muyimportantes Cato's Letters de John Trenchard y Thomas Gordón que

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Si bien el acuerdo entre muchas personas en torno a la justiciade una regla particular puede sin duda ser una prueba buena,aunque no infalible de su justicia, el concepto de justicia no tienesentido si definimos como justa cualquier medida particular quela mayoría apruebe, justificable sólo por la doctrina positivistaque no existen pruebas objetivas de justicia (o más bien injusti-cia). Existe una gran diferencia entre lo que una mayoría puededecidir en cualquier cuestión particular y el principio general queatañe al tema en discusión que puede estar deseosa de aprobar.Existe, también, entonces, gran necesidad que a una mayoría se leexija probar su convicción de que lo que decide es justo, some-tiéndose ella misma a la aplicación universal de las reglas sobrelas cuales actúa en el caso particular; y su poder para ejercer lacoerción debiera estar confinado a la ejecución de reglas bajo lascuales está dispuesta a someterse.

La creencia que la voluntad de la mayoría en asuntos par-ticulares determina lo que es justo conduce a la visión, hoy endía ampliamente considerada como evidente por sí misma, quela mayoría no puede ser arbitraria. Esta es una conclusión necesa-ria sólo si, de acuerdo a la interpretación prevaleciente de demo-cracia (y a la jurisprudencia positivista como su fundamento), lafuente de la cual emana una decisión, más que su conformidad conuna regla en la cual concuerdan las personas, es el criterio dejusticia, y "arbitrario" se define arbitrariamente como no determi-nado por procedimientos democráticos. "Arbitrario" significa sinembargo, acción establecida por una voluntad particular que noestá restringida por una regla general, independientemente desi esta voluntad es la voluntad de uno o de una mayoría. En con-secuencia, no es el acuerdo de una mayoría sobre una acciónparticular, ni siquiera su conformidad con una constitución, sinosólo la buena voluntad de un cuerpo representativo para someter-se a la aplicación universal de una regla que requiere esa acciónparticular, lo que puede aceptarse como evidencia que sus miem-

aparecieron en la prensa de Londrés entre 1720 y 1722 y luego fueronreimpresas numerosas veces como colección (hoy más convenientementedisponibles en el volumen The English Libertarian Heritage, ed. DavidL. Jacobson, Indianapolis, 1965), donde la carta del 13 de enero de 1721(pág. 124 de la edición citada) argumenta que "cuando el peso de lainfamia está dividido entre muchos, nadie se hunde bajo su propia carga".También es cierto que, mientras una labor que se considera una distin-ción comúnmente impone una obligación, una que constituye un derechopara cualquiera fácilmente se considera que no impone una obligación,sino responde al propio capricho personal.

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bros consideran justo lo que deciden. Hoy, sin embargo, ni siquie-ra se le pregunta a la mayoría si considera justa una decisiónparticular; ni podrían sus miembros individuales asegurar que elprincipio que se aplica en la decisión particular será tambiénaplicado en todas las instancias similares. Dado que resoluciónalguna de un cuerpo representativo lo compromete en sus íuturasdecisiones, no está limitado en sus diversas medidas por reglasgenerales.

La debilidad de una asamblea electiva con poderes ilimitados

El punto crucial es que los votos por reglas aplicables a todos, y losvotos por medidas que afectan directamente sólo a algunos, tienenun carácter completamente diferente. Los votos por asuntos queconciernen a todos, tales como reglas generales de conducta justa,se basan en una opinión fuerte y duradera y por lo tanto sonbastante diferentes a los votos por medidas particulares para elbeneficio (y también a menudo a expensas) de personas descono-cidas, generalmente en el conocimiento de que tales beneficiosse distribuirán de la bolsa común en cualquier caso, y que todo loque el individuo puede hacer es guiar este gasto en la direcciónque él prefiere. Tal sistema está destinado a producir los resulta-dos más paradojales en una gran sociedad, a pesar de lo expeditoque pueda ser para arreglar asuntos locales donde todos estánbastante familiarizados con los problemas. Ello se debe a que elnúmero y complejidad de las tareas de la administración de unaGran Sociedad exceden en mucho el rango donde la ignoranciadel individuo podría remediarse con mejor información a disposi-ción de los votantes o los representantes.16

La teoría clásica del gobierno representativo suponía que losdiputados cuando sólo dictan aquellas leyes a las cuales deberán

16 Véase J. A. Schumpeter, op. cit., pág. 258, acerca del pequeñocampo que la mente del ciudadano puede abarcar con un sentido comple-to de la realidad. Aproximadamente, consiste en las cosas que le preocu-pan directamente a él, su familia, sus negocios, sus hobbies, sus amigos yenemigos, su municipio o barrio, su clase, iglesia, sindicato o cualquierotro grupo social del cual es un miembro activo: las cosas bajo su obser-vación personal, las cosas que le son familiares independientementede lo que su periódico le diga, las cuales él puede influir o administrardirectamente, y hacia las cuales desarrolla el tipo de responsabilidad queestá inducida por una relación directa con los efectos favorables o desfa-vorables de un curso de acción.

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someterse ellos mismos y su posteridad; cuando no puedan dardinero sin que ellos deban pagar su parte; cuando no puedanhacer daño, sin que caiga sobre sus cabezas junto con sus compa-triotas; sus electores pueden esperar entonces, buenas leyes, pocodaño y mucha frugalidad.17

Pero los electores de una "legislatura", cuyos miembros estánprincipalmente preocupados de obtener y mantener los votos degrupos particulares procurando beneficios especiales para ellos,se preocuparán poco de lo que otros obtendrán y se interesaránsólo en lo que ganarán en el regateo. Normalmente acordaránsimplemente que se le dé a otros algo sobre los cuales saben po-co, y usualmente a expensas de grupos de terceros, siendo ésteel precio para conseguir sus propios deseos y sin reflexión algunaacerca de si estas distintas demandas son justas. Cada grupo estarápreparado a consentir beneficios incluso inicuos para otros gru-pos, beneficios extraídos de la bolsa común si ello es la condiciónpara que los otros consientan en aquello que este grupo considerasu derecho. El resultado de este proceso no corresponderá a laopinión de persona alguna sobre lo que es correcto, y a ningúnprincipio: no se basa en un juicio de mérito, sino en convenienciapolítica. Su objetivo principal está destinado a convertirse en larepartición de fondos arrebatados a una minoría.

Que éste es el resultado inevitable de las acciones de unalegislatura "intervencionista" no restringida fue claramente pre-visto por los primeros teóricos de la democracia representativa.18

¿Quien, desde luego, pretendería que en los tiempos modernoslas legislaturas democráticas han otorgado todos los subsidios,privilegios y otros beneficios especiales de que tantos interesesespeciales gozan porque consideran justas estas demandas? QueA sea protegido contra la competencia de las importaciones bara-

17 Véase Cato's Letters, carta N.° 60 del 6 de enero de 1721, op. cit,pág. 121.

Acerca de la influencia de Cato's Letters en el desarrollo de las ideaspolíticas americanas Clinton Rossiter escribe en Seedtime of the Repub-lic (New York, 1953), pág. 141:Nadie puede ocupar algún tiempo en los periódicos, archivos de lasbibliotecas y panfletos de América colonial sin notar que la fuente deideas políticas más popular, citable y estimada en el período colonial fueCato's Letters más que Civil Government, de Locke.

18 Ver Cato's Letters, carta N.° 62 del 20 de enero de 1721, pág. 128:"Es una noción errada del gobierno, que sólo se debe consultar el interésde la mayoría, ya que en la sociedad todo hombre tiene derecho a la ayudade los demás en el goce y defensa de su propiedad privada; de otro modo,

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tas y B contra el menor precio cobrado por un operario menoscalificado, C contra una reducción en su salario y D contra lapérdida de su ocupación, no sirve el interés general; sin embargo,muchos defensores de tal medida pretenden que ello es así. Y nose debe principalmente a que los votantes estén convencidosque se busca con ello el interés general, sino porque quieren elapoyo de aquellos que hacen estas demandas, que a su vez estánpreparados para apoyar sus demandas. La creación del mito de la"justicia social" es sin duda principalmente el resultado de estamaquinaria democrática particular, que hace necesario para losrepresentantes inventar una justificación moral para los benefi-cios que otorgan a intereses particulares.

Por cierto las personas a menudo llegan genuinamente a creerque en algún sentido debe ser justo que la mayoría regularmenteconceda beneficios especiales a grupos particulares, como si tu-viera algo que ver con la justicia (u otra consideración moral) quecada partido que quiere apoyo mayoritario deba prometer benefi-cios especiales a algunos grupos particulares (como agricultores ocampesinos, o privilegios legales a los sindicatos) cuyos votospueden inclinar la balanza del poder. Bajo el sistema existente,por lo tanto, todo grupo pequeño de interés puede hacer valer susdemandas, no persuadiendo a una mayoría que las demandas sonjustas o equitativas, sino amenazándolos con retirar ese apoyo quenecesita el núcleo de individuos en acuerdo para convertirse enmayoría.

La pretensión que las legislaturas democráticas han otorgadotodos los subsidios, privilegios y otros beneficios especiales quetantos intereses particulares gozan hoy en día, porque pensaronque estos eran justos, sería desde luego simplemente ridícula.Aunque una hábil propaganda pudo ocasionalmente haber enter-necido a unos pocos individuos bondadosos en favor de gruposespeciales, y si bien esto es desde luego útil a los legisladores paraalegar que han estado motivados por consideraciones de justicia,los instrumentos de la maquinaria de votación que nosotros llama-mos la voluntad de la mayoría ciertamente no corresponden aopinión alguna de la mayoría acerca de lo que es correcto oincorrecto.

la mayoría puede traicionar a la minoría vendiendo su propiedad y divi-diéndola entre ellos; y así, en lugar de una sociedad donde todos loshombres pacíficos están protegidos, se transforma en una conspiración delos muchos en contra de la mayoría. Con la misma equidad un hombrepuede disponer licenciosamente de todo, y la violencia puede ser santi-ficada por mero poder."

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Una asamblea con poder para votar a favor de ciertos benefi-cios para grupos particulares se transforma en un lugar dondeserán decisivas las negociaciones o tratos entre la mayoría másque el acuerdo sustantivo acerca de los méritos de las diferentesdemandas.19 La ficticia "voluntad de la mayoría" que emerge deeste proceso de negociación no es más que un acuerdo para apoyara sus defensores a expensas del resto. Los "políticos" deben sumala reputación entre los hombres comunes al reconocimiento deque la política está principalmente determinada por una serie denegociaciones con ciertos intereses especiales.

Verdaderamente, a las mentes bien puestas que sienten queal político debiera preocuparle exclusivamente el bien común,esta realidad de constante apaciguamiento de los grupos de pre-sión, arrojándoles bocados o regalos más sustanciales, debe pare-cerles una abierta corrupción. Y a ello equivale el hecho que elgobierno no produzca lo que la mayoría desea, sino lo que cadauno de los grupos que forman la mayoría debe conceder a los otrospara conseguir su apoyo en aquello que desea para sí mismo. Queesto es así, es aceptado hoy como algo común de la vida diaria y elpolítico experimentado simplemente compadecerá al idealistaque es suficientemente ingenuo para condenarlo y creer que seríaevitable si sólo las personas fuesen más honestas. Todo esto escierto en cuanto concierne a las instituciones existentes, e inco-rrecto sólo al considerarlo como un atributo inevitable de todos losgobiernos representativos o democráticos, una corrupción inhe-rente de la cual el más virtuoso y decente de los hombres no puedeescapar. Sin embargo, no es un atributo necesario de todos losgobiernos representativos o democráticos, sino sólo el productonecesario de todos los gobiernos ilimitados u omnipotentes quedependen del apoyo de numerosos grupos.

Sólo un gobierno limitado puede ser un gobierno decente,porque no existen (y no pueden existir) reglas morales generalespara la asignación de beneficios particulares, como lo dijo Kant,porque "el bienestar no tiene principio, sino que depende de lasatisfacción material de la voluntad y por ende es incapaz de unprincipio general".20 No es la democracia o el gobierno represen-

19 Acerca de estas materias ver particularmente R. A. Dahl, A Prefaceto Democratic Theory (Chicago, 1950), y R. A. Dahl y C. E. Lindblom,Politics, Economics and Welfare (Nueva York, 1953).

20 Immanuel Kant, Der Streit der Fakultäten (1798), sect. 2, para. 6,nota 2:"Porque el bienestar no tiene principio, ni para aquel que lo recibe, ni

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tativo como tal, sino la institución particular elegida por nosotros,de una sola "legislatura" omnipotente, que la hizo necesariamen-te corrupta.

Corrupta ,a la vez que débil: incapaz de resistir presión de losgrupos que la componen, ía mayoría gobernante debe hacer to quepueda para satisfacer los deseos de los grupos de los cuales necesi-ta apoyo, sin importar lo dañinas que puedan ser las medidas parael resto, al menos en la medida que no sean visibles fácilmente oque los grupos que deben sufrirlas no sean muy populares. Si bienes inmensa y opresivamente poderosa y capaz de aplastar cual-quier resistencia de una minoría, es completamente incapaz deseguir un curso de acción consistente, tambaleándose como unaaplanadora a vapor guiada por alguien que está ebrio. En tanto.nohaya una autoridad judicial superior que impida a la legislaturaotorgar privilegios a grupos particulares, no hay límite al chantajeal que se verá sujeto el gobierno. Si el gobierno tiene el poder deservir sus demandas, se convierte en su esclavo, como en Ingla-terra, donde ellos hacen imposible cualquier política que puedasacar al país de su caída económica. Para que el gobierno seasuficientemente fuerte para mantener orden y justicia, debemosdespojar a los políticos de esa cornucopia cuya posesión les hacecreer que ellos pueden y deben "eliminar todas las fuentes dedescontento".21 Desafortunadamente, toda adaptación necesaria acircunstancias cambiantes está destinada a provocar descontentogeneralizado, y lo que se demandará principalmente de los políti-cos es hacer innecesarios para los individuos estos cambios nobienvenidos.

Un efecto curioso de esta condición, bajo la cual la entrega debeneficios especiales está guiada no por una creencia generalde lo que es justo, sino por "necesidad política", es que es capazde generar creencias erróneas del siguiente tipo: si un ciertogrupo resulta generalmente favorecido porque puede hacer cam-biar el equilibrio de los votos, surgirá el mito que debe ser porquetodos concuerden que lo merece. Pero desde luego sería absurdoconcluir que los agricultores, los pequeños hombres de negocio, olos trabajadores municipales obtienen regularmente la satisfac-

para aquel que lo distribuye (uno lo pondrá aquí y otro lo pondrá allá),sino que depende de la satisfacción material de la voluntad, que a su vezdepende de hechos particulares y por ende es incapaz de un principiogeneral."

21C. A. R. Crossland, The Future of Socialism (Londrés, 1956), pág.205.

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ción de sus demandas porque reclaman algo justo. En realidadesto ocurre simplemente porque sin el apoyo de una parte sustan-cial de estos grupos ningún gobierno podría obtener una mayoría.

No obstante, parece haber una reversión paradojal de lo quela teoría democrática supone que ocurre: que la mayoría no estáguiada por aquello que generalmente se cree está correcto, sinoque se considera justo aquello que cree necesario hacer paralograr mantener su coherencia. Aún se cree que el consenso de lamayoría es prueba de la justicia de una medida, si bien casi todoslos miembros de la mayoría a menudo consentirá en ella sólocomo pago del precio para la realización de sus propias demandasseccionales. Las cosas llegan a ser consideradas "socialmentejustas" sólo porque son realizadas con regularidad, no porquealguien, excepto los beneficiarios, las considere justas en suspropios méritos. Pero el resultado final es que se aceptan estánda-res morales puramente fortuitos, y a menudo conduce a las perso-nas a creer que los grupos sociales favorecidos son en realidadespecialmente merecedores porque son escogidos con regulari-dad para ser acreedores de beneficios especiales. Algunas veces síencontramos el argumento que "todas las democracias modernashan encontrado necesario hacer esto o lo otro", usado como sifuera prueba de la deseabilidad de una medida más que simple-mente el ciego resultado de un mecanismo particular.

Así, la maquinaria existente del gobierno democrático ilimi-tado produce un nuevo conjunto de seudo-moral "democrática",un artefacto de la maquinaria que hace que las personas conside-ren como socialmente justo aquello regularmente realizado porlas democracias, o aquello que con un empleo astuto de estamaquinaria puede ser extraído de los gobiernos democráticos. Elcreciente conocimiento de que más y más ingresos están determi-nados por la acción gubernamental llevará a nuevas demandaspermanentes por parte de grupos cuya posición debe ser determi-nada todavía por fuerzas de mercado para el logro similar deaquello que crean merecer. Cada vez que el ingreso de algúngrupo se incrementa por la acción gubernamental, se provee deuna demanda legítima para un trato similar a los otros grupos. Sonsimplemente las expectativas de muchos, que han creado laslegislaturas con los regalos que ya han conferido a ciertos gruposde que serán tratados en la misma manera, las que sustentan casitodas las demandas por "justicia social".

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Coaliciones de intereses organizadosy el instrumento del paragobierno

Hasta ahora hemos considerado la tendencia de las institucio-nes democráticas prevalecientes sólo en cuanto a que está deter-minada por la necesidad de sobornar al votante individual conpromesas de beneficios especiales para su grupo, sin tomar enconsideración un factor que acentúa grandemente la influencia dealgunos intereses particulares: su habilidad para organizar y ope-rar como grupos de presión organizados.22 Esto conduce a que lospartidos políticos particulares estén unidos no por principios, sinocomo coaliciones o intereses organizados, en los cuales las preo-cupaciones de esos grupos de presión que son capaces de unaorganización efectiva predominan fuertemente sobre aquellosque por una u otra razón no pueden formar organizaciones efecti-vas.23 Esta influencia, que se ha acrecentado enormemente, de losgrupos organizados distorsiona aún más la distribución de benefi-cios y hace que se aparte crecientemente de los requerimientos deeficiencia y de cualquier principio concebible de equidad. Elresultado es una distribución de ingresos principalmente deter-minada por el poder político. La "política de ingresos" propugna-da hoy en día como un supuesto medio de combatir la inflación es-tá de hecho mayormente inspirada por la monstruosa idea que to-dos los beneficios materiales debieran estar determinados por losposeedores del poder político.24

Forma parte de esta tendencia que en el curso de este siglohaya crecido un aparato enorme y excesivamente despilfarradorde paragobierno, que consiste en asociaciones de comercio, sin-dicatos y organizaciones profesionales, designadas primordial-mente para desviar lo más posible el flujo del favor gubernamen-tal hacia sus miembros. Ha llegado a ser considerado como obvia-mente necesario e inevitable, si bien sólo ha surgido en respuesta(o en parte como defensa de estar en desventaja frente) a la necesi-dad creciente de un gobierno mayoritario todopoderoso que man-tiene su mayoría comprando el apoyo de grupos particulares pe-queños.

22 Ver E. E. Schattschneider, Politics, Pressure and the Tariff (NuevaYork, 1935) y The Semi-Sovereign People (Nueva York, 1960).

23 Véase Mancur Olson Jr., The Logic of Collective Action (Harvard,1965).

24 El expositor más consistente de esta visión es Lady Wooton (Mrs.Bárbara Wooton). Ver su último libro sobre el tema, Incomes Policy(Londrés, 1974).

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En estas condiciones, los partidos políticos se convierten dehecho en poco más que coaliciones de intereses organizados,cuyas acciones están determinadas por la lógica inherente de susmecanismos, más que por cualquier principio general o ideales enlos cuales estén de acuerdo. A excepción de algunos partidosideológicos en Occidente, que desaprueban el sistema actualprevaleciente en sus países y aspiran a reemplazarlos completa-mente por alguna utopía imaginaria, desde luego sería difícildiscernir en los programas, e incluso más en las acciones, decualquier partido importante, una concepción consistente del tipode orden social en el que concuerden sus seguidores. Están todosforzados, aunque ello no sea su meta acordada, a usar su poderpara imponer alguna estructura particular sobre la sociedad i.e.alguna forma de socialismo, más que crear las condiciones en lascuales la sociedad puede gradualmente desarrollar "formacio-nes" mejoradas.25

La inevitabilidad de tales desarrollos en un sistema donde lalegislatura es omnipotente se aprecia claramente si preguntamoscómo puede formarse una mayoría, unida en acción común ycapaz de dirigir la política. El ideal democrático original se basóen la concepción de una opinión común acerca de lo correcto,opinión mantenida por casi todas las personas. Pero la comunidadde opinión sobre valores básicos no es suficiente para determinarun programa de acción gubernamental. El programa específicoque se requiere para unir un cuerpo de seguidores de un gobiernoo para mantener reunido tal partido, debe estar basado en algunaagregación de diferentes intereses que sólo puede lograrse con unproceso de negociación. El programa no será una expresión de undeseo común de los resultados particulares que se obtendrán; y,como estará preocupado con el uso de recursos concretos a ladisposición del gobierno para propósitos particulares, general-mente descansará en el consenso de los diversos grupos parasuministrar servicios particulares a algunos de ellos a cambio deotros servicios ofrecidos a cada uno de los grupos que consienten.

Sería pretencioso describir un programa de acción, así deci-dido en una democracia de negociación, como una expresión de la

25 En inglés falta una palabra apropiada para describir esos creci-mientos a los cuales puede referirse aproximadamente por el términoalemán Bildungen, i.e. estructuras que han emergido de un proceso deevolución espontánea. "Instituciones", palabra que uno se ve frecuente-mente tentado de usar, conduce a errores, porque sugiere que estasestructuras han sido "instituidas" o establecidas deliberadamente.

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opinión común de la mayoría, en algún sentido. Desde luego,puede que nadie desee o incluso apruebe todas las cosas conteni-das en tal programa: porque a menudo contendrá elementos de uncarácter tan contradictorio que ningún ser pensante podría algunavez deseados todos por sus propias características. Considerandoel proceso a través del cual se acuerdan tales programas para laacción común, desde luego sería un milagro si el resultado fueraalgo distinto de un conglomerado de deseos separados e incohe-rentes de muchos individuos y grupos diferentes. Casi todos losmiembros del electorado (o muchos de la asamblea representati-va) no tendrán opinión alguna acerca de muchos ítems incluidosen el programa, porque no conocen en absoluto las circunstanciaspertinentes. Estarán indiferentes o adversamente dispuestos ha-cia muchos otros, pero preparados a aceptarlos como pago por larealización de sus propios deseos. Para casi todos los individuos,la elección entre los programas de partido será, entonces, princi-palmente una elección entre males, es decir, entre diferentesbeneficios que se proveerán a otros grupos a sus expensas.

El carácter puramente aditivo de un programa como tal para laacción gubernamental resalta más claramente si consideramos elproblema que enfrentará el líder del partido. El puede o no teneralgún objetivo principal que le interesa profundamente. Perocualquiera sea su objetivo final, lo que necesita para alcanzado espoder. Para esto requiere el apoyo de una mayoría que sólo puedeconseguir reclutando personas que están poco interesadas en losobjetivos que a él lo guían. Para obtener apoyo para su programa,deberá por lo tanto tentar efectivamente a un número suficientede intereses especiales para reunir una mayoría para el apoyo desu programa como un todo.

El acuerdo sobre el cual se basa un programa para accióngubernamental es algo muy distinto de aquella opinión común deuna mayoría que se esperó sería la fuerza determinante en unademocracia. Ni se puede considerar este tipo de negociacióncomo el tipo de compromiso que es inevitable cuando las perso-nas discrepan y deben llegar a un acuerdo en alguna línea inter-media que no satisface por completo a nadie. Una serie de nego-ciaciones por las cuales los deseos de un grupo son satisfechos acambio de la satisfacción de los deseos de otro (y frecuentementea expensas de un tercero a quien no se consulta) puede determinarfinés de acción común de una coalición, pero no significa aproba-ción popular de los resultados globales. Verdaderamente, el resul-tado puede ser completamente contrario a cualquier principioque los diversos miembros de la mayoría aprobarían si tuviesenalguna vez oportunidad de votar por ellos.

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Este dominio del gobierno por parte de coaliciones de intere-ses organizados (cuando ellos se observaron por primera vez,fueron generalmente descritos como "intereses siniestros") esusualmente considerado por el que está fuera del gobierno comoun abuso, o incluso una forma de corrupción. Es, sin embargo, elresultado ineludible de un sistema en el cual el gobierno tienepoderes ilimitados para tomar cualesquiera medidas se requieranpara satisfacer los deseos de aquellos en los cuales reside suapoyo. Un gobierno con tales poderes no puede negarse a ejercer-los y aún mantener el apoyo de una mayoría. No tenemos derechoa culpar a los políticos por hacer lo que deben hacer en la posiciónen que los hemos colocado. Hemos creado las condiciones en lascuales es sabido que la mayoría tiene el poder para dar a cualquiersección en particular de la población cualquier cosa que ellademande. Pero un gobierno que posee tales poderes ilimitadospuede permanecer en ejercicio sólo satisfaciendo a un númerosuficientemente grande de grupos de presión para asegurarse elapoyo de una mayoría.

El gobierno, en el sentido estrecho de la administración delos recursos especiales apartados para la satisfacción de necesida-des comunes, tendrá hasta cierto punto siempre ese carácter. Sutarea es entregar beneficios particulares a diferentes grupos, locual es completamente distinto a una legislación adecuada. Peromientras esta debilidad es comparativamente inocua en la medidaque el gobierno está restringido a determinar el uso de una canti-dad de recursos puestos a su disposición de acuerdo a reglas queno puede alterar (y particularmente cuando, como en los gobier-nos locales, las personas pueden escapar a la explotación votandocon los pies), ella asume proporciones alarmantes cuando el go-bierno y la creación de reglas se confunden y las personas queadministran los recursos del gobierno también determinan quécantidad de los recursos totales debe controlar. Colocar a aquellosque deben definir lo correcto en una posición en la cual sólopuedan mantenerse entregando a quienes los apoyan lo que de-seen, es poner a su disposición todos los recursos de la sociedadpara cualquier propósito que ellos crean necesario para mante-nerse en el poder.

Si estos administradores de una cierta fracción de los recursosde la sociedad estuviesen bajo una ley que no pudiesen alterar,aunque utilizaran estos recursos para satisfacer a sus seguidores,no podrían ser llevados más allá de lo que puede hacerse sininterferir con la libertad del individuo. Pero si al mismo tiempoellos son quienes crean esas reglas de conducta, tenderán a usar su

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poder para organizar, no sólo los recursos pertenecientes al go-bierno, sino todos los recursos de la sociedad, incluyendo los delindividuo, para servir los deseos particulares de sus contribuyen-tes.

Podemos impedir al gobierno servir a los intereses especialessólo privándolo del poder de usar la coerción para hacerlo, lo quesignifica que podemos limitar los poderes de los intereses organi-zados sólo limitando los poderes del gobierno. Un sistema en elcual los políticos creen que es su deber, y está en su poder,remover toda insatisfacción, lleva a una completa manipulaciónde los asuntos de las personas por los políticos.26 Si ese poder esilimitado, podrá y será usado en el servicio de intereses particula-res, e inducirá a todos los intereses organizados a combinarse, conel fin de presionar al gobierno. La única defensa que tiene unpolítico contra tal presión es referirse a un principio establecidoque le impide acceder y que él no puede alterar. Ningún sistemaen el cual aquellos que dirigen el uso de los recursos del gobiernono están sometidos a reglas inalterables, puede escapar a conver-tirse en un instrumento de intereses organizados.

Acuerdo en reglas generales y en medidas particulares

Hemos enfatizado repetidamente que en una Gran Sociedadnadie puede poseer conocimiento o visualizar todos los hechosparticulares que pueden convertirse en objeto de decisiones degobierno. Cualquier miembro de tal sociedad puede saber no másque una pequeña parte de la estructura comprehensiva de relacio-nes que conforma la sociedad; pero sus deseos en relación a laformación del sector del patrón global al cual él pertenece, inevi-tablemente estarán en conflicto con los deseos de los otros.

Así, mientras nadie sabe todo, los deseos separados a menu-do chocarán en sus efectos y deberán ser reconciliados si se debellegar a un acuerdo. El gobierno democrático (a diferencia de lalegislación democrática) requiere que el consenso de los indivi-duos se extienda mucho más allá de los hechos particulares de loscuales están conscientes; y ellos se someterán a desatender suspropios deseos sólo si han acordado aceptar ciertas reglas genera-les que guiarán todas las medidas específicas y a las cuales inclusola mayoría se someterá. Parece que se ha olvidado hoy en día queen tales situaciones el conflicto puede evitarse sólo con el acuerdo

26 Ver el pasaje de C. A. R. Crossland citado en la nota 21 más arriba.

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de reglas generales, mientras que, si se requiriese acuerdo entrelos diversos particulares, los conflictos serían irreconciliables.

Acuerdo general verdadero, o incluso acuerdo verdadero en-tre una mayoría, en una Gran Sociedad, raramente se extenderámás allá de algunos principios generales, y sólo puede mantener-se en aquellas medidas particulares que pueden ser conocidas acasi todos sus miembros.27 Incluso más importante, tal sociedadalcanzará un orden global coherente y autoconsistente sólo si sesomete a reglas generales en sus decisiones particulares, y no se lepermite, ni siquiera a la mayoría, quebrar estas reglas; a menosque esta mayoría esté preparada a someterse a una nueva regla yse comprometa a aplicarla sin excepción de allí en adelante.

Ya hemos visto que el compromiso con reglas es, en algúngrado, necesario incluso para un individuo solo que se esfuerzapor poner orden en un complejo de acciones que él no puedeconocer en detalle con anterioridad. Es incluso más necesariocuando las decisiones serán tomadas sucesivamente por diferen-tes grupos de personas con referencia a diferentes partes del todo.Votos sucesivos por asuntos particulares en tales condicionesprobablemente no producirían un resultado agregado que cual-quier persona aprobaría, a menos que estuvieran todos guiadospor las mismas reglas generales.

Ha sido en gran medida el reconocimiento de los resultadosinsatisfactorios de los procedimientos establecidos en la toma dedecisiones democrática lo que ha llevado a demandar un planglobal en el cual toda la acción de gobierno quedará decidida paraun largo período por delante. Sin embargo, ese plan no proveeríarealmente una solución para la dificultad crucial. Al menos, comose lo concibe usualmente, seguiría siendo el resultado de unaserie de decisiones particulares acerca de asuntos concretos y porlo tanto su determinación originaria los mismos problemas. Elefecto de la adopción de un plan así, es que usualmente se con-vierte en un sustituto de un criterio real acerca de si las medidasque provee son deseables.

Los hechos decisivos son, no sólo que una verdadera visiónmayoritaria existirá en una Gran Sociedad sólo en principios ge-nerales, sino también que una mayoría puede ejercitar algúncontrol sobre el resultado del proceso de mercado sólo si se confi-na a dictar principios generales y se refrena de interferir en loespecífico aun si los resultados concretos están en conflicto con

27 En conexión a esto ver la discusión muy pertinente del carácterabstracto de la sociedad en K. R. Popper, op. cit., pág. 175.

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sus deseos. Es inevitable que, cuando nos proveemos de un me-canismo que responde en parte a circunstancias desconocidaspara nosotros para el logro de algunos de nuestros propósitos, susefectos sobre algunos resultados específicos debieran ser contra-rios a nuestros deseos, y que, por lo tanto, surgirá a menudo unconflicto entre las reglas generales que nos gustaría ver obedeci-das y los resultados particulares que deseamos.

En la acción colectiva este conflicto se manifestará muy cons-picuamente, porque, mientras como individuos en general hemosaprendido a obrar de acuerdo con reglas y somos capaces dehacerlo consistentemente, como miembros de un cuerpo que de-cide por votos mayoritarios no tenemos ninguna seguridad que lasfuturas mayorías obrarán de acuerdo a esas reglas que puedenprohibirnos votar por asuntos particulares que nos agradan, peroque son obtenibles sólo infringiendo una regla establecida. Sibien como individuos hemos aprendido a aceptar que al perseguirnuestros finés estamos limitados por reglas establecidas de con-ducta justa, cuando votamos como miembros de un cuerpo quetiene el poder para alterar estas reglas, a menudo no nos sentimossimilarmente restringidos. En esta última situación casi todas laspersonas, desde luego, considerarán razonable reclamar para síbeneficios que ellos saben están siendo otorgados a otros, peroque también saben no pueden otorgarse universalmente, y por lotanto, tal vez preferirían no verlos otorgados a nadie. En el cursode las decisiones particulares sobre asuntos específicos los votan-tes o sus representantes se verán entonces, a menudo, llevados aapoyar medidas en conflicto con principios que ellos preferiríanver generalmente observados. En la medida que no existan reglasque son obligatorias para aquellos que deciden sobre medidasparticulares, es así inevitable que las mayorías aprobarán medidasde un tipo que, si se les pidiera votar a base de principios, ellosprobablemente prohibirían de una vez y para siempre.

El argumento que en cualquier sociedad existirá general-mente mayor acuerdo en principios generales que en asuntosparticulares tal vez parezca en un comienzo contrario a la expe-riencia común. La práctica diaria parece mostrar que es usualmen-te más fácil conseguir acuerdo sobre un asunto particular que enun principio general. Esto, sin embargo, es sólo una consecuenciadel hecho que en general no conocemos en forma explícita, ynunca hemos puesto en palabras, esos principios comunes sobrelos cuales sabemos muy bien cómo actuar y que normalmentellevan a diferentes personas a acordar en sus juicios. La articula-ción o formulación verbal de estos principios será frecuentemente

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muy difícil. Esta falta de reconocimiento consciente de estosprincipios sobre los cuales actuamos no refuta, sin embargo, elhecho que usualmente nos ponemos de acuerdo en asuntos mora-les particulares sólo porque acordamos en las reglas aplicables aellos. Pero a menudo aprenderemos a expresar estas reglas comu-nes sólo mediante el examen de las diversas instancias particula-res en que nos hemos puesto de acuerdo, y por un análisis sistemá-tico de los puntos en los cuales hemos llegado a acuerdo.

Si las personas que se enteran por primera vez acerca de lascircunstancias de una disputa llegan generalmente a juicios simi-lares de sus méritos, esto significa precisamente que, lo sepan ono, de hecho están guiados por los mismos principios, mientras,cuando son incapaces de llegar a un acuerdo, esto pareciera mos-traf que ellos carecen de tales principios comunes. Esto se veconfirmado cuando examinamos la naturaleza de los argumentossusceptibles de producir acuerdo entre las partes que en un prin-cipio estaban en desacuerdo sobre los méritos de un caso particu-lar. Tales argumentos siempre consistirán en llamados a princi-pios generales, o al menos a hechos que son relevantes sólo a la luzde algún principio general. Nunca será la instancia concreta comotal, sino siempre su carácter como una en una clase de instancias, ocomo una que cae bajo una regla particular, la que será considera-da como pertinente. El descubrimiento de una regla de este tiposobre la cual podemos ponernos de acuerdo será la base parallegar a dicho. acuerdo sobre el asunto particular.

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III. La contención del podery el derrocamiento de la política

Estamos viviendo tiempos en quela justicia ha desaparecido. Nues-tros parlamentarios producen,tranquilamente, estatutos que soncontrarios a la justicia. Los Esta-dos tratan arbitrariamente a sussúbditos sin intento alguno porpreservar un sentido de justicia.Los hombres que caen bajo el po-der de otra nación se encuentran,para todos sus intentos o propósi-tos, prácticamente fuera de la ley.Ya no hay respeto alguno por suderecho natural a la tierra natal,sus moradas o propiedades, su de-recho a ganarse la vida o el susten-to, o a cualquier otra cosa. Nuestraconfianza en la justicia ha sido to-talmente destruida.*

Albert Schweitzer

Poder limitado e ilimitado

El problema de orden social más importante es la limitaciónefectiva del poder. El gobierno es indispensable para la formación

*La cita al inicio del capítulo es traducida de la versión original enalemán de Albert Schweitzer, Kultur und Ethik, Kulturphilosophiei vol. 2(Berna, 1923), p. XIX. Publicado en versión inglesa bajo el título Civiliza-tion and Ethics (Londrés, 1923), el párrafo correspondiente se encuentraen la página XVIII.

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de tal orden, sólo para proteger a todos contra la coerción y violen-cia por parte de los demás. Pero tan pronto como, para conseguir-lo, el gobierno adquiere el monopolio de la coerción y la violen-cia, se convierte a su vez en la principal amenaza a la libertadindividual. La gran aspiración de los fundadores del gobiernoconstitucional en los siglos diecisiete y dieciocho fue precisamen-te, limitar este poder, pero este empeño para contener los poderesdel gobierno fue también abandonado casi inadvertidamente,cuando se comenzó a creer, en forma equivocada, que el controldemocrático del uso del poder proveía de suficiente proteccióncontra su excesivo crecimiento.1

Nosotros ya hemos aprendido que la misma omnipotenciaconferida a las asambleas representativas las expone a una presiónirresistible para usar su poder en beneficio de intereses especia-les, presión que una mayoría con poderes ilimitados no puederesistir si desea seguir siendo una mayoría. Este proceso puedeprevenirse sólo privando a la mayoría gobernante del poder que lepermite otorgar beneficios discriminatorios a grupos o individuos.Generalmente esto se ha considerado imposible en una democra-cia, ya que parece requerir de algo situado por encima de losrepresentantes electos de una mayoría. De hecho, la democracianecesita restricciones aún más severas que otras formas de gobier-no, ya que está más sujeta a la presión efectiva por parte deintereses especiales, quizás de grupos pequeños, de los cualesdepende su mayoría.

1 Véase K. R. Popper, The Open Society and its Enemies (5.a ed.,Londrés, 1974), vol. I, p. 124:

Podemos distinguir dos tipos principales de gobierno. El primer tipocomprende a los gobiernos de los cuales podemos zafarnos sin derrama-miento de sangre; por ejemplo, por medio de elecciones generales; esdecir, las instituciones sociales proveen los medios por los cuales losgobernantes pueden ser destituidos por los gobernados, y las tradicionessociales aseguran que estas instituciones no serán destruidas fácilmentepor aquellos que están en el poder. El segundo tipo está formado porgobiernos de los cuales los gobernados no se pueden deshacer exceptopor el camino de una revolución exitosa, es decir, en la mayoría de loscasos no pueden. Sugiero el término "democracia" como el nombreabreviado para un gobierno del primer tipo, y el término "tiranía" o"dictadura" para el segundo. Esto, creo, corresponde a la usanza tradi-cional.

En conexión con lo que sigue, concerniente al carácter negativo delos más altos valores políticos véase también su Conjectures and Refuta-tions (2.a edición, Londrés, 1965), pág. 30.

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Sin embargo, el problema parecía sin solución, solamenteporque un antiguo ideal había sido olvidado. El ideal que el poderde todas las autoridades que ejercen funciones gubernativas debeser limitado por reglas permanentes que nadie pueda cambiar oabolir para servir finés particulares: principios que constituyenlos términos de asociación de la comunidad, que reconoce unaautoridad precisamente porque esa autoridad está sujeta a talesreglas permanentes. Fue la superstición constructivista-positivis-ta la que llevó a la creencia que debe haber algún poder supremoúnico e ilimitado del que se derive todo otro poder, cuando dehecho la autoridad suprema debe su respeto a que se somete areglas generales limitantes.

Lo que hoy en día llamamos gobierno democrático sirve —como resultado de su estructura— no a la opinión de la mayoría,sino a los variados intereses de un conglomerado de grupos depresión cuyo apoyo debe comprar el gobierno mediante conce-sión de beneficios especiales, simplemente porque no puederetener a sus partidarios cuando rehúsa darles algo que tiene elpoder de otorgar. El aumento resultante de la coerción discrimi-nadora amenaza con estrangular el crecimiento de una civiliza-ción que descansa en la libertad individual. Una interpretaciónconstructivista errónea del orden de la sociedad combinada conuna comprensión equivocada del significado de justicia ha llega-do a ser, sin duda, el principal peligro para el futuro no sólo de lariqueza, sino que de las morales y la paz. Nadie que tenga los ojosabiertos puede dudar por más tiempo que el peligro para la liber-tad personal viene principalmente desde la izquierda, no a causade algún ideal particular que ella persiga, sino porque los distin-tos movimientos socialistas son los únicos grandes cuerpos orga-nizados que, por objetivos que atraen a muchos, quieren imponersobre la sociedad un plan preconcebido. Esto necesariamentelleva a la extinción de toda responsabilidad moral del individuo yya ha eliminado progresivamente, uno después de otro, la mayoríade los resguardos de la libertad individual que han sido construi-dos a través de siglos de la evolución de la ley.

Para recuperar ciertas verdades fundamentales que genera-ciones de demagogia han destruido, es necesario aprender nue-vamente a entender por qué los valores básicos de una sociedadgrande o abierta deben ser negativos, asegurándole al individuoel derecho a perseguir, dentro de un dominio conocido, sus pro-pios objetivos a base de su propio conocimiento. Sólo tales reglasnegativas hacen posible la formación de un orden autogenerador,que usa el conocimiento y satisface los deseos de los individuos.

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Tendremos que reconciliarnos con el hecho aún extraño que enuna sociedad de hombres libres la autoridad más alta no debetener, en tiempos normales, el poder de dar órdenes positivas,sean estas cuales fueren. Su único poder debiera ser el de prohibirde acuerdo a reglas, en tal forma que deba su suprema posición aun compromiso en que todo acto está sujeto a principios genera-les.

Paz, libertad y justicia: las tres grandes negativas

La ignorancia inalterable de cualquier espíritu individual, ode cualquier organización que puede dirigir la acción humana,sobre la inconmensurable cantidad de hechos particulares quedeben determinar el orden de sus actividades es la razón funda-mental por la que es negativo lo mejor que puede dar un gobiernoa una gran sociedad de hombres libres.

Sólo los tontos creen saberlo todo, pero hay muchos de ellos.Esta ignorancia es la causa por la que el gobierno sólo puedeayudar a (o quizás hacer posible) la formación de un patrón oestructura abstracta en la cual las distintas expectativas de losmiembros se concilien aproximadamente entre ellas, haciendoque estos miembros observen ciertas reglas negativas o prohibi-ciones que sean independientes de sus propósitos particulares.Sólo puede asegurar el carácter abstracto, y no el contenido posi-tivo del orden que surgirá por el uso que para sus propósitos haganlos individuos de sus conocimientos, mediante el recurso de limi-tar sus dominios en contra de los demás, a través de reglas abstrac-tas y negativas. Es decir, para que los individuos hagan uso másefectivo para sus propios propósitos de la información que po-seen, el principal beneficio que el gobierno puede ofrecerlesdebe ser "meramente" negativo. Mucha gente encuentra difícilde aceptar incluso este solo hecho. En consecuencia, todos losconstructivistas tratan de engañar acerca de la concepción originalde estos ideales.

Quizás la paz es el único de los grandes ideales cuyo carácternegativo la gente está generalmente preparada a aceptar, y cuyadeformación recibe rechazo unánime. Por lo menos yo esperó quesi, digamos, un Krushchev hubiese usado el popular gambitosocialista de acordar la paz siempre que ésta fuera una "paz positi-va", todos habrían comprendido que esto significaba paz sólo si élpodía hacer lo que quisiera. Pero pocos parecen reconocer que laexigencia de los "deformadores" intelectuales para que la liber-tad, o la justicia, o la ley sean hechas "positivas", es similar a unintento de pervertir y abusar de los ideales básicos. Como en el

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caso de muchas otras cosas buenas tales como la tranquilidad, lasalud, el descanso, la paz mental o una buena conciencia, laausencia de ciertos males, en lugar de la existencia de bienespositivos, es la condición necesaria para el éxito de los esfuerzosindividuales.

El uso actual, que ha llegado a emplear "positivo" y "negati-vo" casi como equivalentes de "bueno" y "malo", y lleva a que lagente sienta que un "valor negativo" sea lo opuesto a un valor, undesvalor o un daño, ciega a las personas ante el carácter crucial delos más grandes beneficios que nuestra sociedad nos puede ofre-cer.

Las tres grandes negativas de Paz, Libertad y Justicia son, dehecho, las únicas bases indispensables de la civilización que ungobierno debe proveer. Ellas están necesariamente ausentes en lacondición "natural" del hombre primitivo y los instintos innatosdel hombre no las proveen a sus semejantes. Ellas son los produc-tos más importantes, pero aún no perfectamente asegurados de lasreglas de la civilización.

La coerción puede ayudar a los hombres libres en el logro desus finés sólo mediante la imposición de un esquema de reglasuniversales que no los dirija hacia fines particulares, sino que loshaga capaces de crear para ellos mismos un dominio que losproteja de cambios impredecibles causados por otros hombres—incluyendo a los agentes del gobierno— para perseguir suspropios finés. Y si la mayor necesidad es la seguridad contra laviolación por los demás de tal esfera protegida, incluyendo algobierno, la autoridad suprema requerida es una que pueda sim-plemente decir "no" a los otros, sin tener ella misma poderespositivos.

El concepto de una autoridad suprema que no pueda emitirningún mandato nos suena extraño e incluso contradictorio, por-que se ha llegado a creer que la máxima autoridad debe ser unaautoridad omnipotente y totalmente comprehensiva, que abarquetodos los poderes de las autoridades subordinadas. Pero no existeabsolutamente ninguna justificación para esta creencia "positivis-ta". Excepto cuando, como resultado de fuerzas humanas externaso naturales, el orden autogenerador se ve alterado y se requierenmedidas de emergencia para restaurar las condiciones necesariaspara su operación, no hay necesidad para tales poderes "positi-vos" de la autoridad suprema.

En realidad es razonable desde todo punto de vista desearque la autoridad máxima sea una tal que su poder descanse en susometimiento a reglas abstractas que la obliguen a evitar que el

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gobierno o las instituciones privadas interfieran con los derechosadquiridos de las personas, independientemente de las conse-cuencias particulares que ello tenga. Esta autoridad normalmenteestará sometida a ciertos principios reconocidos y podrá ordenarel cumplimiento de tales reglas generales. En tanto la sociedad noesté amenazada por fuerzas externas, no tendrá otro poder coerci-tivo que el establecido. Pese a estas restricciones, esta autoridadestará por encima de todos los poderes gubernamentales e inclusoserá el único poder común sobre el territorio, mientras que todoslos poderes gubernamentales, propiamente tales, pueden estarseparados para las distintas regiones.

Centralización y descentralización

El grado de centralización que presuponemos, en el cual elpoder supremo legislativo y el poder supremo de gobierno sonpartes de la misma organización unitaria que llamamos una nacióno estado (grado que se reduce apenas incluso en estados federa-les), es esencialmente efecto de la necesidad de hacer a estaorganización fuerte para la guerra. Pero ahora, cuando al menos enEuropa Occidental y en Norteamérica creemos haber excluido laposibilidad de guerra entre las naciones asociadas y estamos con-fiando en una organización supranacional para la defensa (espera-mos que de manera efectiva), debemos descubrir gradualmenteque podemos reducir la centralización y dejar de encargar algobierno nacional tantas tareas, que sólo lo hacen más fuerte anteenemigos externos.

Era necesario, en pro de la claridad, discutir en el contexto deeste ensayo los cambios requeridos en la estructura constitucionalpara preservar la libertad individual, con referencia al tipo másfamiliar de estado unitario. Pero ellos son, de hecho, aún másadecuados para una estructura jerárquica descentralizada de tipofederal. Aquí sólo podemos mencionar algunos pocos aspectosprincipales.

El sistema bicameral, generalmente considerado como esen-cial para una constitución federal, ha sido analizado bajo el es-quema aquí propuesto, con una prioridad diferente; pero su fun-ción en una federación podría lograrse por otros medios, como porejemplo, un sistema de doble conteo de votos, al menos en laasamblea gubernamental: una vez de acuerdo al número de con-gresales y la otra de acuerdo al número de estados representadosen la asamblea central. Sería conveniente, probablemente, res-tringir los acuerdos federales al propio gobierno y tener una asam-

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blea legislativa única para toda la federación. Pero no es realmen-te necesario tener siempre las asambleas legislativas y las asam-bleas gubernamentales en el mismo nivel de la jerarquía, siempreque el poder del gobierno, ya sea que se extienda en un territoriomás grande o más pequeño que el poder legislativo, esté limitadopor este último. Esto pareciera hacer deseable que el poder legis-lativo deba extenderse sobre un territorio mayor que el del podergubernamental; pero por supuesto existen varios ejemplos (GranBretaña con distintos sistemas de ley privada en Inglaterra yEscocia, los Estados Unidos de Norteamérica con la ley común enla mayoría de los estados y el Código Napoleónico en uno) de ungobierno ejecutivo central que rige sobre territorios que tienenleyes diferentes, y unos pocos (la Comunidad Británica de Nacio-nes en algún grado y por un período) donde el poder supremo quedetermina la ley (la corte de última instancia) era común a unacantidad de gobiernos que, en otros sentidos, eran totalmenteindependientes.

Sin embargo, son más importantes para nuestros propósitos,los deseables traspasos de actividades que serían posibles una vezque el poder de una autoridad suprema para decir "no" a accionesnocivas para los estados asociados haya reducido la necesidad deun gobierno central nacional fuerte para propósitos de defensa. Lamayoría de las actividades de servicio del gobierno podrían en-tonces ser delegadas ventajosamente, a autoridades regionales olocales, totalmente limitadas en sus poderes coercitivos por lasreglas dictadas por una autoridad legislativa superior.

No existe, por supuesto, ni a nivel nacional ni en el interna-cional, una base moral por la cual las regiones más pobres debie-ran ser autorizadas para apoderarse según sus propósitos de lariqueza de las regiones con mayor abundancia. Aun así la centrali-zación avanza, no porque la mayoría de las personas en la naciónestén ansiosas por abastecer con los medios de ayuda a las regio-nes más pobres, sino porque la mayoría, para ser una mayoría,necesita los votos adicionales de las regiones que se benefician alcompartir la riqueza de la unidad más grande. Y lo que estásucediendo en las naciones existentes está comenzando a pasar aescala internacional, donde, por una competencia estúpida conRusia, las naciones capitalistas, en vez de prestar capital a empre-sas de países que persiguen políticas económicas consideradasprometedoras, están actualmente subsidiando en gran escala losexperimentos socialistas de países subdesarrollados donde, sa-ben, que esos fondos serán mayormente desperdiciados.

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La regla de la mayoría versusla regla de leyes aprobadas por la mayoría

No sólo la paz, la justicia y la libertad, sino que también lademocracia es básicamente un valor negativo, una regla de proce-dimiento que sirve como protección en contra del despotismo y latiranía, y es ciertamente no más importante, pero no mucho me-nos, que las primeras Tres Grandes Negativas; o, para ponerlo deotra forma, una convención que sirve principalmente para preve-nir el daño. Pero, al igual que la libertad y la justicia, está ahorasiendo destruida por los esfuerzos de darle un contenido "positi-vo". Estoy casi seguro que los días de la democracia ilimitadaestán contados. Nosotros si queremos preservar los valores bási-cos de la democracia, tendremos que adoptar una forma diferentede democracia, o tarde o temprano perderemos el poder paraliberarnos de un gobierno opresivo.

Como hemos visto, bajo el sistema prevaleciente no es laopinión común a una mayoría la que decide sobre los asuntoscomunes, sino una mayoría que debe su existencia y poder a lasatisfacción de los intereses especiales de numerosos grupos pe-queños; intereses que los representantes no pueden rehusarse aotorgar si pretenden continuar siendo una mayoría. Pero mientrases posible el acuerdo de la mayoría de una gran sociedad sobrereglas generales, es una farsa la llamada aprobación por mayoríade un conglomerado de medidas que sirven intereses particula-res. La compra del apoyo de la mayoría mediante tratos con intere-ses especiales, a pesar que es lo que la democracia contemporáneaha llegado a significar, no tiene nada que ver con la idea originalde democracia, y es ciertamente contraria al concepto moral másfundamental de que todo uso de fuerza debe estar guiado y limita-do por la opinión de la mayoría. El proceso de compra de votosque hemos llegado a aceptar como una parte necesaria de lademocracia que conocemos, y el cual es realmente inevitable enuna asamblea representativa que tiene ambos poderes —el depasar leyes generales y el de emitir mandatos— es moralmenteindefendible y produce todo eso que a todos los ajenos al proble-ma les parece despreciable en la política. No es ciertamente unaconsecuencia necesaria del ideal de que la opinión de la mayoríadebiera mandar, sino que está en conflicto con él.

Este error está estrechamente conectado con el conceptoerróneo de que la mayoría debe ser libre para hacer lo que quiera.Una mayoría de los representantes del pueblo basada en la nego-ciación de las exigencias de grupos jamás podrá representar la

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opinión de la mayoría del pueblo. Tal "libertad del Parlamento"conlleva a la opresión del pueblo. Está en total conflicto con elconcepto de limitación constitucional al poder gubernamental, yes irreconciliable con el ideal de una sociedad de hombres libres.El ejercicio del poder de una democracia representativa más alláde la esfera donde los votantes pueden comprender el significadode sus decisiones puede corresponder a la opinión de la mayoríadel pueblo (o estar controlada por ella) sólo si en todas sus medi-das coercitivas el gobierno está confinado a reglas que son igual-mente aplicables a todos los miembros de la comunidad.

En tanto que esta forma de democracia persista, no podráexistir un gobierno decente aunque los políticos sean ángeles oestén profundamente convencidos del valor supremo de la liber-tad personal. No tenemos derecho a culparlos por lo que hacen,porque somos nosotros, al mantener las instituciones actuales,quienes los ponemos en una posición en la cual ellos sólo puedenobtener poder para hacer algún bien si se comprometen a otorgarbeneficios especiales a distintos grupos. Esto ha llevado al intentode justificar estas medidas mediante la creación de una seudo-ética, llamada "justicia social". Esta fracasa en cualquier pruebaque deba satisfacer un sistema de reglas morales para asegurar lapaz y la cooperación voluntaria entre los hombres libres.

El argumento crucial de este escrito es que sólo una opiniónpredominante sobre los principios que deben gobernar y restrin-gir la conducta individual puede justificar la coerción en unasociedad de hombres libres. Es obvio que una sociedad pacífica ypróspera puede existir solamente si algunas de estas reglas sonobedecidas en forma general, y cuando sea necesario, impuestas.Esto nada tiene que ver con ninguna "voluntad" que apunte a unobjetivo particular.

Lo que a la mayoría de la gente aún le parece extraño e inclusoincomprensible es que en tal sociedad el poder supremo debe serun poder limitado, no totalmente comprehensivo sino que relega-do a restringir al gobierno organizado, a las personas y a lasorganizaciones privadas mediante la imposición de reglas genera-les de conducta. Sin embargo, puede ser esa condición de sum-sión la que permite que sea la imposición de reglas generales deconducta igualmente aplicables a todos la única autorización quetiene la autoridad suprema para utilizar la coerción. Tal podersupremo debe la lealtad y respeto que exige, a su compromiso conlos principios generales, y el único objetivo por el cual puede usarla coerción es para asegurar la obediencia a esos principios. Sehace al poder legislativo representante de las opiniones de la

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mayoría del pueblo para que logre que estos principios esténconformes a la opinión general.

Confusión moral y decadencia del lenguaje

Bajo la influencia de la agitación socialista, en el curso de losúltimos cien años, ha cambiado tanto el verdadero sentido en elcual se usan muchas de las palabras claves que describen losideales políticos que, hoy en día, uno debe dudar si usar inclusopalabras como "libertad", "justicia", "democracia" o "ley", por-que ellas ya no comunican el significado original. Y, como se diceafirmó Confucio, "cuando las palabras pierdan su significado, laspersonas perderán su libertad". No fueron, desafortunadamente,sólo propagandistas ignorantes sino que a menudo profundosfilósofos sociales quienes contribuyeron a este deterioro del len-guaje retorciendo palabras bien establecidas para seducir a lagente a servir lo que ellos se imaginaban eran buenos propósitos.Cuando un John Dewey define la libertad como "el poder efecti-vo para hacer cosas específicas",2 puede parecer un artificio tor-tuoso para engañar a los inocentes. Pero si otro filósofo socialargumenta al discutir de democracia "que la línea de enfoque máspromisoria es decir que la democracia... se considera buena por-que en general, es el mejor recurso para asegurar ciertos elemen-tos de justicia social",3 constituye evidentemente una ingenuidadincreíble.

Aparentemente la generación más joven de filósofos socialesni siquiera sabe lo que los conceptos básicos significaron algunavez.

Solamente así puede explicarse que encontremos a un jovenerudito afirmando seriamente que la costumbre de hablar de "unestado justo de las cosas... debe considerarse primordial, ya quecuando describimos a un hombre como justo queremos decir queél usualmente intenta actuar en una forma tal cuyo resultado es unestado justo de las cosas"4 e incluso agregando algunas páginasdespués que "parece (!) existir una categoría de "justicia priva-

2 John Dewey, "Liberty and Social Control", Social Frontier, no-viembre, 1935, y cf.; comentarios más completos aparecen en mi libro TheConstitution of Liberty, en la nota 21 al capítulo 1.

3 Morris Ginsberg en W. Ebenstein (ed.), Modern Political Thought:The Great Issues (Nueva York, 1960).

4 David Miller, Social Justice (Oxford, 1976)p. 17 Cf. también M.Duverger, The Idea of Politics. (Indianápolis, 1966), p. 171: "La defini-ción de justicia... casi siempre se centra en la distribución de la riqueza y

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da" que se preocupa del trato de un hombre con sus semejantescuando él no esté actuando como participante en una de las insti-tuciones sociales principales".5 Esto, quizás puede ser explicadopor el hecho que hoy un joven encontrará primero el término"justicia" en una conexión de este tipo, pero por supuesto es unaparodia de la evolución del concepto. Como hemos visto, unestado de las cosas que no ha sido deliberadamente originado porlos hombres no puede poseer inteligencia, ni virtud, ni justicia, niningún otro atributo de los valores humanos, ni siquiera si es elresultado impredecible de un juego que la gente ha consentidojugar, emprendiendo por su propio interés relaciones de inter-cambio con los demás. La justicia no es, por supuesto, cuestión delos objetivos de una acción sino que de su obediencia a las reglas ala que está sujeta. Estos ejemplos —elegidos casi aleatoriamen-te— del abuso actual de los términos políticos por aquellos quetienen destreza con las palabras, cambiando el significado deconceptos que quizás jamás han entendido totalmente y que loshan vaciado gradualmente de todo contenido claro, podríamosaumentarlos indefinidamente. Es difícil saber qué hacer cuandolos enemigos de la libertad se describen a sí mismos como libera-les, como es hoy en día práctica común en los Estados Unidos—excepto llamarlos persistentemente, como debemos hacerlo,pseudo-liberales— o cuando hacen llamados a la democracia, alreferirse verdaderamente a igualitarismo.6 Todo esto es parte deesa "Traición de los Intelectuales" que Julien Benda castigo hacecuarenta años, pero que ha teñido éxito en crear un reino defalsedad que ha llegado a ser habitual en la discusión de los

las ventajas sociales." Uno comienza a preguntarse si estos escritores hanescuchado alguna vez de John Locke o David Hume o incluso de Aristó-teles. Véase, v.g., John Locke, en Essays Concerning Human Under-standing, IV, iii, 18:

Donde no hay propiedad no hay injusticia, es una proposición tanevidente como una demostración de Euclides: Siendo el concepto depropiedad un derecho a algo y el concepto al cual se le da el nombre de"injusticia", la invasión o violación de ese derecho, es evidente que estasideas, así establecidas, y estos nombres anexados a ellas, me aseguran quela proposición es tan cierta como que el triángulo tiene tres ángulosiguales a dos ángulos rectos.

5D. Miller, op. cit., p. 23.6J. A. Schumpeter, History of Economic Analysis (Nueva York,

1954), p. 394: "Como un cumplido supremo, si bien no intencionado, losenemigos del sistema de libre empresa han considerado atinado apropiar-se de su etiqueta".

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asuntos de política "social", y en el lenguaje actual de los políticosque habitualmente emplean esta artimaña sin saber ellos mismosque lo es.

Pero no son sólo los socialistas confesos quienes nos guían alo largo de este camino. Las ideas socialistas han penetrado tanprofundamente en el pensamiento general que no son sólo esospseudo-liberales los que simplemente disfrazan su socialismo conel nombre que han asumido, sino que también muchos conserva-dores se han apropiado las ideas y el lenguaje socialista y los usanconstantemente convencidos que ellas son una parte establecidadel pensamiento actual. No es sólo gente que tiene fuertes opinio-nes o toma parte activa en los asuntos publicos.7 En realidad ladivulgación más activa de los conceptos socialistas tiene lugartodavía a través de lo que David Hume llamó la ficción de lospoetas,8 los literatos ignorantes que están seguros que las palabrasatrayentes que ellos emplean tienen un sentido preciso. Solamen-te porque estamos tan habituados a esto puede explicarse que, porejemplo, cientos de miles de hombres de negocios a través delmundo aún permitan que sus periódicos en sus partes literariasrecurran incluso a un lenguaje obsceno (tal como "la abundanciaexcrementicia de la producción capitalista" en la revista TIME del27 de junio de 1977) para ridiculizar al capitalismo.9 Aunque elprincipio de libertad requiere que toleremos tales groserías es-candalosas, uno podría haber esperado que el buen sentido de loslectores los haría aprender pronto en cuanto a las publicacionesdignas de confianza.10

7 Como un amigo me hizo notar recientemente, si contamos comosocialistas a todas las personas que creen en lo que ellos llaman "justiciasocial", como debiéramos, porque lo que pretenden sólo puede ser alcan-zado a través del uso del poder gubernamental, debemos admitir queprobablemente alrededor del 90 por ciento de la población de las demo-cracias occidentales es hoy socialista.

8 David Hume, A Treatise of Human Nature; libro III, sección 2, ed.L. A. Selby-Bigge (Oxford, 1958), p. 495.

9 La parte literaria de esa revista está llena de constantes referenciaserróneas a la supuesta injusticia de nuestro orden económico. Por ejem-plo, cuál se supone que es la relación causal cuando un poco antes (el 16de mayo de 1977) un comentarista de televisión habla de "cuanta miseriacuesta mantener esos arbustos principescos en tan bien rasurada ele-gancia".

10 En relación con la sección precedente véase mi trabajo The Confu-sión of Language in Political Thought (Ocassional Paper 20 of the Insti-tute of Economic Affairs, Londrés, 1968).

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Procedimiento democrático y objetivos igualitaríos

Quizás la peor víctima en este proceso de pérdida de sentidode las palabras, en tiempos recientes, ha sido la palabra misma de"democracia". El principal abuso se produce por aplicarla no a unprocedimiento para llegar a un acuerdo en una acción común, sinoque darle un contenido explícito prescribiendo cuales deben serlos objetivos de tales actividades. A pesar de lo claramente absur-do que es esto, muchas de las invocaciones actuales a la democra-cia están dirigidas a decirles a las asambleas democráticas qué eslo que deben hacer. Excepto en la medida en que esté comprome-tida la organización del gobierno, el término "democrático" nodice nada sobre los fines particulares por los que debe votar lagente.

El verdadero valor de la democracia es servir como una pre-caución sanitaria que nos proteja de un abuso de poder. Esto noscapacita para deshacernos de un gobierno y tratar de reemplazarlopor uno mejor. O, para ponerlo de otra manera, es la única formaque hemos descubierto para hacer posible el cambio pacífico.Como tal, constituye un alto valor por el cual vale la pena luchar,ya que cualquier gobierno que la gente no pueda reemplazarmediante un procedimiento acordado, está destinado a caer tardeo temprano en malas manos. Pero está lejos de ser el valor políticomás alto, y una democracia ilimitada bien puede ser peor que ungobierno limitado de una clase distinta.

En su actual forma ilimitada, la democracia ha perdido granparte de la capacidad de servir como una protección en contra delpoder arbitrario. Ha dejado de ser un salvaguardia de la libertadpersonal, una restricción al abuso del poder gubernamental; loque se esperaba demostraría ser cuando se creía ingenuamenteque, en tanto el poder estuviese sujeto a control democrático, sepodría prescindir de todas las demás restricciones al poder guber-namental. Por el contrario, ha llegado a ser la causa principal de uncrecimiento progresivo y acelerado en el poder y peso de lamáquina administrativa.

La asamblea única democrática omnipotente y omnicompe-tente, en la cual una mayoría capaz de gobernar puede mantener-se a sí misma sólo tratando de eliminar todas las fuentes de des-contento de cualquier partidario de esa mayoría, es conducida asía tomar el control en todas las esferas de la vida. Está forzada adesarrollar e imponer, en justificación de las medidas que debetomar para retener el apoyo de la mayoría, un código de justiciadistributiva no existente y, en el estricto sentido de la palabra,

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inconcebible. En tal sociedad, tener cuñas políticas pasa a sermucho más conveniente que aumentar los medios de satisfacciónde las necesidades de nuestros semejantes. Como tiende a conver-tirse en asunto político para el cual pueden invocarse los poderescoercitivos del gobierno, una parte cada vez más grande de laactividad humana es apartada de los esfuerzos productivos y dedi-cada a los esfuerzos políticos, no sólo a la maquinaria políticamisma sino que peor, el aparato paragubernamental de rápidaexpansión, diseñado para presionar en el gobierno en pro deintereses particulares.

Lo que aún no se comprende, es que la mayoría de unaasamblea de representantes con poderes ilimitados no es capaz deconfinar sus actividades, ni está forzada a hacerlo, a objetivos quetodos los miembros de la mayoría deseen, o incluso aprueben.11 Sital asamblea tiene el poder de otorgar beneficios especiales, unamayoría puede sostenerse normalmente sólo retribuyéndole acada uno de los grupos particulares que la conforman. En otraspalabras, hemos creado, bajo el falso nombre de democracia, unamaquinaria en la cual no decide la mayoría, pero, al contrario, cadamiembro de la mayoría tiene que acceder a muchos sobornos paraobtener el apoyo mayoritario para sus propias demandas particu-lares. Con todo lo admirable que el principio de decisiones de lamayoría puede ser con respecto a materias que necesariamenteconciernen a todos, el resultado de usar este procedimiento paradistribuir el botín que puede ser extraído de una minoría disiden-te debe ser pernicioso.

Parece ser inevitable que si conservamos a la democracia ensu forma actual, el concepto mismo está sentenciado a desacredi-

11La debilidad del gobierno de una democracia omnipotente fuepercibida muy claramente por el extraordinario estudioso alemán de lapolítica, Cario Schmitt, quien en la década de los años veinte entendió elcarácter de esta forma en desarrollo del gobierno probablemente mejorque la mayoría de las personas, y desde entonces censuró regularmente loque a mí me parece la causa incorrecta, moral e intelectualmente. Véase,por ejemplo, su ensayo sobre "Legalitat und Legitimitat" de 1932 (reim-preso en su Verfassungsrechtliche Aufsatze, Berlín, 1958, p. 342):

Ein pluralistischer Parteienstaat wird nicht aus Starke und Kraft,sondern aus Schwache 'total'; er interveniert in alle Lebensgebiete, weiler die Anspruche alier Interessenten erfullen muss. Insbesondere musser sich in das Gebiet der bisher staatsfreíen Wirtschaft begeben, auchwenn er dort auf jede Leitung und politischen Einfluss verzichtet.

Muchas de estas importantes conclusiones ya fueron expresadas en1926 en su Die geistesgeschichtliche Lage des Parlamentarismus.

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tarse en tal medida que, incluso, será despreciado en el casolegítimo de las decisiones de mayoría sobre cuestiones de princi-pio.

La democracia está en peligro ya que las instituciones particula-res con las cuales hemos tratado de concretarla han producidoefectos que hemos tomado (erróneamente) como los de la demo-cracia genuina. Yo mismo he sugerido antes, que ya no estoyseguro que el nombre de la democracia pueda ser liberado deldisgusto con el cual la consideran un número creciente de perso-nas, y por buenas razones; aunque algunos aún no se atreven aexpresar públicamente su desilusión.

Para resumir, la raíz del problema es, por supuesto, que enuna democracia ilimitada los poseedores de poderes discreciona-les están forzados a usarlos, quiéranlo o no para favorecer a losgrupos particulares de cuyos cambiantes votos dependen sus po-deres. Esto se aplica tanto al gobierno como a las institucionesorganizadas democráticamente y a los sindicatos. Aunque, en elcaso del gobierno, algunos de estos poderes pueden servir paradarle capacidad de hacer muchas cosas que pueden ser deseablespor sí mismas, debemos renunciar a entregárselos ya que talespoderes discrecionales inevitable y necesariamente, ponen a laautoridad en una posición en la cual estará forzada a hacer aún másdaño.

"Estado" y "sociedad"

Si la democracia va a preservar una sociedad de hombreslibres, la mayoría de un cuerpo político no debe tener, ciertamen-te, el poder para "darle forma" a una sociedad. O hacer que susmiembros sirvan a fines particulares, es decir, a fines distintos delorden abstracto, el que puede asegurar solamente si hace cumplirreglas de conducta igualmente abstractas. La tarea del gobierno escrear un sistema dentro del cual los individuos y grupos puedanexitosamente ir en pos de sus objetivos respectivos, y algunasveces usar sus poderes coercitivos para aumentar la recaudaciónque les permita proporcionar servicios que, por una u otra razón,el mercado no puede ofrecer. Pero la coerción está justificadasolamente para lograr tal sistema, dentro del cual todos puedanusar sus habilidades y conocimientos para sus propios fines siem-pre que no interfieran con los dominios igualmente protegidos delos demás. Excepto cuando "los Actos de Dios o los enemigos delRey" hagan necesario conferir temporalmente poderes de emer-gencia a una autoridad, los que puedan ser revocados en cualquier

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momento por la agencia que se los ha conferido, nadie necesitaposeer poderes de coerción discriminatoria. (Cuando tales pode-res tengan que ser usados para prevenir un posible crimen, lapersona a quien le han sido aplicados erróneamente debe tenerderecho a una plena compensación por el daño sufrido).

Gran parte de la confusión sobre este asunto se debe a unatendencia (particularmente fuerte en la tradición continental, pe-ro que está creciendo rápidamente también en el mundo anglosa-jón con la divulgación de las ideas socialistas) de identificar "es-tado" y "sociedad". El estado, la organización de las personas deun territorio bajo un gobierno único, si bien es una condiciónindispensable para el desarrollo de una sociedad avanzada, estámuy lejos de ser idéntico a la sociedad, o más bien a la multiplici-dad de estructuras desarrolladas y autogeneradoras de hombrescon alguna libertad, que sola merece el nombre de sociedad. Enuna sociedad libre el estado es una de muchas organizaciones,aquella que se necesita para proporcionar una estructura externaefectiva dentro de la cual se puedan formar órdenes autogenera-dores, pero que está confinada al aparato de gobierno y que nodetermina las actividades de los individuos libres. Y mientras estaorganización del estado contenga muchas organizaciones volun-tarias, será la red de relaciones desarrollada espontáneamenteentre los individuos y las varias organizaciones que ellos crean, loque constituye la sociedad. Las sociedades se forman en tanto quea los estados hay que constituirlos. Por esto, las sociedades soninfinitamente preferibles, en la medida que puedan producir losservicios que se necesitan o las estructuras que se autogeneren,mientras que las organizaciones basadas en el poder de la coer-ción tienden a convertirse en una camisa de fuerza que demuestraser nociva tan pronto como usa sus poderes más allá de la imposi-ción de las reglas de conducta indispensablemente abstractas.

Lleva a error escoger a los habitantes o ciudadanos de unaunidad política determinada como el prototipo de una sociedad.Un individuo normalmente no pertenece a una sola sociedad y esaltamente conveniente que así sea. Cada uno de nosotros es,afortunadamente, miembro de muchas sociedades sobrepuestas yentrelazadas, a las cuales se pertenece con lazos más o menosfuertes o permanentes. La sociedad es una red de relaciones entreindividuos y grupos organizados, y estrictamente hablando difí-cilmente existe sólo una sociedad a la que pertenezca exclusi-vamente una persona. Para fines prácticos puede ser inofensivoaislar, en un contexto determinado, una parte del complejo ordende estas redes que se relacionan a menudo jerárquicamente, por

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parecer especialmente apropiado para el tópico en discusión, ysuponer que se entenderá a cuál parte de este complejo el orador oescritor llama "la sociedad". Pero no se debe olvidar jamás quehoy en día muchas personas y organizaciones pertenecen a redesque se extienden por sobre las fronteras nacionales, del mismomodo que, dentro de cualquier nación, todos pueden ser un ele-mento en muchas estructuras diferentes de este tipo.

En realidad, la operación de las fuerzas de orden espontáneo,y de las reglas de conducta que hacen posible las formaciones detales estructuras ordenadas que nosotros describimos como socie-dades, pasa a ser totalmente inteligible (y al mismo tiempo evi-dente nuestra incapacidad para comprender su funcionamientoen detalle) solamente si estamos enterados de la multiplicidad detales estructuras traslapadas.

Cualquiera que conozca la compleja naturaleza de esta red derelaciones que determinan los procesos de la sociedad, deberíareconocer también el erróneo antropomorfismo que concibe lasociedad como "actuando" o "deseando" algo. Fue originalmen-te, por supuesto, un intento de los socialistas para disfrazar elhecho que sus proposiciones tenían por objetivo acrecentar lospoderes coercitivos del gobierno cuando preferían hablar de "so-cialización" en vez de "nacionalización" o "politización" delos medios de producción, etc. Pero esto los llevó cada vez más ainterpretar antropomórficamente a la sociedad. Esta tendenciainterpreta los resultados de los procesos espontáneos como sifueran dirigidos por alguna "voluntad", o fueran producidos oproducibles por un diseño humano, y está profundamente arraiga-da en la estructura del pensamiento humano primitivo.

No sólo la mayoría de los procesos de evolución social tienenlugar sin que nadie los desee o prevea, sino que solamente a causade esto ellos conducen a la evolución cultural. De un procesodirigido no puede emerger nada más allá de lo que la mente que lodirige pueda prever. Esta mente será la única que podrá benefi-ciarse con esta experiencia. Una sociedad en desarrollo no avanzapor las nuevas ideas que el gobierno inculque en ella, sino pornuevos modos y métodos, probados constantemente en un proce-so de ensayo y error. Son, para repetirlo una vez más, las condicio-nes generales favorables las que ayudarán a personas desconoci-das en circunstancias desconocidas a producir el mejoramientoque ninguna autoridad suprema podría lograr.

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Un juego basado en reglas no puede ser declarado justo o injusto

Fue, en efecto, el descubrimiento que un juego de acuerdo areglas mejoraba las oportunidades de todos, aún bajo el riesgo queel resultado para algunos podría ser peor de lo que hubiera sido deotra manera, lo que hizo que fuese una aspiración del liberalismoclásico la completa eliminación de poder en la determinación delos ingresos relativos percibidos en el mercado. Esto, combinadocon la disposición de amortiguar el riesgo, mediante la provisióncomplementaria del mercado de un ingreso mínimo uniformepara todos aquellos que por alguna razón fuesen incapaces deganar al menos esa cantidad en el mercado, no deja justificaciónmoral para el uso de fuerza por el gobierno o por otro grupoorganizado para determinar los ingresos relativos. En realidad,pasa a ser un claro deber moral del gobierno no sólo autorrefrenar-se de cualquier interferencia de este tipo en el juego, sino quetambién prevenir que tal poder se lo arrogue cualquier grupoorganizado.

En un orden tal, donde está excluido por principio el uso de lafuerza para determinar las posiciones materiales relativas o abso-lutas, puede ser tan escasamente un asunto de justicia lo que en unmomento dado una persona debiera inducírsele a hacer en pro delinterés general, como también cuanto se le debiera ofrecer enremuneración. La utilidad social relativa de las diferentes activi-dades de cualquier persona, e incluso de las diversas actividades alas cuales se pueden dedicar diferentes personas, no es desafortu-nadamente un asunto de justicia sino el resultado de eventos queno pueden ser previstos o controlados. Lo que el público, y meterno, muchos economistas no logran entender es que los preciosofrecidos por los servicios en este proceso no sirven como unaremuneración a las distintas personas por lo que ellas han hecho,sino que como señales que les dicen lo que ellas debieran hacer,tanto en su propio interés como en el interés general.

Es sencillamente tonto representar los diferentes premiosque reciben las personas en el juego que hemos aprendido a jugar,porque asegura la utilización total de conocimientos y habilida-des, como si la sociedad estuviera "tratando" en forma diferente alos participantes. Lo es aún si la posición inicial es determinadapor circunstancias accidentales de la historia previa, durante lacual el juego pudo no haber sido siempre jugado honestamente. Siel objetivo es proveer las máximas oportunidades a los hombrescomo ellos son, sin ninguna coerción arbitraria, podemos alcanzarnuestros fines sólo tratándolos de acuerdo a las mismas reglas, sin

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considerar las diferencias que de hecho tengan, y dejando que elresultado sea decidido por esas reestructuraciones constantes delorden económico, las que están determinadas por circunstanciasque nadie puede prever.

La concepción básica del liberalismo clásico, única concep-ción que puede hacer posible un gobierno decente e imparcial, esque el gobierno debe considerar a todas las personas como igua-les, a pesar de lo distintas que puedan ser, y que si el gobiernorestringe (o ayuda) la acción de alguno, de cualquier forma, asídebe, bajo las mismas reglas abstractas, restringir (o ayudar) lasacciones de todos los demás. Nadie tiene derechos especialessobre el gobierno, por el hecho de ser rico o pobre, más allá de lacerteza de protección en contra de toda violencia de cualquierpersona y la seguridad de un cierto ingreso mínimo fijo si las cosasvan completamente mal. Tomar en cuenta las desigualdades dehecho que existen entre los individuos y hacerlas excusa paraalguna coerción discriminadora, es ya una violación a los términosbásicos en los que se someten los hombres libres al gobierno.

Este juego no sirve sólo al ganador, porque su ganancia porhaber servido mejor a los demás corresponde siempre sólo a partede lo que ha agregado al producto social; y es sólo jugando deacuerdo a las reglas de este juego que podemos asegurar ese altogrado de utilización de recursos que ningún otro método conocidopuede lograr.

El paragobierno de los intereses organizadosy la hipertrofia del gobierno

Muchos de los defectos más graves del gobierno contemporá-neo, ampliamente reconocidos y deplorados, pero consideradoscomo consecuencias inevitables de la democracia, son de hechoconsecuencia sólo del carácter ilimitado de la democracia actual.Aún no se reconoce claramente el hecho básico, que bajo estaforma de gobierno, todo lo que el gobierno tenga poder constitu-cional para hacer, podrá ser forzado a hacerlo, aún en contra de sumejor criterio, si es que aquellos que se benefician por la medidason grupos de cuyo apoyo depende la mayoría del gobierno. Comoconsecuencia, la maquinaria de intereses particulares organiza-dos destinados solamente a presionar al gobierno se está convir-tiendo en la peor carga que fuerza al gobierno a hacer daño.

Difícilmente será tomado en serio el pretexto que son necesa-rias todas estas características de corporativismo incipiente queforman parte del paragobierno para aconsejar al gobierno sobrelos efectos probables de sus decisiones. Yo no intentaré estimar

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aquí cuán grande es la proporción de los miembros más capaces einformados de la sociedad que ya está absorbido en estas activida-des esencialmente antisociales, excepto enfatizar que ambos la-dos de los que ahora se llaman eufemísticamente "socios socia-les" (Sozialpartner) están frecuentemente forzados a distraer par-te de su mejor gente de producir lo que el público quiere, paradedicarla a la tarea de entorpecer los esfuerzos del otro. Tengopoco que agregar a la descripción magistral del mecanismo de esteproceso de gobierno por coaliciones de intereses organizados,que dio el Profesor Mancur Olson, Jr., en su libro The Logic ofCollective Action,12 y solamente recapitularé algunos puntos.

Por supuesto, toda presión sobre el gobierno para que use suspoderes coercitivos en beneficio de grupos particulares, es dañinapara la generalidad. Pero es inexcusable pretender que, en estesentido, haya igual ventaja en todas partes y que en particular lapresión que pueden ejercer las grandes firmas o corporaciones escomparable con aquella de la organización del trabajo, que en lamayoría de los países ha sido autorizada por ley o por fuero parautilizar poderes coercitivos para ganar apoyo para sus políticas. Alconferírsele, por razones supuestamente "sociales", privilegiosúnicos a los sindicatos de los que difícilmente disfruta el mismogobierno, las organizaciones de trabajadores han sido capaces deexplotar a otros trabajadores privándolos totalmente de la oportu-nidad de un buen empleo. Si bien este hecho es todavía conven-cionalmente ignorado, en la actualidad los principales poderes delos sindicatos descansan completamente en el permiso que tienenpara usar el poder de evitar que otros trabajadores hagan el trabajoque desearían hacer.

Pero al margen de que, por el ejercicio de este poder, lossindicatos pueden alcanzar solamente una mejora relativa en lossalarios de sus miembros, al costo de reducir la productividadgeneral del trabajo y así el nivel general de salarios reales, combi-nado con el hecho que pueden poner a un gobierno que controla lacantidad de dinero en la necesidad de emitir, este sistema estádestruyendo rápidamente el orden económico. Los sindicatospueden ahora colocar al gobierno en una posición en la cual laúnica elección que tiene es emitir o ser censurado por el desem-pleo, el que es provocado por la política salarial de los sindicatos

12 Harvard University Press, 1965. Véase también mi introducción a latraducción alemana de este libro que realizaron los miembros de miseminario en Freiburg y publicado como Die Logik des KollektivenHandelns (Tubingen, 1968).

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(especialmente por su política de mantener las relaciones entrelos salarios de distintos sindicatos constantes). Esta posición ne-cesariamente destruirá dentro de poco el ordenamiento de merca-do completo, probablemente a causa de los controles de preciosque impondrá el gobierno, forzado por la inflación acelerada.

De todo aquello que implica el rol completo que tiene elcreciente paragobierno, en esta etapa sólo comenzaré a discutir laamenaza que crea el crecimiento incesante de la maquinaria degobierno, es decir, la burocracia. La democracia, al mismo tiempoque parece convertirse en algo completamente absorbente, seconvierte a nivel gubernamental en un imposible. Es una ilusióncreer que el pueblo, o sus representantes electos, pueda gobernaren detalle a una sociedad compleja. Un gobierno que cuente conel apoyo general de la mayoría, por supuesto, determinará a pesarde lo anterior los pasos principales, siempre que no sea meramen-te guiado hacia ellos por el impulso de sus actos previos. Pero elgobierno está pasando a ser tan complejo que es inevitable quesus miembros, como jefes de los distintos departamentos esténconvirtiéndose en forma creciente en títeres de la burocracia, a lacual ellos seguirán dándole "directrices generales", pero de cuyaoperación depende la ejecución de todos los detalles. No es sinrazón que los gobiernos socialistas desean politizar esta burocra-cia porque es en ella, y no en un cuerpo democrático, donde setoman cada vez más decisiones cruciales. Sin esto, ningún podertotalitario puede alcanzarse.

Democracia ilimitada y centralización

En ninguna parte se muestran más claramente los efectos deuna democracia ilimitada que en el crecimiento general del poderdel gobierno central por la apropiación de funciones anteriormen-te desempeñadas por las autoridades regionales o locales. Pro-bablemente con la sola excepción de Suiza, el gobierno central seha convertido casi en todas partes, no sólo en el gobierno parexcellence, sino que también está constantemente abarcando másy más actividades a su competencia exclusiva. Que una nación seagobernada principalmente desde su capital nacional, y que estepoder central no sólo le dé una estructura de ley común (o almenos asegure que hay una ley determinable que regula lasrelaciones entre todos sus habitantes), sino que también más ymás de los servicios que otorga el gobierno al pueblo sean dirigi-dos desde un centro único de comando, ha llegado a juzgarsecomo inevitable y natural, aun cuando recientemente en muchas

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partes del mundo las tendencias al separatismo demuestran elresentimiento por esta situación.

Últimamente, el crecimiento de los poderes del gobiernocentral ha sido también muy ayudado por aquellos planificadorescentrales quienes, cuando sus esquemas fallan a nivel regional olocal, reclaman regularmente que para ser efectivos deben seraplicados en mayor escala. El fracaso para dominar incluso pro-blemas de moderado alcance fue a menudo la excusa para intentaresquemas aún más ambiciosos y menos adecuados para la direc-ción central o el control de la autoridad.

Pero la causa decisiva de la creciente preponderancia delgobierno central en los tiempos modernos es que sólo a ese nivel,al menos en los estados unitarios, la legislación poseía el poderilimitado que legislación alguna debe poseer, y que la capacitótanto para inventar sus "leyes" como para facultar a la administra-ción para usar medidas discrecionales y discriminatorias paraalcanzar el control deseado del proceso económico. Si el gobiernocentral puede ordenar muchas cosas que no puede un gobiernolocal, se llega a una situación en la cual, el camino más fácil parasatisfacer las demandas de un grupo es promover que la decisiónpase a la autoridad que posea estos poderes. Privar a los podereslegislativos nacionales del poder de usar la legislación para otor-gar poderes discrecionales a la administración, sería por lo tanto,eliminar la causa principal de la centralización progresiva de todogobierno.

La devolución de la política interna al gobierno local13

Sin estos poderes arbitrarios otorgados inadvertidamente alos "cuerpos legislativos", toda la estructura de los gobiernos sehabría desarrollado, indudablemente, sobre líneas muy distintas.

13 Desde luego hay muchos problemas que surgen de aquellas situa-ciones que los liberales ingleses del siglo diecinueve discutieron inten-samente en relación con su batalla contra las leyes de asentamiento.Mucha sabiduría sobre estas materias todavía puede encontrarse en TheHistory of Local Rates in England (2.a edición, Londrés, 1912) de EdwinCannan.

Uno de los problemas más difíciles aquí es, quizás, que el deseo deatraer o retener residentes debe y puede ser combinado con una libertadde elegir a quien aceptar y a quien rechazar como miembro de unacomunidad en particular. La libertad de migración es uno de los princi-pios del liberalismo ampliamente aceptado y es totalmente admirable.

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Si toda administración estuviera bajo una ley uniforme, que nopudiera alterar y la que nadie pudiese cambiar para hacerla servirpropósitos administrativos específicos, cesaría el abuso de la le-gislación en servicio de intereses especiales. La mayoría de lasactividades de servicio ahora suministradas por el gobierno cen-tral podrían devolverse a las autoridades regionales o locales, lasque tendrían el poder de subir los impuestos a una tasa quepodrían determinar, pero que serían recaudados o repartidos so-lamente acorde a reglas generales dictadas por el cuerpo legislati-vo central.

Creo que el resultado sería la transformación de los gobiernoslocales, e incluso regionales, en corporaciones cuasi-comercialesque compiten por los ciudadanos. Ellos tendrían que ofrecer unacombinación de ventajas y costos, que hiciera la vida dentro de suterritorio al menos tan atractiva como en cualquier otro lugar queesté al alcance de sus ciudadanos potenciales. Suponiendo quesus poderes son tan limitados por la ley como para no restringir lalibre migración, y que no podrían discriminar en la tributación,tendrían interés solamente en atraer a aquellos que pudiesenhacer la mayor contribución al producto común.

Reencargar el manejo de la mayoría de las actividades deservicio del gobierno a unidades más pequeñas, llevaría proba-blemente al renacer del espíritu comunal tan sofocado por lacentralización. La inhumanidad de la sociedad moderna, que unopercibe ampliamente, no es tanto el resultado del carácter imper-

¿Pero debe esto darle siempre al extranjero el derecho de asentarse enuna comunidad en la cual no es bienvenido? ¿Tiene él un privilegio paraque le sea dado un trabajo o se le venda una casa si ningún residente estádispuesto a hacerlo? Claramente debe estar autorizado para aceptar untrabajo o comprar una casa si se le ofrece. Pero, ¿tienen los habitantesindividuales un deber de ofrecerle algunas de estas cosas? ¿O es unaofensa si ellos voluntariamente acuerdan no hacerlo? Los pueblos suizosy tiroleses tienen formas de mantener fuera a los extranjeros, que noinfringen ni se atienen a ley alguna. ¿Es esto antiliberal o moralmentejustificado? Para comunidades establecidas antiguamente no tengo unarespuesta segura a estas preguntas. Pero me parecen posibles desarrollosfuturos, como he sugerido en The Constitution of Liberty, pp. 349-53mediante urbanizaciones en que se dividen los derechos de propiedadentre una corporación que posee el dominio absoluto de las propiedades yarriendos a muy largo plazo para los dueños de los terrenos, que lesasegura cierta protección en contra de cambios indeseados en la vecin-dad. Desde luego tal corporación debiera ser libre para decidir a quienestá dispuesta a arrendar los terrenos.

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sonal del proceso económico, en el cual el hombre moderno pornecesidad trabaja mucho por objetivos que ignora, sino del hechoque la centralización política lo ha privado de muchas de lasoportunidades para participar en la formación del medio ambien-te que conoce. La Gran Sociedad sólo puede ser una sociedadabstracta: un orden económico del que se beneficie el individuoobteniendo los medios para sus fines, y al cual deba hacer suanónima contribución. Esto no satisface sus necesidades emocio-nales personales. Para un individuo común es mucho más impor-tante tomar parte en la dirección de los asuntos de su localidad,que ahora están siendo sacados, en gran parte, fuera del control dehombres que conoce y en los que puede aprender a confiar, paratransferirlos a una burocracia remota que es para él una máquinainhumana. Y mientras que dentro de la esfera que el individuoconoce, sólo puede ser beneficioso provocar su interés e inducirloa contribuir con sus conocimientos y opinión, si se le llama princi-palmente a expresar su opinión en materias que no le conciernenreconociblemente, se puede llegar a producir solamente despre-cio por los asuntos políticos.14

La abolición del monopolio de servicios del gobierno

No hay, por supuesto, necesidad alguna que el gobierno cen-tral decida quien debiera estar autorizado para suministrar losdistintos servicios, y es altamente indeseable que tuviera poderde mando para hacerlo. En realidad, si bien puede que de momen-to sea cierto en algunos casos, que sólo las agencias gubernamen-tales con poderes de coerción para recaudar contribuciones pue-dan otorgar ciertos servicios, no hay justificación para que agenciagubernamental alguna posea el derecho exclusivo de ofrecer al-gún servicio en particular. Aunque pueda resultar que el oferenteestablecido de algún servicio esté en mucho mejor posición debrindarlo que cualquier posible competidor de la empresa priva-da, y así lograr un monopolio de facto, no hay interés social endarle un monopolio legal sobre ningún tipo de actividad. Estosignifica, desde luego, que cualquier agencia gubernamental auto-rizada para usar su poder de imponer impuestos para financiartales servicios debe estar obligada a reembolsar cualquier im-puesto recaudado para estos propósitos a todos aquellos que pre-fieran obtener esos servicios de alguna otra manera. Esto se aplica

14 Véase el párrafo de J. A. Schumpeter citado en la nota 16 de la ParteII.

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sin excepción a todos aquellos servicios en los cuales el gobiernohoy posea o aspire monopolio legal —con la sola excepción demantener y hacer cumplir la ley, y sostener para este propósito(que incluye la defensa en contra de enemigos externos), unafuerza armada— i.e. todos aquellos desde educación a transporte ycomunicaciones incluyendo correos, telégrafos, teléfonos y servi-cios de radiodifusión, todos los llamados de "utilidad pública",los muchos seguros "sociales", y sobre todo, el dinero. Algunos deestos servicios pueden ser llevados a cabo, por el momento, máseficientemente por un monopolio de facto; pero no podemosgarantizar progreso ni protegernos en contra de la extorsión amenos que exista la posibilidad de que algún otro ofrezca mejoresservicios de cualquiera de estas clases.

Como en el caso de la mayoría de los tópicos tocados en estecapítulo final, no puedo entrar aquí en una discusión más detalla-da de los servicios que son suministrados hoy por el gobierno;pero en algunos de estos casos la cuestión sobre si debe el gobier-no poseer un derecho exclusivo sobre ellos es de decisiva impor-tancia, no siendo sólo una cuestión de eficiencias sino que de cru-cial significancia para la preservación de una sociedad libre. Enestos casos debe predominar la objeción en contra de cualquierpoder monopólico del gobierno, aunque tal monopolio prometie-ra servicios de mayor calidad. Podemos descubrir por ejemplo,que un monopolio gubernamental de radiodifusión puede resul-tar ser una amenaza tan grande a la libertad política como lo seríala abolición de la libertad de prensa. El sistema postal es otroejemplo donde el monopolio gubernamental prevaleciente es so-lamente el resultado de la oposición del gobierno al control departe de la actividad privada y en la mayor parte del mundo haproducido un servicio en constante deterioro.

Sin embargo, y sobre todo, tengo la obligación de enfatizarque durante el trabajo en este libro me he visto inducido, por laconfluencia de consideraciones políticas y económicas, a la firmeconvicción que un sistema económico libre ya nunca funcionarásatisfactoriamente, y que jamás eliminaremos sus más serios de-fectos, ni detendremos el crecimiento sostenido del gobierno, amenos que se le quite a este último el monopolio de emisión dedinero. He creído necesario desarrollar este argumento en otrolibro.15

De hecho, terno ahora que todas las barreras contra la opre-

15 Denationalization of Money. The Argument Refined (2.a edición)Instituto of Economic Affairs, Londrés, 1978.

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sión y otros abusos del poder de gobierno, que se intentan cons-truir reestructurando el gobierno en la forma sugerida en estevolumen, serían de poca ayuda a menos que se elimine al mismotiempo el control del gobierno sobre la oferta monetaria. Estoyconvencido que ya no existen más reglas rígidas posibles queaseguren una oferta monetaria por parte del gobierno tal quepermita sean satisfechas las demandas legítimas por dinero, man-teniendo estable simultáneamente su valor. Por ello, me pareceque no existe otro camino que el reemplazo de las actuales mone-das nacionales por distintas monedas competitivas ofrecidas porla empresa privada, entre las cuales el público pueda escogerlibremente aquella que le sirva mejor para sus transacciones.

Esto me parece tan importante que sería esencial para laconstitución de un pueblo libre proteger este principio mediantealguna cláusula especial, tal como la siguiente: "El Parlamento noaprobará ley alguna que prive a alguien del derecho de mantener,comprar, vender o prestar, hacer y cumplir contratos, calcular ymantener sus cuentas en cualquier tipo de dinero que elija". Apesar que, de hecho, esto está implícito en el principio básico deque el gobierno puede imponer o prohibir acciones de algún tiposólo por reglas abstractas generales, igualmente aplicables a to-dos, incluyendo el gobierno mismo, esta aplicación particular delprincipio es todavía demasiado poco conocida para esperar quelas cortés comprendan que la prerrogativa secular del gobierno yano será reconocida, a menos que se indique explícitamente en laconstitución.

El derrocamiento de la política

Si bien hubiese deseado al final de este trabajo dar algunasindicaciones sobre el significado que tienen los principios desa-rrollados para los asuntos internacionales, considero que es impo-sible hacerlo sin que la exposición crezca en una indebida exten-sión. También requeriría una investigación mayor que estoy re-nuente a emprender en esta etapa. Creo que el lector no tendrádificultad en ver de qué manera el desmantelamiento del estadomonolítico, y del principio que todo poder supremo debe estarconfinado a faenas esencialmente negativas —poderes para decirno— y que todos los poderes positivos deben ser confinados aagencias que tengan que operar bajo reglas que no puedan alterar,debe tener aplicaciones de gran alcance en la organización inter-nacional. Como he sugerido anteriormente, me parece que en estesiglo nuestros intentos de crear un gobierno internacional capazde asegurar la paz han enfocado la tarea generalmente desde un

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punto erróneo: creando un gran número de autoridades especiali-zadas que apuntan a regulaciones particulares en vez de hacerlo auna verdadera ley internacional que limitaría los poderes de losgobiernos internacionales para hacerse daño entre ellos. Si losvalores comunes más altos son negativos, no sólo las reglas comu-nes más elevadas, sino también la más alta autoridad, deberánestar esencialmente limitadas a prohibiciones.

Difícilmente se podrá dudar, que muy generalmente la políti-ca ha pasado a ser demasiado importante, demasiado costosa ynociva, absorbiendo demasiada energía mental y recursos mate-riales, y que al mismo tiempo está perdiendo más y más respeto yapoyo simpatizante del público que ha llegado a considerarla, enforma creciente, como un mal necesario pero incurable, que debeser soportado. Mas, la magnitud actual, la lejanía y la total penetra-ción que tiene todo el mecanismo de la política no es algo que loshombres hayan escogido, sino que es el resultado de un mecani-mo que han establecido de propia voluntad, sin prever sus efectos.El gobierno no es, desde luego, un ser humano en el que unopueda confiar, como aún sugiere a la mente ingenua el heredadoideal del buen gobernante. Ni es el resultado de la sabiduríaconjunta de representantes confiables, cuya mayoría puede acor-dar sobre qué es lo mejor. Es una maquinaria dirigida por "neces-dades políticas" que están sólo remotamente afectadas por lasopiniones de la mayoría.

Mientras la legislación es propiamente un asunto de princi-pios permanentes y no de intereses particulares, todas las medi-das particulares que el gobierno pueda tomar deben ser asuntosde política diaria. Es una ilusión creer que tales medidas específi-cas estén normalmente determinadas por necesidades objetivassobre las cuales todas las personas serán capaces de coincidir.Siempre hay costos que deben ser cotejados con los objetivos a losque se aspiran, y no existen pruebas objetivas de la importanciarelativa de lo que debe ser alcanzado y lo que deberá ser sacrifica-do. Es la gran diferencia entre reglas generales, que apuntan almejoramiento de las oportunidades de todos, asegurando un or-den en el cual hay buenas perspectivas de encontrar un interesadoen una transacción favorable para ambas partes, y las medidascoercitivas que están dirigidas a beneficiar personas o gruposparticulares. En la medida que sea legítimo que el gobierno use lafuerza para efectuar una redistribución de los beneficios materia-les —y esto es la esencia del socialismo— no puede haber conten-ción a los instintos rapaces de todos los grupos que quieren máspara ellos. Una vez que la política se convierte en un tira y afloja

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por las porciones de la torta del ingreso, un gobierno decente esimposible. Esto requiere que todo uso de coerción para asegurarun cierto ingreso a grupos específicos (más allá de un mínimofijado para todos aquellos que no pueden ganar más en el merca-do) sea proscrito como inmoral y estrictamente antisocial.

Hoy en día, los únicos detentadores de poder que no estánlimitados por ley alguna, y que son guiados por las necesidadespolíticas de una maquinaria con voluntad propia, son los llamados"legisladores". Pero esta forma predominante de democracia esautodestructiva en esencia, porque impone al gobierno objetivossobre los cuales no hay ni puede existir una opinión uniforme dela mayoría. Es necesario, por tanto, restringir estos poderes paraproteger a la democracia de sí misma.

Por supuesto, una constitución como la aquí propuesta, haríaimposible todas las medidas socialistas de redistribución. Esto noes menos justificado que cualquier otra limitación constitucionalque intente imposibilitar la destrucción de la democracia y elsurgimiento de poderes totalitarios. En el momento, que creo noestá lejos, en que las creencias tradicionales del socialismo seanreconocidas como una ilusión, será necesario tomar medidas con-tra el siempre recurrente contagio de tales ilusiones, que estádestinado una y otra vez a causar un desliz inadvertido hacia elsocialismo.

Para esto no será suficiente frenar a aquellos que deseandestruir a la democracia para lograr el socialismo, o incluso aaquellos totalmente comprometidos con un programa socialista.El más fuerte apoyo a la tendencia hacia el socialismo viene hoyde aquellos que sostienen que ellos no quieren capitalismo nisocialismo sino que un "camino intermedio", o un "tercer mun-do". Seguirlos es un camino seguro hacia el socialismo, porqueuna vez que le damos licencia a políticos para interferir en elorden espontáneo del mercado para beneficiar a grupos particula-res, ellos no pueden negarle tales concesiones a ningún grupo delcual dependa su respaldo. Así, ellos inician ese proceso acumula-tivo que lleva, por necesidades internas, si no a lo que los socialis-tas imaginan, sí a una dominación siempre creciente de los políti-cos sobre el proceso económico.

Más allá de, por una parte, el mercado, en el que nadie puededeterminar concluyentemente cuanto mejor resultará un indivi-duo o un grupo determinado; o, por otra parte, de una direccióncentral donde un grupo organizado por el poder lo determine, noexiste un tercer principio para la organización del proceso econó-mico que pueda escogerse racionalmente para lograr cualquier fin

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deseable. Los dos principios son irreconciliables, dado que cual-quier combinación de ellos impide el logro de las aspiraciones deuno y otro. Y aunque no alcancemos aquello que imaginan lossocialistas, dar una licencia general a los políticos para otorgarbeneficios especiales a cambio de apoyo político, necesariamentedestruirá el orden del mercado que sirve al bien general, y loreemplazará por un orden impuesto a la fuerza, determinado poralgunas voluntades humanas arbitrarias. Enfrentamos una elec-ción ineludible entre dos principios irreconciliables, y por lejosque estemos de alcanzar plenamente uno u otro, no puede existirun término medio estable. Cualquiera que sea el principio en quebasemos nuestros actos, nos lanzará, sin duda, siempre a algoimperfecto, pero cada vez más parecido a uno de los dos extremos.

Una vez que se reconoce claramente que tanto el socialismocomo el fascismo o el comunismo nos lleva a un estado totalitario ya la destrucción del orden democrático, se hace legítimo tomarprecauciones en contra de nuestro deslizamiento inadvertido ha-cia el sistema socialista, mediante estipulaciones constitucionalesque priven al gobierno de los poderes discriminatorios de coer-ción, incluso para lo que en el momento pueda ser considerado unbuen propósito.

Por mucho que a menudo parezca no ser cierto, en el largoplazo la sociedad se rige por ciertos principios morales en loscuales cree la gente en general. El único principio moral que hahecho posible el desarrollo de una civilización avanzada es elprincipio de la libertad personal, que significa que el individuoestá guiado en sus decisiones por reglas de conducta justa y no pormandatos específicos. No pueden existir principios de conductacolectiva que traben al individuo en una sociedad de hombreslibres. Lo que hemos logrado lo debemos al hecho de garantizar alos individuos la oportunidad de crear para sí mismos un dominioprotegido (su "propiedad") dentro del cual pueden usar sus habi-lidades para sus propios propósitos. El socialismo carece en abso-luto de principios de conducta personal, mas suena en un estadode cosas que no es posible generar mediante una acción moral deindividuos libres.

La última batalla en contra del poder arbitrario está antenosotros. Es la lucha contra el socialismo; la lucha para abolir todopoder coercitivo que trate de dirigir los esfuerzos individuales ydistribuir deliberadamente sus resultados. Yo miro hacia el futu-ro, hacia un tiempo en que el totalitarismo y esencialmente elcarácter arbitrario de todo socialismo será comprendido en gene-ral, como lo fue el del comunismo y del fascismo. Tiempo en el

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cual, por lo tanto, se aprueben barreras constitucionales en contrade cualquier intento por adquirir tales poderes totalitarios me-diante cualquier pretexto.

Lo que he estado tratando de bosquejar en estos volúmenes (yen el estudio separado sobre la función del dinero en una sociedadlibre) ha sido una guía para salir del proceso de degeneración de laforma de gobierno existente, y construir un equipo intelectual deemergencia que estará disponible cuando no tengamos más alter-nativa que reemplazar la estructura tambaleante por edificiosmejores, en vez de recurrir en la desesperación a algún tipo derégimen dictatorial. El gobierno es forzosamente el producto deun diseño intelectual. Si le damos una forma en la que provea unsistema beneficioso para el crecimiento libre de la sociedad, sindarle ningún poder para controlar este crecimiento en lo particu-lar, bien podemos esperar seguir siendo testigos del crecimientode la civilización.

Nosotros debemos haber aprendido lo suficiente como paraevitar la destrucción de nuestra civilización por la asfixia delproceso espontáneo de la interacción de los individuos, que seproduce al entregar su dirección en manos de una autoridad. Paraevitar esto debemos deshacernos de la ilusión de que podemoscrear deliberadamente el futuro de la humanidad como un soció-logo socialista lo ha expresado recientemente.16

Esta es la conclusión final de los cuarenta años en los que heestado dedicado al estudio de estos problemas, desde que meenteré del proceso de Abuso y Decadencia de la Razón, que hacontinuado a través de ese período.17

16Torgny F. Segerstedt, "Wandel der Gesellschaft" Bild derWissenschaft, VI/5 mayo 1969.

17 Este era el título que había pensado darle a un trabajo que intenteen 1939, en el cual una parte sobre "Hubris of Reason" sería seguida poruna sobre "The Nemesis of the Planned Society". Sólo un fragmento deeste plan fue realizado y las partes escritas fueron primero publicadas enEconómica 1941-5 y después reimpresa en un volumen titulado TheCounter-Revolution of Science (Chicago, 1952), a cuya traducción enalemán le di más tarde el título Missbrauch und Verfall der Vernunft(Frankfurt, 1959), cuando me quedo claro que nunca lo completaría deacuerdo al plan original. The Road to Serfdom (Londrés y Chicago, 1944)fue un bosquejo avanzado de lo que había deseado hacer en la segundaparte. Pero me tomó cuarenta años pensar la idea original.