El Hombre contra la ignorancia; 1953

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í rancia UNESCO

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í rancia

U N E S C O

El hombre contra la ignorancia

Acabóse de imprimir el 23 de septiembre de 1953 en La imprenta Gassmann, Soleure (Suiza)

por la Organización de las Naciones Unidas para La Educación la Ciencia y la Cultura, París

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MC. 52. D. 7s

N O T A P R E L I M I N A R

El mundo entero se encuentra empeñado en una gran guerra : la guerra contra la ignorancia. No llama demasiado la atención porque se utilizan en ella armas pacijcas. Cualquier inci- dente fronterizo producido por un disparo accidental de fusil motiva más columnas de noticias en los periódicos que la inauguración de una nueva escuela de formación delmagisterio. Pero esta lucha por el conocimiento constituye una de las grandes empresas de nuestro tiempo. El hombre comienza a darse cuenta de que cualquier sistema que se quiera establecer para pre- servar la paz no puede resultar operante en un mundo en donde más de la mitad de la población vine sumida en la ignorancia y en la miseria. Para obtener información del frente mundial de esta guerra, la Unesco contrató los ser-

vicios de expertos corresponsales de noticias que nos informan desde varios puestos avanzados en donde esta lucha se libra. El presente folleto contiene una selección de artículos escritos durante los dos Últimos arios

por cuatro personas que visitaron Asia, América Latina y el África Occidental. Se trata de los Sres. Ritchie Calder, redactor cient&co del News Chronicle de Londres, Ronald Stead, corresponsal extranjero del Christian Science Monitor, André Blanchet, corresponsal de Le Monde de París, y Tibor Mende, corresponsal de la revista francesa Réalités. La responsabilidad de las opiniones que se expresan en dichos artículos incumbe exclusiva-

mente a sus autores.

f N D I C E

ASIA

La cambiante faz del Afganistán . . . . . . . . . 11 . . . . 15

«Onubad» surge de las arenas del Pakistán . . . . . . 19 La India declara la guerra a la selva . . . . . . . . 22 Se encienden lámparas en las aldeas de la India . . . . . 24 Ceilán mira hacia el futuro . . . . . . . . . . 27 En la UniónBirmana hay sed de aprender . . . . . . 30 La educación. primer problema de Tailandia . . . . . . 33 Suprato. el maestro cantor de Java . . . . . . . . 37 La selva en retirada en el Sudeste asiático . . . . . . . . 40

El Pakistán lucha contra el hambre y la enfermedad

AMÉRICA LATINA

América Latina. el mayor laboratorio de educación del mundo . . 45

El Brasil emprende una inmensa campaña educativa . . . . 52 56

Esta labor se extenderá luego a todo un continente . . . . . 59

México. cuna de la enseñanza rural . . . . . . . . 48

Un programa educativo chileno en gran escala . . . . . .

ÁFRICA

La educación popular en africa Occidental . . . . . . 67 En la Guinea francesa hasta los viejos aprenden a leer 70 Las noches blancas de M’Boumba . . . . . . . . 75 Los comités de lucha contra el analfabetismo en la Costa de Oro . . 80

. . . .

El Sr. Ritchie Calder, encargado de los temas científicos en el Jvews Chronide de Londres, es, además, miembro del Consejo de la Asociación Británica y presidente de la Asocia- ción de Escritores Científicos Británicos. Durante la segunda guerra mundial desempeñó las funciones de director en uno de los departamentos del Foreign Office. Asesor de Lord Boyd Orr, director general de la Organización para la Alimentación y la Agricultura, durante la Conferencia contra el Hambre de 1943, formó parte más tarde de la dele- gación británica ante la Conferencia General de la Unesco en su primera reunión. El Sr. Ritchie Calder es consejero especial de la Organización Mundial de la Salud.

El Sr. Ronald Stead, enviado extraordinario del ChristMn Science Monitor, ha recorrido ampliamente las diversas regiones de Asia. En particular siguió la guerra civil en China, trasladándose más tarde a Hong Kong, Indochina francesa, Singapur, Tailandia, Ma- Iasia, Unión Birmana, Indonesia, Ceilán y la India. Durante la segunda guerra mundial fué corresponsal en varips países y tomó parte en los desembarcos de la infantería ame- ricana en el norte de Africa. En Norteamérica recorrió 40.000 millas y su trabajo se publicó en forma de una serie de artículos bajo el título «This is America-Unlimited)).

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La cambiante faz de Afganistán

¡Año 1330 de la égira! Con arreglo al cálculo afgano nos encontramos en pleno siglo XIV; y aun por el mío propio, cuando pasé el puerto de Latabán, creí que tenían razón. Los afganos -es natural- observan el calendario musulmán, pero incluso pensando en términos de «años del Señor», el siglo XIV y el xx marchan juntos por este camino inverosímil que arranca de Khaibar para dirigirse a Kabul, la capital de Afganistán. Y cuando un automóvil coincide con un carne- 110 al borde de un precipicio de 3.000 metros, no se piensa en el tiempo, sino en la eternidad. Las tribus emigraban y la escena podía datar no ya de 600 sino de 2.000 años.

Una larga hilera de camellos avanzaba hacia el puerto. Se veían también re- cuas de borricos con cargas dos veces más grandes que ellos, y hombres abru- mados bajo fardos enormes. Los nómadas se desplazaban en caravana familiar: hombres, mujeres y niños iban con todos sus pertrechos y enseres, sus tiendas y sus mantas, sus vasijas, sus cazuelas y sus jarros. Las aves hacinadas en banastas se mecían tristemente sobre los lomos de los borricos, y los cabritillos, con las patas ligadas, pendían, como si fueran cestos, de los flancos de los camellos mientras las criaturas, precariamente instaladas en las ondulantes jibas, dor- mían apaciblemente en medio de los gritos, del polvo y de los juramentos de los arrieros. El siglo xx irrumpe en medio de la migración arcaica al son de las bocinas de

los autos. Grandes camiones conducidos por indígenas de las tribus fronterizas, agrupados en sindicato y que gozan del monopolio de los transportes en el Khai- bar, avanzan sin consideración de ninguna especie, y espantan a los animales. Los camellos son recalcitrantes, aunque no estúpidos, pero los burros son a la

vez una y otra cosa. Son torpes para abrir paso a los camiones y se hace preciso el esfuerzo de sus dueños y recurrir a los tirones de cola para apartarlos. Nuestro conductor tenía consideración tanto por ellos como por nosotros. Sin embargo, a menudo, se presentaba la disyuntiva de si eran los camellos o nosotros quienes debían precipitarse barranca abajo. El paso de Latabán es un camino sin pavimento, con curvas inesperadas,

montones de piedras derrumbadas, bordes cortados a pico sobre precipicios y una ascensión casi vertical hasta la aguda cima del puerto. El descenso por la otra vertiente era semejante y equivalía a hacer equilibrios sobre la cuerda floja sin tener debajo ninguna red protectora. En aquella bajada experimentamos todos la sensación de un recorrido en un tobogán gigantesco. Cruzando el Latabán, el paso de Khaibar se nos antojaba un juego de niños.

Las curvas eran complicadas pero no retorcidas, porque los ingenieros militares 11

habían construído una carretera amplia y alquitranada sin ofender a la ley de la gravedad; un túnel atraviesa la montaña para dar paso al ferrocarril, y existe un camino especial para camellos y viandantes. Mas cuando llegamos a Jamrud nos encontramos envueltos en lo fabuloso y

lo legendario. Jamrud es la puerta septentrional de la India; puerta estrecha por donde pasaron Alejandro Magno y todos los conquistadores que le prece- dieron y le siguieron con la ambición de dominar en Asia. A través de ella vino hacia Occidente la civilización indoaria y por ella entró en la India hace 2.400 años la civilización helenística de los reinos griegos de Bactriana y de Partha. Y allí está el escenario de los innumerables combates que sostuvieron los regimientos de guarnición de la frontera noroeste de la India con las feroces tribus que, desde los riscos de las montañas, se precipitaban como el rayo sobre las tropas del Imperio británico. Aún quedan huellas de esa historia sangrienta. En las alturas se ven ruinas

de fortalezas, torres de vigía y monumentos funerarios que conmemoran a los muertos de los regimientos ingleses e indúes. Sin ese recuerdo, por lo menos a la luz del sol, el paisaje no tendría aspecto impresionante. Hay desfiladeros angos- tos, pero, por lo general, domina el valle amplio expuesto al fuego de tiradores apostados en las lomas. En la actualidad la defensa de Khaibar le corresponde a Pakistán. En Torkham, a 60 kilómetros de Peshawar, entramos en Afganistán al pasar

la pesada cadena que sirve para cerrar la frontera en el camino. Afganistán está procurando entrar de lleno en el siglo xx. Tras la pesadilla de

Latabán terminada en la más completa obscuridad, resultó una extraña pero tranquilizadora experiencia: la de ver de repente los perfiles de dos montañas recortados por la iluminación eléctrica. Esas montañas dividen en dos partes a la ciudad de Kabul y la idea de iluminar sus contornos surgió como para subrayar el deseo de progreso cívico. El hecho de que para tener esa ilumi- nación haya habido que disminuir el voltaje en las casas y no se pueda leer en ellas es sólo temporal, y la situación mejorará cuando se haya realizado el proyecto hidroeléctrico del río Kabul en el que trabajan actualmente inge- nieros alemanes. Kabul es una ciudad de contrastes. El siglo xx se manifiesta en ella por lujosos

automóviles y jeeps, por los cines (que exhiben casi exclusivamente películas indias) , por la espaciosa y moderna avenida que apodan sus mismos habitantes, los «Campos Elíseos», por las tiendas repletas de mercancías de Occidente, y por la moda parisiense que, según m e han dicho, ostentan las señoras. La frase «según me han dicho» se debe a que la mujer afgana sigue estricta-

mente el purdah. Si se visita una casa afgana se encuentra uno con que las mu- jeres están siempre recluídas en sus habitaciones. Cuando aparecen en las calles caminando, paseando en tongas (carruaje de caballos), en automóvil o en jeep, llevan el shardri, amplio manto que las cubre de cabeza a piés y por el que úni- camente pueden ver a través de un velo transparente. Pero bajo ese manto se oculta todo el refinamiento de sus hermanas occidentales, cuando la interesada puede pagárselo. Y junto a lo moderno encuentra uno los bazares exóticos a los que acuden los

montañeses con sus pellizas d: piel de cordero, los tenderetes de los artesanos, y los amanuenses sentados en cuclillas en la calle escribiendo cartas para una población que es, en su noventa y seis por ciento, analfabeta. 12

Afganistán es miembro activo de las Naciones Unidas y como tal tiene derecho a los servicios de asistencia técnica, de los que el gobierno procura sacar el máximo beneficio en sus proyectos de modernización de un país, en la actuali- dad montañoso y desértico, pero cuyos recursos no explotados permitirán un día transformar la vida de sus 12 millones de habitantes. Cuando visité al primer ministro, S.A.R. Sardar Shah Mahmoud Khan

Ghazi, tío del rey, éste manifestó el agradecimiento del gobierno por la amplia ayuda que le daban las Naciones Unidas. Uno de los más importantes renglones de esa ayuda, como se ha hecho en

otros muchos países, es el de la lucha contra el paludismo con la colaboración de la Organización Mundial de la Salud (o. M. s.). Las elevadas cumbres de la cordillera Hindu-Kush dividen el país en dos

partes. Al norte de esa cadena, hasta el río Oxus, que separa Afganistán del territorio de la Unión Soviética, se extiende una gran comarca de la cual se adueñó el mosquito del paludismo desde los días Gengis Kan (1 162-1227). Con anterioridad a aquellas fechas las tierras de esa región habían sido cultivadas gracias al sistema de riegos por el aprovechamiento de las aguas del río Oxuc. Pero los mongoles sacrificaron o secuestraron la mayor parte de la población y al caer en desuso los sistemas de irrigación, el mosquito se posesionó de las tierras. Hasta hace dos aEos un refrán afgano decía: «Si te quieres morir vete al Kun-

duw. Pero después de haber llevado a cabo con éxito una experiencia modelo en la región arrocera de Jalalabad, entre Kabul y el Khaibar, se instaló en el Mundus un equipo de la o. M. s. Se trataba de un equipo internacional compuesto de un malariólogo, un en-

tomólogo, un ingeniero sanitario y un inspector de paludismo. Se comenzó ro- ciando con D. D. T. las casas y las aldeas comprendidas en una región de 500 kiló- metros cuadrados, con una población de 45.000 habitantes. En 1951 se triplicó aquel trabajo. El mosquito fué vencido y se hizo posible,

una vez liberados del paludismo, hacer funcionar una factoría algodonera en Pul-i-Khumri sin que las plantaciones ofrecieran ya peligro alguno. Los ante- riores intentos de colonización de aquella región con el asentamiento de tribus emigradas habían fracasado por completo. Los labradores murieron o tuvieron que huír. En 1952 Afganistán ha podido ya exportar algodón. Los resultados han superado lo previsto. Provincias enteras solicitan del go-

bierno campañas contra el paludismo, y acaso haya sido ésta la mayor demos- tración de opinión pública que ha tenido lugar en Afganistán. Afganistán ha sufrido mucho a causa del tifus que transmite el piojo. El

equipo de la O.M.S. aprovechó la estación del año en que el paludismo remite para atacar este segundo problema en Kabul y Kandahar. En una campaña se aplicó D.D.T. en polvo a 200.000 personas y a sus enseres y habitaciones. Se acordonaron las aldeas y se las sometió al tratamiento contra el piojo. Todo el mundo, ricos y pobres, se prestó a ser tratado. Y no hubo epidemia de tifus. La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricul-

tura (F.A.o.) ha combatido, por su parte, las enfermedades del ganado. La «tristeza bovina» es frecuente entre los bóvidos de Afganistán, y los veterinarios de la P.A. o. apenas llegados al país iniciaron la vacunación sistemjtica del ga- nado estableciendo cordones sanitarios en distritos enteros. Decenas de millares de cabezas fueron vacunadas y los estragos de la enfermedad se fueron domi- 13

nando provincia tras provincia. Aún queda mucho por hacer, pero la eficacia del sistema ha sido reconocida por los campesinos que en la actualidad coo- peran en la tarea. Una misión de la Unesco ha proyectado, con la aprobación del gobierno, un

plan de reforma sistemática de la educación. Teóricamente la educación es obli- gatoria, pero la escasez de escuelas impide que esto sea cierto. Se ha iniciado la lucha contra el analfabetismo y yo he visto el trabajo efectivo que se realiza con los alumnos, algunos de ellos barbudos, con varias esposas y familia numerosa. También se ha puesto en marcha la enseñanza vocacional. El gobierno afgano ha solicitado de las Naciones Unidas el envío de expertos

en diversas actividades, desde especialistas en la perforación de pozos petrolí- feros (en las cercanías del Oxus) hasta meteorólogos para ayudar al estableci- miento de los servicios aéreos. Y ya se encuentran en el país economistas, esta- dísticos, técnicos del algodón y del astracán, cuya piel constituye el principal artículo de exportación para tener dólares en disponibilidad. Las solicitudes de ayuda para el año 1952 incluían expertos para la lucha contra la langosta, especialistas en el azúcar de remolacha, reforma bancaria y monetaria y exper- tos en el comercio y en aduanas. El Fondo Internacional de Socorro a Ia Infancia (Naciones Unidas)

[U.N.I.C.E.F.], en colaboración con la F.A. O. está creando centros de materni- dad y casas cuna, clínicas, escuelas para comadronas y un proyecto de campaña para la lucha contra las enfermedades venéreas. Este país, durante tanto tiempo inaccesible y celoso de la intervención ex-

tranjera, se está transformando por sí mismo, con la ayuda internacional.

R. CALDER

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Pakistán lucha contra el hambre y la enfermedad

En los campos anegados del delta del Ganges, los niños pescaban con redes de tamaño desproporcionado. No es que hubieran hecho novillos, pues en la región no hay escuelas. Si trataban de atrapar los pececitos, no lo hacían tampoco por divertirse, sino para contribuir al sustento de la familia. El régimen alimenticio para la mayoría de los 43 millones de habitantes del

Pakistán oriental consiste en dieciocho onzas diarias de arroz, sal y ají; y si tienen suerte, dos onzas de pececitos de agua dulce una o dos veces por semana. Si el paludismo, la tuberculosis, la elefantiasis, el kala-azar y el cólera no los

reducen a !a postración, niños y adultos trabajan de sol a sol en los arrozales inundados o en los campos de yute. Es un trabajo ímprobo. Los hemos visto arrancar la fibra del yute en las

lagunas, con el agua a la cintura. Los tallos, del grueso de un dedo, se dejan en las lagunas para que se ablanden. Más tarde se hacen montones con ellos, se repliegan y se golpean para que las fibras se aflojen. Luego, como quien sacara el forro a un paraguas, se arranca la llamada «riqueza dorada» del Pakistán oriental. La amenaza del hambre está siempre presente. El magro régimen alimen-

ticio se basa en el arroz, y aun cuando el delta es una región productora de este país, nunca da lo suficiente para cubrir las necesidades de su densa pobla- ción. A más de 1.000 kilómetros de distancia de allí, el Pakistán occidental forma una región exportadora de productos alimenticios. Pero lo que produce es trigo, no arroz; y los habitantes de la zona oriental no comen trigo. Las importaciones de arroz procedentes de la Unión Birmana y Tailandia son siempre precarias. Por ser musulmanes los bengalíes del Pakistán oriental no tienen por qué

sentir escrúpulos religiosos sobre el consumo de carne. Pues en esa provincia, donde sólo se cuentan veinte áreas de tierra laborable por habitante, hay muy pocos animales, y los pocos que hay se disputan con el hombre el escaso ali- mento. Además, a causa de la llamada enfermedad de Newcastle, la avicultura es prácticamente imposible. Dentro de los 140.000 kilómetros cuadrados que ocupa el Pakistán oriental,

la población aumenta a razón de más de 1.000 habitantes por día, lo que re- presenta al año unas 430.000 bocas más que alimentar. A esto hay que agregar todavía la inmigración de refugiados musulmanes procedentes de Bengala. El problema de los refugiados es una consecuencia de la segregación de la

India y de la creación del Pakistán, que se divide en dos partes. La occidental comprende el Punjab, el Sind, las Provincias del Noroeste y el Beluchistán, y 15

la oriental está constituída por la mitad, predominantemente musulmana, de la provincia de Bengala. Estas dos partes sólo tenían de común la religión: hasta el idioma era diferente en una y otra. La partición produjo una separación entre las plantaciones de yute de la

Bengala oriental y las fábricas de tejidos de la misma fibra en la Bengala oc- cidental. La nueva provincia no tenía ni una capital, ni un puerto, ni las ins- tituciones de enseñanza adecuadas, ni suficientes hospitales, médicos o enfer- meras. Todos estos servicios se hallaban centralizados en Calcuta. Dacca, elegida como capital nueva, ha pasado en poco tiempo de 50.000 ha-

bitantes a medio millón. El gobierno se ha instalado en lo que fuera en un principio un colegio de señoritas. El instituto contra el paludismo, de vital importancia para la población, ha quedado establecido en una casa par- ticular. El cincuenta por ciento de los médicos y la mayoría de las enfermerasy par-

teras que había en la Bengala oriental se fueron a la India. Ahora sólo hay un médico por cada 100.000 habitantes y veintitrés centros de maternidad y casas cuna en toda la provincia. Las autoridades, aun con todos los obstáculos que se les presentaron, se han

esforzado por resolver su grave problema. Se está convirtiendo a Chittagón en un puerto moderno. Se han levantado fábricas para tejer el yute. Se han inau- gurado escuelas de medicina, y en Dacca, para resolver los problemas de su exceso de población, se han puesto en marcha proyectos importantes de cons- trucción de viviendas, acueductos y otras obras de drenaje consideradas como de gran urgencia. Con la cooperación de la Organización Mundial de la Salud y del Fondo

Internacional de Socorro a la Infancia (Naciones Unidas) [U.N.I.C.E.F.], el gobierno ha llevado a cabo una labor impresionante de lucha contra el palu- dismo. Los trabajos comenzaron en Mymensingh, localidad del norte situada junto a la frontera de Assam, y se están extendiendo a otras zonas del país. La cooperación similar entre las mismas organizaciones y el gobierno permite la lucha contra el cólera en la región de Sunderbans, formada por lenguas de tierras cenagosas en las múltiples desembocaduras del Ganges. La campaña contra el paludismo en Mymensingh tiene un significado espe-

cial. Hay quien dice, cuando la medicina moderna interviene para liquidar las epidemias, que «los médicos salvan a la gente para dejarla morir después de hambre». Cuanto mayor sea el número de bocas que alimentar, menor será la cantidad de alimentos disponibles. Pero ;no sería más lógico pensar que un pueblo libre de enfermedades posee una mayor capacidad de producción? Esto es precisamente lo que ha demostrado el caso de Mymensingh. Junto a

los médicos y enfermeras colaboraron en la empresa especialistas e ingenieros agrónomos bajo la dirección de Mansur Ahmed, uno de los funcionarios de Pakistzn. Se registraron escrupulosamente los rendimientos de las cosechas, tanto’en las zonas pulverizadas con D.D.T. como en las no pulverizadas. Por lo demás: siempre se deja temporalmente en las demostraciones de la lucha contra el palud;?smo una parte sin tratar con D. D. T., con objeto de hacer luego las corres- pondientés comparaciones científicas. Las tierras se hallan muy divididas y son de poca extensión, de 10 a 60 áreas

por parcela, pero aun así los funcionarios las inspeccionaron diariamente. En ellas se cultivaban arroz, tabaco, patatas, ají y diversas leguminosas. 16

a

En numerosos países se han orzanizaclo campañas para llevar a los p~~eblos los clementos dc la cultura. Idos carteles niuralis dc la cscuela de Habibia, cn la ciudad de Kabul, pcrniitcri a los jóvcncs afganos progresar cn las primeras letras.

Foto O. N.U. E. Schwab

E n el Pakistán el gobierno patrocina un vasto plan de regadío que cubre 80.000 liec- táreas de terreno inculto en el drsicrto de Sind. Bloque tras bloque, la represa del bajo Sind, en el río Indus, se completa paulatinamente.

Durante los meses de julio y agosto, y luego en diciembre, antes de llevarse a cabo la campaña contra el paludismo, de cada cinco campesinos tres se halla- ban atacados por la fiebre. Y éstos son los meses en que se prepara la tierra y se trasplanta el arroz, meses en los que hay que arar. Ahora bien, en las zonas rociadas con D.D.T. la cosecha aumentó en un 15

y a veces hasta en un 40 % en un año, sin que en tales resultados interviniera cambio ninguno en los métodos de cultivo. El aumento se debió puramente al mayor número de brazos disponibles durante los meses críticos. Mientras los médicos informaban que «no había nuevos casos de paludismo

infantil», sus esfuerzos habían permitido aumentar la cantidad de arroz con que alimentar a los niños. Lo irónico del caso fué que con ello crearon un problema de desocupación. En lugar de tres obreros enfermos, hoy hay cinco sanos y activos; pero en realidad la cosecha sólo necesita del esfuerzo de cuatro hombres. Y ya no hay más tierra disponible. Lo que más falta en el Pakistán oriental es tierra laborable, y aquí es donde

entró en acción la Organización de las Naziones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (F. A. o.). El gobierno solicitó los servicios del Sr. Van Blomme- stein, ingeniero especialista en irrigación, y del Sr. Segarts, experto en cuestio- nes de economía agrícola. Entre ambos formularon un proyecto de irrigación destinado a aumentar la producción y el suministro de fuerza motriz para nuevas industrias. Ambos han estudiado esa orla de ríos en que se desata la madeja del Ganges

y del Brahmaputra. Corriendo por los terrenos cenagosos que ellos mismos han formado, esos ríos cambian continuamente de curso y, en la estación calurosa, muchos de ellos se secan. Esto impide que, en más del 80% de la superficie total, pueda lograrse una segunda cosecha. Calculan los expertos de la F.A.O. que las cosechas actuales pueden mejorar

en un 75% si se ponen en práctica métodos sencillos de irrigación y drenaje. Ello quiere decir que los ingresos anuales de los cultivadores, que hoy no alcanzan a los 100 dólares, ascenderían cuando menos a 150 dólares por año. Los técnicos están convencidos de que con mejores procedimientos agrí- colas, el empleo de semillas seleccionadas y un verdadero desarrollo de la región, el delta del Ganges se convertiría en el granero más rico del Sudeste asiático. Ello implicaría la construcción de una presa en el Brahmaputra, no lejos de

su entrada en el Pakistán oriental desde Assam. Hace 200 años, el Brahmaputra corría hacia el este, pero con los años el curso del río se desvió. Lo que se desea ahora es volverlo a su antiguo cauce, Mediante el dragado podría obtenerse de él una caída de agua suficiente para la producción de energía hidroeléctrica. Una vez que hubiera una planta de energía en el Brahmaputra, existirían, además de una serie de nuevas industrias, los medios necesarios para aumentar el volumen de aguas del Ganges. El Brahmaputra corre con gran ímpetu en la estación de las Iliivias y con-

vierte en ciénagas regiones enteras. El proyecto regularía las aguas que con- vierten en un mar la depresión de Megna, que tiene más de 800.000 hectáreas de superficie y está situada al este de Mymensingh. De las regiones habitadas del mundo ésta es la más húmeda, con cerca de 11 metros de precipitación de lluvia anual, y sirve de muy poco, como no sea para cazar patos. Si se lograra contener las aguas, sería posible cultivar el arroz de Amman, variedad fantás- 17

tica que crece hasta alcanzar más de 6 metros de altura, luchando por man- tenerse sobre el nivel del agua. La planta puede crecer hasta 7 centímetros por día, pero actualmente las aguas en la depresión de Megna suben más de 30 en el mismo plazo de tiempo. La represa del Brahmaputra tendría 2 kilómetros y medio de largo y entre

7 y 8 metros de alto. La línea de ferrocarril que la cruzara sería un eslabón indispensable dentro de las malas comunicaciones actuales. Todos los canales de irrigación podrían usarse para el transporte. El costo de la obra se calcula en 600 millones de dólares, pero la represa produciría cosechas por valor de 1.600 millones y energía eléctrica por otros 28 millones. Hasta el presente esto no es más que un proyecto, pero su misma magnitud

exige tiempo para que pueda realizarse. Los expertos de la F. A. O. han propuesto otro de menor escala que interesa, en el oeste, a las zonas fronterizas de la India, cerca de Pabna, y que permitiría la desecación e irrigación de grandes extensio- nes de terreno hoy improductivo. Vemos así al nuevo Estado de Pakistán en lucha contra la miseria y la pobre-

za, y con los problemas gemelos de la enfermedad y el hambre. Resolver sólo el primero supondría empeorar el segundo. Por esto la medicina y la agricultura deben andar a compás en su marcha hacia un futuro de progreso.

R. CALDER

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aOnubad» surge de las arenas del Pakistán

Aislada, en el corazón de la región desértica de Sind, que atraviesa el ancho y perezoso río Indus, se está constrnyendo la represa de Kotri. Desde el corona- miento de la sólida construcción de uno de los tramos, se divisa un panorama deprimente. El horizonte es pardo en toda su extensión; sólo desierto leonado y tierra muerta, y en los raros alcores cárdenos, prácticamente desnudos de vegetación, aquí o allá, unas matas de abrojo o algún árbol raquítico. El mismo Indus, con las aguas bajas se perdía en varios ramales que se deslizaban por entre macizos bancos de arena. Hace falta tener una gran dosis de imaginación para ver aquello transformado

en campos de florecientes granjas y en hermosas huertas. Y sin embargo eso es lo que afirman los expertos, para un día no demasiado lejano. Después de todo, la mayor parte de lo que es ahora el Pakistán occidental, incluyendo el Punjab -la tierra de los cinco ríos- fué antaño un desierto parecido. Los ríos corrían a través de la tierra sedienta sin calmar su sed. Entonces, en el siglo pasado, se realizaron grandes obras de irrigación, como la represa de Sukkur -la mayor del mundo-, en el alto Indus. Se pudo regar el desierto y convertirlo en tierra floreciente. Esto es lo que puede acontecer con el desierto de las tierras bajas de Sind,

cuando se haya terminado la represa de Kotri. Se trata de una empresa del gobierno y éste ha contratado directamente los servicios de ingenieros ingleses. Sus colegas pakistanís están orgullosos y con razón de haber conseguido romper la tradición de utilizar abundante mano de obra barata y disponer ahora de los más modernos equipos para la construcción de represas. Mostraban, por ejemplo, con satisfacción la excavadora gigante, cuyo brazo se elevaba a 60 metros sobre el lecho del río y cuyas palas arrancaban toneladas de tierra a cada mordisco. Se tenía la impresión de estar viendo una fantasía de Walt Disney. Para ir avanzando, dos enormes aletas levantaban la gigantesca má- quina y volvían a depositarla otra vez en el suelo, dando la sensación de una curiosa marcha a saltos. Una trituradora desmenuzaba las rocas para mezclar- las después con cemento en una máquina eléctrica que a traves de unos tubos ' vertía el hormigón como si se tratase de una sencilla pasta dentífrica, y un par de hombres bastaban para dirigir el chorro de la mezcla al lugar conveniente en el interior de la presa. Pero la ingeniería del siglo xx no ha llegado a abolir lo pintoresco. Recuas

de borricos con grandes albardas se encaminaban por entre las máquinas mo- dernas hacia los lugares inaccesibles de la obra. La represa constará de 445 tramos, o sea 220 menos que la de Sukkur, y cada

tramo es de aproximadamente 20 metros. La construcción se hace por seccio-

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nes, cada una de las cuales se encuentra rodeada de un gran terraplén que desvía el río y forma un enorme cajón, como los de los estribos de los puentes, dentro del cual se prosigue la construcción. Cuando se termina un tramo, un terraplén semejante protege la construcción del siguiente; entonces se destruye el primero y el río va entrando en el canal. Los trabajos que se realizan, más que un dique de embalse constituyen una

esclusa gigantesca que desviará el curso del río hacia los canales de riego situa- dos a ambas márgenes del Indus para producir fuerza eléctrica. Como contribución al fomento agrícola que forzosamente se producirá con

las obras de irrigación del desierto de Sind, la F.A.O. ha enviado expertos en- cargados de analizar las tierras y de levantar los planos topográficos. También asesorarán en materia de drenaje y alumbramiento de aguas subterráneas. Toda aquella zona tiene la desventaja, no sólo de ser seca, sino salitrosa, pero con agua suficiente y un drenaje apropiado se podría desalar el suelo. H e visitado un sector del desierto, de alrededor de 4.000 hectáreas, que reci-

birá el riego de estas obras, cuyo suelo se ha clasificado y del que se han hecho los mapas con la ayuda de la F.A.O. En su mayor parte se encuentra cubierto por una capa reseca de sal. El suelo, que a mí m e parecía bastante insalubre, es, según m e aseguró el Sr. Le Vee, experto norteamericano en tierras, de la F.A. o., susceptible de mejora si se lo trata con métodos adecuados. Para probármelo m e condujo a un pozo perforado en pleno desierto y m e mostró una sección vertical del suelo. Ese pozo es el aula del desierto para que los agrónomos del Pakisfán aprendan en él a examinar el suelo. En medio de aquella desolación había un huerto que un labrador de la región

había desalado lavándolo con agua y en el que cultivaba legumbres y hortalizas con excelente resultado. La agricultura, sin embargo, no es más que un sólo aspecto de las posibili-

dades de aquella zona. Entre Kotri y Haiderabad -que no hay que confundir con el Estado y la ciudad del mismo nombre en la India central-se ha planeado la construcción de una ciudad de 100.000 habitantes. Yo sugerí que se la lla- mase «Onubad» a causa de que su planeamiento y desarrollo era obra de los expertos del programa general de asistencia técnica de las Naciones Unidas. En principio se pensó en asentar ofreciéndoles la vivienda a millares de refu-

giados musulmanes de la India, la mayoría de los cuales eran comerciantes, artesanos o artífices, pero el gobierno del Pakistán decidió por fin construir una ciudad modelo en la que estuvieran representadas todas las clases sociales, pro- fesiones, industrias e intereses. Para ello solicitó la colaboración de la asistencia técnica de las Naciones Unidas, que envió de Inglaterra dos expertos, uno en urbanismo y el otro en servicios sociales. La Organización Internacional del Trabajo (o. I. T.) está además facilitando

expertos que ayudarán a la instalación de industrias organizando el intercam- bio de trabajadores, las relaciones industriales y la enseñanza técnica. La Organización Mundial de la Salud (o. M. s.) y el Fondo Internacional de

Solorro a la Infancia (u. N. I. c. E. F.) se ocupan de los problemas de salubridad, y la Unesco de las cuestiones de enseñanza. Por su parte la F.A.O. estudia la coordinación de las relaciones ciudadanas con el desarrollo agrícola de la región. La ciudad simboliza la fe del Pakistán en la asistencia técnica de las Naciones

Unidas; la misión que en ella trabaja es una de las más importantes del mundo,

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y prácticamente abarca toda la gama de intereses de la región, desde la planifi- cación económica hasta las industrias caseras. El jefe de la misión de las Naciones Unidas, Sr. T o m Hibben, es el asesor

económko y colabora con el Departamento de Planificación Económica de modo que el programa no sólo atiende a las posibilidades futuras, sino también a las necesidades inmediatas y a la real capacidad del país. Cuando le dicen a uno que la Unesco ha enviado expertos en geodesia, mag-

netismo terrestre, sismología y física atmosférica, la cosa suena como a algo empírico; pero la geodesia y el magnetismo terrestre son necesarios para que el Pakistán pueda descubrir y poner en pie sus recursos naturales hoy en gran parte desconocidos. El Beluchistán está enclavado en la zona de temblores de tierra y es necesario conocer los movimientos sísmicos. El oeste del Pakistán es una zona árida y el caudal de sus ríos depende de las fuentes que se encuen- tran situadas fuera del país. La física atmosférica facilita el estudio de las posibilidades de precipitación pluvial o «lluvia artificial». Karachi tiene una excelente radiodifusora moderna y ha solicitado de la

Unesco un experto en radio educativa. El Pakistán necesita transportes aéreos nacionales para comunicar el este y el oeste del país que en algunos puntos se encuentran separados por 1 .O0 kilómetros. La Organización de la Aviación Civil Internacional (o. A.c.I.) ha puesto a disposición de los pakistanís unequipo de expertos para formar el personal necesario al control del tráfico en los aero- puertos, manejo de sistemas de radio y de radar y los demás aspectos de las comunicaciones akreas. La O.M. S. y el U. N. I. C. E. F. prestan, en el aspecto médico, una valiosa asisten-

cia, sobre todo en cuanto se refiere a la salud de las madres y de la infancia. El Pakistán necesita con urgencia un lote de técnicos y pasa ello ha de enviar obreros a los centros de capacitación. Y esto es sólo el comienzo. Treinta espe- cialistas de la O.I.T. han acudido durante 1952 para organizar los servicios de colocación y formación profesional. La F. A. o. presta ayuda en la exploración de nuevas zonas y la lucha contra las epizootias, así como en el estudio de la pesca de altura. En el este del Pakistán el transporte se hace por agua. Más de 1 .O00 millones

de toneladas de mercancías se transportan así por el Delta del Ganges en em- barcaciones de diversos tipos, y el gobierno ha solicitado el asesoramiento técnico para ver la manera de mecanizar todos o parte de los 30 millones de embarcaciones que hay en aquella región. También hay expertos internacionales para impulsar el desarrollo de las

centrales telefónicas. Las comunicaciones son escasas, pero se van aumentando con la adopción de los métodos modernos y se están llevando a cabo los trabajos necesarios para instalar en el país una red de emisoras de alta frecuencia que tome a su cargo las comunicaciones telefónicas. Otro estimulante signo de cooperación es el arreglo con expertos de las Na-

ciones Unidas para ciertos proyectos que han de quedar comprendidos en el llamado plan Golombo. Después de su separación de la India, el Pakistán se encontraba con una

escasez angustiosa de expertos. Afortunadamente la ayuda de las Naciones Unidas servirá para poder llenar esa laguna.

R. CALDER 21

La India declara la guerra a la selva

El relato de mis impresiones sobre la batalla que se libra contra la selva en Asia del Sur y del Sudeste podría iniciarse en Bombay, una de las ciudades más bellas y más adelantadas de la región. Porque la lucha no se ha emprendido solamente contra la selva de arbustos, tigres, culebras y marismas, sino que se dirige tam- bién contra las espesuras y malezas del analfabetismo, la pobreza, la enferme- dad y el hambre, que crecen densamente en los arrabales de la ciudades. Estos cuatro últimos males constituyen en realidad el problema básico de esta

extensa región, por lo demás tan llena de oportunidades. La cuarta parte de los habitantes del mundo viven en el Sur y el Sudeste asiáticos. El potencial de pro- ducción es enorme. Pero si consideramos la región en su conjunto, nos encontra- mos con que el nivel de vida desciende incesantemente, hay escasez de alimentos -con 20.000 nuevas bocas que nutrir diariamente- y, además, ocho de cada diez habitantes no saben leer ni escribir. Los inconvenientes con que se tropieza al ir a hacer frente a esta situación

son varios, y entre ellos puede citarse una economía nacional mal equilibrada, falta de capital y experiencia administrativa y necesidad de maquinaria y cono- cimientos técnicos modernos. U n nuevo fermento de conciencia nacional tra- baja sin embargo sobre esta masa inerte. Se observa un grado creciente de coo- peración internacional que, cuando la empresa se considera factible y necesaria, se concentra sobre problemas determinados. La Unesco es una de las muchas instituciones que se preocupan por ayud-ar a

los pueblos a ayudarse a sí mismos. Los ideales proclamados en la Declaración Universal de Derechos Humanos

son precisamente los fines que contemplan las naciones del sur de Asia al ela- borar sus planes de educación para el futuro. Pero antes de que estos planes puedan llevarse a cabo, gran número de maestros deberán seguir cursos de especialización, será necesario encontrar fondos, crear escuelas, disponer de libros y obtener una multitud de elementos accesorios indispensables. Una posición semejante de carencia de recursos para empezar se opone al

desarrollo de los esfuerzos que se realizan en otros terrenos, especialmente en aquellos en que el sur de Asia cultiva los alimentos que necesita. Es preciso ase- gurar la subsistencia de una población mucho más numerosa que la del mundo occidental, pero los rendimientos de esos terrenos son mucho menores, en parte porque no se hace rendir a la tierra todo lo que puede dar. Hay que introducir nuevos y mejores métodos agrícolas para ganar la lucha contra la pobreza en una zona donde la mayoría de la población vive en aldeas y depende del suelo

22 para su subsistencia.

Aquí no se necesitan represas para irrigar y producir energía eléctrica, ni fábricas de fertilizantes, maquinaria agrícola y herramientas. Lo que se necesita es otra clase de desarrollo industrial, especialmente aplicado a las industrias de las aldeas, que pueden dar empleo a la gente que no lo encuentra en el campo. Se han formulado planes ambiciosos para remediar tales lagunas, y algunos se encuentran en vías de realización. La necesidad de actuar con rapidez queda subrayada por el hecho de que la población aumentará de 570 millones a 720 en los próximos veinte años. Queda clara la llamada a la cooperación internacio- nal. El mundo responde a ella al propio tiempo que los países del sur de Asia aumentan sus recursos por lo que se refiere a la mano de obra especializada. En 1946 se empezó a poner en práctica en Bombay un plan decena1 para lo-

grar que todos los ciudadanos (con las excepciones lógicas, desde luego), apren- dieran a leer y a escribir. Pero como m e dijo el ministro de Educación del Estado de Bombay, Sr. B. G. Khor, el plan progresa con dificultad, y sólo se ha podido calificar de alfabetizados al 18 % de los 2.500.000 habitantes de la ciudad. H e sido testigo presencial de algunos de los esfuerzos realizados por elgobierno

para lograr sus fines. Visité, por ejemplo, algunas de las 800 clases de adultos, acompañado del presidente del Comité de Educación Social de la ciudad de Bombay, Sr. Champaklal G. Modi; 200 de esas clases son para mujeres y funcionan seis días por semana. En total asisten a las mismas cerca de 10.000 alumnas. También se han llevado a cabo esfuerzos para convencer a los propietarios

de talleres y fábricas de tejidos que permitan a los obreros asistir a las clases en las horas en que deben prestar servicio. La concesión más importante, como regla general, ha sido la de proporcionar facilidades educativas en las propias fábricas en las horas libres de los obreros. Otro incentivo que no se ha logrado aplicar son las primas de trabajo a quienes sepan leer y escribir. La ley decreta la asistencia obligatoria a las escuelas primarias de Bombay,

pero esa ley no puede aplicarse porque el número de educandos excede con mucho a los medios de que se dispone para darles instrucción. En un solo día pude ver frente a mí los dos extremos paradójicos de la edu-

cación en la India. Por la mañana visité el famoso Instituto Haffkine, donde el director, Dr. P. M . Wagle, m e hizo recorrer los laboratorios para producción de vacuna y sueros. Por la tarde fuí al Instituto Tata de Investigación Fundamen- tal, dirigido por el Dr. H. J. Bhapha, presidente del Comité de Investigación Atómica de la India, cuya reputación científica es internacional. Por la noche asistí a las clases de educación social que se ofrecen en el suburbio, lleno de barrios congestionados y oscuras callejuelas de Bombay. En una de ellas, quince obreros de entre dieciocho y cuarenta años de edad,

sentados en cuclillas en el suelo y a la débil luz de las lámparas de petróleo, con sus cartillas y pizarras por delante escuchaban a un maestro que les hablaba del mundo en términos de gran sencillez. La escena parecía simbolizar la alborada de una nueva era en el Sur y el

Sudeste asiáticos. U n continente dormido abre los ojos en el momento en que su despertar puede mantener o alterar el equilibrio de la balanza entre el Este y el Oeste, en lo que aquí se ha dado en llamar el siglo de Asia.

R. STEAD 23

Se encienden lámparas en las aldeas de la India

La campaña contra el analfabetismo que se está llevando a cabo actualmente en las trescientas cinco aldeas del Estado de Delhi constituye un ejemplo del esfuerzo creciente de la India por educar al 85 % de los 362 millones de habi- tantes del país que no saben leer ni escribir. Es una campaña que comienza en caravana. M e gustaría relatarles lo que

ocurre cuando cuatro camiones gigantescos llevan a cualquiera de los poblados una mela, nombre que se da en la localidad a una feria. Este tipo de lugar de recreo encanta a los campesinos indios. D e los camiones salen toda clase de cosas interesantes, que hacen saltar de

júbilo a los muchachos y alegran el ánimo de los mayores: un tinglado completo con sus candilejas y su telón, donde se hacen concursos de teatro y música, con premios por valor de 9 dólares norteamericanos; un cinemafoscopio; un alto- parlante del que sale un chorro de música ininterrumpida; luces eléctricas para toda la feria, y un tío vivo de mástil fijo, en cuyo extremo hay un soporte gira- torio del que penden diez o doce cadenas con argollas a las que los muchachos se agarran corriendo y de las que se cuelgan haciéndolo girar. Se organizan juegos diversos. Hay maquetas que muestran lo que se debe y

no se debe hacer en cuestiones como la limpieza pública de una aldea y la con- servación del pozo de agua potable en condiciones de higiene absoluta. Tam- bién se dan conferencias y se prestan libros; para ello la feria dispone de una biblioteca ambulante. Durante tres días la muchedumbre de la región converge en el lugar, y cuando

los camiones parten por fin, los maestros ya se encuentran allí. Venidos en gru- pos dc ambos sexos, formados por estudiantes de las tres escuelas normales del Estado de Delhi, conviven con los habitantes de la aldea enseñando a los adul- tos en sus hogares después de las horas de trabajo. Al irse dejan allí un millar de manuales sencillos, y con ellos y las clases que dan los maestros residentes en la localidad, los flamantes educandos pueden asegurar las nociones recién ad-

La falta de libros adecuados ha constituído un problema serio. Para resol- verlo, en el caso que menciono, ha resultado eficaz el trabajo de una enviada de la Unesco, la Srta. Ella Griffin, de los Estados Unidos de América. En cola- boración con artistas y escritores de la India, la Srta. Griffin logró mezclar admirablemente ilustraciones y temas en los tipos de libros que se necesitaba y que se litografiaron y distribuyeron por millares. Esta obra la llevan a cabo, en cooperación, el Ministerio de Educación de la

India y el Departamento de Educación del Estado de Delhi. Un experto esta-

. quiridas.

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dounidense, el Sr. Spencer Hatch, prestó a su vez un valioso concurso en el sentido de establecer un equilibrio en esa colaboración y formentar la de las numerosas entidades interesadas. Como asesor de la Unesco ante el gobierno en materia de educación rural, llevó a su tarea la ventaja de contar con veinte años de experiencia al frente de los servicios similares de la Y. M. C.A. en la India. Al marcharse a Colombo para iniciar allí las obras del proyecto de educación fundamental planeadas por el gobierno de Ceilán y la Unesco, su esposa, la doctora Emily Hatch, lo reemplazó en sus funciones. Ahora que ambos especialistas se han trasladado a otro lugar, ha llegado el

momento de verdadera prueba para la empresa de Delhi. La educación social constituye sólo una parte de ésta. Al propio tiempo que

se la lleva a las aldeas, los caciques de cada una de éstas son llevados al Liceo de Janata en grupos de cincuenta, con el fin de que aprendan artesanía y oficios para beneficio de la economía local. Esos cursos a que asisten duran dos meses. Se llama Liceo deJanata a esa escuela porque a los jefes de cada localidad les

parece más digno decir que van al liceo que a la escuela. La institución se aloja en las ruinas de lo que fuera puesto de policía de Alipur, a unos 20 kiIómetros de Nueva Delhi. El Estado de Delhi es pequeño, y la doble operación ofrece, en la ejecución

de los diversos programas de autoayuda que tienen su centro en las aldeas todas las posibilidades de un experimento de laboratorio. Por todo ello ha despertado interés y merecido una especial consideración, tanto en el plano nacional como en el internacional. Hay que destacar el hecho de que uno de los fenómenos más significativos de

la India moderna es el de que la educación social llega actualmente en un grado mucho mayor que antes a millones de aldeas, previamente aisladas entre sí y del resto del mundo. Esta educación consiste en algo más que la simple lectura, la escritura y las cuatro operaciones de la aritmética. Junto con ellas (y con la geografía y la historia) también se ofrece instrucción cívica elemental y conocimientos de higiene y otros generales, determinados éstos por el medio y la comprensión de los educandos. Esta educación social se ofrece, en las diversas partes de la India, en grados

también diversos de rapidez y de eficacia. Hasta la fecha apenas si ha comen- zado la inmensa tarea, cuyo progreso se halla entorpecido por la falta de maes- tros, libros, locales adecuados y otros elementos, por no hablar de la distancia que separa a muchas de estas aldeas de las ciudades y aun de las carreteras, y la resistencia general de los maestros formados en las ciudades a trasladarse al campo y establecerse allí. Y sin embargo, el noventa por ciento de la población de la India vive en las aldeas. Los habitantes de éstas desean sinceramente reci- bir educación. No sólo es corriente que cada uno de los analfabetos se inscriba en cualquiera de estas clases de educación social en cuanto se le presenta la oportunidad de hacerlo, sino que las gentes que están por encima y por debajo del límite de edad (de catorce a cuarenta y cinco años por lo general) han insistido tanto para que no se las dejara al margen de esta enseñanza, que muchas de ellas han tenido que ser admitidas. Hablé con un estudiante de sesenta y un años que había aprendido a leer y a escribir durante la primera guerra mundial, pero que luego, según m e dijo, fué perdiendo gradualmente los conocimientos adquiridos. 25

En la situación actual, si se dispusiera de mayor número de camiones espe- ciales, podría prestarse un gran servicio al gobierno nacional y a los de cada Estado, que tratan de aumentar la existencia de los medios educativos audiovi- suales en el sentido más amplio de la expresión. Sólo funciona un centenar de camionetas, cuando todo el subcontinente podría muy bien utilizar 10.000. En las aldeas no hay electricidad, y en todo el conjunto del Pakistán y la India no hay más de 1.500 cines. Presencié una excelente demostración de las posibilidades que tiene aquí el

cine como vehículo de educación en la primera aldea que visité en mi jira: Pimpal Sathe, en Bombay. La película se proyectó desde un camión a una pantalla pequeña colocada en las escalinatas de un templo. La película que se exhibía estaba en parte dedicada a la liberación de los «intocables», mostrando las viejas tradiciones de casta que condenaban a 50.000 ciudadanos al más bajo nivel de vida y a los menesteres más serviles. Aun cuando la intangibilidad haya sido suprimida por ley, en la práctica

sigue estando en vigencia. Los indios más ilustrados preconizan la reforma con el precepto y el ejemplo, siguiendo los pasos de Ghandi, que llamaba a esos «intocables» harijans o «hijos de Dios». En Pimpal Sathe, como en el no lejano Pimpal Saudagar, se nos tributó una

bienvenida típicamente indú. Varios portadores de antorchas nos condujeron al lugar desde la carretera. Muchachos y hombres vestidos con dhotis de un blanco inmaculado iban delante de nosotros bailando al ritmo de varios tam- bores. En el sitio en que los más ancianos nos esperaban, había doncellas de pie, inmóviles, cada una de las cuales sostenía una bandeja de cobre sobre la que podía verse una lámpara simbólica, y junto a ésta montoncitos de polvo rojo y amarillo, pétalos de flores y granos de arroz. Con el polvo marcaron ellas en nuestra frente el tilak, la señal distintiva de los indúes, y luego desparra- maron sobre nuestras cabezas el arroz y los pétalos de flores. Al visitar las clases, la luz de las antorchas proyectó sombras extrañas sobre

los cebús, echados mansamente, y los perros que ladraban agitados, sobre ca- rretas de bueyes y grupos de mujeres que nos contemplaban desde las puertas de sus hogares, sumidos en la penumbra. Dos clases funcionaban en el templo, y otras en las casas, mientras el ganado

manso se agitaba entre la sombra. En algunas de esas clases chicos y chicas jóvenes enseñaban a hombres y mujeres maduros. Las madres aprendían a leer mientras sus hijos, sentados en sus faldas, se movían inquietos. La luz de las lámparas hacía resplandecer los anillos que las mujeres indias de las aldeas usan en los dedos de los pies y las pulseras que llevan en el tobillo. Las clases iluminadas por lámparas se multiplican en todas las aldeas de la

India. Lo mismo ocurre en otros países de esta región del mundo, y a este respecto se podría decir, metafóricamente, que en el sur y el sureste de Asia se van encendiendo cada vez más luces, las luces del progreso y las del enten- dimiento.

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R. STEAD

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Ceilán mira hacia el futuro

Ante la necesidad de encontrar recursos crecientes, el pueblo cingalés, que vive sobre las ruinas de un pasado romántico, siembra un futuro con amplias po- sibilidades de expansión. Con su «zona de grandes lluvias» ya superpoblada, la población del país se incrementa anualmente en un cuarto de millón de seres. Podría enunciarse el problema esencial de Ceilán diciendo que hay exceso

de bocas y escasos terrenos cultivables. D e los 7 millones y medio de habitantes con que cuenta la isla, 4 millones viven sobre la cuarta parte del territorio, cuya extensión total es de 6 millones y medio de hectáreas. El resto del país, a causa de la imposibilidad de utilización racional del agua de lluvia, está deficiente- mente poblado. Mientras la zona de grandes lluvias del oeste y el suroeste recibe entre 3,lO y 4,65 metros de aguas pluviales durante los dos monzones del ano, la región del este y centronorte sólo recibe de 1,15 a 1,75 metros en el corto período de dos a tres meses. Esta última zona fué una región de esplendores cortesanos, de hermosas ciu-

dades y de pródiga feracidad hace más de 1.000 años. Las viejas dinastías cingalesas llevaron a cabo importantes obras de irrigación; pero las sucesivas invasiones destructoras no se ocuparon de reparar los depósitos y los conductos de agua, y el mosquito del paludismo facilitó el camino a la selva que, alejada antes por el esfuerzo humano, volvió a instalarse como un verdadero conquista- dor. Y la batalla ha tenido que emprenderse una vez más. Los comienzos ofrecen buenas perspectivas. El mosquito ha sido ya batido.

El antiguo sistema de riegos se ha mejorado, extendido y modernizado. Colonos subvencionados procedentes de la zona de grandes lluvias van recuperando las tierras robadas por la selva. El resultado será un aumento de las cosechas locales, la disminución de las importaciones, una mejor distribución de la población y la elevación general del nivel de vida. En la actualidad Ceilán importa dos tercios del arroz que consume, y gasta

en importaciones esenciales más del 80 % de los impuestos procedentes del té, e1 caucho y el coco que constituyen el 90 % de sus exportaciones. Esas cosechas remuneradoras fueron introducidas por los británicos, quienes en 1948 renuncia- ron, en virtud de un acuerdo mutuo y cordial, a intervenir en la administración. Una parte esencial del problema de colonización es la de proporcionar a los

recién asentados no sólo trabajo, sino educación y entretenimientos. Vi como se abordaban esos temas no lejos de Anuradhapura y Polonnaruwa, antiguas capitales del país, cuyo esplendor puede apreciarse cuando uno se pasea por las ruinas que han puesto al descubierto las excavaciones, La vieja ciudad de Anu- radhapura fué una de las maravillas del mundo en los días de la antigüedad 27

clásica, y todavía lo es para el mundo budista por conservar el árbol histórico más viejo del mundo. Su historia se remonta a 2.250 años. Según ella, el árbol de Anuradhapura

es una de las ramas del sagrado Bo, el pipa1 de la aldea de Buda-Gaya, cerca de Benarés, bajo el cual, el año 533 a. de C., el príncipe Siddhartha, después de haber renunciado a las vanidades y a las riquezas de la corte, transformado ya en Gaudama, el peregrino filósofo fundador del budismo, logró su primera ex- periencia de éxtasis o de liberación de su espíritu. La rama del Bo fué llevada con toda ceremonia, 200 años más tarde, desde la India hasta la capital de Ceilán para replantarla allí. La rama enraizó y, desafiando a los siglos, sigue siendo objeto de gran veneración por los fieles de Buda. Otro gran tesoro budista de Ceilán es la famosa reliquia del «Diente de Buda»

que se conserva en el santuario de Dalada Malagawa, en Kandi, la última ca- pital de los reyes de Ceilán, llena de templos, palacios y tumbas de los antiguos caudillos y héroes del país, y situada en un bellísimo paisaje de montes y de lagos. La reliquia no traspasa nunca los límites del templo que se alza en medio del lago, y en su honor se celebra todos los años, en agosto, un festival que recorre la pintoresca ciudad en una abigarrada procesión con elefantes rica- mente engualdrapados, bayaderas y músicos. Los elefantes ocupan un lugar preminente en la economía cingalesa como

inteligentes tractores y animales de tiro para las grandes cargas. En Kandi, ade- más, ofrecen al visitante un gracioso entretenimiento con sus abluciones cuando los llevan al río para trabajar en sus inmediaciones; y ése es un espectáculo que el turista no olvidará nunca. Pero volvamos a nuestro problema. El régimen actual de asentamientos pro-

veerá cerca de 5.000 hogares nuevos en un terreno recién recuperado de 1.120 hectáreas. Los colonos típicos son campesinos de la zona de grandes lluvias que han solicitado y obtenido la concesión de una casa, que se construye para él y su familia en un suelo de secano de 1 hectárea y pico, para las operaciones de labranza -almacenaje, criba, trilla, etc.- y un terreno adyacente de regadío, de 2 hectáreas. Para comenzar se le prestan al campesino un par de cebús, se le dan gratuitamente materiales de plantación y los utensilios necesarios, así como un subsidio para que haga frente a sus necesidad. durante los primeros seis meses. El promedio de cada ayuda supone alrededor de 3.000 dólares por familia. Ahora precisamente se mira mucho a Ceilán en el mapa. El llamado plan

Colombo ha hecho del nombre de la capital de Ceilán algo así como el símbolo de un gran movimiento de cooperación internacional promovido en el Este y en el Oeste para elevar los niveles de vida y los medios de producción en Asia del Sur y del Sudeste. Aparte de esto, los representantes de varias instituciones internacionales -expertos de diversos paises- cooperan actualmente con los especialistas cingaleses en muy distintos campos de actividad. Por ejemplo, el equipo de la Unesco que trabaja en Minneriya bajo la direc-

ción del doctor norteamericano Spencer Hatch está realizando con el gobierno de Ceilán un programa conjunto de educación fundamental. Esto es excelente porque se trabaja en una región de la zona de menos lluvias en la que se llevan a cabo los asentamientos y permite que los estudiantes puedan aprender mien- tras ayudan a los aldeanos y los colonos a ayudarse a sí mismos de mil maneras. En el mismo plano laboran la Organización Internacional del Trabajo (o. I.T.) -para las industrias caseras y las cooperativas-, la Organización para la Ali- 28

mentación y la Agricultura (F.A.o.) -que se encarga de extender los servicios agrícolas-, y la Organización Mundial de la Salud (O.M. S.). Y a pueden verse los progresos de Ceilán realizados por los constructores de

represas americanos y por los contratistas de obras franceses para la ampliación del puerto de Colombo. Hubiesen sido necesarios 1.000 obreros cingaleses tra- bajando durante 13 años para quitar el fango del cauce de la represa que tiene 1.200 metros de largo por 50 de ancho. Un equipo de 60 técnicos americanos preparó a los obreros locales para el manejo de las máquinas modernas y así se han logrado realizar las obras en 3 años, anticipándose a los plazos previstos al principio. El costo total ha sido de cerca de 90 millones de dólares y transfor- mará un valle pantanoso, cerca de la costa oriental de Ceilán, en una superficie de 80.000 hectáreas de tierras de regadío a disposición de los colonos y que brindará posibilidades industriales, gracias al suministro de 10.000 kilovatios de energía eléctrica. El aprovechamiento de aquellas zonas se ha hecho posible porque el mos-

quito fué derrotado cuando el mando aliado del Sudoeste se instaló en Ceilán durante la segunda guerra mundial. Y se le vencerá definitivamente porque la isla tiene ya una fábrica de D.D.T. capaz de producir 600 toneladas anuales, cantidad que basta para las necesidades de Ceilán. Junto a esta expansión material, la educación es en Ceilán la actividad sobre-

saliente. El caso de la Universidad de Ceilán es ejemplar a este respecto. La universidad se está trasladando desde la capital a un hermoso altozano de 1.214 hectáreas, situado en Peradeniya, cerca de Kandi, a 110 kilómetros de su an- tiguo emplazamiento, y se ha autorizado para ello un gasto de 66 millones de rupias -cerca de 14 millones de dólares- gracias al cual se aumentará el cupo de estudiantes de 2.000 que había a 3.500. Sir IvorJonnings, conocido educador británico, es el rector de la Universidad. Ceilán es un país de gente joven. A consecuencia del elevado índice de naci-

mientos, el 40 % de los 7 millones y medio de cingaleses no llega a los veintiún .

años. El plan para el futuro es brindarles educación gratuita desde el jardín de infancia hasta la enseñanza universitaria o el término de la enseñanzavocacional. La idea, en último extremo, consiste en que todos los estudiantes puedan pasar sus pruebas a los catorce años y decidirse entonces si han de seguir estudios académicos o de carácter práctico. En las condiciones económicas actuales, un gran número de muchachos tienen que dejar la enseñanza para ponerse a tra- bajar, antes de cumplir los catorce años. En Ceilán se afirma que su población analfabeta no pasa del 32%, frente

al 80% en el resto de Asia del Sur y del Sudeste. Pero se necesitarían aún 300 escuelas primarias más. Se m e hizo hincapié para que m e fijase que hoy tienen ya 7.000 escuelas primarias y que el presupuesto de educación es ahora diez veces mayor que hace 10 años. Algo más de la mitad de los habitantes de Ceilán son budistas. El resto com-

prende un millón de indús, un millón de musulmanes y un millón de cristianos. Las tradiciones del país se remontan a los tiempos en que el rey Salomón en- viaba a buscar a la isla sus pavos reales, sus monos y su marfil. Durante siglos se la conocía como la Perla del océano fndico. Su autonomía actual y SUS nobles esfuerzos y propósitos constituyen un florón más que añadir a su lustre ancestral,

R. STEAD 29

En la Unión Birmana hay sed de aprender

Resulta muy difícil enseñar siquiera sea los rudimentos de las ciencias naturales si los únicos tubos de ensayo que los alumnos ven son los que el maestro les dibuja en el pizarrón. Y todavía resulta más difícil si no se dispone siquiera de un pizarrón. Es casi tan difícil como enseñar a leer sin libros, o llevando el ejemplo a su última consecuencia, sin maestro. Éste es el género de dificultades -carencia de los elementos indispensables-

al que han de hacer frente las autoridades birmanas al intentar, como lo hacen ahora, una reforma completa de su pertubado sistema docente. Entre las difi- cultades deben mencionarse la poca estabilidad interior, el hecho de que no se hayan reparado aún los destrozos causados por la guerra y la falta de fondos. A pesar de ello, en los planes actuales del Ministerio de Educación figura el aumentar el número de escuelas a razón de 1 .O00 por año durante los próximos quince años, a un costo de entre 12 y 15 millones de dólares anuales; lo que significa invertir en ese rubro cerca del 10 % del presupuesto nacional, y desde luego más del doble de la cantidad votada al efecto en 1950. El primer paso de este programa ambicioso consistió en una encuesta a fondo

sobre las necesidades educativas del país, en la medida en que las circunstan- cias lo permitían. Para lograrlo, el gobierno birmano solicitó de la Organización 'de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura el envío de una misión que pudiera colaborar con los especialistas del país en el estudio de la situación general. El grupo estaba formado por un estadounidense, un me- xicano y un canadiense. Ello demuestra hasta qué punto las experiencias del mundo entero pueden aplicarse al estudio de un problema regional específico cuando se hace uso de las instituciones internacionales creadas a tal efecto. El Prof. Richard M.Tisinger, director del trío, es un inspector regional de

educación de la Oficina de Asuntos Indios de los Estados Unidos de América. El Prof. Luciano Hernández Cabrera es director de Educación Federal en el Estado de Chihuahua, y el Sr. Francis T.Fairey, ministro adjunto de Educa- ción en la provincia de la Colombia Británica. Sus esfuerzos se aplicaron aquí, respectivamente, a la educación elemental obligatoria, la administración y la parte financiera de un lado; a la educación fundamental y la de adultos, de otro, y por último a la educación secundaria y formación técnica, comprendida la orientación profesional. Actualmente se trata de llevar a efecto sus recomen- daciones, etapa por etapa, según lo vaya permitiendo la mejora que se opere en el estado general del país. Para ello se ha vuelto a solicitar de la Unesco el envío de algunos especialistas encargados de colaborar en la realización del

30 programa.

La cooperación internacional, en uno y otro sentido, proporciona un inter- cambio de becas del que se benefician diversas ramas de la educacíón. Al mismo tiempo se espera ayuda del exterior para contar con los libros, maestros y otros elementos indispensables para formar la base de lo que podríamos llamar una pirámide. Lo que en cierto momento llegará a ser el vértice de esa pirámide -cuando esté constituída definitivamente- es objeto ya de diversas previsio- nes. En todas las facultades -excepto la de Derecho en la Universidad de Ran- gún, que ha sido transformada desde que terminó la segunda guerra mundial en una institución de enseñanza (antes era un simple cuerpo examinador)- la matrícula es gratuita. Al visitar el local de la Universidad de Rangún, situado entre árboles, en un sitio sedante donde puede entregarse uno a la contempla- ción y al reposo, el secretario, U Y u Kin, m e dijo que mientras en 1950 se habían presentado 5.500 estudiantes al examen exigido para matricularse, en 1952 lo habían hecho 9.500. Al bajarse la edad de ingreso de dieciséis a quince años, hay ahora más de 4.000 estudiantes, la mitad de los cuales son pupilos. La Universidad tiene un personal de 200 funcionarios, contando profesores y catedráticos. El sueldo normal de un profesor en cualquiera de las nueve facul- tades-las de Artes y Ciencias son las más importantes- se eleva a 1 .O00 rupias por mes, lo que equivale a poco más de 200 dólares. En las aulas en que se alojaron las tropas japonesas al ocupar el país como

ejército enemigo, había ahora jóvenes birmanos de ambos sexos dedicados con entusiasmo a sus estudios, a pesar de carecer de útiles, aparatos y recursos de todas clases. Esta escena es simbólica del deseo vehemente de aprender y el volumen de obstáculos que hay que vencer con el fin de satisfacer ese deseo en todo Asia del Sur y del Sudeste. Uno de esos obstáculos es la tremenda escasez de profesores. Otro, la multi-

plicidad de idiomas. Y además, para citar una cuarteta humorística que han dejado tras de sí los británicos:

Llamar birmano a alguien de Birmania Quizá le suene a puro desatino; Puede ser shan, chin, karen o kachino O arakanés, que siempre uno se engaña.

Y yo agregaría: por no hablar de los del sur. De todos modos, la población se aproxima a los 19 millones de habitantes,

de los cuales el 80 % son budistas; y esto explica por qué el porcentaje de alfa- betizados se eleva a un 36, comparado con el 20 que se registra en todo Asia del Sur y del Sudeste. La tradición budista requiere que los hombres de la Unión Birmana se pongan

en alguna época de su vida la túnica amarilla del monje, aunque sea como no- vicios y por espacio de unos días o unas semanas. Todas las aldeas tenían su es- cuela en cada monasterio, y en ella los muchachos aprendían a leer, escribir y estudiar las escrituras, pero el régimen británico, por su parte, trajo consigo el sistema inglés de enseñanza, que les abrió el camino para alcanzar las carreras industriales y la de la administración pública. Lo que ha sobrevivido de este sistema después de la guerra es lo que ahora

constituye objeto de transformación dentro de las 5.000 escuelas del Estado birmano. Estas escuelas son inferiores en todo sentido a las de carácter privado, cuyo número no consta en las estadísticas. Las escuelas privadas solían estar 31

subvencionadas por el Estado, y ya que cobraban por la enseñanza que ofrecían -como siguen cobrando- podían contar con mejores locales, útiles y personal docente que las otras. Dirigían esas escuelas o bien particulares, o bien grupos nacionales o misiones de las iglesias cristianas. Ahora dichos establecimientos no gozan de la ayuda de los fondos públicos, que se destinan exclusivamente a las escuelas del Estado. Muchas de éstas quedaron destruídas o fueron seriamente damnificadas du-

rante la segunda guerra mundial. Los profesores se dispersaron y los niños se vieron privados de enseñanza. A ello hay que agregar las dificultades internas del país, que afectan el problema actual de la educación. Lo primero que se necesita para que funcione el nuevo sistema educativo

son maestros. Por eso se van a crear, en distritos separados unos de otros por largas distancias, por lo menos media docena de escuelas normales. Sobre la base de 50 niños por clase, se necesitan más de 23.000 maestros para que in- mediatamente puedan tomar a su cargo el 1.358.000 niños de cinco a diez años de edad que deberían asistir a clase y no asisten, según las cifras estadísticas sobre educación obligatoria. El número de futuros maestros de escuela primaria que se preparan mientras siguen sin aplicarse los planes de expansión no pasa de 200. Este estado de cosas hace de la educación obligatoria una simple expresión,

sin asidero alguno de realidad. Sin embargo, en parte de Rangún se está llevando a cabo un experimento que demuestra que no se necesitan medidas coercitivas para que los niños acudan a recibir instrucción, ya que a las clases asisten muchos más de los que la ley obligaría a concurrir a la escuela. El cambio de la Unión Birmana, de país administrado por la corona britá-

nica a república independiente, significa que también había de cambiarse el criterio que se sustentaba sobre la clase de educación a ofrecer. El 75 % del país es agrícola, y por ello es lógico, y responde a un criterio realista, formular los programas escolares de manera que la mayor parte de los niños aprendan todo lo que sea posible antes de ocuparse en los trabajos del campo, hacia los diez u once años de edad. Con ello se persigue darles a esa edad nociones de pri- meras letras que sean consistentes, como base de futuros estudios y como medio para que puedan hacer frente a la vida. La alfabetización -se trate de niños o de adultos- consiste en algo más que en saber leer, escribir y hacer las cuatro operaciones de la aritmética. Ser alfabetizado significa también vivir de una manera satisfactoria como miembro de una comunidad, teniendo conciencia del mundo exterior y de sus características.

R. STEAD

E r i paíscs como la India dotide la asistencia médica constituye todavía una escrpcióri, la misión de la coniadrona tiene vital importancia. Las murtiachas iridúcs reciben lrc- ciones de métodos modcrnos de giriecología eri la clínica de Lahorr? con la ayuda dc modelos en materialrs plásticos.

PUCO O.N.U. E. SrliwuLi

El paludismo ha sido una plaga constantc en las aldeas dc Asia y del Oricritc hledio. Gracias al mosquito gigante que reproduce la fotografía, cl maestro puede explicar a los nifios una lección eiemcntal sobre el paludismo y las reglas higiénicas para impedir su propagación.

La educación primer problema de Tailandia

En la inmutable serenidad de la región rural de Cha-Choeng-Sao, que sólo se encuentra a poco más de 1 O0 kilómetros de la cosmopolita Bangkok y es típica y representativa del campo tailandés, se están llevando a cabo reformas de la mayor importancia para todo el país. El espectador no las percibe en los arrozales que se extienden, llanos e inter-

minables, a cada lado de una carretera llena de baches. Hombres, mujeres y niños trabajan allí como lo han hecho siempre. Los molinos de viento giran sin cesar para regar los arrozales. Los cebús avanzan con ahinco por entre el carro o se entregan al descanso en lagunas poco profundas, en las que apenas si aso- man el hocico a la superficie. Tampoco se ven las reformas en las calles angostas de las aldeas, o en las

chozas pequeñas y oscuras en las que vive la mayor parte de la población. Donde realmente pueden percibirse es en las escuelas seleccionadas para fijar, a través de una serie de ensayos, las bases del futuro sistema de educación primaria. En realidad, las reformas se ven antes de penetrar en las escuelas, ya que el

cuidado del ambiente que rodea a éstas es parte de las nuevas normas que se siguen. Ya no se ve con buen ojo el amontonar las basuras o el tener un chi- quero junto a los salones de clase, de modo que, desde la carretera, el camino está limpio y bien cuidado. Lo mismo ocurre con las aulas y con los niños. Muchos de ellos venían en

harapos, por no tener nada mejor que ponerse. Ahora, visten los uniformes blancos y azules que se les ha proporcionado y se lavan las manos en multitud de ocasiones en que antes no hubieran pensado hacerlo. Tampoco se sientan en las monótonas hileras de pupitres en que se sentaban

antes para escuchar al maestro. Siempre que ello resulte beneficioso para sus estudios, se dividen en grupos. Cada vez se atreven a hablar más, a medida que los maestros los estimulan para que hagan preguntas y les ayudan para que se molesten en hallar por sí mismos las respuestas, siempre que eso sea posible; lo cual ofrece un contraste enorme con el antiguo método de explicación oral y torna de apuntes por los discípulos. Metámonos por un momento en una clase donde se enseñan ciencias natu-

rales y tomemos asiento junto a los muchachos de la última lila, mientras el Sr. Sinto, un profesor tailandés de grandes dotes, habla del agua, de la luz y las plantas. Para ilustrar el fenómeno de la evaporación, frota una pizarra con un poco

de alcohol y nos la muestra para que veamos lo que ocurre. Al cabo de algunos momentos la humedad desaparece. 33

que ha ocurrido? Ésta es la pregunta que hace el maestro a sus alumnos, Y mi pequeño vecino se encuentra francamente perplejo, porque nunca se le había ocurrido antes pensar en semejante cosa. Uno de los alumnos sugiere que el alcohol ha sido absorbido por la pizarra. Una ligera discusiónlsobre las cua- lidades de ésta elimina la teoría. D e pronto, uno de los chicos más despiertos deduce que el alcohol se ha evaporado. Más adelante, el Sr. Sinto despierta el interés de su clase al llenar de hielo

una vasija de vidrio. U n procedimiento viejo, quizás, pero que cuando llega a su término nos muestra algo todavía más viejo. Porque la parte exterior del vaso, que él secara cuidadosamente con un trozo de tela, se ha humedecido. A medida que la humedad aumenta, el profesor pregunta de dónde puede venir el agua que la humedece. La primera reacción de los alumnos consiste en decir que el agua traspasó el cristal. Pero varios muchachos reciben la proposición con sonrisas de incredulidad, porque saben que el agua se coloca en un vaso o una vasija precisamente porque queda dentro. Al fin el problema queda explicado; y al llegar el momento en que el maestro

estruja una verdura hasta extraer el líquido, hemos hecho ya diversos descu- brimientos interesantes. Algunos de ellos guardan relación con consideraciones de orden personal, como por ejemplo las propiedades que tiene el agua para limpiar y !a influencia de la luz en el desarrollo de las plantas, por no hablar de su efecto sobre el hombre. Difícilmente hubiera podido mantener el Sr. Sinto más pendiente a su pú-

blico de lo que hacía si hubiera sido un prestidigitador que sacara tortugas de un sombrero. Y se m e ha ocurrido el ejemplo de la tortuga porque en un pequeño tanque del salón contiguo, donde se coleccionan los elementos nece- sarios para dar clases de historia natural, había una que parecía entregada a profundas meditaciones. Nadie -con excepción mía en una o dos ocasiones- miraba por la ventana

hacia afuera al canal bordeado de palmeras que atraviesa la selva, o a la cam- pana del templo budista, montada en una alta torre de madera decorada con primor, o a los bonzos de túnica gualda que se paseaban por entre los templetes. Como la mayor parte de las escuelas de la región, ésta de que hablose encuentra en las tierras de un templo y monasterio. Pero ahora quiero referirme a algo de lo que constituye el fondo y la base de

esa lección, una lección que enseñarán de una manera igualmente interesante los doce profesores -siete mujeres y cinco hombres- a los que ví escuchársela al Sr. Sinto unas horas antes. Quiero llevar a ustedes, por consiguiente, al cuar- tel general de los especialistas de ultramar que colaboran con los educadores tai en la reiorma del sistema escolar. A la provincia de Cha-Choeng-Sao, que tiene una población escolar de

45.000 niñc13, vendrán maestros de todo el país para estudiar la marcha del experimento y recoger aquellas ideas que puedan introducirse en los programas existentes, a medida que éstos se vayan rehaciendo de acuerdo con las posibili- dades que haya en cada lugar para llevar a la práctica los conceptos de los ex- pertos, tanto del Oriente como del Occidente. Ese «cuartel general» que he mencionado se encuentra instalado en una es-

cuela municipal de economía doméstica para muchachas de entre quince y dieciocho años. Los occidentales y sus colegas tai han terminado de almorzar en el comedor colectivo: curries muy picantes si le gusta a uno el curry,fy si no 34

menús a la occidental. El Sr. Sinto se sienta a una mesa con Ellsworth S. Qbourn, un estadounidense de St. Louis. Aeste experto se le conoce aquí como el «hombre del laboratorio de cinco dólares», ya que se ha especializado en fabricar apa- ratos e ínstrumentos científicos con nada; es decir, nada por lo menos desde el punto de vista del gasto. Esta habilidad de Obourn resulta valiosísima en las muchas regiones de Asia donde los aparatos escasean todavía más que el dinero. En un pequeño salón para experimentos científicos, equipado con lámparas

de alcohol hechas con frascos usados, ví a Qbourn efectuar un verdadero truco de transformación con una bombilla eléctrica fundida y una lima que había pedido prestada. Luego de quitar los filamentos de la lámpara y la parte su- perior de metal, limó el borde y quedó así en posesión de un matraz práctico, que, hasta que lleguen los verdaderos, puede servir también de tubo de ensayo. Bien: como decía, Qbourn se había sentado junto a Sinto a escuchar la lec-

ción que éste se proponía dar a los maestros para que a su vez éstos la pudieran repetir a los alumnos. Con la gran experiencia que tiene en el asunto hizo algunas indicaciones, de las que Sinto tomó nota. En otra mesa Kaglund Jorgen, director de Educación que procede de Dina-

marca y que ha sido enviado a Tailandia por la Unesco, consideraba con un profesor tai de historia del país el nuevo manual de la materia, ilustrado por otro tai, el conocido pintor Hern Wejkorn. Luego tuve oportunidad de escuchar un interesante cambio de opiniones entre T o m Wilson, director neozelandésdel grupo enviado por la Unesco, y sus colegas tai sobre la mejor forma de utilizar una bandeja para construcciones con arena, a fin de que los niños hagan mo- delos que les puedan ir enseñando geografía y sociología, comenzando por la escuela y sus alrededores, para pasar luego a la aldea y sus habitantes y llegar finalmente al país y al mundo entero. La primera cosa que los propios maestros debieron hacer fué aprender a

hacer casitas de papel o de cerillas y cebús de arcilla para saber enseñarlo más tarde a sus discípulos. Antes de terminar m e gustaría hablarles de las clases de arte, en las que

niños y niñas de diez y once años, que nunca han visto un cuadro en su vida, sueltan su imaginación -pincel en mano- dando muestras de un poder de observación muy agudo, al propio tiempo que talento e inventiva. Tendría que hacer referencia a los pizarrones, colgados todos tan bajos que los niños más pequeños pueden hacer uso de ellos. Y también es justo dejar constancia de que, mientras m e encontraba yo allí, una compañía petrolera con sede en Bangkok donó a la escuela industrial aparatos y máquinas de ingeniería por valor de 30.000 dólares. Pero queda ya muy poco espacio para decir que este método de colaboración

que he podido observar en Tailandia constituye la base de la renovación de todo su sistema educativo, tanto por lo que se refiere a la organización como a los programas, libros de texto, útiles y aparatos. Cada fase es objeto de la misma atención y el mismo sistema dc ataque; las

escuelas normales, los liceos de enseñanza secundaria, las escuelas de orienta- ción profesional y educación de adultos, y las escuelas progresivas, hasta llegar a la universidad. La provincia de Cha-Choeng-Sao, de la que es capital la ciu- dad del mismo nombre, constituye el terreno de prueba para ese sistema, que deberá ir evolucionando, definiéndose y poniéndose a punto a medida que se sucedan las experiencias correspondientes. Las instituciories internacionales 35

como la Unesco y la misión educativa del llamado Punto IV de los Estados Unidos de América, así como otras organizaciones, trabajan con los represen- tantes del Ministerio de Educación de Tailandia en una junta central de co- ordinación, cuya obra cuenta con la aprobación del gobierno. Así se ha logrado una concentración de experiencia, maquinarias y recursos en un plan que ser- virá de modelo para el resto de las setenta provincias. Tailandia ha adoptado, por indicación de la Unesco, un plan decena1 para el

mejoramiento de la educación, que es completamente gratuita desde la escuela primaria a los grados superiores. Durante los cinco primeros años, esos esfuer- zos tendrán como centro la región a la que m e acabo de referir. En la famosa Universidad Chulalong Korn, de Bangkok, se han introducido cambios bene- ficiosos, que hoy figuran ya en el orden del día de todo establecimiento docente de importancia. Y ello ha ocurrido así por haber decretado el rey de Tailandia que «la educación debe estar considerada como la más urgente y la primera de todas las empresas nacionales».

R. STEAD

36

Suprato, el maestro cantor de Java

H e aquí la historia de Suprato el Cantor. Tengo que llamarlo así para distin- guirlo de Suprato el Trabajador social y de sus innumerables tocayos javaneses. Suprato es un viejo nombre de pila, de origen sánscrito, muy extendido en toda la isla. Lo de «cantor» le va muy bien a este personaje, ya que su sistema para

enseñar a los trabajadores rurales a mejorar sus métodos y obtener cosechas más abundantes es cantar sus instrucciones y hacer que aquéllos coreen, por ejemplo, los estribillos en los que se elogian las excelencias de una adecuada labor de la tierra. Esto es «educación fundamental» en !a más sencilla y colorida de sus formas;

tan simple como las canciones de cuna, tan.práctica como un manual agrícola (que en cualquier caso los campesinos no sabrían leer) y tan pintoresca y evo- cadora como la figura de un trovador medieval. Suprato el Cantor es ingeniero agrónomo titulado, pero al mismo tiempo es un hombre del pueblo, que cuando la ocasión lo requiere puede dejar de lado sus conocimientos librescos con la misma naturalidad con que se quita la chaqueta y se enloda hasta la cabeza en los arrozales, en que se mete para prestar ayuda a los campesinos. «Debe usted ver, y desde luego oír, a Suprato», m e dijo al serme presentado

en Jogjakarta el Dr. Van der Ploeg, consejero técnico de la F.A.O. ante el gobierno de Indonesia. «Es el funcionario regional del Servicio de Extensión Agrícola, pero los métodos que emplea son curiosísimos. -iQuiere usted decir que son poco ortodoxos? -Todo lo contrario, tradicionales. Ya verá usted», m e repondió el Dr. Van

der Ploeg. Lo que ha hecho Suprato es volver a los principios fundamentales, como ha

de hacer todo hombre a quien interese el cultivo de la tierra. Para ello emplea cinco aires o tonadas que, según m e dijo, constituyen la base de toda la música javanesa, y CUYO origen se pierde en la noche de los tiempos, siendo conocidas por todo el mundo. A estas músicas el cantor les pone letra. Algunas veces su letra es digna de una canción de music-hall, por la ironía fácil y directa que en ella campea:

El granjero de Indonesia es un hombre m u y sencillo que hace siempre lo que el gobierno le indica. . . [Grandes carcajadas y silbidos.]

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Pero otras son instrucciones para la labor :

Si queremos del suelo rendimiento, después de tanto esfuerzo y sufrimiento, tenemos que plantar arroz en filas y de abono emplear pilas y pilas. Las simientes debéis seleccionar y siempre la maleza desbrozar. . . Mas eso ya sabéis que es viejo cuento.

Y así sigue tonada tras tonada, improvisando, buscando la expresión que pueda conquistar a cada público rural, pero volviendo siempre a su lección y expli- cando en versos que se repiten periódicamente cómo deben escoger las semillas, no en el granero, sino en las espigas que vayan madurando, y cuáles son las leguminosas que hay que emplear como abono verde. En otra ocasión, cantará versos relativos al modo de regar la tierra, dando consejos sobre la mejor época y la manera de preparar los canales. Y así sucesivamente, mientras sus estri- billos siguen dando vuelta en la cabeza de los trabajadores rurales mucho tiempo después de haberse marchado ya el maestro cantor. Acompañamos a éste en su recorrido por las montañas que rodean a Sura-

karta, visitando los nuevos centros de granjeros y labradores, así como los centros de extensión rural, que en el distrito en el que Suprato presta servicio son diez. Los locales de estos centros constituyen un espectáculo reconfortante por el colorido y la vida de los carteles que adornan sus paredes que, aunque primitivos, con arreglo a los cánones y sistemas de ayuda visual que se utilizan en Occidente, producen allá un efecto inmediato, por ser precisamente el tipo de cosa que un campesino analfabeto del lugar podría ponerse a dibujar si sintiera la necesidad de expresarse. En sus ratos libres, los labradores acuden al local para reunirse con sus com-

pañeros, tomar té, comer arroz y, una vez por Semana, recibir instrucción sobre el cultivo del suelo. Todos ellos saludan a Suprato como a un viejo amigo. La música con que se acompañan en sus cantos corre a cargo de extraños instru- mentos, con los que se obtienen curiosos efectos. Por ejemplo, con cañas huecas de bambú, de diversos tamaños y calibres, se producen sonidos muy semejantes a los de un contrabajo. Nunca he visto ninguna clase que se divirtiera más que aquélla integrada por

campesinos de sarong y turbantes. Cuando no cantaban a coro, bebían tazas y más tazas de té a grandes tragos, o fumaban cigarros de hoja. Y nunca he visto alumnos más atentos que los que rodeaban al experto en irrigación del suelo, al mostrar éste cómo cada uno podía ayudar a los demás si planeaba con espí- ritu cooperativo la disposición de sus terraplenes o bancales. En una mesa llena de arena, en la que se habían modelado las ondulaciones

y accidentes del terreno donde trabajaban todos esos campesinos, y en que éstos podían reconocer fácilmente sus propios plantíos de arroz, el instructor les mostró cómo apilando la tierra o nivelándola y desviando la corriente de agua, podían administrar con economía tanto el agua como la tierra, impi- diendo la erosión y evitándose la angustia de ver cómo se desmoronaban los terraplenes. En esa ocasión, Suprato no hizo otra cosa sino ofrecer a sus oyentes un ex-

tracto de la experiencia secular de irrigación y de labranza que ha producido 38

esos monumentos de la ciencia agronómica que son los terraplenes javaneses dedicados a la plantación y cultivo del arroz. Digo «monumentos» deliberada- mente, despues de haber visitado en la misma región el templo de Borobadur, una de las maravillas del mundo. Se trata de un templo indú, recuerdo de la época en que el imperio de la India se extendía por el archipiélago hasta Bali, en el que cientos de imágenes de Gautama-Buda contemplan al visitante desde sus hornacinas y stufias al borde de una gran pirámide recargada de ornamentos. Pero estos terraplenes de piedra inanimada no m e hicieron ni la mitad de im- presión que me causaron los «borobadurs» vivos, o sea los terraplenes para el cultivo del arroz, que se escalonan hasta llegar a la cima de las colinas. Cada pie de suelo cultivable -y algunas veces los bordes no tienen más que un pie de ancho- da todo lo que tiene que rendir en arroz, y la distribución del agua que inunda cada terraplén para alimentar el plantío no puede ser más ingeniosa. A menudo, los plantíos no sólo producen arroz, porque estos campesinos ja-

vaneses, tan listos como ahorrativos, «plantan» pescado con el arroz y lo «CO- sechan» conjuntamente con el grano. Al inundar los terraplenes de agua, echan en ésta los pececillos recién nacidos, y al extraerla, unos tres meses después, los peces que han estado «pastando» entre el arroz tienen ya el tamaño de una sardina grande, que es el preferido por los javaneses. El pescado así recogido es una fuente vital de proteínas para los campesinos, que se alimentan princi- palmente de arroz, y tanto Suprato como los demás funcionarios del gobierno estimulan ahora a aquéllos para que aumenten la producción de pescado. Con este objeto se suministra a los campesinos cientos de miles de pececillos recién nacidos. En el territorio de la provincia de Surakarta he podido ver algunos de los

fermentos introducidos en la vida social y económica de esta población rural, que tan duramente trabaja, al dársele una libertad política que aprecia y valora enormemente, al realizarse en su seno campañas por el mejoramiento de la salud, que han conseguido disminuir el atroz tributo pagado en vidas humanas a causa de tantas pestes y enfermedades y al lucharse contra el analfabetismo e infundirse a esos hombres el deseo imperioso de mejorar su bajo nivel de vida. Quizá lo más característico de este pueblo se resuma en el ejemplo de un

centro de rehabilitación para heridos de guerra, del que otro Suprato, el tra- bajador social, se muestra justamente orgulloso. Allí hemos visto a las mujeres y a los hombres hacer, con una pericia que han adquirido a fuerza de empeño y de constancia, los brazos y piernas artifrciales que les faltaban. No patas de palo, sino brazos y piernas de aluminio, con movimiento y articulaciones, cui- dadosamente copiados de modelos traídos del exterior. Un pueblo que canta su propia salvación práctica, y unos mutilados que

reparan sus cuerpos al par que sus mentes, ofrecen sin duda alguna al mundo escéptico de nuestros días una inspiración digna de conocerse por doqüier.

R. CALDER

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La selva en retirada en el Sudeste asiática

La selva está en retirada. No sólo la selva de árboles gigantes, maleza im- penetrable y bestias feroces, sino sobre todo la selva de la miseria y de la igno- rancia. En el Terai himalayo hemos visto cómo la selva, que hace mil años derrocó

a la civilización, está siendo de nuevo dominada. Tal vez la selva representada por nuestra civilización de pasiones exaltadas e intereses contradictorios no sea tan dócil al llamamiento. Si pudiéramos aminorar las tensiones que la guerra fría produce y evitar el desastre de una nueva guerra; si la política de los países pudiera admitir, como ya lo ha hecho la Organización de las Naciones Unidas en los postulados que rigen el funcionamiento de la asistencia técnica, que el mundo es uno, quizás entonces las necesidades materiales de los pueblos del Sudeste asiático podrían tener satisfacción. No es exagerado decir que la ingeniosidad del hombre y los recursos de la

medicina moderna podrían eliminar las enfermedades que privan de su bienes- tar físico y de la plena capacidad de desarrollo a 800 millones de seres de Asia del Sudeste. D e la misma manera que el canal de Panamá no pudo construirse hasta que Gorgas venció la fiebre amarilla, el progreso técnico de estos pueblos depende de la liberación de las enfermedades. Personalmente no m e amedrenta ya el espectro de Malthus, aun cuando lo

haya visto alzarse ante la amenaza de hambre de los millones de habitantes de la India, porque al propio tiempo he podido convencerme de que el problema de alimentar la población creciente del mundo no es insoluble. Veamos solamente los hechos relativos al control del paludismo. Cierto que

los médicos salvan vidas, y que habrá muchas más bocas que alimentar, más niños que llegarán a la edad adulta y un aumento de las posibilidades de vida más allá de los treinta años, edad hoy trágica en que las enfermedades se en- sañan con el pueblo asiático. Pero en Tailandia el saneamiento de las provin- cias septentrionales ha dado como resultado que los campesinos, hoy libres del azote del paludismo, pueden producir una segunda cosecha y las exportaciones de arroz se han duplicado. En el delta del Ganges, en el Pakistán oriental, al liberar el distrito de Mymensingh del paludismo, se produjo un aumento de un 15% en el rendimiento de los arrozales. Esto se alcanzó sin que se intro- dujeran métodos agrícolas modernos, simplemente porque todos los hombres pudieron participar en los trabajos de siembra y recolección, en lugar de hallarse abatidos por la fiebre un promedio de tres agricultores de cada cinco. En el Terai hirrialap, casi 700.000 hectáreas de selva, hoy libres del mosquito, se hallan dispuestas para la producción de alimentos. La región de Afganistán, 40

(:acta día es mayor el nú- miro d e clíniras instaladas en la Unióri Birrriana. La doctora M y a Swc, de la Dclegaciún Rcgional de Higiene dc Kangún, ixa- minal asistida dr una en- rcrnicra, a iina futura Ina cl rc.

En el florido jardín dci iemplo budista dc Doisa- ket-Charig May, en Tai- landia, cI personal dc sarii- dad dcl lugar escucha una conferrncia sobrr los cui- dados a la madre y al niiio, de acuerdo con las normas dr las enfiirnirras dc la O r - ganización Mundial dc la Salud y del Fondo Inter- riacional de Socorro a la In- fancia (Naciones LJnidas) [li.N.I.C.E.P.]

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II . , . .< ... ..~ .. __ , .. _- - " . I". ." .

En 1951 la Unesco creó en Pátzcuaro, México, el Centro Regional de Educación Fun- damcnta para América Latina (C.R.E.F.A.L.). Era el primero de una red mundial. No- venta y ocho estudiantes procedentes de dieciséis países estudian en Pátzcuaro los prin- cipios de la educación fundamental y realizan trabajos prácticos en las aldeas cercanas. Una doctora ecuatoriana dcl C.R.E.F.A.L. Drcsencia la conferción de las clásicas tortillas mexicanac de maíz y calcio. Foto Uriescto

Los especialistas de Pátz- cuaro preparan carteles que se emplearán en las campañas generales contra el analfabetismo. En el C.R.E.F.A.L. se han insta- lado laboratorios y talleres de impresión, donde los cursillistas practican niéto- dos de producción de ma- teriales necesarios para la obra de educación funda- mental en los países de América Latina.

U n St-upu tlc jiivmis alricanos dr hí'l3ouniba, en cl Senrgal, sigur con iiiterés las rxpli- cacionrs drl nwcstro ISa Ihraliim, valihdosr para ellu tlrl ninnual crmcspotrdirnic.

b".K I "-,

. lrj.:

El arte de la costura cons- tituye un mundo descono- cido para muchas mujeres de África. Las clases orga- nizadas por la Sra. Geofroy en la aldea de Popodara Futa Yalón, Guinea fran- cesa, permite a las mujeres de los notables y a sus sir- vientes aprender el manejo de la máquina clc coser.

Foton Cricsro. E. Scliw.ib

El tener algo que leer es tan importante como la enseñanza de las primeras letras, par- ticularmente en los tcrritorios africanos donde se han impreso pocos libros en las lenguas vcrnáculas. La prensa instalada en el camino de Janja Nassia, Costa de Oro, pertenece a la Oficina Pro Lengua Vernácula, donde se editan obras para la educación popular, escritas en los tres idiomas indígenas de Dajvani, Marupuli y Kasen.

comprendida entre el Kush indú y el río Qxus, desierta durante diez siglos, se encuentra ahora en condiciones para emprender la colonización agrícola y el desarrollo industrial. Y esto es un solo aspecto del problema. Es preciso comprender lo que signifi-

cará el cumplimiento de las posibilidades abiertas a la Estación Internacional de Investigación Arrocera de Cuttack, en Qrissa. Con la ayuda de la F.A.o., los expertos están cruzando el arroz tropical asiático, de bajo rendimiento, con el del Japón, que da mejores resultados. La variedad japonesa rinde una co- secha tres veces superior a la de la variedad india. Así será posible duplicar el rendimiento actual de los terrenos existentes y el espectro del hambre de arroz quedará eliminado si las nueve regiones que colaboran en el plan logran desa- rrollar una nueva variedad que se adapte a sus respectivos suelos. Cambios de esta naturaleza no requieren inversiones importantes de capital

ni recursos técnicos excesivos. Si se dispusiera de ambos, los planes podrían adquirir inmensas proporciones y el plan Colombo, por ejemplo, sería una espléndida realidad en lugar de reducirse a una pía aspiración. Los expertos de la F.A.O. están persuadidos de que esta área del delta del Ganges, densa- mente poblada y mal nutrida, quedaría convertida en el magnífico granero del Sudeste asiático, con capacidad para mantener ampliamente a sus 4.3 millones de habitantes. En el desierto de Sin, en Qakistán, la nueva esclusa sobre el río Ind -de la que ya hablamos- puede transformar el desierto en tierras fértiles y favorecer la creación de una nueva ciudad industrial de 100.000 habitantes. Lo que el Reverendo Thomas Malthus pasó por alto hace ciento cincuenta

años al predecir que la población del mundo se multiplicaría hasta sobrepasar la capacidad alimenticia de la tierra, es que el hombre, además de estómago, tiene dos manos, y lo que es más importante, un cerebro. Los pueblos del Sudeste asiático, aletargados por la enfermedad y con medios

primitivos de lucha para la vida, no habían tenido nunca ocasión de emplear el cerebro. Lo he podido comprobar al ver cómo reaccionan cuando el nivel de salubridad mejora y cuando tienen acceso a la educación elemental y a la instrucción técnica. Por eso no dudo de su capacidad intelectual para su propio mejoramiento. El asesoramiento que brinda la asistencia técnica de las Naciones Unidas

-pues se trata de asesoramiento y no de inversiones de capital- constituye un estímulo propulsor que pone en movimiento los recursos innatos de estos pueblos, y así es corno debe de ser. En este sentido, la asistencia técnica de las Naciones Unidas es el experimento

social más grande de nuestros tiempos. A pesar de sus limitaciones --ya que, después de todo, sólo cuenta tres años de vida y es una innovación- representa una nueva actitud ante los problemas mundiales: la de una ayuda mutua y una auténtica cooperación. Los expertos procedentes de todos los países, incluso de la región interesada,

asesoran a los gobiernos. No imponen normas ni ideas. Se desprenden de todo interés político o comercial, con el único propósito de servir a los pueblos. El cumplimiento del deber y el deseo de servir animan el espíritu di: todos esos misioneros, porque eso es lo que son los enviados de la asistencia técnica. No es fácil contratar el personal necesario en las ramas secundarias de asis-

tencia técnica. Contra lo que pudiera creerse, los expertos aüténticos no abun- dan. La asistencia técnica no es un servicio permanente en el que cada cual 41

puede hacer una carrera. Por regla general supone un contrato a corto plazo, y en el caso de que se pertenezca a universidades o a otras instituciones, no siempre es fácil conseguir la licencia necesaria. Después de todo, si sus servicios son interesantes para los países que reciben la ayuda, también lo son para los propios países de origen, de modo que existe un conflicto entre el interés nacio- nal y el internacional. Y para ser expertos verdaderos no es necesario que se posean títulos acadé-

micos o técnicos. A veces el más grande de los especialistas tendrá las mayores dificultades. Para ser útil a las gentes que se trata de ayudar, el especialista tiene que poner manos a la obra y abandonar incluso sus propios métodos de trabajo. Para enseñar eficazmente a un grupo, antes tiene que aprender a llevarse bien con los naturales, a respetar sus costumbres y su cultura, a no hacer de maestro «sábelo todo», sino a tratar de saber y a no confundir la ignorancia con la falta de inteligencia. La comprensión y la paciencia son los dos atributos supremos que necesita un verdadero experto. Pues bien, aun así hay muchos verdaderos expertos que se identifican con

sus colegas establecidos en el país, que dan consejos en lugar de órdenes, que no se vanaglorian de su mejor salario; hombres, en fin, que logran el éxito y cuyo trabajo cambiará la fisonomía del Sudeste asiático, gracias a que han sabido ayudar a los pueblos para que éstos se ayuden a sí mismos. Esta tarea ha transformado ya la vida de millones de personas, con un costo

que, comparado con el del rearme, es insignificante. Se está creando algo que los pueblos pueden apreciar y percibir y que más tarde no querrán perder. Se está creando la seguridad para ellos y para todo el mundo.

R. CALDER

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Amérlc

Escritor y periodista, el Sr. Tibor Mende es redactor de cuestiones económicas de la edición europea del New York Herald Tribune. H a colaborado regularmente en diarios y periódicos franceses, como Le Monde, Le Figuro Zittéraire y Esprit, y es uno de los colum- nistas habituales de la revista Realités. Autor de varias obras sobre temas sociales y económicos, sus más recientes libros publicados en París se titulan : L’Znde deuant l’orage, La révolte de L’Asie, L’Amérique latine entre en sche y Flux et r@w d’un si2cle.

América Latina, el mayor laboratorio de educación del mundo

América Latina se encuentra en este momento empeñada en la mayor empresa educativa del mundo. La batalla la libra en los dos extremos del frente con un movimiento de tenaza que abarca tanto los estudios superiores como la lucha contra el simple analfabetismo. Una necesidad inevitable imponía ese esfuerzo, y lo imponía precisamente

en la hora y en las condiciones actuales. Basta ver cómo se encuentran los Estados latinoamericanos para comprender dicha necesidad. En ningún sitio han tenido efectos más espectaculares los imperativos de

tiempo de guerra y las posibilidades de reconversión. El porvenir de un conti- nente entero, mantenido tanto tiempo en estado de promesa, se ha puesto en movimiento hacia fines claramente determinados. Sus nuevas fábricas, sus edi- ficios de negocios, sus centrales eléctricas, sus puentes y sus represas hidráulicas son otros tantos monumentos del progreso realizado en las últimas décadas. Ciudades apenas conocidas fuera de América al comienzo del siglo empiezan

a adelantarse sobre algunas de las capitales del Viejo Mundo. La población aumenta con velocidad límite. Regiones que hace unos años no okecían casi interSs han pasado a conquistar los primeros puestos en los mercados y en de- terminados sectores de la producción. En la actualidad, las naciones latino- americanas se abren a todas las esperanzas. La evolución, sin embargo, sólo se está iniciando. Se puede disponer de re-

cursos incalculables y de posibilidades ilimitadas sin avanzar a la vez con la misma velocidad en todos los puntos. D e ahí los contrastes cada vez más nume- rosos. Los grados de civilización y de cultura ofrecen tales desigualdades de un lugar a otro que haría falta un siglo para nivelarlas. Río de Janeiro es uno de los primeros lugares del mundo moderno; ahora

bien, sólo la separan de tribus indígenas que figuran entre las más atrasadas de la tierra algunas horas de vuelo. A algunos kilómetros de la espléndida ciu- dad de Santiago de Chile, los campesinos rascan la tierra de sus campos con utensilios que datan de la edad media. Incluso en Argentina, la más desarrollada de las repúblicas del Sur, las regiones de la zona tropical, a algunos centenares de kilómetros al norte de la cosmopolita Buenos Aires, se encuentran tan ais- ladas como las más impenetrables de Africa. Cuanto más natural se ha hecho el progreso para el habitante de las grandes

ciudades, tanto más fabuloso lo es para las poblaciones de Ia selva. Sin embargo, es imprescindible que el progreso alcance a todo el mundo, y el primer paso para que el retardatario concierte su andar con el de los demás es la instrucción. Nadie se permite ya dudar de que la suerte de todo el continente latinoameri-

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cano depende ante todo de la educación de las masas. La autoridad central no puede comunicar sus instrucciones y directivas a gentes que no sepan leer. Ais- ladas por su ignorancia, las aldeas perdidas en la pampa o en las sabanas no pueden hacer otra cosa sino vegetar en su inercia. En millares de aglomera- ciones rurales millones de niños alcanzan la edad adulta sin haberse jamás preocupado del papel que podrían y deberían representar en la reorganización económica y social de su país. Pero las mismas razones que hacen obligatorio y urgente este esfuerzo de

educación indican también las enormes dificultades con las que se tropieza. Nada lo explica con mayor claridad que la diferencia del nivel de cultura entre rurales y ciudadanos. La mayor parte de los 150 millones de habitantes del continente viven a lo

largo del litoral, y no suelen encontrarse en el interior más que aglomeraciones aisladas. Por eso las regiones menos penetradas por la cultura son también aquellas en las que se hace sentir con mayor crueldad la insuficiencia o la carencia total de comunicaciones. Si bien es relativamente fácil dotar de escuelas a las poblaciones costeras,

los presupuestos nacionales no disponen con frecuencia de los créditos suficien- tes para ir a establecer el gran número de esas escuelas que se necesitan en los lejanos sectores de población diseminada, o en los valles casi inaccesibles de las sierras. Instituciones valederas para las grandes ciudades como Buenos Aires, San-

tiago o Siio Paulo pueden ser totalmente insuficientes para satisfacer las nece- sidades particulares de la selva amazónica, los vastos espacios tropicales de Ar- gentina, o los territorios indios más alejados en el extremo sur de Chile. Peor aún : suponiendo ya instalada la escuela en una de esas miserables comunidades rurales de la Amazonía, la falta de comunicaciones impediría que pudieran aprovecharse de ella la mayor parte de los niños. No por eso América Latina ha dejado de intentarlo, y está decidida a no

retroceder ante ninguna nueva experiencia. Hoy podemos decir que ninguna región del mundo ha reconocido y dado tanta importancia como ella a los problemas de la educación. Porque han percibido el interés y la gigantesca envergadura de la empresa, los Estados de América Latina se han convertido en el mayor laboratorio de enseñanza del mundo. Se han equipado con la más amplia gama de métodos pedagógicos nunca hasta ahora alcanzada. Se trata de haces penetrar el alfabeto hasta el seno del más insignificante grupo humano. El esfuerzo de penetración será constante hasta el momento en el cual se pueda alcanzar incluso al individuo aislado, por una parte, y resolver por otra los problemas similares, dondequiera que se planteen. Y aquí se dibujan los dos ejes de la ofensiva cultural latinoamericana. Hay

que operar al mismo tiempo en las esferas más cultas y en las menos favorecidas. Los perfeccionamientos de la tecnología que ordena la extensión rápida de la industrialización no pueden concebirse sin una elite cada vez más numerosa de especialistas muy calificados, y por consiguiente sin universidades e institu- ciones científicas capaces de sostener la comparación con las mejores de los Estados Unidos de América o de Europa. Paralelamente, la afluencia de trabajadores agrícolas hacia las fábricas y las

ciudades, lo mismo que la modernización y la mecanización de la agricultura, con lo que esta modernización y mecanización suponen en cuanto a nuevas 46

capacidades, imponen una campaña de educación fundamental que concierne ya a algo más que a la simple alfabetización. El objetivo será también trans- formar los paisanos incultos, con necesidades primarias, en nuevos consumi- dores de los productos que la industria naciente de las ciudades fabricará a un ritmo cada vez más rápido. H e aquí el plan. Los millones de imigrantes, además, que el continente la-

tinoamericano puede todavía absorber se establecerán forzosamente, de arriba abajo, en la escala de los niveles de la cultura. Muchas repúblicas latinoameri- canas han puesto en marcha un programa de reducción de esas diferencias intelectuales, sociales y raciales exageradas, en las que ven, con razón, una amenaza para su misma estabilidad nacional. La instrucción pública es sin duda alguna el elemento esencial de esta uni-

ficación indispensable de la civilización latinoamericana. Una vez realizada esta unificación, el continente tendrá la posibilidad de proseguir su marcha hacia adelante, sin accidentes, y el dinamismo del que ya ha dado buenas pruebas podrá decuplicarse. El taller está abierto ya desde el río Grande hasta el Antártico. Es el trabajo

de Hércules del siglo xx que ha comenzado a dar resultados sorprendentes en México, Brasil, Argentina y Chile, países a la cabeza de ese progreso que cons- tituye la ambición de todo el continente.

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México, cuna de la ensefianza rural

El inmenso territorio que se extiende desde el río Grande hasta el cabo de Magallanes presenta a los especialistas en materia educativa de América La- tina muchos y diversos problemas. En el Brasil, donde la mayor parte de la población se concentra a lo largo de una faja costera, la labor principal consiste en llevar al interior del país la educación elemental, comenzando por enseñar el alfabeto. En Chile, estrecha cinta entre el océano Pacífico y la cadena de los Andes, la mitad de la población reside en tres o cuatro grandes ciudades, y la escuela ha de seguir al resto disperso de la población por los diseminados cen- tros agrícolas, desde las zonas desérticas del Norte hasta las antárticas del Sur. Al otro extremo de América Latina, en México, los problemas con que deben

enfrentarse los expertos en educación son también vastos y diversos. La geogra- fía constituye el factor principal que condiciona el esfuerzo de la educación me- xicana. Como otros factores del desarrollo de México, la educación ha de ate- nerse a las inflexibles razones del medio natural. Si comparamos un mapa oro- gráfico de la República con otros de sus cosechas, clima y precipitación pluvial, veremos cómo cada uno de los mismos presenta un mosaico que no corresponde a los demás, o que difiere tanto de ellos que resulta sumamente difícil encon- trarse con dos zonas que posean idénticas condiciones agrícolas, climatoló- gicas, etc. El censo mexicano de 1940 nos revela que se hablan en el país treinta y tres

lenguas indígenas principales. Alguna de estas difiere tanto de las otras como el ruso del español, aun cuando no suela separar lingüísticamente un pueblo a otro sino una cadena de montañas. Con frecuencia, esas zonas lingüísticas co- rresponden a culturas diferentes, a tradiciones y artesanías distintas, y están exclusivamente vinculadas por el denominador más o menos común del idioma español y la realidad de un gobierno central de la República. La diversidad y el aislamiento constituyen las dos características esenciales

de la vida mexicana. Dominando ambas, nos encontramos con un rápido au- mento demográfico, tercer factor con que han de contar los expertos en edu- cación. Combatir esos tres imperativos, superar los obstáculos que se oponen a los esfuerzos del maestro, he ahí el drama de la campaña educativa mexicana durante las cuatro últimas décadas. Mas, a pesar de todas esas dificultades, es en México, justamente, donde se

han adoptado disposiciones más concretas para reemplazar los anticuados clisés por una aproximación realista del problema: ;cómo llevar la educación a los distintos moldes de la sociedad mexicana? El intento de imponer medidas edu- cativas de carácter foráneo a un pueblo orgulloso de su cultura, creencias y 48

tradiciones específicas, hace tiempo que fué abandonado. H a tenido que acep- tarse así el hecho de que la cultura mexicana únicamente puede proceder de una realidad mexicana. Llegar a esta conclusión ha costado grandes decepciones y muchas reconsideraciones. Su historia, la epopeya de los profesores mexicanos, constituye una de las páginas más instructivas de la historia postrevolucionaria de México. Comenzando por muy poco, las cosas fueron tomando cuerpo. En 1910, en

vísperas de la revolución, menos de 3 millones de personas, de una población global de 15 millones, sabían leer. En grandes territorios rurales no se contaba con un solo individuo que supiese leer y escribir. Hoy, cuarenta años más tarde, aunque la población ha aumentado a 26 millones, la mitad de elladomina el alfabeto. Contra una persona sobre cinco hace una generación, seis sobre diez han recibido hoy educación elemental. Las últimas cifras disponibles se refieren a 1940. Entonces, de 20 millones de mexicanos, cerca de 7 eran analfabetos, y 5 1 ,6 % de los ciudadanos mayores de diez años no podían leer ni escribir. Acla- remos que, de los 6.900.000 alfabetizados, sólo 1 .600.000 personas habían asistido a la escuela primaria hasta el cuarto grado -y aun hoy en día menos de 3 mi- llones han asistido a la misma. En otras palabras, más de la mitad de aquéllos que pueden leer y escribir 110 han asistido nunca a ninguna clase de instrucción escolar. Deben sus conocimientos recién adquiridos al esfuerzo voluntario : a los hombres y mujeres que han ido hasta los pueblos y aldeas más remotos y les han llevado el alfabeto sin necesitar el marco de la escuela para desarrollar sus acti- vidades. La historia de esta lucha heroica se remonta a la época en que la confusión

de la guerra civil fué disipándose y dando lugar a tiempos más reposados, cuando los ideales de la revolución comenzaron a concretarse en realizaciones. Al ac- ceder al poder el general Obregón, nombró a don José Vasconcelos director de la Universidad Nacional de México. Éste se consideraba como «representante de la revolución» y estaba determinado a organizar un sistema eficaz de educa- ción pública. Fué por aquellos días cuando comenzó la primera campaña educativa de carácter nacional, impregnada de una especie de espíritu mi- sionero. A dicha etapa siguió un período de experimentación. Se inició la lucha contra

el analfabetismo y centenares de voluntarios respondieron a1 llamamiento de las autoridades responsables. En todo el país comenzaron a dictarse clases noc- turnas y dominicales y a tratar de «incorporar la Población indígena a 1á vida pública». La música y los clásicos de la literatura universal fueron divulgados al pueblo en la medida de lo posible, improvisando clases en locales de fortuna, en edificios municipales o simplemente al aire libre. Entonces, la Universidad Nacional tomó a su cargo las escuelas del distrito federal, primer paso hacia la creación de un Departamento Federal de Educación. El propósito que se perseguía era que la enseñanza comenzara por la base, es

decir, que fuera tan amplía como posible, otorgando prelación a su aspecto popular, contraponiéndolo a la enseñanza de «una minoría selecta». A todos los rincones del país fueron enviados maestros viajantes, adelantados de la en- señanza misionera, cuyas consecuciones habrían de ser ampliamente comenta- dos en el mundo entero. La primera misión cultural comenzó a trabajar a finales de 1923 y consistía en un grupo de maestros con distintas capacidades, que comprendían desde la producción del jabón hasta la enseñanza de lamúsica. 49

Doce años más tarde, la República estaba dividida en dieciocho zonas de misiones culturales, cada una con su instituto, que impartían instrucción a 4.500 maestros. Poco a poco, esas misiones fueron convirtiéndose en verdaderas escuelas normales itinerantes, mejorando la educación rural y la vida de las comunidades que frecuentaban. Siguió dándose gran importancia a la educa- ción de la masa indígena y humilde : las clases y comunidades aisladas de la vida nacional por imperativos de carácter geográfico. En la siguiente etapa, hombres como Moisés Sáenz y Rafael Ramírez dedicaron lo mejor de sí mismos, con magnífico espíritu de sacrificio) a la creación de la escuela rural. En el informe que dirigiera al Congreso, al final de su primer año de gobierno, Obregón pudo referirse sin exageración a los inesperados progresos conseguidos. Por toda la nación existían escuelas modelo y cursos nocturnos, y comenzaban a funcionar las bibliotecas populares; se habían impreso y repartido millones de cartillas, y el presupuesto federal de educación se había triplicado. Pero, a la larga, se vi6 que la labor más eficaz era la llevada a cabo por las

escuelas ambulantes, y que éstas eran las que otorgaban su característica par- ticular a la enseñanza mexicana, pudiendo servir de ejemplo para la solución de problemas educativos análogos en otros países. Así, las misiones constituye- ron un puente entre las masas rurales y las urbanas. Además de llevar el alfa- beto, su labor debía extenderse a otros campos de la educación elemental: higiene, artesanía, agricultura, etc. Tenían que enseñar a los aldeanos cómo hacer frente con sus propios medios a los problemas que se les plantean en la vida cotidiana. Gracias al esfuerzo de los misioneros, a su lucha contra toda clase de obstáculos -entre los cuales no eran ciertamente los menores la falta de medios económicos y de materiales de enseñanza adecuados, así como el espíritu rutinario, apegado a una tradición inmóvil, de ciertas comunidades-, las misiones fueron desarrollándose lentamente y dentro de su marco todo Mé- xico llegó a ser un laboratorio experimental de educación. En 1925, más de un millar de escuelas rurales funcionaban a través del país

demostrando el éxito de la nueva orientación educativa. Ésta había cristalizado, además de en las misiones viajeras, en otros resultados: para elevar el nivel de vida de las masas rurales, quienes mejor podían hacerlo eran los hombres y mujeres procedentes de su mismo medio, tanto social como geográfico. Apren- der esta lección fundamental costó muchos años de pruebas y rectificaciones. En realidad, el triunfo de la escuela rural constituyó el reconocimiento, o mejor dicho, conocimiento de la realidad mexicana. En 1917 existían ya más de 20.000 escuelas primarias en todo el país, de las cuales más de la mitad rurales. En 1944, más de 2 millones de niños habían asistido a las clases primarias, aun cuando sólo tres cuartas partes de los mismos hubiesen alcanzado el segundo grado. Entretanto, de 1910 a 1948, el presupuesto dedicado a las escuelas fede- rales aumentó de 8 millones a 262.700.000 pesos, aumento impresionante aun teniendo en cuenta la inflación. H e ahí unos guarismos que nos revelan toda la extensión alcanzada por la

enseñanza en México. Y tras de esas cifras hemos de agregar toda la devoción y el entusiasmo de millares de hombres y mujeres que sacrificaron su comodi- dad en aras de la educación, cuyo idealismo merece la gratitud de todos sus compatriotas. No obstante, los antiguos y conocidos enemigos del educador mexicano -la geografía y el rápido aumento demográfico- conspiran para elevar nuevas dificultades en el camino de la enseñanza. 50

En la actualidad existen 120.000 comunidades rurales en México, pero la mayor parte de la población de este país -cuya extensión es cuatro veces la de Francia- vive en pequeñas aldeas. En 1940, nueve de cada diez comunidades mexícanas contaba con menos de 500 habitantes, Aquellas con menos de un centenar de personas sumaban el 7 % de la población global del país. La mo- derna industrialización ha hecho, naturalmente, que muchos habitantes se trasladen de las aldeas a los grandes centros urbanos. La ciudad de México ha crecido hasta contar con una población mayor que la de las doce ciudades del país que la suceden en orden de importancia, pero tras de esos centros urbanos se encuentra el México auténtico, el México que el educador tiene que con- quistar, microcosmo de 120.000 pequeñas comunidades. En las mayores de esas poblaciones se encuentran instaladas 16.500 escuelas;

pero, para llegar a las otras, a las mínimas, se estima que serían necesarios 50.000 centros rurales, uno por cada dos o tres aldeas; y dichas escuelas precisa- rían para estar bien atendidas dos maestros por unidad como mínimo. Para comprender la importancia del problema basta con recordar que, a pesar del enorme progreso realizado, había en México 7.500.000 analfabetos en 1940 contra 7.200.000 en 1930. El aumento de la población había superado, pues, el esfuerzo educativo de las autoridades mexicanas. Estos hechos, sin embargo, no invalidan las realizaciones de la enseñanza

mexicana; al contrario, la muestran como ejemplo a seguir por los otros países que han de resolver problemas parecidos. La escuela rural constituye el mejor retoño de la revolución mexicana, el fruto de años de experiencias y de tanteos. Si no han podido cubrirse todas las necesidades de la enseñanza mexicana, ello se debe a las limitaciones económicas y no a la falta de espíritu combativo y de sacrificio. Debe señalarse, por otra parte, que la rápida industrialización del país, particularmente durante los últimos años, y el aumento proporcional de la renta nacional permiten esperar que en un próximo futuro puedan resolverse convenientemente las principales necesidades educativas de México, correspon- diendo así al entusiasmo y la devoción de sus maestros rurales.

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El Brasil emprende una inmensa campafia educativa

El Brasil es una nación que marcha hacia una realidad superior a cuanto pueda imaginarse. Contando únicamente con 2 millones de habitantes a principios del siglo pasado, y con 10 millones en 1872, su población actual rebasa los 50 millo- nes. Si ninguna nueva aportación inmigratoria se produce, alcanzará los 100 mi- llones antes de que termine el siglo xx. Pero el debe y el haber de su balance vienen a equilibrarse. Aunque se con-

sidera que la riqueza potencial del Brasil puede mantener a varios centenares de millones de seres, la naturaleza del país dificulta su explotación. La rudeza del clima, los desiertos, la exuberancia de la vegetación tropical, junto con la falta de capital, impiden la utilización de gran parte de esa riqueza. Brasil es un país joven, la mitad de cuya población tiene menos de veinte

años de edad. Pero tres cuartas partes de la misma reside en comunidades ru- rales, y la renta media de los brasileños es bastante baja. Sin embargo, pocos países presentan una mayor diversidad social, cultural y económica. Ahora bien, el aumento del potencial fabril e hidroeléctrico y su utilización

adecuada dependen, en gran parte, de los propios brasileños. Desgraciada- mente, muchos de los que manejan la nueva maquinaria, de los conductores de locomotoras y vigilantes de tableros de control son analfabetos. Y será su trabajo, su capacidad e inteligencia los que en último lugar deter-

minen el futuro de su país. Los brasileños lo saben y están determinados a obtener la victoria. En el corazón de Río de Janeiro, en su activo centro, se levanta desde hace

varios siglos una pequeña iglesia portugesa. Tras de ella se encuentra, domi- nando la ciudad por su edificio más impresionante, de líneas ultramodernas, el Ministerio de Educación. Los rápidos ascensores de éste suben una procesión interminable de visitantes

hasta el duodécimo piso, donde se encuentra el cuartel general de la lucha del Brasil contra la ignorancia. En sus despachos trabajan quienes dirigen la edu- cación fundamental del país; de allí surgen las órdenes que llegarán desde las regiones tropicales del Amazonas hasta las templadas del Sur, junto a la fron- tera uruguaya. Desde que las autoridades brasileñas lanzaron su campaña contra el anal-

fabetismo, en enero de 1947, más de 10.000 escuelas han sido contruídas o están edificándose a lo largo y a lo ancho de la inmensa nación, y más de 15.000 cursos nocturnos han sido organizados. La labor educativa es, en efecto, mucho más urgente de lo que suele creerse.

El censo general de 1940 reveló que un 56 %, cuando menos, de los brasileños 52

con menos de quince años de edad eran analfabetos, lo que significa que 13.300.000 adultos no podían participar plenamente en la vida nacional. De- bido al aumento demográfico, se considera que esa cifra había alcanzado 15 mi- llones cuando en 1947 se decidió lanzar un ataque frontal contra la ignorancia. Durante los veinte años anteriores al censo de 1940, la reducción del número de analfabetos fué tan sólo del 8,7 %. Siguiendo esa proporción, se hubiese pre- cisado un siglo para que el 90 H e ahí los antecedentes inmediatos de la mayor campaña educativa empren-

dida nunca en el Brasil. Dicha campaña tenía otras características que las de su vastedad geogrjfica, impuesta por la extensión del país. Bajo la experta dirección del Sr. Laurenco Filho, exdirector del Instituto Nacional de Estudios Pedagó- gicos, se perseguía algo más que una simple divulgación del alfabeto; se quería, asimismo, imbuir nuevas ideas a la población, asesorarla sobre multitud de materias, ayudando a que mejorasen sus condiciones de vida. Así, por ejemplo, los folletos, publicados para suministrar material de lectura a los recién alfabe- tizados trataban de los medios más simples y económicos de combatir ciertas enfermedades, de vigilar la economía doméstica, de mantener la higiene, acom- pañandolos de las más elementales nociones sobre la historia y la geografía patrias. La campaña fué vigorosamente impulsada en cada uno de los Estados del

Brasil, así como en los territorios, incluyendo por último el distrito federal de Río de Janeiro (ya que, incluso aquí, una quinta parte de la población es analfabeta). Téngase en cuenta que contra un 20 % de analfabetos en el distrito federal,

hay un 80% en las distantes regiones del río Branco y del Amapa; del 60 al 70% en el Pará y el Amazonas; 50 al 60% en el Acre y el Guapore; 46% en Santa Catarina; 42 ”/ó en Siio Paulo, y 38 % en Rio Grande do Sul. Uno de los mayores obstácuios que se oponían a un esfuerzo de esa magnitud

lo constituía el hecho de que las entidades federales gozan en el Brasil de con- siderable independencia en materia educativa. Hubo, pues, que mantener una serie de largas conferencias con las autoridades de los Estados para conseguir una coordinación gradual de la campaña, hasta llegar a su perfecta sincroni- zación. Los delegados estatales, en colaboración con el ministro del gobierno federal, comenzaron a ejecutar un proyecto general que abarcaba toda la nación. El ministro de Educación asumió en Río de Janeiro el papel de supremo

planificador, siendo encargado de la dirección general y control de la campaña. Se emprendió, también, la producción de libros de texto y otros materiales edu- cativos, y, sobre todo, se suministraron los fondos necesarios para que las uni- dades federales pudieran iniciar su acción. Los Estados y territorios llevan hoy en día la organización de los nuevos cursos

y se encargan asimismo de reclutar el personal local para la enseñanza funda- mental, su administración y vigilancia. Gozan de libertad para adaptar a las condiciones locales ciertos aspectos del proyecto general. La publicidad de la campaña, es decir, la explicación de sus propósitos, constituye a un tiempo la responsabilidad de las autoridades federales y estatales. Pero hay quienes sin duda se preguntan por qué deben ser educadas las per-

sonas mayores, cuando gran número de menores de edad no asisten a la escuela y serán más tarde adultos analfabetos. Esta pregunta está más que justificada si consideramos las estadísticas. Aun cuando la enseñanza es obligatoria hasta

de los brasileños pudiesen leer y escribir.

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la edad de trece años, la falta de medios económicos, los obstáculos geográficos y muchos otros factores de carácter local hacen que la estricta aplicación de la ley resulte imposible. En cerca de 200 municipios brasileños, la proporción de niños en edad esco-

lar que no asisten a clase se cifra entre un 80 y un 90 %. En más de 500 supera el 60%, y en 800 el 50%. Sólo en 100 municipios, aproximadamente, más de la mitad de los niños mayores de trece años reciben la educación prescrita por la ley. En otros términos, únicamente un tercio de los menores brasileños entre los siete y los trece años de edad han recibido alguna instrucción. La raíz del problema, en opinión de los educadores brasileños, reside en el

analfabetismo de los adultos. Para la salvación de los niños, los adultos han de ser previamente educados.

En apoyo de esta afirmación, los educadores subrayan que en casi las tres cuartas partes de los casos de mortalidad infantil la causa directa de la misma hemos de encontrarla en la incultura de sus padres. Los niños pronto olvidan el alfabeto que aprendieron cuando viven en una familia donde el analfabetismo de los padres no les facilita ocasión alguna de practicar y extender los conoci- mientos recién adquiridos. Sin embargo, desde que comenzó el programa de educación de adultos, la asistencia escolar ha aumentado considerablemente. H e ahí sumariamente expuestos algunos de los motivos principales que mo-

vieron a las autoridades gubernativas para comenzar la campaña de educación de adultos. Ésta no ha perjudicado por otra parte el apoyo económico a la enseñanza infantil, patente en la multitud de nuevas escuelas creadas en todo el Brasil. El 5 % del presupuesto educativo del Brasil está dedicado a becas para el entrenamiento de especialistas en educación, y el 70% a la enseñanza pri- maria. Sólo un 25 % está dedicado a la educación fundamental, a la enseñanza de la población adulta. El éxito de la campaña nos lo revelan los informes procedentes de todo el

país sobre el aumento de la asistencia escolar, la aportación de muchos profesores voluntarios y el creciente número de adultos que asisten a los cursos de educa- ción fundamental. Cuando el Congreso se vió obligado a disminuir las subven- ciones de carácter educativo, diversas entidades de enseñanza ofrecieron sus fon- dos para cubrir la diferencia. Entre tanto, las peticiones para extender el programa de educación funda-

mental no cesan de llegar a Río de Janeiro. El Sr. Dixsept Rosada Maia, go- bernador del Estado de Rio Grande do Norte, telegrafió recientemente este emocionante mensaje : «Necesito ayuda aumentar cursos 50 %, cuando menos, de modo pueda satisfacer insistentes peticiones para extensión programa edu- cación fundamental». Pero los recursos disponibles han sido ya empleados en su totatlidad para garantizar el máximo resultado. Entre 1947 y 1950, el Ministerio de Educación lleva suministrados 146 millo-

nes de cruzeiros (8 millones de dólares al cambio oficial de la época) para los sueldos del personal de enseñanza, y 6.500.000 cruzeiros (340.000 dólares) para gastos administrativos. Esas sumas representan el 80 % de los fondos reservados para la campaña, y sólo el 18 % restante ha sido dedicado a los gastos de la ad- ministración central, las misiones rurales y la adquisición de material educativo. En los tres años anteriores a la campaña (1944-1946), existían 1.908 cursos

de educación de adultos en todo el Brasil. Durante los tres primeros años de aquélla ese número se transformó en 14.725, es decir, se multiplicó por siete. 54

Mientras entre 1944-1946 únicamente 144.345 estudiantes llegaban hasta final de curso, entre 1947-1950 son 730.325 los que completaron sus estudios. En el mismo período, el número de estudiantes que realizaron con éxito sus exámenes de fin de curso ascendió de 48.000 a cinco veces dicho guarismo. El ministro está justamente orgulloso de todas estas realizaciones. El ataque

concentrado contra la ignorancia por medio de clases nocturnas y cursos a través de la radio ha ganado para el Brasil un millón más de ciudadanos que saben leer y escribir y otro millón que próximamente se incorporará al anterior. Si la campaña sigue este ritmo, bastarán veinte años para acabar con el analfabetismo nacional. Así, cada año, 500.000 brasileños más, equipados con los conocimien- tos elementales para labrarse su futuro y garantizar el de su país, se incorporan al frente de la cultura.

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Un programa educativo chileno en gran escala

Sólo en los últimos veinticinco años se ha comenzado a explorar seriamente la riqueza oculta de Chile. Gracias a ello se han levantado fábricas en rápida sucesión; y a las enormes plantas de tratamiento de nitratos de cobre, situadas en el norte, ha seguido una serie de industrias nuevas alrededor de Santiago y en el sur. Hace dos años, al empezar a funcionar una de las dos fundiciones de acero que existen en América del Sur -la de Huachipato, cerca de Concep- ción- se cumplió una de las etapas más importantes de este proceso. Lenta pero seguramente, los embriones de los futuros Pittsburgh y Birming-

ham de Chile empezaron a marcarse en el mapa de Chile. El nivel de vida empezó a ascender lentamente a un grado que permite un mayor bienestar de espíritu, mayor salud en los niños, mejores casas y una alimentación más equi- librada para millones de los habitantes del país. Pero al comenzar su inevitable marcha hacia un futuro industrial, Chile no dejó de pensar en un problema básico inherente a ésta: el de la educación. Al terminar la guerra, cerca de la cuarta parte de la población, que es de

6 millones de habitantes, era analfabeta. Esa población aumentaba todos los años en 100.000 almas. El país tenía leyes de educación gratuita y obligatoria, pero no disponía de las suficientes escuelas para los niños. Los chilenos sabían demasiado bien que muchos sueños de progreso e indus-

trialización no podrían convertirse en realidad mientras la nación tuviera que llevar sobre sus hombros el pesado fardo de tanto ciudadano incapacitado por su analfabetismo. Se necesitaba actuar rápidamente; en consecuencia, el go- bierno de Chile se lanzó a llevar a cabo un programa educativo en gran escala, que empieza ahora a dar fruto. No significa ello que Chile, en los esfuerzos que ya realizaba en este sentido,

estuviera por debajo de otros países, pero las condiciones económicas en que vivía y la dificultad de ganarse la vida en un suelo poco fértil han constituído allí obstáculos serios al desarrollo de la educación. Hace ya más de un siglo, en 1840, esta república tenía escuelas dominicales en sus cuarteles, así como bibliotecas públicas en que se ofrecía a sus ciudadanos instrucción gratuita para mejorar sus conocimientos sobre cuestiones de salud y de sanidad pública, o simplemente para enseñarles a leer. Pero la carga que representa un alto grado de analfa- betismo para un país no dejó nunca de ejercer su presión sobre Chile. A mediados del siglo pasado sólo un 13 % de la población, que era entonces

de 1 millón y medio de habitantes, sabía leer y escribir. En 1940 el porcentaje se había elevado a 58, siendo la cifra total de habitantes de 5 millones. En 1920 se introdujo en el país la enseñanza primaria obligatoria, pero con ello no 56

llegaron a satisfacerse las esperanzas de poner fin a la necesidad de dar educa- ción a los adultos. El optimismo en este sentido cedió paso a la desilusión, y con ella a la necesidad de revisar los medios necesarios para actuar eficazmente. El cambio de actitud hacia la educación de adultos coincidió con la noción,

traída por la guerra, de que era posible ampliar los horizontes económicos del país. En 1939, Amanda Labarca, directora de cursos de vacaciones y de am- pliación de estudios, sorprendió al público diciendo : «De cada 10.000 chilenos que han llegado a la adolescencia o están en plena edad adulta, 2.219 son anal- fabetos; entre 2.168 niños que se hallan todavía en edad de ir a la escuela, sólo 588 se hallan inscritos en ésta; 61 concluyen sus estudios primarios y 47 co- mienzan los secundarios; 9 acaban estos estudios, 3 ingresan a la Universidad y sólo 1 recibe su título de profesional.» Quizá ninguna de estas cifras causó tanto efecto como la que señala que, de

cada 10.000 chilenos, sólo 61 llegan a completar su educación primaria. En 1939 había aún en Chile 250.000 niños que no concurrían regularmente a clase, ya fuera porque sus padres necesitaban que trabajaran para contribuir al presu- puesto doméstico, o simplemente porque no había escuelas en los alrededores a las que pudieran trasladarse a pie. D e los 19 1 .O00 niños que ingresaron a las escuelas primarias en 1939, sólo la séptima parte cursó los seis años de estudios correspondientes. Y a pesar de las leyes de enseñanza obligatoria, 468.000 no recibieron instrucción de ninguna especie. La gravedad del asunto hizo que saltara a la vista la necesidad de tomar

medidas urgentes. En 1942 el gobierno creó la Sección Alfabetización y Edu- cación de Adultos y la puso bajo la égida del director general de Enseñanza Pri- maria. Por ese entonces Chile disponía únicamente de 38 escuelas donde pu- diera realizarse la campaña correspondiente, y eran múltiples las dificultades para aumentar ese número. Por tener las provincias chilenas autonomía en materia de educación, era

difícil trazar un plan nacional. Además faltaban los muebles, útiles y aparatos correspondientes, y el dinero de que se disponía parecía ridículamente insu- ficiente. Para cada adulto a quien enseñar se disponía apenas de una fracción del dinero empleado por el Estado en cada niño de edad escolar. Pero gracias al entusiasmo y la energía de los funcionarios y especialistas de la Sección Alfa- betización, en menos de diez años el nuevo programa se iba llevando a cabo febrilmente en todo el país. A mediados de 1951 el número de escuelas para la educación de adultos había

aumentado a 387, o sea diez veces el registrado en 1942. Los propósitos perse- guidos en ellas eran tanto generales como específicos : enseñar el alfabeto, o dar instrucción en materia de ciencias aplicadas, o sobre cuestiones prácticas de la vida cotidiana. D e esas escuelas, 309 eran nocturnas, y a ellas asistían alumnos mayores de dieciséis años. Algunas eran de un tipo completamente nuevo. Por ejemplo : cinco funcionaban dentro de camiones especialmente equipados que se trasladaban de un sitio a otro; dos se dedicaban a la difusión de las artes, y otras dos exclusivamente a materias de economía doméstica. Además, un grupo de maestros constituyó una orquesta sinfónica, que entre 1942 y 1951 ofreció en diversas partes del país 361 conciertos, a los que asistieron 250.000 espectadores. Fuera de ello, en las mismas escuelas se organizaron 223 bibliotecas, de cuyas facilidades se han servido 350.000 lectores en los Últi- mos cinco años. 57

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Entre los últimos experimentos de carácter educativo emprendidos en Chile figura el de enciar por todo el país una exposición cultural rodante. Las clases de educación de adultos se dividieron desde un principio en tres

cursos, y a los estudiantes que aprueban los tres se les extiende un certificado especial, que ayuda a los que lo obtienen a conseguir empleo. Los maestros encargados de todas estas actividades eran menos de 900, de

modo que ellas no hubieran podido realizarse sin la ayuda de voluntarios. Se invitó al pueblo en general a tomar parte en ese programa de educación, y la gente respondió en gran cantidad. No sólo enseñaron gratuitamente los volun- tarios, sino que tomaron también parte activa en una colecta de libros, útiles y aparatos realizada en todo el país con objeto de que las autoridades munici- pales los distribuyeran entre las escuelas. En conjunto, entre 1945 y 1950, más de 21.000 educadores voluntarios acu-

dieron en ayuda de la campaña de alfabetización. Casi la mitad de ellos eran maestros profesionales, que brindaban todas las noches al país unas horas de trabajo extraordinario después de haber cumplido con sus obligaciones de siempre. Cerca de 1 1 .O00 eran estudiantes y particulares, a quienes inspiró la finalidad de la campaña. Los resultados de ésta fueron estimulantes. En 1945 -el primer año- se en-

seño el alfabeto a más de 5.000 personas; 755 únicamente tuvieron que asistir para ello a una escuela; el resto -y esto constituye un interesante detalle in- cidental- recibió clases particulares en casa de los muchos colaboradores con que contó la campaña. En el segundo año de la misma estas cifras se doblaron, y en el tercero llega-

ron a triplicarse. Gracias al movimiento de educación de adultos, entre 1945 y 1951 más de 88.000 personas han aprendido a leer y escribir. Y la campaña sigue expandiéndose cada día. No cabe duda de que los resultados han sido estimulantes; pero así y todo,

no puede decirse que sean adecuados. Nada podría ilustrar mejor este punto que el cartel -algo desesperado, aunque bien elocuente de por sí- fijado en las calles por la Sección Alfabetización. En ese cartel se dice, al pie de un dibujo apropiado, que el número de analfabetos en el Chile actual iguala todavía al de la población total de la capital, Santiago. Si a ese número se añade el de los niños de menos de quince años que no saben leer, la situación aparece definida en sus justos términos. Entretanto continúan los esfuerzos que se han hecho por mejorarla. Se ha

solicitado la cooperación de la radio y el cine. En el cuartel general de los or- ganizadores de la campaña se espera continuar el presente ritmo de progreso y obtener nueva ayuda en forma de escuelas normales para preparer maestros, mayor cantidad de fondos y la continua colaboración de grupos de voluntarios. Al mismo tiempo, los organizadores estudian métodos nuevos y audaces para

lograr su fin, y hay muy pocas dudas de que en los años inmediatamente veni- deros se registre un adelanto considerable en ese sentido. D e ocurrir ello así el pueblo de Chile quedará capicitado para ponerse a la altura de las posibilidades económicas del país, que al fin se ven como cosa tangible y definida.

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Esta labor se extenderá luego a todo un continente

Haciajnales de 1951, el Sr. Tibor Mende visitó el Centro Regional de Educación Fun- damental que funciona en Pátzcuaro, en el Estado mexicano de Michoacán. En las páginas siguientes, e1 Sr. Mende nos relata la obra que se lleva a cabo en este taller

destinado a producir educadores y material que sima a los que se instalen en otras partes de América Latina. En septiembre de 1952 había en Pátzcuaro 1 O2 estudiantes procedentes de dieciséis paises latinoamericanos. Esos estudiantes no pueden, de por si, hacer mucho para reducir el analfabetismo en los países del continente o mitigar la pobreza que generalmente lo acompaña. Pero así y todo, constituyen el primer eslabón de una cadena de maestros que a su vez ayudarán a otros maestros a impartir las enseñanzas de la educación fundamental, con lo cual se irán dando a todo un continente los medios humanos y materiales necesarios para atacar al unísono este inmenso problema.

Además de los que tenía bien ganados por sus famosos paisajes y su no menos famoso «mercado de los viernes», el pueblo mexicano de Pátzcuaro ha adqui- rido hace poco un nuevo título al convertirse en cuartel general de uno de los más inusitados experimentos de orden social que se llevan a cabo en el mundo. El «laboratorio» donde se realiza este experimento está constituído por dieci- ocho aldeas rodeadas por el imponente escenario de Michoacán y pobladas por los bronceados descendientes de los indios tarascos, apegados aún a su musical idioma, que alterna con el español hablado en todo el país. Situado a 2.000 metros de altura, entre las colinas de la meseta, y muy poco

por encima del lago increíble de azul, Pátzcuaro es uno de los rincones más exóticos de México. Por espacio de siglos, su mercado, flanqueado por barrocos porches coloniales, ha sido punto de reunión de todas las gentes de la localidad. Los viernes por la mañana, mucho antes de que amanezca, los tarascos vienen allí, con sus mujeres e hijos a cuestas, en viejos autobuses siempre repletos o bien a lomo de mula o simplemente a pie, recorriendo todos el camino serpenteante que conduce del lago a la población. Viejos y jóvenes, todos ellos acarrean el pesado fardo de las cosas que han producido durante la semana. El viernes es el día en que tienen que cambiar el producto de su tradicional destreza por las monedas que les permitan comprar lo poco que necesitan para continuar por el resto de la semana la vida rígidamente sencilla que hacen. A las 10 de la mañana, la plaza está repleta de gente. Canastos y fruta, fajas

y sarapes, pescado y redes, piezas de cerámica y enormes sombreros integran el despliegue de cosas que se exhiben. Entre las pirámides de color, de aves inquietas y chiquillos traviesos, se encuentra también la farmacia al aire libre, en que puede verse una extraña mezcla de erizos de mar disecados, cabezas de 59

caimán, tierras y hierbas, rodeadas de máscaras de danza y mil otras cosas cu- riosísimas. En esta orgía de luz de sol, color y voces que se elevan por sobre el follaje de los árboles, se confunden en un coro dramático las penas y esperan- zas de unas gentes a las que no ha llegado el progreso de la técnica moderna. Su vida, sus deseos, que giran patéticamente alrededor de este lugar de inter- cambio, empiezan a adaptarse lentamente a la idea de que haya otro foco para sus actividades. Este foco no es tan colorido como el mercado, y tampoco ofrece un beneficio tan inmediato; pero a la larga, significará mucho más para los tarascos que el sitio donde venden el producto de su trabajo. D e vuelta al pequeño embarcadero donde los esperan sus arcaicas piraguas,

los indios pasan frente a un portal en el que se ha clavado una sencilla placa que dice : ((Territorio internacional - Naciones Unidas». Detrás de este portal se encuentra el cuartel general del c. R. E. F. A. L. (Centro Regional de Educación Fundamental para América Latina), primer centro de adiestramiento para educadores rurales de todo el continente, establecido en Pátzcuaro por la Unesco. Desde las ventanas del local del centro, mirando al otro lado del lago, se puede ver el «laboratorio», o sea las aldeas en que viven los tarascos. En menos de media hora se llega en bote a la primera de las islas del lago. Janitzio es una aldea de menos de 1.500 habitantes, situada en el centro de éste. Todos los días la visita un par de estudiantes de la Unesco. Sólo una pequeña parte del sendero que conduce a la colina está pavimen-

tada. El resto es barro, por el que chapotean los animales domésticos. Ancianos con el rostro lleno de arrugas, pero cuya edad es imposible de calcular, se sientan al sol y reparan sus redes. Las muchachas y las viejas esparcen por el suelo los pescados minúsculos que han de llevar a vender luego, y los dejan allí, a que se sequen al sol. Los chiquillos suspenden las redes entre ramas de árboles, y junto a un niñito dormido dentro de una enorme caja de cartón, su madre remienda también redes. Se sube y se sube, por callecitas fangosas que se re- tuercen hasta llegar al encalado edificio de la iglesia, y se ve a todo el mundo entregado a las mismas ocupaciones. Es que la vida de los habitantes de Janitzio se desarrolla completamente en torno de la pesca, actividad que para ellos tiene una raíz histórica. Al someter los españoles a los orgullosos tarascos, el rey de España envió un

obispo a encargarse de éstos. El hombre elegido para semejante misión, Vasco de Quiroga, comenzó a organizar a los indios que habitaban las orillas del lago y a enseñarles diversos oficios. El obispo español eligió uno diferente para cada aldea, oficio que los habitantes de ésta se han venido transmitiendo de genera- ción en generación. Los de Janitzio han vivido de la pesca por espacio de siglos, y a ellos corresponde el privilegio de llevar todos los viernes al mercado su fa- moso pescado blanco. Ninguno fabrica canastas o hace utensilios de barro; todos se limitan a la actividad que fijara a sus antepasados ((Tata Vasco». Y cada una de las aldeas hace lo propio. Este extraño statu quo -antiquísimo convenio de caballeros entre las aldeas del lago- constituye el fondo básico del «laboratorio» compuesto por las dieciocho pequeñas poblaciones. Mejorar las vidas de los aldeanos es posible únicamente si se respeta este statu quo y se los hace trabajar dentro del marco de sus ocupaciones tradicionales. Porque, en reali- dad, para que los adelantos que se obtengan sean duraderos, los proyectos han de ser organizados y llevados a cabo por los mismos descendientes de la grey

60 de «Tata Vasco».

Detrás de la iglesia hay una pequeña meseta en la que trabaja, pala en mano, un grupo de muchachos jóvenes. La pareja de estudiantes de la Unesco -una chica de Haití y un joven de San Salvador- es recibida allí como un par de viejos amigos. Quienes así trabajan al rayo del sol son pescadores que han regre- sado del lago hace unas pocas horas. En vez de la siesta que todo el mundo acostumbra hacer en las horas de calor sofocante, se dedican a mezclar cemento y a extenderlo por aquel pequeño rectángulo de terreno, labor completamente gratuita y voluntaria. «Éste será el mejor campo de deportes de todo Michoa- cán», dice Alfonso Vargas, uno de los improvisados albañiles. «Ha costado 300 pesos : iy sabe Vd. que todo el mundo en la aldea ha contribuído a la colecta que hicimos para reunirlos?», dice con orgullo, añadiendo enseguida que deben apresurarse porque el resto del camino que lleva del embarcadero a la ladera de la colina tendrá que quedar terminado para Navidad. «Todo este trabajo es voluntario», dice Vargas, “y cada uno de nosotros tiene

unas pocas horas por día que dedicarle : después de todo, el lago está antes. . . », y al hablar así, mira a las aguas extrañamente azules que por espacio de siglos y siglos han dado el sustento a Janitzio. Entretanto, la chica de Haití se ha apartado del grupo y se ha puesto a discutir con una anciana cómo podría se- carse el pescado con menos esfuerzo y de un modo más higiénico. Vargas y sus compañeros se han enzarzado en agitada discusión con el joven maestro de San Salvador. Hablan del precio del cemento, y alguien propone que se ahorre un poco para reparar la grieta que hay en una pared de la iglesia. Uno de los mu- chachos saca otra vez a relucir el viejo proyecto de publicar una pequeña guía para explicar a los turistas el contenido de las pinturas murales que hay en el interior de la gigantesca estatua de Morelos, situada en lo alto del monte. «Con lo que se saque de la venta del folleto podríamos comprar algún día

una pequeña máquina de envasado y conservar así la pesca», propone uno de los muchachos. Los otros se muestran escépticos. «La cosa depende de nosotros», replica Vargas, <(y tenemos que pensar en el futuro». Y el maestro de San Sal- vador les ayuda a calcular el costo del proyecto y les promete hacer discutir el plan en el centro. Agotado el tema, los voluntarios vuelven al trabajo. Al día siguiente vamos a Ihuatzio, que es una aldea de la costa, todavía más

pequeña que Janitzio. Los habitantes de Ihuatzio son agricultores y resultan todavía más reservados que los pescadores de Janitzio, acostumbrados a recibir extranjeros que vienen a admirar su isla. La aldea tiene un aire somnoliento: los tablones del muelle de desembarco están sumergidos en el agua; perros y cerdos vagabundean por las calles descuidadas del sitio; y aparte de unos pocos niños sentados en mitad del camino y que juegan a las canicas encima de un sarape, hay al parecer poco interés en nuestro grupo. Pero el especialista mexi- cano en educación rural que viene con nosotros m e lleva a un espacio abierto frente a un edificio deshabitado y señala con orgullo un grupo de hombres que están limpiando el terreno de piedras. «Son voluntarios)), m e dice. «Están pre- parando la plaza y reparando el edificio que ha de ser su centro comunal. Día llegará en que la cooperativa de la aldea se dirija desde este sitio. . . )) Luego m e lleva un poco más lejos. Vadeando charcos de agua y barro llegamos a una modesta casa en cuyos umbrales un grupo de mujeres charla de pie. Todas rodean a una estudiante costarricense del centro, que les enseña cómo bordar los cinturones que envían al mercado todos los viernes. La conversación salta de repente a problemas de comida. La estudiante explica a las mujeres cómo 61

pueden prepararse platos variados con los mismos elementos de siempre, y cómo cocinar con mayor higiene. «Y también vamos a hacerlos componer ese muelle», m e dice el especialista

mexicano. Yo lo interrumpo para decir: «Todo esto es muy poco, en realidad.. . y va demasiado lentamente». El tono del mexicano, que hasta el momento ha sido de entusiasmo, se hace

categórico. «La sociedad puede cambiar por revolución o evolución)), me dice. «La primera podrá ser más rápida y espectacular, pero quizá menos duradera. En este país hemos tenido la suficiente experiencia de lo que son las revolucio- nes. El camino que seguimos ahora es el de enseñar a las gentes, de manera lenta y ardua, cómo pueden cambiar la vida que hacen. No es un camino que se imponga a esas gentes; es un camino que se hace surgir y desarrollar de entre ellas mismas; y será lento como Vd. dice, pero yo creo que conducirá a un resultado duradero.)) Después de una pausa, mi interlocutor sigue con más brío aún. «Esta aldea

y sus costumbres podrían cambiar radicalmente en 24 horas; la cosa se ha in- tentado ya. Pero dentro de unos meses, de un año a lo sumo, todo volvería al mismo estado de un principio. Una vez que estas gentes sientan y crean de ver- dad que los cambios son necesarios, y se unan y funden su propia cooperativa o adopten un nuevo método de trabajo porque se dan cuenta de las ventajas que encierra, Ihuatzio habrá dado un paso adelante, un paso definitivo, duradero.» En ocasiones las circunstancias pueden favorecer el cumplimiento de esta

labor. En una de las aldeas se estableció una gran confianza entre los tarascos y su consejero al poder prestarles éste ayuda rápida y efectiva en el momento en que estallaba con violencia una epidemia de malaria. En otras aldeas, como Ihuatzio, tuvieron que pasar dos meses antes de que las gentes dieran la menor señal de que estaban dispuestas a colaborar con los que venían a ayudarlas. Pero cuanto más resistencia haya que vencer, más permanentes serán los ade- lantos que se obtengan, por surgir éstos de la convicción de que el consejo y el ejemplo prestados por el maestro han conducido a los habitantes de la aldea a ayudarse a sí mismos y a mejorar también por sí mismos las condiciones en que viven. Jarácuaro, otra de las pequeñas islas del lago Pátzcuaro, m e proporcionó

diversas pruebas de esta premisa. Los tarascos que viven en esta aldea no son más ricos que sus vecinos. Pero cuando condujeron a nuestro grupo a su isla en una de sus rústicas canoas, se negaron a aceptar ninguna propina por el servicio. «No, señor, de Vd., no», dijo Pascua1 Corral, secretario del consejo de la aldea, al ofrecerle unas monedas Filiberto Tentori, el maestro-estudiante mexicano designado para actuar en esta comunidad y que goza en ella de grandes simpatías. A Jarócuaro se la llama «la isla del sombrero», ya que la principal ocupación

de sus habitantes consiste en fabricar sombreros de paja de anchísimas alas. Pero detrás de la aldea hay algunas tierras donde se produce la mayor parte del alimento que necesitan sus habitantes. Al entrar en casa de Vicente Rendón se nos recibió con la clásica y hospitalaria expresión castellana: «Está Vd. en su casa». Tanto Rendón como su ayudante se encontraban trabajando en sus máquinas respectivas, cosiendo cintas de paja en un sombrero. Mientras otro muchachito luchaba con la prensa, que chirriaba agudamente, para aplastar la paja, Vicente se puso a hablar de la prensa eléctrica con que contará la aldea.

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Estando ya en funcionamiento la cooperativa de ésta y habiendo decidido adquirir una prensa eléctrica, va a darse un paso más importante todavía, paso que llena de orgullo a todos. Con la ayuda del centro de Pátzcuaro, la Comisión de Electricidad ha accedido a la solicitud de la aldea. Dentro de pocas semanas se tirarán cables de un lado a otro del lago, cables que, por supuesto, se dejarán hundir en éste. Los postes que deben sostener los cables eléctricos ya han cru- zado el lago en una flotilla de canoas organizada por los habitantes de Jará- cuaro, que ahora esperan ansiosamente el día en que se enciendan las luces en la iglesia de la aldea. La cancha de basket-ball se encuentra ya en pleno funcionamiento, y los mu-

chachos de la aldea se reúnen en ella todas las tardes después del trabajo. El viejo pozo, que estaba contaminado, ha sido reemplazado por uno nuevo, y la aldea piensa ahora comprar una bomba eléctrica para sacar agua de él. Hace sólo muy pocos días, Filiberto Tentori, el estudiante-maestro del centro,

tuvo la grata sorpresa de ver el primer número del periódico mural de la aldea, con que le obsequiaban los habitantes de ésta. Los artículos y dibujos eran todos obra de los hombres y mujeres de Jarácuaro, y el editorial, que hablaba del efecto que la electricidad tendrá en la vida de la aldea, se debía a la pluma de la mujer del maestro. Los muchachos, a su vez, se habían encargado de pro- porcionar el material deportivo. En el número que preparaban para el mes próximo se proponían iniciar una

campaña para construir una especie de calzada de madera que cruce las aguas del lago. Esa especie de puente rústico les permitiría ahorrar lo mucho que gastan en canoas -alrededor de 200 pesos por cada una- y que deben pagar a los tarascos del otro lado del lago que se especializan en la fabricación de éstas. Jarácuaro, ya despierta, está dispuesta a tornar su futuro en sus propias manos.

Al volver de allí, mientras la canoa en que íbamos trastabillaba en -1 agua, Filiberto m e dijo con un dejo de orgullo: «Cuando llegué aquí, hace cinco meses, los de Jarácuaro me miraron con la misma sospecha que Vd. ha visto en los ojos de los habitantes de Ihuatzio. Y cuando se desató una epidemia entre sus cerdos y yo les dije que debían matar y quemar a los animales enfermos, se pusieron furiosos. Pero ahora saben el por qué.» Detrás de esta transformación se halla el C.R.E.F.A. L. con sus películas edu-

cativas, sus proyecciones y conferencias, sus estudiantes-maestros de dieciséis países diferentes, sus expertos en educación, sus especialistas y técnicos y un puñado de hombres que con singular devoción dirigen toda esta obra. Los grupos que visitan las aldeas se componen generalmente de cinco alumnos espe- cializados (uno en cuestiones sanitarias, otro en economía, otro en problemas de trabajo, otro en educación fundamental y otro en deportes y juegos) y estos alumnos salen todos los días y tratan de aprender algo, mientras prestan ayuda y consejo a los habitantes de las aldeas. En Janitzio, Ihuatzio y Jarácuaro, así como en San Pedro, San Bartolo, Cucuchucho y otras aldeas, encontrarán sin duda todos los problemas importantes que puedan surgir en sus respectivos países una vez que se dispersen por toda América Latina. Hablábamos una mañana con uno de los directores del Centro Regional de

Educación Fundamental de la Unesco sobre los resultados de esta obra, y de pronto m e interrumpió con impaciencia para decirme: «En Jarácuaro la gente ha reaccionado quizá demasiado bien. . . », frase que redondeó con una sonrisa. «Lo que nosotros queremos no es obtener resultados fulminantes, aunque siempre 63

satisfaga ver que lo que uno hace tiene algún resultado; no, la verdadera fun- ción que nos corresponde es preparar a estos maestros jóvenes, y los que los sucedan, para que luego sepan resolver por sí mismos estos problemas de edu- cación entre gentes que hacen una vida primitiva. Cuanto peor sea la forma en que se los recibe en una aldea, tanto más satisfecho quedo yo. Porque aquí están para aprender todas las artimañas, todos los detalles de cómo ir pene- trando en el ánimo de gentes parecidas a éstas, cómo conocer los problemas que los preocupan y cómo hacerse conocer como personas cuyo consejo y cono- cimientos hay que aceptar y respetar. Esto, para nosotros, tiene mayor impor- tancia que los resultados espectaculares que se puedan lograr. . . Cuando vuel- van a sus respectivos países en toda la América de habla española y empiecen a enseñar a otros lo que han aprendido mediante una ardua experiencia, sabre- mos que hemos estado haciendo por el futuro de todo un continente algo que realmente vale la pena.» Mientras hablábamos así, el ómnibus azul del centro remontaba el camino

para llevar un cargamento de estudiantes hasta el lago, donde todos ellos se repartirían en las diversas secciones de su «laboratorio». Empezaba así otro día de trabajo en un sitio donde la enseñanza es aventura y estímulo tanto para el que la recibe como para el que la imparte.

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África

En el período comprendido entre 1946 y 1949, el Sr. André Blanchet ha visitado, como enviado especial del diario francés Le Monde, más de treinta paises. Especializado en los problemas africanos, ha recorrido los territorios franceses, británicos y portugueses de &rica, así como Liberia y la Unión Sudafricana.

Anteriormente, como corresponsal de guerra de Puris-Soir, estuvo en Asia y en Ex- tremo Oriente desde donde envió sus crónicas hasta el fin de las hostilidades. E n 1947, André Blanchet obtuvo el premio de periodismo Albert Londres por una serie de ar- tículos y un libro sobre Indochina.

La educación popular en África Occidental

Hace ya tiempo que nadie se impresiona en el Togo francés, ni siquiera en la selva, al ver un automóvil americano último modelo, y nadie se molesta tam- poco en volver la vista hacia los camiones indígenas con matrícula inglesa que atraviesan el territorio para unir Nigeria con la Costa de Oro. Por eso m e sor- prendió extraordinariamente ver al borde mismo de la carretera por la que circula ese tráfico una verdadera aglomeración de gentes, al frente de la cual iban jefes indígenas ataviados, y había gendarmes para contener al público al- rededor de un tractor agrícola. Pero las exclamaciones de asombro de niños y de adultos no estaban ocasionadas ni por la masa roja del tractor ni por los rugidos del motor. Tampoco era causa de su sorpresa el arado con discos que caligrafiaba con surcos paralelos la tierra polvorienta, ni la rastrojera, ni la sembradora de maíz, ni siquiera la aventadora de estiércol, aunque ésta les revelaba una técnica que ignoraban. No, entre todas las atracciones presentadas por los funcionarios franceses y

comentadas en el dialecto local, el prodigio más extraordinario a los ojos de aquellos aldeanos era lo más elemental, lo más rústico. La oleada humana que despertaba la admiración se produjo cuando apareció en el extremo del campo un volquete tirado por dos minúsculos bueyes. Aquellos animales esclavos -los primeros que habían sido adiestrados para el trabajo y cuya indocilidad mos- traba que no tenían el hábito hereditario del yugo--- resultaban más despla- zados en la selva togolesa que todos los «esclavos mecánicos» en los que las proezas se les aparecían como una cosa natural. Ese espectáculo, al que yo asistía bajo los auspicios de la educación fundamental, podía ser, con la intro- ducción del atalaje y de la simple rueda de madera en la vida de una comuni- dad africana, el comienzo de una revolución. La demostración tendía a pro- bar de manera tangible qué cantidad de carga se podía transportar en un vol- quete, y a que se planteasen el problema de cuántas cabezas de ellos mismos harían falta para despIazar un peso equivalente, porque los espectadores eran hijos de un continente en el cual la costumbre universal de transporte sigue siendo, en casi todas sus latitudes, el cráneo de los hombres y sobre todo el de las mujeres. Y lo mismo que los ferrocarriles y las carreteras de que les han dotado los

blancos, las instituciones políticas que han importado los africanos suponen una iniciación previa de los usuarios. En realidad los símbolos electorales se propa- gan siempre con mayor rapidez que los de la escritura, y hay que ver por medio de qué signos pintorescos, coloreados, se ofrecen o se ponen al alcance de una clientela en su mayoría iletrada, en los territorios del África francesa, los 67

partidos y los candidatos. A veces se queda uno boquiabierto ante algunas muestras. Que las mujeres de Dakar enarbolen un domingo de elecciones pañuelos de

cabeza color escarlata con tres flechas estampadas para representar el partido socialista francés como en el emblema metropolitano podría interpretarse sim- plemente como una familiaridad de una de las cuatro «comunidades» antiguas del Senegal con el sufragio universal. Pero que a varios centenares de kilóme- tros de la gran ciudad, cuando se tiene la impresión de haber llegado al fin del mundo atravesando pistas caprichosas por la gran sabana desierta y reque- mada, se encuentre, pocos días después del escrutinio, la misma insignia pren- dida en el gorro, también rojo, de algunos muchachos, le hace uno imaginarse que está viendo visiones, sobre todo si en ese instante comprueba uno que en la aldea no hay escuela ni un solo habitante que sepa leer. Después de estas elecciones M’Bouma puede considerarse como una aldea adelantada. Por pri- mera vez, en efecto, los ciudadanos llamados a las urnas habían podido reco- nocer su carta de elector. Semejante milagro, sin embargo, no se produjo sin la presencia casi fortuita

desde hacía algunas semanas de un equipo de funcionarios llegados para expe- rimentar en M’Boumba, por cuenta de toda el Africa Occidental francesa, las técnicas de la educación popular. Entre otras cosas los aldeanos habían tenido la ocasión de aprender a descifrar su nombre. La primera aplicación práctica de esta ciencia nueva, aunque rudimentaria, merecía seguramente contarse entre los resultados obtenidos por la misión. Tanto más cuanto que esta coin- cidencia acentuaba uno de los fines obligatorios de la educación fundamental al modo que ésta debe concebirse en toda colonia integrada bruscamente al régimen democrático de la metrópoli. Un acontecimiento bastante trágico iba a instruirme, en la colonia política-

mente más evolucionada del Africa Occidental, de cómo hay que reducir la distancia entre las instituciones del Estado y las costumbres populares. En el extremo norte de la Costa de Oro, que es la parte más primitiva de ese rico territorio al que el Reino Unido prepara para conferirle en un porvenir pró- ximo el estatuto de dominio, acababa yo de seguir durante su visita a través de la selva al ministro de Educación. Colaborador del primer ministro Nkrumah en el seno del gabinete del que sólo tres europeos forman parte, este hombre político africano desempeñaba con gran soltura y conciencia los deberes de una carga nueva para él, como para sus hermanos de color. A su lado, un funciona- rio inglés, secretario general del ministerio, después de haber sido director de enseñanza con el sistema anterior, se plegaba con una perfecta serenidad a una subordinación que era también nueva para él. D e aldea en aldea, dirigiéndose a las poblaciones reunidas alrededor de sus

jefes, el ministro había explicado la importancia que concede el primer gobierno autóctono de la Costa de Oro a los programas de educación popular; en la capital de distrito en la que el altavoz de una camioneta especialmente venida de Accra para la propaganda del partido de la Convención del Pueblo había convocado una reunión de su partido, el orador político había hablado a los militantes el mismo lenguaje de hombre de Estado consciente de sus responsa-

,$ , bilidades y de las necesidades del país. Incluso en Tamalé no habían sido nece- . ’ ’ , sarios sino unos cuantos meses para aclimatar los ritos del gobierno autónomo. 68 Pero había otros más secretos y más trágicos que no habían sin embargo perdido

su ancestral influencia y eso íbamos a aprenderlo con horror al día siguiente por la mañana. En la misma comunidad acababa en efecto de sorprenderse a una mujer en el momento en que se disponía a arrojar al incinerador de basuras un pequeño cadáver. ¡Era el de una niña a la que ella había matado para pre- parar con su corazón unas drogas mágicas! ;Cuántas legislaturas del Parla- mento de Accra tendrán que sucederse, bajo la presidencia de un «speaker» con peluca blanca y ante la masa de armas, copiada de la de Westminster, an- tes de que los dirigentes de la Costa de Oro hayan podido extirpar por completo las supersticiones que inspiran tales crímenes y puesto término a los asesinatos rituales tan corrientes todavía en toda el África? En todo caso el problema es principalmente de educación. ;Es que con el término «educación fundamental» se habrá inventado una

disciplina de competencia universal? Eso es lo que parece viendo las tareas que sus misioneros asumen en África, manejando indistintamente el «bulldozer» y el aparato de cine, el arado y la máquina de coser, el lápiz y la jeringa, distri- buyendo lo mismo simientes que cuadernos y el cemento como la quinina. Los propios educadores, sin embargo, se defienden de querer imponer una noción devorante y limitan su papel a un primer desbaste que prepare la llegada del médico, del monitor de agricultura, del veterinario, etc. A decir verdad, si el término «educación fundamental» fué lanzado por la

Unesco y ha adquirido ahora un nuevo dinamismo, había numerosos preceden- tes de acciones emprendidas con un deseo similar, aunque con una continuidad variable y medios restringidos ya ensayados en las potencias coloniales. Para no considerar más que el caso de Francia, podría recordarse al gobernador Brévié, jefe de los territorios del África Occidental francesa y sus circulares de 1930 y 1932 relativas a lo que entonces se llamaba educación de masas. Jamás, sin embargo se había emprendido un esfuerzo concertado como el que en este año se ha hecho en el conjunto del África francesa, donde las experiencias de educación fundamental se han lanzado y proseguido, en 1952, en el Camerún y en el Togo, en el Senegal, en Guinea y en la Costa de Marfil, así como en Ubangui-Chari (África Ecuatorial francesa). Según se establece en el breviario de la Unesco, existe una relación muy

estrecha entre la educación fundamental y el nivel de vida, y la eficacia de los diversos métodos no puede juzgarse más que en contacto con las poblaciones que tales métodos ambicionan ver evolucionar. Sobre el terreno, en la Guinea francesa, en el Senegal, en la Costa de Oro y en el Togo, vamos a ver a los equipos en su trabajo.

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En la Guinea francesa hasta los viejos aprenden a leer

qCuántas mujeres tienes?» La pregunta no es indiscreta aquí, en el país de la poligamia, e integra, con la mayor naturalidad, el cuestionario por medio del cual se asegura el maestro visitante de que sus lecciones anteriores no han caído en el olvido. Para inculcar algunas nociones de francés a campesinos y aldeanos adultos de la Guinea francesa lo más conveniente quizá es atenerse en todo lo posible a las humildes realidades de su vida cotidiana. Disponiéndose de poco tiempo -una hora por semana- conviene también

que los ejercicios de lectura sirvan para enseñar nociones concretas y útiles. Por eso el viejo maestro barbudo transporta, bajo su bubú, carteles ilustrados que comenta sucesivamente en fula, el dialecto local, y luego en francés. Siguiendo las imágenes con su varita, el maestro enseña a estos pastores de Futa Yalón lo que para ellos era ya casi una certidumbre : que es malsano vivir con el ganado en la misma habitación, en su caso una amplia choza cónica cuyo techo de paja baja gradualmente hasta el suelo, en forma que recuerda los volantes de una falda. En esta choza los ricos amasan su fortuna en forma de pilas de jofainas, de objetos esmaltados y de bidones de gasolina vacíos. Quizh, gracias a las bre- ves visitas del Sr. Diop Boubakar, la aldea pueda tener dentro de algún tiempo refugios especiales para los animales, y dentro de algunos años arboledas nue- vas. No en vano decía la lección de esta mañana, convenientemente ilustrada con una serie de dibujos: «Si plantas árboles, dentro de veinte años podrás vivir gracias a ellos, y cuando seas viejo podrás descansar a su sombra.» Éste es el milagro que puede realizar la educación fundamental, además de

facilitar la práctica del francés a todo un sector de la comunidad. Y el milagro se cumple por 2.000 francos c. F. A. por mes (1 franco c. F. A. vale 2 francos franceses) ya que es eso lo que le cuesta por aldea al presupuesto de la Guinea el funcionamiento de esos cursos: como maestro jubilado, el educador que re- corre esas aldeas no percibe más que una indemnización, y su recorrido por los bosques llenos de maleza no le representan casi ningún gasto de transporte, ya que se desplaza sea en bicicleta -en un país tan pobre como el suyo la que él tiene es casi un prototipo- o va de polizón en algún camión indígeno, los días de mercado. Con tan escasos créditos y tan pocos medios materiales, no podía pretenderse

actuar sino en esta forma rudimentaria. Precisamente eso es lo que da mayor mérito a la empresa -empresa de largo aliento y no simple experiencia- CO- menzada en noviembre de 1949 en beneficio de todo un «círculo», el del Labé. En este círculo, que es uno de los más remotos del país, y tan grande como va- rios departamentos juntos, no viven, pese a lo agradable del clima, sino un cen- 70

tenar de europeos, hasta tal punto es allí mínima la actividad comercial. Acumu- ladores, más que criadores, de ganado vacuno, los nativos no tienen nada que cambiar y, en consecuencia, el dinero casi no circula. Para hacer del sitio un reducto de la educación fundamental, bastaba que en la capital el director de escuela tuviera a bien agregar a sus funciones pedagógicas esta misión suple- mentaria. Tal fué el caso de Marcel Vidaline desde el momento en que su su- perior directo, el inspector regional de Enseñanza Primaria, le comunicó el entusiasmo necesario. Los que sepan que a este último, Sr. Chambon, se le conoce en toda la Guinea por el sobrenombre típicamente colonial de «Cham- bon-cine» podrán adivinar el campo de acción que asigna al educador en África este funcionario cuya vida se pasa en los caminos, si no completamente, por lo menos a razón de veinte días por mes. El empleo del cine como medio de llegar a las masas se ha generalizado lo

suficientemente en África como para que ya no pueda constituir una novedad. Por todas partes conoce el mismo éxito entre las multitudes; en el Togo se ha visto a las mujeres tirarse al suelo al paso del camión que transportaba el apa- rato de proyección con objeto de impedirle que partiera. Pero para hacerse una idea de la alegría que se apodera de los espectadores de esas sesiones cinemato- gráficas al aire libre, es necesario haber asistido a alguna de ellas. La primera vez que fuimos se proyectaban cinco películas: una sobre la cría

de animales en Francia, otra sobre los tuareg, otra sobre las presas del Níger, otra sobre deportes y, por último, una cómica corta de Chaplin. El europeo capaz de comprender por qué un público africano estalla repentinamente en una carcajada unánime, vocifera y rebosa de júbilo en tal pasaje más que en tal otro, podrá jactarse de conocer el mecanismo mental del indígena, su vida cotidiana y su folklore. ¡Cuánto movimiento imprevisible que un minuto después podría ser perfectamente explicable! i Qué aplausos frenéticos en el momento en que los corderos iniciaban uno de sus movimientos de nómadas en masa, y qué hilaridad general en las escenas de la esquila! ¡Qué comentarios extasiados ante la vaca normanda cuya ubre proyectaba olas de leche espu- mosa! Viviendo en una tierra donde el agua escasea terriblemente, los especta- dores se sentían igualmente deslumbrados por los nadadores a los que veían ejecutar proezas en una piscina. La sucesión precipitada de reacciones causó entre aquellas gentes una especie de alegre tumulto. Las mujeres no eran las menos ardorosas en su entusiasmo, y tan expresivas en su parloteo, por lo de- más, que no se necesitaba en absoluto de intérprete para convencerse de que el eterno femenino es tan eterno como universal. . . Sesiones cinematogrjficas como ésta seguirán siendo más recreativas que ver-

daderamente educativas mientras no se disponga de películas especialmente adaptadas a la mentalidad de este público. Las imágenes de nuestra vida occi- dental, demasiado rápidas para el africano, no se ajustan al ritmo extraordina- riamente plácido de su vida. En cualquier caso, es indispensable hacer comen- tar esas películas en el dialecto local, so pena de no dejar en el ánimo de los espectadores más que recuerdos confusos. Pero ni siquiera esto basta en todos los casos, como lo pude ver en M’Boumha, localidad del Senegal, al proyec- tarse allí por segunda o tercera vez una película sobre arquitectura y construc- ción. Habiendo sustituído a las pirámides en la pantalla la imagen de una ca- tedral gótica, pregunté sus impresiones a mi vecino de asiento, espectador que m e decían era uno de los más asiduos. Desde luego, él admiraba mucho la 71

película, pero a pesar de las explicaciones prodigadas en lengua toucouleur por un excelente comentarista, el hombre pensó que Notre-Dame de París es- taba situada en Egipto.. . Lo que constituye un rasgo original dentro de este tipo de educación que se

imparte en Guinea es que los aparatos de proyección, en vez de estar concen- trados en la capital y transportarse de allí en camión, están implantados en todo el país. Para los 20 «círculos» de la Guinea se cuenta desde ya con una treintena (de 16 mm., como es natural). No siempre estos aparatos son propiedad de la administración, lo cual es mejor todavía. Los exalumnos de las escuelas prima- rias, reunidos en grupo, han adquirido algunos con sus propios recursos; éste es, precisamente, el caso de Labé. Además, siempre se puede multiplicar una experiencia realizada en una localidad gracias a la sugestión que ejerce el verla reflejada en la pantalla. Así, por ejemplo, habiendo tomado el Sr. Chambon una película en colores sobre el curso de economía doméstica ofrecido en Ma- mou, las poblaciones de los centros situados lejos de allí pudieron ver que mu- jeres de su misma raza cosían a máquina, ejemplo más convincente que los me- jores discursos. Treinta y cinco de esas asociaciones de amigos han llegado a tener, en la

circunscripción del Sr. Chambon, desde cuarenta hasta doscientos adherentes. Si se buscaba elementos auxiliares, ahí están, agrupados en una forma por la cual se asocia directamente la comunidad a la acción educativa. En virtud del mismo principio, en cierta región de la Costa de Oro cada aldea tiene su propio comité de lucha contra el analfabetismo, que se encarga del local donde deben ofrecerse los cursos nocturnos, empleando sus propios recursos en la compra de los muebles y útiles necesarios, especialmente de las lámparas. Todas esas gentes reunidas en las poblaciones que recorrimos en compañía

del Sr. Diop se habían congregado allí espontáneamente, sin verse influencia- das en esa actitud, como tan a menudo ocurre en Africa, por el cuidado de complacer al «comandante», como llaman al administrador blanco. H e ahí lo más notable del caso. La educación popular no es cuestión de autoridad: o se arraiga de por sí o fracasa. Nada puede resultar más instructivo a este respecto que escuchar al viejo maestro, cuya barbita apunta interrogativamente a varias docenas de hombres, mujeres y niños sentados a la generosa sombra de un árbol de mango, mientras discute con ellos el tema de la próxima lección. Del diálogo surge poco a poco un texto, hecho de las respuestas de unos y otros, que se va inscribiendo frase por frase en el pizarrón para volver el domingo siguiente a manos de los alumnos en forma de hoja impresa. ¡Con qué cuidado fervoroso se conserva en las chozas esa serie de pedazos

mágicos de papel! En un sitio donde, por dificultades de transporte, hubo que suspender los cursos por espacio de ocho meses, veinte manos callosas nos ex- tendían con orgullo esas hojas ya amarilleantes. Aun después de tan larga inte- rrupción, vario aldeanos sabían descifrarlas todavía; también lo hacían algunos que nunca habían asistido a las clases de antes, pero que en el curso de todos esos meses habían seguido las lecciones que les daba un compañero. Ya se ve qué obra de vulgarización puede llevar a cabo el Sr. Vidaline con su «limógrafo», que es la más-sencilla de las imprentas portátiles. Se m e presentaba una excelente ocasión de preguntar a los mismos intere-

' sados por qué quieren aprender francés. Porque sin duda quieren hacerlo mu- 72 ~ ' chos de ellos, los jóvenes y los viejos, como lo atestigua el ejercicio del alumno

en el que se leía, junto al nombre, la edad: 63 años. . . En el Togo, por lo demás, los cursos en dialecto local no atrageron absolutamente a nadie, y sólo cayeron los discípulos en gran número cuando se decidió ofrecer esos cursos en francés. ¡Qué reveladoras son las confidencias de verdaderos campesinos que pudimos

escuchar en lo más espeso de la selva! Lo que quieren decir, sin duda, es que sabiendo francés podrán practicar las reglas de higiene y agricultura que se siguen en Francia. Pero si es así, ipor qué empiezan entonces por declarar su ambición de «poder hablar con el comandante»? Basta un poco de reflexión para comprenderlo : si ellos mismos saben exponer sus problemas al adminis- trador, se habrá acabado la tiranía soberana y las exigencias a veces venales de un personaje que detestan: el intérprete indígena (a menudo de raza distinta a la de ellos) al que deben recurrir actualmente para cualquier gestión que se les ocurra hacer. Pero quien se declara impaciente por conocer las leyes a fin de estar bien seguro de respetarlas -¡extraña preocupación!- iqué quiere decir en realidad? Y bien, sencillamente, que el indígena no consiente ya en caer en falta por pura ignorancia de los reglamentos. Para estas pobres gentes, he ahí el primer uso práctico del francés. No cabe duda de que en este idioma ellos ven, aunque sea confusamente, un instrumento de liberación: liberación de los misterios administrativos y liberación, también, del medio natural. iCabe suponer que los viejos puedan seguir con esa aplicación extasiada y

tensa las lecciones semanales del Sr. Diop, de no animarlos el miedo de sentirse un día en condiciones de inferioridad con respecto a los jóvenes que sepan leer? Al reaccionar así dan razón a uno de los principios a los que apelan todas las campañas contra el analfabetismo: el de evitar, en el seno de la comunidad, toda ruptura entre una y otra generación. D e este modo, al inaugurarse alguna escuela en una aldea, lejos de ponerse fin con ello al esfuerzo en favor de la educación de adultos, ésta se hace más indispensable todavía. No se puede tampoco dejar de lado a las mujeres, y por ello el «círculo» de

Labé mantiene seis secciones femeninas de educación fundamental, en las que puede verse cómo, bajo la afectuosa guía de una europea, maestra o esposa de alguno de los maestros, las mujeres fula se aplican a tejer o a bordar, apren- den a manejar las tijeras --gesto que no es tan innato como podría pensarse-, se dedican -a falta de mesa- a escribir en la suela de sus sandalias y, más raramente, ya que ésta es una labor que repugna a todas las mujeres africanas, a remendar. También aprenden a contar, y esto con fines esencialmente prác- ticos, por que de lo que se trata es de que puedan dosificar los biberones que dan a sus hijos. A la educación fundamental, que en su solicitud es decididamente ecuménica,

deben varias aldeas el embrión de correo que se llama oficina postal. En todos aquellos sitios donde lo reclamaba la población y en que el maestro, único «letrado» de la comunidad, aceptaba encargarse de él, el Servicio de Correos, Telégrafos y Teléfonos, puesto sobre aviso por el servicio de enseñanza, ha abierto una de esas oficinas. Con esto han quedado satisfechos al mismo tiempo tanto la administración como los que utilizan el servicio. Por modestos que parezcan esos métodos y sus resultados, es así como hay

que proceder en un continente pobre. Pese a la contribución de la metrópoli y de la federación, el presupuesto de Guinea no podrá, antes de muchos años,,, costear la escolarización integral de las nuevas generaciones. Al ritmo actual, 73

tendría que pasar un siglo antes de que esto ocurriera. Los magníficos estable- cimientos de enseñanza secundaria y técnica inaugurados estos Últimos meses en Conakry no deben llamar a engaño a nadie, como tampoco ocultan a los responsables la magnitud de la tarea que hay que llevar a cabo en el interior. Cabe esperar, sin embargo, que la exportación de bauxita y de hierro, pre-

parada para fines de 1952 en yacimientos impresionantes, contribuirá directa- mente al progreso social del territorio, al engrosar sus recursos fiscales y adua- neros. Por último, el día en que las obras de electrificación del Konkouré, que se calcula tienen una potencia de 1 millón de kilovatios, permita tratar la bauxita en el sitio mismo de donde se la extrae, y, siguiendo ciertos cálculos impresionantes, instalar eventualmente en esa región de Africa tropical una industria de aluminio equivalente a la de toda la Europa occidental (300.000 toneladas por año), ese día el más insignificante caserío fula tendrá derecho a esperar su propia escuela, su dispensario y hasta su propio depósito de agua traída de fuera. Mientras se espera todo esto, cuya realización es todavía hipo- tética y cuyo costo total no ha de ser inferior a 60.000 millones de francos, una obra de educación fundamental como la de Labé sigue prestando, por un gasto ínfimo, servicios inapreciables a las poblaciones rurales, ayudándolas sobre todo, como lo aconseja la Unesco, a «ayudarse a sí mismas». Por otra parte, el gobierno general y las asambleas locales están decididos a

prestar el máximo posible de ayuda material para que se pongan en acción, en los ocho territorios del hfrica Occidental francesa, todas las técnicas necesarias para elevar el nivel de vida de las masas.

74

Las noches blancas de M’Boumba

¡Sin agua, sin provisiones, y nuestros dos pneumáticos de recambio inservibles! Y en medio de aquel calor tórrido que agrietaba ya nuestros labios después de la primera jornada de viaje, podíamos consumirnos indefinidamente en medio de la ruta sin asombrarnos de que nadie viniese en nuestra ayuda. ¡No se nos esperaba más que dos días después! Y además la traidora condición habitual de las transmisiones en África, responsables de mil contratiempos y confusiones, con sus telegramas que una vez de cada dos sirven para probar, cuando ya es tarde, que se había tomado la precaución de prevenir. . . No había pues que esperar ningún socorro ocasional en aquella pista tan poco frecuentada que en algunos pasos arenosos habíamos perdido su traza. Henos aquí, sin embargo, llegados a nuestro destino, salvos, rehidratados y

restaurados. Pero es una jornada perdida: llegar así a M’Boumba después de la caída de la noche quiere decir que no veremos nada, antes de mañana, de las actividades de nuestros huéspedes. ;Qué es esa especie de tos mecánica que se inicia y se transforma después en un ronroneo? ;Qué significa esa bombilla que se enciende en el ángulo del muro y que es la única que agujerea las tinieblas de la selva en un radio de acción de 100 kilómetros? LQué es ese rumor tapado que procede de la aldea y que converge hacia nosotros? Todo ello no es otra cosa, sino que en realidad a esta hora es cuando comienzan las cosas. ZSerá posible que en el África negra una noche en claro tenga otro móvil que el tam- tam y sus ritmos extáticos? Sin duda alguna vamos a asistir a una diversión colectiva. Sin embargo, no

era nada de eso lo que, en su origen, habían previsto sus propios organizadores. Se les había enviado a un rincón perdido del Senegal para trabajar como edu- cadores y habían esperado consagrar normalmente las jornadas a su trabajo, no las noches. iY he aquí que dos meses en esta experiencia les habían transfor- mado no sólo en bateleros sino, además, en trabajadores nocturnos! Por lo de- más, habían aceptado semejante avatar con un total entusiasmo. Cuando se acepta exilarse a 600 kilómetros de la capital y del hogar familiar para acomo- darse en una choza y en un catre de campaña en una aldea multicolor, se sabe también romper con los horarios de la oficina. Sobre todo si el éxito de la misión cuesta ese precio. Ahora bien, el Sr. Terrisse no había necesitado mucho tiempo para descubrir

lo mediocre que era el rendimiento en el trabajo diurno. Físicamente, el calor y la ausencia de sombra desanimaban a los educadores, tanto como a sus even- tuales oyentes. Nosotros mismos observamos que en cuanto nuestros vasos se vaciaban nos abrasaban las manos con su fondo. Por otra parte los oyentes se 75

reducían a viejos, mujeres y niños, porque todos los hombres válidos se encon- traban entonces ocupados en los campos o en la guarda de los rebaños. Además en una sociedad musulmana tan jerarquizada como aquélla, dividida por un riguroso sistema de castas, la noche se revelaba más favorable para la amalgama de los nobles, los artesanos y los servidores en una sola asamblea. Los miembros de las castas superiores vacilaban menos en mezclarse con los otros; las mujeres de los jefes y de los ha& podían asistir a las sesiones sin ser vistas y sin quebran- tar la costumbre de no salir más que por la noche; por último la obscuridad quitaba los pudores protegiendo el coraje de los tímidos, de aquellos que, de día, no se hubieran atrevido a responder al ser llamados por su nombre o a someterse públicamente a un interrogatorio. Al mismo tiempo iban a darse cuenta de que una enseñanza difundida mediante la simultaneidad de la pantalla y del altavoz lograba la máxima atención ya que ojos y oídos se encontraban forzosamente acaparados por el tema expuesto y solo por él. Semejantes imponderables no podían descubrirse más que en la práctica, y

éste era, precisamente, el género de indicaciones que la misión tenía que sus- citar y registrar en su tarea. Antes de lanzar en gran escala, en los ocho terri- torios del Africa Occidental francesa, campañas de educación fundamental, con- venía, evidentemente, poner a punto una técnica y probar los métodos sobre el terreno. Por eso se había bautizado como «experiencia federal» la que se había encargado al Sr. Terrisse, jefe del Servicio Pedagógico de la Academia deDakar. Como la educación fundamental se dirige, por definición, a las poblaciones

rurales más atrasadas, aquella aldea, absolutamente virgen de todo contacto con el exterior, ofrecía las condiciones ideales de experimentación. M’Boumba, que las lluvias aislan totalmente de julio a enero y que se encuentra en una pista que no conduce a ninguna parte, no ha debido ver pasar muchos europeos desde la época en que su almamy (jefe supremo que era el soberano de Futa Toro) trataba con el general Faidherbe, y no se encontraba sin embargo demasiado alejada. Sobre el mapa escolar y médico del Senegal figuraba además en una zona «blanca», a 100 kilómetros del dispensario más próximo y fuera del al- cance de cualquier escuela. A decir verdad, tenía ella misma su poco de culpa en ese aparente abandono, porque en dos ocasiones, en 1897 y en 1924, la es- cuela que se les había instalado fué boicoteada por la población. No tenía un solo escribano, ni un comerciante, ni siquiera un bazar. Los 1.800 habitantes de M’Boumba viven prácticamente en autarquía, cultivando su mijo, criando su ganado, tejendo su propio algodón los hábiles artesanos y torneando su ce- rámica las manos de las mujeres. Puede uno sin embargo preguntarse de dónde vienen los manojos de llaves planas que las mujeres lucen sobre el pecho a ma- nera de penúent$ En la duda los colaboradores del Sr. Terrisse preferían no abandonar un instante la llave del contacto del tablero de a bordo de sus vehículos, porque habían sido necesarios unjeep y un camión para llevar hasta el lugar de trabajo a los miembros de la misión y su impedimenta. Además del material escolar, cinematográfico, sanitario y agrícola, del que

tenían necesidad para sus actividades propiamente dichas, era preciso proveer durante dos meses a la subsistencia íntegra de sus cinco miembros: catres de campaña, sillas, mesa, hornillo, vajilla, recipientes, filtros, provisiones y el in- dispensable refrigerador, puesto que nada de todo eso podía suministrarse en la aldea. Afortunadamente la choza más grande de la aldea se encontraba dispo- nible. Por otra parte, los tres funcionarios africanos que acompañaban al 76

Sr. Terrisse sabían, y no por azar, el dialecto toucouleur, lo mismo el maestro D a Ibrahim nacido en la región que el monitor de agricultura o el médico africano Amadou Gueye, a quien su prestigio de ha& facilitaba mucho la tarea. Yo m e preguntaba con perplejidad a que podían dedicarse cada uno de ellos

dentro de su especialidad, en una sesión nocturna como la que íbamos a pre- senciar. ES que alguna vez se ha podido cuidar a las gentes en la obscuridad y enseñado la lectura en una pantalla de cine? Pero es que además de no haber visto funcionar nunca durante el día el dispensario del doctor, materialmente asaltado por una multitud cada vez más densa después de haber refunfuñado al principio, yo ignoraba todavía las maravillosas posibilidades del epidiáscopo y la virtud de las imágenes fijas. En todo caso, la puesta en marcha del grupo electrógeno había producido el

efecto de una llamada del tam-tam. Se había olvidado e lpánico que su zumbido ocasionó el primer día. En un instante el espacio se había, en efecto, llenado de cabezas, tan apretadamente que bajo esta maleza espesa, el blanco de los bubús (la blusa larga de los países árabes) se había escamoteado. Solo algo más tarde vendrá la luna a barnizar desde lejos el plumero de algunas palmas aisladas. Y hubiera tenido tiempo de describir toda su órbita antes de que el público se cansase. A media noche habrá que despertar a algunos pocos que se han dor- mido, pero ningún espectador abandonará el lugar antes de la señal de disper- sión. La cosa era fascinante. Nada había en verdad más animado que el programa de aquella sesión. Uti-

lizando todos los aparatos sobre los cuales reina como un verdadero hombre- orquesta, el técnico del equipo, el Sr. Maillet, permite a la pantalla dialogar materialmente con el auditorio. ;Se trata de la lección de francés hablado y de lectura? Pues aparecen nombres conocidos, nombres regionales y el primero que es capaz de repetirlas recibe calurosas felicitaciones o incluso un pequeño regalo. Se intercala un sobre dirigido a alguien de la aldea. ¡Qué alegría, cuando el interesado se reconoce y viene a recoger la carta! Las páginas del silabario se descifran colectivamente seguidas por los mejores ejercicios de escritura reuni- dos por los propios alumnos. Croquis de objetos, dibujos tomados de los manua- les escolares ilustran las palabras nuevas, que pronunciadas al micrófono por el instructor deben ser repetidas por todos. Cuando se trata de hacer comprender la acción de los microbios y la malig-

nidad de los rnoscos, el mismo epidiáscopo proyecta preparaciones microscópi- cas en tanto que el doctor comenta en dialecto toucouleur, repitiendo las expli- caciones todas las veces que lo cree necesario hasta la comprensión del audito- rio. Con este aparato -desgraciadamente caro y voluminoso- no hay casi nada que no pueda mostrarse: imágenes opacas, objetos lisos, dibujos, placas fotográficas, films fijos, etc. Cualquier revista ilustrada, aunque sea técnica, puede suministrar a la pantalla un número suficiente de vistas atractivas por sí mismas. Por ejemplo, esta noche son fotografías en color de los campos de al- godón y de los mercados, muestras de tejidos, etc., las que sirven para dar ma- terial a una charla educativa. Ventaja inestimable, frente a un público al que decepciona la fluidez de las escenas filmadas. Cada imagen puede así ser inmo- vilizada todo el tiempo que es necesario. A este propósito un buen film fijo comentado en la lengua del país dará mejores resultados práctjcos que el cine. En M’Boumba, por lo menos, se observó el total fracaso del dibujo animado, lo mismo educativo que recreativo; el público toucouleur, con sus ojos‘. 77

nuevos y su inteligencia esencialmente concreta se quedaba insensible, según la expresión del propio Sr.Terrisse, a «esta superabstracción del mundo mo- derno». En compensación los documentales más didácticos despertaron siempre la

atención, y parece que se les podría hacer pasar indefinidamente sin que en ningún momento decayese el interés. Eso sucedió con los films sobre la alimen- tación del ganado, el arte de la alfarería, la vida de los estanques. La mayor parte de los espectadores de aquella noche ya los conocían, y por su excitación yo hubiera creído que se trataba de un estreno.. . H e aquí un factor del que conviene tener conciencia: lejos de cansar, las cosas repetidas gustan cada vez más. Desde el momento en que hay alguien para explicar en el dialecto local lo que sucede en la pantalla, la movilidad de la película puede compensarse parcialmente por comentarios coordinados en todo instante con las reacciones del auditorio. Pero al final de la sesión los funcionarios corren el riesgo de haber agotado toda su saliva, porque cada uno de los especialistas habrá tenido, en efecto, que tratar varios temas de su rúbrica especial. Por lo demás, lo hacen con una elocuencia muy africana sin vacilar ni respirar jamás y al mismo ritmo que las escenas de la película. A cualquiera de ellos le envidiaría un orador político por su chorro fogoso y su acento convincente. Y uno se pregunta si no es porque en Africa, la palabra, en el mejor sentido del término, se ha elevado en todo tiempo a la altura de una institución. Los únicos momentos en que ninguno de ellos tenía que atender al micró-

fono era cuando se difundía música, que era extraordinariamente apreciada. El poder de restitución del disco debió de parecerles al principio algo de bruje- ría a las gentes de M’Boumba, cuando oyeron y reconocieron la voz de un célebre cantante toucouleur de una aldea vecina, muerto hacía algunos años. En aquel momento se vieron algunos rostros por los que corrían las lágrimas. La sesión había terminado, pero algunos grupos obstinados la prolongaban

esperando que volviese a comenzar, hasta que el grupo electrógeno hubo dejado de lanzar su último aliento. ;Quedará algo de todo esto en las mentes y en la vida de la comunidad? El propio jefe de la misión es el primero en reconocer que los medios audiovisuales no son suficientes para la enseñanza de la lectura: no puede pretenderse otra cosa que la enseñanza del alfabeto, de algunas pala- bras corrientes y que cada uno aprenda su nombre y el de la aldea. Ya el hecho de saber leer su nombre y poder reproducirlo modifica su personalidad y aun la actitud intelectual de un individuo: «Lo importante, ve usted», me dice el Sr.Terrisse, «es que descubriendo el interés de la lectura, para conducirse en la vida práctica, el adulto lucha, de ahora en adelante, por la instrucción de sus hijos.» A este respecto la acción de la misión ha sido decisiva. No sólo algunos niños

reunidos a razón de un par de horas por día habían aprendido a leer textos elementales al cabo de tres semanas de asiduidad, sino que la aldea, por su parte, decidía construir una escuela y pasaba inmediatamente a ejecutar su propósito. ¡Qué progreso en las mentes de aquellos aldeanos si se compara con su actitud ante las escuelas que se les ofrecieron en 1897 y en 1924! El gobierno del Senegal solo podía dar una respuesta, y es la que dió: construir un edificio en piedra y nombrar un maestro. En espera de que así sea, un antiguo funcio- nario retirado en M’Boumba llenará las funciones de monitor. El mismo pro-

78 * cew se ha verificado por lo que al dispensario se refiere. Los habitantes han

suscrito ellos mismos una suma de 180.000 francos y se han comprometido a suministrar la mano de obra, la arena y la grava. Iniciados por el doctor Gueye, un enfermero podrá dar los cuidados elementales y una mujer ayudará a las parturientas. Pero no son sólo éstas las transformaciones con las que se ha enriquecido la

aldea cobaya. Dentro de algunos años se percibirá mejor, cuando hayan crecido los árboles que se han plantado en el curso de los dos meses de la misión: unos como simple ornato, otros para producir frutos, y los filaos para suministrar madera de carpintería. A condición, claro está, de que no se olviden las leccio- nes dadas por el monitor y que se continúen regando los plantones, El africano, en general, cualquiera que sea su raza, tiene todavía que aprender que los ár- boles hay que cuidarlos. Se comprobaron también en las chozas notables me- joras de confort y de higiene doméstica. Las basuras, por ejemplo, han comen- zado a quemarlas. Nada de esto, evidentemente, se ha hecho de noche. Las demostraciones concretas -cultivos, atalaje, cuidados de limpieza, etc.- te- nían lugar durante el día. Por el contrario fueron las proyecciones sobre las artes africanas y la película sobre la alfarería lo que despertó entre algunos de los habitantes el sentido artístico. En esta aldea en la que se hubiera buscado en vano la menor traza de sentido de la decoración, alfareros, ebanistas y he- rreros se descubrieron súbitamente una vocación de artesanos y se pusieron a fabricar objetos labrados (no olvidaré una cuchara surrealista ofrecida al Sr. Terrisse) . Los chiquillos trajeron dibujos de animales extraordinariamente estilizados, geométricos, reducidos a las líneas de fuerza esenciales y que recor- daban de un modo sorprendente algunas pinturas de Bushmen. Si sólo hubiera dependido de los miembros de, la misión, la condición de las

mujeres se hubiera dulcificado de la verdadera esclavitud que constituye para cada una de ellas, del alba al ocaso, el manejo del pilón bajo el cual la espiga del mijo se transforma en el co16scous de la comida familiar. Sugerida por los miembros de la misión, la idea de adquirir un triturador de mijo para la aldea fué al principio acogida con entusiasmo, pero el carácter feudal de la sociedad toucouleur se oponía a que el mismo aparato sirviera a los nobles y a las castas inferiores, y antes que consentir esto se prefirió renunciar al proyecto y a sus ventajas. M’Boumba continuará en consecuencia, para satisfacción de los aman- tes del «color locaI», con el bordoneo ininterrumpido, durante la jornada, del ritmo de los pilones, y sus mujeres no olvidarán el gesto soberanamente gracioso que cumplen para hacerles bailar de dos en dos dentro de un solo mortero. Es probable que se constituyan equipos como el dirigido por el Sr. Terrisse,

para extender la acción a toda el Africa Occidental francesa. Estas demostra- ciones, estas charlas bajo las estrellas y estos ciento veinte films vistos a lo largo de sesenta noches en claro, en una aldea desheredada del Senegal, aprovecha- rán entonces a otras aglomeraciones como aprovecharon a M’Boumba. H a nacido una técnica que puede influir directa o indirectamente en la evolución de 16 millones de seres humanos.

79

Los comités de lucha contra el analfabetismo en la Costa de Oro

¡Diques, puentes, carreteras, zanjas, incluso arrozales! H e ahí la extraordinaria variedad de trabajos llevados a cabo bajo la dirección de un ministerio de. . . educación. Pero todo esto, por extraño que parezca, no lo es tanto como el hecho de que la mano de obra utilizada en esas empresas sea una mano de obra «benévola», quiere decirse de obreros contratados libremente, que no han sido obligados por la autoridad a poner ladrillos o nivelar terrenos. El caso, para quienes sepan algo del Africa negra, es harto singular. M e acuerdo de las quejas que hace unos años escuché por parte de un director de sanidad, que no con- seguía la mano de obra -remunerada, por supuesto- que necesitaba para la construcción de dispensarios. iCuál es el secreto de semejante éxito? No hay ningún secreto: simplemente,

se ha conseguido que los propios indígenas comprendan el beneficio que obten- drán de su trabajo, beneficio no sólo personal por el salario que así obtengan, sino social, que habrá de elevar el nivel de vida de la comunidad en que viven. Claro está que había una razón para que desconfiaran de esos supuestos bene- ficios. Con frecuencia su vigor físico fué utilizado para labores egoístas o cuya finalidad no era lo suficientemente explícita. Tendió, así, a eludir un trabajo superfluo cuando no oneroso. Y hasta procedió de esa manera cuando le repor- taba los medios esenciales para su subsistencia. Para convencer a los africanos de que trabajen por ellos mismos basta, sin embargo, proceder como he visto en la Costa de Oro, aplicando los métodos de la educación fundamental. Re- cordemos que uno de los principios de ésta es justamente ((ayudar a las gentes para que se ayuden a sí mismas». Pero, ;cómo hacerlo sin que se dé la sensación de coaccionarlas, y sin que

pueda tachársenos de «designios imperialistas»? Ésa es la primera dificultad que ha de superarse al actuar en una región colonial. Conviene, por lo tanto, que la iniciativa no proceda -o no lo parezca- de los funcionarios coloniales. Bastarán unas semanas o unos meses para que los campesinos y aldeanos ne- gros, que se benefician directamente de las obras realizadas, se percaten de sus ventajas y cooperen espontáneamente. Sin embargo, no disiparemos con ello la desconfianza de ciertos nacionalistas irresponsables. 1No tuve, en Nigeria, que acusar recibo solemnemente de una protesta en la que se presentaba a la edu- cación fundamental como un nuevo ardid de los europeos, una añagaza de éstos para aparecer como bienhechores de los pueblos africanos una vez que les hubiera sido otorgada su independencia política? Extraña objeción para quien como yo venía de Liberia, donde los dirigentes del único Estado independiente

80 ' del Africa negra son los primeros que reclaman la colaboración de los extran-

,

.

jeros; y de la Costa de Oro, donde la educación fundamental está dirigida por un ministro africano y se ejerce a través de doscientos maestros autóctonos y de solamente seis europeos; lo cual constituye una gran ventaja para sus promo- tores, pues les permite emplearla como uno de los instrumentos más eficaces para el progreso de su país en el camino de la emancipación política. En efecto, el Parlamento de Accra y el gobierno de M.Nkrumah, ambos con mayoría africana y nacionalista, no regatean su estímulo ni los créditos necesarios a los servicios responsables, sobre todo al Departamento de Bienestar Social, depen- diente del Ministerio de Educación. Si para el año actual se ha previsto un presupuesto de 120.000 libras ester-

linas dedicado a la educación popular, al que deben agregarse otras 100.000 libras como subvención a las colectividades, todo ello ha sido posible gracias a la evolución política de la Costa de Oro y a la riqueza de esta colonia, primer productor mundial de cacao. Pocos países del &rica Occidental podrían finan- ciar un esfuerzo parecido. D e esta manera, en contraste con lo que suele verse en otras partes, se lleva aquí a cabo una campaña en escala nacional y no ex- periencias de carácter limitado. Con la tercera parte de la superficie y la cuarta de la población global de la

Costa de Oro, pero con menos de diez médicos por cada millón de personas y una proporción semejante de escuelas, los territorios del Norte tienen necesi- dades muy distintas a la de la rica provincia de Achanti, en el Sur. Sus aldeas carecen de a.gua, de víveres, de caminos, de asistencia médica, etc. Abandona- dos a sus propios medios, con ridículos ingresos y ahorros, ;cómo podrian pro- curarse los recursos para mejorar su situación? Pues, bien, hélos aquí en forma de picos y palas, en Janga; de entibos de

hormigón y de hierro en Wungu; de unaexcavadora en Tampiong, por no citar sino unos cuantos pueblos perdidos en la sabana, entre Tamalé, capital del Norte y la frontera francesa del Alto Volta (Africa Occidental francesa). Con esos instrumentos está construyéndose una carretera para que los comerciantes puedan venir a comprar el producto de la pesca de esas regiones, cosa que hasta ahora resultaba imposible. Por otra parte, los antiguos pozos semiarruinados que aparecían aquí y allá, cubiertos por una tapa de madera, han sido recu- biertos de cemento en su interior y protegidos al exterior por un brocal de cal y canto. Ahora todo el mundo tiene la seguridad de que dispondrá de agua durante la sequía cerca del lugar de su residencia; que no será menester ir a buscarla a muchos kilómetros, como venía sucediendo; el dique que se está terminando contiene ya tal cantidad de agua que permite abrigar esa certidum- bre. Y merced a esas reservas hidráulicas podrán irrigarse las nuevas parcelas roturadas en su proximidad, especie de casilleros para el cultivo -inédito en estas regiones- del arroz. Esto satisfará sin duda a los muchos ingenieros agró- nomos que vienen propugnando la conversión en arrozales de extensos terri- torios africanos. Desgraciadamente, los habitantes de Tampiong no modifica- rán por ello su alimentación a base de ñame, raíz que cultivan sobre pequeños montículos de forma piramidal. La cosecha de arroz esperan poderla vender al exterior y con este dinero adquirir los productos que más necesitan (princi- palmente, tejidos). Las horas de trabajo empleadas en esas tareas suman centenares de miles.

2Cómo se hubiera podido negarlas para realizaciones de una rentabilidad tan manifiesta? Veamos las lagunas artificiales abiertas en los alrededores de Ta- 81

malé; los puentos rústicos construidos; los nuevos pozos y letrinas, etc. En varios casos -como, por ejemplo, el de la carretera de Janga a Nassia-, fueron los aldeanos mismos quienes tomaron la iniciativa de los proyectos y solicitaron la ayuda técnica precisa para realizarlos. En un radio de ciento cincuenta kilómetros en torno a Tamalé, la contrata de las obras ha sido otorgada a W. L. Shirer, norteamericano que se hizo popular en la región como misionero protestante, funcionario británico y.. . cacique indígena. El hecho de que su alter ego sea un misionero católico, el hermano Aidan, no hace sino aumentar el interés del personaje, realmente singular. ;Qué título podía convenir mejor que el de ((Maligu Naa», o sea «jefe de la

preparación», a este hombre cuya actividad consiste en estimular el desarrollo material de las comunidades rurales e iniciarlas en las formas elementales del conocimiento? Distribuidor de consejos y útiles, recurriendo cuando es menester a otros ser-

vicios oficiales -hidráulicos, rurales, agrícolas, de trabajos públicos, de sani- dad- para conseguir el material y los técnicos imprescindibles, el Sr. Shirer tiene el don de la ubicuidad, estando presente en todos sitios y a toda hora. Va, así, instalando por doquier el personal que secunda sus labores. El Servicio de Desarrollo Comunal, institución de carácter permanente en la Costa de Oro, dispone, en efecto, de su propio personal, que recluta a ritmo progresivo. Se comienza con cursillistas -naturales de la región obligatoriamente-, que se convierten después en instructores para formar parte de equipos volantes. El norte de la Costa de Oro y la provincia de Achanti disponen de sendos «servi- cios rurales de entrenamiento», verdaderos seminarios para misioneros de un nuevo género. El Sr. Shirer dirige por sí mismo el de Tamalé, donde da acogida a los aldeanos voluntarios que acuden del interior para asistir a los cursillos. Esos huéspedes rurales toman tanto interés en la enseñanza impartida que, en su opinión, son demasiado pocas las horas dedicadas cotidianamente a los cur- sos, y suelen solicitar quedarse durante dos años en el centro, en lugar de dos semanas como se hace habitualmente. En cada campo de trabajo funciona durante dos meses, cuando menos, una

misión de educación fundamental compuesta de cuatro a once miembros. Ello bastaría para trasformar la vida de una aldea, mejorando su higiene y los mé- todos de cultivo. Pero la lucha contra el analfabetismo continúa siendo la fina- lidad principal de toda empresa de ese género, y las realizaciones técnicas, por espectaculares que sean, no deben ocultar al visitante dicha acción, coronada con la entrega de certificados de alfabetización. La presencia misma de una escuela en el lugar donde las misiones actuan no disminuye el valor de éstas, ya que sus clases de lectura se dirigen a los adultos. Pero, icómo suministrar el material de lectura necesario, puesto que las auto-

ridades de la Costa de Oro -como en el resto de las colonias británicas- desean que la enseñanza se haga en el dialecto local? ¡Al diablo con la avaricia! Se imprimirán manuales en los dialectos más extendidos, incluso en algunos que hasta ahora carecían de caracteres escritos. Esto nos explica la existencia en Tamalé de una imprenta, la única, probablemente, que encontraremos sobre este meridiano desde el Mediterráneo al golfo de Guinea. En sus pequeñas má- quinas planas, de gran rendimiento -varias de ellas del tipo utilizado por las fuerzas norteamericanas en campaña- se han tirado hasta la fecha muchos millares de folletos, que se venden ia la mitad del coste de producción! Tenemos, 82

así, cartillas, manuales de lectura, recopilaciones de sainetes, etc., que alcanzan a veces tiradas de 5.000 ejemplares. Mantenida con sumo cuidado, esta im- prenta funciona con personal autóctono bajo la dirección de una norteame- ricana, la Sra. Shirer. En el Achanti, el homólogo del Sr. Shirer es un neozelandés de aire ascético,

el Sr. Owen Barton. Al referirse a una u otra de sus actividades, la prensa local nos revela que los costauricenses le consideran como uno de los suyos, sin hacer distingo alguno por el hecho de tratarse de un blanco. Y así sucederá siempre en África cuando el desinterés y la eficacia no den lugar a dudas. Si juzgamos por los programas a los que se somete al visitante desde el instante mismo en que ha descendido del avión, y en las distancias que le hacen recorrer a través del país, los Sres. Shirer y Barton no deben concederse reposo. Sus problemas, sin embargo, no son exactamente iguales. Del Achanti extrae la Costa de Oro la mayor parte de su riqueza en cacao y maderas. La raza que lo habita es fuerta y activa; su capital, Kumasi, ofrece una magnífica animación, sobre todo su mercado, uno de los más extensos y gárrulos del mundo entero. Pocas regio- nes africanas gozan de mayor desahogo económico, patente hasta en las más pequeñas aldeas de la regiún por las proporciones y la arquitectura de las chozas, las existencias comerciales y la cantidad de automóviles de alquiler. Por lo tanto, se trata aquí menos de crear nuevos recursos económicos que de aportar la asesoría técnica para aprovechar al máximo los existentes. A través de todo el Achanti, sus aldeas poseen los medios para garantizar por

sí mismas el funcionamiento de los cursos de adultos. Basta para esto ayudarles a constituir un comité contra el analfabetismo, cuyas cotizaciones cubrirán los gastos materiales y la supervisión de la empresa. Cuando vemos al Sr. Barton asaltado cada vez que se detiene su coche por veinte manos reclamando una cartilla a cambio de tres peniques, ;cómo podemos dudar del ansia de instruirse que sienten los achantis? En determinados lugares, los cursos de enseñanza de adultos llegan a contar con doscientos alumnos. Si existe alguna región en hfrica donde resulte legítimo no dar nada si no es

contra la participación de los interesados, es en el Achanti. El gobierno concede anualmente fondos especiales como subvención a las colectividades ; pero éstas no pueden obtenerlas sino a condición de suministrar también una contribución en dinero o en horas de trabajo; excelente método para multiplicar el valor de la inversión. . . Tal pueblo que quería una oficina de correos ha facilitado la mitad de la suma necesaria; tal otro que desea ver nivelada su calle principal y que se construya un sistema de desagüe aporta la mano de obra para ello, y todas las mañanas una larga fila de mujeres hace la cadena a fin de trasportar hasta el lugar indicado la tierra de relleno. En otro sitio, un grupo de jóvenes ha tomado la iniciativa de acabar con los mosquitos: compraron un aparato, y un inspector del servicio de sanidad les enseña dos veces por semana cuáles son los métodos y prácticas más convenientes al respecto. Un pueblo decide desplazarse un kilómetro para estar al borde de la nueva carretera Accra-Ku- masi. El Sr. Barton aprovecha la ocasión para tratar de persuadir a algunos notables del mismo de que adopten un principio racional de distribución de viviendas y constituyan, así, un pueblo modelo. Todo esto ha surgido del centro ruraI de entrenamiento de Kwaso. Los se-

senta colaboradores africanos del Sr. Barton, dispersos por toda la región, han aprendido bien su nuevo oficio. Durante cinco días muchas mujeres asisten a 83

los cursos de puericultura y nutrición dictados por el centro, y la Unesco ha enviado de Liberia un cursillista. La inmensa actividad de la que he sido testigo durante mi jira a través de los bosques, así como al visitar los centros urbanos (reparación de calles, lecciones de corte y confección, formación de conjuntos musicales, etc.), muestran elocuentemente el alcance de la institución. ;Quién podría negar sus beneficios? El cacique de Kwaso los ha enumerado al reci- birme ante su trono, presidido por un retrato de los reyes de Inglaterra, un cartel para la intensificación del cultivo del cacao y el certificado de alfabeti- zación extendido a nombre de su hijo. La tarea de sustraer las poblaciones africanas a la ignorancia y a la miseria

podría parecer ímproba, y lo sería en efecto si las autoridades, ya representen a una potencia europea o emanen de su propio país, quisieran actuar con sus solos medios. Lo sería también, sobre todo en los territorios coloniales, si los autóctonos no perdieran la costumbre de aguardarlo todo del blanco. Debemos esperar, por lo tanto, y desearlo fervientemente que la «campaña nacional» lanzada a través de toda la Costa de Oro -y cuyos frutos son particularmente prometedores en el Achanti- tenga repercusión directa en el resto del conti- nente negro, llevándole los mejores beneficios de la civilización y del progreso.

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ALGUNAS PUB LI C ACIO NES D E LA UNESCO

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1 E D U C A C I ~ N FUNDAMENTAL - Descripción y programa. Ilustraciones de la Sra. CAMILLE BEKG, Breve exposición teórica. 94 págs. $ .25 116 75 fr.

LAS COOPERATIVAS Y LA EDUCACIÓN FUNDAMEN- TAL - Por MALJRICE COLORIBAIN. El autor de esta obra, especialista del movimiento cooperativo, expone a lor rducadores cuarenta experiencias que han permitido elevar el nivel de vida de diversas colectividades. La mera práctica de la cooperación tiene ya un valor educativo, y las diversas formas de asociaciones cooperativas ofrecen amplias perspectivas a la educación fundarne-rital. 196 págs. 8 .60 3/6 160 fr.

LAS MISIONES CULTURALES MEXICANAS Y S U P R O G R A M A - Por LIBYD H. HUGHES. Resultado de un estudio efectuado sobre el terreno, esta publicación describe la organización de las misiones y sus diversas actividades. Después de haber seguido el desarrollo del programa en sus primeras etapas, precisa el autor su situación actual, estudiando los resultados obtenidos y analizando los pro- blemas que siguen planteándose. 82 págs., bibliografía, ilustraciones, mapas.

$ .45 2/6 125 fr.

EL PROYECTO PILOTO DE IIAIT~ (primera etapa: 1947-1949). A petición del gobierno de Haití, la Unesco ha llevado a la práctica una experiencia piloto de educación fundamental en favor de la población dei valle de Marbial, población que se calcula en 28.000 personas. El folleto relata la historia de esta experiencia, .que despertará en el mundo entero el interés de los educadores en regiones insuficientemente desarrolladas. 90 págs., 16 ilustraciones, 2 mapas, ariexoü.

Xj .35 2/- 100 fr.

LA SALUD EN LA ALDEA - Una experiencia de educación visual en China. Refleja este informe los resultados de un año de esfuerzos, iniciados en 1949 por la Unesco en colaboración con la Chinese National Association of the Mass Education Movemeilt (Asociación nacional china del movimiento de educación de las masas). Se trataba entonces de crear un material audiovisual que permitiera inculcar a la población rural, en parte analfabeta, nociones de higiene. 126 págs., ilustraciones, láminas en colores, apéndices, diagramas.

Xj .50 216 125 fr.

En venía en todas las librerías. Véase la Lista de agentes generales de venia, Pura niayores detalles, dirigirse a la Unesco, 19, au. Kléber, Paris 16.

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