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El gozo de la esperanza

Card. Nguyén Van Thuan

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ÚLTIMO RETIRO ESPIRITUAL DADO POR EL CARD. VAN THUAN

ÍNDICE

PRÓLOGO…………………………………………………………………..…………..5

INTRODUCCIÓN……………………………………………………………..………..7

1. EL GOZO DEL ENCUENTRO CON JESÚS……………………………………....11

1. El encuentro con Cristo en mi vida …………………………………………………11

2. ¿Quién es el Cristo que viene a mi encuentro?... ……………………………………13

3. Y nosotros hemos creído en su amor………………………………………………. 17

4. Un menú dulce: los defectos de Jesús ………………………………………………19

II. EL GOZO DEL DON DE LA EUCARISTÍA ………………………………….…..21

1. Mi experiencia personal ……………………………………………………………..21

2. La celebración eucarística nos santifica…………………………………………… 24

a. In persona Christi ……………………………………………………………………24

b. Fuente de la nueva evangelización………………………………………………… 25

c. La Eucaristía esfuerza de transformación …………………………………….……..26

III. EL GOZO DE SER PADRES Y PASTORES CON CRISTO…………..……….. .31

1. Características del amor ………………………………………………..…………..31

a. La intimidad…………………………………………………………...….………… 32

b. La entrega …………………………………………………………………………...32

c. La evangelización………………………………………………………………….. 33

d. La unidad ……………………………………………………………………………33

2. Jesús, buen pastor …………………………………………………………….……..34

3. El sacerdote, buen pastor ………………………………………………………..….37

IV. EL GOZO POR EL REGALO DE MARIA…………………………………..….. 41

V. EL GOZO POR EL DON DE UNA IGLESIA

DE COMUNIÓN……………………………………………………………….….….. 47

1. Sacerdotes para la comunión ………………………………….…………………….47

2. Las dificultades en el camino de la comunión.. …………….……………………….49

a. La inercia…………………………………………………….….………………….. 49

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b. La falta de formación …………………………………..…………………….……..50

c. Falta de unidad en los criterios pastorales………………………………………….. 51

d. Falta de conciencia de la misión en los laicos ………………………………………52

e. Debilitamiento del sentido de comunión ……………………………………………54

3. Aprender a vivir la comunión ……………………………………………………….55

a. El camino de la oración……………………………………………………….……. 55

b. Relación fraterna …………………………………………………………………….56

c. Amar a los pobres …………………………………………………………………...59

VI. EL GOZO DEL ENTUSIASMO APOSTÓLICO …………………………………63

1. Partamos de lo esencial: Dios permanece y sólo El basta…………………………...63

2. Leer los signos de los tiempos: la nueva evangelización ………………….………..66

a. Evangelización de la cultura …………………………………………………...……67

b. Medios de comunicación social ……………………………………………………..68

c. Las sectas ……………………………………………………………………………70

3. Donde Dios llora ………………………………………………………….…………72

VII. EL GOZO DEL DON DEL MOMENTO PRESENTE………………….………. 77

VIII. DIEZ “AES” PARA RECORDAR EN LA VIDA………….…….…………….. 85

IX.ALGUNAS PREGUNTAS………………………………………….…….………. 89

EPÍLOGO: Homilía del Santo Padre Juan Pablo II………………….……………… 105

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PRÓLOGO

Con muchísima alegría acepto el ofrecimiento que me ha hecho de escribir el prólogo de

este libro, que contiene las meditaciones dadas en el último retiro espiritual dirigido por

mi amigo y sucesor en la presidencia del Pontificio Consejo para la Justicia y la Paz, el

cardenal François-Xavier Nguyén Van Thuán

“Llámenme padre Francisco”. Con estas palabras, llenas de candor y de humildad,

comenzó su conferencia introductoria, dándonos inmediatamente el tono de lo que

podríamos considerar su último testimonio. Todos los que lo hemos conocido

personalmente podemos manifestar que su grandeza ha sido precisamente su profunda

conciencia de que no era nada por sí mismo, es decir, sin Jesús. Quizá por ello Dios

resplandecía delante de nosotros por medio de él.

Tras su liberación, después de trece oscuros y terribles años como prisionero de los

comunistas en Vietnam, fue invitado por el papa Juan Pablo II a predicar los ejercicios

espirituales al Santo Padre y a la Curia Romana el año del gran Jubileo de 2000. Estos

ejercicios lo hicieron muy popular, pero él seguía siendo el mismo pacífico y humilde

“padre Francisco”.

Justamente para mostrar al mundo que Dios lo había elegido sólo para El, los últimos

años de su servicio a la Iglesia estuvieron llenos de sufrimiento, continuo pero

silencioso, provocado por un tumor que lo condujo a la paz del Señor el 16 de

septiembre de 2002.

Sus meditaciones son conmovedoras y profundas. Me parece importante destacar que

debía predicarlas después de dormir dos horas escasas al día. “Ofrezco mi modesto

sufrimiento por los sacerdotes”, confió durante su agonía.

Lamentablemente, se nos ha ido demasiado pronto. Que su testimonio pueda ayudar a

todos los fieles de Cristo a crecer en el amor a nuestra Iglesia Católica, a la que el

cardenal Van Thuán consagró su vida en la fe y en la esperanza.

CARDENAL ROGER ETCHEGARAY

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INTRODUCCIÓN

Tenía una sonrisa arrebatadora, llena de paz y de serenidad, cuando me dijo:

— Si el Señor me da vida, ¿podría dirigir todo el retiro?

Yo sólo le había pedido que pronunciara la conferencia introductoria, y le respondí

agradecido:

— ¡Eminencia, eso sería maravilloso!

Así pues, el que dirigió los ejercicios espirituales a un grupo de 50 sacerdotes en febrero

de 2002 fue el cardenal François-Xavier Nguyén Van Thuan, que falleció en Roma el

pasado 16 de septiembre de 2002 a la edad de 74 años.

Nacido el 17 de abril de 1928 en Phu Cam, un pueblito de la provincia de Hué, en

Vietnam, era el primero de 8 hijos y sobrino del primer presidente de la República de

Vietnam del Sur. Tras sus estudios en el seminario, fue ordenado sacerdote en junio de

1953. Estudió Derecho Canónico en Roma y participó en cursos espirituales y

apostólicos en la Europa de aquel tiempo. A su regreso trabajó durante un tiempo en la

formación de sacerdotes. Luego, el 24 de junio de 1967, fue nombrado obispo de la

diócesis costera de Nha Trang.

En 1975, una semana antes de que Saigón cayera en manos de las fuerzas comunistas,

fue nombrado por la Santa Sede arzobispo coadjutor de la diócesis de dicha ciudad.

Pero las autoridades comunistas rechazaron su nombramiento. El 15 de agosto de 1975

fue llamado al Palacio de la Independencia, entregado a los militares de la región y

llevado a una pequeña parroquia de Cây Vong, donde lo pusieron bajo vigilancia.

Comenzó así su largo cautiverio, que duró más de 13 años, durante los cuales conoció

en 1976 la terrible cárcel de Phu Khanh y el campo de reeducación de Vinh Phu, en

Vietnam del Norte. Después estuvo preso primero en Giang Xa y luego cerca de Hanoi.

Si bien el 28 de noviembre de 1988 terminó oficialmente su encarcelamiento, no obtuvo

permiso para asumir su puesto de arzobispo coadjutor en Hô Chi Minh (la antigua

Saigón), sino que le asignaron como residencia la casa del arzobispo de Hanoi. Durante

un viaje a Roma en septiembre de 1991 se dio cuenta de que el gobierno vietnamita no

lo iba a dejar volver a su país.

Así empezó a trabajar en el Vaticano, y fue nombrado presidente del Pontificio Consejo

para la Justicia y la Paz el 24 de junio de 1998.

En la Cuaresma de 2000 conmovió a millones de personas que pudieron conocer

algunos pasajes de los ejercicios espirituales predicados para el Santo Padre y para los

miembros de la Curia Romana. En sus meditaciones dio a conocer sus experiencias

espirituales maduradas en la cárcel. El día de su funeral en la basílica de San Pedro, el

Santo Padre subrayó en la homilía: “¡Espera en Dios! Con esta invitación a confiar en el

Señor, el querido purpurado inició las meditaciones de los ejercicios espirituales. Sus

exhortaciones me han quedado grabadas en la memoria por la profundidad de sus

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reflexiones, enriquecidas por continuos recuerdos personales, en gran parte relativos a

los trece años que pasó en la cárcel. Contaba que precisamente en la cárcel había

comprendido que el fundamento de la vida cristiana consiste en “elegir sólo a Dios”,

abandonándose totalmente en sus manos paternas”.

Su Eminencia decidió quedarse con nosotros durante el retiro, aunque residía cerca de

allí: “Tal vez pueda hacer algún bien”, dijo. Y en efecto, todas las noches tuvimos la

oportunidad y el privilegio de conocer la profundidad de su corazón en los momentos de

intercambio y de coloquio más familiares.

También nos habló de que, por motivos de salud, tenía que seguir una dieta especial:

“Sólo un poco de pescado, nada de leche, un poco de arroz...Tengo un tumor”, dijo

sonriendo mientras se tocaba el estómago.

Estoy convencido de que Su Eminencia preparó este retiro sabiendo que era su última

oportunidad de hablar a sacerdotes.

Una vez su secretaria me llamó: “Su Eminencia quisiera hablar con usted”.

Quería preguntarme con toda sencillez mi opinión sobre una nueva idea. “¿Qué piensa

usted de esto?” Las diez ‘aes’ para todo sacerdote”, una idea genial para resumir todo el

retiro.

Para todos los participantes, ese retiro fue como un cenáculo en el que pudimos renovar

profundamente nuestra fe y nuestra vocación sacerdotal, guiados por un maestro y

mártir del siglo XX.

P. DERMOT RYAN, LC

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I

EL GOZO DEL ENCUENTRO CON JESÚS

¡Queridos amigos, hermanos queridísimos en la gracia del bautismo y del sacerdocio!

Ante todo, mis saludos más cordiales y mis deseos de amor y de paz.

¿Con qué finalidad he venido aquí en estos días? La respuesta es sencilla: he venido

para nuestra santificación, que es lo más urgente que el Señor nos pide a los sacerdotes

para el nuevo milenio: “La voluntad de Dios es que sean santos” (1 Tes 4, 3). Como

saben, la carta de la que está tomada esta frase, dirigida a los cristianos de Tesalónica,

es el escrito cristiano más antiguo. El apóstol Pablo quiso decir desde el principio lo

más importante y necesario, y sigue repitiéndolo hoy. ¿Cómo voy a articular este

encuentro con ustedes?

Quisiera meditar con ustedes sobre los gozos de los testigos de la esperanza.

1. El encuentro con Cristo en mi vida

El primer punto de mi primera etapa parte de un texto de Mateo: “Si quieres ser

perfecto, ve, vende todo lo que tienes (...) y sígueme.” (Mt 19, 21). Es el mensaje de

Juan Pablo II a los jóvenes en Tor Vergata: “No tengan miedo a ser los santos del nuevo

milenio” (18 de agosto de 2000). A los sacerdotes aquí reunidos quiero decirles otro

tanto: ¡no tengan miedo de ser los sacerdotes santos del nuevo milenio!

Quisiera empezar esta reflexión sobre la llamada a la santidad con un examen de

conciencia muy personal: en mi vida, y también ahora que soy cardenal, he tenido y

tengo miedo a las exigencias del Evangelio: tengo miedo a la santidad, miedo a ser

santo. Me gustan las medias tintas. Sin embargo, Cristo me reclama cada minuto que

ame a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todas mis fuerzas, con todo mi

ser. Todos los días he vivido momentos como los del joven del Evangelio, que se

marcha triste porque tiene muchos bienes.

En mi vida he predicado mucho a todo tipo de personas, pero quizá no me he atrevido a

pedir la santidad. He hablado de la alegría, de la esperanza, del compromiso, pero he

tenido miedo a hablar de la santidad, como si fuera algo que la gente no puede

comprender o aceptar como posible. He infravalorado la buena voluntad de la gente y la

fuerza de la gracia del Señor.

He estado en la cárcel más de trece años: he pasado momentos duros, muy duros.

Muchas veces no me he atrevido a pensar en la santidad: he querido ser fiel a la Iglesia,

no renegar de mi opción, pero no he pensado suficientemente en ser santo, y eso que

Cristo en verdad dijo: “Sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo”

(Mt 5, 48).

El año pasado me operaron para extirparme un tumor, al menos parcialmente. Me

quitaron dos kilos y medio de tumor, y me quedaron dentro cuatro y medio que no se

pueden extirpar. Y yo tuve miedo de ser santo con todo esto: éste fue mi sufrimiento.

Pero sólo duró hasta el momento en que vi la voluntad de Dios en todo lo que me

sucedía y acepté llevar este peso hasta la muerte, que implica no poder dormir más que

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hora y media cada noche. Una vez aceptando esto, ahora estoy en paz: ¡en su voluntad

está mi paz! ¡Mientras Dios quiera, quiero ser lo que El quiera de mí!

2. ¿Quién es el Cristo que viene a mi encuentro?

En la Sagrada Escritura oramos a menudo con el salmista: “Que brille tu rostro” (Sal 80,

4) o “Yo, busco tu rostro, Señor” (Sal 27, 8). Y esto sin fin, hasta el día en que

podremos ver a Cristo cara a cara.

Un día los carceleros me preguntaron: “¿Quién es Jesucristo? ¿Por qué sufres por El?”.

También los jóvenes me han preguntado a menudo: “¿Quién es Jesucristo para usted y

cómo es que lo dejó todo por El? Usted podía tener casa, familia, bienes, un buen

porvenir, y lo dejó todo para seguir a Jesús. ¿Quién es, pues, Jesús en su vida?”.

Es difícil decir las cualidades de Dios: son trascendentes. Es omnipotente, omnisciente,

omnipresente... Me parece más fácil decir los defectos de Jesús. Tal vez alguno de

ustedes haya oído hablar de los cinco defectos de Jesús que expliqué en los ejercicios

espirituales a la Curia Romana. Algunos cardenales y obispos, después de la

meditación, me preguntaron dónde estaban los demás defectos. Hoy, si quieren, les digo

los demás. Los cinco defectos de los que hablé a la Curia eran:

—Jesús no tiene buena memoria, porque, en la cruz, el buen ladrón le pide que se

acuerde de él en el Paraíso, y Jesús no responde como lo habría hecho yo:

“Antes pasa veinte años en el purgatorio”, sino que en seguida dice que sí: “Yo te

aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc 23, 43).

Con Magdalena hace lo mismo, con Zaqueo, con Mateo, etc. “Hoy ha llegado la

salvación a esta casa” (Lc 19, 9), le dice a Zaqueo. Jesús perdona y no recuerda que ha

perdonado. Este es su primer defecto.

— El segundo defecto es que Jesús no sabe matemáticas: un pastor tiene cien ovejas.

Se le pierde una, y deja las noventa y nueve para ir a buscar a la descarriada, y cuando

la encuentra, la lleva a hombros para devolverla al redil (cf. Mt 18, 12). Si Jesús se

presentase a un examen de matemáticas, seguro que lo suspenderían, porque para él uno

es igual a noventa y nueve.

— El tercer defecto de Jesús es que no sabe lógica: una mujer ha perdido una dracma.

Enciende la luz para buscar por toda la casa su dracma perdida y, cuando la encuentra,

va a despertar a sus amigas para celebrarlo con ellas (cf. Lc 15, 8). Se ve que su

comportamiento es realmente ilógico, porque, sabiendo que la dracma estaba en casa,

podría haber esperado a la mañana siguiente y dormir. En cambio, la busca enseguida,

sin perder tiempo, de noche. Por otra parte, despertar a las amigas no es menos ilógico.

Tampoco el motivo de la fiesta —haber encontrado una dracma— es muy lógico. Por

último, para celebrar que ha encontrado una dracma, tendrá que gastar más de diez

dracmas...

Jesús hace lo mismo: en el cielo, el Padre, los ángeles y los santos sienten más alegría

por un pecador que se convierte que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad

de penitencia.

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— El cuarto defecto es que Jesús parece ser un aventurero: en general, un político,

durante la campaña electoral, hace propaganda y promesas: el combustible costará

menos, las pensiones subirán, habrá trabajo para todos, no habrá inflación... En cambio,

Jesús, cuando llama a sus apóstoles, dice: “El que quiera venir detrás de mí, que

renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga” (Mt 16, 24). ¿Seguirlo para ir

adónde? Los pájaros tienen nidos, las zorras madrigueras, pero el Hijo del hombre no

tiene donde reclinar su cabeza... Seguir a Jesús es una aventura: hasta el confín de la

tierra, sin coche, sin caballo, sin oro, sin medios, sin bastón; únicamente con la fe en El.

¿No les parece que es un aventurero? Y sin embargo, desde hace veinte siglos, seguimos

siendo muchos los que entrarnos en la asociación de sus aventureros, como El, con El.

— El quinto defecto de Jesús es que no sabe de economía y finanzas, porque va a

buscar a los que trabajan desde las tres, desde las seis y desde las nueve y paga a los

últimos como a los primeros (cf. Mt 20, is.).

Si Jesús fuera ecónomo de una comunidad o director de un banco, iría a la bancarrota,

porque paga al que trabaja menos como al que ha hecho todo su trabajo.

A estos cinco defectos quisiera añadir nueve más:

— El sexto es que Jesús es amigo de publicanos y pecadores: como ven, ¡frecuenta

malas compañías!

— El séptimo es que le gusta comer y beber: lo acusan de ser un comilón y un bebedor.

— Además, —es el octavo defecto— parece que está loco: hasta sus parientes piensan

eso de él, y ante Pilato le ponen una túnica blanca para indicar que está loco. Un

soldado romano le dice: “Has salvado a otros; sálvate a ti mismo si eres hijo de Dios y

baja de la cruz” (Mt 27, 40.42). Pero el loco de Jesús no lo hace.

— El noveno defecto es que a Jesús le gustan los números pequeños, mientras que a la

gente le gusta la masa, la multitud: va en busca de la Magdalena, de la Samaritana, de la

adúltera... La “carta magna” de Jesús, las bienaventuranzas, parece un fiasco: dichosos

los pobres, los oprimidos, los afligidos, los perseguidos, etc. (cf. Lc 6, 20). A Jesús le

gusta todo esto: ¡el que lo sigue ha de estar tan loco como él!

— El décimo defecto es el fracaso continuo: su vida está llena de fracasos. Expulsado

de su pueblo, es derrotado, perseguido, rechazado, condenado a muerte...

— Defecto número once: Jesús es un profesor que ha revelado el tema del examen: ¡si

fuera profesor lo expulsarían inmediatamente! El tema del examen y su desarrollo lo

describe detalladamente: vendrán los ángeles, convocarán a los buenos a la derecha, a

los malos a la izquierda, y todos seremos juzgados sobre el amor (cf. Mt 25, 3lss.).

¡Sabiendo esto, todos podrían aprobar!

— El duodécimo defecto es que Jesús es un Maestro que confía demasiado en los

demás. Llama a los apóstoles siendo casi todos iletrados, y ellos renegarán de El. Más

adelante seguirá llamando a gente como nosotros, pecadores. El camino de Dios pasa

por los límites humanos: llama a Abrahán, que no tiene hijos y es viejo; llama a Moisés,

que no sabe hablar bien; llama a doce hombres mediocres e ignorantes, y uno de ellos lo

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entregará; para llamar a los paganos, elige a un hombre violento y perseguidor, Pablo; y

en la Iglesia sigue haciendo lo mismo... Jesús es un temerario incorregible: por eso me

ha elegido a mí, los ha elegido a ustedes, que somos todos pobres pecadores. ¡Jesús no

aprende!

— El decimotercer defecto es que Jesús es un imprudente: se dice que para ser líder

hay que hacer previsiones. Jesús no prevé: sobre todo, no prevé la muerte de sus

discípulos.

Les pide que sean fieles hasta la muerte, pero no parece preocuparse de lo que viene

después... Jesús trasciende la sabiduría humana: cuando hayan muerto todos ¿qué les

pasará a ellos y a los que vengan detrás?

— El decimocuarto defecto es su pobreza: el mundo tiene mucho miedo de ella. Hoy se

habla mucho de lucha contra la pobreza: Jesús exige de su Iglesia y de sus pastores la

pobreza, algo que todos temen. Jesús vivió sin casa, sin seguro, sin ahorros, sin tumba,

sin herencia, sin ninguna seguridad humana ni material.

Estos catorce defectos pueden ser objeto de un auténtico vía crucis, con sus catorce

estaciones para meditar.

En el mundo no hay ninguna calle con el nombre de Jesús: está la Plaza de Pío XII, la

Plaza del cardenal Fulano, pero no hay ninguna Plaza o Calle de Jesús de Nazaret. Su

calle es el vía crucis, con todos sus defectos, que estamos llamados a asumir...

3. Y nosotros hemos creído en su amor

Me preguntarán: “¿Por qué Jesús tiene todos estos defectos?”. Respondo: “¡Porque es

Amor!”. Y el amor auténtico no razona, no pone límites, no calcula, no recuerda el bien

que ha hecho ni las ofensas que ha recibido, nunca pone condiciones. Si hay

condiciones, ya no hay amor.

El sacerdote de este nuevo milenio es una persona que ha conocido a Jesús y en el cual

el pueblo puede conocer a Jesús.

Cuando medito sobre esto, siento el corazón lleno de felicidad, de alegría y de paz.

Espero que al final de mi vida, cuando sea juzgado sobre el amor, Jesús me reciba como

al último jornalero de su viña, al cual paga la misma recompensa que al primero,

diciéndome como al ladrón arrepentido: “Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el

paraíso” (Lc 23, 43).

Yo, con Zaqueo, con la Samaritana, con la Magdalena, con Agustín y con todos los

demás, cantaré su misericordia por toda la eternidad, admirando eternamente las

maravillas que Dios reserva a sus elegidos.

Por eso me alegro de ver a Jesús con sus defectos, que son, gracias a Dios,

incorregibles, y que son el gran motivo de mi esperanza.

¡Queridísimos hermanos en Cristo! No me gusta demasiado Cristo Rey en su majestad;

prefiero al Jesús de Pedro en la barca, al Jesús que llama a Magdalena por su nombre: “

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(Jn 20, 16) y que le dice a la adúltera: “Tampoco yo te condeno” (Jn 8, 11); al Cristo de

los pequeños, de los sencillos, de los pobres, tan cercano a nosotros, que nos dice:

“Vengan a mí todos los que estén afligidos y agobiados, y yo los aliviaré” (Mt 11,28), y

que me dice: “¡Francisco, todo lo que es mío es tuyo! “. Deseo que nadie me expulse y

me aleje de ti.

Quiero poder verte de cerca, beber en tu copa, reclinar mi cabeza en tu pecho, oírte

decir: “Francisco, quien me ve a mí ve al Padre” (Jn 14, 9).

Queridísimos hermanos, Jesús no nos llama a todos a ser doctores, profesores o a hablar

distintos idiomas, sino que nos da la gracia de ser santos, ¡aunque yo sea pecador!

¡No tengan miedo! Porque donde abunda el pecado, sobreabunda la gracia. Les suplico:

no tengan miedo de ser santos, los sacerdotes santos del nuevo milenio. Y para serlo

sólo se necesita una cosa: ¡el amor!

4. Un menú dulce: los defectos de Jesús

(14 estaciones de un vía crucis que me lleva a la esperanza)

1. Jesús no tiene buena memoria;

2. Jesús no sabe matemáticas;

3. Jesús no sabe lógica;

4. Jesús parece ser un aventurero;

5. Jesús no sabe de economía y finanzas;

6. Jesús es amigo de publicanos y pecadores;

7. Jesús es un comilón y un bebedor;

8. Jesús parece loco;

9. A Jesús le gustan los números pequeños;

10. Jesús es un continuo fracaso;

11. Jesús es un profesor que ha revelado el tema del examen final;

12. Jesús confía demasiado en los demás;

13. Jesús es muy imprudente;

14. Jesús es pobre.

¡Jesús tiene estos defectos porque es Amor!

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II

EL GOZO DEL DON DE LA EUCARISTÍA

A menudo hemos pensado que tenemos que santificarnos para celebrar dignamente los

sagrados misterios: estar sin pecado, santificarse. Todas las mañanas reconocemos que

somos pecadores para celebrar dignamente la Eucaristía

En cambio, pensamos menos, o nada en absoluto, que la celebración de la Eucaristía

contribuye a hacer del sacerdote un hombre espiritual, un santo.

1. Mi experiencia personal

La celebración hace del sacerdote un santo. Por eso quiero compartir con ustedes mi

experiencia de la Eucaristía, la experiencia de otras personas que he conocido en mi

vida y que me han marcado con su fe, con su devoción a la Eucaristía.

Cuando estaba en el seminario, me formaron según la vida del Cura de Ars, san Juan

María Vianney y el Padre Pío, que me han acompañado en mi vida sacerdotal. Cuando

celebraba yo solo en la cárcel, Juan y Pío estaban siempre ante mí y celebraban

conmigo. Gracias a su sacrificio y a su amor por la Eucaristía, pude sobrevivir en la

prisión.

Recuerdo que el Padre Pío celebraba la misa no en veinte o treinta minutos, sino en una

hora u hora y media. Nadie decía que la misa era larga porque todos estaban fascinados

por su modo de celebrar, e incluso los obispos asistían a sus misas. Pero hubo personas

malas que se dirigieron al Santo Oficio para que le prohibiese este modo de celebrar la

misa, y le ordenaron que la misa no durara más de cuarenta y cinto minutos. El Padre

Pío obedeció, pero luego los fieles pidieron a la Santa Sede que le permitiera celebrar la

misa como antes, y Pío XII dio su autorización.

Alguien le preguntó a san Juan Vianney por qué cuando celebraba la misa a veces

lloraba y a veces son reía, y él respondió que sonreía cuando pensaba en el don de la

presencia de Jesús en la Eucaristía y lloraba cuando pensaba en los pecadores que no

pueden recibir ese regalo.

Cuando me detuvieron, no me dejaron llevar nada, pero me permitieron escribir a casa

para pedir ropa o medicinas. Yo pedí que me enviaran vino como medicina para el

estómago. Al día siguiente, el director de la cárcel me llamó para preguntarme si me

dolía el estómago, si necesitaba medicinas, y, al responderle afirmativamente, me dio un

pequeño frasco de vino con la etiqueta “medicina contra el dolor de estómago”. ¡Ese fue

uno de los días más hermosos de mi vida! Así pude celebrar diariamente la misa con

tres gotas de vino y una gota de agua en la palma de la mano y con un trocito de hostia

(me mandaron unas cuantas formas escondidas en una antorcha contra la humedad).

Luego, cuando estaba con otras personas católicas, sus familiares me proveían de vino y

de formas cuando venían a visitarlos. Así que, de distintas formas, pude celebrar casi

siempre la misa, solo o con otros. Lo hacía pasadas las 2 1:30, porque a esa hora ya no

había luz y podía organizarme para que seis católicos se reunieran. Todo el grupo

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dormía en una cama común, cabeza contra cabeza y pies para fuera, veinticinco a cada

lado. Cada uno disponía de medio metro. ¡Estábamos como sardinas!

Cuando celebraba misa y daba la comunión, enjuagábamos el papel de los paquetes de

cigarrillos de los prisioneros y, con arroz, los pegábamos para hacer un saquito y meter

en él al Santísimo.

Todos los viernes teníamos una sesión de adoctrinamiento sobre marxismo, a la cual

debían asistir todos los prisioneros. Le seguía un breve descanso, durante el cual los

cinco católicos llevaban al Santísimo a otros grupos. Yo también lo llevaba en un

saquito en el bolsillo, y la presencia de Jesús me ayudaba a ser valiente, generoso,

amable y a testimoniar la fe y el amor a los demás.

La presencia de Jesús obraba maravillas, porque también entre los católicos los había

menos fervorosos, menos practicantes... Había ministros, coroneles, gene rales, y, en la

prisión, por la noche, todos hacían una hora santa, una hora de adoración y de oración a

Jesús en la Eucaristía. Así, en medio de la soledad y del ham bre, un hambre terrible,

podíamos sobrevivir. Así es como fuimos testigos en la cárcel. La semilla había sido

enterrada. ¿Cómo germinaría? No lo sabíamos. Pero poco a poco, uno tras otro, los

budistas y los de otras religiones que a veces son fundamentalistas y muy hostiles a los

católicos, expresaban su deseo de hacerse ca tólicos. Entonces, en los momentos libres,

enseñaba catecismo, y bauticé y fui padrino.

La presencia de la Eucaristía cambió la cárcel; la cárcel, que es lugar de venganza, de

tristeza, de odio, se había convertido en lugar de amistad, de reconciliación y escuela de

catecismo. ¡El Gobierno, sin saberlo, había preparado una escuela de catecismo!

2. La celebración eucarística nos santifica

Más que ser santo para celebrar la misa, celebrar la misa para ser santo.

a. “In persona Christi”

Al celebrar la santa misa nos hacemos santos por que lo hacemos in persona Christi,

como in persona Christi hacemos las meditaciones, la oración, la acción de gracias, la

alabanza, la oblación y la intercesión.

Somos intercesores, y estas funciones in persona Christi nos ayudan a ser santos. Estas

funciones renuevan en nosotros la memoria de nuestra ordenación. San Pablo nos dijo

que pensáramos en nuestra ordenación, cuando nos impusieron las manos. Iii persona

Christi no se da sólo la memoria de nuestra ordenación, sino la identificación con

Cristo, y cuando pronunciamos las palabras de la consagración nos sentimos más que

nunca hijos de María.

Todos los días somos renovados porque comenzamos una alianza nueva, cada vez más

nueva y eterna que no termina, y esta identificación nos ayuda a ser santos. Celebramos

y actuamos con Jesús. Nos santificamos porque la Eucaristía es fuente de la nueva

evangelización.

b. Fuente de la nueva evangelización

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La Eucaristía nos ayuda a realizar la nueva evangelización por todas partes.

En Vietnam, en la frontera con Laos y China, hay un pueblo donde hablan poco el

vietnamita, pero lo entienden.

Un día, un sacerdote que vivía muy lejos de ellos vio acercarse un grupo de estas

personas y les preguntó adónde iban. Le respondieron que iban a pedir e bautismo. El

sacerdote preguntó si habían aprendido el catecismo y cómo, ya que no había catecismo

en su len gua. Respondieron que habían escuchado una emisora de Manila: “Fuente de

la vida”. El sacerdote sabía que se trataba de una radio protestante, pero la radio pro

testante ¡había formado católicos! El párroco los invitó a quedarse unos días con él para

rezar y prepararse al bautismo, pero ellos respondieron que no podían que darse más de

dos días porque habían estado seis días caminando por las montañas para llegar hasta

allí y tenían que hacer otros tantos para volver; y sólo disponían de arroz para ese breve

período de tiempo.

En dos días aquel grupo de personas fue prepara do para el bautismo y la comunión y

pudo asistir a misa por primera vez. Luego volvieron felices a su pueblito de

procedencia.

Los comunistas los perseguían y no les daban per miso para construir una iglesia.

Entonces se pusieron de acuerdo en secreto, con otros habitantes del pueblito, para

repartirse el trabajo y construir uno una puerta, otro una ventana, otro el pavimento, el

techo... Y en una noche de luna levantaron la iglesita de madera. Al día siguiente la

policía buscó a los autores de la construcción y mandó que fuera derribada, pero todo el

pueblo, de cuatrocientas personas, asumió solidaria mente la responsabilidad de la

construcción y no fue abatida.

Los nuevos convertidos al catolicismo siempre tienen vivos deseos de llevar a otros la

palabra de Dios, para lo cual tienen que recurrir a estratagemas. Bajo el régimen

comunista rige el domicilio obligatorio, y se debe denunciar a todo el que salga o entre

en el poblado, aunque sea por un día. Para burlar dichas prohibiciones se organizan

peleas ficticias y se señala como responsables de los desórdenes a varias familias, para

las cuales se pide que sean alejadas del pueblo. Esas familias serán las que lleven el

Evangelio y sean catequistas en otros pueblos. ¡Como en tiempos de los apóstoles!

Cuando salí de la cárcel, muchos vinieron a yerme. Les había comprado un aparato de

radio para que pudieran seguir la misa de la emisora Ventas mientras trabajaban en los

campos con los búfalos. A las nueve y media paraban el trabajo y se reunían para asistir

a misa, escuchar la homilía y sacar fuerzas para la nueva evangelización. Esa gente

sufre mucho por la evangelización, pero la presencia de Jesús les ayuda.

c. La Eucaristía es fuerza de transformación

Durante la celebración hay que identificarse con los textos que se leen y con los gestos

que se realizan.

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Todos ustedes tienen ocasión de ver cómo celebra el Papa, que está tan absorto en la

oración y la meditación, que se olvida de todo lo demás. A menudo tienen que hacerle

una seña después de la comunión, porque está transformado por la presencia de Jesús.

Un día me invitó el cardenal polaco André Deskur, amigo personal del Papa. Cuando

estábamos en la mesa, me dijo que fuera a ver su capillita. Fui, pero no ob servé nada

especial. Entonces el cardenal Deskur me hizo notar que, mientras todo el departamento

tiene el suelo de mármol, la capilla lo tiene de madera, pues él lo mandó cambiar

temiendo que el Papa pudiera agarrar una pulmonía.

En efecto, desde que era monseñor, obispo y cardenal, el Santo Padre rezaba a menudo

postrado largo rato en tierra y con los brazos en cruz. El Papa rezaba siete horas al día.

Su secretario me ha dicho que el Papa iba siete veces a la capilla para adorar al

Santísimo. Es como si el Papa viera a Jesús. En personas como Juan Pablo lila gente

puede descubrir a Jesús.

He podido comprobar cómo rezaba la Madre Teresa en la iglesia ante el Santísimo. Es

inolvidable. En las sacristías de las casas de la Madre Teresa, para ayudar a los

sacerdotes, está escrito: “Celebra cada misa como tu primera misa, como tu única misa,

como tu última misa”. La Madre Teresa pidió que se escribiera esto siempre para que

los sacerdotes que van a celebrar a sus casas lo recuerden. Es una gracia grande ver

cómo la Madre Teresa rezaba delante del Santísimo.

La formación que hemos recibido en el seminario nos ayuda mucho. Me conmuevo en

lo más profundo del alma con el Sacris Solemnis, el Pan ge Lingua y el Lauda Sion. En

estas palabras vemos toda la teología: la fe en el Santísimo, en la Eucaristía...

Cuando canto ci Pan ge Lingua...

in supremae nocte Coenae recumbens cum fratribus observata lege plene cibis in

legalibus, cibum turbae duodenae se dat suis iii manibus

Entonces uno siente que Jesús está presente, y suis manibus nos da el Santísimo.

Cuando canto, se me saltan las lágrimas, porque en ese momento vemos la gracia del

Señor.

Sumunt boni, sumunt mali sorte tamen inaequali, vitae vel interitus.

Mors est malis vita bonis:

Vide paris surnptionis

quarn sit dispar exitus

Todo el Lauda Sion es un tratado de teología viva, narrativa. Y entonces, ¿qué

deberíamos hacer en nuestra vida? “Eucaristizar, eucaristizar”. Convertirlo todo

3 “En la noche de la última cena, recostado a la mesa con los hermanos, después de

observar plenamente la ley sobre la comida legal, se da con sus propias manos como

alimento para los Doce”.

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4. “Lo toman los buenos, lo toman los malos pero con suerte desigual: la vida o la

muerte. Es muerte para los malos; es vida para los buenos. Mira, un igual alimento, qué

distinto el resultado”.

En Eucaristía para que podamos tener: el hombre eucarístico, la Iglesia eucarística, la

tierra eucarística, y así toda la vida es eucarística.

El mundo eucarístico de la Iglesia, que cree, que es pera, que guía, que está destinada a

la resurrección, que proclama la Trinidad, que renueva siempre el mundo, la sociedad.

Este es mi deseo y mi oración para todos ustedes.

Alabado sea Jesucristo!

III

EL GOZO DE SER PADRES Y PASTORES CON CRISTO

1. Características del amor

En el diálogo que aparece en el último capítulo del Evangelio de Juan, Jesús le pregunta

a Pedro sobre el a- mor, y en relación a la triple confesión de amor le encomienda su

rebaño. “Me amas? ¿Me quieres? Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas” (cf. Jn

21, 15).

El “buen pastor” (Jn 10, 11) que da la vida por sus ovejas hace de Pedro el pastor

llamado a serlo por la fuerza del amor con el que se entrega a los que se le han

encomendado. La espiritualidad del obispo y del presbítero, que puede reconocerse en la

identidad del pecador de Galilea convertido en príncipe de los apóstoles, es ser pastor,

con las características de amor que Cristo vivió y dio a todos los que llamó, para que

también ellos amaran y pastorearan su rebaño.

El diálogo entre Jesús y su apóstol se revive en el momento de la ordenación, cuando el

obispo, signo de Cristo pastor, pregunta a los ordenandos: ¿quieren ejercer durante toda

la vida el ministerio sacerdotal en el grado de presbíteros, colaborando con el obispo en

el servicio al pueblo santo de Dios, bajo la guía del Espíritu Santo? A la respuesta

afirmativa, el obispo aña

5. Rito de ordenación de los presbíteros.

De otras preguntas relativas al fiel seguimiento de Jesús en la vida de oración y de

santificación del pueblo de Dios, al ministerio de la Palabra, a la unión enamorada con

Cristo y a la plena comunión eclesial.

Del “sí” como respuesta a estas preguntas nace la identidad existencial del ministro

ordenado, marcada por las características que brotan de la unión con Jesús sacerdote y

llamado a ser pastor.

¿Qué significa ser pastor? Para explicarlo, Jesús no dijo nada específico. Solamente

dijo: “Pastorea”. Un pastor apacienta; es su deber, su trabajo. Por eso nuestro deber es

cultivar una gran espiritualidad. Las cosas de cada día son un deber y una gran

espiritualidad.

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a. La intimidad

La primera característica de la identidad del ministro ordenado es la intimidad, la

relación de amor y de ternura —profundamente sincera— con los demás. Igual que el

buen pastor conoce a sus ovejas y ellas lo conocen a él, así el pastor está llamado a vivir

la escucha y la comprensión profunda de los que se encomiendan a él para que éstos a

su vez lo escuchen a él con amor.

Semejante relación exige cuidar a cada oveja del re baño; un cuidado a base de

búsqueda, acogida y perdón. Donde está el amor del pastor allí está la mirada capaz de

reconocer, llamar, acoger y regenerar.

b. La entrega

La fuente profunda de donde surge este estilo pastoral reside en la opción de dar la vida

por las ovejas, como hizo Jesús, que se entregó a la muerte por nosotros, pecadores.

Así el obispo o el presbítero que se esfuerce por ser buen pastor está llamado a

dedicarse sin reservas, generosamente, en un éxodo de sí mismo sin retorno. Esta es la

auténtica esencia de su caridad pastoral. No importa que en este movimiento de amor

haya o no reciprocidad. A veces puede haber incluso ingratitud. No importa. Lo que

cuenta es la entrega total, la donación generosa que irradia la gratuidad del Dios vivo; el

cual, como dice san Bernardo, “no nos ama porque seamos buenos y bellos, sino que

nos hace buenos y bellos por que nos ama”

c. La evangelización

Un amor así impulsa a la evangelización de todo el hombre y de todo hombre. Este vive

de un impulso de generosidad tal que no puede detenerse ante el rechazo, la indiferencia

o la lejanía, sino que quiere llegar a todos y a cada uno, especialmente a las ovejas que

aún no están en el redil, para establecer con ellas una relación de amor que hace nuevo

el corazón y la vida.

d. La unidad

La meta de este impulso es la misma unidad trinitaria. “Como tú, Padre estás en mí y yo

en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me

enviaste” (Jn 17, 21).

El buen pastor tiene en los ojos y en el corazón la belleza de Dios Trinidad Santa, y a

ella conduce sus o vejas, según ella configura su rebaño y hacia ella tiende con todo el

empeño de su corazón, de su inteligencia y de su vida: hacia la Santísima Trinidad.

Porque una vez que un pastor ha conocido a Jesús, lo abandona todo para seguirlo,

cambia, se regenera, se renueva: Zaqueo cambia (cf. Lc 19, 1). Mateo cambia (cf. Mt 9,

9). Mag dalena cambia (cf. Jn 20, 18). La adúltera cambia (cf. Jn 8, 1). El endemoniado

cambia (cf. Mt 9, 32). Todos los que conocen a Jesús cambian.

2. Jesús, buen pastor

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Por eso hemos de ser contempladores del rostro de Jesús, de su belleza. Esta belleza

apareció en la historia de Jesús, que dijo de sí mismo: “El que me ve, ve al que me

envió” (Jn 12, 45).

El es la imagen radiante del Padre; en él el obispo y el presbítero pastor participan de la

misma fuente de la vida: la paternidad de Dios. Nosotros somos padres porque

participamos de la paternidad de Dios.

A este propósito, el Concilio Vaticano II afirmó:

“Los fieles, por su parte, deben estar unidos a su obispo como la Iglesia a Jesucristo y

como Jesucristo al Padre, para que todas las cosas se armonicen en la unidad y crezcan

para gloria de Dios”

“El obispo... tenga siempre ante los ojos el ejemplo del Buen Pastor, que vino no a ser

servido, sino a servir y a dar la vida por sus ovejas” También los sacer dotes hacen esto.

“Los presbíteros, que ejercen el oficio de Cristo, Cabeza y Pastor, según la parte de

autoridad, reúnen, en nombre del obispo, la familia de Dios, como una fraternidad de un

solo ánimo, y por Cristo, en el Espíritu, la conducen a Dios Padre”

“En cuanto a los fieles mismos, dense cuenta de que están obligados a sus presbíteros, y

ámenlos con fi ha cariño, como a sus pastores y padres; igualmente, participando de sus

solicitudes, ayuden en lo posible, por la oración y de obra, a sus presbíteros, a fin de que

éstos puedan superar mejor sus dificultades y cumplir más fructuosamente sus deberes”

En esta paternidad hay reciprocidad entre el pastor y las ovejas. Los fieles aman y

ayudan a sus pastores. En Cristo Jesús, enviado por el Padre, tanto el obispo co mo el

presbítero están llamados a reconocer la fuente de su identidad y misión y a presentarse

a los suyos como un padre de familia, imagen viva de Aquél que es la fuente eterna e

inagotable del amor. Dios Padre “amó tanto al mundo que entregó a su Hijo único” (Jn

3, 16).

A este propósito quiero recordar un pequeño episodio que me contaron. Un día dos

sacerdotes jóvenes franceses pasaban por la plaza de San Pedro para ir a una audiencia

privada con el Santo Padre. Un mendigo los detiene y les pregunta: “ donde van?”. Ellos

le responden: “A yeral Santo Padre”, y él añade: “ enviarle un mensaje al Papa? Díganle

que aquí hay un sacerdote renegado: yo”. Los dos jóvenes sacerdotes, al llegar ante el

Papa, se lo contaron. El Papa, en vez de demostrar tristeza o descontento por ello, les

dijo a los dos sacerdotes que fueran a buscar al mendigo y que se lo trajeran. Ellos lo

buscaron, pero había desaparecido, se había ido, y está claro que buscar a un mendigo

en la ciudad de Roma no es fácil. Lo buscaron durante muchos días y al final lo

encontraron. Se presentaron a la guardia suiza para subir a ver al Papa. Naturalmente,

sin una tarjeta de autorización, los guardias les pusieron problemas, hasta que una

llamada telefónica del secretario del Santo Padre autorizó la visita.

Aquel mendigo, todo sucio y harapiento, fue a ver al Santo Padre tal como estaba. En

cuanto lo vio el Papa y oyó de los dos jóvenes franceses que era sacerdote, se arrodilló y

le dijo: “Padre, tú tienes facultades para hacerlo, quiero confesarme”. Los dos jóvenes

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sacerdotes, desconcertados, salieron de la sala. Sólo Dios sabe el diálogo que tuvo lugar

entre el Papa y aquel sacerdote mendigo. ¡Así actúa un padre!

Nosotros decimos que este Papa es grande porque ha viajado mucho, más que si hubiera

ido a la luna. Pero es grande sobre todo por su amor de padre, que hizo que aquel

renegado volviera a descubrir su identidad, recordándole que el sello de la ordenación

todavía lo tenía dentro. Así pues, es un verdadero padre, transparencia del único Padre

celestial revelado por el buen pastor, Jesús.

3. El sacerdote, buen pastor

El obispo es el buen pastor, como el sacerdote. Por tanto, es padre de su pueblo en el

signo de Cristo pastor, y también imagen viva del Padre de Jesús. Esto va le también

para el presbítero.

Al obispo y al presbítero, los hombres les piden lo mismo que pidieron a Jesús:

“Muéstranos al Padre y eso nos basta” (Jn 14, 8).

Esta petición se la hacen todos los sacerdotes y fie les al obispo, y los fieles al

sacerdote. Ostende nobis Patrem, et nos sufficit.

Basta con que nos muestres que tú eres el Padre. No un artista, un profesor o un técnico,

sino el Padre. En la parroquia no se necesita un técnico o un artista, sino un padre. El

pastor tiene que responder a los fie les con temor y temblor, pero también con mucha fe,

lo que Jesús respondió a Felipe: “El que me ha visto, ha visto al Padre. ¿Cómo dices:

‘Muéstranos al Padre’? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí? Las

palabras que les digo no son mías; el Padre, que habita en mí, es el que realiza las obras.

Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Créanlo al menos, por las obras”

(Jn 14, 9-11).

Así pues, yo he de poder decir: quien me ve a mí, ve al Padre. La paternidad del obispo

—como la del presbítero.— ha de ser, en la cotidianidad de su estilo de vida, en sus

palabras y en sus gestos, la revelación del amor del Padre celestial, que Jesús hizo

accesible y quiso ofrecer por medio de sus discípulos a toda criatura.

Para que esto suceda, el ministro ordenado ha de reconocer y hacer que se reconozca

siempre su verdadera riqueza y su verdadera pobreza. Si Dios es su riqueza, ningún bien

de este mundo ha de interponerse para oscurecer este tesoro, aunque lo llevemos en

vasijas de barro. Además, la pobreza es el estilo de vida de quien quiere ser rico sólo en

Dios. El buen pastor es pobre de todo para ser transparencia de la perla preciosa, del

tesoro escondido que vale más que todo y que se ha de amar por encima de todo. En

esta pobreza, el obispo, como ci presbítero, se ofrece como ver dadero padre, totalmente

entregado a su pueblo, disponible en todo, para todos, hasta el sacrificio de su vi da, en

una radicalidad que incluso puede asustar.

¿Quién podrá ser padre así? ¿Quién podrá darlo todo, realmente todo? Nos conforta la

garantía y la promesa de Jesús: “El Padre mismo los ama” (Jn 16, 27).

Si es Él el que nos ama, ci que nos ama a todos, el que hace posible el de otro modo

imposible amor, entonces todo ministro ordenado sabe que puede ser padre con el

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corazón de Dios, sabe que puede amar en Aquél que ama a todos, que no excluye a

nadie.

Durante la guerra étnica, se ha oído hablar de gran des campos de concentración en

Áfríca. ¡Es terrible! Pe ro también hay ejemplos de valentía, de santidad. Quisiera

contarles el ejemplo de un sacerdote de Ruanda:

Cuando la iglesia está llena de gente, es vigilada por los guardias. Este sacerdote,

vestido con sus ornamentos litúrgicos, se presenta a la puerta de la iglesia, ante los

guardias. Estos le preguntan: “ eres tutsi o hutu?”. Si responde: “Soy hutu” salvará su

vida, no habrá problema, pero si dice: “Soy tutsi” lo matarán.

Les pide a los guardias que dejen marchar a casa a sus fieles. “Pueden matarme —les

dice— porque yo soy padre. Un padre no es ni tutsi ni hutu. Yo soy un sacer dote del

Señor”. Y los guardias dispararon. Ciertamente, cayó un mártir del amor, un confesor de

la fe. Gracias a estos sacerdotes que ofrecen su vida por el pueblo podemos tener buenos

seminaristas, como este sacerdote.

En Burundi los guardias fueron a un seminario, llamaron a todos los seminaristas y les

preguntaron: “Los que sean tutsis, póriganlos aquí, y los que sean hutus, pónganlos

allí”. Los seminaristas respondieron: “Nosotros vivimos juntos y morimos juntos,

somos herma nos, no hay diferencia, nos amamos, vivimos y morimos juntos”. Los

mataron a todos. Fueron mártires de la caridad porque no hacían diferencias, no sentían

hostilidad en aquel ambiente de odio y de venganza étnica. Pero hay que tener

sacerdotes que sean auténticos padres y pastores.

Para vivir hasta el fondo este misterio de amor, el Señor quiso darnos una Madre que

con su fe sirviera de modelo y de invitación y que con su mediación mater na nos

ayudara.

Todo discípulo se reconoce en el discípulo amado al pie de la cruz, y de modo particular

se reconoce en él el ministro ordenado, pastor y padre. A él le llega la palabra de Jesús,

que, viendo a su madre allí cerca, le dice: “Mujer, aquí tienes a tu hijo”, y al discípulo:

“Aquí tienes a tu madre” (Jn 19, 26). El obispo, lo mismo que el presbítero, se

encomienda a María como hijo humildísimo y confiado, poniéndola en lo profundo de

su corazón y en lo profundo de su Iglesia. Y María, a su vez, lo acoge y lo une en su

corazón a su Hijo divino, para que el obispo o el sacerdote sea imagen transparente y

fiel de El.

En brazos de la Madre el buen pastor hace bellos a sus pastores, y Aquél que es imagen

del Padre los hace imágenes vivas y luminosas de la caridad inagotable de su Padre

celestial. Y así María nos ayuda a ser padres y pastores. Cerca del corazón de María

podemos ser, como Jesús, padres y pastores.

¡Alabado sea Jesucristo!

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21

IV

EL GOZO POR EL REGALO DE MARIA

Recuerdo que, en cierta ocasión, dando catequesis a los niños, les pedí si podían

regalarme a su madre. Me respondieron a coro que no porque la madre es la cosa más

preciosa.

Pero Jesús nos dio a su madre, y el regalarnos a Ma ría es un gran don que Jesús nos

hace, después de su cuerpo y su sangre.

Ciertamente, cada uno de nosotros tiene, en su vi da espiritual, su santuario mariano

preferido en el que ha recibido muchas gracias. Cada uno, en su vocación, tiene gracias

recibidas de María y cada uno de nosotros tiene su oración mariana preferida. Les

cuento mi experiencia.

En mi país está el santuario nacional de La Vang, donde se apareció la Virgen hace más

de doscientos años, un hecho reconocido por la Santa Sede. En mi vi da de sacerdote

estoy vinculado a Nuestra Señora de Lourdes. Cuando llegué a Europa a estudiar iba

todos los años desde 1957 a rezar a Lourdes. Recuerdo que, cuando me arrodillé en la

gruta, me pareció oír la voz de María que le decía a Bernadette: “No te prometo alegrías

o consuelos, sino pruebas y tribulaciones”. Yo hice lo que pude para convencerme de

que aquellas palabras eran para Bernadette y no para mí. Al año siguiente volví y oí de

nuevo aquellas palabras. Pero mi vida transcurría bien, estudiaba, era ya profesor, rector

de seminario, obispo, consultor del Pontificio Consejo para los Laicos...

Cada año, cuando volvía a Lourdes, oía las mismas palabras, pero en mi vida, en mi

diócesis, había alegría y amor, de modo que me convencí de que aquellas pa labras no

eran para mí.

Llegó el año 1975. Los comunistas invadieron el sur de Vietnam, pasaron por mi

diócesis, pero sin causar daño. Decidí quedarme con mi pueblo, se lo encomendé todo a

la Virgen y, una vez más, pensé que aquellas palabras que oí en Lourdes no iban

dirigidas a mí, porque si no, los comunistas me habrían matado.

Luego Pablo VI me envió a la diócesis de Saigón, a cuatrocientos kilómetros al sur.

Cuando los comunistas llegaron a Saigón, dijeron que el nombramiento de un obispo,

por parte de la Santa Sede, sin un acuerdo con el gobierno significaba un complot del

Vaticano y de los imperialistas americanos, que, cuando se tenían que marchar del país,

ponían a un joven obispo para continuar la lucha anticomunista.

El 15 de agosto me detuvieron: me invitaron al Palacio de la Presidencia y allí me

detuvieron; no lo hicieron fuera para evitar la reacción del pueblo.

En ese momento comprendí que la Virgen de Lour des me había dicho la verdad y que

iba a comenzar mi via crucis: “te reservo pruebas y tribulaciones”. Esto lo viví durante

trece años en la cárcel. Y después me ex pulsaron, me exiliaron.

Las palabras de la Virgen sí que iban dirigidas a mí. Cada cambio en mi vida estuvo

acompañado de pruebas.

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A los pocos meses de ser ordenado sacerdote, sien do vicario parroquial, contraje una

tuberculosis aguda que puso mi vida en peligro. Me curé el 8 de diciembre de 1953 y

pude comenzar el año mariano.

Cuando me nombraron cardenal me descubrieron un tumor, pero la Virgen me ayuda, y

si me preguntan cuál es mi oración mariana preferida, respondo: el “Acordaos”, que mi

madre me enseñó siendo niño y que rezo desde entonces.

Cuando tuve que predicar al Santo Padre, muchos cardenales me preguntaron si tenía

miedo de hablar delante del Papa y de tantas personalidades de la Curia. Respondí

sinceramente que no tenía miedo. Aun que soy muy tímido, y antes de afrontar

cualquier cosa, incluso antes de celebrar la misa, recito un “Acordaos” y enseguida

estoy dispuesto a hacer lo que debo. También recito el “Acordaos” antes del ofertorio y

después de la comunión, para darle gracias a la Virgen.

¿Por qué nos píde Jesús que amemos a la Virgen? ¿Por qué nos ha dejado a su Madre?

Porque Jesús siguió la voluntad de su Padre, el cual, cuando lo envió al mundo, quiso

que hubiera un regazo, un corazón que lo recibiera. Igual que en el cie lo estaba en el

amor e in sinu Patris, Dios quiso que en la tierra estuviera en el amor el sinu Matris.

Un libro de la Iglesia ortodoxa, Filolakai, explica que para amar a Jesús y tener la fuerza

de resistir a las muchas tentaciones del mundo hay que invocar siempre el nombre de

Jesús y el de María, siempre, siempre, incluso cuando nos despertamos por la noche.

También es un don y una gracia en nuestra vida la palabra de santa Teresa del Niño

Jesús, la cual dijo que hubiera deseado ser sacerdote para poder predicar a María.

Nosotros podemos realizar el deseo de santa Teresa: María es amor. Dios hizo una

imagen en el mundo para que recibiera a Jesús, y esta imagen de la Santísima Trinidad

es María.

Junto a la cruz, María recibe como hijos suyos a todos los discípulos de Jesús y a toda la

humanidad, no sólo a los santos, sino también a los pecadores; acepta a Juan, pero

también al ladrón. Cuando Jesús dice:

“Hoy estarás conmigo en ci paraíso” (Lc 23, 43), María acepta su papel de Mater

misericordiae. Luego transcurre su vida con el apóstol Juan, el predilecto, compartiendo

su solicitud por el Reino. De Ella Juan vuelve a aprender lo que había aprendido de

Jesús: Dios es amor y nosotros estamos llamados a ser sólo amor.

Por eso María se convierte en una presencia en nuestra vida sacerdotal. Sentimos esta

gracia, imploramos de María la gracia de su presencia cerca de nosotros. Por la vida de

los santos vemos que el demonio tiene miedo de esto. El maligno teme a los que aman a

María.

A san Juan Bosco, que es un hijo de María, el demonio lo importunó mucho. Incluso

hizo que se hundiera su iglesia y mandó a muchas personas a matarlo, pero Don Bosco

siempre fue salvado.

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A san Juan María Vianney también lo atacó el demonio, el cual le dijo que era estúpido

por amar a la Virgen y obedecer a su obispo. Si un sacerdote ama a María, tiene la

protección de María consigo y no ha de temer nada; más bien es el demonio el que le

teme a él, como le confesó a san Juan María Vianney. Lo mismo cuando un sacerdote

arma a su obispo y le obedece. La

Virgen nos ayuda muchas veces y nosotros no podemos comprenderlo.

Maximiliano Kolbe, gravemente enfermo de tuberculosis, fue misionero, fundó una casa

editorial en Japón y construyó su convento no en Nagasaki, sino detrás de los montes, y

así, cuando la bomba atómica destruyó la ciudad, su congregación permaneció intacta.

Cuando volvió a Polonia, suscitó muchas vocaciones de jóvenes, pero resultaban

molestos a la comunidad, y ésta pidió despachar al Padre Kolbe. Entonces fue enviado

al sur de Polonia, donde muchos jóvenes lo siguieron, porque quien tiene a María de su

parte siempre da frutos. El Santo Padre conserva mucha devoción al Padre Kolbe y a su

inspirador, san Luis María Grignion de Montfort, a quien desea visitar siempre que va a

Francia.

Queridísimos hermanos: Jesús nos ha entregado a María, lo cual es un regalo. Cuando

se fue, Jesús nos dejó su palabra, nos dejó su cuerpo y su sangre, nos dejo a su Madre,

nos dejó su sacerdocio, nos dejó su paz y su mandamiento nuevo. Siete son las cosas

que nos dejó.

Cuando yo estaba en la cárcel no tenía ningún libro para meditar, lo cual era peligroso

para el funciona miento de la cabeza; entonces se me ocurrió meditar y vivir el

testamento de Jesús. Es una mina, un tesoro. En la Novo millennio ineunte (NMI), el

Santo Padre ha dicho: “Nos acompaña en este camino la Virgen Santísima, aurora

luminosa y guía segura, estrella de nuestra evangelización”. Y Así pues, recemos juntos

y demos gracias al Señor por este don de María.

¡Alabado sea Jesucristo!

EL GOZO POR EL DON DE UNA IGLESIA DE COMUNIÓN

Queridísimos hermanos, en esta etapa de nuestro itinerario de reflexión y de oración

meditemos sobre la comunión que estamos llamados a vivir con Cristo en la Iglesia.

1. Sacerdotes para la comunión

Si nuestro sacerdocio es impensable sin e1 Señor Jesús, no sería menos impensable si

fuese separado del misterio de la Iglesia. La Iglesia nos ha engendrado a la fe y a la

gracia del bautismo y del sacerdocio. Por la Iglesia hemos sido constituidos pastores y

en ella obtenemos cada día, en las fuentes de la gracia, el agua de la vida que

necesitamos para vivir y que estamos llama dos a dar a nuestros hermanos.

Durante mis años de cárcel pensé muchas veces en esa frase de los Hechos de los

Apóstoles en la que se dice que “Pedro estaba bajo custodia en prisión, la Iglesia no

cesaba de orar a Dios por él” (Hch 12, 5). Nunca me sentí separado de la Iglesia y, con

la ayuda de Dios, traté de ofrecer todos mis sufrimientos por la Iglesia, incluso cuando,

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por fuerza mayor, me veía obligado a ser, al menos aparentemente, un “católico no

practicante”. No podía ir a la iglesia ni confesarme. Por eso, cuando digo que nuestro

sacerdocio no puede concebirse sin la Iglesia, hablo por experiencia vivida

directamente. Sobre todo en los años de separación forzosa de la comunidad, en las

pruebas de la dura cárcel que, sin motivo ni juicio jurídico, tuve que sufrir.

Les hablo, pues, de la Iglesia con el amor de un hijo que habla de su madre, de un

esposo que habla de su amada, de un padre que habla de sus hijos. Cuando leí el

capítulo 43 de la Novo millennio ineunte, que trata de la espiritualidad de la comunión,

me pareció encontrar en él el sentido profundo de lo que he experimentado durante toda

mi vida de cristiano y de pastor. Realmente la Iglesia es la casa, es la escuela de la

comunión en la que nacemos al amor y aprendemos a amar con el corazón de Dios.

Espiritualidad de la comunión es, ante todo, la “capacidad de ver lo que hay de positivo

en el otro, para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios: un ‘don para mí’ además de

ser un don para el hermano que lo ha recibido directamente. Espiritualidad de la

comunión es saber ‘dar espacio’ al hermano, llevando ‘mutuamente la carga de los

otros’ y rechazando las tentaciones egoístas que continuamente nos asechan y

engendran competitividad, ganas de hacer carrera, desconfianza y envidias”

Sin esta espiritualidad de comunión no podríamos vivir nuestra vida de pastores

llamados a edificar y a sostener la unidad del cuerpo de Cristo, que es la Iglesia que

amamos.

2. Las dificultades en el camino de la comunión

Se pueden delinear muy concretamente las dificultades y las resistencias que se

encuentran en el camino de la comunión:

a. La inercia

La primera está constituida por la inercia, que deriva de la frustración de no ver en

muchos casos el resultado de nuestro trabajo y de una sensación de soledad y de

cansancio que nos hace preferir la monotonía a la valentía y a la creatividad pastoral.

También a mí se me presentó la tentación del desánimo en los años de cárcel. En

aquellos momentos podía parecerme preferible buscar algún “arreglo” que me diera un

statu quo tranquilo con los poderosos que me tenían en la cárcel. Pero siempre rechacé

esa tentación pensando en el futuro que Dios preparaba para mi pueblo y para mí como

pastor suyo, y encomendando me a la fidelidad de Dios, que se muestra sobre todo en

los momentos oscuros de la prueba.

De ese modo pude comprender lo sutilmente peli grosa que es la tentación de

compararse con los que buscan el camino de las componendas, a los que pare ce que

todo les va bien, en vez de compararnos con los que optan por el camino difícil de la

fidelidad a la voluntad de Dios según nuestra conciencia. La espiritualidad de comunión

ayuda a superar la inercia por que nos recuerda que los sacerdotes hemos de amar sobre

todo a la Iglesia que Dios nos ha encomendado y la verdad que la hace libre.

b. La falta deformación

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El segundo escollo en el camino de la comunión lo constituye la falta de formación, que

a veces refleja una falta más general de atención a la identidad y a la misión de los

sacerdotes por parte de la comunidad.

Basándome en mi experiencia, puedo afirmar que la formación teológica y espiritual es

fundamental para vivir en el tiempo la fidelidad al don que se nos ha en comendado. En

los años en que me privaron de todo, hasta de poder leer algo, me vinieron

continuamente a la mente y al corazón los pilares de mi formación de cristiano, de

sacerdote y de obispo. Sin la asimilación profunda de aquellos valores, el primero de los

cuales es el amor a la verdad y la exigencia de obedecer a Dios y de agradarle en todo,

quizá no hubiera sobrevivido.

Muchos de mis compañeros de cárcel, incapaces de perdonar a los que nos hacían daño,

murieron, algunos después de la liberación, a consecuencia de la ira acu mulada y de los

traumas sufridos. No estaban aislados, vivían en compañía de otros, pero, una vez de

vuelta a casa con su familia, que los esperaba con ansia, se que daban en un rincón,

traumatizados y llenos de hastío contra sus parientes, que no habían hecho todo lo

posible para liberarlos antes, contra el gobierno, contra los comunistas. Como no

pueden vengarse, odian. Esto les hace daño y, al cabo de unos meses, mueren.

Perdonando siempre a todos, tratando de amar a todos y de poner en práctica la vida

para la que había sido formado, no sólo sobreviví, sino que permanecí en la paz y en la

alegría. Por eso me parece que debemos cuidar siempre nuestra formación y la de los

jóvenes que se preparan al sacerdocio: si los cimientos son buenos, la casa aguanta

todos los embates de la vida y, con un mantenimiento adecuado, estará siempre bella y

será capaz de acoger y dar la vida.

c. Falta de unidad en los criterios pastorales

La tercera dificultad que encontramos para construir la comunión es la falta de unidad

en los criterios pastorales. A propósito del don del Espíritu que constituyen los nuevos

movimientos eclesiales, se ha de evitar el riesgo de que vivan aislados o al margen de la

vida eclesial y de los programas diocesanos. A propósito de la convergencia de las

fuerzas pastorales, es muy delicado el riesgo de los caminos paralelos o diferentes entre

los agentes que trabajan en el ámbito de la evangelización, y exige humildad y un gran

esfuerzo de renovación y de corrección.

Cuando se ha vivido una experiencia de Iglesia per seguida, se comprende 1 importante

que es la unidad en la fe. A la Iglesia le hace más daño la división inter na entre los

bautizados que la persecución por parte de sus enemigos.

La falta de unidad en la fe da lugar a sufrimientos y componendas dolorosísimos para

todos. Cuando la Iglesia vive en paz no se debería olvidar nunca esta enseñanza, que le

viene de los tiempos de las persecuciones.

Hemos de respetar la diversidad sin sacrificar nunca la comunión. A partir del único

Evangelio, hemos de saber dar respuestas diferentes a retos distintos, en pro funda

sintonía con todas las fuerzas que actúan en la Iglesia al servicio de la evangelización.

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Les suplico en nombre de Dios que busquen siempre la unidad, aun a costa de sacrificar

su propio yo. El individuo pasa, la Iglesia permanece. Nosotros podemos y debemos

morir a nosotros mismos; la Iglesia tiene que vivir para llevar a todos la luz de las

gentes en el esplendor de su comunión.

Cuando estamos divididos hacemos mucho daño. Se cuenta que un día fueron tres

personas a rezar delante de Jesús. Llegó primero un católico y le pidió que destruyera a

todos los protestantes porque, si dejaban de existir, los católicos serían felices y le

servirían bien. En segundo lugar llegó un protestante, el cual le suplicó que destruyera a

todos los católicos, que piensan que están en la verdad, pero están en la ignorancia. Por

último llegó el turno de un judío, y Jesús le dijo que, si quería, podía pedirle algo. El

judío respondió que no quería rezar. Entonces Jesús le preguntó qué hacía allí, y el judío

le respondió que estaba esperando. “ esperas?”, le preguntó Jesús. “Espero que escuches

a esos dos —respondió ci judío—, y así seré feliz”.

d. Falta de conciencia de la misión en los laicos

La cuarta dificultad en el camino de la comunión la constituye el clericalismo y la falta

de conciencia en los laicos de su identidad y misión.

Aún existe un fuerte clericalismo deseoso de compartir sus responsabilidades con los

laicos, incluidos los riesgos de una cultura machista que discrimina de distintas maneras

el ejercicio de la vocación que les corresponde por derecho a las mujeres en las

comunidades eclesiales.

Como durante muchos años estuve privado del ejercicio visible de mi ministerio, puedo

decir que comprendo desde dentro la situación de aquellos que, sean sacerdotes o laicos,

no pueden expresar plenamente la riqueza de su vocación. A todos les digo que valoren

el ofrecimiento continuo a Dios de lo que son, hacen o pueden hacer. A la Iglesia entera

le digo que esté atenta a valorar la aportación específica de cada uno. La diversidad de

dones no es una amenaza, sino una riqueza para la comunión. He ahí por qué los laicos

no deben tener miedo de discernir y vivir plenamente lo que el Espíritu les ha dado.

Debemos educarnos en la escucha y el discernimiento de los carismas para integrarlos

en la plenitud del diálogo eclesial y de la acción común al servicio del Evangelio.

También el reconocimiento y la promoción del papel de la mujer en los procesos de

decisión de la comunidad son valores para los cuales hemos de educarnos a ejemplo de

Jesús, que tuvo una relación de gran libertad y verdad con las mujeres.

El papa Juan Pablo II ha visto estas divisiones en su vida, en la Iglesia, y ahora, también

en los movimientos, a veces tan dignos en la Iglesia, pero divididos entre sí. Uno

excluye al otro o se hacen cosas paralelas, y muchos párrocos se sienten a disgusto. Por

ese motivo, en la fiesta de Pentecostés de 1998, Juan Pablo II reunió a todos los

movimientos eclesiales en la Plaza de San Pedro y les encomendó que trabajaran juntos,

por que están divididos y cada uno se empeña en decir que es el más fiel al Papa o el

más amado por el Papa.

Al año siguiente, por iniciativa de algunos movimientos principales, como San Egidio y

los Focolarinos, se reunieron en Alemania, el día de Pentecostés de 1999, cuarenta y

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cuatro movimientos, que se compro metieron a trabajar juntos. Es un gran paso que se

ha podido dar por la unidad de los movimientos.

e. Debilitamiento del sentido de comunión

Esta última traba me parece que la constituye el debilitarse del sentido de la comunión y

la consiguiente falta de pasión misionera, cuando no se cultiva la alegría de ser uno en

Cristo.

También va desapareciendo el empuje en anunciar a los demás la belleza del Señor. En

cambio, donde se siente esta alegría, se intensifica también la pasión misionera.

Recuerdo que, cuando estaba en la cárcel, la mujer que me traía la comida me dio un día

un pescadito envuelto en papel de periódico; descubrí con gran sorpresa que se trataba

de L’Osservatore Romano, que la Santa Sede envía a los obispos, pero que el gobierno

confisca y luego vende como papel. Lavé esa hoja para quitarle el mal olor, la sequé al

sol y luego la guardé como una reliquia, ya que me pareció como un mensaje que me

traía la noticia de que la Iglesia me amaba: no estaba solo, sino que la comunión

universal me sostenía. Eso me dio nueva fuerza e impulso para dar testimonio de mi fe,

lo cual permitió a muchos, incluidos algunos de mis carceleros, empezar a comprender

y quizá a amar a Cristo y a la Iglesia.

No se puede actuar sin la comunión y el espíritu misionero, que van juntos, el uno

sosteniendo y alimentando al otro. No lo olvidemos nunca al cultivar nuestra

espiritualidad de comunión y nuestro compromiso en la misión, porque si no, nos

faltaría credibilidad y nuestras homilías no las escucharía el pueblo. La gente diría que

predicamos la caridad pero no nos amamos.

3. Aprender a vivir la comunión

a. El camino de la oración

El gran camino para superar las dificultades indica das y aprender a vivir la

espiritualidad y la comunión es el camino de la oración y de la unión con Dios. Es el

Espíritu el que infunde en nuestros corazones la cari dad del Padre (cf. Rom 5, 5) y él es

ci agente, el que suscita continuamente la koinonía de la que habla el Nuevo

Testamento.

Hay una imagen muy bonita que describe a la Iglesia como la luna. De noche brilla, no

con luz propia, si no con luz reflejada: la del sol, que es Cristo. Cuanto más se deja

besar por sus rayos, tanto más ilumina la noche del corazón humano y de la historia. La

oración, especialmente en su culmen y en su fuente, que es la liturgia, pero también en

su preparación y dilatación, que es la oración personal, es el lugar en el que nos de

jamos inundar por la luz del so Cristo, para ser capa ces de vivir la comunión y de

anunciar el Evangelio de la comunión.

La oración nos ayuda a convertirnos a Cristo, fuente verdadera de nuestra comunión.

Quisiera leerles una oración que escribí estando en la cárcel:

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“La comunión es un combate de todo momento. La negligencia de un solo instante

puede pulverizarla; basta una nimiedad; un solo pensamiento sin caridad, un juicio

conservado obstinadamente, un apego sentimental, una orientación equivocada, una

ambición o un interés personal, una acción realizada por uno mismo y no por el Señor...

Ayúdame, Señor, a examinarme así:

¿cuál es el centro de mi vida: tú o yo? Si eres Tú, nos reunirás en la unidad. Pero si veo

que a mi alrededor poco a poco todos se alejan y se dispersan, es signo de que me he

puesto a mí mismo en el centro

Durante el último sínodo, varios obispos, hablando de los obispos eméritos, propusieron

al Santo Padre establecer, si era posible, una regla que permitiera a dichos prelados

trabajar en la diócesis hasta los ochenta años. Muchos dicen que el término de setenta y

cinco años es orientativo para pedir la jubilación, pero si uno cuenta con la capacidad

física y espiritual para seguir trabajando, puede hacerlo. El Santo Padre lo quiere porque

el número de obispos eméritos del mundo actualmente es elevado. Pero es mejor no fijar

el término en ochenta años, porque hay casos personales en los que todos esperan que el

obispo se retire a los setenta y cinco años aunque esté muy fuerte...

b. Relación fraterna

Hay otra ayuda para vivir la unidad y la relación fraterna. A los sacerdotes y obispos

nos cuesta tener amigos. Estamos acostumbrados a relaciones verticales, con los

superiores y con los que consideramos súbditos nuestros, y no a relaciones horizontales

de fraternidad sincera y sencilla. Aprender a cultivar la amistad es una verdadera

escuela de comunión.

Cuando llegué a obispo en 1967, un amigo francés me escribió diciéndome que ya no

iba a tener amigos y que no iba a saber la verdad porque nadie se atrevería a ofenderme,

pero que iba a tener siempre buenos banquetes, con motivo de confirmaciones y misas,

¡al lado de personas ancianas y sordas! Los obispos tienen que pensar en esto. Sin

embargo, tengo que decir que los avatares de la vida me han evitado por mucho tiempo

los banquetes y me han dado muchos amigos que me han dicho la verdad. La cárcel,

donde pasábamos auténtica hambre, fue una escuela de amistad, de fraternidad con las

personas más variadas.

No lo olviden: por el puente de la amistad pasa Cristo. Hay que tratar de tener amigos

verdaderos y saber ser amigos. Hay quien quiere tener amigos, pero no quiere ser

amigo. Cuando un sacerdote se siente a disgusto, significa que está aislado, que no se

comunica mucho con sus hermanos.

En algunas casas curiales he visto que el párroco y su vicario comen viendo la

televisión, sin hablar. Son desdichados y están condenados a vivir juntos.

Había un obispo en Brasil no querido por los sacerdotes, hasta el punto que una vez, al

final de una reunión, ninguno de ellos lo saludó. Al día siguiente, durante la celebración

de la misa, el obispo les pidió perdón por si había hecho algo contra ellos, pero los

sacerdotes, aunque la responsabilidad de la situación no era sólo del obispo, no le

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perdonaron y siguieron sin hablarle durante todo el día. Por la noche, aquel obispo, que

era un buen obispo, fue llamando a la puerta de cada habitación y pidió perdón a cada

sacerdote. El hielo se deshizo y de nuevo se entablaron relaciones de afecto.

También con los hermanos tenemos muchos problemas, y los santos tienen más que

nosotros. Saben mejor que yo lo mucho que Don Bosco sufrió con sus hermanos, e

igualmente Juan María Vianney. Se sabe que un día unos sacerdotes escribieron una

carta al obispo denunciando al párroco Juan María Vianney porque, sin conocer bien la

teología ni haber hecho estudios profundos, se atrevía a dar catequesis a sus fie les y a

confesarlos. El sacerdote encargado de llevarle el mensaje al obispo, sintiendo lástima

por Vianney, quiso mostrarle antes el contenido. Juan María Vianney, después de leerlo,

añadió al final de la carta que compartía plenamente lo que estaba escrito acerca de su

ignorancia. Entonces el mensajero, sin saber qué hacer, llevó de nuevo la carta a los

hermanos, los cuales, después de leer la aclaración de Vianney, concluyeron que era

realmente un santo.

A pesar de todo, incluso contra toda dificultad y resistencia, Dios me concedió la gracia

de no faltar a la caridad con mis carceleros ni con los responsables de mi injusto

encarcelamiento. Esto me hizo crecer en la comunión y me dio mucha paz. Al final de

mi cautive rio los carceleros me contaron que, cuando me condenaron al aislamiento,

los jefes de la policía habían des tinado a cinco personas para que me vigilaran, dos ca

da vez para cambiarlos cada dos semanas, y les habían ordenado que no me hablaran

porque podía contaminarlos. Yo hablaba, pero ellos no respondían. Pasadas dos

semanas, los jefes llamaron a los guardias para comunicarles que no los iban a

reemplazar para evitar que aquel obispo peligroso contaminase a toda la poli cía. El

amor es el único que hace esto. Los dos carcele ros estuvieron conmigo nueve años. Un

día quería cortar un palo para hacer una cruz, y le pedí a uno de ellos, que después se

hizo amigo mío, si podía hacerlo. Me dijo que estaba prohibido, pero me dejó hacerlo, y

yo escondí la cruz en el jabón. Cuando había controles, yo decía que era jabón para el

baño, y así la cruz permaneció intacta hasta mi liberación, y luego la mandé recubrir con

metal. Lo bonito es que se hizo con la complicidad de comunistas en contra de sus

superiores.

c. Amar a los pobres

Por último, ámen mucho a los pobres, esos que nadie ama. Quien ama realmente al

pobre no lo ama por la gratificación que recibe, sino porque reconoce en él la dignidad

del hermano por el que Cristo murió. Los pobres son nuestros maestros en el camino del

Evangelio, y saben dar mucho más de lo que se puede pensar. Como dice el

Instrumentum laboris para el reciente sínodo de obispos, dedicado a la figura del

“obispo, servidor del Evangelio de Jesucristo para esperanza del mundo”, “el mismo san

Pablo tenía como punto fundamental de su apostolado el cuidado de los pobres, que es

para nosotros el signo fundamental de la comunión entre los cristianos””. Amar a los

pobres es amar a Cristo, que se presenta en ellos a nuestro corazón (cf. Mt 25, 3lss.). Y

quien ama a Cristo se deja amar por El y aprende a vivir el amor a pesar de todo, incluso

contra toda dificultad y resistencia. Como ya les he dicho, Cristo me concedió la gracia

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de no faltar nunca a la caridad con mis carceleros ni con los responsables de mi injusto

cautiverio, y esto me hizo crecer en la comunión y me dio mucha paz.

Especialmente para los obispos, este llamamiento a la espiritualidad de comunión se

convierte en una invitación urgente a ejercer la colegialidad, en la que fuimos injertados

con la gracia de nuestra ordenación: como nos enseñó el Vaticano II, injertados en la

sucesión del colegio apostólico, los obispos forman parte del colegio episcopal en torno

al sucesor de Pedro, que es su cabeza universal. La colegialidad, en el espíritu del

Concilio, no es sólo una realidad jurídica, sino una auténtica forma de espiritualidad que

exige disponibilidad a escucharse mutuamente, sinceridad de relaciones, preocupación

de cada uno y de todos por el bien de todas las Iglesias. Sin esta comunión colegial, los

años de prisión habrían sido para mí una experiencia trágica de abandono de mi rebaño.

En cambio, sabiendo que los demás pastores eran solidarios conmigo, me sentía seguro

de que mis ovejas no iban a quedarse so las. Así creo que ha de ser siempre, tanto en

tiempos de paz como en tiempos de prueba: ¡la comunión colegial entre los obispos

ayuda a la Iglesia a ser en la tierra imagen viva del amor trinitario!

Lo experimentamos de modo particular cuando tenemos la gracia de vivir la

concelebración eucarística: entonces es cuando sentimos que Cristo es el Pastor que nos

une y nos envía juntos a ser sus testigos hasta los confines de la tierra. La celebración de

cada día se convierte así en una cita donde siempre podemos a- prender de nuevo a vivir

y a crecer en la comunión.

Un día el pastor Roger Schultz me dijo que, cuan do visitó al patriarca Atenágoras, éste

le habló de la comunión y, mientras lo acompañaba a la puerta, antes de despedirse, hizo

el gesto de la elevación del cáliz, para decir que allí es donde se obtiene la comunión y

la unidad. ¡No lo olvidemos nunca, queridísimos hermanos míos! Que el Señor nos

conceda comprender el sentido de aquel gesto y hacer nuestra esta oración del propio

Atenágoras, con la que quiero concluir: “Hay que conseguir desarmarse. Yo he hecho

esta guerra. Durante años y años. Ha sido terrible. Pero ahora estoy desarmado. Ya no le

tengo miedo a nada, porque el amor ahuyenta el miedo. Estoy desarmado de la voluntad

de prevalecer, de justificarme a expensas de los de más. Ya no estoy alerta, celosamente

aferrado a mis riquezas. Acojo y comparto.

No me importan especialmente mis ideas, mis proyectos. Si me proponen otros mejores,

los acepto de buen grado. Es decir: no mejores, sino buenos. Lo saben, he renunciado al

comparativo... Lo que es bueno, verdadero, real, esté donde esté, es lo mejor para mí.

Por eso ya no tengo miedo. Cuando ya no se posee nada, ya no se tiene miedo. “ nos

separará del amor de Cristo?”. Pero si nos desarmamos, si nos des pojamos, si nos

abrimos al Dios-hombre que hace nuevas todas las cosas, entonces es El quien borra el

pasado malo y nos devuelve un tiempo nuevo donde todo es posible”. Amén.

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VI

EL GOZO DEL ENTUSIASMO APOSTÓLICO

Cuando no hay comunión, es muy difícil evangelizar, no sólo para el clero diocesano,

sino también para las comunidades claustrales. Sólo con la comunión podemos avanzar

por la nueva evangelización. Un barco tampoco puede adentrarse en el mar si los

marineros no están bien avenidos.

1. Partamos de lo esencial: Dios permanece y sólo Él basta

Cuando estaba en la cárcel, a veces viví momentos de desesperación, de rebelión,

preguntándome por qué Dios me había abandonado si yo había consagrado mi vida sólo

a su servicio, para construir iglesias, escuelas e instalaciones pastorales, dirigir

vocaciones, atender a movimientos y experiencias espirituales, promover el diálogo con

las otras religiones, ayudar a reconstruir mi país después de la guerra, etc. Me

preguntaba por qué Dios se había olvidado de mí y de todas las obras que había

emprendido en su nombre. A menudo me costaba dormirme y me sentía angustiado.

Una noche oí dentro de mí una voz que me decía: “Todas esas cosas son obras de Dios,

pero no son Dios”. Tenía que elegir a Dios, y no sus obras. Quizá un día, si Dios quería,

podría retornarlas, pero tenía que dejarle a Él que eligiera, cosa que haría mejor que yo.

¡ Alabado sea Jesucristo!

A partir de ese momento sentí una paz profunda en el corazón y, a pesar de todas las

pruebas, siempre me repetí a mí mismo: “Dios y no las obras de Dios”. Lo que importa

es vivir según el Evangelio, únicamente de esto y por esto, como dijo san Pablo: “Todo

lo hago por el Evangelio” (cf. 1 Cor 9, 18).

Hay que vivir lo esencial en cada cosa, pero sobre todo en el impulso misionero de

nuestra vida de pasto res; partir de lo esencial.

Tener lo esencial en el corazón. Cuando tenemos lo esencial dentro de nosotros, ya no

sentimos necesidad de nada. También en nuestra vida sacerdotal hemos de tener lo

esencial en nosotros, es decir, a Dios y su voluntad. Si tienes a Dios, lo tienes todo; si

no tienes a

Dios en tu corazón, te falta todo.

Por eso, cuando estaba en la cárcel, todos los días, antes de celebrar la santa misa,

pensaba en las promesas que había hecho en el momento de mi ordenación episcopal.

Con ellas me había comprometido a tener siempre a Dios, para custodiar lo esencial en

mi vida: a El y su voluntad. Las promesas que se hacen en el momento de la ordenación

se han de renovar continua mente, ya que son un programa de santidad y, si las

mantenemos, somos santos. Esas promesas nos inter pelan todos los días. Nos reclaman

una fidelidad que no es la mera repetición del pasado, sino la novedad siempre renovada

de entregar nuestro corazón a Dios y a la Iglesia. El acoger la gracia de su espíritu hace

rejuvenecer en nosotros el compromiso y nos hace testigos de una experiencia cada día

nueva del amor del Señor.

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Esto es lo que quiero decir cuando hablo de la exigencia de partir siempre de lo

esencial: todo es relativo, todo pasa. Por esta razón quise escribir en mi anillo episcopal:

“Todo pasa” Sólo Dios permanece y sólo El basta. No lo olvidemos nunca. Lo esencial

sólo se puede perder con el pecado, y si nos esforzamos por ser fieles 1 guardaremos en

el corazón, y eso nos dará la alegría de volver a empezar cada día con nuevas ilusiones y

nuevo entusiasmo.

Recuerdo la primera vez en que fui a Canadá, en 1959. Después de concluir la tesis en

Roma, fui a visitar América. En Canadá muchos fieles vinieron a preguntarme: “ tu país

rezan los sacerdotes?”. Yo respondí: “Los sacerdotes rezan siempre”. Y ellos añadieron:

“En este país ya no rezan”.

El resultado de eso lo vemos ahora, unos años después. Una enfermedad tiene un

período de incubación y necesita muchos años para desarrollarse. La lepra, por ejemplo,

llega a la sangre, pero está latente y necesita veinte años para desarrollarse.

Recuerdo otra experiencia en Extremo Oriente. Un día hablé con el padre provincial de

una gran congregación sobre la crisis del sacerdocio. El me dijo:

“Hemos enviado una carta a todos los hermanos que han dejado el sacerdocio para

preguntarles por qué lo han hecho. Todos han contestado. Sus respuestas revelan que no

habían dejado el sacerdocio por problemas sentimentales, sino porque no rezaban.

Algunos dijeron que habían dejado de rezar hacía muchos años. Vivían en comunidad

pero no rezaban profundamente; mejor dicho, no rezaban. Trabajaban mucho,

enseñaban en las universidades, organizaban muchas cosas, pero no rezaban”.

El papa Juan XXIII descubrió la importancia de los signos de los tiempos y nos invitó a

interpretarlos. A él le gustaba repetir: “Si la Iglesia no va al mundo, ci mundo no irá a la

Iglesia”. Lo que “el papa bueno” quería significar es que a menudo la situación de un

mundo sin Evangelio no es más que la consecuencia de un Evangelio sin mundo. La

gente sólo puede entender a uno que habla el lenguaje de su tiempo. Aprender es te

lenguaje no significa traicionar el Evangelio; significa interpretarlo para que su anuncio

llegue efectiva mente a las mujeres y a los hombres a los que somos enviados, con toda

la fidelidad que exige el depósito de la fe, pero también con toda la importancia

necesaria que un lenguaje comprensible puede darle a nuestro anuncio.

He viajado por todo el planeta y he podido comprender que el encuentro con Cristo nos

apremia des de dentro y nos impulsa a evangelizar a todas las gentes: Cristo resucitado,

antes de su ascensión al cielo, invitó a los apóstoles a anunciar el Evangelio al mundo

entero (cf. Mc 16, 15), confiriéndoles el poder necesario para realizar esa misión. Es

significativo que antes de encomendar el último mandato misionero, Jesús ha ga

referencia al poder universal que recibió de su Padre (cf. Mt 28, 18). Cristo transmitió a

los apóstoles la misión recibida de su Padre (cf. Jn 20, 21) y así los hizo partícipes de su

poder. Nosotros somos realmente unos enviados, y nuestra identidad más profunda es in

separable de nuestra tarea misionera, que hemos de ejercer a tiempo y a destiempo, en

todos los contextos y ante los retos más diversos. Me voy a limitar a dar algún que otro

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ejemplo de este destino universal de nuestra vocación apostólica leyendo alguno de los

signos de nuestro tiempo.

a. Evangelización de la cultura

El primer reto misionero al que quisiera referirme es la evangelización de la cultura.

Hemos celebrado el cuarto centenario del nacimiento del jesuita Mateo Ricci, que

predicó eficazmente el Evangelio en China. Después, por desgracia, muchos misioneros

no hicieron como él, y por eso hoy en día China no está bien evangelizada. Si hubieran

seguido el ejemplo de Ricci, ahora China sería otra cosa.

La importancia de este tema la expresa la famosa frase de Pablo VI en su Evangelii

nuntiandi (EN): “La ruptura entre Evangelio y cultura es, sin duda, el drama de nuestra

época”

La nueva evangelización de la cultura requiere un esfuerzo lúcido, serio y ordenado. Se

trata de hacer realidad la ley de la encarnación por la cual el Hijo asumió la naturaleza

humana para salvar a los hombres. Para ello es necesario que el Evangelio se anuncie en

el len guaje y en la cultura de los que lo escuchan. La evangelización de la cultura pasa

ante todo por la evangelización de los centros educativos. El mundo de la educación es

un campo privilegiado para promover la inculturación del Evangelio. Hemos de prestar

una atención privilegiada a todo el ámbito de la educación, porque allí es donde se

forman los jóvenes y donde se prepara e futuro de la historia. Sin ahorrar energías,

estamos llamados a llevar el Evangelio a las nuevas generaciones, especialmente a

través de los canales de la escuela y de las universidades.

Es muy importante, pero a veces hay provocaciones. Recordarán que, con la FUCI’ los

estudiantes universitarios se habían reunido en Palermo —Italia—, para un congreso

presidido por el cardenal Luciani de Venecia. Entre otras propuestas estaba la de

suprimir los capellanes militares, quitar los signos religiosos de los colegios, pensando

que sería mejor otro tipo de cultura. La reacción del cardenal Luciani, que luego fue

papa durante treinta y dos días, “el papa de la son risa”, fue muy dura y enérgica, pues

suspendió la sesión y prohibió toda discusión. Y así salvó la situación.

b. Medios de comunicación social

Del mismo modo son de gran importancia los me dios de comunicación social. Por una

parte unifican el planeta en la llamada “aldea global”. Por otra, pueden utilizarse para

transmitir cualquier mensaje.

De una manera correcta y competente, se puede llevar a cabo una auténtica

inculturación del Evangelio. La globalización es una cosa buena, pero también per

versa, por lo que hay que tenerla bien agarrada. Si la globalización la usan personas

malas, causará muchos perjuicios a la Iglesia y a la sociedad.

Recuerdo que cuando hablé a cincuenta mil jóvenes en la plaza de toros de México, el

estadio más gran de de la ciudad, uno de ellos subió al estrado al final de la conferencia

para regalarme una gorra, y me dijo que la guardase como recuerdo de México;

evangelización y recuerdo de México. Mientras todos aplaudían, leí por dentro de la

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gorra que estaba fabricada en Vietnam: ¡un recuerdo de México que venía de Vietnam!

La globalización!

Hace unos días vino a verme un sacerdote de América no que había podido dar clase en

una universidad china sin que lo descubrieran y recibir a seminaristas en su casa. Me

contó sus experiencias en las cárceles comunistas y me dijo que en China le sugirieron

que viniera a yerme. Ante mi sorpresa, me explicó que la gente de la Iglesia clandestina

le había aconsejado que fuera a yerme cuando viniera a Roma. ¡ La globalización!

Algunos me han preguntado cuándo volveré a Vietnam. No suelo responder claramente

a esa pregunta. En mi país los obispos no pueden hablar en la televisión, en la radio.

Cada uno sólo puede predicar en su diócesis y necesita una autorización para poder ir a

otra diócesis a celebrar y a pronunciar una homilía. Estoy ausente del país y, sin

embargo, en virtud de la globalización, estoy presente porque puedo hablar por Internet

o por la radio a todo el pueblo, más que los de más obispos que residen allí, y por eso no

vuelvo.

Cuando prediqué al Papa los ejercicios espirituales recibí al momento, por correo

electrónico, mensajes dc personas que podían seguir los ejercicios por Internet. ¡ La

globalización!

Tenemos que trabajar con estos medios y controlarlos, porque son muy importantes.

c. Las sectas

Sin duda alguna, el proselitismo que las sectas y los nuevos grupos religiosos hacen en

muchos países constituye un grave obstáculo para la tarea evangélica. La verdadera

respuesta a este reto está en el renovado impulso de la evangelización, en el estilo

auténtico del Evangelio, que respeta el santuario de, la conciencia de cada individuo, en

el cual se desarrolla un diálogo decisivo, absolutamente personal, entre la gracia y la

libertad del hombre.

¿Por qué las sectas conquistan a tanta gente, y nosotros, con diplomas y doctorados, no

conquistamos? Hay obispos que afirman que pierden al día cincuenta mil fieles. ¿Cómo

se constituyen las sectas? Hay muchos millonarios que las subvencionan.

Para realizar este tipo de evangelización es necesario, por parte de todos los bautizados

y especialmente de los pastores, el testimonio creíble de la vida y la dedicación

completa para llevar la palabra del Evangelio de manera directa y personalizada a cada

uno.

— El testimonio. Si no hay testimonio, no podemos vencer a las sectas.

— Unión constante de acción y de contemplación.

— Las palabras han de transmitir la experiencia del don recibido y la gracia de la

conversión del corazón, que se irradian a través de gestos de caridad y de justicia

comprensibles para todos.

También el desafío de las sectas lleva de este modo a redescubrir la calidad de la tensión

misionera de la vida eclesial. La misión ad gentes no es una actividad marginal porque

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las sectas la practican con éxito; se añade a las otras, pero es la expresión concreta de

una pasión por el Evangelio que arde hasta ci punto de provocar opciones radicales de

vida y de donación personal.

Quisiera confirmar esta consideración con una experiencia de mi vida de pastor, cuando

iba en un barco, encadenado, para ser llevado con otros mil quinientos detenidos desde

el sur hacia el norte de Vietnam, a mil setecientos kilómetros de mi diócesis.

Un día, el 1 de diciembre de 1976, tuve una especie de pesadilla en la que vi alejarse la

luz de mi diócesis, que estaba dejando, y me encontré en total oscuridad, física y

mental, en la bodega del barco, con mis compañeros de tragedia muertos de tristeza, sin

saber cuál era nuestro destino. A la mañana siguiente, con la luz del día, muchos me

reconocieron. La mayor parte no eran católicos, pero sabían que era obispo, y me

dijeron que la presencia de un obispo les daba confianza, y me hicieron muchas

preguntas. En ese momento empecé a sentir en el corazón que el camino de mi vida es

taba dando un giro. Igual que san Pablo, encadenado en el barco que lo llevaba a Roma,

capital del Imperio, yo iba prisionero en un barco hacia la capital de Vietnam, Hanoi.

Igual que san Pablo comprendió que el Señor le encomendaba una nueva misión —

llegar al centro del Imperio para cambiarlo desde dentro—, así yo comprendí que estaba

llamado a llevar el Evangelio a un nuevo terreno. Empecé a considerar el barco, y luego

la prisión, como la más hermosa catedral. Un barco largo con mil quinientos

prisioneros: ésta es mi catedral más hermosa, en la que tenía que anunciar el Evangelio

con la palabra y con la vida. Todos aquellos prisioneros, budistas, confucionistas,

católicos y protestantes, eran el nuevo pueblo que Dios me encomendaba, y no sólo

ellos, sino también los carceleros comunistas.

Entonces se abrió ante mí una nueva visión, y le dije a Jesús: “Aquí estoy, Señor; estoy

dispuesto a ir por ti fuera de las murallas, extra muros. No a mi diócesis, sino a otro

lugar. Tú moriste por mí fuera de las murallas de Jerusalén para que el Evangelio llegara

a toda criatura”

Desde entonces sigo viviendo esta misión, dirigida especialmente a los pequeños, a los

pobres, a los paga nos, no en una sola diócesis, sino en el mundo entero.

Así, quisiera desearles a cada uno de ustedes una pasión por el Evangelio que trascienda

todo límite, toda frontera, y que, partiendo de lo esencial, se irradie a todos los campos

de la misión que Dios les encomien da a cada uno de ustedes, sin excluir ninguna nueva

posibilidad. Siempre tenemos ocasión de evangelizar.

3. Donde Dios llora

Nuestro siglo se caracteriza por la globalización, una realidad que no podemos

desconocer y cuyos aspectos positivos hay que desarrollar y vigilar los negativos.

Parto de una lectura reciente de un artículo de periódico cuando iba en avión de Roma a

Washington, y que trataba sobre la nueva Trinidad. Enseguida me picó la curiosidad

porque no la había estudiado en el seminario. Descubro que el Padre es la Casa Blanca,

de la que proceden las directrices y los impulsos para actuar, todas las ideas para

conquistar el mundo y mecanizarlo; el Hijo es la CNN, la red de televisión global que

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lleva al mundo la palabra del Padre difundida por todo ci universo; el Espíritu Santo es

el consumismo, que hace desear lo que quieren el Padre y el Hijo. Si la cabeza del

mundo ahora piensa así, esta imagen puede parecer blasfema, pero fotografía muchos

aspectos de la situación actual. Por eso Dios llora.

Podemos preguntarnos adónde va el mundo si las cosas son así.

Un autor francés distingue tres etapas del proceso que se está desarrollando en todo el

mundo:

— La primera etapa es la explotación de los pobres. Se ha pasado de la esclavitud y de

la colonización a formas de nueva esclavitud y al neocolonialismo.

— La segunda etapa es la exclusión: sólo los del G8 lo deciden todo. Los demás países

están excluidos y tienen que sufrir. Todo está en manos de unos pocos, los del G8. Los

demás no pueden decidir nada.

— La tercera etapa es la eliminación. Algunos pueblos se consideran superfluos. Los

africanos: superfluos, hasta el punto de pensar que es mejor eliminar los o facilitarles la

extinción mediante la guerra, la pobreza, el hambre, el SIDA, la tuberculosis, la malaria

o la lepra. Ahora la longevidad de la población africana, en vez de progresar como hace

años, ha descendido en quince años de cuarenta y siete años de vida a cuarenta.

En estas tres etapas podemos decir que Cristo es crucificado de nuevo y que Dios llora.

Habrán oído hablar mucho de Camboya, destruida por las persecuciones del régimen de

Pol-Pott. Había un obispo camboyano, Mons. Sala, ordenado sólo tres días antes de la

llegada de los comunistas, que nunca pudo ejercer su ministerio de obispo, pero quiso

que darse con su pueblo, ir a la cárcel con él para poder hablar o al menos dejarse ver

por su gente. Y permaneció en la cárcel hasta su muerte. Padeció torturas, trabajos

forzados y muchos sufrimientos por estar en medio de su pueblo evangelizando a su

modo. Cuando murió, su madre dijo que conservaba su cruz escondida en el gallinero

de casa porque, si la descubrían, le habrían cortado la cabeza. Esa madre vigila el

gallinero porque allí está la cruz de su hijo, y el pueblo mira a aquel lugar como si el

obispo todavía estuviera vivo.

Podríamos sintetizar estas interpretaciones con las palabras del testamento de Pablo VI,

que no podía sino añadir la visión de la esperanza cristiana: “Cierro los ojos a esta tierra

dolorosa, dramática y magnífica invocando una vez más sobre ella la bondad divina”.

Vivimos cada día en este mundo donde hemos de evangelizar y donde las generaciones

están cambiando. El cuadro que hemos trazado no debe inducirnos al pesimismo, sino

impulsarnos a mirar con ojos aún más confiados al Dios de la vida y de la historia, que,

a través de su hijo Jesús, sigue diciéndonos: “Navega mar adentro” - Duc in altum (Lc

5, 4).

Es la invitación que el Santo Padre ha querido que resuene para todos nosotros en la

Novo millennio ineunte, texto inspirador de los pasos de la Iglesia al comienzo de este

tiempo. Hago mía esta invitación, soñando con ustedes con los ojos abiertos: sueño con

una Iglesia que sea palabra, que muestre el Libro del Evangelio a los cuatro puntos

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cardinales de la tierra, con un gesto de anuncio, de sumisión a la Palabra de Dios, como

promesa de la Alianza eterna.

Sueño con una Iglesia que sea pan, Eucaristía, que pueda quitar el hambre a todos para

que el mundo tenga vida en abundancia.

Sueño con una Iglesia que esté apasionada por la unidad que Dios nos ha dejado.

Sueño con una Iglesia que esté en camino, pueblo de Dios que lleva la cruz y, orando y

cantando, va al encuentro de Cristo resucitado, única esperanza.

Sueño con una Iglesia que tenga en el corazón el fuego del Espíritu Santo, y donde está

el Espíritu hay libertad, diálogo sincero con el mundo, y especialmente con los jóvenes,

con los pobres y con los marginados.

Sueño con una Iglesia que sea testigo de esperanza y de amor, con hechos concretos que

abracen a todos con la gracia de Jesucristo, con ci amor del Padre y con la comunión del

Espíritu, vividos en la oración y en la unidad.

Sueño también con un mundo sin corrupción, sin deuda externa, sin drogas, sin carrera

de armamentos, sin racismo, sin guerras ni violencias, ¡como sólo Dios podrá edificar

con nuestro sí!

Sueño con una humanidad en la que la doctrina social de la Iglesia realice plenamente

su función de instrumento al servicio del crecimiento de la vida y de la calidad de vida

de todos los hombres y de todas las mujeres, para gloria de Dios.

María, Estrella de la nueva evangelización, nos invita a cantar con Ella su Magnificat y

nos sostiene en la certeza de que la última palabra de la vida y de la historia no podrá

ser la del mal que triunfa, sino la del amor que salva. A Ella le encomendamos nuestro

ministerio de obispos y sacerdotes al servicio de la nueva evangelización. Con Ella

proclamamos las maravillas del Altísimo, que ha guiado los pasos de la Iglesia en el

tiempo y de nuestra vida, y nos conduce con alegría al puerto de su casa, la Jerusalén

celestial, cuando Dios lo será todo en todos y el mundo entero será la patria de Dios.

VII

EL GOZO DEL DON DEL MOMENTO PRESENTE

En estos momentos tenemos siempre mucho trabajo y poco tiempo para reflexionar y

meditar; la televisión, el fax y el teléfono nos molestan continuamente.

Hemos de recurrir a los textos de los grandes Padres de la Iglesia para que nos ayuden,

porque ellos tienen más trato con Dios que nosotros.

Quiero meditar brevemente con ustedes sobre el gozo del don del momento presente.

Creo que hay que buscar algo sencillo para nuestra santidad. En nuestra vida de

bautizados tenemos un tesoro muy rico e importante, pero que no apreciamos: el

momento presente.

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Todos lo poseemos, y cuanto más avanzamos en la vida y profundizamos en nuestra

vida espiritual, más vemos lo importante que es el momento presente. Es un elemento

clave de la vida espiritual, no sólo para los católicos, sino también para las demás

religiones, tanto para los budistas como para los musulmanes.

Los budistas dicen que la gente le pregunta a Buda por qué sus discípulos comen una

sola vez al día y están contentos.

Buda responde que ellos no piensan en el pasado porque ya pasó; no piensan en el

futuro porque aún está por llegar; piensan sólo en el momento presente, y por eso se

contentan con una sola comida.

¡ Alabado sea Jesucristo!

En el libro de oración de los musulmanes está escrito: “Cuando es de noche no esperes a

la mañana y cuando es de día no esperes a la noche”.

Les cuento mi experiencia. Cuando era joven me impresionó mucho lo que había dicho

santa Teresa del Niño Jesús sobre ci momento presente, pero aún no lo había practicado

en profundidad.

La noche de la Asunción de 1975, como ya les he contado, me detuvieron en el Palacio

de la Presidencia y me llevaron a una parroquia cerca de las montañas, a quince

kilómetros del obispado. Iba en un coche con dos policías. Nos precedía un tanque y nos

seguía un coche con soldados. Sólo llevaba conmigo el hábito talar, algunos papeles, un

pañuelo y el rosario. Me di cuenta de que no tenía ninguna posibilidad de decisión, y me

acordé de un obispo americano que estuvo prisionero en China y que, cuando lo

soltaron, no podía caminar. Cuando llegó a América lo entrevistaron, y lo primero que

dijo fue que se había pasado el tiempo esperando.

En la cárcel, todos esperan ser liberados en cualquier momento, pero yo me dije

mientras me llevaban que era una ilusión esperar que volvería a Roma y haría un trabajo

importante, porque lo más probable en las condiciones en que me encontraba era que

me llegase la muerte.

Decidí, pues, vivir el momento presente llenándolo de amor, pero no era fácil poner en

práctica esta decisión.

Cuando llegué a la diócesis, vi a la policía por todas partes, todo lo habían quemado y

confiscado, ya no había biblias ni textos espirituales, y las religiosas, expulsadas de sus

conventos, trabajaban en los campos. Esta situación me atormentaba, pero una noche

me sugirieron que escribiera cartas, como hizo san Pablo cuando estaba prisionero.

Al día siguiente llamé a un niño y le pedí que le di jera a su madre que me diera tacos de

calendarios viejos y me los trajera por la noche. Así empecé a escribir de noche, con la

lámpara de petróleo y ci tormento de los mosquitos. A la mañana siguiente le entregaba

las hojas al niño diciéndole que se las diese a sus hermanas para que las copiaran y las

guardaran.

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El 18 de marzo, víspera de san José, me detuvieron de nuevo y me aislaron, pero lo que

había escrito se publicó mientras estaba preso sin que yo lo supiera. El título de aquel

libro es El camino de la esperanza.

Dos años después, dado que estaba en pésimas condiciones de salud, me sometieron a

arresto domiciliario en el norte de Vietnam, donde no había párroco desde hacía diez

años y la gente era poco practicante. Siempre me vigilaba una persona que al comienzo

era muy dura conmigo, pero luego, poco a poco, me tomó cariño y me ayudó.

Volví, pues, a escribir en la clandestinidad, y mis escritos se publicaron con el título El

camino de la esperanza a la luz de la Palabra de Dios y del Concilio.

Luego escribí otro libro que salió en francés y en español: Peregrinos por el camino de

la esperanza.

El policía que me vigilaba, al final se volvió muy solidario conmigo: incluso compró

papel para que escribiera y, cuando veía gente del sur, la traía a casa por la noche. Así

pude encomendarles el borrador de mi libro, que llevaron, oculto bajo la ropa, a

Vietnam del Sur, donde se publicó clandestinamente y sirvió de ayuda durante los años

de persecución, sobre todo a los consagrados.

El gobierno se enteró de la existencia de estos libros y ordenó a los obispos que los

quemaran, lo que constituyó la mayor publicidad para mis escritos e hizo que

aumentaran mucho las ventas.

Cuando leí la vida de san Ignacio, le pedí al Señor una gracia a imitación del santo, al

que, cuando estaba herido en el hospital, le ayudó mucho la lectura de la Imitación de

Cristo.

La Imitación de Cristo está dividido en cuatro partes, que tratan del seguimiento de

Jesús, la resistencia a la tentación, los sacramentos para fortalecer la vida y la

Eucaristía.

El segundo libro que ayudó a Ignacio fue La vida de Jesús, y se puede hacer un paralelo

con La esperanza no defrauda, porque en él está contenida la Palabra de Dios.

El tercer libro que ayudó a Ignacio fue La vida de los santos, que se puede comparar con

Peregrinos por el camino de la esperanza, que contiene el testimonio de más de

trescientas historias que se pueden utilizar en las homilías y en la catequesis.

Los tres libros que he citado ayudaron mucho a Ignacio en su conversión, después de la

cual fue a Montserrat a hacer un largo retiro y escribir los Ejercicios espirituales.

Yo no había pensado escribir ejercicios espirituales mientras estaba en la cárcel, pero el

Papa después hizo que los escribiera. También yo, como Ignacio cuando estaba de retiro

en Montserrat, tuve momentos de desesperación, de rebelión y de alegría.

Preguntémonos si es posible ser sacerdotes santos en el momento presente. Viviendo el

presente es como se pueden cumplir bien los deberes de cada día. Si todos lo hicieran en

sus diferentes funciones, todo el mundo se vería transfigurado. Viviendo el presente es

como las cruces se vuelven soportables; viviendo el presente se pueden comprender las

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inspiraciones de Dios, los impulsos de su gracia; viviendo el presente podemos construir

con provecho nuestra santidad. Decía san Francisco de Sales que cada momento viene

cargado de una orden y va a abismarse a la eternidad para fijar lo que hemos hecho con

él.

Jesús nos ha pedido que vivamos bien cada minuto porque es santo quien es fiel en las

cosas pequeñas. In modico fidelis. Jesús dice: “El que me envió está con migo, yo hago

siempre lo que le agrada” (Jn 8, 29). Esto es el presente. Jesús también nos ha pedido

que recemos siempre: Orate semper.

Hay que ser el amor en el momento presente, con Dios y con todos. Se pueden hacer

grandes cosas, pre dicar bien, enseñar bien, construir bien, pero es difícil hacerlo todo

bien; sólo en la santidad se puede hacer. Hacer la voluntad de Dios es el acto más

inteligente y que más fruto da. El hombre se realiza a sí mismo en la comunión con

Dios diciéndole sí a El en cada momento de su vida, respondiendo al sí que Dios dijo al

crearlo por amor.

El hombre se encuentra a sí mismo y toda su felicidad en su relación con Dios. Vivir el

presente y trabajar mano a mano entre los dos. Es muy sabio transcurrir el tiempo que

tenemos siguiendo perfectamente la voluntad de Dios, y para hacer esto se requiere

voluntad, decisión, pero sobre todo una confianza en Dios que puede llegar hasta el

heroísmo. Si no puedo hacer nada en una circunstancia determinada o por una persona

querida que está en peligro o enferma, puedo hacer lo que se requiere de mí en ese

momento: estudiar bien, limpiar bien, rezar bien, atender bien a mis hijos.

Viviendo bien el presente sucederá como dijo Pablo: Vivit in me Christus (Gu12, 20), y

a través de El lo puedo todo. También el ascetismo es vivir el presen te. No es fácil

agradar siempre a Dios, no es fácil son reír a todos siempre, no es fácil amar a todos en

todo momento, pero si somos siempre amor en el presente, sin darnos cuenta somos

nada para nosotros mismos y afirmamos con la vida la superioridad de Dios, su serlo

todo. Basta vivir en el amor.

Los deberes de cada instante ocultan bajo sus oscuras apariencias la verdad de la

voluntad divina. Son como el sacramento del momento presente.

Cuando estaba en la cárcel pensaba cada día en la santidad, y al final me convencí de

que no había más que vivir bien el momento presente, porque nuestra vi da está

compuesta de millones de minutos.

Para hacer una línea recta hay que hacer miles de puntos, y si hacemos bien cada punto

tenemos una hermosa línea recta. Nuestra vida está formada por millones de minutos; si

vivimos bien cada minuto tenemos una vida santa. No se puede ser santos a intervalos,

no se puede vivir respirando a intervalos, porque hay que respirar siempre.

Para concluir, quiero citar las palabras de Teresa del Niño Jesús y de Teresa de Calcuta.

Santa Teresa del Niño Jesús dijo: “Sólo tengo ojos para amar”. Escribió también que

aprovechemos nuestro único momento de sufrimiento y que nos fijemos sólo en el

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momento que pasa, porque un momento es un tesoro, y para amar a Dios en la tierra no

hay más que el hoy

Lo mismo —dice santa Teresa— vale para el sufrimiento que en cada minuto se puede

soportar, porque uno siente sólo el sufrimiento del momento, mientras que, si pensamos

en el pasado y el futuro, nos desanimamos. Sufrir sólo en el momento presente no es

demasiado gravoso.

La Madre Teresa de Calcuta me escribió una carta diciéndome entre otras cosas que lo

importante no es el número de actividades que hacemos, sino la intensidad de amor que

ponemos en cada acción.

Creo que sobre todo a nosotros, que tenemos siempre tanto trabajo, el momento

presente nos ayuda mucho.

¡Alabado sea Jesucristo!

VIII

DIEZ “AES” PARA RECORDAR EN LA VIDA

Queridísimos hermanos en el sacerdocio:

Con esta homilía concluimos nuestros ejercicios espirituales: días de oración, de

silencio, de intimidad con el Señor, que nos ha llamado.

Antes de salir y volver a nuestras ocupaciones, quisiera dejarles las diez “aes” para

recordar en la vida, porque ahora empiezan de verdad los ejercicios: después de los días

de paz vividos juntos, siguen momentos duros, llenos de trabajo y de actividad.

Muchas veces pensamos que tenemos que actuar y trabajar, lo cual es cierto, pero no es

menos cierto que antes tenemos que rezar y escuchar.

Por este motivo, las diez “aes” para recordar en la vida están divididas en dos partes: las

cinco primeras se refieren al fuego interior; las otras cinco, al trabajo exterior.

Empecemos por el fuego interior porque es la causa del fuego exterior:

El fuego interior

1. Adorar: después de estos ejercicios todos podemos decir: “¡ Me he encontrado con

Jesús!”. Hemos contemplado el rostro de Cristo, que es Amor. Lo hemos visto en sus

catorce defectos. Sabemos que la gente busca el rostro de Dios. Somos nosotros quienes

se lo mostramos.

2. Amar: la segunda “a” que hay que recordar es la de “Amar”. Después de haber

conocido a Jesús, decimos llenos de alegría: Vidimus lesum! - “¡Hemos visto a Jesús!”.

El amor de Cristo nos sacude, como le sucedió a san Pablo: Caritas Christi urget nos! El

fuego del amor de Cristo quema los corazones de los apóstoles. ¡Dejémonos quemar!

¡Es fuego de amor!

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3. Atender: nosotros, sacerdotes, ante todo tenemos que atender a Dios. No podemos

hablar de El si antes no lo escuchamos atentamente, como hizo María en Betania. Los

hombres quieren ver a Jesús a través de nosotros. En segundo lugar, recordemos que

podemos escuchar a Dios en nuestra conciencia. Nosotros, formadores de conciencias,

¡cuánto necesitamos ser fieles a nuestra conciencia! Por último, esta “a” quiere

recordarnos la necesidad de atender a los demás, como hace un padre con su hijo, como

hace un doctor con un enfermo, como hacía Cristo con todos.

4. Abandonarse: siguiendo con el fuego interior, es importante “abandonarse”, o sea,

dejarnos amar por Dios. El nos ama, no por nuestros méritos ni por nues tras acciones o

cualidades. Nos ama porque nos ha querido adoptar como hijos suyos. Así que

¡dejémonos amar por Dios!

5. Aceptar: esta última “a” del fuego interior nos enseña a aceptar siempre el momento

presente, es decir, el pan cotidiano que Dios, con su providencia, nos da cada día:

nuestras ocupaciones, nuestras dificulta des, nuestros éxitos y fracasos, a nosotros

mismos con nuestra cruz. Aceptémosla con amor y alegría. Viene de Dios.

El trabajo exterior

El hombre con el corazón lleno de Dios es el apóstol que muestra a todos el rostro del

Padre. Estas cinco “aes” se refieren al trabajo exterior y no pueden existir si antes no se

da el fuego interior.

6. Actuar: esta sexta “a” nos recuerda que Jesús no sólo llamó a los suyos para que

estuvieran con El, sino también para que fueran a predicar su evangelio: Ite, baptizate,

docete, sanate (vayan, bauticen, enseñen, curen). El es quien nos invita. Como san

Pablo, todo lo soportamos a causa del Evangelio: Omnia propter E vangelium (“Todo lo

hago por el Evangelio”).

7. Animar: movidos por el Espíritu Santo, llevamos a Jesús a todos los hombres. Cada

acción nuestra, des de la más pequeña a la más importante, es una oportunidad de llevar

a Jesús. En las procesiones del Corpus Christi los ostensorios llevan dentro la hostia,

que es Jesús. También nosotros somos un ostensorio. ¿Está o no está dentro de nosotros

la hostia? ¿Para qué serviría una procesión en la que el ostensorio no contuviera a

Jesús?

8. Apasionarse: la octava “a” nos recuerda que los sacerdotes no somos gente vacía,

sino verdaderamente apasionada. Nuestra pasión está contenida en el Padrenuestro, la

gloria de Dios y la salvación de las almas:

Dios y los hombres. Esta es nuestra pasión. Ante todo, Dios, y por eso rezamos cada

día: ¡santificado sea tu nombre! ¡Venga tu Reino! ¡Hágase tu voluntad!

Y luego, los hombres, nuestros hermanos: ¡danos hoy nuestro pan de cada día!

¡Perdónanos nuestras ofensas! ¡No nos dejes caer en la tentación!...

9. Aventurarse: el mensaje del evangelio exige radicalidad. Cristo es un aventurero, y

nosotros, sus seguidores, también tenemos que aventurarnos completa mente,

inmediatamente y sin condiciones. Toto corde, tota anima, usque ad effusionem

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sanguinis! (con todo el corazón, con toda el alma, hasta el derramamiento de la sangre).

Un ejemplo claro es el Padre Kolbe, aventurero de Cristo.

10. Alegrarse: la última “a” no es menos importan te que las demás. Después de estos

ejercicios, todos es tamos alegres y contentos. ¡Alegrémonos con la gran alegría de la

esperanza! Nosotros, que vivimos plena mente entregados a las almas, recordemos la

promesa de Cristo: “Quien dé un vaso de agua a uno de éstos no quedará sin

recompensa”

De este modo puedo reír todos los días, a pesar de las cruces y de las dificultades. ¡Y si

tu corazón sigue teniendo dudas, no te preocupes! El amor de Dios es aún más grande

que tu corazón.

María, estrella de la evangelización, ruega por nosotros.

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ALGUNAS PREGUNTAS

1. Eminencia, ¿en qué lugar es más difícil dar testimonio de Jesús en la cárcel de

Vietnam o en el Vaticano, donde está usted ahora?

La pregunta parece decir: Usted ha estado en la cárcel en Vietnam y ahora lo está en la

Curia.

Hay que tener en cuenta que cada uno de nosotros tenemos una parte subjetiva y otra

objetiva, y la parte subjetiva puede sentirse infeliz e incomprendida en to das partes: en

casa, en la Curia, en el trabajo, pero a la vez uno puede hasta ser feliz en la cárcel.

Objetivamente, en la cárcel la vida es dura. Una vez me preguntaron qué fue lo más

difícil para mí cuando estaba en una diócesis.

Respondí —y creo que mis compañeros obispos estarán de acuerdo— que lo más difícil

es la división del clero en presbiterio.

Jesús pidió: “Que todos sean uno: como tú, Padre estás en mí y yo en tí, que también

ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste” (Jn

17, 21).

Cuando los enemigos están fuera, por supuesto que es preocupante, pero lo es más

cuando están en casa y los sentimos divididos y en contraposición unos con otros.

Estoy contento de estar en Roma, ante todo por la presencia del Santo Padre y porque

puedo ver a mu chas personas santas. En la Curia también hay obispos y cardenales

santos.

También hay dificultades, es verdad, porque hay escándalos por todas partes, y esto nos

hace sufrir, pe ro tenemos que admitir que existen y rezar.

Yo siento el sufrimiento y la humillación de que en mi país me consideren loco, pero los

acepto porque sé la razón de mi sacrificio y no me siento ofendido.

2. ¿Cuáles han sido las líneas básicas, especialmente en su período de aislamiento,

que le han dado más fuerza y confianza?

En un librito mío titulado Cinco panes y dos peces (cinco más dos son siete) escribí los

siete puntos que me ayudaron a sobrevivir. Con la fuerza de Dios, con la Eucaristía y

con la oración pude sobrevivir.

Pero a veces el hambre y la enfermedad quitan la fuerza de rezar.

Les cuento un episodio: los comunistas le hacen estudiar latín a la policía para que

pueda controlarlos documentos y los telegramas de la Santa Sede. Un día, un carcelero

que estaba estudiando latín me pidió que le enseñara un canto en latín. Le pregunté cuál,

y me respondió que el Veni Creator. Escribí las siete estrofas del himno sin pensar que

se las fuera a aprender. Unos días más tarde oí que lo cantaba mientras bajaba la

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escalera de madera para ir a hacer gimnasia, y también cuando se lavaba y cuando

volvía a su cuarto, y así todos los días. Al principio me parecía un poco absurdo que un

comunista cantase este himno, pero poco a poco me di cuenta de que, cuando un

arzobispo ya no puede rezar y sufre tanto por eso, el Espíritu Santo en vía a un policía

comunista a cantar y así ayudarlo a re zar. Todos los días me despertaba y me hacía

partícipe de su canto.

3. Durante sus años de encarcelamiento, ¿se sintió alguna vez abandonado por Dios?

No me sentí exactamente abandonado por Dios, pero a veces me rebelaba al constatar

que todo el es fuerzo de los misioneros durante siglos y el sacrificio de 150.000 mártires

habían sido barridos.

Ya no hay conventos, seminarios, colegios ni hospitales: ahora somos mendicantes.

En mi diócesis tenía 147 seminaristas mayores y más de 500 seminaristas menores.

Ahora todo se ha acabado. Hoy se permite abrir seis seminarios y cada obispo puede

tener cinco seminaristas durante dos años. Los demás tienen que esperar quince o veinte

años. Por eso me rebelaba interiormente. Habían cerrado todas nuestras asociaciones, y

yo me encontraba en la cárcel a una edad en que, con la experiencia acu mulada, podía

haber desarrollado un trabajo provechoso. Me preguntaba por qué Dios permitía que sus

obras fueran destruidas, pero no encontraba respuesta. Y no dormía.

Una noche oí en el corazón una voz que me decía:

“¡Francisco, eres estúpido! Si Dios quiere tomar las riendas de estas obras, déjalo actuar

a Él, que lo hará mejor que tú y encontrará personas que lo hagan mejor que tú. No te

preocupes; simplemente sigue a Dios y su voluntad”.

A veces sucede que los superiores paralizan y estorban nuestro trabajo. Son obras de

Dios y no son Dios.

Así conseguí tener paz en mi corazón. Pero debo confesar que pasé momentos de

desesperación y de rebelión.

He leído un libro titulado La parroquia del año 2000, donde el párroco escribe que lo

más importante que desea para su parroquia en el nuevo año es que se rece, ya que

existe la tendencia a creer que con el dinero y la tecnología se resuelven todos los

problemas.

Ese párroco tiene razón: creo que hay que conservar al menos algunos de nuestros

cantos gregorianos. En un país cercano se celebra una jornada católica en la cual antes

participaban fieles de otros países. Ahora ya no, ante la imposibilidad de seguir las

funciones y los cantos, que se cantan exclusivamente en la lengua nacional. Si perdemos

nuestros cantos, dentro de una generación ¿quién responderá al Papa cuando celebre?

Hemos de dejar espacio al Espíritu Santo. Yo no puedo hacer nada. Hace meses que

rezo cada día durante la misa. Como saben, estoy enfermo, tengo un tumor, y no estaba

seguro de poder terminar estos ejercicios espirituales.

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Pero vengo, a pesar de los momentos difíciles, para mostrarles que los obispos y los

cardenales los aman. Yo los amo, y en la Iglesia unitaria no hay sacerdotes vietnamitas

o italianos, pues somos todos uno.

4. Usted ha dicho que el sacerdote es corno Jesús: reza y trabaja siempre, es un éxodo

sin vuelta, un don total. Pero eso puede parecer contradictorio con ideas y actitudes

contemporáneas según las cuales donarse es vaciarse más que desarrollarse. Se cree

que también el sacerdote debería desarrollar su personalidad, proteger sus ideas,

porque a veces uno no está de acuerdo con lo que pide el Magisterio.

Parece haber una contradicción porque queremos seguir a Jesús y a la vez mantener

nuestra personalidad, a veces en contradicción con el Magisterio o con otras personas.

En primer lugar, para seguir a Jesús hay que hacer un vacío en uno mismo: vaciarse,

pero dejarse llenar por Jesús.

Nuestra santidad y nuestra ascesis es dejarnos amar por Jesús para ser santos.

A veces tengo miedo de que Jesús me ame. Santa Teresa dijo que Jesús es su esposo,

pero hay días en que no puede sonreírle porque la hace sufrir demasiado.

Dejarse amar, modelar por Jesús. Nuestra personalidad será grande si se desarrolla bien,

y esto sucede cuando se da la orientación y la ayuda del Magisterio.

A veces creemos que tenemos que desarrollarnos, pero no actuamos con seguridad

porque estamos solos. En el Magisterio hay otras personas. Por supuesto, hay casos en

los que el superior se equivoca, pero no tiene importancia en nuestra ascesis hacia Jesús,

porque la santidad nos pide que llevemos la cruz.

El Padre Pío, por ejemplo, sufrió mucho cuando se dio cuenta de que el Procurador

General se había apropiado del dinero de la Congregación, y aún más cuando la Orden

fue a la bancarrota.

Además, no obedecieron a Pío XII, que había dado permiso al Padre Pío para disponer

del dinero de los donativos para las obras de bien.

Para hacer frente al desastre económico, los superiores del convento pidieron a la Santa

Sede que anulase ese permiso aduciendo el pretexto de que el padre capuchino ya era

demasiado viejo para administrar dinero.

El Padre Pío conocía la situación y sufría por ella. El día en que el superior lo llamó

para mostrarle la carta y preguntarle qué pensaba de ella, se tomó unas horas para

responder.

Sufrió mucho, pero al día siguiente entregó todos los libros al superior, diciendo: “Yo

soy hijo de la obediencia”.

Un día el Padre Pío llamó a un médico para mostrarle un terreno donde pretendía

construir un gran hospital en el que la gente pudiera ser atendida gratuitamente.

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El médico le preguntó si tenía el dinero necesario, pero el fraile respondió que no se

preocupara por eso. El le aclaró que no era ingeniero y que no podía pro gramar las

obras, y además no creía en Dios. El Padre Pío le respondió: “Tú no crees en Dios, pero

Dios cree en ti. Hazlo”. El médico lo hizo y luego se convirtió.

Para los santos la gracia de Dios es un hecho. En cambio, nosotros ¿por qué no

podemos actuar? Por que todavía no somos santos. La personalidad del Padre Pío era

grande, pero se sometía: soy hijo de la obediencia.

5. Quisiera detenerme en los llamados defectos de Jesús y que, en realidad, son

virtudes para nosotros, que queremos ser santos. Según su experiencia, ¿cuáles son

las virtudes de la Iglesia de hoy que usted ha podido conocer, pero que son defectos a

los ojos de Jesús?

A veces en nuestra vida tenemos por virtudes cosas que no lo son a los ojos de Jesús, y

trabajamos por ellas. Estamos sujetos a las tentaciones del mundo, ante todo a la del

poder, en segundo lugar a la del dinero y en tercer lugar a la de la carne. Defino esas

tentaciones con tres términos que empiezan por la letra “p”:

— potestatis ambitio o pretentio (pretensión de poder);

— pecuniae cupiditas (deseo de riqueza);

— perversio carnis (perversión de la carne).

No se excluye que haya aspectos buenos en dichas actitudes: el poder es positivo para

trabajar, y si nos relacionamos con ricos y poderosos, puede ser útil para obtener favores

para los demás. Pero a la larga puede ser un mal. San Pablo sufrió esto toda su vida, y

dijo: “Nosotros somos tenidos por necios, a causa de Cristo, y en cambio, ustedes, son

sensatos en Cristo” (1 Cor 4, 10).

6. Ser pastores hoy entre la justicia y la paz. Somos tan espirituales que nos olvidamos

de las cosas de la tierra. ¿Cómo conciliar las dos cosas?

El Pastor es la justicia y la paz. En la fiesta de san Juan Bosco, los salesianos me

invitaron a Borgomanero para celebrarla.

Hablé de don Bosco como educador y como hijo de María Auxiliadora, y toqué un

tercer aspecto de la vida de don Bosco: el que se refiere a su relación con la política. El

se debatía en la incertidumbre: hacer la caridad directamente, como san Vicente de Paúl;

ocupar- se de los efectos de la injusticia, como la miseria y la pobreza o atacar las

causas de la injusticia.

Don Juan Bosco, después de haber rezado mucho, optó por seguir haciendo la caridad y

ayudar a los jóvenes pobres poniendo a su disposición orfanatos, colegios y oratorios y

dejando a otros religiosos y religiosas de mayor carisma la tarea de hacer política y de

atacar a las causas de la injusticia.

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Sobre la cuestión social, Don Bosco se atuvo a la línea directa; el obispo Getteler, en

Alemania, se fijó en sus causas; Toniolo fue a las raíces de la injusticia, como también

don Sturzo. Cuatro carismas, todos válidos, pero con la ayuda de la gracia del Señor.

7. Todos conocemos la crisis vocacional de religiosos y diocesanos, tanto en el ámbito

masculino como femenino. Pregunto si usted tiene puntos de referencia para la

recuperación, además de exponer las causas.

Las crisis vocacionales se dan tanto en el clero diocesano como entre los religiosos, y la

crisis vocacional no es cosa sólo de los católicos, sino también de los ortodoxos y

protestantes. Si observamos dónde hay vocaciones, quizá se pueda obtener una

respuesta.

Las nuevas comunidades, por ejemplo, tienen vocaciones; las órdenes contemplativas

tienen vocaciones. Preguntémonos por qué: creo que tal vez hayan mostrado una

manera más viva de vivir el Evangelio.

Otras comunidades, como la de la Madre Teresa, donde la regla es muy dura, también

tienen vocaciones porque los jóvenes no le tienen miedo a la dureza, al sacrificio, al

ascetismo.

Cuando jóvenes americanas —se pueden imaginar lo distinto que es el tenor de vida de

las americanas con respecto al de los habitantes de Calcuta— le decían a la Madre

Teresa que querían entrar en la orden, ella respondía que antes fueran a los moribundos,

que apestan y están sucios, a cuidarlos y, pasados tres meses, que volvieran a hablar de

la vocación.

Estas chicas americanas vuelven y se quedan, porque necesitan una figura como

referente y una vida entregada. Buscan el ideal y no le tienen miedo a la santidad.

8. Observo que en muchas partes de Europa la asistencia a misa disminuye en vez de

aumentar.

A propósito de esto, parte de responsabilidad la tienen algunos de nosotros que han

empezado a decir que la misa dominical no es necesaria. El Santo Padre ha tenido que

recordar más de una vez que es obligatoria. Con frecuencia se pide que las misas

dominicales se celebren en cuarenta minutos como máximo, lo cual impide un

verdadero recogimiento y una buena homilía.

A veces ci ministerio sacerdotal se convierte en algo demasiado burocrático. Por

ejemplo, en muchas localidades de Holanda se publican en el boletín parroquial

solicitudes de sacerdotes y se detallan los requisitos de edad, diplomas y sueldo. Eso no

sólo hace que disminuya o se pierda la figura auténtica del sacerdocio, sino que es

nocivo sobre todo para la educación de los jóvenes, que ya no saben lo que es realmente

un sacerdote y piensan que es alguien que ejerce el ministerio por dinero.

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Muchos van a ver al sacerdote para confesarse, por ejemplo, y el trabajador social o ci

propio sacerdote responden que no tiene tiempo.

En América la vida es, ciertamente, más materialista y pragmática, pero el índice de

asistencia a la misa dominical es más elevado que en Europa.

Todos los que están ingresados en un hospital en América llaman al sacerdote. Aquí en

Europa, mucho menos.

Así que hay bastante confusión, y la gente acaba diciendo que no merece la pena ir a la

iglesia. Cuando alguien afronta la situación, las cosas pueden mejorar con la gracia de

Dios.

He notado que ahora en Holanda muchos obispos trabajan en ello: antes habían cerrado

los seminarios; ahora los han vuelto a abrir, y todas las diócesis tienen quince o veinte

seminaristas.

En tiempos del Concilio Vaticano II, Holanda te nía más de trescientos obispos; ahora

ya no. Y se necesitará mucho tiempo, más de cincuenta años, para restablecer la

situación.

He visitado al nuncio de los países del norte y me ha contado que la misma crisis, o

incluso mayor, afecta a la Iglesia protestante.

Conozco el caso de un pastor luterano que se ha casado y divorciado tres veces y que

tiene que dejar el ministerio, y allí no existe el problema del celibato.

He conocido a un arzobispo de Texas que me dijo que no pueden recibir más de dos

pastores al año, porque su sueldo es el doble que el de los sacerdotes cató licos, ya que

tienen que mantener una familia.

En los países nórdicos se dan casos de pastores que se convierten, pero, antes de

aceptarlos como sacerdotes, los católicos les hacen esperar hasta la edad de la jubilación

para que les pague el gobierno.

Es más complicado de lo que podemos imaginar. Cuando el Santo Padre fue a

Dinamarca, a una reunión de representantes de varias religiones, el obispo luterano dijo:

“Hoy Pedro ha venido a visitarnos”. Eso lo reconocen. Una vez un obispo luterano le

dijo al obispo católico que estaba muy descontento en su Iglesia y que quería dejarla,

pero, como estaba casado, sólo podía ir a la ortodoxa. Y añadió: “Sólo que con los

ortodoxos no está Pedro”.

9. Un problema que se da tanto en lo general como en lo personal en el ámbito de la

comunión y de la paz es cómo regularse cuando la labor que se realiza para tal fin no

encuentra correspondencia en la otra parte.

Si damos con personas que no quieren colaborar con nosotros o son indiferentes o

críticas o ponen impedimentos, ¿cómo podemos realizar la comunión?

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Creo que podemos hacer dos cosas: la primera, ser ante todo nosotros mismos, más que

hacer.

La segunda depende de en qué condición actuemos. Por ejemplo, un párroco, aunque

reciba críticas, puede seguir en su línea de conducta si es buena; el tiempo le dará la

razón. En cambio, si uno trabaja dentro de una comunidad, tiene que obedecer a los

superiores, y será el Señor el que le dé la razón.

El obispo no puede imponer la vida de comunidad. El derecho canónico la aconseja sin

imponerla. Depende de nosotros. Si podemos encontrar tres hermanos que quieran vivir

juntos, podemos decírselo al obispo, el cual normalmente aprueba la iniciativa. Mejor

tres que dos, porque un tercero puede equilibrar las relaciones.

10. Tengo la impresión de que a menudo nuestro testimonio en la vida de las

parroquias es más un modo de “hacer” que un modo de «ser», es decir, un testimonio

que pretende una forma de espectacularidad de la fe cristiana y no un testimonio de

alguien que debe anunciar el Evangelio.

A mí también me parece que a menudo damos testimonio más con el modo de hacer que

con el modo de ser, porque es más fácil.

Ser, exige un cambio de uno mismo cada día, mientras que se puede hacer, dar limosnas

y mostrarse gene rosos o caritativos sin un cambio interior efectivo.

Pero lo importante es ser como la Madre Teresa de Calcuta y rezar siempre: dar razón

de la vida eterna.

También san Pedro se lo aconsejó a su discípulo: dispuesto siempre a dar razón de tu

esperanza, spei quae est in te (1 Ped3, 15).

11. A su parecer, ¿cuál es la relación entre la Iglesia de Estado y la Iglesia

clandestina en China, a la luz de la Jornada de los jóvenes en Manila, donde varios

obispos chinos de la Iglesia de Estado concelebraron con el Papa?

Generalmente hablamos de dos Iglesias en China:

la clandestina y la estatal. En inglés dicen underground. El Santo Padre piensa siempre

en una sola Iglesia.

Conoce las dificultades de la situación de China, pero cuando alguien, por ejemplo

durante la comida, le pregunta cómo van las dos Iglesias en China, el Papa responde:

“No dos Iglesias, sino una Iglesia”, y hace todo lo que puede por unirlas.

En Europa del Este, como en China, la situación es muy complicada porque, en cuanto

se nombra un obispo, éste se apresura a ordenar a otro, temiendo morir o ir a la cárcel,

por lo cual en una diócesis puede haber hasta tres obispos. En Europa del Este puede

haber todavía obispos clandestinos. No se mencionan, pero son obispos y a veces no

tienen el documento de nombramiento por miedo al gobierno.

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Se puede decir que ahora en China el 95% de los miembros de la Iglesia estatal o

patriótica se ha reconciliado con el Santo Padre. No se publica oficialmente, pero es así,

y es una victoria de Dios. Muchos no pueden hacer de otro modo para poder quedarse

en una diócesis donde en algunos casos no hay otros sacerdotes. Los que no están

reconciliados es porque en general están casados. En los seminarios patrióticos todos los

días se recita una oración por el Papa. Más que nosotros.

Con frecuencia los obispos de la Iglesia clandestina envían a sus seminaristas al

seminario de la Iglesia oficia! Para la Iglesia en China hay esperanza, así que recemos.

También hay conversiones.

¿Qué hace China en la aldea global? Se puede decir que se aprovecha mucho de la

situación, porque con la llamada “guerra contra el terrorismo”, ahora a China la dejan

libre para conculcar los derechos humanos.

También en el campo comercial se aprovecha, por-

que allí la mano de obra es más barata.

En Taiwan hay más de cien empresas que llevan a China sus productos. China es un

problema sin alter nativa. ¡Imagínense lo que sucedería si China no fuera una dictadura

y los chinos salieran de su país!

Por eso Europa y América, aunque no quieren el comunismo, lo toleran, no se sabe

hasta cuándo.

Una vez Deng Xiaoping fue invitado a Washington por Bush padre, el cual le pidió que

permitiera a jóvenes chinos ir a estudiar a América para que las nuevas generaciones de

los dos pueblos se conocieran. El viejo chino respondió dando las gracias y dijo que, si

Bush lo deseaba, al día siguiente podía mandar a América a tres millones de jóvenes

chinos. Bush no volvió a hablar de ello...

12. Quisiera saber algo sobre los cristianos en el Islam.

La Santa Sede hace lo que puede en sus relaciones con el Islam. El Santo Padre ha sido

el primer jefe de

Estado que ha hecho una visita a dos países árabes después del 11 de septiembre.

Recordarán que durante la guerra de Kuwait el Papa dijo que era una aventura sin

retorno, lo cual irritó mucho a Bush padre. Y es verdad, porque aún no ha terminado.

13. Usted fue uno de los protagonistas del Encuentro de Asís. Quisiera saber cuáles son

las expectativas del Papa, de la Iglesia y del mundo entero.

Como dijo el Rabino americano, el Santo Padre es el único que podía reunir en Asís a

tantos mandatarios de distintas religiones, y ese gesto extraordinario por la paz se siguió

en todo el mundo por televisión.

Un testimonio vivo que ciertamente no puede que darse ahí, sino que e Papa proseguirá,

aunque es un proyecto que por ahora guarda en su corazón.

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Lo mismo hizo para su viaje a Nazaret el día de la Anunciación del año 2000, viaje que

había confiado muchos años antes al Patriarca de Jerusalén, como esperanza.

“Este es realmente el Gran Jubileo”, dijo el Santo Padre en aquella ocasión, porque era

el Verbo encarnado en Nazaret.

Esperemos, pues. Cuando oímos en Asís los compromisos que asumieron en varias

lenguas los representantes de las diferentes religiones, la esperanza se hizo fuerte, pero

también depende mucho de las Iglesias locales.

Nosotros tenemos que continuar de dos maneras: con el diálogo teológico pero sobre

todo con el diálogo de la vida, que es el más necesario, porque el diálogo teológico

puede ser difícil.

Este Papa ha sido también el primero que entró en la sinagoga de Trastevere en Roma:

¡dos mil años para recorrer un kilómetro desde San Pedro hasta allí!

En su cumpleaños número ochenta, el rabino Toaff dijo que había hecho muchos

amigos católicos sin discutir, sino con la vida. Contó que una vez que tenía la tensión

alta fue a un doctor, el cual le preguntó si tenía problemas de alcohol o de mujeres. El

contestó que no, pero que tomaba café, hasta nueve tazas al día, porque tenía muchos

amigos en Trastevere y todos lo invitaban a tornar una tacita.

¡Este es un diálogo interreligioso que sube la tensión, pero que sienta mucho mejor que

las discusiones teológicas!

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EPÍLOGO

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Viernes 20 de septiembre de 2002,

Ciudad del Vaticano.

Con ocasión del funeral por el cardenal François-Xavier Nguyén Van Thuán.

1. “Su esperanza estaba colmada de inmortalidad” (Sab 3, 4). Estas consoladoras

palabras del Libro de la Sabiduría nos invitan a elevar, a la luz de la esperanza, nuestra

oración en sufragio del alma elegida del llora do cardenal François-Xavier Nguyén Van

Thuan que planteó toda su vida bajo el signo de la esperanza.

Ciertamente su desaparición entristece a cuantos lo han conocido y amado: sus

familiares, en particular su madre, a la que renuevo la expresión de mi afectuosa

cercanía. También pienso en la querida Iglesia de Vietnam, que lo engendró a la fe, y en

todo el pueblo vietnamita, que el venerado cardenal recordó expresamente en su

testamento espiritual, en el que afirma que siempre lo ha amado. Llora al cardenal Van

Thuan la Santa Sede, a cuyo servicio dedicó sus últimos años como vicepresidente y

luego presidente del Pontificio Consejo de la Justicia y de la Paz.

En este momento él parece dirigir a todos su invitación a la esperanza con afecto

convincente. Cuando en el año 2000 le pedí que dictara las meditaciones para los

ejercicios espirituales de la Curia Romana, eligió como tema: “Testigos de la

esperanza”. Ahora que el Señor lo ha probado “como oro en el crisol” y lo ha aceptado

“como holocausto”, podemos decir de verdad que “su esperanza estaba colmada de

inmortalidad” (cf. Sab 3, 6.4). Es decir, estaba llena de Cristo, vida y resurrección de los

que confían en El.

2. ¡ Espera en Dios! Con esta invitación a confiar en e Señor, e querido purpurado inició

las meditaciones de los ejercicios espirituales. Sus exhortaciones se me han quedado

grabadas en la memoria por la profundidad de sus reflexiones, enriquecidas con

continuos recuerdos personales, en gran parte relativos a los trece años que pasó en la

cárcel. Contaba que precisamente en la cárcel había comprendido que el fundamento de

la vida cristiana consiste en “elegir sólo a Dios”, abandonándose totalmente en sus

manos paternas.

Estamos llamados a anunciar a todos el “Evangelio de la esperanza” —añadía a la a luz

de su experiencia personal—, y precisaba: sólo con la radicalidad del sacrificio se puede

llevar a cumplimiento esta vocación, aun en medio de las pruebas más duras. “Valorar

cada dolor —decía él— como uno de los innumerables rostros de Jesús crucificado y

unirlo al suyo significa en verdad entrar en su misma dinámica de dolor-amor; significa

participar de su luz, de su fuerza, de su paz; significa encontrar en nosotros una

presencia de Dios nueva y más plena” (Testigos de esperanza, Buenos Aires 2002, p.

108).

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3. Podríamos preguntarnos de dónde sacaba la paciencia y el valor que lo caracterizaron

siempre. A este respecto confesaba que su vocación sacerdotal estaba vinculada de un

modo misterioso, pero real, a la sangre de los mártires caídos en el siglo pasado

mientras anunciaban el Evangelio en Vietnam. “Los mártires —observaba— nos han

enseñado a decir que sí: un sí sin condiciones ni límites al amor por e Señor; pero

también no a las lisonjas, a las componendas, a la injusticia, quizá con el fin de salvar la

vida” (íbid., p. 121). Y añadía que no se trataba de heroísmo, sino de fidelidad

madurada dirigiendo la mirada a Jesús, modelo de los testigos y de los mártires. Una

herencia que hemos de acoger cada día en una vida llena de amor y de mansedumbre.

4. Al dar el último adiós a este heraldo heroico del Evangelio de Cristo, damos gracias

al Señor por haber nos dado en él un ejemplo luminoso de coherencia cristiana hasta el

martirio. Afirmó de sí mismo con impresionante sencillez: “En aquel abismo de mis

sufrimientos... nunca dejé de amar a todos, a nadie excluí de mi corazón” (fbid., p. 108).

Su secreto era una indómita confianza en Dios, alimentada por la oración y por el

sufrimiento aceptado con amor. En la cárcel celebraba todos los días la Eucaristía con

tres gotas de vino y una gota de agua en la palma de la mano. Ese era su altar, su

catedral. El Cuerpo de Cristo era su “medicina”. Contaba con emoción:

“A cada paso tenía ocasión de extender los brazos y clavarme en la cruz con Jesús, de

beber con él el cáliz más amargo. Cada día, al recitar las palabras de la consagración,

confirmaba con todo el corazón y con toda el alma un nuevo pacto, un pacto eterno

entre Jesús y yo, mediante su sangre mezclada con la mía” (íbid., p. 146).

5. Mihi vivere Christus est - “Para mí, la vida es Cristo” (FIp 1, 21). Fiel hasta la

muerte, el cardenal Nguyén Van Thuan hizo suya la frase del apóstol Pablo que antes

hemos escuchado. Mantuvo la serenidad e incluso la alegría durante su larga y dura

hospitalización. Los últimos días, cuando ya era incapaz de hablar, permanecía mirando

fijamente al crucifijo que tenía delante. Rezaba en silencio, mientras consumaba su

extremo sacrificio como coronación de una existencia marcada por su heroico

conformarse a Cristo en la cruz. Las palabras proclamadas por Jesús poco antes de su

Pascua se adaptan bien a él: “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo;

pero si muere, da mucho fruto” (Jn 12, 24).

Sólo con el sacrificio de sí mismo el cristiano con tribuye a la salvación del mundo. Así

ha sido para nuestro venerado hermano cardenal. El nos deja, pero queda su ejemplo. La

fe nos asegura que no ha muerto, sino que ha entrado en el día eterno que no conoce

ocaso.

El testamento concluye con una triple recomendación: “Amen a la Virgen Santa y

tengan confianza en san José, sean fieles a la Iglesia, estén unidos y sean caritativos con

todos”. Aquí está en síntesis su misma existencia.

Que él pueda ser recibido ahora, junto con José y María, a contemplar en el gozo del

Paraíso el rostro glorioso de Cristo, que buscó ardientemente en la tierra como su única

esperanza.

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¡Amén!

6. “Santa María... ruega por nosotros... en la hora de nuestra muerte”. En la cárcel,

cuando le era imposible rezar, recurría a María: “Madre, tú ves que estoy en el límite

extremo y no logro recitar ninguna oración. Entonces, .. .poniéndolo todo en tus manos,

repetiré:

¡Ave María!” (íbid., p. 136).

En su testamento espiritual, después de pedir perdón, el llorado cardenal asegura que

sigue amando a todos. “Estoy tranquilo de partir —afirma— y no conservo odio hacia

nadie. Ofrezco a María inmaculada y a san José todos los sufrimientos que he pasado”.